Camino de las pedanĂas La senda de los oficios olvidados
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Camino de las pedanías Senda de los oficios olvidados
Nos encontramos en Santa María de la Alameda, situada al Suroeste de la Comunidad de Madrid, entre los límites provinciales de Madrid, Ávila y Segovia, en las estribaciones de la sierra de Guadarrama y en plena sierra de Malagón. En una atalaya singular rodeada el altas cumbres como el Cerro de la Cabeza (1679m), el Cerro Cabezuelo (1484m), San Juan (1734m), el Cerro de San Benito (1628m), los Tientos(1754m) o el Cerro de Navalespino (1469m), que acaban redondeadas en una paramera jalonada de imponentes cortados conformados por sus dos ríos principales: el Cofio y el Aceña. Sus peculiaridades geográficas ofrecen una variación altitudinal que va desde los 987m en las Juntas a los 1679m del Cerro de la Cabeza, provocando que el cortejo geológico y botánico que tapiza estas cumbres sea de lo más variado. Encontramos, desde mármoles o calizas hasta granitos, y diferentes tipos de rocas metamórficas como gneis bandeados, gneis glandulares, esquistos o pizarras que modelan de manera característica el paisaje. En cuanto a su botánica, pasamos de encinares y fresnedas en las partes bajas, hasta pinares de pino salgueño y albar en las cresterías, pasando por zonas de robles melojos, densos pinares de pino resinero o las características parameras de piorno e hiniesta de nuestras cumbres. Lo habita una variada fauna en expansión, tras el abandono de la agricultura, que va desde el jabalí o el corzo, pasando por especies emblemáticas como el lagarto ocelado y el verdinegro, o la afamada trucha común de nuestros ríos. Pero sin duda la riqueza extraordinaria de nuestros cielos es verlos enseñoreados por el vuelo del águila real, el águila imperial ibérica, el buitre leonado, el buitre negro, el milano real, el milano negro, el busardo… o la escasa y rarísima cigüeña negra, lo cual ha llevado al municipio a incluirlo como ZEPA. Este ecosistema accidentado y extremo, ha dado como fruto un pueblo capaz de sobrevivir en un medio que ha sabido domesticar y utilizar en su beneficio. Esta ruta nos adentrará en esa otra senda de los oficios olvidados.
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Toro avileño negro ibérico
Mariposa arlequín (Zerynthia rumina)
Níscalo (Lactarius deliciosus)
Pino negral o resinero (Pinus pinaster)
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Partiremos de la parada del autobus de Santa María de la Alameda y tomaremos la carretera de Navalespino, dejando el parque con la cruz de homenaje a los caídos a la izquierda. Durante el suave ascenso tendremos la oportunidad de esparcir la vista desde los Altos de Malagón y San Juan hasta el Cerro Santa Catalina, pasando por el Cerro San Benito, Cabezuelo o la Almenara. Dejaremos prados de melojos a la izquierda y un pequeño parque donde antaño se levantaron “las escuelas viejas” a la derecha. Iremos acompañados por una fresca chopera hasta Navalespino. Allí tomaremos la calle Serranía que sale ascendente a la derecha. Continuaremos hasta una bifurcación en la que cogeremos la calle de la izquierda, después tomaremos el camino que asciende al cerro por la derecha. Cuando nos encontramos al final de la breve ascensión, junto a un pino resinero, tomaremos el camino que se intuye hacia las antenas de telefonía, que poco a poco se convierte en una pista. Pasadas las antenas, tomamos el camino de la izquierda, por una extensa paramera de piornos e hiniestas. Llegando al altozano, el camino se desdibuja, continuando poco más allá, a la derecha, hasta encontrarse de nuevo con una pista que nos conduce a otro mirador excepcional, Peña el Águila, desde donde podemos contemplar desde Cabeza Lijar, hasta las estribaciones de la sierra de Gredos. Antes de llegar la mirador sale un camino a mano derecha por el que continua la ruta hasta que el camino se interrumpe por una valla a la altura de una caseta, aquí tomaremos el camino de la izquierda que nos hace descender por la ladera, en muy mal estado, en dirección a El Hoyo de la Guija.
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Santa María de la Alameda
Pese a lo incierto de su origen, lo que si podemos asegurar es que aparece por primera vez en los textos de deslindamiento con Ávila, que mantuvieron con la ciudad de Madrid a finales del siglo XII. Su origen viene ligado a las atribuciones de tierra a las milicias y hombres libres de la Comunidad y Tierra de Segovia, que se producen tras la reconquista, siendo pastores los que llevaron acabo la repoblación. No es hasta el sigo XIII cuando aparece relacionada con el poderosísimo Sexmo segoviano de Casarrubios, y bajo la tutela del señorío de Robledo de Chávela. En la descripción de dicho señorío se incluyen: Santa María de la Alameda, La Hoya, Navalespino, La Paradilla, Robledondo, La Cereda, El Alaminejo y las Herrerías de Arriba y de Abajo. Entre 1520 y 1521 su población participó activamente en las sublevaciones del pueblo contra Carlos I y V de Alemania, sufriendo la condena de 61 de sus habitantes, 26 solo en Santa María. En 1769 compra sus privilegios a la Corona pasando a ser independientes sin otro señor que el rey. Otro cambio sucede en 1833, en el cual pasa de la jurisdicción de Segovia a formar parte de la provincia de Madrid.
Hoteles señoriales de Santa María
Casa Consistorial
Calle Regiones
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Navalespino
Responde por su estructura al clásico asentamiento ganadero emplazado para el aprovechamiento de los pastos y bien nutrido de agua. Es quizás una de las pedanías que podamos encontrar, mayor cantidad de muestras de su arquitectura rural, como el corral del Concejo, las eras, los hornos y potros, así como buenos ejemplos de casas y cuadras serranas. Durante el siglo XIV las continuas disputas con el Concejo del Espinar, anexionaron la heredad de “Nava del Espino” de manera temporal. Durante la Guerra Civil, fue prácticamente arrasado, por encontrarse en primera línea del frente. Hoy por sus aledaños encontramos buena muestra de trincheras y fortines. Siempre fue un pueblo próspero y uno de los núcleos poblacionales importantes de la villa, contando ya en 1889 con escuela propia.
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El camino nos llevará a cruzar la carretera y continuar de frente junto a la valla de un chalet para cruzar de nuevo otra carretera y tomar un sendero de frente que discurre por el valle entre fresnos y bardagueras con dirección a Las Herreras. Sortearemos el río por un puentecillo y subiéremos por una corta pero intensa pendiente hasta el pueblo, uno de los últimos pueblos de la comunidad de Madrid en tener agua Corriente. Junto a las antiguas escuelas hoy casa rural, se encuentra un potro de herrar y una fuente donde poder reponer agua. A la salida del pueblo continuamos descendiendo por la carretera, y a la altura de fin de población tomaremos el sendero que asciende ligeramente a la derecha y nos hará el camino más agradable lejos del asfalto, por praderías de cantuesos y tomillos donde hatos de vacas sestean. El camino desemboca de nuevo en la carretera M-956. Pasaremos por las ruinas del Molino de los Méndez o de Saluda y el viejo puente. Tomaremos la carretera de Peguerinos a las Navas, AV-P-308 a la izquierda en dirección Peguerinos. A la altura de punto kilométrico 4 tomaremos un camino amplio que sale a la derecha. Este camino nos llevara paralelos al cauce del río Cofio, a las faldas del cortado de Navalespino, entremezclando prados de siega con fresnos y bosquetes de pino resinero que se harán cada vez más densos a medida que alcanzamos la Urbanización de Molino Nuevo. Tomaremos la tercera calle que desciende a la derecha o calle del Molino Nuevo para cruzar el Cofío por un pequeño puentecillo junto a las
Roble melojo (Quercus pyrenaica)
Encina (Quercus ilex subsp. ballota)
Pino albar (Pinus sylvestris)
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El herrero el escultor del hierro Necesarios para las labores agrícolas o el simple transporte, los animales debían ser herrados de forma continua dependiendo de la intensidad del trabajo para evitar que se desgastasen los cascos. Las caballerías más nobles se herraban atándolas o inmovilizándolas con el acial, para el ganado vacuno era necesario el potro. Este consiste en cuatro pilares de granito dispuestos dos a dos y unidos entre si por unos rollos o postes de madera y un par adelantado que sustentaba el yugo donde se inmovilizaba la cabeza del animal, a continuación se pasaban por el vientre del animal dos cadenas o cinchos de cuero que amarrados a un poste por uno de sus extremos, se enrollaba en el otro con ayuda de unas palancas, haciendo ascender al animal, para evitar que apoyándose en el suelo pudiera disponer de toda su fuerza. Para evitar que la cincha se desenrollará, se trababan las palancas con un segundo poste que cruzaba por la parte superior. A continuación se amarraban las patas del animal a los mojones que se encuentran junto a los pilares. Con ayuda del pujavante, el herrero alisaba el casco del animal y preparaba el asiento, colocaba los callos calientes, para que se acoplaran a la pezuña y afianzaba con clavos que remachaba por fuera. Con ayuda de las tenazas y la escofina, recortaba el sobrante del casco, para que no entorpeciera al animal. De la pericia y buen hacer del herrero, dependía que la operación rutinaria, no se convirtiera en la desgracia o ruina de una familia. El herreno no solo herraba, sino que en su pequeña fragua hacia clavos, rejas para ventanas, lañaba calderos o aguzaba rejas.
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El molinero el maestro del cereal El edificio era simple y para mover esta industria solo era necesario la fuerza del agua. Para ello se sangraba el curso por medio de la cacera, que desviaba el caudal a la regadera que aprovechando el desnivel del terreno, lo llevaba hasta el cubo del molino, a una altura superior a los cuatro metros. Frecuentemente, el agua se represaba en este momento en un ensanchamiento de la regadera. Cuando el molinero abría el saetín, el agua retenida descendía por el cubo del molino y salía precipitada contra las palas de la rueda del molino, haciendo girar el rodezno. El rodezno a su vez hacia girar la piedra volandera o superior, rompiendo el cereal contra la piedra inferior o solera. La harina era evacuada por unas labraduras hechas en la cara interna de las piedras o regatas y era recogida por el guardapolvo. El cereal caía a través del ojo de la piedra volandera desde la tolva. La molienda contenía harina y salvado conjuntamente, que separaban las mujeres en la casa mediante el ceazo. El molinero cuidaba la velocidad de las piedras y la separación entre estas para evitar que la harina se quemara, o mantenía en buen estado la cacera y regadera del molino, así como las regatas o el grosor de las piedras. A cambio el molinero obtenía una cantidad de la molienda o maquila. En el cauce del Cofío a sí como en el Aceña, hubo numerosos, hoy abandonados y probablemente más de uno fuera batán, para tuñir paños que se urdían en las Navas del Marques.
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Narciso de roca (Narcissus triandrus subsp. pallidulus)
Lagarto verdinegro (Lacerta schreiberi )
Enebro de la miera (Juniperus oxycedrus)
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ruinas del molino. Llamado del Tío Madejas o Molino Nuevo. Conserva su fachada, parte de la regadera y el cubo. Tomaremos el camino que desciende suavemente sobre las instalaciones del Canal del Isabel II pasando por las ruinas de varios molinos más. Cruzaremos por debajo del Puente Recondo o de los siete ojos por el que discurre la línea de ferrocarril Madrid-Irún , cuya altura rondalos 50 metros. Continuamos hasta un puentecillo que nos invita a cruzar al otro lado. Tomaremos la Avenida del Pimpollar que asciende con cierta dureza por el lado derecho del Bar El Pino. Esta calle cruza toda la urbanización del Pimpollar hasta la carretera que continua en dirección al Barrio de la Estación. A unos ochocientos metros, encontraremos a la izquierda las ruinas de una antigua calera, pequeña muestra de la explotación que incluía un tejar u horno de ladrillos al otro lado de la vía. Continuaremos hasta llegar a las primeras casas de la Estación y tomaremos el camino que sale a la derecha y que asciende con fuerte pendiente entre unas casitas blancas, calle Vasco de Gama. A la derecha sale la calle Doce de Octubre que nos introduce en la Estación de Santa María. La estación conserva la estructura añeja de los primeros viajes en ferrocarril. Ascenderemos por las escaleras y aquí dispondremos de varios bares y un supermercado. Tomamos la carretera M-538 de nuevo y en la bifurcación tomaremos la calle de la derecha o Calle Buena de Vista y a la altura de la pista polideportiva tomaremos la calle de la derecha o camino de Las Juntas que cruza por el puente sobre la vía.
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Las Herreras
Su origen es incierto y a menudo confuso, pues son numerosas las referencias en que se denomina La Herrería de Arriba y la Herrería de Abajo. Incluso algunos autores localizan la Herrería de Abajo, en la Finca de La Herrería en San Lorenzo del El Escorial. Incluso en un mapa mandado elaborar por Carlos III a Thomas López en 1760 aparece con el nombre de Las Perreras. En 1846 aparece en el censo de Madoz, La Herrería de Abajo como despoblada desde hace doce años. Durante la guerra civil fue parte del frente republicano y sufrió un fuerte desgaste, tal que acabada la contienda tuvo que establecerse en campamento militar para dar cobijo a los moradores. Además de numerosos y bien conservados fortines, podemos encontrar entre su abanico de edificaciones serranas, pilones, un potro de herrar y unas bonitas eras empedradas.
Vista de Las Herreras
Paramera de los altos de Navalespino
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El resinero el jardinero de los pinos Con la apertura de la Fábrica de resinas Angela María entre 1870 y 1875, la actividad de resinación de los pinos autóctonos que cubrían las navas del oeste y comenzaban a extenderse por las faldas de la sierra, comenzó a difundirse. Comenzado el mes de marzo, con una rudimentaria escala de forma piramidal, el resinero realizaba un primer corte longitudinal en la corteza del pino, con ayuda del racle, o especie de azadilla con el filo hacia dentro. Clavaba en la parte inferior del corte una pieza en forma de “V” llamada cambrón que vertía la resina que exudaba, a un pote de barro que para tal efecto se colocaba en la boca de está. Se recogían periódicamente y se resinaba hasta tres veces, prolongando el corte. Hasta cuatro catas se realizaban en capa pino. Tras lo cual, el pino estaba herido de muerte. Como subproducto se apeaban los pinos como madera y se transformaban en astillas paras las residencias veraniegas o las ramas producto del roce. El resinero era conocido pues aunque vistiese de domingo, sus manos presentaban un color oscuro fruto del contacto permanente con la resina. De esta resina se extraen dos componentes la trementina o aguarrás y un residuo solido la colofonía que se emplea en cosmética y perfumería o para afinar las cuerdas de los instrumentos de cuerda.
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El calero el alquimista del la piedra y el fuego La calera se construía en las proximidades de las canteras de caliza. El horno de cal no era más que un pozo hondo que en la parte inferior contaba con una portezuela que servía para encender el combustible. Frecuentemente estaban forrados de mampostería con un resalte a un metro del suelo que serbia para conformar el hogar. Acarreada la piedra hasta el pie del horno, esta se colocaba formando cúpula y acumulándolo hasta llegar a rellenarlo. Después con ayuda de tejas y cascotes se aterraba, dejando un tiro o chimenea en la parte superior. En la parte inferior se rellenaba la cavidad resultante con leña y jaras que se prendía y la combustión se mantenía durante algunos días añadiendo más leña, hasta que el maestro calero, observando el humo, decidía que la deshidratación de la caliza, había tenido lugar. Entonces se apagaba el horno y se dejaba enfriar, tarea que requería de algunos días, antes de sacar las piedras y comercializarlas en sacos que se acarreaban con bueyes o caballerías hasta las construcciones que lo solicitaban. Restos de esta antigua actividad quedan en la carretera del Pimpollar y al otro lado de la Vía, donde además podemos contemplar la antigua cantera de donde se extraía la piedra.
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El Pimpollar
Se establece junto al río Cofio una colonia de veraneantes, influenciados por el afamado destino de Las Navas del Marques entre la burguesía madrileña y favorecida por el ferrocarril. Es tal que en 1927 la población veraneante se censaba en 80 personas de una población 1250, lo que suponía ya el seis por ciento de la población. Es en la Colonia de El pimpollar donde ante el incremento creciente de la colonia se decide a crear el apeadero, para dotar de mayor comodidad a la nueva población residente. La colonia del Pimpollar, como las que vendrán después en Molino Nuevo o la propia Estación, son de clase obrera acomodada pero no ya las grandes fortunas que se asentaron en Ciudad Ducal o en los primeros “Hoteles” de Santa María.
Narciso trompetero( Narcissus pseudonarcissus)
Pino salgueño (Pinus nigra)
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A pocos metros cogeremos la calle Cabeza la Parra que sale a la izquierda. Esta calle poco a poco se convierte en un camino que desciende bruscamente entre jaras hacia el río y se mantiene paralelo a la vía del tren. El camino asciende de nuevo y pasa entre las conducciones de desagüe del túnel de La Paradilla. Aquí ascenderemos por una apenas perceptible senda, dejando a la izquierda las ruinas de las casas de los obreros de la vía que sufrieron aquí, incluso epidemias de paludismo. Saldremos a un camino que tomaremos hacia la derecha y cuando parece que incorporarnos a la carretera, la seguiremos desde el otro lado de la valla, hasta la báscula de pesaje. Cruzaremos extremando la precaución la M505 para llegar a la pedanía de La Paradilla, antiguo descansadero de la vereda de la Cruz Verde. Cruzando de nuevo la carretera, atravesaremos la cancela de la derecha y tomaremos el camino que desciende para luego volver a subir hasta el pueblo de la Hoya, que vemos de frente, extremando la precaución en la bajada, pues tiene tramos de fuerte desnivel. Terminará en una pista más ancha que tomaremos a la derecha en sentido ascendente que nos dejará en La Hoya. Tomaremos la carretera M-954 y la seguiremos hasta alcanzar el despoblado de La Cereda donde solo resisten un par de casas en pie y antaño fue lugar obligado de paso a todos aquellos viajeros que deseaban cruzar la sierra por el puerto de la Cruz Verde, antes de habilitarse el puerto del León. Para continuar tomaremos el camino que asciende a la izquierda de la carretera entre lo
Enebro rastrero (Juniperus communis subsp.nanas)
Zarzamora (Rubus ulmifolius)
Majuelo (Crateaegus monogyna)
Endrino (Prunus spinosa)
Azafrán serrano (Crocus carpetanus)
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El apicultor el encantador de abejas En la sierra tenemos constancia de pequeños núcleos de colmenas en la zona, así como oficios relacionados con el subproducto de la miel, la cera. En el catastro del Marqués de la Ensenada en 1752, ya se pagaba una contribución por 32 colmenas que se asentaban en La Paradilla o en la vecina población de Peguerinos que había un cerero. Las colmenas se colocaban en corchos, troncos ahuecados en los que se cruzaban unos palos para favorecer la implantación de los panales y protegidos con una cobija de piedra y barro de la lluvia. Aquí se establecían los enjambres. Una vez al año, se procedía a la recolección de la miel, con aguda de un poco de humo, procedente de paja mojada. Se adormecía a las abejas y se extraía parte del panal, dejando otra para que la colmena pase el invierno. Se cortaban los opérculos y se dejaba escurrir la miel sobre una estameña que filtraba la miel de las larvas e impurezas. Los panales se lavaban para extraer los residuos de miel y elaborar el aguamiel y la cera se vendían a los cereros. Estos picaban la cera y la blanqueaban al sol antes de fundirla, para realizar los velones y velas con los que alumbrarse o celebrar los oficios religiosos. “Quién quiera miel pa San Miguel, quién quiera cera, pa Nochebuena”
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El carretero el carpintero del movimiento El oficio de carretero siempre fue un oficio de gran estima entre la comunidad, y lo acertado de sus diseños, hacían que vecinos de pueblos limítrofes se acercarán a encargar los suyos. El carretero era un carpintero experto, conocedor de las propiedades de las maderas, álamo negro para la pértiga y los aimones, fresno para los radios, encina para la pina,…Conocedores de la forja, elaboraban y ajustaban los aros de las ruedas o forjaban abrazaderas, argollas u otros remates. Un carro se confeccionaba por partes, la más laboriosa la rueda, que se unian mediante aros las pinas que retenian los radios o reforzaban el cubo. Para ello calentaban los grandes aros enla calle y los colocaban rapidamente sobre el contorno de la rueda, mojandola con agua, para evitar que se incendiase. Además si el cliente lo pedía se confecionaban las soleras y las teleras, las escaleras y el yugo, para completar la dotación del carro. Era un trabajo laborioso que llevaba varias semanas en su consecución. Pese a que el último carretero de la comarca estaba en Peguerinos, sabemos que allá en 18.. También lo habia en La Paradilla.
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que parece una calle entre las ruinas. Bordearemos ascendiendo el cerro Cabezuelo tomando como referencia el vallado, hasta las eras de Robledondo que reconoceremos como una zona de descanso arbolada. Desde aquí tomaremos el camino que sale del área de descanso dirección a la derecha hasta la placita de tientas de Robledondo, donde tomaremos la carretera M-535. Aquí descenderemos hasta la mitad del pueblo y tomaremos la calle Viriato que sale a la izquierda pasado el polideportivo o pista polivalente. La calle desemboca en un camino que transcurre paralelo a la carretera entre naves ganaderas antes de volverse a unir a la M-535. Continuamos hasta las proximidades del Río Aceña, por la M-535. Tomaremos el camino que sale a la izquierda poco antes del punto kilométrico 5 para cruzar el por un pequeño puente tomando el camino a la derecha y girando a pocos metros a la izquierda en continuado ascenso por una calleja flanqueada por prados de siega entre sauces y fresnos. El camino serpenteará y poco después de pasada la estación de bombeo tomaremos la bifurcación a la derecha. El camino nos llevará a cruzarnos de nuevo con la M-535 que haremos por el paso inferior de ganado, tomando un sendero en sentido descendente a la derecha que nos conduce a la calleja de la Alameda, que ascenderemos hasta la altura de la depuradora. Seguiremos el camino que gira a la izquierda para tomar una pequeña calleja que parte a la derecha y transcurre paralela a unos prados de roble melojo. La calleja se interrumpe con la carretera que asciende a nuestra derecha entre una chopera hacia Santa María de la Alameda. En su plaza encontraremos su iglesia del siglo XVI-XVII, su casa consistorial del siglo XIX o las talanqueras de granito con las cuales se cerraba la plaza en los festejos taurinos. Solo nos queda ascender por la calle Regiones para terminar el recorrido. El itinerario circular de la ruta permite comenzar en cualquiera de las pedanías o en la misma estación de tren, así como realizarla en partes de ida y vuelta atendiendo a la disposición física o el tiempo, pero hacer entera o parte de esta ruta, sin duda, nos acercará un poco más a nuestros vecinos y a aquellos oficios, que poco a poco cayeron en el olvido.
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El tejero el arquitecto del barro
Periódicamente y siempre en verano, se encendían los hornos para abastecer de tejas a las antiguas viviendas o a las de nueva construcción. El maestro tejero recogía el barro de los barreros mas adecuados a este fin y a lomos de caballerías o en carros era transportada al tejar. Allí se cribaba y se vertía junto con agua en un pocillo. Con ayuda de los pies o de caballerías, se trabajaba hasta darle la consistencia adecuada para trabajarla a mano. Sobre la mesa del tejero, espolvoreaba un puñado de arcilla seca, colocaba el molde de forma trapezoidal y extendía hasta rellenar una pella de arcilla y retirando el sobrante con ayuda de una tablilla. Con las manos húmedas el tejero alisaba la superficie y deslizaba el molde hasta dejarlo caer sobre el galápago, una pieza de madera en forma de teja con un mango, que curvaba el trozo de arcilla. Sobre el suelo limpio y espolvoreado de arcilla seca se iban depositando las piezas para que secaran al sol. Unos días después se colocaban en vertical apoyándose una pieza en la otra a modo de naipes para que secaran completamente. Una vez secas, se cocían en un horno cuadrangular, donde se colocaban una primera capa de tejas recocidas o rotas en contacto con el fuego y a continuación se llenaba el horno con las piezas nuevas. Se cerraba el horno con ladrillos, tejas o cascotes y barro, dejando una chimenea superior. Se cocían durante dos días y se dejaban enfriar en el horno, antes de abrirlo. Al sacarlas su sonido debía ser el característico. La fragilidad de estos hornos y su carácter estacional, ha dificultado su supervivencia apenas si nos quedan algunos topónimos con el nombre de “tejar” o un arrumbado horno en la calera de El Pimpollar.
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La Estación
Desde antaño se establecieron aquí las mejores zonas de cultivo por lo más templado del clima y en zonas como la Viña se cultivó frutales y viñedos inexistentes en la comarca. El 1 de julio de 1863 se inaugura el tramo de Ávila al El Escorial del proyecto radial que unirá Madrid – Hendaya puesto en Marcha por la Compañía de los Caminos de Hierro del Norte de España. Para ello más de 1400 personas trabajaron en la construcción del puente Recondo, los túneles de La Paradilla o el edificio de la estación y sus dependencias. Los obreros residieron a pie de obra en paupérrimas condiciones, en barracones asolados por una epidemia de paludismo. La llegada del tren hizo que la población pasará de 560 habitantes en 1833 a 859 en 1889, y que una pequeña industria de caleras y tejeras iniciará su actividad. El 15 de marzo de 1968 una locomotora Diesel, choca con el TER a Galicia produciendo 28 muertos y 23 heridos . Un hito tráfico en la historia de La Estación y de la Villa.
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La Paradilla
Pese a que tuvo un origen pastoril en sus comienzos, es con la expansión ganadera de La Mesta y su política de expansión de la red pecuaria y sus dependencias anexas ventas, descansaderos, tenadas, esquiladeros,… cuando tiene su esplendor a la vera del cordel de La Cruz Verde que se une a la Cañada Real Leonesa. Se establece aquí una venta y un descansadero para el uso de pastores y transeúntes. Entre 1520 y 1521 también participó con 23 de sus habitantes en las guerras de los Comuneros de Castilla. Una industria peculiar que se estableció en sus territorios fue la apicultura, muestra de la cual queda el testimonio en 1752 del pago de contribución por 32 colmenas. A las afueras todavía conserva un potro de herrar y guías comerciales de finales del siglo XIX, atestiguan la existencia de un buen carretero que arreglaba y elaboraba carros.
Fortines de la guerra civil
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El carbonero el artesano del calor El duro oficio de carbonero era extremadamente duro. Se desarrollaba a la intemperie durante largas y agotadoras jornadas. El proceso de la obtención del carbón era laborioso. Primero se prepara la leña talando los troncos de rebollo, encina, fresno o brezo al tamaño apropiado y el suelo de la hoya (montículo de leña con un agujero central). Posteriormente se acarreaba la leña y se armaba la hoya. Está se tapaba con helechos, césped o musgo…La hoya se encendía introduciendo brasas por el agujero de la parte superior. Luego seguían las largas jornadas de vigilancia controlando que la hoya no se apagase, que la carbonización fuese homogénea y gradual y compactando el carbón que se iba formando. El calentamiento a altas temperaturas de la madera en ausencia de aire provoca la carbonización. El resultado era el carbón, que tenía un poder calorífico muy superior a la leña y además pesaba menos, haciendo más fácil su acarreo. Hoy podemos seguir sus pasos en antiguos topónimos, como calle carboneras en La Estación o el mismo nombre de La Hoya, o en las fraguas y potros que cubren nuestra comarca.
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ElElcantero canteroelelmodelador modeladordedelalapiedra piedra En un medio tan agreste la piedra ha sido fundamental para la construcción, tanto de edificios o para aterrazar terrenos de cultivo. La piedra se cortaba mediante cuñas y mazos hasta desprenderla de la roca madre, tallando toscamente las aristas con martillos y cinceles. La construcción del Monasterios del El Escorial, introdujo nuevas formas de cantería más especializada. La extracción de mármol, y la utilización de canteros profesionales revoluciono el sector. Con ayuda de cinceles, barrenas y cuñas fragmentaban el bloque de piedra. Horadando la roca introducían cuñas de madera y vertían sobre ellas agua, para que al hincharse obligaran a la piedra a partir. En la misma cantera se devastaban las piedras siguiendo los patrones del maestro albañil. Para ello se usaban mazas de distinto grano que pulían los cantos y aristas marcados a cincel. Los últimos retoques de la pieza y el afinamiento se daban en la propia obra. La eliminación del peso superfluo para el transporte era fundamental, para reducir costes y desplazamientos. Posteriormente se construyo la fabriquilla de mármol, un antiguo molino que contaba con una sierra de agua para cortar el mármol. Esta fabrica, así como la cantera hace ya mucho tiempo que cerro, pero se mantienen en las cercanías del Charco de la Lana y el puente de La Aceña.
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La Hoya
De La Hoya, apenas tenemos más referencias que las que la citan como parte de las propiedades de Robledo de Chávela. Su carácter ganadero es palpable y quizás sea también un buen ejemplo de pueblo serrano y su arquitectura más típica. Su topónimo hace referencia a un accidente topográfico como una extensa llanura rodeada de montañas o quizás a las hoyas donde se cocía el carbón o carboneras, causantes del paisaje actual que vemos.
Cubo del Molino de los Méndez o de Saluda
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Potro de Herrar, La Paradilla
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La Cereda
Al igual que el resto tuvo un origen ganadero que decayó a favor de la presencia de viajeros a la verá del Camino Real que unía Ávila con El Escorial y aparece desde temprano en los itinerarios como una afamada venta. Las fuertes nevadas cortaban el puerto y lo hacían casi intransitables desde Noviembre hasta Abril, por lo que poco a poco fue perdiendo presencia a favor el Puerto de Tablada, cercano al hoy Puerto del León. En las crónicas de 1889, contaba incluso con escuela propia.
Peonía
Chorrera del Hornillo
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Robledondo
Aparece citado ya desde el siglo XIII como parte de los bienes del Señorío de Robledo de Chávela, y la influencia de la construcción del monasterio en el siglo XVI tuvo gran transcendencia en su población. La construcción de la Presa del Tovar, así como las canalizaciones para suministrar agua a las obras monásticas, la actividad en la cantera de mármol de La Aceña o la Extracción de maderas de La Cepeda, repercutió de manera especial en los habitantes de Robledondo. Su liberalización hizo que entre 1520 y 1521 parte de sus vecinos se unieran a los Comuneros de Castillas y participaran activamente en las sublevaciones contra el nuevo rey, Carlos I y V de Alemania, siendo condenados 12 de sus habitantes. En la actualidad además de una iglesia restaurada en honor a San Ramón Nonato, podemos encontrar numerosos vestigios de arquitectura tradicional como hornos, potros de herrar, tenadas o casas serranas, así como la pervivencia en su población de ciertas tradiciones casi olvidadas como el Carnaval o la matanza.
Potro de herrar
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Arquitectura típica serrana
Camino de las pedanías Senda de los oficios olvidados
Los despoblados
Aparecen desde la descripción de las propiedades del Señorío de Robledo de Chávela en 1276 hasta que en el censo de Madoz de 1846 se menciona que llevan despoblados desde doce años atrás. El Alaminejo situado junto a las proximidades de una fuente a las afueras de La Estación, en el encuentro de la carretera a Santa María con el canal de Isabel II, tuvo su oportunidad cuando acabada la Guerra Civil se propuso reorganizar el municipio en un solo territorio en este emplazamiento. Fueron muchas las voces discordantes y se deshecho el proyecto. También hay referencias a tres ermitas en honor a San Juan Bautista, San Sebastián y San Benito que se levantaron en época de Felipe II y que se dan por desaparecidas en el censo de 1921. La Lastra, situada a caballo de los términos de Peguerinos y Santa María, también aparece desde temprano en las descripciones del Señorío de Robledo en el que se cita La Mitad de La Lastra y que quedo finalmente despoblada al término de la Guerra del 36. Hoy recaba numerosa atención en fábulas y leyendas y curiosos de lo paranormal. Algunos escritores, sitúan aquí cacerías de brujas, llevada acabo por vecinos y eclesiásticos de Robledo fruto de la tradición oral. Pese a que el Cofio o también conocido antaño Río de los Molinos, cuenta con más de ocho edificaciones en e un censo de 1921 se habla de otro más en el río de Las Herreras al oeste cercano al puente y dos molinos en el Río Aceña, uno al norte en el lado este y otro al sur en la orilla contraria.
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El neveroel hombre de las nieves Situados en las cumbres, cerca de los neveros perpetuos se establecían los pozos de nieve. Durante la temporada invernal, se recogía la nieve con capachos de esparto y se vertía en un profundo pozo que contaba con un desagüe en su parte inferior. Cuando el tiempo no era del todo frío, se realizaban grandes bolas de nieve que se pinchaban sobre un palo y se exponían a los gélidos vientos de la noche, a fin de gelificar la superficie. Se introducían en el pozo, previamente forrado de paja de centeno, a modo de aislante y se apisonaban con ayuda de un pisón la nieve para compactarla. Cada cierto espacio, se esparcía una nueva cama de paja, formando una especie de grandes tortas, para facilitar su posterior despiece. Durante el estío, los neveros sacaban la nieve y a lomos de caballerías o carros convenientemente arropados con pieles y aprovechando la fresca nocturna los llevaban hasta la capital o a El Escorial donde era vendida. En las faldas del monte Abantos se encuentran algunos de ellos, el perteneciente al municipio es el casillo arrumbado que se encuentra en el Puerto de Malagón, a las puertas de la Renta de Navalespino. “La nieve se depositaba en unas construcciones realizadas en sillarejo con forma troncocónica, que se revestían con retorcidos de paja de centeno, sobre los que se ponía un cestón, que no debía tocar la tierra. La cubierta del pozo ha de ser a manera de cabaña de maderos, altos y empinados, y cubierto de teja para que no entre el agua, ni aire. Este sencillo edificio debía de tener una única puerta de accedo orientada al norte. “ De este modo se explica como debía de construirse un pozo de nieve según documentos recogido por Bouza en el Instituto de Valencia Don Juan.
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