MUTIS UNA OBRA Y UN ESPIRITU
A mis nietos ANA MARIA ALVARO y ALFONSO
DOS PALABRAS Ante la evidencia de que el conocimiento de Don José Celestino Mutis y de lo mucho que él significó para Colombia no se ha difundido y examinado debidamente, resolvimos escribir estas páginas, como contribución muy modesta al esfuerzo de obtenerlo. Además de datos biográficos suficientes, presentan ellas algunas apreciaciones acerca de la nobilísima personalidad del Sabio, en el deseo, no de adelgazarla, sino de interpretarla un poco dentro del modo de ser que le sirvió de marco.
CAPITULO I Formación de un Espíritu No por observarse en la sociedad la doble pasión del conocimiento y del servicio público con relativa frecuencia, aunque en escasos individuos, deja ella de ser uno de los fenómenos más atrayentes en el alma del hombre. Resaltan siempre sus valores de altura y nobleza, como cosa antes no vista ni oída, y su presencia sigue celebrándose con la admiración que ha despertado en todos los tiempos. A lo largo de la historia de Colombia y en cada época vemos este encendimiento en algunos de sus hijos, y entre ellos se adelanta hacia nosotros, para rendirle tributo permanente, uno que nació en España, pero que fue y es nuestro por sus obras, Don José Celestino Mutis. En Cádiz, la risueña, y sin duda en una calle recogida, un poco separada de la agitación y vocerío de los muelles y de los galeones y veleros; dueña de un piso limpio y parejo; a distancia de los olores de alquitrán y brea, de los palos, vergas y jarcias de embarcaciones viejas y del humo y humedad pegajosa que envuelve mástiles y orillas, vivía la familia Mutis y Bossio, vástago de honrados servidores de la Religión y el Reino, puesto que en el curso de centurias fue loable su conducta y entregaron a algunos de sus hijos, bien al ejército o bien a los altares. En ese sitio de claro cielo, dulce habla y comienzo de la cultura hispánica, en ese medio sano y en esta familia distinguida vio la luz primera Don José Celestino Bruno el 16 de abril de 1.732. Don Julián y Doña Gregoria llamábanse sus padres. Discurrió su infancia frente al mar, en su ámbito de ritmo de luz y de grandeza, entre hileras de casas enlucidas, asomado a elevados belvederes o ante el espectáculo de las flotas comerciales y de las del oro que venían del Nuevo Mundo. Sería su juego más común, en los patios y plazuelas, a los descubrimientos y conquistas, tan del gusto de los niños de la época; y se alargaría en paseos, bien por entre la espesura de los encinares, lentiscos y jarales de la sierra contigua, o por el camino que hasta Madrid llevaba entonces. En esas vueltas y soledades, al ponerse en contacto con la naturaleza abierta, de qué modo no se le entraría, dominándolo, el espíritu de ella, y cuántas veces tropezaría con párvulos andrajosos que de lugar cercano se dirigían a la escuela, o quizás encontraría asimismo a algún viajero enfermo y miserable, de cabeza cubierta con calañés mugroso y viejo, enflaquecido y pálido, de sayal roto sujeto con cualquier soguilla de esparto a la cintura, que iba al hospital tras del socorro de un lecho. ¿Este paisaje de
distancias, árboles y breñas escabrosas y estas imágenes dolientes no explicarían lustros más tarde la humanísima vocación de tan prometedor y digno mozalbete? Ahí mismo en Cádiz cumplió los estudios primarios y, al parecer, empezó los secundarios, quizás en el colegio de los jesuítas, asomado a la sabiduría de las aulas y al misterio de su yo. Luego pasó a Sevilla, donde se graduó de bachiller en Filosofía y donde, entre los años de 1.749 y 1.753, hizo los cursos de Prima, Vísperas, Método y Anatomía y Cirugía, uno en cada año, para realizar la carrera médica; y, con el fin de efectuar la práctica de los conocimientos a que estaba obligado, regresó a Cádiz a trabajar por dos años en el Hospital de la Marina y en el Real Colegio de Cirugía, al lado del doctor Pedro Fernández del Castillo, sin dejar de asistir a las conferencías y actos literarios que se celebraban en éste (1). Y qué niñez la suya. Por la corriente del atavismo y desde tiempos remotos le había llegado decisiva influencia religiosa. A ella se agregaban en estos albores las primeras enseñanzas de su madre, principalmente cuando lo llevaba al lecho, cuando lo vestía por la mañana, cuando lo conducía a la iglesia. El había aprendido el padrenuestro y los dos mandamientos, "ama a Dios sobre todas las cosas y a tu prójimo como a tí mismo", es decir, había conocido lo fundamental de lo divino y lo fundamental de lo humano, no en la singularidad del yo arrogante, codicioso y excluyente, sino en la pluralidad fraterna de él y. sus semejantes. Esta enseñanza continuó en la escuela y el colegio más amplia y más profunda. De suerte que en él fue base y cimiento la religión interior. El entero sentimiento de Dios rehizo la naturaleza de su ser. Lo intelectual adquirido y lo que adquiriría posteriormente, o sea su cultura en ciencias naturales, matemáticas, médicas, astronómicas, venía a ser como algo aparte, influido, eso sí, por aquella religiosidad. Ese sentimiento y esa cultura se sumaban en su alma en una totalidad activa que satisfacía completamente a su espíritu y a su corazón. Era una criatura prosternada ante la Divinidad, que veía en ella su fin y su principio, y ante esa presencia incomparable e imponente sentía resonancias del infinito, que poco a poco se le fueron concretando en palabras de un supuesto llamamiento. Y él las oyó y por esa escala ascendía hasta quien le hablaba y retornaba a su sitio humilde, en un ir y venir de continuidad sostenida, sin separación ni escondimiento, siempre comparecido en su plegaria, saltando por encima del abismo entre el Creador y la criatura, con la pequeñez de su ser, pero con la grandeza filial recibida de quien le redimió y le dio su imagen y semejanza. Y su vocación al sacerdocio surgió como un hecho ideal y sentimental, pero no vital, porque no era lo sustantivo y primero. Entraba en la juventud. La voz de lo Alto que había oído iba consolidando en él la decisión religiosa y esa decisión, regida en sus movimientos humanos por los auxilios superiores, lo llevó un día a obligarse y someterse íntimamente en homenaje a Dios, aplazando, en verdad sí, la culminación de aquel llamamiento en apariencia acabado. Y el homenaje no era simple ni egoísta, puesto que, por fe reflexiva e ilustrada, incluía el servicio al prójimo. Así, como natural consecuencia, empezó a nacer en él la idea de hacerse médico, porque, pensaba, el darse a Dios lleva en sí el darse a los demás; el rendirle acato implica también rendirlo en caridad a ellos. La vida de cada
cual debe ser vida de servicio para ser en realidad cristiano. Lo arrebató el misterio del amor, de la identidad incomprensible de Cristo con los hombres. Las relaciones con Dios, que cada día aumentaban en él y se perfeccionaban, cada día también lo envolvían y apretaban más con sus hermanos. Su aparente vocación religiosa llevaba implícita su vocación de médico, aparente también. Y encontraba brillante y hermosa la elevación del pobre a la altura de lo sagrado, mediante la aceptación de la doctrina y de la creencia en Cristo. Esta transformación del prójimo indigente le llenaba de asombro y le encendía la caridad. Sí, debía hacerse médico. Ese sería su mensaje próximo; el posterior sería el sacerdocio. Después de conversaciones a tal propósito en días y meses anteriores, una noche, histórica por lo grave y concluyente, en reunión con su familia, Mutis debió descubrirles el corazón a sus padres y hermanos y expresarles estos sentimientos. Con orgullo y gran satisfacción escucharían todos las intenciones reveladoras. Tomaría primero la palabra el padre a fin de analizar las dos tendencias del hijo y ante el escrúpulo, duda o recelo de éste para entrar en religión, encontraría plausible que se dedicase a la ciencia de curar, porque ésta coincidía bastante con los peculiares relieves de su espíritu, y porque — cosa muy importante— ella vendría a ser un efectivo recurso vital de su futuro. El pan de cada día debía ser punto esencial de su carrera. Y la madre encontraría estas observaciones por demás sensatas. La vocación religiosa pasó, pues, a segundo plano en un ángulo de la conciencia y Mutis abrazó la Medicina. ¿Acaso había quedado sin efecto la contemplación en Cádiz del cuadro de Santa Isabel de Hungría cuidando a los tiñosos, o la de San Juan de Dios transportando a un desalentado enfermo, del célebre Murillo? Era natural que un combate interior así se resolviera en él por abrazar el oficio más afín con su guardada vocación. Porque la Medicina, a pesar de haber llegado en el Estado moderno a humilde y sencillo oficio de salario, no deja ni dejará de ser un sacerdocio. Por las gradas deterioradas y quizá malolientes de un cuerpo enfermo el médico asciende hasta un alma que pide auxilios y dulzura, para obrar el encuentro religioso de un dolor con una piedad. Entonces sería de verlo, con su curiosidad primera, inclinado sobre las páginas legendarias de Avenzoar, el árabe famoso, y el "Teissir" le hablaría de los tratamientos y modos de curación conocidos hasta la época de la gran familia médica sevillana; e indagaría otro tanto en los textos de Don Francisco Enríquez de Villacorta, que fueron de orientación y estudio en la Universidad de Alcalá, y, sobre todo, en los más de su tiempo, de Don Francisco García Hernández y de Don Francisco Suárez de Rivera, que, con otros, circulaban en ese entonces por España (2). ¿Pero, por ventura, el conflicto interior de Mutis quedaría disipado con la elección de su carrera médica? En forma alguna. Hubo un hecho de suma importancia para su sed de sabiduría y para una definición más certera de su rumbo, y fue el de haber conseguido la amistad de Don Domingo Castillejo, a quien visitaba en el Jardín Botánico de Cádiz, cuando estudiaba en el Real Colegio de Cirugía y a quien mucho tiempo después, como en gratitud, consagró una planta con el nombre de "Castilleja". Esta amistad aumentó en él la naciente solicitud por el estudio de los vegetales que ya sentía y de seguro que le facilitó el adquirir no pocos conocimientos más sobre ellos. En
el recinto interior de aquel universitario se presentaban, pues, en petición de sus favores, tres deidades, dos a plena luz y en sitio de avanzada, la Iglesia y la Medicina, y, en especie de penumbra y como en recato, una tercera, la Botánica, o mejor, encarnadas en ella, las Ciencias Naturales y Exactas. Eran sus Tres Gracias, que le harían sabio e ilustre, como al griego antiguo las del grupo mitológico, y que, como éstas, vivirían en él asidas de las manos. Mas había necesidad de preferir a una, y en primera decisión lo fue la Medicina. Por lo pronto, la incertidumbre quedó resuelta. Sólo el porvenir le traería la solución definitiva. La ciudad de Sevilla debió ser para Mutis de discutible agrado y también de sorpresa por la índole especial de ella, en distancia notable, si no en oposición, con su peculiar manera de ser. No se corresponden o conforman bien un espíritu sencillo, serio y recogido con un medio de frivolidad, de pandereta, a un mismo tiempo triste y alegre, decidor y rumboso, saturado de voluptuosidad sarracena y del quijotismo y arrogancia española, aunque incluya también la ciencia y la cultura. Hay que suponer los graves pensamientos que le vendrían cuando, recorriendo la ciudad, oyendo a los cantadores, los tañedores de vihuela, los graciosos del chiste, se iba hacia la Giralda para de ahí contemplarla toda. Cuántas cosas, saltándole la historia, le dirían a su alma la soberbia Catedral gótica, la Lonja, Santa Ana, San Jacinto, San Telmo, los Alcázares, el puente de Triana, el Archivo de Indias, la Torre del Oro, los minaretes árabes, el Paseo Cristóbal Colón, la Plaza de Toros, las galeras del Guadalquivir. Aunque ya no era el tiempo de que la nobleza entrara en la arena del Circo, como lo hicieron el Cid, Carlos V, Felipe IV, Pizarro el Conquistador, el Duque de Medinasidonia, en Conde de Puñoenrostro, sin embargo, en la Pascua y como buen español, debió ir a las corridas que celebraba el pueblo y a saborear la sal y la canela de Andalucía, que, con las botas de vino y los claveles y las rosas de las mujeres, encendían los corazones de los llegados al ruedo. Pero, a no dudarlo, el espectáculo más allegado a su naturaleza sería, de todos modos, la Semana Santa o "La Pasión según el pueblo". A él, que llevaba en su sangre todo un pasado contemplativo de éxtasis, de mística y perfección religiosa, qué no le dirían los Pasos suntuosos de Nuestro Padre Jesús del Gran Poder, del Cachorro, de la Virgen del Mayor Dolor y Traspaso, de la de Triana, de la Macarena, de las imágenes todas que, enjoyadas y con candeleros de plata, desfilaban por entre la doble formación de cofradías y de nazarenos, ceñidas sus ropas fúnebres con cíngulos de esparto. ***
En la actividad universitaria de Mutis hay dos cosas que llaman por demás la atención: la firmeza del espíritu y la fortaleza moral. No hay que pensar en que una inteligencia tan fresca, fervorosa y despierta como la de este joven estudiante permaneciese indiferente o impasible ante el poderoso oleaje ideológico de su siglo. Hay que haber sido estudiante y estudiante universitario para saber de qué manera seducen las ideas que visten novedad e interés desconocido. No es solamente sed lo que se
experimenta por ellas: es abrasamiento incontenible. Mucho de lo de Descartes, no poco de lo de Lock y Leibniz, algo de lo de Voltaire, bastante de Montesquieu y Rousseau y hasta algún tanto de Raynal, La Mattrie, Helvetius y Holbach debieron golpear sobre esa mente conformada en la más sólida tradición católica. Las acometidas antirreligiosas y materialistas tuvieron que sucederse, pero el muchacho, héroe de verdad, hubo de sonreir, sin duda, abroquelado en sus creencias y entregado, como estaba, a sus ciencias médicas, naturales y exactas. ¿Y su fortaleza moral? Esta sí que resulta prodigiosa y aun más heroica en el tronío de la ciudad de maravilla, por entre las ventanas florecidas, la Cazalla de la Sierra y el jolgorio, los bailes llenos de intención y gracia, el cante hondo, los soleares, las seguidillas y las canciones de las cigarreras, las castañuelas, las sonajas, los organillos, los bordones de las guitarras y la bizarría y majeza de las hermosas. ¿Cómo pudo quedar dueño de sí e incólume este mozo al encontrarse con una Preciosa, espejo de la gitanería, rica de felicísimos atractivos y armada de incentivos, villancicos y zarabandas, tan deleitosa, atrayente y desenvuelta como la que resplandece en la ejemplar novela de Cervantes? ¿Corno resistiría la llama de esos negros ojos al pedirle él la buenaventura y al hacerle en el hechizo de su mano la señal de la cruz con el acostumbrado real de oro, que ella haría suyo muy luego? Porque "no hay perdición en el mundo que por mujeres no venga". Hay que imaginar a este jovenzuelo el sábado, sin conversar con mujer que se llamase María, en cruce ocasional y nocturno de alguna callejuela, rechazando tropeles de pensamientos al leer a la luz de un farolillo las cazadoras palabras "aquí gustan de lo güeno, como güeno, los güenos". ¿Cuando vistiendo sombrero de grandes faldas, túnica de cuello recto y mangas de paramento, calzón impecable y medias de color, se iba hasta el Crucifijo de San Agustín o hasta la Virgen de la Esperanza, para ponerles sus candelicas en profunda devoción, de los balcones dorados o de los ventanucos bajo aleros y tejadillos no le llegaría más de un guiño picaresco, de esos que revientan en el alma como claveles de fuego? Hacía el milagro de pasear su juventud inflamable hasta Coria, San Juan de Aznalfarache, Santiponce o Castilleja de la Cuesta, esquivando sandungas y vitangos, por entre fogaradas de pasión y "salero der paraíso". Dios sabe con cuánto esfuerzo huyó Mutis del amor de la mujer, mas en su ser sí brotó un amor, un amor antirromántico, sin brasas de lo orgánico, sin ardores del corazón, puro y eminentemente espiritual, el amor a la Naturaleza. Ella, como a Goethe, le seducía y le atraía con miles invitaciones e incontables gestos y trajes; le hablaba a sus oídos con palabras claras o misteriosas, fascinadoras siempre; en sin igual embrujo le permitía cerca, muy cerca, pero también se le alejaba esquiva y se le vestía de sombras; a veces lo admitía de confidente, mas con igual frecuencia lo tenía por extraño; y su mayor sorpresa era que, cuando estaba ante ella, una, única y hermosa, en el goce pleno de su pasmo y maravilla, se le tornaba en múltiples cendales o bien en ceniza y muerte, para renacer ahí mismo en vida nueva, turbadora y regia. Nunca ser femenino jugó tanto con su rendido amante como ella con este enamorado y devoto universitario. No dice la historia en qué momento se vieron en Mutis los deseos de estudiar matemáticas y botánica, pero ello posiblemente sucedió muy a principios de su bachillerato, a juzgar por todo lo que alcanzó a saber terminando su carrera. De suerte que debieron ser muchos los días y las noches que lo sorprendieron
con los tres primeros tomos de la "Historia del Nuevo Mundo", del Padre Jesuíta Bernabé Jacobo; con la "Clave Botánica", de Francisco Suárez de Rivera; con la "Aritmética Universal" y demás obras matemáticas, de Newton; con las del Padre Tomás Vicente Tosca, sobre las ciencias de la cantidad; con la "Relación histórica del viaje a la América Meridional", de Antonio Ulloa y Jorge Juan; con las obras del Padre Feijoó; (3) con las de La Condamine, sobre sus estudios en Sur América, tan apasionantes sobre los trabajos científicos que realizó, como por sus peripecias, incluyendo la terrible odisea en el Amazonas de Isabel, la esposa de Juan Godin, que dio fin oficial a la Expedición al Ecuador y que fue objeto de largos y numerosos comentarios en toda Europa. Y de la misma manera que a Humboldt, años después, la lectura del Voyage around the World on H. M. Sloop Resolution, escrito por el explorador Jorge Adam Forster, le encendió la fiebre y la ambición de los viajes, (4) del mismo modo a Mutis, por estos libros, se le entraría el pensamiento de trasladarse al Nuevo Mundo, si acaso no fue por obra de los enfermos del Hospital de la Marina, cuando le hacían sus relatos sobre América, como lo supone el Padre Pérez Arbeláez (5). Por haber sido cosa muy llevada y traída en los medios botánicos, tan de la predilección de Mutis, tuvo también que haber tenido de estudiante muy completas noticias sobre Joseph de Jussieu, el gran erudito en la flora de América, quien estuvo durante cuarenta y cinco años en Quito y otros lugares del Nuevo Continente, después de 1.734 (6). Imagínase uno a este universitario en atento estudio, paseándose por un patio alicatado de azulejos, circuido de pinares de mármol, y devorando el agua fresca de la alcarraza, cuando venían los meses calurosos de junio, julio y agosto. Cuántas veces también y en los días festivos, o libres de tareas, o de vacaciones, lo evoca uno alejándose por el valle del Guadalquivir, por entre olivares, viñedos y naranjales, o ascendiendo por las apartadas colinas que se suceden en extensa lejanía hasta la misma Sierra Morena, en busca de plantas para sus primeras observaciones botánicas, quizás pensando en el "Ensayo de la Historia Natural y Médica de España", de Don Francisco Fernández de Navarrete, y en el herbario que éste formó de 1.200 ejemplares de Castilla y Andalucía (7). En sus manos las raíces, los tallos, las hojas, las corolas, los estambres, los colores, serían problemas que sólo podría resolver con el auxilio de las anotaciones que llevaba consigo, tal vez algunas tomadas de Quer, sobre la flora española. ¿Y cómo no pensar también en sus desvelos sobre obras de astronomía, quizás sobre la "Astronomía Hypothetica" u otras obras del Padre Jesuíta José Zaragoza, donde se impondría de las constelaciones, de nuestro sistema solar, de los elementos universales del cálculo y de las tablas del movimiento de los planetas? (8) Siendo mucho, no se contentaría su deseo de saber con estas indagaciones, sino que llevaría su inteligencia también por los caminos de la química, la mineralogía y la metalurgia, caminos que transitaban y despejaban en la época autores como Don Daniel Campillo y Marco, con su libro "Arte Chymica universal antigua y moderna", y Don Juan Ordóñez de Montalvo y Don Juan Manuel de Orozco, con sus obras "Arte o nuevo modo de beneficiar los metales de oro y plata y de plata con ley de oro por
azogue" y "Cartilla metálica que enseña desde sus principios a conocer y beneficiar toda suerte de metales" (9). ***
Por las calles sevillanas desfilaban las ideas del siglo XVIII, con inquieta atención de Mutis y con estas circunstancia y porqué: La poderosa corriente intelectual del siglo de los monarcas de Las Luces, Federico de Alemania, Catalina de Rusia, María Teresa de Austria y Carlos III de España, tuvo su origen en la centuria anterior, humariista, protestante y racionalista, con las obras de Rene Descartes, Isaac Newton y Jhon Lock, principalmente. Descartes fue el padre del nuevo racionalismo y uno de los forjadores del concepto de la mecánica del cosmos y de la unidad del mundo físico, con sucesores inteligentes y activos como Benito Espinosa y Tomás Hobbes. Newton, de otro lado, profundizando en las matemáticas, señaló las grandes leyes del universo y dio a luz su Philosophiae Naturalis Principis Mathematica; y Lock, con sus libros filosóficos sobre psicología, ética y política, particularmente con el llamado "Ensayo sobre el entendimiento humano", fijó los límites de éste, separándose de Descartes y Hobbes, y ahondó en los medios y posibilidades de nuestros conocimientos. En esta corriente ideológica del nuevo siglo empezó a destacarse la Razón como clave de la inteligencia, y el Razonamiento como perfección del sentido común. Así, la Naturaleza y la Razón irrumpieron en el pensar del hombre, aquélla sin los toques medioevales que la cubrían y deformaban, y ésta sin las ataduras que presentaba hasta entonces. Haciéndose autónomo y rechazando en mucho lo tradicional, el espíritu avanzó hacia el campo de la duda, con debilitamiento de la autoridad y de la fe precedentes. Dos tendencias se marcaron en esta corriente, la del despotismo ilustrado o gobierno de unos pocos, y la de la democracia, con la concurrencia de muy revolucionarias ideas, por lo que, andando los días, se mostró positivista, anticlerical y hasta materialista. La crítica científica enfocó de modo nuevo la antigüedad, sacudió instituciones eclesiásticas y examinó con lente de comprensión más reciente a todos los Estados. Se impuso una nueva filosofía política y moral.
En un principio este nuevo pensar fue recibido por muchos con estupefacción y sorpresa, y por sus seguidores, con ardor e inquietud del entendimiento; pero, creyéndose campeón de la libertad, fue Voltaire quien con soberana inteligencia lo acogió y vistió de animadversión religiosa. Igualmente lo acogieron con notorio entusiasmo Montesquieu, el tratadista de la libertad y la política y autor del "Espíritu de las leyes"; Mendelssohn, el gran filósofo
judío; Alejandro Pope, el pensador y poeta, y otros muchos trabajadores intelectuales de la época. Estos constituyeron la primera unidad combatiente de la lid, casi todos sin marcada intransigencia; mas vino después, hacia1.750, una segunda unidad, esta sí sectaria y radical, que llegó hasta el ateísmo con el médico y filósofo La Mattrie, con Helvetius y con Holbach, acompañados moderadamente de Adán Smith y, posteriormente, de David Hume; finalmente, más tarde, al terminar el siglo, se destacó otra unidad, la tercera, que fue romántica y sentimental en seguimiento de Rousseau, su corifeo, quien se opuso al razonamiento de los enciclopedistas, representados principalmente por el crítico y novelista Diderot y por el matemático D'Alembert, y se inclinó a la bondad, al desinterés y a la consideración de los sencillos, los salvajes y los campesinos. Es decir, el hombre se encontró en este siglo XVIII entre dos grandes posiciones ideológicas, el Racionalismo y el Romanticismo, y asistió a las trascendentales revoluciones americana y francesa y a cambios hondos en la vida de Inglaterra. De altísimo valor fueron las consecuencias de este siglo, así en el campo sociológico como en el de las ciencias exactas, físicas y naturales, incluyendo la geología, la biología, la fisiología y la medicina. Se generalizó el saber enciclopédico y humanístico; se ampliaron los estudios de Newton sobre la gravitación universal y sobre la hidroestática y la hidrodinámica; se aprovecharon los trabajos de Leibniz en cuanto a política y filosofía, y los de Huygens, el holandés, referentes a matemáticas, física y astronomía; surgieron los estudios de Reamur sobre física y ciencias naturales; asomó la concepción moderna de la química en la obra del irlandés Roberto Boyle y en la de sus diligentes colaboradores contemporáneos, seguida de la muy notable de Lavoisier; cambió la pedagogía con las novedades de Basedow, precursor de Pestalozzi y Lavater; la estructura celular de las plantas, su sexualidad, la función de las hojas, la identificación de los protozoarios, la vida de los embriones, fuera de otros muchos puntos de los seres vivos, tuvieron investigadores eminentes, cual el célebre Buffon, autor de la gran "Historia Natural" en cuarenta y cuatro volúmenes, cuales Hooke, Malpighi y Leeuwenhock, y, sobre todo, cual Linneo, cuyas admirables indagaciones pueden verse en todas sus obras, señaladamente en el "Sistema de la Naturaleza" y la "Filosofía Botánica"; y, por último, médicos acuciosos esclarecieron la circulación sanguínea, determinaron su presión, analizaron el quimismo gástrico, ilustraron con autopsias los reconocimientos clínicos y desarrollaron y perfeccionaron la vacuna antivariólica. Hasta las ideas de Rousseau se transformaron dentro de las Islas Británicas en el culto de la moral, del deporte y de la salud. Después de Grecia no hubo época que le diera al hombre más fe en la ciencia, en el desarrollo material, en la igualdad social y en su mejor destino. Todas estas ideas y conocimientos hervían en Francia, junto con las nacidas en Inglaterra sobre el Estado, y con las de Alemania y otros países europeos, y de ahí, saltando por sobre los Pirineos, se expandieron en España. ¿Y por qué esto? Ángel Salcedo Ruiz, en su "Resumen histórico-critico de la Literatura Española", nos da la explicación en el aparte que sigue: "Aunque para nosotros sea un poco mortificante, necesario es rendirse a la verdad de que Francia está mejor dotada por la Naturaleza que nuestra Península para
predominar en Europa. Por sus condiciones topográficas es su suelo, en conjunto, mucho más rico que el nuestro, y, por ende, la población más numerosa, y también más homogénea que la nuestra, y, en consecuencia, más apta para la unidad política. Pues su posición geográfica, teniendo al Mediodía las otras dos naciones latinas, rayando a Este con los germanos, y por el Norte sólo separada de los anglosajones por un estrecho, es excelente para vivir en comunicación constante con todas las razas, tomar de cada una de ellas elementos étnicos que vigoricen y mejoren la suya, hacer frente con ventaja a los pueblos vecinos y desempeñar entre ellos el importantísimo papel de ponerlos en contacto, llevando y trayendo de unos a otros, no sólo las mercancías, por decirlo así, materias, sino también las espirituales, o sean las ideas, las opiniones y los gustos. Ya los romanos, maestros en el arte del gobierno, hicieron de la Galia cabeza del Occidente, reduciendo a España y Gran Bretaña a simples diócesis dependientes de la Prefectura galicana; y Carlos V, con ser emperador de Alemania, rey de España y señor de medio mundo, declaraba sin ambages que no había en Europa más bello reino que Francia. No nos maravillemos, pues, de que la nación vecina haya llevado casi siempre la voz cantante en el concierto de las naciones, ni de que haya ejercido en nosotros una influencia tan grande. Eso es natural, y no dimana de que valgan ellos, individualmente mirados, más que los españoles, sino de que son y han sido siempre más y más unidos entre sí, y más ricos, y mejor situados en el continente al efecto de predominio. Lo maravilloso es que, gracias a la política de Fernando el Católico y sus inmediatos sucesores, admirablemente secundada por el esfuerzo de nuestros mayores, hubiera un período no breve en que España predominara contra todas las leyes o indicaciones de la Naturaleza. Como todo lo anormal, aquel predominio tenía que ser efímero, y aunque gloriosamente lucharon los españoles del siglo XVII por conservarlo, al fin volvieron las aguas a su ordinario cauce, y Francia recobró la hegemonía latina, y con ella la de Europa, por mucho tiempo" (10). Como Campomanes, Olavide y Cadalso y como Clavijo y Fajardo, traductores de Buffon y de Voltaire, hubo otros numerosos y notables espíritus españoles que recogieron los nuevos conocimientos y que abrazaron muchas de las recién llegadas ideas. Entre ellos se contaba el Padre Benito Jerónimo Feijoó. Estableció este benedictino eminente, en su celda de Oviedo, una cátedra de estudio, de creación, de crítica y de difusión de nociones y conceptos, no sólo muy ilustrada, pero de admirable actualidad en su tiempo, porque predicaba tenazmente el método experimental, porque no ignoraba nada de lo científico y literario de la Europa transpirenaica, como de España misma. Además, clamaba él contra el atraso de escuelas y universidades y contra la ignorancia de las gentes. Mucho fue lo que hizo y lo que escribió el Padre Feijoó. Fueron famosas sus "Cartas eruditas y curiosas", pues trató en ellas de temas muy variados, como física, historia natural, medicina, astronomía, geografía, matemáticas, pluralidad de los mundos y sistemas de Newton y Copérnico. Fueron famosos también su "Teatro crítico universal" y sus "Peregrinaciones de la Naturaleza", porque se ocupó en ellos de puntos como mineralogía, el aire, la luz, la electricidad, el vacío, los eclipses, los cometas, los elementos. Pero como , además, agitó muchas otras ideas, tuvo numerosos, violentos y empecinados impugnadores, lo que dio lugar a que recibiera el apoyo de personajes tan notables como el Padre Santo de la época, Benedicto XIV, y
como los monarcas Fernando VI y Carlos III, aparte de otros sobresalientes de la Península. Este siglo de renacimiento de todos los pueblos lo fue en gran modo de España, por su imposición de la ciencia experimental, por el cuidado e interés que le puso a los recursos naturales, por la tendencia positiva de la educación, por el arreglo práctico de ésta, por la exigencia de más disciplina y altura en la juventud, y trajo para la nación cambios verdaderamente serios y muy nuevas perspectivas. Lo primero fue una actitud de menos entono, de modestia, con la resolución de desarrollar plenamente la totalidad de las fuerzas y de establecer, ante todo, como lo hizo, la libertad de comercio. Favoreció esta mudanza colectiva, omitiendo otros factores, cierta fatiga que había con la viciosa y vieja orientación pública, con las lucubraciones fatuas, con el retoricismo y el verbalismo fértil de los intelectuales. Se formó así un nuevo ambiente para las cosas del espíritu; la Razón empezó a funcionar sin tantos reparos e impedimentos; la vida ciudadana perdió rigidez y se hizo más flexible, las ciencias y las artes se impusieron como metas superiores; lo humano del hombre mereció mayor atención; sobre la teología tomó puesto de importancia la economía política; y lo teórico, insustancial y fantástico cedió gran terreno a lo práctico y a lo técnico. No desaparecieron sino que se conservaron las fundamentales condiciones sociales e ideológicas antiguas, pero remozándolas, mediante estilo y principios modernos, con Jovellanos, Campomanes y Feijoó como adalides. La Religión, en su estructura y naturaleza esenciales, quedó incólume, mas en avanzada hacia el tiempo nuevo, ostentoso y ufano de racionalismo y de la incredulidad y el ateísmo que estimulaba el Conde de Aranda. El despotismo ilustrado se impuso y el pueblo entró en él. Vientos de renovación se entraron por los ventanales de las viejas universidades y a su lado surgieron otros institutos de cultura, lo que trajo enseñanza científica para las clases altas, e industrial y artesanal para las bajas, con predilección por los estudios útiles, entre los que los económicos cobraron especial predominio. Merced a la intervención de especialistas extranjeros, tales el botánico Loefling, el químico Proust, el matemático y astrónomo Godin, el mineralogista Herrgen y bastantes otros, sin olvidar a Bowles, las ciencias naturales y exactas tuvieron visible y especial desarrollo. Marcóse ello principalmente en la medicina, que pasó de un estado deplorable (11) a otro de claro resurgimiento, y también en la astronomía, así celeste como náutica, y en la geografía, preferentemente la de las colonias. En esta ola cultural y de progreso se crearon la Escuela de Mineralogía, con la dirección de Herrgen; la de Ingenieros de Caminos, con la de Bethencourt; la de Arquitectura Hidráulica y el Gabinete de Máquinas del Retiro, con la de Maquié; y, además, surgieron el Gabinete de Historia Natural, el Real Laboratorio de Química, la Escuela de Artillería, la de Ingenieros Industriales, la Academia de Ciencias de Barcelona, la Escuela de Náutica y el Colegio de Farmacia de esta misma ciudad, los Observatorios Astronómicos de Madrid y Cádiz, el Cuerpo de
Ingenieros Cosmógrafos y muchos otros centros científicos de las Provincias, amén de fundaciones particulares, cuales las del Conde de Peñaflorida y del Marqués de Santa Cruz, en Madrid; las de San Millán, en Vitoria; y la de Campos Franco, en Vergara. Todo esto, que enumera De Hoyos Sainz en su libro sobre Mutis, sin hablar del establecimiento de pensiones para estudios en el Exterior y sin contar la aparición de la Real Academia Española, la de Historia, la de Jurisprudencia, la de Bellas Letras de Barcelona y Sevilla, la de Jurisprudencia de Barcelona y Valladolid, la de Medicina Práctica de Barcelona y la de Bellas Artes de San Fernando. Aparte de todos estos adelantos deben señalarse las Expediciones Científicas de Jorge Juan Ulloa, Malaspina, Boldó, Bustamante y de la Nueva Granada; la mayor y más fácil circulación de libros y periódicos; la fundación de Jardines Botánicos y de Archivos y Bibliotecas; y el desarrollo de la Arquitectura, de la Pintura, de la Música y de las Artes Industriales. La Literatura y la Poesía sufrieron el cambio hacia el prosaísmo, como consecuencia del espíritu crítico y de la filosofía dominante. En una palabra, la vida intelectual, agrícola e industrial de la nación recibió potente estímulo, y no menos lo obtuvieron el comercio y las obras públicas, como carreteras, puertos y edificios oficiales. Y retornando a Mutis, cualquiera se pregunta: ¿sí sería hijo de su tiempo? Aunque sólo estuvo en contacto con la mayor actividad de esta centuria en la Península por espacio de unas dos décadas, debe contestarse afirmativamente, (12) como hay que sostenerlo de igual modo con respecto a Caballero y Góngora de Santa Fe, Maciel de Buenos Aires, Rodríguez y Chaves de Lima, Caballero e Isidro Celis de La Habana, Espejo de Quito y Goicoechea y Delgado de la América Central. (13) *** Una vez que Mutis se entregó en Cádiz, por dos años, a la práctica de lo aprendido de su carrera, volvió a Sevilla, donde se graduó de Bachiller en Medicina el 2 de mayo de 1.755,.con la nota de Unanimiter nemineque prorsus discrepanti per Litteras A. A. A. A. A. A. (1)14) Nuevamente y por (1) - Estas aes correspondían en los exámenes estudiantiles a la calificación de sobresaliente por cada uno de los examinadores. Debe recordarse que con la letra A votaban los jueces romanos la absolución de un reo, así como con la C votaban la condenación .
Y por otros dos años estuvo en Cádiz, también para adiestramiento en su profesión, incorporado al Hospital de la Marina; y de ahí, dueño ya de alguna pericia y experiencia, se trasladó a Madrid en busca de su título de doctor, el que le fue conferido por el Tribunal del Protomedicato el 5 de julio de 1.557. (15) De altura fue el grado de Mutis, realzado por la presencia, como examinador, del eminente médico Andrés Piquer, y ese grado, a más de llevarlo a la Cátedra de Anatomía en el Hospital General, en reemplazo del profesor titular Araújo, le consagró médico de la Casa Real.
¿Se satisfaría él con las solas labores que empezaba? No. La sed de su inteligencia seguía insaciable y a sus oficios médicos continuó agregándoles, como ya era de costumbre, constantes y tenaces estudios en el mundo de las ciencias naturales, la astronomía, la mineralogía y las matemáticas puras. Mas el Jardín Botánico de Migas Calientes, establecido en 1.753, fue el sitio de su favor y mayor entusiasmo. Al lado de Don Miguel de Barnades, su Director, pasaba el mayor tiempo posible tomado a su profesión, entregado a las enseñanzas que le daba, y con gran avidez fijaba datos e ideas, verificaba investigaciones y aun solía irse a los montes vecinos en recolección de plantas para sobrepasar en cuanto pudiera los conocimientos que había llevado de Sevilla y para ahondar más en el Systema Naturae y demás obras de Linneo, a quien le enviaba algunas de esas plantas, con sus observaciones. La Gracia de la penumbra y el recato, de meses anteriores, se colocaba ahora delante de las otras dos, favoreciendo las preferencias de su espíritu. Fulguraba su real vocación. Se impuso lo inflexible y riguroso, lo que tenía que ser. Le había sucedido lo que más tarde al francés Aimé Bonpland, quien, no obstante su grado de médico, se dedicó a la botánica, y con el fin de estudiarla en América, resolvió acompañar a Humboldt en su viaje científico de 1.801. Madrid, con su lenguaje propio, porque el verbo universal se individualiza en las sociedades de los hombres, no le hablaría demasiado a este joven médico de su pasado glorioso de Filología, Derecho, Letras humanas, guerras y conquistas, en el sentido de un examen profundo e inquisitivo de él, aunque sí en el conocimiento general y en la satisfacción orgullosa de su participación ciudadana. Por falta de tiempo y principal atracción, tampoco debió enriquecerse su mente con la larga y opulenta historia religiosa y eclesiástica que allí se ha guardado y que es un tesoro de teología, filosofía, mística y ascética. De acuerdo con su siglo, que era pobre en teólogos, mucho menos debió saber de la Escuela Tomista pura, de la Escolástica, del Molinismo, del Congruismo, y, en cuanto a las actividades de la literatura eclesiástica, tal vez pudo enterarse con asombro de los trabajos del Padre jesuíta Juan Bautista Gener, que, por esos días, preparaba su gran enciclopedia teológicoeclesiástica, dogmática, polémica y moral. Seguramente asimismo el Madrid cortesano tampoco debió tener hechizo alguno para él. En cambio, de alcance sería, sin duda, su enriquecimiento espiritual en lo que concierne a las ciencias matemáticas puras y aplicadas, como astronomía, cosmografía, geodesia, sobre las que amaneció el castellano con Don Alfonso el Sabio, así como también en lo que concierne a las ciencias físicas, que, hasta su época, habían tenido desde San Isidoro, algunos estudiosos. Pero todo esto podría tildarse de poco ante su interés por el movimiento de la medicina en la Península, y, principalmente, de las ciencias naturales. Más aún: cuántos mensajes y referencias no recibiría, andando por la ciudad, al encontrarse con todos los adelantos institucionales y la riqueza de cultura que acababa de recibir la ciudad. Pero el mayor número de ideas sociológicas le vendría del pueblo, de ese madrileño, que en buena parte era su propia imagen, hombre de honor, esencialmente religioso, de dominante preocupación por salvar el alma, pasional, excesivo, individualista, dramático, irónico y aventurero.
De otra parte, a su curiosidad le sobrarían inquietudes, pues, cual se ha dicho, era el tiempo de la gran agitación ideológica que conmovía a España, así como del ocaso de Fernando VI, de la naciente política reformadora de Carlos III, de un alto en el camino de la Inquisición y del designio real de protección a las artes y de emprender un estudio botánico de grandes y extensas proporciones. Por ser hechos señalados y aun concluyentes en la vida profesional, la imaginación no se resigna a abstenerse de pensar qué valor tendrían para Mutis su primer enfermo grave y su primera junta médica, que necesariamente debieron presentársele, porque el acto al borde del lecho del enfermo es propia y concretamente el acto médico en toda su significación, y porque la junta es el más perfecto ambiente de la función profesional, donde resaltan nítidamente las personas de su ejercicio y donde se tiene la noción total y pura del cargo médico. Y así se lo supone uno a la cabecera de un paciente que le llenaría de angustia y cuya gravedad requeriría el concurso de otros facultativos, que, a su solicitud, habrían de concurrir junto a ese lecho en las primeras horas de la noche. Serían dos solamente. Llegado el momento se encontrarían en la residencia del llamado y, después de cortos saludos y de una rápida historia clínica del novel médico, penetrarían en la alcoba del sufrimiento. El reconocimiento o examen comenzaría con preguntas a la madre del enfermo, cuyas respuestas complementaría o perfeccionaría el mismo Mutis, sin que aquél pudiera intervenir en ellas por encontrarse con demasiada fiebre y delirante. Seguirían luego las inspecciones, palpaciones y auscultaciones con la sola oreja, y después tendría lugar el diálogo de la junta en el gabinete del lado. Como primer tema de conversación figurarían las condiciones y particularidades de la familia atendida, el comentario corriente en la ciudad sobre las últimas noticias, así de la vida social como de la científica. Luego, y ya en el terreno del plural cometido, hablaría primero Mutis y haría una exposición clínica, pero con diagnóstico dudoso; después intervendría el más joven de los recién llegados, y, finalmente, el de más edad, quien después de tomar de su petaca un poco de rapé y pasarlo por su nariz, disertaría sobre las enfermedades agudas febriles que se caracterizan por entorpecimiento, lengua especialmente saburral, meteorismo, manchas rosadas en el abdomen, pulso peculiar y otras particularidades, y terminaría por decir que el caso por ellos analizado sería uno de los que por esos meses estaba designando Tissot "fiebres biliosas", y que el tratamiento del enfermo, dentro de la terapéutica naturista o expectante que se advertía llegar, debería hacerse, fuera de los cuidados familiares, no con sangrías, purgantes y vomitivos, a la manera acostumbrada hasta entonces, sino con un poco de calomel y con una poción de agua de melisa y amoniaco, procurando mucho juicio en la alimentación, porque opportunum medicamentum est opportune cibus dattus, según las palabras de Celso. Toda esta situación y escena le habrían despertado a Mutis, comparándolas con su fervor botánico, menos conato y propósito de lo esperado. La vida futura habría de demostrar que él era casi, casi un ejemplo de lo afirmado por Madariaga en su libro "Ingleses, Franceses y Españoles": "España es uno de los países del mundo, donde hay más vocaciones equivocadas" . Fueron muchos los progresos de Mutis en Madrid, muchos sus trabajos en astronomía, matemáticas, con particularidad en botánica y ciencias naturales, y el Monarca los apreciaba con interés y benvolencia, hasta el punto de que lo incluyó en el grupo seleccionado personalmente por él para
continuar sus estudios en París, Berlín y Stokolmo, a expensas del Gobierno, como dice Víctor Wolfgang von Hagen, o en París, Leyde y Bolonia, como, mejor informados, lo aseveran otros historiadores, Carlos Restrepo Canal y el Padre Pérez Arbeláez. (16) Si Mutis hubiera aceptado este ofrecimiento real, muy probablemente, finalizando el siglo, dadas sus tendencias y temperamento, hubiera pertenecido, aunque de lejos, al Círculo de Weimar, notable en la historia alemana, donde les habría hecho compañía espiritual a Werner, Schiller, Humboldt y Goethe por el idealismo que caracterizó a aquel círculo, pues, allanando la pobreza y la política, cultivó la poesía y la más alta cultura y, sobre todo, porque tuvo preferido interés por las ciencias exactas y naturales. Atraído en grado febril por el halago de conocer y estudiar al Nuevo Mundo y, más concretamente, de penetrar en la historia natural de Nueva Granada, resolvió Mutis más bien, después de tres años de permanencia en Madrid, pedirle al Monarca viera bien su venida con el séquito del recientemente nombrado Virrey Messía de la Cerda, quien personalmente se la había solicitado, en calidad de médico de él y su familia, cuando ambos trataban largamente en la Corte sobre la Quina y sobre los incentivos científicos del Nuevo Reino. (17) "El hombre de una curiosidad ardiente", como podía decirse de él con las palabras de Voltaire para La Condamine, prefirió la universidad virgen y cerrada de lo que hoy es Colombia a las europeas muy célebres de entonces. El aventurero, el viajero científico moderno que había en su sangre española, tomó las riendas de su vida para darle el cambio más serio y trascendental imaginables. En seguimiento de esta determinación, que era la de la devoción por las ciencias naturales, y, corriendo el año de 1.760, en agosto, viajó Mutis a Cádiz para reconciliarse con su enojado padre (18) y para despedirse de él y de los suyos, y luego se entregó a la preparación de su salida de España. Digno de señalarse, a pesar de la trivialidad de los sucesos registrados, es el Diario que escribió Mutis cuando, terminados sus días de Madrid, a partir del 28 de julio de 1.760, emprendió viaje a Cádiz para disponerse a venir al Nuevo Mundo. (19) Entre las cosas que hizo con sus compañeros, el cirujano Jaime Navarro y Esteban Prado, sirviente de su maestro Miguel Barnades, fue recetar, como sucedió en el tercero y cuarto día del trayecto. Otra diligencia fue la visita que en Córdoba les hizo al Padre Juan de Torres, su maestro de gramática en Cádiz, y a los Padres del Convento de San Pedro Alcántara, lo que demuestra sus relaciones con los eclesiásticos. También atendió a sus afectos amistosos y familiares, pues, una vez llegado a Marchena, tuvo una entrevista con su condiscípulo en Sevilla, Valentín González, así como con su hermano, el Jesuíta Francisco Mutis, y se alojó en las habitaciones que tenía su tío sacerdote, el ex-Provincial Bossio. Otro acto, éste hermoso, fue buscar, para darle un saludo, a Rita Conejero, la criada de su casa en Cádiz, la "apasionadísima de todos sus hermanos por haberlos criado". Pero lo que se nota más de este viaje de cincuenta y dos días son las observaciones botánicas que hicieron Mutis y Navarro (1), los rosarios que (1) - Estas observaciones y las plantas las remitieron al Jardín Botánico con el criado de Barnades.
Entonaban, yendo a caballo por los caminos, y el ambiente religioso de todos los sitios, como el que encontraron en la casa del tío José López, vecino de Los Yébenes, quien les dio hospedaje y quien comenzaba las comidas con fórmulas distintas, según la hora. Algunas veces principiaba de este modo: "Jesús, esto que hemos de comer bendígalo Dios, que tiene el poder", y concluía en mal latín: Benedicamus domino, siguiendo luego con un padrenuestro y un avemaria "por las almas nuestras que de este mundo vayamos" y "por la de nuestros fieles difuntos, para que S. M. las tenga en descanso". Después hacía rezar otro padrenuestro y otra avemaria a San Antonio, "para que dé a ustedes y a todos los caminantes un feliz viaje por cualquier parte en que caminasen y nos acompañe a todos con su gracia en la gloria". Agregaba, además, un bendito y algunas jaculatorias, a más de las voces, rayos y centellas que echaba frecuentemente en sus enojos, pues era santo y escandaloso a un mismo tiempo. Probablemente este Diario es uno de los documentos que muestra más nítidamente la honda religiosidad de Mutis, la inclinación vehemente por la botánica y la callada impresión por las cosas que llegan al alma, pues carece de toda palabra de sentimiento. Se encontraba el Marqués de la Vega de Armijo alistando también su viaje, en Puerto Real, villa de la Provincia de Cádiz, donde vivía, y Mutis se dirigió allá el 6 de septiembre para unírsele, en compañía de su hermano Manuel, quien le acompañaría a la Nueva Granada, (20) pero, antes de llegar, lo halló en el bote que lo llevaba al navio de guerra "La Castilla", navio que al día siguiente, domingo, partiría del mismo Cádiz para Cartagena de Indias. "La navegación larga y monótona, pues duró más de cincuenta días sin escala en puerto alguno, trató de suavizarse por medio de diversiones variadas: rifas, entremeses, música y bailes, con aditamento de la representación de una comedia, con su correspondiente loa en honor del señor Messía, y por otra parte los festejos religiosos, como misas solemnes, rosarios, novenas y cánticos. Los pasajeros del "Castilla" divisaron a Canarias el 20 del citado septiembre, pasando por entre la Gran Canaria y Tenerife; el 16 de octubre vieron de lejos las islas de Tobago, Trinidad y Granada; el 20 bordearon la isla de Tortuga y el 21 la costa de Caracas; el 23 pasaron por entre las islas de Buen Aire y Curazao; el 26 admiraron la costa de Santa Marta, y el 29 de octubre de 1.760, en las horas de la mañana, entraron en la bahía de Cartagena, después de haberse entonado a bordo públicamente la salve a la Virgen de la Popa. A las ocho y media se disparó un cañonazo, pidiendo al práctico del puerto, según costumbre". (21) Con ánimo, sin duda, de prolongarlo a todo lo largo de la vida, escribió también Mutis el Diario de su navegación en el "Castilla". Sobresalen en este Diario, como evidencia de su gran curiosidad espiritual, las ocho o diez páginas que dedicó a explicar el gobierno de la embarcación y los oficios del personal destinado a él. Entre las anotaciones restantes hay una acerca del funeral que, a bordo, se le hizo al cadáver de José Vicaría por el capellán del señor Virrey y el Padre Francisco, con solemne vigilia y responsos, y del modo como fue deslizado al mar con un esportón o bolsa de arena en los pies, para que se sumergiera profundamente y quedase "borrada su memoria, que es el pago del mundo".
Hay otra anotación sobre el riguroso castigo que las autoridades del barco, por un motivo ligero, le infligieron a un niño paje de escoba, a quien sujetaron de pies y manos, mediante el sistema llamado "de argolla", y a quien dieron azotes hasta hacerlo sangrar y dejarle por días las señales de ellos. Las demás preocupaciones de Mutis fueron los peces voladores, un pájaro y una panorpa o mosca-escorpión que cayeron al barco, fuera de los grandes peces e insectos que vio al llegar a Cartagena. Mas extraña uno que, dotado de tanta capacidad de observación y de hondo aunque templado sentimiento de la belleza, no hubiera expresado Mutis con gran entusiasmo, ni aun en sus otros diarios, cual lo hizo Humboldt, la emoción de tener en lo alto y al frente de sus ojos el cielo nuevo del hemisferio austral, cuando entraba o estaba ya en la zona tórrida. Cómo pudo callar palabras de asombro ante la brillantez de Canopo, del Buque de Argos, ante las nebulosas nuevas, ante los negros espacios de esta otra mitad de la esfera celeste, ante las nubes fosforescentes de Magallanes y, sobre todo ante esa.impresionante Cruz del Sur, que le hizo recordar al mismo Humboldt, quien habla de todo esto, los sublimes versos del Dante refrentes a ella, en concepto de algunos comentadores. Debe detenerse uno a meditar en lo que significó el acto de Mutis al poner el pie en el Nuevo Mundo. Poseedor de una juventud por todos modos brillante, había tenido ante sí para escoger o una vida cortesana, o una social y activa madrileña, o una familiar y provinciana, o una magnífica extranjera en tres o cuatro ciudades de Europa, o una recogida y fecunda, bien dentro de un retiro particular propio, bien dentro de una institución científica, bien dentro de un claustro acorde con su naturaleza religiosa. "Me resolví a abandonar proyectos, comodidades y cuanto podía ofrecerme mi establecimiento permanente en esa Corte" —le dice al Rey en su memorial para pedirle la creación de la Expedición Botánica—. Sólo los "impulsos de una rara resolución", como él mismo lo expresa, pueden explicar el porqué desechó una vida de éstas para acogerse a la dura e incierta de la Nueva Granada. Era que en él la ambición del conocimiento no se limitaba únicamente a lo individual e íntimo, al perfeccionamiento y ascensión de su yo, sino también, y tal vez en forma dominante, a la comunicación, a la divulgación, a la difusión de la sabiduría, cultura y bienes espirituales conseguidos. Era una pasión con mucho de instinto, total, compleja, de avidez interior intensa, pero de un poder expansivo incontenible en forma de servicio público. De otro lado se le ocurre a uno suponer que en materia de botánica, por ejemplo, le interesó más, no el conocimiento de plantas ya observadas por los sabios del Viejo Continente, sino el de las nunca vistas ni estudiadas de América, casi desde la cuenta que dio de algunos vegetales en 1.494 Don Diego Alvarez Chanca. Lo misterioso e intocado todavía, lo completamente desconocido, lo absolutamente arcano y encubierto era la atracción preferida de su espíritu. Y, tratándose de la irradiación o propagación de sus ideas, eligió más bien las mentes enteramente tasadas de las luces de la inteligencia y los seres más faltos de todo favor y gracia. Indudablemente había en él un intrépido conductor misionero de las verdades evangélicas y científicas y un piadoso misionario de alivios y cuidados para los menos socorridos sufrimientos.
¡Y cuánto valor en este acto! Hay que pensar en lo que era una travesía de mes y medio en el Atlántico, en sus incomodidades, en sus zozobras, en los reales peligros de las fuertes tempestades. Pero lo más arriesgado era la permanencia acá en el Trópico, especialmente por las endemias. El solo paludismo era una amenaza general, tremenda y diaria. ¿Acaso hacía só lamente cuatro años no había tenido él la noticia de la muerte, por una fiebre perniciosa, del gran sueco Loefling, con escasos veintisiete años de edad, en el Bajo Orinoco, cuando llevaba a efecto la expedición científica que le había encomendado la Corona de España en las costas de Venezuela y las Guayanas? Apenas la intrepidez de un español, con nueve siglos de arrojo entre las venas, y la divina locura de una pasión en llamas, puede resolver la grandeza de este acto.
CAPITULO ll Entrada en el Nuevo Reino Una vez que arribó Mutis a Cartagena tuvo que detenerse allí cerca de dos meses, porque el señor Messía de la Cerda se vio forzado a aguardar que se calmaran las lluvias en el río Magdalena y sus afluentes, para seguir a la Altiplanicie. En estos días, de los que algunos pasó enfermo, estudió la fauna y la flora de los alrededores, penetrando en sus bosques y echan do las bases de su futura y admirable colección de plantas, (22) pero en su Diario no asentó ningún dato sobre ello. Se limitó a escribir observaciones en orden al culto de las iglesias, a la soledad de ellas, a los negros y mulatos y a la cortedad y miseria de sus vestidos. El viaje a Santa Fe lo hizo al modo de la época, muy despacio, primero quizás en bote de vela hasta Mompox, (23) luego en champán hasta Honda, y finalmente a caballo, por Río Seco, Guaduas y Facatativá, hasta la Sabana. Para Mutis, como para el Marqués y sus otros acompañantes, la penosa subida por las aguas del Magdalena fue de inexpresable novedad. Por tratarse de un personaje tan encumbrado como un Virrey, el viaje se hizo, acompañadas de canoas de respeto, en varias falúas por cuya cubierta o bóveda un hábil cuerpo de bogas, mulatos o negros, pudiera realizar las cadenciosas idas y venidas necesarias para hacerlas deslizar contra la corriente, con el auxilio de sus largas pértigas, que apoyaban en el fondo o las orillas. Y cómo sería de tentador para la atención de Mutis el espectáculo del río, inimaginable antes para él, grande, poderoso y salvaje en plena naturaleza tropical. Qué incitantes serían para su espíritu las orillas, abiertas en tramos pequeños y cerradas en su mayor extensión por una espesura, tras de la cual se abría el arcano de un mundo, donde el alma flotaba interrogante, maravillada y hasta temerosa. Este río, que le ofrecía luces, voces, rumores, figuras y sensaciones nuevas, era la imagen del Nuevo Reino en el oscuro limo que le daba a sus aguas el color de sus hombres, en la fuerza de su caudal, en su tranquilidad aparente, en su misterio, en su autonomía encubierta, en el callado y simbólico empuje de abrirse paso hacia la vida y la libertad de los litorales abiertos, y hasta en la poesía incomparable de sus paisajes. Era el río de la
historia de la Nueva Granada, como después lo ha sido de Colombia. "El río de la Patria" lo llamará siglo y medio más tarde uno de sus más preclaros hijos. A juzgar por las condiciones de su ánimo y espíritu, Mutis debió tener una visión panorámica de su futuro cuando penetraba en este Continente enigmático y profético, donde un anhelo y un pensamiento común, extenso y fluido se agitaba y buscaba entre sombras y dificultades una definición concluyente y firme. Bajo la luz deslumbrante de un sol en el cénit, las cimas nevadas, las cordilleras ingentes, las llanuras interminables y, sobre todo, su habitante en período evolutivo, de formación apenas, con un alma todavía confusa, como la cerrada y oscura unidad de las selvas, le serían invitación cautivante para su energía ansiosa de estudios, enseñanzas y realizaciones. En la odisea fluvial que era este viaje el champán atracaba en los playones, a fin de que los viajeros tomaran el almuerzo e hicieran un descanso, que era aprovechado por el Sabio para recoger plantas y aun pequeños animales, como hormigas, de las cuales reconoció varias especies, según cuenta en su Diario de 3 de julio de 1.761. Por las noches atracaban también en alguna orilla, para ver de dormir, "defendidos de los caimanes, jaguares y zancudos por fogatas y centinelas". Entre los apuntes de este Diario se encuentra el del 12 de enero, cuando llegaron al pueblo de Morales, agregado a la parroquia de Simití, donde Mutis tuvo el informe doloroso de que el cura del lugar descuidaba el cumplimiento de sus deberes y no confesaba sin que le pusieran en las manos dádivas, ni bautizaba sin que se le dieran doce reales". (24) No habiendo querido aceptarlo en la capital para evitar gastos, "el recibimiento solemne preparado para el Virrey —escribe el Padre Pérez Arbeláez— debió hacerse en Fontibón — antigua Misión de los Padres jesuítas— con un suntuoso ceremonial, remedo de Madrid, para el cual servía un palio de damasco con varas de plata, tan largas que cubrían a sus Altezas sin desmontarse de sus cabalgaduras". (25) Y al fin, después de dos meses de penalidades, Mutis llegó a Santa Fe el 24 de febrero de 1.761. Era la primera vez que la ciudad recibía a un gran científico, a un devoto de la experiencia y a un inapreciable benefactor. Encontró Mutis en Santa Fe a la capital de un Virreinato que era una verdadera tierra de promisión, por su suelo lleno de riquezas minerales y por su vegetación millonaria de especies e individuos. Oro, plata, platino, mercurio, hierro, carbón, esmeraldas y otras piedras nobles, árboles de maderas y frutos preciados y todo un mundo de plantas estimadísimas por sus propiedades medicamentosas y aprovechamientos industriales, estaban a la disposición del hombre. A la Altiplanicie de los muiscas —que le fue hermosa— la halló transfigurada por la dominación española. Los primitivos sembrados de papa, frisóles y maíz eran los mismos, pero ya había otros, como el del trigo, con molinos cuales los del "Boquerón" y "La Hortúa"; las aldeas indígenas habían perdido su aspecto primitivo y ya eran poblaciones del modo peninsular; la arquitectura ibérica, así la residencial como la religiosa, lucía en los templos y casonas coloniales; y los campos estaban poblados de diversos animales traídos de la metrópoli.
La ciudad, sin cromatismo alguno, era como una "flor de piedra". Las casas y las gentes formaban con su asiento un todo homogéneo, de cierta inmovilidad entre la tierra y el cielo, porque eran como una transmutación o mudanza de la planicie y de los cerros, entumecidos unos y otros de frío, arrebujados entre abrigos y niebla y hundidos en el ensueño de la altura y en el éxtasis de lo místico, de las pasiones profundas, de un arte incipiente y de una sabiduría pobre, ingenua y detenida. En este ámbito se desarrollaba la vida ciudadana en forma por demás simple y con atraso. La labor intelectual era poca, pero existía con personajes de algún mérito, como en casi todos los tiempos, y la actividad social no tenía desarrollo y estaba muy limitada aun para las diversiones, tales las comedias, aparecidas desde 1.583, según Zamora. (26) Mutis encontró desapacible el clima de Santa Fe —él mismo lo escribió—, y naturalmente el estado bastante primitivo de la Colonia debió impresionarlo, pero a él le sostenían su extraordinaria naturaleza estudiosa y la decisión de formar la Historia Natural de la América Septentrional española. Mas no le fue posible emprender en un principio sus tareas, yendo a incursiones especiales de botánica por tierras y pueblos cercanos a la ciudad, porque, en parte, el tiempo era ya lluvioso, y porque el Virrey Messía quería tenerlo a su lado y, las gentes, en gran cantidad, solicitaban sus servicios médicos. Del vulgo de este reino decía que estaba "absolutamente fatuo en asuntos de medicina". Todo esto lo expresó en el "Diario de Observaciones" que aquí comenzó a escribir: "El silencio que ha guardado Su Excelencia conmigo sobre este punto y la necesidad que ha manifestado de mi persona para la conservación de su salud a Don Félix de la Sala, me confirma la desconfianza con que miro cerradas todas las puertas a la pretensión que pudiera yo entablar solicitando algunas salidas. Persuadido justamente de esta imposibilidad e impedido de salir al campo de Santa Fe en busca de yerbas, por las muchas aguas, me he determinado a trabajar sobre la ornitología, para disponer algunas noticias que remitir a Europa. "De día en día me vi empeñado en la asistencia de muchos enfermos (cuyas observaciones reservo en parte), y los más del mayor cuidado. Unos trabajos de tan grande importancia, con el trabajo material de pasar de casa en casa, me quitaron todo aquel ocio que pide un estudio serio. "Desde el día 17 hasta el presente 28 de septiembre apenas he empleado algunos minutos en los asuntos pertenecientes a mi venida. Tan distantes han sido mis ocupaciones, que no he podido hacer progresos en la Historia Natural. Todo este tiempo lo llevo empleado en la amarga práctica de la medicina, viéndome en la precisión de asistir a un crecido número de enfermos. Nació esta ocupación de la falta de médicos en el País y de algunos aciertos en mis curaciones, motivo que ha obligado a todo el pueblo a entregarse en las manos de Don Jaime Navarro (mi compañero de viaje) y en las mías. "Este inmenso trabajo sería insoportable si no fuera acompañado de algunos frutos que endulzan las asperezas de la práctica. Consisten éstos en la felicidad de nuestras curaciones y en el producto más que mediano. Llevo lista separada por donde me consta la cantidad de dinero que he recogido. A
su tiempo formaré algunas Memorias, propias a declarar las enfermedades del País y el método que hemos seguido en su tratamiento. "Por esta nota de mi viaje se verá que no ha consistido en pereza la interrupción de mis trabajos literarios. Lo peor es que hallo cerrada la puerta a todas mis ideas, siéndome imposible separarme de estas ocupaciones y hallándome enredado con la pretensión que empieza a fomentarse en el País, propia a apartarme más de mis progresos en la Historia Natural. Porque, correspondiendo con la enseñanza de la medicina, por la que abietamente claman en el País, se me quita todo el tiempo que pudiera emplear en cultivar los entes de la Naturaleza". (27) En este mismo Diario se queja de no estar en camino de Loja para emprender el estudio de la Quina, lo que el Virrey Messía le había prometido con especial interés. Vése, pues, que en la medicina santafereña descollaba Mutis de singular manera. ¿Cuál era esta medicina?
C A P I T U L O I I I La Medicina en Santa Fe Corría el año de 1.553 cuando Fray Bartolomé de los Barrios, que había sido nombrado antes obispo de La Asunción, vino hasta la capital del Virreinato en visita pastoral, porque ella, que no era cabecera de diócesis, pertenecía al gobierno eclesiástico suyo, en su calidad de Prelado de Santa Marta. Pero, llegado el año de 1.556, la Santa Sede resolvió crear la diócesis de Santa Fe, y, como su Ordinario y por mandato del Rey, designó al mismo señor Barrios. Este jefe de la Iglesia empezó a formar la nueva diócesis, a crearla, y entre sus primeras realizaciones se contaron colocar y bendecir la primera piedra del templo metropolitano y darle principio al primer asilo de beneficencia de su jurisdicción, dentro del mismo predio de su casa, situada en donde hoy está la sacristía de la Iglesia Catedral. "Hospital de San Pedro" fue el nombre de esta institución. (28) Dueño ya del terreno, porque el señor Barrios le hizo donación de él Ínter vivos, el "Hospital de San Pedro" comenzó una relativa vida de prosperidad, dentro de los muy escasos recursos de la Colonia, prestando servicios eficientes, como los señalados en las epidemias de viruela de 1.566 y 1.587, (29) y llevaba ya unos treinta y cinco años de existencia, bajo el patronato de la diócesis, cuando en 1.595 los monjes de San Juan de Dios obtuvieron de Felipe II, el 2 de diciembre, la licencia de viajar al Nuevo Mundo a fundar hospitales. Pasaron, pues, los monjes a la América Española y uno de ellos, Fray Juan de Buenafuente, distinguido miembro de la Orden de Hospitalarios,
llegó a Santa Fe con real licencia de tomar posesión del "Hospital de San Pedro" en nombre de la Orden, a la que Felipe III, en 1.603, le había concedido la administración de dicho Hospital. No pudo el Padre Buenafuente cumplir la voluntad real y de sus superiores, porque el señor Lobo Guerrero, entonces al frente de la diócesis de Santa Fe y patrono de esa casa de caridad, se opuso a ello. Desfilaron después por el Arzobispado sus sucesores, los Ilustrísimos señores Pedro Ordóñez y Flórez, Fernando Arias de Ugarte, Julián de Cortázar y Benardino de Almansa. Muy probablemente cuando murió el señor Almansa, el Cabildo Eclesiástico, en Sede Vacante, excitó al Prior de la Orden de los Hospitalarios, que residía en Cartagena de Indias, para que enviara a Santa Fe religiosos con destino al servicio del Hospital. Así, en 1.635 llegó a la ciudad, atendiendo esa solicitud, Fray Gaspar Montero, a quien el recientemente posesionado Arzobispo Fray Cristóbal de Torres le dio tenencia solemne del edificio y de sus rentas, como Prior y médico de los frailes de San Juan de Dios en Santa Fe. Es de anotarse, tratándose de actividades médicas, que antes, en 1.622, la Compañía de Jesús fundó la Pontificia Universidad Javeriana, en virtud del breve del Papa Gregorio XV, de agosto de 1.621, aunque el real funcionamiento de esa academia ocurrió en 1.623, independientemente del Colegio y del Seminario, y que en ella se abrió la primera cátedra de medicina, regentada por el Licenciado Rodrigo Enríquez de Andrade, titulado Protomédico, como catedrático fundador y decano de la Facultad de Medicina Neogradina. (30) Sobre este Licenciado escribe Hernández de Alba en sus "Aspectos de la Cultura en Colombia": "Los honores de primer catedrático de medicina corresponden al médico de cámara del arzobispo Torres, el licenciado Enríquez de Andrade, hombre culto e ingenioso, que permaneció entre nosotros cerca de diez años, mereciendo distinciones sociales a que le hacían acreedor su ciencia, su genial sutileza y sus indiscutibles cualidades como profesor. Mientras permaneció entre nosotros fue hecho protomédico y examinador de Santafé de Bogotá; le tocó conducir el guión de la Universidad Tomística el día de la solemne instalación durante el paseo ecuestre, tan memorable en las crónicas santafereñas y que tuvo lugar el 8 de agosto de 1.639, y su nombre figuró como primer catedrático de medicina de la Universidad dominicana. A fuer de ingenioso correspondió al doctor Enríquez dar el vejamen a Don Cristóbal de Araque cuando recibió las borlas doctorales en la Academia Javeriana. "Es este profesor, pues, el indiscutible primer catedrático de medicina que hubo en la actual Colombia, y el Colegio Seminario de San Bartolomé, el claustro en donde en 1.636, precisamente un siglo antes de lo que escribí en la Crónica, se dictaron por vez primera y en forma transitoria, es verdad, las cátedras de la ciencia de Hipócrates". Por ese mismo tiempo ejercía en Santa Fe el cirujano Miguel de Meneses, Licenciado, y vivía sus últimos años el Padre Mateo Delgado, médico, en el Convento de Recoletos de San Agustín, que funcionaba en el Desierto de Ráquira, jurisdicción de Tunja. El Padre Mateo murió en el año de 1.631. (31) Corriendo el año de 1.639 llegó a Santa Fe el doctor Diego Enríquez, médico español, con el honroso título de Protomédico, o sea investido de poder oficial para conceder licencias, examinar títulos, inspeccionar boticas, imponer multas y vigilar a los que ejercieran en el Nuevo Reino la profesión de
medicina, cirugía y farmacia. Fue recibido en la Universidad To-mística, fundada por los dominicos en 1.639 y única que tenía la facultad de conceder grados, privilegio que conservó hasta la época de la Independencia. Fáciles fueron las funciones del Protomedicato en aquel tiempo, pues, no habiendo cátedras de medicina, ni cuerpo médico, ni botica, quedaban reducidas a permitir el ejercicio de la profesión a algunos curanderos, entre los cuales ocupaba el primer lugar el conocido don Pedro Fernández de Valenzuela, de quien dice Ocáris en su libro, que fue profesor de medicina y muy perito en aplicación de yerbas y en los pronósticos. También ejercían en ese entonces los cirujanos Aunón y Pedro de Valenzuela, quienes carecían de sólida instrucción. (32) Muy en relación con la medicina estaba el Colegio del Rosario, fundado por Fray Cristóbal de Torres, mediante Cédula Real de diciembre de 1.651, que le concedió todos los privilegios de que gozaba el Colegio de Salamanca. La fundación la hizo Fray Cristóbal para que en él se diera enseñanza superior de teología, jurisprudencia y medicina, y, después de que en 1.656 el Padre General de la Orden de Santo Domingo y el Capítulo General reunido en Roma aceptaron este Colegio, abrió él sus cursos, estableciéndose una muy útil competencia con los de San Bartolomé, Colegio-Seminario creado en 1.602 por licencia de Felipe III y cuyas tareas sólo comenzaron en octubre de 1.604. Una de las cosas más apreciables de Fray Cristóbal fue la escritura que otorgó en 1.640 para dotar "una obra pía", cuyo encabezamiento fue el siguiente: "Nos, el maestro Don Fray Cristóbal de Torres, por gracia de Dios y de la Santa Sede Apostólica, Arzobispo de este Nuevo Reino de Granada en las Indias: predicador de las católicas majestades de Felipe III y IV, y de su Consejo. Velando sobre el rebaño que sin méritos de nuestra parte fue Dios servido de encomendarnos, y deseando aplicar medicinas a sus enfermedades, así del ánima como del cuerpo, ya para lo uno por la predicación evangélica, así por nuestra persona como por medio de nuestros súbditos; ya para el otro por el de médicos peritos en su facultad, ciencia y arte, habemos resuelto con el favor divino de que se ejecute lo segundo sin que lo primero se entibie, antes bien se fervorice y crezca la piedad y religión cristiana sanando sus dolencias el hombre interior y el exterior, porque nuestra obligación pastoral así lo pide, en cuya conformidad habiendo tenido conferencias y consultas con el doctor don Rodrigo Enríquez de Andrade, Protomédico en este Reino, Licenciado Miguel de Meneses, cirujano, y con otras personas doctas, religiosas y seculares, experimentadas y celosas del servicio de Dios Nuestro Señor, y de Nos repartamos con sus pobres de los bienes que nos ha dado y rentas de que gozamos en su Iglesia, haciéndoles obras por las cuales conozcan ser nuestras ovejas y que las queremos y estimamos como su pastor y padre, en orden a lo cual habemos hecho las cláusulas y condiciones siguientes: etc.". A este encabezamiento agrega el señor José Manuel Groot, en su "Historia Eclesiástica y Civil de la Nueva Granada", estas líneas: "Por la primera cláusula de la escritura asignó de sus rentas trescientos cincuenta pesos anuales al médico; por la segunda, doscientos al cirujano; y por la tercera, sesenta al barbero". (Los barberos antiguamente eran los que sangraban, sacaban muelas y hacían algunas otras operaciones de pequeña cirugía. Véase el Quijote, parte 1, cap.1°). En cada una de estas cláusulas hay
advertencias y prevenciones en que con ardiente caridad el Prelado encarga y encarece a los facultativos la más exacta y cumplida asistencia de los enfermos pobres, sin distinción de clases ni personas. (33) A mediados del siglo XVII se contaron entre los médicos de Santa Fe, procedentes de universidades españolas y portuguesas, los profesores Francisco Díaz, Lope San Juan de los Ríos, el doctor Mendo López del Campo, Alvaro de Auñón y Cañizares, (34) y, entre 1.656 y 1.715, figuró también el bachiller Nicolás de Leiva y Clavijo, de quien no existen datos sobre su ejercicio. A juzgar por lo que encontró en la ciudad el doctor Diego Enríquez, durante este espacio de años no había cuerpo médico organizado, ni cátedras, ni siquiera boticas. Ya en 1.715 el Cabildo solicitó se le confiriera el grado de doctor a don José de la Cruz, a fin de que pudiera regentar la cátedra de medicina fundada por el Arzobispo Fray Cristóbal de Torres, pero no se posesionó de ella. (35) Un poco más tarde, el 23 de octubre de 1.733, entró a regentarla el doctor Francisco Fontes, pero no se presentó ningún estudiante. Eran desdorosos esos estudios. (36) Volviendo al "Hospital de San Pedro" debemos registrar que desde el principio del siglo XVIII, por lo estrecho e inadecuado de su edificio, se pensó en trasladarlo a otro mejor y más amplio, lo que se hizo en 1.723, siendo su Prior y médico el cronista bogotano Fray Pedro Pablo de Villamor. Se escogió para la nueva fundación un campo al occidente de la ciudad, o sea el área que ocupó más tarde el Hospital de San Juan de Dios, pero al hacer el traslado, el Hospital cambió el nombre de "San Pedro" por el de "Jesús, María y José", hasta la adopción del último de "San Juan de Dios". El Padre Villamor fue el último médico del "Hospital de San Pedro" y el primero del "Hospital de Jesús, María y José". Cursó filosofía en la Universidad Javeriana de Santa Fe, donde obtuvo el grado de maestro. Más tarde, ya miembro de la Orden Hospitalaria, fue enviado a la ciudad de Panamá y a la ciudad de Cartagena a estudiar y a practicar medicina. Una vez terminados estos estudios, regresó a la capital para matricularse como alumno de teología en la misma Universidad de los jesuítas. Con el Padre Villamor, que murió en 1.729, ejercieron también la medicina en su tiempo el Padre hospitalario Fray Antonio de Guzmán y otros aficionados sin importancia. Acontecimiento de registrar en 1.760 fue la presentación en Santa Fe de una epidemia, cuyo origen se señaló en el Japón y que azotó también a Quito, Lima y otros lugares de América. Para Don Pedro María Ibáñez fue la peste bubónica. Contra ella dictó el Virrey Solís varias medidas higiénicas, cuya práctica estuvo en manos de su cirujano Don Juan Casanova. En el año de 1.763 hubo el hecho notable de que se abriera en Santa Fe la primera botica señalada oficialmente para el servicio público, propiedad del Convento de Santo Domingo, servida por Fray Juan José Monje, con quien figuraron poco después, titulados boticarios, Antonio Garraes y el Padre Bohórquez, fraile de San Juan de Dios. Fueron ellos los sucesores de Pedro López Buiza, primero de su oficio en Santa Fe, quien empezó a desempeñarlo en los años siguientes a 1.631. -(37).
Hecho notable también del año de 1.753 fue el que en el Colegio del Rosario se encargara de la enseñanza médica Don Vicente Román Cancino, con el consentimiento del Virrey Pizarro. Leyó él materia hasta su muerte en 1.766, o sea durante trece años. (1) Cancino no era doctor, pero don Juan B. Vargas, uno de sus discípulos, sí alcanzó este grado, (38) (2) mas no el de Protomédico de la ciudad, por haberlo ya adquirido el doctor Juan José Cortés. (1) - J. A. Vargas Jurado, en su obra "La Patria Boba", Biblioteca de Historia Nacional, vol. I, pág. 48, trae esta nota: "La plaza de Protomédico de Santa Fe estaba vacante desde la muerte del doctor Diego Enríquez, y para llenarla nombró el Virrey Solís —en 1.758— (equivocación, porque, como se verá más adelante, según el Dr. Fernando Caycedo y Rojas, Rector del Colegio del Rosario, el año fue el de 1.753 y el Virrey fue el señor Pizarro) a Don Vicente Ramón Cancino, sujeto de buenas prendas y que poseía algunos conocimientos empíricos en medicina, nombramiento que fue confirmado por Real Cédula de 21 de julio de 1.760, imponiéndole obligación al agraciado de regentar la Cátedra de Prima de Medicina, fundada en el Colegio del Rosario más de un siglo antes. En consecuencia de esta real disposición Román Cancino abrió el primer curso de medicina en la Colonia y dictó algunas lecciones sin orden, método ni constancia. (Pedro María Ibáñez, "Memorias para la Historia de la Medicina en Bogotá", cap. II). Todos los historiadores nacionales han dicho que el doctor Miguel de Isla fue el primer catedrático de medicina en Bogotá, noticia errada, pues tenemos a la vista el expediente de creación de la Cátedra y el nombramiento de Román Cancino, original, piezas que se conservan en el archivo de la Colonia".
Como ya se ha dicho, Don Guillermo Hernández de Alba demostró que medicina en la Nueva Granada el Licenc iado Rodrigo Enríquez de Andrade (2)
regentó la primera cátedra de
- "Certificado de grado de doctor en Medicina. Certifico yo el infrascrito Secretario de esta Universidad del Angélico Doctor Santo Tomás, de la ciudad de Santa Fe, que del libro donde se asientan los Grados y Tremendas, que para dicho efecto se tienen, consta, a fojas 33, la partida siguiente: En 10 de enero de 1.764 años se graduó en Medicina de Doctor Don Juan Bautista de Vargas, quien defendió de Tremenda "Febris est calor naturalis praeter naturaliter ascensus y le confirmó dicho grado, convocado el Claustro, el M. R. P. Rector Fray Luis Nieves. — De que doy fe. — Fray Luis Nieves, Rector y Regente. — Fray Jacinto Antonio de Buenaventura, Lector de Prima y Secretario".
Este era francés, natural de Montpellier y alumno de la escuela médica de la misma ciudad. "Pasó a América sin licencia del Rey —anota el señor González Suárez en la obra que se ha citado— y vivió en Bogotá ejerciendo la medicina". Favorecido Cortés por el Virrey La Cerda y aun por Mutis, quien lo estimaba y era su maestro de matemáticas, obtuvo de aquél el título de Protomédico, contra la oposición del Cabildo, porque no se le había exigido asumir en el Rosario la enseñanza médica, tal como lo exigía la Cédula Real de 21 de julio de 1.760. (39) Tan luego como por muerte del doctor Cancino quedó vacante la cátedra de esta enseñanza, el Rector del Rosario, impaciente porque se continuaran los estudios, ofreció la cátedra a Sebastián López Ruiz, panameño y profesor de medicina en la Universidad de Lima, pero éste no quiso aceptarla sin ningún emolumento. Entonces, sacóse a la disposición, y el único opositor fue Don Juan Bautista Vargas, a quien, por lo mismo, se le adjudicó en propiedad el 19 de diciembre de 1.766. Hubo, porque había practicado en la botica del Colegio del Rosario, bajo la dirección de Juan José Monje, y porque se había graduado de doctor. Entonces Cortés, para justificar el cargo que había recibido, presentó examen en la Universidad Tomística y ofreció leer la cátedra de medicina si no se le obligaba a presentar examen de oposición, porque "había olvidado lo teórico y sólo se acordaba de la práctica" y porque, para acreditar su profesión y ciencia, como documento fidedigno, sólo tenía la declaración de un escribano, en la cual decía haber
visto original el título de médico, declaración que, aseguraba, se le había traspapelado. Esta disputa se resolvió con la confirmación de Cortés en el oficio de Protomédico por especial favor del Virrey, y en ese carácter permitió actuar a los cirujanos Diego Crespo y José de Atriesta, dio títulos de boticarios a los ya nombrados Antonio Garraes y Padre Bohórquez, fraile de San Juan de Dios, y le negó el permiso de ejercer al médico danés Francisco Ambamberg, permiso que le fue después concedido por el Cabildo, en atención a su ingreso en el Catolicismo. Vargas obtuvo, pues, la cátedra del Colegio del Rosario en 1.766, pero sólo en 1.768 abrió un curso de Prima de Medicina, como sucesor de Cancino, y refiere Don Pedro María Ibáñez en su "Memoria para la Historia de la Medicina en Santa Fe" que hizo unas conferencias asaz lamentables sobre la circulación de la sangre, demostrativas de su incapacidad, y que ello lo obligó a cerrar su curso y a retirarse del Colegio. De todas estas informaciones históricas sobre el desarrollo de la medicina en Santa Fe se llega a la conclusión de que realmente no existía en la ciudad ni una medicina de base y orientación científica, ni una enseñanza seria, ni una acción oficial decidida a establecerla, ni un pequeño cuerpo médico siquiera medianamente idóneo y respetable. Sólo dos médicos había a la llegada de Mutis: Cancino y Fray Antonio de Guzmán. Todo era empirismo. Para confirmar esto basta leer lo que dice Don Pedro María Ibáñez sobre la deplorable instrucción de 3a época, en sus "Crónicas de Bogotá", tomo 1°, y, en lo tocante a la medicina, estas otras palabras que él mismo escribe en el tomo II de dichas Crónicas: "Ezpeleta se quejaba ante la Corte de la falta de médicos: decía que no había en la ciudad más que dos facultativos; que no eran atendidos sino los enfermos de familias ricas; que la falta de cirujanos era absoluta; que la parte de obstetricia se desempeñaba de un modo bárbaro, por rutina y sin el menor conocimiento científico, y que el vulgo creía ciegamente en los curanderos. "Para confirmar las aserciones del Virrey, cerramos la noticia sobre esa época de la medicina, anotando que la comadre Melchora, partera muy afamada en la ciudad, habitaba en la calle de los Béjares. Cuando tuvo numerosa clientela, ensanchó su radio de acción, e ingresó en el profesorado, haciéndose curandera. Su terapéutica se reducía a cortar el cabello, ordenar baños de agua fría y buscar crisis internas por medio de regulares dosis de agua de pollo". Si esto manifestaba el Virrey Ezpeleta después de 1.790. ¿qué no podría decirse de treinta años atrás? Ahora: ¿qué orientación médica trajo Mutis y cuál era su posición? Hacia fines del siglo XVII y primeros años del XVIII estuvieron en auge las escuelas llamadas de la Yatromecánica, la Yatrofísica y la Yatroquímica, que pretendían explicar las manifestaciones normales y patológicas de la vida animal dentro de su concepción y leyes. Las tres tuvieron fervorosos partidarios, como Baglivi y Hoffman, de la primera; Santorio y Borelli, de la segunda; y Silvio, Willis, Riolan, Guy Patin y Vieussens, de la tercera. Por el tiempo de los estudios de Mutis estas escuelas estaban casi extinguidas, pero en su lugar se desarrollaban conceptos distintos de los fundamentos médicos: a las nociones
de ciencias naturales corrientes en el siglo anterior, había sucedido la agitación filosófica por la Razón, en seguimiento de las tesis de Descartes, y este nuevo pensar, tocando con la medicina, la orientó hacia una lógica abstracta en la interpretación de las enfermedades, con bastante prescindencia de las realidades del enfermo. De otro lado, y por este tiempo igualmente, se observó un renacimiento de las tendencias hipocráticas, con Boerhaave. En esta inquietud ideológica empezaron a surgir, principalmente a mediados del siglo XVIII, numerosos sistemas médicos, en anárquico movimiento. Henri Mondor, a propósito de Bichat, en su libro Grands medicins presque tous, (40) hablando de esos sistemas, casi todos dominados por el filosofismo, dice que a fines de este siglo su multiplicación era mucha y que, entrelazados o rígidamente independientes, estaban a la libre escogencia de los profesionales unos veinte, tales como una medicina astrológica, con Paracelso; una química, con Silvio; una quimiátrica aún y fermentativa, con Van Helmont; una mecánica, con Borelli y con Hoffmann; una vitalista, con Barthez; una equilibrista o dualista, con Brown; una solidista y humoral, con Rosari y otros; y una ecléctica, con Boerhaave. Cuando Mutis obtenía su grado predominaban: la escuela animista de Stahl, que proponía el alma racional, independiente de la materia, como principio único de los fenómenos de la vida y como sólo elemento de curación de las enfermedades, y que sustentaba la tesis del flogisto, ente de razón, principio volátil desprendido del cuerpo en combustión y vislumbre anti cipada del oxígeno; (41) la organícista de Bordeu, que, por ese mismo tiempo se contraponía al animismo de Stahl y que veía en el hombre una máquina en la cual todo se cumple según las leyes de la mecánica, de la química y de la hidráulica; la vitalista, que hacía resaltar las manifestaciones de la materia viva sobre las inexistentes en la materia muerta; y, finalmente, la nombrada ecléctica de Boerhaave, el célebre filósofo, médico, botánico y químico de Leyde, que se movía entre las escuelas anteriores y entre las ideas mecánicas y yatromecanicistas de Borelli, y que preparaba la teoría anatómica y vitalista de Bichat, armonizadora de las funciones de la vida y los mecanismos de la muerte, dentro de lo conocido sobre las partes del cuerpo. Ya en España, fuera de estos sistemas, que allí eran conocidos y analizados, se destacaban también la doctrina de la irritabilidad, de Jhon Brown y Alberto Haller; la escuela de Viena, de Van Swieten; la de William Hunter y Morgagni; las ideas de Casal y Andrés Piquer; la divulgación de José Arnau sobre el estudio de la naturaleza, preconizado por Baglivi; la semeyética o doctrina del pulso, de Francisco Solano de Luque; el brunonismo, del inglés Jhon Brown, sobre las enfermedades asténicas y esténicas; y los procedimientos e indicaciones de la hidroterapia y de la sangría artificial, tan de la doctrina de la irritación debida al calor, del francés Víctor Broussais. Era, pues, de gran altura la posición de Mutis como médico, y en cuanto a la adhesión suya a alguna de las escuelas nombradas, le es permitido a cualquiera pensar que prefería la ecléctica, por su obra profesional y por la admiración que le profesaba a Boerhaave. ¿No se enteraría él, además, durante sus estudios, de la Philosophia Sceptica del doctor Martín Martínez y
de sus otros libros sobre enfermedades, que preconizaban este mismo criterio? (42) CAPITULO IV Cátedra de Matemáticas y Real de Minas de Pamplona Casi solamente un estrecho ejercicio profesional de medicina fue la ocupación de Mutis durante los primeros días santafereños. Algunas veces salía a los campos vecinos de Santa Fe, con el cirujano del Virrey, Don Jaime Navarro a herborizar y recoger ejemplares botánicos; otras, pocas también, vestido sin duda de sombrero de tres picos, de casaca-redonda, de chaleco largo, de pantalón corto de terciopelo, de zapato puntiagudo de orejas y hebillas de plata y de larga capa de grana con galoneada aleta, se acompañaba del mismo Don Jaime para pasear por las calles, con ánimo de conocerlas y de percatarse de las costumbres de las gentes. Así cuenta en su "Diario" cómo algún día se encaminaron hacia la solitaria plaza de San Diego, donde, con motivo de una fiesta religiosa en honor de la Virgen del Campo, se habían levantado tiendas de campaña, bajo las cuales se vendían a los muchos concurrentes viandas y bebidas alcohólicas. Relatando estas expansiones del Sabio, anota también Don Pedro María Ibáñez en sus "Crónicas de Santa Fe" que éste gustaba irse con el Virrey a cacerías por sitios poco más o menos cercanos a la ciudad y que asistían a las fiestas populares de toros, no muy frecuentes, en la plaza principal, cuyos lances y peripecias les proporcionaba alguna distracción. En el viaje marítimo de Mutis al Nuevo Reino les ofreció a algunos jóvenes compañeros de viaje que, llegados a Santa Fe, les haría una enseñanza particular de matemáticas. Había transcurrido un año de vida santafereña cuando los regalados con el ofrecimiento se acercaron a él para pedirle lo cumpliera, y entonces, disponiéndose para ello, el Rector del Colegio del Rosario, enterado del proyecto de esa enseñanza, le propuso a Mutis la abriera en sus aulas, con las características de una nueva cátedra. Nunca había resonado en el ámbito del Establecimiento una palabra tan ilustrada de estas ciencias. Complacido aceptó Mutis la invitación y el 13 de marzo de 1.762 inauguró gratuitamente sus lecciones, con asistencia de selecto público, en el que sobresalía el Virrey Messía de la Cerda. Del discurso de ese día son estas palabras, en las que se revelan el hombre nuevo y las ideas nuevas para la Colonia: "Razón será, señores, que encendidos del amor a unas ventajas tan conocidas, imitemos la conducta de los sabios, apartando la atención de los ruines respetos de nuestra España detenida. No hagan en nuestro ánimo impresión alguna los motivos de sus temerosos procedimientos en las Ciencias Naturales, cuyo atraso lloran actualmente los españoles de juicio que, desembarazados de ciertas circunstancias en cierto modo afectadas, si no encubiertas de un falso celo, conservan su juicio libre de infinitas preocupaciones de que no pueden librarse los que tienen el destino de nacer
en un suelo por otra parte feliz. Abrazad, señores, esta nueva ocasión, que será principio a la afortunada época de nuestro desempeño. Mudemos, señores, de conducta para sobrevivir con mejor suerte a nuestro primer destino. Con esta resolución, verdaderamente feliz, lograremos mejorar de fortuna en la carrera de las letras, y en el consuelo de habernos instruido en una ciencia, cuyo estudio nunca es inútil, y a veces es necesario para servir a la Religión, al Rey y a la Patria; para perfección de las Artes, para avivar el ingenio, instruir el entendimiento, formar el juicio y ejercitar la memoria; y, últimamente, siempre es necesario para inquirir la verdad en todo lo que se ofrece y es permitido a la curiosidad del hombre". (43) Varios opúsculos o pequeños tratados preparó Mutis para su cátedra, tal vez algunos por traducción, relacionados con las diversas ramas de ella, que era de alcance y amplitud grande, tales como la aritmética, la geografía, la trigonometría, la mecánica, la astronomía y la física, fuera de los principios matemáticos de la Filosofía Natural. "Sus elementos de Física —escribe Don Diego Mendoza— (44) constan de catorce hojas, divididas en cuatro capítulos: el primero versa sobre el objeto de la Física y de las reglas del razonamiento; el segundo, sobre el cuerpo en general y las reglas del razonamiento; el tercero sobre la extensión, la solidez y el vacío; y el cuarto, sobre la divisibilidad del cuerpo al infinito y de la pequeñez de las partecillas. Los prinicipios que guiaban su enseñanza los reducía a diez y nueve definiciones y tres escolios. Proclamaba el método Newtoniano, fundado en que el Creador del Universo gobernaba todas las cosas con leyes determinadas y constantes propias de su sabiduría, o que nacieron espontáneamente de la naturaleza misma de las cosas” "Para que la Física se adelante —decía Mutis en el Escolio 1° del discurso que se ha nombrado— y los filósofos puedan aprovechar en sus descubrimientos, se ha de observar todo el mérito de las Reglas Newtonianas, sin las cuales es imposible comprender los fenómenos que se manifiestan, ni descubrir sus causas, ni hacer debido uso de las debidas y experiencias. En la Regla primera se establece abandonar las suposiciones; porque suponer una causa para explicar un fenómeno que se nos presenta, es lo mismo que manifestar claramente que se ignora la verdadera causa de aquel efecto, pues si se conociera, no era necesario suponerla. Todos saben que las conclusiones deducidas de una suposición, ni satisfacen ni convencen al entendimiento, que siempre aspira a razonamientos muy sólidos: y por estas razones tan débiles nos quedamos en las mismas dudas en que antes nos hallábamos. Por lo cual es mucho mejor, para hacer progresos en la verdadera ciencia, confesar abiertamente que se ignora la causa del efecto que se ve, si en efecto no se ha podido descubrir. Mucho más importante esta ingenua confesión que perder inútilmente el tiempo en hacer suposiciones, cuya falsedad conoceremos tarde o temprano, y en inventar sistemas que para hacerlos plausibles respecto de los ingenios humildes y de poca penetración, que todo lo reciben y creen como se les enseña, es necesario revestirlos con otros adornos igualmente falsos. Todos los esfuerzos de los genios sistemáticos son de ningún valor en nuestro siglo, en que semejantes autores no granjean más que el desprecio de los verdaderos filósofos que sólo aspiran al adelantamiento de la verdadera ciencia. Mas no por eso se debe creer que todas las suposiciones son inútiles en todas las ciencias y en todas ocasiones. Esto sería apretar demasiado.
Para saber las ocasiones y las circunstancias en que deban emplearse con la debida moderación, sería muy conveniente observar las reglas que sobre este punto prescriben Muschembroeck y Gravesand. Nosotros procuraremos observar puntualmente en nuestros razonamientos esta preciosa regla, cuya utilidad conoceremos bien presto en el curso de nuestra experiencia, para descubrir de este modo la verdadera causa de los fenómenos. Y así, para conocer el filósofo que la causa que ha hallado es la verdadera causa, es menester que pueda demostrar que todos los fenómenos y todos los efectos de los cuerpos de una sola y de una misma naturaleza dependen de aquella causa, de tal suerte que tenga toda aquella fuerza y debida actividad para producir semejante efecto. Pero si, al contrario, no se hallare el filósofo en estado de demostrar todo esto, claro está que no habrá descubierto la verdadera causa. Y si se hallare ya en estado de hacer todo esto, será inútil buscar otra causa; porque además de que sería imposible descubrirla, tampoco sería posible que un mismo efecto naciera de dos causas. "La segunda regla es (Escolio 2°) que los efectos de la misma naturaleza son producidos por las mismas causas. De esta regla se deduce que si los cuerpos terrestres caen por su gravedad hacia el centro de la tierra, que es su centro de gravedad, también los planetas, que giran alrededor del sol, que es su centro común de gravedad. Nuestras manos, fregadas entre sí y con celeridad, se calientan; toda especie de palos, metales y piedras duras, fregadas entre sí, también se calientan. Este es un efecto que se observa en todos los cuerpos: se deberá, pues, atribuir a una sola y una misma causa, que es el fuego. Todos los metales, vidrios y piedras, que tienen una superficie muy lisa y muy compacía, se pegan fuertemente entre sí, aunque estén secos: luego la causa de esta adherencia será la misma en todos estos cuerpos. "La tercera y última regla es (Escolio 3°) que las cualidades de aquellos cuerpos, sobre los cuales podemos hacer experiencias, y que hallaremos ser unas mismas, sin aumentarse ni disminuirse en ningún tiempo, pueden colocarse en la clase de propiedades comunes a todos los cuerpos. Por esta regla se puede concluir que los cuerpos celestes tienen las mismas propiedades que los cuerpos terrestres ya examinados, como también todos los que hasta ahora están ocultos y sepultados en las entrañas de la tierra. Semejantemente concluiremos que si todos los cuerpos terrestres tienen extensión, solidez e impenetrabilidad, y están dotados de una fuerza que los Newtonianos llamaremos fuerza de inercia, propiedades todas sin grados ni cantidad, concluiremos también que los cuerpos celestes tienen las mismas propiedades. Estas son las reglas del celebrado Método Newtoniano, por cuyo medio se han hecho tantos progresos en la Filosofía, que con razón se admirarán los siglos venideros de que en tan corto espacio se haya podido adelantar tanto. ¡De cuánto tendría que admirarse nuestro siglo, si en el dilatado espacio de dos mil años, empleados lastimosamente en asuntos inútiles, se hubiera cultivado la verdadera Filosofía!". Después de afirmar Don Diego Mendoza en su obra sobre la Expedición Botánica que para el curso de astronomía escribió Mutis un corto texto de 63 páginas y de que el libro III trata del sistema del mundo, agrega: "Los elementos de Trigonometría están inconclusos; los de Aritmética, que al parecer son una traducción, están en 200 páginas de letra menuda. Escribió también unos Comentarios a la Geometría de Descartes. Emprendió este
último trabajo para hacer fácil y perceptible la Geometría a los principiantes; se propuso seguir el texto del autor desde el principio hasta el fin, examinándolo por partes y poniendo en cada lugar todo lo que le pareció útil para hacer inteligible la doctrina. 115 páginas tiene el fragmento de sus Elementos de Mecánica, y 65 los Principios Matemáticos de Filosofía Natural, que no sabemos si serán originales o traducción; tampoco sabemos si Mutis es o no autor de un copioso trabajo titulado "Comentarios de Newton". En 1.764 volvió Mutis a pronunciar en el Rosario una oración para inaugurar sus conferencias de Filosofía Natural y como defensa de la filosofía newtoniana contra los peripatéticos, "ante el Virrey y un auditorio muy erudito". Así se lo anunció al gran Linneo en carta de 24 de septiembre de ese año, carta que contiene la queja de estar limitado de tiempo, a causa, en parte, de la "molesta práctica de la Medicina". (45) Esta enseñanza duró cinco años, es decir, hasta el año de 1.766, cuando se retiró a las minas de Pamplona. Como se ve, toda ella es una invitación a la juventud para una mayor libertad de espíritu, para "apartar la atención de los ruines respetos de nuestra España detenida". Por esos mismos días continuaba Mutis las investigaciones botánicas y los serios estudios sobre vegetación ecuatorial, que había comenzado cuando llegó a la Nueva Granada y subió el Magdalena. Además se comunicaba con sabios europeos y con Sociedades dedicadas a estos ramos, en señalada correspondencia. Asimismo se entregaba a actividades culturales en unión del Virrey Messía de la Cerda y del Fiscal Moreno y Escanden, que era abogado y fiscal de la Audiencia. Estas actividades tendían a la reorganización de los estudios médicos, a la mejor enseñanza en los colegios del Rosario, San Bartolomé y la Universidad de Santo Tomás, y también al apoyo de las escuelas públicas de primeras letras y aun a los colegios y noviciados de San Buenaventura, San Nicolás y La Candelaria, que las comunidades de San Francisco, San Agustín y La Recoleta tenían para la formación de los individuos de su propia Orden y donde solían estudiar también otros que buscarían ocupaciones seglares . Corriendo de estos años el de 1.764, envió Mutis al Monarca su segunda solicitud para la creación de la Expedición Botánica del Nuevo Reino. "Pero Carlos III —escibe Wolfgang Von Hagen en el artículo "El Botánico inmortal"— estaba demasiado absorbido por los negocios del Estado, estaba a punto de aliarse con Francia en una guerra contra Inglaterra y jamás dio respuesta a Mutis. Pero éste nunca perdió la esperanza. Cada año, casi con el preciso movimiento del equinoccio, enviaba cartas al Rey, a sus Ministros los Virreyes, hablándoles de sus nuevos descubrimientos y solicitándoles ahincadamente el establecimiento de una expedición botánica. Mientras tanto, como Pangloss, cultivaba su jardín, recolectaba plantas y proseguía su correspondencia con Linneo". A Pamplona se fue, donde permaneció hasta 1.770, entregado, se decía, en nombre de la compañía minera de que hacía parte, (46) al mejor conocimiento y a la mejor explotación de las minas de plata de "Las Vetas" y montuosas "Alta" y "Baja", por aquel tiempo muy arruinadas, según expresión del cura Basilio Vicente de Oviedo. (47) Abandonaba Mutis una vida muy importante, su profesión y relaciones muy distinguidas, como, por ejemplo, las
del Colegio del Rosario, donde acompañaba a Don Miguel Joseph de Mazustegui, el rector; a Don Fernando Bustillo; al doctor Don Joseph Manuel de Vergara, vicerrector y catedrático de Moral; a Don Pedro Mazustegui, catedrático de Teología; a Don Joseph Joachin de León, catedrático de Prima en Teología; a Don Antonio Joseph Romana y Herrera, catedrático de Instituciones civiles; a Don Joseph Clemente Rodríguez, catedrático de Latinidad y Retórica; a Don Joseph Ynacio de Rentería y Balderruten, catedrático del Lib. 6° de Decretales; a Don Nicolás Neira, catedrático de Artes; a Don Ynacio de Moya y Pórtela, Lector Pasante y Consiliario; y a Don Pedro Alonso Vélez Ladrón de Guevara, Secretario. Estas, por lo menos, son las firmas conque en 1.764 el Claustro del Colegio pidió al Soberano que para Arzobispo de Santa Fe fuera nombrado Fray Joseph Solis Folch de Cardona. Ante este hecho surgen estas preguntas: ¿Sería únicamente por obtener un mejor provecho minero que Mutis sacrificó su cómoda y destacada vida santafereña, para cambiarla por una dura, austera y casi desamparada en estas solas y distantes alturas andinas? ¿Gustosamente permitiría Don Pedro esta separación a quien era su médico, a quien necesitaba y quien era uno de sus brazos, como lo era Moreno y Escandón, en la administración cultural de la Colonia? Es verdad que él había ahondado en la mineralogía cuando hacía su carrera universitaria y no sería raro que también hubiera conocido a fondo la explotación de algunas minas españolas; pero ¿no estaba por encima de todo y en forma incontenible su decisión de realizar la Historia Natural de este territorio? ¿Sus trabajos de botánica, especialmente, no estaban impedidos y limitados por su profesión médica y por sus ocupaciones oficiales y del magisterio? ¿No habría en él un ansia, una torturante necesidad de irse adonde encontrase plantas desconocidas para describir, individualizar y clasificar y adonde hubiese calma y tiempo para sus lucubraciones científicas? Por otra parte ¿no se desprende del desenvolvimiento de su vida que él era un hombre amante del retiro y aun de la misma soledad para sus devociones de estudio y religiosas? No parece un despropósito suponer que este viaje lo hizo Mutis en busca, no tanto de prestar un servicio minero — efectivo en verdad— cuanto de hallar el nuevo mundo vegetal que ansiaba y un ambiente propicio para las faenas preferidas de su pensamiento. En mayo de 1.767, por medio de una misiva, le participó al sabio Linneo que había llegado a la Provincia de Pamplona especialmente con el objeto de estudiar las minas de plata y que allí había tenido "la oportunidad de encontrar buen número de plantas, algunas muy raras o enteramente nuevas, para no hablar de animales, insectos ni minerales" y muy particularmente de los pájaros, que sorprenderían a los viajeros de cualquier parte. Y todavía en estas minas y con fecha 15 de mayo de 1.770, le escribe nuevamente a Linneo: "Usted lamenta que no pueda determinar con seguridad el sitio de mi residencia; le diré que nuestra Cácota de Suratá no se encuentra en los mapas; es una población indígena, a dos días de distancia de la Pamplona americana. He hecho de esta población el centro de mis excursiones, durante los últimos cuatro años " (48) Su igual apartamiento en los años siguientes, así en Ibagué como en Mariquita mismo, parece ser de idéntica naturaleza. Indudablemente la devorante solicitud del conocimiento le subyugaba. ¿Pero adonde se apartó Mutis? Lo dice su Diario:
"Llegué a mi deseado destino del Real de la Montuosa Baja en las Vetas de Pamplona. Aunque yo venía bastantemente informado de la infelicidad del sitio por D. Jaime Navarro, que había vivido en él cerca de un año, nunca pude formar juicio cabal, ni hacer concepto de lo que es el sitio en realidad. Ciertamente que es necesario venir aquí para conocer lo que sufren los hombres por su gusto, por el interés, o algunos otros fines particulares. Mi condescendencia en venir a este voluntario destierro, abandonando la comodidad de la corte (que hasta ahora no he conocido que Santa Fe es corte), abandonando, digo, las delicias de mi gabinete, la racionalidad y cultura, tal cual es, la de aquella ciudad, mis intereses; ella me ha traído a conocer la miseria de los indios, miserias verdaderamente indecibles, pero ciertas, y no ignoradas de los europeos que habitan por estas minas. Las muchas incomodidades que padecí este día parece que fueran anuncio, pero en sombra, de otras mayores que me esperaban. Considero despacio solamente la situación y fábrica de mi alojamiento; era bastante para cubrir mi corazón de la mayor confusión. Y ¿cómo podría ser de otra suerte? No es para menos verme metido en un nicho menos impropio para unos palomos que para contener un ser racional. La antesala de mi palacio, por donde libremente pasa el aire, me dio una idea completa del resto del edificio, que se reduce a una sala desigual, pero muy pequeña, y un reducido gabinete, más ancho que largo, bien que su anchura no exceda de seis varas. La luz entra en esta menos que celda capuchina por una ventanilla de un pie en cuadro. Esta es la casa que dicen alta, pero viene a ser casa en el aire. Debajo tiene su correspondiente despensa y cocina, y más debajo de la cocina una zanja por donde pasa el agua que sirve para andar el ingenio. Está el ingenio a continuación de la antesala, y hace como una misma pieza con mi Palacio, lo que contribuye un poco a hermosear la perspectiva del edificio. El ingenio está casi pegado a la falda de un cerro de la ceja occidental, cerro tan poco seguro como todos los de estas cercanías, y tal, que ha dejado memoria de su mala vecindad. El gabinete mira al río, del que dista tanto, que sería fácil coger el agua si hubiera alguna otra ventana por aquel lado. Todo este edificio está entre río y cerro, cuya proximidad se podrá inferir por lo largo de la casa, que apenas tendrá 12 varas. Si mucho debe asustar la mala vecindad del cerro, no debe hecerlo menos la proximidad del río, pues si en crecientes regulares baña el cimiento de mi gabinete, formado de piedras hacinadas, ¿qué no deberá temerse en una creciente extraordinaria? Entonces no sería muy extraño que el río arrastrara con un edificio que no puede resistir a una corriente impetuosa. Y cierto que no es necesario mendigar ejemplares de esta naturaleza fuera de la propia casa arrastrada ahora dos años por una fuerte avenida. Esta mediación del río no priva por eso de la ventajosa necesidad de otro cerro más alto que el occidental por esta parte. Cualquiera de los dos, o ambos en un terremoto, si la Providencia del Altísimo por su infinita bondad y misericordia no libra a los que están en estas habitaciones, pueden dar a conocer las admirables ventajas de este suntuoso Palacio. Si no fuese por esta mala vecindad del río y cerros, no podría haber edificio más seguro para un terremoto. Todo él es de varas más o menos gruesas, y en toda su fábrica no se hallará un claro. Todo en él tiembla y aun se bambolea al piso del cuerpo menos pesado. ¿Qué efecto no hará el movimiento del ingenio con una piedra
voladora de más de 150 quintales? No es fácil dar una verdadera idea de este edificio, en cuya fábrica hubo de agotar todas las reglas y preceptos de Arquitectura su constructor Quevedo. Por lo que mira a la situación, basta decir que estando esta mina situada como las demás de este Real entre dos cejas de cerros divergentes, no hay otro plano que la latitud del río que corre encajonado, sin playa alguna entre sus faldas, y aquí no tiene ocho varas de ancho. Para construcción de ingenio, casas y demás oficinas se ha excavado en el mismo cerro un corto plan. Este río forma un ángulo a imitación del que forma el cerro, y es justamente el paraje de nuestra situación. No estoy bien asegurado de su origen, que aquí dicen cabeceras, pero sí que le entra un cuarto de legua más arriba una quebrada que llaman de Páez: quebrada que le hace echar unas crecientes terribles, pero que lo serían mucho más si viniera creciendo juntamente por las lluvias de sus cabeceras. Pase esta pintura por una sombra de lo que es esto en realidad. "No es, pues, esto (aunque sea tanto) lo que me llena de confusiones. Mi venida a este Real de Minas fue proyectado y con sentido en la suposición de que las labores de la mina, el ingenio y demás oficinas estaban corrientes, como en efecto así lo aseguraron Don Jaime Navarro y Don Pedro Ugarte en la junta que tuvo la Compañía el día de agosto, y en que se acabó de determinar que yo viniese a manejar esto, como uno de los interesados. En esta suposición yo venía muy contento a ser un descansado intendente de estas labores y a establecer un gobierno perpetuo en la distribución de caudales y beneficios de la plata. Cuál sería, pues, mi confusión, cuando a estos agradables pensamientos hubieron de seguirse las novedades que yo no esperaba; esto es, que un mes había que las labores estaban aguadas y que el ingenio, después de haber quebrado el peón y dos codos, haberse abierto la rosa (que desde su origen es taba sentida, y desde entonces acá sólo asegurada para moler con desconfianza); después de todas estas averías, que no dieron lugar a que la insigne voladora hubiese molido tres días enteros, el día de mi llegada, para colmo de infortunios, rompió la viga solera. Estos cuidados me atormentan tanto cuanto no es fácil proferir. Tal ha sido mi entrada en la Montuosa Baja en la célebre mina de Quevedo, hoy de la Compañía". Cuatro años estuvo Mutis en estas minas pertenecientes a una población de cuatrocientos vecinos y asiento de la Cofradía de San Pedro, del Convento de Monjas de Santa Clara, del ocupado y luego desocupado colegio de los jesuítas, de un pequeño hospital y de los conventos de Santo Domingo, San Francisco y San Agustín. (49) En semejante alejamiento no sólo trabajó en favor de las minas, sino que pintó figuras al óleo de plantas y animales, escribió sobre la fauna y la flora de la región e hizo numerosos y notables logros y observaciones en ciencias naturales, con todo lo cual aumentó su literatura científica y el rico herbario suyo, que entre 1.761 y 1783, habría de alcanzar 24.000 ejemplares, según lo aseverado por Gredilla en su biografía del Sabio. Nuevamente en Santa Fe, Mutis debió dedicar la mayor parte de sus días a los trabajos botánicos, a la enseñanza y a su profesión de médico, y otra
pequeña a algunos estudios religiosos, especialmente éstos, hasta fines de 1.772, pues se preparaba para el sacerdocio. Corriendo este tiempo, el galeno Juan José Cortés ya había abandonado a Bogotá y se había establecido en Tunja, y Juan José Vargas, que antes había ejercido la medicina empíricamente en Popayán y que había figurado entre los Comuneros, amparado por su título conseguido, siguió su oficio en Santa Fe, sin que hubiera podido volver a leer su cátedra en el Rosario por impedírselo el Plan de Enseñanza de Moreno y Escandón. Gozó Vargas de estima por haber sido discípulo de Cancino, porque estudió filosofía y particularmente por haber sido un hombre de bien hasta su muerte, la que le sobrevino en las postrimerías del siglo. Como compañero de Vargas y de los empíricos de esos años, surgió poco después de 1.770 otro típico representante de esta clase de embaucadores, el bogotano Domingo Rota, quien, después de estudiar latín, gramática y teología, se hizo platero, abrió taller y dio en repartir el tiempo que le sobraba en manejar el único reloj público, que era el de la Catedral, y en escribir en mal verso temas de su pobrísima inspiración y preferentemente el Trisagio, novenas y devocionarios, con lo que realizó el milagro de convertirse en médico muy solicitado y bien recibido. Durante estos primeros ocho años de ejercicio activo de la profesión y aprovechando sus conocimientos botánicos y la experiencia de los naturales sobre las virtudes medicinales de las plantas. Mutis estudió las propiedades terapéuticas de un grupo numeroso de ellas, las señaló aún mejor durante su permanencia en el Sapo y Mariquita y las comunicó a los científicos del Nuevo Reino y de Europa. Así, entre muchas, fueron más conocidas de esas plantas los Bálsamos de Tolú (Balsamum toluifera) y del Perú (Toluifera pereirae), el Guaco (Mikania guaco), el Canelo que crece en los Andaquíes (Nectandra cinnamomoides), el Té de Bogotá (Symplocos alstonia), la Nuez moscada (Myristica fragans), el Zarcillejo (Syphocampylus ferrugínea), la Yerba de sangría (Anagallis centuculloides), la Cusparía (Galipea cusparía), el Aceite de María (Callophyllum Maríae) y la muy notable Ipecacuana (Psychotria emética), cuyas propiedades curativas de la disentería ya se sabían, pues Luis XIV le compró a un médico, Helvetius, el secreto del tratamiento con ella por mil luises de oro. (50)
CAPITULO V Vocación Sacerdotal y Médica Desde que Mutis llegó a la Nueva Granada siempre hubo altos y varios intereses que solicitaban su cuidado. Lo que primero se le impuso fue el ejercicio de su profesión, en modo exigente, y, contrariándola, empezó a satisfacer también, en cuanto lo podía, sus ansias primordiales de estudiar la Naturaleza, sin dejar de atender a la labor educadora, para él fundamental y
muy amada, así como a las colaboraciones oficiales y a algunos empeños mineros. Pero entre 1.770, año de su regreso de Pamplona a Santa Fe y 1.777, año de su viaje a Ibagué para ponerse al frente de las minas del Sapo, concretamente el 19 de diciembre de 1.772, ocurrió el acontecimiento más serio y elevado de su vida, su ordenación sacerdotal de manos del Excelentísimo señor Arzobispo Camacho y Rojas. ¡Oh suceso, no tan sorprendente ni de mayores mudanzas, cuanto peregrino y no de total explicación! Trasladándolo otra vez a su centro interior, por lo menos transitoriamente, le da coronación a su ideal religioso y entrañable. Aquí surge casi con requerimiento este propio interrogante: ¿Porqué se hizo Mutis sacerdote y porqué a los cuarenta años? No abrazó él esta cruz Y sucedió algo de singular importancia en esta vida. Ya se vio que Mutis se vino al Nuevo Reino con la determinación de estudiar su Historia Natural; que envió al Soberano español dos comunicaciones en pedido de la Expedición Botánica; que se retiró a las minas de Pamplona, siempre con la esperanza de que se cumplieran sus sueños; (51) y que regresó a Santa Fe en 1.770, después de una ausencia de cuatro años y de siete de una espera angustiosa en su mejor fortuna. Vino así la fatiga de la expectación, de la paciencia y del desengaño. "Puedo decir —le escribe a su amigo Martínez de Sobral, refiriéndose a su amor por la botánica— que el inmortal Linné, que me honró hasta su muerte, fue el instrumento de conservar yo tal afición, pues estuve a pique de renunciar a ella, y regalar mis manuscritos a la Academia de Stokolmo, luego que me vi burlado en el Ministerio Español cuando representé desde el año de 63 todas las ideas magníficas de Jardín y Gabinete, de que sólo me queda el gusto de haber sido el precursor". Este es un estado delicuescente en que lo adverso descompone el alma. No pudiendo Mutis alcanzar sus aspiraciones todas, seguramente volvía a diario dentro de sí para ver de conjurar aquella situación, que se prolongó por dos años más, y junto al encendimiento por sus estudios, sin medios ni asistencia y como buscando un escape a su congoja, la bondad emprendedora de su corazón y el perenne deseo de servir exaltaron su religiosidad y lo pusieron otra vez en el camino eclesiástico. Si no podía dedicar su vida a una Expedición Botánica se entregaría a la Iglesia, "como último término a su felicidad temporal", según se lo expresó al Arzobispo Compañón muchos años después. Decidió, pues, abrazar el sacerdocio. Es natural pensar que un hombre tan serio, virtuoso y recto como Mutis, más que maduro, de tan vasta ilustración y de tan suficientes conocimientos de las disposiciones de la Iglesia, tuviera en cuenta que, al ingresar al sacerdocio, adquiría obligaciones especiales, porque la vocación al ministerio sagrado es una vocación heroica de abnegación y renunciamiento, de entrega a los demás para dispensarles los bienes, dones y gracias que la ordenación concede. No debía, no podía ser de su pensamiento recibir las órdenes sagradas para sí mismo solamente, como culminación de un sentimiento, ni el señor Arzobispo podía concedérselas sin que depusiera todas sus inclinaciones en favor del nuevo ministerio. Y eso debió ser así, pero una vez consagrado, no fue capaz de cumplir la totalidad de desasimiento, y cuatro años más tarde se aisló en las minas de Ibagué, a concluir la vida en su elegida soledad, como él mismo lo dijo. Su actividad sacerdotal se limitaba a
desempeñar una canonjía en la Iglesia Metropolitana, a ser confesor en un monasterio de religiosas, a decir misa en las Iglesias de Santa Clara y Santa Gertrudis y, una que otra vez, a bautizar y administrar el Santo Viático a los agonizantes. (52) Fue por demás callada y modesta esa actividad y de ella sus biógrafos hablan muy poco, como él mismo también. Por ahí en el Tomo II de la "Historia Eclesiástica y Civil" de Don José Manuel Groot se encuentra el acta de la reunión del clero de Santa Fe en la capilla de San Carlos para nombrar los representantes de sus derechos en un Concilio Provincial que iba a verificarse, reunión a la que asistieron, fuera de veinticinco maestros, treinta y ocho sacerdotes, entre los cuales estaba Mutis, quien, en asocio de otros cuatro de los clérigos asistentes, fue elegido para esa representación. Además, junto con Don Nicolás Cuervo, recibió el nombramiento de Notario Público de ese Cuerpo para el tiempo que durasen sus sesiones, las cuales sólo se realizaron de mayo de 1.774 a los primeros meses de 1.775. (53) En su Diario y escritos sólo se leen contados hechos sacerdotales, cual una que otra alusión a la misa y cual el bautismo que celebró en la ramada del Hospicio, cercano a Tena, en atención a una criatura recién nacida y expuesta al contagio de las viruelas. (54) La fe batalladora y conquistadora no estaba en su ministerio. Parece, por tanto, y ello es lo más posible, que la decepción fue causa determinante o al menos ocasional en la ordenación de Mutis. Espiritualizó un dolor sentimental. De lo único que sí puede estar uno seguro es de que si en 1.763 o 1.764 Carlos III le hubiera atendido el designio de la Expedición Botánica y lo hubiera nombrado su Director, no se hubiera hecho sacerdote. No se opone esta hipótesis, antes bien puede considerarse que se complementa, con la siguiente sugerida por el Padre Pérez Arbeláez en su notable libro sobre el Sabio: "Existe un documento relativo al sabio y a su docencia de la Medicina, el cual, aunque no obtuvo el efecto directamente buscado, sí condujo a profundas mudanzas en su vida. Es la nota que el Virrey Messía dirige al Rey, en mayo de 1.771, pidiéndole que erigiera en Santa Fe la cátedra de Medicina y que confiriera a Mutis su desempeño con "asignación de quinientos pesos en el ramo de aguardiente". Esta solicitud sugiere expresamente que el elegido deseaba prestar este servicio y que no regresaría a la península sino cuando dejara en el Nuevo Reino discípulos merecedores de la confianza pública. Tal solicitud se hizo en circunstancias muy significativas. Un año hacía que Don Pedro había llamado a Mutis de la Montuosa y devuéltolo a las prácticas aborrecidas de médico en Santa Fe; se previa además el pronto regreso del Mandatario a Europa dado que la vista se le estaba acortando en forma alarmante. El científico previo lo que sin duda sucedería: que el memorial del Virrey sería refrendado con autoridad real y que él quedaría fijo en Bogotá a una vida contra su afición, mal pagado por añadidura, perdidos los contactos con su amada naturaleza tropical. Pudo ser este el motivo que, añadido a la piedad de su espíritu, lo hizo ordenarse de sacerdote en diciembre del año 72. Con ese cambio, de nuevo lograba ser como dice el poeta inglés, "señor de sus destinos y capitán de su propia alma". Pero si el sacerdocio no fue en él una vocación, tampoco lo fue la medicina, cuya práctica, recuérdese, tildábala de "amarga". Esta fue, de una parte, objeto de su gran porfía por el conocimiento, y, de otra, medio de servir a la comunidad y recurso para adquirir los elementos indispensables de su vivir, a
pesar de sus "prácticas aborrecibles". En la conferencia titulada "La Expedición Botánica y la Medicina en Colombia", leída por el doctor Emilio Robledo en el Instituto de Cultura Hispánica el 16 de diciembre de 1.954, (55) encontramos estos párrafos: "Cuando sin ahondar el tema nos percatamos de que Mutis siendo médico de grandes ejecutorias en España y escogido por el Virrey para confiarle su salud y la de su familia no haya sido profesor de Medicina antes que de Matemáticas, nos causa verdadera sorpresa; mas cuando indagamos sus propósitos y ahondamos en el estudio de su psicología, nos explicamos satisfactoriamente su renuencia para hacer rostro en forma directa, a la enseñanza médica y contentarse con una colaboración indirecta pero tan eficaz como podréis apreciarlo si nos hacéis el honor de escucharnos. "Mutis, desde el principio de su carrera profesional, se orien ta por el estudio de la biología; y cuando acepta la invitación del señor Marqués de la Vega, de venir a América, no tiene en mientes sino la dulce esperanza de ser el descubridor de innu merables maravillas que ocultaba un suelo virgen e inexplorado científicamente. Por de contado al verse enfrentado al magno problema, comprende que ha menester de recursos para hacer se con los elementos necesarios y entonces ejerce activamente su profesión con gran beneficio para sus clientes, como él mis mo lo dice a su condiscípulo Martínez de Sobral: " …. He vivido muchos años —le escribe— repartidos en dos apartadísimos minerales, convirtiendo aquellos desiertos en poblados, por mi profesión de medicina, obligados los pueblos inmediatos a una especie de romería al templo de la salud que ellos se figuraban con sobrados fundamentos. Y así puedo asegurar que jamás me han distraído de mi principal profesión otros estudios y ocupaciones de mi afición............................ " "Y en esta otra epístola al mismo corresponsal le agregar " Entre mis inflamables deseos contaba la dotación de dos cátedras de medicina y una de anatomía para que se instruyese la juventud y socorriese a estos pueblos. Dejé correr la pluma pintando esta infelicidad en la última epidemia de viruelas, y el Marqués de Sonora ofreció enviar facultativos. Yo jamás quise sujetarme a esta pensión, por no distraerme de mis tareas de historia natural; y la que tomé de las matemáticas no sólo se oponía a mis ideas, sino que era dirigida a correr el velo de la ignorancia en la parte filosófica a fin de remover estos obstáculos para el tiempo en que se dotasen las cátedras de medicina". Queda también muy clara la renuencia de Mutis "para hacer rostro en forma directa a la enseñanza médica" —como lo apunta el doctor Robledo— si se tiene en cuenta la nota que el Virrey Messía de la Cerda dirigió a su Soberano (12 de mayo de 1.771) en atención a la Cédula Real de 8 de julio de 1.770, En ella se le pedía al Virrey un informe sobre dos cosas: la primera sobre el hecho de haber nombrado al doctor Juan Cortés Protomédico, anteponiéndolo a Don Juan Bautista Vargas; y la segunda, sobre los componentes del aguardiente de caña, asi como sobre su calidad y acción en la salud espiritual y corporal de los naturales. De esa respuesta son estas
líneas, precisamente las que nombra el Padre Pérez Arbeláez en las que párrafos atrás hemos transcrito: "No es dudable que será más ventajoso y útil conferir la Cátedra de Medicina a Don José Celestino Mutis, con la asignación de quinientos pesos en el ramo de aguardiente, con la obligación de servirla hasta dejar discípulos capaces de sustituirle, dividiéndose en dos cátedras la dotación, como propuso esta Real Audiencia a V. M., y yo no lo ejecuté por haberme persuadido a que el referido Mutis se negara a permanecer en este Reino, a donde le conduje asalariado para mi asistencia, con la satisfacción de su mucha inteligencia, aciertos en el arte y aplicación a su estudio, que aun en España tenía acreditado, y de otra manera no le hubiera conducido y fiado mi salud. Pero ahora con vista de lo informado y conocimiento de que desea ejecutar este servicio, desde luego convengo en que recibirán esta ciudad y Reino conocido beneficio, encargándole la enseñanza de la Facultad Médica, con precisión de permanecer hasta tener discípulos bien instruidos, con calidad de agregar las Cátedras a la Universidad Pública si llega a tener efecto su establecimiento en fuerza del examen que está actualmente pendiente para su creación. Y este caso parece correlativo y justo que el mismo Don José Celestino Mutis ejerza el Protomedicato durante su obtención de la Cátedra, que pasará después sucesivamente a los que la granjearon por oposición, y se conseguirá el alivio de tener Médicos de suficiencia en esta ciudad que hasta ahora ha vivido sujeta a los que se aparecen o transitan de fuera, obligando la necesidad a valerse de ellos, sin detenerse en examinar su talento y la legitimidad de sus títulos". (56) Dicen también algo acerca del ejercicio de la medicina por Mutis con finalidad pecuniaria, fuera de la de generoso servi cio social, los siguientes renglones de su solicitud al Monarca para la creación de la Expedición Botánica en el Nuevo Reino: ''..... Mis esfuerzos, que son los de un particular, que se sostienen por una Profesión, que por lo mismo lo aparta y distrae del objeto de su proyectada Expedición, solamente han alcanzado a los crecidos costos con que me he formado una gran colección de instrumentos y libros, esforzándome a gratificar moderadamente a todas aquellas personas de quienes debía valerme en mis viajes para recoger y descubrir las producciones pertenecientes a mi Historia". Eso sí, su bondad médica brillaba, aunque lamentaba hondamente interrumpir sus trabajos literarios. Por ejemplo, fue muy piadosa la atención que le dispensó a María Lugarda, la amante del Virrey Solís, en su destierro de "las selvas" de Usme y que Alberto Miramón registra así en "El secreto del Virrey Solís", artículo publicado en la "Revista de América", N? 1°, de enero de 1.945: "La inclemencia del clima completaba la obra devastadora, y, presto, aquella graciosa y gentil mujer de otrora, fue una ruina humana, una enferma a la que la postración de sus pesares, más que los años, ajó rápidamente. Su doliente estado movió la compasión del sabio y virtuoso Don José Celestino Mutis cuando recorrió aquellos lugares. Sacerdote y médico, su compañía fue a la atormentada mujer reconfortadora dádiva de
lo Alto. Mutis tuvo para ella más que la pócima saludable, la palabra de consuelo, siendo a la par que alivio para su cuerpo, guía y reconfortación para su alma. Por su consejo, la Marichuela escribió al Virrey una conmovedora epístola en la que, no obstante la hojarasca retórica de recibo en la época, vibra su corazón dolorido con acentos de impresionante humanidad, solicitando que se le levantara su castigo. Pero ninguna favorable acogida tuvieron sus peticiones". ¿Y qué eran las matemáticas y la astronomía y, con especialidad, la botánica y las demás ciencias naturales? Eran su verdadera vocación, así como su gran amor. Eran el poderoso viento que doblegaba las espigas de sus campos religioso y médico. En efecto, la vocación hace referencia a un estado, a una estructura moral e intelectual, a una posición social de la persona, a una condición que determina el desenvolvimiento de la vida. Eso lo dicen los que saben, así como dicen que la pasión es el apetito o afición vehemente a una cosa; un afecto desordenado del ánimo; un deseo intenso, permanente y exclusivo; un movimiento impetuoso del alma. Y Mutis no fue propiamente el "Padre Mutis", ni el "Doctor Mutis", sino el "Sabio Mutis", el gran hombre de la Expedición Botánica, cuya obra esplende como una de las más importantes y visibles de su historia. Admirador como era de Boerhaave, sabía cómo aquel ilustre médico, químico, botánico y filósofo holandés hacía cursos de ciencias en su propia casa de Leyde, a los que concurrían incontables discípulos de toda Europa, y, a manera de él, seguramente, en una sala de sus habitaciones, sitio de su enseñanza particular, hablaba a sus alumnos de los notables "Aforismos" de aquél sobre el conocimiento y curación de las enfermedades, y de sus otras obras científicas, fuera de que, naturalmente, también les exponía las propias nociones que en su ilustración vasta había adquirido en la Península. Es verdad que en España la situación docente de los colegios era deplorable y que la de las Universidades era "desdichada", (57) pero él, como gran estudioso, había suplido estas deficiencias. Y entonces sería gran espectáculo el de las mentes despiertas de quienes más tarde darían gloria a su país, enterarse de la admirable obra de Linneo, de su clasificación convencional de las plantas por los caracteres de los estambres y pistilos, y, para cambio del tema, puesto que era mucho su amor por el sabio escandinavo, no faltaría una digresión sobre cómo el recelo de sus rivales lo obligó a expatriarse a Holanda y haría algunas consideraciones sobre las vicisitudes humanas. Amando las matemáticas, "sublimes estudios que ciertamente me deleitan" y en los que deseaba instruir a la juventud americana, quitándose "la porción más preciosa de su descanso", como lo dice en carta suya al botánico sueco Bergius, debió ser para Mutis realmente un placer trasmitir lo que había aprendido de quien parece que influyó mucho en él, Don Benito Bails, Director de Matemáticas en la Academia de San Fernando, y aconsejar sus obras, que él conocía ampliamente. Pero su regocijo debía ser mayor cuando, paramentando la geometría, la trigonometría, la mecánica, la astronomía y la física, explicaba las obras de Newton, su máximo maestro de la difícil ciencia, tales como la "Geografía analítica de Descartes"; la famosa Aritmética; la de los infinitos de Wallis, que le permitió a la geometría progresos hoy del dominio del cálculo integral; el nombrado descubrimiento de la fórmula del Binomio
que lleva su nombre; y los Principios matemáticos de la filosofía natural, con la doctrina de la atracción universal y hasta con salidas al valor filosófico del cartesianismo, tan de actualidad, y al experimentalismo de Bacón y del mismo Newton. En comentario sobre el ejercicio profesional del Sabio escribe el Padre Pérez Arbeláez en su espléndida obra sobre él: "Aunque a lo largo de toda su vida, inclusive cuando ya sacerdote, Mutis habría de interesarse por las investigaciones médicas, por las ideas y plantas curativas de las gentes entre quienes vivía, con todo, quién sabe qué repulsión lo llevaba a detestar las visitas domiciliarias a los enfermos. Lo más probable sería que el andar a pie por las empinadas y mal pavimentadas calles de la ciudad de entonces, limitada a los actuales barrios de La Candelaria, Egipto, Santa Bárbara, Las Cruces y María Auxiliadora, le fatigaba; que el recetar a gentes que se creían enteradas de lo que más les convenía, desbaratando sus absurdos prejuicios, le hiciera perder su tiempo, y, finalmente.. que los domicilios de muchos enfermos santafereños, celdas de conventos, camastros de fámulas y de esclavos, a él que era extremadamente pulcro, le causaran repugnancia. Visita que practicaba a un paciente obligaba su responsabilidad hasta la perfecta curación acarreando detrás de sí otras visitas lloviera o tronara o relampagueara, haciéndole perder el hilo de sus trabajos literarios con la paz de su gabinete y la libertad de su huraño aislamiento. En estas condiciones, no podía faltar la que los criollos llamaban "chapetonada", caídas de la salud, frecuentes en los que acababan de llegar de la península". Sí: la inclinación de Mutis no era la medicina propiamente, como sí habría de serlo un poco después para el Padre Isla, quien se hizo sacerdote en su alcance, y como fue para sus maestros de España. Estos iban por ella como en su ruta natural, sin violentarse, en tanto que el Sabio la transitaba, pero separándose de la suya, distinta y preferida, lo que implicaba un sacrificio que no hacían los otros y que doblaba la valía de su actividad generosa. Con todo, su habitación jamás fue recinto amurallado de egoísmo, sordo a las llamadas dolientes; por el contrario, atendiendo a !a solicitud de los santafereños, abría las puertas a los enfermos, si no lleno de gusto, sí rico de caridad y de conciencia. Ejerció este oficio de curar, honroso, magnífico y colmado de altruismo, hasta el fin de sus días, porque la medicina hace suyo al médico hasta que lo abate y entierra. Mas, reflexionando sobre su práctica profesional, surge la muy fundada hipótesis de que sólo en los primeros años de vida santafereña iba a todas horas, como osado caballero, hacia la enfermedad o hacia la muerte en encuentros de contienda, golpeando el suelo, no con la marcialidad omnipotente de los gobernantes coloniales, sino con pisadas blandas, porque su vía eran los cuerpos de los hombres. Esta diligencia tan premiosa del principio y tan estorbosa para los estudios de ciencias naturales, fue modificada por el Sabio en el sentido de hacer más bien de su casa un consultorio, evitando en mucho las visitas a domicilio, y de poner preferentemente su ciencia médica al servicio de la docencia y de la salud pública. Es decir, en casi todo el tiempo de su permanencia en el Nuevo Reino, no fue "el médico de familia" o "de cabecera" propiamente. Esa modalidad no se compadecía ni con sus anhelos ni con sus personales condiciones.
En los interrogatorios a aquellas gentes, por demás sencillas, para orientar los diagnósticos, su sabiduría debía caminar entre los intersticios de los cerebros primitivos con la tenacidad y paciencia del agua que se ahonda en los terrenos duros. Era un sembrador andante de cuyo hombro colgaba un sementero que dejaba caer simientes de bien en los neogranadinos atormentados. Venía desde la antigüedad, vistiendo nuevo traje, pero usando el mismo verbo. Pertenecía a la estirpe de los peregrinos del ideal que de nacimiento son señalados por el destino para el consejo, para la conmiseración, para hacer propias las ajenas quejas y agonías. Mutis no fue un médico de vocación, porque para ello no fue escogido, pero, por su bondad, sí fue todo un médico. En todas estas consideraciones viénese a la mente de uno el recuerdo de Goethe, visto en estos particulares por Ortega y Gasset. Para este autor el genio alemán fue infiel a su destino. En el ensayo "Goethe desde dentro", que completa su libro "Tríptico", publicado por la "Colección Astral", el filósofo español analiza aquella facultad dominadora, aquella vocación formidable, que, de no haberse desviado por caminos equivocados, como el de Weimar, muy seguramente la literatura ale mana sería hoy la primera del mundo. Para Ortega y Gasset las múltiples y grandes capacidades de Goethe desorientaron la dirección y el programa inapreciable de su existencia y lo tornaron en desertor de su destino íntimo. Pudiera pensarse que algo muy semejante sucedió a Mutis. No es posible que sobre nadie destelle una vocación más clara y decisiva que la que fulguró para las ciencias naturales y en particular para la botánica en el alma de este grande hombre. Tuvo como ninguno un principio de unidad. Ateniéndonos a lo estrictamente vocacional, el sacerdocio y la medicina fueron dos alejamientos de la línea consustancial y obligatoria de su ser, ya que los halagos oficiales de Gobierno no lo sedujeron, como sucedió cuando rehusó el nombramiento de Gobernador de Girón, en Santander. (58) Como Goethe, Mutis fue también persona de notables y varios talentos y aptitudes y por sus senderos diversificó el fin singular e incomparable para que fue llamado su espíritu. De todas sus actividades la que menos restó tiempo e intensidad a su labor esencial fue la religiosa; (59) y las que más, la de medicina, la de las minas y aun la oficial, la social y la del magisterio. (60) Esta pluralidad de tareas explica claramente el porqué se encontró incompleta la obra escrita y complementaria de la Expedición Botánica a la hora de su muerte, y el porqué también, al decir del señor González Suárez, (61) era "pronto para la cólera y fácil de irritarse", si seguimos también en este detalle la opinión del mismo Ortega y Gasset en su estudio sobre Goethe. Del genio mismo son estas palabras sobre el obrar del hombre, comunicadas a Eckermann en 1.889: "Sólo sus sufrimientos y sus goces le instruyen sobre sí mismo". Y Ortega las comenta: "¿Quién es ese "sí mismo" que sólo se aclara a posteríori, en el choque con lo que va pasando? Evidentemente es nuestra vida-proyecto, que, en el caso del sufrimiento, no coincide con nuestra vida efectiva: el hombre se dilacera, se escinde en dos —el que tenía que ser y el que resulta siendo— La dislocación se manifiesta en forma de dolor, de
angustia, de enojo, de mal humor, de vacío; la conciencia, en cambio, produce el prodigioso fenómeno de la felicidad". La molestia que experimentaba cuando era interrumpido (62) en sus investigaciones de historia natural la sugiere en algunas páginas de su Diario, (63) así como se encuentran en él exclamaciones de este género: "¡Cuántas cosas se descubren cuando hay la proporción de trabajar con gusto, como la que yo ahora logro!" (64) Mas llegando aquí se imponen una observación y una pregunta: La observación es la de que Mutis, aun queriendo ser fiel a su autenticidad, ejercía su profesión, enseñaba y participaba en la acción oficial, para mejorar la instrucción y la salud públicas, en primer lugar porque era un hombre esencialmente benigno e inclinado a servir al necesitado y al amigo, y, en segundo lugar, porque tenía un gran sentido del civismo y gustaba de colaborar en toda obra de utilidad común o privativa. Además, como ya lo hemos expresado, la pasión del conocimiento era en él compleja, múltiple, receptiva y expansiva, porque tenían tan encendido entusiasmo para hacer suya una noción o idea, como para difundirla en provecho de otros. Hasta la misma Suecia quiso irse en estudio sobre minas. De esa pasión para conquistar y desentrañar lo desconocido da una información superabundante su Diario. Es un ascua de esa pasión cada página de él. ¡Qué cosa tan admirable es ver cómo no perdía un minuto de trabajo, cómo madrugaba a informarse del ama- necer de plantas, flores, y bichos, cómo, aun enfermo, salía a visitar árboles, arbustos y yerbas ya localizados y observados, para notar sus cambios o variaciones! "Al llegar a Caracolí no pude menos que detenerme y deleitarme en ver mis dos favoritas plantas de laguna: la Oenothera Natans y la Hoffmanía Inmersa, que ya comienzan a faltar por la sequedad que va reinando y agotándose las aguas de estas pequeñas lagunas", escribe en una página; en otra, "me volví a detener para ver un rato mi hermosísima Huertaea de la flor más grande de la especie, que me enseñó anoche Esteban a la entrada en Honda"; y en una tercera, "hallé perfectamente floreado mi "Suspiro". Las plantas eran sus amigas, conversaba con ellas y da gusto ver cómo, para expresar la emoción que le causaban, barajaba las muchas palabras apropiadas del idioma, tales alegría, fortuna, satisfacción, transporte, gusto, admiración, agrado, gozo, expectación y complacencia. ¿Y qué decir de las culebras, las mariposas, los pájaros, los alacranes, las orugas, los monos' Todo lo que pertenece a los tres reinos de la Naturaleza pertenecían también al reino de su espíritu. Y la pregunta es esta: ¿hubiera sido para Santa Fe y la Nueva Granada que tan aprovechable y beneficioso personaje como Mutis se hubiese entregado a la sola botánica? ¿Acaso no fue él quien impulsó la cultura del Nuevo Reino y de la actual Colombia y quien fue el principal factor de la Edad de Oro de la Colonia? ¿La medicina habría hecho los progresos que le dieron su práctica, sus programas y sus enseñanzas? ¿Las mismas minas no recibieron sus atenciones y servicios? Quizás es de mejor juicio pensar que entre su vida real y su vida posible hubo para la Nueva Granada una ventajosa identidad que satisfizo bastante sus sueños y que si en parte perjudicó la obra final de la Expedición Botánica, decidió en cambio el desarrollo intelectual de la patria.
CAPITULO
VI
Apostolado y Anatemas Poco tiempo después de su regreso de las minas de Pamplona, en 1.773, ante los precarios resultados obtenidos en "La Baja" y "La Montuosa", determinó Mutis, junto con su socio y amigo Don Pedro Ugarte, enviar a Suecia a Don Clemente Ruiz, para que estudiara las técnicas más nuevas de la explotación minera. Cuatro años permaneció Don Clemente en este país, y a su regreso y para la obtención de la plata, que era el mineral más importante, cambió el viejo sistema de Don Bartolomé Medina, llamado de los patios o de amalgamación, por el entonces moderno de fundición, (65) mas no ya en Pamplona, sino en el Sapo de Ibagué, donde habría de empezar trabajos en los días venideros. Por aquel mismo tiempo y todavía el Bailío de Lora en Santa Fe, Carlos III, en su deseo de impulsar la minería de la Nueva Granada, convino con sus colaboradores en que del Perú se hicieran llegar con ese objeto dos especialistas. Ellos fueron Manuel Díaz y Antonio Villegas, que resultaron indolentes e inhábiles. (66) Entre su regreso de Pamplona y su instalación en las minas del Sapo , es decir, durante siete años, realizó Mutis una extraordinaria labor en beneficio del Nuevo Reino. Fue su aplicación al magisterio, pero no sólo a un magisterio oficial, sino también a uno particular, más encendido y de mayor valimiento. Mutis, en su entusiasmo de crear algo nuevo en estas comarcas, de difundir ideas y conocimientos para darles utilidad y categoría a los espíritus, dedicó parte del tiempo que le permitía la profesión médica, a enseñarles ciencias naturales y matemáticas a numerosos jóvenes, entre los que figuró Don José Félix de Restrepo. Más tarde lo expresó él mismo con estas palabras: "He disipado francamente, sin previsión mía, el caudal que iba adquiriendo, para hallarme imposibilitado de volver a Europa, y pegado mi corazón a mi excelente biblioteca y gabinete; formando entre tanto una multitud de discípulos y aficionados a las ciencias útiles en un Reino envuelto en las densísimas tinieblas de la ignorancia, a pesar de una juventud lucidísima, ocupaciones que constituyen el oráculo de este Reino con satisfacción de mis interesantes tareas". Su cátedra de matemáticas de este espacio de tiempo comenzó a funcionar meses antes de la aparición del Plan de Estudios de Moreno y Escandón, en el cual muy seguramente tuvo ingerencia Mutis, y aun fue ella uno de los motivos para que se implantase. El acto académico de esta cátedra el 17 de julio de 1.774, verificado en salón especialmente destinado para ellos en el Colegio del Rosario, con una concurrencia ilustre presidida por el Virrey Guirior, fue el más célebre que registra la historia de este Colegio y "el más memorable y significativo en la cultura de América", dice Don Guillermo Hernández de Alba en su magnífico libro "Aspectos de la Cultura en Colombia". (67) En efecto, ese día leyó Mutis un discurso sensacional y extraordinario sobre las tesis de Copérnico, del cual tomamos los apartes siguientes en la obra que hemos mencionado:
"Cualquiera medianamente versado en la historia de la astronomía conocerá, desde luego, que una ciencia que debiera haberse fundado toda en la observación, se ha visto sujeta a las mismas extravagancias que los sistemas filosóficos. No hablo de aquellas locuras, o por mejor decir, de aquellas impiedades y supersticiones astrológicas, por las cuales atribuyen los astrólogos los bienes o males que suceden a los hombres bajo las influencias favorables o malignas de los planetas. La verdadera religión no sólo no admite sino que aborrece sacrificios en que peligra la piedad, por más que se empeñen sus autores en hacernos creer aquellas imaginadas influencias. Hablo de la astronomía, que debiendo haberse fundado toda en la observación, la vemos toda llena de espinas, toda mezclada de conjeturas y cómputos, de suposiciones y principios ciertos. Si los astrónomos se hubieran contentado con recoger y ordenar todas las observaciones hasta hallarse con el número suficiente para la formación de un sistema sólido, fundado todo en la experiencia, se podría haber evitado las ruidosas disputas que se han seguido. Pero el espíritu del hombre, inclinado siempre a saber más de lo que puede, se atropella fácilmente en sus descubrimientos, "Si las fases de Venus se hubieran descubierto en tiempos de Copérnico y hubiera constado entonces, por la observación, que este planeta tenga ciertamente sus crecientes y menguantes, ¿no hubiera sido esta observación una prueba solidísima para la formación de aquel sistema? Los astrónomos contemporáneos de Copérnico le argumentaban diciendo que, si fuese verdadero su sistema, deberían observarse crecientes y menguantes en Venus. Confesaba Copérnico que así debería suceder, y que el defecto de esta observación consistía en no haber hallado los astrónomos el medio de perfeccionar la vista, profecía que llegó a verificarse en tiempo de Galileo por la felicísima invención de los telescopios. ¿Qué diría aquel célebre astrónomo si viera verificadas hoy muchas de sus profecías? Pero sobrevivió tan poco a su sistema, que en el mismo día en que acabó de imprimirse su libro, a pocas horas de tenerlo en sus manos murió. Tan compasiva como piadosa anduvo en esta ocasión la Providencia con aquel incomparable astrónomo, que habiéndole ya concedido el gusto de ver establecido su sistema, y libre de las tinieblas en que pudiera haberse sepultado, tuvo a bien mejorarse su suerte ahorrándole las persecuciones que padecieron sus discípulos. "No quisiera haberme declarado tan presto en favor del sistema copernicano porque para hacer conocer la alta reputación que goza en nuestro siglo y el gran concepto que de ella hacen todos los astrónomos modernos, por las solidísimas observaciones y principios en que se funda, como demostraré después, podría manifestar varios acontecimientos memorables en este siglo. Podría decir que los motivos de toda la persecución del sistema copernicano son tan claros como obscuros los siglos en que Dios favoreció al mundo, para beneficio del género humano con un descubrimiento de la mayor importancia y del que resultan tantas utilidades en la navegación, en el cómputo de los eclipses y en las demás observaciones astronómicas. "Podría decir que la dominación del Sistema Ptolomaico, que pasa por ridículo, y cuya imposibilidad alcanzó ya a conocer en sus tiempos el rey Alfonso el Sabio, obligándole a proferir tan impía y bárbara proposición, que si Dios le hubiere tomado su dictamen sobre la formación del universo, le hubiera
aconsejado que convenía hacerlo de otro modo, proposición que si bien manifiesta la vana impiedad y presunción de aquel rey Sabio, manifiesta no menos la ridícula composición de aquel sistema: la dominación, digo, que reinaba entonces en las escuelas peripatéticas, no habiendo podido sacudirse un yugo tan pesado hasta después de dos siglos, bastó a inspirar los celos más enfurecidos en el Peripato, poco acostumbrado entonces a que le disputasen su pacífica posesión. Podría decir que si los sabios inquisidores y cardenales, sujetos del mayor mérito en la teología y ciencias sagradas, hubieran de fiarse del dictamen y parecer de los astrónomos de aquel siglo, aunque apasionados contra el sistema que acusaban, salvando por este medio al P. Mayr la legitimidad de la prohibición para tapar la boca a los gritos y quejas bien fundadas del gran astrónomo Kepler, no faltó un cardenal Cusano, sujeto de grande mérito y opinión entre los sabios, que se declarase también abiertamente en favor del sistema copernicano. "Podría decir que si el célebre Ricioli se declaró contrario al sistema copernicano en todas las obras que dio a luz, él mismo se vio en la precisión de adoptar el sistema que tanto aborrecía para la formación de sus tablas astronómicas en la última obra de su astronomía reformada: testimonio del mayor peso a favor de los copernicanos por todas sus circunstancias. "Podría decir que la sabia y respetable conducta de la Iglesia romana en la prohibición del sistema copernicano se manifestó entonces tan suave, como acostumbra, cediendo a las instancias de los poderosos perseguidores, pero con la reserva de levantar la prohibición si los copernicanos mejorasen su causa. Y viendo la Iglesia que el universal consentimiento de los astrónomos se ha declarado en favor de Copérnico, se ha dignado relajar su prohibición mandando expresamente que pueda ya defenderse como una suposición probable, testimonio de que no hay muchos ejemplares en las prohibiciones eclesiásticas, y el más auténtico a favor del sistema copernicano, pues manifiesta con esto la Iglesia romana que no es de tanto valor como se pensaba aquella repugnancia del sistema con las expresiones sagradas que se alegan. "Podría decir que el general aplauso y alta reputación con que hoy florece el sistema copernicano, se ha introducido no solamente en los herejes, como piensa el vulgo de los literatos, sino también hasta en las naciones italiana y española, las más celosas de la pureza de nuestra religión, declarándose en favor del sistema copernicano, sobre todos los matemáticos romanos, el mayor, el jesuíta Boscovich; sobre todos los boloñeses el jesuíta Ricati; sobre todos los españoles don Jorge Juan con los célebres jesuítas Cerda, Jimeno, Wendlinger, Bramieri y Zacagnini, sujetos todos de alta reputación y que no han temido caer en los imaginados delirios ni en aquellos horrores que pretenden inspirar el sistema copernicano, sus perseguidores y los que han bebido su espíritu. "¿Pero qué mucho cuando pudieron pronosticar con el célebre Galileo que las estrellas fijas habrán de dar una demostración la más segura del movimiento de la tierra en los siglos venideros, cuya madura experiencia tendrá no poco en qué admirar la persecución del sistema copernicano? "Pudiera pronosticar que la historia de los cometas, que tanto se perfecciona en nuestro siglo, dará a conocer la realidad de este movimiento.
"Pudiera hacer otras profecías, y sin el temor de aventurar mucho el crédito del profeta, si la modestia con que se deban anunciar los nuevos descubrimientos no me obligara a no manifestar fuera de tiempo mis observaciones. "Si el amor de la verdad me ha detenido más de lo que era justo manifestando mi inclinación al sistema copernicano, razón será ya concluir celebrando la feliz época en que vemos renacer la filosofía natural en este reino Podemos esperar que, animada la juventud con tan lucido ejemplo, se entregará desde hoy al estudio de las ciencias naturales, en que, a imitación de sus compatriotas de Lima y México, competirán entre sí los ingenios americanos, dando motivos para recelar si las musas europeas intentan alguna vez, para mejorar de fortuna, fijar su trono en el dilatado imperio de la América". Ruidoso acontecimiento fue para la vida santafereña este discurso, particularmente por la categoría religiosa y científica de quien lo pronunciaba, y los Padres del Convento de Predicadores, escandalizados ante las conclusiones del sacerdote Mutis, tanto por las tesis copernicanas, como por sus "opiniones extrañas en punto a la autoridad doctrinal de la Sede Romana, y a los derechos del Patronato Real en esas materias", según palabras del señor González Suárez, (68) pusieron los gritos en alto, tildaron de herético el discurso y, a nombre de la Universidad Tomística, convidaron posteriormente para otro acto en que se proponían impugnarlo. Dos asertos fueron convenidos por los Dominicanos con tal motivo: uno, que debía llegar a manos del Sabio, y otro, que sería proposición del solemne suceso. El primero decía: Copernicanum sistema, stante veritate sacrae paginae, est intolerabile catholicis et indefensabile permodum thesis, intolerabiliusque inspecta sacrae Inquisitionis prohibitione: quapropter alia via tenetur astronomi coelestia phenomena explanare. Declaraba el segundo: Unanimen consensúan Sanctorum Patrum, praecipue Magni Protoparentís Augustini et Doctoris Angelici p. p. p. — Nullus catholicus esse deberet qui ut thesim teneret Terrae motum Solisque quietem, eo motivo ut coelestia phenomena fascilius explicaret. (69) Ante esto Mutis quejóse al Virrey, quien prohibió a los Dominicanos la sesión proyectada de su Universidad y llevó el asunto al Tribunal del Santo Oficio en Cartagena, el que, sin adoptar una decisión franca, lo pasó a la Suprema Inquisición de Castilla, donde se extinguió su acción, porque Carlos III había ordenado que en sus dominios se enseñaran las tesis de Newton y Copérnico. Entre Mutis y los Dominicanos se produjeron desavenencias y respuestas. De éstos suscribían las cartas el Padre Juan José Rojas, Regente de Estudios, y el Padre Sandoval, Lector encargado de defender las conclusiones. De lo que escribieron al Sabio como explicación y satisfacción son estos renglones: "Vuestra Merced sabe mejor que nosotros lo que son algazaras de escuela, y que últimamente, por más que vociferemos y llenemos papeles de voces de epiciclos, excéntricos, eclipsoides, centrífugos, centrípetos, etc., etc., la verdad del caso, Dios lo sabe". (70) Esta severidad y rigidez eclesiástica, beligerante, pero explicable, se prolongó mucho tiempo después. En 1.801 volvió Mutis a sufrir otro ataque, de los Padres
Agustinos en esta ocasión, acerca del cual escribió un informe que Gredilla, su biógrafo, comenta en estos términos: "Pero donde Mutis demuestra una inteligencia privilegiada, donde se ve que es un concienzudo filósofo cristiano, donde se observa que domina por completo las ciencias matemáticas, astronómicas y físicas, y donde, finalmente, se admira y advierte el juicio tan acabado que tiene de las intimidades corrientes filosóficas tanto antiguas como modernas, es, sin duda alguna, en el siguiente informe que diez y siete años después de la discusión con los Reverendos Padres Dominicanos, hubo de redactar en contra de los Padres Agustinos, empeñados en defender todavía el sistema de Ptolomeo, y en cuya luminosa creación, una de las páginas más gloriosas que escribió Mutis, refutó con suma sencillez a la par que incontrovertible argumentación la falta de doctrina de aquellos eclesiásticos que, desprovistos en las ciencias de las verdades fundamentales, buscan en sofísticas y torcidas interpretaciones de la Sagrada Escritura un vergonzoso refugio donde ocultar su pequeñez y su derrota científica". (71) Un mes después de este informe también el Sabio Caldas le escribió a su querido amigo Santiago Arroyo, residente en Santa Fe, con fecha 20 de julio, este párrafo de una carta: "Se nos han querido atribuir las impiedades y demás delitos de Voltaire, Diderot, Rousseau, etc., y de todos los que hoy se conocen con el nombre de filósofos modernos; y como este mismo nombre se da a los físicos experimentales, a distinción de los escolásticos, todo lo que estos buenos hombres leen en Jamin, Bergier, Paulian, etc., contra los filósofos modernos, lo entienden del Sigot, Nollet Muschembock, etc.: ya ve usted qué equivocación tan grosera y qué consecuencias: se llegó a predicar contra la filosofía moderna, y el vulgo creyó que era contra nosotros; se miró como herejía el ángulo y los números. Uno de los asertos cuyo original remito, hizo decir a alguno que allí estaba el veneno " (72) En esta ocasión la cátedra de Mutis duró de 1.774 a 1.778, porque fue suprimida por decreto de la Junta Superior de Estudios, creada por Real Cédula de 18 de julio de 1.778; mas fue restablecida en 1.786 con el profesor don Fernando Vergara, según lo escribe el señor González Suárez en su obra nombrada. (73) Las nociones de medicina que daba el Sabio en esta clase, de manera accidental, eran mal miradas por algunos santafereños. El Plan de Estudios creador de esta cátedra fue obra del Virrey Guirior, servido de la Junta Superior de Aplicaciones, constituida por el Virrey mismo; por el Prelado Diocesano, cuyas funciones estaba desempeñando Don José Gregorio Díaz de Quijano, gobernador del Arzobispado en Sede Vacante; por el Oidor Decano de la Audiencia, que lo era entonces Don Joaquín de Aróstegui y Escoto; por Don José Antonio Peñalver, como Fiscal de S. M.; y por el Protector de Indios, que lo era Don Francisco Antonio Moreno y Escandón, quien "por la elevación de su espíritu y por la superioridad de su carácter, vino a ser el alma de aquella corporación, la cabeza que discurría y el brazo que ejecutaba". (75)
El Plan o Derrotero de Moreno y Escandón se extendía a la reforma y actualidad de los métodos de enseñanza, que estaban estancados y viciados de numerosos defectos; daba normas sobre las capacidades que debían poseer los maestros, pues oficiaban de tales personas totalmente incompetentes; buscaba que el tiempo de las clases no se invirtiera solamente en dictados, con gran pérdida de él, sino que se ordenaba la adopción de textos, como ya lo había hecho Mutis con la obra elemental de Bails para las matemáticas, y con las de Buffon y Linneo, para las ciencias naturales; (76) y, puesto que la enseñanza que pudiera llamarse pública estaba prácticamente reducida a las cátedras pobres y descuidadas del Seminario de San Bartolomé y del Colegio del Rosario, obligaba en éstos la apertura de cursos de matemáticas y ciencias naturales, respetando y dejando, eso sí, su autonomía a los establecimientos religiosos. El espíritu del nuevo rumbo de la instrucción era un poco adverso a la filosofía escolástica, por lo que ciertos elementos vieron debilitada la ortodoxia del Fiscal Moreno. Cuando se abrió la cátedra de matemáticas "se proscribió el silogismo y el método dialéctico en la enseñanza, y se otorgó completa libertad a los jóvenes para seguir a su voluntad los cursos de filosofía especulativa, con lo cual las clases de metafísica quedaron desiertas, porque los alumnos acudían en gran número a las de matemáticas y ciencias naturales, resultando de aquí el disgusto y las sospecha con que los antiguos profesores principiaron a mirar las nuevas enseñanzas". (77) Tanto don José Manuel Marroquín como algunos comen tadores piensan que, al hacer estos cambios, Moreno y Escan dón no tuvo torcidas intenciones contra la Iglesia, sino que obró naturalmente como individuo que había recibido la influencia del siglo XVIII. En cambio, algunos historiadores fue ron más severos, como Rivas Groot, quien en su Historia de la Nueva Granada afirma: "El filosofismo en este tiempo contaminaba a todos los americanos de talento que iban a Europa, y de los nuestros, creemos que el doctor Moreno fue el primero a quien sorprendió ese enemigo revestido de tan bellas formas para engañar las inteligencias distinguidas. Las doctrinas de Campomanes parece que habían calado perfectamente en la cabeza del nuevo Fiscal, y que la escuela del Conde de Aranda era la suya Pero en lo que más se deja conocer lo avanzado que estaba en ideas el señor Moreno, es que su plan de estudios, que nada tenía que pedir al del año de 1.824, llevándole de ventaja el sistema de la filosofía ecléctica que prescribía el señor Moreno. El eclecticismo de los alejandrinos tendía a destruir las groseras creencias de la idolatría egipcia, dice Bergier; pero el eclecticismo de la filosofía moderna no es más que el racionalismo. ¡Cosa rara, que un hombre de aquella época, y en Santa Fe, anduviera tocando ya con la filosofía del siglo XIX! Eri los estudios canónicos se prescribía por dicho plan el texto de Van Espen. No hay para que decir más respecto al progreso en que estaba el señor Moreno, y la educación pública bajo su plan". (78) Sobre este plan escribió Carlos Restrepo Canal:
"Es el caso del plan de estudios que Don Antonio Moreno y Escandón presentó para la reforma de los estudios en el Virreinato neogranadino, que si produjo beneficio en la mejora material de los métodos docentes, era claramente inconveniente por su espíritu antiescolástico, cosa que en el fondo equivalía a ser adepto a la corriente afrancesada y enciclopedista. Se explica esto en parte por la decadencia y postración a que había llegado el escolasticismo ergotista, pero comparando el caso con el de Jovellanos, se advierte que aunque pasase por buen católico y rigurosamente ortodoxo Moreno y Escandón, corno Jovellanos no acertó a resistir la influencia de una corriente que tenía entonces una inusitada fuerza". (79) Este cambio educativo produjo notorios adelantos. Así lo aseveró Guirior en su relación de mando, cuando escribía: "En sólo un año que se ha observado este acertadísimo método se han reconocido por experiencia los progresos que hacen los jóvenes en la aritmética, álgebra, geometría y trigonometría, en jurisprudencia y teología". (80) Tal sistema o derrotero fue substituido en 1.787 por el del señor Caballero y Góngora, redactado por él en Turbaco sobre esquema convenido con Mutis seguramente, pero de aquel derrotero se conservó lo útil y benéfico. Sobre este Plan del Sr. Arzobispo-Virrey dijo el señor González Suárez que era muy elevado y tan completo y satisfactorio como el de las mejores univer sidades de Europa. (81) Y era así, porque, como lo dijo su autor, "todo el objeto del plan se dirige a substituir las útiles ciencias exactas en lugar de las meramente especulativas, en que hasta ahora lastimosamente se ha perdido el tiempo; porque un Reino lleno de preciosísimas producciones que utilizar, de montes que allanar, de caminos que abrir, de pantanos y minas que desecar, de aguas que dirigir, de metales que depurar, ciertamente necesita más de sujetos que sepan conocer y observar la naturaleza y manejar el cálculo, el compás y la regla, que de quienes entiendan y discutan el ente de razón, la primera materia y la forma substancial. Bajo este propio propuse a la Corte la erección de Universidad pública en Santa Fe". (82) Este párrafo está impregnado del espíritu de Mutis. Y escribe el doctor Pedro María Ibáñez: "El señor Caballero y Góngora, como lo había hecho el señor Guirior en 1.775, formó un "Plan de estudios", en el cual daba más desarrollo a las ciencias útiles que a las materias especulativas. Propuso a la Corte la creación de una Universidad, en cuyo plan incluía los estudios de química, botánica y mineralogía y la creación de las cátedras de medicina, llamadas de Prima y de Vísperas, las cuales debían ser dictadas por dos médicos españoles y de acuerdo con el plan de estudios de las Universidades más florecientes de España y proveídas de Teatro anatómico, para hacer disecciones de animales y estudios de esqueletos y cuerpos artificiales. "Desgraciadamente ese "Plan de estudios" para la medicina, por causas ajenas a la voluntad del señor Góngora, no llegó a plantearse en las Universidades del Nuevo Reino, y los estudios de Filosofía y Jurisprudencia continuaron dándose en los colegios de San Bartolomé y del Rosario, únicas fuentes del saber que existían en la Colonia, según el programa dictado en la madre patria, cuando el Gabinete de Madrid derogó el "Plan de estudios" redactado por D. Francisco Antonio Moreno y Escandón. Quedó, pues, frustrado el deseo del señor Góngora de arrancar el monopolio universitario al Convento
de Santo Domingo y de redimir la instrucción de la tutela de los Frailes de la Orden de Predicadores, creando un Instituto de educación en que se enseñasen ciencias naturales, medicina y jurisprudencia, por textos modernos, sacando así la instrucción pública del estado estacionario en que se hallaba". (83) Repetidamente se ha nombrado en estas páginas a Don Francisco Moreno y Escandón y no es posible omitir algunos párrafos sobre este extraordinario personaje tan enlazado con Mutis. Dice don José María Restrepo Sáenz en sus "Biografías de los Mandatarios y Ministros de la Real Audiencia" que este ilustre mariquiteño fue alumno del colegio-seminario de San Bartolomé de Santa Fe en calidad de convictor, desde 1.749; que después de hacer estudios de latinidad se entregó a los de filosofía, alcanzando en éstos grado de bachiller y de maestro; que luego fue doctorado en Teología; que más tarde obtuvo también de la Universidad Javeriana el título de doctor en Jurisprudencia Canónica y Civil; que, como profesor, leyó brillantemente la cátedra de Instituta; y que, finalmente, se recibió de abogado de la Real Audiencia. Después de desempeñar los cargos de Asesor General de Ayuntamientos, de Padre de Menores, de Alcalde ordinario de la ciudad y de abogado Fiscal de la Audiencia, partió para España, en 1.764, a perfeccionarse en la carrera de los empleos públicos. Fueron magníficos sus estudios en la Península y regresó en 1.765, por nombramiento de S. M. con el cargo de Fiscal Protector de Indios en la Audiencia de Santa Fe. También fue Fiscal de la Audiencia y Fiscal del Crimen. En el año de 1.767, en asocio del Oidor Antonio de Verástegui, le fue encomendado por Carlos III notificarles a los Padres Jesuítas su expulsión del Colegio Máximo que tenían en Santa Fe, notificación que les fue confiada al Oidor Francisco Pey para el Colegio de San Bartolomé y al Oidor Luis Carrillo de Mendoza para el Colegio de Las Nieves, y una vez que la Compañía salió de la Nueva Granada, logró de la "Junta Superior de Aplicaciones", encargada de la administración de los bienes dejados por ella, que tales bienes se emplearan en beneficio social, y así se fundaron un hospicio para inválidos de ambos sexos y la Real Biblioteca pública, con los libros que los religiosos tenían en el Colegio de San Bartolomé y en los de Tunja, Pamplona, Honda, Cartagena, Mompós y Antioquia. No de poco valor fue la participación que tuvo el Fiscal Moreno y Escandón en la fundación del primer establecimiento para la educación de la mujer, dentro del Convento de la Enseñanza, que fue autorizado por Cédula Real de 1.770. Se llenó así la necesidad que existía de ese colegio, pues las jóvenes de Santa Fe carecían de planteles para su instrucción, y su ignorancia era tal que algunas no sabían leer ni escribir. A Doña Clemencia de Caicedo, de familia patricia, le debió el Virreinato este gran paso de progreso, dado con sus propios medios de fortuna. Recordamos para concluir estos párrafos sobre el señor Moreno y Escandón que, con el apoyo de él obtuvo el Virrey Flórez, hacia 1.778, que la Corte
destinara para la ciudad de Santa Fe una imprenta de las que en España habían pertenecido a la extinguida Compañía de Jesús, imprenta que vino propiamente a reemplazar, no sólo una pobre y gastada que por esos días se había traído de Cartagena, hacia 1.776, sino desaparecida y primera introducida por los mismos Jesuitas; en el año de 1.734. (84) Fue una pérdida grande para el Nuevo Reino el envío del Fiscal Moreno y Escanden a Lima y después a Santiago de Chile en funciones de la Corona, porque él y Mutis, asesorando como amigos y decididos colaboradores a los Virreyes Messía de la Cerda y Guirior, le dieron un vigoroso impulso a la cultura de la Nueva Granada y especialmente a Santa Fe, impulso apoyado posteriormente por el señor Caballero y Góngora, que vino a florecer en lo que se ha llamado la Edad de Oro de la Colonia. No es descaminado pensar, por último, en la estrecha comunicación que debió existir entre el Fiscal Moreno y Escandón y Mutis, durante algo más de una década; entre los dos ; el Virrey Guirior por los años de 1.773, 1.774 y 1.775; y más tarde, ya ausente Guirior, entre ellos mismos y el Arzobispo Caballero y Góngora, en los años de 1.779 y 1.780. Pero no se trata de cualesquiera comunicaciones, sino de las relacionadas con la administración pública y con especialidad de las referentes a la instrucción en la Colonia. Una vez más se ve que, descartando la antirreligioso, Mutis fue hijo del siglo XVIII, en cuanto su espíritu rechazó la vieja orientación retoricista y se encaminó por las ciencias experimentales, por el realismo que predicaban los franceses y demás pueblos del Norte, y por la nueva filosofía que cambiaba los antiguos estudios. Sobre su cabeza sopló el viento de la cultura que creaba en España las Academias de Medicina, de la Lengua, de Historia, de Bellas Artes de San Fernando, los Jardines Botánicos, los Observatorios Astronómicos, las Escuelas de Mineralogía e Ingeniería y los Laboratorios de Química. En cuanto a Moreno y Escandón, su privilegiada inteligencia y su inquietud espiritual recibieron durante su permanencia en Madrid el influjo poderoso y decisivo del movimiento de ilustración y progreso que presidió Carlos III, movimiento que apenas conoció Mutis en sus comienzos. Y uno y otro, en la Península, se dieron exacta cuenta de la decadencia del escolasticismo en esa época, leyeron, sin duda, algo de sus opositores y, por de contado también, algo de Don Juan María Lesaca, uno de sus principales campeones y apologistas. CAPITULO Vll Real de Minas de Nuestra Señora del Rosario Expedición Botánica - la. Época Desde que Mutis estudiaba con su maestro Barandes en el Real Jardín Botánico del Soto de Migas Calientes, ya tenía conocimiento completo del viaje científico al Nuevo Continente del médico de Felipe II, Don Francisco Hernández, y de la obra de historia natural que éste, movido por el Monarca, había realizado en la Nueva España, hacía ya casi dos siglos. Y mayormente y con más abundancia de pormenores, estaba enterado del ofrecimiento que
Fernando VI le había hecho a Linneo de una posición digna de sus méritos en las actividades de la ciencia española y de su enseñanza; de la declinación que hizo aquel sabio de tal distinción, obligado por sus investigaciones; del envío de Pedro Loefling, su discípulo aventajado, como reemplazo; de la venida de éste en 1.754 al Norte de Suramérica, en misión de España misma, para estudiar la flora y fauna de estas regiones; y de la muerte de tan insigne hombre, en la ciudad de Cumaná, dos años más tarde. Nada de esto ignoraba, aunque sí desconocía, por no haberse publicado aún, los importantes y recientes trabajos hechos por el notable naturalista Nicolás Josef Jacquin en la fauna y flora de la costa septentrional de nuestra América. (35) Con estos conocimientos y ya casi resuelta su partida para el Nuevo Reino, en su decisión de entregarse a formar la historia natural del país que le aguardaba, saltó una vez más a la mente de Mutis la idea o posibilidad de otra expedición científica, semejante a las de Jacquin y Loefling, de la cual él podría ser su director, para explorar no sólo la Nueva Granada, sino todas las colonias de esta parte del Continente. Idea tan grande y tentadora no volvió a faltar en las preocupaciones de este gran señor de las empresas nobles, y la imaginación le proporcionaba el aceite para alimentar su llama inextinguible. Así que, ya en la apacible Colonia, y en 1.763, sin poder resistir al desasosiego de su ánimo, resolvió dirigirse desde Cartagena a su Monarca en ruego de esta expedición. Como no alcanzó respuesta alguna, elevó nuevamente en Santa Fe otro mensaje a Su Majestad, en 1.764. No son pocos los argumentos que le expone Mutis al Rey para lograr la aceptación de su solicitud. Apela a la gloria que la expedición traería para España y su Monarca, gloria que sería igual o aun superior a la alcanzada por otros países, que no sólo recomendaban a los viajeros hacer estudios y obtener colecciones de historia natural para llevar a Europa, sino que, con verdadero mérito, enviaban al mundo misiones científicas, cuales las encomendadas a Castety, Solane, Plumier, Brown y Joacquin. Le habla del entusiasmo que el correr del siglo XVIII había traído para el conocimiento mejor de la naturaleza, y de cómo, por cuenta del erario de "algunos grandes" y por reales órdenes, muchos jóvenes habían salido a ilustrarse al Extranjero. Exalta la utilidad pública que podría traer para la Corona empresa semejante, en la que figurarían primordialmente la utilización de las riquezas minerales y vegetales de estos territorios, tales la especiería, análoga a la de los holandeses, y particularmente la quina, cuyo estudio había él ya iniciado, cuyo tratamiento necesitaba de cuidados especiales para el efectivo beneficio del hombre, y cuya extinción era posible, según lo visto en el Perú, por los errores de los naturales en su explotación y por la desidia general en su conservación. Recuerda, tributándole homenaje, la liberalidad de Felipe II al encomendar al sabio Francisco Hernández su traslado a la Nueva España para que hiciese allí importantes descubrimientos, fecundos en frutos, durante larguísimo tiempo condenados al olvido en la Biblioteca del Escorial, hasta su tardía y deficiente publicación por manos extrañas. Para disponer mejor el ánimo Real pone de presente las penalidades, los sinsabores y los peligros de quien pudiera ponerse al frente de tentativa tan trascendental y señalada, declara cómo él desafiaría las adversidades y fatigas para ejecutar cuantas investigaciones fueran posibles, incluyendo las meteorológicas, físicas, geográficas y astronómicas, y hace hincapié sobre su juventud y buena salud, así como
sobre su ánimo y sobre su ningún pensamiento de provecho personal contrario al beneficio y renombre de España. No deja Mutis de revelarle a Su Majestad las investigaciones que ha hecho en corto tiempo sobre la historia natural del Reino, dentro de la pequeñez inmensa de sus recursos, y le dirige estas palabras: "Me hallo ya no sólo exhausto, sino también empeñado, y por lo mismo imposibilitado a continuar por estos medios, que deben ser mayores los sufragios para tan grande empresa. Por ahora nuevamente imploro los de V. M. para continuarla". En la esperanza de ser como un sucesor de Loefling, para terminar la obra empezada de éste, le pide al Monarca le nombre director de tan deseada expedición y le conceda el favor de auxiliarle con cuatro ayudantes, dos de ellos pintores, los cuales se encontraban a su inmediato alcance. Y como refuerzo de su solicitud le participa a S. M. que el Virrey, su superior, y varios sabios de Europa le habían impelido y estimulado para demandar esa misión, con la cual él había fantaseado desde que formó la "rara" resolución de venirse al Nuevo Reino, no propiamente de médico del señor Messía de la Cerda y de una comarca americana, sino como naturalista dispuesto a estudiar los dominios peninsulares en Suramérica, con la ambición de contribuir al establecimiento en la Corte de un Gabinete científico, superior a los conocidos. Aún más: le cita la carta que Linneo le había dirigido al Virrey, en la que se leen estas palabras: Si fave at nobis et pro rex, tuus celsisimus et ipsi statuas erigemus toto ejus Imperio perennis rem. Y para terminar escribe estos dos párrafos, que ponen de relieve su humildad, la conveniencia del empeño y los medios sencillos de realizarlo: "No soy, Señor, tan celoso de mis pensamientos, que deje de ceder gustosísimo mi lugar a cualquiera otra persona más intruída en todos los ramos que me propongo cultivar, y a quien V. M. se digne fiar las felices resultas de esta importante Comisión. No dudo que entre nuestros jóvenes españoles o entre los sabios extranjeros se hallarán algunos que atraídos por el interés de grandes sueldos, y animados con la esperanza de una correspondiente colocación, desemepeñen dignamente todas las partes que abraza esta Empresa. Mas es bien cierto que, sobre quedar expuestos a muchas contingencias, habrá de padecer necesariamente una larga retardación, a que por lo común acompaña el peligro. Desde los principios del año sesenta, en que resolví mi proyectado viaje, no me hallo ocupado en oíros pensamientos que en los que podrían conducirme al logro de mi suspirada Expedición. No he logrado poco en hallarme ya acostumbrado a los rigores de estos climas, y en haberme ensayado hasta donde podrán alcanzar mis fuerzas. No es pequeña la ventaja de hallarse también en América con las mismas circunstancias y sin los crecidos costos en que sería menester pensionar el Erario, los cuatro jóvenes agregados que habían de trabajar bajo mi dirección. No me ocupa ni embaraza por ahora aquel natural deseo de asegurar el destino que corresponde a un hombre que se resuelve a renunciar a todos sus intereses particulares por la gloria y bien universal de la Nación. A mí me basta saber que V. M. por un puro afecto de su Real Clemencia no ha de consentir que en la Superintendencia del Gabinete Real que habrá de formarse en esa Corte, haya de destinarse otro que su mismo autor. No tienen mis esperanzas ni las de mis agregados menos fundamentos que toda la Protección Real.
"Réstame, pues, manifestar a V. M. que me hallo pronto y preparado para el desempeño de una tan grande y útil Comisión, luego que V. M. se digne mandar que se me destinen los sueldos y medios proporcionados a los trabajos de una empresa que sólo se dirige a producir honores a la Nación, utilidad al público, extensión al Comercio, ventajas a las Ciencias, nuevos fondos al Erario Real y gloria inmortal a V. M., cuya vida conserve la Divina Providencia para el bien universal de la Monarquía" . Su amor a España y su juventud ya ilustrada, estudiosa y resuelta, fueron los títulos que presentó a la Corte para su instancia. Es indiscutible que las dos peticiones de 1.763 y 1.764 son los documentos más importantes de los firmados por Mutis a lo largo de su vida, por la visión extraordinaria sobre las posibilidades de desarrollo, beneficio y enriquecimiento que ofrecía la Colonia, y porque cualquiera de ellas aceptada hubiera satisfecho la mayor ambición de su ser, después de la íntima, callada y profunda de la salvación de su alma, tan característica del español, según Don Salvador de Madariaga. El silencio que guardó la Corte ante ambas fue para el Sabio una pena de día en día más grande. Y en el curso de los años llegó a convertirse en una angustia. Esta situación lo tornó más retraído y modificó aún más también su carácter, pese a los esfuerzos que debía hacer para aparecer amable! De su desengaño habló muy poco, pero, sin embargo, en el informe que le pidió el Arzobispo Caballero y Góngora para la creación de la Expedición Botánica se encuentra la declaración de que no le interesaba revelar su nombre en los trabajos que hacía "por cierta especie de abandono en que se sumergieron mis desatendidas representaciones a Su M.". En ese mismo informe, tratando de su permanencia en el Sapo, dice que estaba resuelto a concluir sus días en aquella elegida soledad. También en la ya citada carta escrita en Mariquita para su condiscípulo y amigo de Madrid Martínez de Sobral y refiriéndose a su afición a la botánica, recuérdese, le expresa cómo estuvo en trance de renunciar a ella y regalar sus manuscritos a la Academia de Stokolmo, luego que se vio burlado en el Ministerio español. Demasiado grande fue en verdad la desilusión de Mutis con la conducta de la Corte. No es aventurado aseverar que, fuera de otros motivos tal vez menos poderosos, este estado de anonadamiento lo llevó, primero, a las desoladas minas de Pamplona, y, después, a las del Sapo en Ibagué. Mas no entró en un estado de abatimiento extremado. Lo salvaron el anhelo vehemente del conocimiento concretado en la historia natural, especial- mente en la botánica, y su doble carácter de médico y religioso, así cuando se retiró a las minas, como cuando permanecía en Santa Fe. Fue en el año de 1.777, siempre agobiado por su pena, tal vez. ya un poco cansado con el magisterio oficial y particular durante siete años, cansado igualmente de ejercer sin reposo su profesión de médico y después de cuatro años de discreta labor sacerdotal, cuando Mutis resolvió, de acuerdo con sus consocios Antonio y Nicolás de Ugarte, (86) retirarse nuevamente de Santa Fe, no ya a las minas de las "Vetas" y montuosas "Alta" y "Baja", sino a las del Real de Nuestra Señora del Rosario en Ibagué, adonde se fue en compañía de Don Clemente Ruiz, que estaba recién llegado de su viaje de estudio. Por motivo de enfermedad y por desavenencia con la Dirección de la mina, éste sólo permaneció en ella un año, lo que significó para Mutis y para
la Compañía Explotadora la pérdida de lo invertido en él para su especialización en Suecia. ¿A qué fue Mutis a las minas de Nuestra Señora del Rosario? ¿A promover el fomento de las minas y a ocuparse de medicina y ciencias naturales, como lo dice Gredilla en su Biografía? (87) Sí, indudablemente, pero con preferencia a lo último, como se desprende de estas palabras suyas consignadas en su Diario el 1° de enero de 1.779: "Si la mayor parte de mi tiempo la pudiera emplear en mis delicias de la Historia Natural. . . ." Es verdad que su ejercicio profesional fue activo, (88) pero no debió ser en exceso, porque la región del Sapo, que se encuentra en lo que es hoy Rovira en el Departamento, no estaba muy poblada. Naturalmente que él debía verse muy interrumpido en sus preferidas investigaciones botánicas, que fueron muchas, y en las zoológicas, que significaron bastante. Por ejemplo, allí escribió su opúsculo sobre las hormigas, de observaciones y estudios hechos ahí mismo casi todos, (89) "punto que —anota Don Diego Mendoza en su obra citada— probablemente fue estudiado por el sabio decano de la Facultad de Ciencias, Don Ignacio Bolívar, en quien una refinada cultura social realza sus grandes méritos científicos". "De un fragmento de carta de Mutis, sin nombre de destinatario, tomamos lo siguiente —escribe Don Diego—: "Mi amadísimo el Caballero Von Linné, a quien respetaba como si hubiese sido mi preceptor, en su primera carta me pidió trabaje una memoria acerca de las hormigas de América, con esta para mí tan estimable expresión Novi, etc. Desde entonces comencé a procurarme los conocimientos de este género, pero con la lentitud ocasionada por la necesidad de vivir sujeto en la capital de Santa Fe de Bogotá, cuyo suelo elevadísimo en esta zona de temperamento para nosotros frío, no sufre estos insectos. Pedí colecciones de las tierras bajas y calientes; averigüé sus propiedades; formé sus descripciones; y, finalmente, conocí que nuestras hormigas americanas eran desconocidas por la mayor parte en Europa: en aquel estado remití mi memoria; y conocí después de mis largas peregrinaciones que aquel escrito había sufrido la misma suerte que muchas de mis cartas al Caballero Linné. Desde el año de 77, que cambié de destino entregándome todo a mis delicias de la Historia Natural (en mi casa de campo de las minas de Ibagué), tuve la proporción de habitar un país que parecía ser la corte y el centro de las hormigas americanas. Comencé a formar el empadronamiento de todas las familias del distrito, y durante los cinco años que habité aquella dulcísima mansión gasté horas, días y semanas enteras en buscar las hormigas, etc." (90). Desgraciadamente — como lo apunta el mismo Mutis— este opúsculo, que él tituló "historia de las Hormigas de América", se perdió antes de su llegada a Upsala o Stokolmo. Vida diligente de naturalista, médico y sacerdote era, pues, la que llevaba Mutis en el Sapo. Además de la clasificación y descripción de las plantas, de muchos estudios como el del caucho con sus insectos polinizadores y el sagaz de la determinación del sexo de las hormigas por las antenas, trabajaba él mismo las láminas, con el lamento de que "nunca deseaba más que en aquella ocasión tener allí el dibujante, que jamás lo pude conseguir sacarlo de Santa Fe para dibujar éste y los demás géneros de aquella larga mansión del Sapo". (91)
¿Valía la pena el resultado pecuniario obtenido por Mutis del ejercicio de su profesión y ministerio en estas minas? En manera alguna. Así como al principio, en Santa Fe, la medicina le proporcionó con qué formar "una gran colección de instrumentos y libros", ahora se veía abrumado por una deuda crecida, derivada de gastos en viajes, en la biblioteca, en la labor científica y aun en el de las minas mismas. "Verdad es que las empresas de minas me cuestan mucho dinero", le dice a su amigo Martínez Sobral en una de las cartas. Transcurrían así los días de Mutis, "amargado y desilusionado", (92) en la sola compañía de los trabajadores, de su minero francés, tal vez del mayordomo don José Gutiérrez (93) y, de tarde en tarde, en la de su hermano Manuel y de algún sabio europeo, haciendo, además, estudios de historia natural y escribiendo sus "Diarios", (94) cuando, a principios de 1.781 se prolongaba todavía la larga visita pastoral del señor Caballero y Góngora, comenzada a fines de 1.780. El Arzobispo había llegado al Guamo y debía ir hasta Ibagué. Mutis tuvo noticia de su cercanía e inmediatamente se trasladó a Coello en Llano Grande, en compañía de Roque Gutiérrez, a saludarlo. (95) Poco después se presentó el Prelado en el Sapo, a mediados o a fines de febrero. (98) El contento de Mutis debió ser considerable y el encuentro de estos dos personajes fue acontecimiento de significación excepcional. De Hoyos Sainz, en la obra que hemos citado tantas veces, trae el párrafo siguiente, cuyo dato histórico se lee en el "Archivo Epistolar" del Sabio: (97) Este "alzamiento —el de los Comuneros— sorprendió a Mutis en 1.780 (aquí hay un error, porque el alzamiento empezó en el Socorro el 16 de marzo de 1.781), hallándose en las minas del Sapo en Ibagué, y desplegó tanto tino para apaciguarlo, que lo logró al poco tiempo, comunicándolo así al Arzobispo Don Antonio Caballero y Góngora, que había sustituido interinamente al dimitido Don Manuel Antonio Flores, al par que solicitaba un amplio indulto para todos los sublevados del Socorro, a lo que accedió el Virrey Arzobispo, que desplegó gran tacto para apaciguar totalmente los ánimos, siendo por ello nombrado definitivamente para su elevado cargo, desde el cual, y en documento reservado y dirigido al Ministro, con fecha 31 de marzo de 1.783, comunica a éste la parte activa que Mutis había tenido en pacificar la sublevación". Viene muy al caso citar aquí este otro párrafo del opúsculo "José Antonio Galán", escrito por Ángel M. Galán: "Al llegar (Galán) a Ambalema nombró nuevas autoridades; ocupó la Administración de rentas, disponiendo de las especies, que vendió en subasta pública, para racionar su tropa y hacer todos los gastos de la campaña; despachó en comisión, para que sublevaran los pueblos circunvecinos, a Manuel Ortiz, para el Espinal; a Jacinto Arteaga, para Tocaima; a Antonio Romero, para Coello; a Pascual Castañeda, para Coyaima y Piedras; y a otros para Natagaima y Purificación, mientras él se dirigía a Ibagué con igual objeto. Todos los pueblos, pues, de lo que entonces se llamaba Llanogrande, se conmovieron al mismo tiempo, y Galán era el principal motor —cargo que se le formuló en la sentencia que le condenó por aquel delito de lesa Majestad". (98) ¿Conocía personalmente el señor Caballero y Góngora a Mutis antes de esta visita a Coello? Sin duda que sí y tenían noticias recíprocas y completas
el uno del otro, pues el señor Arzobispo era personaje bien conocido, y el Sabio, figura muy destacada en la Colonia. "El eclesiástico más completo que tengo en el Arzobispado", decía aquél de éste con manifiesta cordialidad. Mutis no ignoraba cuan eminente Prelado era el que en esos principios del 79 tomaba el cayado del Pastor en la Nueva Granada. Porque el señor Arzobispo era de alta valía. La fama de que gozaba y hasta el solo inventario de sus bienes en Yucatán, autorizado por la Audiencia de Méjico, lo demuestran, y de este inventario, particularmente el contenido de "38 cajas de libros, selección de obras en latín, castellano, francés e inglés; clásicos en prosa y en verso; ciencias sagradas y profanas, sin excluir la milicia y la medicina; bellas artes, especialmente pintura y arquitectura, y curiosidades bibliográficas de alto valor". (991) Más aún: fuera de que era un "hombre doctísimo, artista hasta la médula, erudito y admirablemente preparado para llegar a los puestos más altos en la Iglesia y la Magistratura", (100) poseía un corazón bondadosísimo y un dinamismo extraordinario, como lo comprueban estos renglones de una carta escrita sobre su llegada a Santa Fe por el Oidor don Benito del Casal y Montenegro a don Manuel Bernardo Alvarez: "Trae una muy dilatada familia de pobres niños huérfanos que los sacó de Yucatán y los otros fue recogiendo en el camino con solo el fin de darles de comer, vestir y estudio, para lo que tiene formado un semicolegio". (101) La conversación entre el Jefe de la Iglesia y el sabio eclesiástico debió ser especialmente interesante y variadísima. Principalmente por las dos noches cálidas del Real de Minas debieron pasar muchas veces Priego de Córdoba y Cádiz, Granada y Sevilla, pero, sobre todo, Mérida la de Yucatán y Santa Fe del Nuevo Reino. Qué de datos, de opiniones, de informes y de proyectos se cruzarían en el amistoso ambiente del lugar. Y entonces vino la presentación de manuscritos y colecciones y el relato que le hizo Mutis a su superior y huésped de sus trabajos científicos, de su magisterio, de su profesión, de su vida sacerdotal, y, con preferencia, de sus veinte años de amargura y ansia en espera de la Expedición Botánica y de su ánimo de emprenderla, no obstante haber corrido ya lo más bello y útil de los mejores años. Pero por sobre el diálogo de días de estos notables interlocutores, hubo otro callado, de estupenda granazón invisible, que fue el de su yo trascendental, del que realmente importa, según la expresión de Novalis. Los dos hombres grandes y misteriosos que había tras de los aparentes que conversaban y movían sus manos, se conocieron y entendieron en el acercamiento silencioso de sus espíritus, como los de Emerson y Carlyle en la famosa visita de que habla la historia. Hubo una compenetración efectiva y profunda entre el Jerarca y el Botánico religioso, entre una capacidad doblada de autoridad y quien necesitaba de ella, y de esa compenetración nació la obra sin par de Colombia y España. Quizás la misa que celebraron juntos en la cabaña del Sapo (102) atrajo del Cielo este ansiado beneficio.
Es muy de suponer que cuando el señor Caballero y Góngora se despidió de Mutis en Ibagué, sobre el alma atormentada de éste fulgía ya la oferta hecha por aquél de asociarse a sus altos pensamientos. La vida del sabio dorábase de promesas. Mutis continuó viviendo en el Sapo sin variación apreciable alguna, fuera de la muy interesante de considerar despaciosa y repetidamente, así en los días como en las noches solas, tal vez más de una de las expresiones del señor Arzobispo, cuyo significado invitaba a esbozar proyectos y a más de una interpretación. Un año había pasado desde esta visita, cuando a principios de 1.792 el señor Caballero y Góngora llamó a Mutis para que, abandonando el Sapo, se estableciera en Santa Fe a continuar su obra de naturalista, mas no en soledad y en una forma precaria, por estar arruinado, sino en la comodidad de su propio palacio y en calidad de preferido huésped. (103) Como en años anteriores de su vida santafereña, Mutis volvió a ejercer en la ciudad su profesión de medicina, y encontró establecido al profesor portugués don Manuel Ignacio Froes de Carballo, llegado en 1.778 y ya médico del señor Caballero y Góngora. (101) Froes obtuvo licencia de entregarse a su facultad y se le nombró visitador de boticas, por falta de Protomédico. En doce años no visitó ninguna y el 20 de julio de 1.790 el Cabildo le pidió que lo hiciera y le nombró como asociados a un Regidor y al propio Secretario de la Corporación, con quienes debía presentar un informe acerca de este cometido. Ese mismo día y en la misma providencia ordenó el Cabildo a los médicos y cirujanos la presentación a la Autoridad de sus títulos para el legal ejercicio de su arte. Igualmente, estando el Sabio en las minas del Sapo, vino a ejercer la medicina en la ciudad don Nicolás Uzela, graduado en la Universidad de Lima. Además de los fines de su propio oficio, le pidió éste al Virrey Flores le confirmara su grado de doctor para "poder remediar todo fraude, así de los otros médicos, como de los boticarios, y para poder reconocer ta- chas y defectos corporales de los esclavos que se venden, y para poder, como práctico suficiente, entender en los casos de heridas, enfermedades contagiosas, corrupción de víveres y causa de que se origine la peste, siempre y cuando lo pida la causa pública". También se encontraba en la ciudad don Sebastián López Ruiz, quien había sido nombrado oficial de la Secretaría del Virreinato y quien debía ejercer muy poco su oficio de médico, así por su empleo, como por no haber hecho mayores diligencias para ello. (105) No solamente atendía Mutis a sus trabajos científicos y profesionales, sino también a sus fáciles deberes eclesiásticos. y, en parte, importante también, a las comisiones y consultas del señor Arzobispo, como más tarde se lo confesó al Virrey Ezpeleta, cuando le explicaba su silencio ante la Corte sobre los trabajos en la Expedición Botánica. Una de estas comisiones fue la de la inoculación en la cuarta epidemia de viruelas, que se presentó entre 1.782 y 1.783, comisión que desempeñó junto con el doctor Froes y sobre el resultado de la cual dirigió la siguiente comunicación al Prelado:
"Excelentísimo señor: Cumpliendo con la orden superior de Vuestra Excelencia en que se digna mandarme que exponga mi dictamen sobre las resultas de la inoculación y lo demás observado en la presente epidemia de viruelas, debo decir que, como testigo ocular en todas las casas principales que he visitado, y continuo indagador imparcial de todo lo acaecido en las demás familias de mediana y baja esfera que igualmente abrazaron el partido de la inoculación por el poderoso influjo de las promesas, a fin de cerciorar a Vuestra Excelencia con la justificación que pide la salud pública, he conferido frecuentemente sobre tales materias durante todo el curso de la epidemia, con don Antonio Froes, médico de Vuestra Excelencia y profesor de toda mi estimación. "Bien sabe Vuestra Excelencia, por el honor que me franquea con la inmediación a su persona, la imparcialidad que religiosamente me propuse observar desde los principios de la epidemia, no descubriendo en esta ocasión mi antigua inclinación a esta saludable práctica por dejar adormecidos los celos y disfrutes, que suelen poner de peor condición las novedades útiles. Con la franqueza y ardor propios de mi edad, en la epidemia pasada me empeñé demasiado en promover la inoculación a beneficio de este Reino; pero en pago de mis buenos oficios experimenté algunos disgustos por parte de personas alucinadas y de oficio, siempre dispuestas a disputar todo lo útil, como sea nuevo, aun a pesar de los buenos efectos observados en algunos pocos inoculados dentro de la capital por mi dirección; y en otras provincias por los aficionados. Semejantes disputas influyeron demasiado en el ánimo de estas gentes, por otra parte indecisas, con la lentitud de aquella epidemia, de que pensaban escaparse. Con la edad y la experiencia, apagado aquel ardor y hecho más cauteloso, pude conocer que mi afectado silencio contribuía en mucha parte a los progresos de la inoculación de que ya se trataba seriamente aquí, por las fatales noticias que llegaban con frecuencia de los estragos hechos en otras provincias. El mejor empeño estaba en precaver toda disputa, manteniendo en un profundo sueño todos los ánimos de aquellos que por nuevo espíritu de facción y de partido se esmerarían en contradecirla. Aseguré delante de Vuestra Excelencia, cuando personas condecoradas solicitaban saber mi dictamen, que con el silencio se auguraban mejor los progresos de la inoculación, según lo indicaba la presente disposición de los ánimos. Conoció Vuestra Excelencia prontamente, por su delicada penetración, todo el fondo de esta máxima; y con su aprobación determiné seguirla constantemente. En efecto, casi se oyeron primero los buenos efectos de la inoculación introducida en las casas principales, que se advirtiera la común resolución de tales familias; cuyo respeto, protegido por Vuestra Excelencia, sostuvo las malas resultas de las competencias ruinosas. Quedó toda esta capital en aquella sana libertad que Vuestra Excelencia deseaba; y corrió felizmente la inoculación desde aquéllas a otra familias de estado medio; ascendiendo todo el número de inoculados a muy cerca de mil personas de todas edades y sexos. "Entre todos los inoculados sólo consta haberse desgraciado dos mujeres. Otros dos sirvientes que incluyen falsamente entre varios que abulta el populacho, no deben ser reputados como inoculados: como en mi concepto no lo han sido algunos pocos, aunque hayan salido felizmente. Uno de estos dos sirvientes estaba ya con los accidentes al tiempo de la operación, como lo advirtió su familia en el acto mismo, y prontamente le quitaron la materia; en el otro aparecieron los accidentes tres días después, sin las señales previas de la
inoculación contra todo el orden de lo que se observa en esta práctica, y ciertamente fueron pegadas por el contagio de los enfermos a que asistía. De los otros dos ciertamente inoculados, fueron una india sacrificada a la inoculación contra todas las reglas de esta práctica, y otra cuya curación fue mal dirigida en todos los períodos de su dilatada enfermedad; semejantes víctimas de la inoculación, tan vociferadas, influirán siempre muy poco a disminuir su crédito entre personas de discernimiento y buena crítica. Casi todos los demás han pasado sus viruelas con indecible felicidad. Algunos pocos tuvieron algún peligro, y rarísimos, en tanto, que les obligara a recibir el Viático. Ninguno de tantos inoculados ha quedado con aquellas reliquias funestas de ojos o miembros estropeados, tan comunes en las viruelas naturales. "Conociendo Vuestra Excelencia, por su penetración y vigilancia por la salud pública, los desórdenes que se habían cometido, y podrían cometerse en las demás provincias que iban adoptando la inoculación, se ha dignado publicar la instrucción general sobre las precauciones que deben observarse. Esta sabia providencia de Vuestra Excelencia influye de dos modos en el crédito de la inoculación: por una parte, viéndola las gentes abiertamente protegida por Vuestra Excelencia, y por otra, precavidos los inconvenientes que pudieran hacerlo aborrecible. Se complacerá Vuestra Excelencia de haber hecho este gran bien a la humanidad; pudiéndose ya lisonjear de haber dado con el secreto de aumentar rápidamente la población de estos dominios felizmente exentos de otras enfermedades y peste desoladoras; y de ahorrar también en adelante infinitas lágrimas a las familias. "Impedir la despoblación que se ha originado en algunas provincias no ha estado en manos de Vuestra Excelencia, no siendo tan fácil mudar el corazón de las gentes que componen el vulgo, en quien reina una declarada pasión por las bebidas fermentadas, y absolutamente se niega a la práctica racional, al aseo y limpieza que pide esta enfermedad. Pero aun subsistiendo tan reprensibles abusos por algún tiempo, como es de presumir, logrará disminuirse la despoblación en lo sucesivo, una vez perdido el miedo a las viruelas, que podía ser en adelante una enfermedad común y de menos riesgo, acreditada la inoculación en todas provincias a proporción de los progresos que ha hecho por acá. La humanidad acaba de recibir este beneficio tan señalado de manos de Vuestra Excelencia, por cuya sagacidad y fina política se ha conseguido que, permaneciendo las gentes en su entera libertad, se hayan ahogado en su misma fuente las disputas y los empeños de partido, que podrían impedir el descubrimiento de la verdad. Si las experiencias repetidas hicieran conocer la utilidad de la inoculación, las gentes la abrazaran en su beneficio: si manifestaren, al contrario, la inutilidad, buen cuidado tendrá Vuestra Excelencia, que tanto se esmera por la salud pública, en atajarla e impedirla. Hasta el presente no hay sino pruebas repetidísimas de los felices efectos de la inoculación; y ninguno de cuantos la han practicado se halla arrepentido de haber abrazado este partido: cuando, por el contrario, hay muchísimos que no enjugarán sus lágrimas, siempre que se acuerden de su indiferencia o poca resolución de no haber ejecutado lo mismo que hicieron tantas personas distinguidas. "Nuestro Señor guarde la importante vida de Vuestra Excelencia por muchos años para la felicidad de este Reino.
JOSÉ CELESTINO MUTIS Santafé, a 15 de marzo de 1.783". A propósito de esta comunicación y como lo anota el Dr. Emilio Robledo en su "Conferencia sobre la Expedición Botánica y la Medicina en Colombia", leída en el Instituto Colombiano de Cultura Hispánica el 16 de diciembre de 1.954, (106) tanto don Diego Mendoza como don Federico Gradilla, en sus obras sobre Mutis, confundieron la inoculación con la vacuna. Aquélla consiste en inocular, con intención preventiva, el contenido de las pústulas de una viruela benigna, y ésta, en inocular también algo distinto, o sea el virus existente en las pústulas del ganado vacuno. La inoculación, como lo dice el doctor Robledo, la hizo conocer en Inglaterra Lady Montagu, esposa del Embajador inglés en Constantinopla, después que vio su efecto en uno de sus hijos; y la vacuna fue obra de Jenner, quien observó la inmunidad adquirida por las personas que se ponían en contacto y se inoculaban con el cow-pox. Jenner publicó sus trabajos en Londres, por el año de 1.798, en un opúscu lo llamado An Inquiery in the Causes and Effects of the Variolae Vaccinae, y su vacuna sólo llegó a la Nueva Granada en 1.804, por conducto de don José Salvani, compañero de Balmis en la Expedición de la Vacuna. Mutis sabía de la inoculación desde que los chinos demostraron sus buenos resultados, y quiso ser en la Nueva Granada su gran divulgador y realizador, como lo fue también en España su condiscípulo Martínez Cabral, quien la aconsejó para los tres pequeñuelos de la Infanta María Luisa, Princesa de Parma, cuando ya era casi general la práctica de ella por toda Europa. Y sin duda que el Sabio también conoció, por demás, el entusiasmo que mostró La Condamine por la inoculación. Este fue uno de los episodios más benéficos de la vida de éste, en el cual fueron factores decisivos que de joven hubiera sufrido las viruelas, con la marca de ellas de por vida, y que en la ciudad de Pará, hacia 1.748, hubiera presenciado el éxito conque un fraile Carmelita inoculó a los indios que tenía bajo su guarda. Consecuencia de esto fue que se hubiera empeñado en que toda Francia adoptara esta estupenda medida preventiva y que de los ataques que le hacían médicos y religiosos la defendiera ardorosamente, así en la calle, como en la Academia de Ciencias y como en conferencias públicas. De esa lucha quedó el recuerdo de la ayuda que le prestó Voltaire, otra víctima de la enfermedad en su niñez, y, sobre todo, su tratado sobre ese flagelo, que fue famoso y que, traducido a otras lenguas, pudo ser conocido de los pueblos europeos, inclusive de España y sus colonias. Otra comisión de Mutis fue hacerle al señor Arzobispo, ya Virrey en reemplazo de Don Juan Pimienta, el informe reservado que envió al Soberano sobre la situación de atraso en que encontró a la Colonia, en el cual se revela como persona instruida y de buen consejo. Sobre este informe escribe don Diego Mendoza: "En este informe reconocía el Virrey que una de las causas del atraso del Reino era el abandono en que yacían sus minas y otras riquezas naturales. A la sazón sólo se explotaban las de oro, cuyos productos eran inferiores a los que habían rendido el siglo anterior, y unas pocas de cobre. Las de plata, de que tanto abundaba la Colonia, estaban abandonadas o poco menos. Abundaban las de cobre, y se trabajaban para surtir los mercados interiores de muchos utensilios domésticos y de estriberas, artículo de gran consumo. Sólo se introducían algunos objetos de cobre
batido, importados de Veracruz. La explotación de estas minas se hacía empíricamente. Las de plomo no eran menos abundantes y ricas, pero su explotación era también muy imperfecta. Rudo golpe había sufrido el beneficio de las minas de plata por causa de la supresión de las mitas tanto en Mariquita como en las que se explotaban en la Montuosa de Pamplona. Esta supresión se hubiera subsanado si procedimientos científicos se hubieran adoptado; se beneficiaban las minas por medio del azogue, y no se había usado el método de fundición, como se practicaba por el mismo tiempo aun en las minas pobres de Suecia y Alemania. El beneficio de fundición comenzaba por entonces a practicarse en Nueva España, y los mineros del Perú querían establecerlo en sus empresas. Para favorecer la industria proponía Mutis al Arzobispo-Virrey que se llevaran dos sujetos inteligentes que enseñasen el sistema de fundición, que era el más natural, el más sencillo y menos costoso. "Como en todo el mundo —decía en su reservada presentación— los artesanos suelen carecer de los finos conocimientos del arte; y los sujetos que los poseen con toda perfección no están dedicados al penoso trabajo y expedito manejo de la práctica, parecería conveniente (supuesta la imposibilidad de atraer a unos países extraños y remotos un hombre consumado igual al Barón de Reden, célebre mineralogista que acaba de llevar la Inglaterra para un semejante Establecimiento), que uno de los dos fuese alguno de los muchos ensayadores instruidos en la Química Metalúrgica, en la Docimasia y Mineralogía, capaz de conferiar estos conocimientos teóricos con algunos aficionados de por acá, para irlos propagando; y el otro fuese un puro y desembarazado práctico de las fundiciones en grande". Reconocía el Arzobispo que por el momento no era posible conseguirlos en España, por carecer la Península de escuelas de esta clase; y como el sistema de enviar jóvenes de la Colonia a que se instruyeran en los centros científicos le parecía muy dilatada al Arzobispo, insistía en el envío de las dos personas competentes que pedía. "Ni la diversidad de religión que profesan —proseguía el Arzobispo— debe servir de obstáculo, siendo más regular que con el tiempo se reconciliarán con nuestra Religión, como sucedió al sueco Pedro Loefling, Botánico de Su Majestad en la Expedición de límites. Y a la verdad no debemos temer que gentes de una instrucción puramente artesana formen aquí prosélitos de su Religión". No debía ser obstáculo a la aceptación de sus ideas el perjuicio que se decía sufriría la Real Hacienda con no consumir los azogues, tanto porque estos no se usaban por entonces, como lo probaba el depósito de ellos en los almacenes de Mariquita, cuanto porque, hecho más importante, el Rey quedaba defraudado de los quintos reales con la falta de explotación de las minas por ninguno de los métodos conocidos. Pedía asimismo que se remitiese a la Colonia el Laboratorio Portátil de Cronster, provisto de todos los ácidos necesarios, para ensayar los minerales por los métodos que llamaban en la Docimasia la vía seca y húmeda, con la obra del autor y las instrucciones necesarias". La Expedición Botánica debió empezar a vislumbrarse como realidad a fines de 1.782, en conversaciones entre el señor Caballero y Góngora y el sabio Mutis, pues en agosto de ese año el Gobierno de la Metrópoli puso en conocimiento de aquél, que desde junio era el Virrey, la licencia concedida a algunos sabios alemanes (1) para recorrer en observaciones científicas sus
posesiones ultramarinas, y le exigía la precaución de elegir una persona que vigilase a los viajeros, con el fin de que ellos se limitaran realmente al objeto solicitado. Para ejercer tal vigilancia el Arzobispo-Virrey nombró al capitán del Regimiento de la Corona Don Miguel Raon, persona muy competente. (1) - Algunos biógrafos de Mutis han incurrido en el error de incluir a Humboldt entre los sabios a quienes se daba esta licencia, error clarísimo porque en ese entonces éste sólo contaba 13 años de edad. Esta observación la hace el Padre Lorenzo Uribe en su conferencia "La Expedición Botánica de la Nueva Granada, su obra y sus pintores", publicada en el libro "Conferencias sobre la Expedición Botánica", ya citado. El patriotismo y decoro del señor Caballero y Góngora no podían convenir en que sabios extranjeros fueran los primeros en hacer estudios de ciencias naturales en los dominios españoles, y entonces resolvió acometer, no sólo la demanda al Rey de la Expedición Botánica de la Nueva Granada, sino, aprovechando la sabiduría y el entusiasmo de Mutis, la creación de ella por él mismo y a sus expensas propias, nombrando a éste como Director y asignándole dos mil pesos para sus excursiones, así como quinientos para cada uno de sus colaboradores, el Dr. Eloy Valenzuela y el Dibujante Don Pablo Antonio García. En una nota "Reservada" dirigida al Ministro español Don José Calvez, el 31 de marzo de 1.783, entre otras cosas dice el Arzobispo-Virrey: "Y para aprovechar el tiempo ganando los momentos de anticipar la gloria del Rey a la que pretenden adquirir y arrebatarle en sus Dominios los Botánicos del Emperador: he dispuesto provisionalmente que mientras S. M. se digna resolver sobre punto tan importante se dedique enteramente a la perfección de su obra adquiriendo nuevos descubrimientos el mencionado Mutis con uno de sus dos adjuntos Botánicos, que será por hallarse ahora más desembarazado el Dr. D. Eloy Valenzuela, en compañía de su Dibujante García, disponiéndose prontamente para reconocer todas las inmediaciones y demás lugares en que se hallan depositados sus descubrimientos. "Me he tomado la libertad de disponer esta Expedición interina interpretando la voluntad del Rey y principalmente de V E. por las repetidas y recomendadas órdenes e instrucciones con que S. M. quiere promover con predilección estos asuntos; manifestando en ellas con las más vivas expresiones ser de su Real y especial agrado todos los importantes servicios de esta clase". En esta misma comunicación el Arzobispo-Virrey pondera con elogios muy grandes el mérito del sabio Mutis y lo recomienda al Monarca, indicando cuan útil sería para el Gobierno aprovechar de sus conocimientos en ciencias naturales. (107) Mas, para cimentar la creación de la Expedición Botánica, el señor Caballero y Góngora le pidió a Mutis que cuatro días antes, el 27 de marzo, le presentara una "Suplica argumentada" de la Expedición. Se impone transcribir ese documento en estas páginas, no por la alegría que debiera henchirlo, sino por el suave rezumo de melancolía que lo baña y, principalmente, por las noticias que de su vida da el Sabio. Reza así: "Excelentísimo señor:
"Al estimable oficio dirigido por dignación de Vuestra Excelencia, mandándome manifestar con individuales noticias el estado y carácter de mi Historia Natural, que a impulsos del celo de Vuestra Excelencia por el real servicio y gloria de la Nación desea elevarla a la alta comprensión de Su Majestad, explorando al mismo tiempo mi ánimo para su conclusión, debo corresponder agradecido a Vuestra Excelencia la memoria de tan grande pensamiento y sus honrosas expresiones. Y en el concepto de querer Vuestra Excelencia enterarse de mis trabajos literarios, haré una relación abreviada de mis acaecimientos favorables y adversos, entre los cuales han ido creciendo mis descubrimientos y glorias, al paso de mis atrasos. "Los motivos de mi venida a este Reino constan de la representación que Vuestra Excelencia se digna recomendarme, como también las causas de no haber hecho personalmente mi pretensión en la Corte al tiempo de mi partida. "Después de haber ensayado mis fuerzas para conocer por la experiencia, y por testimonios nada equívocos, si podría llevar sobre mis hombros las inmensas fatigas de un dilatado viaje por ambas Américas, desempeñando la gloria de la Nación y del sabio Monarca, cuya protección imploraba, resolví hacer mi representación a Su Majestad en la ciudad de Cartagena. "El Excelentísimo señor Virrey don Pedro Messía de la Cerda, testigo ocular de mi aplicación en los repetidos viajes en que tuve el honor de acompañarlo, aprobó todos los pensamientes de aquella representación y se dignó recomendarla a Su Majestad, remitiéndola desde aquella ciudad, en 28 de mayo de 63. "Olvidada o desatendida mi súplica por causa de los negocios graves del Ministerio, o por estar reservada para otra época la gloria de promover los asuntos de esta clase, me resolví segunda vez a repetirla y esforzarla, dando en ella, contra mi voluntad y solo por cumplir con el precepto superior, alguna idea de la estimación que había merecido en la Corte, de la recomendación y elogios que lograba ya entre los sabios el autor de los mismos importantes pensamientos, que posteriormente han merecido la predilección de Su Majestad. "Repetida y esforzada en junio de 64 mi anterior representación por los nuevos testimonios, propósitos y deseos de servir al Soberano y a mi Patria con gloria inmortal de la Nación, le entregué al mismo Excelentísimo señor Virrey, continuo elogiador de mis tareas y observador de mis progresos ulteriores; para que dirigiéndola y recomendándola nuevamente a Su Majestad lograra finalmente verificarse la ejecución de empresas tan útiles a la sombra del Monarca. "Posteriormente desengañado de la pequeña o ninguna aceptación que merecieron aquellos pensamientos o su autor, corrieron mis tareas con la lentitud proporcionada a mis expensas; meditando y emprendiendo arbitrios, con que pudiere manifestar en algún tiempo al mundo sabio hasta dónde alcanzara la constancia de un vasallo, que se propuso siempre trabajar con utilidad del público y en gloria de su Nación. "Procuraba sufrir mi suerte adversa con la dulce memoria de mis repetidos descubrimientos aprobados y celebrados en Suecia; pues, desde mi llegada,
me hallé convidado con la ilustre correspondencia del filósofo del Norte, el Caballero Carlos Linné, a cuyos ruegos y estímulos podrá deberse mucha parte de mi constancia, que ya comenzaba a debilitarse por la falta de sufragios. "A pesar de las tareas de la medicina práctica, ¿de dónde sacaba los auxilios para la continuación de mi Historia Natural? Procuraba destinar algunas horas para las lecciones públicas de matemáticas y filosofía newtoniana, que enseñé sin renta alguna y sin interrupción desde el año 62, en que tomé posesión de la cátedra en el Colegio del Rosario, hasta fines del 66: siendo esta la primera vez que se oyeron lecciones de tales ciencias en el Nuevo Reino de Granada, desde su conquista. "Daba también lecciones privadas de historia natural a algunos jóvenes con objeto de recompensar mis trabajos con los frutos de las correspondencias que en adelante pudiera establecer con ellos, esparcidos en las diversas provincias del Reino, según sus destinos. Todos eran arbitrios que se dirigían a los adelantamientos de mi Historia. "Permanecí cerca de cuatro años separado del trato y comunicación de gentes en el Real de Minas de Montuosa, jurisdicción de la ciudad de Pamplona; trabajando sin intermisión en mi Historia Natural, y especialmente en el Real de Minas, servicio no menos importante a mis estudios particulares que a la utilidad de todo el Reino e intereses del Real Erario. "A principios del año 70 me restituí a esta ciudad, sin haber querido admitir el Gobierno de Girón, como empleo totalmente opuesto a mis designios, entregándome nuevamente a las mismas tareas de la medicina, cátedra y lecciones privadas de historia natural, formando jóvenes, con quienes partía mis delicias de ver introducidos bajo de la línea equinoccial los conocimientos de las ciencias útiles, y celebrarles los nombres de los tres mayores sabios del Norte, Newton, Boerhaave y Linné. "A fines del 72 hice el útilísimo descubrimiento de la quina en las inmediaciones de esta ciudad. Promoví desde entonces el importante plan del Estanco de este ramo, igual y aun superior al de la canela de los holandeses, ocultando siempre hablar de mi nombre por cierta especie de abandono en que me sumergieron mis desatendidas representaciones a Su Majestad. Ni aun pudo despertarme de este letargo filosófico el insultante y doloroso plagio que me hizo posteriormente otra persona, que labró su fortuna en pocos meses, mereciendo el apreciable renombre de un vasallo, a costa de mis fatigas y sudores. (1) (1) – El doctor Sebastián López Ruiz. "Muy lejos de envidiar su suerte por la renta que goza, suspiraría solamente por los títulos no desmerecidos de buen vasallo y botánico de Su Majestad, únicos laureles que verdaderamente adornan a los hombres de letras. "Hacia mediados de 73, deseando promover el fomento de las minas del Reino, consentimos en que saliera de esta capital, hasta Suecia, a expensas nuestras, don Clemente Ruiz, para instruirse, mediante mi recomendación al Caballero Linné, en la docimasia y metalurgia. No es justo dejar en el olvido el nombre de Don Pedro de Ugarte como único y constante compañero mío en
sostener los grandes gastos que le han causado nuestros comunes deseos de servir al Rey y a todo el Reino en las empresas de minas. "Convidado y solicitado con repetidas instancias del Excelentísimo señor Guirior para seguirlo a su nuevo destino a Lima, pospuse mis utilidades y proporción más ventajosa de salir de mis empeños al inevitable abandono de concluir la historia de este Reino; especialmente en aquel tiempo en que se habían esparcido por todo el mundo las noticias de haber llegado la época de los nuevos y magníficos establecimientos de Gabinete, Jardín y Expediciones Reales para el aumento de las ciencias, en que tengo la gloria de haber sido el precursor desde el año de 60. "Con el motivo de las Reales Ordenes a los Virreyes de América para las colecciones que debían dirigirse al Gabinete y Jardín Real, se dignó el Excelentísimo señor Virrey Flórez reconocer prolijamente mis pinturas, dibujos, manuscritos y correspondencias, dando orden de buscar en la Secretaría mis antiguas representaciones, a cuyas instancias de informar nuevamente a la Corte no pude acceder por los anticipados enlaces de promover mi segunda empresa de minas en el Real del Sapo, jurisdicción de la ciudad de Ibagué. "Restituido Ruiz a esta capital, me retiré al mencionado mineral a principios de 77, donde me mantuve más de cinco años, siguiendo con imponderable constancia una empresa, que ya miro reservada al brazo superior de Su Majestad, después de recoger con fruto de mi vida rústica y de mis servicios muchos adelantamientos de mi Historia, a costa de nuevos empeños y atrasos. "Aquí fue donde Vuestra Excelencia, con motivo de su santa visita por la Provincia de Ibagué, me halló sepultado en mi profundo letargo filosófico, y en donde se dignó honrar con su presencia y bendiciones aquel Real, reconociendo con curiosidad y esmero todas las máquinas, oficinas y minas, hasta el extremo de usar conmigo la estimable condescendencia de celebrar el santo sacrificio de la misa y bendecir después aquella mina en el mismo cerro, bien distante de la iglesia del Real: bendición singular y memorable que no habrá logrado ninguna mina de ambas Américas. "Aquí fue donde Vuestra Excelencia, instruido pacientemente en todas mis tareas literarias, proyectos, empeños y afanes, y compadecido de verme firmemente resuelto a concluir mis días en aquella mi elegida soledad, determinado a dejar a la innata piedad del Rey la edición de mis obras y la satisfacción de mis deudas, se dignó mandarme Vuestra Excelencia, con todo el imperio de quien manda a un súbdito, que pusiere alguna tregua a mis continuados trabajos, sacándome al descanso de su amable compañía, en que actualmente me hallo gozando de las honras con que Vuestra Excelencia sabe distinguir a las personas de mérito superior al mío, y de las comodidades necesarias para continuar y pulir mis escritos. "Así han pasado mis días en 22 años de América, tiempo sobrado para haber atesorado muchas riquezas; pero agotadas y convertidas en tesoros más útiles y duraderos, de cuya verdadera existencia cito por abonado testigo al Caballero Linné, en su carta escrita en Upsala el 10 de abril de 69: "Utinam redires salvus in Europam! video ex datis quod redeas plantis et earum observationibus ditior numis Craeso. Utinam te in hac vita liceret semel coram intueri, quasi e Paradiso reducem. Cer-te si redisses auderem
Hispaniam tui causa petere, nisi senium prohiberet et instans fatum", testimonio imparcial en el secreto de nuestra correspondencia del gozo y gratitud de aquel Sabio hacia mi persona por el aumento de las ciencias. "Así ha corrido tanto tiempo, dedicado siempre al objeto único que me propuse desde España, sufriendo con serenidad mis infortunios, y con el consuelo de haber merecido la continuada aprobación de mis repetidos descubrimientos por expresiones tan honrosas de aquel Sabio Naturalista, que yo mismo me sonrojo de leerlas a mis solas, no habiéndolas manifestado por lo mismo más que a pocas personas de elevado carácter, que igualmente me animaban a la continuación de mis tareas. "Me han distinguido con su correspondencia los señores Alstróemer, Logie, Linné el hijo, antes de la muerte de su padre, y últimamente el célebre Bergius, actualmente Presidente de la Academia de Stokolmo; todos botánicos suecos con quienes he querido limitar mi correspondencia por el honor que me han hecho solicitándola por su parte. "Publicó mi nombre entre los sabios el Caballero Linné desde el año de 67, y posteriormente en frecuentísimos lugares de su Sistema, consagrándome una planta, cansado de solicitar que yo mismo me la destinase, y no quiso morir sin dejar a la posteridad un testimonio del concepto que le merecieron mis tareas botánicas, escogiendo señaladamente para perpetuar mi memoria la planta que más lo admiró en los últimos años de su vida, sellando su reconocida gratitud con esta lacónica expresión: Gratulor tibí nomen inmortale, quod nulla aetas umquam delebit. "Sería demasiado atrevimiento mío abusar del tiempo y paciencia de Vuestra Excelencia repitiéndole en esta ocasión con individualidad mis descubrimientos, habiendo tenido Vuestra Excelencia la bondad de haberlos oído antes, cuando no llevaba sobre sus hombros la pesada carga del Gobierno de este Reino. Y para no desentenderme de la obligación que Vuestra Excelencia me impone en su superior oficio, satisfaré por boca del Caballero Linné, con su mismo estilo familiar y corriente: "datas a te die 6 Junij 1773 his diebus rite accepi, nec umquam gratius per totam vitam, cum ditissimae erant tot raris plantis, avibus &. ut plane obstupescebam"; indicio cierto de mis innumerables hallazgos, cuando algunos pocos comunicados causaban tan grande admiración en aquel consumado naturalista. "Dignándose, pues, Vuestra Excelencia anticipar al Soberano la noticia del humilde legado de mis obras, fruto de 22 años, sazonado y cogido y en sus dominios, a expensas y por solicitud de su fiel vasallo; presento a Vuestra Excelencia todas mis pinturas, dibujos, manuscritos y correspondencias, para que se sirva ponerlas con su autor a los pies de Su Majestad con la declarada voluntad de continuar y consumar mis tareas a la soberana sombra de su Real protección. "Y habiéndose variado posteriormente algunas circunstancias del extenso plan, que abrazaban mis antiguas representaciones por los Reales establecimientos de Gabinete y Jardín, llenaré en esta parte las obligaciones que se dignare Vuestra Excelencia imponerme para su esplendor y aumento, sin aspirar a la gloria de aquella Superintendencia, resuelto a continuar mis servicios en los destinos del Real agrado.
"En el estableicimiento de la quina, beneficio de nuestra canela, descubrimiento de especierías occidentales, y algunos otros ramos útiles de comercio, comunicaré mis luces procediendo de acuerdo con los botánicos de Madrid y del Perú, si así fuere la voluntad de Su Majestad para la dirección y desempeño del comisionado don Sebastián López. "Quedará al cargo de mi expedición, con mi compañía, continuar la historia de toda la América Septentrional, dignándose Su Majestad prescribir por límites de sus Reales Misiones la línea equinoccial; para que los botánicos del Perú sigan reconociendo los extensos dominios de la América Meridional. "Sin distraer mi atención del principal objeto de la Real Expedición, podré desempeñar el plan de observaciones astronómicas, geográficas y físicas, en que se hallan igualmente instruidos mis dos adjuntos, dignándose Su Majestad empeñar más mi constante aplicación con los estimables y decorosos de Botánico y Astrónomo de Su Majestad, sin que por estos sobresalientes servicios sea mi ánimo pretender ni aspirar ahora ni en adelante a nueva gratificación. "Careciendo Su Majestad de un plan geográfico puntual y completo de todos sus dilatados dominios, a excepción de las costas y puertos, se podrá formar en el curso de nuestro viaje un mapa exacto, sin los inmensos gastos que produciría una expedición de esta clase, por separado: Dignándose Su Majestad agregar a esta expedición un joven diestro en los dibujos de esta especie y bastantemente práctico en las observaciones de rumbos, que con el socorro de las recíprocas observaciones astronómicas de toda la compañía, ayudará a desempeñarme en esta obra, con el sueldo igual al de mis adjuntos para los trabajos científicos y el decoroso título de Geógrafo de Su Majestad. Por fortuna se halla en la secretaría de Vuestra Excelencia este joven, con la suficiente práctica de mucha parte del Reino y conocida habilidad para perfeccionar un mapa tan útil al Ministerio, que podrá publicarse con gloria del Monarca y honor de la Nación, si algunas otras razones de estado no contradicen su publicación. "Una Real expedición tan ruidosa dejaría desairada la expectación del público, si sus individuos se limitasen solamente a las precisas tareas de recoger las curiosidades de la naturaleza del Nuevo Mundo, contentándose con conocerlas, describirlas, dibujarlas, depositarlas en el Jardín y Gabinete Real de la Corte, publicándolas últimamente a nombre del sabio y benéfico Monarca para la instrucción de una parte del mundo sabio que funda en estos conocimientos sus principales delicias. Nuestros prolijos reconocimientos por todas las provincias de la América Septentrional irán continuamente suministrando las noticias originales para la colección de los fragmentos, que servirán algún día para la formación de una historia completa en lo geográfico, civil y político, acompañada de todas las observaciones físicas correspondientes al gusto del siglo, y a interesar la curiosidad de todos los sabios. "Por la quebrantada salud de mi pintor, don Antonio García, será tal vez imposible sacarlo de esta su patria para seguirnos en tan dilatados viajes; pero supliéndonos para lo principal de estas inmediaciones, podrá ser su posterior destino la duplicación necesaria de los dibujos; cuyos originales, con
los manuscritos, deberán permanecer en la Secretaría del Virreinato hasta la publicación de la obra, depositándolos después, encuadernados, en la Real Biblioteca de esta capital como eterno monumento original de las liberalidades de Su Majestad. "Y habiéndome sido imposible hallar en veintidós años otro dibujante de igual habilidad al mencionado García, se hace indispensable suplicar a Su Majestad se digne remitirme de la Corte otro u otros dos dibujantes de reconocidos talentos y destreza para desempeñar esta parte; siendo tan copioso el número de plantas nuevas, que muchos dibujantes no quedarían ociosos en algunos años. "Para la pronta publicación de la obra por compendios anuales, con el fin de aprovechar los instantes y anticipar los descubrimientos al público, mientras se vayan grabando las láminas y puliendo la parte científica de la obra, circunstancias que no considero indispensables en el actual estado de las ruidosas expediciones premeditadas por el Emperador, y tal vez a competencia por otros Soberanos, siendo tan interesante a la gloria de Su Majestad y de toda la Nación que a sus Reales expensas y nombre se publiquen las preciosas producciones de sus dilatados dominios; mandará Su Majestad, si fuese de su Real agrado que, poniéndome de acuerdo con el célebre naturalista español el doctor don Casimiro Gómez de Ortega, se logren y verifiquen con la brevedad posible tan importantes designios. "A consecuencia de ideas tan útiles, en cuya ejecución tocará no poca parte a Vuestra Excelencia, espero se sirva informar a Su Majestad cuáles son al presente los únicos lazos que me ligan para la prosecución y perfección de esta obra. Bien constan a Vuestra Excelencia, que tan prolijamente se ha dignado reconocer mis trabajos literarios, los inmensos gastos que en ellos he impedido: y que mis deseos se limitan a la corta gratificación de dos mil doblones para satisfacer mis débitos, cantidad muy inferior a los gastos invertidos en veintidós años continuos, y donación que parecerá casi mínima a la piadosa consideración del generoso Monarca, que quisiera indemnizar completamente las tareas constantes de su vasallo. Muy lejos de querer extender mi ambición a otros deseos, suplico a Vuestra Excelencia se digne informar a Su Majestad considerarme yo por muy feliz en admitirme bajo su Real protección, sin otros bienes que hallarme sin deudas, libre y desembarazado para continuar mis servicios, y en estado de no buscar por otro medio la satisfacción de mis créditos. "Mi abundante librería, no poco socorrida con los autores clásicos de historia natural que se digna Vuestra Excelencia franquearme de la suya, me dispensa de pedir a Su Majestad los auxilios de esta especie, a excepción de algunos pocos. "Si se digna Su Majestad condescender con los pensamientos sobre la digna ocupación de las observaciones astronómicas, geográficas y físicas, no alcanzan mis instrumentos para todos mis agregados, y aun me faltan algunos para las observaciones más finas y necesarias en los principales puertos de nuestro tránsito. En este concepto, y por si fuere del agrado de Su Majestad remitírmelos, pongo la lista por separado. "La dotación mía y de mis dos o tres agregados (supuesta la formación de mapa) para los trabajos científicos, y de los dos o tres dibujantes, se
dignará Su Majestad disponerla y proporcionarla, según lo tenga por conveniente a su Real servicio. "Nuestro Señor guarde la importante vida de Vuestra Excelencia muchos años. "Santafé, 27 de marzo de 1.783". (108 - 1091 "Fecha inolvidable de la historia colombiana —escribe Guillermo Hernández de Alba en su prólogo al "Diario de Observaciones" del Sabio— es la del 29 de abril de 1.783, cuando, después de medio día, José Celestino Mutis y Eloy Valenzuela, precedidos "con la crecida familia de compañeros y criados", salen de la ciudad de Santafé de Bogotá, metrópoli neograna-dina, con destino a la población de la Mesa de Juan Díaz", a terrenos y casa de propiedad del Colegio del Rosario, (110) "sitío elegido para la pronta colección de producciones naturales". Este gran día fue el de la inauguración de la Expedición Botánica de la Nueva Granada. No debe pasarse por alto que el Arzobispo-Virrey, junto con la aprobación de la Expedición, solicitó del Gobierno Real el otorgamiento a Mutis de dos mil doblones en compensación y para satisfacer sus deudas, y que los adjuntos colaboradores de éste eran, por entonces, fuera del Dr. Valenzuela, el Dr. Bruno Landete y Don José Camblor, Geógrafo al servicio de Landete. Dos meses después, es decir, a principios de julio siguiente, luego de clasificar más de ochocientas especies vegetales e intenso trabajo, la Expedición dejó a La Mesa y se estableció como de manera definitiva en Mariquita. Y escribe el Padre Lorenzo Uribe Uribe en su conferencia citada: "La rica y variada vegetación de aquellas tierras cálidas, situada a los pies de los Andes del Quindío, abría amplias perspectivas para el trabajo y para descubrimientos interesantes. Además, Mariquita por su condición política en la Colonia favorecía las labores en equipo. Y la Expedición vino en realidad a convertirse en admirable ateneo botánico. Mutis dirigía los trabajos científicos, enseñaba a los pintores y mejoraba su técnica, clasificaba las plantas juntamente con Valenzuela, las ordenaba para el Herbario y estudiaba sus aplicaciones. Al retirarse Valenzuela de la Expedición, al año siguiente de 1.784, todo el trabajo propiamente botánico recayó sobre el Director". (111) Para el estudio científico del ateneo que acababa de formarse se abría una vastísima región, con tres poblaciones importantes, San Lorenzo (Armero), Mariquita y Honda, y con tierras bañadas por los ríos el Magdalena, el Río Recio, el Lagunilla, el Sabandija, el Gualí, el Jiménez, el Medina y la quebrada Mojabobos, sin contar las situadas a inmediaciones de la orilla derecha del Magdalena, regadas por el Tocuyo, el Chaguaní y el Río Seco de las Palmas. No menos importante era la comarca ascendente y de clima muy distinto que del otro lado del Gualí se dilata más arriba de lo que hoy es el Fresno. Más que empolvadas y amarillentas debían encontrarse en algún lujoso anaquel del Ministerio de Indias las dos comunicaciones de Mutis en solicitud de la Expedición, así como el informe muy favorable sobre ellas del Virrey Messía de la Cerda, cuando el 1° de noviembre de este año de 1.783 la resuelta actitud del Arzobispo Caballero y Góngora y los argumentos de la nota dirigida por éste a la Corte, entre los que se incluía el informe de la obra de Mutis en los veintidós años anteriores y de los ya preparados primeros
volúmenes de su Flora, alcanzaron cumplido éxito con la creación oficial del Real Instituto y con el nombramiento de aquél como Director y como Primer Astrónomo y Botánico de Su Majestad, asignándole renta anual, los dos mil doblones solicitados para el pago de sus deudas y, además, medios suficientes para adquirir los libros e instrumentos necesarios en la labor. De esta manera, como lo dice Vergara y Vergara en la "Historia de la Literatura", la Providencia deparó a los granadinos una compensación por la pérdida que había hecho la incipiente cultura con la expulsión de los Jesuítas, que fundaron tantos colegios e introdujeron la imprenta en estas regiones. También esta creación vino a ser —así lo asienta Jaime Paredes en "Caldas"— una rectificación de la política colonial de la Metrópoli, pues ésta, a fines del siglo XVIII, tomó a pechos la explotación técnica de las riquezas de América. Por eso, y de acuerdo con Mutis, quiso la Corte que la Expedición Botánica abarcara en sus tareas "plantas, animales, parásitos, ofiología, mariposas, minerales, tintes, especies, maderas, semillas, forrajes, piezas de organología", como lo anota en el "Diario del Primer Año" el Padre Pérez Arbeláez. Fue de natural consecuencia que la Expedición, al convertirse de obra particular en empresa y designio del Reino, aumentara el número de sus servidores, y así surgieron dos pintores más: en abril de 1.783, el santafereño Pablo Antonio García, y en abril de 1.784, el costeño y más importante de todos, Salvador Rizo. En diciembre de 1.873 llegó en calidad de principiante de pintura Francisco Javier Matiz, que posteriormente fue muy notable. Pero los colaboradores principales en las labores esencialmente botánicas, porque en excursiones recolectaban plantas y noticias científicas, fueron los "comisionados" Pedro Fermín de Vargas y Fray Diego García, franciscano cartagenero éste último, que durante siete años había viajado por la Colonia, buscando ejemplares botánicos y zoológicos para el Museo de Historia Natural y el Real Jardín Botánico de la Metrópoli. También fueron colaboradores en oficio de "comisionados" el geógrafo José Camblor y Bruno Landete, así como el conservador del herbario José Antonio Cándamo y el escribiente u "oficial de pluma" Francisco Javier Zabarain, quien elaboraba, según Mutis, "la hermosa copia de los discursos historiales que debe acompañar a las suntuosas láminas de la Flora". (112) Componían asimismo este grupo los llamados "herbolarios", que eran los encargados, bajo la dirección del Sabio, de recoger yerbas y plantas en los campos y montes de la comarca. La mala salud obligó al Padre Eloy Valenzuela a separarse de la Expedición, temporalmente en mayo de 1.784 y definitivamente, tres meses después. Igualmente lo hicieron el franciscano Fray Diego García y Pedro Fermín de Vargas, y también, hacia fines del año, el pintor Pablo Antonio García, quien, sólo por un mes, fue reemplazado a principios del año siguiente por el cartagenero Pablo Cavallero. Necesarísimos se hicieron los pintores en la Expedición, pues corno lo decía Mutis, "siendo tan copioso el número de plantas nuevas…muchos dibujantes no quedarán ociosos«en algunos años". (113) Así que en 1.787 llegaron a Mariquita, como expertos, los quiteños Antonio y Nicolás Cortés, Vicente Sánchez, Antonio Barrionuevo y Antonio de Silva. Meses más tarde arribaron los españoles pedidos a Madrid, José Calzado y Sebastián
Mendes, miembros de la Academia de San Fernando, de los cuales el primero sólo trabajó un día y el otro, deficientemente, por algo más de un año. En el correr de estos días de la Expedición continuaba Mutis en su empeño de que se propendiese por el adelanto de la mineralogía, tan atrasada en el Nuevo Reino. Y fuera de lo que manifestó en el informe privado que le redactó al Arzobispo-Virrey, escribía lo siguiente en la carta de aceptación de miembro de la Junta creada en 1.784, para aumentar el beneficio de las minas: "Desde el año de 67 conozco a fondo el trabajo de minas en el método americano. Por una especie de casualidad venturosa o por la estrecha conexión que tenían con los objetos de mi Historia Natural todas las producciones del reino mineral, vine cargado de los mejores libros de Mineralogía, Docimasia y Metalurgia. Observé las operaciones de América, y a poco tiempo conocí que no sólo no había método ni ciencia, sino también que era incapaz de reducir a reglas científicas unas operaciones en que procedían a ciegas los que se tenían por Maestros. La continuada experiencia de diez y ocho años me ha confirmado en los mismos pensamientos de aquel primer año, en que pensé abandonarlo todo y pasar a Suecia con el fin de instruirme en estas materias, si otras reflexiones más serias no me lo hubieran impedido". (114) Todas estas diligencias de Mutis dieron por resultado que el ArzobispoVirrey, siempre celoso de la dignidad y buen nombre de la Península, lograra del Soberano el envío, no de un experto alemán, como antes se había solicitado, sino de dos mineralogistas españoles, Don Juan José D'Elhúyar y Don Ángel Díaz, quienes llegaron a Santafé a mediados de 1.784. D'Elhúyar vino con el cargo de Director General de Minas de la Nueva Granada y sus funciones estaban oficialmente relacionadas con las de la Expedición Botánica. Parece que después de actividades en Santafé y en algunas minas, sólo pasó a Mariquita a principios de 1.785, según noticia de Mutis en su Diario de 1° de marzo de ese año. Para éste aquél fue una compañía muy agradable y salían a pasear en los campos por las tardes, entreteniéndose en observaciones botánicas, de las cuales era amante D'Elhúyar y aun poseedor de conocimientos que había adquirido en París. (115) Asimismo D'Elhúyar estimaba especialmente la amistad de Mutis, porque llegó a ser como su regazo y lenitivo cuando la oposición a su obra le tornó amarga la vida, lo que se desprende de las siguientes palabras de éste en carta al Arzobispo-Virrey: "Mi residencia en Mariquita se hizo necesaria para sostener, animar y consolar al sabio D'Elhúyar y a su compañero en un país ingrato y que se resistía a su misma felicidad". (116) No fue poco el servicio prestado por Mutis al Nuevo Reino con su participación en la venida de D'Elhúyar, porque éste, aunque la muerte no le permitió concluir su obra, sí alcanzó a hacer cambios sustanciales en las minas, aparte de haber sido propulsor científico de la Colonia, pues era hombre de vasta ilustración. Cinco años estudió en París matemáticas, química e historia natural; durante otros cuatro, en Freyberg de Alemania y en su Instituto Metalúrgico, se hizo experto en mineralogía, explotación de minas y fundiciones; y durante otros tres más perfeccionó sus conocimientos en estas últimas materias, viajando por Suecia y Noruega, conocimientos que llevó más
tarde al Real Seminario de Vergara, donde trabajó y descubrió el tungsteno con su hermano Fausto. De la sabiduría de D'Elhúyar habla la historia con encomio y para darse una idea de ella basta conocer el inventario de su bibloteca, efectuado en Santafé el 22 de octubre de 1.796. Estaba formada de ciento sesenta y seis obras técnicas de ingeniería, química, arquitectura, mineralogía y física, así como de algunas sobre viajes y descripciones geográficas, escritas casi todas en alemán, francés, latín y sueco. Esa biblioteca, no obstante lo pequeña, es toda una revelación en la historia de nuestra cultura. (117) Es de anotar aquí que, a instancias de Mutis y D'Elhúyar, fue contratado por el Gobierno Español un grupo de mineros tudescos y que estos llegaron, sin que la historia registre obra de ellos. No les temía el señor Caballero y Góngora a sus convicciones religiosas protestantes, como se vio atrás, y Mutis tampoco. En una carta le dice éste a D'Elhúyar: "supe que el Prior de Santo Domingo les prohibió la entrada en la iglesia", y en otra: "Acabo de recibir carta del Padre Fray José Ignacio Gutiérrez, religioso de San Francisco; como sujeto instruido duda, y con razón, si deben asistir a misa los alemanes. Desde su llegada advertí que se podría exitar esta duda; pero, como los ignorantes son los que dudan menos (y esto lo digo por el curita del Real y su Vicario Suprerintendente) dejaron de hacerse a los principios las diligencias que se debieron practicar. Mi dictamen es privado y de ninguna autoridad, por lo que no quiero exponerlo. Trate vuesamerced este punto con el señor Provisor Vicario General; y si fuere necesario debe interesarse el respeto del señor Virrey, como protector inmediato de estos enviados por el Rey". (118) ¿Y cuáles fueron las características de la Expedición Botánica en relación con las otras españolas? Las expresa el Padre Pérez Arbeláez en su completo libro "José Celestino Mutis y la Real Expedición Botánica de la Nueva Granada", mediante seis puntos: "1 — La Expedición Botánica del Nuevo Reino no nació de la Corte madrileña ni los grandes rasgos de su constitución personal y desarrollo del trabajo se determinaron en la península. Esas condiciones básicas salieron de Mutis, fueron apoyadas por el Virrey Arzobispo en Santa Fe y corroboradas en Madrid por gestión de Don José Calvez, marqués de la Sonora y ministro del Despacho General de Indias. El patriotismo y la sabiduría de Mutis, merecieron esta confianza. "2 — La Expedición Botánica de Santa Fe ni fue principalmente "expedición" ni fue solo "botánica". Fue concebida, más bien, como un instituto donde se centralizaron todos los estudios referentes a la naturaleza de la América española al norte del ecuador geográfico. "3 — La Expedición de Mutis debía preparar para su publicación en Madrid, una serie de volúmenes relativos a sus investigaciones y hallazgos. En este sentido, aunque fue, entre sus similares, la que más documentos manuscritos y más preciosos iconos nos legó, fue la que menos ultimó para la imprenta. La causa estuvo en que el término de su actividad era indefinido; en que el director de la Expedición jamás regresó a Europa para enfrentarse a los quehaceres del ultimado y la edición; finalmente en que los sucesos políticos
de la España peninsular y de la americana, bastaban por sí solos a cerrar el paso a todo conato publicitario de esta índole. "4 — La Expedición del Nuevo Reino fue obra de más numeroso personal que ninguna otra; la que mayor tiempo perseveró en el logro de sus finalidades; la que financieramente más costó. "5 — Ninguna otra Expedición ejerció en el medio americano de su área tan profunda influencia científica, educacional, económica y política como la del Nuevo Reino. "6 — De estos antecedentes se deduce que esta Exposición, si, por una parte, fue la que más caló en la historia del país americano donde actuó, es la que más reclama la agradecida continuidad por parte de las generaciones del siglo XX". Lo que había obrado o fundado Mutis en su casa de Mariquita —dice Gredilla— fue todo un pequeño Jardín Botánico, en el que cuidaba con gran esmero yerbas, plantas y árboles, junto con algunos animales frecuentemente. Completaban este Jardín los herbarios, las láminas y dibujos, los fósiles, los animales disecados, minerales abundantes y un amplio taller de pintura, donde se trabajaba en silencio nueve horas diarias. Había, además, una biblioteca, parte de la riquísima formada por Mutis en Santafé, "tal vez nunca vista en América", según palabras del mismo Mutis en carta al hijo de Linneo, celebrada por Humboldt, como apenas comparable a las mejores de Europa, y a cuyo acopio contribuyó, consiguiéndole volúmenes en el Viejo Continente, el Cónsul de Suecia en Cádiz, Don Juan Jacobo Gahn, con quien se escribía. Las obras de consulta principales, publicadas en Europa de 1.753 en adelante y tocantes a la Sistemática Vegetal y a la Flora del Neotrópico, debieron ser las siguientes, porque eran las importantes desde que inició sus tareas la Expedición Botánica: Las de Linneo padre, llamadas Systema Naturae, Fundamenta Botánica, Philosophia Botánica, Genera Plantarum, Specíes Plantarum y Systema Vegetabilium. Las tituladas Systema y Species son frecuentemente citadas por Mutis en su "Diario". (119) La de Loefling, titulada Iter Hispanicum. También numerosas veces nombra Mutis a este autor. (120) La de Jacquin, Selectarum Stirpium Americanarum Historia, traída por Guirior, igualmente muy citada por el Sabio. (121) La de Christophe Fusée Aublet, Historie des Plantes de la Guiane Francoise, nombrada por él una vez. (122) La de Linneo hijo, Suplementum Plantarum, asimismo mencionada. (123) La de Patrick Browne, The Civil and Natural History of Jamaica no se encuentra anotada, ni la de Don Antonio Paláu y Verderá, "Explicación de la Filosofía y Fundamentos botánicos de Linneo, con la que se aclaran y entienden fácilmente las Instituciones Botánicas de Tournefort. Tampoco se habla en parte alguna de la Flora Peruviensis et Chilensis, de los botánicos Hipólito Ruiz y José Antonio Pavón, cuya tercera edición fue publicada de 1.798 a 1.802.
Como es natural, también eran consultadas las obras anteriores a Linneo, especialmente las referentes al Nuevo Mundo, publicadas por Tournefort, Sloane, Plumier y Catesby. Estos dos últimos están citados en su Diario. (124) Asimismo debieron ser consultadas las obras siguientes, porque le fueron remitidas por J. J. Gahn: Acta Acad. Upsalensis, Línei Fauna Suesica, Linnei Iter Scanicum, Linnei Iter Olandia & Gotlandia, Linnei filii Decades, Hortus Cliffort, Crítica Botánica Amoenis, Dissertaciones Académicas de Erica Aloe & Medicina Africanorum de Thumberg, Retzil Fasciculi Obsero Botan, Acta Medicotum Succicor, Diccionario y Gramática de Sahlesteol, Cronshot, Minesalgeschichte uber das Wesmanlandishe. (125) En sus andanzas e investigaciones y sin tener previa noticia o dato alguno, se encontró Mutis en 1.785 con una planta que le llamó la atención, que estudió atentamente y a la cual denominó "Té de Bogotá", porque poseía virtudes semejantes a las del té de la China. Es el Symplocos Alstonia L'Herit. Entusiasmado con él, le comunicó el descubrimiento al Virrey y le envió un frasco con hojas a su Soberano. Lo estudiaron en Madrid el botánico Don Casimiro Gómez Ortega, quien lo encontró tan bueno o mejor que el del Levante, y, por otro lado, Juan Díaz, el boticario Real, y Don Silvestre Groseley, su Jefe del Ramillete, los que le negaron toda cualidad apreciable. El resultado final de este episodio fue que la Corte ordenó que no se le acopiase. La Canela fue otro de los entusiasmos de Mutis. Corno se recordará, ella fue objeto de gran curiosidad por parte de los españoles después de la Conquista,y, entre ellos, Gonzalo Pizarro tuvo el empeño de encontrar lo que se llamaba la "Provincia de la Canela", en la vertiente derecha de la Cordillera Oriental de los Andes, donde crecían silvestres los arbustos, especialmente en las nombradas Montañas de los Andaquíes, situadas en las cabeceras del Caquetá. "Antigua era y muy válida la noticia de la existencia de arbustos de canela en el Reino de Quito, es decir en el Virreinato de Santafé. Jussieu la clasificó, diciendo que era el Lauro Foliis Oblongo Ovatis Trinerviis de Linneo". (126) El Rey tuvo especial interés por este arbusto y encomendó a López Ruiz que viajara a las Montañas de los Andaquíes para conseguirlos y cultivarlos. Mutis, además de siete plantas, fruto de semillas de aquellas montañas, obtuvo de Fray Diego García "treinta bayas", que sembró en su casa de Mariquita (127) y vigiló su desarrollo personalmente. A esto se sumaba el estudio que hacía de sus variedades, como se desprende de estos renglones de su Diario de 16 de febrero de 1.784: "Llegaron por el correo de Quito cuatro cajoncitos remitidos por el señor Presidente de aquella Provincia En otro cajoncito (uno de los cuatro) vienen contenidos los esqueletos de la Canela de Quijos; las cañas, tal cual parte bien imperfecta de la fructificación, según descubro, y las cañas de Canela. Hallé hojas tan grandes como las remitidas de Girón por Canela de Sosa, pero comparadas es sin duda diversa. Las comparé después con la de Andaquíes, y parecen ser una misma especie". No era esta canela del Nuevo Reino igual a la de Ceylán, pero Mutis sí encontró que las flores tienen un sabor y un olor muy notables". Tampoco sobra transcribir estos dos párrafos de la carta que el 2 de enero de
1.762 le escribió a su amigo Ventura Rodríguez de Ribas, quien le había hecho saber que el Ministerio acogería favorablemente sus proyectos sobre tal árbol: "Desde mi resolución en este viaje de España a la América, tomé el empeño de hacer las tentativas posibles sobre este asunto. En efecto, a pocos días de mi llegada a Cartagena me presentaron una pequeña porción de esta canela indiana, la que puse en manos del señor Virrey para estimularle a la averiguación de ella. Quedó muy gustosa S. E. y no menos todos los circunstantes, quienes conocían qué día tan feliz sería el de semejante descubrimiento. Las reflexiones de entonces se hallarán en el lugar perteneciente en el "Diario" de aquella fecha. Las que al presente he ido haciendo, en atención al estado de las circunstancias presentes, son: que el Virrey, deseoso de su salud, me ha cerrado las puertas a todas mis ideas, negándome la licencia (mejor diré no cumpliéndome su palabra empeñada en España) de pasar a éste y otros descubrimientos. Por esta razón se ha persuadido que le sería muy fácil hacer venir algunos holandeses instruidos a hacer este hallazgo. No ha querido comprender S. E., aunque me empeñé en persuadírselo, que no llegará el caso de esta empresa en tales circunstancias. Toda razón de Estado está en contra de este pensamiento, especialmente como lo quería hacer el señor Virrey, pues no hay dificultades en concebir que semejantes sujetos podían venir por mano del Embajador de Holanda que reside en Madrid, pedidos por el Ministerio de Marina. Extravagancia de una primera aprensión y que no puede borrar la insinuación de todos mis razonamientos. Lo cierto es que el señor Virrey envió al señor Arriaga una porción de la canela más exquisita traída de Quito, manifestándole sencillamente su pensamiento sobre la venida de los holandeses. "Todo esto me hizo enmudecer persuadiéndome eficazmente que sería tiempo perdido entablar la pretensión de mis proyectos por este conducto. Por lo cual me hago el ánimo de escribir en derechura al Ministerio Español, y aunque manifesté el contenido de la carta al señor Virrey, fue con ciertas miras y variando el sentido de las cláusulas, por lo que pueda ocurrir". (128) También existían en la casa de Mariquita sembrados de añil y nuez moscada y allí se hicieron comprobaciones de las virtudes contra el veneno de las serpientes atribuidas al Guaco (Micania guaco), descubierto por el Sabio, comprobaciones que llegaron hasta la personal de Matiz, cuando se dejó picar de una víbora. Por aquel mismo tiempo Catalina II le pidió al Rey de España el regalo de gramáticas y disccionarios de las lenguas indígenas. Para las de la Nueva Granada el Monarca puso en manos de Mutis su consecusión y éste, en asocio del canónigo de Santafé Don Diego de Ugalde y del Pbro. Don Anselmo Alvarez, recogió las gramáticas de los dialectos Chibcha o Mosca y Saliba y el diccionario de la lengua Achagua. Mutis tenía en su poder dos gramáticas manuscritas del habla Chibcha, tomadas del Colegio de los Jesuítas en Tunja e hizo sacar copia de ellas, reservándose los originales con el propósito de regalarlos en el porvenir a alguna Academia de Bellas Letras. Fueron muchos los afanes, visitas y correspondencia que empleó Mutis para poder conseguir estos originales. (129) Finalizando la permanencia en esta Provincia, tanto Mutis como D'Elhúyar fueron comisionados por el Virrey Ezpeleta para examinar y analizar
químicamente las tres clases de sal bijua, compactada y de caldero "preparada según el método ordinario de Zipaquirá, con el fin de estudiar si se podría emplear otro método más ventajoso o hacer unas mejoras en el actual''. Ambos comisionados dieron cumplimiento a lo exigido por el Virrey y de sus diligencias y resultados rindieron un informe, fechado en Mariquita el 22 de noviembre de 1.790, y del cual son los siguientes párrafos: "Resulta de estos experimentos que el quintal de vijúa contiene sobre 97 libras de sal marina pura, y que las 3 libras restantes son de materia insoluble, y una parte de sal marina de magnesia. Si indagamos ahora cuál de estas materias es la que puede ser nociva a la salud, hallaremos que no puede ser el espato calizo, la selenita y la pirita sulfúrica, porque siendo casi insolubles las dos primeras, y la última enteramente, se precipitan con facilidad al fondo de los estanques o albercas donde se disuelve la sal; y aun cuando se disolviera una pequeña parte de selenita y tierra caliza no sería por eso la sal dañosa, pues son muy raras las aguas potables que no contienen la una o todas las materias. La sal marina de magnesia tampoco puede serlo, pues se halla en mayor abundancia en la sal del mar, y no se ha experimentado daño en su uso. Con que si es cierto que la experiencia ha enseñado que la vijúa contiene partes dañosas, ninguna otra puede ser la que produce este efecto sino la tierra de magnesia y la materia betunosa. "La tierra de magnesia es insoluble y se precipita con facilidad cuando está sola, pero unida a la materia betunosa, se mantiene mucho tiempo suspendida en el agua, y le da a ésta un color lechoso negruzco cuando es de vijúa sin quemar, y rojizo, la quemada; y si se cociera el agua en este estado, la sal saldría más o menos cargada de estas materias, en la misma proporción que esté más o menos sentada; hemos observado que la vijúa cruda tarda mucho más tiempo en aclararse, y de esto puede provenir que llevase la sal más partes dañosas y se hiciese más sensible que en la quemada. Sin embargo, la quema no basta para quitarle como hemos visto la materia betunosa y la tierra de magnesia, pues la sal cocida contiene todavía bastante; si no, hágase la prueba con ésta y las muestras que van, disolviendo por separado una cierta cantidad en agua, y se verá que la de aquélla sale turbia, y la de ésta muy clara. "Para remediar este inconveniente y otros que puede haber en la fabricación de sal que se practica en Zipaquirá, sería preciso tener conocimiento del modo como trabajan, de los instrumentos, hornos, etc., que emplean, de las proporciones que ofrecen las fábricas y minas, y en una palabra de las circunstancias locales para que en su vista dictaminar sobre los medios que serían más conducentes a perfeccionar su beneficio y procurar algún ahorro a la Real Hacienda, reduciendo o simplificando las operaciones". (130) ------------------De este mismo tiempo es la carta que Mutis le escribió al hijo de Linneo, con motivo de la muerte de éste, carta de diez páginas densas, apretadas, importantes no sólo por el contenido de las ideas, sino porque se iluminan con el resplandor de las excelencias de su alma. Allí se ven a las claras la distinción, la hidalguía, la sencillez, la pura y alta amistad y el vehemente amor por la botánica y demás ciencias naturales que caracterizaron al Sabio.
Con el sentimentalismo todavía de usanza en la correspondencia epistolar del siglo XVIII, expresa Mutis su hondo dolor por el fallecimiento de quien fue su maestro, de quien obtuvo los mejores estímulos y elogios en la labor científica, y de quien recibió la primera carta, llegado ya a la Nueva Granada, principio nobilísimo ella de una serie que alcanzó a prolongarse por diez y ocho años, sólo interrumpida levemente por la suma distancia, por los viajes y por el descuido de los administradores de correos. Realmente lo sumió en grande tristeza la pérdida del "mayor príncipe de la historia natural", sólo comparable en grandeza — son sus palabras— a la de Newton en su obra filosófica y matemática Con Linneo desapareció para Mutis el amigo eminentísimo que deseaba su bien, que le excitaba e impelía a cumplir notable obra de estudio en la América española, que le miraba con bondad y sin la envidia de algunos de sus émulos en el Jardín Botánico de Madrid. Pero si esto es cierto no lo es menos que esa carta refleja asimismo, en significación manifiesta, las afinidades científicas entre el maestro y el discípulo y el indeclinable interés por los conocimientos y la técnica. En cierto modo predomina sobre el amigo el naturalista, quien, a pesar de la afectividad notoria, vio la muerte del varón sobresaliente, no tanto como el querer de Dios, al modo de un creyente, sino como el "inviolable derecho de la naturaleza". Aun en lo pequeño el frío hombre de ciencia siempre estaba delante del encendido religioso. Se duele Mutis en lo que escribe al descendiente del Sabio de no haber podido complacerlo en vida con noticias sobre la fructificación del árbol hermosísimo que produce el bálsamo del Perú y con algunas observaciones y descripciones de géneros vegetales nuevos, puesto que era alegría y honra para él dedicarle los hallazgos y estudios que realizaba. Además no oculta el ansia que mantenía de saber el concepto del autorizado naturalista sobre sus revelaciones y reseñas originales y sobre el lugar que hubieran merecido ocupar en las páginas nuevas del "Sistema". De heredero de sus descubrimientos actuales y futuros señala el ilustre gaditano al hijo de su fallecido orientador y preceptor y le da las gracias por el ofrecimiento de su amistad y del "Sistema" y las "Mantisas" de éste, cuya valía elogia, junto con la de la "Filosofía botánica", la de las "Amenidades académicas y la de la "Fauna suética". Y al mismo tiempo le hace la súplica del envío de los nuevos volúmenes de las "Amenidades" y de cuanta obra botánica interesante se hubiese publicado. Como causa de la pasada interrupción de sus despachos y remesas a Linneo habla Mutis largamente en esta misiva de lo que se llamaba por aquella época Oestro humano, o sea la miasis cutánea producida por la larva de la Dermatobia noxialis, que él padeció en las minas de Pamplona y que le causó muchos días de sufrimiento. Agradable le fue a Mutis en esta carta participarle a su nuevo y estimable corresponsal el descubrimiento de la Quina que había hecho a inmediaciones de Santa Fe y hablarle de la Mutisia, su hermosa planta, así como del caucho, la caraña, el drago, la jalapa, la famosa ipecacuana, la palma oleaginosa semejante a la Areca olerácea de Jacquin, la zarzaparrilla y su uso antiluético y la Scoparia dulcis, tan de su empleo en las fiebres palúdicas intermitentes y continuas. La expansión comunicativa del investigador se le impuso.
Hay una manifestación de Mutis en estas páginas epistolares acerca de sus costumbres médicas. Es la de que procuraba recetar el menor número posible de medicamentos y de que, conocedor de las virtudes curativas de ciertas plantas, las utilizaba con preferencia, a fin de que a las gentes les fueran más fáciles y menos costosos los tratamientos. De médico sabio, considerado y bueno era esta conducta, que le atraía la confianza y la gratitud de sus enfermos. En definitiva, esta carta es uno de los muy pocos y más auténticos documentos humanos salidos de la pluma de Mutis. (131) Demasiada era la actividad de Mutis en Mariquita. Además de dirigir todos los trabajos de la Expedición, que eran muy numerosos; además de la observación de plantas y animales y de clasificaciones botánicas en toda hora; además de las plantaciones y cultivos del añil y la nuez moscada; además del beneficio de la canela y de la cera blanca de los Andaquíes; además de su esfuerzo especial en la explotación de las minas de Santa Ana, no muy lejos del poblado, y de las del Sapo en Ibagué, que le ocasionaron gastos y contrariedades, primero solo y después en asocio de los técnicos D'Elhúyar y Díaz, además de todo esto tuvo que reemplazar a López Ruiz en la faena de la recolección y estanco de la Quina, así como atender al acopio de objetos curiosos con destino al Museo de Historia Natural de Madrid, que se le había ordenado desde 1.783, y al envío de ejemplares de su propio herbario para el Jardín Botánico Real. El Diario que llevó en esta población, como el de otros tiempos, habla elocuentemente de esta laboriosidad intensa. ¿Y qué era este Diario? Si uno juzga que el que escribe un diario ambiciona que cada día pueda anotar algún hecho de alcance o, al menos, un pensamiento bello; que el que escribe un diario, o bien fija en sus páginas acontecimientos de la vida pública o social, o bien de la vida interior, de donde el interés del autor por hacer vida que tenga relieve; que el diario del extroverso es historia del alrededor o del contorno, y el del introverso, historia de un alma; que el diario es un personaje diurno y preferentemente nocturno para diálogos íntimos, por lo que se encuentra más en el escritorio de los tímidos y solitarios; que el diario es iniciativa o labor de espíritus que se contemplan o indagan, y que, como registro de hechos, sentimientos, emociones, pensamientos y raciocinios de cada día, va siendo también la fotografía espiritual y sucesiva de quien lo hace, entonces encuentra natural que Mutis lo llevara, como introverso que era. Pero, ¡quién lo creyera!, no obstante ser él así, su diario no es historia de su fondo, sino de su trabajo. Es una especie de cuaderno de bitácora de la navegación incesante y cuidadosa en la corriente de los días. Uno cree encontrar en sus páginas algo siquiera de un profundo sentir. Pero no. Ante ese Diario el Sabio guardado permanece hermético. Y es otra cosa distinta. El mismo lo manifiesta con estas palabras: "Yo puedo ser precipitado en apuntar todas mis conjeturas y reflexiones en mis diarios, pero soy muy detenido en proferirlas; y como esta es obra de la historia de mis conocimientos, que no ha de ver el público, sino el depósito de mis descubrimientos para la formación de las obras públicas, poco me importa tener que desdecirme en mi secreto". (132) "Mis diarios suministran la historia de mis errores y desengaños. Trabajando siempre en una ciencia
cuyos conocimientos he adquirido por mí mismo, y aun sin el auxilio de todas las obras necesarias para registrar y reconocer cuales producciones sean nuevas y cuales anteriormente conocidas, es muy singular padecer algunas equivocaciones que por lo regular se van enmendando a fuerza de nuevas reflexiones". (133) Por ese Diario pasan centenares de plantas, pájaros, mariposas, gusanos, insectos, cuadrúpedos, crisálidas, hormigas, sus "herbolarios", sus pintores, su "Buen amigo y compañero" el Dr. Valenzuela, sus botánicos preferidos Linneo, Loefling, Jacquin, Gahn, Bergius, algunas observaciones del cielo y otras geográficas y barométricas, fuera de pocas de la vida cotidiana. Pero es un Diario que asombra. Es la historia tupida de una abeja humana enloquecida por el servicio y el conocimiento. Sólo se incorpora solitaria una página sentimental, humana y bella, la que registra la muerte de su "herbolario" Roque Gutiérrez. En esas líneas fue preciso que la nobleza del Sabio, cual una barrena poderosa, abriera hasta lo más profundo de su alma un taladro para dar salida al dolor sincero y escondido por la desaparición del compañero de muchos años, su buen Roque, como cariñosamente lo llamaba. Trece años largos anduvo este cajiqueño digno y generoso en pos de plantas para la obra eximia de Colombia, y no hubo ni tempestades, ni días lluviosos o de fuego, ni elevados árboles, ni escarpadas rocas, ni fatigas, ni hambres, que no desafiara él para llevar a término y con alegría y esmero su trabajo. Fue uno de los valores auténticos del Instituto glorioso. "El excesivo trabajo —escribe Gredilla en su magnífica biografía—, los sinsabores de las minas y los disgustos con López Ruiz, además de las calenturas, enfermaron demasiado a Mutis. Por otra parte, Don Eloy Valenzuela se retiró por enfermo en 1.784 (marzo) y se retiró asimismo de la Expedición definitivamente en agosto de ese mismo año; don Pedro Fermín de Vargas, el discípulo más aventajado de Mutis, se hallaba ausente; uno de los pintores, Pablo Cavallero, había regresado a su Cartagena natal para posesionarse de un grado militar; los cinco pintores quiteños enfermaron también y hubo que reemplazarlos con Bernardo Rodríguez, José Martínez, Manuel Martínez, Francisco Villarroel y Merino y Mariano Inojosa. De modo que la Expedición estuvo a punto de disolverse. Algunos años sufrió Mutis las calenturas. Su remedio era meterse en un baño de agua fría, donde estudiaba, hacía cálculos, resolvía problemas. Sobre este baño escribía Mutis: "Es cosa maravillosa, por cierto, que hallándome así a las diez del día encendido, abrasado, de tan mal humor, que yo mismo no me puedo sufrir, y me descompongo más a fuerza de reprimirme, es cosa maravillosa, repito, que al entrar en el agua se disipa absolutamente todo, se corre como un velo, me vuelve la serenidad de ánimo y alegría, de modo que no quisiera salir del baño; se me hacía duro perder allí tanto tiempo, pero me voy conformando con esta pérdida por lo mismo que con ella gano. Allí pienso, allí combino, allí progreso y a veces recelo si saldré algún día dando saltos desnudo, sucesos que sentiría por estos mal intencionados mariquiteños que no imitarían la sencillez de los de Siracusa en disculpar las distracciones de su Arquimedes". (134) Corriendo el tiempo descaecía sensiblemente la salud de Mutis, lo que empezó a preocupar seriamente al Arzobispo Virrey y a la Corte misma. Este
afán se ve muy claro en la comunicación que el señor Caballero y Góngora le envió de Cartagena en abrií de 1.787, de la cual son estos renglones: "Interesando al servicio del Rey y de la Nación entera la conservación de la vida de V. Merced y su constante buena salud, que en el día se halla en estado deplorable por las continuas fatigas e incesante tesón, con que Vuestra Merced trata los asuntos de su cargo, le prevengo, de orden de S. M. y a su Real nombre, se abstenga absolutamente de todo género de trabajos de cualquiera especie que sean, dejando los más urgentes y que no admiten dilación al cuidado de personas de la satisfacción y confianza de Vuestra Merced, en los términos que sean más convenientes al Real servicio. En cuya consecuencia, podrá Vuestra Merced tomar el debido descanso, retirándose por seis meses o más al lugar que acomode mejor a sus pensamientos y tenga todas las proporciones para el restablecimiento de su decadente salud, sobre cuya conservación velará Vuestra Merced incesantemente, como se lo prevengo estrechamente, por lo mucho que lo necesitan el Rey y el Estado". (Cartagena - Abril de 1.787). (135) La conducta del Arzobispo Virrey fue aplaudida en nombre de la Corte por el Ministro Calvez, Marqués de Sonora, quien le reconocía sus atenciones para con el Sabio, le expresaba su satisfacción por haberse logrado una mejoría de su salud, a la cual había que seguir rodeando de cuidados, pues él — hacía resaltar el Ministro— importaba mucho, "así para llevar adelante las útiles y gloriosas tareas en que está entendiendo, como para dejar discípulos formados bajo su mano que puedan continuarlas con no desigual suceso". Esta recuperación de la salud de Mutis no fue definitiva, porque las causas que la afectaban persistían y porque a ellas vino a agregarse otra de visible y perjudicial efecto, que fue la salida de la Nueva Granada del Arzobispo Caballero y Góngora. Para el Sabio fue dura prueba y la enfermedad tornó a debilitarlo. Entre tanto, al corto gobierno de Don Francisco Gil y Lemus, sucesor del Arzobispo Virrey, siguió el de ocho años de Don José de Ezpeleta. Mas por ese tiempo no fueron únicamente la fatiga y las calenturas lo que ensombreció la vida del Sabio. Dos grandes mortificaciones vinieron a cercarlo: la ya conocida tenaz porfía de López Ruiz para arrebatarle su descubrimiento de la quina de la Nueva Granada y la incapacidad en que se encontraba para enviar a la Corte algo siquiera de la obra escrita sobre las investigaciones de la Expedición. Constantemente le pasaba por los ojos la nota de reproche que había escrito Porlier, no obstante los acopios realizados de quina y maderas que se le habían exigido, sus estudios sobre el Té de Bogotá, el descubrimiento de una mina de azogue en Antioquia, su labor referente a las lenguas indígenas, sus instrucciones y observaciones acerca de la inoculación antivariólica, su memoria relativa al tratamiento de las enfermedades del Darién, su comunicación explicativa del aguardiente de caña, la correría que hizo por dos provincias para recoger cuatro mil arrobas de quina de distintas especies, la abundante correspondencia sobre las factorías del Té y de la Quina y el adelantamiento diario de su ingente obra botánica. (136) Así las cosas, el Virrey Ezpeleta tomó las medidas necesarias para evitar que pudieran perderse los trabajos de la Expedición con la posible muerte de Mutis y lo instó para que se trasladara con sus ayudantes a la capital del
Virreinato, instancia que se tornó en una orden a fines de 1.790, con el plazo de cuatro meses para cumplirla y con el suministro de todo lo necesario para facilitarla. CAPITULO VIll La Medicina en Santafé en ios últimos años del siglo XVIII y los primeros del XIX. Expedición Botánica, 2a. época. Escritos de Mutis. Cuando entró Mutis de Mariquita a Santafé en este año de 1.791, encontró un cuerpo médico formado por Juan B. Vargas (quien murió al finalizar el siglo), Alejandro Gastelbondo, Sebastián Prat, Antonio Froes y el Licenciado Francisco Pallares, todos los cuales tenían licencia de ejercer su oficio, por haber presentado sus títulos, como no podían hacerlo, por falta de este requisito, López Ruiz, Antonio Garrais, José Antonio de Rojas, Santiago Vidal y el cirujano Félix Batil (137) También figuraba en ese tiempo como experto en el arte de curar el Hermano profeso de los dominicos Juan Pulgar, bogotano de origen, músico reconocido y, además, perito en manipulaciones de farmacia. (138) Desempeñaba en esos días el puesto de médico del Hospital de San Juan de Dios el Padre Miguel de Isla, en reemplazo de Fray Antonio de Guzmán, muerto poco antes. Y como no había quien leyera la cátedra de Medicina en el Colegio del Rosario, abandonada desde 1.768, este religioso se ofreció para hacerlo gratuitamente, pero el Padre Comisario de la Orden, juzgando que con ello perjudicaría al Convento, le rogó al Virrey que no lo permitiera. (139) Llegado el año de 1.792 obtuvo licencia de actuar en su profesión el médico gallego Dr. Honorato Vila, cuya presencia ocupó el vacío que dejó el Dr. Alejandro Gastelbondo con su viaje a vivir en Cartagena. Muy común era obtener servicios médicos casi siempre empíricos en las boticas. De éstas la más antigua y mal surtida era la del Convento de Santo Domingo, atendida por religiosos ignorantes, lo que obligó a la Comisión nombrada por el Cabildo para inspeccionarlas y regularizarlas, exigir de los Padres que la cerraran, hasta que una persona competente pudiera dirigirla. Otra botica vieja era la de San Juan de Dios, que existía desde 1.776. Estaba regida por el Padre Bohórquez, aprobado en su oficio por el Protomédico Cortés. Su oficio cobró especial importancia, pues no había persona preparada para sucederle en caso de ausencia, por lo que el Dr. Froes, médico de la Comisión de examen, en su informe, anotó la necesidad de que dos o tres religiosos estudiaran farmacia para un posible desempeño de sus funciones, si se presentaba aquella circunstancia.
La Comisión del Cabildo, encabezada por Froes, autorizó la actuación de las boticas de Antonio Garraes y Felipe Bobadilla, siempre que éstos en persona estuvieran al frente de ellas. El primero recibió licencia del Protomédico de Santafé y el segundo, del de Cartagena. Otras de las disposiciones de la Comisión del Cabildo fueron la de que se prestaran en las boticas servicios nocturnos; la de prohibir a los médicos fórmulas en idiomas extranjeros, o sin fecha, o sin firma, o en abreviaturas; la de la formación oficial de un catálogo-arancel farmacéutico, para evitar los abusos en el precio de las drogas; y, finalmente, la de exigir que se introdujeran anualmente de España las preparaciones oficinales de triaca, alquermes y demás de ejecución complicada. (140) Sobre el muy importante y ya nombrado Padre Isla pueden éstas páginas dar alguna noticia de su vida, socorridas por el muy buen estudio de Don Guillermo Herández de Alba en su citado libro "Aspectos de la Cultura en Colombia". (141) Santafereño de nacimiento, pasó su infancia y juventud en la ciudad e hizo sus estudios en San Bartolomé, cuya Universidad lo graduó de bachiller y de maestro en filosofía. Salido de los claustros, siguió estudiando algo de astronomía, bastante de ciencias naturales y mucho más de medicina, por lo cual empezó a vincularse con la Orden de San Juan de Dios, a la cual se incorporó más tarde, llevado por su vocación de curar a los enfermos. Ya sacerdote, se dedicó con mayor ahinco a poseer lo mejor posible esta facultad. En 1.770, cuando se le consideró capacitado suficientemente, el Comisario General de la Orden le permitió ocuparse como médico. Las capacidades clínicas, de un lado, y el aplomo y la santidad, de otro, lo llevaron no sólo a ser Prior de los hospitales de Pamplona, Panamá y Cali, sino a ocupar por dos veces la primera posición de la Provincia y a ser designado Visitador. En el gobierno del señor Caballero y Góngora fue nombrado médico del Hospital de San Juan de Dios, categoría que renunció a los tres años para irse a Cali de Superior de su Convento, de donde lo trajo en 1.793 el Virrey Ezpeleta, para encargarlo nuevamente de la dirección de este Hospital, así como de la asistencia de la tropa. Cuando lo consideró oportuno solicitó del Virrey —escribe Don Diego Mendoza en su obra citada— (142) que por la Regia y Pontificia Universidad se le confiriera el grado de Doctor en Medicina, como se había hecho antes con Don Vicente Cancino, graduado de médico, y con Don Luis Aznola, de Teólogo, por la misma Universidad. Don Guillermo Hernández de Alba dice que presentó examen para ese doctorado y transcribe estas palabras de Mutis, uno de sus examinadores, escritas años más tarde: "En aquella ocasión manifesté al gobierno el alto aprecio en que siempre he tenido al maestro Isla por su constante aplicación a la medicina y demás ramos subalternos de esta extensísima facultad. Constándome por un trato casi continuo de treinta y cinco años que, a pesar de auxilios en un país donde no se han enseñado públicamente ni aun los elementos de una buena física, mucho menos los de
otros ramos necesarios, a fuerza de su constancia en adquirir libros, instrumentos y las luces posibles con el trato de los inteligentes, se ha formado por sí mismo hasta ponerse en estado de distinguirse de un médico puramente práctico. . . . " (143) Más de tres décadas llevaba el Padre Isla de vestir el hábito de su Orden, cuando decidió pedir a la autoridad eclesiástica se le cambiara su carácter de sacerdote regular por el de secular, lo que se le concedió, y así, desligado ya de sus lazos conventuales, se fue a vivir a una quinta suya en "La Alameda", entonces despoblada, donde pensó "formar un jardín botánico y cultivar plantas medicinales", y donde "en el silencio de su laboratorio, rodeado de la más selecta biblioteca, de los más preciados aparatos de experimentación, máquinas neumáticas, microscopios, barómetros, termómetros y telescopios, fue acreciendo su ciencia y con ella la fama de su nombre y el beneficio para el pueblo de Santafé". (144) Atendiendo una apremiante necesidad, dispuso el Virrey que el Maestro Isla regentase interinamente la cátedra de Medicina, para lo cual el Rey dio su aprobación en un documento reproducido en las "Memorias para la Historia de la Medicina en Bogotá", de don Pedro María Ibáñez, que tanto hemos nombrado, y considerado por éste como excelente informe. Según este documento del Monarca, cuando el Padre Isla, médico del Convento-hospital de San Juan de Dios y examinador del Protomedicato de Cartagena, pidió a las autoridades el grado de doctor en el arte de curar, con dispensa de los cursos exigidos, por no existir en Santafé esta Facultad, el Fiscal de la Real Audiencia, Mariano de Blaya, con la preeminencia metropolitana de los altos empleados oficiales, se opuso a ello. Solamente permitió que leyera la cátedra de Medicina en el Colegio del Rosario, concedida a éste desde 1.774, pero en aquel tiempo acéfala, eso sí, mediante examen encomendado a Mutis, quien aseguró la competencia de Isla por sobre cualquier contendor y quien mostró la necesidad de esa enseñanza, pues la capital, entonces de doce mil almas, carecía de médicos hábiles y sólo se servía de "infelices curanderos y tal vez de advenedizos atrevidos". Mas a Isla no se le concedió el Profesorado sino interinamente, a causa de faltarle el grado, y con la autorización del Soberano, que incluía, además, la dispensa del requisito del título académico y la orden de que se tuviera en cuenta su nombre cuando se fuera a hacer el nombramiento en propiedad. Puesto que no había Tribunal de Protomedicato, ordenó el Rey al mismo tiempo que Isla vigilara la conducta de los Profesores, que examinara y aprobara a los que tuvieran la necesaria suficiencia para la conservación de la salud pública y que en los exámenes se acompañara de Mutis y de otro médico idóneo de la ciudad. Termina el documento con el reproche Real por la ingerencia de la Audiencia y su Fiscal en las peticiones de Isla, sin haber sido caso de Justicia sino de Gobierno, y con la solicitud de un informe sobre la instancia del Comisario de Policía de Quito para que, por no tener médicos y cirujanos, se ordenara que de Lima pasasen a aquella ciudad preceptores de esas materias, pues existían cátedras erigidas en las Universidades de San Gregorio y San Fernando. (145)
Definitivamente en octubre de 1.801 el Rey le nombró primer lector de la Cátedra, y exactamente un año después fue cuando Isla dio principios a sus clases de Anatomía, con 14 cursantes matriculados y otros aficionados de libre asistencia. "Isla fue el fundador de los estudios de la Anatomía práctica — escribe Don Pedro María—. Antes de él los textos se fijaban en la memoria. Su Cátedra la regentó por el libro de Anatomía de Heister, y haciendo disecciones sobre el cadáver, en una sala que llamaron anfiteatro en el viejo hospital". Transcurridos unos años, cuando en 1.806 ya era miembro de la Real Diputación Médica, presidida por Mutis, y de la Universidad Tomística, a la que prestaba sus enseñanzas de científico y de médico, le sobrevino la muerte el 12 de junio de i.807, acabando de realizar uno de sus viajes frecuentes por fuera de Santafé. El Padre Isla fue un gran médico, un auténtico sabio y un benemérito maestro, al cual le debe la Nación permanente gratitud y reverencia de su nombre. -----------Fue como una nueva vida para la Expedición Botánica su traslado a Santafé, principalmente desde mayo de 1.791, cuando ya emprendía otra vez su marcha en la totalidad de sus servicios. "La residencia de Mutis en Bogotá —escribe Gredilla—, dio nuevos alientos a la Expedición, que adquirió el carácter de una verdadera corporación científica, con local espacioso, selecta y grandiosa biblioteca, sin sobresalto de ningún género, como ocurría en Mariquita cada día festivo con los cohetes, riqueza de aparatos e instrumentos científicos, y un crecido número de personas hábiles dedicadas con entusiasmo al estudio de las Ciencias Naturales, entre las cuales merecen especial mención Don Jorge Tadeo Lozano, que trabajaba como miembro honorario de la Expedición; tres adjuntos, el principal de los cuales era Don Francisco Antonio Zea, natural de Medellín (Nueva Granada), y los otros dos españoles (1) y sobrinos del Director, Don José y Don Sinforoso Mutis, y, por último un escribiente meritísimo, Don Francisco Xavier Zabaraín, solicitado para formar la hermosa copia de los discursos historiales que deben acompañar a las suntuosas láminas de la Flora, correspondencia de oficio y otros servicios. Tenía además trece pintores: dos de Popayán, uno de Bogotá y los restantes de Quito, y esperaba otro de Popayán para sumar catorce; y, además, auxiliaban a la Comisión algunos jóvenes dedicados con entusiasmo al estudio de las Ciencias y que recibían lecciones de Mutis, entre los cuales descollaba Francisco José de Caldas, el más notable y aventajado de todos, sin contar otros muchos amigos que nunca suelen faltar en estos centro de instrucción, por ser verdaderos amateurs de la ciencia por la ciencia y del conocido proverbio "el saber no ocupa lugar". (146) (1) –Error: eran de Santander, en Colombia. Para este nuevo período escribió Mutis un informe al Virrey, con fecha 27 de octubre de 1.791, en el cual trata sobre su aflicción por no poder terminar los escritos acerca de la "Flora de Bogotá"; sobre la resolución de esforzarse hasta lo posible para remitirle al Soberano las obras ofrecidas; sobre tres jóvenes de talento y vocación que podrían vincularse a sus labores para ayudarle, entre los cuales sugiere a Zea, como de capacidades singulares;
sobre su falta de fuerzas y peligro de perder la vida; sobre el trabajo de sus dos sobrinos, que no exigían ninguna retribución en los primeros meses; sobre la buena remuneración que merecía Zea por sus útiles servicios; sobre la ayuda magnífica que le prestaba Zabaraín en los "discursos historiales" de las láminas; y sobre cuatro jóvenes que podrían incorporarse entre sus auxiliares, para excursiones en el campo, lo que le permitiría a él espacios de tiempo utilizables en la ordenación de los manuscritos. En otros párrafos expone la manera de atender al pago de los pintores, así como el afán por acelerar las investigaciones, y la voluntad de viajar a España para dirigir la edición de sus volúmenes. Este informe también está bañado de cierta melancolía, como el primero que precedió a la Expedición Botánica. (147) En alguna página precedente se habló de la visita que le hizo a Mutis el Deán de la Metropolitana, eclesiástico Francisco Martínez, para rendirle un informe secreto a la Corte sobre el estado de la obra del Sabio, pues ésta no recibía de él los volúmenes ofrecidos en su nombre por el Arzobispo Caballero y Góngora. Y debe agregarse que el Rvdo. Padre Martínez no halló ninguna obra científica escrita y ordenada, pero sí 4.000 plantas e inmensos materiales, fruto de una labor vastísima, y que se dio cuenta de la deplorable salud de su visitado y de su posible muerte, con el desastre consiguiente para el Instituto que regentaba. En corroboración y aditamento del párrafo de Gredilla que se ha copiado, es conveniente repetir que no muchos meses después de radicarse en Santafé, la Expedición adquirió como agregados para la parte científica a Don Francisco Antonio Zea, a Juan Bautista Aguiar y a los dos sobrinos del Sabio, José y Sinforoso Mutis. Ya en 1.794, según la publicación de Don Joaquín Duran y Díaz, llamada "Estado general de todo el Virreinato de Santafé de Bogotá", el personal era el siguiente: Director ....................................... JOSÉ CELESTINO MUTIS Agregado para la parte científica Francisco Antonio Zea Oficial de pluma.................. Francisco Xavier Zabaraín Pintor 1° (Mayordomo de la casa) Salvador Ruiz. Colombiano " 2° Francisco Javier Matiz ......... " 3° Vicente Sánchez................... Ecuatoriano " 4° Antonio Cortés...................... , " 5° Antonio Barrionuevo............. " " 6° Nicolás Cortés...................... " " 7° Francisco Javier Cortés ...... " 8° Francisco Villarroel ................ " 9° Manuel Roales....................... " 10° Mariano Hinojosa................. " " 11° Manuel Martínez................... " " 12° Manuel José Jirousa ........... " " 13° Félix Tello............................. " 14° José Joaquín Pérez ............ " (148) El mismo Duran y Díaz, en 1.793 y en la "Guía de Forasteros del Nuevo Reino de Granada", anota, fuera de la lista anterior, como miembros de la Expedición, a Don Francisco Antonio Zea, a José y Sinforoso Mutis, a Juan
Bautista Aguiar y al empleado especial para la formación de herbarios y custodia de colecciones, Don José Antonio Cándamo. (149) Como complemento del desarrollo y organización del Instituto y bajo la dirección de Rizo, se fundó una escuela de dibujo de real importancia. "Esta escuela alcanzó a contar treinta y dos alumnos, que iban al local a las cuatro de la mañana, oían misa en formación a las cinco, se desayunaban y comenzaban su oficio a las seis. Nada gastaban de su propia cuenta: allí se les daba alimentos, papel, colores, lápices, pinceles y todo lo necesario para aprender el arte". (150) Con el pasar de los días la Expedición tomó mayor incremento, alcanzando hasta diez y nueve pintores que trabajaban simultáneamente, y al cabo de pocos años, como ya se dijo y como lo aseveran todos los historiadores y personas que se han ocupado de ella, constituía un centro científico de la mayor importancia en todo el Continente. Poseía, cual se ha dicho asimismo, grande y apropiada biblioteca, aparatos de física y química, jardín botánico, herbario de veinte mil ejemplares, resinas, un rico semillero, dos mil láminas preciosas de plantas y animales, más de cinco mil muestras de objetos minerales (151) y colecciones zoológicas y de maderas. Entre las muestras minerales debían existir de oro, plata, hierro, plomo, platino, cobre, carbón, azogue, cal, y otras, así como de piedras preciosas, tales esmeraldas de Muzo, Somondoco e Itoco, "pantauras", amatistas, jacintos, granates, "rubasas", gallinazas, margaritas de cruz y ágatas. (152) En cuanto a la colección de maderas, debió ser muy variada, pues las reconocidas por el experto en nombres vulgares Juan Clemente Brito, sin duda excedían a ciento veinticinco, (153) y allí se encontraban las más finas, como los cedros, nogales, cominos, cumuláes, jacarandaes, caobas, enanos, diomates, naranjillos, guayacanes, ceibas, guacamayos, granadillos, zapateros, cartanes, caunces, palos atigrados, laureles-peña, amamores y muchas más. Otra riqueza que tenía la Expedición y de gran utilidad para las láminas eran los tintes vegetales, (154) verbigracia el añil, el dividivi, la cochinilla, los uvitos, el campeche, el moscate o amor seco, el molo, el cacho de venado, el encino, el espino moral, el chilco, el xaguo, la vela chica, (155) y las diversas tierras, (156) además de sustancias minerales o sales, como la caparrosa, para complementarlos y darles la firmeza que los caracteriza. De la tinta hecha con caldo de dividivi, ubilla y caparrosa se servía Mutis, como lo dice en su Diario. (157) Pero lo de más alcance y significación para el Instituto era la presencia de Caldas, de Jorge Tadeo Lozano quien llegó en enero de 1.803 y de los jóvenes Mutis, sobrinos del Sabio. Los trabajos botánicos del primero, y sobre la "Fauna cundinamarquesa" del segundo honran a cualquier país. "El Calendario Manual y Guía de Forasteros para 1.806" —escribe el Padre Lorenzo Uribe— da esta nómina de la Expedición: Director: Doctor don JOSEPH CELESTINO MUTIS. Individuos pensionados por Su Majestad: Don Francisco Antonio Zea, ausente.
Don Sinforoso Mutis, en Comisión. Individuos agregados en calidad de meritorios: Don Francisco Jph. Caldas. Don Joseph Mexía. Individuos agregados en calidad de voluntarios: Para la Zoología: Don Jorge Tadeo Lozano. Para la Mineralogía: Don Henrique Umaña, en comisión. Para la Botánica: Don Joseph Joachin Camacho, ausente. Para la Botánica: Don Miguel Pombo. Oficiales de Pluma: Don Joseph María Carbonel. Don Joseph María Serna. Oficina de Pintores Primer Pintor y Mayordomo de la Expedición
Don Salvador Rizo Don Francisco Xavier Matis. Don Francisco Villarroel. Don Manuel Martínez. Don Nicolás Cortez Don Antonio Barrionuevo. Don Mariano Hinojosa. Don Pedro Almanza Don Camilo Quesada. Don Joseph Joachin Pérez. Alumnos recién formados en la Escuela de Dibujo: Juan Francisco Mansera, en Comisión. Antonio Lozano, en Comisión. Raymundo Collantes. Juan Nepomuceno Gutiérrez. Francisco Martínez. Joseph Lino.
Escuela Gratuita de Dibujo. (Sus alumnos no fueron pintores de la Expedición Botánica): Don Anselmo García Texada. Don Antonio Gravete y Soto. Don Joseph Luciano Delúyar. Don Joseph María Escallón. Don Jorge Miguel Lozano Don Joseph Remigio Sánchez de Texada. Don Pedro Joseph Sánchez de Texada. Don Mariano Sánchez de Texada. Don Manuel María Alvarez. Pupilos en la Casa de la Expedición: Feliz Sánchez. Agustín Gaytán. Miguel Sánchez. Tomás Ayala. Alexo Sánchez. (158) ¿Qué impresión daba este Instituto de la Ciencia? Sobre ella son insustituibles estas palabras de Caldas pertenecientes a un discurso pronunciado en Popayán aun mucho antes de su completo desarrollo, en junio de 1.803: "Pasemos en silencio la majestad del edificio y fijemos nuestros ojos sobre las producciones de la naturaleza y del arte que encierra. La biblioteca ¡Ah señores, el espíritu más valiente se agobia al aspecto de tanta majestad! El sabio viajero que acaba de visitarnos, Humboldt, que ha recorrido todas las cortes de Europa, que ha revisado las bibliotecas de los sabios de esa parte del mundo, admira la de Mutis y exclama: "La biblioteca del Presidente de la Sociedad Real de Londres es la más interesante y copiosa colección de que pueda gloriarse el Antiguo Continente; pero debe ceder sin disputa a la de Mutis". Confesemos, señores, de buena fe, que no es mérito tener libros excelentes: podemos heredarlos, podemos recogerlos por el consejo de otro sabio. Pero cuando privados de este auxilio se elige, se ordena, se acopia lo más grande y lo mejor que ha salido de la pluma del hombre, es preciso reconocer en su autor a un sabio. He aquí en pocas palabras lo que ha verificado el Director de la Expedición de Bogotá. "La sala de instrumentos no cede a la biblioteca. Se cree el curioso que la visita transportado al Observatorio de París o de Greenvich: ¡tanto es el aparato, tanta la variedad de máquinas científicas! Telescopios, péndolas, cronómetros, sextantes, cuartos de círculo, barómetros, teodolitos,
hidrómetros, neumáticas, eléctricas, microscopios y cuanto las artes han producido de interesante, se halla en este depósito soberbio. "Jamás se ha presentado a mis ojos con más claridad la inmensa extensión de la naturaleza viviente, que el día dichoso que entré en el salón en que se hallan depositados los esqueletos. ¡Qué número! ¡Qué variedad! Puede ser que París y que Upsal hagan ventajas al herbario de Mutis; pero a ninguno cede en propiedad. Aquí vi, señores, cuánto producen los bosques de nuestra Patria y los más raros animales que los habitan . "El grabador Smith ha obtenido el imperio del diseño hasta nuestros días. Yo vi balancear sobre su cabeza la corona que todos los sabios de concierto habían decretado al artista británico, cuando puse mis pies sobre los umbrales de la sala en que trabajan los pintores. Las expresiones me faltan, señores, para referiros lo que mis ojos han visto. Al coger una lámina creía que tomaba un ramo vivo. La naturaleza con todas sus gracias, colores y matices se ve sobre el papel. Humboldt, tocado de este grado de perfección no esperado, asegura que el pincel ha inutilizado las descripciones, y que si llegase el caso de perderse los manuscritos, podría Jussieu, u otro profesor hábil, describir la planta con tanta perfección como si la viese viva. ¡Cuánta parte tiene en esta gloria Quito! Los mejores pintores han nacido en este suelo afortunado. La familia de Cortés está inmortalizada en la flora de Bogotá. ¿Quién creyera, señores, que el pincel quiteño se había de elevar hasta ser émulo de Smith y de Carmona? ¡Cuánto valen el talento y la educación, unida al premio y al honor! Los hijos de Cortés, Matiz, Sepúlveda, no habrían salido de Quito de la clase de pintores comunes; pero al lado de Mutis, en quien hallaron un tiempo padre celoso de la pureza de sus costumbres, un director de su genio y un admirador de sus talentos, desarrollaron sus ideas y han hecho ver al universo que el quiteño con educación es capaz de las mayores empresas. ¡Ah! si el ilustre Mecenas como pensaba ahora diez años visitar este suelo, lo hubiera verificado, estoy seguro que Cortés, los Samaniegos, Rodríguez, habrían representado en el Nuevo Continente a Mengs, Lebrount y el Ticiano. Pero yo me desvío: Mutis es el objeto que no podemos perder de vista en este día consagrado a su honor. "¡Hijos de Flora, infatigables sucesores de Tournefort, venid, entrad conmigo en el depósito de las maderas, resinas, cortezas, semillas, piedras, metales, arcillas, pieles, y avergonzaos de vuestra cobardía! Confesad que no hay cosa más grande en este género sobre la tierra; ved por las cuatro partes del globo, y anunciad el mérito de Mutis". (159) ---------------
Aparte de la Botánica, la Meteorología, la Mineralogía, las Matemáticas y el magisterio, tuvo Mutis una actividad crecida y variada en el campo de la Medicina, durante la segunda etapa de su famoso Instituto. Entre estas preocupaciones figuraron mucho las "calenturas pútridas malignas", en las que solía emplear como remedio la Scoparia dulcís, según la carta que le escribió a Carlos Linneo hijo, con motivo de la muerte de su
padre, pero que sobre todo trataba con la Quina, objeto de su mayor aplicación e inteligencia. Ya desde 1.786 le expresaba al Virrey Arzobispo su aflicción por las epidemias que sufrían las tropas del Monarca en los Establecimientos del Darién y se quejaba del poco uso de aquel específico en todo el Reino, "como si la Divina Providencia lo hubiese depositado en estos montes para alimento del fuego". "Causaría vergüenza —agregaba— a la vista de la Europa sabia que sobren al año cuatro libras en Mompós, donde mueren a centenares los enfermos, que ciertamente se salvarían, pocas más en Cartagena, y casi ninguna en las demás Provincias, como consta por las diligencias practicadas en el expediente de este ramo". (160) A este respecto y en todos los de higiene, salubridad y beneficencia —dice Gredilla— desempeñaba de modo honorífico el cargo de "Inspector de Sanidad exterior e interior". Intervenía hasta en la manera de llevar los muertos de enfermedades epidémicas al cementerio: "V. S. se ha de servir mandar que a los que mueran de ella no se les haga entierro público, ni vayan los soldados cargándolos, y haciéndoles el acompañamiento que acostumbran, por ser cada cadáver un hogar de exhalaciones pútridas y contagiosas, capaces de comunicarse no solamente a ellos, sino también a los vecinos de las calles por donde pasan, lo que debiendo precaverse, convendría que al amanecer se lleve el cadáver tapado al cementerio, en un carretón, previniéndole al enterrador que haga el hoyo bien profundo y después lo cubra mucho de tierra y pize". (161) Sobre las "calenturas pútridas malignas" aparecidas en Cartagena y Santafé le dice al Virrey en una comunicación: "Sin embargo, no satisfaría toda la confianza de V. E. que igual mente extiende a mejorar la suerte de los infelices apestados si por una mal entendida modestia ocultara en esta ocasión una noticia importante de que deberán valerse los médicos como uno de los descubrimientos más ventajosos a la humanidad y el remedio más poderoso entre los empleados hasta la presente en las epidemias de la fiebre amarilla y demás calenturas análogas. Por tanto aunque sea a costa de la propia humillación del autor no debo ocultar a V. E. los saludables efectos que va produciendo la publicación de la Quinología en Santafé, solicitada y apreciada tanto en los dominios de América como «en toda Europa. Como las miras de su autor han sido siempre el bien de la humanidad y los adelantamientos de la Medicina, a esta sincerísima intención van correspondiendo los rápidos progresos que van haciendo entre los sabios profesores las nuevas ideas del aquel escrito. "En efecto, guiado por ellas, el Dr. Clarke, médico de Filadelfia, ha empleado la Quina blanca de Santafé en la terrible epidemia de la fiebre amarilla con tan feliz suceso, que augura en el tratado publicado sobre este descubrimiento haber sido éste el único remedio con que ha curado dicha enfermedad en los Estados Unidos. Interesando esta noticia al bien de la humanidad por si llega el caso de prender en nuestras costas semejante fuego, como prendió en España, y también para extender la aplicación de este poderoso auxilio en otras epidemias análogas, como se insinúa en la mencionada Quinología, sería muy conveniente, mientra se consigue la publicación de la obra original del Dr. Clarke en nuestros escritos nacionales que se propague este importante aviso. Animados nuestros
médicos a imitar el celo del sabio profesor de Filadelfia podrán hacer sus observaciones según las nuevas luces que suministra la Quinología de Santafé en crédito de su profesión y beneficio de la humanidad. Dirijo a manos de V. E. el adjunto impreso por si le pareciere conveniente remitir la copia a Cartagena, cuyo puerto más frecuentado por los barcos de las islas adyacentes y del Norte América se halla más expuesto a recibir el contagio de la fiebre amarilla". (162) Por ese mismo tiempo, en 1.794, publicó Mutis en el N° 137: 669 del "papel Periódico de Santa Fe de Bogotá" las valiosas páginas siguientes, que él tituló: "Reflexiones sobre la enfermedad que vulgarmente se llama Coto" "Cuando una deformidad tan notable aflige a una gran parte de los habitantes de esta Capital, sea lícito a un amante del bien público, deseoso del consuelo de sus conciudadanos, aventurar algunas conjeturas acerca del carácter y causas de ella, exponiendo algunos auxilios, que parecen deducidos de la misma naturaleza del achaque, para combatirle: quizá este ensayo podrá estimular a otros Profesores más hábiles del Arte de la Salud a dedicar sus luces a tan importante objeto. Por este medio se han deducido los mejores métodos de curar las Enfermedades que destruían al Género humano; y sin él, la Peste, las Viruelas, Sarampión y Mal-venéreo, continuarían despoblando al Mundo, como empezaron. Parece, pues, que debe esperar el Autor la indulgencia de sus yerros por el motivo que le anima. "La enfermedad llamada vulgarmente Coto es la que Sauvagés llama Govetre, y Bocio, y Roncall, Bronchocele: es un tumor cystico, o embolsado por lo común, de la clase que llaman Stheatoma, situado en las glándulas del cuello llamadas Thyroides, y salivales. En dos veces que se han disecado estos tumores en los cadáveres se ha encontrado una materia caseosa, semejante al coágulo que forma la leche, en parte compacta, y en parte más suelta. "De pocos años a esta parte se ha introducido dicha enfermedad en esta Capital, y se observa que acomete más a las mujeres que a los hombres; y de éstos, más a los que tienen complexión débil, la que se manifiesta por lo pálido del color y abultamiento de carnes. Entre las mujeres es más común en las que tienen una vida sedentaria, que comen bien y hacen po- co ejercicio. Es más frecuente en las que usan calzado que en las descalzas; no se ha notado que produzca la sordera, ni estupidez, que regularmente acompaña a estos tumores. "No se habla aquí de los tumores heredados, ni de los que se han contraído por habitar en otros lugares donde son endémicos: éstos reconocen otras causas; aquí solamente se trata de los que en estos tiempos han aparecido en esta Capital. "Muchas causas ocasionales pueden concurrir a producir estos tumores; pero la suficiente parece consistir en el desarreglo de la insensible transpiración: esto es, que la falta de la debida transpiración, en las partes extremas del cuerpo, principalmente en piernas y pies, hace que la cantidad de humor que debía evacuarse por los poros que tiene la piel en las piernas y
pies, particularmente en lo que se llama planta, refluya a las glándulas del cuello y muchas veces a las del mesenterio. "Esta conjetura parece tener algún fundamento: lo primero por la ley que generalmente se observa en el Sistema vascular y glanduloso, y es que siempre que se suprime la transpiración en la superficie del cuerpo son determinados los humores a las glándulas mucosas, particularmente a las del cuello y narices, como se ve en los catarros o corizas. Lo segundo, porque frecuentemente la acción del frío en cualquiera parte del cuerpo produce angina, que no es otra cosa que la determinación de los humores hacia dichas glándulas. La tercera, por la estructura o especial fábrica de las glándulas thiroides y salivales: éstas, a más de ser muchas, y en mayor número que en otras partes del cuerpo, para separar y filtrar una gran copia del humor salival, que es necesario para conservar la humedad y flexibilidad de estas partes, tan indispensables para la locución, masticación y digestión de los alimentos, y para impedir la disecación que produciría el tránsito continuo del aire: son las que se llaman conglomeradas, cuyo uso, entre otros, es depositar la linfa en su ducto o cavidad particular, donde, por su detención, se evaporan las partes más líquidas, y quedando las más crasas forman el humor glutinoso, que se observa en las fauces, en la nariz y oídos: por cuya razón se llaman particularmente Glándulas mucosas, o mucilaginosas por los Anatómicos . "Es creíble, pues, que dirigiéndose a ellas mayor copia de humores por las causas que van dichas, se extiendan demasiado sus túnicas, pierdan su natural resorte, preparen con menos perfección los humores para que están destinadas, y que éstos adquieran unos dotes, y calidades morbosas, y entre ellas la de mayor espesor y tenacidad, con que resistirán al movimiento general de los líquidos. "Si se reflexionan los efectos que produce la supresión de la insensible transpiración en el cuerpo humano, podrán deducirse algunos fundamentos que prueben lo que va dicho. Este humor solo (cuya cantidad asombrosa demostró el célebre Santorio), excede su secreción a todas las del cuerpo tomadas juntamente. Si se impide su secreción en cualquiera parte, debe determinarse en fuerza del Sistema y movimiento de los vasos, con particularidad hacia las glándulas como receptáculos de los líquidos, y como partes que resisten menos el impulso de ellas. Así se ve formarse repentinos tumores en las ingles y sobacos, por esta causa. Como las del mesenterio y cuello se hallen en disposición de resistir menos a dicho impulso, así por su fábrica y tejido laxo, como por el sitio donde se hallan, libres de toda compresión; parece que a ellas más que a otras debe determinarse, "Los habitantes de esta Capital, particularmente las mujeres, enseñados a las incomodidades de la intemperie del País, aplicaban mayor abrigo a los pies y siempre era frecuente el quejarse del frío incómodo de ellos. A este, sumo abrigo sucedió repentinamente el desabrigo que prescribió la moda, y consiguiente a él, debió suceder la supresión de la transpiración y determinación de ella a las glándulas del cuello, tanto más efectiva, cuanto que se había evacuado en mayor abundancia por los pies, a causa del mayor abrigo en aquellas partes. A la verdad, la época de esta enfermedad parece ser la misma que de la introducción de esta moda. "En los hombres son menos frecuentes estos tumores, quizá porque en ellos no ha sucedido el desabrigo, que en las mujeres, a excepción de algunos que por habitar en casas bajas y húmedas, o por causas semejantes, no logran
abundante transpiración en los pies. También es mucho menos frecuente en las mujeres que no han usado calzado, porque en ellas la transpiración no ha tenido la determinación que en las que lo usan, de ser abundante y detenerse repentinamente. "En los Monasterios de Monjas, se han observado desde mucho tiempo semejantes tumores, y no ha sucedido el desabrigo de la moda. Pero todos saben la mucha humedad de estas Casas religiosas, donde la mayor parte de las habitaciones son bajas, su falta de ventilación y de regularidad en sus fábricas: causas todas suficientes para impedir la insensible transpiración en los pies y partes inferiores del cuerpo y ocasionarlos. Los Médicos que curan en estas Casas observan constantemente la notable frialdad de pies y demás señales, que caracterizan el impedido influjo de los humores hacia las partes inferiores. "Se cree que las aguas que usan comunmente los habitantes de estaCapital, concurren por sus particulares cualidades a producir estos tumores. Este sentir es de hombres sabios, y como tal lo venero; pero mientras no me ilustren más sobre su modo de pensar acerca de este punto, permitan que aventure mis conjeturas, que siempre serán susceptibles de las luces o reforma que quieran prestarles. "Hasta la presente no se ha hecho una perfecta análisis de las aguas que corren en las fuentes públicas, y esto sería menester para determinar sus malas cualidades por los principios que abunden en ellas. Aun cuando esto se hubiera ejecutado y nos constaran los principios constitutivos de nuestras aguas, sería necesario mucho para explicar ¿por qué han de causar los efectos de coagulación de la linfa en las glándulas de la garganta, y no en otra parte? ¿y por qué solamente producen ahora estos efectos y no los habían producido antes? A que podemos añadir que es bastante notable ver que sólo se producen ahora en cierto número de individuos; y no en todos los que usan generalmente dichas aguas. "El Doctor Guillermo Buchan en su Medicina Doméstica compendiada, capítulo 3°, parte 1", se persuade a que semejante causa concurre a producir esta clase de tumores en los habitantes de los Alpes en Suiza; y la circunstancia de que solamente en estos Lugares, que tienen inmediatos las Sierras nevadas se observan, parece que es una prueba de verosimilitud. Pero parece que también favorece nuestra conjetura, porque en semejantes Lugares, todos cercados de nieve, es muy natural la intemperie y frío, que suprime la insensible transpiración, particularmente en los pies; de que debe resultar su determinación a las glándulas mucosas. "Supuesta la teoría que hemos propuesto de este vicio, parece natural la indicación que presenta para combatirle. Esta puede reducirse: 1° a procurar la derivación de la linfa acumulada en las glándulas del cuello: 2° a solicitar el regreso de la transpiración en las partes inferiores: 3° a corregir el vicio particular que haya contraído la linfa. Como este vicio puede presentar diversos aspectos y estados, es necesario que los medios para combatirlo sean diversos. "Si es reciente, si las glándulas no están muy entumecidas o duras y el sujeto es vigoroso, podrían aplicarse con buen suceso los frecuentes baños en piernas y pies, con agua tibia, los sinapismos y rubefacciones a las plantas,
repetidas por largo tiempo, las ventosas en las pantorrillas y muslos, simplemente, y con preferencias las fuentes o sedales en los muslos, o en la planta del pie, por medio de cauterio. Al mismo tiempo haciendo uso por dilatado tiempo de las pociones diluentes: los sueros mezclándoles los zumos de yerbas fundentes de borraja, cerraja, chicoria, etc., con el nitro o la sal de Glauvero, u otros de esta clase. Purgando cada ocho días con purgantes suaves, añadiéndoles el etíope mineral y aplicando al tumor el jabón de España, o la pulpa de malva, parietaria y acedera. "Si el tumor es duro muy abultado y no reciente, podrán aplicarse los baños, sinapismos y fuentes, como se ha dicho; pero deberá hacer uso por largo tiempo de los diluentes aperitivos resolutivos, con las raíces del perejil, espárrago, hinojo y palipodio, o del cocimiento de leños con el tártaro calybeado, los millipedes, o el tártaro vitriolado, o del jabón de España, en pildoras una dracma por día, por tiempo dilatado, purgándose frecuentemente con pildoras que lleven el etíope mineral, y agárico preparado como específico; pero atendiendo siempre a las fuerzas del enfermo, el cual si es débil, no podrá llevar purgantes fuertes ni repetidos. "Al tumor se podrá aplicar el Emplastro Diabotano, o el de cicuta, o la agua marina, y en su defecto, una cuarta parte de sal común, con tres partes de Sal de Glauvero disuelta en suficiente cantidad de agua: verbi gratia:
Rec.
Sal comĂşn _ Sal de Glauvero Agua lluvia _ DisuĂŠlvase .
una onza, tres onzas, tres azumbres.
"Se aplicarán baños tibios, o casi fríos, y paños mojados repetidos varias veces. "Como semejantes tumores se hallan situados en las Glándulas, y por lo común están casi separados de la actividad y fuerza de la circulación de la sangre, no es maravilla que se experimenten rebeldes a los esfuerzos del Arte. Será, pues, necesario insistir por mucho tiempo en la práctica de éstos o semejantes remedios, guardando un régimen conveniente en los alimentos, los que deberán consistir en leche, granos, yerbas y cosas semejantes, absteniéndose de carne. La bebida mejor será el agua lluvia: el ejercicio frecuente, a pie o a caballo; pero principalmente se ha de procurar el abrigo de los pies y solicitar por todos los medios posibles un sudor constante en estas partes". Nota del Redactor: "Considerando que a excepción de los habitantes de este Reino y del Perú (cuyo temperamento y producciones naturales se identifican mucho) quizá sea absolutamente desconocida en los demás países de América esta enfermedad, daremos algunas ideas de ella por lo que hace al exterior; pues en lo demás parece suficiente lo que se dice en la Disertación. Son muchas las poblaciones de este Reino en que se padece dicha enfermedad; y aun me aseguran haber algunos pueblos, cuyos habitantes generalmente la sufren, o es rarísimo el que no adolece de ella. Por lo común son cuatro las figuras o aspectos que se observan en el Coto. En unos crece este tumor con tal deformidad que desciende sobre el pecho al modo de una gran bolsa, moviéndose fácilmente hacia una y otra parte, de modo que es preciso llevarlo recogido en un paño pendiente del cuello, formado a propósito para este fin. A otros les comprende solamente la garganta, pero con la diferencia de que su situación o es en lo alto de ella, o abajo, o en el medio, y su figura es ovalada o enteramente redonda. Hay otra especie de Coto que creciendo a uno y otro lado desfigura muy poco la parte anterior del cuello, porque sólo se ensancha con dirección a los costados; y a los que lo tienen así es a quienes les estorba menos la libre y clara pronunciación. La otra especie se distingue en que sólo carga hacia un lado (bien sea al derecho o al izquierdo) y éstos por lo común son más abultados en la parte baja. Es muy doloroso ver la imperfección que causa esta enfermedad, la cual horroriza inmediatamente al forastero que no la ha visto en otros países, y mucho más cuando sabe que no carece de ejemplar el que la contraigan también los que vienen de fuera, a menos que sean ancianos o de una complexión muy seca". (163) Otra página muy original de Mutis fue la que le escribió al Virrey sobre el cementerio de Mompós, población demasiado insalubre en aquellos tiempos. Dice así este curioso documento: "Excelentísimo señor: "Considerando que los nuevos establecimientos por más benéficos que sean a la Humanidad sufran inmensas contradicciones a los principios; y advirtiendo por las diligencias practicadas en este expediente que los representantes en la Villa de Mompós por el estado eclesiástico y secular no se hallan animados de un mismo espíritu para proceder a la elección más conveniente del sitio en que debía fijarse para siempre su cimenterio, dilaté de intento mi dictamen persuadido a que el transcurso del tiempo y variación de opiniones encontradas pudieren ir debilitando las preocupaciones en que a imitación de casi todos los pueblos se hallaría imbuido el
vecindario de aquella villa que seguramente habrá contribuido a representar como imposible la elección de un sitio distante del poblado. ''Ninguna población de todo el Reino necesita más que la mencionada villa de un cimenterio distante y espacioso por su misma infeliz situación, que reunida a la circunstancia de haberse fijado en ella la concurrencia de casi todo el tráfico comerciante entre los puertos y provincias interiores ha formado una población tan infausta para los pasajeros y sus mismos vecinos, como lo fue en tiempo de galeones la ciudad de Portobelo. Por lo que siendo ya su situación un yerro original sin enmienda, y obligada esa porción de la humanidad a sufrir el azote de sus frecuentes y mortales epidemias, debería también haberse reunido el celo patriótico de sus vecinos a disminuir la suma de sus calamindades, fundando a cualquier costa su cimenterio público sin los recelos de cometer otro yerro original que llorar sus descendientes. Hasta han insistido e insistirán todavía los Jefes Supremos del Reino a que se realice este importantísimo establecimiento de que depende la salud pública más de lo que alcanzan a conocerlo sus habitantes, cumpliendo con todo el lleno de las benéficas intenciones de nuestros dos últimos Monarcas, celosísimos en promover los cimenterios en debido decoro de los templos y salud de sus vasallos. "Si a pesar de estas reflexiones y últimos esfuerzos se insistiere todavía en la imposibilidad absoluta de un sitio fuera de poblado, y en erigir su cimenterio general en la Iglesia y agregaciones del Colegio de los Religiosos expatriados para evitar en parte las calamidades del aire infestado de las Iglesias, y aun de las que podrían seguirse en mucha parte fijándolo en el patio contiguo a la Iglesia parroquial, tanto por su pequeña extensión, cuanto por quedar hacia el centro del poblado, será necesario observar inviolablemente en su establecimiento las advertencias siguientes: "1° — Es la principal de todas la mayor extensión posible del solar, capaz de admitir la división de seis solares parciales, de modo que cada uno sirva para las sepulturas del año corriente, y pueda vacar sucesivamente por cinco años. "Si no se observa este orden, dejándolo al arbitrio de los enterradores, se cometerá el yerro perjudicial de abrir sepulturas frescas, que infestarían más el aire sobre la inevitable infección de los cadáveres bien enterrados, en cuyo auxilio se propondrá después el único arbitrio que sugieran los descubrimientos modernos. "2° — A la mayor extensión posible de solar se ha de añadir la circunstancia de mantenerlo descubierto al aire libre y baño del sol, para poder proporcionar al cimenterio el importante auxilio que se acaba de insinuar y se explicará en la última advertencia, como el correctivo más poderoso del aire corrompido por la putrefacción de los cadáveres y las demás causas que vicien la atmósfera. "3° — Sería también un pensamiento muy perjudicial el de cubrir alguna parte del cimenterio con el fin de evitar la pestilencia ocasionada por las lluvias y el sol. A esta causa se atribuye erradamente en Popayán la epidemia de calenturas biliosas, y se mandó techar alguna parte destinada para las sepulturas. "Bien presto desmintió la experiencia el pensamiento, circulando la misma epidemia por las demás Provincias del Reino, donde no hay cimenterio a que atribuirlas. También lo debió desvanecer la consideración de que toda fosa competente bien pisada se vuelve impenetrable a las aguas hasta el fondo donde reposa el cadáver.
"4? — De aquí resulta la necesidad de velar sobre la conducta de los enterradores. Estos, por excusar trabajo y tiempo, se descuidan en ahondar las sepulturas, en pisarlas debidamente y en cometer el nuevo yerro de depositar dos o tres cadáveres en una misma fosa cuando reinan las epidemias, y se aumenta el número de muertos. Si este desorden no se remedia por una continua vigilancia, tendrán sobradísima razón los pueblos de gritar contra estos nuevos establecimientos, tanto por la indecencia de semejantes entierros, dejando expuestos los cadáveres a los insultos de los perros y gallinazos de que amargamente se han quejado las gentes en esta Capital, cuanto por la mayor infección de los aires corrompidos que apestan las inmediaciones del cimenterio y en que puede peligrar la salud del vecindario. Nada habrá de qué lamentarse, ni temer de los cadáveres bien sepultados, si se guarda puntualmente el buen orden que va propuesto. "5° — Se ha de cuidar que por ningún pretexto entren animales en el cimenterio, no sólo por la razón moral de la decencia debida al camposanto y a las cenizas de los difuntos, sino también por la física de no aumentar con ellos la descomposición del aire, que en tiempos de calmas se debe considerar como una atmósfera encerrada en aquel pequeño recinto, y tal vez tan corrompida que hacia la parte del vecindario donde fuese llevado el viento por la ventilación subsiguiente a la calma descargaría su pestilencia. "Aun por regla de buena policía se debería desterrar de las poblaciones los animales inútiles y superfluos a los usos necesarios. Siendo más importante a la salud de los habitantes esta advertencia de lo que pueda parecer a primera vista, y en consideración a las pocas personas instruidas en estas materias, cuyo influjo no alcanza a detener el torrente de las preocupaciones vulgares importa explanar esta advertencia. Si se congregan en un lugar sin ventilación muchas personas, aunque sanas y aseadas, presto corrompen el aire y caerían todos enfermos si se mantuvieran allí por mucho tiempo. Aun por el brevísimo de pocas horas experimentan algún daño las personas débiles y achacosas congregadas en las Iglesias, teatros, cárceles y habitaciones pequeñas sin ventilación, y por una desgracia fatal a la salud de los mortales, aunque hayan pasado los siglos de ignorancia en este punto, apenas alcanzan las luces del presente para evitar los males frecuentísimos de este género. Lo peor es que está muy creído el vulgo en que el aliento de los animales purifica el aire corrompido por más que lo resista la razón, y demuestre lo contrario la experiencia. De aquí provino la preocupación tan recibida entre los pueblos de mantener algunos animales en las habitaciones de los enfermos, y aun de querer mejorar el aire de las poblaciones introduciendo en ellas manadas numerosas, como sucedió en esta Capital con el motivo de la última epidemia de viruelas, sin que bastasen a contener esta extravagancia las persuaciones de los inteligentes, ni las burlas festivas de los genios jocosos. "Para cortar de raíz esta preocupación tan añeja, que apesta ya de puro rancia, bastaría considerar que todo cuerpo animal incesantemente transpira y despide vapores y hálitos corrompidos, al mismo tiempo que en cada respiración disminuye la vitalidad de la atmósfera, volviendo en su aliento otra porción corrompida. De aquí proviene que todo animal encerrado en un pequeño espacio sin ventilación entra en convulsiones y muere poco después sin otra enfermedad que la de haber consumido la pequeña porción vital de aquella su respectiva atmófera. Así es que en las calmas continuadas en mar y tierra se experimentan algunas calamidades de esta naturaleza a proporción de las circunstancia que concurren a hacerlas más dañosas, mucho más en los países cálidos y poco ventilados como la villa de cuya salubridad se trata.
"6° — Muy semejante a la anterior ha sido la preocupación de intentar la purificación del aire por el fuego, aplicando erradamente los efectos de una misma causa a diversas circunstancias. Estando ya pues averiguado que la combustión, que es a lo que llamamos fuego, y la respiración animal son los dos agentes universales en la naturaleza para descomponer continuamente el aire que rodea nuestro globo, si la Providencia no les hubiera opuesto otros auxilios igualmente universales para recomponerlo, restituyéndole su vitalidad perdida, ni ardería el fuego ni respirarían los animales. De aquí resulta que intentar la purificación del aire por el fuego en lugares encerrados, sería tan perjudicial como benéfica en el aire libre al descubierto. Las luces artificiales y braseros en las piezas cerradas de los enfermos producen daños no bien advertidos, y apenas habrá país alguno donde no se hayan experimentado desgracias y aun las muertes de sofocación llamadas asfixias, originadas de error o inadvertencia en este punto. "Por tanto así como convendría no encender fuego en las habitaciones no bien ventiladas, sería un oportuno recurso hacer hogueras y candeladas dentro y en las inmediaciones de un cimenterio en los tiempos de calma cuando se comienza a percibir la pestilencia de la atmósfera. El aire enrarecido por el fuego es inmediatamente reemplazado por las columnas inmediatas, éstas por otras más apartadas, y así sucesivamente, disipándose por este medio los vapores reunidos en el lugar infestado. "7° — Las paredes del cercado han de ser por lo menos tan altas como las habitaciones de la población que siendo todas bajas facilitan la construcción del cimenterio, así quedará defendida de la vecindad de los vapores inmediatos, mas reunidos en su centro, pero subiendo a las regiones altas se esparcirán en todas ellas y más prontamente los disiparán las frecuentes agitaciones de la atmósfera ocasionadas por el curso del caudaloso río de la Magdalena, especialmente en sus mayores crecientes. "8° — Se ha de pensar seriamente en proporcionar el desagüe del cimenterio del modo más conveniente a precaver los daños a la salud, y las quejas al vecindario. Por ningún pretexto se ha de consentir en dirigirlo hacia el río grande, de cuyas aguas se surte, no sólo la villa, sino también los habitantes de las orillas y los transeúntes de su dilatado curso, a cuya salud, prescindiendo de la importante circunstancia de la limpieza en las aguas potables, sería sumamente nocivas tales aguas apestadas. Por tanto sería lo más conveniente la construcción de un acueducto subterráneo dirigido hacia aquella parte que no tenga comunicación con el río, y puedan las aguas regarse y perderse en las tierras, aunque sean de cultivo: pues allí lejos de ser nocivas, contribuirán a la fertilidad del terreno en el supuesto cierto de que todos los despojos y productos animales alterados por la vegetación son los mejores abonos en la agricultura. "9° — NO sería menos importante el establecimiento de una pensión sobre el ramo de fábrica, o del modo que se juzgase más oportuno, y fuera aprobado por el Superior Gobierno, para mantener el gasto de la cal en las sepulturas. Así lo practicaban en España y Portugal cuando no se reportaba todo el bien que proporciona este recurso, haciendo los entierros en las Iglesias. "Método por cierto excelente, si se practicara en cimenterios fuera de la ciudad expuestos a todos los vientos porque las exhalaciones podridas que la cal levanta después de consumir las partes más líquidas y blandas, se disiparían entonces en el aire y no podrían causar daño alguno a los vivientes". Tal era el parecer del Dr. Sánchez en su preciosa obra de la salud de los Pueblos en tiempo que no se había descubierto la ciencia de los gases
como lo está en el día por los progresos de la Química. Sus conocimientos afianzan más esta excelente práctica, enseñándonos que los tales vapores, llamados en la nueva doctrina gas ácido carbónico, los neutraliza, esto es mudándoles su naturaleza los corrige la cal en mucha parte. "10 ° — El lugar más proporcionado del osario se ha de fijar en el centro del cimenterio: haciendo profundas excavaciones para depositar allí los huesos de las Iglesias, cuando se intente desinfectarla, y los que fueren resultando de las fosas antiguas del mismo cimenterio. Estos venerables despojos de la humanidad, además de la correspondiente decencia, no deben permanecer expuestos a la continua descomposición que haría en ellos la acción combinada del aire, sal y lluvias, porque esta inadvertencia causaría un perenne manantial de exhalaciones nocivas. "11° — Resta finalmente la última y no menos principal advertencia insinuada al principio por la perteneciente a la mejor construcción del cimenterio, de forma que allí mismo se proporcione la purificación de su atmósfera corrompida. Este arbitrio se reduce al auxilio sencillo y fácil de imitar lo que hace la naturaleza,, purificando continuamente la atmósfera universal que rodea nuestro globo, por medio de la incesante vegetación de las plantas. "En este supuesto tan cierto como demostrado en nuestros días por innumerables experiencias, sin más gasto ni trabajo que plantar por una sola vez desde el principio de la fundación un competente número de naranjos dentro del solar, y otro de tamarindos en su exterior recinto, quedará formada dentro de pocos años una arboleda permanente. Mientras llegan estos árboles a su estado natural, en que producen todo su beneficio se ha de recurrir al arbitrio de mantener otra arboleda interina y de prontísimo crecimiento, como son los plátanos y alba-hacas: aquellos servirán de sombra a los tiernos pies de naranjos, y éstas a poblar el terreno aumentando los agentes de la vegetación con la facilidad de poderlas arrancar del sitio para las primeras sepulturas. Por este medio se conseguirá una prontísima arboleda, mientras prosperan los árboles de perpetua duración; en cuya elección se ha procedido con arreglo al clima cálido de la villa de Mompós. El número de árboles del solar se ha de proporcionar a su extensión, teniendo la mira de formar no un bosque tupido, cuyo suelo fuera inaccesible a los rayos del sol y a la ventilación libre; sino una arboleda clara, plantándolos de doce a quince varas de distancia, y con la precaución de aclarar sus copas todos los años. "Para la mejor inteligencia de este nuevo auxilio conviene hacer una explicación perceptible a toda clase de personas, como igualmente interesados en su más cómoda subsistencia. "Así deben todos saber que en estos últimos tiempos se ha descubierto que el aire comunmente respirable consta de una cuarta parte pura y vital, llamada entre los inteligentes gas oxígeno; y de otras tres mortíferas, o gas azoote: de forma que gastado en gran parte o totalmente consumida la primera, resulta la mofeta o aire mefítico en que muere el viviente y cesa de arder el fuego. "A consecuencia de este importantísimo hallazgo se descubrieron también los medios de sacar, como si dijéramos formar de nuevo, el aire puro vital de
algunas substancias, cuando se ha de hacer su aplicación en pequeñas cantidades y casos de corto espacio y duración. Con todo eso, como tales auxilios serían inadaptables a un cimenterio extenso y de continua infección, se ha de recurrir a otro auxilio más universal y duradero sin interrupción. Este será justamente el caso en que debe imitar la industria los benéficos designios de la Providencia, admirable en todas sus obras, recurriendo al que nos suministra la vegetación. La arboleda bien ordenada en los cimenterios y poblaciones, al contrario de los bosques muy tupidos, heridos de los rayos del sol forman un manantial continuo de aire vital, sirviendo al mismo tiempo de esponjas que chupan perennemente por el revés de sus hojas las infecciones del aire corrompido. "Como la idea es enteramente nueva y desconocida la causa de este universal beneficio de la naturaleza para conciliarle más autoridad y excitar más la debida confianza de aquel vecindario, trasladaré las palabras del célebre Químico Chap-tal. "El día 1° de agosto del año 1.774 descubrió el ingeniosísimo inglés Priestley el gas oxígeno, y desde este día memorable se le han reconocido propiedades que nos lo hacen una de las producciones que más importa conocer. Posteriormente el mismo Priestley, Ingenhousz y Senebier han descubierto que los vegetales expuestos al sol o a la luz muy clara, exhalaban el aire vital; y que su emisión es proporcionada al vigor de la planta y a la viveza de la luz. Este rocío de aire vital es un presente de la naturaleza, que repara sin cesar por este medio la pérdida que continuamente hace de aire vital; la planta absorbe las exhalaciones dañosas de la atmósfera y transpira el aire vital. Por el contrario el hombre y todo viviente animal se nutre de aire puro y arroja muchas exhalaciones dañosas. Parece pues que el animal y el vegetal trabajan el uno para el otro, y por esta admirable reciprocidad de servicios se repara la atmósfera y se mantiene siempre el equilibrio entre los principales constitutivos". En los mismos términos se explican por un consentimiento unánime todos los Físicos, Químicos y Médicos de estos últimos tiempos, cuyo voto deben apreciar las personas que no se hallan versadas en estos conocimientos, sujetando los dictámenes, como debe hacerlo todo racional, al de los inteligentes ocupados en promover la felicidad y bene- ficencia de los Pueblos. Si así lo practica el vecindario de la villa de Mompos, logrará por este medio construir y dirigir las operaciones de su cimenterio, disminuyendo en la mayor parte las calamidades que ha sufrido por tan dilatado tiempo, en el supuesto de no poderlas evitar enteramente por las fatales circunstancias de su mala situación. Habiéndolo hecho así presente a la alta penetración de V. E. y su ardiente deseo de promover el bien de la humanidad en todas las Provincias sujetas a su feliz Gobierno, se servirá ordenar lo que fuere de su superior agrado. — Santa Fe. - 27 de Noviembre de 1.798". (164) _____________ En su porfía sobre el mejoramiento de la medicina y de la instrucción científica general en el Nuevo Reino, le envió Mutis al Virrey Mendinueta esta nota acerca de la Química: "Excelentísimo señor:
"En el informe que de orden de S. M. extendí, y corre agregado al expediente relativo al establecimiento de las cátedras de medicina, propuse la necesidad de fundar en lo sucesivo el laboratorio de Química con su respectiva cátedra, después de haberse verificado las más urgentes fundaciones del Anfitea- tro Anatómico y Jardín Botánico. "Consiguiente siempre en las ideas del mencionado plan y previendo las dificultades de hallar fondos que pudieran sumi- nistrar las dotaciones proporcionadas a los sobresalientes Pro- fesores si vinieran de España, manifesté la suficiencia de los que existen aquí, y para la presente cátedra contaba yo a mis solas con la anuencia del generoso Profesor que se presenta a V. E. para hacer este señalado servicio a su Patria. "Esta Cátedra, como las de Matemáticas, Física y Botánica, no limitan su enseñanza a los médicos, para quienes se consideran como ramos auxiliares de su principal facultad. Son ellas unas ciencias más generales, en que pueden igualmente instruirse los cursantes de otras profesiones y demás jóvenes aficionados, según la inclinación de su genio, a promover algún ramo de la felicidad pública. Por lo perteneciente a la Química, que de ahora se trata, siendo su objeto investigar la naturaleza y propiedades de todos los cuerpos, difunde sus luces por todas las ciencias y artes, que sin ellas no podrían hacer los progresos que admiramos en el día. "Tal es el alto concepto y fervor con que la cultivan hoy todas las naciones ilustradas, en quienes se hallan establecidos no solamente las cátedras públicas, sino también los cursos privados que hacen otros eminentes Profesores, especial mente en Francia, Suecia y Alemania, cuyo crédito atrae la más lucida juventud de los cuerpos militantes y políticos de toda Europa, pensionada por sus respectivos soberanos. "A su imitación nuestra España, después de haberse formado los hábiles Profesores que desde el feliz Reinado del Sr. D. Fernando VI por el influjo de su ilustrado Ministerio fueron enviados sucesivamente a instruirse en los reinos donde florece esta ciencia, tiene ya establecida en la Corte y algunas capitales de sus provincias esta enseñanza pública. Los fastos de nuestra historia literaria conservarán la memoria del precursor, a quien debe la España su ilustración en las ciencias exactas, eternizando el esclarecido nombre del Marqués de la Ensenada, cuyo pensamiento se dirigió también a que en el estudio de la Química hallasen una ocupación útil al Estado los pretendientes a los destinos de América mientras su resi- dencia en la Corte; porque instruidos en la Química podrían promover los conocimientos especulativos y operaciones prácticas de la Mineralogía. "Así vino a verificarse en D. Jorge Lozano, de cuya aplicación a las ciencias naturales y su notoria instrucción en la Química dimana el celo por el bien de su patria, que igualmente redunda en beneficio del Estado, ofreciendo hacer un servicio tan señalado en establecer la enseñanza pública de una ciencia generalmente desconocida en este Reino; y supliendo en lo posible la desgraciada pérdida del sabio químico D. Juan José D'Elhúyar, a quien pertenecía de justicia el honroso destino de esta útilísima enseñanza. La falta de laboratorio con los instrumentos y reactivos necesarios para los
procedimientos con que se demuestran las proposiciones de esta ciencia, no debe retardar el establecimiento premeditado, porque sus ideas teóricas irán aficionando a la juventud a ejecutar por sí mismos las operaciones más sencillas, además de poderse así conseguir un más que mediano conocimiento de la Mineralogía, mientras se logra la aplicación del fondo proyectado para el general establecimiento de cátedras y sus oficinas, como debemos esperarlo de los reales ofrecimientos con que S. M. quiere nivelar la ilustración de este Reino con la de la península en beneficio universal de la Nación. Tocará también a V. E. en este provisional establecimiento mucha parte de la gloria, que recordará a los venideros la feliz administración de su Gobierno, dignándose elevarlo a los pies del trono para sellarlo con la Real aprobación. — Santa Fe, 9 de noviembre de 1.801". (165) _____________ Ocurrencia muy digna de conocerse fue la del Sabio en relación con las calles de Santafé, que se ve en el oficio dirigido por él al Oidor Decano Juan Hernández de Alba y que dice así: "Obligados como lo están todos a promover las providencias de pública felicidad, suministrando las luces de sus respectivas facultades al Superior Gobierno, me he resuelto a hacer presente a Vuestra Señoría la perjudicial equivocación en que involuntariamente han caído los comisionados al cumplimiento de la limpieza de las calles, ordenada sabiamente en el artículo 3° del bando publicado. En efecto, persuadidos a que consiste la limpieza y aseo de todas las calles en arrancar de raíz la importante alfombra de grama y demás yerbas menudas, conque la sabiduría del Supremo Creador se digna entapizar perennemente todo el suelo de la Capital, por un beneficio propio de sus altísimos designios, que solamente puede admirar el hombre filósofo; y llevados de la práctica vulgar, tradi- cionalmente introducida y observada en las funciones de iglesias por lo pertenciente a sus respectivos recintos, pretenden obligar a todo el vecindario a la misma observancia. "Contemplo que tan extraordinario empeño no puede menos de producir fatales consecuencias en la policía de la capital y en la salud pública. Así es que considerada solamente como indiferente esta preciosa tapicería, queda siempre en el concepto de no deberse reputar como basura, ni porción inmunda capaz de ensuciar las calles, ni de infestar el aire. Reducida todavía a este sencillo concepto no sería fácil calcular los perjuicios políticos que van a seguirse; y entre otros ocupa el primer lugar el horror inevitable con que miraría el público una providencia tan gravosa como opuesta a las mismas sanas intenciones del Gobierno. Tal sería la de estar ocupada todo el año una porción de gentes a sus propias o ajenas expensas, luchando contra la naturaleza, que incesantemente reproduce de ocho en ocho días la mal reputada basura. En segundo lugar se frustraría por esta gravosa observancia la ocasión más oportuna de mantener el debido aseo y limpieza, acostumbrado el vecindario en esta temporada a la sencilla pensión de barrer el suelo de su respectivo recinto, limpiándolo de los excrementos, basuras y escombros, en que consiste la sanidad y decoro de la capital. "Volviendo la consideración a otros más altos respetos que no menos interesan la vigilancia del Gobierno, como son todos los auxilios, no sólo de
impedir sino también de promover directamente la sanidad de los pueblos contra las preocupaciones de la ignorancia, paso a manifestar las utilidades de esta reputada basura examinada por su aspecto físico. Es máxima constante y bien averiguada en nuestros días que la naturaleza escruta, como ocupada toda en nuestro beneficio, más de lo que podría hacer la industria del hombre a mucha costa. En efecto, esas preciosas tapicerías de innumerables plantas pequeñas son otros tantos agentes infatigables que trabajan noche y día a beneficio suyo y del hombre, obedeciendo a las leyes que les impuso el Creador. Y, ¿pero quién podrá penetrar estos misterios sino el filósofo que contempla las obras del Ser Supremo? "¿Y será razonable que todavía se resista la ignorancia destruyendo de propósito los agentes ocupados en beneficio del hombre, y también inutilizando las preciosas tareas y descubrimientos de los sabios? Estos han demostrado por experiencia y razones concluyentes aquella maravillosa circulación que subsiste perennemente entre los entes animales y vegetales, sustentando recíprocamente la vida y salubridad de ambos. Los vegetales beben de noche por los poros de su espalda los hálitos y putrefacciones animales que inficionan la atmósfera, para restituirle al día siguiente, por los de su cara, la vitalidad perdida en el anterior. De modo que con esta no interrumpida circulación se escruta la maravillosa obra de purificarse diariamente la atmósfera sin intervención alguna de la industria humana. "De aquí resulta que buscar los arbitrios de limpieza en la destrucción de las plantas que entapizan las calles, es lo mismo que aniquilar los principales agentes de nuestra beneficencia contra los designios de la Divina Providencia. "Y destruidos éstos, ¿qué más resulta? Nada menos que otro daño positivo. Abatidos los vapores mortales por el frío de la noche sobre el pavimento desnudo de las calles, y mezclados con los nocivos que exhala de sí la tierra, en lugar de la vitalidad que darían al aire las benéficas plantas de su suelo, recibe la tierra incendiada por el fuego del día la mortalidad de sus pestíferos hálitos, origen de las epidemias. Ni a las gentes más rústicas se les oculta que destruida en los largos veranos la tapicería vegetal de los campos, su polvo sutil y nocivo, agitado por el viento, tiene mucha parte en las epidemias y mortalidad de sus animales. "A ejemplo de lo que sucede en los campos, a pesar de su extensión y libre ventilación, ¿qué no podrá temerse en el corto recinto de una población, en cierto modo cerrada por la multitud de sus edificios, y en donde viven reunidos treinta mil habitantes, sin contar otros tantos animales de todas especies, como si dijéramos sesenta mil vivientes, fuentes inagotables de exhalaciones pútridas, que diariamente inficionan la atmósfera? Queda, pues, a mi entender, suficientemente demostrada la proposición, que lejos de contribuir a la limpieza de la capital el empeño de agotar la grama y plantas menudas de sus calles, es absolutamente contrario a las saludables miras del Superior Gobierno en lo físico y político. "Últimamente hago presente a Vuestra Señoría que como vecino particular, me acaba de tocar no poca parte de este grave empeño. Siendo, pues, constante que la casa destinada por el Rey a la Expedición Botánica es un
edificio extenso de su Real pertenencia, y no menos notorio que teniendo tres frentes, es la única de su servicio bien enlosada y limpia; pero la de su costado continuamente maltratada por las tiendas fronterizas, con el gravamen de reparar las paredes que ellas mismas destruyen; y finalmente la de su espalda, de que se sirve el vulgo para amontonar sus basuras e inmundicias; parece justo que lejos de sufrir la Real Hacienda los crecidos gastos de su continua limpieza, les intime a las tenderas el Comisionado respectivo Don Juan Gómez que cuiden de mantener el aseo de aquel costado, de que absolutamente se sirven a su arbitrio; y en el de su espalda, fronterizo a las tapias de Santa Clara, cuide de su limpieza el presidio urbano, como que está destinado al aseo de los lugares públicos. "Dios Nuestro Señor guarde la vida de Vuestra Señoría muchos años. "Santa Fe, 29 de junio de 1.802. JOSÉ CELESTINO MUTIS". (166) _____________
La aparición de la vacuna de Jenner hacia 1.798 fue un acontecimiento científico famoso y digno de los mayores cuidados. Luego que Mutis supo de ella, mostró un vivo interés por conseguirla desde las esferas del Gobierno. Por propia decisión y muy estimulado sin duda por el Sabio, el Virrey Mendinueta, informado a fines de 1.801 de que en Popayán se habían presentado algunos casos de viruela y conocedor de la mortandad y desolación que las tres grandes epidemias anteriores habían causado en la Colonia, empezó a dictar las medidas necesarias para evitar una cuarta. Entre éstas, una de las más importantes fue la de la vacuna, como se desprende de este párrafo de su "Relación de Mando": "Entre tanto nos vino de España esta materia, se usó de ella al momento y se le encontró desvirtuada. La hice traer de Filadelfia, y sucedió lo mismo, con que malograda toda diligencia, por ahora queda al cuidado de V. E. (el Virrey Amar y Borbón) el continuarlas hasta obtener la lisonjera satisfacción de propagar en este Reino, a beneficio de sus habitantes y general del Estado, un preservativo de que ya gozan otras más afortunadas regiones". (167) Ya en 1.802, el 6 de junio, Mutis le da aviso al Virrey Men-dinueta de que su sobrino Sinforoso había llegado a Santa Marta con la vacuna y la instrucción de su uso impresa y de que le había encomendado la conducción de ella hasta Santafé a don Bernardo Pardo. Mas no se tuvo noticia del resultado de este envío. (168) Dos días después, el 8 de junio de 1.802, con el ánimo de prestar un gran servicio público, Mutis le escribe al Oidor Decano Don Juan Hernández de Alba: "No debiendo desistir del pensamiento de adquirir noticias relativas al hallazgo de la vacuna, además de las esperanzas que me acaba de participar un sujeto dedicado con empeño a estas investigaciones,
anunciándome la probabilidad de sus favorables resultas dentro de pocos días, se me ha informado, por otra parte, que en el valle de Cáqueza se han observado semejantes viruelas en los pezones de las vacas primerizas. Esta noticia, proferida con sencillez por una mujer de aquel valle a Rafael Flórez, que también se ha dedicado a practicar algunos experimentos, no es absolutamente despreciable, como no lo fue la conversación del pastor Glócester con el doctor Jenner, a cuya sagacidad deberá la humanidad de todas las naciones el descubrimiento de tan precioso preservativo. "En esta inteligencia me parece conveniente que llamando Vuestra Señoría al mencionado Rafael Flórez, bien conocido en su tienda de la primera calle Real, le informe verbalmente sobre esta noticia, que, siendo tan cierta, como se me ha asegurado, ninguno mejor podría desempeñar esta comisión, pasando inmediatamente al referido valle. "Dios Nuestro Señor guarde la vida de Vuestra Señoría muchos años. "Santa Fe, 8 de junio de 1.802. JOSÉ CELESTINO MUTIS". .-• Posteriormente, con fecha 25 de octubre de 1.803, le avisa al Virrey Amar que ha dispuesto unas excursiones botánicas de Caldas y Sinforoso Mutis por las Provincias del Reino, y que, estando este sobrino suyo en Cartagena, creyó conveniente se llegara hasta La Habana para acopiar colecciones de plantas, vender miles de arrobas de corteza de Quina que habían quedado en la factoría de Honda y solicitar la vacuna antivariólica, que en esta ciudad posiblemente ya habían conseguido de Filadelfia, como lo habían logrado los ingleses de Jamaica, agregándole al viajero que para traerla se valiera también del doble arbitrio de inocularla brazo a brazo en tres jóvenes de su compañía. Por estas líneas le pedía al Virrey el pasaporte correspondiente para don Sinforoso. (170) Con fortuna para la Colonia en este mismo año de 1.803 Carlos IV, haciendo obra universal, organizó lo que vino a llamarse la "Expedición de la Vacuna", registrada por don José Manuel Groot en estos renglones: "A principios de este siglo fue cuando tuvo lugar la magnánima y verdaderamente humanitaria obra de la universal Expedición de la Vacuna, costeada por el Rey de España don Carlos IV, digno, por esta obra, de mejor suerte. Su filantropía, o mejor dicho, su caridad cristiana, no se limitó a sus dominios, ni a los países católicos solamente; él la hizo extensiva a todas las parte del mundo y a los individuos de todas las creencias. "El 30 de noviembre de 1.803 salió la expedición del puerto de la Coruña, a cargo del doctor don Francisco Javier Balmis, y el 7 de septiembre de 1.806 se presentó al Rey este profesor después de haber dado la vuelta al mundo y dejado en todas partes establecida y organizada la vacunación. "La expedición se compuso de varios profesores de medicina y de los niños que tomados en diversos puntos debían ir conservando el pus de brazo a brazo. El subdirector de la expedición lo fue el doctor don José Salvani, quien
trajo la vacuna a Santafé, desde Caracas, a donde había venido con Bal-mis, el cual siguió para La Habana y Yucatán. "La parte de la expedición a cargo de aquel profesor, destinada a la Nueva Granada y el Perú, sufrió naufragio en una de las bocas del Magdalena; pero hallando pronto socorro en los naturales y en el Gobernador de Cartagena, salváronse el doctor Salvani, los tres facultativos que le acompañaban y los niños con el fluido en buen estado, el cual comunicaron en aquel puerto y en toda la provincia. Desde allí lo transmitieron a Panamá, emprendieron la penosa navegación del Magdalena, y se internaron separadamente, para desempeñar su comisión, en las villas de Tenerife, Mompos, Ocaña, Socorro, Sangil y Medellín; en el valle del Cauca y en la ciudad de Pamplona, Girón, Tunja, Vélez y otros pueblos de crecido vecindario hasta reunirse en Santafé, dejando en todas partes instruidos a los facultativos con todos los reglamentos prescritos por el director. "El 8 de marzo de 1.805 salió la expedición de Santafé, y dividióse por las vías de Ibagué y Neiva. Salvani siguió por la primera y el ayudante don Manuel Grajales con don Basilio Solanos por la segunda. Salvani llegó a Cartago y siguió por la; ciudades de Buga, Cali, Quilichao y Popayán. Grajales se le había anticipado por la otra vía, y así pudo salir el 30 de Popayár para Barbacoas y todos los lugares de la costa del mar de Sur". (171) Refiere don Diego Mendoza en su libro sobre la Expedición Botánica que al paso de aquella expedición por Nare, en orillas del Magdalena, le salió al encuentro don Juan Carrasquilla, comerciante de Medellín, acompañado de tres chicuelos suyos, y que los hizo vacunar con el doble objeto de proporcionarles este beneficio y de aprender a ejecutar la vacunación. Otra nota importante de Mutis sobre la vacuna fue la siguiente que le envió al Virrey Amar el 27 de julio de 1.805: "Excelentísimo señor: "La ropa, camas y demás utensilios que sirvieron en los hospitales de viruelas, aunque lavados y mantenidos al sol y sereno por dilatado tiempo, se deben considerar todavía inficionados del veneno varioloso, como igualmente lo estarían los que se hubieran destinado para el uso de cualesquiera otras enfermedades contagiosas; no bastando aquella sencilla preparación a destruir la infección pestilencial. "Mucha y muy culpable hubiera sido la ignorancia de nuestros mayores, si pudiendo salvar a las familias del contagio por un medio tan fácil, se hubiesen empeñado en perpetuar la preocupación de una práctica inviolablemente observada hasta nuestros días. Conducida toda la antigüedad por el conocimiento de las perjudiciales resultas experimentadas en semejantes casos, estableció reglas observadas religiosamente y con grandes penas para verificar los denuncios y proceder a la práctica de condenar al fuego todas las ropas y utensilios del uso inmediato de tales enfermos, llevando más adelante la preocupación de picar y revocar el pavimento y paredes de sus habitaciones. Así no era extraño que se hayan hecho sacrificios tan caros y dolorosos a las familias en la pérdida de ropas y muebles muy preciosos.
"Sin embargo, a pesar de una práctica perpetuada en tantos siglos, la vemos enteramente abolida en nuestros días a beneficio de mayores conocimientos introducidos en todas las naciones cultas por el celo de profesores instruidos; por cuya aplicación se han inventado auxilios eficaces para purificar ropas, muebles y habitaciones apestadas. A los adelantamientos hechos en la química en su actual última época debe la humanidad el consuelo de usar varios y poderosos auxilios para redimir estas pérdidas, no siéndole menos apreciable el celo de don Valentín de Foronda por haber traducido y publicado un papel con las miras patrióticas de aliviar la suma de las miserias humanas, procurando un remedio eficacícimo al intento. Bien es verdad que anteriormente a estos descubrimientos inventó un padre capuchino un sahumerio por cuyo auxilio se disipó la peste de Genova; y que sirviendo igualmente para desinfectar las iglesias, cárceles, hospitales, habitaciones, ropas y utensilios emponzoñados por la infección de cualesquiera miasmas pestilenciales, publicó su receta el doctor Sánchez Ribeiro en su apreciabilísima obra intitulada Conservación de la salud de los pueblos, y traducida a nuestro idioma. "De lo expuesto se deduce que sin perjuicio se puede proceder con toda seguridad a la piadosa aplicación que se pretende, con la precisa condición de verificar primero la purificación de las ropas y utensilios, que en mi concepto deben considerar infectos; y por consiguiente capaces de hacer revivir la infección de viruelas por su casual e imprevista aplicación a alguna persona que no las haya pasado, ni haya sido vacunada. "Así pudiera suceder frustrando de algún modo las benéficas intenciones del Rey y sus celosos ministros encargados de verificar sus piadosísimos deseos, hasta extinguir para siempre este cruel azote de la humanidad. "Deseando, pues, contribuir por mi parte a facilitar la referida aplicación, y con la confianza de que en adelante se introduzca por el celo de sus prelados en este hospital de San Juan de Dios la práctica de purificar salas, ropas y muebles inficionados, en beneficio de los enfermos y aun de los mismos religiosos asistentes, a imitación de lo que se practica en los hospitales para ventilar salas y purificar las ropas; incluyo la receta, persuadido a que en las actuales circunstancias será lo menos costosa y más fácilmente practicable, como la refiere el citado doctor Sánchez; teniendo por imposible la aplicación de otras recetas, que exigen aparatos químicos de que carecemos aquí. Vuestra Excelencia, con su acostumbrado discernimiento dispondrá lo que le parezca más conveniente. "Santa Fe, 27 de julio de 1.805. — Excelentísimo señor. JOSÉ CELESTINO MUTIS". (172) Es ésta la receta de los "polvos para purificar el aire podrido, vestidos, camas y las piezas donde ha habido enfermos de males contagiosos:
"Azufre, dos libras; pez de pino, hojas de tabaco, pimiento seco, cominos, bayas de enebro, jengibre, incienso, raíces de aristoloquia redonda, de cada uno una libra, y sal de amoniaco, media libra. "Mézclense y háganse polvos".
"Receta menos costosa y más sencilla: "Azufre, dos libras; hojas de tabaco, tres libras; pimiento seco, tres libras; hojas de romero seco, cuatro libras. "Luego que el médico o cirujano hubiere decidido que el mal del enfermo, o difunto, pide que se purifique su cama, ropa y los muebles de su cuarto, se llevará todo a la pieza destinada para esta operación; tendiendo en sogas las cubiertas, mantas, la ropa blanca, los colchones después de lavados, la cama y las cortinas. Se cerrarán después las ventanas de modo que no pueda entrar ni salir aire ninguno. Se pondrá encima de una copa una caldera o brasero muy grueso de hierro, pero sin lumbre, asegurándolo todo con cuidado, de modo que no toque el piso. Se le echarán dos o tres libras del sahumerio, y sobre el brasero se mantendrá otro colgado, pero mayor, inclinado respecto del primero a la altura de tres o cuatro palmos. Al mismo tiempo habrá junto a la puerta de la pieza un hornillo, donde se estará encendiendo una bala de artillería, una reja o un trozo de barra de hierro; y así que esté hecho ascua se echará en la caldera donde están los polvos, se saldrán inmediatamente de la pieza los que hicieren esta operación, por recelo de que los ahogue el humo, cerrando muy bien la puerta. "Como los polvos se encienden, y arrojan llama, sirve el segundo brasero para atajarla de modo que no llegue al techo, manteniéndolo a la altura dicha. Al cabo de 24 horas se abrirá la pieza, y se repetirá dos veces más el sahumerio, y si fuese más sospechoso el contagio deberá repetirse siete días continuos. "Así será excusado proceder a la quema de ropas y muebles, siendo cierto que ningún insecto, ningún vapor venenoso o pestilente, ni la misma peste puede resistir a la eficacia de este sahumerio; todo el punto está en que se introduzca bien en lo que se intenta purificar; y en lográndose esto, no hay duda en que disipa hasta la más mínima partícula de la infección o del vapor venenoso". (186) ----------------Mucho influyó también Mutis en las precauciones que tomó el Virrey Ezpeleta cuando la fiebre amarilla amenazó llegar hasta sus dominios, y en las que todas las autoridades tomaban para evitar la propagación de la lepra, que era alarmante, especialmente en las ciudades del Socorro, San Gil, Girón y Vélez, lo que exigió la fundación de un hospital en Cartagena, cer ca del Castillo de San Felipe de Barajas, en donde los enfermos podían pedir limosna, trasladado más tarde al sitio llamado "Caño de Loro". El Sabio estudió las
probabilidades que en ese entonces se tenían y aceptaban de curar tal enfermedad, "y en asocio del Virrey pidió a la Corte que se indagase cuál era el aceite de palma del cual se decía preservaba de la enfermedad a los habitantes de África, que lo usaban en unciones, creyendo obtener igual resultado en el Virreinato, situado en igual longitud que aquellos países". (173) ----------------------Pero no era esto solamente: hasta servicios de médico legista le prestaba Mutis al Virreinato. Están ellos a la vista en esta exposición sobre Don Antonio Marino, muy probablemente obra del Sabio, si se considera la redacción y benevolencia del dictamen (no debe olvidarse que según J. Ricardo Vejarano López, López Ruiz era espía del Precursor) (174) y si no se olvida el descuido de López Ruiz por las cosas profesionales, pues ni siquiera se había querido inscribir como médico ante las autoridades, y si no se olvida asimismo el muy mortificante suceso de haberse apropiado éste el descubrimiento hecho por aquél de la Quina de la Nueva Granada: "Exmo. señor: En cumplimiento del Superior Decreto de V. E. hemos procedido a celebrar la Junta en que nos proponía examinar los tres puntos a que pueden reducirse los conocimientos Médicos necesarios para que siga su curso la solicitud del enfermo Dn. Antonio Nariño. — Discurrimos en primer lugar acerca de su enfermedad clasificándola por los síntomas que la acompañan; y en el supuesto de hallarse tan manifiesto el daño de sus pulmones en resulta de la copia de sangre arrojada anteriormente en varias ocasiones recelamos una tisis pulmonar caracterizada con todos sus síntomas adelantada en su segundo período, y tal vez complicada con principios de empiema hidropesía de pecho o del pericardio, cuando no la acom- pañen también algunos tubérculos esparcidos por los pulmones o finalmente alguna vómica. Lo cierto es que a tales con ieturas dan fundamento los varios síntomas que hemos reconocido, y anuncian gravemente arruinados los órganos de la cavidad vital. — De tales indicios hemos deducido en segundo lugar la gravedad de la enfermedad, y por consiguiente el gran peligro de vida en que se halla constituido el paciente, en atención a que cualquiera de los daños mencionados, cada uno por sí solo, y sin la complicación que recelamos suelen ser de tanta gravedad que no sólo admiten una curación paliativa sin la esperanza de perfecto restablecimiento, si en los principios del mal no se atajan sus fatales resultas. — Apesar de las oportunas diligencias practicadas por Nariño desde los primeros insultos, en que arrojaba sangre, sujetándose al uso de los remedios apropiados y al régimen de la dieta vegetal que ha seguido a temporadas, no sólo se ha resistido la enfermedad primitiva sino que ha continuado haciendo mayores progresos y complicaciones. — No es de extrañar tanta rebeldía en consideración a las funestas circunstancias que han concurrido en el paciente, porque a su pecho mal conformado y predispuesto des- de su infancia a tales enfermedades, se le ha reunido la desgracia de su dilatada prisión que lo ha privado en más de cinco años de los más poderosos auxilios del ejercicio moderado, la equitación y salubridad de los aires rurales, obligado al contrario a los funestos efectos de la vida sedentaria, impureza de los aires del Cuartel y a las tristes imaginaciones de su dilatado encierro. De cuyas reflexiones hemos deducido finalmente la decisión del tercer punto,
asegurando la necesidad absoluta de sacarlo de la prisión, conduciéndolo al campo, donde pueda ser socorrido con los últimos auxilios que prescribe la Medicina, y evitar al mismo tiempo el influjo de las causas que lo han perjudicado en su prisión. — Muy lejos de haber procedido nosotros en este común y posterior dictamen consiguiente a las certificaciones anteriores con aquella benigna condescendencia a que inclinan los males del prójimo, atendida por otra parte la responsabilidad en que nos constituyen las graves circunstancias del caso presente, no sólo reiteramos ser éste nuestro dictamen el más arreglado a nuestros conocimientos, sino que también añadimos para su mayor prueba quedar compadecidos por la desconfianza de que el paciente pueda lograr su completo restablecimiento a pesar de los mejores auxilios. ¡Tal el estado de su arruinada salud! — Así lo certificamos en Santa Fe a tres de mayo de mil ochocientos tres. — José Celestino Mutis. Sebastián José López. - Miguel de Isla". (175) ----------------Los documentos anteriores, así como el informe rendido al Arzobispo Virrey sobre la inoculación antivariolica y el "Plan de estudios médicos", de inestimable interés todos para apreciar al Mutis galénico, lo son aún más para hacer la aseveración de que él fue el verdadero iniciador de nuestra medicina preventiva y de nuestra real medicina científica. De los profesionales que le precedieron en la Nueva Granada ninguno colaboró tanto en la salud pública ni escribió sobre ella, al menos tan cuidadosa y extensamente. Con ello no solamente se adelantó el Sabio a su tiempo, sino que nos dejó observaciones de importancia suma. Por de contado debía saber Mutis que la genialidad griega y el espíritu de organización romano establecieron en la antigüedad una higiene de merecida memoria, y nada de raro es que hubiera estado informado de la novedosa "Policía sanitaria" que creó, hacia 1.779, Johann Peter Frank, en bien de la salubridad y que esto le hubiera movido a escribir e insinuar medidas sobre la prevención de enfermedades en el Nuevo Reino. De otro lado, contra el desprecio de la higiene pública y personal de la Edad Media, que se prolongó al Renacimiento y a los siglos XVI y XVII y contra la aparición de fuertes epidemias de viruela, sarampión, tifo exantemático, malaria y otras pestes, en el siglo XVIII surgió una vigorosa y entusiasta preocupación por precaver la salud, al frente de la cual se agitaban las ideas de Rousseau sobre el regreso a las puras y sencillas fuentes de la Naturaleza. De seguro que el Sabio participó del fervor de este movimiento, que debió serle conocido. Por supuesto, su actividad no puede compararse con la intensa, elevada y muy docta de Franc, quien llegó hasta escribir para sustentarla cuatro volúmenes magistrales, porque éste actuaba en un continente rico de medios y cultura, mientras que aquél luchaba con el atraso de una Colonia remota, despoblada y carente de recursos. Realzan también esos documentos la capacidad científica de Mutis en el campo de la patología, la nosología y la higiene, dentro de los limitados avances de su tiempo y lo presentan como gran bienechor del Nuevo Reino.
Fecundizó, fundó en parte y orientó nuestra medicina, y su pensamiento llegó a ser patrimonio nuestro con su particular dirección y sello. Todo un pasado de avance y fuerzas nuevas se encuentran en esas líneas.
---------------------------CAPITULO IX Plan de Estudios Médicos Últimos días de la Expedición Botánica y de Mutis. El bondadoso aunque frío clima de Santafé mejoró bastante la salud de Mutis, pero era agobiador el trabajo exigente de la Expedición Botánica, lo que no le impedía dolerse de no poder atarearse cuanto quería por causa de sus achaques. (176) Y en medio de todo continuaba viéndose forzado a atender frecuentes solicitudes, muy ajenas a sus obligadas preocupaciones, de parte de las autoridades civiles y especialmente del Virrey, en asuntos las más de las veces con real requerimiento de la enseñanza y de la salud públicas. Se recordará que el Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario era el único establecimiento que tenía el privilegio de leer medicina en la Colonia, según la Cédula Real de Felipe IV, fechada en 1.651. Sobre esta cátedra escribió el doctor Fernando Caycedo y Rojas, Rector del Colegio: "Las contradicciones con que en todos los tiempos ha sido combatido este Colegio, particularmente en los principios de su fundación, serían, sin duda, causa de que no se pusiera desde luego en uso un privilegio real en que se interesaba nada menos que la salud pública; ni se sabe se hubiese tratado de esto hasta el año de 1.715, en que el muy Ilustre Cabildo de esta capital, solicitó se le confiriese el grado de Doctor a Don José de la Cruz, a fin de que pudiese regentar la Cátedra de Medicina en este mi Colegio. Posteriormente, en el año de 33, se trate de poner de Catedrático al doctor Francisco Fontes, para lo que el Rector propuso al referido Cabildo solicitasen arbitrios a fin de asignar a este Profesor una competente dotación. Así se ve en la respuesta original que dicho ilustre Cuerpo dio al Rector, la que se guarda en el archivo, pero absolutamente se ignora el resultado de esta solicitud, como también si efectivamente llegó alguno de estos sujetos a leer Medicina. "En el año de 53 consultó el Rector doctor don Nicolás de Vargas al Excmo. Sr. Marqués de Villar Dr. D. Alfonso Pizarro, captando su beneplácito para poner edictos a la Cátedra de Medicina; con efecto, obtenido el superior consentimiento de su Ex., puestos los edictos y verificadas las oposiciones y demás requisitos que previenen los Estatutos de este Colegio, fue electo por el Claustro y confirmado por el Excelentísimo señor Vicepatrono, el Dr. D.
Vicente Canzino, quien leyó Medicina trece años continuos hasta el de 66, en que por su muerte quedó vacante esta Cátedra, con cuyo motivo, puestos nuevos edictos y verificados los actos de oposición, fue electo en propiedad y confirmado por el Excmo. Sr. Bailio de Lora D. Pedro Messía de la Cerda, el Dr. D. Juan Bautista Vargas, el que igualmente continuó leyendo hasta el año de 74 en que por causa del nuevo método provisional de Estudios se mandaron suspender por el Gobierno las lecciones de esta Facultad hasta nueva orden". (177) Cuando se decidía el nombramiento del Padre Isla como Profesor de la renaciente Cátedra, el mismo Dr. Caycedo y Rojas, Rector del Colegio, decía: "Es demasiado notoria, Señor, la habilidad, suficiencia y demás circunstancias que concurren en el Maestro D. Miguel de Isla en punto a Medicina para poner la menor duda en que leerá un curso completo de esta Facultad, y que formará discípulos que llegando algún día a ser el honor de su Maestro serán asimismo el alivio y consuelo de los enfermos. Tampoco hay duda en el fino gusto y acertado discernimiento de este sujeto con que sabrá elegir los mejores autores, escogiendo en ellos las materias más útiles que ha de dictar sin aligarse a sistema determinado, consultando sólo a la experiencia y a la razón; y concurriendo a su clase a las horas más acomodadas a la distribución económica del Colegio". El Padre Isla, nombrado Profesor en 1.801, comenzó sus lecciones en octubre del año siguiente, con catorce alumnos matriculados y otros solamente aficionados, de libre asistencia. Entre los primeros estaban Luis García, Joaquín Cajiao, José J. García, Rafael Flórez, Antonio Nacari, Buenaventura Torres y Vicente Gil Tejada, los que con un certificado de asistencia e idoneidad suscrito por el Profesor y por el Rector del Colegio, y formalizado por el Fiscal, podían optar grado académico. Fue un real triunfo el establecimiento de esta cátedra, porque los estudios médicos habían sido olvidados y desatendidos en la Colonia y porque la profesión de medicina se consideraba en ese entonces como de categoría rebajada e impropia de personas decentes. En la Península misma, no muchos años antes, "la enseñanza y el estado de la ciencia médica era lamentable". El P. Feijoó se duele con amargura: "Mientras en el extranjero progresa la física, la botánica, la geografía, la historia natural, nosotros nos quebramos la cabeza y hundimos con gritos las aulas sobre si el Ente es unívoco o análogo, sobre si trascienden las diferencias, sobre si la relación se distingue de fundamento". (178) Además no había quien, de idoneidad, pudiera enseñar esta ciencia, y los curanderos, no obstante sus métodos primitivos y ridículos, merecían fama y apoyo de las gentes, así fueran las altas y mejores, y aun de las autoridades mismas. La presencia sobresaliente de Mutis y del Padre Isla,, su sabiduría, el prestigio que les rodeaba y su acción directa fueron las causas de este cambio de parecer. En todos estos esfuerzos por el establecimiento de una verdadera y seria enseñanza de la medicina en Santafé tomaba Mutis parte muy principal y el 30 de junio de 1.803 el Rector del Colegio le pidió al Virrey que confirmara el nombramiento hecho en el Sabio, de Regente de la nueva Facultad abierta, quien ya se había recibido como Colegial del Claustro.
El Padre Isla terminó con dificultades numerosas, pero venciéndolas, su primer año académico —en el que empezó por vez primera la disección de cadáveres— y en octubre de 1.803 comenzó el segundo con los estudiantes que tenía del anterior y además con José María Córdoba, Miguel Domínguez y Esteban Quintana. El tercero lo inició al año siguiente con lecciones de Anatomía práctica en el Hospital y teóricas en el Colegio y también con las correspondientes de Instituciones Médicas, Patología General y Particular y Doctrina Hipocrática. Ya en este curso, algunos estudiantes de San Bartolomé y el Rosario pidieron admisión de asistentes, por lo cual el Padre Isla le solicitó al Virrey la creación de nuevas cátedras, utilizando a Gil y Tejada, no obstante el auxilio que le prestaba éste en su calidad de Pasante, pues llevando en estudios sucesivos a diez jóvenes, no le era posible atender a los que apenas principiaban. Asimismo le solicitó ordenara un informe acerca de su cátedra, rendido por el Regente de la Facultad y Claustro, el Sabio Mutis, Del informe de Mutis son estos párrafos: "Sin embargo, reflexionando sobre las actuales circunstancias, no se puede ocultar que, a pesar de la constancia del Catedrático auxiliado por el Pasante y el aprovechamiento de los discípulos actuales, si se retardan providencias consiguientes a los informes pedidos, quedaría reducida la presente institución, a. un beneficio pasajero y de pequeña utilidad para todo el Reino. En efecto, una sola cátedra, que ha de llevar sobre sí la enseñanza de la ciencia principal y sus ramas auxiliares, según el espíritu de una sólida instrucción a imitación de lo establecido en las Universidades, según los últimos planes de reforma; semejante cátedra sería un fenómeno único visto en una profesión de tan extensos y varios conocimientos, que aumentan su dificultad y la distinguen de las otras ciencias. "Supóngase prolongada la vida del anciano catedrático hasta completar tres cursos con el mismo empeño que hasta aquí ha manifestado ¿qué ventaja sacará el público de unos pocos discípulos recién formados en ocho años, y de otros más, si no desmayan, en el dilatado espacio de veinticuatro años? ¿Y este pequeño número podía llenar el inmenso vacío de médicos inteligentes que reclama la capital del Reino y sus provincias por su inmensa población doliente? Desde luego, van a desaparecer los deseos de una lucida y copiosa juventud inclinada a seguir esta carrera, faltando el indispensable establecimiento de franquearle un curso a cada año, abriendo la matrícula pa- ra los que hayan cumplido su filosofía en los colegios de la capital y demás escuelas habilitadas en ella, y sus provincias. Así se han retraído de esta carrera muchos jóvenes en este año, tercero para los primitivos, con quienes no podrían aquellos alternar, ni distraerse el Catedrático con la enseñanza de dos años vencidos. "En vista de lo que expongo. . . . vuelvo a repetir, que a pesar de los honrados procedimientos del Catedrático y del aprovechamiento de sus actuales discípulos por la única esperanza de alternar en lo sucesivo con sabios, con profesores, abolidos para siempre la miserable turba de curanderos, habilitados por la necesidad, autorizados por el vulgo y disimulados por el Gobierno, a pesar de tan lisonjeras esperanzas vendrá a parar el actual establecimiento de una sola cátedra en un establecimiento de
mera ilusión, y de una aparente perspectiva, capaz de frustrar los benéficos designios del Rey, y las esperanzas de sus necesitados vasallos en sus dominios". Esto lo expresaba Mutis en enero de 1.805. Decía, además, que desde que habían sido abiertos los estudios el 18 de octubre de 1.802, en los días de trabajo se hacían lecciones y en los feriados, academias; que los estudiantes habían obtenido reales provechos; que el bachiller D. Luis García había defendido conclusiones públicas de anatomía en julio de 1.803; y que en julio de 1.804 las habían defendido en fisiología D. José María Fernández Córdoba y D. José Joaquín García. Por otra parte, hacía resaltar que el Padre Isla no gozaba de renta alguna, que él había costeado lo necesario para proveer la cátedra de esqueletos y libros y que había abandonado el ejercicio de su profesión para dedicarle todo el tiempo a la enseñanza. Este informe estaba autorizado por las firmas del propio Mutis y por las del Rector Rosillo y de los catedráticos Santiago Pérez V, José María Cuero y Caicedo, José M. del Castillo, Tomás Tenorio, Francisco G. Manrique, Joaquín Rentería y Camilo Torres. (179) Para el buen funcionamiento y eficacia de la enseñanza médica reanudada, que desde 1.802 se hacía con un programa formado por Mutis e Isla, el Rector del Rosario pidió al Virrey que se dispusiera un plan de estudios en el que se incluyeran hasta los autores de los textos y aun la distribución del tiempo, fuera de otras cosas más accidentales, y manifestaba: "El señor D. José Celestino Mutis es a mi parecer (salvo el mejor dictamen de V. E.) el sujeto más a propósito para desempeñar este importante encargo, porque a más de los sublimes conocimientos que notoriamente tiene en la materia médica, los tiene muy suficientes en la distribución económica del Colegio, como que ha sido catedrático de Matemáticas en él: no obstante V. E. resolverá lo que sea de su superior agrado". (180) Para este Plan de Estudios, en el que participó también el Rector del Colegio, se tenía en cuenta lo que escribió Mutis acerca de la enseñanza médica: "Queriendo manifestar el sabio autor del Plan de Sevilla la deplorable y pésima enseñanza de los estudios médicos de aquella Universidad a imitación de todas las del Reino, y proponer la necesidad de su urgentísima reforma, hizo su introducción con este sencillo razonamiento: "Si el Médico debe empezar por donde acabó el Físico, es consiguiente que al estudio de la Filosofía suceda el de la Medicina. Esta ha padecido el mismo mal que las demás Ciencias, aunque con mayor perjuicio de la humanidad. Y para mostrar la necesidad que hay de desterrar el método hasta aquí seguido, sin afrentar a nuestros mayores con la historia de sus desvarios, bastará la sencilla narración del curso de medicina que se estudia en esta Universidad. "¡Cuatro Catedráticos con los nombres de Prima, Víspera, Método y Anatomía y Cirugía concurrían en distintas horas a explicar cada uno a los Discípulos la materia que le parecía, por el Bravo o el Enríquez según su voluntad o Escuela, uno de estos autores acomodado al sistema tomista y otro al surista. Pocas
horas y cuestiones llenaban el año: pues entre vacaciones y días feriados apenas llegaban a setenta los de clase; y con tres años de esta aplicación a una cuestión que dictaba el Catedrático de Prima en los ocho días después de Concepción, a que llamaban Cunsate, y se cuenta por año, se daban por cumplidos los cuatro precisos del Estatuto. Con éstos y dos de práctica al lado de cualquiera Médico por algún rato al día, de quien tomaba la correspondiente calificación de este ejercicio, tenía el estudiante todos los documentos necesarios para su reválida; y sólo con el tema del examen que debía sufrir para obtenerla, se aplicaba a estudiar alguno de los prontuarios que hay escritos a este fin; mediante lo cual salía con ella a ejercer su facultad sin entenderla, con irreparable detrimento de las gentes. Tal cual dotado de extraordinario ingenio solía, a pesar de este método, formarse sobre los libros, pero a éste le era no solamente inútil lo que había estudiado de Medicina, sino también le estorbaba un poco para seguir el verdadero camino. Es necesaria muy poca reflexión para reconocer la extravagancia de este método!". "¡Qué pintura tan horrible como verdadera del infeliz estado a que había declinado la enseñanza de una ciencia cuyos Profesores están destinados al alivio y consuelo de la humanidad! ¡Y qué juicio hubiera formado él mismo contraponiendo aquel espantoso cuadro al más horroroso bosquejo de lo sucedido en una sola Cátedra en todo este vasto Reino! Dejando ya en olvido la suerte infeliz que le ha tocado en el dilatado curso de más de dos siglos, se lisonjea la capital con las próxi mas y bien fundadas esperanzas de la creación de las Cátedras de Medicina y demás ciencias subalternas, a imitación de los ventajosos establecimientos hechos en España por la benéfica Real Protección no sólo erigiendo los tres Colegios de Cirugía y últimamente el de Medicina, sino también mejorando la enseñanza de las Universidades. Siguiendo las mismas huellas se ha procurado arreglar el Plan de estos estudios a las felices proporciones del país, adaptándolo después en lo posible al resta blecimiento de su actual única Cátedra de Medicina 'La suficiente instrucción en el idioma latino y algunos conocimientos del griego, la Filosofía racional que incluye la Lógica y Etica se han considerado siempre como necesarios para cualquier Facultad mayor. La inteligencia de las lenguas vivas inglesa, italiana y principalmente la francesa, que sirve de coronamiento a cualquier literato, sería incomparablemente más útil al Médico por hallarse publicados en ellas los progresos más recientes de la Medicina y de las otras ciencias naturales sus auxiliares". Y más adelante, en otro párrafo, pedía en consecuencia "el estudio previo de la filosofía natural que comprende las ciencias matemáticas y físicas. Al médico que careciera de esta necesaria instrucción le sería imposible penetrar los profundos arcanos que ocultan las funciones de la economía animal ni comprender en lo posible los admirables designios a que se dirigen la organización y mecanismo de la mejor máquina del Universo, cual es el hombre, para cuya inteligencia y aplicación se ha reclamado también el auxilio de estas ciencias". (181) Por otra parte, el Plan de Estudios debía ceñirse a este esquema del mismo Mutis:
"Los estudios de Medicina teórica se reducen a cinco cursos escolares en la forma siguiente: "El primer año destinado a la Anatomía teórica en el Colegio y a la práctica en el Hospital. "El segundo, a las Instituciones Médicas. "El tercero a la Patología General y Particular. "El cuarto y quinto a la Doctrina Hipocrática. "Concluidos los cinco años quedan habilitados los estudiantes para recibir grados de su facultad. Los estudios prácticos del Hospital se reducen a tres años; y concluidos quedan formados los médicos para recibir su revalidación y licencia de curar. "Los cirujanos romancistas harán sus estudios teóricos y prácticos en el Hospital. Se reducen a tres años. "El primero destinado a la Anatomía. "El segundo a las instituciones quirúrgicas. "El tercero al estudio práctico de las operaciones. "Concluidos los tres años podrán ser admitidos al examen y obtener la licencia de curar. El orden de tratados y Autores escogidos para la enseñanza quedan señalados en el Plan de Estudios que se está formando para su aprobación. Por ahora será Boerhaave". Así la cosa, Mutis e Isla con .algunas reformas de lo existente como programa desde 1,802, (182) elaboraron en 1.804 el siguiente Plan: Todo estudiante que pretendiere hacer la carrera de Medicina, siempre que no fuere negro, (183) deberá estar aprobado en el curso de física moderna y haber demostrado poseer conocimientos elementales de Mecánica, Estática e Hidráulica y del modo de inquirir sus leyes. En el primer año se estudiará de preferencia la Anatomía por el compendio de Laurencio Heister. Para las disecciones anatómicas y prácticas, en comprobación y desarrollo de los conocimientos teóricos adquiridos, serán días de trabajo los jueves de cada semana en el Hospital. En el tiempo de Pasantía se harán los cursos de Química, Botánica y Farmacia. El segundo año estará dedicado a la Fisiología, siguiendo el texto de Boerhaave titulado "Instituciones Médicas", y utilizando para su mayor provecho las "Prelecciones" del mismo autor, comentadas por Alberto Haller. El conocimiento general de las enfermedades, los múltiples síntomas, los diagnósticos, los pronósticos, con su etiología y semiótica, será el motivo del año tercero, pero mayormente la visita a los enfermos, en asocio del Catedrático, para la práctica de las enseñanzas recibidas. En los estudios teóricos se utilizarán la "Patología o Tratado de Morbis", la Sanítate Tuenda y el Methodus Medendi del mismo Boerhaave. El año siguiente se dedicará principalmente al conocimiento de las obras de Hipócrates y de la meteorología de Santafé, como de la del lugar en donde se habrá de ejercer la profesión. De Hipócrates se estudiarán de memoria, para
abarcar toda la Medicina, sus "Aforismos", con/el auxilio del comento de Andrés Pasta y de las explicaciones para servicio del maestro de Juan Gorter, así como también se utilizará su obra Aere Locis et Aquis. Lo relacionado con la meteorología será materia y desarrollo del Profesor. En caso de permitirlo el horario, a juicio y escogencia del Catedrático, se podrán estudiar los breves tratados hipocráticos Praenotionum, Praedictionum, Coacae praenotiones, De morbis virginum, De morbis mulierum, De morbis popularibus, De victus ratione in acutis morbis y De vulneribus capitis. En el quinto año se estudiará el Viribus medicamentorum de Boerhaave y su "Materia médica", con las explanaciones aprovechables que puedan encontrarse en Murray y Cullen. Para gran conveniencia del joven médico se estudiarán también los principios elementales de la "Química" de Lavoisier o Chaptal, con las adiciones de Fourcroy tocantes a la Medicina. Igualmente, como agregación de la Pasantía, que es de repasos y prácticas ordenados por el Profesor, se exigirá del estudiante el conocimiento de los elementos de Botánica contenidos en el curso escrito por D. Casimiro Ortega y D. Antonio Palau, Catedráticos del Real Jardín Botánico de Madrid. Con lo hecho hasta aquí recibirá el estudiante grado de Bachiller en Medicina, pero luego necesitará tres años de práctica en los servicios del Hospital, concurriendo todos los días a visitar enfermos, en unión de un médico aprobado y bajo su dirección. Todas estas actividades se consignarán en minuciosas historias clínicas, que darán, además, una noción clara de la patología del país y se complementarán con el estudio de los "Aforismos" prácticos de Boerhaave De cognocendis et curandis morbis, comentados por Van Swieten, para una mejor ilustración y desempeño de las tareas. Con el mismo fin el alumno deberá leer cotidianamente a Sydenham, Hoffman, Cullen, Morton Gorter en su ejercicio, así como Quarin, Haen y especialmente a Ramazzini en su tratado de las enfermedades de los artífices, sin dejar de lado el de Tissot sobre las enfermedades particulares a las gentes de la Corte, de los literatos y otras. — Tampoco deberá desconocer el estudiante el "Diccionario grande de Medicina", llamado de James, y las "Memorias de la Facultad de Medicina de París", obras apreciadas y costosas, de utilidad indiscutible, como tampoco deberá ignorar las observaciones y doctrinas de las publicaciones modernas, para obtener, con acertada crítica, completa y recta formación médica. Cirugía. — La Cirugía no deberá desvincularse de la Medicina y el alumno que ya hubiere logrado la culminación del quinto año deberá llevar a su memoria los "Aforismos Quirúrgicos" de Boerhaave que van desde el número 107 de su práctica hasta el 557, informándose bien de los comentarios hechos sobre ellos por Van Swieten, con las adiciones que se encuentran en la traducción castellana existente. Se impondrá igualmente de lo expuesto por Heister acerca de las intervenciones de cirugía, así como sobre el tratado expurgado de Gorter sobre éstas. Como antes o después de su visita el médico del Hospital hará las curaciones de los operados o de los otros enfermos pertenecientes a la clínica quirúrgica, el estudiante no sólo acompañará a tal médico, sino que procurará participar en aquellas que le indique el cirujano,
sobre todo en las que exigen serenidad y destreza en el manejo de los instrumentos. Terminados estos tres años de práctica bajo la dirección del médico titulado del Hospital o de otro legítimamente aprobado, y después de obtenidas las certificaciones correspondientes a dicha práctica, así como las pertenecientes a los estudios de Química, Botánica, Farmacia y arte de recetar, el estudiante podrá solicitar la reválida o declaración de médico aprobado, para obtener el grado de doctor y poder ejercer su facultad. En este Plan quedan también incluidos los Cirujanos romancistas (1). Para la admisión de sus aspirantes en la Escuela se exigen porte decente y buenas costumbres. Sus estudios requieren dos años de teoría y tres de práctica en el Hospital. El primer año comprende la Anatomía por el texto de Martínez y el estudio de las "Conferencias del Pasante" y de sus explicaciones, con asistencia a las disecciones anatómicas del Hospital. En el segundo año aprenderán de memoria lo que el Pasante señale de la "Cirugía" de Gorter en castellano, texto que deberán conocer ampliamente. Para ganar estos años presentarán exámenes sobre la Anatomía y sobre lo principal de la Cirugía, después de lo cual empezarán los tres años de práctica, al lado del Médico y Cirujano del Hospital. Concluidos éstos, previo el examen ante el Protomedicato, recibirán el título de Cirujanos romancistas, con el que podrán entregarse al ejercicio de su profesión. Para Mutis era muy útil la presencia de estos servidores, porque —decía él— "se ha introducido la costumbre de entregar los enfermos a hombres y mujeres con el oficio de sobanderos y pega-parches de cuya rudeza y groseras maniobras experimenta la humanidad desgracias muy fatales. Semejentemente sucede que los mancebos de barberías y boticas, sin instrucción alguna comienzan a ejercer la cirugía y con el tiempo llegan a parar en médicos. De esta última clase se podrá sacar algún provecho, mejorando su infeliz suerte, porque substituyéndoles por medio de una proporcionada enseñanza a los empíricos se podrá ir formando la profesión de cirujanos romancistas legítimamente aprobados con sus títulos correspondientes. Cuánta debe ser la diferencia entre éstos y los latinos, se advertirá por la diversa instrucción en ambas clases; pero aun a pesar de esta diferencia serán incalculables por ahora los bienes que resultarán de semejante establecimiento, especialmente a la numerosa plebe indígena, hasta que la experiencia lo manifieste luego que se vayan esparciendo por la capital y todo el Reino". (184) (1) De Romance, es decir, que no necesitaban estudios de lat{in, ni de teología, ni demás humanidades Este Plan fue firmado por el Padre Isla el 25 de mayo de 1.804, pasado luego al Virrey por el Rector del Rosario D. Andrés Rosillo y enviado después a Mutis, de orden del Fiscal Director de Estudios, para que él le hiciera las observaciones y reformas convenientes. Con ese motivo escribió éste: "Excmo. Sr.: "El Plan provisional para los estudios de medicina que me ordena V. E. reconocer, lo hallo arreglado no solamente a la distribución general de los cursos teóricos y prácticos que di por escrito al Catedrático, sino también a los
puntos conferenciados en nuestras juntas particulares sobre la elección de Autores de Medicina y demás ramos auxiliares que deberían suministrárseles oportunamente a los cursantes según las limitadas facultades del establecimiento de una sola cátedra en las circunstancias presentes. Semejante Plan sólo puede regir o por la esperanza de un completo restablecimiento de cátedras, o mientras persevere por algún tiempo la constancia del actual Catedrático sin el aliciente de la dotación competente, y sin el auxilio de los demás maestros, que le hagan soportable el peso que se ha echado sobre sí para llenar de algún modo el hueco de todos ellos. Estos son absolutamente necesarios para la perfecta enseñanza de una ciencia tan espinosa y complicada con otros ramos subalternos, a imitación de lo establecido en las Universidades y Colegios de Cirugía de España, como igualmente lo desea el Rey para el alivio de sus vasallos en estos domi nios; y lo tengo informado extensamente en el expediente que va circulando por los respectivos tribunales a consecuencia de la Real Cédula de 16 de octubre de 1.798. A continuación del referido informe ofrecí explanar, y tengo casi concluido el Plan general que deberá gobernar en el establecimiento de todas sus cátedras, sin las cuales es absolutamente imposible formar profesores instruidos; de modo que en caso de no adoptarse aquel pensamiento, y en el desgraciado de subsistir siempre regentada en lo sucesivo una sola cátedra por alguno de los discípulos actuales aspirantes al honor de titularse Catedrático, tengo por cierto que se vuelven ilusorias las benéficas intenciones del Soberano, perpetuándose la falta de Médicos y Cirujanos instruidos en todo el Reino, cuya indigencia exitó los clamores que llegaron al trono y motivaron la citada Real Cédula. Así lo ha manifestado la experiencia de siglo y medio con la única cátedra de su primitiva institución regentada a larguísimos intervalos, y sin haber producido no sólo un suficiente número de Médicos para las necesidades de la Capital, pero ni de sujetos capaces de obtener sin interrupción el honor de Catedrático. Es muy notorio el desempeño con que lleva su ense ñanza el actual Catedrático, pero también será factible que cuando fallecido, vuelva a suceder la serie desgraciada de las anteriores interrupciones; y mucho más cierto que faltará la concurrencia de jóvenes desanimados a seguir esta carrera por falta de maestros, sin los cuales no se puede dar principio a los cursos anuales. Así lo tengo expuesto en otro informe; y así lo repito en éste para que V. E. se sirva meditarlo y exponer lo más conveniente a S. M. en el informe pedido y reclamado para proceder a las providencias de un establecimiento tan urgente y necesario para la felicidad pública de todo este afligido Reino. — Santafé, 6 de mayo de 1.805". Como se dijo atrás, la cátedra del Padre Isla continuó funcionando, no obstante las dificultades, hasta el año de su muerte, en junio de 1.807. Acontecimiento de alguna importancia en la historia de la Medicina en Colombia fue que el 16 de julio de 1.805 se graduó el señor Joaquín Cajiao con la tesis que se publicó por primera vez en la Colonia, cuyo facsímil reprodujo el Dr. Juan N. Corpas en su "Resumen histórico de la enseñanza de la Medicina", y cuyo título es el siguiente: De informatione et de Febribus in Genere. Theses Pathologicae, quas Deo juvante et Preside D. D. Michaele Isla, Medicinae Cathedrae Moderatore Regio Tueri Connabitur Joachin Cagiao, Artium Liberalius ac Juris Civilis Baccalareus.
Sucedió al Padre Isla en la cátedra su mejor discípulo, el caleño Vicente Gil de Tejada, primero estudiante en el Colegio de Buga y después en Santafé, donde el Rosario le completó el perfecto dominio del castellano y el buen conocimiento del francés y del latín y lo instruyó en Teología y Jurisprudencia, como más tarde también en Medicina, ciencia a la cual se dedicó definitivamente con decisión preferente, tal vez influido el ánimo por el Padre Isla, su primer maestro de ella en el Convento-Hospital de San Juan de Dios, que casi lo cuenta entre sus clérigos de la Orden Hospitalaria. Se distinguió Gil Tejada como alumno y en 1.803 fue nombrado Pasante de la Facultad, o sea Profesor en reemplazo del titular, con el encargo de atender a la enseñanza de los primeros años. Así, vinieron a ser sus primeros discípulos José Fernández Madrid, Pedro de la Vega y Diego Hurtado Obtuvo su grado en 1.806 y al año siguiente, con la muerte de Isla, quedó de Catedrático principal hasta el año de 1.810, tiempo en el que formó un grupo prominente de médicos, tales como José Félix Merizalde, Miguel Ibáñez, José C. Zapata, Benito Osorio y Francisco Quijano. Al modo de Mutis y Joaquín Camacho, escribió también sobre el Coto, pero particularmente sobre su curación. (185) Con él quedó cerrada la época colonial de la instrucción médica en Colombia. Con la grandeza de la más importante institución científica del Continente, empezaba la Expedición Botánica el año de 1.806 Por esa época la encubierta pujanza revolucionaria hacía sus asomos y, con motivo de éstos, evitando complicaciones y por obra de Mutis, se encontraban, en Cuba Sinforoso su sobrino, y en la Península Francisco Antonio Antonio Zea. Entre tanto la salud del Sabio descaecía. Una gran tristeza le embargaba, porque su obra no estaba del todo concluida y porque sentía próxima la muerte. La labor de la Expedición Botánica era todavía cosa de muchos, de muchísimos años, porque faltaba estudiar casi todo el territorio del Nuevo Reino, pero eso no era su dolor: lo eran las muchas láminas preciosas sin las anotaciones correspondientes, la falta de un cuerpo escrito y acabado del rico material científico, y, principalmente, el quedarse inédita su "Flora de Bogotá". Desde el año anterior había pedido con urgencia a Caldas que dejara a Quito y que viniese a su lado. Necesitaba —dice éste en su carta suplicante a Pascual Enrile— "trasladar a mi espíritu todos sus descubrimientos y todas sus ideas. Tres años y medio gastó este sabio en imponerme de su Flora y en comunicarme su ciencia botánica". No hay duda de que éste es uno de los acontecimientos más notables, discretos y hermosos en las alternativas del espíritu en Colombia. Fue como la institución de un nuevo sacerdocio, que recuerda lo sucedido entre Abraham y Melquisedec. En su tiempo fue designado Mutis por Humboldt el "Patriarca de la Botánica", y con ese carácter, porque realmente lo era, llamó a Caldas, como a uno de los más acreedores a su cariño y confianza, como a uno ciertamente no de linaje distinto, para transferirle sus conocimientos y frutos científicos recogidos y, a la manera de diezmo espiritual, los puso en sus manos, después que éste, cual un nuevo Melquisedec, le ofreció el pan y el vino de sus trabajos en el Ecuador. Con el entendimiento y compenetración de este "Patriarca dueño de las promesas" y del payanes eximio, nació propiamente entre nosotros el sacerdocio de la ciencia. Tu quoque sacerdos scienciae se le hubiera podido decir a Caldas, y en ese su "orden" de alteza, y dignidad, no obstante el paréntesis oscuro del
Régimen del Terror, siguieron apareciendo los nuevos sacerdotes hasta nuestros sabios de hoy, tales un Armando Dugand o un Padre Pérez Arbeláez. No mucho antes de su muerte dirigió Mutis una carta al Virrey Amar y Borbón, de sentido un tanto testamentario, en la que le manifiesta, aparte de otros deseos de menor monta, que, faltando él, la Expedición Botánica debería quedar dirigida, no por una persona, sino por Sinforoso Mutis, en la parte botánica; por Francisco José de Caldas, en la astronómica y geográfica; por Salvador Ruiz, en la económica y en la tocante a los pintores; y por José María Carbonell, en lo concerniente a correspondencia y guarda de documentos. Para el testamento de sus haberes —que eran escasos— encomendó a Rizo lo hiciera después de su fallecimiento. Y sin más apercibimientos, fuera de los religiosos para su alma, con la tranquilidad de un hombre bueno y la sencillez de un sabio, se extinguió su vida en la mañana del 11 de septiembre de 1.808. Quienes primero experimentaron el vacío inmenso que se abría en la Nueva Granada fueron sus dos sobrinos y Caldas y Rizo, y, conmovidos, recogieron su aliento último a las tres de la madrugada. Mientras los discípulos y distinguidas personas rodeaban el cadáver en tribulación profunda y respe- tuosa, y mientras palabras de pena y a media voz se abrían como flores funerarias sobre el féretro, la ciudad se preparaba para celebrar en esa misma fecha, con festividad pomposa, la ascensión al trono de Fernando VIl. Hasta para el día de su muerte le fue un poco esquiva al Sabio la fortuna. Después de una modesta ceremonia de entierro en la iglesia del Monasterio de Santa Inés, su cuerpo fue entregado a humilde sepultura. Cuánto significó para nuestro territorio la pérdida de Mutis lo dijo Caldas en su bello y sentido artículo necrológico publicado en el "Semanario", precedido de este epígrafe de Tácito: Finís vitae ejus nobis luctuosus, patriae tristis, extranéis etiam ignotisque non sine cura fuit. Con esa muerte detúvose nuestra cultura y apagóse el brillo espiritual de la patria por tiempo largo. Su nombre siguió pronunciándose día a día y con reverencia, casi por dos años; después vino el huracán de la guerra de la Independencia y lo arrojó a la oquedad científica que por dos lustros sobrevino. Dice Don Pedro María Ibáñez que en esos días José Brajimo, comerciante de Panamá, ofreció un premio para la mejor biografía del Sabio y que no hubo una sola persona que aspirara a él. (187) Transcurridos seis meses después de sepultado Mutis, ante la desorganización y desconcierto de la Expedición, el Virrey Amar y Borbón dispuso que el Instituto continuara sus trabajos con los mismos empleados y dependientes que había tenido, pero según la distribución sugerida por el Sabio en la carta última que le escribió. Por dos meses y por resolución de la Junta Suprema, estuvo cerrada la Expedición en 1.810, precisamente cuando Sin-foroso Mutis asiduamente determinaba las preciosas láminas, valiéndose hasta de la comparación con plantas que le traía un "herbolario". También en 1.811 estuvo a punto de cerrarse por una oposición fuerte y porque se rebajaron los sueldos y jornales de los servidores en modo exagerado. El año de 1.812 trajo asimismo días peligrosos para su funcionamiento, debido a gestiones del Colegio Electoral.
Pero si todas estas vicisitudes no extinguieron las luces de la Institución, sí disminuyeron la intensidad del trabajo, aunque hubo relativa paz entre los años de 1.813 a 1.815, menos en enero de este último año, cuando las tropas de Bolívar atacaron e invadieron a Santafé, pues los soldados irrumpieron en sus salas. Si Sinforoso Mutis no pide el auxilio del jefe que los comandaba, los daños hubieran sido numerosos y considerables. Refiere el Padre Lorenzo Uribe que en 1.816, pensando en que podría serle crítica la situación de Sinforoso ante las autoridades españolas, el médico Francisco de Araujo, natural de Ouerétaro, pidió al Gobierno de Madrid que le nombrara Director de la Expedición. La falta de credenciales que éste tenía evitó tal nombramiento. (188) La ocupación de la capital en 1.816 por Pablo Morillo sí fue el golpe final para la vida del glorioso Instituto. Los trabajos se suspendieron y los pintores, según lo afirmado por el Secretario del Virrey Montalvo, pasaron a hacer planos y trabajos para el Estado Mayor del Ejército Expedicionario. Y el mismo Padre Lorenzo, que tanto nos ha servido en estas notas, escribe: "Morillo, acatando órdenes de la Metrópoli, remitió a Madrid lo que en la Casa de la Botánica se guardaba. Comisionó a Pascual Enrile para preparar el envío. Este obligó a Sinforoso Mutis, entonces en la cárcel, a empacar en 104 cajones láminas, manuscritos, esqueletos de herbario, go mas, minerales, etc.: el tesoro acumulado en treinta años! Y para ese delicado trabajo, que requería un plazo mínimo de seis meses a un año, sólo le dieron seis días y ellos no completos, ya que —como consta por el testimonio de los pintores botánicos— sacaban de la prisión a Sinforoso a las nueve de la mañana y lo llevaban a la Casa de la Expedición, en donde sólo le permitían permanecer hasta las dos de la tarde. Matiz, que ayudó a Sinforoso, afirma "que muchos esqueletos se botaron, por andar más a prisa, por haberlo así mandado el Oficial Sevilla, que era el recomendado para esta coordinación". (189) Sin embargo, en 1.817 aún trabajaban pintando láminas Francisco Villarroel, Manuel Martínez, Antonio Barronuevo, Mariano Hinojosa, Joaquín Pérez y Lino Azero, todos ecuatorianos. La supresión total de sus sueldos, por decreto del Virrey Mon-talvo, enterró definitivamente la mayor institución cultural y científica de Colombia. La Expedición Botánica, en las cosas del espíritu, fue el mayor mártir de la libertad. --------------CAPITULO X Pintores y "Herbolarios" No se pueden callar los nombres de los pintores y "herbolarios" que, con tanta abnegación y tan constante trabajo, hicieron posible la Flora de la Expedición Botánica y le dieron el lustre artístico que ha celebrado hasta la
misma Europa. Para decir algo, para el más leve apuntamiento sobre cada uno de ellos, cualquiera se ve obligado a seguir casi literalmente lo que se encuentra en la magnífica conferencia que sobre el tema leyó el Padre Lorenzo Uribe S. I., Director del Instituto de Ciencias Naturales en el Instituto Colombiano de Cultura Hispánica, cuando llegó a Bogotá el tomo 1° de la obra de Mutis. (190). Y tiene que ser así porque, estando en Madrid el sabio Padre Lorenzo, tomó personalmente los datos de los cuarenta y tres grandes tomos de la Iconografía de la Expedición, así como de los demás documentos relacionados con ella. Son sus datos los más verídicos que hay sobre aquellos servidores de la Expedición. En materia de pintura se distinguió nuestro siglo XVII por la obra superior y ya consagrada de Vásquez y Ceballos, así como por la de Figueroa, que fue de mérito indiscutible, pero este centelleo pictórico se apagó, junto con el siglo mismo, de suerte que al nacer el XVIII sólo aparecieron muy mediocres artistas, entre ellos el Maestro Banderas, que al parecer recibió lecciones de los contemporáneos de Vásquez y Ceballos y el que, a su vez, le dio algunas enseñanzas al Maestro Joaquín Gutiérrez. El Maestro Gutiérrez no fue un pintor en Ia significación de este título, pero sí tuvo la fortuna de iniciar en el arte a Pablo Antonio García, quien le superó mucho y quien fue el primer pintor que ingresó a la Expedición Botánica, en 1.783. García, de distinguida familia, en su entusiasmo por el arte, aceptó de Mutis el ofrecimiento que le hizo años antes de surgir la Expedición, de habilitarlo en la pintura botánica, para lo cual lo tuvo en Muzo, aprendiendo a reproducir insectos, mariposas y reptiles. (191) Afirma el Padre Lorenzo que suyas debieron ser las láminas que el Sabio, antes de la instalación de su Instituto científico, envió de regalo a Suecia, y sobre las cuales el célebre Bergius decía que, para sorpresa propia, superaban a las hechas en Europa. Mutis consideraba a García artista consumado, en lo cual había exceso de cariño, pero sí ejecutaba muy bien sus trabajos, especialmente de delineación, pues "el modelo impecable y la riqueza de colorido fue aporte posterior de los expertos quiteños". García estuvo al lado de Mutis seis años y se retiró de la Expedición a fines de ,1.784. Continuó dedicado a la pintura, prefiriendo un poco el retrato y mayormente la obra religiosa. De aquella práctica es la estampa de Mutis que conserva el Colegio del Rosario, y el cuadro de la ''Anunciación", que se ve en la catedral de Bogotá. Fue pintor de cámara del Arzobispo Virrey. En la Pascua de 1.784 se hizo miembro de la Expedición Salvador Rizo. Su nombre es de singular importancia, primero, porque llegó a ser uno de los mártires de la patria, y, segundo, porque su grado en aquella Institución sólo era aventajado en orden y valía por el del propio Mutis. (182) Parece que era mom-posino, aunque su apellido es ocañero. Durante su primera juventud estuvo dedicado al comercio en Santafé, adonde se había trasladado, y temprano mostró afición a la pintura. Desde que entró en la Expedición empezó a granjearse la estimación de Mutis, porque revelaba juicio, capacidad, entusiasmo, y buen gusto y porque se portaba "como cristiano y hombre de honor", lo que lo llevó a la dirección y enseñanza permanente de los pintores del Instituto, a ser el "mayordomo" de éste, y, más tarde, a reemplazar al Sabio en el gobierno de su oficina y casa, (183) La destacada posición de Rizo y el muy alto concepto que de él se tenía vense muy a las claras en las cartas que figuran en el Archivo Epistolar de Mutis, documentos
estos que le honran. Fue casi exclusivamente pintor botánico, pero realizó algunos retratos, como el que se guarda de Mutis en el Observatorio. Fue el Director de la Escuela de Dibujo de la Expedición, que tuvo hasta treinta y dos alumnos y que le proporcionó a ésta algunos de sus artistas. Participante de las ideas emancipadoras que circulaban con discreta vehemencia entre los jóvenes que le rodeaban, se incorporó en la falange de la Independencia, luchó por ella, acompañó a Bolívar como oficial en la campaña libertadora de Venezuela y después de muchas peripecias fue ejecutado el 12 de octubre de 1.816. Uno de los documentos que más enaltecen a Rizo es el poder para testar que dos meses antes de su muerte le dio Mutis, "tan amplio, firme y eficaz como es necesario, para que en su nombre y representando su propia persona formalice y ordene dentro o fuera del término legal su testamento y última voluntad". (194) Desde el mes de diciembre de 1.783 entró en la Expedición Francisco Javier Matiz a iniciarse ya formalmente en la pintura botánica, ensayándose primero en la copia de láminas y en la reproducción de árboles comunes, como lo hacía de niño en Guaduas, su ciudad de origen. (195) Muy pronto adquirió gran destreza en la reproducción de las flores y con el correr del tiempo se hizo competente botánico, para lo cual utilizó los libros que le prestaba el Sabio. (196) De él dijo Humboldt: Matiz, le premier peintre de fleurs du monde et un excellent bota-niste. . . . eléve de Mutis. Y no fueron estas palabras a topa tolondro, porque él fue el comisionado para mostrarles y explicarles al Barón y a Bompland la vegetación de la Sabana, lo que hizo empleando los nombres vulgares y científicos de las plantas. Sus liviandades y descarríos juveniles fueron un tormento para Mutis, como éste mismo lo expresa en las varias cartas dirigidas a Salvador Rizo, que contiene su Archivo Epistolar. En una de ellas dice: "El quiere vivir como caballo desbocado, y todavía piensa que el haberlo disimulado tanto es por ignorar su vida. Debía haber considerado mi sufrimiento para que no se perdiera; y la caridad que he tenido en sufrir sus gravísimos defectos". Mutis pretendió varias veces cerrarle las puertas de la Expedición, pero su habilidad, su cariño para ésta y su bondadosa manera de ser permitieron que prestara sus servicios hasta 1.816, realizando la mayor obra de la iconografía de la Flora. Con mucho menos entusiasmo y capacidad que Rizo, sirvió a la causa de la Independencia; alguna vez — escribe el Padre Lorenzo Uribe— estuvo, junto con don Juan María Céspedes, en una misión oficial por el Valle de San Agustín; y en su larga vejez veíasele en su casa de Las Nieves, donde daba lecciones de su arte y ciencia, como las que recibió don José Jerónimo Triana, evocadas por éste en una de sus obras escritas de botánica. En su vida se recuerda el haberse dejado picar de una taya-equis, cuando la Expedición estaba en Mariquita, para ensayar el efecto del guaco contra el veneno de las serpientes En concepto del Padre Lorenzo fue Pablo Caballero el primer pintor nuestro en el siglo XVIII. Se inició en Cartagena, su patria chica, como pintor de coches, (197) oficio que le fue despertando sus dotes artísticas, dirigidas desde el principio al retrato y a las obras religiosas, preferencias ambas que le dieron, especialmente la primera, no sólo fama sino monedas. En una de las visitas del señor Caballero y Góngora a la Costa habló con él y logró convencerlo de que se trasladara a Mariquita, donde Mutis lo necesitaba para que trabajara en la Expedición Botánica, pues el sistema del miniado era de progreso lento. Una vez llegado allí se decepcionó del poco mérito que, a su
.parecer, tenía la labor pictórica y, más aún, de la remuneración, que consideraba escasa. Estas circunstancias, a más de la edad para ocuparse nueve horas diarias y de su salud delicada, determinaron su pronto retiro, pues solamente se demoró un mes, de febrero a marzo de 1.875. Se conservan cuadros de él en La Capuchina antigua, hoy San José, y especialmente en la sacristía de la Catedral, el llamado de "La Concepción". Andando los meses, ya en 1.787, acompañados del Marqués de Selva-Alegre, que hacía un viaje a Cartagena, y pedidos por Mutis, llegaron a trabajar en la Expedición cinco pintores ecuatorianos, pues ya era famosa la Escuela de Quito. De ellos, Antonio y Nicolás Cortés, hijos del Maestro José y discípulos del conocido y también Maestro Bernardo Rodríguez. Ambos eran muy expertos y de excelentes condiciones y no de "la indocilidad de los oficiales españoles que siempre prueban mal en América". (198) El segundo permaneció en su oficio durante veintitrés años; y el primero, once, transcurridos los cuales se retiró a vivir de su arte en Santafé, entregado principalmente a la pintura de retratos. A Humboldt le hizo uno y de él éste se mostró bastante satisfecho. Los otros tres, discípulos también del Maestro Rodríguez, fueron Antonio de Silva, Vicente Sánchez y Antonio Barrionuevo. Silva sólo duró tres años y medio en el Instituto; Sánchez, unos trece; y Barrionuevo, treinta. Sánchez tenía el orgullo de agregar a su firma de las láminas las palabras americanus pinxis y fue muy diestro en la pintura de orquídeas y melastomáceas, como lo fue Barrionuevo en todos los vegetales de la Flora y en las láminas de animales que ilustraron la "Fauna Cundinamarquesa" de Don Jorge Tadeo Lozano. También se incorporó este año al Instituto Antonio de Silva, quien prefirió producir las láminas de las urticáceas y quien se separó tres años después. En el año siguiente, 1.788, el Gobierno de España envió pa ra el servicio de la Expedición a los pintores José Calzado y Se bastían Méndez. Calzado, esmaltador y miniaturista, nacido en España, una vez que se halló en Mariquita, se presentó a trabajar solamente un día, debido a sus desórdenes, que le ocasionaron la muerte cinco meses después. "Este infeliz mozo fue víctima de su desarreglada conducta que descubrió desde su llegada", le dice Mutis al Virrey en carta para comunicarle el fallecimiento. (199) Méndez era peruano, pero desde muy joven se radicó en España, donde tomó el camino de la pintura, en cuyo aprendizaje le molía los colores al Maestro Manga. Fue discípulo de Mariano Maella y alcanzó a pertenecer a la Academia de San Fernando. Estando ya en Mariquita, cuando el Virrey le pidió al Sabio el envío de alguien capaz de hacerle un cuadro del Tequendama, éste le escribió: "En vista de la superior orden de Vuestra Excelencia, he dado la correspondiente a don Sebastián Méndez, quien, como académico de San Fernando, lleva la recomendación que vino de España; y con ella la de poder, tal vez, llenar los deseos de Vuestra Excelencia mejor que los demás de la Expedición, no acostumbrados a ese género de delineación y pintura". (200) Como el arte de Méndez no satisfizo en más de un año de trabajo, tuvo que retirarse y no quiso aceptarle a Mutis el ofrecimiento que le hizo de repatriarlo a España. Luego se casó y murió después en la mayor pobreza. Mutis no volvió a pensar en pintores españoles por su indisciplina y porque "no quisiera traer a mi compañía oficiales de grandes e inaguantables resabios". (201)
Dos años más tarde ingresaron a la Expedición Francisco Escobar Villarroel y Francisco Javier Cortés, hijo éste del Maestro José, quien también mandó del Ecuador este mismo año de 1.790 a Mariano de Hinojosa, Manuel Martínez y Manuel Roales. Cortés actuó quizás nueve años; Escobar Villarroel, veintisiete; y el muy hábil Martínez, el mismo tiempo. Igual de larga fue la permanencia de Hinojosa, que se distinguió como miniaturista y que, una vez fuera de la Expedición, tuvo una escuela de dibujo, a la cual perteneció como alumno don José Manuel Groot. No obstante sus extravíos y asperezas, Roales, experto en el dibujo, estuvo al lado de Mutis nueve años y medio, al cabo de los cuales se separó de él, para seguir viviendo en Santafé casi en la miseria. En 1.791 entraron al grupo de pintores los neogranadinos Félix Tello, Manuel José Xironza y José Joaquín Pérez. Los dos primeros eran oriundos de Popayán, y después de cinco años de servicio se retiraron. Pérez, santafereño, sí duró diez y siete años y se distinguió por ser el mejor pintor a tinta y por el uso que hacía para las sombras del dibujo lavado o sepia. Con otros dos neogranadinos contó la pintura de la Expedición, entre 1.795 y 1.808, Camilo Quezada y Pedro de Almanza, uno y otro de escuela, en cuyo honor se denominaron las plantas Camilea y Quezadea. El primero, de notable pericia para tratar las orquidiáceas, era caucano, y el segundo, muy diestro también, era santafereño. Finalmente debe anotarse que de la escuela de pintura di rígida por Rizo y anexa a la Expedición, salieron para colaborar en ésta Lino José de Azero, Juan Francisco Mancera, Antonio Lozano, Agustín Gaitán y Francisco Martínez, como también M. Domínguez y un Zambrano, que no aparecen en la lista con los anteriores. Apunta don Pedro María Ibáñez en su Memoria sobre la Medicina en Colombia que en los bancos de esta escuela se sentaron José Luciano D'Elhúyar, Anselmo García Tejada, Antonio Grávete y Soto, José M. Escallón, Jorge Miguel Lozano, Pedro José y José Remigio Sánchez y Manuel María Alvarez. (202) En cuanto a los "herbolarios, que eran campesinos empleados por Mutis en acompañarle a sus excursiones para recoger plantas, o bien en hacer solos este oficio, dice Gredilla que fueron cinco: Roque Gutiérrez —llamado por el Sabio Caporal Roque—, Pedro Amaya, Juan Esteban Yoscua y Fetecua. (203 204) -------------CAPITULO XI Apuntes sobre la Obra de la Expedición Botánica Acerca de la totalidad y el ordenamiento de la inmensa obra de la Expedición Botánica y especialmente sobre si fue completa su parte escrita, es ya bastante lo que se ha hecho a fin de poner en claro lo que hay de
verdad en ello. De todo, para un buen conocimiento, son muy importantes las siguientes transcripciones: Dice Caldas en su "Memorial" al Secretario del Virreinato y Juez comisionado para los asuntos de la Expedición, con fecha 30 de septiembre de 1.808, es decir, diez y nueve días después de la muerte de Mutis, y hondamente dolido por no haberle nombrado éste su sucesor, no obstante habérselo ofrecido y merecerlo con justicia tanta: "Ahora he penetrado las lagunas y los vacíos que encierra la "Flora de Bogotá", ahora he visto que no existen dos o tres palmas (las tomadas sobre los Andes de Guanacas), que la crip-togamia casi está en blanco enteramente; que las láminas, sin números, sin determinaciones, no tienen siquiera un duplicado; que faltan más de la mitad de las negras para el grabado; que faltan muchas anatomías; que los manuscritos se hallan en la mayor confusión; que no son otra cosa que borrones; que 48 cuadernillos hacen el fondo de la "Flora de Bogotá"; que las demás obrillas que ha emprendido durante su vida no son sino apuntamientos; que el tratado de la quina no está concluido sino en la parte médica; que las descripciones de estas plantas importantes se hallan en borradores miserables; que las ponderadas y largas observaciones barométricas se han hecho con un instrumento defectuoso, y en fin, que Mutis, ese hombre tan justamente elogiado en la Europa, no ha poseído, sin embargo, un barómetro perfecto hasta que yo entré en su casa. Yo pongo por garantes de esta verdad los mismos manuscritos originales y la comparación de la altura verdadera del barómetro en Santafé con lo que Mutis expresa en estos diarios. "Yo dejo a la consideración de los inteligentes si estos materiales corresponden a las esperanzas y si necesitan de una mano bien inteligente para ponerlos en orden y formar un edificio regular de los escombros que ha dejado Mutis. Yo veo que un hombre solo no puede con este peso, y que el resultado no será seguramente feliz. Yo quiero salvar de esta ruina que amenaza a la "Flora de Bogotá" siquiera mis trabajos botánicos de la parte meridional del Virreinato. Yo tengo un derecho indisputable sobre ellos. . . . " (205) Gredilla en su Biografía escribe: "En suma: los materiales que preparaba para "La Flora" todavía permanecen desconocidos aunque depositados desde 1.817 en el Jardín Botánico de Madrid. Además de los 6.849 dibujos ordenados, catalogados y dispuestos en cuarenta y cuatro carpetas grandes, que componen unos cuatro mil folios, es decir, diarios, descripciones, apuntes y observaciones que no forman cuerpo, como dice muy bien Colmeiro; un considerable herbario, con otras colecciones accesorias, como dibujos al óleo, en los que había hecho pintar varios mamíferos, aves y peces del Nuevo Reino de Granada, pues recordaremos que en sus estudios no sólo abrazó la Botánica, sino también la Mineralogía y Zoología con el objeto de completar Mutis el estudio de la Historia Natural de la América Septentrional; sólo así se comprende encontremos en sus escritos curiosas observaciones efectuadas por él sobre la vida, usos, costumbres y naturaleza de diversas especies, tanto de hormigas como de otros animales". (206) A su turno, el Arzobispo González Suárez anota: "Vino la revolución (de 1.810), y entonces se confió el cuidado de la casa y de todo lo perteneciente a
la Expedición a Don Antonio Ri-caurte y por último a Don Juan Jurado y a Don Tomás Tenorio. "Cuando la toma de Bogotá por Bolívar sufrió graves deterioros la casa de la Expedición, pues las tropas entraron dentro y los soldados sustrajeron algunos objetos y destruyeron otros. Nariño, para su campaña del Sur, echó mano de algunos mapas, los cuales se perdieron cuando la derrota de aquel jefe". Por su parte, De Hoyos Sainz observa: "El señor Hernández de Gregorio editor del libro de Mutis "El Arcano de la Quina", dice en el prólogo del mismo: "Por su muerte estuvo a pique de perderse un gran herbario, que consta, según los papeles públicos, de 24.000 plantas, con crecido número de valiosas láminas y una prodigiosa colección de dibujos ejecutados e iluminados a su vista por diez y ocho pintores y grabadores que habían venido a su lado; una abundante y curiosa colección de gomas, leños y otros productos vegetales; otra rica colección de animales y minerales, como también muchos manuscritos preciosos para la Economía, para la Historia y para las Ciencias, siendo lo principal, como objeto de su Expedición, que tantos sacrificios pecuniarios había costado al Gobierno español, la famosa "Quinología de Santafé de Bogotá", en el Nuevo Reino de Granada. Todo esto estuvo para venderse a un extranjero por una cuantiosa suma, pero el General en Jefe, Don Pablo Morillo, noticioso de que estaba para efectuarse la venta de unas preciosidades que tanto habían costado al Gobierno y que defraudaba a España del honor de poseer tan gran tesoro, tuvo la fortuna de poder sacarlo de manos de los disidentes, y lo envió a Madrid con el General Don Pascual Enrile, que también había ayudado a rescatarlo, y lo entregó a Su Majestad". Suerte grande fue en verdad el rescate de los trabajos de Mutis, al que contribuyó grandemente su sobrino Don Sinforoso, evitando siguiese el mismo destino que los de las otras Expediciones, cuyos herbarios, dibujos, láminas y manuscritos se vendieron al extranjero y hoy figuran como joyas en museos oficiales o en colecciones particulares, perdiendo lastimosamente España las cuantiosas sumas que invirtió para que la obra de sus mejores naturalistas fuese a enriquecer la ciencia y la economía de otras naciones, como ocurrió con los herbarios de Ruiz y Pavón, los dibujos y láminas de Sessé y Moziño y los manuscritos de Pineda. "La remesa enviada a España en 1.817 abarcó cuanto se conservaba entonces de la Expedición, pero muchos manuscritos y documentos quedaron en Bogotá, en cuyo archivo nacional se conservan y otros se perdieron, y entre ellos los de la "Flora de Bogotá". En el Real Jardín Botánico de Madrid se conservan 6.717 dibujos pertenecientes a la Expedición Botánica de Bogotá, de los cuales 6.060 pertenecen a "La Flora" "Ciento veintidós a la Quinología. "Quinientos cincuenta y cinco son de caracteres genéricos de estudios geográfico-botánicos y de bosquejos diversos. "Los dibujos pertenecen a unas ciento treinta familias botánicas.
"Hay en el mismo Jardín Botánico cuarenta y cinco cajones, en los cuales está el herbario de Mutis, y otros cajones más con maderas, con frutos, con resinas, pero sin rótulos, conservándose tales como vinieron de Bogotá. "Al llegar a Madrid las preciosas colecciones se pusieron a disposición del Ministro de Estado, como Protector del Museo de Ciencias Naturales, quien dispuso se hiciese un inventario de ellas por Don Mariano Lagasca, el Coronel Don Antonio Van Halen, que los había traído a Madrid, y Don Simón de Rojas Clemente, y después se remitiesen al Gabinete de Historia Natural los minerales y animales, y al Real Jardín Botánico los herbarios y semillas, y a su Biblioteca las preciosas láminas y manuscritos de "La Flora de Bogotá" y la "Quinología", donde aún puede verse, disponiéndose al propio tiempo, en 1.818, que el eminente botánico de dicho Jardín Botánico, Don Mariano Lagasca, comenzara a publicar los trabajos botánicos realizados por las Expediciones de América y Filipinas; pero como el Real Erario no se hallaba en condiciones de sufragar tan cuantiosos gastos, tuvo que paralizarse la obra sin haberse publicado, como ya dijimos, más que una parte de la "Flora del Perú y Chile", de Ruiz y Pavón. Para poder continuar las publicaciones el Marqués de Baxamar dirigió el 17 de septiembre de 1.791, una carta a los Virreyes, Arzobispos, Deanes, Cabildos Eclesiásticos y Seculares y Universidades, solicitando contribuyesen con su aportación económica. "La obra es tan vasta y tantos los caudales que se requieren para su ejecución en los ramos tipográficos, grabado e iluminado, que no los puede soportar el Real Erario, por los inmensos gastos que han ocurrido en el anterior Reinado y en éste para sostener el honor de las armas españolas, las propias posesiones y conservar la paz contra los enemigos de la Corona a los vasallos de estos dominios". Es de suponer que el llamamiento no dio el resultado económico apetecido, por cuanto las publicaciones no pudieron continuarse, e inéditas continúan, y guardados en el Botánico los manuscritos, dibujos y láminas de las "Floras" de Nueva Granada, del Perú y Chile y la de Cuba, así como los de la Expedición al rededor del mundo, realizada por Pineda y Neé en la Expedición de Malaspina. "Quiso Don Mariano Lagasca cumplir el encargo recibido de publicar las obras de Mutis, y de acuerdo con la Sociedad Médico-Quirúrgica de Cádiz, que había de editarlas, llevóse a su casa el manuscrito de la "Historia del Árbol de la Quina" y 122 láminas, unas en negro y otras en color, pero el azar perseguía a los resultados de las Expediciones del siglo XVIII, y Lagasca tuvo la desgracia de que el 13 de junio de 1.823, en un motín ocurrido en Sevilla, fuese asaltada su casa y destruidos sus magníficos manuscritos y colecciones de cerca de treinta años de trabajo, y juntamente con ellos los de la obra de Mutis. Afortunadamente en el Botánico había otro ejemplar manuscrito del libro, reduciéndose la pérdida, siempre sensible, a las 122 láminas destruidas. Y en los- archivos del Botánico continúa inédito y desconocido el gran tesoro de la obra de Mutis, juntamente con el de las otras Expediciones científicas, cuya publicación es más factible y exigible hoy, como demostración y no presunción de las conquistas científicas españolas del siglo XVIII, de que vean la luz pública". (207) Con mayor actualidad, Don Armando Dugand, muy notable botánico, comenta en su magnífica conferencia dictada cuando en 1.954 llegó a esta ciudad capital el primer tomo de la "Flora de Bogotá", y publicada en 1.958:
"Con excepción de la excelentemente bien planteada "Qui-nología", la parte botánica de los manuscritos de Mutis no está ordenada en forma sistemática rigurosa. "No existe en los códices mutisianos la explicación o clave de las preciosísimas láminas que constituyen el inapreciable tesoro de la Expedición Botánica. Ni estas láminas llevan anotada, salvo escasas excepciones, alguna leyenda o referencia que las identifique con las descripciones escritas, ni señal o marca que sirva para relacionarlas con aquellas de manera incuestionable; ni siquiera la indicación de localidad o de fecha mediante las cuales se pudiera llegar indirectamente a dicha relación en los diarios. "Por lo tanto, en los manuscritos que se conocen hasta ahora falta la gran mayoría de las descripciones correspondientes a las 2.696 especies distintas que figuran en las láminas, según dato verificado personalmente en Madrid por el Reverendo Padre Lorenzo Uribe. Para explicar esta deficiencia es menester tener en cuenta que los manuscritos recopilados por el Dr. Guillermo Hernández de Alba en Madrid alcanzan solamente hasta el año de 1.794, en tanto que los pintores de la Expedición Botánica trabajaron activamente por muchos años después de esa fecha, hasta la muerte de Mutis en 1.808, y luego en menor escala algunos de ellos, incluyendo al célebre Francisco Javier Matiz, durante los primeros años de la guerra emancipadora, bajo la dirección de Sinforoso Mutis, sobrino del Sabio, hasta la ocupación de Santafé por el General Pablo Morillo a mediados de 1.816. Sabemos además que muchos manuscritos de Mutis desaparecieron a su muerte, según lo afirma Sinforoso Mutis en un memorial escrito en su prisión de Cartagena el 30 de septiembre de 1.817 y dirigido a Don Francisco de Montalvo, virrey gobernador y capitán general del reino, que se encontraba a la sazón en la misma ciudad". Advierte Don Armando a quienes piensan que las láminas de la Expedición representan, por lo menos, la parte más importante de la flora colombiana: "Lamento muchísimo desengañarlos. En el mejor de los casos representan apenas "una parte de una parte" de nuestra variadísima flora". O sea: esas láminas corresponden solamente a un pequeño sector de Colombia, limitado al Oriente por la Cordillera Oriental —región de Bogotá— y al Occidente por los Andes del Quindío, pasando por el valle del Magdalena entre las hoyas del río Gualí o quizás la del Samaná, al Norte, y la del Saldaña al Sur". Y más adelante agrega: "La relación entre la cantidad de especies que figuran en la iconografía y la de especies que existen en la flora de Colombia se ilustra quizás mejor explicándola con números. Son 2.696 las especies de la iconografía. Comparemos esto con el número de especies distintas representadas en el Herbario Nacional Colombiano, al cuidado de nuestro Instituto de Ciencias Naturales, que alcanzan a cerca de 10.000, es decir, una cantidad casi cuádruple de la que figura en las láminas. ¡Y nuestro Herbario Nacional apenas se halla en sus comienzos! Hay quienes calculan que en territorio colombiano se encuentran entre 30.000 y 40.000 especies vegetales distintas, contando no solamente las Fanerógamas sino también las
Criptógamas vasculares. El doctor Richard Evans Schultes hace subir este número a 50.000". Afirma también el señor Dugand que el gran botánico don José Jerónimo Triana, estando en España en 1.881, clasificó las láminas de la Expedición por géneros, de los cuales hizo un índice muy útil. Arregló la iconografía por familias o grupos de familias. Según Arturo Caballero, director que fue del Jardín Botánico de Madrid, las láminas determinadas por Triana fueron un 15% a 20% de las totales, es decir, unas 1.000; y si se atiende, no a la cantidad, sino a las especies, el número es apenas de 500 a 600. Algunas láminas habían sido identificadas antes seguramente por Sinforoso Mutis; otras lo fueron por el Profesor Arturo Caballero, y algunas familias, por Ellswort. En cuanto al herbario dice Dugand: "El número de los ejemplares que lo componen no se ha averiguado nunca de modo preciso, y mucho menos —por supuesto— el número de especies distintas allí representadas. Se ha dicho que el herbario original contenía entre 20.000 y 24.000 ejemplares, pero muchísimos de éstos se hallan repetidos cinco, seis o más veces, por manera que las especies distintas que contiene el herbario serán quizás unas cuatro a cinco mil. Esta es una estimación totalmente conjetural". Pertinentes aquí son estas palabras del Padre Lorenzo Uribe: "Los ejemplares del herbario, bastante disminuidos, se encuentran en su gran mayoría en Madrid en el Jardín Botánico". (208) Finalmente conceptúa Don Armando: "Efectivamente, no habiendo dejado la Expedición Botánica ninguna clave de su iconografía; habiéndose perdido la mayor parte de las descripciones; no estando arregladas las descripciones restantes por orden sistemático; no existiendo identificaciones originales del herbario mutisiano ni un sistema de referencias entre la iconografía, las descripciones y el herbario, resulta que la Sistemática de la "Flora" de Mutis toca hacerla hoy, con siglo y medio de retraso". (209) Respecto al Padre Lorenzo Uribe, él examinó la colección iconográfica en Madrid a fines de 1.950, numeró ordenadamente las láminas y tomó fotocopias de todas para los estudios de identificación. Y en la conferencia a que se ha hecho mención en las líneas anteriores expresa: "En cuanto a manuscritos, y prescindiendo de los ya publicados, los que se conservan inéditos son abundantes y preciosos. (En este punto trae una nota para advertir que Guillermo Hernández de Alba ha anunciado que encontró recientemente en Madrid los Diarios de Mutis en los cuales se encuentran las descripciones de todas las plantas dibujadas en la iconografía). Nos interesan especialmente las posibles descripciones de las plantas que figuran en la iconografía de la Expedición. Sobre la existencia de tales descripciones mucho se ha discutido. Creo que en la actualidad el estado de la cuestión es el siguiente: "1 - Muchos manuscritos de Mutis desaparecieron a su muerte. Lo afirma Sinforoso Mutis, encargado de recibir la Casa de la Botánica: "advertí que en los manuscritos había un déficit muy notable. . . . Estos, en efecto, no corresponden ni al número de años invertidos en los trabajos, ni a la constancia con que mi tío se había dedicado a ellos en todo el tiempo que los dirigió". Y añade que esos manuscritos extraviados "jamás se pudieron
recaudar; y es así que las esperanzas de los hombres ilustrados se han quedado burladas en esta parte". Así escribía en 1.817, cuando ya habían salido para España los materiales de la Expedición. "2 - A pesar de ello es cierto que se conservan numerosas descripciones hechas por Mutis. Tales descripciones, al menos en su gran mayoría, deben estar incluidas y mezcladas con diversas observaciones en los Diarios de Mutis. Dice Sinforoso: "casi todos los (manuscritos) que se entregaron eran unos Día rios, en los cuales no podía haber orden cronológico sostenido; (por eso) era preciso ir extrayendo de cada uno de ellos lo relativo a cada planta, pues de otro modo no era posible poner en un orden fácil de entenderse cuantas observaciones estaban allí refundidas". Y Salvador Rizo, Mayordomo de la Expedición y conocedor perfecto de los trabajos de Mutis, dice que "las descripciones de la Flora que dejó este sabio eran incompletas, y tan solo un verdadero profesor guiándose por ellas podría concluirlas y ponerlas en orden". "3 - Personalmente estudié en Madrid la Iconografía de una manera detenida, y puedo afirmar que en ninguna de las láminas existe la menor anotación o referencia que permita relacionarlas con posibles descripciones. Una correlación mutua entre iconos y descripciones exigirá con frecuencia la comparación de ambos con ejemplares del herbario y aun con plantas vivas: trabajo prolijo pero factible. Fue el método que empleó Sinforoso para sus determinaciones". Después de atentas investigaciones en España y Colombia, Don Guillermo Hernández de Alba ha cambiado fundamentalmente el valor de los juicios anteriores, con la publicación, en dos tomos, de los Diarios de Mutis, de 1.760 a 1.790, y aún con la de su Archivo Epistolar, en dos tomos también. Lo ha acompañado en esta tarea el insigne hombre de ciencia Padre Enri que Pérez Arbeláez, a quien se debe la aparición del "Primer Diario", obra del gran discípulo de Mutis, Don Eloy Valenzuela, y su importante libro "José Celestino Mutis y la Real Expedición Botánica de la Nueva Granada". Ellos mismos, especialmente el Padre Pérez Arbeláez, han colaborado intensamente en la bellísima, extensa y valiosa edición de la "Flora de Bogotá", que han emprendido nuestro Gobierno y el de la Península, con intervención de los Institutos de Cultura Hispánica, así de Madrid como de Bogotá. Es muy oportuno transcribir aquí los párrafos siguientes tomados de la conferencia "Hombres de la Expedición Botánica" con que contribuyó Don Guillermo a celebrar la llegada del primer tomo de "La Flora". "Mas, tan copioso y variado es el archivo de la Real Expedición Botánica del Nuevo Reino de Granada, lo forman 75 le gajos algunos mayores de mil folios, que cuantos a él se acercaron no se atrevieron sino apenas superficialmente tomando al azar algunas piezas. Confirmaron con ello la repetida opinión de que el sabio Mutis, embelesado con las preciosas láminas de su Flora, había defraudado la ciencia por la falta total de los textos científicos correspondientes, buscados inútilmente. "Así quedó puntualizado y protocolizado en Actas de la Sociedad Española de Historia Natural. En la correspondiente al 2 de octubre de 1.929, consta lo siguiente: "Pidió a continuación la palabra el señor Barras (Don Francisco de las) y dijo que, atendiendo muy gustoso a las indicaciones de su querido maestro don Ignacio Bolívar se había dedicado en Sevilla este verano a
realizar en el Archivo de Indias algunas investigaciones referentes a la Flora de Bogotá, de Mutis, cuyas láminas se custodian en nuestro Jardín Botánico y añadió que, sin perjuicio de un trabajo que prepara acerca del asunto, y sobre el cual acaso se decida a dar alguna conferencia, desea hacer constar en acta las siguientes afirmaciones: 1° - El texto de la Flora de Bogotá no está en España ni nunca fue traído a la Península. 2° - Hay muchos datos que hacen pensar que Mutis no llegó a redactar la obra, pero en todo caso puede asegurarse que siempre distó mucho de estar terminada". Añadió el señor Barras que, admitido que hubiera una parte redactada, sería necesario averiguar si está en Colombia, si ha desaparecido por destrucción o si en alguna ocasión vino a Europa donde pudiera acaso conservarse el original de dicha parte redactada, o acaso también haber sido mezclada con otros materiales, y sin nombre de su verdadero autor haber ido a enriquecer alguna flora extraña". "Tan respetables afirmaciones no fueron capaces de con vencerme, ni mucho menos la reiterada acusación a Mutis a que ya me referí, ni la infame calumnia de que fuera víctima Salvador Rizo, de haber sustraído numerosos papeles a la muerte del Maestro, que precisamente constituían el texto o las descripciones buscadas inútilmente en Colombia y España. Gracias a Dios, la obra de investigación emprendida por mí des de el año de 1.935, deseoso de establecer la verdad y el parade ro de los manuscritos científicos de Mutis que, necesariamente debían conservarse en ignoto lugar y cuyo hallazgo habría de redundar en el acrecentamiento de la gloria del más insigne benefactor y maestro que ha vivido bajo el cielo de Colombia, va siendo coronada por el éxito halagüeño a pesar de la incomprensión y de tantas otras circunstancias vencidas a impulsos de mi veneración por cuantos, al lado de Mutis, dieron a mí patria días de gloria jamás superadas. El fruto hasta ahora logrado de tan ardua tarea, que me he propuesto exhaustiva, está a la espera de su publicación " (210) Con la publicación de los Diarios de Mutis y de su Archivo Epistolar quedó clara la razón de Don Guillermo cuando dijo: "José Celestino Mutis, en cuanto a las realidades de su obra, es personaje inédito". Respecto al Padre Pérez Arbeláez, afirma él terminantemente en las páginas que se encuentran a modo de prólogo en el "Primer Diario del Presbítero Valenzuela": "Mucho se ha debatido sobre si Mutis ultimó o no las descripciones de sus plantas. El Diario de Valenzuela, que obedecía a las prescripciones de Mutis, bastaría para respondernos con sobrada claridad que sí. Los diarios, que aún desconocemos, del propio Mutis, hallados por Hernández de Alba muy minuciosos, confirman, según el mismo acucioso mutisiólogo, la misma aseveración hasta la saciedad". (211) De todo lo anterior se puede concluir: 1? — Que cuando Mutis se comunicó con el Arzobispo Caballero y Góngora para la fundación de la Expedición Botánica, tenía escritos, dibujos y colecciones de su trabajo científico, "registrado y ultimado", como dice el Padre Pérez Arbeláez.
2° — Que Mutis sí describió sus plantas. Así lo demuestran sus Diarios de 1.760 a 1.790, publicados por Hernández de Alba. ¿Existirán las descripciones de 1.790 hasta su muerte en 1.808 y las posteriores hasta 1.816? Posiblemente sí, a juzgar por lo que sugiere el mismo Don Guillermo al hablar de los 75 legajos, algunos de 1.000 folios, que forman el archivo de la Expedición en España, y pueden ser ellas una sorpresa en tiempos venideros. 3? — Que por razones de la botánica de la época y de las costumbres y maneras científicas no muy técnicas de España, aprendidas por Mutis, esas descripciones, a pesar de muy cuidadosas, no fueron hechas ni con la precisión, ni con la nimia escrupulosidad de uso moderno, suficientes para encontrar fá cilmente su correlación con las láminas y aun con los ejemplares del herbario, lo que ha exigido y exigirá trabajos prolijos de expertos en esas correspondencias. 4? — Que a Mutis le faltó ordenar y extremar su labor escrita. ¿Por qué procedió así? ¿Qué "detuvo la pluma magistral en la definitiva composición de su obra", como dice Hernández de Alba? De un lado haber tenido la ilusión de dirigir él mismo en la Península la publicación de sus trabajos, en varios volúmenes, "cuya forma sería "Atlántica", con la explicación circunstanciada de cada lámina en ella misma a la izquierda, precediendo a la lámina toda la descripción científica de la respectiva planta; (212) y el haber advertido, como lo había hecho con el de Tournefort, la imperfección del sistema sexual de Linneo para las clasificaciones, muy notoria, por ejemplo, en la familia de las Melastomáceas, y la esperanza de encontrar, en consulta con los europeos, otro sistema más natural y apropiado a la Naturaleza que estudiaba. Es decir, el tener una gran responsabilidad científica. Y de otro lado, la herida y el desengaño que le causó la reprobable conducta de Gómez Ortega, el Director del Jardín Botánico de Madrid. En efecto, a instancias de sabios amigos de Europa y por propia iniciativa, quiso Mutis incorporar sus trabajos y descubrimientos en el haber del Real Jardín Botánico, para evitar que otros más diligentes y audaces le arrebataran la prioridad y pertenencia original de ellos. Pretendió también que el mismo Gómez Ortega le autorizara una entrevista en Guayaquil con los botánicos Ruiz y Pavón, a fin de fijar la propiedad científica de cada cual y sus derechos de prelación. (213) Mas sucedió que Gómez Ortega, no solamente lo desoyó, sino que favoreció ostensiblemente a sus comisionados Ruiz y Pavón, lo que dio lugar a que éstos sacaran a luz con gran rapidez la "Flora Peruana y Chilena" y que la "Quinología" de Ruiz, a más de ser publicada, fuera también traducida al alemán antes de 1.801, lo que perjudicó grandemente a Mutis, porque apareció como de otros dueños lo que pertenecía a la "Flora de Bogotá" en forma principal. Por fortuna, mucho de la verdad sobre la obra de Mutis fue restablecido en Madrid por la intervención del abate Cava-nillas y de su discípulo y colaborador Francisco Antonio Zea. Fuera de esto, como se verá más adelante, el Padre Pérez Ar-beláez, asesorado del científico peninsular Don Fernando Fernández, publicó en 1.957 el libro de Mutis "Historia de los Arboles de Quina", dentro del tomo XLIV de la monumental "Flora de la Real Expedición", con lo cual ha aumentado el brillo de la sabiduría y de los méritos del insigne Sabio.
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CAPITULO XII Otras Expediciones Científicas Españolas (1) No sólo trataba España de reconocer el Nuevo Mundo que había descubierto, sino que procuraba organizarlo dentro de leyes especiales, infundirle su espíritu, darle su religión y su lengua, explotar sus riquezas, participarle de su cultura y estudiarlo científicamente. Uno de los medios que empleó para esto último fueron las expediciones de ciencias naturales. (1) Muchos de los datos de este aparte los hemos tomado de la conferencia del Dr. Jaime Jaramillo Arango, que hemos citado) La primera de importancia fue la encomendada por Felipe II a su Protomédico Francisco Hernández, para el mejor conocimiento de la Nueva España. Con gran diligencia empezó éste a desempeñar su cometido y se afirma que a los cinco años ya se habían dibujado en papel de marca mayor ochocientas plantas nuevas, jamás vistas en la Península, perfectamente bien estudiadas y con anotaciones de sus grandes virtudes. Realizó Hernández su misión entre los años 1.570 y 1.577 y la expuso en una obra que fue publicada y compendiada parcialmente por el Padre Francisco Ximénez, dominicano limeño, con el nombre de "Quatro libros de la naturaleza y virtudes de las plantas y animales que están recevidos en el uso de medicina en la Nueva España". También la publicó Recci en Roma y en latín, por el año de 1.651, con el título Rerum Medicarum Novae Hispaniae thesaurus seu plantarum, animalium mineralium. . . . En quince o diez y siete volúmenes estaba guardada esta obra dentro del Escorial, y parte de ellos se perdieron en el incendio de este monasterio, ocurrido en 1.671. Cinco volúmenes que se salvaron de las llamas fueron encontrados después en la Biblioteca de San Isidro en Madrid y se dieron a la luz pública en 1.790 por Don Casimiro Gómez Ortega, Director del Real Jardín Botánico, con el rótulo Historia Plantarum Novae Hispaniae. ----------Sin haber sido empresa española, no puede dejarse en silencio la comisión científica acordada por la Academia de Ciencias de París para medir la longitud de un grado meridiano contiguo al ecuador geográfico, del mismo modo que lo debía hacer en Laponia otra de igual naturaleza dirigida por Mauper-tuis, con el fin de determinar seguramente las dimensiones y forma de la tierra. Para esta comisión al Ecuador fueron nombrados por el Gobierno francés La Condamine, Godin y Bouger; pero como se trataba de acciones en dominios españoles, Luis XV solicitó autorización de Felipe V, quien no solamente accedió a ella, sino que designó a dos oficiales de su Armada, Jorge Juan y Antonio
Ulloa, de 21 y 19 años respectivamente, para que intervinieran como agregados en aquellos estudios y observaciones. Juan y Ulloa salieron de España en mayo de 1.735, llegaron a Cartagena de Indias casi dos meses después, el 1° de julio, y allí se unieron a los sabios franceses. Los trabajos fueron comenzados en Portobelo a fines de diciembre y después de pasar en marzo siguiente por Guayaquil, finalizando este mes, arribaron a Quito. Dividiéronse las comisiones en dos grupos. Jorge Juan siguió a Godin y los suyos, en tanto que Ulloa, más destacado que Juan, acompañó a La Condamine y a Bourger, con quienes ascendió al Pichincha y con quienes hizo las tareas de triangulación. Corrido algún tiempo, por orden del Virrey, tuvieron Ulloa y Juan que interrumpir sus labores y entrar en lucha contra el Almirante Anson, pues estalló la guerra entre España e Inglaterra, e intervenir en levantar defensas de los puertos, lo que les exigió alejarse hasta el mismo Chile. A su regreso libraron con La Condamine lo que se llamó la "Guerra de las Pirámides", porque en las inscripciones de éstas, que aquél había erigido, se había omitido el nombre de ellos, con menosprecio de su patria. Transcurridos unos meses y después de más estudios y no pocas peripecias que desintegraron la Expedición, La Condamine y sus compañeros, un tanto separadamente y utilizando el Amazonas, se volvieron a París. Sin que La Condamine fuera un botánico profesional —dice Jaramillo Arango en la conferencia que citamos— estudió el árbol de la Quina, como se ve en su memoria Sur l'Abre a Quinquina, que presentó a la Academia Real de Ciencias de París y que sirvió a Linneo para su primera clasificación de la Cinchona en el Genera Plantarum de 1.742, modificada más tarde en la duodécima edición de su Systema Naturae de 1.767, debido a las muestras y dibujos en colores que tres años antes le había enviado Mutis. Pertenecían tales muestras al regalo que a éste le hizo Don Miguel de Santistevan de una Quina diferente a la descrita y dibujada por La Condamine. En efecto, Palo de Requesón, Quina amarilla, Cinchona Cordifolia, era la de Mutis; y Cascarilla fina, Cascarilla de Usitusinga o Cinchona Lancífolia, la de La Condamine. El hijo de Linneo acabó de perfeccionar la descripción del género Cinchona con las informaciones que recibió del mismo Mutis. Jussieu, el botánico de la Expedición, también escribió un magnífico estudio sobre el árbol de la Quina, Description de l'Abre a Quinquina, que permaneció inédito hasta 1.936, año en que lo publicó la Sociedad de la Elaboración de la Quina. Sólo se explica este enterramiento de semejante trabajo por la pérdida de por vida que sufrió Jussieu del normal uso de su razón, cuando en Cuenca desapareció su valioso herbario de plantas de los Andes, al huir a refugiarse en un monasterio, en los momentos en que el pueblo levantado daba muerte a su compañero el médico Seniérgues. Ulloa y Juan, después de realizar más investigaciones, se embarcaron para España en 1.754, pero en naves distintas para salvar su obra científica, en caso de que alguno de ellos cayera en manos de los ingleses, como efectivamente le sucedió a Ulloa en pleno Atlántico. Llevado a Inglaterra pronto recobró la libertad. Luego viajó por Europa, especialmente por Suecia, cuya Academia de Ciencias le nombró individuo correspondiente, y más tarde, incluyendo otro viaje que hizo al Perú para estudiar sus yacimientos de azogue, le prestó grandes servicios a su patria, tanto en la reorganización de los colegios de medicina, como en el establecimiento del primer laboratorio de metalurgia y del primer gabinete de
historia natural. (214) Fue Gobernador de Luisiana y de Florida, y publicó además de algunas otras obras, la "Relación histórica del viaje hecho de orden de S. M. a la América Meridional". Estos dos célebres marinos y hombres de ciencia no sólo hicieron indagaciones geodésicas y astronómicas, sino que re cogieron numerosas observaciones sobre la historia, la geografía, la historia natural, las clases sociales, los ritos, las costumbres, las enfermedades, la farmacopea, las industrias y los sistemas de construcción y de navegación, así fluvial como costanera, de los países que visitaron en el Nuevo Mundo. -------------En 1.754 resolvió la Corona Española efectuar otra expedición científica, esta vez al norte de Suramérica, y para ella fueron designados principales miembros Iturriago y Alvarado, con Pedro Loefling como botánico; Benito Palto, como médica naturalista; y Juan de Dios Castel y Bruno Salvador Carmena, como dibujantes. Loefling se hallaba en Madrid prestando sus servicios por disposición de Fernando VI, quien lo llamó de Suecia a instancias de Linneo, porque éste declinó el ofrecimiento que le hizo el Soberano español para emprender el estudio de la flora americana. Linneo manifestó que no podía separarse de sus investigaciones, pero, en cambio, indicó como su reemplazo al mejor de sus discípulos. Hacía dos años que Loefling se ocupaba de la enseñanza botánica y de la flora española en el Real Jardín Botánico, junto con Quer Minuart, Vélez y el Profesor Ortega, cuando recibió el encargo oficial de partir en misión científica a la Capitanía General de Venezuela. Esto fue a fines de 1.754. Los expedicionarios se embarcaron, llegaron a su destino y exploraron primero la parte oriental de esta Capitanía, desde la Costa de Cumaná, por los llanos de Nueva Barcelona, en la Nueva Andalucía, hasta las misiones de Píritu; dirigiéronse en seguida al río Caroni, en la Guayana Venezolana, y al Bajo Orinoco, pero en este recorrido enfermó el joven botánico de una fiebre perniciosa palúdica, al pasar por la misión capuchina de San Antonio de Murucuri y en el cercano y pequeño pueblo llamado también Caroni dejó de existir a los veintisiete años. Sus colecciones de plantas y sus escritos fueron remitidos a Linneo, quien los publicó en 1.758. (215) El Diario de Loefing y su Flora han sido llamados "Flora Cumanensis" y los dibujos de ella se encuentran en los archivos del Jardín Botánico de Madrid. -------------Después de las expediciones anteriores vinieron quizás las más importantes del Reino, que fueron las del Perú y Chile, la de la Nueva Granada y la de Malaspina alrededor del mundo. Ordenada por disposiciones reales de 1.777, empezó a organizarse la Expedición al Reino del Perú y Chile, que, por consejo de Don Casimiro Gómez Ortega, Director del Jardín Botánico de Madrid, fue encomendada a los notables discípulos de éste Don Hipólito Ruiz y Don José Antonio Pavón. Integraban esta empresa científica el médico y botánico francés Mr. Jo-seph Dombey y los dibujantes José Brunete e Isidro Gálvez. Por causas diversas la Expedición sólo pudo emprender viaje a fines de aquel año. Durante más de dos lustros estos hombres de ciencia hicieron un
inmenso recorrido, pues estudiaron gran parte de Perú y Chile y algo de territorios pertenecientes a Bolivia y al Ecuador, incluyendo regiones habitadas por tribus bárbaras. Ya, andando gran tiempo los trabajos, a los seis años, integraron la comisión, como aprendices, Francisco Pulgar, dibujante, y Juan Tafalla, botánico. Dombey regresó primero, dando la vuelta por el Cabo de Hornos y llevando una importantísima colección de plantas y de objetos de historia natural, cuya mitad le fue tomada por la Corona Española a su paso por Cádiz (1.785), en cumplimiento de compromiso que adquirió cuando le fue concedido el permiso de viajar con Ruiz y Pavón, a solicitud de la Corte de Francia. Sus escritos apenas vieron la luz pública después de su muerte. De los trabajos de esta Expedición se publicaron al menos diez obras de indiscutible valor, fuera de casi cincuenta más de importancia menor. Sobre estos trabajos, Don Diego Mendoza, en su libro citado, nombra como publicados la "Quinología", en 1.792, obra particular de Ruiz, aumentada con un "Suplemen- to", en 1.801; el "Pródromo de la Flora Peruana y Chilena", en 1.794; un tomo del "Sistema de los Vegetales" de la expresada Flora, en 1.798; tres tomos de la misma Flora, desde 1.798 hasta 1.802, "quedando el cuarto con su texto manuscritos y cien láminas grabadas, en unión del quinto y siguientes completamente inéditos, con muchas láminas de aquél grabadas, pasando de dos mil el número total de los dibujos hechos para toda la obra, y cuyos originales se conservan en buen estado". -Llaman mucho la atención algunas disertaciones, como las relacionadas con el árbol "Quinoquino (Myroxiylon peruiferum L. f.), con la raíz de la Ratania (Krameria triandra R&P), con la Colaguala (Polypodium coalahuala R&P), con la China (Smilax o China peruviana R&P), con la Canchalagua (Canchalagua R&P), con la Serpentaria (Serpentaria virginiana R&P), con la planta Yallhoy (Monnina polystachia R&P), o con el Bejuco de Estrella (Aristolochia fragans R&P). Entre estos libros debe recordarse el Diario que llevó Don Hipólito, cuya existencia fue revelada, porque en 1.931 el Padre Agustín J. Barreiro dio a conocer un borrador incompleto, sin que se supiera de su texto definitivo. Nuestro compatriota el Dr. Jaime Jaramillo Arango tuvo la fortuna de dar con él en Londres, buscando datos para sus estudios históricos de la Medicina británica, así como de corregirlo y de copiarlo en dos tomos, de lo que da cuenta en su conferencia sobre "Don José Celestino Mutis y las Expediciones Botánicas Españolas". De esta conferencia y acerca del referido Diario léase este párrafo: '' ....... no podrían dejar de mencionarse, cuando menos, sus interesantes observaciones o referencias relativas al "origen del río Marañón o de las Amazonas"; al "Levantamiento de Tupac-Amaro"; a la "Introducción de la papa en Madrid, en 1.662, bajo el nombre de "Patatas Manchegas"; a la "siembra, preparación y usos de la Coca (Erythroxylon Coca Lam)"; al "Descubrimiento de las Quinas en el Perú, en 1.776; a su tentativa de extraer el principio activo de la corteza de quina, mediante la elaboración del "extracto, hecho acontecido en el año de 1.780, treinta años antes de que, en 1.810, Bernardino Antonio Gómez publicara su Ensaio sobre o Cinchonino, el primer compuesto extractivo obtenido de la quina, y cuarenta años antes de que Pelletier y Caventou, en 1.820, aislaran la "quinina", el alcaloide de la planta, etc., etc., ello sin contar sus observaciones acerca del empleo que los naturales hacían de las
diferentes plantas para el tratamiento de las distintas enfermedades, y que representan, sin duda alguna, la más valiosa de las contribuciones conocidas al estudio de la Medicina Aborigen Americana". (216) El material científico lo enviaban periódicamente Ruiz y Pavón a España, pero de él se perdió parte por el incendio o naufragio de una nave que lo transportaba. (217) Con la protección e influencia de Gómez Ortega se publicaron sus obras. En cuanto a los herbarios que formaron estos científicos, especialmente los pertenecientes a Pavón, fueron vendidos y distribuidos entre varios interesados de Europa, y, más tarde, adquiridos en gran parte por el Museo Británico de Londres. (218) ----------------Vivamente interesada se mostró siempre la Corona por el estudio científico de la flora, fauna y gea de la Nueva España. En el año de 1.781 creó en la capital azteca una bien preparada expedición presidida por el médico Martín de Sessé y Lacaste, quien desde largo tiempo antes la estuvo deseando y procurando y para cuyo mejor resultado había estudiado pacientemente la lengua indígena, hasta dominarla. Acompañaban a éste Vicente Cervantes, profesor por treinta y dos años de botánica en el Jardín que se había fundado; Don José Longinos Martínez retraído, autónomo y diligente investigador de animales, plantas y minerales; y los artistas Juan de Dios Vicente de la Cerda y Athanasio Echeverría, el inigualable, fuera de algunos más. Tres años después de estar funcionando esta Expedición surgió en el seno de ella, como botánico fervoroso, el distinguido médico y discípulo de Cervantes, José María Moziño, Presidente de la Academia de Medicina de Madrid por cuatro períodos consecutivos y persona de vida brillante y accidentada. También, bastante adelantados los trabajos, apareció, incorporándose al grupo de los doctos y técnicos, el eclesiástico mejicano José Antonio Álzate, que estudió plantas y animales. Asimismo, estando estos exploradores en Cuba, contribuyó a sus tareas el pintor Don José Guío. Esta Expedición viajó extensamente por gran parte de Méjico y de California, y por Guatemala, Nicaragua, El Salvador, Cuba, Puerto Rico y otras islas del Caribe, y llegado el año de 1.803 se desmembró con la partida para España de Sessé y Moziño y con la muerte de algunos de sus principales Fue muy grande la obra de estos científicos. El Jardín Botánico de Madrid guarda enorme cantidad de dibujos iluminados y un gran herbario, así como los manuscritos de la gran "Flora Mexicana", que no se publicaron por desfavorables circunstancias de la nación y por negligencia. En 1.886 y 1.887 la Sociedad Mexicana de Historia Natural hizo esta publicación por entregas, y posteriormente, en 1.893 y 1.894 la hizo completa y definitiva la Secretaría de Fomento y el Instituto Médico Nacional, también de Méjico. De los dibujos se perdió una apreciable parte. Estando Moziño en Nueva España, conservó la colección completa de los dibujos y manuscritos, pero, ya en España, su salida precipitada a refugiarse en Montpellier, por motivo de alteraciones de la paz pública, lo obligó a confiárselos a De Candolle, quien publicó mucho con sus propias obras, aunque reconociendo sí la propiedad literaria ajena. Cuando desaparecieron las causas de la expatriación de Moziño y éste pensó en regresar a la Península, le reclamó a De Candolle lo que le guardaba, y éste se lo entregó, pero no sin haberlo hecho copiar a toda prisa de doscientos dibujantes de Ginebra, donde se hallaba. (219) No obstante fue mucho lo desaparecido en
manos de Moziño y de Decandolle. En el Real Jardín Botánico Español se encuentra la "Flora de Guatemala" escrita por Moziño. Como se ve, de la Iconografía (cerca de dos mil quinientas láminas) fue de gran importancia lo extraviado. Parece que cuando Moziño murió en Barcelona, el médico que lo atendió se apoderó de sus láminas, sin que se hubiese sabido más de ellas. Quedaron las copias logradas por De Candolle, quien "se sirvió de ellas para sus descripciones de plantas americanas". En cuanto al herbario, hay fuertes sospechas de que Pavón vendió parte de él a Lambert y a Barker Webb, en dos colecciones que se custodian en el "Herbario Delessert" de Ginebra, en el "Herbario de Kew" de Londres, en el Departamento Botánico (Historia Natural) del Museo Británico, con el nombre de "Herb Pavón" y en el "Herbario Webb" del Instituto Botánico de la Universidad de Florencia. (220) --------------De alcance muy sonado fue la Expedición alrededor del mundo que proyectó Carlos III y que se llevó a cabo en el reinado de Carlos IV. Dirigióla el militar y naturalista Don Antonio Pineda y Ramírez y sobresalieron en ella, entre otros, Luis Noé, botánico y explorador francés, nacionalizado en la Península, y Don Tadeo Haenke, científico natural de Bohemia. Esta Expedición ha sido llamada de Malaspina por lo que él Don Alejandro, significaba; y de las dos corbetas en que zarpó, la "Descubierta", fue comandada por él mismo, como lo fue la otra, llamada "La Atrevida", por Don José Bustamante y Guerra. Malaspina fue un marino siciliano, oriundo de Palermo, que se puso al servicio de España. Muy joven sentó plaza de Guardia-marina en el Departamento de Cádiz, cruzóse más tarde Caballero de la Orden de San Juan y posteriormente fue ascendido a Alférez de fragata. En esa calidad hizo diferentes viajes. Después alcanzó el grado de Teniente de fragata y de navio, en cuyo carácter estuvo en combates y encuentros navales con Inglaterra, y en uno de los viajes anduvo por todos los mares. Circunnavegó el globo esta Expedición, salida de Cádiz en 1.789, en el término de cinco años, y visitó el Uruguay, la Pa-tagonia, Chile, la costa occidental ascendente del Pacífico, Panamá, Méjico, California, Alaska, nuevamente Méjico, las Islas Marianas, Macao, las Filipinas, la Nueva Holanda, Australia, otra vez El Callao, con una entrada a Lima, la parte meridional de la costa del Pacífico, el Cabo de Hornos, Montevideo y finalmente, en 1.794, se encontró de regreso en Cádiz. Como fruto de sus labores presentó Noé siete volúmenes de notas, un herbario de cuatro mil plantas nuevas y unas seis mil ya conocidas, además de trescientos dibujos de sus pintores Haenke legó a su patria sus colecciones de plantas, sobre las que versa el libro Reliquiae Haenkeana, publicado por Prest. En 1.795 Malaspina fue llamado a Madrid a dar cuenta de la Expedición, se le promovió a Brigadier y se le manifestó satisfacción por sus informes; pero, a pesar de ello, se le siguió un proceso al año siguiente, junto con el Padre Gil, clérigo sevillano del Espíritu Santo, y costó gran trabajo salvar de esas diligencias algunos Diarios y Descripciones que se depositaron en la Dirección de Hidrografía y que fueron publicados en parte por Novo y Colson con el título "Viaje político-científico alrededor del mundo por las corbetas Descubierta y Atrevida, al mando de los Capitanes Don Alejandro Malaspina y Don José Bustamante y Guerra, desde 1.789 a 1.794". Malaspina murió lejos de su patria y desposeído de sus empleos —dice la Enciclopedia Espasa— y su nombre quedó inmortalizado en un ventisquero de Alaska. Cuando
Humboldt y Bonpland estaban en La Corana, aguardando a que El Pizarro los transportara a América, veían con gran dolor el Castillo de San Antonio, donde el desgraciado Malaspina languidecía como prisionero del Estado. "En el momento de salir de Europa —escribió Humboídt— para visitar las tierras que él había explorado con tanta devoción, hubiera deseado un tema menos triste para ocupar mis pensamientos". -------------Las dos últimas Expediciones de la Corona Española a sus dominios, en el siglo XVIII, fueron de menor categoría. La una le fue encomendada a Juan Cuéllar en 1.789, y la otra, a Baltasar Manuel Bodó. La "Compañía de las Islas Filipinas", que funcionaba bajo el patronato real, envió a Cuéllar a estas islas para que hiciera algunos cultivos y también determinados estudios. De éstos es el que consignó en su memoria "Descripción del árbol que produce la Canela de Manila". En cuanto a Boldó, médico y botánico aragonés, fue incorporado en 1.796 a la comisión que envió el Gobierno Español con el fin de levantar los planos del Canal de los Güines en Guantánamo. Boldó debía realizar estudios de botánica y ciencias naturales, y así lo hizo, auxiliado en las láminas por el pintor José Guío, con el resultado de que tales estudios sirvieron para la publicación de la obra "Flora Cubana". (221) ----------------Entre todos estos expedicionarios incluyen algunos a Don Félix de Azara. Como sabio naturalista, geógrafo y geodesta, éste fue encomendado por el Gobierno Español para estudiar el asunto de límites planteado en el Tratado de San Ildefonso entre las posesiones españolas y portuguesas. Desempeñando esta misión, por los años de 1.781 a 1.801, aprovechó las circunstancias para dedicarse a levantar el mapa de aquellas regiones, en cuyo estudio empleó catorce años, y para hacer profundas investigaciones sobre la fauna de aquellos países, por lo que la ciencia le debe muchas descripciones de especies nuevas. Escribió varias obras, entre las cuales son notables sus "Apuntamientos para la historia natural de los cuadrúpedos del Paraguay y del Río de la Plata" y sus "Apuntamientos para la historia natural de los Pájaros del Paraguay y del Río de la Plata". Describió en estas obras más de cuatrocientas aves y cerca de mil cuadrúpedos. --------------No pueden sustraerse estas páginas al recuerdo de Jacquin, el gran naturalista, porque visitó nuestras costas septentrionales y porque valió bastante para Mutis como ejemplo y- como maestro. Y nada mejor con ese fin que transcribir estos dos párrafos de la conferencia de Don Armando Dugand, citada ya varias veces: "La mención del nombre de la Ciudad Heroica nos trae al Nuevo Mundo, pocos años antes de la época mutisiana. Por el año de 1.775 iniciaba su viaje a las Antillas y las costas de Colombia y Venezuela el célebre Nicolás Joseph Jacquin, holandés de Leyde naturalizado austríaco, director del Jardín Botánico Imperial de Viena, el primer sabio naturalista de renombre mundial que pisó suelo granadino; discípulo de Bernard de Jus-sieu, corresponsal de Linneo y perspicaz indagador de las plan tas de nuestro litoral caribe y de las Indias
Occidentales, cuyas descripciones son verdaderos modelos de precisión. La obra máxima de Jacquin, Selectarum Stirpium Americanarum Historia, publicada originalmente en 1.763, fue una de las primeras en que aparecieron descritas con amplitud y minuciosidad numerosas especies (157 para ser exactos) de una región colombiana determinada: Cartagena de Indias y sus alrededores (el camino hacia Turbaco; el Cerro de la Popa, las islas de Barú y Tierra Bomba, la de la Manga que es hoy sector residencial completamente poblado; las fincas rústicas de El Bosque y la Quinta, hoy convertidas en suburbios). A la vista de las gloriosas murallas herborizó Jacquin en el año de 1.759, de febrero a noviembre según parece, cuando finalizaba su periplo antillano de cuatro años. "Jacquin arribó a Cartagena un año antes que Don José Celestino Mutis. Y fue tal el éxito científico de su expedición, que Mutis, en una representación al Rey, decía: "Arrebatóme de las manos este insigne botánico los más preciosos descubrimientos, que pudieron haberse comunicado con gloria a la nación por un naturalista español, si hubiera yo tenido oportunidad de haber llegado yo dos años antes gratificado con alguna pensión inferior a la suya". ------------------
CAPITULO X I I I El Observatorio Astronómico En la representación que le dirigió Mutis a Carlos III el 20 de julio de 1.764, en solicitud de la Expedición Botánica para el estudio de la América Septentrional especialmente, incluía como parte de sus proyectos el hacer observaciones de medicina, física, geografía, astronomía, fuera de otras relacionadas con las ciencias matemáticas. Y el Monarca, al crear aquella Expedición, en noviembre de 1.783, no sólo nombró al Sabio como primer botánico de ella, sino también como primer astrónomo, y ordenó que se le proveyera de todos los libros e instrumentos necesarios para el desempeño de su misión. Ya Mutis en Santafé, de regreso de Mariquita, tomó a pechos la construcción del Observatorio, que era punto saliente de su programa, aceptado por la Corte y muy preferido de sus ambiciones. Comunicóse, pues, con el Virrey Ezpeleta, quien le ofreció todo su apoyo, y, sin perder tiempo, concibió la idea general del edificio y su erección en el jardín del Instituto que estaba a su ciudado y del cual sería preciosa parte. El lego capuchino y notable arquitecto Juan Domingo Pérez de Petrez fue el elegido para iniciarlo y llevarlo a término. Con la colaboración diligente de Salvador Rizo, el aplicado jefe de labores de la Expedición, se iniciaron los trabajos el 24 de mayo de 1.802 y se concluyeron el 20 de agosto del año siguiente. Caldas describe el Observatorio de la siguiente manera: "Su figura es de una torre octágona de trece pies de rey de lado, y cincuenta y seis de altura. El diámetro, quitado el grueso de los muros, es de veintisiete
pies. Tiene tres cuerpos: el primero de catorce y medio pies de elevación, se compone de pilastrones toscanos pareados en los ángulos sobre un zócalo que corre por todo el edificio. En los columnarios hay ventanas rectangulares, y en el que mira al Oriente está la puerta. La bóveda, sostenida por este cuerpo, forma el piso del salón principal. El segundo, de veintiséis y medio pies, es un orden dórico en pilastras angulares como el primero. Dentro de ellas están las ventanas muy rasgadas, circulares por arriba, con recuadros y guarda-lluvias que las adornan. La bóveda superior es hemisférica, perforada en el centro y sostiene el último piso al descubierto. Un ático fingido corona todo el edificio, y sirve al mismo tiempo de ante-pecho. El agujero de la segunda bóveda da paso a un rayo de luz que va a pintar la imagen del sol sobre el pavimento del salón en que se le ha tirado una línea meridiana, y forma un gnomon de treinta y siete pies y siete pulgadas de elevación. "En el lado del octágono que mira al Sudoeste está la escalera en espiral, que da ascenso a la sala principal, y a la azotea superior. A la escalera la cubre una bóveda que forma el piso de otra sala de sesenta y medio pies de altura, la más elevada del Observatorio, y cerrada por otra de setenta y dos y medio pies de elevación, con una ranura de Norte a Sur. Aquí se ha colocado el cuadrante astronómico para alturas meridianas".
¿Con qué dineros se construyó el Observatorio? Don Florentino Vezga en su libro "La Expedición Botánica" escribe: "Un hombre como Mendinueta no podía menos de prestar su eficaz apoyo para una obra tan laudable y benéfica a la ciencía, y Mutis no tuvo necesidad de instar mucho a fin de que el tesoro del Virreinato le pasara las sumas que requería la empresa". (224) Por su parte, Don Pedro María Ibáñez en el tomo II de sus "Crónicas de Bogotá", apoyado en la obra sobre la Expedición Botánica, de Don Diego Mendoza; en la "Biografía de Caldas", de Nicolás García Zamudio; y en el libro "Sinforoso Mutis", de F. Mutis Duran, sostiene que "de cuentas presentadas por Don Salvador Rizo consta que la construcción del Observatorio costó la suma de trece mil ochocientos quince pesos y unos centavos, cuantiosa suma que tuvo que pagar la mortuoria de Mutis, según lo declaró el Tribunal de Cuentas de 1.811; que "tanto eí Gobierno de la Colonia como el republicano glosaron el gasto de la obra"; y que Don Manuel Antonio Urdaneta, en nombre de la Junta Suprema, con fecha 17 de noviembre de 1.810, ya había resuelto que la mortuoria de Mutis pagara los gastos hechos en el Observatorio". (225) De otro lado, en "José Celestino Mutis", de Luis de Hoyos Sáinz, se lee que "Coraleu en su libro "América: historia de su colonización, dominación e independencia" dice que al desprendimiento de Mutis se debió la construcción del Observatorio y que Carlos IV lo dotó de sus magníficos instrumentos". (226) Y, finalmente, Don Pedro Mendinueta, en su "Relación de Mando", de diciembre de 1.803, es decir siete y ocho años antes de lo que sostiene Don Pedro María Ibáñez, y más que informado del movimiento del Tesoro Colonial durante su mandato, afirma de Mutis: "Sin otro estímulo que el de su celo por el bien público, ha establecido en la casa de la Expedición una escuela gratuita de dibujo y ha construido a sus expensas un observatorio astronómico. Sus miras son las más útiles y será un empeño digno del Gobierno el protejerlas y consolidarlas". (227) ¿Dónde está la verdad? Parece que está por partes en cada uno de los autores citados, porque lo más sensato es pensar
que el Sabio recibió los fondos del Tesoro Colonial, haciéndose responsable de ellos, con lo que resulta cierto lo dicho por Don Florentino y lo aseverado por Mendinueta. Y Mutis aceptó esa responsabilidad, porque se hallaba dominado por un gran entusiasmo y porque no dudó de que la Tesorería de la Nueva Granada asumiría al fin esos gastos. Ahora: mientras duró su vida, el Gobierno, por deferencia, muy seguramente no quiso mortificarlo con el cobro de tales fondos, pero, una vez muerto, no hubo vacilación en hacérselo a la mortuoria, porque debía existir, sin duda, documento que autorizara para ello. Probablemente Mutis obtuvo los primeros conocimientos astronómicos del matemático francés Don Luis Godin, conocedor también de las leyes de los astros, que acompañó a La Con-damine en su viaje al Ecuador, que fue profesor de su ciencia en Lima y que residió por años en Cádiz, lugar de su muerte, donde tuvo la dirección de la Escuela Guardia-marina y también del Observatorio, antes de surgir el de San Fernando. Mutis, con anterioridad a la construcción de su obra, como astrónomo estudió el paso de Venus por frente al disco del sol, y del fenómeno escribió: "Un paso tan favorable como el de 1.769 no llegará a verificarse sino dentro de mucho tiempo. El más próximo será en 1.874, y seguirá el de 1.882 Otro paso sucederá en el año 2.004. . . . En el paso que acontecerá en el año de 2.012 se lograrán, con poca diferencia, las mismas ventajas que con el de 1.769. En el día 5 de julio de 2.255 Venus pasará sobre el sol con circunstancias más favorables que en este siglo". (228) Un notable trabajo hizo el Sabio. Entre los astrónomos de Europa existía la creencia de que la luna debía tener un influjo real sobre las variaciones del barómetro. Mutis quiso aclarar y fijar estas ideas y para ello verificó en el Observatorio una serie de observaciones, sobre las cuales hace Caldas en el "Semanario" la siguiente anotación: "En la columna octava hemos puesto los puntos lunares del mes, porque la luna tiene un influjo directo sobre las variaciones diarias del barómetro. Este bello descubrimiento se debe a la sagacidad y la constancia del célebre Mutis. Este sabio infatigable ha llevado una serie de observaciones barométricas por el dilatado espacio de cuarenta y seis años consecutivos, y ha sido recompensado con las verdades importantes que ha descubierto y con los hechos que ha comprobado de diferentes modos. Si a Godin se le debe el primer conocimiento sobre la variación diurna y periódica del barómetro, a Mutis le debemos la nocturna. En 1.761, en que la Nueva Granada adquirió para su gloria a este hombre grande, conoció que por la noche se verificaba otra variación semejante a la diurna. Poseo los manuscritos preciosos que contienen este bello descubrimiento; en ellos he visto con placer los pasos y las ideas que condujeron a este sabio al grado de luces que hoy tenemos sobre el barómetro entre los trópicos. Se ha publicado con demasiada precipitación que a las cinco de la mañana comienza a subir hasta las nueve, hora de su mayor altura; que entre las nueve y las doce del día se mantiene casi estacionado; que luego sigue bajando hasta las cuatro de la tarde; que a las siete vuelve a subir hasta las once; se mantiene quieto hasta las doce de la noche, y de ahí sigue descendiendo hasta la cuatro y media de la mañana. Pero Mutis, lento en sus juicios, y preguntando a la Naturaleza más bien que a sus ideas, ha encontrado que esos períodos publicados están dis-
tantes de la verdad, y que siguen otras leyes, que reservamos para su tiempo. Por ahora sólo quiero informar al público de los grandes trabajos de este sabio, de su descubrimiento de la variación nocturna, de la relación que ha hallado entre el barómetro y el satélite de nuestro planeta, y de sus bellas ideas sobre las mareas atmosféricas”. Sobre estas palabras de Caldas escribe De Hoyos Sáinz: "Intentó Mutis la publicidad de estos descubrimientos en su "Tratado de la Quina", pero allí quedaron casi tan perdidos, como lo fue, en principio, el descubrimiento de la circulación de la sangre por Miguel Servet, interpuesto en un tratado de Teología. Lástima grande fue que los preciosos manuscritos que confiesa Caldas poseer no se publicasen entonces, y más aún que se perdiesen, pues hubieran dado a conocer una faceta más, y de las más interesantes, de la polimorfa obra del ilustre gaditano, cuya fama hubiérase acrecentado ante los sabios del mundo culto". (229) En el N° 128 del "Papel Periódico de Santa Fe de Bogotá", (Febrero 7 1.794), a continuación de lo publicado sobre "El Arcano de la Quina", agrega Mutis una nota en la que sugiere que las mareas atmosféricas merecen atención de los médicos aplicados a instruirse en la Ciencia Meteorológica, porque pudieran mirarse como periódicas las calenturas, y en la que anota no solamente que el Abate Mann ha deducido las leyes de las mareas aéreas de las que guardan las aguas del océano, sino que él publicó este estudio en el "Diario de Física" de julio de mil setecientos ochenta y cinco, (1.785), y que encontró relaciones entre sus conclusiones y las suyas sobre las mareas atmosféricas. Finalmente dice: "Si los célebres médicos Mead y Castro ilustraron este punto relativamente a las enfermedades periódicas, los preciosos trabajos de Tealdo y Van Swiuden nos anuncian nuevas ideas que difundirán copiosas luces por todo el campo de la Medicina". Sólo dos años estuvo Mutis al frente del Observatorio, del que parece no pudo disfrutar cuanto deseaba, y a fines de 1.805 le confió la dirección de él al sabio Francisco José de Caldas. Cuando se empezaron las labores científicas apenas existían los instrumentos donados por el Rey, que eran "un cuarto de círculo de Sisson, dos teodolitos de Adams, dos cronómetros de Emery, dos termómetros de Nairme, dos agujas portátiles y seis docenas de tubos para barómetro". Con destino a la Expedición Botánica y para el Observatorio también había remitido el Marqués de Sonora un péndulo, un instrumento de pasajes, dos acromáticos con retícula romboidal y un aparato astronómico de Herschel para las estrellas, pero esos importantes objetos se perdieron en la ciudad de Cádiz. Mutis mejoró la dotación de este establecimiento de estudio con cuatro acromáticos de Dollond, tres telescopios de reflexión, un grafómetro, algunos octantes, horizonte artificial, muchas agujas, termómetros de Dollond, barómetros, globos, no pocos anteojos menores, algunos otros instrumentos y, sobre todo, un péndulo astronómico de Graham que sirvió a La Condamine y compañeros en su Expedición al Ecuador. (230) ----------------CAPITULO X I V
Sociedades Patrióticas Las Sociedades Patrióticas nacieron al influjo del siglo XVIII en la Península. Tanto en España como en América eran muy conocidos y comentados Montesquieu y Voltaire. De éste se sabía su interés por las cosas del Nuevo Mundo; su participación comercial en la nave transportadora de tropas contra los jesuítas del Paraguay; (231) su feroz anticlericalismo, que lo llevó hasta exclamar contra el Padre Santo ¡ecrasez l'infáme!; su formidable ingenio malicioso, ágil y punzante; la categoría de su prosa sencilla, aguda y suelta. Y las páginas de sus obras distraían los ocios de peninsulares, en las que con Candide les mostraba las interioridades de El Dorado, donde .registra esta escena de la llegada de Cándido y Cocambo a Suriman, que acoge y transcribe Madariaga en la obra que hemos citado, con estas palabras: "Hallaron a un negro echado en tierra ( . . . ) este pobre hombre no tenía ni pierna izquierda ni mano derecha. "Pero, Dios mío —le dijo Cándido en holandés— ¿qué haces ahí, buen amigo, en el estado horrible en que. te veo?" —"Estoy esperando a mi amo, el señor Vandenderdur, el famoso negociante" —contestó el negro— —"¿Y ha sido el señor Vandenderdur— dijo Cándido— el que te ha tratado así?" "Sí, señor —dijo el negro—, es la costumbre. ( …..) Cuando trabajamos en los trapiches de azúcar, y la piedra de moler nos coge un dedo, nos cortan la mano; cuando queremos escaparnos, nos cortan la pierna. A mí me ha pasado lo uno y lo otro. Este es el precio que cuesta el azúcar que Udes. comen en Europa". Del Barón de Bréde conocían con desgano —lo anota el mismo Madariaga— sus Lettres Persans y L'Esprit des Lois, su predilección de la libertad sobre la igualdad, su tendencia espiritual con visos sajones, su liberalismoconservatismo, sus inclinaciones revolucionarias con finalidades constructivas y su inteligencia y maneras aristocráticas, todo lo cual concordaba un poco con el pensamiento español. Pero ni Voltaire ni Montesquieu penetraron hondamente en sus lectores hispanoamericanos. Esa penetración y dominio vinieron a ejercerla Rousseau y Raynal. En la primera mitad del siglo y en política y economía fueron discípulos y seguidores de Rousseau varios personajes influyentes como Campomanes; y en la segunda mitad, lo fueron figuras de la literatura, cuales Jovellanos y Cadalso, y del Gobierno, como el Conde de Aranda, quien era asimismo amigo de Voltaire y de Raynal. A distancia de los años obraba Eras-mo con sus ideas del buen sentido social, de la acción decisiva de la educación, de la creencia firme en la naturaleza humana y del ejercicio de la benevolencia y la tolerancia. El "buen salvaje" andaba por los predios interiores de criollos y chapetones. En la agitación de estas ideas surgieron las Sociedades Económicas. Iniciólas precisamente Altuna, unido a Rousseau por vínculos amistosos, y las secundaron hombres importantes al servicio de la Corona, principalmente Aranda, Presi dente del Consejo de 1.763 a 1.773, y posteriormente Embajador en París de 1.773 a 1.787, como lo había sido antes, de 1.746 a 1.749, otro admirador de Rousseau, el célebre Duque de Alba. Nadie olvida que entre las actividades de Aranda, en su posición de Gobernante, están la expulsión de los
Jesuítas de los Dominios españoles y el debilitamiento de los poderes de la Inquisición. Las Sociedades Económicas, fruto de la acción de la fisiocracia, primero, y de Adam Smith, posteriormente, tenían por finalidad el estudio de las ciencias, el desarrollo de las artes y oficios, la extensión y perfeccionamiento de la agricultura, el mejor conocimiento y aplicación de la Economía Política. Para ello contaban con el entusiasmo y decisión de sus miembros, con periódicos que habían fundado y con relaciones establecidas entre sí y con el Extranjero. Entre los periódicos de lectura muy interesante para la Metrópoli y las Colonias, figuraba "El espíritu de los mejores Diarios" que había aparecido mediante el auspicio e inspiración de Floridablanca y del cual era suscriptor el mismo Carlos III. A propósito de estas corporaciones escribe Gredilla en su Biografía de Mutis: "Las Sociedades Económicas, una de las creaciones más originales del siglo XVIII, debieron principalmente su origen al desarrollo de la economía política, en especial de la escuela llamada fisiócrata, y fueron medios poderosos para la difusión de las ideas ultrapirenaicas que aspiraban a secularizar el espíritu de la sociedad, anteponiendo los intereses materiales y todas las ciencias de aplicación a la teología y filosofía escolástica. Por dicho motivo constituyeron centros que prepararon los nuevos cambios sociales y políticos, de tal manera, que a muchos amantes de la tradición, como el Beato Fray Diego de Cádiz, les fueron hostiles, viendo en los miembros de tales corporaciones unos discípulos más o menos tímidos de la Enciclopedia y de tendencias laicas. No negamos que tales Institutos prestaron, especialmente en sus primeros años, servicios útiles a las naciones, fomentan do la agricultura, la instrucción popular y el desarrollo de las ciencias físicas y naturales; pero también es cierto que se mol- dearon en las aspiraciones utópicas del siglo XVIII, donde tal virtualidad se daba a las ideas, que a las Sociedades Económicas se les atribuía el mágico poder de la vara de Midas para que brotasen fuentes de riqueza en los desiertos; cuando en realidad, las más de las veces, sólo tuvieron en sus propósitos el pequeño resultado que hoy vemos en la Fiesta del Árbol". En 1.764 se fundó la primera Sociedad Económica en las Provincias Vascongadas precisamente en la región adonde primero llegaba el conato de Francia; y una de las primeras realizaciones de la iniciativa privada, a consecuencia de tal fundación, fue el Real Seminario, que se estableció en Vergara, "tipo perfecto de colegio laico y enciclopedista". Fue famosa desde sus principios esta primera sociedad y celebrada por las gentes más importantes, pues cumplía trabajos de mucho valor, así literarios como científicos. El éxito de ella determinó la organización de otras en Madrid, Sevilla, Cádiz y no pocas ciudades más. Tocando con ellas, Don Manuel Dávila y Collado, en su "Historia General de España" y en el aparte titulado "Educación popular, Sociedades Económicas", les dedica un comenta rio, parte del cual incluye Gredilla en su Biografía de Mutis y del que extractamos lo que sigue: Dice Don Manuel que dirigidos por el Conde Peñaflorida hidalgos y clérigos de las Provincias del Norte de España, por su amor a la ciencia y al bien público, decidieron reunirse cada día de la semana para dedicarse unas horas a las matemáticas, a la física, a los estudios históricos y a los clásicos, a la música, a la geografía, a los negocios de la actualidad y a los conciertos. Celebraban las sesiones en Ascoítia y con la amistad de los Jesuítas, que, "separándose de los caminos trazados por los frailes españoles, sustituían a
las estériles discusiones de la escuela peripatética las útiles enseñanzas de la historia natural y de la física, y de un proyecto de agricultura y de economía rural que el Conde de Peñaflorida presentó a la Junta General de Guipuzcua nació la idea de formar la Sociedad Vascongada, que. por su reglamento, atendería a la agricultura, al comercio y a la industria, a la salubridad pública y a la economía doméstica". Esta Sociedad Vascongada, siguiendo sus fines, creó el Seminario de Vergara, para la educación de los jóvenes. Carlos III, complacido, acogió esta Sociedad y la aconsejó a otras Provincias del Reino. Para vulgarizar estas ideas se encomendó a Campomanes que redactara una exposición sobre la necesidad española de estos movimientos económicos, científicos y culturales. El ejemplo de la Sociedad Vascongada y las ideas difundidas de Campomanes hicieron que en Madrid se estableciera una Sociedad semejante Esto dio lugar a que el Gobierno dictara decretos sobre prohibición de ciertas importaciones, para favorecer la producción nacional de manufacturas variadas, y, además, para declarar compatibles con la nobleza la mayor parte de las profesiones mecánicas. También se fundó un Monte de Piedad a fin de facilitar a las mujeres pobres los primeros materiales destinados a una ocupación honrosa. Asimismo, como parte de la Sociedad Económica, se creó la Sociedad de Damas, con el programa de organizar escuelas, de auxiliar la beneficencia, y de no usar adorno alguno que no saliera de las fábricas españolas. Hasta aquí la parte del comentario de Don Manuel. No tardaron mucho en aparecer estas sociedades en las colonias españolas del Nuevo Mundo, donde eran muy conocidas las novedades del siglo XVIII, no sólo por los viajes de los naturales a España y otros países de Europa, como por ejemplo el del Fiscal Moreno y Escandón de la Nueva Granada, sino por los libros que se importaban clandestinamente con la callada tolerancia de la Inquisición y de algunas autoridades, y que se veían en las bibliotecas particulares y en las librerías, tal la de Rivadavia en Buenos Aires, que, al decir de los historiadores, ofrecía la literatura librepensadora del siglo. Descartes, Bacón, Lock, Raynal, Bayle, Montesquieu eran lectura corriente entre los criollos cultos de todo el Continente y se conocían sus refutaciones en las páginas del Padre Feijoó, del dominico Cristóbal Mariano Coriche y en otras semejantes. Los vecinos importantes de Cumaná y del Cuzco, por ejemplo y para citar pueblos alejados de sus capitales, se cruzaban entre sí las obras de Raynal —afirma Don Salvador de Madariaga—, (232) justamente aquellas que el Ministro de Indias Calvez calificaba de "infernales” En Santafé, por iniciativa de Jorge Tadeo Lozano lanzada en el "Correo Curioso" y con el apoyo del Virrey Mendinueta, se fundó en 1.801 la primera Sociedad Económica de la Nueva Granada, con el nombre de "Sociedad Patriótica de los Amigos del País" y cuando en España había ya cosa de setenta. (233) — Sobre ella escribe Gredilla: "Mutis comprendió que el cultivo de las ciencias no bastaba para alcanzar la prosperidad de la región americana en que vivía, y que la instrucción no podía ser general sin hacerla extensiva a las clases inferiores, y por eso creyó necesario interesar a todos los ciudadanos, según las fuerzas de cada uno
para dirigir hábilmente sus actividades al bien común y general de la Colonia, toda vez que con laudable proceder entra ba en beligerancia con las setenta Sociedades autorizadas en España, las que, según consigna el Conde de Floridablanca en su memorial de 10 de octubre de 1.788, esforzábanse con el mayor empeño en contribuir al socorro, educación y aplicación al trabajo de los pobres, fomentando la agricultura, las artes y los oficios, la política material y formal, estableciendo para la mayor facilidad y perfección de todo muchas escuelas de dibujo. "Para proseguir el ilustre gaditano su laudable y anhelado fin, hemos de considerar, que no sólo fue Mutis para la Colonia neogranadina el sabio, sino la persona más autorizada, querida y respetada de cuantos le conocieron en el Virreinato; que a su lado se formaron pintores, geógrafos, naturalistas, astrónomos, matemáticos, médicos, industriales y toda la pléyade de inteligentes elementos que fueron los precursores de la nacionalidad colombiana, la que fortalecida con la doctrina del maestro y favorecida con la fecundísima imaginación que distingue a los hombres meridionales, dio presto a la literatura sabor y valer castizos, como lo atestiguan los correctos y amenos escritos de Francisco José de Caldas, en su "Semanario del Nuevo Reino de Granada", publicado en Santa Fe de Bogotá; que si a esto añadimos el entusiasmo que Mutis sentía por el bienestar y la prosperidad de la Colonia, su segunda patria, según lo ya manifestado, entre los naturales del país, se comprende consiguiera fácilmente organizar, con el grupo de hombres que formó intelectualmente, ya con sus enseñanzas orales, ya con sus escritos, ya con su autorizada influencia, una Junta o Patronato que, con el nombre de Sociedad Patriótica, contribuyera a la defensa, protección y propaganda de los intereses de la Colonia neogranadina, con arreglo a las siguientes bases: 1° de la Agricultura y cría de ganados; 2°, de la Industria, Comercio y Policía, y 3°, de las Ciencias útiles y Artes liberales. "La aprobación de esta Sociedad, de antemano solicitada por los personajes más conspicuos y principales de la capital, fue decretada por el Exmo. Sr. Virrey, a la sazón Don Pedro Mendinueta, en 24 de noviembre de 1.801". Mutis fue nombrado por el Virrey Presidente de la Sociedad. Como en el artículo 1° del Título de los Estatutos se dice que "La Sociedad Patriótica del Nuevo Reino de Granada estará bajo la inmediata protección del Exmo. Sr. Virrey y del Ilus-trísimo señor Arzobispo que serán Protectores natos, en la primera sesión "dijeron los vocales (234) que la acción del Pro- tector de ningún modo presta jurisdicción sobre el protegido, porque en este caso la Sociedad no podrá substraerse de su legítimo Jefe que por naturaleza es el Exmo. Sr. Virrey como de todos los cuerpos políticos y militares del Reino, ni someterse a un dominio extraño como el eclesiástico, y así dicho nombramiento se dirige a ponerse bajo los auspicios de los altos personajes nombrados para que cada uno por su parte franquee a la Sociedad para el éxito de sus pensamientos los auxilios y apoyos que tengan a bien, sin extenderse nunca a actos jurisdiccionales en calidad de tales protectores con lo que parecen quedar evitadas dudas; pero para remover toda especie de inconvenientes y manifestar la sumisión que debe ser característica de este cuerpo al Superior Gobierno, acordó la Junta que en caso de
no conformarse la Superioridad con dicho artículo queda por único Protector de la Sociedad el Exmo. señor Virrey de este Reino y por Director nato de ella el limo, señor Arzobispo, a imitación de lo que se ha practicado en muchos cuerpos de España, iguales a éste, en cuyo caso quedará derogado el artículo 3° del título 5 que previene sea electivo". Fueron miembros de la Sociedad Patriótica al fundarse: Mutis, Don José de Leiva, Don José María Lozano, Don Andrés Rosillo, Don José Luis Azuola, Don Diego Tanco, Don Jorge Tadeo Lozano, Don Luis Ayala, Don José Azebedo, Dr. D. José Ignacio de San Miguel, Dr. D. Ignacio de Vargas, Don Pedro Groot, Dr. D. José Sanz Santa María, Don Luis Azuola, Don Eustaquio Galavis, Don Francisco Manrique, Don Luis Cayzedo, Don Fernando Cayzedo, Don Pedro de Lastra, Don Miguel de Isla, Don José Martín París, Don Ignacio Texada y Don Dionisio Tejada. Quizás por insinuación del mismo Mutis o de alguna o algunas de las personas anteriormente nombradas, mientras en Santafé se organizaba la Sociedad Patriótica, en Popayán se trataba igualmente de establecer una semejante, pues el Sabio Caldas, en carta de 5 de agosto de 1.801, le dice a su muy amigo Don Santiago Pérez de Valencia y Arroyo lo siguiente: "Aquí se ha pensado también en Sociedad Patriótica, y se habían acalorado mucho sobre este particular. El Padre Fuentes y Don Tomás Quijano la han promovido mucho, y yo no he dejado de ayudar, haciendo alistar a mis amigos; pero apenas son pensamientos, y dudo pueda tomar forma y llegarse a establecer". En el comentario de Gredilla, con motivo de las Sociedades Patrióticas, que figura en su Biografía de Mutis, encontramos este concepto: "Y es también cierto que en nuestras Colonias fueron estas Corporaciones y sus asimiladas, plantel donde germinaron y crecieron las ideas separatistas y muchos de los que años después llevaron el estandarte de la independencia americana; de donde resulta que sólo por la sugestión que produce todo lo nuevo y la oscuridad en que se veían sus efectos, puede explicarse que hombres tan patriotas de España, como Mutis, las fomentaran con sus influencias y sus prestigios". Mutis fue un precursor de nuestra emancipación. Hoy nadie lo discute. Muchos de los nuestros lo han proclamado, y antes de no pocos lo dijo el mismo Menéndez y Pelayo con estas palabras que son de Gredilla, (235) al exponer esa alta opinión: "Si nuestros gobernantes no llegaron a prever con tiempo que el espíritu ardiente de los criollos no había de contentarse mucho tiempo con la ciencia pura, sino que había de lanzarse rápidamente a las extremas consecuencias políticas que en aquella cultura venían envueltas, aun esta misma generosa imprevisión es para sus nombres un título de gloria. Por donde se ve cómo el sabio José Celestino Mutis, sin apenas pensarlo, fue el verdadero precursor de la nación colombiana". ----------------
C A P I T U L O XV
La Quina No fueron tardos los españoles en empezar a escribir sobre la Historia Natural de sus colonias en las Indias Occidentales. En efecto, Diego Alvarez Chanca, compañero de Colón en su segundo viaje (1.493), describe algunas plantas de la vegetación del Nuevo Mundo en su Carta a la Ciudad de Sevilla. Poco más de medio siglo después, entre 1.565 y 1.574, Nicolás Monardes, no sólo formó en Sevilla un verdadero museo de productos naturales de América, sino que publicó una "Historia Natural de las cosas que se traen de nuestras Indias Occidentales, que sirven en Medicina". Transcurrido un cuarto de siglo, en 1.590, el Padre José de Acosta, llamado "El Plinio del Nuevo Mundo", dio a luz pública su muy importante "Historia Natural y Moral de las Indias, en que se tratan las cosas notables del cíelo, y elementos, metales, plantas y animales dellas", Historia ésta elogiada por Humboldt, porque por primera vez se metodizaron científicamente la Geografía Física y la Historia Natural de este Continente. Fue traducida al italiano, al holandés, al francés, al inglés y al alemán. Posteriormente, sobre su viaje científico a América, realizado por disposición de Felipe II, de quien era su protomédico, Francisco Hernández escribió tres obras ya nombradas. Más tarde, entre otros, el Padre Bernabé Cobo S. J., Don Juan de Vega, Tomás Fernández y Mariano Segura publicaron las siguientes obras, una cada uno, respectivamente: "Historia del Nuevo Mundo" (Los libros 4°, 5° y 6° dedicados a la Bota nica — 1.617 a 1.620), "Introducción de la Quina en la Materia Médica" (fines del siglo XVII), "Defensa de la Quina" (1.698) y "Epístola a Mangeto sobre el abuso de la Quina" (1.744). Concretándonos a la Quina, en 1.679 todavía este árbol, o mejor esta materia medicamentosa, era un secreto para los in gleses y sólo en 1.682 se hicieron públicas en Europa sus virtudes. Desde esta época fue objeto de un comercio activo, con un régimen especial de quien la tomara, consistente, aparte de más prescripciones, en no mojarse las manos ni los pies durante cuarenta días. Hasta 1.770 estuvo limitada la introducción en el Viejo Continente a la corta cantidad de veinte mil libras anuales de corteza, y formó en su estimación al lado del antimonio y del mercurio. Mucho se escribió sobre ella. Basta decir que en Hamburgo Enrico Von Bergen publicó un libro, "Ensayo sobre una monografía de las Quinas", donde se encuentra la lista de seiscientos treinta y dos autores que escribieron observaciones médicas y trabajos sobre ellas en más de veinte mil volúmenes. (236) Si se atiene uno a lo anotado por los cronistas del Nuevo Mundo, puede afirmarse que el uso de la "Cascarilla" con fines terapéuticos existía ya entre los indígenas en la segunda mitad del siglo XVI, pues en los primeros años del XVII, siendo Virrey del Perú Don Francisco de Borja, eran del dominio público las virtudes curativas de aquella corteza, y este conocimiento sólo lo habían adquirido aquéllos después de largas experiencias. En 1.616 ya se escribía sobre esto, y dos décadas más tarde las crónicas registraban cómo
Don Juan López Cañizares, Corregidor de Loxa, se restableció de una afección malárica con la quina que le proporcionó el Cacique de Malacotas. Y por esos mismos días, en 1.638, el mismo Corregidor le remitió, con especiales recomendaciones, la eficaz "cascarilla" al Virrey del Perú Don Luis Jerónimo Fernández de Cabrera, para que le tratara unas fiebres tercianas a su esposa Ana de Ossorio, Condesa de Cinchón. Refiere De Hoyos Sáinz en su libro sobre Mutis (237) que este Virrey, antes de administrarle el remedio a su mujer, le exigió a su médico Juan de la Vega lo empleara en los palúdicos del hospital de Lima, para observar sus buenos o malos efectos. Como éstos fueron excelentes y también la Condesa se curó, ella se convirtió en anunciadora del eficiente remedio y dadora de sus polvos a los enfermos pobres. De ahí vino el nombre "Polvos de la Condesa" conque se designaba este medicamento, el cual propagó y explotó en la Península el médico De la Vega, cuando los Condes de Cinchona regresaron a ella. Otros cronistas atribuyen a los Jesuítas el haber conocido en sus misiones del Nuevo Mundo las propiedades curativas de la quina y el haberla experimentado en sus propios sacerdotes. Pero ellos no se limitaron a usarla entre sí y en este solo Continente, sino que la difundieron, como lo hizo el Procurador de la Compañía en América, quien en 1.649 llevó gran cantidad de corteza a Italia con el fin de tratar a los religiosos y seglares que padecían de tercianas en la vasta región del Agro romano o Pontino. Dio esto motivo para que los "Polvos de la Condesa" cambiaran este nombre por el de "Polvos de los Padres" y para que el odio de secta se despertara, pues los protestantes los atacaron y lucharon por su desprestigio, lo que demoró su cabal conocimiento y benéfico consumo, al menos por un siglo. Inglaterra, la nación que tiempo después tuvo en Suramérica a Spru-ce comprando grandes cantidades de semillas de Cinchona para enviarlas a la India y otros lugares, bajo el cuidado de Mr. Cross, fue precisamente el mayor enemigo en su territorio de tan gran medicación en aquel tiempo. Pero, hecho curioso, un inglés de apellido Talbot, fue justamente el que en 1.679 hizo que se extendiera en Francia esta nueva terapéutica del paludismo. En efecto, él se presentó en París con la corteza, en los momentos en que el Delfín sufría de fiebres y logró curarlo, lo que le fue agradecido por Luis XIV con especiales demostraciones y un regalo de dos mil lui-ses de oro. Mas España se anticipó a Italia, Francia e Inglaterra en el empleo de la quina, porque en 1.639, ya estaba ella haciendo curaciones en Alcalá de Henares, primero, luego en Sevilla y después en todo el Reino, es decir, cuarenta años antes que Europa la conociera bien y la utilizara. Como se ve, no fue La Condamine quien primero trató sobre el notable árbol y su "corteza de las cortezas". La Monografía de él, que sí aparece como la primera escrita científicamente, fue publicada en 1.738 y le sirvió de base a Linneo (1.742) para la primera clasificación del género Cínchona, clasificación que fue modificada posteriormente por el mismo Linneo (1.767), cuando Mutis le envió de regalo un dibujo y unas muestras recibidas de Don Miguel de Santistevan. No quiso Mutis quedarse atrás de la tradición de sus compatriotas ni de las realizaciones que hacían por su tiempo los jefes de las Expediciones Botánicas enviadas a Suramérica por su Soberano, así como los viajeros exploradores que, por iniciativa de otros Gobiernos, se llegaron a este Nuevo Mundo. Fuera de su gigantesco trabajo en la Expedición que dirigió aquí en
la Nueva Granada, inmenso y valiosísimo fue también lo que hizo sobre la quina, árbol de su mayor cuidado, interés y preferencia. De Hoyos Sáinz, uno de sus biógrafos, señala: "Se sabe que escribió tres trabajos, de los que se publicaron dos, y el tercero, tal vez el más valioso, consérvase inédito en el Jardín Botánico de Madrid. Publicóse el primero en Cádiz en 1.792, y era un modesto folleto en cuarto, de veinte páginas, titulado "Instrucción formada por un facultativo, relativa a las especies y virtudes de la Quina". El segundo, titulado "El Arcano de la Quina o discurso de la parte médica de la Quinología de Bogotá", se publicó primero en el "Papel Periódico de la Ciudad de Santa Fe de Bogotá", en los años de 1.793-94, y más es un trabajo médico que botánico, del cual dio a la luz pública un extracto el "Semanario de Agricultura de Madrid", en 1.798; y en la "Gaceta de Guatemala" de 7 y 13 de diciembre de 1.802 se hizo una refundición con el nombre "De las diferentes especies de Quina y sus virtudes". El tercero, el más completo trabajo sobre la Quina, estaba sólo en borrador a la muerte de Mutis y su sobrino Sinforoso lo hizo poner en limpio y lo completó con notas y apuntes del mismo Mutis. Lo tituló "Historia de los Arboles de la Quina, obra postuma del Dr. D. José Celesti- no Mutis, célebre naturalista y Patriarca de la Botánica, Director de la Real Expedición Botánica del Nuevo Reino de Granada, socio de diferentes academias de Europa y Astrónomo de S. M., concluida y arreglada por D. Sinforoso Mutis y Consuegra, individuo de la Real Expedición Botánica y nombrado para organizar y publicar la "Flora de Bogotá" — Año de 1.809". (238). Ya con mejores conocimientos sobre estas obras se puede rectificar o completar lo dicho por De Hoyos Sáinz en la forma siguiente, según lo explicado por el Padre Pérez Arbeláez en su libro sobre Mutis: Fueron tres las obras. La primera, la "Instrucción formada por un facultativo, relativa a las especies y virtudes de la Quina". La segunda, el "Real proyecto del Estanco de Quina y sus establecimientos, Reflexiones políticas que persuaden la suma importancia de erigir en ramo de Real Hacienda la administración de la Quina sacándola de las manos del mal entendido Cuerpo del Comercio Nacional; la necesidad absoluta de hacer los grandes acopios en estas Provincias Septentrionales de Santa Fe de Bogotá, sus Establecimientos y reglas, ilustrados con las correspondientes combinaciones y cálculos extendidos de orden superior". La tercera, la "Quinología", compuesta de cuatro partes. De ésta, las dos primeras fueron dadas a luz en el "Papel Periódico de Santa Fe de Bogotá" entre 1.793 y 1.794, con el nombre de "Arcano de la Quina". Con este mismo nombre y en 1.828 publicó sus tres partes médicas Don Manuel Hernández de Gregorio, boticario en la Corte. "El Mercurio" de Lima, en el N° 608, publicó un extracto incompleto que abarca la primera y la segunda parte, y Don Francisco Antonio Zea publicó también un extracto en los "Anales de la Historia Natural" de Madrid, con algunas observaciones sobre la "Quinología" de Ruiz y Pavón. Acerca del "Arcano" escribe Hernández de Gregorio que se publicó bajo muchas formas y disfraces y que "en efecto, habiendo el mismo Mutis entregado su "Arcano de la Quina" original, íntegro y corregido por su propia mano a Don Ignacio Sánchez Tejada, Secretario del Virreinato de Santa Fe (que es el patriota que cita el mencionado diario N° 129) para que lo
imprimiese a su costa; este caballero se presentó en Madrid en el mes de febrero de 1.807 con dicho original magníficamente escrito; y cuando estaba para empezarse la impresión ocurrió la invasión de los franceses y ocupación de España; y como el señor Tejada tuvo que abandonar la Corte en 1.813 por haber servido en aquel tiempo de oficial de la Secretaría, bajo las órdenes del señor Aranza, volvió el "Arcano" a sepultarse en la más completa oscuridad, por haberlo dejado abandonado en Madrid entre otros pequeños libros; pero habiendo venido por último a parar por una rara casualidad a mis manos, espero no saldrá de ellas sino para la prensa". Finalmente y con sus propias notas el Padre Pérez Arbeláez incluye todo el manuscrito de Mutis en sus cuatro partes dentro del tomo XLIV de la "Flora de la Real Expedición", con el título que trae De Hoyos Sáinz. De este manuscrito de la "Quinología", del que Sinforoso hizo sacar cinco copias, una de ellas la perdió Don Mariano La Gasea en un motín contra su casa en Sevilla, cuando pretendía darla a la publicidad, y las otras fueron las que guardaba el Real Jardín Botánico, las que explotó el botánico bogotano Don José Triana y las que dieron a la estampa el Padre Pérez Arbeláez y el Dr. Fernando Fernández de Soto. No estaría bien hacer caso omiso de las notas que siguen sobre el "Arcano", obra de 263 páginas, uno de cuyos ejemplares fue regalado a la Biblioteca Nacional por la familia del Botánico Don José Triana. Comienza la publicación en el "Papel Periódico" con estas palabras: "El Arcano de la Quina". — Revelado a beneficio de la humanidad. - Discurso que contiene la parte médica de la Quinología de Bogotá, y en que se manifiestan los yerros in culpablemente cometidos en la práctica de la Medicina por haberse ignorado la distinción de las cuatro especies oficinales de este género, sus virtudes eminentes y su legítima preparación: conocimientos que ofrecen el plan de reforma en la nueva práctica de esta preciosa corteza". Si uno se ajusta a la etimología, esta obra de Mutis tuvo fines terapéuticos, en cuanto la escribió para servir mejor a los enfermos, con un conocimiento más claro de la Quina. Eso sí, el Sabio no hace en sus páginas un estudio muy especial y cien tífico de la corteza como fármaco, es decir, no se detiene a considerar prolijamente su acción medicamentosa, indicando su paso por el organismo en las fases de absorción, metamorfosis y eliminación. No: él se propone, por sobre todo, la defensa de la Quina como tratamiento indiscutible de las fiebres palúdicas; el señalamiento del diferente valor o eficacia de las distintas cortezas, cuyas clases y usos determina con claridad y exactitud manifiestas; y la manera mejor de llevar el medicamento al organismo de los pacientes. Es el trabajo de un médico que viste también de naturalista. Le recuerda a uno el "Rhi zotomikon", el libro de las hierbas de Diocles de Caristos. Sobresale esta obra de Mutis por el conocimiento muy amplio que demuestra de la materia, en el que no tiene rival, y por la erudición conque la trata, lo que hace resaltar notablemente la autoridad de sus tesis y opiniones. En tres partes está dividida esta publicación: trata la pri- mera de los errores inevitables que traen la ignorancia y confusión de las especies del
árbol; la segunda, de las ventajas esenciales del uso de la Quina; y la tercera, de datos útiles a la historia de la nueva práctica de ella. Entrando en la primera parte comenta el Sabio: El descubrimiento de la eficacia de la Quina en el tratamiento de las fiebres intermitentes trajo la codicia de su tráfico y el desorden de él, y, aunque el Gobierno le puso algún cuidado, medio siglo después continuaban anárquico el comercio y encontrados los conceptos y opiniones entre los médicos, y entre éstos y los mercaderes. Anota también la preocupación tradicional de administrar la corteza en toda su sustancia, causa de males inevitables con su uso prolongado. ¿Cuál era la mejor Quina? No se llegaba a una conclusión definitiva. Por tiempos prevalecía alguna y luego caía en descrédito, debido al predominio de unas segundas o terceras. Hoy se prefería el Canutillo; mañana, la Caña delgada; y después, el Cortezón. que lo fue en los principios. El éxito mayor lo tuvo la Quina de Loxa, pero, por no saber reconocerla, la destruían en sus montes. La Condamine y Linneo fueron de los primeros en presentar estudios científicos sobre este vegetal, mas en forma deficiente, y Europa no lograba percibir lo verdadero en él, porque desconocía sus especies y confundía la Cinchona officínal de los botánicos con la Cascarilla de los médicos, boticarios y comerciantes. Desde que Mutis llegó al Nuevo Reino a principios de 1.761 acometió su estudio botánico en los esqueletos de la especie corriente que le regaló el erudito Superintendente de la Real Casa de Moneda, señor Santistevan, cuyas conferencias y manuscritos le impusieron del modo como se llevaba el comercio de la corteza, pues éste, nueve años antes, había sido comisionado por el Virrey Marqués del Villar para estudiarlo en la misma Loxa y para proponer su ordenamiento. Auxiliaban considerablemente las investigaciones de Mutis, así su profesión, como las insinuaciones de Linneo (quien, siguiendo a La Condamine, estuvo en error hasta 1.764) y también su resolución de dirigirse por lo que decían la naturaleza y sus observaciones propias médicas y botánicas. De esta manera fue él apartándose de lo sostenido por La Condamine, porque existía, entre varios yerros, el de tomar como base de recono- cimiento de las Quinas la variedad de los climas; las estaciones lluviosas o secas; las grietas transversales de las cortezas; su distinto sabor amargo; el color prieto del envés, manchado a trechos de blanco ceniciento, lo que los cosecheros llamaban Pata de gallinazo; y el quiebre vidrioso de ella, con fractura sin filamentos. Estos errores favorecían la confusión de la Quina verdadera con otras cortezas, tales la de Barinas y la llamada Guayana. Se confundían el Canutillo, el Cortezón de la Quina Roja, los Canutillos llamados Primera suerte. No se sabía a qué especie de Quina pertenecían. En este caso aparecieron los distintos descubrimientos del árbol anunciados por Jacquin, los Forters, Sparrman y Swarz (Quina caribea, Quina corymbifera, Quina angustifolia). Progresando en su empleo terapéutico y en sus consideraciones y exámenes, Mutis llegó a señalar los desaciertos y equivocaciones de cosecheros, comerciantes y médicos, la presencia de siete especies demostrables y el agrupamiento de cuatro legítimamente oficinales, de las cuales había tres de menor eficacia en el uso vulgar, y sólo una, llamada selecta, de poder curativo
universal, según las gentes, efectiva especialmente para calenturas, gangrenas, supuraciones, y determinadas enfermedades crónicas, señaladas por los autores. Que había exceso de alabanzas y vituperios, fue una de sus conclusiones. "La Divina Providencia —escribe Mutis— nos ha franqueado las cuatro Quinas oficinales, Naranjada, Roja, Amarilla y Blanca, especies realmente distintas, según las reglas botánicas". En los tiempos inmediatos al Descubrimiento circulaba en toda Europa una sola especie, que era la Quina Naranjada o Primitiva, tomada en Loxa para personas particulares o para el comercio, y por falta de una clasificación científica estuvo a punto de desaparecer confundida con otras cortezas parecidas. Después de separadas del árbol se tomaban las cortezas no bien secas, se empacaban o embutían en un cuero ahumado y se las depositaba dentro de un hoyo en la tierra, comprimiéndolas y desmenuzándolas a fuerza de pisón; de modo que lo que a Europa llegaba era un polvo húmedo, medio podrido. Los árboles, una vez utilizados, eran cortados para aprovechar más tarde las cortezas de las ramas retoños, que pasaban al comercio con los nombres de Caña delgada o Canutillo y que gozaban de mayor preferencia, sin que se las pudiera apreciar debidamente, por falta de señales, como color, etc. Estos Canutillos determinaron la tala de los bosques, que hubiera extinguido la Quina Primitiva, si providencialmente no se hubiera impuesto la Quina Roja, que salvó las otras especies, aunque ella carecía del poder curativo de la Primitiva. Vino, pues, la desconfianza para la Quina Roja y, a falta de la Primitiva, descubrieron los cosecheros en otros montes la Quina Amarilla, cuya corteza fue equivocada con la de la Primitiva por la gran semejanza de ambas. Esto dio lugar a que los Profesores cayeran en el error de que ésta sufría las influencias del suelo. Llegó así a generalizarse el empleo de la Quina Amarilla y el de la Roja, con resultados apenas regulares de la primera y muy mediocres de la segunda. Se les atribuyeron complicaciones como hidropesías, ictericias, obstrucciones y otras, y en esta creencia incurrieron profesionales como Boerhaave y Lieutaud. Afortunadamente más tarde disiparon ese juicio Prácticos muy distinguidos. Al lado de las Quinas Primitiva, Roja y Amarilla hay que citar la Blanca, también tenida en Loxa como del mismo género, pero sin buena reputación. De suerte que en el comercio se barajaban las cuatro, con la consecuencia de que no era fácil determinar la Quina Primitiva. Todas se confundían. La Condamine, poco versado en botánica, equivocaba en Loxa la Ama rilla con la Roja y Santistevan, en su viaje a este lugar, no supo separar la Amarilla de la Primitiva, que allí no alcanzó a precisar, y, a su regreso, pasando por Popayán, pudo conocer la Roja, llamada allí Palo de requezón. Por todas estas circunstancias variaba mucho el prestigio de las Quinas; por largo tiempo gozó del mejor la Amarilla, y hacia 1.780 la reemplazó la Roja. Y con el prestigio variaban también las opiniones sobre ellas en los países: la que obraba bien en París era perjudicial en Roma, la buena de Cádiz era la mala en Mantua y la de Holanda era inferior a la inglesa. En uno y otro lugar se hablaba de alteraciones, de vejez, de falsificaciones.
Desde luego, esta enmarañada situación obedecía a falta de conocimientos, aunque éstos no llegaba a individualizar con exactitud absoluta cada especie. ------------Ya en la parte segunda dice el Sabio que toda Quina tiene el color propio de cierto jugo que la tiñe y que se halla cuajado y depositado en abundancia entre las fibras leñosas de la corteza. Este tinte, visto en la cara interior, permite distinguir las especies, aunque pequeños matices desorienten a los no muy expertos. Por fortuna la Roja y la Blanca no presentan dificultades, como sí, la Naranjada y la Amarilla, que exigen a veces sumos cuidados. La estructura de las cortezas, que consiste en el tejido de sus fibras leñosas, se presenta en líneas longitudinales y paralelas. La mayor o menor aproximación de las fibras influye en la compactación del jugo y, por tanto, en su gravedad específica. También son comunes a todas las especies las grietas transversales, cuya disposición distingue su corteza de las de otros árboles. En cuanto a los colores, hay gradaciones mínimas, y, en cuanto al sabor, el amargo no puede equivocarse ni confundirse con ningún otro. Largas páginas dedica Mutis a la diferenciación de las Quinas. Por ejemplo, a la Quina Naranjada le señala doce particularidades, y, como sobresalientes, el color flavo, la espuma delgada y el amargo aromático; igualmente le señala a la Quina Roja otras doce, y, como notorias, la espuma gruesa, el color rojizo y el sabor austero; del mismo modo le asigna a la Quina Amarilla este número de caracteres, con predominio del color pajizo, del amargo puro y de la espuma entre delgada y gruesa; y asimismo apunta para la Quina Blanca esa cantidad de distintivos, y, como principales, el color blanquecino, el amargo acerbo y la espuma muy gruesa y tenaz. Sobre la Quina Naranjada escribe Mutis: "Parece un producto combinado de dos árboles distintos, de los que deriva sus mayores virtudes", la llama "Segundo Árbol de la Vida". Y agrega: "Esta fue la especie primitiva que sobresale entre las otras por el carácter peculiar de ser eminentemente balsámica. Su modo de obrar como por encanto y a golpe seguro en las calenturas intermitentes, comprobado en siglo y medio, siempre que fue bien administrada a ciencia cierta de su legitimidad, nos indica su eficacia absoluta y exclusiva en estas enfermedades. De aquí resulta ser esta especie directamente febrífuga, y que será en vano buscar auxilios equivalentes en las otras especies cuando urge la necesidad de cortar infaliblemente las accesiones". Con la anotación de que la Quina Roja fue usada por Alejandro Monro en las viruelas y de que en su uso hubo grandes diferencias entre Ramazzini, Torti y Manget, debe recordarse que ella a veces surgía con fama notable, no obstante los ata ques de los Prácticos, como eminentemente antiséptica y astringente y como indirectamente febrífuga, usada particularmente por el cirujano Rushwort, y que otras veces perdía todo prestigio, pudiendo llamársela incendiaria, puesto que por ella las gentes llegaron a decir de todas las especies que abrasaban las entrañas. En lo que toca a la Quina Blanca, había una gran fluctuación de conceptos, y en los útimos años del siglo XVII era rechazada. Sin embargo,
administrándola con confianza y paciencia —afirma Mutis— obraba bien sobre las fiebres periódicas rebeldes, no causaba los incendios de la Roja, ni era laxante o purgante como la Amarilla, por lo que era de aconsejarse en las enfermedades largas y tenaces y en los enfermos debilitados. En los casos agudos de fiebres no prestaba servicios que valieran y debía recurrirse a la Naranjada. Muchos debates sufrió la Quina, tanto por parte de los médicos como por la de los particulares, oscilando entre medicina funesta y medicina heroica, entre la aceptación de sus virtudes y la negación de ellas. Por tiempos la envolvía una atmósfera de alabanza, y otras veces, quejas, temores, cautelas, clamores, visiones de muerte andaban al lado de su nombre. Sin mengua de Sydenham, observador diligentísimo, pero que no consiguió la mayor pericia en el manejo de la Quina, es necesario señalar a Ricardo Morton como el mejor quinista del siglo XVII y anotar que, según él, la acción de este medicamento se hace sobre el sistema nervioso, y que este concepto fue compartido por Van Swieten y Cole. Extenso es el comentario que Mutis le dedica a Morton en esta aplicación terapéutica. En el "Arcano" publicado por Hernández de Gregorio se encuentran estas líneas del Sabio: "No es este remedio de la clase de aquellos que se destruyen en el estómago, ni de los que llegan a la masa de los humores casi sin actividad, descompuesta su substancia por las fuerzas de la vida y acción de los jugos gástricos. La Quina pasa a la sangre sin haberse descompuesto en el dilatado curso de las primeras vías, inficionando, en expresión de Sydenham, toda la masa humoral que sirve de vehículo a las innumerables partículas de un remedio tan activo, que desenvolviéndose más y más con el calor y movimiento animal obra con toda su fuerza y vigor por donde va pasando, imprimiendo en las paredes de los vasos la elasticidad, adelgazando las congestiones formadas, y finalmente separando lo malo de lo bueno. Tanta actividad es propia de los remedios heroicos; y cuál será la de la Quina puede inferirse también de las espumas quinosas que se dejan ver en las orinas de los que continuaron su uso por algunos días". Continúa Mutis exponiendo las diferencias farmacológicas y medicinales de las Quinas y las distintas preparaciones que, conservando su eficacia, hacían más tolerable su amargo y menor la repugnancia a ellas. Cita en este orden las infusiones, las maceraciones, los cocimientos y las tinturas. Tratando de las infusiones se detiene un poco en considerar las que se hacían en agua natural fría o caliente o en vino, así como el sistema de las diluciones de ellas, para darles apropiadas concentraciones, como la de 20 para la Quina Naranjada y Amarilla, la de 30 para la Roja y de 40 para la Blanca. E insistiendo siempre por comprender este medicamento, dice: "La Quina, en nuestro dictamen, es un jabón vegetal de sustancia densa, viscosa y tenaz preparada por la naturaleza hasta cierto punto que pueda mantenerse y conservarse en estado seco y crudo por dilatadísimos años para el uso que debían hacer los hombres llevándola a regiones remotísimas. La ulterior preparación que le proporciona la naturaleza se reduce a un cierto grado de generosidad que, a imitación de otros fru- tos, adquiere con el tiempo, pero sin salir jamás de su estado de crudeza natural". Expone luego las combinaciones de la Quina con antimonio o con mercurio y saca la conclusión de que para ellas se necesitan capacidades excelentes.
De otro lado habla también de lo que él llamaba la "Tisana católica", por su universalidad, y de la asociación de la Quina con la ipeca, que debió ser de gran utilidad. Entra después a hablar de lo que consideraba de especial importancia, o sea de la Quina fermentada y escribe: "La preparación más natural, sencilla y saludable es la Quina fermentada. El licor que de esa operación resulta es aquel Bálsamo de la Vida o Panacea universal tan solicitada en todos los siglos, si les fuera concedido a todos los mortales un auxilio tan permanente. . . . Pretendemos solamente anunciarle al hombre el auxilio más universal y menos fastidioso para sus inevitables dolencias. Si algún remedio merece aquellos pomposos dictados, a ninguno mejor pueden cuadrarle que al que en todos tiempos y con conocimientos tan imperfectos de su ventajosa preparación y de sus más preciosas virtudes respectivas a las especies, se le dio el nombre de Árbol de la Vida. "La Quina contiene un precioso jugo en estado crudo, del que debe pasar al de sazón, para producir sus saludables efectos. Siendo este jugo tan denso, no puede extenderse en poco líquido; siendo tan viscoso, necesita de un agente que lo desate; y siendo tan tenaz, se resiste a desenvolverse en poco tiempo". Continuando con la Quina fermentada, advierte la influencia de los climas en las fermentaciones y en las preparaciones que se hacen con agua, miel de caña o de abejas y de azúcar prieta. Al tocar este punto expresa que se ha visto en el caso de una reserva forzada acerca de sus ideas y ocurrencias al respecto, debido a las "pretensiones del Profesor aventurero (Lopez Ruiz) que ha querido apropiarse la gloria de descubridor de la Quina en este Reino, desde el año 76, como de la Quina Primitiva o Naranjada, que jamás había conocido ni propuesto en sus representaciones al Superior Gobierno", Y finaliza esta declaración con la noticia de que hace públicos su formulario y su práctica en la administración del medicamento, y con el dato de que para obtener la cerveza de la Quina se ponen a fermentar en cien libras de agua, con el dulce conveniente, ocho onzas de Quina Amarilla, cuatro de Roja, cuatro de Blanca, una nuez moscada y media onza de canela. Completa Mutis esta indicación con el aditamento de que se puede tornar laxante o purgante esta cerveza, agregándole ruibarbo o jalapa, según la clase de la Quina empleada. Mas no termina aquí: su exposición continúa refiriéndose a una cerveza que él llama Polycresta, preparada preferentemente con Quina Roja, la cual se podía mezclar con zarzaparrilla para el tratamiento del "Gálico endémico", y como complemento de las preparaciones allega estos tres párrafos: "Los favorables efectos de esta preparación (cerveza, elíxir, polycresto) nos encantan más cada día, obligándonos finalmente a propagar el beneficio que años ha hemos anunciado a la Humanidad; y, sin salir de los límites de una honesta ambición de gloria, juzgamos también original este descubrimiento. Lo diremos con franqueza: no hemos hallado ciertamente en todos los fastos de la Medicina desde la época feliz de la introducción de la Quina en Europa hasta la presente entre las diversas pre paraciones inventadas, vestigio alguno que nos pudiera haber conducido a este dichoso puerto. Aunque podamos asegurar que de nadie hayamos aprendido estas ideas, pretendemos apoyarlas al principio en algunas prácticas empíricas, y en otras combinaciones de lo que tal vez harían los Indios con esta corteza, que no la hubieran ocultado tanto, a no estar confiados por una constante tradición y su propia experiencia de los infalibles y prontísimos efectos de su remedio.
"Conjeturamos, pues, que los Indios hicieron mayor uso de la Quina; y que la debilidad de los hombres en graduar de bárbaras las invenciones de los Pueblos destituidos de la cultura de nuestros tiempos, con el especioso pretexto de mejorarlas, suele ponerlas en peor estado. Verdaderamente y de buena fe confesamos que no existe monumento ni tradición alguna con que pudiéramos afianzar también a nuestros Indios inventores del remedio la gloria de haber usado la Quina fermentada; pero si atendemos a su pasión dominante por este género de bebidas, y a la práctica primitiva de macerar los polvos en vino que establecieron los españoles según la fórmula esparcida por toda Europa, parece muy verosímil que lo aprenderían éstos de lo que harían los Indios macerando la corteza recién cogida del árbol y rudamente quebrantada, manteniéndola dentro de su Chicha por algunos días. En estas circunstancias conseguirían por un método más abreviado un equivalente de la Quina fermentada, cuya eficacia unida a la benignidad de sus saluda bles operaciones recomendaría por todos títulos aquel apre-ciable secreto, que ocultaron por tanto tiempo a sus conquis tadores. "Parece desde luego tan verosímil esta conjetura como uní versalmente bien sabida la historia de las costumbres de estos Pueblos bárbaros. Ocupados siempre con sus necesidades presentes jamás piensan en lo venidero; ni atormentándoles la previsión de los males futuros no aplican a sus enfermos otros re medios que los muy sencillos que en tales aprietos les suminis tran las plantas de sus montes. Y así sería una excepción nun ca vista que conservasen los Indios en sus humildes chozas algún repuesto de remedios, cuando vemos su infeliz y deplorable actual modo de comportarse, a pesar de la civilidad y cultura con que se les trata en nuestros tiempos. De aquí podemos inferir que jamás tuvieron guardada con anticipación esta corteza, ni la usaron seca, sino reciente y acabada de sacar del árbol. Esta como todas estando frescas y expuestas al sol, rocío y agua, fermentan espontáneamente; y más presto macerada en la Chicha debía soltar con facilidad su jugo en un líquido que es propiamente una levadura capaz de acelerar la fermentación. Si lo hicieron fueron más afortunados que nosotros en el uso de este divino remedio., y jamás hallarían motivo de conocer las calamidades que afligieron a Europa por su vanagloria de corregir aquella invención original". Finaliza Mutis esta segunda parte con el cuadro siguiente, que él denomina "Prospecto": PROSPECTO De los nombres y propiedades de las Quinas oficinales EN LA BOTÁNICA C i n c h o n a Lancifolía | Oblongifolia | Cordifolia I Ovalifolia Quina Hoja de lanza I Hoja oblonga I Hoja de corazón| Hoja oval EN EL COMERCIO Naranjada I Roja I Amarilla I Blanca Primitiva I Sucedánea I Substituida I Forastera EN LA MEDICINA Amargo
Aromático Balsámico Antipirético Antídoto Nervino Febrífugo
Austero Puro Acerbo Astringente Acibarado Jabonoso Antiséptico Catártico Ríptico Polycresto Ecfrádico Profiláctic Muscular Humoral Visceral Indirectamente febrífugos
-------------En la parte tercera de esta publicación se contienen "fragmentos útiles a la Historia de la nueva práctica de la Quina" y de ellos son los siguientes puntos aislados, solos, aparte: Se pedía Quina fresca, recientemente sacada de los montes, pero los traficantes enviaban la guardada por años, que daba excelentes resultados. Se preferían erróneamente las Cañas delgadas a las gruesas o Cortezones, y Morton fue uno de los más partidarios de aquéllas, hasta el punto de que personalmente iba a las boticas a escogerlas por el temor de que le fueran cambiadas a sus enfermos. Lister fue de opinión opuesta. La Quina Roja se solicitó con entusiasmo en el último decenio, (del siglo XVIII) pero también llegó el día en que por Real orden se permitiera solamente para emplearla en curtidos o para quemarla, destruyéndola. Quinistas tan notables como el Profesor Valatelli creían en una sola especie de la Quina. A Mutis le correspondió demos-trar que había cuatro especies medicinales útiles, con indicaciones especiales para cada una. El color pardo manchado a trechos de un blanco ceniciento era marca insuficiente y engañosa para la apreciación de las Quinas, como todas las señales exteriores tomadas aisladamente. Inducían también a error las grietas transversales o "Pata de gallinazo", efecto de la rotura de la "epidermis" o "pellejito exterior" que cubre la corteza. También era motivo de equivocaciones para graduar la bondad de una quina el quiebre vidrioso de ella, sin filamentos visibles o astillas. Fue un desacierto el administrar la Quina en toda su sustancia. No la toleraron ni el estómago ni el intestino de los enfermos. La Amarilla es más suave, lo es menos la Naranjada y mucho menos la Roja. Sobre todo esto hicieron estudios el Dr. Haen, Morton, Colé y el ilustre MasdeVall. Fue un martirio para los enfermos el ingerir la Quina en forma empírica. Así lo dijo Ramazzini, quien la consideró contraindicada en niños, personas delicadas, monjas, literatos, hombres de negocios y vida sedentaria, príncipes, cortesanos y en el mayor número de gentes acomodadas, de buen sustento y regalo. Entre otras indicaciones de la Quina, fuera de las anotadas, habla Mutis de su utilidad antigangrenosa en las viruelas y de sus beneficios en el sarampión, la escarlatina, las anginas malignas y en las "calenturas eruptivas, ortigaría, vejigosa, aftosa y petequial". Anota también su recomendación como tópico en inflamaciones y gangrenas externas y señala su uso como medicamento cardiaco, fortificante, antiséptico, antipútrido, estimulante y febrífugo.
Dentro del número de los grandes profesionales que trataron de la Quina y la experimentaron cita Mutis a Morto, Lister, Bodi, Koning (Profesor de Basilea), Tissot, Lieutaud, Hoffmann; alude al libro "La Quina" del español Alsinet, a quien consideró como quinista distinguido; y hace un caso especial de las opiones de Boerhaave, quien no se atrevió a condenar abiertamente la Quina, ni a fiarse mucho de ella, ni logró penetrar en su arcano, inducido por los conceptos de Ramazzini y por la autoridad de Sydenham, y de quien dijo estas elogiosas palabras: "Las sentencias de Boerhaave se oían con razón en Europa, como pronunciadas por un Oráculo". Finalmente y para terminar lo publicado en el "Papel Periódico", reproduce Mutis lo que escribió un autor anónimo contra la Quina, en demostración de la necesidad de defender porfiada e infatigablemente este medicamento de tanta utilidad para el hombre: "Ciertamente se han curado y se curan infinitos sin tales correctivos, pues suelen también lograrse las curaciones con el uso simple de la corteza en sustancia y especialmente en los tiempos primitivos en que se conseguía legítima y sin la nota de adulterada. Aún hoy sucede lo mismo con la bien escogida, aunque se ordene en menos cantidad. — No confiemos todavía tanto: así administrada puede ser nociva: es amarga, astringente, tónica y aromática; por tanto en ciertos casos y complexiones enciende, produce sequedad en la piel, daña el estómago causando en él dolores, retoca los pulmones, les hace arrojar sangre algunas veces. — Suspendiendo la calentura fija los dolores en los hipocondrios; otras acomete al bazo formando opilación y podredumbre, que si en ciertos casos es producto de la calentura, en otros es ciertamente causado por la corteza. — Tiene la falta de no ser remedio infalible como se ha creído: en ocasiones detiene la calentura: arruinados algunos enfermos por el remedio y sus calenturas vagos arrastran una vida miserable todo el Otoño y el Invierno. — Sucede también con frecuencia que cortada la calentura aparece la cara descolorida, entumecida, amarilla; abultado el vientre; débiles e hinchadas las piernas: de modo que parece haber comprado los enfermos un mal grave por otro ligero, y de éstos son raros los que escapan. — No paran aquí tan funestos resultados: porque otros, cortada la calentura, padecen congojas periódicas, o caen en sueño muy profundo cuando les tocaba el tiempo de la accesión; muchos, retrocediendo la causa del mal a otras partes, padecen diarrea o disentería: en no pocos casos aparecen dolores vagos y espasmódicos que atormentan los miembros de varios modos, el vientre, el pecho y cabeza. — De tales argumentos se toma un argumento infalible contra el febrífugo; porque aparecen estos males luego que falta la calentura, y restituida se desvanece". Sobre la obra de Mutis en estos asuntos de Quinología salió sin firma alguna lo siguiente, en el "Diario de Madrid", correspondiente al 13 de septiembre de 1.800: "Aviso importante. - En estos tiempos de tercianas y epidemias no parece inoportuno multiplicar los avisos sobre los remedios. En el Correo Mercantil del año de 95, en los números 85 y 86 del Semanario de Agricultura y Artes, en el número 11 de la Miscelánea instructiva y en la Gazeta de México del mes de noviembre de 1.796 (en el Mercurio Peruano numero 608) se ha hablado largamente de cuatro especies de quina conocidas con los nombres de naranjada, roja amarilla y blanca (1), cada una de las cuales sirve para diferentes calenturas y enfermedades, según ha acreditado la experiencia y
práctica de 36 años del sabio médico y botánico de Santa Fe de Bogotá el Dr. Don José Celestino Mutis, autor de la historia natural y Flora de aquel reino aún inédita, quien ha examinado y reconocido por sí mismo los árboles, sus virtudes y diferencias. . . . 1° La Quina añeja bien guardada y preservada de la humedad del aire es mejor y de mayor eficacia que la nueva y recién cortada. 2° También es mejor la de cortezón que la de ramas delgadas y tiernas, que sin conocimiento ha querido preferirse. 3° Que conviene administrarse en polvo bien sutil, y al principio de la accesión de la calentura. 4° Que la Quina naranjada es la directamente febrífuga, aunque administrada en pequeña cantidad: obra sobre los nervios, y se extiende su virtud a todas las enfermedades periódicas y de intermisiones manifiestas. 5° Que la Quina roja introducida por la escasez de la naranjada, es la sola ardiente y muy astringente; que no alcanza a cortar las accesiones; que si lo hace alguna vez es indirectamente y con malas resultas; que obra con seguridad en las gangrenas y enfermedades en que conviene animar la acción muscular, en las supuraciones y en las calenturas malignas; que es sospechosa en muchas ocasiones por su virtud corroborante, y conocidamente mortal en los enfermos de complexión ardiente o biliosa, y de fibra rígida; que al contrario es muy saludable en los de complexión fría húmeda y de fibra laxa; y que conviene emplearla en ayudas en todas las enfermedades (a excepción de las inflamatorias) para remitir las podredumbres que sufre el canal intestinal. 6° Que la Quina amarilla, equivocada con la naranjada, e introducida después, es también indirectamente febrífuga, pero sin las malas resultas que la roja; que es más amarga y aun purgante para algunos; que debe preferirse para las calenturas pútridas en que sería dañosísima la roja; y que es el mejor auxilio contra las calenturas remitentes y continuas. 7á Que la Quina blanca, resistida por la ignorancia del comercio y de los médicos, es un don precioso que la Divina Providencia ha hecho a la humanidad; que es jabonosa y de muy débil astringencia; que obra en las enfermedades crónicas, en las calenturas accesionales muy rebeldes y en muchos casos de la medicina profiláctica; pero que vence las acciones rebeldes removiendo las causas; y que debe suministrarse en lavativas, en aquellas dolencias que conviene limpiar el vientre. . . . Lambert, médico inglés, dice que el Dr. Clarke, médico de Filadelfia, después de haber hecho muchas observaciones sobre la fiebre amarilla, ha publicado un tratado en que propone la Quina blanca de Santa Fe de Bogotá, como el único remedio con que ha curado dicha enfermedad en los Estados Unidos". (1) Naranjada (C. Lancifolia) – Amarilla (C cordifoliaO – roja (C. oblongifolia) – Blanca (C. ovalifolia)
Se deduce de las apuntaciones anteriores —es bueno repetirlo: Mutis fue en su tiempo uno de los médicos del mundo que comprendió mejor el beneficio de la Quina como específico de las fiebres palúdicas; la conoció y la estudió más a fondo, dentro de los posibles científicos de la época; la protegió con especial firmeza y brillo; y le prestó a la medicina humana el inapreciable servicio de enseñarle a distinguir sus especies, a utilizarla según las necesidades y a administrarla en el mejor modo a los enfermos. (239)
C A P I T U L O XVI
Humboldt (1) (1) – Para escribir algunas páginas seguimos de cerca a “Sudamérica los llamaba” de Victor Wolfgang von Hagen.
De alcance digno siempre de recordar y enaltecer fue la visita que en 1.801 y por nueve meses le hicieron Humboldt y Bonpland a la Nueva Granada con propósito de estudio y con el de conocer a Mutis. Por la gran curiosidad científica de Lin-neo y por su justicia y especial comprensión de los hombres, aquél era ya conocido en el mundo sabio y su nomen inmortale figuraba en las Instituciones Académicas. Para Mutis fue de gran provecho el diálogo con estos dos viajeros tan ilustres en las ciencias naturales, así para recibir nuevos conocimientos, cuanto para el comentario de las ideas y hechos que les eran comunes, pues aunque es cierto que leía libros y periódicos, hacía cuarenta años que había abandonado a Europa y que no se entrevistaba con ninguna persona técnica y docta en sus inquietudes. Igualmente benéfica fue esta visita para la juventud de la Colonia, porque la presencia de la valía o la grandeza atrae y porque ellas tienen secretos e insospechados poderes sobre el destino de las vidas nuevas. No hay que olvidar que Bonpland fue un médico y naturalista famoso y que el Barón fue un cimero espíritu abierto e investigador, que cultivó la ciencia de su tiempo y que creó otras, como la geografía climática y la geografía física de los mares y océanos. Nacidos Humboldt y su hermano Guillermo en la nobleza, los hados los tenían señalados para ser sobresalientes. La baronesa, su madre, que tenía sangre francesa, de niños los puso bajo la dirección y enseñanza del profesor Campe, quien les marcó su derrotero en parte, quien les enseñó matemáticas, física, historia, jurisprudencia, dibujo, lenguas antiguas y de quien recibieron hasta los influjos de Rousseau, Goethe y Schi-ller. En Gotinga Blumenbach, con sus lecciones, le confirmó su vocación de naturalista, reforzada más tarde por el compañero de Cook, George Foster, el que, merced a sus relatos, le despertó la ambición de explorar las tierras tropicales y con el que hizo un viaje por Bélgica, Holanda, Inglaterra y Francia. Quiso su familia que se entregara a los negocios y aun estuvo corto tiempo en una escuela comercial de Hamburgo, pero la fisiología vegetal lo atrajo con mayor fuerza, así como los estudios de Berthollet y Lavoisier sobre la química naciente. Cuando terminó los estudios universitarios y después de vender sus propiedades heredadas y de realizar una visita a Suiza e Italia, se fue a París, ya pasada la gran Revolución y en los precisos momentos en que allí descollaban Monge, Berthollet, Fourcroy, Lalande, Borda, Delambre, Jussieu, Cuvier, Gay-Lussac, Vauquelin y Arago, a los que procuró conocer y tratar, especialmente a Jussieu, el botánico compañero de La Conda-mine, recién llegado después de cuarenta y cinco años de permanencia en Suramérica. ¿Qué no conversarían al conocerse estos dos personajes, no obstante la dolencia mental del botánico, sobre la geología, la fauna y la flora del Nuevo Continen te, sobre las aventuras de los viajes, sobre la odisea increíble de Mme. Godin en su viaje por el Amazonas, de tanto comento en Europa? El Museo, el Observatorio y la Escuela Politécnica eran sus sitios preferidos y siempre fue aplicado asistente a las sesiones científicas del Instituto de Francia, donde no hizo menos de tres lecturas en 1.798.
Humboldt ardía en el deseo de incorporarse en una expedición alrededor del mundo, de las de su época, cuando se preparaba, con la intervención del Directorio, la del explorador Nicolás Baudin a Suramérica, Guinea, Madagascar y el Archipiélago Indico, y logró hacerse inscribir entre sus acompañantes. Mas fracasó su intento, porque Napoleón ordenó la supensión de ella. Sucediéndose este contratiempo le llegó una gran suerte, la de encontrar a nadie menos que a Aimé Bonpland, cuando éste entraba con una caja de herborizador al "Hotel Boston" de la calle Colombier. Bonpland, hombre superior que, como Mutis, se hizo médico a espaldas vueltas de la botánica, su pasión científica, ansiaba también un viaje por el mundo. Entendiéronse los dos ávidos e intrépidos soñadores y aceptaron la invitación de participar en una expedición a Egipto que partiría pronto, encabezada por Lord Bristol, obispo de Derby, un enamorado de los estudios arqueológicos. Pero el Corso también se opuso a ella. Vino en seguida la organización de un viaje científico al Medio Oriente y Egipto, organización que el propio Humboldt tomó a pechos, y sucedió lo inesperado: la derrota de la flota francesa en Abukir cerró el camino de los mares. Así la situación y a falta de empresas oficiales, decidieron irse por cuenta propia a sus ambicionadas aventuras, con los medios sobradísimos de Humboldt, tanto por África del Norte, como por Persia y la India, y para sentirse protegidos consideraron que deberían acercase al ejército de Bonaparte, en el trayecto de Trípoli al Cairo, acompañando en la navegación a la caravana de peregrinos a la Meca. Con gran diligencia empezaron a buscar el medio de lograr su plan y creyeron tenerlo en las manos cuando un armador sueco, dueño de un barco llamado el "Jaramas", les propuso efectuar la travesía de Marsella a Argelia, burlando el bloqueo británico. Para tomar tal barco se trasladaron a la ciudad fócense, donde, después de dos meses de larga espera, tuvieron, como nueva adversidad, el informe de que la nave no llegaría, porque se hallaba en Cádiz para reparación de graves averías sufridas en una tempestad. Ya cansados y contrariados pensaron en irse a Túnez, pero desistieron de ese propósito por haber sabido muy a tiempo de la persecución a todo lo francés en aquel país, y entonces dirigieron sus pasos a España por Montpellier, Narbonne y Per-pignan, "andando a menudo a pie y holgazaneando cual su maestro Juan Jacobo". Al fin llegaron a Madrid con el designio nuevo de visitar la América Española, pero en un principio no fue bien mirada por las autoridades esta intención, debido a los acontecimientos sociales e ideas de entonces, y fue necesaria la influencia del barón Forell, enviado diplomático de Sajonia, y del Ministro Mariano de Urquijo, para poder obtener de Carlos IV, con liberalidad abierta, no sólo el permiso del viaje, sino las facilidades oficiales de hacerlo. En esta capital recibieron muy útiles orientaciones de Cavanillas, Gómez Ortega y otros e informes de expedicionarios como Ruiz y Pavón, que habían estado en el Perú, Chile, Bolivia y Ecuador. Provistos de los documentos necesarios y de un reloj astronómico, otro marino, un telescopio, sextantes, círculos de Borda, brújulas de inclinación, barómetros, fusiles de caza y mate-
rial de herbarios, los dos viajeros se fueron a La Coruña, donde embarcaron en "El Pizarro", que en julio de 1.799, debía traerlos a Cumaná, en las costas de Venezuela. Bastantes días estuvieron en este puerto, entregados a hacer colecciones de plantas, aves e insectos y en donde Hum-boldt aumentó sus conocimientos botánicos al lado de su compañero, quien ya en París le había prestado igual favor, y al finalizar de 1.799 pasaron a Caracas. Sus observaciones y estudios en esta ciudad fueron numerosos y en febrero de 1.800 se lanzaron a Los Llanos, al mar verde de esas extensiones, cargando sus instrumentos científicos y, navegando por el Apure, descendieron al Orinoco. Cuando fue oportuno, por razón de los vientos alisios, se embarcaron nuevamente y siguieron aguas arriba de este río, en dirección al Brasil. Al encontrar la desembocadura del Atabapo ascendieron por él y, utilizando las aguas del Temí y del Tuamini, llegaron al Rionegro, de donde por el brazo Casiquiari, volvieron a tomar el Orinoco, que en su corriente los llevó hasta Angostura, ciudad en la que Bonpland casi perece de un paludismo complicado de disentería. Una vez restablecido éste, se dirigieron a Nueva Barcelona, de donde, tras del hechizo de una zamba bella que enajenó al francés, pasaron a Cumaná. Allí se demoraron dos meses y medio y, luego de decidir su salida de Venezuela, regresaron a Nueva Barcelona, en cuyo puerto un barco que transportaba carne salada los tomó para llevarlos a la isla de Cuba. Diez y seis meses estuvieron estos dos ilustres expedicionarios en las orillas de los ríos venezolanos y sobre las observaciones que hicieron escribió Humboldt numerosas páginas que se encuentran en los enormes volúmenes de su "Viaje a las regiones equinocciales del Nuevo Continente". Su lectura, deli cía e inspiración de los románticos de principios del siglo XIX, es apasionante por la novedad, el interés y el magnífico estilo. Una muy buena novela no cautivaría tanto. En esas páginas se hallan apuntes, relatos, pinturas, indagaciones e imágenes sobre las más diversas materias de las poblaciones, ríos y vida de Los Llanos. Por ellas desfilan consideraciones científicas, astronómicas, barométricas, geográficas y geológicas; asuntos económicos y agrícolas, como los hatos y la caña de azúcar y los camellos, traídos de Las Canarias; el Orinoco, con su grandeza, saltos, orillas, habitantes, desnatalidad, El Dorado, ritos, leyendas, pigmeos, preparación del curare y vestigios de pueblos y antiguas civilizaciones; las varias tribus, sus costumbres, tipos mestizo y blanco, poligamia y geo-fagia y antropotagia de algunas; la especial tribu de los Caribes; diversiones, cuales los carnavales de Guacara; los otros ríos importantes, entre ellos el Apure, el Rionegro y el Atabapo; las misiones, particularmente las de los jesuítas; la comunicación fluvial con el Brasil por el brazo Casiquiari; las Amazonas y las piedras verdes que llevan el nombre de la inmensa arteria; y, finalmente, notas muy valiosas y nuevas sobre el mundo zoológico de esas vastísimas comarcas, que le muestran a uno en formación casi interminable jaguares, pumas, osos, perros mudos, dantas, peces eléctricos, caribes y delfines de agua dulce, cocodrílidos, gallináceas y zancudas, tortugas, vampiros, boas y serpientes venenosas, moscas y mosquitos de distintas especies y gran número de animalejos y alimañas más.
Y en su exaltación científica y viajera un buen día de diciembre de 1.800 los dos viajeros se encontraron en La Habana. ¿Quién medirá la escondida repercusión que pudo tener para Colombia lo mudable y liviano de Humboldt en esta temporada isleña? Durante los mesas de diciembre, enero y febrero hicieron observaciones en las inmediaciones de La Habana y Humboldt comenzó a reunir documentos de su "Ensayo político sobre la isla de Cuba", que habría de completar en corta visita posterior. Además de esto, para no exponer a la inseguridad de una larga navegación lo recogido con tantas dificultades sobre las riberas del Orinoco, el Atabapo, el Rionegro, los dos sabios re solvieron enviar una colección a Alemania, por la vía de Inglaterra; otra a Francia, por la vía de Cádiz; y dejaron una tercera depositada allí en la ciudad. Con ellos se encontraba en esos momentos el Padre franciscano Juan González, a quien habían conocido en el interior de Los Llanos, quien estaba de vuelta hacia España y a quien le habían confiado para llevarlos una parte de sus herbarios y todos los insectos que Bonpland había acopiado con excesiva paciencia y consagración. Felizmente no todo fue puesto en manos de este heroico sacerdote, porque el navio en que se embarcó días después hacia Europa naufrago en las costas de África por una tempestad. Tanto el Barón como Bonpland pensaron que nunca más volverían a Suramérica, y, persuadidos de no poder viajar con Baudin alrededor del mundo, al menos en esos días, por noti cías publicadas en distintos diarios, señaladamente los de los Estados Unidos, renunciaron al propósito de alargarse a Méjico para ir hasta Las Filipinas. Por estos días el embrujo de Igna-cia Ruiz, una cubana seductora, se apoderó de Humboldt y es bien posible que hubiera influido indirectamente en el desarrollo de sus planes . Lo cierto es que en los principios de Abril, después de un viaje ocasional y accidentado, aparecieron en Cartagena. Ya por estos días, con la decisión nueva de marchar a Suramérica, prefirieron no la vía Portobelo, Panamá y Guayaquil, que era la natural, sino la de Santafé, Popayán y Pasto, con el objeto de ver y saludar a Mutis, de comparar con los herbarios de él los propios y de satisfacer el deseo de hacer una ascensión por la inmensa cordillera de Los Andes y de emprender la obra de un mapa de la América del Sur. Era la atracción de dos inclinaciones afines. En efecto, ambos, Mutis y él, coincidieron en que fue igual su destino de la ciencia por latitudes tropicales, pero difirieron en cierto modo específicamente, pues el prusiano estuvo más cerca del hombre al encarnarlo totalmente con esplendidez, en tanto que nuestro Sabio, espiritualizándolo hasta lo más, se colocó del lado del ángel, cuyo valor etimológico de mensajero le fue muy suyo. A Cartagena llegaron con sus instrumentos menos voluminosos y con algunos libros y otros objetos, porque el resto del material científico lo enviaron por mar al Ecuador. Dos meses tuvieron que demorarse los expedicionarios en esta ciudad, a causa de enfermedad de Bonpland, tiempo que dio lugar a que se les uniera como viajero el Dr. Rieux, viejo médico francés, comisionado de Quinas por el gobierno de Madrid, y tiempo que aprovechó Humboldt para herborizar en las tierras de Turbaco. Desaparecido este tropiezo, comenzaron los viajeros a subir el Magdalena en las primitivas condiciones de la época, de lo cual da
cuenta el Barón en sus relaciones, como la publicada en un periódico de Berlín, tomada de una carta a su hermano, donde habla de los cuarenta y cinco días de esta navegación, de las horrendas tempestades, de los mosquitos e intemperies y de las peligrosas cataratas o saltos que encontraron. El deslizarse de la pequeña embarcación era muy pausado porque el empuje humano de los brazos no estaba auxiliado por vientos como los alisios en el Orinoco, y ello les permitió hacer observaciones zoológicas y botánicas por parte de Bonpland, y geográficas y aun astronómicas por la de Humboldt. Ni siquiera lo histórico les pasaba desapercibido, pues se interesaban por los sucedidos importantes de los pueblos de la ruta, tales los de Tamalameque, Gamarra, Mompós y Honda. A Santafé entraron en el coche del Arzobispo, acompañados de más de sesenta jinetes, y el Virrey Mendinueta los recibió con las mayores muestras de cordialidad y aprecio. No menos lo hicieron el pueblo de la ciudad, y Mutis, sobre todo, en cuyo honor se hacía esta visita. Cerca de la casa de éste se alojaron y desde el día de su arribo hubo entre las gentes visible curiosidad y movimiento. "El Barón iba colectando en su casa —escribe don José Manuel Groot en su Historia— cuanto le presentaban los obsequiosos santafereños; con esto formaba un pequeño gabinete de historia natural, a más de los objetos que vino recogiendo desde la Costa y que se complacía en enumerar a quienes lo visitaban; así se puso en relaciones científicas con todas las personas instruidas de la capital. . . .". Como posteriormente había de hacerlo en Méjico con la Universidad y el Palacio del Virrey, tras de los códices y las pinturas indígenas, "visitó Humboldt —continúa Groot— la Biblioteca pública y las de los conventos, tomando algunas notas de ellas. Los padres dominicanos lo introdujeron en su nueva iglesia, obra del arquitecto capuchino anterior a fray Domingo Petrez. Condujéronle a una vieja sacristía para mostrarle algunas alhajas. Tenían allí varios cuadros rezagados, restos de la antigua iglesia, entre los cuales había un crucifijo; y aunque colocado éste en alto sobre una ventana cuya luz no dejaba verlo bien pidió a los padres lo hiciesen bajar para verlo en buena luz, Bajaron el cuadro, que fue alabado por el ilustre viajero. Creyó sería pintura de la escuela sevillana; pero los padres le dijeron que era de Vásquez, pintor de Santafé, lo que no habría creído el inteligente Barón si no hubiera visto al pie de la cruz el nombre del artista y la fecha en Santafé, año de 1.698, en que había sido pintado el cuadro. Apenas podía creer que hubiese existido en este país un pintor tan notable en el siglo XVII, y deseando conocer otras obras suyas, se le manifestaron infinitas, principalmente las de la Capilla del Sagrario, en las que encontró muchos motivos de admiración". La casa de la Expedición Botánica era el sitio preferido de las visitas de los dos personajes, tanto por el conocimiento de los trabajos que allí se hacían, cuanto por lo que ella guardaba, especialmente la "Flora de Bogotá" y la Biblioteca. De aquella expresó Humboldt particularmente su sorpresa, porque no suponía que "un hombre solo fuera capaz de concebir y ejecutar una obra tan vasta"; y de ésta dijo que era una de las más hermosas y ricas entre cuantas se habían destinado en Europa a las ciencias naturales, (242) y que "después de la de Banks en Londres no he visto jamás una biblioteca botánica tan grande como la de Mutis". (243)
En una de estas visitas le regaló Mutis al Barón más de cien láminas de su Flora, las cuales envió al Instituto de Ciencias de París. Humboldt se encontraba verdaderamente asombrado de la Expedición Botánica, que contaba con treinta pintores y que había hecho 3.000 diseños en folio, con toda la perfección posible en la miniatura y sólo comparables, como colección botánica, a la de Sir José Banks, Presidente de la Sociedad Real de Londres. (244) Los dos huéspedes ilustres visitaron a Mariquita, en donde avanzaron hasta las minas de Santa Ana, y en donde encontraron las plantaciones de canela y nuez moscada de la Expedición y bosques enteros de árboles de quina y de la especie de almendro Caryocar Amigdaliferum. (245) También estuvieron en el puente natural de Icononzo, en las minas de Zipaquirá, en la laguna de Guatavita y en lo más elevado del páramo de Chingasa, donde Humboldt completó el perfil que desde el nivel del mar vino sacando con todas sus alturas, desde Santa Marta hasta esta eminencia, (246) pues una de sus realizaciones fue la carta topográfica del país. Por demás interesantes debieron ser las sesiones y cambios de ideas celebrados en la casa de la Expedición Botánica entre el Barón, Bonpland, Mutis y su numeroso grupo de discípulos. En éstos estimuló preferentemente el gran germano los estudios científicos, y con ellos, habiéndose "sorprendido de su espíritu crítico y audacia filosófica", (247) debió comentar muy cuidadosa y discretamente —como lo sugiere Wolfgang von Hagen en su libro "Sudamérica los llamaba"— el trascendental acontecimiento de la Revolución francesa, sabiendo, como ya debía saberlo, la prisión de Nariño, Zea y compañeros por la publicación de los "Derechos del Hombre". En uno de aquellos días de atenciones y movimiento el Virrey Mendinueta, que se hallaba en su casa de campo de Fucha, convidó a comer al Barón en medio de finas delicadezas y le dio valiosas y honrosas cartas para algunos personajes de Quito y Lima. En el año siguiente recibió Mendinueta de Humboldt, fechada en esta última ciudad, una misiva de expresivos agradecimientos. (248) Antes que continuara su viaje el Barón, después de dos meses de demora en Santafé, preguntóle Mutis si sería posible que su discípulo más querido le acompañara hasta Quito. (249) Referíase a Caldas, quien precisamente debía salir para aquella ciudad el 11 de agosto. Fuera de los regalos de Mutis, "también reunió aquí el ilus tre viajero siete especies de quina cinchona y envió a aquel docto centro (Instituto Nacional de Francia) muestras de sus cor- tezas, dibujos en colores de la planta y esqueletos de sus flores; y cerca de Soacha recogió huesos antediluvianos que mandó al eminente Cuvier. Llevó también un gran pedazo de platino, el mayor conocido hasta entonces, que fue hallado en el Chocó en 1.801, el que exhibió en París y con el que obsequió luego al rey de Prusia Federico III". (250) Partidos de la ciudad, los viajeros se detuvieron en Ibagué, porque deseaban visitar una mina de azogue, y luego siguieron por el Quindío, donde cerca de Salento debieron reconocer unos minerales de cinabrio, haciendo el largo recorrido hasta el Va lle "le cruel voyage de terre", a que posteriormente se referiría Humboldt en carta a don José Clavijo, Director del Museo de Ciencias Naturales de Madrid. (251) Continuando la marcha por lo que fue el antiguo Cauca, llegaron a Popayán. Ahí se demoraron, hicieron
algunas observaciones, conocieron la familia de de Caldas, tomaron en seguida el camino y al fin entraron en Quito, sufriendo en el trayecto grandes inclemencias, falta de alimentos, vientos helados, amenaza de precipicios y noches sin abrigo. Caldas, que desde el 12 de agosto se encontraba en la capital ecuatoriana, con el ánimo de explorar la vegetación y levantar la carta geográfica de aquel país, fue hasta Ibarra a encontrar al gran sabio, movido del incontenible deseo de conocerlo y tratarlo. Fue allí donde éste le dijo, comenzando sus elogios: "el padre de usted (en Popayán), sin su consentimiento, me ha enseñado un libro manuscrito, en que hallé una observación de la inmersión del primer satélite de Júpite, calculada; y de la misma longitud que mi cronómetro: lea usted". (252) Espléndida fue la impresión que tuvo Humboldt de Caldas. Bastan para comprobarlo, entre otras, estas palabras que pronunció después de conocer sus datos y resultados astronómicos: "Este Mr. Caldas es un prodigio en la astronomía. Nacido en las tinieblas de Popayán, ha sabido elevarse, formarse barómetros, octantes, sectores, cuartos de círculos de madera; mide latitudes con gnómones de 15 a 20 pies. ¡Qué habría hecho este genio en medio de un pueblo culto y qué no debíamos esperar de él en un país en que no se necesita hacerlo todo por sí mismo! El genio no puede extinguirse y se abre las puertas para seguir la gloriosa carrera que los Bouguers y De La Condami-ne han abierto. La Audiencia de Quito ha podido destruir las pirámides, pero no sofocar el genio, que parece propio de este suelo". (253) De inestimable puede calificarse el acercamiento de Caldas a los dos sabios. En su compañía compartió en Quito el alojamiento que a ellos les brindó en su casa el Marqués de Selva Alegre, Don Juan Pío Montúfar, (254) y allí, como en los treinta y siete días que los acompañó en su viaje científico a Chillos y Antisana, (255) no sólo tuvo conversaciones que le ilustraron, sino que estudió sus memorias sobre los caimanes y zancudos, (256), así como sus observaciones astronómicas y barométricas y sus trabajos sobre pararrayos, geografía, mineralogía, electricidad y magnetismo .(257) Fueron tantos los conocimientos adquiridos por él que sólo pueden expresarlo estas palabras dirigidas en carta a su amigo Antonio: "Un año apenas bastaría para comunicarle todo lo que he visto y apredido". (258) Pretendió Caldas en su ansia de información científica viajar con sus ya dos amigos a Lima y El Callao, acompañarlos en sus investigaciones, tomar después allí el barco del Capitán Baudin, que hacía su viaje alrededor del mundo, ir hasta Méjico con ellos y de este país regresar solo a Cartagena. Para ello obtuvo de Mutis la aprobación de su propósito y —lo más indispensable— el libramiento, que fue hidalgo y cuantioso para sus gastos de viaje. (259) Desventuradamente el Barón era hombre de rarezas y no quiso admitir la pretensión de Caldas. ¿Por qué? Este le escribe a Mutis: "Entra el señor Barón en esta Babilonia, contrae por su desgracia amistad con unos jóvenes ob-cenos, disolutos; le arrastran a las casas en que reina un amor impuro; se apodera esta pasión vergonzosa de su corazón y ciega a este sabio joven hasta un punto que no se puede creer". -(260) No le satisfacía a Humboldt esta compañía por la virtud y austeridad de ella, prefería ir solo.
Pero "un joven currutaco, ignorante y disipado le ha merecido toda su confianza y lo lleva el que me dice que ha resuelto viajar solo". (261) Para Caldas fue muy duro este rechazo, lo llevó a excesos verbales y escritos de resentimiento, y lo entristeció, porque desaparecía una de las más bellas ilusiones de su vida. Y también sintió enojo por la falta de sinceridad y cortesía de Humboldt. Sin embargo, pudo reprimirse con gran nobleza y mantuvo hasta la despedida "una buena armonía con este viajero". Más todavía: no dice la historia si con él escaló casi la cima del Chim-borazo, pero sí que le acompañó en una de sus ascensiones al Pichincha. Vale la pena transcribir este párrafo de una de sus cartas a Mutis: "Pasó un día personalmente a mi casa a convidarme para una segunda subida al Pichincha, ponderándome la importancia de ver de cerca este volcán. Esta habría sido la ocasión de explicarme con él; pero no quise, acepté el convite y lo seguí. Jamás me pesará haber hecho esta pequeña expedición. ¡Qué espectáculo! Figúrese usted una boca de cerca de 2.000 varas de diámetro, cuyos bordes destrozados y negros presentan la imagen del Chaos; que a quinientas o seiscientas varas de profundidad se ve elevarse una llama azul con mucho humo; que de rato en rato tiemblan las rocas. Apenas hay por donde acercarse a este lugar de horror y de espanto, que no se vea al observador cercado de peligros. Es necesario subir sobre la nieve, porque toda la boca está cerca de ella, y en más de una parte se forma en falso entre dos rocas vecinas. Yo he visto al Barón en punto de perecer, y dar mis pasos sobre una bóveda de nieve en la orilla del precipicio. Un indio que le precedía libró esta preciosa vida de la muerte. Yo seguí de cerca al Barón, y los dos fuimos los primeros que tomamos la cima. Este viajero tiene coraje, pero lo vi temblar en la extremidad de la roca. Yo partía con él el peligro, no menos temeroso; le ayudé a hacer la observación del barómetro, y descendí. Mr. Bonpland cayó en deliquio tres veces, y me acordé que éste me había dicho que no se me llevaba a Lima y Méjico por débil. Tuve la satisfacción de que viese el Barón que no era dama y sabía escalar las montañas más terribles, pero yo me desvío de los asuntos que hoy deben ocuparnos". (262) Este lamentable incidente precipitó la honrosa designación que le hizo Mutis a Caldas de Comisionado viajero de la Expedición Botánica del Nuevo Reino, y con ese carácter y con los medios que le proporcionaban el mismo Mutis y su pariente Don José Ignacio de Pombo, Jefe de la Aduana de Cartagena de Indias, continuó haciendo investigaciones y trabajos científicos en la tierra ecuatoriana, especialmente en los bosques quinífe-zos de Loja. (263) Entre tanto el Barón siguió con Bonpland a Cuenca y a Loja para imponerse de las quinas de esos contornos, y de ahí al Marañón, luego a Cajamarca, de allí a Lima y después, de Gua yaquil, en la fragata "Orué", al puerto de Acapulco. En Méjico realizaron gran labor, por parte de Bonpland, botánica y zoo-lógica; y por parte de Humboldt, a quien dominó más la in quisición arqueológica que la meteorológica, de estudio del arte precolombino, las pirámides, los sacrificios humanos y otras costumbres primitivas, la mitología, el calendario, el guerrero y la vida cotidiana indígena Después de un año de observaciones e indagaciones sobre la civilización azteca, cuya desaparición fue precipitada por el conquistador español, como la chibcha y la incaica, los viajeros pasaron nuevamente a La Habana, para dirigirse, tras cortos días, a Filadelfia, Baltimore y, sobre todo, a Washington, donde vivieron días felices y donde el Presidente Jefferson y los primeros
Magistrados de la República los trataron con grandes atenciones y benevolencia. Dos meses más tarde, en veintinueve días, pasaron de las bocas del Delaware a las del Carona. Terminaba así uno de los sucesos científicos más importantes del siglo XIX, que facilitó la obra siguiente de Boussingault en Colombia y Venezuela, de Saint-Hilaire en el Brasil y de Heller y von Muller en Méjico. Ya en las costas europeas y propiamente en París, donde resolvió demorarse ocho meses por el temor de una imprudencia en cambiar rápidamente por un invierno prusiano los calores del trópico que había soportado, el Barón fue objeto de finezas y solicitudes espléndidas y de invitaciones constantes a salones y reuniones sociales para oírle conversar. A Berlín llegó después y allí recibió los mayores homenajes de la Academia de Ciencias y del Rey. Vuelto a París, él y su sabio compañero ofrecieron al Museo cuarenta y cinco cajas de plantas secas, lo que le valió a este último, con sus méritos precedentes además, una pensión y la intendencia de la Malmaison, cuyas colecciones le fueron confiadas por la misma Josefina. Allí en París tomó Humboldt una habitación muy modesta en el Quai Napoleón, y sobre una mesa grande, llena de signos y de cálculos, empezó a redactar su inmensa obra "Viaje a las regiones equinocciales del Nuevo Continente", venciendo la considerable dificultad de la invalidez de su brazo derecho, causada por dormir sobre hojas mojadas en los montes del Orinoco, al que tenía que levantar con su mano izquierda para poder escribir. Bonpland era su ayudante en esta narración, pero tal ayuda no valió mucho, porque éste, atediado de su oficio en la Malmaison, no resistió la atracción de América y se fue de médico a Buenos Aires para empezar una vida nueva, de infortunios por cierto, pues fue obligado a abandonar esta ciudad y a sufrir la ruina de una tenería que había fundado en el Paraná, la detención en el Paraguay por orden del Dr. Francia, el fracaso de la explotación de una mina de mercurio sulfurado en Villa de la Cruz, el despojo, golpes y heridas a manos de un gaucho ebrio y, finalmente, el triste ocaso de su existencia cerca de la población argentina de Santa Ana. Mas Humboldt no era hombre de conformarse con la estabilidad y la quietud, y así, en 1.818, viajó a Londres con el Rey de Prusia, al congreso de Verona en 1.822, cinco años después a Berlín y un poco más tarde, por invitación del Zar, a la Rusia asiática para hacer investigaciones sobre climatología y magnetismo terrestre, posteriormente recogidas por él en tres volúmenes. Pero su actividad no terminó ahí, sino que acometió la publicación de su última obra, el "Cosmos", tan notable como las anteriores, que distrajo y recreó el fin de sus días, hasta su muerte en Potsdam por mayo de 1.859. Cuando regresó Humboldt a Europa sucedió algo de trascendental importancia y fueron las conversaciones que tuvo con Bolívar, así en París como en Roma, cuando aquél fue a hacerle en esta ciudad una visita a su Hermano Guillermo. En estas entrevistas el Sabio le habló al Genio del estado de sus pueblos, que él había conocido y hallado dispuestos y apercibidocs para la libertad, y, sin traicionar su amistad y gratitud para con el Soberano español, avivó en el corazón y la mente del gran caraqueño su decisión heroica de la gesta emancipadora. "Creo que la fruta está ya madura, mas no veo al hombre capaz de resolver tal problema", fueron las palabras incitantes del germano.
Incalculable fue la importancia de la venida de Humboldt a la América española, pues se trataba del que fue "besado y ungido desde la cuna por todas las musas", del que estudió la fauna y la flora de estas regiones, sus comunicaciones fluviales, su geografía, la altura y particularidades de muchos lugares y la de sus más elevadas cimas, los fenómenos volcánicos, las culturas precolombinas, la relación existente entre las lenguas indígenas y las asiáticas, el estado económico y social de estos pueblos, la posibilidad de un canal interoceánico por el istmo de Panamá y el fermento de emancipación que bullía en todo el Continente. Razón tuvo el Libertador para pronunciar estas palabras: "el Barón de Humboldt ha hecho más bien a la América que todos sus conquistadores". ¿Y quién dirá hasta qué grado pudo influir este viajero eximio en la libertad de América? Que fue uno de los autores intelectuales de la independencia de estos países, uno de sus inspiradores, no se puede discutir. Por un lado y personalmente estimuló el vigoroso mesianismo de las colonias, proyectó la luz de su entusiasmo sobre el porvenir de ellas y comunicó decidida fortaleza al numeroso grupo de sus héroes; por otra, con su obra escrita le descubrió al Continente su misma imagen y su valor propio, exaltó sus recursos naturales, le hizo conocer sus fuerzas humanas, afirmó la capacidad del mestizo y del criollo para hombrearse con el europeo y echó por tierra los conceptos erróneos y peyorativos sobre la América, emitidos por Buffon, Raynal, Cornelio de Pauw al comparar, irreflexivamente por lo menos, estas tierras incipientes con Inglaterra, Francia, Holanda y demás naciones cultas de Europa. Humboldt fue un raro caso de energía y de inteligencia universal. Como botánico, geógrafo, astrónomo, biólogo, mineralogista, etnólogo, economista, arqueólogo, lingüista y químico se destacó entre sus contemporáneos, dice Juan Tulard en su libro de presentación de "La América española en 1.800". "¡Qué hombre, qué saber inigualado, qué tesoros los de su espíritu" le exclamaba Goethe en su admiración por él a su fidelísimo Ecker-man. ------------
C A P I T U L O XVII Mutis Poeta latino Mutis ha sido un desconocido. Quien antes de 1.950, tras de informaciones sobre él y la Expedición Botánica, tomaba en las manos las únicas obras conocidas de Federico Gredilla, Diego Mendoza, Florentino Vezga y Luis de Hoyos Sáinz, además de artículos publicados y de páginas cortas en numerosos libros, referentes al Sabio, llegaba necesariamente a la conclusión de que éste, como contrariando su origen español y especialmente andaluz, había sido árido para expresar
emociones y sentimientos, e indiferente a las faenas dulces y bellas del espíritu. Pero sucedió que hacia aquel año, después de hojear en la Península documentos mutisianos inéditos "en cantidad abrumadora", Don Guillermo Hernández de Alba hizo en el Boletín del Instituto Caro y Cuervo la sensacional publicación llamada "José Celestino Mutis, poeta latino". De celebrar con gran complacencia fue este inesperado conocimiento, porque por él alcanzó la personalidad de Mutis su total significación y plenitud. Desapareció la falla estética que se le anotaba y se irguió su figura consumada y perfecta en la historia y el recuerdo. Son dos las poesías de Mutis descubiertas: una, en cuyo original escribió él mismo: "Con la ocasión de remitir a don Joseph Antonio Flórez, hijo del Exmo. Sr. Virrey de este reyno, quatro problemas de Algebra, le incluyo estos versos"; y otra en agradecimiento al homenaje que en sáficos adónicos le tributó el Canónigo humanista neogranadino José Domingo Du-quesne, con este envío: Eruditissimo Praeclarissimo Sapientis-simo Viro D.D. Josepho Mutis". Sobre ellas no es fácil hacer un comentario rápido mejor que el de Hernández de Alba: "Estos hexámetros son el reflejo del espíritu del verdadero maestro; del que conoce cuan difícil es el alcanzar la ciencia esquiva y cómo la voluntad y el trabajo sin desfallecimiento abren el camino de la sabiduría; aquí su vivo ejemplo, la lección admirable del poema de su vida, del que ha cantado a la naturaleza en la expresiva mudez de los árboles, las plantas y los prados: -- cecini ruralia haec praedia rauco insani vatis posthac clangore sonabunt. "La maravillosa naturaleza redobla su inspiración: Fecit amor Vatem; fecit me Floram poetam, como hermosamente culminan sus clásicos hexámetros que arrancan con un verso de Virgilio y dejan percibir deleitable perfume horaciano. "La segunda producción poética de Mutis, también al estilo horaciano y dentro de la más pura forma clásica de las odas heroicas, fue compuesta en alabanza del humanista neogranadino José Domingo Duquesne de la Madrid (Santa Fe de Bogotá, 1.748 - 1.822) ilustre Canónigo de la Metropolitana de Bogotá y Rector del Colegio Mayor y Seminario de San Bartolomé. En su tiempo mereció ser considerado como "excelente latino" así como su nombre se menciona unido a obras de erudición. Su calidad de latinista debió rayar muy alto para merecer el expresivo homenaje del sabio español. Esta oportunidad permite a Mutis recordar sus ya lejanos triunfos juveniles en la palestra de las humanidades que produce emoción en el ahora vagum vatem calamoque tardum de tan ágil dominio de la forma, expresiva concisión e indiscutible estro para elogiar generosamente al neogranadino Duquesne". Dice así la primera poesía:
Dic quibus in numeris, et eris mihi Magnus Apollo, Invenías istos? Pateant aenigmate tecti: Natu numeris alias deducere praestat. Finximus ista tuis tentandis viribus, ultro, Fingere si placuit, velum tibi pándere restat. Quare age; jam nobis pateant; simulasse placebat. Si fuerint occulta nimis, tibi Magnus Apollo Tune aderit, dum te capiat dulcedo laboris. Cálculos invitat: Te numine, ut auguror ipse, Sat fausto, ut certas leges inquirere possis Naturae, superasque queas conscendere sedes, Altius astra vocant: nec te neminisse pigebit Sudoris, vigilis noctis, passique laboris: Et revocate juvat scribendi taedia summa. Nec graviora licet passis imponere finem. Una dies operi tanto non sufficit, una Nox non sufficiet; sed longa impendere praestat Témpora, si velis incoeptum concludere cursum. Multa tibi vellem longo deducere versu Si mihi praestarent faustae nunc otia sortes. Rure canit solus; cecini ruralia mutis Arboribus, plantis, pratis; haec praedia rauco Insani vatis posthac clangore sonabunt. Musa meis votis adstans tunc annuit ipsa, Cum semel agresti meditarer arundine versus. Si non ingenium (neque enin natura recusat) Fecit amor Vatem; fecit me Flora poetam. Dice así la segunda: Ille quondam puer in palestra Noverat laetus rapuisse palmam El crebro partís teneram triumphis Cingere frontem: Ille cui curis posiusse metas Carminum dulcí studio coactus, Inmemor plectri numerare mavult Sydera noctu: Ille nunc artus fragiles movere Non timet; quamvis, renuente metro Debitas laudes celebrare tentet
Viribus impar. Excitent Musam superi senilem; Nunc vagum vatem calamoque tardum Glorias Musae viridis canendo Excitet ardor. Pindari gressus sequeris Du-Chesne, Principis lyram resonare tentans Nemo quam vatum studet aemulari Teste Poeta. Limpidis Parnassi alitus ter undis Pegasi et pennis quatiens cacumen Niteris velox nova jam daturas Nomina monti Te nihil majus celebrabit orbis Corpore ín parvo meliusve: namque Ómnibus praestans, tibi solus impar Vivís in orbe Gesta te Clio doceas et canentem, Temporis fastis famuletur actis: Pandat et gaudens lepido Thalia Comica plausa Spiritus Phoebi tibi Phoebus ipse Insit, ut priscum redeant in aurum Secla. Sic Vati liceat: sic actum Omen Horati. (265) En idioma tan de pocos y en tan corta obra poética de Mutis —única conocida— no es posible formular con acierto una opinión siquiera aproximada sobre su personalidad artística. Con todo, hay consideraciones que hacen al caso. Delante de todas puede señalarse la de que Mutis, con bastante seguridad, sí fue alumno del Colegio de los Jesuítas en Cádiz y que éstos lo iniciaron en el conocimiento del latín, auxiliado probablemente por su tío y por su hermano mayor, sacerdotes, y por la importancia que tenía esta lengua en la instrucción de la Península. Alcanzó Mutis un saber tan importante en humanidades, al que agregaba la posesión de varios idiomas vivos, que durante sus estudios secundarios y profesionales debió informarse ampliamente de las letras españolas, desde la literatura hispano-latina, la hispano-judía, la hispano-arábiga, pasando por la as- cética y la mística, por la épica y la lírica, por la novela, el teatro y la historia, hasta llegar a la época que vivía, de tal modo que familiares debieron serle los autores de mayor renombre. Y entre lo que muy probablemente conoció mejor fueron la "Poética" de Luzón, el "Diario de los literatos", la Academia del Buen Gusto, las obras del Padre Feijoó y algo de las de Moratín, por coincidir con sus días y por ser todo esto el mejor esfuerzo de erudición y crítica en España durante la primera mitad del siglo XVIII. Frente a las dos poesías en latín del Sabio es natural colegir que desde su tiempo de estudiante escribía versos, no sólo en aquel idioma, sino
también en castellano. De otra manera no se explicaría uno la perfección lograda por él en estas disciplinas, ni cómo vencía las dificultades de la lengua del Lacio y de los metros griegos que imitó el Venusino, el eólico especialmente. Lo que sí se pregunta cualquiera es por qué prefería Mutis el latín para sus versos y por qué siguió el ejemplo de Horacio y no el de otro autor, como Virgilio, Ovidio, Juvenal, Tíbulo o Luciano. Satisface esta curiosidad el pensar que en su tiempo y los anteriores esta lengua era la del humanismo, la científica y la de especial elevación literaria. Era la lengua universal, la de la civilización internacional a lo largo de la Edad Media, por obra de su difusión y valimiento y por obra de la Iglesia. Todavía a estas horas del Sabio casi, casi que lo poético se confundía con lo clásico y que el latín era la lengua de las bonae litterae. Mutis, como Erasmo al decir de Huisinga, se dejó fascinar por aquel idioma "en el hechicero ritmo de su ingeniosa métrica, en la magnífica precisión de su estructura, no menos que en la claridad de sus acordes". Era, además, el vehículo del mundo espiritual de entonces, el de lucimiento y el de primacía para el intercambio intelectual de mayor significación y altura. Muy posiblemente siguió Mutis a Horacio movido por su "Arte poética", que, según don Andrés Bello, "es para la poesía el código eterno de la razón y el buen gusto". Otra causa po- drían ser sus epístolas, puesto que en este género alcanzó el mentor insigne perfección extraordinaria y puesto que de esta clase son las poesías del Sabio. Pero posiblemente más importante que todo fue la gran influencia que ejerció Horacio en las letras españolas, motivo de la obra "Horacio en España. Solaces bibliográficos", que es cribió Don Marcelino Menéndez y Pelayo. Garcilaso de la Vega fue uno de los imitadores del poeta, lo mismo que Fray Luis de León y los hermanos Argensola, y son innumerables los líricos que en todos los tiempos hicieron igual cosa. Dos escuelas ho-racianas sobresalieron: la Salmantina, representada principalmente por Fray Luis, Francisco Sánchez de las Brozas y Francisco de la Torre; y la Sevillana, que tuvo la contribución de Espinosa y que cantó el Betis anduluz, como asimismo la sobre saliente del sevillano también Francisco de Medrano. Tal vez ligerísimamente y por ocasional analogía pudieron obrar los cantos que el poeta dedicó a la bella heredad de las cercanías del Tíbur, regalo de su amigo Mecenas, donde se entregaba tranquilo a la filosofía y a las Musas. Mutis también por unos años eligió una vida eminentemente espiritual, de sencillez y modestia, en el "amenísimo paraíso" (268) de sus minas de "El Rosario", y, siguiendo la corriente de poesía bucólica de su siglo, la de Iriarte, Iglesias, Cadalso, por ejemplo, sentiría hasta lo más hondo, por cierta afinidad del alma, estos versos que dan principio al "Elogio de la vida del campo", en traduc- ción del Padre Roberto Jaramillo Arango: "Oh bienaventurado. Feliz aquel que del bullicio ajeno / se acoge al sombreado campo de calma lleno, / debajo un cielo diáfano y sereno". Sin desconocer que el espíritu del Sabio debió detenerse muchas veces ante la obra de los grandes poetas latinos, muy especialmente ante Virgilio, cuya dulzura, exhuberancia, polifonía, lindeza del vocablo latino y flexibilidad y riqueza en los ritmos y cadencias de sus hexámetros son admiración de los siglos, con todo, como a muchos líricos españoles, le sedujeron de Horacio la expresión natural y sencilla, la diafanidad encantadora, la finura y delicadeza, su indulgencia filosófica, su exaltación de la virtud como fin de la felicidad y sus
alabanzas al retiro, a la moderación, a la austeridad y a la meditación en la naturaleza y condición de los hombres, pese todo esto último a sus licencias juveniles, que no le trajeron mancilla de mayor alcance. Por supuesto, lo anterior puede expresarse sólo a modo de hipótesis, porque Mutis no dice nada de su poesía ni nada literario en parte alguna de sus escritos ni de sus cartas. Un raro silencio envuelve esta cualidad eximia de su vida. Pero viene este interrogante: ¿sí era poeta Mutis? Incontrovertiblemente el hilero o midstream de su corriente espiritual fueron las ciencias naturales, especialmente la botánica. Lo demás, aun su mismo sacerdocio, fue de posición secundaria. Ello permite, pues, afirmar que no fue un poeta en la plenitud de la palabra, como puede decirse de un San Juan de la Cruz, de un Fray Luis de León, de un Becquer, de un Antonio Machado, de un García Lorca, de un Rubén Darío, en letras castellanas, o de un Verlaine, en letras francesas. Hizo versos, como los hicieron eclesiásticos y médicos de su tiempo, como pudo haberlos hecho Don Casimiro Gómez Ortega, su contemporaneo e infiel amigo, erudito, humanista, director del Jardín Botánico de Madrid y miembro de la "Tertulia de la Fonda de San Sebastián", en el reinado de Carlos III. Su poesía fue poesía de intimidad, de nobles y recatados sentimientos, y aun en algunos de sus versos logró que por su yo pasaran auras de eternidad, pero muy probablemente no hubiera podido decir como Boylesve: "Cuando medito en mi hora última, la angustia mayor que me asalta es pensar en la facultad de emoción que desaparecerá conmigo. Tengo la impresión de que un tesoro considerable, una riqueza, va a ser arrojada al mar". Lo primordial de Mutis estuvo del lado del magisterio y del profundo conocimiento de las ciencias. No tratan estos conceptos de amenguar el mérito literario de Mutis; por el contrario reiteran que ese mérito lo enaltece y le completa su condición humanista. Comentando Charles Du Bos, en hermosas páginas acerca de Stefan George, tanto la frase de Pascal "nuestra alma está arrojada en el cuerpo", como el turbador conjuro de Massillon "tened piedad de vuestra alma", sostiene que la noción del ser es una cosa, y la del alma, otra. Quizás esto nos ayude a entender la poesía de Mutis, porque por el ser estuvo en el mundo, y por el alma, sólo consigo mismo. Su ser no fue el poeta, lo fue su alma, guardada y oculta, centro de su vida sentimental y emocional, donde aromaba una quintaesencia de la literatura clásica humanística. -----------------
C A P I T U L O XVIII La Obra de Mutis La obra de Mutis, primera con caracteres realmente científicos en las investigaciones del Nuevo Reino, no se limitó a pocos dominios de la cultura, sino que se extendió a todos, trascendió benéficamente sobre ellos y luego se dilató hacia el porvenir en notables repercusiones y consecuencias. Fueron muy visibles sus efectos y manifestaciones en el sistema instruccionista, la medicina, las matemáticas, la botánica, la mineralogía, la química, la zoología, la física, el periodismo, la música, el teatro, las sociedades literarias, las sociedades patrióticas y la pintura y el dibujo. Estimulada e impelida por el Sabio, la po-blación colonial empezó a vencer su atraso, su apatía y negligencia, y paso a paso viéronse surgir cambios en los más no-tables órdenes de la vida. Se fue formando lo que Carlos Restrepo Canal ha llamado tan certeramente el "Centro ateniense de las ciencias en la América Española' "La Expedición Botánica —escribe Javier Arango Ferrer en u magnífico libro "La Literatura de Colombia"— podría dividir la historia de Colombia en dos etapas. En literatura marcó la aparición del ensayo; en política formó la élite de la emancipación. Aunque los críticos literarios no lo hayan dicho, en El Semanario, periódico fundado por Caldas, aparecieron los pri- meros ensayos sobre ciencia, administración, sociología, políti- ca, etc.". La Instrucción Pública. — Cuando Mutis pisó las playas del Nuevo Mundo se encontraba la instrucción pública en estado deplorable. En las "Relaciones de Mando" hechas por Don Antonio Manso, en 1.729; por el Oidor Don José Antonio Berástegui, sobre el gobierno del Virrey Eslava, en 1.751; y por Don José Solís Folch de Cardona, en 1.760, ni siquiera se nombraron las escuelas y colegios, a pesar de que existían la Universidad de Santo Tomás y los colegios del Rosario y San Bartolomé. Todavía, estando ya Mutis en Santa Fe, el Virrey Messía de la Cerda, en su Relación de 1.772, no nombra este punto, y solamente de la del Virrey Guirior (1.776) en adelante, se le tiene en cuenta. Guirior habla de los conventos regulares que mantenían estancada la enseñanza y ocupada en disputas abstractas y fútiles contiendas del peripato. (269) A su vez, el Virrey Mendinueta, también en su "Relación de Mando", escribe: En los colegios y aulas públicas está "limitada toda la enseñanza a una mediana latinidad, a la filosofía peripatética de Gaudin, a la teología y derechos civil y canónico, según el método y autores que prescribió la Junta de Estudios de 1.779, derogando al mismo tiempo el sabio Plan que regía apenas desde el 74, formado por el Fiscal que fue de esta Real Audiencia, Don Francisco Antonio Moreno, con una
ilustración y método superiores a los alcances literarios de sus contemporáneos". (270) Hay unos párrafos del historiador Plaza, insertados por Don Florentino Vezga en su valioso libro sobre la Expedición Botánica, que acogen también estas páginas, en atención a la claridad con que pintan aquel atraso, y son los siguientes: "Se gastaban cuatro años para emplear a la juventud en los prinicipios de la latinidad, recargándoles la memoria con reglas aprendidas en el mismo idioma y sin la suficiente explicación de ellas, ni los ejercicios prácticos que son más poderosos que las mismas reglas. Esta clave confusa y enredada les servía de base para adquirir el conocimiento de una prosodia superficial. Si se hacía la traducción de algunos poetas latinos, ésta era estrictamente literal y ajustada a la lección del profesor, descuidando de esta manera el conocimiento de las belle zas de esos autores y perdiendo la oportunidad de acompañar las nociones históricas, mitológicas y literarias que de paso se podían inculcar para alumbrar más el espíritu de los alumnos. La medida de algunos versos latinos sin conocerse la literatura poética completaba el curso de latinidad. "En el estudio de la filosofía se impendían tres años, y bajo este enunciado se consagraba el primero a la enseñanza de la lógica y en la cual el preceptor discurría, por medio de las universales, las categorías, los entes y otros disparates de esta laya; y aguzaba el ingenio de sus discípulos con la formación de silogismos escolásticos figurados en las frases mágicas de Barbara, Celarem, Dari, Ferio, Baralipton, palabras que por sí solas embotan la inteligencia más clara. El segundo año se dedicaba a la metafísica, estudio que acababa de oscurecer la poca luz que el talento pudiera conservar; y el último año escolar se transcurría aprendiendo la física, sin instrumentos, sin observaciones prácticas y sin conocer los adelantos que esta ciencia había hecho. Las lecciones de estas materias se daban en alta voz, dictando el profesor y escribiendo los alumnos. "Terminada esta jerga escolástica en que se confería un grado de suficiencia con el título caído en ridículo de bachiller, los salones de la facultad mayor recibían a esta juventud que corría desalada en busca de una quimera. "El derecho canónico, el civil, que era el estudio de las leyes romanas y la teología, eran las ciencias que coronaban la carrera literaria de un joven: pocos eran los que se consagraban a los estudios médicos establecidos hacía pocos años. Muri-llo, González y otros escritores rancios eran las lumbreras en el derecho eclesiástico; Vinio y Kees los textos civiles, y de peor jaez los de las ciencias teológicas. Un examen sobre un punto conocido de antemano en estas materias y la aprobación consiguiente recababan ya un derecho al laureado para cubrirse con el bonete del doctorado. Si la profesión era la del foro, había que sufrir un nuevo examen en la audiencia, cuyos votos eran accesibles a los empeños, a la humillación y al rango que se ocupaba en la sociedad". (271) Para cambiar este estado de cosas fue necesario un largo, grande y difícil movimiento instruccionista, que promovió y sostuvo Mutis durante toda la vida. Su hecho público inicial y de gran sensación fue la enseñanza de aritmética, álgebra, geometría y trigonometría, primera en el Nuevo Reino, que emprendió a poco de llegado, en el Colegio del Rosario. Tan nueva orientación
y cambio de la enseñanza fue motivo de turbación y protesta para la sociedad santafereña y, con especialidad, para rectores y maestros. Se conmovieron los claustros y eleváronse las condenaciones en los fortines tradicionales, apostrofando las ciencias exactas —dice Don Florentino Vezga— con el sarcástico nombre de "nueva filosofía", aplicado por los mejicanos a la sola química. Pero Mutis no echó pie atrás, sostenido por los gobiernos, por su verdad interior y por su conciencia recta. Como inteligente, ilustrado y actuoso colaborador suyo en estas ideas, encontróse al Fiscal Moreno y Escandón, quien podía superarle en audacias, mas no en inciativas y realizaciones. Ambos en los gobiernos de Messía de la Cerda y de Guirior tuvieron participaciones de mucho fruto. Moreno y Escandón logró que no se interrumpieran las tareas en San Bartolomé con la expulsión de sus directores, y en su Plan, muchos de cuyos puntos debieron ser sugeridos por el Sabio, fomentaba la instrucción primaria gratuita y establecía las reglas que debían observarse en la escuela pública de primeras letras que habían mantenido los jesuítas. No se puede dudar que la creación de las cátedras de matemáticas en este Plan fue obra de Mutis. Este pujante movimiento renovador, que le dio a las ciencias naturales y exactas el rango ocupado antes por la literatura antigua, la escolástica y la teología, tuvo ecos y derivaciones no sólo en Santafé, sino en Popayán, adonde lo llevó Don Félix de Restrepo, con el estupendo resultado obtenido en su difusión y en sus discípulos Caldas, Zea, Camilo Torres, Miguel Pombo, Antonio Ulloa y otros más. Primer colegio femenino. — Uno de los resultados del fervoroso adelantamiento determinado por el nuevo Apóstol fue la fundación en la capital del primer establecimiento de educación de la mujer, hecha por doña Clemencia Caicedo. En páginas de atrás se ha recordado que la mayor parte de las niñas eran analfabetas y para corroborar la ignorancia de la mujer en ese entonces basta citar estas palabras escritas por José Caicedo y Rojas muy posteriormente en su libro "Recuerdos y Apuntamientos": "Yo alcancé a conocer algo de los tiempos en que las señoras hacían sus cuentas, que eran bien pocas, con granos de maíz, y en ocasiones les costaba trasudores ajustarías con la cocinera o el albañil". (272) La Medicina. — Para la Medicina fue especialísimamente creación y reforma la llegada del Sabio, porque le trajo dignidad, organización y acervo de conocimientos. Antes de entrar él a Santafé no había propiamente medicina, sino dos médicos y, sobre todo, un empirismo de muy baja clase, sin categoría alguna, ejercido por curanderos. Basta leer el primer tomo de su "Diario de Observaciones" para dolerse de él. Los jóvenes, repetimos, tenían por humillante abrazar este oficio. Es verdad, ya se ha visto, y como lo asevera Hernández de Alba en su libro "Aspectos de la Cultura en Colombia", y él mismo y Rafael Martínez Briceño en su obra "De Hipócrates a Pasteur", que desde que el Capitán Antonio Díaz Cardozo y el soldado de caballería Martín Sánchez Ropero, cirujano aquél y albéitar el segundo, trajeron al Nuevo Reino las primicias empíricas de España, por estas alturas andinas pasaron antes el médico de Fray Cristóbal de Torres, licenciado Rodrigo Enríquez de Andrade, quien fue el primero que leyó cátedra de su profesión en el Colegio del Rosario, y, entre algunos otros, no muchos, procedentes de universidades españolas y portuguesas, los profesores Francisco Díaz, Lope San Juan de los
Ríos, el Dr. Mendo López del Campo y Alvaro de Auñón y Cañizares. Mas estos fueron estados fugaces de la ciencia. Quienes la ejercían del tiempo de Mutis hacia atrás eran generalmente aficionados sin estudio universitario o académico alguno. Predominaba la sabiduría indígena en el arte de curar. El mismo Don Juan Ca-sanova, cirujano español al servicio del Virrey Solís, como el que llegó con Messía de la Cerda, no eran de la más elevada significación científica. No se ha apreciado en todo su valor la magnífica y muy considerable obra de Mutis en asuntos médicos. No solamente recetó durante casi medio siglo, en algunos años muy diligentemente, sino que desde su entrada en Santafé estuvo trabajando por una ciencia verdadera, por una enseñanza tan eficaz y amplia cuanto fuera posible y por un alto y digno ejercicio de ella. De otro lado produjo monografías y disertaciones particulares sobre temas nacionales, de las cuales algunas aparecieron en el "Papel Periódico" de Don Manuel del Socorro Rodríguez y estudió un grupo considerable de nuestras plantas en sus virtudes terapéuticas. Y, hecho de categoría y significación casi inapreciables, se aplicó con inteligencia y tenacidad más que visibles al esclarecimiento y difusión de la Quina, hasta el punto de qua es muy difícil encontrarle par en ello. Biblioteca Nacional. — Por insinuación del Fiscal Moreno y Escandón y muy creíblemente del mismo Mutis, utilizando los libros pertenecientes a la expulsada Compañía de Jesús que se encontraron en Santafé, Cartagena, Mompós, Antioquia, Pamplona, Tunja y Honda, fundóse la Biblioteca pública, llamada Real en un principio, bajo la dirección, primero del Pbro. Don Anselmo Alvarez, luego de Don Ramón Infiesta y más tarde de Don Manuel del Socorro Rodríguez. Distinguido estudiante del Colegio de San Carlos en La Habana y poeta muy pobre era el tallista y ya instruido Del Socorro Rodríguez, cuando el Virrey Ezpeleta resolvió mejorarle su suerte, ofreciéndole traerlo a Santafé y encargarlo de la Biblioteca pública. Don Manuel llegó, asumió su cargo y, por consejo y con apoyo del mismo Ezpeleta, fundó el "Papel Periódico de Santafé de Bogotá", cuyo primer número salió el 9 de febrero de 1.891, y fue propiamente el principio del periodismo en esta nación, aunque en 1.783 había surgido "El Aviso", y en 1.785, la "Gaceta de Santafé", con sólo cuatro números de duración cada uno. (273) El ambiente cultural creado por Mutis se enriquecía con esta inquietud nueva. "El Semanario". — ¿Y qué decir del "Semanario del Nuevo Reino de Granada", aparecido cuando ya Mutis se acercaba a su fin, si él fue pináculo de nuestras letras y uno de los frutos más bellos de nuestro espíritu? Como es imposible rivalizar con lo dicho por Don Antonio Gómez Restrepo para exaltar su significación, léase este párrafo del insigne crítico y maestro: "El Semanario" es la publicación de mayor importancia que hasta estos últimos tiempos ha salido a luz en Colombia. El avance que representa es imponderable; a la seriedad del fondo corresponde la elevación y dignidad del estilo. Al recorrer esas páginas nos sentimos en un mundo nuevo, en un ambiente distinto de aquel en el cual se movían y pensaban los hombres que no habían recibido la inspiración vivificante de Mutis; ya no se ocuparon los ingenios en dilucidar temas pueriles, como aquellos en que se entretenía un varón tan eminente como don Felipe de Vergara, quien no temía menoscabar su prestigio de hombre docto y profesor universitario, escribiendo, al par de
tratados teológicos, otros de tan regocijado título como los siguientes: "Exposición sobre el uso y utilidad de tocar las campanillas en las iglesias", "Discurso filosófico, y bíblico, sobre lo que los fuegos y luminarias que acostumbra la Iglesia en algunas festividades, son de derecho divino", "Del ayuno en nochebuena y de la antigüedad del uso de los buñuelos". Vergara y Vergara, al referirse a estas pueri les lucubraciones de su deudo, las explica diciendo que "las inteligencias bien vigiladas por la Inquisición tenían que desahogarse buscando materias que sí eran demasiado fútiles, en cam bio eran también inofensivas". El argumento no concluye, por que el espantajo de la Inquisición no creó el menor obstáculo para que Mutis y sus discípulos desarrollaran sus trabajos científicos. Todo consistía en una diferente dirección intelectual. De ahí que la influencia renovadora de Mutis no tenga precio". — (274). La Música. — Al campo de la Música llegó también este fervor y aplicación por las cosas del espíritu. Por todas partes dominaba la música aborigen, con sus fotutos, flautas, capadores, chuchos, carracas, bombos, manguarés, marimbas y timbirimbas, que era el desahogo de la tribu. A estos ínstru mentos agregaron los españoles, como progreso del sublime arte y como compañera de soledades, la guitarra andaluza, que con los tiempos degeneró en nuestro tiple. (275) De mucha mayor influencia en este adelantamiento fueron la música religiosa y el canto también religioso y profano. El primer órgano del Nuevo Reino lo tuvo Fontibón, fabricado con guaduas y canutos de cañabrava, por el Padre José Dadey, y el primero de la Catedral lo hizo instalar el Arzobispo Lobo Guerrero. (276) El Padre Dadey, natural de Mondoví en el Estado de Milán, fue uno de los fundadores del Colegio de San Bartolomé, cuya acta de fundación contiene este mandato: "Ytem mandamos que los dichos Collegiales deprendan el canto de la Yglesia, así el llano como de órgano, para lo cual se les señalará tiempo y maestro". Un personaje de la primera mitad del siglo XVIII, muy importante, fue el Padre Don Juan de Herrera y Chumacero, a quien Caicedo Rojas califica de "Padre de la música en Santa-fé", compositor, Maestro de la Capilla de la Sede Metropolitana y Capellán de las monjas de Santa Inés, a las que enseñaba canto gregoriano y salmodia. Dice el Padre Perdomo Escobar en su libro que por este tiempo era floreciente el estado de la música religiosa y apre-ciable la polifonía, aunque Andrés Pardo Tovar en la Historia Extensa de Colombia estima que había decadencia, mas también, en el entusiasmo cultural reinante, la música se extendía en la sociedad, donde ya se oían las arpas y el clavicordio, e hizo su aparición el primer piano con destino a doña Rafaela Izasí, esposa del segundo Marqués de San Jorge, Don José María Lozano y González Manrique, acontecimiento muy sonado y curioseado por las gentes. Esta señora, asaz graciosa y muy artista, así como doña María de los Remedios Aguilar de Cebollino, cantaban y tocaban tonadillas y coplas en el teatro, que tenía como director a Pedro Carricarte y, en servicio ocasional, como violines, a Lorenzo Bélver y Melchor Bermúdez; como flautas, a Francisco Lara y José Torres; como clarinetes, a Antonio Zeiñer y José Ramos; y como trompas, a Diego García y José Garzón. "Pedro Carricarte —anota el mismo Padre Perdo-mo— tiene el singular honor de ser el primer director de banda que registra nuestra hitoria musical. Vino en 1.784 encargado de la Banda de la
Corona, como era denominada ésta por los santaférenos". Hacia 1.784, afirma el mismo Pardo Tovar en la dicha Historia Extensa, se frustraba esta cultura nacida bajo el doble signo alemán e italiano. El Teatro. — Se ha nombrado el teatro. Este fue otro de los elementos culturales que cobró impulso por el estímulo indirecto de Mutis. Espectáculos muy primitivos y deficientes había conocido la Colonia, tales las comedias que se representaron al llegar los obispos de Cartagena y Santa Marta para asistir al concilio convocado por el Arzobispo Zapata en 1.580, o cuando los oidores derrocaron al Presidente Meneses en 1.715, y tales las que se presentaban en Fucha ante los Virreyes Messía de la Cerda y Flórez en sus temporadas de solaz, o ante los santafereños en burdos escenarios de escasas candilejas. Mas esta situación de atraso cambió notablemente a fines del siglo XVIII. En efecto, en 1.782, Don José Tomás Ramírez y Don José Domingo del Villar elevaron una solicitud al Virrey Ezpeleta para obtener la licencia de construir el primer teatro. No obstante el desacuerdo del Jefe de la Iglesia, éste se llevó a cabo, pero en forma muy tasada e incompleta: el escenario era escueto y pobre y "el único techo que guarecía de los proverbiales aguaceros bogotanos a los doscientos espectadores que podía contener el coliseo, consistía en un lienzo remendado". (277) El estreno se hizo en 1.783 con la comedia "El Conde de Arcos", a la que siguieron después otras, :omo "La Raquel" de García de la Guardia y como "El Monstruo de los Jardines" de Guillen de Castro. (278) La Pintura. — Muy de señalar también en este adelanto social fue la fundación por estos lustros de la primera escuela pública de pintura, dibujo, canto y música de que haya noticia, obra del canónigo y doctor en leyes Don Francisco Felipe del Campo y Rivas, su primer director y benefactor. Mas lo de gran alcance que logró Mutis en la pintura fue la formación y perfeccionamiento de quienes en la Expedición Botánica llevaban a las láminas la representación perfectísima de las plantas y las flores hasta con nuestros tintes propios, y quienes más tarde dominaron el arte y dejaron obras apreclables, así religiosas como del retrato. Indudablemente él les enseñó a percibir y estimar el detalle de los cuerpos, su luz, sus dimensiones, su significado, su aspecto en el espacio, con todos los valores del paisaje. Tertulias Literarias. — Más aún: este progreso se vio acrecentado con el surgir de algunas Tertulias literarias y de salones a imitación de los franceses del siglo XVIII, cual el de Madame Necker. Una de las tertulias fue la de los estudiantes de esos días, llamada burlonamente por las gentes "Compañía de sabios". Organizaron éstos una sociedad literaria para comentar ciencias naturales y humanidades. La física, la química, la botánica, la geografía, la nueva filosofía, la medicina, el derecho, la literatura española y la europea, así como la griega y la latina, todo era analizado y debatido con los conocimientos adquiridos en los claustros y con los recibidos de las obras que clandestinamente circulaban en la ciudad. La Inquisición de Cartagena extendía su vigilancia por todo el territorio, un poco menos estricta en este tiempo, y la libertad espiritual estaba cohibida, aun en regiones apartadas como Popayan, a juzgar de los renglones de Caldas para su amigo Santiago Arroyo en carta que comenta una página anterior.
Otra tertulia fue la "Eutropélica", de Don Manuel del Socorro Rodríguez, quien, bien influido por Mutis, tradujo la obre del sabio francés M. Savenen, titulada "Historia de las Ciencias Naturales", publicada seguidamente por Marino en su imprente "La Patriótica", como obsequio a los hospicios de Santafé. (279) Una entidad social muy de cuenta como salón fue la "Tertulia del Buen Gusto" que abrió en la capital Doña Manuela Santamaría de Manrique. Era esta señora mujer de arte y cien cias y a sus reuniones concurrían José María Salazar, José Fernández Madrid, Camilo Torres, Francisco Antonio Ulloa, José Miguel Montalvo, Frutos Joaquín Gutiérrez y otros notables hombres de letras. A esta tertulia fue llevado en visita el sabio Humboldt, porque la señora de Manrique poseía un gabinete de historia natural, ordenado y clasificado por ella. Salta a la comprensión de cualquiera que en la idea de establecer este gabinete y de formar sus colecciones tuvo parte decisiva el espíritu creador de Mutis que se difundía por todas partes. Mas la tertulia de mayor significación y trascendencia fue la de Nariño. Don José María Vergara y Vergara en la "Historia de la Literatura", después de registrar que Nariño encabezaba, de 1.789 a 1.794, uno de los círculos literarios de la capital, copia a renglón seguido uno de los papeles que se le encontraron al Precursor cuando lo tomaron preso. En tal papel dice éste que, al modo de algunos Casinos de Venecia, piensa que se puede organizar en Santafé una asociación de gentes de letras, para que se reúnan en una sala, en días y horas fijos, y cambien ideas acerca de periódicos y libros que compren con cuotas personales, suficientes también para el pago de alumbrado y otros servicios. Como posibles miembros de la tertulia cita a Don José María Lozano, Don José Antonio Ricaurte, Don José Luis Azuola, Don Juan Esteban Ricaurte, Don Francisco Zea, Don Francisco Tobar, Don Joaquín Camacho, el Dr. Iriarte y algunos otros. Pero este club haría a un lado la literatura contemporánea española, timorata y aun refractaria en esas horas ante los acontecimientos de Francia y los Estados Unidos, y de preferida y sola inquietud para la "Eutropélica" de Don Manuel del Socorro. Sus arrojados y febriles contertulios se entusiasmaban especialísimamente por las ideas del despotismo ilustrado y por la revolución que crepitaba en Norteamérica y allende los Pirineos. La inspiración venía de fuentes como los "Pensamientos" y la "Historia de Rusia", de Voltaire; "El Espíritu de las Leyes" y las "Cartas persas", de Montesquieu; las "Provinciales", de Pascal; la "Historia de los Establecimientos de los europeos en las Indias", de Raynal; los "Anales de Carlos V y de la conquista del Nuevo Mundo", de Robertson; el "Contrato social", de Rousseau; las filípicas de Carli contra los conquistadores del Nuevo Mundo. Y el club llegó a ser fuego poderoso. Quien lo mantenía era Nariño; y su principal atizador, Pedro Fermín de Vargas. Inteligencia, capacidad y ardor le sobraban a éste para la lucha, pero, denunciado ante las autoridades españolas como sedicioso y ante una prisión inminente, se escapó al extranjero. Lo reemplazó el francés y médico Luis de Rieux, gran lector de los enciclopedistas y cuidadoso y ferviente propagador de los Derechos del Hombre. Encontró en la tertulia excelente medio para ensanchar sus propósitos. Prestó libros, informó, conversó, ilustró y aun escribió cartas y
contadas páginas, y una de ellas, indiscreta y temeraria, lo perdió en el curso de los días. La fogosidad y dinamismo de Nariño eran muy grandes. Intensificó su actividad, la rodeó de secreto y soñó extenderla con lecciones gratuitas de ciencias y primeras letras a cargo de sus amigos. Más todavía: como su gabinete íntimo no le satisfacía para sitio de las reuniones, resolvió hacer de él una sala de estudio y le adornó las paredes con símbolos de Minerva, la Libertad, la Razón, y la Filosofía, así como con las efigies de Platón, Rousseau, Washington y Franklin. Bajo esta última hizo inscribir le leyenda "quitó al cielo el rayo de las manos y el cetro a los tiranos"; en otro lugar ordenó escribir con resalte la sentencia Libertas nullo venditur auro; y, para presidirlo todo, hizo colocar su retrato, adelantándose en un amanecer, orlado de estas palabras: Témpora, temporibus, succedunt. Ya se sabe cómo la publicación de los Derechos del Hombre en "La Patriótica" dio con su ínclita persona en las mazmorras de las cárceles. Sociedades Patrióticas. — La Sociedad Patriótica de Santafé y la que se ha nombrado en Popayán fueron una llamarada más del fuego de cultura que había prendido Mutis en el Nuevo Reino. Como se ha dicho, ellas propendían ante todo por el bienestar del pueblo, y en su seno se gestaron, al igual que en la Expedición Botánica, en los claustros y en las tertulias literarias, las ideas de la emancipación. Con gran acierto y por otro aspecto ha dicho el Padre Pérez Arbeláez en el "Diario del primer año" que ellas fueron el origen de nuestras actuales Sociedades de Mejoras Públicas. La Química. — La Química, materia filosófica entonces, se cuenta como otra de las novedades que trajo este general desenvolvimiento. Ya establecida la Expedición Botánica en su casa de Santafé y ya Jorge Tadeo Lozano miembro de ella, entre los elementos de investigación con que contaba el Instituto figuraban no pocos instrumentos de física y algunos aparatos químicos. (280) También en esos días —dice Don Pedro María Ibáñez en sus "Crónicas"— el progresista Rector del Colegio del Rosario, Doctor Fernando Caicedo y Flórez, le pidió al Virrey la creación en el Colegio de las cátedras de química y mineralogía y le sugirió como profesor el nombre de Lozano, de quien se conocía su competencia por los estudios hechos en el Real Laboratorio de la Península, al lado del químico y maestro Don Pedro Gutiérrez Bueno. Esta solicitud recibió la mejor acogida por el Virrey y el apoyo decidido de Mutis, a quien sin duda debíase la iniciativa, pero tropezó con la torpe oposición del Fiscal de lo Civil Manuel Mariano de Blaya. Esto dio lugar a largas consultas y al fin el Monarca le dio su visto bueno. "Lozano, patrióticamente regentó las cátedras "sin estipendio", con gran trabajo, pues carecíase en la ciudad capital de los textos y demás elementos indispensables". (281) No se debe olvidar tampoco, como demostración del alcance que tenía ya la química en el Nuevo Reino, que en el "Plan de Estudios Generales" del Arzobispo Virrey, concebido y redactado en Turbaco, de las cátedras señaladas por él, se encuentra esta ciencia, registrada con estas palabras: "Cathedra de Qui-mia Perpetua. — Se explicarán los principios de esta ciencia, tanto los que pertenecen a la Theorica como a la práctica, y se harán las correspondientes aplicaciones a las Artes Industriales con quienes tiene relación". Asimismo no debe omitirse que el Doctor Miguel de Isla, gozando de la gracia de la secularización obtenida en 1.796 y viviendo en su casa de la "Alameda Vieja", donde
tenía jardín botánico y gabinete de física y química, a más de biblioteca y estudio médico, reunía allí a los miembros de la Expedición Botánica, a sus alumnos y a otros jóvenes aplicados, para hacerles enseñanzas de todas estas ciencias. Grandes iniciadores de los estudios químicos fueron Francisco Antonio Zea y José María Cabal, aparte de Jorge Tadeo Lozano. Zea y Lozano obtuvieron sus conocimientos en Europa, particularmente éste, quien fuera de su permanencia en la capital de Francia, aprendiendo ciencias naturales, hizo el curso especial en Madrid con el catedrático de la materia, don Pedro Gutiérrez Bueno, hecho ya nombrado. De los tres, el que más anduvo por estos caminos de Lavoisier fue don José María Cabal, que se dedicó a estas disciplinas en los laboratorios de París, durante seis años, (282) al cabo de los cuales regresó a la Nueva Granada con ánimo de difundirlos. Ha sido el único granadino que le ha agregado un nuevo motivo importante a la ciencia, dice una nota del "Semanario" de Caldas, publicado por el Ministerio de Educación de Colombia. Cuando volvió don Jorge Tadeo Lozano a la patria, después del viaje a Europa y ya casado con su sobrina María Ta-dea, se retiró a su casa solariega para entregarse completamente a las ciencias naturales. En ese retiro empezó a escribir el fragmentario estudio titulado "Fauna Cundinamarquesa", que abarca no sólo la clasificación, descripción, costumbres, duración y propiedades de todos los animales del Virreinato, sino también una colección de dibujos pertencientes a ellos. También publicó en "El Semanario" el importante trabajo 'Memoria sobre las serpientes", así como un trozo de su producción "El Hombre"; la "Idea de un instrumento llamado Chromapicilo, que registra la degradación de los colores; y una traducción, con anotaciones, de la "Geografía de las plantas", de Humboldt. Con las publicaciones de Lozano nacía propiamente la zoología de la Nueva Granada, como también con las colecciones zoológicas de láminas y esqueletos que iban enriqueciendo la Expedición Botánica, con los estudios de Mutis tan notables cual el de las hormigas, y con las numerosas observaclones de que da cuenta su "Diario", sobre mariposas, insectos, gusanos, escarabajos, alacranes, cangrejos, avispas, peces, pájaros, monos y otros animales. De estas observaciones las "Memorias de la Academia de Estokolmo" publicaron la descripción que hizo de un nuevo hurón o mofeta, cuya especie denominó Viverra mapurito. Volviendo a la Química, debe apuntarse que, desde su salida de España, Mutis no había vuelto a ver experimento químico alguno de laboratorio, pero, a fuer de estudioso, vivía al corriente de los progresos de esta ciencia y se informaba de las obras que publicaban Lavoisier, Guyton, Morveau y Fourcroy, entre otros. Por otra parte, estimulaba a los jóvenes que mostraban algún interés por estas disciplinas y aun los auxiliaba con sus dineros —dice don Florentino Vezga— para que hicieran estudios en el Extranjero. La Física. — Nociones de física se habían dado en los colegios del Virreinato, pero, al decir del mismo Mutis, pocas, teóricas y demasiado elementales, junto con lógica y metafísica, después de estudios memorísticos de lengua latina, de modo que bien puede calificarse de primera la enseñanza que inició el Sabio a su llegada a Santafé. Poseía él lo que de esta ciencia existía entonces; la trasmitía a sus alumnos en la cátedra de Matemáticas y en su casa propia, tal el caso de Don José Félix de Restrepo, maestro de ella
en Popayán y Santafé; y la hizo figurar, para estudios y observaciones, en el trabajo diario de la Expedición Botánica, con el auxilio de los instrumentos que se habían conseguido. Además, cuando inició sus lecciones, escribió o tradujo los "Elementos de Física" que atrás se han señalado. Y era tal el prestigio de Mutis en esta materia, que cuando se le designó profesor de ella en el Colegio del Rosario, y cuando se le nombró un sustituto, porque sus ocupaciones le impedían atenderla, entonces los estudiantes, muy entusiasmados al principio, se desanimaron y abandonaron la clase. (283) Relacionado con este punto de la física, hay que advertir, como distante influencia del Sabio, el trabajo de Caldas sobre hipsometría, que al modo de su invento, le conquistó la inmortalidad en las ciencias. La Astronomía. — De la mayor categoría en el índice cultural fue el Observatorio Astronómico, construído a expensas de Mutis, según Mendinueta —es bueno repetirlo— y el primero construido en la América Española. Seguramente que de astronomía casi que criollos y chapetones conocerían la palabra en la Colonia, con excepción de los pocos sacerdotes iniciados en ella y venidos de la Península. No le queda a uno duda de que el ejemplo del Sabio fue el que determinó el caso excepcional de Caldas en Popayán quien, con una de las vocaciones más prodigiosas y sobresalientes conocida, por su propio esfuerzo, elevó sus investigaciones hasta las mismas estrellas. Tanta atracción ejercía sobre Mutis esta ciencia, que en su cátedra de matemáticas en el Colegio del Rosario —ya se ha dicho— abrió un curso de astronomía, para el cual escribió un corto texto de sesenta y tres páginas. El libro tercero trata del Sistema del mundo y en él anuncia con sencillez el Sistema de Copérnico, que, como se anota en otras páginas, habría de traerle mortificaciones con los conventos. (284) La Botánica. — ¿Y la botánica? Antecedieron a Mutis en investigaciones de ciencias naturales en la América Septentrional Pedro Loefling, José Jacquin, José Cassani, Felipe Salvador Gilij y los Padres misioneros Luis Feuillé, José Gumilla y Juan Ribero. Tratándose de la botánica es obvio pensar que por el Nuevo Reino habían pasado conocedores de ella y que aun en Santafé los había, pocos sí, no profundos y muy probablemente apartados de sus estudios. Fue necesario que llegara Mutis para que tan bellas investigaciones cobraran actividad y prestigio. Como por las matemáticas y por las ciencias naturales, el influjo del Sabio sobre la juventud neogranadina, en relación con la botánica, fue asaz sobresaliente. Antes de la fundación de la Expedición de la Nueva Granada él la enseñaba a sus particulares discípulos, así como en las aulas del Colegio del Rosario a jóvenes de la altura de José Félix de Restrepo, Eloy Cri-santo Valenzuela, Pedro Fermín de Vargas, Francisco Antonio Zea, Jorge Tadeo Lozano, Diego García y otros más; y días adelante, una vez creada la Expedición, ella, por su naturaleza misma, fue sitio de siembra admirable de esos conocimientos. Matiz, de los muchos, fue uno de sus frutos magníficos, sin nombrar a Caldas, que fue el mayor y más sorprendente de todos, y a Miguel Pombo, el mártir de las célebres palabras a Jurado: "¿Que hay qué temer? Los tiranos, señor, perecen; los pueblos son eternos". Pero vino el Régimen del Terror y con él desaparecieron las excelsas inteligencias que habían abrazado tan hermosos estudios. Sólo quedaron Zea,
los sobrinos del Sabio, Don Eloy y el célebre Matiz, que tantos enfados le causó a éste. Preso Zea por complicidad en la causa seguida a Nariño con motivo de la publicación de los "Derechos del Hombre", y absuelto en Madrid, debido a los buenos oficios de Mutis, se trasladó a Francia a estudiar ciencias naturales, como se ha escrito, y luego, a los dos años, regresó a aquella ciudad a prestarle servicios al Gobierno Español. Es decir, del punto de vista de la botánica, desapareció su figura en Santafé. pero siguió presente en la Península, donde asombraban sus lecciones, no sólo en la Universidad, sino en el Real Jardín Botánico, y donde redactó el "Semanario de Agricultura" y el "Mercurio", periódicos que dieron a conocer algunas memorias suyas sobre las Quinas y sobre el cultivo de la palma de coco en la Nueva Granada. El Padre Valenzuéla después de separarse de la Expedición en Mariquita y de permanecer luego dos años en Santafé, se retiró a su parroquia de Bucaramanga, donde, los primeros diez y seis años de su ministerio los compartió con las ciencias naturales, la botánica particularmente, auxiliado del jardín especial que cultivó cerca a su casa. Y ahí trasmitía sus conocimientos a muchos de sus feligreses. Sinforoso Mutis, el sobrino del Sabio, se formó botánico a su lado y desempeñó satisfactoriamente la dirección del notable Instituto, cuando llegó a ella por muerte de su tío. Caldas escribió estas palabras con occasión de consagrarle el género consuegria y que trae Don Florentino Vezga en su libro:: Hoc genus D. Sinforoso Mutis et Consuegra qui Cinchonarum Historiam et Monographiam perfecit, absolvit, et Floram Bogotensem assiduo labore et studo parat. ¿Y qué decir de Matiz, objeto de algunas palabras anteriores? Su amor a la botánica fue de la vida toda, desde que niño aún, robándole tiempo al juego, se entretenía en Guaduas pintando flores, lo que llevó a Mutis a pedírselo a sus padres para incorporarlo en la Expedición. De joven estudió también matemáticas y esto explica que cuando en 1.840 dejó don Joaquín Acosta la dirección del Observatorio, él lo hubiera reemplazado. La pintura le atraía mucho, pero penetraba en el conocimiento de las plantas junto al Sabio, y llegó a ser en su ciencia un verdadero experto. El elogio de Humboldt lo señaló así para siempre. No abandonó Matiz la botánica cuando se extinguió la Expedición en 1.816. Continuó enseñándola. Uno de sus discípulos fue el sacerdote don Juan María Céspedes, tulueño, quien influido indirectamente por Mutis y directamente por el grupo de sus naturalistas, se enfervorizó por dicha ciencia, cuyos libros estudiaba, desde que encontró en una posada el Systhema Plantarum de Linneo. (285) Con este sacerdote viajó Matiz a San Agustín, jurisdicción de Timaná, en una misión científica. Discípulos de él, corriendo esos días, fueron también el ingeniero Joaquín Acosta, que se acaba de citar, y el médico Manuel M. Quijano, del que se conocen algunas publicaciones acerca de aquella otra propensión de su espíritu. Por ese tiempo fue Matiz profesor de botánica en el Colegio de San Bartolomé, donde brilló grandemente su discípulo Francisco Bayón, más tarde médico, y discípulo asimismo del Padre Céspedes, cuando éste sucedió a Matiz en aquella cátedra, lo que duró corto tiempo, por la penuria del tesoro en esa época. Bayón oyó las lec- ciones de sus dos maestros, con quienes hacía excursiones prácticas por los pueblos de la
Sabana, pero siguió particularmente al primero, visitándolo para aprenderle, en su casita de Las Nieves, donde vivió los últimos años en extremada pobreza, socorrida por su enseñanza, en parte gratuita a niños pobres y por una pensión oficial que al fin le concedió la Administración López. No hay probablemente historia individual en la Botánica de Colombia más hermosa que la de estos dos enamorados de su ciencia. Bayón, con la mayor frecuencia posible, tocaba a la humilde puerta de Matiz, ésta se le abría, y desde el mismo momento en que penetraba se hacía la luz en su entendimiento y erguíanse las familias y las especies botánicas en desfile por su mente. Pero hay algo que se roza con lo heroico e increíble, así de parte del maestro como de la del discípulo, y eran sus ascensiones al cerro de Monserrate. A instancias de Bayón, que ardía en el deseo de conocer a fondo la vegetación de los páramos, convenían algunas veces él y Matiz en subir a aquel cerro. Esta ida era a pie y Matiz pasaba ya de los ochenta y dos años. (286) Provistos de un ligero viático, este par de sublimes delirantes emprendía la marcha cuesta arriba. La senda de la lomaza, empinada cual ninguna, se adhiere a las rocas por pedrejones invisibles, que asoman en el suelo entre arenas, terrones grises y cantos negruzcos. Un viento fuerte de filos helados, barre a toda hora esta cinta oscura y pedregosa y dobla los raquíticos arbustos y yerbas de la ladera. A poco andar el flaco cuerpo de Matiz, de latón humano, viejo y corrugado, empezaba como a desunirse y perder sostén, visiblemente tembloroso, y su enjuto pecho se reducía y dilataba en difícil respiración de asfixia. La interesante conversación sobre las matas y pocas flores de las orillas quedaba interrumpida y un descanso, sentados en piedra grande, era de rigor. Así disminuía la fatiga, el diálogo recomenzaba y a poco la escensión seguía. Mas en los repechos de pendiente demasiada las débiles piernas de Matiz resultaban impotentes, y entonces Bayón tomaba el consumido cuerpo del maestro a sus espaldas y, con visible esfuerzo, salvaba la escarpa. Y de este modo, en subida lenta y cortada a trechos, llegaban a la cima. La alegría era grande, renacía y se avivaba la plática, el viático reparaba las fuerzas y luego venía el premio. ¿Pero cuál era éste? Del lado de Matiz, señalar un frailejón o coger entre sus manos sarmentosas una orquídea, una bromelia, un helécho, un musgo y soltar sabiduría por entre sus labios resecos; y del lado de Bayón, escuchar, entender, interrogar y agradecer, con todo el aliento de su alma. Quizás le agregarían a este convite espiritual sin precedentes una oración al Señor Caído, en el camarín de la iglesia que erigió don Pedro de Valenzuela en una elevación de su ser, semejante, aunque de naturaleza diferente, a la de estos dos caballeros andantes de la Botánica nacional. Bayona fue profesor de los colegios de San Bartolomé y el Rosario; superó a su maestro en estudios, pues ahondó en la filosofía de su ciencia; y le permitió a aquél enterarse de las novedades introducidas por Jussieu, Richard, De Candolle, Mir bel y Dutrochet, según lo anota don Florentino Vezga. Dedicáronse también a estudios botánicos por los tiempos últimos de la Expedición otras personas que no fueron miembros de ella, pero sí participantes de su espíritu. Una de ellas fue el Padre Juan Agustín de la Parra, cura de Matanzas, que escribió una memoria sobre el cultivo del trigo, publicada por Caldas en su "Semanario", con el elogio de ser la más útil de todas. (287) Otras manifestaron interés y simpatía por tales estudios, como el Dr. José Manuel Campos, cura de Prado, que escribió para el mismo "Semanario" una descripción de su curato; y como don José Manuel Restrepo, principalmente,
notable autor del reputado y conocido cuadro o reseña del Departamento de Antioquia. De la misma manera "en Cartagena, en Cali y Popayán se hacían observaciones meteorológicas, con vasos construidos conforme a las reglas dadas por la Expedición. Los individuos dedicados a estos trabajos, que enviaban al Instituto, eran: don Manuel Rodríguez Torices, desde el nivel del mar, en Cartagena; don Antonio Arboleda y don Santiago Pérez Valencia, en Popayán, desde 2.083 varas sobre el nivel del océano; y don Mariano del Campo Larraondo, desde el sitio de Alegría, a 1.137 varas sobre el mismo nivel". (288) Misión Científica de Zea. — Terminadas las sesiones del Congreso de Angostura, y especialmente al finalizar diciembre de su año, dialogaron Bolívar y Zea no sólo para incorporar a Colombia en las relaciones Exteriores, sino para obtener recursos financieros y una acción cultural europea que beneficiara su incipiente desarrollo. ¡Cómo pasaría la imagen de Mutis por la mente del Libertador y, con mayor viveza, por la del gran discípulo de aquél, ahora diplomático que surgía, con el motivo final de dicho diálogo! Así, con las credenciales del Presidente de la recién nacida República, partió Zea para Europa a los fines acordados, en los que el relacionado con el progreso material y la cultura debería abarcar todo lo agrícola, las artes, el comercio y las ciencias naturales, señaladamente la mineralogía. Para llenar estos objetos contrató Zea en París, auxiliado del Barón Cuviér, a los sabios Juan Bautista Boussingault, Deseado Roulin, Justino María Goudot, James Bourdon, franceses, y Mariano Eduardo de Rivero, peruano. Roulin era médico y naturalista, Goudot y Bourdon, procedían del Museo de Historia Natural, y Boussingault y Rivero habían hecho estudios brillantes en la Escuela Real de Minas de Francia. Boussingault ya era químico reconocido, y Bourdon, entomólogo. Fue ésta la nota de Zea a Cuviér: "Señor Barón, permítame que me atreva a contar con la benevolencia particular que usted me dispensa y con el interés muy legítimo que le inspira el desarrollo de las ciencias, cuyo campo ha ensanchado usted con sus brillantes trabajos, asegurando de ahora en adelante sus progresos con su dirección luminosa y paternal. El país que tengo el honor de representar merece la atención de los observadores de la naturaleza; ofrece un vasto campo de acción. Se me ha recomendado especialmente que me dirija a la propia fuente de donde surge la luz, que envíe de Francia a Colombia a hombres capacitados para fundar en nuestro país establecimientos consagrados al estudio de la Historia Natural; hombres que, después de haber iniciado a mis compatriotas en el estudio de los conocimientos útiles, puedan a su regreso a Europa enorgullecerse de haber dejado en el Nuevo Mundo profundos recuerdos de estima y de gratitud para la Nación francesa. "El gobierno de Colombia tratará a esos huéspedes de tanta valía con toda la generosidad que merecen los servicios que espera tener que agradecerles. "Le ruego, pues, señor Barón, tenga a bien ser el intérprete de estos deseos cerca de los señores administradores del Museo de Historia Natural, a quienes dirijo la carta adjunta. Espero que con su generosidad acostumbrada la haga usted llegar a sus manos y una su poderosa recomendación al ruego que por mi parte hago a sus ilustres colegas. Quedo
con la más alta consideración, señor Barón, su muy humilde y devoto servidor .— F. A. Zea". Valiosas fueron las recomendaciones de los sabios escogidos por Cuvier, como la muy especial de Humboldt en carta dirigida a Bolívar, en relación con Boussingault y Rivero. No hicieron el viaje juntos los sabios, sino separados en parte, y con no pocas aventuras, tal la sorpresa que tuvieron Boussingault, Roulin y Rivero, compañeros, cuando su barco cambió en alta mar de nombre y se armó de cañones. Sin saberlo se habían embarcado en un buque corsario. ¿Qué deberes cumplirían ellos en llegados a Colombia? Baussingault se había comprometido a regentar por cuatro años una cátedra de mineralogía o química en la Escuela de Minas proyectada; a intervenir, como ingeniero, en la explotación de éstas; a colaborar con Rivero en el establecimiento de un gabinete mineralógico; y a participar en toda la enseñanza que se haría en la Escuela. Roulin estaba destinado en el contrato a la cátedra de fisiología y de anatomía comparada, que se dictaría en un Museo de Historia Natural apenas concebido, cuya fundación contaría con sus luces, como contarían también con ellas otras asignaturas que figuraban en el plan, siempre que el Gobierno se lo exigiera. Este Museo habría de servirse asimismo de los magníficos servicios de Goudot, tanto en su formación como en su desarrollo. Por otra parte este sabio estudiaría preferentemente la ictiología colombiana, además de las otras ramas de zoología, que habrían de enriquecerse con colecciones completas, para todo lo cual debía permanecer seis años en nuestro territorio. Seis años también prometió Bourdon quedarse en Bogotá, atendiendo a los trabajos del Museo y muy particularmente a los de entomología. En su servicio Rivero, científico famoso, se obligó a conse guir en Europa una colección mineralógica, otra de instrumentos físicos y astronómicos, un laboratorio y buen número de libros sobre ciencias naturales. Se obligó, además, a prestar ayuda en el levantamiento del Museo, cuyos planos daría. Pero su principal compromiso, incluyendo el de servir un año, fue el de orientar la explotación de las minas y el de crear la Escuela de éstas, lo que llevó a cabo, dotándola de un gabinete de mineralogía, y asumiendo su dirección. Superfluo será decir que el Gobierno colombiano adquirió la responsabilidad del pago de estos servicios y del buen alojamiento de quienes formaban la misión científica. Mas vino lo ruborizante y lamentable. Los gastos de la guerra de la Independencia que aún subsistían y quizás el desprestigio de Zea en esa hora, se tomaron como causa para que el Estado no activara la realización total ni la de la Escuela ni del Museo, a pesar de estar al frente del Gobierno el General Santander, y en estas condiciones los sabios apenas cumplieron en parte sus obligaciones. Todos hicieron lo posible de su contrato. Las primeras cátedras de química y mineralogía que tuvo Bogotá, después de las de Jorge Tadeo Lozano en la Colonia, fueron regentadas por Boussingault y por Rivero. Además, ellos y el médico Roulin, en compañía del médico venezolano Francisco A. Orta, hicieron
una fecunda excursión científica por la Cordillera Oriental de los Andes y por las riveras del Meta. Entre las actividades de Boussingault figuran también las visitas que hizo a las minas de Zipaquirá, Supía y Marmato, las observaciones meteorológicas que practicó en el Obervatorio Astronómico y los datos valiosísimos que recogió sobre nuestro medio y nuestro suelo. Roulin asimismo visitó estas minas y las de esmeraldas de Muzo. ¿Y cómo recibió esta patria nuestra a tan ilustres personajes? Con gran respeto y acatamiento. Don Pedro María Ibáñez en sus "Crónicas" dice, por ejemplo, que por recomendación de Humboldt, el ex-Marqués de San Jorge, Don José María Lozano, los atendió con magnificencia en su casa-palacio. (289) Sufrieron ellos sí mortificaciones o dificultades económicas a causa de las circunstancias apuntadas, como puede deducirse de la lectura de "Roulin y sus amigos", el libro de Margarita Combes. Por sus páginas ve uno cómo Roulin tuvo que dedicarse a pintar retratos para ganarse la vida, y cómo, ya inservible por el deterioro su frac, se vio obligado a recorrer las calles de Bogotá, vistiendo una bata de zaraza estampada que su mujer le confeccionó de una de las cortinas de la casa. (290) No quedó ligada esta misión científica al impulso cultural de Mutis, como una de sus consecuencias, únicamente por la participación de Don Francisco Antonio Zea, sino también por la compañía que a Bourdon, Roulin y Goudot les hicieron en varias expediciones Francisco Javier Matiz y Juan María Céspedes, con el fin de aprovechar sus prácticas y aleccionamiento. Fue también repercusión de la obra mutisiana la venida del mejicano geógrafo e ingeniero Don José María Lanz para levantar la carta del país, merced a contrato del mismo Zea. De él fue muy conocido un plano de Bogotá que hizo en 1.824. Obra de Santader. — Extraordinario y sorprendente en este impulso cultural fue el incremento que le dieron a la instrucción pública, entre 1.820 y 1.826, el General Santander, padre de ella, al decir de Don Salvador Camacho Roldan, y su Ministro de lo Interior Don José Manuel Restrepo, cuando se estableció la Universidad Central de Bogotá y cuando se crearon cerca de un millar de escuelas primarias, casi un centenar de "Casas de educación", más de una docena de Colegios de Segunda Enseñanza, universidades en Popayán, Tunja y otras poblaciones, y el Museo Nacional, como lo escribe el historiador Horacio Rodríguez Plata en su colaboración de las "Lecturas Dominicales" de "El Tiempo", correspondientes al 1° de octubre de 1.967. Don José Triana. — Siguiendo la corriente mutisiana y sin romperse su unidad, encuéntrase hacia la mitad del siglo XIX la importante figura de Don José Triana. Alcanzó este colombiano ilustre a oirle algunas enseñanzas a Matiz en su mayor ancianidad, pero su maestro propiamente fue el doctor Bayón. Brillantísima fue la carrera de Triana. Perteneció como miembro a la Comisión Corográfica y en ese carácter estuvo al lado del sabio General Codazzi en excursiones por gran parte de Colombia, lo que le permitió lograr la formación de un herbario casi de cuatro mil especies, taxonómicamente estudiadas y acompañadas de sus nombres vulgares respectivos. En Inglaterra y Francia fue vencedor en varios concursos. Hacia 1.865 la Exposición de Amsterdam le nombró miembro del jurado de premios, y al año siguiente ocupó la Vicepresidencia del Congreso Botánico Internacional de Londres. Como honor, por primera vez concedido a un ciudadano americano, se le designó filial del Instituto en la Sección "Sociedad de Agricultores de Francia". Su contribución científica a la Exposición Universal de 1.867 le fue premiada por la
Emperatriz Eugenia con 5.000 francos, una medalla de oro y tres de bronce. Además, diversas instituciones botánicas del Viejo Continente lo llevaron a su seno y con marcado interés publicaban sus memorias. En asocio de Planchón publicó en Francia la obra Prodromus Fiorae Novo Granatensis, y también un volumen sobre las Melastomáceas y otro sobre las Gutiferas, pero lo mejor de él fue su estudio sobre los materiales de la Expedición Botánica de Mutis en Madrid y la presentación que hizo en París de los dibujos y trabajos de aquel sabio en relación con las Quinas del Nuevo Reino. Don Bernardo Anillo. — En tratándose de matemáticas no debe prescindirse del nombre del ingeniero Don Bernardo Anillo, quien vino a Santafé por orden de Carlos III, como director de obras públicas, y a quien el Gobierno Colonial le confió la dirección de una escuela de ciencias físicas y matemáticas, primera de su clase en la Nueva Granada. Discípulos de este gran profesor de alma estricta y tan sabio "que nadie sabía lo que él sabía", a juicio de Caldas, fueron el Doctor Benedicto Domínguez del Castillo, magnífico astrónomo; don Julián Torres y Peña, profundo en ciencias físico-matemáticas como en humanidades; don Juan Bautista Estévez, matemático puro; y don Francisco de Urquinaona, físico muy competente. La Academia Nacional. — La siembra espiritual de Mutis seguía dando frutos en la vida del país. Así, el Congreso de 1.826, por ley sobre la enseñanza pública, promovió la fundación en Bogotá de una "Academia Nacional", con veintiuna sillas que deberían ser ocupadas por Félix Restre-po, Andrés Bello, Jerónimo Torres, Pedro Gual, José María Sa-lazar, José Joaquín Olmedo, Cristóbal Mendoza, José Manuel Restrepo, Estanislao Vergara, José Fernández Madrid, Diego Francisco Pradilla, José María del Castillo y Rada, Francisco Javier Yáñez, Vicente Azuero, José Rafael Revenga, Mariano de Talavera, Manuel Benito Revollo, Santiago Arroyo, Francisco Soto, José Lanz y Pedro Acevedo. (291) Esta Academia murió al nacer por causas complejas, dice Don Pedro María Ibáñez en el tomo IV de sus "Crónicas", y fue restaurada en el año de 1.832 con el nombre de "Academia Nacional de la Nueva Granada" para fines científicos y literarios. Fue su director el Doctor José Manuel Restrepo; alcanzó a realizar unas pocas sesiones y también, por razones varias, se extinguió. Comisión Corográfica. — Pero como lo indica Don José Manuel Forero en su conferencia publicada por el volumen consagrado a las dictadas sobre la Expedición Botánica, "el brillantísimo recuerdo de Don José Celestino Mutis" influyó en el principio y desarrollo de otra corporación destinada a precisar y definir las condiciones geográfi cas del país. Se trata de la "Comisión Corográfica". Y de qué entidad fue ella. En el año de 1.839 el Congreso expidió la primera de las leyes que dieron origen a esta agrupación y motivos múltiples impidieron que Colombia empezara a elaborar su carta geográ fica. Era el General Mosquera Presidente de la República cuando llegó de Venezuela el Coronel Agustín Codazzi, y el Jefe del Es tado, que acababa de establecer un Colegio Militar, justamente en la casa que había ocupado la Expedición Botánica (Enero de 1.848), lo nombró director o inspector de ese Instituto.
Codazzi empezó trabajos, estudió, de lo pertinente a su labor, las cartas geográficas especiales de Caldas y Roulin, las de Restrepo y Acosta y las marinas de Fidalgo y Bauzá, y en febrero de 1.849 le presentó a Mosquera una memoria sobre la futura organización de esta institución castrense, destinada no só lo a formar oficiales-ingenieros, sino también ingenieros civiles. Esta memoria o informe le trajo a Codazzi el reconocimiento por el Congreso del grado de Teniente Coronel neogranadino en el Cuerpo de Ingenieros. Encomendó entonces Mosquera a Codazzi el levantamiento de las cartas geográficas de la República y de las provincias en particular, con el pensamiento de que más tarde pudiera realizarse una Expedición Corográfica. Separado Mosquera del poder en abril de 1.849, su sucesor José Hilario López adoptó estas mismas ideas y así vino a ser ley nacional el proyecto cartográfico en el mes siguiente, pero, por largas negociaciones, sólo un acuerdo definitivo pudo lograrse el 20 de diciembre. Ese mismo día se celebró un convenio con don Manuel Ancízar para que acompañara a Codazzi como tabulador de estadística y como cronista de viajes. (292) Dibujante de la Expedición fue nombrado Carmelo Fernández, otro fugitivo de Venezuela, quien había acompañado a Codazzi en la realización de la "Geografía de Venezuela" y en sus trabajos sobre el Orinoco. Puesto que la Comisión debía interesarse igualmente por el aprovechamiento medicinal e industrial de las plantas, formó parte de ella, para esos fines, Don José Jerónimo Triana. Adelantando los trabajos, colaboraron también los dibujantes Enrique Price y Manuel María Paz. Ya en el año de 1.851 la Comisión Corográfica había completado las cartas de Vélez, Socorro, Tundama y Tunja; en 1.852, las de Soto (Girón), Ocaña, Santander, Pamplona; y del territorio de Antioquia y a principios de 1.853 las investigaciones geográficas se dirigieron hacia el Cauca. Relativo a estos muy apreciabies trabajos es el notable y conocidísimo libro de Ancísar "Peregrinación de Alpha", en lo que fue el viaje al Nor te de Colombia, como fue muy notable asimismo el lujoso Atlas sobre los últimos dibujos y mediciones que publicó en París el Coronel Manuel María Paz, en asocio de Don Manuel Ponce de León. Mandado de monta fue el recibido por Codazzi del Gobierno Nacional en enero de 1.854. Tratábase del estudio que las marinas norteamericana, francesa e inglesa pensaban continuar sobre un canal interoceánico a través del Istmo de Panamá y de las comisiones que debían llegar con ese fin a las costas del país. Codazzi debía entrevistarse con estas comisiones y dar un informe sobre sus actividades. Con ese motivo y venciendo dificultades, trabajó varios planos de los terrenos recorridos por el Darién, Chiriquí, Colón y Panamá. También en enero del año siguiente, junto con el botánico Triana, Codazzi hizo la mensura del territorio que va del Salto del Tequendama al Magdalena, incluyendo a Cunday, Melgar, Pandi, Fusagasugá y Tibacuy, buscando, al remontar la cordillera, los nacimientos del río Sumapaz. Hacia mitad del año, anduvo por Popayán, Tierradentro, Buenaventura, Cali, Cartago e hizo exploraciones dentro del Departamento de Cundinamarca. Ya en diciembre, anduvo en excursiones por Villavicencio, Cu-maral, San Martín, el Río Negro y las regiones de Casanare y Arauca. (293)
Más tarde, hacia 1.857, viajó Codazzi por San Agustín, Tima-ná, Neiva, Purificación, Chaparral, Ambalema, Mariquita, Honda; visitó después, en 1.858, algunas otras regiones de Cundinamarca; posteriormente, finalizando el año, se dirigió hacia la Costa, pasó por la laguna de Simití, el Banco, la Ciénaga de Zapatoca, Chimichagua, la Cordillera de los Motilones, y alcanzó a llegar a la población del Espíritu Santo, donde murió el 7 de febrero de 1.859. (293) Dato de peso en esta comisión es el siguiente consignado por Silvio Villegas en su artículo "Los alemanes en Colombia": "Con la Comisión Corográfica estuvo trabajando el sabio naturalista alemán Hermann Albert Schumacher, cuyos varios conocimientos ejercieron profunda influencia en las mentalidades más sobresalientes de la Nueva Granada, en hombres de la talla de Liborio Zerda, Ezequiel Uricochea, Florentino Vega, Francisco Bayón, en asocio de los cuales fundó la sociedad de naturalistas neogranadinos, para continuar la tarea de la expedición botánica. Schumacher estudió nuestro medio físico y geográfico, nuestros climas, nuestra flora, y en general todo lo relacionado con las ciencias naturales, la arqueología, la botánica. Además escribió dos excelentes biografías del sabio Caldas y del General Agustín Codazzi". (294) Sobre esta "Comisión Corográfica" de tanta significación, dice don José María Vergara y Vergara que después de sus numerosas labores septentrionales y como fruto de ellas se entregaron en la capital "cargas de papeles y láminas". Y a su turno don Manuel José Forero expresa en la conferencia antes nombrada que después de las guerras civiles de 1.854 y 1.860 se preguntarían los admiradores de tan fecunda Comisión: "¿En dónde estará el herbario formado por ella, en dónde los dos millares de láminas dibujadas por don Manuel Paz, en dónde los preciosos borradores de las cartas provinciales de la Nueva Gra nada, tal como era ella en el siglo beneficiado por sus gigantescos esfuerzos?" Comisión Científica de Mosquera. — Huyendo de una omisión, es de registrar aquí que Mosquera en este gobierno llamó al país, en su afán por el adelanto nacional y para que le prestaran sus servicios, al matemático Aimé Bergeron, al físico José Evoli, a los ingenieros Estanislao Zawadsky y Miguel Bracho, al químico francés Levy y al arquitecto inglés Tomás Reed. Este último elaboró los planos del Capitolio y se encargó de su construcción. Trae Don Florentino Vezga en su libro sobre la Expedición Botánica datos copiosos sobre la historia de esta ciencia hasta 1.859 y es muy del caso tomarle los tres párrafos siguientes para ilustrar estas páginas: Linden, Rampon y Karsten. — "Tres sabios extranjeros, los señores J. Linden, Eugenio Rampon y Hermann Karsten, el primero director hoy del Jardín Zoológico de Bruselas y viajero por este país en 1.842-1.843; e! segundo, médico distinguido que vivió en nuestro suelo bastantes años, y después de casarse fue a establecerse en París, donde reside actualmente, y el tercero, miembro de la Universidad de Berlín, que estuvo aquí en 1.856-1.857, e hizo excursiones y determinaciones botánicas en asocio del señor Triana, han contribuido muy eficazmente a hacer conocer las riquezas naturales de nuestro país, y merecen una mención particular en estas páginas, sobre todo el doctor Rampon, cuyo nombre es y debe ser carísimo para los neogranadinos, pues durante su larga permanencia en Nueva Granada, dio gigantesco impulso a los estudios médicos y de historia natural, arregló el gabinete mineralógico y mostró el mayor interés por la difusión de las ciencias naturales
entre la juventud estudiosa. Tampoco debe mos olvidar los servicios del señor Levy, químico que enseñó esta ciencia en el Colegio del Rosario, y mucho menos al Gene ral Codazzi, infatigable geógrafo y arqueólogo que murió en nuestras playas atlánticas cuando llevaba ya muy avanzado e! trabajo de levantar la carta de la Nueva Granada. Es digno de recordarse también el señor Schlim, viajero distinguido que ex ploró hace poco tiempo los bosques de Ocaña con muy buen éxito.
Ciencias Naturales. — "El señor Ancízar ilustrado compatriota que acompañó al señor Codazzi en el levantamiento de las cartas geográficas del interior neogranadino; el señor Benedicto Domínguez, compañero de Caldas y de Cabal, astrónomo de aquella época, que aún existe, y que aún cultiva con entusiasmo esta ciencia; el señor Jenaro Valderrama, que se ha aplicado también con suceso a las ciencias naturales, de lo cual ha dado pruebas arreglando el único gabinete zoológico que hay en Bogotá y publicando algunos buenos artículos de viaje a las riberas del Meta; los doctores M. M. Zaldúa y Pastor Ospina, que han manifestado siempre particular celo por la exploración de nuestros tesoros vegetales, animales y minerales; el doctor Antonio Vargas Reyes, que ha enseñado con fruto la ciencia de Lavoisier y Berzelius durante algunos años, y que ha sido un fuerte apoyo para la juventud médica; el señor Linding, cosmólogo muy recomendable, que ha hecho bellísimas colecciones de todos los reinos naturales, y sobre todo de la criptogamia y entomología de los alrededores de Bogotá, todos estos sujetos son acreedores a la gratitud de las ciencias naturales. "Un estadista ilustre, el general T. C. de Mosquera, hoy gobernador del Estado del Cauca, ha hecho simpático su nombre entre los sabios, tanto por su aplicación al estudio de nuestra naturaleza, cuanto por el apoyo vigoroso que ha prestado a la radicación de las ciencias naturales en nuestro país, cuando ha ejercido alguna parte del poder público. Como presidente de la Nueva Granada, (1.845-1.848) dio tan fuerte impulso a este objeto, que es de entonces que data verdaderamente el renacimiento de las ciencias naturales entre nosotros. Además, ha hecho y publicado útiles y largas observaciones meteorológicas, y como miembro de la Sociedad Geográfica de Nueva York escribió una muy sustanciosa Memoria sobre la geografía neogranadina, que contiene bastantes noticias sobre animales y plantas de uso económico, industrial y medicinal". (295) Misión Pedagógica. — También escribe Silvio Villegas en su artículo sobre "Los alemanes en Colombia": "El insigne educador don Dámaso Zapata, como Secretario de instrucción del presidente Eustorgio Salgar, contrató en Alemania una misión pedagógica para la fundación y dirección de las escuelas normales del país, integrada por varones de esclarecida inteligencia y exigente disciplina. El gobierno los repartió en la siguiente forma en los estados soberanos de entonces: Gotthold Weis, para Antioquia; Julio Wallmer, para Bolívar; Augusto Pankou, para Cauca; Carlos Meisel, para Magdalena; Ofral Wirsing, para Panamá; Alberto Blume, para Cundinamarca; Gustavo Radlack,
para Tolima; Ernesto Hotschinck, para Boyacá; y Carlos Uttermann, para Santander. "A su turno el estado de Antioquia trajo por su cuenta a los profesores Cristian Siegert y Bothe, para dirigir la Escuela Normal de Institutores, el primero, y una escuela primaria, el segundo. La señora Catalina Recker se encargó de la Escuela Normal femenina en Cundinamarca. Todos ellos cumplieron noblemente su tarea y realizaron una verdadera revolución en las ciencias educativas implantando el método de Pestalozzi en reemplazo del de Lancaster, ya un poco en desuso. Casi todos se vincularon definitivamente al país y realizaron una tarea paradigmática". Misión Científica de Núñez. — Llegando aquí se debe agregar que en el año de 1.881 el Gobierno Nacional, presidido entonces por Rafael Núñez, creó una Comisión Científica para que tratara de continuar los trabajos adelantados por la Corográfica. La dirección de ese grupo de expertos le fue encomendada al explorador argelino señor Manó, y las funciones de secretario, a don Jorge Isaacs. Disenciones entre todos ellos disgregaron la Comisión y de ella sólo vino a quedar como trabajo el titulado "Estudios sobre las tribus indígenas del Magdalena", realizado por el señor Isaacs. Parece que un fatum implacable hubiera acompañado a cada una de estas empresas culturales de Colombia: se le ve en parte de la Expedición Botánica: en la "Academia Nacional" de 1.826, tan lujosamente concebida; en la de igual nombre de 1.832; en la "Misión Científica" de Boussingault; en la misma Corográfica, que tanto hizo, pero que tanto perdió; y en ésta creada por el doctor Núñez. El desenvolvimiento científico de la República en la última mitad de la pasada centuria y en lo que va corrido de la presente es cosa muy compleja por el sinnúmero de nombres preclaros y por la variedad de instituciones que comprende. La misma mineralogía, aun desde que Mutis comentara y señalara procedimientos, pasando luego por Joaquín Acosta, Eugenio Rampon, Codazzi y Uricoechea, hasta los días de hoy, ha tenido notable desarrollo. En todas las ciencias ha habido adelantamiento real y valioso. Sí: la ola mutisiana de progreso espiritual llega hasta nosotros y en lo alto de ella y como en representación de lo que son la medicina, las matemáticas, la astronomía y todas las ciencias naturales, especialmente la botánica, el Padre Pérez Arbeláez escribe estas significativas y nobles palabras de filiación científica, para finalizar el denso comentario que le hace al "Primer Diario" de Don Eloy de Valenzuela: "Si en los caminos de la historia Chronos —viejo caminante— nos encontrara, tengo para mí que, mirándonos el rostro, luego diría: Estos sin duda son hijos de España". ---------------Grandeza de Mutis. — Todas las notas anteriores son apenas pequeñísima parte de la vasta obra cumplida por Mutis, fuera de la inmensa de la Expedición Botánica y de la del ejercicio de su profesión de médico. Esa obra toda, que estableció en el Nuevo Reino una modernidad con cambios de la vida y la razón tradicionales, no ha sido suficientemente divulgada y sólo lo va siendo en parte ahora, gracias al patriotismo e inteligencia de Guillermo Hernández de Alba, del Padre Enrique Pérez Arbeláez y de algunos otros de nuestros hombres de
ciencia. Ha sido por demás lamentable que el Sabio, nuevo Colón del suelo neogranadino, no haya llegado al conocimiento público en todo lo que vale. Hernández de Alba dice de él que es un "inédito", y se podría agregar en consecuencia que es el gran desconocido. De otra suerte su nombre se pronunciaría con mayor admiración y más frecuencia. Porque su valer fue muy alto. La perfección de su ser moral y la categoría de su labor lo encumbran. En frase de honra suma lo fijó en la inmortalidad Linneo: Nomen inmortale, quod nulla aetas numquam delebit; "la más completa personalidad científica en la España del siglo XVIII", dice de él el Padre Pérez Arbeláez; "el padre de nuestros conocimientos", le escribe a él mismo el sabio Caldas y le califica de "el primer genio de la nación"; "médico, sacerdote, profesor de ciencias naturales, director de la Expedición Botánica, metalúrgico y creador de un renacimiento colombiano, afirma de su representación individual Wolfgang von Hagen en "Sudamérica los llamaba". Y no es todo: Hernández de Alba lo particulariza de "descubridor científico del Nuevo Reino", "cuyo magisterio jamás será superado"; y el Padre Lorenzo Uribe lo evoca así en su conferencia tantas veces citada: "Enciclopedista asombroso, en el mejor sentido de la palabra", "un apóstol de la cultura en el Nuevo Reino, y por su influencia, por su apasionada formación de la juventud neogranadina, por la exaltación del hombre americano, precursor indirecto y el protoprócer de nuestra Independencia". "Protoprócer nuestro" lo llamó también el Maestro López de Meza. Santafé. — ¿Qué encontró este grande hombre al sentar su planta en este territorio? Atrás se ha dicho algo de ello, pero no sobra allegar un poco más todavía. Sólo asomos de cultura había en Santafé, como en Cartagena, Santa Marta, Pamplona, Tunja, Honda, Mompós, Pasto, Buga. La ignorancia era estado natural en las comarcas. Comentándola, Rodríguez Freile escribió esta dureza: "Eran tan ignorantes que los Cabildos que hacían los firmaban con el fierro con que herraban las vacas". (296) El centro principal, la capital neogranadina, era una pequeña ciudad, "aldea casi en su aspecto exterior", según expresión de Raimundo Rivas en líneas que nos han asistido en estas pá ginas. Modestísimamente abríase ella al pie del Monserrate y el Guadalupe, aislada, fría, sometida a sus frecuentes lloviznas y nieblas. Habitábala una población de no más de diez y ocho mil almas, en la que se contaba el enorme número de quinientos religiosos y ochocientos esclavos, éstos en miseria. Casi ocho barrios constituían el poblado: la Catedral, el Príncipe, el Palacio, San Jorge, el Oriental, el Occidental, San Victorino y Santa Bárbara. Dos riachuelos lo cruzaban, el San Agustín y el San Francisco, y corrían por algunas de sus calles, empedradas y tapizadas de menuda hierba, acequias descubiertas. Cuenta don Joaquín Tamayo en "Nuestro Siglo XIX" que Cochrane, el ocasional escritor y marino inglés, oyó a su paso por la ciudad esta opinión atribuida a uno de los Virreyes: "el aseo de las vías públicas está encomendado a las lluvias, los gallinazos, los burros y los cerdos". Y también, con cierto e igual ánimo zumbón de descrédito, la autora de "Roulin y sus amigos" declara que al frente de los portones, por costumbre abiertos, veíanse en las aceras bestias caballares, ovejas o gallos finos sujetos a lazos que salían de los zaguanes. Casi todas las casas eran de un solo alto, separadas unas de otras por tapias; poseían grande o pequeño huerto al fondo, con algunas hortalizas, cerezos, nogales,
alcaparros o arbolocos; y sus sencillas fachadas, de ventanas saledizas en mucha parte, no se distinguían propiamente por el enlucimiento. Tal cual ostentaba el escudo de armas de su dueño. Cuatro plazas había en la extensión del área edificada, emergían de ella los campanarios de cerca de veintiocho iglesias y abríanse campo para sus patios y arcadas diez conventos. Por donde se ve que el rezo era diario quehacer de consideración y guarda. Baladí corría la vida en sucesión de funciones y fiestas religiosas, de visitas a amigos y parientes, de paliques habituales en la barbería, en la tienda o en la plaza, fuentes ellas de noticias, hablillas o murmuraciones. Sólo alteraban esta monotonía la entrada a la ciudad de un Virrey o un Prelado, una gran celebración oficial o de la Iglesia, y, en menos veces, el paso de un oidor togado, con su séquito de alguaciles vestidos de negro, y del Alcalde, vara en alto y sombrero en la mano izquierda, o bien las cuadrillas de caballos en algunas festividades, o en la plaza mayor un toreo, cuando no, más raramente, el aparato judicial de una ejecución o de un castigo. Destacábanse en estas calles coloniales cuatro agrupaciones de gentes, aborígenes, mestizos criollos, españoles americanos y españoles peninsulares, de condiciones distintas: así, por ejemplo, el tributo era para el indígena; los impuestos, para los criollos; el analfabetismo, para aquél, mas no para su nobleza, pues podía ella disfrutar de las escuelas monásticas; y los colegios mayores, para la clase privilegiada y alta. Pero la diferencia grande notábase entre menesterosos y pudientes, y era la que, como hoy, explicaba el contraste de las vidas. Si cerca a las quebradas del Chuncal, Manzanares, San Bruno y Monserrate, o más exactamente, junto a la Candelaria, la Huerta de Jaimes, la Alameda, las Nieves y aun la Recoleta de San Diego, se encontraban viviendas desabrigadas o paupérrimas, donde el miserable dormía en el suelo, sobre pedazos de coleta y sin quitarse el escaso vestido, en el centro, a inmediaciones de la Catedral o Santa Inés o Santo Domingo, existían mansiones, eso sí pocas, pertenecientes a dueños de sombrero tricornio, cuello de tres dedos, capa de paño Don Fernando, chorreras de holanda en la camisa, calzón corto, medias blancas y zapato escarpín con hebillas. Y había en ellas bellos adornos y mobiliarios. Se veían cornucopias de cristal, láminas de marcos dorados, mesas y sillas talladas y vestidas de estampados de lana, canapés lujosos, baúles arcaicos, cortinas de damasco, Cristos de concha de nácar, guardarropas surtidos, vajillas de plata, despensas provistas de víveres, comestibles y licores, sin que faltaran los apreciados vinos de Valdepeñas o de Málaga. Existían bibliotecas en algunos conventos y hasta en casas particulares. En las de éstas eran comunes: tocantes a lenguas, los diccionarios; a cuestiones religiosas, la Biblia, los Sermones de Bourdaloue, las Oraciones fúnebres de Bossuet, las Epístolas de San Jerónimo, las Enseñanzas de Fray Luis de Granada; en materias jurídicas, las obras de Vinio, Justiniano, Soto, Covarrubias, Solórzano, Pereira, Saavedra, Vizcaíno, Pérez; en asuntos de salud y del organismo humano, los tratados de Vilars, Bouddon, Tarteuse, Heister, Palacios; en botánica, el Sistema de la Naturaleza de Linneo; en relaciones de viajes, los libros de La Condamine, Cook, Jorge Juan y Antonio Ulloa; en temas filosóficos, lo renombrado de Aristóteles y algo de Mayans y de Descartes; en tratados de física, los de Orbatz, Báez, Benito Ruiz; en lo referente a historia, lo tan conocido de Plutarco, Flavio Josefo, Hurtado de
Mendoza y Piedrahita; y en cuanto a la literatura general, lo de los clásicos, como Hornero, Ovidio, Horacio, César, Cicerón, Tácito, Tito Livio, Salustio, Cervantes, Quevedo, Millón, Moliére y algunos más. Por otra parte, encontrábanse unas pocas publicaciones sobre economía política. Pero, por sobre todo esto, había preferencias sumamente distinguibles, como las que se tenían por los libros de Lacepede, Conde de Delaville, medio partidario de las ideas de la Revolución; por "El Espectáculo de la Naturaleza" del Abate Pluche, Director del Colegio de Laon, traducido a todas las lenguas y que se pagaba a precio de oro; por las "Reflexiones sobre la Naturaleza" del alemán Strum, que invitaba al estudio de las ciencias naturales, con "misticismo deleitable", según palabras del señor González Suárez; y, mucho más aún, por las obras de Buffon, de Bernardino de Saint Pierre y del Padre Feijóo. La "Historia Natural", del primero, era buscada ávidamente por los criollos, como le sucedía a Caldas. Los grandes y majestuosos cuadros pintados con su peculiar lenguaje de elegancia y pompa, encantaban a aquellos lectores, les daban informes científicos estupendos y les despertaba curiosidades intelectuales y técnicas. Los "Estudios de la Naturaleza", del segundo, con sus "conveniencias" y "armonías", expuestos en forma tan pintoresca, eran predilección de las almas sensibles y religiosas de la época. Y en cuanto al Padre Feijóo, era subido el entusiasmo que despertaban el "Teatro Crítico" y las "Cartas Eruditas". Muy posiblemente en Santafé también hubo quien aprendiera de memoria esas páginas, como ocurrió en Quito por aquellos mismos años. (297) La sociedad de Santafé, en el tiempo de la llegada de Mutis, tanto por su acidia secular como porque todavía se alargaba su pasado humilde y su carácter infantil, no debía leer mucho. Tenían más atractivos las riñas de gallos, los rosarios y novenas, las visitas de moda y los maliciosos comentarios pueble rinos. Obra cultural y Humanismo. — Estas y por de contado algunas otras más eran las fuentes de cultura en este tiempo de la Colonia. Pero la venida de Mutis fue todo un acontecimiento para el espíritu. Inmediatamente que empezó a dar lecciones particulares y públicas de matemáticas, a cambiar los principios y métodos de la enseñanza, a difundir el nuevo sistema de Copérnico, es decir la filosofía de Newton, a estudiar la flora, la fauna y los minerales del Nuevo Reino, a darle categoría y dignidad a la profesión médica, a hablar de longitudes y latitudes en ubicaciones, de metros en alturas, de grados en temperaturas, de números en poblaciones y de valores y cifras en salud pública, producciones y comercio, en una palabra, a inundar de modernos conceptos la comarca que ocupaba, entonces empezó a inquietarse la inteligencia del mestizo y del criollo y a filtrarse por esta brecha abierta las ideas del siglo XVIII. A medida que la luz iba entrando en las mentes, el entusiasmo por las cosas del espíritu crecía, y así todos fueron rodeando al Sabio para recibir sus beneficios. Vino el deseo de los conocimientos, los libros se tornaron compañeros de los granadinos jóvenes y cuando, más tarde, apareció la Expedición Bota nica, ella cobró un carácter universitario. Se hablaba, se discu tía, se investigaba y las nociones más recientes entraban en la Colonia, bien por los caminos ordinarios o bien por los prohibí dos, en los libros de los más audaces pensadores de la orilla del Sena. La Inquisición no pudo contener la corriente intelectual que venía por las naves de la Real Sociedad
de Amigos del País y de la Compañía Guipuscoana de Navegación, y los nom bres de los autores europeos se volvieron familiares en las manos de los criollos, salvando la frontera de San Cristóbal y del Rosario de Cúcuta. Por estos encaminamientos los cerebros más inquietos se acogieron al racionalismo y al enciclopedismc científico, basaron su metodología en la experimentación, los atrajo el liberalismo económico y en lo social abogaron por el igualitarismo, el pacto social, la representación democrática, la reivindicación del indígena y la abolición de la esclavitud. (298) No sólo había cambiado el medio intelectual, sino que se encontraba sustituido. Santafé se había convertido en una ciudad de humanismo, del buen decir, de lenguas sabias, de disciplinas nobles, franca, doctoral y devota de las ciencias. Mutis había formado una cultura. No otra cosa puede decirse, porque él empezó a mostrar los valores materiales de su suelo, su riqueza mineral, su flora exuberante y diversa y su variada fauna, con las diferencias y complicaciones geológicas y biológicas determinadas por cordilleras y valles particularísimos. Pero como al mismo tiempo las enseñanzas que distribuía y el vigoroso ejemplo que daba iban estructurando un orden intelectual, moral y aun estético, llegó un momento en que había un verdadero equilibrio o armonía entre el desarrollo de la materia y el del espíritu. Por igual se iban atendiendo la explotación de los recursos naturales y la aptitud de la inteligencia. Una era distinta y superior vivía el Nuevo Reino con el correr de este afán. Correlativamente con tan palpable florecimiento se agitaba en el conjunto social y en actividad y tensión claras, un ansia definida, una aspiración manifiesta de un ideal, que comprendía los intereses altos del espíritu, los económicos, los de la salud y bienestar colectivos, y el más preciado de todos y más profundo, la libertad dentro de un nuevo orden. Es decir, se cumplían las condiciones de una cultura. Sí, tratábase de una cultura, pero, fuerza es decirlo, de una cultura apenas incipiente, mas a la altura de la que había en Méjico y Lima, a juicio de Humboldt. Carácter muy descubierto de este movimiento fue su especial Humanismo. Por su puesto, no se habla aquí de esa disciplina de la inteligencia, de ese paso de lo espiritual a lo intelectual que se manifestó en el Renacimiento, en la Roma de Nicolás V, en la Florencia de Lorenzo de Mediéis, para extenderse después a Alemania, Holanda y Francia, porque aunque Mutis era todo un humanista, no se trataba ni de humanidades, ni de principios morales contra la violencia, ni de la sola elevación del ser pensante, ni del efugio de la propia decisión y de la propia responsabilidad. La sombra de Erasmo no se proyectaba sobre él. Tampoco se trata del Humanismo nacido de la rebelión que entronizó la materia, dejando lo intelectual y espiritual como mitos y que en frenesí demiúrgico consagró a aquélla como creadora y con fuerza probatoria de evidencia. Mucho menos se trata de un Humanismo parecido al de más adelante, glorificador del hombre, que, con Augusto Comte, Taine, Renán y algunos más, apoyándose en el maquinismo, la ciencia y la vida material, exaltaron las condiciones humanas y señalaron como fin último del hombre al hombre mismo.
Ni este término Humanismo se usa tampoco con el sentido del llamado rnarxista, que decapitó lo espiritual del hombre sobre las losas de lo económico y lo técnico y que se despliega como un "vasto panteísmo mecánico" en visión de alguno. Se trata de lo que últimamente llamó Maritaine el "Humanismo integral", es decir del que comprende al hombre todo, del que establece un acuerdo entre la vida y la idea, del que se relaciona con la totalidad del existir, proyectando lo eterno en lo temporal. Mutis condujo a sus discípulos a la conquista de la naturaleza y a la conquista de sí mismos, a la expansión de la vida en lo transitorio y lo perdurable, a atreverse a todo, a investigarlo todo. Al lado de lo eminentemente espiritual que su mismo sacerdocio irradiaba, les enseñó filosofía positiva, economía política y les dio gran aptitud y suficiencia técnicas. Su Humanismo tuvo la belleza del servir, del vivir del hombre entregado a todos y no a sí mismo. Su Humanismo, en cierto sentido paradójico, consistió en hacerse uno presente, ausentándose de sí; en afirmarse, negándose a sí mismo. Todo lo humano de la Nueva Granada fue objeto de su inteligencia y de su aplicación. Atendió con igual esmero los valores puros del espíritu, como los menesteres y valores de lo económico y social. El Mestizo. — La obra de Mutis tiene un valor insigne que a todo colombiano le toca el corazón: la preparación que le dio al 20 de julio. Para apreciar bien esto se debe considerar que la población encontrada por el Sabio a su entrada en el Nuevo Reino ya poseía cierta homogeneidad, pues era el resultado de la mezcla de tres razas en dos siglos y medio, la blanca de los españoles, la indígena y la negra, con predominio en parte mucho mayor de las dos primeras. Es decir, el elemento humano común era el mestizo puro o con matices de tercerones, cuarterones y algunos más. Los aborígenes netos se habían casi extinguido, los negros eran muy pocos, los criollos no en demasía y los peninsulares en número corto. El español era entidad separada, era la persona con su elevación y fueros. El indio no, porque su conglomerado humano no estaba aún diferenciado. La noción de individuo era una abstracción que no entendía. Lo que significaba o valía era el con junto, que se confundía con la tierra, porque ésta se concretaba en su cuerpo; en sus piedras de construcción y grabado; en los tabiques de sus bohíos; en el diocesillo, el cántaro y el vaso de su industria y su arte; en la parcela de su siembra. El indio €ra un terrón de su suelo, sin marca ni señal particular alguna, incorporado en un todo de igualdad completa. La personalidad del mestizo, con función social entre el señor y el peón, estaba bastante definida y tenía genio propio, como resultante de la malicia, reserva e impasibilidad indígenas, y del individualismo, pasión y ufanía españolas. Este genio consistía en una extrema movilidad y una inestabilidad constante, porque en su constitución alternaban, coexistiendo, el blanco y el indio, con todas las gradaciones de sus caracteres. Ilustra mucho esta doble condición la siguiente anécdota que trae Madariaga en su "Cuadro histórico de las Indias": "Tengan ustedes la bondad de sentarse", escríbese que dijo un día el Presidente de una República sudamericana al ministro de cierto Estado vecino, conocido por su población mestiza. "Pero, señor Presidente, vengo solo". —"Oh, —sonrió el Presidente— ustedes los de su país son cada uno por lo menos dos". Claro que el Presidente lo decía como vecino, es decir, con la peor intención posible; pero,
salvo en la intención, estaba en lo cierto. Un mestizo es siempre lo menos dos: un blanco y un indio". (299) Un personaje de Alfonso Reyes dice: "Mi cráneo es de indio, pero el contenido de la sustancia gris es europeo. Soy la contradicción en los términos, el anfibio del mestizaje. Sin duda que todos los pueblos se han mezclado muchas veces, pero cuando los componentes son díscolos y poco acostumbrados aún a la compañía, los resultados para el individuo son fatales. El mestizo anda en dos caballos y cada uno tira por su lado. Cuando sondeo las aguas del yo en mis noches de insomnio, observo que en mi conciencia, al amparo de la sombra nocturna, como una renovada Noche Triste, otra vez se dan la batalla los indios y los españoles, padeciendo los dos igual derrota". Lo que vale decir que si había sido importante la Conquista lo había sido más la creación en América de un tipo humano nuevo en ella, el mestizo. En esta creación no intervino el español duro, ávido de oro, fanático y sanguinario, llamárase conquistador, fraile o gobernante, sino el español estimable, religioso, compasivo y capaz de amor. Mas esta sociedad nacida de la unión de los hijos del Cid con las vírgenes aztecas, chibchas o incaicas, se manifestó de entrañas inciertas y explosivas, porque fue la amalgama o conjunción adversa de lo familiar y lo exótico, de lo individual y lo colectivo, del misterio de los Andes con lo abierto y expreso de la Península, de un atraso y de una cultura, de la dignidad implícita tribual y de la arrogante española, del habla abismal y pictográfica y del verbo culto y sapiente, de lo evolutivo y de lo siempre idéntico. Era, pues, el mestizo una antítesis. Su personalidad, tan inteligentemente comentada por Waldo Frank, con la dualidad contradictoria de la altivez española y de la pasividad fría y réplica lenta del indígena, vivía en un equilibrio psíquico inestable o, más bien, en un desequilibrio psíquico, agravado de la baja posición impuesta por el peninsular y sus consecuencias de odio reconcentrado, de desconfianza permanente y de predominio de los instintos. El resentimiento no le permitía el reposo espiritual, sino un estado de tensión callada, de conspiración silenciosa, alimentado por ideas sin freno y de tiempo o duración indefinida. Sin embargo, esta personalidad contrariada guardaba una calma aparente, bien por el miedo, o bien porque las fuerzas opuestas se compensan o se anulan, y porque, en todo caso, mantienen irresoluto el ánimo. Mas había en las criptas de lo consciente y de lo inconsciente una idea central de rebeldía y venganza, con la gestación penosa de procedimientos indeterminados y tributarios del descontento. Esta idea estaba servida del disimulo, de la sagacidad, de la decisión sorda y de imaginaciones, análisis y razonamientos, cuando saltaba a la conciencia. De donde se deduce que el mestizo era una amenaza o un peligro, un belicoso en potencia, que caminaba en una rumiación mental erosionante del alma o en un vindicativo, lento y dilatado trabajo del subconsciente. Herido y fatigado de pretericiones y en una soterrada hiperestesia mental, no se necesitaba sino que sobre los elementos español e indígena de su ser, de por sí inflamables o fulminantes, cayera la chispa de un suceso agraviante y suficiente para que estallara la súbita deflagración o la explosión tremenda. Entonces, la suma de las ofensas y humillaciones guardadas saltaban en el cataclismo violento de los movimientos y revueltas públicas. En cuanto al criollo, tenía todas las peculiaridades españolas, pero limitadas o cercenadas por el chapetón, como las del mestizo, que no le
permitían desplegar todas sus aptitudes, especialmente en los empleos públicos de categoría. La situación de esta gente colonial frente a los gobernantes enviados por España, que les exigían sumisión y pago de excesivos tributos, impuestos y alcabalas, era muy rigurosa y opresiva, sobre todo hasta la segunda mitad del siglo XVIII. Fue entonces cuando estalló la Revolución de los Comuneros, suceso inicial de la larga guerra civil de nuestra emancipación, como estima a ésta don Antonio Gómez Restrepo, al par que algunos autores más. En sus ágiles y amenas "Visiones de Historia" rechaza don Tomás Rueda Vargas la tesis de que el movimiento de 1.810 hubiera sido engendrado por la Revolución Francesa, y más con cretamente, por la traducción de los "Derechos del Hombre". Considera él que ese fue un movimiento totalmente español, por lo hondamente fuerista, pues las prerrogativas democráticas dadas por los Monarcas a las ciudades de la Península en su lucha contra los nobles vinieron al Nuevo Mundo y fueron concedidas por gobernantes legalistas, tal un Andrés Venero de Leiva. De manera que mestizos, criollos y aborígenes poseían sus fueros ante las leyes y procuraban defenderlos en la medida que les era posible. Factores en la Independencia. — Naturalmente, el origen de la Independencia fue más complejo, como lo estudian, entre otros, Luis Martínez Delgado, en sus dos conferencias de la Academia de Historia y Otto Morales Benítez, en las páginas fervorosas de su libro "Muchedumbres y Banderas". Para que se produjera se necesitaron varios factores: Una masa humana que se la echara a pechos, que la encarnara, y ella fue la clase mestiza, porque el indígena, postrado, debilitado y casi desaparecido, no estaba en capacidad de hacerlo. Esta clase se mostró con conciencia colectiva y de condición independiente y belicosa desde que apareció etnológicamente, como lo dice, refiriéndose a los mestizos de las regiones del Plata, don Hernando Montalvo a la Metrópoli, en 1.579: "de las cinco partes de la gente española, ya forman ellos cuatro y su número aumenta cada día. Reverencian poco a la justicia, a sus padres y a los mayores, son resistentes, ágiles y diestros a pie como a caballo". (300) De su lado el Licenciado Castro, en el año de 1.567, le dice en carta de Lima al Monarca: "Hay tantos mestizos en estos reinos, y nacen cada hora, que es menester que Vuestra Majestad mande enviar cédula que ningún mestizo ni mulato pueda traer arma alguna ni tener arcabuz en su poder, so pena de muerte, porque esta es una gente que andando el tiempo ha de ser muy peligrosa y muy perniciosa en esta tierra". Y Fray Antonio de San Miguel, obispo mejicano, advierte al Rey en 1.799: "Dotados estos hombres de color de un carácter enérgico y ardiente viven en un estado de constante irritación contra los blancos; siendo maravilla el que su resentimiento no los arrastre con más frecuencia a la venganza". (301) Un cuerpo o clase dirigente. Representáronla los criollos, que no eran muchedumbre, y qua constituían una aristocracia inteligente, ilustrada y aun poseedora de medios. Unos incentivos. Estos fueron la justicia arbitraria y severí-sima; la suma de los fueros conculcados; los intereses económicos particulares desconocidos; las tierras expropiadas; el arte propio rechazado; la demasía en los impuestos y tributos (veintinueve y algunos más de menor categoría, según Aníbal Galin-
do); (302) la prohibición de industrias propias, como sembrar viñedos y olivares; el ver que con las riquezas del Nuevo Reino salían sus productos para la Metrópoli, a bajo precio, mientras era demasiado alto el de los españoles introducidos; la desigualdad del granadino ante los peninsulares y ante la ley, sin duda el más importante de todos; y el resentimiento profundo y poderoso por la traición a los Comuneros y por la inicua y bárbara sentencia contra sus jefes. Nunca se borraron de la memoria ni este engaño increíble ni espectáculo tan atroz y trágico. La experiencia obtenida por el levantamiento de los Comuneros de que sí era posible hacerle frente a la opresión y los atropellos. Un ideal y un ardiente designio político que creó un mesia-nismo y que se concretó en un orden nuevo. Una ilustración de los criollos, con conocimiento de las posibilidades revolucionarias y de los recursos económicos que tenía la Nueva Granada para subsistir y progresar dentro de otro mandato u ordenamiento. Esto surgió de las lecciones de Mutis. La creencia en el debilitamiento de España por sus complicaciones internacionales, el estímulo del ejemplo de los Estados Unidos y el estímulo también del comercio de Inglaterra y de las ideas difundidas por Francia. Sin duda ninguna también los antecedentes del levantamiento en la ciudad de Vélez por el Alférez Real don Alvaro Chacón de Luna, en 1.740; de la Revolución de Antequera en el Paraguay, por el año de 1.721; de las conmociones de Chile, Perú y Alto Perú; de la de Quito en 1.765; de la de Latacunga en Quito, en 1.780; y de la de Tupac Amaru, en 1.781, ya bien adelantado nuestro movimiento Comunero, así como de las rebelio nes de Bolivia y Venezuela. Señálase como de preparación decisiva en la Independencia la obra cultural de Mutis, y de ahí que se le haya llamado nuestro proto-prócer a este Sabio. Fueron cuarenta años de paciente labor, porque los criollos deseosos de instruirse eran pocos, como en los primeros tiempos de la dominación española. Para poner en marcha este movimiento de ciencia y enseñanza era indispensable la preeminencia del Sabio, su amor a la juventud, que él tenía por "lucidísima", (302) y su inclinación docente. Mucho, mucho más que un profesor fue él: fue toda una universidad, es bueno recalcarlo, con un número increíble de facultades. Cuando Mancini dijo en su "Bolívar" que hacia 1.770 la Universidad de Santafé era la más brillante de todas las que se habían creado en las capitales coloniales, que poseía maestros eminentes y que sus estudios estaban más avanzados y mejor acogidos por mayor número de estudiantes que en la Metrópo li, no podía referirse a la Tomística de los Dominicanos, única existente en esta capital, porque ella estaba bastante limitada a las ciencias eclesiásticas y civiles y porque el abuso del silogismo, con sus consecuencias, la sutileza, el gusto por las divi siones y sub-divisiones, la reducción del razonamiento lógico a un mecanismo verbal y la preocupación excesiva por las for mas del pensamiento, la habían hecho caer en un estéril formalismo. Pero con esta afirmación pudo pecar Mancini contra la conformidad o la exactitud, mas no contra la verdad, porque Mutis lo sacaba veraz con su empresa de sabiduría, con la universidad que era él mismo, de fama extendida por toda la América y aun hasta el norte de Europa.
Muchos mestizos, de nombres que no recogió la historia, fueron discípulos de Mutis. Eso es una verdad simple. Pero él formó, con especialidad, un estado mayor de criollos y no de españoles puros, sumamente inteligentes, dinámicos y patriotas, en ningún caso, como sabios, inferiores a los europeos, que recibieron sus lecciones directa o indirectamente. Pueden citarse algunos nombres para corroborarlo: Francisco José de Caldas, Eloy Valenzuela, Jorge Tadeo Lozano, José Félix de Restrepo, José María Salazar, Joaquín Camacho, Francisco Antonio Zea, José Manuel Restrepo, el Canónigo Duquesne, Vicente Gil de Tejada, Gutiérrez Moreno, Frutos Joaquín Gutiérrez, Pablo Antonio García, José Gregorio Gutiérrez, José María Cabal, Salvador Rizo, Francisco Javier Matiz, Luis Eduardo Azuola Manuel del Socorro Rodríguez, García Tejada, José Fernández Madrid, Cri-santo Valenzuela, Antonio Nariño, Pedro Fermín de Vargas, Sin-foroso Mutis, Miguel de Isla, Camilo Torres, Miguel Pombo, Antonio Ulloa, Manuel Rodríguez Torices, José María García Toledo, Pablo Plata, Manuel Benito Castro, Lorenzo Plata, Custodio García Rovira, Emigdio Benítez, Tomás Tenorio, Antonio Bara-ya, Ramón Leiva, Juan del Corral, Antonio Escallón, Policarpo Fernández. De éstos habían viajado algunos a Europa, se habían penetrado de las ideas revolucionarias que agitaban a París y todos conocían el idioma francés, por lo que en los colegios, en las tertulias, cual la de Nariño, y en el ambiente universitario de la Expedición Botánica, discutían y comentaban los libros del Viejo Continente. Cuántas reflexiones emancipadoras brotarían de todas aquellas páginas, como brotaban también de los trozos literarios y estrofas que recitaban y leían. De poder incendiario imprevisible era, por ejemplo, el verso incitante de Corneille en las alusiones de Tancredo, su personaje, citado en "Bolívar" por Mancini: "La injusticia produce al fin la libertad". Esta ardentía vehemente por la independencia y por los dogmas igualitarios en esa juventud predestinada a la gloria e insurgente, se transparentaba de su ser y Mutis lo advertía. Aún más: lo sabía, no sólo por el trato diario con cada uno de sus discípulos, sino por las andanzas de su sobrino Sinforoso. "Para esto le participo a vuesamerced —le escribía a su cuñada Ignacia Consuegra el 21 de abril de 1.794— que la Gamba y el marido, cuya casa frecuentaba tanto Sinforoso, fueron llamados por el señor Virrey a dar declaraciones sobre asuntos muy delicados, como se infiere de la salida que le ha hecho hacer el señor Virrey a un médico francés que frecuentaba esta tertulia y otras. Estas sospechas no se las pude yo declarar a vuesamerced cuando le escribí que no convenía que se quedase aquí Sinforoso; y tampoco escribí a vuesamerced que por los mismos motivos había separado a Zea de mi lado, enviándolo afuera de Santafé, donde lo tengo entretenido para libertarlo de esta quema. Y en efecto, si Dios no me hubiera alumbrado en tiempo por la intimidad con que lo veía tratar al francés, y no hubiera tomado la resolución de enviarlo afuera desde agosto, sabe Dios si a la hora de ésta estaría en camino para algún presidio, y quién sabe más. — Los mozos son imprudentes, sueltan sin consideración algunas palabras peligrosas, y entran en empeños de su perdición…. ¿Qué crédito fuera el nuestro, si por inconsideraciones de este niño cayese en algunas tertulias (sobre que hay espías muy secretos) y fuese hallado cómplice en conversaciones peligrosas?"
Además, por determinación suya salieron Zea para España y Sinforoso para Cuba, con el fin de sustraerlos de los peligros en que se encontraban por sus actuaciones subversivas. Ni su cristianismo acendrado, ni la nobleza de su corazón, ni su dignidad de sabio, ni su sentido de la justicia, le permitían a Mutis una delación. Su conducta ante la impetuosidad fogosa y encubierta de las ideas revolucionarias fue una aparente indiferencia. El, como buen español, incapaz de traicionar los intereses de su patria, no estaba de acuerdo con las actividades rebeldes, pero esta conducta estaba en conflicto dentro de su alma, con el amor que profesaba a sus discípulos y con el apego que por estas calendas le ligaba a la Nueva Granada. Estas circunstancias, su interés por los criollos, el miramiento o ilicitud por su situación, en contraste con la indiferencia de no pocos gobernantes y de los chapetones, lo puso al borde de defender también, al modo de los escritores clásicos peninsulares José Joaquín de Mora y Blanco White, la justicia de la Independencia. "Horroriza pensar lo que pudo suceder al Dr. Mutis en manos del pacificador Pablo Morillo", escribe sobre este unto el Padre Pérez Arbeláez en su notable libro sobre el Sabio. (303) De su inconformidad con los revolucionarios habla muy claro la carta que le dirigió el 11 de junio de 1.781 al Arzobispo Caballero y Góngora desde el Real de Minas de Nuestra Señora del Rosario, en el cerro del Sapo, con motivo de su actuación con los Comuneros, cuando éstos llegaron hasta Llano Grande e íbagué, en sus mismos predios, carta en la cual le comunica haber obtenido su apaciguamiento y le pide el indulto para todos, y que, trasmitida a la Corte en documento reservado de 31 de marzo de 1.783, produjo excelentes resultados para él y para la Expedición Botánica. (304) Vienen muy al caso estos renglones de Wolfgang von Hagen en el artículo que tantas veces hemos citado: 'Según afirmaba el Virrey, él no hizo nada distinto de dar a Mutis y a sus jóvenes intelectuales la más ferviente advertencia: "Dejadlos — decía en resumen— dedicarse a sus flores, sus pistilos y sus cálices, y abandonad a la cortesana de la política". Porque Mutis había alcanzado un lugar tan destacado en el desarrollo de la vida intelectual del Virreinato, que no obstante su intervención o por lo menos su conocimiento de la corriente subterránea revolucionaria, nadie osó molestarlo seriamente". Los conocimientos que les trasmitió Mutis a sus discípulos los puso en capacidad de comprender cabalmente su valor como personas, sus derechos, el don de la libertad, el destino de su país, los recursos naturales y espirituales de él y su deber de neogranadinos. Así, esplende la verdad de estas tres afirmaciones del Padre Pérez Arbeláez en su proemio al "Primer Diario" del Padre Valenzuela: "el curso de matemáticas del Sabio fue decisivo para la suerte política de Colombia"; "la Expedición Botánica, por pasos ciertos, ineluctables, condujo a la Independencia de Colombia"; y "el hecho histórico del 20 de julio de 1.810 fue un movimiento político que nació en la ciencia y floreció en la autonomía de Colombia". Valor de la obra de Mutis. — De todas las largas anotaciones anteriores sobre la obra personal de Mutis surge ante el espíritu el interrogante de si la Expedición Botánica fue el esfuerzo más importante y valioso de él, lo que es de aseveración general, o si más bien lo fue su labor de Maestro y de forjador de cultura. Estas páginas no vacilan en afirmar esto último. La tarea de la Expedición Botánica, que asombra hasta lo indecible, que supera todo encomio y que podría haber fatigado varias vidas, es un tesoro y un orgullo de la patria, pero así y todo no fijó el destino de la República; en cambio, sí lo
preparó y lo fijó su magisterio. Porque ¿quién formó esa pléyade de discípulos que sorprendieron a Humboldt con el cultivo de su inteligencia? ¿Quién esculpió para lo perdurable, con creador designio, a los fundadores y héroes de Colombia? La obra apostólica de Mutis se impone ante uno como imperecedera, como el principio de lo experimental en nuestra vida. Si la Expedición Botánica fue un movimiento científico que no ha sido aventajado posteriormente, tampoco el magisterio de Mutis ha sido igualado después ni en sus valores múltiples, ni en la excelencia de su categoría, ni en el éxito, ni en sus ensalzadas y trascendentales consecuencias que le determinaron rumbo a nuestra historia y que, si no hubiera sido por el Régimen del Terror, le habrían dado a nuestro pueblo la altura pragmática de Europa y América del Norte. Por otro lado, la obra de la Expedición Botánica, aunque sólo se esté publicando, es una obra estática y, por parte de sus autores, concluida; mientras que el magisterio del Sabio, a pesar de tremendas vicisitudes, dilatándose en el tiempo, vive aún entre nosotros como impulso vigoroso de nuestro mensaje científico. Y un interrogante más: ¿cuál sería el juicio del entendimiento frente a la contraposición de la Expedición Botánica, de un lado, y del otro, de uno solo de sus discípulos apenas, aquél que en matemáticas, física y amor de mártir le exedió y que es la mayor y más inmaculada gloria de Colombia, Francisco José de Caldas? La obra de Mutis fue obra afectuosa de progenitor y de maestro. Cuántas veces se detendría él en las minas de Pamplona a observar a los descendientes de los laches, guanes, acatáes o citareros; o bien en las del Sapo, a los restos de pijaos, coyaimas, natagaimas, omaguas o pantágoras; pero, con más frecuencia, en Usme, Fontibón o Serrezuela, y Santafé, sobre todo, a la población que quedaba de los muiscas o chibchas, y aun de los colimas, muzos y panches. Y qué de pensamientos le vendrían, por ejemplo, ante la india de la Altiplanicie, tan dolorosamente distinta a sus felices compatriotas. La veía en su rancho, vestida de tela oscura y burda y envuelta en pañolón negro, tal vez remendando jirones de ropa o amamantando al pedazo de sus entrañas. Su rostro cobrizo, enmarcado en cabellos lacios, apenas le mostraría unos ojos profundos y reservados y una boca inmóvil y amarga. Esa mujer no pensaba apenas. Exterminada por la Conquista, exiguamente le quedaba una vida orgánica, por cuyas grietas de ruina asomaban para el curioso lejanas reverberaciones de sus cuartos abuelos, que nacieron sobre lecho de fino esparto y algodón de los guanes; que hilaban su lana en husos de piedra; que sembraban el maíz en tierra de todos; que, estimulados por el licor casero, alegraban sus fiestas con marimbas y fotutos; que adoraban al sol en el cielo, a la luna en el lago y sobre la colina al lucero de la tarde. Claves indescifrables encontraría Mutis en el petroglifo antropomorfo de ese rostro. Y él se compadecía. Conversando con el indio que llegaba al mercado a vender las papas de su siembra, con corazón bondadoso, muy en contraste con el del gobernante y el del encomendero, entendía porqué la noción del alma personal y de un Dios único y justiciero anidaba con tanto trabajo en aquella mente primitiva; porqué permanecía en su oscura alma la brasa tenaz de un odio recóndito a los que lo invadieron; porque en sus relaciones con los que lo dominaban y para defenderse de ellos, se había vuelto mentiroso, marrullero, leal con astucia y humilde con engaño, conservando para los suyos y para su gente la ingenuidad más pura.
Y este grande hombre, que probablemente había leído las cláusulas testamentarias, ardientes de caridad, de Fray Bartolomé de las Casas contra el despotismo y crueldades de los españoles para con los indígenas, o las voces de Fray Antonio de Montesinos, fuertemente execratorias de esa conducta, comienzo lejano unas y otras de la independencia americana y aun del Derecho Internacional moderno; este Mutis nobilísimo, ante la ignorancia y la postración de estos explotados y desterrados dentro de su propia tierra, como sentimental recóndito que era, casi que lloraba. "Lloro, como otro Jeremías, tanta desolación", le escribía a Martínez Sobral, ya se ha visto. De manera que en la obra de Mutis hubo amor. Amó al indio desventurado, le alivió los dolores y clamó por su salubridad; amó al mestizo, veló asimismo por su instrucción y por su salud y pidió perdón para sus rebeliones; y amó también al criollo, especialmente en sus estudiantes, a quienes les dio su ciencia, aun absteniéndose de otras preferencias espirituales y de su propio descanso, y a quienes descubrió el valor de su persona y el de la patria libre de sus sueños. Y amó tanto, que no quiso dejar a la Nueva Granada, sino morir en ella. Siendo la patria lo más querido y entrañable de nuestro ser, ¿porqué —se pregunta uno— abandonó Mutis su centro y buscó la periferia, que venía a ser como un país extraño, puesto que era una colonia muy distante y diferente de la metrópoli ultramarina? Repugna al entendimiento el suponer que fue por el lema israelita de desolado utilitarismo Ubi bene, ubi patria, o por el verso, con sentido igual, del poeta latino Patria est ubicumque bene est. No pudo suceder aquello, porque Mutis, de un lado, era incapaz de esas reflexiones, y, de otro, porque él no se expatrió, pues nació, vivió y murió en territorio de España. Se vino a la colonia de la Nueva Granada por patriotismo, por ser subdito de honor, como muchos de sus compatriotas y, especialísimamente, por su pasión del conocimiento. Y el embrujo del Nuevo Reino lo avasalló. Brotó en su corazón el cariño por estas comarcas y por sus naturales y no quiso volver a radicarse en la Península. Pensó en viajar a ella para ponerse al frente de la publicación de parte de su obra, mas con intenciones de regresar a seguir siendo neogranadino. Así que Mutis es nuestro, porque también nosotros éramos de su tierra y porque, si un cambio político, sobrevenido después de su muerte, lo dejó de gaditano y, como tal, de una nación distinta, ese acccidente no supera jamás toda la obra de su vida, que se confunde con nuestro ser. Mutis es de Colombia y un orgullo de Colombia. --------------
CAPITULO XIX Carácter
Si a Jung, científico de la caracteriología tipológica, se le hubiera podido preguntar, después de conocerlo, a qué familia de caracteres pertenecía Mutis, muy probablemente hubiera respondido que a la de los intelectuales, de los músicos, de los filósofos, es decir, a la de los introversos. Es verdad que el gran Sabio, por razones del oficio de médico y de la categoría de profesor y asesor de gobernantes, tuvo que llevar mucha parte de su vida hacia afuera. El afán de servir, que fue una de las más bellas manifestaciones de su alma, lo tuvo tan separado de sí, que, no obstante su tendencia particular, mantuvo desocupada la habitación interior lo más del tiempo en su existencia útil. No era sociable, no amaba lo exterior, no se consumía en la fugacidad del tiempo estéril compartido, que nos mengua a cada paso. No: prefería la soledad, prefería la constante ocupación, conversar con la naturaleza, con sus libros, con los maestros de atrás, para la solución de sus problemas, y si no hubiera sido compelido por su bondad, por su cristianismo, por su educación, a serle benéfico a los otros, habría sido el interlocutor de sí mismo en la celda filosófica de su intimidad. Dos hechos resaltan en la vida del Sabio: el sacrificio de su amor al retiro con fines de naturalista, para entregarse a los enfermos, a sus discípulos, a quien le necesitaba, y la tristeza larga y agobiadora de no ver surgir la Expedición Botánica, de no ver por muchos años realizada la mayor aspiración de sus días todos. Por lo primero, el alma de Mutis encontró en el corazón de los habitantes de Santafé un aprecio y un afecto reparador que él mismo reconoció repetidamente en cartas a sus amigos. Por supuesto, esta magnífica disposición pública hacia su persona no logró cambiarlo interiormente. Su carácter puede catalogarse entre los inquietos introversos de Jung, entre los esquizoides, pero no en la forma severa de Carlyle, sino en una más moderada y contenida. Como en todos los otros de su familia caracteriológica, sobresalían en él la ética, la delicadeza, la sinceridad y la conciencia, y distinguíalo la hiperactividad de la mente; y, como todos los de este orden también, seguía su meta predeterminada con el arrobo y la decisión de un soldado a su bandera, y su yo profundo permanecía en entusiasmo ardoroso, a pesar de que a menudo daba la impresión de la lentitud y de una curiosa indiferencia. Tenía el gesto negligente con que se movía la incansable pluma tolstoiana. Algunos comentadores de su vida hablan de su "calma y reposo en cuanto emprendía" (308) y de cierta frialdad suya por cosas aun importantes, como la vigilancia de los trabajos de sus colaboradores; (307) pero todo ello sólo confirma su carácter, porque es propio del inquieto o esquizoide cierta indiferencia afectada que disfraza o encubre su arder interior, según lo afirman quienes conocen los procesos de la mente. Fue un hombre de deseo. Indudablemente lo más indiscutible en la vida de Mutis fue su ideal científico, mantenido en llamas por una determinación porfiada e inflexible, justamente con el ansia de perfectibilidad, para cuyo alcance se sometió toda la vida a las exigencias del ascetismo y de la estética.
Siendo introverso, también tenía necesidad de recluirse para sentirse mejor y encontrarse consigo mismo, tras del diálogo con su otro yo, en cierto modo separado e independiente, pero su amigo de elección, el de más confianza, fiel y de indiscutible preeminencia. Era su hombre interior, el de los consejos y advertencias, el temido por Goethe, cuando le pedía a Dios le preservara de conocerse. Ese hombre interior era su compañía preferida, el que le ayudaba a resistir la división de la personalidad, su disociación, y el que le daba fuerza coordinadora y organizadora. Era el que le auxiliaba en la batalla de los instintos, el que tomaba en sus manos las riendas de todas las energías y pasiones de su yo, el que lograba el equilibrio íntimo y la armonía, el que trascendía del mundo, el que le acercaba o le incitaba a la perfección. Si con los datos históricos que se poseen se asoma uno al fondo el alma de Mutis para fijar el fundamento de su ser moral, encuentra tal número de brillos, que es casi imposible conseguirlo. Sin embargo, parece que ese fundamento sean la religiosidad, la bondad y el celo científico y social. Así se explicarían fácilmente su temor de Dios, su pureza, su ilustración, su desinterés y su tendencia a servir con obsequio diligente. La religiosidad y el temor de Dios fueron cosa como tan de la esencia de su naturaleza, que se confunden con su ser espiritual. Ante su distintivo piadoso, ante su personalidad adquirida, forzosamente tiene uno que considerar el abolengo y el medio. En el limpio y virtuoso abolengo que le tocó en suerte se encuentran de resalte los clérigos y los militares. (308) Esto puede tener cierto valor genético positivo —no se puede negar—, así por el aspecto anatómico, como por el fisiológico o de funcionamiento y como por el psicológico o de pensamiento y emoción. La historia habla de la estupenda complexión del Sabio, confirmada al desenterrar sus restos para trasladarlos de Santa Inés a la Catedral, y de ahí a la Capilla de La Bordadita en el Colegio del Rosario, sugiere el normal ejercicio de sus órganos y muestra el satisfactorio equilibrio de su mente. Pero si la significación hereditaria de las disposiciones que lo inclinaron permanentemente en el mismo sentido no es de gran trascendencia en la formación de su personalidad, sí lo es, en cambio, el medio en que le correspondió crecer y vivir durante la primera parte de su existencia, especialmente durante la infancia, porque el niño es un producto de su medio, y así trabajado se adelanta a recibir las influencias de la pubertad. Tuvo Mutis la religión de modo exaltado en su propio hogar, pues sacerdotes fueron uno de sus tíos y su hermano Francisco, a quienes visitó en Ecija, de paso para Cádiz, en su viaje al separarse definitivamente de Madrid (309) Su casa fue casa de virtudes y oraciones y lo formó "un hombre que se gobierna por principios religiosos y buena crianza". (310) En espiritual picaba su linaje. Pero si el medio familiar, tan importante, fue así, no lo fue notablemente menos el escolar, el de Cádiz y el de la nación entera. Es lo más seguro que estudió en el colegio gaditano de los jesuítas, afirma De Hoyos Sainz en su libro. En el siglo XVII, dice la historia, el número de religiosos seculares y regulares en España llegaba a doscientos mil, lo que determinó al Consejo de Castilla proponer "que no se concediesen licencias para fundar nuevas religiones y monasterios y se pusiese límite al número de religiosos". (311) En la primera mitad del siglo XVIII, a pesar de las ideas extendidas de éste, la diferencia no sería mayor, y no era poco lo que se hablaba de los grandes
ingenios que habían abrazado la carrera eclesiástica, tales Góngora, Gracián, Moreto, Calderón, Lope de Vega, Tirso de Molina. Y era tal la religiosidad en el pueblo, que el mismo Mutis cuenta en su Diario de 1.760 lo que se anotó atrás sobre las oraciones del posadero José López en Yébene, a la hora de las comidas. En esos cambios profundos e íntimos entre el medio y su alma formó Mutis su carácter de tenacidad, de buen sentido, de severidad, de fervor, de piedad, de fineza, de servicio público, de responsabilidad. Esos cambios le dieron el enlace de las condiciones psicológicas que lo singularizaron e individualizaron para toda la vida. Y cómo se impone su pureza. Llegó ella a tal extremo que ni la sombra de una mujer pasó por su vida. Repetimos que su biógrafo De Hoyos Sainz anota la ausencia de su misma madre en la correspondencia íntima. El nombre de ella no aparece en linguna de las páginas suyas que se conocen. La cobija con su silencio, al modo de Horacio, al de Cicerón y más que al de Ovidio. De manera que, como Petrus Diaconus, citado por Leopoldo Lugones en el Discurso preliminar de "Belkis", el hermoso libro de Eugenio de Castro, hubiera podido exclamar también a la hora de la muerte: Ignoravi et nescivi Corpus tuum, mulier. Mas, al señalar esta rareza, se le ocurre a uno preguntarse: ;Cómo le fue posible a Mutis esta conducta? ¿Cómo hace el casto consumado y total para detener el galope frenético de las hormonas por la sangre? ¿Cómo se crea ese camino soslayado del amor para ir a concretarse éste en algo distinto de la mujer? Marañón, que hablaba de estos temas con tanta claridad y competencia, escribe estos párrafos en "Amiel",uno de sus libros bellos:: "Varios hombres pueden tener absolutamente la misma capacidad que pudiéramos llamar neta o bruta para el instinto de la especie. Sin embargo, su historia amorosa puede ser totalmente distinta. Uno, por ejemplo, siendo perfecto varón, puede haber consumido su vida en la adoración de un ideal místico o de un arquetipo femenino lejano, ya imaginado, como en Don Quijote; ya apenas entrevisto —"como una aparición vestida de noble color rojo"— como en el Dante. Otro hombre, igualmente perfecto, puede haber realizado la dicha de la convivencia material con una compañera única e inagotable. Otro puede haber dispersado su ímpetu en docenas y docenas de aventuras fugaces. Otros, en fin, pueden haber caído por los derrumbaderos de la perversión. Es muy posible que cada uno de estos hombres, con idéntica aptitud de amar, pero en circunstancias distintas, hubiera podido ocupar el puesto de cada uno de los demás. Lo que les diferenció radicalmente fue la elección del objeto. Del mismo modo que en una fila de tiradores, armados del mismo fusil, uno da en el centro del blanco; otros en las cercanías; los demás disparan al aire y algunos quedan con el arma inédita en las manos". "Sólo en hombres muy precozmente diferenciados, superiores a su propio ritmo evolutivo, influidos por una civilización muy profunda, puede aparecer desde edad muy temprana la preferencia estrictamente individual y perdurable, como en el caso del Dante, enamorado desde la niñez de una novia inmutable y eterna". Si se tiene en cuenta que lo accidental, lo superficial y sus vivas variaciones excitan y golpean, no en raras veces, lo que hay de más profundo y constante
en una persona destinada a los altos destinos del espíritu, viene a propósito recordar, como causa coadyuvante posible, que Mutis, muy joven todavía, estu dio en el anfiteatro de Sevilla, lo que pudo también tener importancia, según este otro concepto de Don Gregorio: "Los hombres y las mujeres, aún los más delicados, no se dan siempre cuenta suficiente de la sensibilidad, casi divina, del alma de los niños; y pocas cosas le hieren como la visión de lo que el amor tiene de brutal y, sobre todo, de agresión para la mujer. Los niños no pueden comprender que el amor sea una refriega física; ni muchas mujeres tampoco, por lo menos hasta muy entrada su vida. Y aun muchos hombres hondamente viriles conservan en el fondo de su instinto un dejo de disgusto para la agresión sexual; disgusto que no turba su ejercicio amoroso cuando el deseo está encendido, pero que sube como el poso de un charco agitado cada vez que la tempestad de los sentidos se ha satisfecho. Es ésta una de las causas de esa tristeza que el animal humano, según el proverbio latino, siente después de amar; y hay que ver en ella uno de los topes que la Naturaleza pone a los derroches inútiles del instinto". (312) Para ciertos espíritus especialmente conformados dentro de un ambiente puritano la visión o contemplación de la anatomía del amor puede "apagar prematuramente la llama de jovialidad pagana, de dulce irreflexión que requiere el pleno amor de los sentidos". Un cuadro de esta desnudez puede ser visión perturbadora para naturalezas predispuestas y sensibles y da ocasión a juicios como éste de Leonardo, otro susceptible, que trae Marañón también: Estas imágenes y actos son tan groseros, "que si no fuera por la belleza de los rostros, por los adornos de los actores y por el ímpetu refrenado que los embarga, la especie humana se perdería". (313) Es bastante claro que para la pureza Mutis fue un elegido. Puesto que el sacerdote anduvo en ideal muchos años por su mente, siempre tuvo de su deber conservarse célibe, virgen y solo. A fuerza de una acumulación de empeños de castidad diarios, su alma amorosa estuvo ocupada por Dios y ni siquiera un deseo mundano le arrojó una sombra. Procedió como los profetas de Israel, especialmente como Jeremías, quien, separándose, al igual de los otros, de la costumbre hebrea, permaneció célibe con gran sacrificio, "porque su peregrinación terrestre debía ser solitaria y sin alegría, dedicado totalmente a Dios y a su mandato”. (314) Fuera de todo esto es seguro que Mutis hubiera podido suscribir estas palabras de Caldas en la carta que le dirigió de Quito el 21 de abril de 1.802: "La Providencia me dio unos padres celosos de la pureza de sus hijos, éstos a fuerza de desvelos enfocaron mis pasiones, y puedo decir que me oprimieron. A los diez y nueve años me mandaron a esa capital a continuar mis estudios; cuidaron de darme unos que hicieran sus veces en Santafé que no les cedían en celo; entré en otra feliz opresión. Mis años se aumentaban, y yo contraía un hábito dichoso de retiro y cierto gusto a la pureza; la religión completó esta obra. Violento hago a usted esta relación de conducta, pero hablo a mi padre, a quien debo hablar con sencillez y con franqueza". (315) Precisamente porque no es correlativa de la pureza, es bien marcada la moderación de los afectos en Mutis, aunque sí es posible la coincidencia de las dos situaciones. Tuvo afecto para sus sobrinos y también para los amigos,
manifestado en sus cartas, particularmente las dirigidas a Linneo, de cuya exuberancia sentimental hay que descontar lo usual en el estilo epistolar del siglo XV y fines del siglo XVIII, según lo advierte Huizinga en "Erasmo". Sin duda un estímulo afectuoso, ya señalado, fue asimismo el que lo llevó a visitar en Marchena a Rita Conejero, criada de su casa en Cádiz. Y se le ocurre a cualquiera pensar que el amor a Dios de él se hacía más concretamente por medio de las obras divinas, es decir, en los seres creados, y particularmente en los abrazados por las ciencias naturales, preferentemente la botánica. "Bendito sea Dios en sus ángeles y en sus santos", reza una de las jaculatorias de la Iglesia. Mutis diría: "Bendito sea Dios en todas sus plantas, sus flores y sus frutos", siguiendo el Salmo de David. Y, amando a éstos, a El amaba. De este amor hay muchas sugerencias en su vida y la señalaban aun las entidades oficiales. En una comunicación de la Real Audiencia al Rey, en octubre de 1.769, se lee: "Porque demás de sus virtudes y personales prendas, tiene (Mutis) la de la caridad y el haber regentado en el mismo Colegio Mayor del Rosario la Cátedra de Matemáticas, de que hubiera sacado muy provechosos discípulos continuando su enseñanza, si no lo hubiera violentado a dejarla la inclinación de lo botánico y mineral, que salió a buscar en otros terrenos no distantes de esta capital". (316) Todo su Diario demuestra la orientación de sus afectos hacia los seres de los naturaleza, pero entre todo sobresalen los renglones elocuentísimos refrentes a la Hoffmannia, que no se pueden escribir sin exaltado sentimiento. Muy notorio fue el desinterés en Mutis, Es cierto —ya lo hemos visto— que como médico y como sacerdote también cobraba sus servicios, pero a ello lo obligaban su mantenimiento, el del pobre y la demandante necesidad de conseguir libros e instrumentos para los estudios de ciencias naturales. En sus notas diarias escribía el 31 de diciembre de 1.761 sobre el balance de sus ingresos pecuniarios: "Por esta carrera se vendrá en conocimiento de lo mucho que habrá trabajado quien tanto ha recibido, siendo cierto que nada poseo por otros medios que no sean respectivos a mi facultad, pues no debo el más mínimo regalo con empeños con el Virrey (que ninguno he hecho, ni pienso hacer, aunque me ofrecían dos mil pesos para alcanzar una gracia), ni por otros fines que los expresados". Cabe también anotar que, según el señor González Suárez, en su obra citada. Mutis, en asocio de don José Ignacio de Pombo, patrocinaba las exploraciones y trabajos científicos de Caldas, y que, por lo no sobrado que ganaba en su doble misión médica y socerdotal contrajo deudas crecidas cuando se encontraba en el Sapo. Asimismo cabe anotar también que en su informe rendido al Sr. Arzobispo Virrey, con motivo de la creación de la Expedición Botánica, ofrece invertir su sueldo en beneficio de dicho Instituto, y manifiesta complacido que en veintidós años de vida en América pudo hacerse rico, pero que prefirió adquirir otros tesoros "más útiles y duraderos". (317) En cuanto a su disposición para servir a quien lo necesitaba, su ministerio sacerdotal y su misión médica no registran una falta y los documentos históricos de su vida cuentan cómo prestaba favores a los Virreyes, a los funcionarios públicos, a los colegios, a los científicos, a los enfermos, a los discípulos, a los amigos.
Distinguía a Mutis una real urbanidad en su conducta social. Procuraba no causar una desatención siquiera, a pesar de querer vivir alejando de la civilidad comunicativa. "No es ponderable la violencia que me causan las visitas y sólo hago este sacrificio por corresponder a la fineza de haber pasado por Mariquita a visitarme personalmente mi amigo Esquiaqui", asienta en su Diario el 13 de julio de 1.778. Cumplido ejemplarmente era en sus relaciones y correspondencia. Uno de sus historiadores publica los hexámetros que le dedicó a José Antonio, hijo del Virrey Flórez, y que fueron parte de la respuesta a la carta de éste en solicitud de una explicación sobre matemáticas. Pero de lo social lo que más rechazaba era lo gregario y tumultuoso. Aun admitía con dificultad asistir a las reuniones de nobleza y buen gusto que se celebraban en los salones elegantes del Virrey, y, en general, más bien las equivaba, como lo asevera esta nota de su Diario en enero de 1.762: "Hubo en Palacio un espléndido convite en celebración de los años del Rey. Falté a este festivo concurso, como tengo de costumbre, por librarme de las amarguras que produce el trato de gentes. He logrado de la bondad de S. Exc. esta permisión tan gustosa para mí como acomodada a mi genio". "Era hombre de huraño aislamiento", afirma el Padre Pérez Arbeláez en su libro sobre el Sabio y la Expedición Botánica. Sin embargo de su intolerancia por las impertinencias, Mutis pasaba por alto las ofensas comunes, en virtud de su indulgencia y cortesía. Mas hubo sí una vez en que tuvo pluma de enojo y fue cuando Sebastián José López quiso arrebatarle el descubrimiento de la Quina en la Nueva Granada. Lo demues tran estos dos párrafos de cartas escritas en Mariquita por diciembre de í.789 y febrero de 1.790, a su amigo y condiscípulo Martínez de Sobral. Uno dice: "Entre todas mis empresas útiles a la Humanidad ninguna ha merecido tanto mi atención como el asunto de Quina, y tal vez por lo mismo ninguna me ha producido mayores amarguras. . . . Por una parte excitaba mi sufrimiento un ignorante charlatán llamado López, empeñado en robarme la gloria del descubrimiento y apropiarse mis ideas originales. Engañó al Marqués de Sonora el año de 77, y ahora sigue a la Corte para volver a engañar al Excmo. señor Baylio Valdez". El otro reza: "El gran charlatán aventurero de que hablo en mi anterior es uno de los muchos adocenados de la Profesión: pero con la gracia de haber dado en la manía de robarme mis Descubrimientos. Ruego a Vmd. influya para que no sea seducido el Ministerio por un hombre que ha dado pruebas de no haber hecho nada en el dilatado tiempo de sus comisiones, de que sólo sabe el nombre y nada más. Es uno de los muchos entendimientos superficiales, que da gatazo por la desvergüenza con que se presenta entre las gentes para ocultar lo que es, y la raza de que ha salido (había un negro entre sus an tepasados)". Sobra decir cuánta razón tenía Mutis para este enojo. Y, sin embargo, en comunicación al Arzobispo Virrey de 18 de septiembre de 1.786, le decía: "mi carácter ha sido compensarle con beneficios sus agravios, y sólo desearía yo verlo más activo para contemplarlo más acreedor a la gracia de Vuestra Excelencia y piedad del Rey". (318) Caldas, desde Santafé, le escribía a su amigo Antonio Arboleda en febrero 28 de 1.806: "Si usted oyera (a Mutis) hacer el panegírico de López, si usted oyera disculpar sus errores, si usted presenciara el perdón de las injurias que éste, asociado a Ruiz y Pavón, ha vertido contra su honor, ¡ah! entonces conociera el fondo de virtud de este hombre grande, y entonces besara el evangelio que ha traído tantos bienes a la tierra". (319)
Entre las comunicaciones mutisianas hay una dirigida al Fiscal Protector de Indios, Don Francisco Vergara, en la que el Sabio le ruega conmutarle al herbolario Juan Esteban Yoscua la pena de dos años de presidio, recibida como castigo de "atentado" en embriaguez, por cuatro de servicio obligado a la Expedición Botánica en sus oficios habituales, "a ración y sin sueldo", con el ofrecimiento de suministrarle los debidos alimentos, vestido y limpieza, así como el mejoramiento de sus costumbres, de todo lo cual carecería en una cárcel. De subida bondad debe calificarse esta solicitud, que no trata tanto de recuperar un trabajador, cuanto de hacer clarísima y graciosa merced, con muestra del noble sentimiento de quien la hizo. Hecho señaladísimo en la vida del Sabio fue la tardanza indefinida en la publicación de su obra. Diez años habían transcurrido desde el establecimiento de la Expedición Botánica y del ofrecimiento al Arzobispo Virrey de los tres primeros volúmenes de la "Flora de Bogotá", sin que ninguno de ellos se viera. La Corte no sólo le exigía alguna presentación de sus trabajos, sino que, cual se ha notado, le enviaba al eclesiástico Don Francisco Martínez para que secretamente se informara de la cantidad y valor de ellos. Mas el Gobierno y especialmente el Virrey, por respeto a su honorabilidad, no se atrevían a mortificarlo. Pero él sufría con esta tardanza. Ello se colige muy bien con la lectura del informe que le rindió al señor Arzobispo cuando en Santafé y en 1.791 se reorganizó la Expedición y del cual se ha hablado. Por él puede inferirse el temor que en Mutis existía de publicar una obra que no estuviese más o menos perfecta. Había en él una pulcritud mental exigente y, correlativamente, respeto y temor a la opinión pública. Y ya que se toca este tema es propio detenerse ante él. No son justos los cargos que, por la relación científica incompleta de su obra, le han hecho algunos comentadores. (320) Son estos los cargos: el sinnúmero de asuntos en que distribuía su actividad; no haber aprovechado para aquella relación el tiempo todo de 1.783 a 1.808, o sea veinticinco años; su egoismo, es decir el no haberles participado a sus colaboradores el trabajo de investigación y su reserva para con ellos por falta de fe en su capacidad; la inseguridad que tenía en la exactitud de las clasificaciones; haber perdido también muchos de los nueve años que estuvo en las Minas de Quevedo del Real de Montuosa y de Nuestra Señora del Rosario del Sapo; y, finalmente, el ejercicio de la profesión de medicina. La diversidad de ocupaciones, se ha repetido mucho, no fue de su voluntad por las causas apuntadas: las consultas y comisiones de los Virreyes y de las entidades oficiales; el magisterio universitario y particular; la dirección y administración de las minas; el sacerdocio; la plantación y el cultivo del añil, la canela, el té de Bogotá y los árboles de la nuez moscada; el beneficio de la cera de los Andaquíes; el estanco de la "cascarilla"; el ejercicio de la medicina; la múltiple correspondencia; y, por encima de todo, la pasión del conocimiento, que le llevaba de las estrellas a los socavones y las entrañas humanas, y de ahí al mundo de las plantas, al especial de las Quinas y a las ecuaciones de Newton. Quienes censuran a Mutis en lo relacionado con el tiempo que va de 1.783 a 1.808, no conocieron las últimas publicaciones que ha hecho de la obra del Sabio Don Guillermo Hernández de Alba. En efecto, el que tome en sus manos los dos tomos del "Diario de Observaciones" se queda asombrado del intenso
trabajo botánico de Mutis y, en general, del consagrado a las ciencias naturales, no obstante sus otras ocupaciones. Era que no había instante perdido, ni siquiera en lo recio de las calenturas. Trabajaba como si tuviera la voluptuosidad orgánica de existir. Por las noches mismas ardía como una lámpara su espíritu. De 1.791 a 1.808, es decir, en los últimos diez y siete años de la Expedición, aunque la labor fue muy grande, sí hubo mayores interferencias en ella, justamente porque Mutis estaba a la mano de quien lo necesitaba, no obstante el esfuerzo que hacía por evitarlo. Por ejemplo, en lo relativo a su profesión, escribe don Pedro María Ibáñez: "Lamentable era el estado de la medicina en Santafé al fin del siglo XVIII: el cuerpo médico que existía en 1.792 había desaparecido; el doctor Vargas había muerto y Prat, Froes y Pallares se habían ausentado de la capital; López Ruiz no se había recibido y sólo podían ejercer la profesión el doctor Mutis, el Padre Isla, médico del Hospital, y el Visitador de boticas Doctor Honorato Vila; y como el doctor Mutis se había dedicado al estudio, y no a la práctica de la profesión, y el Padre Isla ocupaba su tiempo en el Hospital, tocóle al doctor Honorato Vila ser el médico exclusivo de una población de 21.000 habitantes. Quizá fue el primer profesional que usó visitar sus enfermos a caballo y que fijó el precio de cuarenta centavos por visita. A pesar de lo bajo de esta tarifa, logró hacer un capital con el cual regresó a su patria por aquella época, después de haber residido en Santafé por más de ocho años". (321) Fue Mutis a las minas precisamente por atender mejor su Flora, pues en los campos y bosques cercanos podía trabajar "sin intermisión su Historia Natural" y "perfeccionar muchas cosas de ella". Mutis no fue egoísta. Su ansia de conocimientos lo llevaba a tramitir lo que sabía. Desde que llegó a Santafé enseñó matemáticas y posteriormente comenzó a preparar en botánica y otras ciencias naturales a jóvenes inteligentes, con el ánimo de que más tarde le fueran útiles en su soñada Expedición. "Entregó a sus alumnos todo cuanto sabía", dice el Padre Pérez Arbeláez en su nota proemio del "Primer Diario" de Don Eloy de Valenzuela ¿Dio participación a sus colaboradores, los trató de igual a igual? Basta leer en su Diario del 31 de julio de 1.783 las observaciones que hacían él y el Padre Valenzuela sobre las plantas Callisioides, sobre los caracteres de su inflorescencia, para darse uno cuenta de la cordialidad y cambio abierto y sincero de las ideas conque se desenvolvía aquella conversación, como sucedía con sus demás discípulos, de quienes nunca se oyó una queja de reservas en la enseñanza de su maestro y con quienes confería como amigo. Quizá se haya olvidado que en los ocho años de su permanencia en Mariquita, exceptuando los meses que lo acompañó D'Elhúyar, estuvo en cierto modo muy solo largo tiempo, pues el Padre Eloy, Fray Diego García y Pedro Fermín de Vargas se retiraron muy pronto, por causas diversas. Y no eran iguales sus relaciones científicas con pintores y "herbolarios". Ahora: cuando la Expedición se instaló en Bogotá en 1.791, ella, como lo anota Gredilla, "adquirió el carácter de una verdadera corporación científica, con un crecido número de personas hábiles dedicadas con entusiasmo al estudio de las ciencias naturales, y otro también notable de aficionados a
esos estudios". ¿La brillante, enérgica y libertadora juventud de entonces soportaría alguna desconfianza o egoísmo de su preceptor y guía? ¿Dudaba Mutis de sus determinaciones taxonómicas? No es de creerlo en lo pertinente a su trabajo. Dudaba de las pautas o sistemas que existían para hacerlas, de su valor realmente científico. Lo que que había en sus vacilaciones era probidad mental. No quedaba él satisfecho de ninguna clasificación hasta haberla hecho con suficiente seguridad y haber consultado sus libros, lo que es de todo sabio y de cualquier persona honorable y seria. En su "Diario de Observaciones" son numerosísimas las veces en que habla del Systema y Species Plantarum de Linneo, del Suplementum Plantarum de Linneo hijo, así como del reconocimiento e individuaciones de muchas plantas hechas por Loefling y Jacquin, todo con fines de comparación. Sobre esto observa el Padre Pérez Arbeláez: "Mutis, en contacto con la naturaleza americana tuvo que advertir la imperfección del sistema de Linneo en la distanciación de grupos manifiestamente afines, correlativos y sustitutos los unos de los otros dentro de las floras diferenciadas por el nivel del mar. Esperaba sin duda que la ciencia, al avanzar, optara por clasificaciones más naturales, o anhelaba, tal vez, llegar, con la consulta personal de los sabios europeos, a otra clasificación más lógica, más natural, que la del sabio escandinavo, más de acuerdo con el mundo que se entraba por los ojos". (322) Tampoco hubo vanidad en Mutis. Reconocía humildemente sus errores. Estos renglones lo dicen: "Examinamos la frutificación de un bejuco que siempre tuve por "Tomé de agua". Lo examinó mi compañero con su acostumbrada exactitud y refiriéndome sus particularidades, me pareció que padecía alguna equivocación; pero asegurado como lo estaba de sus observaciones sobre esta planta, me hizo ver mi equivocación. Esta parece haber nacido del atropellamiento con que he visto algunas producciones en ocasiones de hallarme distraído con otros cuidados". (323) Tampoco existía en él la soberbia. Tuvo sí la ambición de la gloria, pero una ambición noble y absolutamente desinteresada. Si no hubiera tenido esta ambición no habría hecho estudios tan numerosos, ni habría viajado al Nuevo Mundo, ni le habría pedido al Rey la creación de la Expedición Botánica, sugiriéndole su nombramiento de director. En todo lo escrito hasta aquí se descubre claramente algo que emerge de la existencia de Mutis: su tristeza. Después de repetidas andanzas por la vida de él y de conocer lo muy escaso que de su intimidad dicen sus cartas, así como sus biógrafos, llega uno poco a poco a la conclusión de que unas cuantas veces sus palabras se desprendiere con el gota a gota de las lágri mas y de que sólo dos veces se sintió en realidad feliz: cuando recibió las órdenes sacerdotales y cuando el Arzobispo Virrey, primero, y después Carlos III establecieron la Expedición Botánica. En lo más de sus días vivió al parecer un tanto triste. Respecto a la alegría del sacerdocio y participándoselo a su amigo Martínez de Sobral en carta de diciembre de 1.789, le escribe: "Vea Vmd., amigo mío, mi mayor felicidad, porque en ella probablemente fundo mi salvación; pasando una vida a lo filósofo cristiano, algo más gustosa si hubiera sabido desprenderme de los ambiciosos deseos de un cierto patriotismo, que me va saliendo caro". Y en esa misma carta se encuentra estampada la decisión ya nombrada que tuvo de regalar sus manuscritos a la Academia de Stokolmo y de renunciar
a los estudios de botánica, debido todo a su decepción de no ser oído en la Corte cuando pedía el Instituto de sus ambiciones; y se encuentra también esta declaración amarga: ". . . . porque nada de este mundo llena mi corazón sino el testimonio de una buena conciencia para esperar, si no a rostro firme, a lo menos con un corazón prevenido los últimos instantes de esta miserable vida". (324Í En cuanto a su felicidad por la creación de la Expedición Botánica, no hay ningún documento que la exprese abierta y emocionadamente, ni siquiera el informe que le rindió al Arzobispo Virrey con motivo de ella. Pero es lógico suponerla, porque por el estudio de la Historia Natural en el Nuevo Reino se vino de su patria y porque veinte años sufrió la amargura del silencio del Monarca, con pérdida de las mayores energías para su magna empresa. Fuera de la congoja "por su suerte adversa" (325) y de su "melancolía por el continuado padecer" participada al Virrey Ezpeleta en comunicación de 27 de octubre de 1.791, (326) la tristeza de Mutis se encuentra manifiesta en varias ocasiones. Una de las causas fue la muerte de Linneo, a quien le ligaron, sin conocerlo personalmente, estrechos lazos de amistad y una correspondencia epistolar de diez y ocho años. Esa muerte dejó soledad en su corazón. Otra causa fue la reprobable conducta de Sebastián López Ruiz, quien, además, le trajo el desengaño de no ser nombrado por largo tiempo buen vasallo y botánico de Su Majestad. Quitáronle también alegría del vivir las constantes interrupciones de sus trabajos en ciencias naturales; el no encontrar totalmente científico el sistema de Linneo para las clasificaciones botánicas; el "desconsuelo por la justa desconfianza con que sospechaba frustrados sus proyectos"; (327) su mala salud; el viaje del señor Caballero y Góngora para España; el escaso rendimiento de sus minas; el postergamiento de su obra botánica en Madrid, con la mayor actividad y anticipación de Ruiz y Pavón para hacer conocer la de ellos; la carta del Ministro de la Corte, Porlier, y la censura de su tardanza en la producción científica; el temor de no poder concluir la Flora de Bogotá; y hasta el ejercicio de la misma medicina, que le traía penas y sinsabores, según sus cartas y anotaciones del Diario. Y esta desdicha que rondaba por su vida se ensañó en él a la hora de la muerte, cuando, viéndose fenecer, contemplaba trunca su labor. Quiso, tras de un servicio permanente, buscar la tranquilidad y no la encontró nunca. Eso no era posible, porque fue un eterno inconforme. Si dentro de las casillas que presentan psicólogos y psiquiatras para separar y distinguir caracteres se hubiera de elegir una apropiada para el de Mutis, habría que colocarlo, como ya se dijo, en la de los inquietos de Jung, en la de los esquizoides, porque fue un espíritu sin reposo, porque siempre faltó poco o mucho entre sus anhelos y sus realizaciones, entre su programa del amanecer y lo obrado en el día, al anochecer. Ninguna potencia intelectual estuvo ociosa en la existencia larga de él, y todas, absolutamente todas, se mantuvieron en constante movimiento. Siempre un empeño o una idea le tiranizaba, sin apartarse, a no ser por violencia, de las ciencias naturales. Analizaba, razonaba, procurando evitar el error, por lo que a veces daba la impresión de lentitud en sus investigaciones y exámenes. Hasta el subconsciente participaba de sus conclusiones laboriosas. La elaboración interna manteníase activa. Quizás su
imaginación de meridional de la Península le avivaba su intuición, porque era rápido, al menos para acercarse a la clasificación acertada de una planta o a la solución de un problema científico. Desde luego, no se precipitaba a dar su concepto definitivo; para esto usaba de tiempo y espera. Esta circunstancia y el pensar y repensar antes de tomar una resolución —vuelve a decirse— ha sido motivo para que todos sus biógrafos, quizás influyéndose unos a otros, lo tilden de vacilante e irresoluto. Lo que ocurre es que muy frecuentemente se confunden con este defecto la sensatez y la rectitud moral. Y eran estas dos cualidades sumamente salientes en la personalidad de Mutis. Un perplejo e indeciso no hace la trascendental resolución de abandonar una posición tan elevada y prometedora como la de él en Madrid, para lanzarse a una de las aventuras más inciertas en un continente donde la muerte era. ordinario encuentro en sus despoblados y climas insalubres. Un perplejo e indeciso no echaba sobre sus hombros la más importante Expedición Botánica de las creadas para el Nuevo Mundo. Tampoco un perplejo e indeciso arroja los doblones, ganados duramente, en un negocio de minas, donde lo fortuito es la ley, sobre todo en anteriores tiempos. Y un perplejo e indeciso, investido de órdenes sagradas, tampoco se atreve a "sostener opiniones extrañas en punto a la autoridad doctrinal de la Sede Romana y a los derechos del patronato real" en algunas materias. Dice el señor González Suárez que Mutis era "pronto para la cólera y fácil en irritarse". (328) Esta afirmación concuerda con el inquieto, con el esquizoide, cuyo descontento y preocupaciones lo predisponen al desabrimiento con los demás y a la aspereza en su modo de ser. El quejoso de sí cae en esta sequedad de la índole. Mas no es aceptable que en Mutis esta irritabilidad hubiera sido muy patente, que hubiera sido hombre esquinado, porque era amado en Santafé y porque personas como Humboldt lo conceptuaron de amable. El mismo se califica de "blando y condescendiente". (329) Mas probablemente lo que acontecía era que, por ser persona seria y avara de su tiempo, no toleraba ni conversaciones insustanciales, ni despropósitos, ni impertinencias. Gravitaban sobre él el rigor y la gravedad melancólica del carácter español. Sin duda alguna Mutis fue persona introspectiva, volcada hacia el interior, insociable, emprendedor y de algunas inhibiciones para trasladar a la acción su pensamiento. De "vacilante y descontentadizo" lo califica De Hoyos Sainz en su libro.
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CAPITULO XX E! Espíritu La infancia de Mutis tuvo de notable haber estado rodeada le presencias hereditarias y educativas múltiples, indiscutiblemente apreciables, y de que dos poderosas fuerzas, y sólo una y otra en armonía perfecta, determinaron su actividad espiritual, predominante y sobresaliente hasta el último de sus días. La Religión y la Ciencia fueron ellas. Pero el Arte, plenitud de las inteligencias nobles, no pasó a distancia de aquella mente solícita y devota. También lo entronizó en su templo. Es decir, auxiliado de lo fundamental, no tuvo la pesadumbre de ser insensible a la belleza, como tampoco la amargura de ignorar ni su misión ni su destino. La Religión le dio sus valores máximos y severos: santidad, en la expresión más pura, natural y contenida; disciplina estricta; amor profundo a Dios, un poco medido de palabras, mas de suma elocuencia en el ejemplo; y caridad, de desvelo y sacrificio diarios. La Ciencia le ofreció luces y sombras, verdades y dudas, evidencias y enigmas, surcos y simientes, y, además le concedió la gloria y le hizo abnegado, humilde y hasta ingenuo, Para su naturaleza reservada y de introverso ninguna cosa mejor le brindó la suerte que su inclinación a la Religión y a las Ciencias Naturales, porque ellas no solamente no se opusieron a nada de su intimidad, sino que concordaron con ella y aun le favorecieron su vida ansiosa de aislamiento y poca comunicación. Mutis fue el diario caminante defuera, pero también el eterno caminante de su mundo interno y su más aplicado custodio. De ahí que las ciencias en él no fueran interferidas por otros intereses de fausto y que el rumor piadoso de sus plegarias jamás fuese interrumpido. Desde muy joven dióse cuenta de lo que debía requerir sus atenciones y arrojó de sí impulsos y apetitos que fuesen extraños. Desocupó su alma, como si fuera un aposento, para que lo disfrutaran sus escogidos e invariables huéspedes. Y se confinó en sí mismo. Su capacidad de emoción, siempre profunda y escasamente descubierta, se mostró más del lado de lo místico, pero su inquietud de hombre inteligente y amante de las letras humanas lo llevó al conocimiento de los movimientos culturales del pasado. Grecia, Roma, el Medioevo, el Renacimiento, contribuyeron a la estructura de su espíritu, especialmente el siglo XVIII, en cuya filosofía moderna profesaba. (330) Del carácter de transición de esta centuria, de sus controversias, discusiones, grandes estudios y encarnizadas luchas le quedó cierto eclecticismo o estado intermedio de conducta que le facilitó vivir en paz con todas las gentes, en posición no contendiente ni batalladora, un poco semejante a la del que dijo "es mejor obedecer que ser obedecido", y reducir el gozo de su vida a investigar, a servir y a orar. Vivía en el ambiente sereno de la razón. Era el
botánico, el médico, el astrónomo en su significación más pura, pero propasándose sí en varias tesis con novedad particular o cambio. Aunque España no creó nada propiamente original de lo filosófico y social de este siglo, sí penetraron en ella las doctrinas extranjeras, abriéndose paso especialmente las francesas, el filosofismo incrédulo, el racionalismo, el enciclopedismo, y hubo choques de ideas entre los partidarios de ellas y sus adversarios. No se incorporó Mutis en estas agitaciones; tal vez más, no le importaron gran cosa, como tampoco le importó el movimiento gassendista, no mal visto por el Padre Tosca, ni el maignanismo, igualmente no mal visto por el Padre Nájera, ni, fuera de lo informativo, la doctrina cartesiana, con reminiscencias del Padre Feijóo y de Vives. Su pensar no estaba hecho ni para lo filosófico ni para lo histórico. Lo que sí le interesó e hizo suyo fue el concepto fundamental de observación y experiencia que impusieron esas décadas, siguiendo y amplificando el juicio y sentido práctico, primero de Vives y luego de Bacón y algunos otros. Puede decirse que en este siglo el espíritu de Mutis se plasmó en las excelencias del método experimental. Y todo esto es muy natural y comprensible dentro del amor casi exclusivo de él por las ciencias naturales. Lamentable fue la situación de éstas en la Península durante la centuria anterior, cuando se publicaron libros de fábulas, mentiras y aberraciones, como la "Magia Natural", la "Oculta Filosofía" y el "Ente Dilucidado"; pero aunque la centuria siguiente amaneció en esta escasez y desvarío, pronto empezaron a surgir obras de gran valor científico, como puede verse en la "Ciencia Española" de Don Marcelino Menéndez y Pelayo, y como lo anota en su obra refrente a la Botánica el laureado Don Miguel Colmeiro. Hubo una atracción que no se puede menospreciar, por lo marcada que fue, en el desenvolvimiento espiritual de Mutis. La de Boerhaave. Este, como aquél, estuvo destinado a seguir la carrera de la teología, porque fue hijo de un cura rural, que le señalaba esa orientación; mas, como aquél también, tuvo inclinación dominante por la botánica, las matemáticas, la química y la medicina. Sólo los diferenció el hecho de que el holandés no llegó al sacerdocio. Quien se detenga ante la actividad del sabio gaditano encontrará que, al modo de Boerhaave, en medicina era ecléctico; que, a semejanza de éste, se inclinaba más por la yatromecánica en el tratamiento de los pacientes; que también prefería la curación a la teoría; y que, al igual del Profesor de Leyde, su mejor terapéutica la constituía su personalidad en magnífica presencia frente al enfermo, porque poseía el don de ésta en su figura, en lo hablado, en lo escrito, en la cosa realizada. Ambos fueron asimismo ardientes estudiosos y ambos fueron especialmente benignos e indulgentes, como lo dice la historia de quien todavía recibe flores en su tumba, y como lo demostró el voluntario neogranadino en toda su vida, aun con quienes fueron sus adversarios y envidiosos. De su admiración y seguimiento a Boerhaave dio muestras Mutis en todo tiempo, particularmente cuando se le pidió indicar los textos que debían usarse en la enseñanza médica de Santafé. Para él no había nada superior a las "Instituciones" y "Aforismos" que se empleaban en la cátedra de Leyde.
La arrobadora personalidad del nerlandés sedujo a Mutis, como a todos los médicos y estudiantes de Europa en su tiempo, que, a su lado, no sólo aprendían medicina, sino matemáticas, química y botánica. Este no fue a Leyde en busca de esa enseñanza, lo que hicieron tantos de países apartados, pero sí tuvo siempre delante de sí, para formarse, a esa alta figura de la que Haller escribió: Communis Europae sub initio saeculi magister. Al apuntar estas similitudes salta sobre el papel el nombre de Pitágoras, con quien el espíritu de Mutis guarda relaciones remotísimas y misteriosas, pues si el de Samos se trasladó a Egipto, donde fue admitido como miembro del sacerdocio; donde creó tablas aritméticas pnemónicas, teoremas geométricos y métodos del cálculo gráfico; donde por las noches, sentado sobre el asiento de piedra del círculo equinoccial de Menfis, formulaba números y términos astronómicos, hundiendo la vista en la banda del Zodíaco; y donde enseñaba lo que había intuido, observado y descubierto, igualmente el de Cádiz, haciendo vida sabia en el Nuevo Mundo, se hizo sacerdote también, cultivó las mismas ciencias y ejerció entre los criollos sin igual e indecible magisterio. Con acierto puede hacerse en el espíritu de Mutis la observación de que, en cuanto a los hechos, en cuanto a la acción, no concebía lindero o confín y aun quizá se resistía a admitirlos. La extensión de lo posible se le dilataba indefinidamente. Sus investigaciones de ciencias naturales y exactas las hubiera querido ensanchar sin fronteras. Mas no así respecto a las ideas. En este campo sí existía una línea de demarcación que le circuía y que él no traspasaba por motivo alguno. Ni siquiera la menor exageración, lo que los griegos llamaban deinosis, llegó a tocar esa línea. Aparentemente sí hubo un acercamiento o arrimo, cuando, con motivo de su desacuerdo con los dominicanos en las tesis de Copérnico, emitió opiniones extrañas "en punto a la autoridad doctrinal de la Sede Romana y a los derechos patronales en esas materias". Pero eso no fue cosa motu proprio, sino basada en doctrinas eclesiásticas ya establecidas y adoptadas por la Corte. La formación estrictamente religiosa explicaba ampliamente esa escrupulosidad temerosa del Sabio. Hubo un orden hierático en el desarrollo de su mente. No fue Mutis espíritu de síntesis, sino de análisis y metódico, cuya obra recuerda a De Natura Rerum, el poema didáctico de Lucrecio. Careció de la capacidad idealista que abarca todo el universo en iluminación o adivinación creadora. Vivió delante de lo concreto, escudriñando, separando, clasificando y determinando entidades morbosas y preferentemente el carácter de las plantas y la composición de los cuerpos. Fue un sabio, un guardador de conocimientos, pero no un inspirado, porque, aunque se elevó mucho, no alcanzó a ser genio, pues no traspasó lo admirable y común humano. Por eso no fue hombre de fecundar la nada, ni de gran imaginación, sino de observaciones y verdades. Y por eso mismo también su mente, de organización compleja, mantuvo una unidad manifiesta y sencillez y claridad de principios. Nacido en época que siguió al cristianismo confesional y al movimiento agitado de la Reforma; rodeado de la afirmación, desarrollo y aumento del concepto de Razón, y delante del pronunciamiento de lo científico y de lo técnico, dentro de los efectos de un activo racionalismo y de un materialismo intransigente, la inteligencia de Mutis, siguiendo las tendencias corrientes, se inclinó por las ciencias positivas y se acercó a la Naturaleza, no ya con la idea
de la forma fija de los seres, sino con un nuevo criterio de progreso, faz inicial del posterior de evolución y transformismo. Pero este acercamiento a la Naturaleza no fue solamente intelectual, sino también de preferencia y emoción, y fue lo sentimental más hondo que se sucedió en su alma. El universo se se le entró y lo invadió, y él reaccionó gozoso, entregándose a sus ciencias más objetivas, la botánica, la física, la medicina, la zoología, las matemáticas, la química y la astronomía. Eminentemente científico fue su espíritu y como tal de disciplinada reflexión. Dio de manos a los embrollos escolásticos de su época y evitó las dispersiones de los sentimentalismos y las imágenes. Su pensamiento fue transparente, sencillo y absolutamente humano, al modo de los fenómenos de la naturaleza, objeto de su estudio, sobre los cuales se ajustaba y adaptaba con la precisión de la lente investigadora a la distancia y dimensiones de su campo visual. Por todo esto mismo fue espíritu de construcciones, de posiciones apercibidas y nunca improvisaba, A fuer de perito en las faenas del entendimiento, ahondó en lo fundamental y nunca despreció inopinadamente lo accesorio, porque sabía que esto último, bien utilizado, estimula y aviva las fuerzas de la razón. Atrás se dijo que el espíritu de Mutis no había tenido que ver ni con la filosofía ni con la historia. De ésta no revela ninguna preocupación, así en sus obras, como en sus cartas. A lo sumo se encuentran citados Arquimedes y la ciudad de Siracusa en algunos renglones epistolares dirigidos a Pedro Fermín de Vargas. En cuanto a la filosofía, como ciencia general de los seres, de los principios y de las causas, apenas tocaría con ella en sus estudios universitarios y en su labor científica. Completo silencio guardó siempre sobre ella. Mas sí vivió como un filósofo, en el sentido de haber regulado la vida con la razón y no con las pasiones y de haber tenido la suficiente sabiduría y resignación para sobreponerse a las vicisitudes humanas. Tuvo para sí una filosofía positiva, que la enseñó a sus discípulos, así como les enseñó severidad en las costumbres y los ilustró sobre las bases de la riqueza pública. El valor real que le dio al tiempo, su rigurosa economía, el distanciamiento que mantuvo de políticos y charlatanes, la higiene moral, el ascetismo, la zona de silencio que a su alrededor estableció para poder trabajar, son también manifestaciones de esa filosofía. De sus preocupaciones metafísicas, naturales en toda persona, el último fin fue !a mayor y aun persistente. Semejaba un personaje salido del "Fedón", porque parecía vivir con el pensamiento platónico de que la virtud es la separación anticipada del alma y del cuerpo, es decir, "una meditación de la muerte". Mutis no tuvo más serio cuidado e inquietud que rebasara a la de la salvación de su alma, por lo que rezaba el rosario aun viajando a caballo, y en las tendencias en que se dividió la filosofía a fines de la Edad Media, el misticismo y la dialéctica, y de las cuales la primera encontró todavía al amanecer del siglo XVIII en su propio hogar, ésta precisamente determinó la orientación y el camino de su alma. Lo cardinal para el espíritu de Mutis fue servir, pero servir sin cansancio ni fatiga, dentro de una absoluta libertad interior, es decir, sin sujeción a nada extraño a sus propensiones y principios y en un ambiente tan sencillo y despejado cuanto fuera posible. Por eso jamás vio comprometido su pensamiento en ninguna corriente ideológica profana, ni en el ámbito de ninguna persona. Lo gregario estuvo muy lejos de su ser. No tuvo más sujeción que a "su Dios" y "su Rey"; en lo demás marchaba autónomo, desenvuelto. Dentro de su gran independencia, la mujer nunca asomó por su horizonte, ni
siquiera viósele alguna amistad estrecha, y el sacerdocio sólo pudo llegarle a los cuarenta años, pero sin pensar en una orden religiosa. El encadenamiento claustral no era muy de su naturaleza. Su servir fue total, en absoluto desasimiento de sí. Nunca cultivó las eras de su exclusivo interés, ni se le vio en goce o descanso a la sombra de su propio alero; no: vivió sirviendo en el cercado de otro, o dando alivio bajo el techo de distintas gentes. Su vida fue un arroyo puro encañado hacia ajenos pozos. Es verdad que tuvo un negocio de minas y que cobraba sus servicios profesionales, pero no lo hizo, como se ha dicho varias veces, por codicia o conveniencia suya —aunque quizás así lo sugiera alguno de sus historiadores—, sino para conseguir re cursos indispensables. No se debe olvidar que estaba cargado de deudas cuando se creó la Expedición Botánica, que murió pobre y que si hubiera guardado el producto de sus honorarios habría sido rico, como el doctor Honorato Vila, médico de Santafé en su tiempo, o como Boerhaave, de quien se dice que hubiera podido cubrir de oro a su hija única. (331) Mutis fue un realista en el sentido de que tomaba las cosas tales como son, sin que el sentimiento o la imaginación les cambiara su alcance, mérito o valía. Tal vez esta misma tendencia a que en las apreciaciones de su mente nada faltara ni nada excediera, lo llevó a no hablar sino lo necesario y a ser breve y seco en las respuestas, según se deduce de sus biógrafos, lo que estaba en consonancia con su oficio de buscador de la verdad, de conviviente con ella, pues la verdad usa los caminos cortos. También fue un realista en cuanto se procuraba el mayor número de los conocimientos científicos, al modo de Leonardo, y todos los sentidos se pusieron a su servicio como guías capaces y seguros para encaminarlo a lo cierto. Pero de todos ninguno le benefició tanto como la vista. Fue ser de visión minuciosa, que sabía ver y estimar en la imagen cada detalle y su valor correspondiente. Recordaba ella las palabras del Evangelio: "La lámpara del cuerpo es el ojo. Si pues tu ojo está sano, tu cuerpo estará iluminado". Una de las particularidades del Sabio, sin duda propia de quienes llegan a lo alto en el campo de las ciencias, era la de que una vez que las imágenes o impresiones sensibles se le ponían delante' al punto percibía lo esencial de ellas y sus relaciones y diferencias. De receptivo y pasivo, rápidamente se tornaba en activo y comprensivo. Tenía la facultad de iluminar presto el fondo de los fenómenos empíricos o primordiales y de que cada uno de ellos se le convirtiera en auténtica revelación. De ello hay pruebas varias, como en sus observaciones de las Pasifloras y en su estudio sobre la "Poligamia de las plantas en América". Cualidad llamativa del espíritu de Mutis fue, a no dudarlo, su poder de atracción y proselitismo, no muy servida de palabras, ejercida sobre la notable juventud neogranadina, de cuya entraña noble y palpitante se adueñó. Era el verdadero agogos de los griegos, el conductor por el ejemplo. Fuera de muchísimas personas que recibieron su influencia y la de su preceptiva experimental, entre los que se destacan José María Cabal y Joaquín Camacho, figuran como sus discípulos, a más de numerosos jóvenes, los siguientes que han pasado a la historia como más distinguidos: Pablo Antonio García, Eloy Valenzuela, José Félix de Restrepo, Pedro Fermín de Vargas, Jorge Tadeo Lozano, Diego García, José Manuel Restrepo, Francisco José de Caldas, Manuel Rodríguez Torices, José Fernández Madrid, José María Gutiérrez,
Frutos Joaquín Gutiérrez, Custodio García Rovira, José Gregorio Gutiérrez, José María Salazar y Emigdio Benítez. Si uno piensa en lo sobresaliente que era la inteligencia de esa pléyade juvenil, en la sabiduría y en la personalidad fuerte y levantada de cada uno de sus miembros, tiene que concluir que sólo un incentivo especial y poderoso de la razón y un particular hechizo suprasensible podía agruparlos en su órbita. De modo seguro obró en ello su yo pensante, dueño de sí mismo, y, .sobre todo, su conciencia organizada, que es lo decisivo en quienes tienen el dominio de otras almas, cuyas relaciones estudian, combinan y disponen, para mejor coincidir con ellas. Así se explica uno que no necesitara de alamares literarios y mucho menos de imposiciones rigurosas, logrando en ellos semejanzas valiosísimas, cuando no una identidad tan avanzada y sorprendente como la obtenida con el Sabio Caldas. ¿Y quién dirá hasta dónde pudo participar en este ascendiente su dignidad impo nente? Puede cualquiera aseverar sin equivocarse que las calles de Santafé no conocieron en su tiempo una figura de mayor admiración y respeto. Quien pasaba por ellas no era solamente un hombre, sino un decoro, una capacidad y una experiencia. ¿Y la estética de Mutis? Puesto que no fue un filósofo ni exclusivamente un artista documentado y docto, la estética, nacida en su siglo como ciencia, no debió interesarle en alto grado, pero sí es de pensar lo que fue en él, temperamento esmeradamente objetivo, su percepción y apreciación de la belleza. Es de observación corriente que en todo gran científico hay un artista, y, viceversa, que en todo importante hombre de arte hay asimismo un hombre de ciencia. Es la unión, por lo universal y alto, de lo Bueno y de lo Bello. Goethe, Leonardo, y Humboldt, entre los insignes, lo demuestran. Mas también es de observación diaria que si uno se detiene frente a un científico común, uno que sea a un tiempo naturalista, médico y astrónomo, por ejemplo, ve, como frecuente, que cuando se hunde en la hermosura general de la naturaleza, cual si fuese en un mundo de armonías, al pronto la tendencia científica lo lleva a la consideración de las leyes que rigen el universo. La visión de una montaña lejana no lo transporta a los ensueños de belleza que la idealizan, sino más bien a pensar en alturas, climas, vegetaciones, riquezas y utilidades posibles; y ante un cielo estrellado no vibra su sentimiento sumergido en el temblor de las constelaciones, ni se siente inundado de la dulce melancolía que desciende de ellas. Antepone a todo el hallazgo matemático de paralajes y ascensiones y declinaciones. Es decir, la contemplación de un ser determinado la hace como sabio. Así, la suavidad del perfume de una flor y el prodigio y delicadeza de su corola desaparecen bajo la cubierta de los caracteres anatómicos, la curva triunfal del seno de una virgen se nubla en la reflexión fisiológica de su función alimenticia, y el embrujo ardiente de unos ojos grandes se vela en el cálculo clínico de un hipertiroidismo. Pero Mutis es, por este aspecto, de la categoría de Goethe, Leonardo y Humboldt, concretamente más de este último, quien, señor del adjetivo, alababa las maravillas del universo en lenguaje poético. La ciencia no apagó en él la imaginación, el instinto creador o el sentimiento. Como científico que era, interpretaba el mundo, y como poeta, que también lo era, lo interpretaba igualmente, con la diferencia de que por el primer modo lo hacía sin intervenir el
corazón, lo que sí sucedía por el segundo. Era un cazador de verdades en los arcanos de la naturaleza, pero si un descubrimiento disipaba el misterio que existe en lo poético, en cambio, surgía siempre otro misterio más allá, para suplir el desvanecido, de suerte que vivía en una sucesión de perspectivas, pasando de una metamorfosis en otra. Eso sí, no puede negarse que la ciencia le limitaba la actividad de la imaginación y el sentimiento, más que todo por sus preferencias personales de desentrañar los principios y las causas en los objetos de su estudio, de donde se sigue que no predominaban en él la emoción de los detalles, ni la expresión pura y bella de esas emociones, ni la contemplación del universo libre de intereses prácticos y metódicos, ni las figuraciones artísticas que plasman la esencia abstracta de los seres. Acatando la estética, la vocación le alejaba poco o mucho de su reino. Delante de la realidad inmediata de las cosas, tomadas, ya no como motivo científico, sino sólo como materia de hermosura, en su gran pericia visiual, estimó, aunque no con elección ni primacía, lo sensible de ellas, la belleza que reflejan. Desde luego, no parece que esto hubiera sido para él de capital interés, porque era un tanto periférico su criterio artístico, su capacidad para registrar tonalidades, aspectos, luces y sombras con imaginación y sentimiento. Su aprecio de la naturaleza era primordialmente técnico. Y de la misma manera que para el mundo exterior, tampoco tenía el Sabio predisposición constante de la sensibilidad y el sentimiento para cambiar su mundo interior con finalidades artísticas. En presencia de la belleza podía tener el estremecimiento total del poeta, el goce estético del artista, pero habitualmente se mostraba ante ella estático, sin mudanza calificable. Muchas veces demostró que se emocionaba hondamente ante la muerte de un amigo, ante el momento desgarrador de un ¡ay!, ante la música sublime de un hexámetro o ante el tenue cuerpo de una Inmersa, mas vivió con mayor constancia en la frialdad del razonamiento que en la excitación de lo sensible y no se asomaba a menudo a lo misterioso e insondable. Por otro lado, como todo ser humano influido por lo religioso, dotado de dones poéticos, tenía un sentimiento profundo, reverente y guardado de lo bello, pero, por lo que se ve en lo vasto de su vida, gustaba más de tomar otra posición, o sea la de identificar lo estético con lo moral, en severidad kantiana, a semejanza de los estoicos. Por ese sentimiento ascendía a lo Absoluto, hacia Dios, cual San Agustín y los filósofos de la Edad Media. Peculiar característica de Mutis fue su capacidad de examen, especialmente de lo pequeño, para lo cual los estudios de anatomía humana le abrieron y le facilitaron los caminos y los métodos. En la claridad de los detalles percibía lo infinito; con ellos, confrontándolos, descubría las leyes naturales; y ante los matices, ante su color y sentido, precisaba y generalizaba su ejercitada inteligencia. Fue un espíritu notoriamente renovador de lo viejo, estancado y patinoso en la Colonia, tal vez por el siglo tan importante que le tocó en suerte, pues la entidad de una época está en razón directa de su agitación, de sus tesis distintas y encontradas, de sus doctrinas opuestas, de sus tendencias artísticas separadas y divergentes. Sin duda esto contribuyó también mucho a que fuera ideológicamente tolerante. ¿Quién podrá decir que por los alrededores de su pensamiento no hubieran rondado tentadores juicios o conjeturas un poco heterodoxas de gobierno?
Igualmente tuvo el Sabio un espíritu fundador, que abrió los cauces del pensamiento neogranadino, dándoles o aumentándoles su caudal, despertando entre nosotros el concepto del conocimiento comparado y creando, sobre todo, al héroe y al ciudadano de nuestra vida independiente. Para alcanzar estos resultados, fuera del equipo intelectual y técnico que tenía a su disposición, empleó el acertado procedimiento de tratar al criollo, al mestizo, como a iguales de él mismo, con el rasero nivelador del Evangelio, el de algunos postulados de Séneca, y no en los peldaños distanciadores y degradantes del oidor Cornejo con respecto al Obispo Lucas Fernández de Piedrahita. A ley de médico y maestro tenía que entenderse con numerosas personas, pero esto lo hacía, no tanto por impulso sentimental cuanto por miras a ser útil, a ejecutar obras buenas. Y como era hombre noble, trataba a todos con amabilidad y cortesía; pero, enemigo de diálogos impertinentes y fútiles — que son los frecuentes en los interlocutores— en lo más profundo de su alma continuamente se apartaba de todo el mundo, como dice Huizinga de Erasmo en su libro hermoso. Le mortificaba lo irrazonable, lo vano, lo frivolo, lo meramente formal, y procuraba vivir según su naturaleza. Esto y, con especialidad, su vivo amor a la botánica, explican sus permanencias largas en las minas de Pamplona e Ibagué. Pretendió su espíritu, verdaderamente espacioso y ecuménico, coincidir con todo. Servido de dones distintos, logró una ilustración universal, por lo que obtuvo una más completa interpelación del mundo y una mayor facilidad para la individualización de los seres, ordenando razonamientos, juntando correspondencias y limitando lo general con lo general, en la amplísima extensión de sus estudios. Su verbo principal en estas disciplinas lo constituían los hechos, y sus conclusiones gozaban de solidez y seguridad, porque el trabajo de cada ciencia estaba sostenido y respaldado por el auxilio de las colaterales. De ahí que fuera un espíritu de autoridad, de crédito y de fe, claramente observable en sus escritos, así científicos como amistosos y familiares, tal su obra "El Arcano de la Quina", en la que resplandece esta excelencia de su ser. Contribuyó a esto el aplomo de su comportamiento, pues permaneció siempre lejos de lo ridículo y ceñido a lo sensato. A más de clara inteligencia poseyó talento, lo que le permitió moverse entre los hombres como varón de consejo y de superioridad reconocida. Una de las advertencias más interesantes que pueden hacerse en el espíritu de Mutis es la de que, como no muchos, se puso en contacto con lo elemental cuando entró en el Nuevo Mundo. Realizó él el encuentro de la ciencia con lo primitivo para proyecciones futuras deslumbrantes, porque era la penetración de la sabiduría en un tácito acontecimiento de fuerzas primarias, con potencia y frescura originales. Entonces lo desconocido y misterioso pasó al escenario del conocimiento. Las verdades elementales, mudas y encubiertas, tomaron el lengua je y la presencia de todos sus valores. Los seres de nuestra na turaleza entraron desnudos en su entendimiento para salir de él con el vestido de su clasificación y de su nombre. Lo que no se ha nombrado con el realce merecido en la vida de Mutis es su espíritu heroico. Si el heroismo entre los pueblos, como se afirma, consiste en un esfuerzo eminente de la voluntad y de la abnegación que culmina en un
hecho estupendo, el Sabio anduvo por su altura. Fue un héroe intelectual. Un acto súbito de intrepidez y arrojo, cual el de Ricaurte, que lleva al sacrificio de la vida por un ideal colectivo, de hecho da a quien lo realiza la categoría de héroe. ¿Por qué no la recibe igualmente quien ejecuta, con sacrificio de la vida también, una obra prolongada, difícil, de intención inflexible y de porfía inquebrantable, para lograr un extraordinario beneficio público? Ello debe ser así, porque es más meritorio el empeño largo, denodado, extremo, a vida o a muerte, que el suceso hazañoso y rápido. Debe dársele todo el valor real de sacrificio que tuvo la actividad de Mutis en el Nuevo Reino y muy principalmente su salida de España tras de un eximio propósito, abandonando una cómoda posición en la Corte y un futuro de grandes promesas, así como su negativa de regresar a la Península con el Virrey Messía de la Cerda, y de irse con el Virrey Guirior a establecerse en Lima. En "Benjamín Constant", la obra de Charles Du Bos, se lee que aquel célebre hombre sólo les permitía a las personas con quienes se comunicaba, así fueran sus mejores amigos, llegar hasta cierto punto de su interior o intimidad, y que de ahí en adelante, a excepción con fines de dolor, nadie podía penetrar en su estancia inviolada y defendida. Algo semejante sucedía con Mutis. Cuando sus conocidos y relacionados pretendían entrar en su fuero interno, encontraban un "hasta aquí" infranqueable. Por eso sus biógrafos González Suárez, Gredilla, Pérez Arbeláez y De Hoyos Sainz le califican de "circunspecto y reservado" y de "concentrado y poco comunicativo". Entre los habitantes todos de Santafé sin duda apareció como plegado, porque muró su persona dentro de la Religión y la Ciencia y porque bajo su capa galénica, de vuelo ancho, vistió su cuerpo del burdo sayal del sacerdote, tal como vistió el suyo, bajo el rojo cardenalicio, su eminente compatriota Jiménez de Cisneros. La vida de Mutis se mantuvo en una dualidad antinómica, en una contrariedad u oposición: entre el hombre exterior tan claro y despejado y el interior tan cubierto; entre el hombre de una vocación y el de otros menesteres; entre la patria peninsular y la neogranadina adoptiva; entre su niñez y juventud a orillas del mar y su madurez y senectud en lejanías mediterráneas: entre la cultura española y la incultura colonial; entre la vida civilizada de Cádiz, Sevilla y Madrid, y la campestre del Sapo y de Pamplona. Compadeciéndolos, su alma esquivaba a los hombres; era sociable y solitario, despreocupado y atento, activo y contemplativo, habitante de los cielos y caminante de la tierra, buscador de lo general y de lo concreto en la faena diaria. Resaltan así el autodominio y la sumisión de su ser para conservarse en esta antítesis o contraste, estado sólo posible para los que, como San Pablo, hayan reducido el cuerpo a servidumbre, hayan sido bautizados en la nube y en el mar y hayan bebido la vida del espíritu. Su benevolencia y tolerancia fueron más manifiestas en las postrimerías de su vida, cuando en la Nueva Granada se intensificaban por lo hondo las diferencias entre criollos y chapetones. La Colonia era como un cruce extenso de caminos, donde rumores opuestos se entreoían. Del lado granadino aparecían cenáculos clandestinos, se protestaba a sotto voce, esforzábanse las audacias, se repartían hojas secretas, se escribían cartas convencionales, circulaban invitaciones a conciliábulos, urdíanse maquinaciones y planes, esbozábanse realidades nuevas y se abrían grietas en los muros gubernamentales y políticos de la Monarquía. Y del lado español, se producían comentarios, se indagaba con minucia, se buscaban afanosamente datos y pruebas, se extremaban las interpretaciones y tratábase de distinguir en las sombras las
siluetas de los "demonios de la sedición", de los paladines de la gloriosa revuelta. Y fue un espíritu completamente español. En primer lugar fue un ser de pasión profunda y austera, que en su caso tuvo un rumbo científico y religioso; en segundo lugar, le distinguió siempre un yo afirmativo, del que dio muestras toda la vida; y en tercer lugar, tuvo el honor característico de los peninsulares. Además de esto fue hombre de aventura y de acometimiento, como los que realizaron la magna conquista de América, y proyectaba su persona en todos sus conciudadanos, con fines de servicio. No le faltaron tampoco la abnegación y la rebeldía de la raza, así como la energía y la serenidad, que en la contemplación o en la acción se transfiguran para dar obras estupendas, materia de la historia. Acompañóle también el individualismo fuerte de sus gentes, que son como a bien lo tienen. Michelet dijo muy acertadamente: "Inglaterra es un imperio; Alemania, un país; y Francia, una persona". Podría agregarse que España, muchos individuos. En efecto, en Inglaterra hay una disciplina social de la cultura; en Alemania, una unidad, a la vez real e ideal, alrededor de uno de sus hombres máximos; y en Francia, la uniformidad de una nación entera, que es la nación-persona, cuyo conjunto, sin tener hombres tan encumbrados como Goethe, Dante o Shakespeare, tiene sin embargo un valor de personalidad colectiva única e incomparable. Mas en la Península no hay la presión de toda una sociedad, cual en Inglaterra, ni el concierto de un conjunto intelectual, como en Francia, ni el ejemplo penetrante y avasallador de un genio, como en Alemania; lo que hay son personalidades separadas, independientes, unidas solamente por los lazos étnicos y por el lazo religioso. El español es desigual, discontinuo, regido más por lo genial intuitivo o subconsciente que por una conciencia crítica y metódica. Es el concepto de Don Salvador de Madariaga. Y porque Mutis, sin ser egoísta, sí fue un hombre de clara autonomía, no se sujetó estrictamente a ninguna norma oficial desmedida, ni de método obligante, y quizás por esto no le dio a su trabajo científico el remate que aguardaban americanos y españoles. Siendo su espíritu esencialmente peninsular, tuvo asimismo bastante de lo europeo, por la cantidad de experiencias y conocimientos acumulados y por la gran comprensión que poseía. Era dueño de la civilización y la cultura de su tiempo y ostentaba muchas de las más bellas riquezas que el Viejo Continente había reunido. De los libros religiosos y profanos de todas las épocas, aun de los más antiguos, había bebido religión, sabiduría y belleza, y por eso alcanzó una vida superior, que le permitió colmar una de las horas más fértiles y portentosas de nuestra vida toda. Se ha dicho en varias páginas de este libro que el misticismo fue el derrotero de la formación de Mutis, pero hay que aclarar que tuvo un espíritu religioso, pero no místico, en el sentido de adhesión exaltada o fanática a sus creencias, ni que anduviera por los siete grados de la contemplación de San Buenaventura, o que se aproximara a los arrobamientos de un San Juan de la Cruz. Más bien se inclinaba a lo que se ha llamado el misticismo aristotélico.
Este hombre libre, destacado y pobre, que fue Mutis, nos dio el asombro de su espíritu diáfano y santo. El mal, aun el más mínimo, jamás pudo empañarlo. Si se acepta como sabiduría el conducirse uno con el mayor acierto o el apreciar con real cordura los conocimientos y valía del alma, la santidad puede equipararse con la sabiduría; mas tal confrontación sería imposible si se piensa que esta última es el conocimiento profundo en ciencias, letras o artes, porque un hombre de poca ilustración puede ser un santo, tal el Santo Cura de Ars, así como un gran letrado o científico puede tener conducta reprobable y carecer de buen juicio para estimar la voz de la razón. Con todo, en la mayoría de los casos, el sabio y el santo se hermanan, porque lo común es que la sabiduría santifique. En Mutis brillan perfectamente unidos el sabio y el santo. Como santo, no fue el que señala la iglesia para recibir culto en los altares, pero sí la persona de especial virtud y ejemplo que merece el homenaje y la veneración de un pueblo; como sabio, poseyó todos los atributos de éste. Disciplina, humildad, abnegación, desasimiento, he aquí la escala por donde ascendió él a estas alturas, en donde juntó un misticismo profano y otro religioso. Fueron dos perfecciones, y cada una el seguimiento de una voz interior indeclinable. Como santo, perteneció a la vida profunda; como sabio, también perteneció a ella, pero más a la vida extensa. De sacerdote, ahondó en sí y en su religión; de sabio, en sus ciencias y en los hombres. Como santo, oraba y edificaba; como sabio, iluminaba, enseñaba y descubría. En aquel carácter, despersonalizándose, se entregó a Dios; y en éste, se entregó a sus discípulos y a España y a su América. Por lo primero, hizo una recreación de sí mismo. Por lo segundo, creó héroes; recreó hombres, instruyéndolos y curándolos; recreó animales y plantas, fijándolos y clasificándolas, para darles duración técnica y artística; pero, por sobre todo, en nuestro mapa espiritual y físico estudió, señaló y determinó los caminos centrales y escogidos de nuestro progreso. FIN REFERENCIAS
1 - Véase Luis de Hoyos Sainz, "José Celestino Mutis", página 46, y véase Pablo Elias Gutiérrez, "El Sabio Mutis y la Medicina en Santafé durante el Virreinato", página 16. 2- " Marcelino Menéndez y Pelayo, "La Ciencia Española", Tomo III. 3" Marcelino Menéndez y Pelayo, misma obra. Tomo III. 4- " Víctor Wolfgang von Hagen, "Sudamérica los llamaba", página 146. 5" Eloy Valenzuela, "Primer Diario de la Expedición del Nuevo Reino de Granada", discurso preliminar del P. Enrique Pérez Arbelaez Página 3 6 “Victor Wolfgang von Hagen , obra citada, páginas 82 y 153.
6789-
Marcelino Menéndez y Pelayo obra citada Tomo III Marcelino Menéndez y Pelayo, obra citada. Tomo III Marcelino Menéndez y Pelayo , obra citada Tomo III Angel Salcedo Ruiz, “Resúmen histórico-crítico de la Literatura Española” pg 371 10- G. Pérez Bustamante, “Compendio de la Historia de España” ppágina 492 11- Guillermo Hernández de Alba “Aspecto de la cultura en Colombia” página 134 12- Salvador de Madariaga “Cuadro histórico de las Indias” página 304 13- Eloy Valenzuela , obra y discurso citados , pg 33 – De Hoyos Sainz Abra citada, página 49; y José Celestino Mútiz , “El Arcano de la Quina “ publicación de Hernández de Gregorio, prólogo. 14- Luis de Hoyos Sainz, obra citada, página 50 y Pablo Elías Gutiérrez, obra cirtada página 16 16- Véase Víctor Wolfgang von Hagen, Enrique Pérez Arbeláez, obras citadas, y Carlos Restrepo Canal, "Organización poltica y cultural del Nuevo Reino de Granada". 17- " Guillermo Hernández de Alba, "Archivo epistolar del sabio naturalista José Celestino Mutis", página 106. 18 - " Eloy Valenzuela, obra y discurso citados, página 34. 19 - " Federico Gredilla, "Biografía de José Celestino Mutis", página 426. 20 - " Eloy Valenzuela, obra citada, prólogo de Mario Acevedo Díaz, página 10. 21 _ " Federico Gredilla, obra citada, págs. 432 y siguientes. 22 - " Eduardo Posada, "Obras de Caldas", página 99. 23 - " Eloy Valenzuela, obra y discurso citados, página 35. 24 - " Federico Gredilla, obra citada, págs. 432 y siguientes. 25 - " Eloy Valenzuela, obra citada, página 35. 26 - " José Manuel Groot, "Historia Eclesiástica y Civil de Nueva Granada", Tomo I, página 181. 27 " Federico Gredilla, obra citada, págs. 500 y siguientes. 28 - " Pedro María Ibáñez, "Crónicas de Bogotá", Tomo I, página 34. 29" Pedro María Ibáñez, "Memoria para la historia de la Medicina en Santafé de Bogotá", página 7. 30- " Guillermo Hernández de Alba, "Aspectos de la Cultura en Colombia", páginas 10 y 109; Restrepo Canal, "Organización política y cultural del Nuevo Reino de Granada", 2° conferencia, pág. 198, y José Manuel Groot, obra citada, Tomo I, página 116. 31 " José Manuel Groot, obra citada, Tomo I, página 228. 32 - " Pedro María Itaáñez, "Crónicas de Bogotá", Tomo I, página 323 33 " José Manuel Groot, obra citada, Tomo I, página 323. 34 - " Guillermo Hernández de Alba, "Aspectos de la Cultura en Colombia", págitia 108. 35- " Pedro María Ibáñez, "Crónicas de Bogotá", Tomo I, página 307. 36 " Pablo Elias Gutiérrez, obra citada, página 8. 37 " Pablo Elias Gutiérrez, obra citada, página 6. 38Véase Federico González Suárez, "Memoria histórica sobre Mutis". 39 Pablo Emilio Gutiérrez, obra citada, página 26, y Pedro María Ibáñez, "Memoria para la historia de la Medicina en Santafé de Bogotá", página 13. 40 - Enri Mondor, Grands Medícins presque tous, páginas 88 y siguientes.
41-
"
Emilio Robledo, "La Expedición Botánica y la Medicina en Colombia", conferencia, página 175. 42" Marcelino Menéndez y Pelayo, obra citada, Tomo III, página 180. 43 " Diego Mendoza, "Expedición Botánica", página 40. 44 " Diego Mendoza, "Expedición Botánica", página 41. 45 - " Guillermo Hernández de Alba, "Archivo Epistolar de Mutis", Tomo I, pagina 18. 46 " Diego Mendoza, obra citada, páginas 44 y siguientes. 47 " Basilio Vicente de Oviedo, "Cualidades y Riquezas del Reino de Granada", página 185. 48" Guillermo Hernández de Alba, "Archivo Epistolar de Mutis", Tomo I, páginas 20 y 24. 49 - " Basilio Vicente Oviedo, obra citada, página 185. 50 " A. Manquat, "Tratado elemental de Terapéutica", Tomo II, página 141. 51 - " Wolfgang von Hagen, "El Botánico inmortal", pág. 260 52 " Federico Gredilla, obra citada, página 105, y José María Uricoechea "Memoria histórica del Sabio Mutis", página 36. 53" José Manuel Groot, obra citada, Tomo I, página 181 y apéndice 25. 54- " José Celestino Mutis, "Diario de Observaciones", Tomo II, páginas 11, 307, 421, 514, 522 y 526. 55- " Emilio Robledo, Conferencia, obra citada, página 102. 55 " Emilio Robledo, Conferencia citada, página 175.56 – “ Diego Mensoza, obra citada página 102 57 – “ G. Perez Bustamante, obra citada Página 488 58 – “ Federico ]Gredilla, obra citada, páina 165 59 – “ José Celestino Mútis, “Diario de observaciones” Tomo II página 221 60 Véase José Celestino Mutis, misma obra, página 128. 61 - " Federico González Suárez, obra citada, página 68. 62 " Guillermo Hernández de Alba, "Archivo Epistolar del sabio naturalista José Celestino Mutis', página 18. 63" José Celestino Mutis, "Diario de Observaciones", Tomo II, página 341. 64 " José Celestino Mutis, misma obra, página 290. 65 " Luis de Hoyos Sainz, obra citada, página 188. 66 " Pedro María Ibáfiez, "Crónicas de Bogotá", Tomo II, página 52. 67" Guillermo Hernández de Alba, "Aspectos de la Cultura en Colombia", página 123. 68 - " Federico González Suárez, obra citada, página 11. 69 " Guillermo Hernández de Alba, "Aspectos de la Cultura en Colombia", página 125. 70- " Guillermo Hernández de Alba, misma obra, pág. 125, y Federico González Suárez, obra citada, página 12. 71 " Federico Gredilla, obra citada, página 61. 72 " Eduardo Posada, "Cartas de Caldas", página 72. 73 " Federico González Suárez, obra citada, página 91. 74 - " Carlos Restrepo Canal, Conferencia citada, página 205. 75 " José María Restrepo Sáenz, "Biografía de los Mandatarios y Ministros de la Real Audiencia" página 468. 76 " Federico González Suárez, obra citada, págs. 15 y !6. 77 " Federico González Suárez, obra citada, págs. 15 y !6. 78 - " José Manuel Groot, obra citada, Tomo II págs. 97 y 98. 79 " Carlos Restrepo Canal, "El siglo XVIII y las ciencias naturales en España y América", página 21. 80 " José María Restrepo Sáenz, obra citada, página 471.
- " Carlos Restrepo Canal, Conferencia citada, pág. 207. — " Eduardo Posada y Pedro María Ibáñez, "Relaciones de Mando", páginas 197 a 276. - " José María Restrepo Sáenz, obra citada, página 463. - " Pedro María Ibáñez, "Crónicas de Bogotá", Tomo II, página 282. 85 - " José Celestino Mutis, "Diario de Observaciones", Tomo II, página 65. 86 Véase Luis de Hoyos Sainz, obra citada, página 190. 87 " Federico Gredilla, obra citada, página 28 88 " Federico Gredilla obra citada, página 110. 89 " Diego Mendoza, obra citada, página 58. 90 " Diego Mendoza, obra citada, página 58 (nota). 91 " José Celestino Mutis, "Diario de Observaciones", Tomo II, página . 392 92 " Lorenzo Uribe Uribe Pbro., "La Expedición Botánica del Nuevo Rei. no de Granada: su obra y sus pintores”, página 104 93 " José Celestino Mutis, "Diario de Observaciones", Tomo II, página . 588 94 " José Celestino Mutis, misma obra, Tomo II, pág. 588. 95 " José Celestino Mutis, misma obra, Tomo II, pág. 343. 96 " José María Restrepo Sáenz, obra citada, página 167. 97 " Guillermo Hernández de Alba, "Archivo Epistolar de Mutis", Tomo I Página 49 98 " Ángel María Galán,"Los Comuneros", página 265. 99 " José María Restrepo Sáenz, obra citada, página 167. 100 " José María Restrepo Sáenz, obra citada, página 167. 101 " José María Restrepo Sáenz, obra citada, página 169. 102 " Federico Gredilla, obra citada, página 165. 103 " Federico Gredilla, obra citada, página 165. 104 " Pedro María Ibáñez, "Memoria para la historia de la Medicina .de Santafé de Bogotá, página 21 105 - " Pedro María Ibáñez, misma obra, página 17. 106" Emilio Robledo, Conferencia citada, página 175. 107 " José María Restrepo Sáenz, obra citada, página 911. 108 " Federico Gredilla, obra citada, página 175. 109 - " Gregorio Hernández de Alba, "Archivo Epistolar de Mutis", Páginas 65 a 72 . " Enrique Pérez Arbeláez. — Discurso preliminar "Primer Diario" De Eloy Valenzuela página 38 . 111 " Lorenzo Uribe Uribe, Conferencia citada, página 105. 112 " Lorenzo Uribe Uribe, Conferencia citada, página 106. 113 " Lorenzo Uribe Uribe, Conferencia citada, página 125. 114 - " Gregorio Hernández de Alba, "Archivo Epistolar de Mutis”, Tomo I , página 81
115 - Véase José Celestino Mutis, "Diario de Observaciones'" Tomo II, Página 667 116 - " Luis de Hoyos Sainz, obra citada, página 193. 117 - " Jaime Méjía Duque, "La Biblioteca de Don Juan José DÉlhuyar” “Revista Bolívar”, Vol X, Septiembre 1957 118" Guillermo Hernández de Alba, "Archivo Epistolar de Mutis", . Tomo I, páginas 150 y 160 119" José Celestino Mutis, "Diario de Observaciones", Tomo II, páginas 51, 52, 96, 175, 188, 451, 501.. 502 y otras 120" Mutis, mismo "Diario", págs. 163, 210, 275, 333, 376, 395, 458 y otras mas 121. Mutis, mismo “Diario” pgs 74, 86, 92, 93, 106, 147, 151, 154 y otras más 122 Id., id., id., id., pgágina 623 123 id, id, id, id páaginas 605, 607y 623 124 id, id, id, id, páginas 164 y 377 125" Guillermo Hernández de Alba, "Archivo Epistolar de Mutis", Tomo II, página 33. 126" Federico González Suárez, obra citada, página 28. 127" Federico González Suárez, obra citada, página 27. 128" Luis de Hoyos Sainz, obra citada, página 87. 129" Federico González Suárez, obra citada, página 57, y "Archivo Epistolar de Mutis", Tomo I, págs 291 y sigtes. 130 " "Papel Periódico de Santaíé de Bogotá", año de 1.793, página 137. 131 " Guillermo Hernández de Alba, "Archivo Epistolar de Mutis", Tomo I, página 31. 132 " José Celestino Mutis, ''Diario de Observaciones" Tomo II, página 462. 133 " Id., id., id., id., página 441. 134 " Federico Gredilla, obra citada, página 202.. 135 " id, id, id, página 20 136 Diego Mendoza, obra citada, página 98. 137" Pedro María Ibáñez, "Memoria para la historia de la Medicina de Santafé de Bogotá", página 23. 138 “ José Ignacio Perdomo Pbro., "Historia de la Música en. Colombia", página 32. 139 - Véase Pedro María Ibáñez, "Memoria para la historia de la Medicina de Santafé de Bogotá", página 21. 140" Id., id., id., id., página 23, 141" Guillermo Hprnández de Alba, ''Aspectos de la Cultura en Colombia", página 169 y siguientes. 142- " Diego Mendoza, obra citada, página 102. 143- " Guillermo Hernández de Alba, "Aspectos de la Cultura en Colombia", página 171. 144- " Id., id., id., id., página 172. 145" Pedro María Ibáñez, "Memoria para la historia de la Medicina de Santafé de Bogotá", páginas 34 y sigtes. 146- " Federico Gredilla, obra citada, página 206. 147" José Manuel Groot, obra citada, Tomo II, páginas 347 y 348. 148" Florentino Vezga, "La Expedición Botánica", págs. 48,49 149., id., id., id., páginas 48 y 49. 150 ., id., id., id., páginas 48 y 49. 151" José Manuel Groot, obra citada, Tomo II, página 150.
152" Basilio Vicente de Oviedo, obra citada, página 28. 153" José Celestino Mutis, "Diario de Observaciones", Tomo II, página 578. 154" Florentino Vezga, obra citada, página 57. 155" Joaquín Pinestrad, "El Vasallo instruido", libro "Los Comuneros", Biblioteca . de la Historia de Colombia , Vol 4°, página 81 156" Lorenzo Uribe Uribe, Conferencia citada, página 118. 157" José Celestino Mutis, "Diario de Observaciones", Tomo II página 26, y Guillermo Hernández de Alba, "Archivo Epistolar de Mutis", páginas 128 y 140. 158" Lorenzo Uribe Uribe Pbro., Conferencia citada pág. 109. 159" Eduardo Posada, "Obras de Caldas", página 101. 160" Guillermo Hernández de Alba, "Archivo Epistolar de Mutis", Tomo I, páginas 93 y 94. 161" Federico Gredilla, obra citada, página 84. 162 Id., id., id., id., página 66. 163" Papel Periódico de Santa Fe de Bogotá", N° 137, abril 11, 1.794. 164- Véase Federico Gredilla, obra citada, páginas 73, 74 y sigtes. 165" Id., id., id., id., página 66. 166" Guillermo Hernández de Alba, "Archivo Epistolar de Mutis", Tomo I. página 243. 167 " Eduardo Posada y Pedro María Ibáñez, "Relaciones de Mando", páginas 462 y 464. 168 Guillermo Hernández de Alba, "Archivo Epistolar de Mutis", Tomo I, página 241. 169" Id., id., id., id., página 242. 170" Id., id., id., id., página 252. 171" Jos Manuel Groot, obra citada, Tomo II, página 391. 172" Guillermo Hernández de Alba, "Archivo Epistolar de Mutis", Tomo I, página 25. 173 " Pedro María Ibáñez, "Memoria para la historia de la de la Medicina de Santafé de Bogotá", página 18. 174" Pablo Elias Gutiérrez, obra citada, página 35. 175" José Manuel Pérez Sarmiento, "Causas célebres de los Precursores", Tomo I, página 201. 176 " Guillermo Hernández de Alba, "Archivo Epistolar de Mutis", Tomo I, página 169. 177" Diego Mendoza, obra citada, página 102. 178" G. Pérez Bustamante, obra citada, página 492. 179" Pedro María Ibáñez, "Memoria para la historia de la Medicina de . Santafé “ pág. 44 180" Diego Mendoza, obra citada página 105. 181 “ Id., id,, id., id., página 115. 182" Andrés Soriano Lleras, "La Medicina en el Virreinato de la Nueva Granada de 1.801 a 1.810", Boletín Cultural y Bibliográfico del Banco de la República, volumen VIII, N° 12, 1.965, página 1.833. 183" Pedro María Ibáñez, "Memoria para la historia de la Medicina de Santafé de Bogotá", página 44. 184" Andrés Soria.no Lleras, artículo y boletín citados, página 1.835. 185" Pedro María Ibáñez, "Memoria para la historia de la Medicina deSantafé de Bogotá", página 47, y Pablo Elias Gutiérrez, obra citada, páginas 58 y 59. 186 - Véase Guillermo Hernández de Alba, "Archivo Epistolar de Mutis", Tomo I, página 261. 187 " Pedro María Ibáñez, "Crónicas de Bogotá", Tomo II, página 279. 188 " Lorenzo Uribe Uribe Pbro., Conferencia citada, pág. 112. 189 Id., id., id., id., página 113. 190 Id., id., id., id., página 103. 191 Id., id., id., id., páginas 142 y 144.
192 " Florentino Vezga, obra citada, página 40. 193 " Guillermo Hernández de Alba, "Archivo Epistolar de MutisTomo I, página 140. 194 Id., id., id., id., página 272. 195 " Gredilla, obra citada, página 188. 196 " Florentino Vezga, obra citada, página 42. 197 " José Manuel Groot, obra citada, Tomo II, página 273. 198 " Guillermo Hernández de Alba, "Archivo Epistolar de Mutis", Tomo I, página 97. 199 " Id., id. id., id., página 142. 200 Id., id., id., id., página 162. 201 " Id., id., id., id., página 97. 202 " Pedro María Ibáñez, "Memoria para la historia de la Medicina de Santafé de Bogotá", página 19. 203 " Federico Gredilla, obra citada, página 185. 204 " Guillermo Hernández de Alba, "Archivo Epistolar de Mutis", Tomo I, página 22i6. 205 " Eduardo Posada, "Obras de Caldas", página 405. 206 " Federico Gredilla, obra citada, página 341. 207 " Luis de Hoyos Sainz, obra citada, págs. 231 y sigtes. 208 " Lorenzo Uribe Uribe Pbro., Conferencia citada, pág. 115. 209 " Armando Dugand, "La Sistemática de la Flora de Mutis", conferencia, página 94 y siguientes. Libro Conferencias Expedición Botánica. 210 " Guillermo Hernández de Alba, "Hombres de la Expedición Botánica", conferencia. Libro "Conferencias sobre la Expedición Botánica", páginas 30 y 31. 211 " Eloy Valenzuela, "Primer Diario", página 45. 212 " Diego Mendoza, obra citada página 10 213 - Véase Guillermo Hernández de Alba, Conferencia citada, página 32. 214 " Enciclopedia Espasa. 215 " Armando Dugand, Conferencia citada, página 90. 216 " Jaime Jaramillo Arango, "Don José Celestino Mutis y las Expediciones Botánicas Españolas del siglo XVIII al Nuevo Mundo", "Revista Bolívar". 217 " Luis de Hoyos Sainz, obra citada, página 26. 218 Id., id., id., id., página 28. 219" Id., id., id., id., página 32, y Jaime Jaramillo Arango, Conferencia citada pág. 74. 220 " Jaime Jaramillo Arango, Conferencia citada, pág. 745. 221 " Jaime Jaramillo Arango, Conferencia citada, pág. 747. 222 " Armando Dugand, Conferencia citada, página 88. 223 " "Semanario del Nuevo Reino de Granada", volumen 4, página 55. 224 " Florentino Vezga, obra citada, página 77. 225 " Pedro María Ibáñez, "Crónicas de Bogotá", Tomo II, página 213. 226 " Luis de Hoyos Sainz, obra citada, página 187. 227 " Eduardo Posada y Pedro María Ibáñez, "Relaciones de Mando", página . 497 228 " Luis de Hoyos Sainz, obra citada, página 185. 229 Id., id., id., id., página 183. 230 "Semanario del Nuevo Reino de Granada", vol. VIII, página 56. 231 " Salvador de Madariaga, "Cuadro Histórico de las Indias", página 720 232 Id., id., id., id., página 727. 233 " Pedro María Ibáñez, "Crónicas de Bogotá", Toom II, página 190. 234 " Federico Gredilla, obra citada, página 230. 235 Id. id., id., id., página 372.
236 " Manuel Hernández de Gregorio, prólogo de "El Arcano de la Quina" de J. C. Mutis, página VII. 237 " Luis de Hoyos Sainz, obra citada, págs. 105 y sigtes. 238 - Véase De Hoyos Sainz, obra citada, página 95; Jaime Jaramillo Arango, Conferencia citada, y José Manuel Restrepo, "Historia de la Revolución de la República de Colombia", Tomo I, página 47. 239" Federico Gredilla, obra citada, página 94. 240" Eduardo Posada, "Cartas de Caldas", página 46. 241" Federico Gredilla, obra citada, páginas 215 y 216. 242" Id., id., id., id., página 215. 243" Salvador de Madariaga, "Cuadro Histórico de las Indias", página 302. 244" Federico Gredilla, obra citada, páginas 215 y 216. 245" Id., id., id., id., páginas 215 y 216. 246" José Manuel Groot, obra citada, Tomo II, página 358. 247" Víctor Wolfgang von Hagen, "Sudamérica los llamaba", páginas 210 - 212. 248" José María Restrepo Sáenz, obra citada, pagina 224. 249" Víctor Wolfgang vori Hagen, "Sudamérica los llamaba", página 212. 250" Eduardo Posada, "Apostillas", página 328. 251" Federico Gredilla, obra citada, página 214. 252" Eduardo Posada, "Cartas de Caldas", página 115. 253" Id., id, id., id., página 129. 254" Enrique Pérez Arbeláez, artículo en "El Tiempo" de junio 24, 1.966, y Víctor Wolfgang von Hagen, •''Sudamérica los llamaba", página 22S. 255" Eduardo Posada, "Cartas de Caldas", página 138. 256" Id., id., id., id., páginas 129 - 130 257" Id., id., id., id., páginas 130 - 131 258" Id., id., id., id., página 131. 259" Id., id., id., id., páginas 147 - 148. 260" Id., id., id., id., página 153. 261" Id., id., id., id., página 164. 262" Id., id., id., id., página 168. 263" Luis de Hoyos Sainz, obra citada. 264" Guillermo Hernández de Alba, "José Celestino Mutis, Poeta latino", páginas 6 y 7. 265 - Véase Guillermo Hernández de Alba, '"José Celestino Mutis, Poeta latino", páginas 9-11. 266" Id., id., id., id., páginas 15-17. 267" Id., id., id., id., pagina 7. 268" Guillermo Hernández de Alba, "Archivo Epistolar de Mutis", Tomo I, página 45, y Javier Arango Perrer, "La literatura de Colombia", página 39. 269 " Eduardo Posada y Pedro María Ibáñez, "Relaciones de Mando", página 158. 270" Id., id., id., id., página 492. 271" Florentino Vezga, obra citada, páginas 84, 85 y 86. 272" José Caicedo Rojas, "Recuerdos y Apuntaciones", página 140. 273 " Pedro María Ibáñez, "Crónicas de Bogotá", Tomo II, página 89, y Carlos Restrepo Canal, Conferencia citada, pág. 215.
274
-
275276277-
" Antonio Gómez Restrepo, "Historia de la Literatura Colombiana", página 43. " José Ignacio Perdomo Pbro., obra citada página 22. " Id., id., id., id., página 23. " Id., id., id., id., página 41.
278279280281-
" " " "
282283284285286-
" " " " "
287288289-
" " "
Raimundo Rivas, "Antonio Nariño", página 67. Id., id., id., id., página 53. Florentino Vezga, obra citada, página 82. Gustavo Otero Muñoz, "Semblanzas Colombianas", Tomo I, página 195. Florentino Vezga, obra citada, página 89. José Manuel Groot, obra citada, Temo II, página 344. Diego Mendoza, obra citada, página 44. Florentino Vezga, obra citada, página 183. Florentino Vezga, obra citada, página 186, y Lorenzo Uribe Uribe Pbro., Conferencia citada, pág. 123. José Manuel Groot., obra citada, Tomo II, pág. 363. Id., id., id., id., id., id., página 364. Pedro María Ibáñez, "Crónicas de Bogotá", Tomo IV, página 299.
290- Véase Margarita Combes, "Roulin y sus amigos", pág. 59. 291" Manuel José Forero, "La Comisión Corográfica", Conferencias sobre la Expedición Botánica, página 200. 292 " Gerardo Paz Otero, "Las mediciones de Codazzi", Boletín Cultural y Bibliográfico, Banco de la República, vol. IX, N? 3, 1.966. 293 " Andrés Soriano Lleras, "Itinerario de la Comisión Corográfica", Boletín Cultural y Bibliográfico, Banco de la República, volumen IX, 1.966, y volumen X, 1.967. 294 " Silvio Villegas, "Los alemanes en Colombia", Boletín Cultural y Bibliográfico, Banco de la República, vol. IX, N? 7, 1.966. 295" Florentino Vezga, obra citada, páginas 189, 190, 191. 296" Gustavo Otero Muñoz, "Cómo se vivía en la Gran Colombia", "Curso Superior de Historia de Colombia", Tomo III, página 204. 297 " Federico González Suárez, "un opúsculo de Caldas", "Cartas de Caldas", página 435. 298 " Mariano Picón Salas, "De la Conquista a la Independencia". 299 " Salvador de Madariaga, "Cuadro Histórico de las Indias", págnia 550. 300 " Jules Mancini, "Bolívar et l'emancipation de colonies espagnoles", página 34. 301 " Otto Morales Benítez, "Rumbos y destinos del pueblo americano", "El Tiempo", Lecturas Dominicales, noviembre 13, 1.966. 302 " Guillermo Hernández de Alba, "Archivo Epistolar de Mutis", página 153. 303 " Enrique Pérez Arbeláez Pbro., "Don José Celestino Mutis y la Real Expedición Botánica", página 50. 304 " Guillermo Hernández de Alba, "Archivo Epistolar de Mutis", página 208. 305 " Rafael Gómez Hoyos Pbro., "Creadores de cultura en Hispano-América", páginas 34 - 44. 306" Federico González Suárez, obra citada, página 25.
307" Jaime Jaramillo Arango, Conferencia citada, pág. 719. 308- Véase Víctor Wolfang von Hagen artículo citado. 309_ " Federico Gredilla, obra citada, página 426. 310- " Guillermo Hernández de Alba, "Archivo Epistolar de Mutis", Tomo I, página 98. 311" G. Pérez Bustamante, obra citada, página 356. 312" Gregorio Marañón, Amiel", páginas 60-90. 313" Id., id., id., id., páginas 91 - 92. 314" Guisseppe Ricciotti, "Historia de Israel", Tomo I, página 340. 315- " Eduardo Posada, "Cartas de Caldas", página 154. 316- " Federico González Suárez, obra citada, página 9. 317- " Federico Gredilla, obra citada, página 165. 318" Guillermo Hernández de Alba, "Archivo Epistolar de Mutis", Tomo I, página 107. 319- " Eduardo Posada, "Cartas de Caldas", página 247. 320- " Jaime Jaramillo Arango, Conferencia citada, páginas 748 y siguientes. 321 " Pedro María Ibáñez, "Memoria para la historia de la Medicina de Santafé de Bogotá", página 23. 322 - " Enrique Pérez Arbeláez Pbro., "Discurso preliminar" en el "Primer Diario" de Eloy Valenzuela, página 45. 323 - " José Celestino Mutis, "Diario de Observaciones", del día 17 de julio a 28 de septiembre de 1.761. 326 " Guillermo Hernández de Alba, "Archivo Epistolar de Mutis', Tomo I, página 173. 327- " Federico Gredilla, obra citada, página 165. 328- " Federico González Suárez, obra citada, página 68. 329" Guillermo Hernández de Alba, "Archivo Epistolar de Mutis", Tomo I, página 179. 330 " Guillermo Hernández de Alba, "Aspectos de la Cultura en Colombia", página 134. 331 - " Henry Sigerist, "Grandes Médicos", página 131.
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