Tío Chico

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• Don Francisco Flores Porras, como don Juan Flores Zamora, Don Juan Amores, Don Concepción Cartín y otros tantos, son los precursores de la naciente industria herediana.

Desde la torre antañona del Carmen de Heredia sigue marcando horas y minutos la torre del Tío Chico. _____ • Se está destruyendo la antigua Iglesia del Carmen para rehacerla conservando su arquitectura de estilo colonial.

Escribe: Francisco María Núñez. El viejo templo del Carmen de la ciudad de Heredia, va cayendo al golpe de la piqueta. Paulatina-

mente se derriban sus paredes gruesas para sustituirlas por otras delgadas de moderna estructura. Es verdad que se conserva el estilo colonial, pero ya va teniendo otro aspecto, aquella iglesita enclavada en uno de los ángulos silenciosos de la antigua Villa Hermosa. La fachada está en pie, en lo alto de la torre de piedra sigue marcando el tiempo el viejo reloj del Tío Chico. Trabajos ha pasado ese aparato que resulta ya raro


Reloj recién restaurado en nuestros días. Gracias que se libró de ser vendido como metal viejo y pudo volver a funcionar. Se costruyó para dar la hora en la torre de la parroquia; al cabo de varias décadas y sin haber dado motivo, lo sustituyó un reloj importado. Se arrinconó el viejo, por el simple delito de ser de factura criolla. Pero la verdad es que tiene mucho de semejanza con el reloj de procedencia exótica. Por fin llegó un párroco que pensó en que era bueno restaurar ese reloj, como una joya histórica. Es prueba irrefutable de la habili-

dad de un mecánico herediano. Se trató de buscar un relojero que lo compusiera; alguna rueda calzaba mal e impedía el funcionamiento de la sencillísima máquina que armara el Tío Chico. Se localizó otro hombre modesto: don Froilán Matamoros Marín, quien llegó desde Moravia, recomendado por un experto, Él lo puso a caminar. Y después de diez largos años de mutismo, volvió a oírse la oscilación del péndulo. Ahora está en la torre del Carmen. Al lado mismo de una campana que fundiera en 1817 don Concepción


Cartín. Campana llena de sonoridad, que también está condenada a la hoguera, porque su leyenda está escrita en el castellano de su época que ahora resulta poco elegante. ¡Ni la forma de la letra satisface! ¿Quién era Tío Chico? Un viejo relojero herediano. Hombre sensitivo, que en sus ratos de ocio solía tocar su concertina y cuando la pena lo apuraba, sorbía sus copetines. No sintió asco al trabajo. Su taller parecía una bodega de artefactos inútiles. Empero, cada rueda, cada pedazo de metal tenía su destino. Cuestión de esperar la oportunidad. Para llegar hasta la mesa de trabajo era preciso bajar una grada. Tío Chico estuvo a punto de caer una ocasión, por copa de más o de menos. Y al ser requerido por sus amigos, no faltó su respuesta: — Que se va de bruces, Tío Chico. — Cada uno se apea como le da la gana… Tío Chico construyó varios relojes. Ese de la parroquia; otro para la iglesia de Alajuela, algunos más para templos menores. Un día se discutía si el reloj

del templo de Atenas había sido construido o no por Tío Chico. En la tertulia figuraba don Emilio Solís, el padre del actual obispo de Alajuela. Don Emilio vistió hábito talar y como Tío Chico sabía latines, porque también ambos abandonaron los hábitos, eran tan amigos. Don Emilio ponderaba la habilidad de Tío Chico. — Construyó varios relojes de torre, entre ellos uno para la iglesia de Atenas, sostenía. Borbón, otro de los contertulios, replicaba: — Lo que usted dice, don Emilio, debe ser cierto. En lo que no estamos de acuerdo es en la procedencia del reloj de Atenas. Ese se trajo de Alemania. — Tiene razón, dijo don Emilio, sin dar su brazo a torcer. Yo no me refiero al actual. Fue el antiguo el que construyó Tío Chico. — Lo cogí; antes no había reloj. Trabajos pasaban las gentes que viajaban a Puntarenas y que no podían saber la hora en que enyugaban los bueyes los bueyes para seguir la jornada… El mecanismo del reloj del Tío Chico no puede ser más primitivo; varias ruedas dentadas; una ancla


de la cual arranca el péndulo. A éste le imprimen movimiento las pesas que caen hasta muy cerca del piso del templo. Y van arrollando la cuerda perezosamente. Otra combinación de las ruedas produce el movimiento del hilo que hace martillar sobre la campana. El problema matemático está en la colocación de los dientes de las ruedas que trabajan una sobre otra. Cualquier defecto en los dientes las paraliza. Lo importante es que el Tío Chico carecía de herramientas de precisión. Trabajaba como con las uñas. Lo que le sobraba era el buen sentido. Tenía un concepto de las matemáticas y conocía algo de armonía. Como arrancaba las notas de su concertina, pulsando sus dedos sobre las llaves, así mismo manejaba el hierro y el bronce y a golpes de mazo, les daba forma y los convertía en instrumentos útiles. En resumen, el reloj resulta otra caja armónica. Dentro del cajón de madera, el tic-tac continuo tiene algo de musical. Y el golpe de la campana también tiene un timbre armonioso.

Don Francisco Flores Porras, tuvo sentido artístico y sentido industrial, muy desarrollados. Como don Juan Flores Zamora, quien construyó un candado para la Exposición del 85 que no se podía abrir ni con la llave; como don Juan Amores, que en una oportunidad presentó una máquina para hacer los entorchados de guitarra; como Concepción Cartín que fundía campanas en 1817. Como tantos otros tantos heredianos, don Fadrique Gutiérrez, don Pablo y don Jenaro Lépiz, por ejemplo, quienes se revelaron artífices de mérito. Después de todo, el arte no es otra cosa que un sentido de lo bello, demostrado como expresión del color, de la armonía o de la habilidad manual. El Tío Chico bajó al sepulcro hace muchos años; ya no se mofan de él los incrédulos ni le dan bromas los chicos que ambulan desorientados; más su reloj sigue en la torre antañona como recuerdo de una época en que el hombre sentía la necesidad de hacer algo para justificar la vida.

Fuente: Biblioteca Nacional Miguel Obregón Lizano - Sinabi


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