Un hombre conocido como “Tango” (Francisco Delgado Soto)
Nació en la provincia de Limón el 4 de octubre de 1937. O sea, va a cumplir 79 años. Y, hablando de cumpleaños, meditemos un poco sobre la cotidianeidad en que todos los días nos envuelve la vida, provocando que sin percatarnos pasen las semanas, pasen los meses y pasen los años, hasta que llega un momento en que nos preguntamos: ¿Qué he hecho con mi vida? La vida de Tango- vista en retrospectiva- está matizada por abundantes acontecimientos, muy felices algunos, dolorosos la mayoría de ellos. Pero lo importante en nuestra existencia no es que nos sobrevengan calamidades- a lo cual estamos expuestos por nuestra naturaleza humana-, sino que sepamos sobrellevarlas con éxito como nos ha enseñado Tango con su experiencia y mucha sabiduría. Les cuento que hace unos 51 años, cuando yo trabajaba en el Banco Anglo Costarricense (diagonal al Teatro Nacional), a la hora del almuerzo iba a la Plaza de La Cultura a admirar a Tango haciendo “series” con una bola de pana, lo cual repetía en el parque central de San José. Ése era su modo de subsistencia, durmiendo en diversos lugares que le ofrecieran algún refugio temporal. Así anduvo por todo el país, incluso en México en las afueras del estadio Azteca y en el programa “Sábados Gigantes” de Don Francisco. Esos diferentes lugares sirvieron a Tango para alcanzar fama y popularidad, de una época reluciente de la cual hoy quedan solo los vestigios en un aciano de 79 años que tiene dificultades hasta para caminar erecto. Hoy quiero referirme a una faceta poco conocida de nuestro personaje, cuando en sus años mozos lo encontramos vagando en los plantíos bananeros de la finca Coto 47, donde estaba ennoviado con una muchacha de nombre Rosita, que también pretendida por un nicaragüense de apellido Corea. Cierta vez éste rival, blandiendo su machete, le dijo a Tango: “¡Qué linda muchacha la que te acompaña, lástima que no tenga un hombre valiente que la defienda!”. En ése
mismo momento, aunque con bastante aprensión, Tango se “lanzó al ruedo”, y con un pequeño puñal enfrentó a su contrincante que casi de inmediato le penetró profundamente su machete en el costado derecho, cerca de su estómago. Por poquito no le sacó las tripas. No obstante su estado de gravedad, instintivamente Tango levantó su puñal y le cortó la garganta, muy cerca de la vena yugular. Para entonces ya gran cantidad de mirones se habían agrupado alrededor de los contendientes- ambos bañados en sangre-, en el preciso momento en que llegó la policía y separó a los gladiadores. Los dos combatientes fueron trasladados al hospital y, luego, una vez sanadas las heridas, los juzgaron y fueron condenados a descontar una pena carcelaria de dos años en el presidio de San Lucas. Cuenta Tango que en la “isla” se hizo muy buen amigo de Corea, su antiguo rival y no volvieron a pelear más. Y,… mientras tanto, la tal Rosita no apareció nunca más. Con una sabia filosofía y acostumbrado a pasar penalidades, Tango se ajustó a las reglas del penal y manifiesta que no la pasó tan mal ya que era muy estimado por los reclusos y a menudo le daban carne en el almuerzo y lo dejaban pescar. La carne del pescado en San Lucas era abundante, cosa que no era frecuente en su dieta cuando estaba en libertad. Las labores que le correspondían realizar a Tango era cuidar de un pozo artesanal y “aguar” al ganado, principalmente las reses más jóvenes. Por su buen comportamiento Tango fue indultado al año de estar prisionero y quedó en libertad para continuar con su mismo estilo de vida, hasta que ya en avanzada edad llegó a Heredia, donde es muy querido y estimado por todos los contertulios que a diario nos reunimos en el parque central. Hoy Francisco es una persona de sanas costumbres, no toma licor, no fuma ni usa otras “cochinadas” como las llama él. Cualquier día que pasen por éste sitio, no se olviden de saludar a Tango y, ojalá, le brinden alguna ayuda económica que tanto necesita. En cuanto a mí, me precio de ser un amigo muy cercano a Tango y de estar autorizado por él para contarles ésta historia tan íntima sobre un ex presidiario que pasó parte de su vida recluido en una de las cárceles más infames de nuestro país, donde se encontraban reos de la calaña de Beltrán Cortés, Juan Luis Araya
Ballestero, José León Sánchez, “Frankestein” y los integrantes de la banda “los hijos del diablo”. Rodrigo Víquez F.
Tango y yo