LITERATURA DE LOS SIGLOS XVIII Y XIX Atreveix-te a pensar (Castellano 4º ESO)
EL NEOCLASICISMO El siglo XVIII es el pórtico de la Edad Contemporánea, ya que todos los principios y valores del Antiguo Régimen son sometidos a discusión y se producen cambios importantes. Es conocido como el Siglo de las Luces por la importancia que se le da a la razón en el proceso de conocimiento de la realidad. Entonces surge en Francia una nueva corriente filosófica conocida como Racionalismo. El Parnaso (Anton Raphael Mengs, 1761)
El movimiento cultural es la Ilustración. Se impone el racionalismo y se lucha contra la superstición. Se llevan a cabo importantes avances científicos y técnicos. El afán de conocimiento lleva a los ilustrados a recopilar todo el saber de las distintas disciplinas en la primera enciclopedia. Los rasgos propios de esta época son: •
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La tendencia literaria es el Neoclasicismo. Hay una vuelta a los modelos clásicos greco-latinos en todos los géneros. En poesía se busca la belleza armónica y el equilibrio estructural; en el teatro se recupera la regla clásica de las tres unidades, unidad de tiempo, acción y espacio; y en la narrativa se tratan con verosimilitud o espíritu crítico temas de la actualidad. Prosaísmo. Se produce una literatura de ideas o filosófica en la que prevalece el pensamiento sobre la imaginación. El género predominante es el ensayo. Finalidad didáctica. Las obras pretenden enseñar e instruir a todos los grupos sociales, especialmente al pueblo. Se utiliza sobre todo la fábula como vehículo educativo. El periodismo se configura como género y aparecen los primeros periódicos diarios. Es el nacimiento del periodismo moderno, donde tienen especial cabida los géneros de opinión. El estilo es sobrio y sencillo con escasez de recursos literarios. Aún así se intenta enseñar deleitando. Importancia del género epistolar. Mediante las cartas se comparten pensamientos, se critican costumbres, supersticiones, o estamentos (como la Iglesia). Un ejemplo en la literatura española lo tenemos con las Cartas marruecas de José de Cadalso (que toma como ejemplo las Cartas persas de Montesquieu) o las Cartas del viaje a Asturias de Jovellanos. Los diarios cobran especial importancia; en ellos se recogen reflexiones interesantes sobre el día a día, apuntes sobre algunas lecturas. Esto da muestra de cómo era la vida de un ilustrado, y cuáles eran sus intereses y sus inquietudes. Jovellanos o Moratín dejaron ejemplos de estos diarios.
SELECCIÓN DE TEXTOS DEL NEOCLASICISMO
LITERATURA DE LOS SIGLOS XVIII Y XIX Atreveix-te a pensar (Castellano 4º ESO)
Texto 1. La intención didáctica de las Cartas marruecas de CADALSO se hace evidente en cuanto Nuño toma la palabra al referirse al tema básico de la educación: “Me acuerdo que yendo a Cádiz, donde se hallaba mi regimiento de guarnición, me extravié y me perdí en un monte. Iba anocheciendo, cuando me encontré con un caballerete de hasta unos veintidós años, de buen porte y presencia. Llevaba un arrogante caballo, sus dos pistolas primorosas, calzón y ajustador de ante con muchas docenas de botones de plata, el pelo dentro de una redecilla blanca, capa de verano caída sobre el anca del caballo, sombrero blanco finísimo y pañuelo de seda morado al cuello. Nos saludamos, como es regular, y preguntándole por el camino de tal parte, me respondió que estaba lejos de allí; que la noche ya estaba encima y dispuesta a tronar; que el monte no era muy seguro; que mi caballo venía cansado; y que, en vista de todo esto, me aconsejaba y suplicaba que fuese con él a un cortijo de su abuelo, que estaba a media legua corta. Lo dijo todo con tanta franqueza y agasajo, y lo instó con tanto empeño, que acepté la oferta. La conversación cayó, según costumbre, sobre el tiempo y cosas semejantes; pero en ella manifestaba el mozo una luz natural clarísima con varias salidas de viveza y feliz penetración, lo cual, junto con una voz muy agradable y gesto muy proporcionado, mostraba en él todos los requisitos naturales de un perfecto orador; pero de los artificiales, esto es, de los que enseña el arte por medio del estudio, no se hallaba uno siquiera […]. Llegábamos ya cerca del cortijo, sin que el caballero me hubiese contestado a materia alguna de cuantas le toqué. Mi natural sinceridad me llevó a preguntarle cómo le habían educado, y me respondió: —A mi gusto, al de mi madre y al de mi abuelo, que era un señor muy anciano que me quería como a la niña de sus ojos. Murió de cerca de cien años de edad. Había sido capitán de Lanzas de Carlos II, en cuyo palacio se había criado. Mi padre bien quería que yo estudiase, pero tuvo poca vida y autoridad para conseguirlo. Murió sin tener el gusto de verme escribir. Ya me había buscado un ayo, y la cosa iba de veras, cuando cierto accidentillo lo descompuso todo. —¿Cuáles fueron sus primeras lecciones? —preguntéle yo. —Ninguna —respondió el muchacho—: ya sabía yo leer un romance y tocar unas seguidillas; ¿para qué necesita más un caballero? Mi dómine bien quiso meterse en honduras, pero le fue muy mal y hubo de irle mucho peor. El caso fue que había yo concurrido con otros amigos a un encierro. Súpolo, y vino tras mí a oponerse a mi voluntad. Llegó precisamente a tiempo que los vaqueros me andaban enseñando cómo se toma la vara. No pudo traerle su desgracia a peor ocasión. A la segunda palabra que quiso hablar, le di un varazo tan fuerte en medio de la cabeza, que se la abrí en más cascos que una naranja; y gracias a que me contuve, porque mi primer pensamiento fue ponerle una vara lo mismo que a un toro de diez años; pero, por primera vez, me contenté con lo dicho. Todos gritaban: ¡Viva el señorito! Y hasta el tío Gregorio, que es hombre de pocas palabras, exclamó: “Lo ha hecho usía como un ángel del cielo.” —¿Quién es ese tío Gregorio? —preguntéle, atónito de que aprobase tal insolencia; y me respondió: —El tío Gregorio es un carnicero de la ciudad que suele acompañarnos a comer, fumar y jugar. […] Dándome cuenta del carácter del tío Gregorio y otros iguales personajes, llegamos al cortijo. Presentóme a los que allí se hallaban, que eran amigos o parientes suyos de la misma edad, clase y crianza, y se habían juntado para ir a una cacería; y esperando la hora competente, pasaban la noche jugando, cenando, cantando y hablando; para todo lo cual se hallaban muy bien provistos, porque había concurrido algunas gitanas con sus venerables padres, dignos esposos y preciosos hijos. […] Contarte los dichos y hechos de aquella academia fuera imposible, o tal vez indecente; sólo diré que el humo de los cigarros, los gritos y palmadas del tío Gregorio, la bulla de todas las voces, el ruido de las castañuelas, lo destemplado de la guitarra, el chillido de las gitanas, la quimera entre los gitanos sobre cuál había de tocar el palo para que lo bailase Preciosilla, el ladrido de los perros y el desentono de los que cantaban, no me dejaron pegar los ojos en toda la noche. Llegada la hora de marchar, monté a caballo, diciéndome a mí mismo en voz baja: ¿Así se cría una juventud que pudiera ser tan útil si fuera la educación igual al talento? Y un hombre serio, que al parecer estaba de mal humor con aquel género de vida, oyéndome, me dijo con lágrimas en los ojos: —Sí, señor.”
LITERATURA DE LOS SIGLOS XVIII Y XIX Atreveix-te a pensar (Castellano 4º ESO)
EL ROMANTICISMO
Caminante sobre un mar de niebla (Caspar Fiedrich, 1817-1818)
El Romanticismo es un movimiento cultural y literario que tuvo lugar en la primera mitad del siglo XIX, tanto en Europa como en América. Dicho movimiento supone una reacción total a la razón impuesta por el Neoclasicismo, dando prioridad a los sentimientos, a las emociones, a la fantasía y al ideal. En España, dadas las circunstancias políticas del país, el Romanticismo, propiamente dicho, tuvo escasa duración, llegando a su máximo apogeo en torno a 1835. Hubo un segundo Romanticismo hacia 1860, gracias a las dos grandes figuras que más adelante veremos: Bécquer y Rosalía de Castro. La mentalidad romántica
se
caracteriza,
en
líneas
generales, por lo siguiente: • El deseo de libertad, que se manifestará en la lucha del hombre romántico contra el absolutismo, en el rechazo a las normas hasta ahora vigentes y en su deseo de manifestarse libremente. • El fuerte individualismo que se observa en el hombre romántico, reflejado en una fuerte personalidad, así como en el sentimiento de creerse el centro del universo. La naturaleza será su extensión, la reproducción de sus sentimientos. • El idealismo, que es el motor del romántico en busca de cumplir deseos inalcanzables a veces, relacionados con la patria, el amor o la justicia. • El desengaño, provocado por no poder alcanzar dichos ideales en la realidad en la que viven, lo que provoca la evasión, e incluso el suicidio. Características literarias En la literatura romántica se refleja la forma de ser del hombre romántico y se manifiesta a través de las siguientes características: • Aparición de los protagonistas que se encuentran al margen de la ley o que no aceptan las normas de la sociedad: el mendigo, el pirata, el verdugo, el cosaco, el reo, etc. • La mezcla, en poesía, de distintas formas métricas e, incluso, del verso y de la prosa. • La ruptura, en teatro, de las reglas de las tres unidades (tiempo, lugar y acción), recuperadas por los neoclásicos, la mezcla de lo trágico y lo cómico, la desaparición de la verosimilitud y el carácter moralizante, el final trágico, la aparición de elementos extraños, etc. • El gusto por el ambiente nocturno, tenebroso, la aparición de una naturaleza violenta y desatada, relacionada con el sentimiento exaltado del romántico. • La fuerte personalidad de los personajes. • La ambientación de las obras en lugares exóticos o lejanos en el tiempo, derivada del gusto por la evasión. • El poco aprecio a la vida, que se observa en la aparición de la muerte e, incluso, el suicidio. • La aparición de elementos fantásticos, muchas veces relacionadas con el sueño y el subconsciente.
LITERATURA DE LOS SIGLOS XVIII Y XIX Atreveix-te a pensar (Castellano 4º ESO) Texto 2. José Zorrilla : A LA MEMORIA DESGRACIADA DEL JOVEN LITERATO D. MARIANO JOSÉ DE LARRA. Elegía por la muerte (suicidio) de Larra, que fue leída en su entierro. Ese vago clamor que rasga el viento es la voz funeral de una campana: vano remedo del postrer lamento de un cadáver sombrío y macilento que en sucio polvo dormirá mañana. Acabó su misión sobre la tierra, y dejó su existencia carcomida, como una virgen al placer perdida cuelga el profano velo en el altar. Miró en el tiempo el porvenir vacío, vacío ya de ensueños y de gloria, y se entregó a ese sueño sin memoria, ¡que nos lleva a otro mundo a despertar! Era una flor que marchitó el estío, era una fuente que agotó el verano: ya no se siente su murmullo vano, ya está quemado el tallo de la flor. Todavía su aroma se percibe, y ese verde color de la llanura, ese manto de yerba y de frescura hijos son del arroyo creador. Que el poeta, en su misión sobre la tierra que habita, es una planta maldita con frutos de bendición. Duerme en paz en la tumba solitaria donde no llegue a tu cegado oído más que la triste y funeral plegaria que otro poeta cantará por ti. Esta será una ofrenda de cariño más grata, sí, que la oración de un hombre, pura como la lágrima de un niño, ¡memoria del poeta que perdí! Si existe un remoto cielo de los poetas mansión, y sólo le queda al suelo ese retrato de hielo, fetidez y corrupción; ¡digno presente por cierto se deja a la amarga vida! ¡Abandonar un desierto y darle a la despedida la fea prenda de un muerto! Poeta, si en el no ser hay un recuerdo de ayer, una vida como aquí detrás de ese firmamento… conságrame un pensamiento como el que tengo de ti.
LITERATURA DE LOS SIGLOS XVIII Y XIX Atreveix-te a pensar (Castellano 4º ESO) Texto 3.El día de los difuntos (El Español, 1836). El desarrollo que había experimentado la prensa periódica durante el siglo XVIII desemboca en un auténtico auge del nuevo medio de comunicación en el siglo siguiente. Se harán famosos los artículos de opinión (ensayo) del joven Larra. En atención a que no tengo gran memoria, circunstancia que no deja de contribuir a esta especie de felicidad que dentro de mí mismo me he formado, no tengo muy presente en qué artículo escribí (en los tiempos en que yo escribía) que vivía en un perpetuo asombro de cuantas cosas a mi vista se presentaban. Pudiera suceder también que no hubiera escrito tal cosa en ninguna parte, cuestión en verdad que dejaremos a un lado por harto poco importante en época en que nadie parece acordarse de lo que ha dicho ni de lo que otros han hecho. Pero suponiendo que así fuese, hoy, día de difuntos de 1836, declaro que si tal dije, es como si nada hubiera dicho, porque en la actualidad maldito si me asombro de cosa alguna. He visto tanto, tanto, tanto... como dice alguien en El Califa. Lo que sí me sucede es no comprender claramente todo lo que veo, y así es que al amanecer un día de difuntos no me asombra precisamente que haya tantas gentes que vivan; sucédeme, sí, que no lo comprendo. En esta duda estaba deliciosamente entretenido el día de los Santos, y fundado en el antiguo refrán que dice: Fíate en la Virgen y no corras (refrán cuyo origen no se concibe en un país tan eminentemente cristiano como el nuestro), encomendábame a todos ellos con tanta esperanza, que no tardó en cubrir mi frente una nube de melancolía; pero de aquellas melancolías de que sólo un liberal español en estas circunstancias puede formar una idea aproximada. Quiero dar una idea de esta melancolía; un hombre que cree en la amistad y llega a verla por dentro, un inexperto que se ha enamorado de una mujer, un heredero cuyo tío indiano muere de repente sin testar, un tenedor de bonos de Cortes, una viuda que tiene asignada pensión sobre el tesoro español, un diputado elegido en las penúltimas elecciones, un militar que ha perdido una pierna por el Estatuto, y se ha quedado sin pierna y sin Estatuto, un grande que fue liberal por ser prócer, y que se ha quedado sólo liberal, un general constitucional que persigue a Gómez, imagen fiel del hombre corriendo siempre tras la felicidad sin encontrarla en ninguna parte, un redactor del Mundo en la cárcel en virtud de la libertad de imprenta, un ministro de España y un rey, en fin, constitucional, son todos seres alegres y bulliciosos, comparada su melancolía con aquella que a mí me acosaba, me oprimía y me abrumaba en el momento de que voy hablando. Volvíame y me revolvía en un sillón de estos que parecen camas, sepulcro de todas mis meditaciones, y ora me daba palmadas en la frente, como si fuese mi mal de casado, ora sepultaba las manos en mis faltriqueras, a guisa de buscar mi dinero, como si mis faltriqueras fueran el pueblo español y mis dedos otros tantos gobiernos, ora alzaba la vista al cielo como si en calidad de liberal no me quedase más esperanza que en él, ora la bajaba avergonzado como quien ve un faccioso más, cuando un sonido lúgubre y monótono, semejante al ruido de los partes, vino a sacudir mi entorpecida existencia. […] La melancolía llegó entonces a su término; por una reacción natural cuando se ha agotado una situación, ocurriome de pronto que la melancolía es la cosa más alegre del mundo para los que la ven, y la idea de servir yo entero de diversión...[…] Vamos claros, dije yo para mí, ¿dónde está el cementerio? ¿Fuera o dentro? Un vértigo espantoso se apoderó de mí, y comencé a ver claro. El cementerio está dentro de Madrid. Madrid es el cementerio. Pero vasto cementerio donde cada casa es el nicho de una familia, cada calle el sepulcro de un acontecimiento, cada corazón la urna cineraria de una esperanza o de un deseo. Entonces, y en tanto que los que creen vivir acudían a la mansión que presumen de los muertos, yo comencé a pasear con toda la devoción y recogimiento de que soy capaz las calles del grande osario. –¡Necios! –decía a los transeúntes–. ¿Os movéis para ver muertos? ¿No tenéis espejos por ventura? ¡Miraos, insensatos, a vosotros mismos, y en vuestra frente veréis vuestro propio epitafio! ¿Vais a ver a vuestros padres y a vuestros abuelos, cuando vosotros sois los muertos? Ellos viven, porque ellos tienen paz; ellos tienen libertad, la única posible sobre la tierra, la que da la muerte; ellos no pagan contribuciones que no tienen; ellos no serán alistados ni movilizados; ellos no son presos ni denunciados; ellos, en fin, no gimen bajo la jurisdicción del celador del cuartel; ellos son los únicos que gozan de la libertad de imprenta, porque ellos hablan al mundo. Hablan en voz bien alta y que ningún jurado se atrevería a encausar y a condenar. Ellos, en fin, no reconocen más que una ley, la imperiosa ley de la Naturaleza que allí les puso, y ésa la obedecen.[…] Una nube sombría lo envolvió todo. Era la noche. El frío de la noche helaba mis venas. Quise salir violentamente del horrible cementerio. Quise refugiarme en mi propio corazón, lleno no ha mucho de vida, de ilusiones, de deseos. ¡Santo cielo! También otro cementerio. Mi corazón no es más que otro sepulcro. ¿Qué dice? Leamos. ¿Quién ha muerto en él? ¡Espantoso letrero! «¡Aquí yace la esperanza!» ¡Silencio, silencio!
LITERATURA DE LOS SIGLOS XVIII Y XIX Atreveix-te a pensar (Castellano 4ยบ ESO)