Coco y los zapatos rojos - Primer capitulo

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Luis Compés

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¡Para resolver los más extraños misterios hace falta un detective con mucho olfato!

En esta primera CocoAventura, Luis Compés y Coco nos llevan de la mano por Roma y Madrid en una hazaña a veces heroica y a veces... ejem... pegajosa, porque Coco acostumbra a meterse donde no le llaman. Será por eso que es tan buen investigador... Humor, aventura y acción para lectores de siete a noventa años, con las ilustraciones de Isidoro Niero.

Y tú, ¿tienes algún misterio que resolver?

Coco y el misterio de los zapatos rojos

Os presentamos a Coco, un yorkie de kilo y medio con más intuición que Sherlock Holmes. Junto a su dueña Carolina correrá mil peripecias y se enfrentará a quinientos peligros, para resolver el enigma que trae de cabeza a todo el mundo: un curioso ladrón que atraviesa puertas cerradas y deja siempre, como firma, un par de zapatos rojos.

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¡Sígueme en www.cocoaventuras.es! © Luis María Compés Rebato www.luiscompes.es Ilustraciones: Isidoro Niero Primera edición: Enero 2014 Segunda edición: Octubre 2014 Tercera edición: Abril 2015 Cuarta edición: Octubre 2015 Miembro de la Asociación de Escritores de Madrid www.asociacionescritores.com Edita: Asociación de Escritores de Madrid Gestión editorial: libros@internautis.com ISBN: 978-84-941522-2-1 Depósito Legal: M-35901-2013 Imprime: Ulzama Digital Impreso en España - Printed in Spain


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Cuando Coco comenzó a ser investigador y a cobrar vida propia para divertir a miles de niños no pensaba ni conocía que ibas a venir al mundo. La noticia de tu llegada en pocos meses iluminó la vida de la familia. Y saber, desde el principio, que vas a ser un luchador, da más sentido al ansia por conocerte, quererte y compartir contigo todas las experiencias vitales que nos correspondan con el paso de los años. ¡Juntos, siempre juntos! Por eso, Manu, este libro, como todos los que escriba de Coco, estarán dedicados para ti, para tus padres, para tu tía Mónica y tu abuela Virginia. Para que puedas comprender, cuando sepas leer, que te amamos desde el primer momento que supimos de ti. Y que nunca estuviste solo en la lucha por superar las dificultades. En el futuro podrás admirar a Coco por su valentía y coraje, características que serán, sin duda, también parte fundamental de tu forma de ser. Pero Coco y yo te admiramos más a ti. Nos esperan muchas aventuras, y a ti una hermosa vida por delante. ¡Vívela! ¡Vivámosla! ¡Tu abuelo cree en ti! ¡Confía también tú en mis palabras! De tu abuelo


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Fari Stanc Danko es el nombre completo que figura en el certificado de pedigrí de un pequeño Yorkshire, al que sus dueños llaman familiarmente Coco. A la vez, constituye el seudónimo con el que el escritor Luis María Compés Rebato inicia su andadura en el mundo de ilusiones y sueños de los más jóvenes. El autor de Reina de su Imaginación, Los Besos de Dios y Sólo por Instinto, novelas escritas para adultos, se decide en el año 2013 a dedicar su creatividad en favor de los adolescentes deseando ofrecerles aventuras divertidas, que a la vez sean instructivas, en las que el protagonista principal será Coco. Este yorkshire demostrará a lo largo de las páginas su audacia, perspicacia e intuición descubriendo misterios inescrutables, profundos secretos y tramas malévolas. La labor detectivesca de Coco llevará a los lectores por caminos y vericuetos apasionantes, llenos de intriga y emoción. Riesgos, peligros constantes, mafias y delincuentes harán vivir instantes únicos. Pero nuestro héroe siempre conseguirá concluir triunfante sus aventuras. Esta saga de libros infantiles, recomendados para niños y niñas, pequeños y grandes, de 7 a 97 años, se inicia con: “Coco y el misterio de los zapatos rojos”. Sólo queda que iniciéis la lectura y disfrutéis muchísimo. Y que Coco se convierta desde esta primera historia en vuestro amigo para siempre.


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Hola, amigos y amigas!

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enía unas ganas enormes de volver a estar con todos vosotros. Porque desde que conté a vuestros padres la historia de mi dueña, Carolina, hemos vivido juntos unas aventuras increíbles que me propongo contaros, poco a poco, en diferentes libros que tendréis a vuestra disposición. Ahora vivimos en una ciudad preciosa, que se llama Roma, y es la capital de un país que todo el mundo nombra diciendo Italia. Nuestra casa está en el barrio del Trastévere. Está en una zona preciosa, de calles estrechas, con muchas flores en las puertas y balcones de los edificios. A la vez, éstos no son muy altos: como mucho tienen tres o cuatro pisos de altura y parecen poco modernos. Pero tienen un encanto especial; son mágicos. Allí pasan montones de cosas todos los días, que son difíciles de entender: muy misteriosas. Donde nosotros vivimos, Carolina y yo estamos muy altos. Es el último piso, y en algunas zonas de la casa el techo está inclinado y por eso lo llaman buhardilla. Tiene unos tragaluces y por ahí nos entran los rayos del sol y también somos de los primeros en saber cuándo llueve. Carolina es profesora de español. Enseña por las tardes nuestro idioma a personas mayores en una escuela


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privada. Y el resto del tiempo lo dedica a descubrir cosas secretas, porque es una maravillosa investigadora. Pero… ¿Qué haría ella sin mi ayuda? Para los que no me conocéis, mi nombre es Coco. Soy un perrito muy pequeño: sólo peso un kilo cuatrocientos gramos. Mi raza es yorkshire, creo que soy muy listo, un poco ladrador y, sobre todo, muy dormilón. Me encanta la decoración de la casa en la que vivimos ahora. Todo es muy moderno y de colores variados y muy vivos. Las paredes están pintadas totalmente en blanco, pero muebles, cortinas y complementos son rojos, azules, verdes, amarillos… De una alegría impresionante. Y entra mucha luz de la calle por los ventanucos, como ya os dije antes. La primera aventura que vivimos juntos, en la que yo ayudé de forma definitiva para encontrar la solución, se produjo tras la misteriosa aparición de un par de zapatos rojos de mujer en algunos lugares donde se perpetraba un robo de características inexplicables. Carolina había leído en la prensa acerca de ese extraño suceso ocurrido ya en tres ocasiones en puntos diferentes de la ciudad. Y una mañana de domingo alguien llamó por teléfono. Era su amigo Leonardo, director del hotel La Traviata, situado en la calle Cesar Augusto de Roma. —¡Carolina! Soy Leonardo, del hotel La Traviata. ¿Cómo estás? Ella contestó sonriendo, con la voz muy alegre al escuchar a su amigo. Leonardo pidió por favor a Carolina que se acercase


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hasta el hotel para poderle contar algo muy misterioso que había sucedido allí. Se había producido un robo en su despacho y lo único que dejó el ladrón —que sirviese como pista para intentar descubrirle— era un par de zapatos de mujer de color rojo. Yo estaba pendiente de la conversación, ya que Carolina utilizaba en casa un teléfono manos libres. Y también había oído en los noticiarios de televisión que se habían producido robos similares y que la policía estaba desorientada ante esos hechos. Tanta sorpresa me produjo eso de los zapatos rojos de mujer, que estando tumbadito en el sillón le daba vueltas a la cabeza desde hacía varios días intentando dar sentido a un detalle tan extraño. Así qué cuando Carolina empezó a prepararse para salir de casa en dirección al hotel yo me apresuré a por mi correa, la llevé con la boca hasta la puerta y allí me senté a esperarla para salir juntos. ¡No quería perderme ningún detalle de la investigación! ¡Me parecía un tema apasionante! Recorrimos las calles de Roma durante veinte minutos hasta llegar al hotel de nuestro amigo. Yo iba nervioso. Movía el rabito continuamente. Y miraba a Carolina, y ella parecía muy distraída mientras miraba por la ventanilla del taxi en el que nos habíamos montado cerca de la puerta de casa. ¿Qué íbamos a encontrar en el despacho del director? Estaba intrigadísimo.


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A veces, cuando algo me interesa mucho se me nota en un detalle: los ojos, que otras veces están algo entornados, como si tuviera sueño, se me abren mucho. Parecen muy grandes y miran con mucha expresividad. Al fin paró el taxi en la misma puerta del hotel. Carolina me cogió por la tripita con su mano derecha y sin bajarme al suelo ni utilizar la correa recorrió con rapidez los pocos pasos que nos separaban de las puertas giratorias de la entrada. El hall de la recepción del hotel La Traviata no es muy grande, pero sí muy elegante. Al fondo, más alto que el resto, se encuentra el mostrador donde se sitúa el personal encargado de dar entrada a los viajeros. El jefe de recepción tiene por nombre Giuseppe, y nos conoce muy bien. Es un hombre grande, de cara gordita, algo calvo, muy serio y estirado, vestido con un uniforme elegantísimo que impone mucho respeto si no le conoces personalmente. Cuando entramos él se encontraba allí, junto a una señorita muy guapa, pero a la que no conocíamos con anterioridad. Yo me encontraba expectante, deseando llegar al fondo de la cuestión que nos había llevado hasta ese lugar. Noté, eso sí, un olor peculiar en el hall, pero no le dí importancia en ese momento. Giuseppe nos saludó con mucho cariño —es un buen hombre, la verdad— y nos preguntó sorprendido cuál era el motivo de nuestra visita. Carolina evitó con mucha inteligencia decirle la verdad, por si el director no había


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contado lo ocurrido a los empleados ya que cada uno de ellos podía ser sospechoso de ser el autor del robo. Nos limitamos a explicar nuestra presencia como algo que ocurría por casualidad: pasábamos por allí cerca y nos apetecía ver a Leonardo. Giuseppe nos acompañó con mucha amabilidad hasta el despacho del director. Tuvimos que bajar una planta, ya que todos los bajos del hotel están ocupados por las oficinas, almacenes, cuarto de lavandería, sala de planchado, vestuarios para empleados, cocinas, etc… No utilizamos el ascensor: Giuseppe prefirió hacer un poco de ejercicio y utilizar las escaleras. Los escalones de todo el hotel son de mármol blanco, la barandilla de latón dorado y en las paredes hay pinturas antiguas de ángeles, nubes blancas y azul claro, ovejas, instrumentos de música y flores, que hacen que parezca un palacio. Y el centro de las escaleras lo ocupan gruesas alfombras de lana con dibujos, donde cada una de mis pisadas, con lo poco que peso, parecía estar dada sobre algodón. Una vez me perdí en este hotel. Fuimos de visita y yo me alejé un momento de Carolina. Recorrí varios pasillos viendo todo lo bonito que había por allí y cuando me quise dar cuenta no sabía dónde estaba. Entonces, igual subía uno o dos pisos que los bajaba, pero no encontraba el camino de regreso; todos los pasillos me parecían iguales. Incluso entré en algunas de las habitaciones que se encontraban abiertas para que las camareras de piso hiciesen la limpieza y las camas. La verdad es que esas habitaciones me parecieron muy grandes y bonitas.


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Eran elegantes, y también tenían pinturas antiguas en las paredes y en el cabecero de la cama, igual que otras zonas comunes del hotel. Grandes cuadros y cortinajes, sillones enormes, espejos y lámparas antiguas le daban el aspecto de un lugar donde dormían príncipes y reyes. Así pasé casi una hora. Me dio tiempo a conocer muchos de los rincones bonitos de este hotel, hasta que oí la voz conocida de Carolina llamándome. Ese día sí que me regañó un montón. Estaba muy enfadada por mi travesura y me puso la correa para que no volviese a irme solo por donde me diese la gana. Pero de esa manera me acostumbré a ese lugar. Me movía por el hotel como si fuese mi casa. Bueno, mejor, porque esto me parecía mucho más divertido. Al fin llegamos con Giuseppe ante la puerta del despacho del director. Y como la puerta estaba cerrada llamamos con dos golpecitos en la madera: Carolina con el puño y yo también di dos veces con la patita derecha. Se escuchó desde el otro lado: —¡Pase! Abrimos la puerta y nos introdujimos con decisión. Aquella habitación impresiona. Es muy grande y tiene unos cuadros antiguos en las paredes que deben valer una fortuna. La mesa de don Leonardo es enorme, de madera maciza bien trabajada por los ebanistas y sillas que parecen de un palacio real. Las alfombras son tan gruesas, bonitas y elegantes que da pena pisarlas. Y el olor de todo el despacho recuerda a los tiempos en los que las damas y las doncellas ganaban los amores de los caballeros nobles, príncipes y condestables. Allí den-


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tro te sientes transportado a otros tiempos antiguos. Es muy agradable pasar un buen rato admirándolo todo. Al cerrar la puerta del despacho y saludarnos después con mucho cariño el director comenzó a explicar lo que


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había sucedido. Hablaba con voz suave, despacio, porque él es un señor muy tranquilo, inteligente y educado. Don Leonardo es delgado. Alto, pero de pocas carnes. Tiene un bigote fino sobre los labios, pelo negro, una pequeña cicatriz en la ceja derecha, que proviene de un pequeño accidente de su niñez, cuello largo, manos bien cuidadas, siempre viste con traje y corbata, y desprende un olor extraordinario de perfume caro de hombre. —Hace dos noches —inició a hablar— dejé en el último cajón de mi mesa, como hago todos los días, un sobre con los objetos de valor que se dejan olvidados los clientes en las habitaciones cuando se marchan del hotel. Las camareras de habitación los entregan a la gobernanta, ésta se los da al jefe de recepción y por último, él me los entrega directamente a mí. A veces se dejan un reloj, otras encontramos un pendiente, también es frecuente olvidar anillos, documentos, etc… Yo los mantengo unos días en el cajón, luego pasan a la caja fuerte durante un tiempo y de no ser reclamados, y dependiendo de la importancia y valor del objeto, lo depositamos en la comisaría de policía o lo utilizamos para donaciones de caridad. Pues bien, como había dicho D. Leonardo al principio, hacía dos noches alguien entró en el despacho, abrió el cajón, robó el sobre con los objetos olvidados de ese día y desapareció sin dejar ningún rastro. Además, la puerta del despacho siempre quedaba cerrada con llave al marcharse el director por la noche a su casa y no había señales de que la cerradura hubiera sido


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forzada de ningún modo. La policía no encontró huellas dactilares extrañas en los muebles, y las alfombras no tenían muestras de la pisada de alguna persona ajena al hotel. Todo un misterio sin resolver: como si el sobre con las joyas y relojes olvidados por los clientes se hubiera evaporado. ¿Cómo había ocurrido el robo? En principio no se me ocurría nada. No sabía por dónde empezar. En cambio, después de haber escuchado las explicaciones de su amigo Carolina empezó a mirar cada rincón del despacho en busca de pistas. Lo que sí me volvió a venir a la nariz fue el mismo olor peculiar que observé en el hall de entrada del hotel, tras haber entrado de la calle. Era un aroma muy especial: entre perfumado y medicinal. Yo lo conocía de antes, pero no terminaba de recordar qué era lo que olía así. Intenté hacer memoria… y nada. No era capaz de asociarlo con algo familiar en ese momento. Al no estar rota la cerradura de la puerta sólo había dos posibilidades: o alguien tenía copia de la llave del despacho del director, cosa muy difícil puesto que don Leonardo nunca sacaba de su bolsillo derecho del pantalón el juego de llaves de las estancias principales del hotel, o habían entrado por algún hueco pequeñísimo, como las tuberías del aire acondicionado, el falso techo de escayola o la hendidura existente en la parte baja de la puerta del despacho. Pero Carolina revisó estas últimas posibilidades y no acertó a imaginar cómo iba a existir alguien tan pequeño que cupiese por sitios tan


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estrechos para entrar y salir del despacho. Era imposible que un ser humano se hiciese tan diminuto. Tampoco podíamos revisar el par de zapatos rojos de mujer dejado allí por el ladrón, por si se daba el caso de que mostrasen algún indicio de dónde provenían, ya que la policía se los llevó como prueba del delito. Yo me dediqué mientras tanto a olisquear el suelo y los muebles del despacho. Desde la puerta se observaba el olor especial que yo había notado antes, pero no lo asociaba con el robo. Miramos cada centímetro de suelo y paredes del despacho: nada de nada. Ningún rastro que delatase al ladrón. ¿Podía haber sido algún empleado del hotel? Entraba dentro de lo posible. ¿Algún cliente o agente comercial que se hubiera entrevistado allí con anterioridad con el director? Resultaba muy improbable, aunque no imposible. ¿Un repartidor de los que acuden con frecuencia y recorren esos pasillos hasta el almacén? No era descartable. Pero el hecho de que la cerradura de la puerta estuviera intacta eliminaba la mayoría de las hipótesis que estuviera barajando Carolina en su cabeza. Tenía que haberse metido alguien en la habitación por un lugar que no fuese la puerta. Aunque, la verdad, no se nos ocurría cómo podía haberse introducido un ser humano atravesando la pared. Creer en fantasmas o personas invisibles no era normal. Tenía que existir algún pasadizo secreto, trampilla o agujero oculto que


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permitiese llegar allí en secreto. De otro modo no nos entraba en la cabeza. Salimos del despacho con el director en dirección a la cafetería para tomar algo. De paso, Carolina quería el teléfono de los empleados del turno de noche para hacerles algunas preguntas. No por suponer que de ellos vendría la solución o descubrir al culpable del robo, más bien por si un detalle pequeño que hubiese pasado desapercibido para los investigadores de la policía nos ayudaba a nosotros a desenredar el misterio. Resultó que aquella noche sólo trabajaron tres personas en el hotel. Pietro, como vigilante de seguridad, Melissa, camarera de guardia, por si su intervención fuese necesaria, y Doménicco, en recepción. Carolina consiguió el número de contacto de cada uno de ellos y con las mismas nos marchamos de allí tras despedirnos cariñosamente de D. Leonardo. Con seguridad iniciaríamos al día siguiente los contactos con estas tres personas para ver qué podían ellos aportar como novedad. Pero ahora era momento de volver a casa, comer mi comidita especial para pequeños Yorkshire, dormir un buen rato —cosa que a mí me gusta tanto— y después, ya con otro punto de vista más relajado, empezar a dar vueltas a la cabeza para imaginar algo que diera sentido a un robo tan extraño. ¿Por qué un par de zapatos rojos de tacón alto en cada lugar donde el ladrón ejecutaba su fechoría? Bueno…, no puedo más, tengo que dormir… Um, um…


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Sopa de letras Ayuda a Coco a encontrar los personajes de este libro... ¡que no se te escape ninguno! Coco – Carolina – Catty – Marco – Pietro – Bruno

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La vida es mucho más bonita cuando la llenas de colores, así que no te despistes y déjame bien guapo. Ah! y en mi web www.cocoaventuras.es tienes todos mis dibujos para colorear!


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¡Para resolver los más extraños misterios hace falta un detective con mucho olfato!

En esta primera CocoAventura, Luis Compés y Coco nos llevan de la mano por Roma y Madrid en una hazaña a veces heroica y a veces... ejem... pegajosa, porque Coco acostumbra a meterse donde no le llaman. Será por eso que es tan buen investigador... Humor, aventura y acción para lectores de siete a noventa años, con las ilustraciones de Isidoro Niero.

Y tú, ¿tienes algún misterio que resolver?

Coco y el misterio de los zapatos rojos

Os presentamos a Coco, un yorkie de kilo y medio con más intuición que Sherlock Holmes. Junto a su dueña Carolina correrá mil peripecias y se enfrentará a quinientos peligros, para resolver el enigma que trae de cabeza a todo el mundo: un curioso ladrón que atraviesa puertas cerradas y deja siempre, como firma, un par de zapatos rojos.

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