MEDEA

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MEDEA

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i ssu e # 2

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ÍNDICE MILA DEL GUERCIO La cuna de los íconos sexuales.................................... 2 The Cradle of Sex Icons.............................................10 NATALIE DZIGCIOT Más amor.................................................................16 Botas rojas................................................................19 Red Boots.................................................................21 NENET Today I Burn Lavender...............................................24 Hoy quemé lavanda................................................. 25 IZZY STEIN Untitled....................................................................26 KELLY He Poem (The Pronoun, Not The Laugh).....................27 MILA DEL GUERCIO Sukeban: La violencia rosa........................................31 Sukeban: The Pinky Violence..................................... 36

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MILA DEL GUERCIO

LA CUNA DE LOS ÍCONOS SEXUALES Estoy leyendo sobre la descabellada vida amorosa de la protagonista de Gilda. Mis ojos corren por el papel y me vanaglorio en una pertenencia trucha a un país del cual no poseo ni el pasaporte ¡ay, España! ¡País que fabrica íconos sexuales como si fueran longanizas! Un dato curioso es que Rita estuvo casada cinco veces en la década del ’40, pero lo que captura mi atención, lo que me fascina, lo que hace que me reviente los sesos contra la pared es la visión de aquellos ojos minúsculos y pómulos prominentes. Dejo un charco de baba sacando la lengua afuera como perro rabioso frente su piel etérea y sus curvas terrenales. Los encantos de Gilda habían dejado semejante huella, se había quedado grabada tan imborrablemente a fuego sobre la mente masculina, que ni siquiera las imaginaciones frías y calculadoras de los físicos atómicos pudieron salir ilesas de los ataques de la divina madonna. Tal era la fijación que acechaba a los hombres que sobrevivieron a la Segunda Guerra Mundial, que no tuvieron mejor idea que hacer una representación gráfica de la implosión lujuriosa y obsesiva de sus mentes: la bomba nuclear. Y esa bomba nuclear que fue lanzada al Pacífico, creada por la mente y bautizada por el calor de los cuerpos, tuvo nada más y nada menos que la imagen cincelada de la actriz Margarita Cansino. Ese impulso animal y caprichoso, destructor e irrefrenable que latía, a pesar de los intentos por aplacarlo con el frío de las ciencias exactas, 2


provocó el nacimiento de un nuevo término acuñado pronto por la prensa: el de la bomba sexual. Una expresión que indica que los siglos del desarrollo cultural de la humanidad valen un comino porque la victoria indefectiblemente será de la calentura sobre la razón. Lejos de Estados Unidos y España, de la época clásica del cine y, sobre todo, de tener algún parecido con Rita Hayworth, cuento los minutos que faltan para salir eyectada por la puerta de salida de la Universidad del Salvador en la pantalla rayada e intermitente del celular. Saludo a dos de mis compañeras en el Pje. Discépolo con el libro de Mary Shelley en la mochila, vigilo a lo lejos la hilera infaltable de borrachos encimados unos sobres otros y el fuerte olor a orina sobre la peatonal. Me voy con otras dos. La que parece una espiga inclinada por el peso de su nariz levemente curva me habla con entusiasmo acerca de su luna de miel. Entre la atención y la distracción, la escucho describir sus vacaciones en Cancún frígida y neuróticamente planeadas hasta el más ínfimo detalle. “Vamos a un all-inclusive”, “Queremos visitar Xcaret”, flashes de información dichos con soltura sobre la cruenta explotación de delfines pasan uno a uno por mi mente como imágenes de la boda que jamás desearía tener, después, mi imaginación embustera me obliga a pensar en la consumación. Recuerdo que era virgen y pienso en una sábana manchada de rojo y un vestido blanco. Más comentarios azarosos me bombardean por todos los fuertes; “nuestras primeras vacaciones solos”, “siempre dormíamos en cuartos separados con mamá y papá en Bariloche”. Me quedo 3


dudando sobre la cantidad de hijos que la cerviz enjuta de la chica podrá soportar si sus creencias religiosas no le permiten el refugio diseñado en forma de látex –otra vez, la ciencia al servicio de la carne– y me despido. El sexo a veces es como un beso en la cruz, una penetración diligente y efectiva. Minutos después, llego a la parada del colectivo, un tanto acalorada por la falta de estado físico, otro poco porque hacen 24°C y estoy usando un sweater de lana (el incomprensible invierno bonaerense). Pongo las manos sobre los bordes inferiores y empiezo a tirar del sweater, pero no llego a sacármelo del todo, me queda bailando en la cintura. Mi interrupción se debe a que el semáforo abrió, pero una camioneta se pega al pavimento como si tuviera ruedas de plomo. El conductor no tiene intenciones de moverse ni de hacer otra cosa más que fijar sus ojos simiescos y obstinados en el punto donde debería aparecer mi escote. Pero no aparece. Le devuelvo la mirada y medito sobre los efectos de mi taza 85, sobre la desilusión que eso representaría; ahí la situación toma un giro inesperado en mi mente y me veo estrellando con todas mis fuerzas el saco con mi reproductor de mp3 dentro del bolsillo izquierdo. El coche avanza y, con él, se va la sombra de una permanente negra que hace eco a la Mona Jiménez1. Una sonrisa burlona permanece unos segundos, como 1 Cantante de música de cuarteto, estilo musical similar al merengue, que es popular en Argentina desde los años 80. Obtuvo el apodo de la “Mona” por su afición a subir árboles como lo hacía Chita, la compañera de Tarzán. Mantiene el mismo peinado enrulado típico de esa década que es su impronta personal. 4


un holograma, plasmada en la calle. Me agacho y busco los restos de mis auriculares desperdigados por el piso. Pasados 20 minutos, subo al colectivo con Kenny Brown cantando en mi oído derecho –porque el audífono izquierdo fue víctima de mi exabrupto ideológico. Mientras paso la tarjeta magnética por el marcador, Kenny canta que los hombres no necesitan chicas delgadas, como una reafirmación de que el varón debe tener una opinión pública sobre cada cuerpo femenino que se cuela por su retina, sin importar, cuán fláccida esté la barriga del espectador. El colectivo está atestado de chicos por todos lados, por suerte, encuentro un lugar vacío en la dupla de asientos enfrentados. Me siento paralela a un dúo masculino y saco el libro de Mary Shelley que trata sobre un pobre chico desfigurado hecho por partes que encuentra el amor correspondido en una creación fabricada a medida por su engendrador para su comodidad y satisfacción – tal vez una versión putrefacta y retorcida de Adán y Eva. Cada tanto, los chicos me tiran distraídas miradas calculadas pese a mi incomodidad y concentración aparente. Hasta que en uno de mis movimientos torpes, sumergida en la lectura, tiro el prendedor de la mochila que está en mis piernas. Le pido a uno de los chicos si no es tan amable de pasarme el pin que tiene al lado de su zapato cónico de cuero marrón; él me contesta atentamente. De ahí en más, se dedican a medir la belleza matemáticamente oculta en los confines de mis facciones y en las de cada chica que entra al colectivo bajo la lupa de su brillante inteligencia. Sin ningún disimulo, acotan en voz alta frente a mi cara perpleja. 5


Aparentemente, hay un desacuerdo entre los dos chicos porque no se deciden si me concederán o no el placer de su veneración inesperada. Así que por los próximos 15 minutos que dura su viaje, tienen una conversación estéril sobre mis atributos físicos mientras piden consejo a sus cómplices en los asientos vecinos, que me fichan de arriba abajo, sobre cómo resolver el dilema. Parece que el chico de zapatos cónicos dice que sí y el amigo, un gordito de pelo tostado, insiste en que no. El otro chico me da el visto bueno, cosa que el lechón no se toma demasiado bien porque se postra en el asiento con el ceño fruncido, empacado. En algún momento perdí el hilo de la charla y retomé la historia del muchacho artificial que sufre por la mirada severa de unos vecinos. Tan fuerte es su rechazo hacia el engendro, que deciden incinerarlo, reducirlo a cenizas. Agradezco con devoción a todos los astros que el gordito no sea portador de una caja de fósforos, al menos no de una de la que yo esté enterada. Al cabo de un rato, se levantan y se van sin antes el gordito hacerme un comentario fútil y libidinoso que escapa a mis oídos porque sigo escuchando Meet me at the Bottom. Me lamento profundamente sobre la historia que nunca sucederá entre el puerquito de pelo tostado y yo durante unas paradas más. Qué pena, gordito, quizás en otra vida. Cuando bajo en la esquina de Honduras y Julián Álvarez, en diagonal a la pulpería de la que saco mi provisión semanal de whisky escocés, otro dúo de astutos opinólogos ebrios decide escoltarme. Uno, sagazmente malicioso, me dice que me va a hacer un desgarro vaginal con su ridículamente enorme verga de acero y lucha en simultáneo por empinar el codo y mantenerse 6


en pie. Proezas masculinas. Le grito furiosa que si no me respeta le voy a patear el culo. El amigo prefiere no intervenir. Él, con la actitud arrogante y repetida, una y otra vez, del macho argentino que sabe que saldrá impune, vuelve a decir su ofensa para que la humillación sea explícita ya que se lo estaba pidiendo ¡Qué ocurrente será mi destino, que tuerce las casualidades para que me encuentre con tamañas demostraciones de afecto! Le clavo los ojos rabiosa viendo que mi amenaza usual no tuvo el impacto esperado y señalo la pulpería2 ¿Ves, ahí? Conozco a los chicos del almacén y si me seguís molestando los voy a ir a buscar para que te rompan el cráneo hasta hacerlo una figura abstracta de Minujín ¿Te quedó claro? El poeta callejero se queda, de repente, desprovisto de palabras y yo retomo mi camino de regreso a casa, satisfecha por la reacción generada. Sin embargo, me queda el sinsabor de la desventaja física evidente y presiono mis mandíbulas con fuerza alucinando con algo que pueda ponerme en igualdad de condiciones, algo como…navajas y sprays de pimienta.

2 La “pulpería” es una tienda que aparece en muchas historias argentinas del siglo XX, similar al almacén que menciona Borges en su cuento “El Sur”. También era un lugar de reuniones sociales para las clases humildes. Era común que los gauchos, o vaqueros argentinos, se juntaran a tocar la guitarra, cantar y tomar alcohol. En ocasiones, sucedían peleas con cuchillos cuando los involucrados sentían que su honor estaba en juego. 7


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MILA DEL GUERCIO

THE CRADLE OF SEX ICONS I’m reading about the lunatic love life of the actress Rita Hayworth. My eyes run over the paper and I brag to myself about belonging to a country whose passport I don’t even own. Oh Spain! The country that turns out sex symbols as if they were longanizas! A curious fact is that Rita married five times during the 40s, but what captures my attention, what fascinates me, what makes me beat my brains out against the wall is the vision of those microscopic eyes and prominent cheekbones. I leave a trace of drool sticking my tongue out as a mad dog facing her ethereal skin and earthly curves. Gilda’s enticing charms left such a deep impression –she was so indebly burned on men’s mind that not even the cold and calculating imaginations of the atomic physicists came out unharmed from the ambushes of the divina madonna. This lustful fixation so haunted the male survivors of the WW2 that they couldn’t find a better idea than painting the obsessive explosion of their minds: the atom bomb. And that bomb, hurled to the Pacific, was created by their minds but baptized by the warmth of their bodies; and it had in it nothing less than the chiseled image of the actress Margarita Cansino. That animal and whimsical impulse, destructive and unstoppable, throbbing in spite of the attempts to soothe it with the coldness of exact sciences gave rise to a new term in the media –the bombshell. A word that reduced human progress to shit because victory will be invariably of horniness over reason. Far from the States and Spain, from the classic era of the cinema, 10


and, more importantly, from bearing any resemblance to Rita Hayworth, I count the minutes left before bouncing out of the gate of University of Salvador. Carrying a Mary Shelley book in my bag, I kiss two of my classmates goodbye and gaze at the inevitable row of drunkards lapping one over the other, strong stink of pee coming out of the hallway. I leave accompanied by one girl with a slight curved nose who talks excitedly about her honeymoon. Amidst getting distracted, I listen to the description of her holidays, stiffly and neurotically planned to the last tiny detail. “We are staying at an all-inclusive”. “We want to visit Xcaret”. Scraps of information loosely told of the brutal exploitation of dolphins flash across my mind, along with images of the wedding I’d never wish to have. Then, my sly imagination forces me to wonder about the consummation. I remember she is a virgin still, and think of a white dress and sheets stained in red. More random comments are thrown at me from every front. “These are our first vacations alone”, “We used to sleep in separate rooms with Mom and Dad in Bariloche”. I wonder how many children the narrow cervix of this girl will endure; her religious beliefs won’t allow her to get in a latex designed shelter -again, science at the service of flesh-. I wave goodbye. Sometimes sex is like kissing a cross, a diligent and effective penetration. Minutes later, I get to the bus stop, agitated partly from the lack of exercise, partly because it’s 75 F and I’m wearing a wool sweater (the incomprehensible Buenos Aires winter). I began to pull out the sweater, but I fail; it remains dancing on my waist. The traffic lights have changed, however, a van is glued to the pavement as if its 11


wheels were made out of lead. The driver has no desire of moving or doing anything else besides fixing his apelike, stubborn eyes at the point where my cleavage is supposed to appear. But it doesn’t. I stare back at him and think of how disappointing my B cup must be. Now the situation has taken an unexpected twist in my mind, and I find myself smashing the mp3 player inside my coats left pocket. The car moves forward. Along with the shadow of a black perm that echoes la Mona Jiménez3. A smirk, hologram-like, floats in the air for a few seconds. I bend over to grab the pieces of earphone scattered in the ground. I get on the bus, Kenny Brown singing in my right ear –the left earphone became a victim of my ideological outburst. While I swipe the card over the reader, Kenny hums that men don’t need skinny girls, reassuring that the male has to venture his opinion publicly about every feminine body that sneaks into his retina (regardless of how saggy the belly of the viewer is). The bus is packed with young kids, luckily, I find an empty place on a seat in front of two boys. I take out Mary Shelley’s book. It tells the story of a poor disfigured boy made out of assembled parts, which finds true love in a creation customized for the sake of his comfort and satisfaction by his maker –perhaps a grisly and twisted version of Adam and Eve. From time to time, the boys casually glance intently at me despite my feelings of awkwardness and apparent concentration. Until I, 3 A singer that performs cuarteto music –a style similar to merengue– popular in Argentina from the 80s on. He got the nickname of “Mona” (Spanish for “monkey”) because he liked to climb on trees as the ape sidekick of Tarzan Cheeta did. He maintains the curly hairstyle typical of that decade, which is his personal stamp. 12


absorbed in reading, clumsily drop a pin that was on my lap. I ask one of them if he wouldn’t mind fetching it for me, its next to his brown shoe –he answers kindly. For the rest of the trip, they dedicate to mathematically measure the beauty hidden in the depths of my features and of every girl getting in the bus under the magnifying glass of their brilliant intelligence. They talk aloud openly in front of my puzzled face. It seems that there is a disagreement between the two because they cannot make up their minds about whether they’ll grant me or not the pleasure of their unexpected veneration. For the following 15 minutes, they engage in a sterile conversation about my physical attributes. While checking me out, they ask their peers in the next seat for advice. The kid with brown shoes says yes, and his friend, an overweight kid with barley hair, doesn’t take this well. The fact that the other give me thumbs up visibly upsets him. He’s stuck in his seat, frowning. At some point, I lose the thread of the conversation and continue reading the story of the artificial boy who suffers under the disapproving look of his neighbors. So strongly they reject the freak that they want to incinerate him, burn him to ashes. I thank devotedly to the stars that fatty isn’t carrying a box of matches. After a while, they stand up to get off the bus, not without fatty giving me a last futile review that didn’t reach my ears. I’m still listening to “Meet me at the bottom”. I mourn the impossible affair between me and the barley haired piglet for a few more stops. What a shame fatty, perhaps in another life. When I get off at the corner of Honduras and Julián Álvarez,across

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the pulpería4 where I buy my scotch, another duo of sharp opinionists decides to escort me. One of them, shrewdly malicious, tells me he’ll rip my pussy to shreds with his huge steel cock, struggling at the same time to hit the bottle and stay on his feet. Men heroic deeds. I roar back at him that if he doesn’t respect me I’m going to stick my foot in his ass. His friend chooses to stay out of the way. He –with the pompous attitude of the Argentinian macho that knows he’ll get away with it– slurs to make the humiliation explicit, since I was asking for it. What amusing my destiny is! It twists coincidences in order for me to stumble upon such a loving gesture! I stare back at him, furious, as I realize my threat didn’t have the desired effect. I point out to the pulpería. “See there? I know the boys and if you keep pestering me, I’ll tell them to come out. THEY WILL CRASH YOUR SKULL UNTIL IT LOOKS LIKE ONE OF MINUJÍN’S ABSTRACT FIGURES. Is that clear?”. The street poet, suddenly devoid of words, quiets down, and I head back home satisfied with his reaction, though the afterthought of the obvious physical disadvantage lingers on. I clench my jaws, hallucinating of something that could raise my status of equality. Something like...pocket knives and pepper spray.

4 A pulpería is a drugstore that appears in many stories of Argentina during the 20th century, equivalent to the general store in Borges’ tale “The South”. It was also a place for social meetings among the humbles. It was common that gauchos –Argentinian cowboys– went to play guitar, sing and drink alcohol. Sometimes, they even engaged in fights with knives to defend their honor. 14


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NATALIE DZIGCIOT

MÁS AMOR Más amor por favor Más amor por favor Más amor por favor NO, Basta, NO Menos miedo a los demonios propios o ajenos Más herejía a la autocensura Más órgasmos múltiples o lo que es lo mismo Más goles de Riquelme de tiro libre, con comba, a trapito barobero En la bombonera llena de globitos de colores Menos militancia de pacotilla de la lengua perforada de mentiras para afuera Militancia de alplax, de twitter, de eterno síndrome premenstrual en los huevos Atrofiados por echarle la culpa de todo a tinelli Más madrugadas, más me hago cargo de que mi vida es esta y es mía Y hago lo que quiero y si quiero quedarme hecha un ovillo en la cama de mis viejos me quedo Y si quiero más a mi psicóloga que a jesús por algo será y si es al revés también Pero no lo intentes demasiado, porque ya nadie va a escuchar a tu remera Menos miedo a las ratas, más domadores de este caballo de calesita Menos sortija Menos análisis, menos tendencia, menos miedo a decadencia Que para aprender a enmendarnos, alguna vez tenemos que volver a casa con el culo roto Menos impuestos y supuestos. Menos tiranía de la concha depilada 16


Más sensibles poniéndole el pecho a que todos los días nacemos de nuevo Más resaca de todo lo lindo, menos diminutivo Más amor sí. Pero el amor Por favor entendamos de una vez por todas que el amor No es un sustantivo

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NATALIE DZIGCIOT

BOTAS ROJAS Yo tenía unas botas rojas , me las olvidé en el lado oscuro las cosas no me salen bien y vos no sabes quién soy así que me salen peor aunque todo salga como siempre o pasen cosas nuevas extraño mis botas y estoy detenida en el tiempo no es que te extrañe a vos

Las muertes son menos metafísicas que los abandonos la muerte no se cuestiona ni deja lugar a dudas que quede claro, no te prefiero muerto (y acá no hay ironía) es que extraño mis botas que quedaron en la nebulosa y se están asfixiando en una bolsa de consorcio en un placard. Se van a morir y nadie hace nada Los pibes van a seguir repitiendo la misa hazaña de aquel partido, exagerándola cada vez un poco más los ciegos van a seguir cruzando calles. Los que ven también nada cambia las madres van a seguir sufriendo. Los que no puedan tener hijos van a sentir que nacieron solo para morir, y van a sufrir cada vez que vea a un chico con esa enfermedad que los hace convulsionar sobre sillas de ruedas voy a sentirme una ingrata y después me voy a olvidar no se si los sacoa seguirán existiendo 19


va a seguir lloviendo los negocios van a seguir cerrando y seguir abriendo pero yo no voy a poder ayudar a nadie por un tiempo. Porque no entiendo mucho nada ahora Ya no me importa que creas tener siempre la posta quiero que vuelvas a decirme cómo son las cosas vení a tomar merca de mis tetas si querés aunque no tomes y yo no llene un corpiño talle 90 quiero ser tu fantasía de lobo de Wall street volver a conocerte cuando todavía algo te sorprendía quiero ser tu objeto de deseo y que me vengas a buscar a ezeiza Quiero que me expliques las películas y te fastidies si no entendí hincharte la vena, hacerte latir O quererme tanto que ya no me importe quién te esté contagiando qué o qué pienses de mí. Que no hayas sabido que hacer con lo que te di Quiero tener una novia judía y ser la mejor en la clase de tap quiero ser el orgullo de mamá volvé a decirme cómo son las cosas o devolveme mis botas

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NATALIE DZIGCIOT

RED BOOTS Once I had some red boots, I left them on the dark side things don’t go around well and you don’t know who I am so they get worst although everything goes as usual or new things happen, I miss my boots and I’m stuck in time. Not that I miss you. Deaths are less metaphysical than abandonment. Death does not question or leaves doubt. To be clear, I don’t prefer you dead –no sarcasm here–. But I miss my boots left in a dust cloud and choking in a closet inside a plastic bag. No one cares about them and they are going to die.

Kids are going to repeat the same feat in that game, exaggerating it a little more each time. The blinds will continue to cross streets. Also the people who see, 21


nothing changes. Mothers will keep on suffering. Those who cannot bear children will feel they were only born to die and will suffer too. Every time I see a guy with the disease that convulses him on a wheelchair I’ll feel ungrateful and then I’ll forget. I don’t know if arcades will continue to exist, it will still rain, shops will keep closing and opening again but I won’t be able to help anyone for a while. Because I don’t get much of anything by now

I don’t care that you think you’re always right I want you back to tell me how things are. Come and take a line from my tits, although you don’t snort and I don’t fill out a D cup bra I wanna be your Wall Street Wolf fantasy meet you again when you could still be surprised. I wanna be your object of desire and have you waiting for me outside an airport at any time. I want you to explain me the movies and craze if I don’t get the point 22


swollen your vein5, make you beat or loving me so much that I don’t care who is spreading you what or what do you think about me. That you hadn’t know what to do with what I gave you.

So tell me again how things are or bring back my boots.

5 In Spanish, “hinchar la vena”. An Argentinian slang expression that signifies making somebody upset. 23


NENET

Today I burn lavender Today I burn lavender.

Fold clothes, put away books And wrap cups in newspaper.

Every time I do this I find less things in me.

Fewer boxes, fewer memories, Infinite love and music.

Today I burn lavender.

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Hoy queMÉ lavanda Hoy quemé lavanda.

Doblé las ropas, guardé los libros Y envolví los vasos en papel de diario.

Cada vez que hago esto encuentro menos cosas en mí.

Menos cajas, menos memorias. Amor infinito y música eterna.

Hoy quemé lavanda.

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KELLY

HE POEM (THE PRONOUN, NOT THE LAUGH) He’s a renaissance man He likes whiskey He shoots landscapes He says lie-berry He has a tattoo on his left shoulder He’s always stoned He doesn’t want you to know that He wears his hair in a bun He wears tennis shoes with slacks He listens to Asia at midnight He’s not very good with computers He’s started selling weed He doesn’t think he’s racist He wants to keep things simple He’s selling himself short He enjoys drinking while driving He refuses to write an artist statement He can’t stop snacking He’s just trying to get it in He’s lost a lot of weight He wishes he weren’t tall He hasn’t had sex in nineteen months 27


He wants someone to laugh at his jokes He sees everything in pixels He’s officially over the hill He feels hollow inside He’s about to spew chunks He loves his girlfriend’s collarbones He writes mediocre fanfics He enjoys living in his car He’s bad at making new friends He’s getting married next May He’s been drinking since he was nine He works the late shift at Giant He cries whenever he gets the chance He ends all his sentences with hashtags He listens to rap 24/7 He’s at every party I go to He always ignores my texts He asks me what I want out of this relationship He keeps giving me more shots He wants to see my photographs He thinks my major isn’t practical He likes androgynous girls He wishes I wouldn’t shave my head He’s surprised when I tell him this isn’t working out He’s never made me laugh 28


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MILA DEL GUERCIO

SUKEBAN: LA VIOLENCIA ROSA “Soy puro coraje y pelear es mi vida.” así es como se presenta Reiko Ike en “Girl Boss: Revenge” (1973) arrodillada en posición respetuosa y con una mano extendida para demostrar que sus intenciones son amistosas. No importa que tenga una navaja en la bota; no piensa usarla todavía, o sí, pero primero retaría a su adversaria a un duelo. Es que las sukeban tienen un régimen de lealtad y honor estricto entre ellas y errático hacia la sociedad. La palabra significa “delincuente y jefa pandillera”. Dentro del marco del género pinku, estos films tuvieron su momento de fama en los años 70 en Japón, un poco influenciados por la revolución sexual y otro poco por la figura mítica de James Dean. Ahora bien, mi fascinación por los modelos femeninos fuertes no dista de hace dos semanas cuando empecé a bajarme maníacamente una tras otra la serie de 8 películas que la Toei Animation dedicó a este subgénero. Viene de mucho antes. A los 13 años, una amiga rubia y con pantalones acampanados puso un disco de Hole en su radiograbador (familiarmente llamado “huevo”) y fue en ese momento en que comenzó mi búsqueda. Jamás cuestioné mis gustos, es verdad, hasta que me preguntaron qué era lo que me atraía tanto de ver a un par de mujeres con pocas ropas, poca dignidad y mucho desparpajo escapar de un reformatorio. Lo mismo que me atrae de escuchar “Dead End Justice” de las Runaways o “Skin Tight Skin” de Suzi Quatro o, más reciente, “Wild Child” de las Demolition Doll Rods. Comparten la misma fórmula. Algunos dirían 31


que es un ardid feminista -lo dirían con una muesca de desprecio en la cara como si el adjetivo fuese una mala palabra-, pero a mí me gusta pensar que es un refuerzo positivo que me inocula contra la crueldad de los piropos, agresiones verbales, las persecuciones y la violencia psicológica a la que me veo expuesta por el hecho de ser mina. Un paraje en mi memoria al que me gusta recurrir, una canción que resguarda mis oídos al calzarme los auriculares cada vez que me siento denigrada porque un desconocido vocifera la palabra “mamita”. Y doy fe de que no soy la única: lo veo en las redes sociales, como distintas chicas suben fotos con alguna frase suelta inspirada en la heroína de su película preferida, lo veo en las Sylvia Plath de sus bibliotecas y en la forma en que expresan sus opiniones. Es un empoderamiento íntimo y continuo, un trabajo diario, que endurece y recubre la autoestima mía y de cada una de ellas. En mi caso, recurro a las anti-heroínas porque el modelo clásico de mujer romántica y casta me parece tan obsoleto como el ábaco. El mundo de las sukeban es un mundo corroído por toda clase de miserias humanas: traición, sexo sin amor, robo, abandono y asesinatos sanguinolentos. Para ser una jefa de pandilla hay que tener un pasado marcado por el dolor. Sea que la madre las haya abandonado o que un grupo de energúmenos alzados las haya violado, el trauma recrudece su humanidad y entumece su sensibilidad hasta el punto de convertirlas en lobas solitarias. El impacto psicológico es tan fuerte que las empuja a una existencia marginal aunque sin repetir la situación de abandono. Buscan un grupo de pertenencia con chicas igual de inmorales y con agallas al cual les brindan todo su afecto y protección. Y digo “todo” porque 32


una de las reglas para formar parte de una pandilla femenina japonesa es no vincularse emocionalmente con ningún hombre para no perder la independencia. Es contradictorio que exista una fuerte dependencia hacia la jefa, sin embargo, las chicas tienen libertad de decisión siempre y cuando respeten tres normas básicas de honor, lealtad y fortaleza. En este punto el grupo es un sistema cerrado. Si las mujeres dentro de su figura distópica de maleantes juveniles, prostitutas y estafadoras, tienen rasgos tradicionalmente adjudicados a los roles masculinos como la valentía y la falta de temor hacia la muerte, los hombres representan las peores bajezas humanas. Los más fuertes (los yakuzas) se dedican a perseguir a las chicas para sacar usufructo de sus cuerpos en redes de trata y los más débiles son mercenarios cobardes que son capaces de revelar las coordenadas de su guarida con tal de ganar unos yenes. Generalmente, hay un sólo hombre bueno en toda la trama que puede aliarse con ellas y salvarlas de las garras de los tiranos cuando se hallan maniatadas a cadenas y torturadas sadomasoquísticamente en plena escena gore. Estas criaturas excepcionales son recompensadas. Y las buenas obras, pagadas con favores sexuales. En otra escena, la cabecilla de la pandilla le contesta “Sólo porque hemos dormido un par de veces juntos no significa que sea tuya” a un chico malo que obnubilado por su propio afán de poseerla falla en leer el carácter de la protagonista. A la larga, el personaje del hombre bueno suscita sentimientos tiernos en la jefa (o “banchō”), la cual renueva sus esperanzas hacia la humanidad, pero éstas casi siempre son aplastadas por la muerte, el abandono o la traición del galán. A veces, la rivalidad sucede entre chicas de distintas pandillas, pero siempre está el enemigo mayor contra el cual unen fuerzas, el poderoso, el director del correccional, 33


el empresario avaricioso y corrupto, el yakuza barbárico deseoso de sangre y flagelar su dignidad con su vaina: el hombre en su peor faceta. No es casualidad que estas películas se hayan lanzado en plena revolución sexual. Es claro que quisieron satisfacer al público masculino con los desnudos y al mismo tiempo despreciarlo con sus retratos extremos y soeces. También la desnudez impúdica puede ser vista como una forma de naturalización del cuerpo femenino (“estoy desnuda y no podés hacer nada al respecto”). No se privan del morbo ni tampoco del dolor emocional de la pérdida que antecede al físico. A pesar de su alto contenido en escenas picantes, existen todavía aspiraciones nobles como la libertad. Destaco este punto. Es indudable que hay un cierto misticismo todavía latente en ver a una chica con minifalda milimétrica y una katana ir en busca de lo que quiere. Al fin de cuentas, no importa cuán básica o predecible sea la historia sino el impacto en el espectador y estos films -como algunos libros y discos- generan en mí y en muchas otras una sensación de que no todo está perdido. Es una utopía impecable que te deja con la sensación de invencibilidad y omnipotencia. Un cuento épico posmoderno de argumentos pobres. Otra posibilidad de femineidad.

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MILA DEL GUERCIO

SUKEBAN: THE PINKY VIOLENCE “I am all about courage and fighting is my life”. This is how Reiko Ike introduces herself in “Girl Boss: Revenge” (1973), kneeling respectfully, with one hand extended to demonstrate that her intentions are friendly. It doesn’t matter if she has a pocketknife in her boot, she might not use it; or she would, but first, she’d challenge her opponent to a duel. Is that the sukeban have a strict regime of loyalty and honor between themselves, and erratic towards society. The word “sukeban” means “delinquent girl boss”. Framed within the pinku genre, this films had their moment of fame in Japan during the 70’s, influenced in parts by the sexual revolution and the mythical figure of James Dean. Now, my fascination for strong female leading roles didn’t start two weeks ago when I began to manically download, one after the other, the series of eight movies that Toei Animation dedicated to this subgenre. It comes from way before. When I was thirteen, a blonde friend who wore oxford pants played a Hole record on her stereo (that, for its oval shaped, was simply referred to as “egg”) and it was at that moment when my quest triggered. I never questioned my personal taste until someone asked me what it was that attracted me so much of seeing a bunch of women with few clothes, little dignity and a lot of insolence escaping from a juvenile hall. The answer is, the same thing that pushes me to listen “Dead End Justice” from The Runaways or “Skin Tight Skin” by Suzi Quatro or, more recently, “Wild Child” by the Demolition Doll Rods. They all share 36


the same formula. Some would say it’s a feminist ploy -they’d say it with a sneer on their faces, as if the adjective was a cuss word-, but I like to think that it serves as positive reinforcement that inoculates me against the cruelty of catcalling, verbal abuse, persecution and psychological violence that I’m exposed to for the mere fact of being a gal. A mirage in my mind I like to turn to, a song that protects my ears when I put my earphones on every time I feel slandered when a stranger shouts the word “mamita”. And I swear I’m not the only one: I see it on social networks when girls upload photos of their favorite female heroine with a loose phrase, I see it in the books of Sylvia Plath in their libraries and in the way they express their opinions. It’s an intimate and continuous empowerment, a daily task that toughens and consolidates mine and theirs self-esteem. In my case, I recur to the anti-heroines because the classical model of a chaste and romantic woman seems as obsolete as the abacus. The world of the sukeban is a world corroded by all sorts of human miseries: betrayal, sex without love, theft, abandonment and bloody murders. To be a gang leader you must have a past stricken by pain. Trauma revives the characters humanity and numbs their sensibility to the point of turning them into lone wolves. The psychological impact is so strong that pushes them to a marginal existence. But, instead of recreating the situation of abandonment, they seek to become part of a group of girls as immoral and brave as they are, group to which they will bring all their protection and kindness. And I say “all” because, one of the rules to be part of a Japanese girl gang is not to become emotionally involved with any man, as to not lose your independence. It is contradictory that a strong dependency to 37


the female boss exists, however, the girls have freedom of choice as long as they respect three basic rules; honor, loyalty and strength. In this, the group is a closed system. If women, in their dystopian figure of juvenile delinquents, prostitutes and con artists have features traditionally associated to masculine roles –traits, like courage guts and fearlessness towards death–, men represent the lowest tier of humankind. The strongest ones (the yakuzas) spend their time chasing the girls in order to squeeze money out of their bodies in human traffic networks, and the weakest are coward mercenaries capable of revealing the whereabouts of their den in exchange of a few yen. Generally, there is only one good man in all the plot who will serve as an ally, a man who will save them from tyrant claws when they are chained and being masochistically tortured in the midst of a gore scene. This exceptional creatures are recompensed, and the good deeds, paid with sexual favors. In another scene, the leader of the pack says “Just because we slept together doesn’t mean I’m yours” to a bad boy whom, blindsided by his desire to possess her, fails to read the nature of the lead character. In the long term, the male character inspires tender feelings to the female leader (the “banchō”), feelings which renew her hopes for humanity, but these are always crushed by his death, desertion or betrayal of the aforementioned beau. Sometimes, rivalry happens between girls of different gangs, but there is always a bigger enemy whom they join forces against: the power hungry one, the juvie headmaster, the greedy and corrupt businessman, the barbaric bloodthirsty yakuza eager to mangle their dignity, in other words, men at their worst. 38


It is no coincidence that this movies were launched in the peak of the sexual revolution. It is clear the intention was to satisfy the masculine audience while, at the same time, put it down by portraying them in an extreme and filthy manner. Debased nudity can also be seen as a way of naturalizing the female body (“I am naked, and there’s nothing you can do about it”). They don’t deprive of ghoulishness or the emotional pain of the loss that precedes to the physical. Despite the high amount of rowdy scenes, noble aspirations –like liberty– still exists. I stress this point. It is beyond doubt that there is a certain mysticism in seeing a girl sporting a katana and a millimetric mini skirt going after what she wants. In the end, it doesn’t matter how basic or predictable the storyline is but its impact on the viewer, and this films, as some other books and records, generate in me and others the feeling that not all is lost. They work as an impeccable utopia that leaves you with a sense of invincibility. An epic postmodern tale made out of poor assertions. Another form of femininity.

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Proyecto gr谩fico Fernando Nishijima

Diagramaci贸n Mila Del Guercio

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