Elcarabo

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El CĂĄrabo Benigno Lorenzo MĂŠndez

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Índice Prólogo........................... Cap.1 La soledad............ C L Cap.3 El C M C E C M Cap.7Donantes..............

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Prólogo: El cárabo es un ave nocturna, es muy similar al búho y se le podría considerar como tal, su tamaño es más pequeño, esto y la ausencia de plumas en forma de orejas que caracteriza a los búhos, le engloba en el mismo genero que a la lechuza, de ahí su nombre científico strix aluco. Su canto emula el más profundo lamento, talmente el de un alma en pena, lo cual a rodeado a este ave de todo tipo de lúgubres mitos y creencias, algunas tradiciones lo identifican con la muerte. Dícese del cárabo que su canto vaticina una defunción, así pues se le puede identificar a dicho ave como un embajador del más allá.

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Capítulo 1 Soledad En el calor de la plenitud de agosto, el olor de la resina es más intenso que nunca, cientos de pinos se pierden a la vista en un inmenso bosque. Apenas distan tres o cuatro metros unos de otros, cubriendo el suelo por una espesa alfombra de agujas. Aquí y allá crece la retama, siempre verde como los pinos, tan sólo la muerte lo torna todo en el frío pardo oscuro. Por debajo de las crestas la humedad es evidente incluso en verano, los acuíferos dan vida a multitud de follaje. Desde unas de estas grandes fuentes, extraído y gobernado por el hombre, el líquido elemento llega hasta un pequeño asentamiento donde se encuentran tres casas de campo. Dos de los propietarios de dichas casas, apenas aparecen por ellas, yo en cambio vivo en la mía todo el año. Me llamo Lorenzo, traducido del latín es laureado, mi nombre me lo pusieron al nacer el 10 de agosto, día

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en que fue llevado al martirio el santo quemado en una parrilla en el año 258. -Assumest, inqüit, versa et manduca, (Dadme la vuelta, que por este lado ya estoy hecho) esa frase dicen que pronunció en la parrilla. La semana pasada cumplí 67 años, siempre he vivido o mejor dicho me he desvivido por mis allegados, éstos ahora parecen haberme abandonado, sé que tan sólo son aprensiones mías, pero la soledad es una cruenta tortura. Llegada la noche, el firmamento se cubre de estrellas, salgo al balcón para admirar la bóveda celestial, este mes es ideal para mirar el cielo, durante unos minutos distraigo mis pensamientos contando las estrellas como un niño, apenas he contado un par de docenas y exhalo un suspiro. Vuelvo a llenar los pulmones saboreando los aromas del campo, ese extraño olor similar al cereal, proveniente del pasto seco. Entro en la casa y el silencio me envuelve como un manto de plomo que pesa en mí como una tonelada de culpas y remordimientos, pero no existe ni lo uno ni lo otro, tan sólo la soledad que congela mi alma hiriéndola con miles de agujas de escarcha. Una soledad a la cual he llegado, tras una vida luchando contra ella, nada hice para acabar así,

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siempre cuidé de los míos, siempre me desviví por ellos y sin embargo ahora parecen haberme olvidado. Primero se alejaban por el trabajo o el amor y finalmente está la dejadez, la inconstancia. Tantos desvelos, tantas atenciones y ahora estoy sólo. Lucho por no odiar a quienes tanto he amado, no es culpa suya, es la vida, es así y no sirve de nada

Me tiendo en la cama tan sólo cubierto por un finísimo pijama veraniego, sólo me cubro con las sábanas al sentir el zumbido de los mosquitos, aunque estos llegan a picarme incluso a través del fino tejido de algodón. Está avanzada la noche, mas no el sueño, el insomnio se ha hecho un inseparable compañero en mi lecho. Es otra cálida noche de agosto y todas las ventanas están abiertas de par en par tratando de aliviar la tórrida calima estival. El canto de las chicharras rubrica el intenso calor y un agudo zumbido se acopla en mi mente como el murmullo subliminal de un aparato electrónico, este zumbido delimita los umbrales del silencio, lo conozco muy bien pues es parte del legado de la soledad.

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Delegando el canto de las chicharras, un nuevo sonido rompe el nombrado zumbido, es el canto de un ave nocturno. En las ciénagas de mi mente se gesta la incertidumbre y me envuelve el pesar, atormentándome igual que aquel cuervo que retorcía la mente de aquel personaje de E.A.Poe repleto de amargura, su funesto graznido desequilibraba la psiquis del desdichado, empujándole a la locura. No es un cuervo el que canta desde el bosque cercano a mi casa, no es un graznido, en realidad

De inmediato lo identifico como el canto del cárabo y un temblor recorre mi cuerpo congelando hasta el último centímetro de mi piel, dicen que la noche que desgarra el lamento del cárabo, amanece un día abatido por el doblar de las campanas. Hasta tal punto estremece el canto del cárabo que la gente le teme y le considera el heraldo de la Parca. No puedo evitar pensar que quizás mañana doblen por mí las campanas, no me falta salud, pero me sobran los años, aunque presiento que todavía me queda mucho por hacer. Ansío que sea así, sería muy triste que todo acabase así, en este fútil barbecho, busco alguna actividad a la

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que aferrarme, algo que me sujete a mi antigua vida activa. Ese fue el problema, todo lo hacía por ellos, ahora que ya no me tienen en cuenta mi labor no tiene sentido. Puedo rodearme de belleza, pero acabaré envuelto en el olvido, como la estatua del jardín botánico. Nuevamente escucho al cárabo sacándome de mis pensamientos, pero ahora no me estremezco, ahora sumo su lamento al mío.

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Capítulo 2 La primera visita Alguien golpea con la aldaba en la puerta, los golpes resuenan como truenos devorando el silencio de todos y cada uno de los recovecos de la casa, partiendo desde el recibidor asciende por las escaleras hasta el piso superior en el que se encuentra mi habitación, sobresaltándome y arrancándome de mi ligero sueño. Sobre la mesilla de noche mi despertador proyecta la hora en el techo. -La una y veintidós minutos ¡Por Dios! Recobrándome del susto me asaltan una serie de dudas. ¿Quién podrá ser a estas horas? ¿Qué le ha Y C llegado hasta aquí? Yo no lo he oído llegar. A estas horas y en este apartado lugar, mis pensamientos no pueden por menos que alertarme, salto de la cama me calzo las pantuflas e instintivamente me acerco al pequeño armero que se halla en la cómoda junto al armario ropero, en él guardo una automática de 9mm, pero antes de abrirlo me digo a mi mismo. Si tuviese malas

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intenciones no habría llamado a la puerta, bastará con cerciorarme antes de abrir. Me pongo un batín, bajo las escaleras sin encender la luz, conozco la casa como la palma de mi mano, me acerco a la puerta y abro la pequeña mirilla. En el exterior todo es oscuridad, enciendo la luz del porche, con un conmutador que tengo al efecto, al hacerse la luz fuera alcanzo a ver a un sujeto de aproximadamente un metro ochenta centímetros, más o menos mi estatura, viste de negro, elegante, pero sin exceso, lleva puesto un sombrero de amplia ala que sumado a la penumbra de la noche apenas permite adivinar sus facciones. No puedo identificarle y le increpó: -¿Quien es usted? -Usted no me conoce, vengo de parte de su sobrino Basilio. -¡Mi sobrino falleció hace un mes! Aun no he superado mi dolor y noto crecer la ira en mí, ¿Quién demonios es este sujeto? Aprovechándose del buen nombre de mi llorado sobrino. El sujeto parece notar mi inquietud y se apresura a explicarse.

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-Muy lejos estoy de aumentar su pesar, se muy bien que usted lo llevó a la pila bautismal. Esta explicación me deja perplejo ¿cómo puede saber que era mi ahijado? Sólo puede ser alguien cercano o allegado, de modo que procedo a disculparme: -Perdóneme el recelo, pero a estas horas y en este

-No es necesario que se explique, le comprendo perfectamente. Abro la puerta y el sujeto entra en mi casa. De inmediato se descubre en un curioso gesto, despojándose del sombrero. Es un sujeto de poco más de treinta años, la edad de mi difunto sobrino, de cabello negro casi azulado, como yo lo tenía antes de que tornara en plata, su corte de pelo es clásico, corto y peinado hacia atrás, su ojos son grises, muy diferentes a los míos del color del caramelo, su tez es pálida, la mía no es muy morena, pero ni por asomo es tan blanca como la de este sujeto y sus facciones son afiladas, de nariz recta y mandíbula firme, yo por mi parte las tengo suaves aunque mi mandíbula es tan firme como la suya y es por eso que mi rostro impertérrito sumado a mi complexión atlética resulta imponente, al contrario que la de mi visitante el cual aparenta escuálido, su mirada es aguda y llena de misterio.

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Reconozco un ademan en el gesto de la mano con la que sujeta el sombrero, dándome a entender que busca un lugar de mi agrado para depositarlo, yo lo tomo en mis manos para Colgarlo en un perchero de la entrada y el sujeto me saluda muy educadamente: -Buenas noches, ¿Cómo está usted? -B

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-No, la verdad es que no me conoce, pero eso es lo más tarde o más temprano, más bien a disgusto que T unos instantes de reflexivo silencio añadió) si, soy quien ha pensado ahora mismo. Me quedé atónito, no salía del asombro cuando aquel poco deseado visitante prosiguió sus explicaciones: -“ Se produjo otro silencio y ante mi pasmo continuó: -No se alarme, no es así en absoluto, no estoy aquí para arrebatarle a usted, nada más allá de su propia voluntad. -No lo entiendo, ni siquiera sé quien es. -“ -Pero eso es imposible, tan sólo es un mito.

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-Eso es lo que a menudo se cree. Tragué saliva, durante unos instantes en los que docenas de preguntas se amasaban en mi mente, congeladas en mi boca incapaz de articular, hasta que casi en un suspiro logré vocalizar: -Y si no es mi vida, ¿Qué es lo que usted quiere? -No es exactamente arrebatar su vida lo que busco, sino darle otro sentido. -¿Cómo? -Usted durante toda su vida ha velado por los demás, primero de sus hermanos, después de los hijos de estos, de todos y cada uno de sus familiares y amigos, prácticamente de quien menos se ha ocupado es de usted mismo, supongo que para el cometido que preciso, usted es la persona más indicada. -¿De qué está usted hablando? -A nadie le agrada mi conversación, se han escrito muchos mitos acerca de mí, pero lo cierto es que nadie quiere pláticas conmigo. Son demasiados los que a veces parten junto a mí, dejando tanto por hacer, cometidos vitales, que atormentan mi pretendidamente inexistente conciencia.

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Sí, tengo conciencia y ésta se desgarra de impotencia, pues no tengo medio de advertir u orientar a estos sujetos para que concluyan sus quehaceres antes de partir ante mi inminente llamada. -¿Cómo puedo ayudarle yo? -Está muy claro. Será usted quien hable por mí. -¿Cómo? ¿Pretende delegarme su trabajo? -No, en absoluto, yo tengo un trabajo inexcusable, eterno, el cual tengo atribuido y nadie, absolutamente nadie puede hacer por mí. -E

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-Y U en mi lugar, con aquellas que aun les queda algo por hacer, antes de marchar conmigo. -M la gente que va a morir. -H C estos sujetos para que concluyan sus procesos mundanos ante la inminencia de mi llegada. -Ese es un trabajo complicado. -No le he dicho que fuera fácil. ¿Está usted dispuesto?

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-Si he de serle sincero, a mi edad y con todos aquellos a los que tanto he amado como protegido, lejos de mí y la soledad torturándome incesante, creo que será hasta un alivio para mí, un curioso regreso al sentido de mi existir. -Doy por concluida mi visita, satisfecho tras depositar en usted toda mi confianza, tras cerrar la puerta desapareceré, pero en breve tendrá noticias mías, no se alarme, ahora ya sabe para aquello que acudiré a usted. Y así fue, cogió su sombrero, cerro la puerta y aunque yo me apresuré a volver a abrirla para retar sus palabras y saciar mi curiosidad, él había desaparecido, se había esfumado, curiosamente aquella noche dormí a pierna suelta.

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Capítulo 3 El criminal. Tal y como dijo la Parca no tardó en dar noticias, dos días después, mientras disfrutaba del alivio de la ausencia de la indeseable compañía del insomnio. Llevaba apenas una hora dormido cuando en pleno sueño una voz me decía: -Lorenzo, ya sabes quien soy y sabes que no hablo contigo para importunarte, seré siempre muy breve y tan sólo te diré un nombre, los días que le restan, sus cuentas pendientes, una imagen de su aspecto y un lugar donde encontrarle. Se produjo una pausa en el flujo de pensamientos, supuestamente para asimilarlos y a continuación la voz me dijo: -Bernardo, 4 días, un pésimo ejemplo para su hijo, tenerlo próximo será fatal para éste. Vi un rostro, un hombre joven, escasamente tendría treinta años, pelo castaño, ojos verdes, de rasgos duros, la clásica estampa del delincuente habitual y el entorno en el cual se encontraba me era muy familiar, estaba en un club del centro que pertenecía a un sujeto al que conocía desde mi infancia, puesto

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que creció en el mismo barrio que yo, un lugar muy poco recomendable. Al día siguiente me dirigí al club fingiendo una visita E barrio donde se encontraba el local no era mucho mejor que aquel del que procedíamos su dueño y yo. Las prostitutas, se miraban unas a otras retándose desde sus esquinas, los chulos se turnaban a vigilar su G blanco de todas sus miradas, estaba muy acostumbrado a moverme por esos andurriales. Apenas baje del taxi barrí todas y cada una de aquellas miradas, con la más fría de las mías y al instante cada uno estaba a lo suyo, más que en mi mirada, debieron fijarse en el bulto que hacía mi automática de 9mm, en la chaqueta. La peste a orines y alcohol casi se masticaba en el ambiente, frente a mí un letrero de neón gritaba a destellos de lu E L Entré en el tugurio y me dirigí a la barra, tras ella el barman estrujaba una bayeta echa girones, tratando de fingir una pulcritud a todas luces inexistente, las sombras del tugurio no lograban disimular las manchas en la barra y en los vasos, por no hablar de los olores, estos eran ajenos a la oscuridad, yo diría que los acentuaba.

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El barman me miraba con cara de pocos amigos, supongo que esa era su cara habitual, le pedí una copa de brandi, mi organismo ya no asimilaba el alcohol igual que antaño, pero elegir un trago abstemio para beber en aquel lugar, habría levantado algo más que sospechas. En una primera visual, caí en la cuenta de que dicho antro no había cambiado en los últimos veinte años, Ambrosio nunca gastó mucho en iluminación, por otra parte sus parroquianos adoraban las penumbras, a la derecha de la barra había una gramola de discos de vinilo, pasmosamente aun funcionaba y sonaban los grandes éxitos de los años 70. Mientras seguía el compás de las Grecas, golpeteando con mis dedos la barra, apareció el barman con mi copa. Tomé una servilleta de papel y tras humedecerla levemente en el licor, limpié el borde de la copa, ira y desdén, me dio la espalda despechado y yo liberado de su escrutante mirada comencé a engullir la espirituosa bebida. Era extraño volver a sentir el afrutado sabor del licor, lo paladeé quemando mi lengua y paladar, acentuando mi sospecha de que era de garrafón, esto hizo que lo tragase de inmediato, subiéndome un calor interior, que acabó en una inevitable

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pregunta ¿esta porquería me matará? Me respondí de inmediato: -con mi nuevo patrón no hay por qué preocuparse de eso. No pude evitar una sonrisa que mosqueó al barman hasta el punto de preguntarme: -¿Algún problema? -Tranquilo amigo, no hay ningún problema. -Aquí no nos gusta la gente que busca problemas. Pensé para mí que en un sitio como aquel, los sujetos que se paseaban eran potencialmente problemáticos, abandoné mis pensamientos y fui al grano. -En realidad busco a Ambrosio. -¿A quien? ¿Al jefe? -Sí, dígale que soy Lorenzo, de los villares de Rodrigo. El camarero se encogió de hombros tiró la bayeta que no dejaba de sobar, hizo un gesto a otro camarero para que se ocupara de la barra y entró en la oficina. En aquel momento entró un sujeto en el local, lo reconocí de inmediato, era Bernardo, le seguía una mujer que le increpaba sin cesar: -Deja en paz a mi hijo. -También es mi hijo (replicaba él)

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Entonces ella rompió a llorar y se fue. Bernardo se dirigió a la barra, justo al lado opuesto de donde me encontraba yo. Mientras lo observaba apareció Ambrosio y tras darme una palmada en la espalda me dijo: -¿Qué pasa bribón? Veo que aun no has palmado. -No, aun me queda resuello. -¿Qué te trae por mi negocio? -Iré al grano Ambrosio, necesito información de aquel sujeto del otro lado de la barra. -¿Quién? ¿El guaperas de los ojos verdes? -El mismo. -Ese es un cadáver. -Eso ya lo sé, dime algo que no sepa. -¿Cómo qué? -¿De donde es? ¿Por qué va ha morir? -Eso es fácil, si vinieras a visitarme más a menudo lo sabrías. -He estado muy ocupado, conozco a mucha gente y os visito cuando puedo. -E M caído bien, eres autentico, cuidas de los tuyos. Ese tío

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“ contados, no es que me caiga bien, pero es del barrio. -¿De nuestro barrio? “

-“ salvarlo tú?

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-No exactamente, discúlpame, debo hablar con él. -Adelante, todo tuyo, pero ten cuidado, está muerto. Me acerqué hasta él y le saludé directamente: -Hola amigo. -¿Le conozco? -Sí y no. -Explíquese, no me gusta andar con tonterías. -Quizás a mi no me conoce, pero sí el barrio del que provengo. ¿Te suenan los villares de Rodrigo? -P ¿divertido? -Divertido no es la palabra, pero eso no es lo que cuenta, yo siempre he cuidado de los míos, siempre y aunque tú no lo sabes, eres uno de los míos y he venido cuidar de ti y de los tuyos. -¿Qué es usted? ¿Un padrino?

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-Algo así. Tú quieres mucho a tu hijo ¿Verdad? -Eso suena como una amenaza. -No. En absoluto, no es una amenaza, ya te he dicho que vengo a ayudarte. -Explíquese. -E “

á muy cerca de ti.

Noté como se estremecía, estaba claro que sabía que sus días estaban contados, me miró muy fijo, dándome a entender que tenía toda su atención, de modo que proseguí: -Cuando yo era perseguido, mantenía lejos a los míos, los mantenía a salvo, lo último que necesitas es tener a tu hijo a tu lado con ese sabueso encima, ¡no te das cuenta del peligro que corre! -Ya, pero si no lo tengo cerca, su madre lo alejará de mí. -Ya, pero si lo tienes pegado a ti, la Parca se lo llevará, apartándolo para siempre de su madre y de ti. Aquel maleante dirigió la mirada al suelo, apretó los puños, alzó la mirada y dijo: -A mi hijo le quiero más que a mi vida. -Lo sé.

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-¿Quién cuidará de él? -No se preocupe, estará bien. -¿Lo jura? -Sí. Lo juro. Puede estar tranquilo. Me miró fijamente a los ojos, pude ver su desesperación, después bajó de nuevo la mirada, sus hombros estaban igualmente caídos, casi arrastrando los pies se marchó. D “ le lloró, ni siquiera su hijo que se encontraba muy lejos en los brazos de su madre. No podía dejar de sentir un gusto acre a raíz de todos estos acontecimientos, pero sabía que había cumplido bien mi cometido y que dicho gusto jamás me abandonaría.

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Capítulo 4 Mi nueva vida. Disfrutaba de una nueva existencia, mi vida había cobrado un sentido nuevo y aquellos que me ignoraban ya no atraían mi atención, me sentía extrañamente a gusto conmigo mismo, incluso mis achaques parecían haberme dado tregua, Mi casa estaba escasamente a tres kilómetros de un pequeño pueblo, el cual estaba a algo más de una hora de Madrid capital, la situación de mi morada era todo un privilegio, tranquilamente apartado en el campo y con fácil acceso a cualquier lugar. Era grande, espaciosa, de dos plantas, con un enorme jardín, del que cuidaba un jardinero contratado y una piscina que yo nunca había usado, en invierno era un agradable estanque de ranas, estaba hecha de ladrillo, su belleza se basaba en lo rústico, como el resto de la arquitectura de la casa, con fachada de piedra, carpintería exterior de pino bronco, tejado de teja árabe, tosca y cubierta en parte de musgo. Había ordenado limpiar la piscina, como todos los años, a pesar de que ya eran muchos los veranos que nadie la usó, la miraba y aun podía ver a mis sobrinos jugando en ella, tal vez por eso seguía limpiándola. En el jardín tenía varios árboles frutales, un limonero, un naranjo, dos melocotoneros, dos manzanos y una

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enorme higuera, también tenía frondosos sicomoros y laureles ¡ah! Y un tilo. En el hueco del día disfrutaba de la compañía del jardinero que dedicaba no menos de tres horas diarias a mi vergel, cada dos días se pasaba una señora del pueblo que limpiaba la casa y en ocasiones cocinaba. Yo me acercaba dos días en semana al pueblo para hacer compra y pasear entre la gente, algunos días iba dando un paseo y tomaba café en uno de los bares, para jugar la partida de cartas o dominó con los lugareños, si me encontraba cansado a la vuelta, me acercaba algún vecino o en un taxi. El porche tenía una mesa de teca con cuatro sillas a juego, había preparado limonada, la jarra estaba perlada por la condensación, del hielo de su interior con el contraste del calor de la mañana, había puesto un paño para que no se marcara la teca, me serví un vaso y saboreé el refresco, recreándome en el sabor de la menta que le había añadido. Refrescarme y admirar el paisaje era un verdadero lujo, la radio en el salón emitía las noticias locales, a las cuales no prestaba atención en absoluto, tan sólo la había encendido para que me hiciera compañía. Estando en ese estado de relax me sobresaltó el timbre del teléfono, maldije al estridente invento de

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Bell y me planteé una vez más desconectarlo para siempre. No, me gustaría pero no puedo, por desgracia es demasiado necesario, me levanté haciendo un pulso a mi pereza, sin importarme si se agotaban los tonos, tenía contestador, además si era importante volverían a llamar, de cualquier forma el número quedaría registrado y yo podría plantearme su posible urgencia. Como era de esperar, al llegar al aparato los tonos se habían agotado, miré el registro del número, era el de mi médico, decidí llamarle en ese instante. -¿Me ha llamado doctor? -¿Usted es Lorenzo? ¿Verdad? -Si, acaba de llamarme. -Efectivamente, pero no se alarme, está muy lejos de ser por algo malo, necesito repetir su último chequeo, pero le repito, no se alarme. -Su insistencia de no alarmarme me está alarmando realmente. -Oh, cuanto lo siento, muy lejos estoy de pretender eso, se trata de sus análisis, hay que repetirlos. -¿Qué me dice? ¿Y eso por qué?

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-Por el mismo motivo que si los análisis alarman, cuando estos son muy favorables, también se repiten. -Ahh, menos mal, no me asuste hombre. -Ya le he dicho que no pretendía amedrentarle, se trata de asegurarse ¿Cuándo puede usted pasarse? Ya sabe que los resultados tardan unos días. -Me pasaré mañana, por la tarde. -¿A las 18:00 le viene bien? -Perfecto, ahí estaré. El doctor Morán tenía una clínica esplendida en Talavera de la Reina, dicha localidad estaba a media hora en automóvil desde mi casa, al día siguiente acudí puntual a la cita. -Buenos días, el doctor le recibirá en seguida. Estaba sentado en uno de esos sillones tan bajos que siempre hay en las salitas de espera, ojeando las revistas de medicina, puesto que otra cosa jamás tenía el galeno en el dichoso revistero, cuando me hizo pasar la enfermera. -Señor García (ese soy yo), lamento haberlo amedrentado de esa estúpida forma, nos encontramos ante un caso tan esplendido de salud, que no he podido por menos que repetir los análisis,

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puro método y tramite, puesto que la exploración que yo hice no me ofrece la menor duda, está usted hecho un jabato. -La verdad es que últimamente me encuentro muy bien. -Pues ya me dirá usted que hace, porque yo estoy hecho una piltrafilla. -P en el campo. -No, si será verdad la frasecita de marras.Hala, hala, digo de antemano que en vez de cada seis meses, se puede usted hacer el chequeo al año como todo el mundo. Abandoné la consulta con una enorme sonrisa de la que no se extrañó en absoluto el doctor, aunque no paró en ningún momento de expresar su asombro. N quería mantener en buena forma física a su nuevo empleado, el cambio que se había producido en mí, también me hubiese extrañado tanto como a mi médico, de no saber a lo que me dedico ahora. Yo hablo con quien va a morir. Soy algo así como un cárabo.

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Capítulo 5El egoísta. Manuel, 4 días, el mayor egoísta que jamás habrás conocido, tiene una fortuna tan grande como la miseria en la que viven sus hijos con la madre de éstos, vi una cara picada de viruela, redonda, inconfundible, pelirrojo, bastantes más de treinta, casi cuarenta años, después vi las torres KIO, un despacho de abogados, Hernández asociados. Tenía un amigo que llevaba años trabajando en la seguridad de dichas torres, decidí hacerle una visita. Mi amigo ya había dado instrucciones al vigilante de la puerta que me aguardaba al bajar del taxi. -Julio Pérez le está aguardando, ahora mismo le llevo con él. Traspasamos un par de puertas con cerraduras de seguridad, una esclusa según me explicó el vigilante, no se abría la segunda puerta hasta no estar cerrada la primera. Dentro de aquel cuarto había multitud de pantallas y frente a ellas se encontraba otro vigilante que saludó sin quitar la vista de delante, susurrando: -Va a salir el pájaro.

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-¿A que pájaro se refiere? (Pregunté extrañado) -No tiene importancia, Julio le espera. Abrió otra puerta, y allí había un minúsculo despacho, tras una mesa repleta de papeles reposaba en un maltrecho sillón, mi obeso amigo. -Madre mía como te has puesto, casi no cabes en el sillón. -¡Lorenzo! Amigo mío ¡Joder! ¿Cuanto tiempo? -Desde que te fuiste a Etiopia. -Ssssh, de eso no se habla. -Tranquilo, sabes que la indiscreción no es uno de mis defectos. -Lo sé ¿Qué te trae por aquí? -Un despacho de abogados de este edificio. -Aquí hay muchos. -Hernández asociados. -Fiuuuuu, menuda peña. -¿Cuecen habas? -A calderadas. -Me interesa un tal Manuel, un tipo picado de viruela.

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-U vigilantes, pero yo a ese pájaro no le quito el ojo de encima y le voy a pillar. ¡Por mis muertos! Eso si no le pillan antes sus socios calabreses, ese canalla está de mierda hasta el cuello. -Concertaré una cita con él. -Ten cuidado, es un malaje, por si acaso te estaremos cubriendo, aunque las cámaras, sólo cubren pasillos, vestíbulos, los ascensores y poco más. Llamé para pedir cita, usando una identidad que me dio Julio y logré acceder al despacho. Aquel bufete estaba suntuosamente decorado, el sujeto nadaba en la abundancia, al entrar me lo encontré hablando al teléfono con su habitual prepotencia: -¡Señorita! A confirmado mi pasaje, sí, a Neuquén, al sur de Argentina, me ha entendido perfectamente. Colgó tan enérgicamente que pensé que había hecho pedazos el terminal, me dirigió una mirada fría como el hielo, que yo impertérrito le devolví, esto pareció ofenderle y se dirigió a mí bruscamente: -¿Qué quiere usted? -Tiene los días contados Manuel, debe de poner las cosas en orden.

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-¿De que demonios está hablando? ¿Acaso le conozco? -No importa si me conoces o no, tus hijos pasan hambre. -Usted que sabe, y que demonios le importa. -Tienes una fortuna, tus días están contados y dejarás a tus hijos en la miseria. -Váyase al infierno, lárguese de mi despacho. Le di la espalda encaminándome a la puerta, la abrí y al otro lado del pasillo vi a la Parca mirar a Manuel con un odio infinito, él por otra parte tras cerrar la puerta se dijo para si: -Donde yo voy jamás me encontrarán, una ciudad próspera, alejada de todo aquel que me conoce, al diablo mis hijos, al diablo ese tipejo. No se movió mi nuevo patrón de donde se encontraba y al llegar a su altura me dijo: -Supongo que no te extrañas de verme. -Un tanto sí. -Estoy aquí porque estaba casi seguro de que no lo conseguirías. -Gracias por el voto de confianza.

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-No es eso, al contrario, realmente intento alentarte, hacerte ver que a veces son casos perdidos. -¿Por eso le mirabas con tanto odio? -¿Odio? Yo no odio a nadie, no era odio lo que había en mi mirada, era sorpresa, No me explico que hace aquí si pasado mañana le recojo en la Patagonia. Tras unos instantes en los que asimilaba la fatalidad del destino, me asalto una duda: -¿Qué será de sus hijos? Les hemos fallado. -T

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-¿Cual? -Como en los cuentos de Dickens, a final todo se resuelve por si solo y felizmente. -¿Cómo? -Una herencia. -¿No tendrás algo que ver? Eres la muerte y ese es el requisito principal para una herencia. -Sin comentarios.

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Capítulo 6 Maltratada. Marta, 6 días, su pareja la maltrata y la matará sin duda, pero si ella no lo denuncia seguirá matando, puesto que es un asesino en serie. Vi el rostro de una mujer atractiva de entre treinta y cuarenta años, ojos azules, pelo castaño claro, liso y largo, estaba echando de comer a los patos en el retiro, junto al embarcadero. Me dirigí al parque después de comer en un restaurante cercano. Tras los días calurosos de agosto había llovido toda la mañana y pasear por la tarde era muy agradable, pese a que el cielo estaba cubierto de nubes oscuras. Al acercarme a ella, la pude observar con más atención, llevaba una gabardina muy descuidada, cubriendo una blusa y una falda que habían visto muchos días de lluvia. Sus zapatos también eran viejos pero se los veía muy limpios donde el barro del parque no alcanzaba, recordé mis días en el ejercito, cuando nos sometían a extrema presión, solía relajarme cepillando mis botas.

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Al llegar a su altura le dije en tono suave y amistoso: -A menudo. -Es cierto, soy muy torpe, esta vida tiene tantos obstáculos. Dijo la mujer tratándose de cubrir los hematomas de las muñecas, yo por mi parte proseguí en tono tranquilizador: -Sé muy bien de lo que me habla, crecí en un barrio muy difícil, estaba lleno de obstáculos, recuerdo en una ocasión, que las palizas eran tantas y tan a menudo, que no pude por menos que lanzar mi grito y decir basta, eso me costó una puñalada. Observe. Abrí mi chaqueta alcé mi camiseta y le mostré una cicatriz bajo el costillar, en el costado derecho, ella se cubrió la boca para mitigar un gemido, volví a bajar la camiseta y continué: -Pasé casi dos meses hospitalizado, más muerto que vivo, dos meses en los que no me visitó nadie de todos aquellos a los que mi confesión puso a salvo, cuando salí de allí, las miradas eran tan reveladoras, eran tan acusadoras, eran tan amenazantes, que no dudaron en trasladarme de colegio y de barrio, porque después de aquella puñalada estaba claro

Hice una pausa, para reflexionar y proseguí:

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-P N aquellos que tras mi denuncia, dejaron de sufrir malos tratos. Ella me miro con la misma mezcla de dolor y temor que mantenía desde nuestra primera visual, pero ahora se sumaba la vergüenza de no poder superar el miedo que la atenazaba, quise insuflarle algún aliento y esbozando una sonrisa le dije: -Muchas veces me han dicho que no hay mal que cien años dure y personalmente reconozco que es cierto. Una sonrisa asomó en su rostro y más calmada me dijo: -Es cierto, ni siquiera el dolor dura para siempre, Q -Discúlpeme, aun no me había presentado, debo excusarme por lo agradable de su compañía, me hizo olvidar lo más básico de mi educación. Me llamo Lorenzo. Extendió su mano para que se la estrechara a modo de despedida, se la estreché y se presentó. -Me llamo Marta. ¿Volveré a verle? -Es probable, vengo a menudo por aquí. -Entonces seguro que nos veremos.

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-Por supuesto. De pronto ella pareció recordar algo, miró su reloj y dijo: -Ahora debo marchar, se me ha hecho tarde. Se fue precipitadamente, estaba claro de donde provenían todos sus miedos. Ella albergaba sospechas sobre su pareja, aquellas desapariciones que culminaban en terribles palizas que le propinaba ante el más mínimo intento de pedirle explicaciones. Había indagado en la prensa y los únicos acontecimientos conexos, por así decirlo, eran aquellos horribles crímenes. Estaba aterrada, pero tenía que hacer algo, las palabras de aquel hombre del parque, la habían C Lorenzo, eso es. Su apartamento estaba muy cerca del retiro, entró de puntillas, como siempre y tras cerciorarse de que él no se hallaba allí, respiró aliviada y comenzó a moverse con soltura. Todo era un caos en aquella triste morada, pero cómo iba a poner orden o limpieza allí, su única preocupación era sobrevivir a la siguiente paliza.

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Los muebles desvencijados, víctimas también de las iras de aquel monstruo, todo alrededor de ella estaba roto o maltrecho. Abrió un pequeño armario empotrado que tenían en el hall, era pequeño, lo justo para colgar los abrigos y poco más. Fue a colgar la gabardina y de repente una bolsa de mano se calló del altillo, era la primera vez que veía dicha bolsa, de modo que no pudo por menos que abrirla para examinar el contenido. En el interior había unos guantes de látex gruesos, un impermeable de plástico transparente y un bote de gel con alcohol para lavarse en seco, eso observó en una primera inspección, pero tras sacar dichos objetos y aparentar vacío, lo volvió hacía abajo y sobre el suelo de terrazo del recibidor calló con un ruido metálico una delgada navaja. Recogió dicho objeto y lo miró con atención, era un arma delgada pero inusualmente larga, la abrió y notó como se le erizaba el cabello, la hoja medía unos veinte centímetros y estaba muy afilada, su delgadez convertía dicha arma blanca en un temible estilete. Metió todo en la bolsa precipitadamente y puso de nuevo la bolsa en el altillo, con las prisas no se dio cuenta de que uno de los guantes se había caído y fue a parar en el fondo del armario, fuera de su vista.

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Salió corriendo y no paró hasta llegar a la comisaría, donde los agentes no la tomaron muy en serio, por sus ropas y la torpeza que le imponían los calmantes que tomaba para afrontar su existencia. Introdujo la llave lentamente, le excitaba saber el miedo que le producía a ella su llegada, se la imaginaba temblando al oír la cerradura. Entró despacio, con pasos pesados, barriendo despacio con su mirada hasta el último rincón del apartamento, supuso que estaría escondida, aterrada en cualquier recoveco. No la encontró y de repente le asaltó un presentimiento, corrió hacia el hall, abrió el armario, cogió la bolsa y de inmediato echó en falta el guante, casualmente vio asomar uno de los blancos dedos del guante, entre los negros zapatos amontonados en el fondo de aquel cuchitril. A él no se le había caído, estaba seguro, ella lo había estado hurgando, ella lo sabía todo y seguro había ido a denunciarlo. Emprendió la huida, cobarde, como todos aquellos que ejercen el mal en sus semejantes, al verse descubierto, se perló de sudor frío y huyó, huyó como alma perseguida por el diablo. Ella tan sólo consiguió que la acompañaran al apartamento, pero el bolso no estaba allí y ante el

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desorden que reinaba allí, el agente no quiso saber más y le dijo: -Me pregunto que pensaría su casero al ver el apartamento, de gracias que no la empapelo por falsa denuncia. La desdichada no quiso quedarse en el apartamento, allí sólo la aguardaba la muerte, se dirigió al retiro, en busca de su nuevo amigo. El cobarde comenzó a sumar ideas, tenía la bolsa en su poder, no había pruebas, no podían acusarle, problema, sabía donde encontrarla. Uno de los policías que se mostraron tan reticentes con Marta comenzó a analizar los últimos hechos acaecidos: No podía ser una casualidad, ayer había acudido a la comisaría y hoy la hallábamos muerta. Es cierto que el modus operandi no era el del asesino que ella acusó, es cierto que a las víctimas del asesino las cosieron a puñaladas en un atroz frenesí sangriento, a ella tan sólo la habían degollado. Su cadáver apareció en el retiro, en una zona poco

La habíamos identificado por su visita del día anterior, de no ser así hubiese sido otro cuerpo desconocido.

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El hecho de que su marido no denunciara la desaparición, hizo que todas las sospechas recayeran sobre él. Decidí esperar a la puerta del apartamento, el sujeto regresó al mediodía, tranquilo, impertérrito. Realmente me pasma la sangre fría de estos psicópatas. Volvió a salir tras el anochecer, llevaba una bolsa de viaje, supuse que era la bolsa de la que habló aquella desdichada, decidí seguirle de cerca por si trataba de deshacerse de dicha prueba. Pero aquel monstruo ya no tenía miedo, ignoraba que ella había ido a la comisaría, nosotros no le habíamos notificado el hallazgo de su mujer, es más, se lo ocultamos hasta a los medios de comunicación, siempre ansiosos de carne fresca. No pretendía deshacerse del bolso, su intención no era destruir pruebas, era la caza, era buscar una nueva víctima. Tomó el metro en la estación del retiro, yo le seguía de cerca pero el no sospechaba nada, trasbordó en opera de la línea 2 a la línea 5, finalmente se bajó en Carabanchel. Supuse que si iba a la caza, ya había estudiado previamente a su presa y no me equivoqué, cada uno

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de sus pasos parecía estudiado al dedillo, soló había

Se paró en seco y yo para disimular fingí usar una cabina, él entró en una callejuela oscura y tras mirar en todas direcciones para cerciorarse que nadie le veía, se ocultó tras unos contenedores. Tal y como tenía planeado aquella bestia, su víctima apareció minutos después, se abalanzó sobre ella arrastrándola a la oscuridad del fondo del callejón, pero yo estaba muy cerca, a escasos metros. Salté sobre él ignorando de que ya empuñaba el estilete, justo al saltar lo vi brillar a la escasa luz del callejón, como un relámpago desgarro el aire mi camisa y mi brazo izquierdo. Afortunadamente soy diestro, le así con fuerza usando el brazo sano y lo volteé sobre mí haciéndole caer como un fardo. La violencia de la caída le hizo soltar el arma, yo por mi parte no le solté en ningún momento, aun le atenazaba con mi mano derecha cuando puse mi pie izquierdo sobre su pecho haciendo una dolorosa luxación. Ya le tenía, con mi brazo maltrecho alcancé los grilletes, en cuanto le ajusté uno de ellos en la muñeca que le aferraba, tomé dicho grillete con la mano derecha y haciéndolo girar ligeramente le

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transmití una oleada de dolor, que le arrancó un bramido al monstruo. No me costó ningún trabajo cerrarle el otro con un solo brazo. La práctica en el manejo de las esposas obra maravillas. Ella lo denunció y al cumplirse el plazo dado por la Parca el homicida la mató, yo no paraba de preguntarme lo mismo ¿Tenía alguna posibilidad de salvarse? Entonces la Parca me visitó de nuevo y yo le pregunté ansioso: -¿Fue la confesión la causa de su muerte? -Sus días estaban contados, no tenía ni uno más, ni uno menos, hubiese o no denunciado a su asesino, muerta estaría igualmente, queda a gusto tu conciencia, su muerte a salvado muchas vidas.

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Capítulo 7 Donantes. Paseaba por mi jardín a la umbría de los laureles, los cuales por su considerable tamaño, no sólo daban sombra, sino un insólito frescor, tal vez atribuible a su aroma. Oí pasos tras de mí y antes de que me volviera, la parca me saludó: -Buenas y calurosas tardes. -¿No acostumbras a citarme en sueños? -Eso depende del encargo. -¿Tan complejo es este? -Tengo una larguísima lista, con un extenuante trabajo que quisiera ahorrarme, ya me conoces, soy un sentimental, odio que se pierdan vidas de un modo tan banal. -¿De que estamos hablando esta vez? -Estamos hablando de Joaquín y sus diez días de vida que le quedan, jamás quiso referirse ni oír hablar de donaciones de órganos, ni él ni nadie de su entorno, pero es curioso, holocaustos como el suyo podrían salvar varias vidas, hasta cinco en su caso, pero eso no es todo, está su hermano.

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-¿Qué le pasa a su hermano? ¿También donará? -Es p Mi patrón me llevó a un hospital, un lugar que según me confesó lo visitaba demasiado. Los hospitales siempre me han estremecido, supongo que como a todo el mundo, ese olor a antiséptico, esa blancura en la luz, la decoración, hasta en las vestimentas de médicos y enfermeras. Estaba informado de que un sobrino de Joaquín había sido ingresado por urgencia con un corte en una pierna y una pérdida masiva de sangre. La parca lo había planeado todo, yo tenía que donar sangre, eso es algo que por lo general hago de modo voluntario y habitualmente. Como es costumbre me daban un vale para comer un bocadillo en la cafetería, allí estaba yo cuando apareció Joaquín, yo le pedí cambio para la máquina de refresco para iniciar conversación: -Disculpe ¿Me podría cambiar esta moneda de dos euros para un refresco? La máquina no la acepta y el camarero está en la luna. -Perdone. ¿Cómo me ha dicho? -Si podía darme cambio de dos euros, no logro bajar el bocadillo y el camarero esta en la nube.

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-Si hombre, como no. -Es que después de donar sangre este bocado te devuelve literalmente a la vida. -Ah, es usted donante. -Desde la adolescencia, no se imagina la satisfacción de poder donar vida. -N -¿Se encuentra bien? Se ha quedado usted como congelado. -E sobrino habría muerto. - No me diga. -Ha perdido muchísima sangre. -No tiene nada que agradecerme. -Insisto, no sé como podría agradecérselo. -Hay un modo. Done usted. -Sí, eso haré. -¡Estupendo! -Ahora mismo. -No tiene por qué ser ahora mismo.

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-Estoy decidido ¿sería usted tan amable de asesorarme? -No me llame de usted, llámeme Lorenzo. Le extendí la mano y me la estrechó mientras decía: -Me llamo Joaquín. Le acompañé en todo momento y cuando terminó de donar, regresamos a la cafetería y mientras devoraba su bocado con un apetito que confesó abiertamente, oímos llegar precipitadamente una ambulancia, lo veíamos desde la ventana, una marea de técnicos se abalanzó sobre el vehículo y entraron precipitadamente de nuevo con la camilla que acarreaba al herido. Minutos después dos de los técnicos entraron en la cafetería y yo no exento de curiosidad les pregunté: -Perdonen la curiosidad, pero... ¿Qué le ocurrió al desdichado de antes? Uno de los ATS me miro y amablemente me dijo: -Un accidente de tráfico, su cerebro se muere, probablemente ya esté muerto. -Lástima, una vida perdida. -Cierto, afortunadamente donó sus órganos, hoy se salvarán tres vidas.

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-¡No me diga! Exclamó Joaquín. -Sus riñones y su corazón ya tiene confirmado el receptor. -Que maravilla, quiero donar mis órganos. Dijo ilusionado Joaquín. Tres meses después de la muerte de Joaquín su hermano hacía un programa especial de televisión. Eran cinco personas los invitados especiales y cada uno hablaba de su nueva vida, habían vuelto a nacer. El programa fue líder de audiencia, recaudaron fondos para operar a un niño saharaui y los invitados agradecieron la vida que les brindó Joaquín, hermano del presentador de dicho programa. Tras escuchar las declaraciones de aquellos a quienes salvó Joaquín. 30.000 personas donaron sus órganos, una cifra pequeña teniendo en cuenta los 4.000.000 de espectadores que lideraron la audiencia en ese día.

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