Memorias de la Villa Pablo Neruda

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Memorias de la Villa Pablo Neruda

Este libro es el resultado de un proceso de reconstrucción participativa de las experiencias y vivencias de sus habitantes desde su origen y hasta el presente. El trabajo, desarrollado durante el año 2018, se enmarca en el Programa de Recuperación de Barrios “Quiero Mi Barrio”, que se viene implementando en la Villa Pablo Neruda desde 2014; gracias a la alianza estratégica entre la Municipalidad de Talagante, el Ministerio de Vivienda y Urbanismo y los vecinos y vecinas de la villa.

Tal como su título lo indica, estas páginas no pretenden narrar la historia oficial de la Pablo Neruda, sino que intentan plasmar la llamada memoria social del lugar.

Memorias

Memorias de la Villa Pablo Neruda

Pablo
de la Villa
Neruda

Memorias de la Villa Pablo Neruda

Reconocer la identidad de su barrio y sentirse parte de él, reconstruir su historia y honrar a los pioneros de la comunidad, es un ejercicio fundamental para mejorar el vecindario. De eso se trata este libro de Historia de Barrio: de hacer patente esa identidad y ese pasado para poder continuar con más fuerzas hacia el futuro.

En el caso de Pablo Neruda, en cada uno de sus rincones se plasma el esfuerzo de las primeras familias de los comités de allegados, la construcción progresiva de sus viviendas, el haber cumplido juntos el sueño de la casa propia y comenzar a darle forma a un barrio que hoy, casi un cuarto de siglo después, continúa unido para mejorar su calidad de vida y la de los que vendrán, trabajando junto al municipio y a la Seremi de Vivienda y Urbanismo en el Programa Quiero mi Barrio. Este trabajo en conjunto constituye hoy una Política de Estado, un compromiso que asume Chile más allá de quién gobierne, y así lo ha ordenado el Presidente Sebastián Piñera, el construir barrios con identidad, integrados y que funden una ciudad

a escala humana. Y de esta manera construir el futuro, nuevos capítulos de la Historia de Barrio que plasma este libro, el que recoge la memoria colectiva de los fundadores de Pablo Neruda.

Los invito a mantener viva la historia de su barrio y dejarla como un legado para los que vendrán.

Saluda atentamente,

Boris Golppi Rojas

Secretario Ministerial Metropolitano de Vivienda y Urbanismo

La historia de la Villa Pablo Neruda ha estado marcada por el esfuerzo, cariño y empuje que han puesto sus vecinos para poder, día a día, mejorar su calidad de vida. Cuando la ex presidenta Michelle Bachelet impulsó el trabajo con las comunidades para, desde sus propias necesidades implementar proyectos de mejora e integración a través del Programa Quiero Mi Barrio, como municipio nos sumamos para ofrecer, a nuestros vecinos, la posibilidad real de recuperar su entorno y ofrecer una mejor calidad de vida.

Hoy, gracias a la intervención del Programa Quiero mi Barrio que impulsamos cuando el hoy diputado Raúl Leiva era alcalde, este sector pudo vivir un interesante proceso de participación en el que la misma comunidad organizada pudo conseguir materializar diversos proyectos que priorizaron en un trabajo comunitario La recuperación del espacio público como la Plaza del Agua, el mejoramiento de las multicanchas o la renovada sede social, fueron considerados como puntos de encuentro ciudadano que, para los

mismos vecinos, permite mejorar en las relaciones sociales, participación y compromiso con la mejora de su barrio.

Políticas públicas como el Quiero Mi Barrio son señales potentes de que los gobiernos se preocupan y ocupan de las necesidades reales de los vecinos, en terreno, con ellos, acompañándolos y apoyándolos.

En este libro hemos querido plasmar la historia del barrio a través del rescate de historias y experiencias narradas por los mismos vecinos. En un relato que permite tanto recordar lo vivido como proyectar el desarrollo que se vive en el sector y donde las personas son las protagonistas del cómo, en conjunto, se puede construir un mejor lugar donde vivir.

Afectuosamente,

Carlos Álvarez Esteban Alcalde de Talagante

“De la vida no quiero mucho, quiero apenas saber que intenté todo lo que quise, tuve todo lo que pude, amé todo lo que valía la pena y perdí apenas lo que nunca fue mío”

Pablo Neruda

Introducción

Memorias de la Villa Pablo Neruda es resultado de un proceso de reconstrucción participativa de las experiencias y vivencias de sus habitantes desde su origen y hasta el presente. Este trabajo, desarrollado durante el año 2018, se enmarca en el Programa de Recuperación de Barrios “Quiero Mi Barrio”, que se viene implementando en la Villa Pablo Neruda desde 2014; gracias a la alianza estratégica entre la Municipalidad de Talagante, el Ministerio de Vivienda y Urbanismo y los vecinos y vecinas de la Villa Pablo Neruda.

Para ello, impulsamos la realización de una serie de talleres participativos, en donde las y los asistentes pudieron compartir recuerdos, escarbar en sus memorias y confrontar versiones sobre aquellas situaciones que marcaron su biografía. Estos encuentros permitieron identificar y contactar a personas clave del barrio, encarar entrevistas en profundidad y propiciar

recorridos por las calles, pasajes y áreas comunes con diferentes pobladores. A su vez, realizamos un registro fotográfico del barrio y generamos una campaña para recolectar fotos y documentos; a partir de lo cual seleccionamos el material visual que aparece en este libro.

Tal como su título lo indica, esta publicación no pretende ser la historia oficial de la Villa Pablo Neruda, sino que intenta plasmar la llamada memoria social del lugar. Para estos efectos hemos organizado los recuerdos recopilados en catorce ‘momentos’, que se suceden de manera cronológica.

Cada parte fue construida a partir de los relatos de sus protagonistas: las expresiones dichas por quienes participaron en el proceso aparecen entre comillas (“ ”), seguidas de su identificación; mientras que el resto del texto resume las conversaciones sostenidas durante los talleres,

entrevistas y recorridos, y los datos obtenidos de la documentación aportada por las y los vecinos. En algunas ocasiones podrán ver […], que marcan el lugar en el que hemos cortado una cita para facilitar la lectura, así como cuando se ha insertado una o más palabras para facilitar la ilación del relato. En algunas ocasiones, complementamos la información obtenida con otras fuentes (como libros, diarios y documentos de entidades públicas), datos proporcionados en notas al pie.

Así, las siguientes páginas articulan las piezas de este rompecabezas, armado junto a quienes hoy habitan este territorio. Esperamos que este libro los conecte con su pasado y los motive a seguir profundizando en aquellos elementos que conforman su identidad y memoria colectiva. equipo historia de barrio

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Antes de la Pablo Neruda

La Villa Santa María de Talagante se fundó en 1837, configurándose como un pequeño pueblo que, estructurado en forma de cruz, se aferró a la orilla sur del río Mapocho. Por aquí pasaron los bueyes que, perdiendo el aliento por el camino de las carretas, venían apurando el tranco para acortar la distancia que separaba Santiago de Valparaíso. Con el paso del tiempo sus habitantes, debatiéndose con la fuerza que ejercía la capital sobre ellos, construyeron las particulares historias de esta localidad.

Las mismas tierras que antaño habían estado bajo el dominio de los descendientes del curaca Tala-Kanta,1 se fueron dividiendo en importantes fundos, administrados por familias que sembraron el fruto de su éxito, de la mano de obra campesina.2

Poco a poco, hacia el poniente de Talagante se configuró un territorio en el que

cohabitaban asentamientos de casitas antiguas con grandes extensiones de campo. El complejo proceso de la reforma agraria permitió que los históricos fundos Tegualda y Trebulco quedaran en manos de sus trabajadores. Fue así como este último pasó a ser de propiedad de la Cooperativa Agraria Tegualda para luego sufrir un proceso de parcelación. El campo venía sufriendo grandes transformaciones desde hacía décadas y al igual que en la ciudad, “era mucha la necesidad de tener una casa. Era mucha, era demasiada” (Enrique Aránguiz). Los habitantes de Talagante se iban apretando, haciendo espacio donde fuera para que cupieran los allegados. En un mismo sitio se juntaban hermanas, cuñadas, suegros y abuelas, de modo que en los patios de tierra podían llegar a jugar hasta catorce niños. Así iba la vida, hasta el punto en que las casuchas de madera o las paciencias reventaban para conformar otros asentamientos. De esta

1 Curaca que gobernaba el Ayllu correspondiente al sector de Talagante a la llegada de los españoles.

2 Ver Bustos Valdivia, H. (2008) y Contreras Cruces, H. (1998).

manera, a los sectores más céntricos se fueron sumando nuevas poblaciones, entre las que se nombran Los Lagos, Las Palmeras, Esmeralda y Villa Las Hortensias. Esta última había nacido, como resultado de “una toma de terreno en 1969. La mayoría [de las viviendas] eran mediaguas. Mediaguas que se conseguían mediante el sistema del Hogar de Cristo […], esas casitas forradas en puro cartón y fonola, porque en ese tiempo existía la fonola” (Eduardo Cañas). Más al poniente, aún resistían las extensiones de tierra, interrumpidas por alamedas y bosques de eucaliptos que daban sombra sobre los caminos que llevaban a los parrones de los Ochagavía. Monseñor Larraín se confirmó como una frontera, detrás de la cual vivían los que tenían la suerte de tener un poco de terreno, dentro de los que se encontraban los Curiante, los Pichilef, los Carreño, los Calderón y los Vergara. Ahí cohabitaban, con las grandes extensiones de parrones, hombres como el

dirigente Osvaldo Gálvez que, habiendo trabajado en el fundo, había recibido un terreno. “[Mi abuelo] tenía una casa bien grande y vivía en realidad como con todas mis tías y mis primas chicas, vivíamos todas juntas” (Marjorie Gálvez). Cerca del Camino a Melipilla, donde hoy está el Parque Octavio Leiva, había una mina de áridos que después fue conocida como “el hoyo”; excavación que dejó la tierra tan endeble que no se pudo pensar en construir sobre él. Del lado del río, existía desde tiempos inmemorables una lechería que, al ser abandonada, la municipalidad la usó por un tiempo como bodega y, más tarde, como balneario.

Hacia los años ochenta, la falta de viviendas hacía que algunas de las familias que hoy viven en la Pablo Neruda anduvieran “como gitanos”; saltando de casa familiar en casa familiar, de arriendo en arriendo. Los vientos llevaron los jóvenes hogares a instalarse por un tiempo al sector de La Islita, Gacitúa o Isla de Maipo.

Otros habitaban las poblaciones del sector, familias de seis integrantes debían amontonarse en mediaguas indignas, pero siempre podía ser peor; “Había un matrimonio que tenía seis hijos y, más ellos dos, eran ocho y vivían en una pieza de tres por tres. Y todo el entorno era eso: eso era lo que había de vivienda” (Patricio Díaz).

Los comités de vivienda

La dictadura militar estaba bien instalada cuando, en diferentes lugares de Talagante empezó a correrse la voz de que había quienes entre los pobladores buscaban resolver el tema de la vivienda. Así fue como a principios de los ochenta se creó un comité en la Villa Las Hortensias y, luego, fueron surgiendo otros en la Población Las Palmeras, la Población Nueva Imperial, Villa San Luis, Villa España, Villa O’Higgins, y en los sectores de Loreto, Libertad,

3 Ver MINVU (2004, 184-193) y Reyes Soriano, J. (2014, 183-201).

Tegualda y Matadero. En estos grupos destacaron personas como Soledad Martínez, Enrique Aránguiz, Jacqueline Pizarro, Patricio Díaz, Soledad Núñez, Reinaldo Maureira, Gema Chamorro, Felicinda Carrasco, Elisa Quinteros, María Inés Acuña, Silvia Núñez, y tantos otros que sumaron al esfuerzo de su familia la responsabilidad de ser dirigente en su comité. En aquellos años, la política habitacional de la dictadura militar era clara: se otorgarían subsidios solo a las familias más necesitadas, se permitiría el cambio de uso de suelo para la construcción de viviendas por parte de empresas privadas, se mejorarían las condiciones sanitarias, se completaría la pavimentación y electrificación de los antiguos barrios; mientras que las “poblaciones callampas” serían erradicadas y cualquier intento de toma, reprimido3. A pesar de esto y del toque de queda, la gente participaba en reuniones clandestinas: “Andábamos en casas de seguridad haciendo reuniones con el [propósito] de

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conseguir algo” (Enrique A.). Era la única manera de juntarse dado que la autoridad había prohibido todo tipo de reunión. “Si llegaba alguien, [debíamos decir que] era una reunión de amigos o familiar” (Eduardo C.). Hasta que “una vez llegaron carabineros a fiscalizar, [y nos dijeron] que fuéramos a hablar con el gobernador de la zona […] [Le hicimos caso] y por ahí se consiguieron unos permisos, para que no estuviéramos clandestinos” (Eduardo C.). Para constituirse legalmente, se les exigió a los comités tener una cierta cantidad de socios y presentar una declaración jurada ante notario.

Los comités cobraban una cuota mensual moderada para financiar diversos trámites o bien se cubría esto con otras actividades colectivas destinadas a recaudar fondos. En paralelo los socios debían juntar el dinero necesario para el subsidio, lo que no resultaba del todo fácil. De esta manera, algunos de los comités optaron por juntar recursos para “ayudar a las personas que no podían tener la plata en la

libreta. Algo de veintitantos mil pesos de ese tiempo, [que] para nosotros era mucha plata” (Jacqueline Pizarro). Así, se organizaron peñas folclóricas, partidos de fútbol, bingos, y un sinfín de actividades más. “¿Qué es lo que tenían que hacer los socios que no tenían como para tener su platita?: cooperar, por ejemplo, a hacer las cosas, a vender completos y a freír sopaipillas. Todo se hacía mediante la cooperación de nosotros mismos, se iba logrando y —gracias a Dios— mucha gente logró con eso juntar su platita para obtener [su casa]” (Eduardo C.). Todo este esfuerzo fue fundamental para que se construyeran la Pablo Neruda y la Rolando Alarcón. Lamentablemente no todos estos comités llegaron a buen puerto, ya que algunas personas inescrupulosas se quedaron con el dinero recolectado.

Con el tiempo se reunieron las condiciones necesarias para formar una Unión Comunal, “nos juntamos todos […] y de ahí empezamos a ayudar a todos nuestros

4 Actual Gimnasio Municipal Roberto Torres Miranda, ubicado en Esmeralda 1090, Talagante.

comités” (Jacqueline P.), para lo cual las y los dirigentes se reunían quincenalmente. A nombre de esta organización “se hizo un festival con los comités de allegados, aquí en Talagante, para juntar fondos para la gente que les faltaba” (Patricio D.), ocasión para la cual se consiguieron el Consejo Local de Deporte4 y trajeron agrupaciones folclóricas de Santiago. El resto de los participantes “era gente de acá, gente de los mismos comités; cada uno ponía un representante y salía así” (Patricio D.). Según cuenta Jacqueline Pizarro, la ganadora del festival fue Corina Poblete, una pobladora de la Nueva Imperial. Hacia mediados de los ochenta habían proliferado este tipo de organizaciones. También en otros puntos de la Región Metropolitana se organizaron comités, tomas de terreno, ollas comunes, y múltiples acciones que buscaban enfrentar colectivamente las necesidades y recuperar la democracia. Los dirigentes de Talagante viajaban semanalmente a Santiago para

asistir a reuniones de la Coordinadora Metropolitana de Pobladores, en Serrano

444.5 Fue la presidenta de esta organización, Claudina Núñez,6 quien contactó a exiliados chilenos en Suiza y Canadá para conseguir recursos para los allegados. “Nosotros con la plata que teníamos no éramos capaces de comprar […] Ella vino al festival [que organizamos] y buscó una ONG de afuera, que donó los dineros que faltaban para la población” (Enrique A.). Sin embargo, esos recursos, que llegaron a la Municipalidad de Talagante, quedaron retenidos. “El alcalde, don Ernesto Miller, no daba opción de diálogo. Entonces, le mandamos una carta a Juan Antonio Coloma, [pero] no recibimos respuesta. Y se le mandó una carta a don Vicente Sota.7 Tampoco hubo respuesta, pero él vino personalmente. Y nosotros fuimos con él a la

municipalidad y don Ernesto nos tuvo que abrir las puertas del municipio” (Silvia Núñez). Así, gracias al resultado de estas gestiones, los comités consiguieron que en 1990 el municipio usara los dineros que habían llegado para comprar una propiedad a don Daniel Osorio Bascur. Aquella adquisición —en conjunto con la modificación del plano regulador—, permitió que se ampliara el límite urbano de la ciudad hasta donde estaría ubicado un proyecto de parcelación en la ex cooperativa Tegualda. Al poco tiempo, comenzó a trazarse el diseño del nuevo barrio y, naturalmente, hubo que buscarle un nombre a la población. Algunos comentan que lo habrían decidido los dirigentes y dirigentas de los comités en una de sus reuniones, instancia en la que habrían barajado nombres como Víctor Jara, Salvador Allende y Pablo

Neruda. Sin embargo, como la mayoría de las y los vecinos no fueron parte de este espacio, otros creen que esta decisión la habría tomado el municipio, como sucedió con los pasajes. Lo que sí está claro, es que desde ese momento Pablo Neruda apareció en su historia.

La construcción del barrio

Quienes participaban en los diferentes comités de vivienda soñaban con un terreno, por lo que —a pesar de las tentadoras ofertas— no lograban imaginarse viviendo en esos edificios que iban creciendo regados por la joven democracia. Aferrados a la idea de no despegarse del suelo, vieron como desde la capital empezaron a llegar

5 Sede del Sindicato de Trabajadores de la Construcción, Excavadores y Alcantarilleros, que fue emblemático en la lucha de la Confederación Nacional de Trabajadores de la Construcción (CNTC) y otras organizaciones durante la dictadura. Este inmueble fue declarado Monumento Histórico en 2016. Ver bCn (2016).

6 Esta dirigenta de la Población La Victoria fue más tarde alcaldesa de la comuna Pedro Aguirre Cerda, entre 2008 y 2016.

7 Tras las elecciones parlamentarias de 1989, Vicente Sota y Juan Antonio Coloma asumieron como diputados por el Distrito 31; el cual comprende las comunas de Alhué, Curacaví, El Monte, Isla de Maipo, María Pinto, Melipilla, Peñaflor, San Pedro y Talagante.

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En 1992, Eduardo Cañas registra la construcción de las casetas sanitarias del barrio. Durante la construcción de las viviendas, la familia de Olga Vergara visita su futura casa.

familias dispuestas a ocupar las nuevas edificaciones. Así fue como, un poco antes de que la municipalidad confirmara el proyecto de la Villa Pablo Neruda, apareció la hilera de bloques de Tegualda con Circunvalación y la Clara Solovera. “Lo primero para nosotros era tener un terreno, un terreno que nosotros íbamos a construir a la medida y al esfuerzo de cada uno” (Eduardo C.). Así que cuando por fin salió el sitio con caseta “fue la alegría más grande […] Era como tener un palacio porque todas pensábamos: ‘Hacemos una pieza de madera y nos venimos’” (María Isabel Tortela). Aquella construcción constaba de baño y cocina, pero era tan exiguo que “uno se sentaba en el baño y choco en la muralla la rodilla” (Miguel Retamales). El entusiasmo inicial no tardó en apagarse y rápidamente los comités se convencieron “de que era muy indigno vivir de esa forma, porque no se iba a formar una población, se iba a formar un campamento de allegados” (Enrique A.). Entonces, optaron por no venirse altiro “y con las luchas de los comités, logramos que nos construyeran 25 metros cuadrados más de vivienda” (Enrique A.).

Aun así, “mucha gente quería venirse rápido para la población […] Y al cabo de cinco o seis meses logramos que la gente entendiera que era más positivo esperar” (Enrique A.). Para ello, frente a las presiones y urgencias de distinta naturaleza, quienes estaban a la cabeza de los comités respondían: “‘Te has aguantado cuántos años así, aguántate uno más’. Porque si nos vamos a ir a algo de uno, que sea bueno, que sea bacán” (Silvia N.). Ahí postularon nuevamente, esta vez para obtener el famoso subsidio de vivienda básica de modalidad privada a través del SERVIU.

Cuando salió el subsidio, se hizo una ceremonia en la que estuvo presente el ministro de Vivienda, Alberto Etchegaray; él personalmente entregó el documento que les permitía a los 486 beneficiarios construir los metros que completaban su sueño. “Para mí eso fue el día más grato porque era como llegar a la meta de una batalla […] No había nada, era un pedazo de tierra con pasto y una caseta, pero éramos dueños de algo” (Silvia N.).

Con ese cartón en mano tuvieron que salir a buscar la constructora que se haría cargo de la faena, de manera que quienes

trabajaban en el rubro empezaron a consultar en sus lugares de labor. Así fue como se logró convencer a la Constructora Caburga, que estaba trabajando en la Población Las Palmeras, de hacer una visita a terreno. “Vinimos aquí al sector con la empresa constructora, hicimos una caminata, vimos, el empresario vio que estaba el terreno y estaban las casetas construidas, que estaban los pasajes hechos, estaban las calles centrales, bandejón; estaba todo. Estaban los sectores donde iban a ir las áreas verdes, estaba todo” (Enrique A.).

Tras tal visita fue más fácil convencer a la empresa de asistir a un encuentro con el alcalde, Ernesto Miller, quien fue el encargado de formalizar la relación contractual. Volvieron los papeleos, reuniones y gestiones, momento en el que las mujeres como Gema Chamorro, Angélica Larenas, Soledad Núñez y Jacqueline Pizarro se encargaron de conversar con la constructora y programar actividades para juntar 21 mil pesos por cada hogar para poder poner el pie de una deuda que los acompañaría durante varios años.

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Hermanos Cañas Ovalle durante una visita a la obra en 1993.
17 16 El 2 de septiembre de 1993 se realiza la ceremonia de entrega de llaves en calle Los Canelos.
Gema Chamorro en el momento en que ingresa por primera vez a su casa.

Sin embargo, entre las y los pobladores que salieron llamados, hubo algunos que no alcanzaron a juntar el dinero, quedando sin construirse las ampliaciones de unas tres o cuatro casas. Dentro de estas se encontraba la familia de Gabriel González quien, como cuenta Patricia Carrasco, construyó su propia casa con la autorización del serviu

La entrega de las casas

Mientras avanzaba la obra, en la Comunal de Allegados organizaron un sorteo para decidir dónde quedarían ubicadas las familias de los distintos comités. “Cada comité tuvo su número y lo echaron en una

bolsa. Cada presidente de comité sacó un número y salieron todos los sectores, así como está la población” (Enrique A.). De esta manera, el comité de Las Palmeras, Agrupación San Luis, Leonor Oyarzún de Aylwin8 (Libertad) y gran parte de los miembros del comité de Villa Las Hortensias quedaron ubicados de Los Canelos hacia el oriente; mientras que los comités Tegualda, Nueva Imperial, Juventud Matadero, Villa O’Higgins, Villa España, Loreto9 y los restantes de Villa Las Hortensias quedaron en el lado poniente del barrio.

Semanas más tarde, el municipio comenzó a llamar a las y los beneficiados para que eligieran su casa en los lotes que le correspondía a su comité.10 Con mapa en mano, cada cual fue indicando

la ubicación que quería. Incluso, algunas personas tuvieron la posibilidad de quedar cerca de familiares o amigos. Pero no todas las personas que se anotaron en estos comités llegaron finalmente a la población: algunas se retiraron antes porque pensaron que no se lograrían las anheladas viviendas o porque tuvieron que echar mano a sus ahorros para resolver urgentemente dónde vivir. “Esa gente que se retiró, después a última hora que andaba leseando. Ahí tenían que ir a la municipalidad a inscribirse, porque la municipalidad tenía a una pila de gente en espera” . 11 (Eduardo C.). Así fue como los cupos que quedaron disponibles fueron ocupados por familias que no estaban en ningún comité, quienes quedaron repartidos entre los diferentes pasajes.

8 Orientadora familiar, viuda del ex presidente Patricio Aylwin. Fue vicepresidenta de CEMA Chile entre 1964 y 1970, miembro del Centro Crecer entre 1974 y 1989, y Primera Dama entre 1990 y 1994.

9 Este comité integraba tanto a personas provenientes del sector de camino Loreto y camino El Oliveto.

10 Algunos vecinos comentan que también habría llegado gente de un comité de La Manresa, “pero como eran pocos, a esa gente la repartieron en distintos grupos” (Eduardo C.).

11 Para ello, debían acercarse al Departamento de Asistencia Social de la Municipalidad de Talagante. En ese momento, ahí trabajaba Lucy Salinas, quien más tarde sería alcaldesa de Talagante entre 1996 y 2004.

Los años de la dictadura iban quedando atrás. En las primeras elecciones municipales tras el retorno a la democracia ganó Octavio Leiva, quien asumió como edil el 26 de septiembre de 1992. A los pocos días, el municipio comenzó a realizar los contratos de compraventa de los sitios con caseta y, al poco tiempo, se dio paso a la segunda etapa.

Pasaron los meses, y tras ese largo invierno, cerca de quinientas familias talagantinas veían cómo su sueño —al fin— se hacía realidad. A fines de agosto de 1993 el municipio realizó la recepción final de la obra y organizó una ceremonia, presidida por el alcalde Leiva y el gobernador Rafael Calderón. “Esta población la entregaron un 2 de septiembre, [me acuerdo clarito porque] yo estaba de cumpleaños. Yo al otro día me vine altiro, altiro. Algunos se vinieron el mismo día en la noche” (Jacqueline P.). Ese día, estuvieron las y los dirigentes de los comités y algunos propietarios que pudieron asistir. El resto tuvo que encontrar el número de su casa entre cientos de juegos de llaves, que fueron entregadas en

cajas a cada comité. Con una sonrisa de oreja a oreja y lágrimas de alegría, cada familia fue reconociendo y entrando a su nuevo hogar. “Fue espectacular… Después de estar arrendando, que tú estabas pagando pero que nunca era futuro tuyo; y tener esto fue hermoso. A lo mejor era una pequeñez [pero era nuestra]” (Bernarda Sepúlveda). Al principio no había rejas, “lo único que había eran unos pequeños chocos de 40 centímetros, con una tabla puesta encima” (Eduardo C.); así que si uno quería ir a comprar al negocio que estaba al otro lado del barrio, no era necesario ir a la esquina: “Venía por entre medio de todos los sitios de la gente nomás: ‘Permiso vecino, permiso vecino; voy a comprar’ y pasaba” (Eduardo C.). Y como todas las casas eran iguales, no faltó el que arrancó la maleza de un sitio ajeno o entró —sin querer— a casa de otra familia.

tenían que caber las camas de los niños, la de sus padres, quedando escaso espacio para el living o comedor. Las puertas que existían solo llevaban al exterior, de manera que fue inevitable proyectar una ampliación porque las casas se hacían pequeñas. Se acomodó “lo poquito que nos cabía adentro y […] como pudimos, atrás armando un cuarto lo más rápido posible, con lo que cabía de las otras casitas” (Bernarda S.).

Prontamente las construcciones se agrandaron hacia atrás. Los que tenían la posibilidad, trajeron las mediaguas o armaron piezas con los materiales que habían rescatado de sus antiguas viviendas. Para ello, antes cada familia tuvo que emparejar y rellenar el terreno porque “las casas eran muy altas, pa’ atrás quedaba muy bajo […] Entonces, trajeron escombros de otro lado” (Miguel R.), los que quedaron amontonados delante de cada casa.

Habitar el nuevo barrio

La nueva vida empezó a tomar forma con los poco más de 30 metros cuadrados; ahí

“Casi toda la gente que llegó se conocía” (Marisol Aguirre); habían formado parte del mismo comité y eran a veces hasta de las mismas familias. Existía entonces una familiaridad que, sin duda, facilitó

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En el frontis
su
En 1996, Manuel Peña da sus primeros pasos por el pasaje Gay, acompañado de su padrino.
de
casa en
el
pasaje Domeyko, los hijos de Isabel Rojas posan para el recuerdo.

el hecho de que los nuevos residentes se apoyaran los unos a los otros en sus diferentes tareas. “Y de ahí empezó la unión maravillosa, porque si a un vecino le quedaba una tabla: ‘Vecino, ¿le falta esto?, yo lo tengo’. ‘¿Vecino, le falta clavo?, aquí hay’” (Bernarda S.).

Todo lo sólido vino después, la gente tenía que juntar dinero para comprar materiales y hacerse el tiempo de construir, pues muchos trabajaban en Santiago y llegaban tarde a sus casas. Cuando las prioridades familiares lo permitieron, fueron varios los años en que, poco a poco, las y los pobladores trabajaron mejorando sus viviendas.

Después de la hora de once y hasta la una de la madrugada, se activaban para paliar los problemas de construcción con los que habían sido entregadas las casas. Se arreglaban pisos, montaban o pintaban paredes. No hubo posibilidad de contratar un maestro, de manera que las autoconstrucciones aparecieron de a poco. “Nos arreglábamos entre los mismos vecinos. ‘Oye estoy haciendo mi ampliación. ¿Échame una manito?’ […] Aquí el vecino que trabajaba en construcción

me dijo: ‘Esto se hace así, se sacan los niveles acá; aquí, acá’” (Eduardo C.). Pero no todo fue color de rosa: además de entregarse los pisos sin recubrimiento y las paredes sin estucar; en muchas casas emergieron problemas que hicieron dudar de la solidez de lo logrado. “Yo empecé a barrer, sacando y sacando arena. ‘¿Dónde diablo está el piso aquí?’, nunca lo encontré. [Era] pura tierra, le echaron un agua con cemento encima y ahí lo dejaron” (Alicia Garrido). Antes que esta desilusión siguiera quebrajando las esperanzas de un nuevo comienzo, se reunieron las y los vecinos para pensar qué hacer: “Había que contactar a la empresa para que se hiciera responsable del error, porque a ellos el subsidio les sirvió, esto no fue gratis” (Silvia N.). Tuvieron que convencer a los jefes de la empresa de que vinieran a ver con sus propios ojos “la embarrá que habían dejado”. Durante el recorrido por el barrio, les mostraron diferentes casas con fallas constructivas, pero no se convencieron de lo que los vecinos reclamaban hasta que “llegamos a una casa en Los Canelos y le digo: ‘Señora, ¿me presta una

escoba?’. Y le dije [al caballero]: ‘Mire, esta es la guinda de la torta’. ‘Ya —me dijo—, la empresa se hace cargo’ y ahí ellos entregaron los materiales para arreglar” (Silvia N.). Mientras acontecía todo esto, reinaba un espíritu de confianza entre los habitantes de la Pablo Neruda: las personas que habían llegado hasta aquí era “gente muy buena; tú salías tarde, no tenías problemas” (Bernarda S.). Acostumbrados a un apacible Talagante y a no vivir en un lugar propio, la gente del barrio dejaba puestas las llaves en la puerta y no pasaba nada.

Las niñas y niños se reunían hasta tarde para jugar afuera, descubriendo los rincones de una polvorienta población en construcción; los y las jóvenes se juntaban y “se ponían a cantar al medio de la cancha […] No se hacían peleas o cosas así, cada uno en su lado hasta cierta hora y después nos veníamos” (Marisol A.); y los más adultos, en tanto, preferían ir a tomarse una cerveza en La Paloma, el famoso local que los maestros de la constructora frecuentaban. Al principio, algunas familias pusieron en sus casas árboles frutales, pequeñas

huertas y gallinas, para el consumo. En aquel entonces “no estaba la Población Los Digüeñes”, sino que habían parcelas en las que aún se “sembraban papas, había maíz” (Marisol A.), crecían paltos o se hacía crianza de gallinas. Hoy, poco queda de aquellos aires de campo, solo resuena a lo lejos el pito del vendedor de motemei o el grito de quienes pasan vendiendo pan amasado, huevos de campo o leche fresca.

A la llegada de estos y otros pobladores al sector, se sumó la instalación de nuevas industrias en Talagante, combinación que hizo que el río fuera perdiendo su atractivo, con la recepción en su lecho de todo tipo de desagües. Asimismo, el impulso de la agricultura de exportación y la construcción de nuevos barrios fue desgastando la actividad campesina del sector. La cohabitación entre poblaciones y terrenos agrícolas se hizo cada vez más compleja y, poco a poco, las siembras se fueron alejando del límite de la Pablo Neruda. Algunos se emparejaron con sus vecinos y las familias fueron creciendo. No se sabe bien cómo ni el porqué, pero

progresivamente la gente dejó de sentirse segura en su propio barrio y el ambiente se puso cada vez más tenso. Hubo que “cerrar la población cuando empezaron a haber robos” (Eduardo C.). Las noches eran complicadas porque los manilargas aprovechaban la oscuridad para adueñarse de lo que fuera; “había que estar cuidando, cualquier cosa se llevaban” (Marisol A.).

terreno […] Pero cuando estábamos en packing, no poh; nos íbamos a las doce del día de aquí [y volvíamos] a las dos de la mañana” (Jacqueline P.). De julio a abril no paraban. Primero iban a las tareas en seco, donde se podan y acomodan las matas y los árboles; luego a las tareas en verde, donde se ralea y cosecha lo sembrado; para finalmente pesar y empacar los productos para su venta o exportación.

Nuestro trabajo

“Cuando recién llegamos nosotros, era mucha gente temporera” (Bernarda S.). Aún hoy, muchas mujeres del barrio siguen recolectando paltas, manzanas, cerezas, arándanos, frutillas, habas y otros frutos de esta tierra. Entre uvas, ciruelos, frambuesas, porotos y cebollas se hicieron amigas y “pelaron el ajo” juntas, a todo sol o en el packing. “A lo que venía, yo iba. […] Yo creo que [estuve trabajando] sus diez años de temporera. Nosotras nos íbamos a las seis y media [de la mañana] y […] llegábamos como a las siete [de la tarde], cuando era en

Pero a veces no se ganaba lo suficiente, como para mantener la familia todo el año. “[En el tiempo en que yo fui presidente] hacíamos comida para repartir a la gente, porque la gente era temporera y ya más al invierno no tenían qué comer acá poh oiga. Sí, muchos pasan pidiendo y uno sabe quién es temporero y quién no es temporero […] Había meses que eran críticos, se sentía [la necesidad]” (Miguel R.).

A comienzos de los noventa había muchos predios agrícolas en distintos puntos de Talagante y las comunas aledañas; pero con el paso del tiempo se fueron vendiendo para construir viviendas. De ahí

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que, conforme fueron pasando los años, resultaba cada vez más difícil regresar a casa a diario: al igual que las golondrinas, la necesidad las ha hecho viajar a puntos más distantes del país para extender la temporada lo más posible y disponer de mayores recursos para pasar los meses de menores oportunidades de trabajo. “Ahí es poca la gente que queda en la población; quedan los de más edad y los más chicos [nomás]” (Marisol A.).

Precisamente atendiendo al gran número de personas temporeras, una vez que llegaron al barrio se apuró la construcción del jardín infantil en el espacio que se había reservado con este fin. Así, gracias a un proyecto conjunto de FOSIS, MOP y junji, en octubre de 1994 se inauguró un jardín estacional en la calle Juana Canales con Los Canelos. En ese momento, el jardín funcionaba medio día y las mamás debían permanecer junto con sus hijos o hijas; pero como esta modalidad no era lo

que necesitaban las familias se implementó al poco tiempo un programa continuo, donde el jardín funcionaba diariamente de siete de la mañana a siete de la tarde y sin vacaciones. “Hasta [septiembre] era jardín normal y desde octubre a marzo era jardín de verano […] [Un año] acá la capacidad no dio, porque eran dos salas y 36 niños por sala, y había mucho niño. Entonces, en la sede [de la junta de vecinos] se armó otra sala” (Isabel Roa). “[Se pusieron] colchonetas, todo independiente, para que durmieran los niños; cocina, se les daba almuerzo; y todo el material que llegaba ahí” (Miguel R.). El jardín en sus inicios se llamaba El Bosque del poeta Pablo Neruda, en referencia a la villa y a los grandes árboles, el parrón y la huerta que había en el terreno donde se construyó. Con el tiempo, a medida que se fue ampliando la construcción, se acortó el nombre, hasta que quedó solo como El Poeta. Contar con este jardín y, más tarde, con la Escuela Básica

Tegualda12 fue de gran ayuda para que las mujeres del barrio pudieran conciliar este trabajo con las no menos exigentes labores de madre, dueña de casa y jefa de hogar. Si bien muchas vecinas ya no tienen más fuerzas para afrontar este sacrificado trabajo o han buscado otros horizontes, otras siguen esperando la micro que las transporta a la faena. Entre los hombres, en tanto, también había trabajadores agrícolas, algunos contratados de forma permanente y otros por temporada; y no eran pocos los que trabajaban en la construcción o el transporte. Al igual que las mujeres, algunos se empleaban en empresas de Talagante o de localidades cercanas como El Monte, Isla de Maipo o Melipilla; y otros tenían que salir fuera para parar la olla.

Y, como al comienzo no había muchos lugares para comprar cerca del barrio, algunas familias pusieron negocios en sus casas. Poco a poco se fueron abriendo

12 Los vecinos comentan que esta escuela se abrió a la comunidad en 1995, estando presente en la ceremonia de inauguración el presidente Eduardo Frei Ruiz-Tagle. La primera generación egresó de octavo básico en el 2003.

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María Isabel Tortela durante su trabajo como temporera en un ciruelar de Lonquén.

almacenes, bazares, panaderías, verdulerías, botillerías, y talleres varios. A estos negocios y a los caseros que recorren la villa vendiendo sus productos, se han sumado en el último tiempo salones de belleza, barberías, sangucherías y venta de sushi.

En las nuevas generaciones, hay quienes han seguido el oficio de sus padres o madres, se han incorporado a los emprendimientos de su familia, y han buscado nuevas opciones de forma autodidacta o capacitándose; no pocos se han ido por motivos laborales o de estudio. Los que se quedaron en el barrio o en las cercanías son hoy apoderados de El Poeta, viendo como la tía Vale, Lupe, Sara, Isabel y tantas otras también acompañan los primeros pasos de sus pequeños.

para los diferentes servicios prometidos a los pobladores: el jardín infantil, la sede vecinal, la multicancha y las áreas verdes tenían lugares asignados. La primera junta de vecinos, dirigida por Soledad Núñez, tuvo como misión conformar la organización, lo que no resultó tarea fácil, de modo que “fue muy emocionante cuando la Sole llegó y [dijo:] ‘¡Aquí está la personalidad jurídica!’” (Patricia Carrasco). Así, en los papeles quedó sellada como fecha de constitución el 20 de enero de 1994.

Surge la junta de vecinos

El mapa entregado a los y las vecinas evidenciaba cómo había sido pensado el barrio. Ahí figuraban los espacios destinados

En ese entonces, era primordial empezar a trabajar en el proyecto de la cancha y la sede social, porque no existía un lugar donde juntarse. La gente se reunía “a campo limpio” (Miguel R.) para discutir sobre el proyecto de pavimentación participativa, ya que la población había sido entregada con los puros pasajes asfaltados y se hacía urgente cubrir la tierra de las calles principales. Aquella fue la primera iniciativa que los vecinos lograron sacar adelante; para estos efectos cada frontis tuvo que poner una cuota de doce mil pesos.

Mientras tanto, las y los niños aprovechaban los terrenos baldíos para ir a elevar volantines. El mismo lugar en el que hoy se ubica la sede social, “fue peladero harto tiempo. En esa época tenía pastito porque había harta humedad. Entonces, ahí íbamos a jugar todos los días, al final de la tarde, después de la escuela” (Marjorie G.). En esos años, el bandejón central de Los Canelos se veía amenazado por la basura que salía impulsivamente de las viviendas. “De las mismas casas tiraban la basura al medio. Sí, venía el camión, sacaba la basura, pero al ratito ya había basura de nuevo botada” (Miguel R.). Con miedo a que todo este sector se transformara en un basural, los vecinos partieron a la municipalidad a preguntar por el inexistente plan de áreas verdes. Entonces, tuvieron que desarrollar una propuesta que involucraba a todo el sector de Los Canelos y el cuadrante de la sede y su cancha. Si la primera junta de vecinos empezó a trabajar en la idea, hubo que esperar que llegara la segunda directiva para formalizar la postulación al “proyecto para mejoramiento de la

población” (Patricia C.). Los miembros de la nueva directiva se encargaron de llenar documentos incomprensibles y coleccionar carpetas, además de tener que asistir a las reuniones con el FOSIS. Fue entonces que nació el diseño del bandejón central de Los Canelos;13 las bancas, las palmeras, las jardineras y la cancha de al fondo; y que, tras la aprobación de las diferentes instituciones involucradas, se le dio el vamos a las obras.

Todos estos trabajos se hicieron más o menos en el mismo tiempo, lo que da cuenta de “las ganas y las buenas vibras, [del deseo] de sacar la población adelante” (Patricia C.). Los resultados del arduo trabajo empezaron a llegar de manera consecutiva. Apenas “terminaron de pavimentar, fue como el boom de la Navidad con los patines. Porque a todos los niños y las niñas les regalaron patines. Entonces, todos nos juntábamos

a patinar en esta calle principal” (Marjorie G.). La entrega de la sede social demoró un poco más, debido a que hubo un problema con la primera empresa contratada. En ese momento, la junta de vecinos estaba presidida por Patricio Díaz, quien entregó su cargo junto con las llaves de la sede.

Fue por 1999 que parece haberse realizado la primera actividad bajo techo. A partir de entonces el lugar sería ocupado para diferentes iniciativas organizadas por la junta de vecinos y también facilitado para bautizos, cumpleaños, matrimonios, velatorios y otras actividades familiares. Así, semana a semana, la sede abría sus puertas de la mano de Miguel Retamales, quien —entre otras cosas— es reconocido por el impulso que le dio a la celebración del aniversario de la Pablo Neruda en los años que estuvo a la cabeza de la junta de vecinos.

Seis años más tarde, en 2005, la presidencia de esta organización sería asumida por Jacqueline Pizarro, quien con orgullo reconoce que es la presidenta de junta de vecinos que lleva más años en su barrio y una de las que lleva más tiempo en todo Talagante. Fue ella quien, el 8 de agosto de 2018, hizo entrega de las llaves a la empresa constructora a cargo de la ejecución de las obras de remodelación de la sede vecinal, definidas por las y los vecinos en el marco del Programa Quiero Mi Barrio.14

Cada uno de estos procesos fueron largos y complejos, los vecinos aún los recuerdan con nostalgia de un tiempo que no volverá a ser. Aun así, en los relatos se puede escuchar la necesidad de abrir la sede para construir desde ese y otros espacios una población más unida.

13 Dicho espacio se fue perfilando como un barco, a semejanza de las casas de Pablo Neruda. Idea que fue integrada posteriormente al diseño de la Plaza del Agua, Sede Vecinal y de las canchas de Juana Canales y Circunvalación, proyectos que se desarrollaron de forma participativa en el marco del Programa Quiero Mi Barrio.

14 En esta ceremonia estuvo presente el Seremi de Vivienda y Urbanismo de la Región Metropolitana, Boris Golppi, el gobernador de la provincia de Talagante, Andrés Llorente, y el alcalde de Talagante, Carlos Álvarez.

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Celebrando en la villa

Como parte del programa Quiero mi Barrio, la plaza Juan Ignacio Molina fue transformada en una moderna Plaza del Agua que, los mismos vecinos del sector, propusieron como proyecto.

La llegada de las familias al barrio fue a comienzos de septiembre, por lo que la celebración del Dieciocho fue la primera instancia en la que los nuevos vecinos se encontraron en torno a una mesa. Más tarde, algunos adoptaron la costumbre de adornar los pasajes y pasar juntos algunas fiestas, como Navidad, Año Nuevo, el Día del Niño o Fiestas Patrias. Así, en algunos pasajes es tradición que, mientras los grandes celebran y bailan al son de la música y comparten ponches y empanadas en mitad de la calle, los más chicos prueban sus regalos y revolotean jugando con otras niñas y niños del pasaje. Años más tarde, en 1999, se organizó por primera vez el aniversario de la Pablo Neruda. Era un día lluvioso, a comienzos de septiembre, pero el clima no amedrentó a los participantes de esta fiesta. Lo pasaron tan bien que, año tras año, siguieron celebrando con competencias por alianza. Primero se dividió la villa en cuatro alianzas, tomando los cuadrantes, resultantes

del cruce de las calles Los Canelos y Trebulco; pero posteriormente se organizaron solo dos alianzas: la amarilla, de Tegualda hasta Los Canelos y la roja, de Los Canelos hasta Uno Poniente.

Durante las competencias, cada bando pintaba y arreglaba los pasajes con el color que representaban, elegían candidatas a reina y rey feo, hacían campeonatos de babyfútbol con equipos masculinos y femeninos, juegos típicos y otros desafíos, como traer a alguna autoridad, cantante o personaje local.

La guinda de la torta de cada aniversario era el desfile de los carros alegóricos, los cuales recorrían las calles del barrio desplegando su colorido y música de carnaval, buscando ser elegidos como el más bellamente adornado. Así, como es costumbre en Talagante, las y los vecinos se conseguían camiones o camionetas, para situar en ellos a las candidatas a reina y los candidatos a reyes feos que representaban a los niños chicos, a los jóvenes y a los adultos mayores; todos rodeados de flores, serpentinas y globos de colores.

Incluso “salíamos con los carros para el centro […] y no sacábamos na’ una camioneta, andaban una cachá” (Miguel R.).

El aniversario se convirtió en un espacio para que quienes habitaban el barrio dieran lo mejor de sí por su sector y se reencontraran con sus vecinos en los espacios comunes. “Es entretenido […] porque tú haces muchas cosas: te vai a participar a la cancha, la gente participa, se divide la población en buena onda” (Gema Chamorro). Si bien siempre se dan “discusiones por el puntaje […] es bonito porque se une la gente y, al final, es una fiesta de la villa” (Patricia C.).

Como invitado de honor a muchas celebraciones del barrio ha estado el mismísimo Pablo Neruda. Su busto, que se ubicó en Los Canelos, primero al costado de la sede y, luego, casi al llegar a Trebulco; se vestía para la ocasión. Para los partidos de fútbol de la selección le ponían la camiseta de Chile y para las Fiestas Patrias poncho y chupalla, convirtiéndolo así en un personaje más del barrio.

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Adriana Campos junto a su nieta, Daniela Esquivel, durante el aniversario del barrio de 2002. Los candidatos a reina y rey feo de la alianza roja, Bianca y Alejandro, posan con Gabriel González y Patricia Carrasco durante el aniversario del 2006.

El perdonazo y la ampliación

Las casas en las que los vecinos fueron construyendo sus vidas, habían sido conseguidas gracias a “dos proyectos diferentes: la caseta era un proyecto municipal y después SERVIU fue este otro [cuadrado]” (Bernarda S.). El nacimiento de la población había sido posibilitado por la existencia de la Ley 18.138 de 1982, que entregaba a los municipios el derecho a construir pequeñas viviendas o infraestructuras sanitarias, con el fin de dar respuesta a los conflictos habitacionales en las localidades. De este modo, los comités de vivienda con sus demandas lograron empujar el límite urbano de Talagante. El precio de la compraventa de la caseta sanitaria se había fijado en 116,43 unidades de fomento (UF), de las cuales 87,3 fueron cubiertas por subsidio fiscal; quedando un saldo de 29,1 UF a pagar por cada hogar.

La firma del contrato de compraventa, anunciaba el pago de un primer dividendo mensual por los siguientes doce años. Así, para todos fue una sorpresa cuando apareció el famoso “perdonazo”, que permitió que las y los vecinos quedaran al día con las letras. La firma del Decreto 2182,15 les permitió a estos pobladores pagar su última cuota municipal por concepto de préstamos a deudor hipotecario en 1998. Algunos recuerdan haber cancelado “los veintitantos mil pesos” que se les solicitaba para que entregaran “los planos, con la autoconstrucción que se podía hacer para atrás […] Yo dejé todo al día, incluso con el plano pagado, [y recién] entonces me puse a hacer la autoconstrucción” (Eduardo C.) Pero fueron pocos los que fueron a buscar esa documentación, teniendo que hacer las regularizaciones con arquitecto “cuando vino toda esa cuestión de la ley del mono ” (Eduardo C.)

Aun así, había que seguir cancelando la cuota más dolorosa, puesto que el cuadrado construido en una segunda etapa había sido financiado por un préstamo solicitado al SERVIU. Hubo meses en que les resultó difícil ser constantes, no había cómo responderle a la banca cuando un accidente o la cesantía sorprendía la familia. Otros lograban pagar de a dos o tres dividendos, o bien aprovechar un finiquito para asegurar las cuotas que se venían. Así pasaron más de diez años, hasta que un día, desde el otro lado de la ventanilla, una voz anunciaba “‘Usted salió seleccionada con un este’ […] Por ejemplo, debía diecisiete [meses] y me lo dejaron en uno y terminé mi deuda. Cuando me dicen ‘el último’, y [yo]: ‘¿Pero cómo va a ser el último sí yo sé que no?’” (Bernarda S.). La situación era de no creer, pero se debía a que hacia 2005, el Decreto Supremo 96 16 había instalado beneficios para deudores habitacionales

15 Dicho decreto fue firmado por la entonces alcaldesa Lucy Salinas.

16 Mediante este decreto, firmado por el presidente Ricardo Lagos, se condonó la deuda de 61.448 deudores habitacionales. Ver BCN (2005). En ese momento Rosa Huerta ejercía como alcaldesa de Talagante.

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Plano arquitectónico en el que se muestran las diferentes etapas planificadas para las viviendas de la Villa Pablo Neruda.

que significó que los trabajadores “tuvieron que desarmar [todo], para poder rearmar [bien la ampliación]” (Gema Ch.)

Cuando se había sorteado este inconveniente y ya habían comenzado los trabajos en el barrio, las y los vecinos tuvieron que afrontar un nuevo problema: la quiebra de la empresa a cargo de la obra; frente a lo cual algunos tuvieron que esperar años hasta que se les construyera su segundo piso y, ante la incertidumbre, otros incluso renunciaron al beneficio. Aun así, gracias a esta postulación muchas casas de la población vieron florecer en su techo un dormitorio más, ampliando con ello los horizontes de sus habitantes.

Así fue que las viviendas han tenido constantes modificaciones desde el inicio. Sus inquietos habitantes han intentado aprovechar las distintas instancias que les han permitido ir arreglando sus casas. Hace unos cuatro años, vino un programa de mejoramiento,17 gracias al cual

pudieron cambiar el techo y el cielo de sus casas, y a algunos les permitió hacer los ventanales, estucar y pintar las murallas, cambiar los artefactos del baño y cocina o poner los azulejos tan soñados.

Viviendo lejos

Cuando se entregaron las casas de la Pablo Neruda, el paisaje del sector poniente de Talagante seguía dominado por el verdor; en esa época la zona urbana terminaba en calle Libertad. Entonces, importantes extensiones de campo rodeaban los barrios que se fueron levantando donde siglos antes habían quedado reducidos los indígenas de este valle.

Como a su llegada en esta zona no habían muchas casas, escasas eran las opciones para tomar locomoción. Tampoco había centros médicos ni hospitales, y los colegios

de los Servicios de Vivienda y Urbanismo, que entraron en vigencia en el transcurso del año 2007. Después de trece años de esfuerzo, los pobladores de la Pablo Neruda ya no eran considerados como deudores “y el sitio de la casa quedaba todo saneado. Y ahí muchas personas quedaron exentas de pagar. Un perdonazo nomás, el que pagó menos tuvo suerte” (Jacqueline P.). Entonces, hacia el año 2009 vino el proyecto de segundo piso, que “era como para darte como un desahogo para tu casa, sobre todo para el que vivía en el cuadrado” (Gema Ch.) Tiene que haber salido “en ese tiempo, como cinco unidades de fomento, era un total de unos 90 mil pesos por ahí, para postular al segundo piso” (Eduardo C.). Empezaron a hacer los trabajos en una casa que funcionaría como piloto, para que los demás pudieran ver cómo iba a quedar en la suya. Una vez que tuvieron el segundo piso bien avanzado, apareció “un señor del SERVIU” que encontró un problema, lo 17 Este subsidio, al cual se postuló a través del Programa Quiero Mi Barrio, implicó una inversión del SERVIU de unos tres millones de pesos por vivienda y, dependiendo de la evaluación socioeconómica, un aporte de entre 1 y 3 UF.

Niños y niñas del Jardín El Poeta dibujan cómo ven el barrio, junto a sus familias.

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cercanos se contaban con los dedos de las manos. “Aquí era complicado porque no había negocio por aquí los primeros días. Entonces teníamos que tomar colectivo para ir al centro, pero para nosotros no era nada porque ya teníamos nuestra casa” (Jacqueline P.).

En aquel momento, recién se estaba construyendo la garita de la Flota Talagante en calle Tegualda y solo salían de la Plaza. Lejos de todo y sin locomoción a la puerta, las y los vecinos debían abordar las liebres que venían de El Monte por Av.

O’Higgins o en una improvisada línea de colectivos para hacer trámites o compras. “Eran los Chevrolet Opala, unos grandes, parecían lanchas […] Y estaban con permiso de Carabineros, porque era muy mala la comunicación para acá, para echar tanta gente adelante y los otros atrás. O sea, como cinco atrás y unos tres adelante” (Miguel R.).

de pasada, antes de irse a su lugar de trabajo. En esos años, la bicicleta era el vehículo por excelencia en Talagante, cuyos habitantes iban a todas partes y trasladaban todo lo posible en dos ruedas. Si bien hace pocos años se instaló en calle Circunvalación la garita de la Línea 1 de colectivos a Peñaflor, algunos vecinos prefieren la ciclovía de Av. O’Higgins. Antes de que construyeran la Autopista del Sol, quienes trabajaban en Santiago tardaban cerca de dos horas en trasladarse en cada sentido. “Antes estaba en Exposición la parada y después lo cambiaron para detrás de San Borja, donde está Romualdito, detrás del Persa Estación. [De ahí] nos mandaron más adentro, donde está el terminal [de ahora], pero por dentro, en el piso. Ahí estaba el paradero de las micros; estaban las de Talagante y la competencia eran las de Melipilla” (Patricio D.).

En esas idas y vueltas a Santiago, los talagantinos y talagantinas han aguantado

el cansancio, el frío, el calor, los interminables tacos, y —muchas veces— han vivido al filo de algún accidente. “Nos pasó muchas veces que nos quedamos hasta las 11 de la noche [en el Jardín] con niños que las mamás tuvieron un problema, que la micro había quedado en pana, que no llegaban. Y antiguamente no había teléfono, no había las facilidades de ahora, que uno llama y avisa: ‘estoy en tal parte’. Nosotros nada, aquí, preocupás y sin saber qué pasaba” (Isabel R.). En este largo camino de regreso a casa, un vecino de la Villa Pablo Neruda tuvo menos suerte. El 7 de agosto de 2007, Gabriel González18 se despidió de su esposa a las siete de la mañana y le dijo que llegaría temprano a tomar once con su hijo mayor. A su regreso, como era habitual y lo sigue siendo, la micro venía llena. Sin más remedio y con ganas de llegar pronto a casa, se vino en la pisadera; como él y tantos otros viajaron tantas veces. “Como un cuarto para las ocho de la noche llega un amigo de los

También era común que muchos padres y madres fueran a dejar a sus hijos caminando a la escuela o bien pedaleando, 18 Vecino del pasaje Alonso de Ovalle, que tras jugar en diferentes clubes locales en su juventud, fue dirigente del Club Domingo Toro Herrera y delegado de la Asociación de Fútbol de Talagante (aFutal).

chiquillos, Miguelito, y siento el puro grito del Pedro […] Cuando llegamos [al hospital] veo carabineros y se me atraviesa el sargento Zapata y yo le digo que quiero saber del accidente y me dice: ‘No ha chocado ninguna liebre, él cayó de la liebre’” (Patricia C.). El impacto, para él, su familia y para Talagante entero fue tremendo. De todas partes llegaron personas a acompañar a los deudos, realizándose “un funeral inmensamente grande, se despobló Talagante con él. Así que en honor a él, que fue buen vecino y que siempre colaboró, le pusimos su nombre a la cancha [de Circunvalación]” (Jacqueline P.).

Convivencia e identidad

sentían cómodos. Pronto aparecieron grupos que desafiaban la paciencia de algunos pobladores: formaban reuniones alrededor de una garrafa y quemaban el tiempo con conversas interminables. Los pasajes que sabían hacerle frente lograban espantar a estas bandas, que se iban a instalar una esquina más allá. Progresivamente el Talagante antiguo se fue evaporando. La urbe de Santiago se fue extendiendo, empujando con cada vez más fuerza la gente de la capital hacia los barrios en formación. “Talagante murió como antiguamente era, que usted andaba hasta la hora que quería en la noche y no le pasaba nada. Ahora estamos igual que en Santiago, viviendo enrejados” (Eduardo C.). Al igual que en la metrópolis las peleas callejeras eran pan de cada día, por ahí volaban “piedras, palos, cualquier cantidad de cosas ” (Gema Ch.) y hubo ocasiones en que se causaron heridas mortales, que marcaron profundamente a la población.

A pesar de que las y los vecinos querían su barrio, a veces se hacía difícil la convivencia y el miedo se empezó a instalar. Las madres se angustiaban con la idea de que sus hijos o hijas se fueran ‘desordenando’ y muchas familias optaban por dejar de recibir invitados, porque no era extraño que en las esquinas algunos chiquillos cobraran peaje. La estigmatización fue creciendo y a más de alguno le daba plancha decir que venía de este lugar.

Una mañana de 2002, “en el diario salía que esta población, la Pablo Neruda de Talagante, era la segunda más mala de Chile” (Gema Ch.). Aquel titular daba cuenta de los resultados de un estudio realizado por la Oficina de Fiscalización Contra el Delito (FiCed), dirigida por Alberto Espina.19 Si bien la mayoría sabía de los conflictos que su población estaba enfrentando, nunca estimaron que fuera tanto como para estar dentro de las más peligrosas del país. De hecho, comentan haber sufrido

Hubo que aprender a lidiar con nuevos conflictos de convivencia, y aunque algunas familias se conocían de antes, la llegada a la población significó la instalación de nuevas dinámicas con las que no todos se 19 Institución creada en 2001, según consta en el Decreto 464 del Ministerio de Justicia. Ver BCN (2001). Ese mismo año, Alberto Espina es elegido senador por la Circunscripción 14 (Araucanía Norte).

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más por lo que se decía de su barrio, que por lo que vivían día a día. El hecho de que ninguna institución cuestionara aquel estudio los hizo sentir indefensos frente al estigma e impulsó la necesidad de organizar una protesta para interpelar los medios de comunicación sobre su realidad.

“Empecé a llamar a la gente y dije ya, mañana nos vamos a paro, porque aquí nadie nos ha defendido. Así que no entra ni un auto a la Pablo Neruda, ni un colectivo, nada” (Jacqueline P.).

“para todos, el sueño de la casa propia. Sea pequeña, sea grande, sea linda, sea fea, sea como sea, pero es tu casa. […] Entonces yo creo que para todos los que llegamos aquí, fue el sueño de nuestras vidas” (Bernarda S.). Con el tiempo, las cosas se fueron calmando y hoy todos se sienten cómodos con la idea de que la palabra ‘villa’ haya venido a reemplazar la de población. El vecindario ya no es peligroso como antes, solo queda alguno que otro chiquillo al que todos han visto crecer y al que le gusta afirmar las murallas mientras cuida la población. Las nuevas generaciones se han ido a estudiar ‘para afuera’, en especial a Santiago, y aunque no necesariamente lo tenían proyectado, han tenido que volver al barrio por alguna u otra razón. Los adultos mayores ya están instalados y preparando envejecer en las viviendas que abrigan las alegrías y sinsabores de su historia.

Tendiendo una mano

Cuasimodo es una fiesta de gran arraigo en Talagante, en la que se conserva viva una tradición de larga data y donde familias completas contribuyen directa o indirectamente a poner color a la festividad organizada desde 1864 por la Parroquia Inmaculada Concepción y, desde hace 22 años, por la Parroquia Sagrado Corazón.20 De esta corrida no están ajenos los habitantes de la Villa Pablo Neruda, quienes, con orgullo y devoción, acompañan la procesión que, primero pasa desde Monseñor Larraín hasta la Villa Los Presidentes el mismo día de la Pascua de Resurrección y, la semana siguiente, por el centro de la ciudad. “Se organiza un recorrido todos los años con la gente que tenemos prostrados y [es] a ellos que se le va a llevar el Santísimo ahí, en la comunión […] Tenemos tres meses antes de preparación […]

A pesar de las dificultades, la idea de irse de la población nunca se planteó como una posibilidad y cuando los problemas llevaron a que ciertas familias tuvieran que trasladarse de allegadas a otros sitios, nunca se acostumbraron a los nuevos barrios. Tarde o temprano, hubo que tomar la determinación de volver al lugar que amaban por sobre todas las cosas. Al fin y al cabo, la Pablo Neruda representaba 20 Dicha parroquia, ubicada en calle Monseñor Manuel Larraín, se inauguró en 1996, atendiendo al crecimiento de la población del sector poniente de Talagante. Su construcción se inició en 1992, por iniciativa del entonces obispo de Melipilla, monseñor Pablo Lizama, y del padre Rafael Vicuña, párroco de la Parroquia Inmaculada Concepción. Ver Municipalidad de Talagante (2009).

La dificultad, lejos de alejarlos, ha sido un aliciente para generar lazos estrechos con quienes han convivido tantos años. “Mi hijo tuvo que quedarse solito cuando yo quedé viuda, porque yo tenía que salir a trabajar. [En ese momento] trabajaba de noche en un packing […] Y tuve el apoyo de mis vecinos con mi hijo, que me lo venían a ver en la noche, de preocuparse... Yo llegaba a las siete y media y ellos se preocupaban de levantarlo para el colegio, cosa que no cualquier persona lo hace” (Bernarda S.). Otra forma de cuidarse entre los pobladores de la villa ha sido instalar huertas comunitarias en algunos pasajes, donde comparten las hierbas medicinales que antes tenían en sus jardines.

Quienes llegaron a estas casas son personas de esfuerzo, que han tenido que poner el hombro para sacar adelante a sus familias y que han batallado todos estos años para hacer de su barrio un mejor lugar para

vivir. Es por eso que, entendiendo lo difícil que ha sido para todos tener lo que tienen, una de las características que los define es esta solidaridad: estar cuando alguien requiere apoyo y compañía, y ayudar a quienes necesitan. Como se dice: una mano lava a la otra, y ambas lavan la cara.

“La gente es muy solidaria […] Acá somos pobres, pero aguerridos” (Patricia C.). Esa característica ha aflorado especialmente cuando la tragedia ha afectado a alguno de los suyos o a todos por igual. Ejemplo de ello fue el temporal del invierno de 1997, donde muchas viviendas de la Pablo Neruda se anegaron, y también el año 2002,21 donde se refugió “a toda la gente del circo, porque llegaba un circo a la cancha de maicillo [de Circunvalación]” (Miguel R.).

En sus casas, solo han vivido un terremoto: el del 27 de febrero de 2010. Afortunadamente el sismo no provocó daños en las viviendas, aunque se cayeron algunas

[donde vamos] con los sacerdotes a visitar a nuestros enfermos que los vaya a confesar y que los ponga [en la lista] para cuando pase cuasimodo” (Bernarda S.). Pero, la preocupación por los enfermos no es algo que se da solo entre quienes corren a Cristo, sino que es un acto cotidiano entre vecinos y vecinas. A todos ellos, y también a quienes afrontan una tragedia, llegan variados gestos de preocupación; se organizan eventos, jornadas de oración y se multiplican los pesos con una colecta; donde cada quien colabora en la medida de su posibilidad. “[A mí la vida me ha tocado] dura, dura, dura; pero hay que seguir. La gente conmigo ha sido muy buena y una de las maneras de devolver el cariño es ayudando” (Patricia C.). Esta misma reciprocidad les ayudó a las familias de la calle Los Canelos a levantarse después de que varias casas se vieran consumidas por un voraz incendio. 21 Según datos de la ONEMI, las intensas y prolongadas precipitaciones que se registraron en el invierno de 1997 provocaron en la Provincia de Talagante el desborde del río Mapocho a la altura de El Monte e inundación de casas y establecimientos educacionales. Asimismo, en junio del 2002, se registraron lluvias de gran intensidad en el norte, centro y sur del país, alcanzando cifras históricas de precipitaciones en la Región Metropolitana. Ver ONEMI (1997) y (2002).

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El vecino Pedro González participa en la tradicional Fiesta de Cuasimodo de Talagante.

panderetas. Sin embargo, igual que el resto de los talagantinos, estuvieron varios días sin suministro eléctrico; razones suficientes para pasar el susto y las réplicas todos juntos, organizándose para hacer cundir los suministros hasta que todo volviera a la normalidad. Incluso en la villa enviaron ayuda a los damnificados por los incendios forestales en el verano de 2017 y se sumaron a la emotiva despedida del mártir talagantino, bombero Hernán Avilés; quien falleció en el duro combate del fuego cerca de Constitución.

Vistiendo de azul y negro

Antes de que las áreas verdes se dignaran a aparecer en la Pablo Neruda, los chiquillos salían corriendo, ansiosos por compartir e inventar cosas, de modo que “usted veía los pasajes, llenos de cabros chicos jugando a la pelota” (Eduardo C.). “Se juntaban todos, todos en la calle y se jugaba no solamente al fútbol, [sino también] al caballito de bronce, al tira la cuerda. No era necesario que fuera

Dieciocho; si en el verano cuando llegamos eran guerras de agua. Todos con la manguera y todos los vecinos tirándonos agua, unos contra otros. Bueno, además algunos sin reja, sin nada, así que daba lo mismo, todos embarrados pero enteros y era así, esa diversión” (María Isabel T.). El entusiasmo de los jóvenes contagió a los más grandes y pronto grupos de personas se involucraron en la promoción del deporte: “Antes era el caballero Aránguiz, el que tenía mucho que ver con el deporte. Y después [ha estado] Don Miguel y algunas señoras como Miriam Gallardo” (María Isabel T.). Por esos años las mujeres ya tenían dos equipos diferentes y todos salían “en furgones a jugar a El Monte, a todas partes, pero jugábamos al fútbol” (Miguel Ovalle). Conforme los niños fueron creciendo se organizaban “campeonatos de poblaciones, de babyfútbol y ahí siempre estábamos participando” (Silvia Ovalle), donde se enfrentaban a otros equipos como el de la Clara Solovera, Rolando Alarcón, Los Lagos y Villa O’Higgins. Tanto así que una cancha no era suficiente y fue necesario repensar los

espacios públicos, para que todos en el barrio pudieran correr tras la pelota. Antes se jugaba “con cualquier camiseta, de cualquier color, porque íbamos al municipio y ahí nos daban camisetas de distintos colores, con el logo de la Municipalidad [...] Y un día se juntaron todos los grandes [y dijeron] que por qué no hacíamos un club grande” (Miguel R.). El 8 de agosto de 2007 se formalizó el Club Social Cultural Pablo Neruda. Un tema importante fue definir el color de la camiseta: “En la reunión dijimos traigamos una camiseta azul y camiseta negra [...]. [Pero] los de la U no se querían poner las camisetas negras, porque eran del Colo y los del Colo no se querían poner las camisetas azules, porque eran de la U. Ahí salieron los colores de la Pablo Neruda, en la discusión del Colo y de la U. Entonces se buscó negro y azul, y ahí se hizo [la bandera]” (Miguel R.). Pero mucho antes de que se fundara el Club, el fútbol ya era importante en la población. Así fue como en conjunto con Leopoldo Pérez e Iván Caro, antiguos dirigentes de otras juntas vecinales de

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Por las tardes, los pasajes se convierten en improvisadas canchas de fútbol. En la foto, niños del pasaje Gay disfrutan jugando a la pelota. Equipo femenino del Club de Fútbol Pablo Neruda, junto su entrenador, Miguel Ovalle, y al dirigente deportivo Miguel Retamales.

Talagante, decidieron llevar chicos de escasos recursos de entre ocho y dieciocho años a un campeonato a Argentina el año 2004. “ Llevar los mejores niños de cada población a esa odisea, porque fue como una odisea ” (Patricia C.), fue una experiencia que hasta el día de hoy todos recuerdan. Del otro lado de la cordillera los niños volvieron muy unidos y con copas. “ Uno de los chicos que fue con nosotros a Argentina, el [Francisco] Castro, después jugó por la Universidad de Chile y en otros equipos grandes. Y otros han tenido la suerte de enseñarle a niños [del barrio a jugar] ” (Patricia C.).

Hubo un tiempo en que las mujeres dejaron la camiseta, “se fueron para otro equipo, entonces ya como que se acabó” (Miguel R.), pero en enero de 2008 volvieron a las canchas con fuerza, para enfrentarse a otros clubes en “campeonatos serios ya, no amistosos” (Miguel R.). No todos los maridos estaban contentos con la noticia, no les calzaba que sus mujeres se dedicaran a ello, pero al verlas un día volver con la copa de plata bajo el brazo, se tuvieron que

rendir ante la evidencia de que también dominaban el balón. Hasta el día de hoy existe un grupo de mujeres que representa a la población en diferentes campeonatos. Y no solo en balompié destacan las chiquillas; el grupo de Zumba del barrio ganó este año la competencia local y tienen cuerda para rato, moviendo el esqueleto en la cancha de Juana Canales. Los hombres también cuentan con un equipo con el que van a la Liga de las

Poblaciones y se enfrentan a jóvenes de El Monte o El Paico, los mismos que venían por las noches a entrenar a la cancha Gabriel González. “Aquí en la cancha de aquí de la Circunvalación, venían de Los Presidentes, de acá [al lado], hasta de Los Lagos venían a jugar acá. Porque las otras poblaciones tenían cancha, pero no tenían luz. Entonces, venían a jugar acá por la luz” (Miguel R.). Si desde hace algunos años están empezando a aparecer canchas nuevas con luz, el precio del arriendo de este lugar era tan conveniente que “hasta de El Monte venían a jugar para acá, porque [allá] en El Monte veinte lucas pagaban por

una hora y aquí son dos lucas. Venían en auto y venían a jugar acá, les salía mucho más barato” (Miguel R.).

Hoy y mañana

Estas casas, que fueron habitadas por familias que pasaron años de allegados, arrendando o viviendo al tres y al cuatro; costaron lágrimas de sangre. Ha corrido mucha agua bajo el puente: Los jóvenes que llegaron al barrio ya son abuelos y los niños que nacieron ya están en la media o salieron del colegio. Penas y alegrías, como la vida misma, han compartido los habitantes de estas 486 casas, así como encuentros y desencuentros. Con todo, en un abrir y cerrar de ojos, la Villa Pablo Neruda pasó de ser el nuevo barrio a cumplir veinticinco años, y aún tiene más por delante.

En este tiempo han sido muchos los proyectos que se han ganado, por la decisión de las y los dirigentes y por el esfuerzo y la participación del resto de los vecinos.

Esta característica de la Pablo Neruda fue parte de los antecedentes que consideró el municipio a la hora de postular a la villa al Programa de Recuperación de Barrios del Minvu.22

Durante los últimos cuatro años, el Programa Quiero Mi Barrio generó una serie de intervenciones arquitectónicas y sociales en el barrio para mejorar la calidad de vida de sus habitantes.23 Para ello, en una primera etapa se realizó un diagnóstico participativo, un plan maestro de recuperación barrial, una consulta ciudadana y un contrato de barrio. Lo anterior dio paso a la realización de un conjunto de obras arquitectónicas en las áreas comunes, así como a un sin fin de talleres, campeonatos y celebraciones orientadas a mejorar la convivencia vecinal, fomentar el deporte, la recreación y el cuidado del medioambiente, y fortalecer las organizaciones territoriales. Finalmente, como parte de la

tercera fase, se impulsó la recuperación de la historia e identidad del barrio, que este libro resume; así como la evaluación del proceso vivido y la elaboración de la Agenda Futura.

Por todo esto, hoy la villa luce renovada y quienes habitan en estas cuadras sonríen y siguen soñando con nuevos proyectos. A veces, las visiones que tienen las personas del barrio corren por caminos paralelos. Algunas personas creen que la villa quedará como detenida en el tiempo, una vez que las nuevas generaciones se vayan para buscarse la vida en otros puntos de la ciudad; mientras otros ven cómo los jóvenes que se han ido vuelven de visita añorando los momentos vividos. También están los que han tenido que quedarse junto a sus padres y los que han podido comprar o arrendar casas cerca. Aun así, en las conversaciones en los diversos pasajes, aflora sin cesar el mismo deseo: que las nuevas obras duren

por mucho tiempo y sean cuidadas por todos; como antes también hicieron con la anterior sede y con las canchas y plazas que construyeron a pulso.

Todas y todos los que habitan estas casas y habitaron sus metros cuadrados; todos los que nacieron, crecieron y envejecieron, todos los que se enamoraron, emparejaron y separaron; todos los que llegaron, se fueron y transitaron por estas calles; todas y todos son parte de esta historia y serán artífices del mañana.

22 Dicha postulación se materializó durante la gestión del alcalde Raúl Leiva, quien estuvo presente en la inauguración del Programa junto a la secretaria técnica del Programa Quiero Mi Barrio, Paulina Astudillo. Dicha ceremonia se realizó el 12 de diciembre de 2014.

23 Este proceso fue vivido también por la Villa Rolando Alarcón de Talagante, barrio que fue parte del piloto del Programa Quiero Mi Barrio hace cerca de diez años.

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Vecinos y autoridades participan en la ceremonia de entrega de terreno para la remodelación de la nueva sede social. Algunos pasajes cuentan con huertas comunitarias, que los mismos vecinos han implementado.
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Como obra de confianza del programa Quiero Mi Barrio, se realizó el mejoramiento de la cancha ubicada a un costado de la sede.

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Desde su fundación, en el 2007, el Club Social y Cultural Pablo Neruda ha obtenido diversos trofeos por sus logros deportivos.
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Día a día, los vecinos transitan por un barrio que recuerda a los poetas Pablo Neruda y Gabriela Mistral. Mientras los niños preparan volantines, la comunidad se organiza para compartir y celebrar las Fiestas Patrias.

Textos Consultados

BCN (1980). Decreto Supremo N° 105 del Ministerio de Vivienda y Urbanismo: REGLAMENTA ARTÍCULO 2° DEL DL. N° 2.552, DE 1979, Y COMPLEMENTA DECRETOS SUPREMOS N° 268, (V. Y U.), DE 1975, Y N° 188, (V. Y U.), DE 1978 (Derogado). Santiago, 28 de marzo de 1980.

BCN (1982): Ley 18.138: FACULTA A LAS MUNICIPALIDADES PARA DESARROLLAR PROGRAMAS DE CONSTRUCCIÓN DE VIVIENDAS E INFRAESTRUCTURAS SANITARIAS. Santiago, 22 de junio de 1982.

BCN (2001). Decreto N° 464 del Ministerio de Justicia: CONCEDE PERSONALIDAD JURÍDICA Y APRUEBA ESTATUTOS A “FICED”, DE SANTIAGO. Santiago, 25 de mayo de 2001.

BCN (2005). Decreto Supremo N° 96 del Ministerio de Vivienda y Urbanismo: DISPONE BENEFICIOS PARA DEUDORES HABITACIONALES DE LOS SERVICIOS DE VIVIENDA Y URBANIZACIÓN QUE SE ENCUENTREN EN LAS CONDICIONES QUE INDICA, MODIFICA DECRETOS Nº 105 Y Nº 106, DE 2004 Y DEJA SIN EFECTO DECRETO Nº 36, DE 2005. Santiago, 17 de mayo de 2005.

BCN (2016). Decreto 205 del Ministerio de Educación: DECLARA MONUMENTO NACIONAL EN LA CATEGORÍA DE MONUMENTO HISTÓRICO A LA “SEDE SOCIAL Y ESPACIO DE MEMORIA DE LOS TRABAJADORES DE LA CONSTRUCCIÓN, EXCAVADORES Y ALCANTARILLEROS DE LA REGIÓN METROPOLITANA”, UBICADA EN LA COMUNA Y PROVINCIA DE SANTIAGO, REGIÓN METROPOLITANA. Santiago, 1 de septiembre de 2016.

BCN (2017). Decreto Supremo N° 20 del Ministerio de Vivienda y Urbanismo: DEROGA DECRETO SUPREMO N° 105, DE VIVIENDA Y URBANISMO,

DE 1980, QUE REGLAMENTA ARTÍCULO 2° DEL DL N° 2.552, DE 1979, Y COMPLEMENTA DECRETOS SUPREMOS N° 268 (V. Y U.), DE 1975, Y N° 188 (V. Y U.), DE 1978. Santiago, 17 de mayo de 2017.

Bustos Valdivia, H. (2008). Historia de Talagante Chile: Corporación Cultural de Talagante.

Contreras Cruces, H. (1998). Los Caciques de Talagante durante el siglo XVIII. Legitimidad, prestigio y poder, 1718-1791. Cuadernos de Historia (18), 139-167.

MINVU (2004). Chile, Un siglo de políticas en Vivienda y Barrio. División Técnica de Estudios y Fomento Habitacional - DITEC. Chile / Pehuén Editores. Municipalidad de Talagante: Parroquia Sagrado Corazón de Jesús celebra aniversario con actividades recreativas y cena pan y vino. Talagante, 19 de noviembre de 2009. Disponible en: http://www.munitalagante.cl/noticias/2009/11_noviembre/13_parroquia/index.html

ONEMI (1997): Informe consolidado, Temporales junio 1997. Departamento de Comunicaciones, Oficina Nacional de Emergencia, Ministerio del Interior. Santiago, 30 de julio de 1997.

ONEMI (2002): Informe consolidado: Sistema Frontal Norte, Centro y Sur 2-5 de junio 2002. División de Protección Civil, Oficina Nacional de Emergencia, Ministerio del Interior. Santiago, agosto de 2009.

Reyes Soriano, J. (2014). El Partido Comunista de Chile y las tomas de terreno bajo la dictadura: los “combates” por la vivienda, 1980-1984. Revista de Historia Social y de las Mentalidades, 18 (1). Departamento de Historia, Universidad de Chile.

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Los talleres de memoria barrial permitieron conocer y rescatar fotografías de la vida cotidiana en la Villa Pablo Neruda.

MEMORIAS DE LA VILLA PABLO NERUDA

©Seremi de Vivienda y Urbanismo Región Metropolitana

Programa Quiero mi Barrio Pablo Neruda

Santiago, 2018

ISBN: 978-956-395-026-7

Investigación y recopilación en terreno: Pía Argagnon

Sistematización: Nayeli Palomo

Textos: Pía Argagnon y Nayeli Palomo

Diseño y diagramación: Max Grum

Corrección de estilo: Edison Pérez

Fotografías: Rodrigo Salinas

Fotografías de archivo: Archivos personales de pobladores

Primera edición 530 ejemplares.

Santiago, Chile, diciembre 2018.

Impreso en Chile / Printed in Chile

Participaron en la reconstrucción de esta historia de barrio:

Marisol Aguirre

Enrique Aránguiz

Eduardo Cañas

Felicinda Carrasco

Patricia Carrasco

Gema Chamorro

Patricio Díaz

Marjorie Gálvez

Alicia Garrido

Pedro González

Angélica Larenas

Silvana Muñoz

Silvia Núñez

Francisco Osorio

Miguel Ovalle

Silvia Ovalle

Magdalena Paredes

Manuel Peña

Juan Peralta

Jacqueline Pizarro

Guadalupe Quijada

Isabel Roa

Miguel Retamales

Isabel Rojas

Valentina Rojas

Bernarda Sepúlveda

María Isabel Tortela

Olga Vergara

Comunidad educativa

Jardín El Poeta

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