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OKIKU: LA MUÑECA POSEÍDA

saberse nada sobre ella. Se cree que el alma en pena de la niña puede encontrarse en sótanos, en los lugares oscuros de la habitación como puede ser el armario o entre las sombras de los muebles.

Si uno tiene la mala suerte de verla, dicen que ella saldrá de su escondite y te retará a que será ella quién te encontrará la próxima vez, por lo que el afectado debe ir con cuidado porque al volver a verla, ella te cortará la lengua para que así nadie te encuentre.

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Algunos cuentan que, si decides buscarla y la encuentras, lo único que conseguirás será sufrir una agonía casi tan grande como la que ella sufrió. Se dice que empezarás a aislarte, siempre estarás paranoico, notarás como los aparatos eléctricos no funcionan bien cuando estás cerca, empezarás a no poder comunicarte con los demás… aparte, en las noches podrás ver los ojos de la niña, escuchar susurros y sentir como ella te toca. Cuando ya has acabado de enloquecer, ella se dejará ver. Aunque no se sabe a ciencia cierta qué es lo que sucederá, algunos creen que ella te poseerá y acabará haciendo que te suicides igual que ella, haciéndote un corte en la garganta para así morir desangrado como ella.

En 1932, una muñeca fue poseída por el espíritu de una niña en Japón. En este sitio una niña de apenas tres años llamada Kikuko Suzuki contrajo una enfermedad terminal, que la obligó hacer reposo absoluto durante meses.

Frente a esta triste situación, su hermano mayor, Eikichi Suzuki, de 17 años, viajó a una ciudad cercana para elegir el mejor de los regalos para la pequeña. Entre decenas de juguetes, el joven optó por una preciosa muñeca de porcelana, de unos 40 centímetros de alto. Ésta tenía pelo negro por la altura de los hombros y un tradicional kimono japonés. Sus ojos también llamaban poderosamente la atención.

Parecían perlas negras dentro de una cara blanca de porcelana. Kikuko adoró a su muñeca desde el primer instante que la vio.

La niña no dejaba de abrazarla y la bautizó con el nombre de Okiku. Pasaron cinco meses y la niña falleció dejando sin consuelo a su familia. Como es tradición en japón, la cremaron junto a sus objetos más preciados. Sin embargo, se olvidaron de Okiku y no quisieron quemarla después. Por esa razón, decidieron colocarla junto a las cenizas de la pequeña en el altar familiar que habían armado en su hogar.

En medio de la profunda tristeza, la familia se percató de un hecho aterrador: a la muñeca que habían dejado junto a los restos de su hija, le crecía el cabello negro azabache pasaba la línea de sus hombros y, en pocas semanas, llegó hasta las rodillas.

La familia comenzó a pensar de esta manera que el espíritu de la Kikuko habitaba en la muñeca y desconcertados por lo que les estaba sucediendo, atinaron a cortarle el cabello, pero éste le volvió a crecer una y otra vez.

Durante la Segunda Guerra Mundial, la familia emigró y le pidió a unos monjes del templo Mannenji que estuvieran a cargo de la

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