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A Susana Barilari

Con estos textos que nos ha regalado Susy y que reproducimos en este libro, hemos querido no solamente dejar sentada su impronta profesional y su mirada tan amorosa sobre la problemática de las adicciones, sino también rendirle un homenaje a su labor incansable para cambiar la realidad de tantas familias que encontraron en ella, un remanso de alivio y un apacible refugio gracias a su sabiduría y solidaridad.

Fundación Proyecto Cambio




CAPÍTULO I

Artículos y Cartas de lectores en medios de comunicación Lic. Susana Barilari


Volver y 20 años no es nada… TANGO Música: Carlos Gardel Letra: Alfredo Le Pera

Revisando artículos escritos a partir de 1994, encontramos con gran sorpresa que los títulos tienen absoluta vigencia pues los contenidos responden a las mismas necesidades que hoy tenemos y que no han tenido respuesta. Alguno de ellos son: -¿Fue prevención?. La Nación (1994) -¿Es solo la hora?. La Nación (1994) -Recuperación. La Nación (1996) -Desafío para las familias. La Nación (1999) -Una enfermedad que afecta a los vínculos. La Nación (2001) -El alcohol no es inocente. La Nación (2005) -Mitos y falsas propuestas. La Nación (2012) En estos artículos intentábamos aclarar o dar respuesta a temas que aparecían como novedad en la conducta de los jóvenes. Mas de 20 años han pasado y lamentablemente ha habido muy poco aprendido sobre este tema. Es más, se han banalizado las informaciones normalizando y aceptando en muchos casos el consumo de sustancias toxicas, pero comúnmente sin advertir donde están los riesgos. Aumentado hoy día por el prematuro consumo de alcohol. Recordaría algunos de los párrafos de estos artículos.

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La descripción de la modificación de los hábitos diarios, la disminución en el rendimiento de la escolaridad, los cambios de humor repentinos y la modificación de las formas de vincularse con los demás y con la realidad son seguramente señal que nuestro hijo ha incorporado a su vida diaria el uso de sustancias. Estos cambios son muy sutiles y muy fáciles de confundir con las conductas adolescentes. Además los nuevos hábitos de las redes sociales contribuyen a la dificultad, de ser distintos. “Si todos lo hacen” En años anteriores marihuana y cocaína eran las drogas mas usadas. Así como ha habido grandes adelantos en los descubrimientos Científicos también ha habido adelantos en la producción de las sustancias de riesgo y desde el “paco” a las más refinadas drogas de diseño son fácilmente accesibles hoy en el mundo de los jóvenes. Los enormes cambios en las estructuras sociales han modificado también hábitos y costumbres en la vida de los jóvenes. Muchas familias han perdido la función de conducción que tenían en otra época, y el protagonismo de la juventud confunde muchas veces a los padres y los hacen perder su rol y función. Adultos... es nuestra responsabilidad la de acompañar a los jóvenes en su crecimiento, la presencia, el modelo, el compartir, el dudar nos permitirán transmitir formas de vida y valores que apuestan a la vida. No nos quedemos solos ante las dudas, busquemos ayuda y reprogramemos el rumbo.

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¿Fue prevención? En el año 1994 La Nación publica el siguiente artículo.

Señor Director Quisiéramos agregar nuestra reflexión a la que promovieron los programas de televisión de la semana pasada y de esta última sobre el tema del consumo de drogas en los colegios secundarios de Buenos Aires. Nuestra reflexión, proviene de la experiencia del trabajo en un equipo de recuperación. La información brindada por los panelistas sobre datos estadísticos, cifras del narcotráfico y composición química de las sustancias, no aporta mayor conocimiento en cuanto hace a la prevención. Los jóvenes de hoy tienen mayor cantidad de datos sobre el tema que los adultos, ya que es propio de su generación. Si la intención de estos programas fue la prevención se olvidó a los principales protagonistas, que son los padres de los jóvenes, ya que en ningún momento se les brindaron datos que sirvieran para la alerta. Coincidimos sí, con los panelistas, en que es posible recuperarse del consumo de drogas, pero a condición de un tratamiento específico y un nuevo plan de vida en el que la alerta debe ser permanente. Si pensamos en la prevención como forma más eficaz de contribución al cuidado de nuestros jóvenes, quisiéramos aportar lo que se omitió y que consideramos de vital importancia para el conocimiento de los padres.

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“¿Cómo no me di cuenta antes?” Oímos una y otra vez en boca de los padres que nos consultan. Es fácil para la mayoría confundir conductas propias del adolescente con conductas propias del adicto. De estas últimas damos una breve lista. Bajo rendimiento escolar o pérdida de la escolaridad. Cambio notorio de hábitos en el sueño, la alimentación y la actividad diaria. Cambio en el grupo de amigos, pérdida de los anteriores y adquisición de nuevos que no se llevan al hogar. Cambios en la vestimenta. Cambios bruscos de carácter y de estados de ánimo: pasividad y violencia. Mentiras. Inestabilidad emocional y conductas impulsivas y caóticas. Algunas de estas conductas son naturales en el adolescente, de ser más que “algunas” deberíamos reconocer una señal de alarma. El consumo de drogas es un tema delicado y de cuidado. No es un tema para ser tratado livianamente por los medios. Hablamos de vida, de calidad de vida y de muerte.

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Lic. Susana Barilari y Dr. Gastรณn Mazieres en Proyecto Cambio


Recuperación Diario La Nación. Carta de lectores. Domingo 8 de Septiembre de 1996

Sr. Director: “Además de lo que cada familia nos da en cuanto a formación de ideologías, estilos y conductas, el mundo actual -el medio que nos rodea- nos bombardea permanentemente con estímulos ligados a la pronta obtención del placer, al alivio y a la rápida gratificación que nos brinda el comprar, el comer, el beber y el consumir. Estas conductas de fácil alivio favorecen, sin que nos demos cuenta, a la búsqueda de respuestas rápidas persiguiendo el bienestar. Probablemente, esto pueda favorecer la instalación de conductas adictivas. Llegamos así al tema específico del consumo de drogas y a la confusión que circula con el significado de ciertas palabras. No es lo mismo: desintoxicación, tratamiento o recuperación. Desintoxicación no es más que un breve período en el que, bajo control profesional, se abandona la incorporación de sustancias tóxicas. Tratamiento es pasar por un proceso, con la terapéutica adecuada, para interrumpir el hábito de consumo. Recuperación implica la idea, no sólo de comprometerse en un proceso con la terapéutica adecuada que interrumpa el hábito de consumo de sustancias, sino que permita también la incorporación de conductas en las que no esté incluido el consumo, lo que a su vez permitirá llegar a la elaboración de nuevos planes y proyectos de vida. El sentido de la palabra recuperación conlleva la idea de mejoría, de recobrar, de reponerse, de restablecimiento, palabras ligadas a la reparación, a los valores y al sentido positivo de la posibilidad de una vida mejor.”

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Lic. Susana Barilari y el Dr. Gastรณn Mazieres junto al equipo de Proyecto Cambio


Desafío para las familias Diario La Nación, Jueves 11 de Marzo de 1999

Sería importante entender qué es la adolescencia, ese proceso que transcurre en los seres humanos al dejar la infancia y previo a la madurez. Desde el punto de vista evolutivo, la adolescencia es el comienzo de la búsqueda de autonomía y de individualidad. Ser distinto de los padres, diferenciarse de ellos, ser, muchas veces, lo opuesto. Desde este “ser distinto” los jovencitos de doce o trece años comienzan las salidas nocturnas a “hacer nada”. La tendencia a uniformarse en la vestimenta, la necesidad de reconocer lugares propios son, todas ellas, experiencias que les exigen a ellos un sobreesfuerzo porque, en general, a esa edad no se está preparado para esta clase de experiencias de autonomía. Sólo el transcurrir del tiempo adecuado lo permitirá. ¿Cómo hacemos los adultos para comprender esto? La mayor parte de las veces los padres, confusos ante el significado de este momento, accedemos a permisos que no entendemos y otorgamos facilidades que tienen un final impredecible. Ante un hijo sano, que tienen éxito en la escuela, que es activo y alegre, ¿cómo decirle “no”, si todos sus amigos lo hacen? Sólo cuando caemos en la cuenta de que este exceso de libertad es de riesgo, aprendemos el valor de decir “no”.

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La fuerza del grupo Si yo, solo, como padre, no estoy de acuerdo con esta forma de comportamiento, me es muy difícil sostener la negativa, pues lo único que lograría sería provocar enfrentamientos sin resolución. Si, por lo contrario, hablo con los padres de cuatro, cinco, seis de sus amigos y juntos pensamos cuáles son las cosas a las que debo decir “no”, ya mi palabra tendrá otro peso, sostenida por la misma posición de los otros padres. Esta experiencia –el reconocimiento que tiene la fuerza de un grupo o comunidades, en sí misma, todo un aprendizaje, tanto para los padres como para los hijos. En medio de este largo proceso de la adolescencia, en este nuevo uso del tiempo libre que hacen los jóvenes, entra también el consumo de sustancias. “¿Por qué no probar alcohol? ¿Por qué no tomar cerveza, si todos lo hacen?, y ¿por qué no fumarse un porro si todos lo hacen?” Los rituales no los impone ya la familia: los impone el grupo. El “tomar”, el “fumar”, el “vestirse”, el tipo de música, son parte de los rituales de nuestro tiempo. De estos nuevos rituales, en general, los adultos resultamos víctimas. No comprendemos por qué no pueden bañarse, no entendemos por qué “cosas” en el pelo, aros y, a veces, ropa “rara”, por qué música atronadora que amenaza con la sordera, tanto a los jóvenes como a los adultos cerca de ellos. Si bien estas conductas son molestas, no representan un riego. Sí sabemos, por el contrario, que tomar alcohol, fumar marihuana, probar muchas otras sustancias son, indudablemente, conductas de alto riesgo. De estos temas, los jóvenes saben más que nosotros. Seguramente pueden desarrollar una cantidad de argumentos para defender el consumo hasta hacernos creer que la marihuana es un producto ecológico. Aquí sí los padres debemos estar en estado de alerta. ¿Por qué un padre debe preocuparse? Porque el consumo de sustancias hace perder la libertad. Cuando dependo de la cerveza, del “porro” o de otras sustancias para poder “divertirme”, ya no soy libre. Esta pérdida de libertad trae implícitos cambios en la conducta: desorden en los hábitos cotidianos, alteración en la rutina del sueño y, fundamentalmente, anestesia emocional que los lleva a no medir riesgos, les impide reconocer los daños a que se exponen y las consecuencias de sus conductas en los demás.

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Buscar ayuda ¿Cómo intervenir? ¿Qué hacer? A pesar del dolor y de la ira que produce reconocer que nuestro hijo pueda estar en conductas ligadas con el consumo, el primer movimiento eficaz es consultar, pedir ayuda, buscar otros padres que sepan qué hacer. Comprender qué es lo que ocurre, saber qué hacer, nos permitirá dar pasos eficaces para evitar el riesgo en el que ya están nuestros hijos. Estas conductas representan una nueva patología: “Adicción”. Sostenemos, por lo tanto, que las respuestas también deben ser nuevas, y es la razón de la necesidad de consulta a equipos altamente especializados y con experiencia, que nos ayudarán a enfrentar, pero ya no solos, este nuevo paradigma de nuestro tiempo.

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Muchas familias han perdido la función de conducción que tenían en otra época. El protagonismo actual de la juventud confunde muchas veces a los padres y los hacen perder su rol de cuidadores.


Adicciones, la fuerza del vínculo Artículo publicado en el diario La Nación en marzo de 2001, bajo el título “Adicciones: Una Enfermedad del Vínculo”

Desde nuestra larga experiencia entrevistando familias, aprendimos a escuchar detrás del relato de las trágicas situaciones de consumo, la enorme distancia que de a poco se instala entre la persona que consume y los miembros de su familia. Inicialmente los cambios de conducta son tan sutiles, a veces tan poco reconocibles, que sólo su repetición los hace evidentes y comienzan a mostrar que algo ocurre en la relación entre el consumidor y las personas de su entorno. Desde nuestro punto de vista, todo joven que consume desarrolla una determinada “ceremonia secreta” donde se va configurando una especial relación entre él y la sustancia que consume. Este ritual, por lo secreto, necesita de una enorme elaboración para instalar esta particular dependencia entre el consumidor y la sustancia. Toda la creatividad, toda la energía, todos los esfuerzos del consumidor, en suma, se concentran en el vínculo del adicto con la droga. Poco espacio queda, entonces, para otros vínculos y relaciones alejadas del consumo. Conocemos los diferentes efectos que producen el consumo de las distintas sustancias. Sabemos de los efectos especiales que producen el alcohol, la marihuana, la cocaína, los ácidos, cualquiera de

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ellas, según la persona, la cantidad y el momento. Pero, dado que los efectos de cada sustancia son tan personales, aunque existan patrones y conductas comunes, lo sutil del efecto es único entre ese consumidor y esa sustancia. Es evidente, entonces, que esta relación requiere, una creciente participación y dedicación por parte del consumidor con la sustancia que, al igual que un amante celoso, impide con su exigencia la participación de nadie más. Cualquier miembro de la familia del consumidor que haya observado esos sutiles cambios de conducta, necesita de un tiempo hasta descubrir y comprender la razón de estas modificaciones y de cómo interfieren en toda posibilidad de contacto con el consumidor. Quisiera describir algunas de las distintas formas de “distancia” a las que me refiero. En los más jóvenes, por ejemplo, vemos que pierden la vinculación con sus tareas específicas,-colegio, deportes, antiguos amigos, hábitos y formas de encuentros familiares-; la sustancia los coloca “detrás de un vidrio blindado” desde el que miran, ven, son mirados, pero la comunicación con los otros progresivamente desaparece. Vemos también cómo el vínculo entre el adolescente, su familia y su entorno comienza a romperse, no por un proceso de individuación sino por intermediación de la sustancia. En los más grandes, vemos que, en apariencia, se mantienen ciertas conductas habituales sin modificación, tales como: sostener el trabajo y el estudio, que aunque puedan ser todavía exitosas, curiosamente, en muchos casos, aparecen los conflictos. En lo cotidiano, los tiempos del consumidor se modifican, su interés por la vida pierde motivación y las ausencias son imprevistas y sin conciencia de tiempo. Estas modificaciones, que se agregan a la incapacidad de tomar en cuenta al otro, son descriptas con dolor por las esposas de los consumidores. En este vínculo, tan cercano e íntimo como es el de pareja, toda modificación, por leve que sea, lo altera y lo amenaza. Una vez instalada la conducta de consumo, es notoria la distorsión en las relaciones y la distancia emocional entre el consumidor y sus seres próximos. Más allá de las diferentes lecturas que podamos darle al consumo, es evidente también la peligrosa modificación del vínculo, el ataque a la cercanía afectiva, la distancia entre el “estar” y el establecer un contacto real con los demás, el tomar en cuenta al otro, el ya no saber que existe algo más que “el consumo y yo”. En los años ochenta, Jay Haley -reconocido terapeuta familiar de los Estados Unidos- en su libro sobre adolescentes “Leavig Home”, describe un proceso de entrevista familiar con un joven que consumía

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heroína. Parafraseando el nombre de la película “Hiroshima, mon amour”, -famosa en esa época y que trataba sobre lo relativo, lo efímero y lo frágil de los vínculos-, describe este caso con el nombre de “Heroína, mon amour” en un video que él luego edita y que tuvo gran repercusión universal. La entrevista muestra con claridad cómo el desplazamiento del vínculo amoroso del sujeto hacia la sustancia rompe la posibilidad de comunicación con los otros, ya que el consumidor llama a la sustancia “my love”. Quedan así todos aislados, tanto el consumidor como los que lo rodean. Sobre esta observación se apoya nuestra ideología para la recuperación: tomamos al paciente y a su contexto familiar para trabajar, en primer lugar, la interrupción del consumo y, de esta manera, permitir nuevamente la reaparición de las emociones. Recién en este momento intentamos restablecer aquellos vínculos sanos que quedaron ocultos y “anestesiados” por intervención de la sustancia. Las conductas distorsionadas que nos muestran los adictos son tan espectaculares que nos llevan, con frecuencia, a construir grandes teorías para comprender el significado de tanto ruido. Confundidos, no miramos lo más sencillo, lo más eficaz, aquello que nos da la oportunidad de éxito: la secuencia que comienza con el consumo continúa con la distorsión de las conductas y concluye con la ruptura del vínculo. Comprender esta secuencia es clave para entrar en el mundo de las adicciones: allí encontraremos las opciones que lleven al adicto hacia el cambio y la recuperación.

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La toma de sustancias (alcohol y drogas) funciona como un filtro entre el joven y la vida. Le impiden acceder a las sensaciones reales. Las emociones se distorsionan, se opacan y se minimizan.

Sabemos que con el consumo de sustancias, las emociones se anestesian y casi desaparecen. La intensidad del mundo adolescente, el descubrimiento y la zozobra de establecer

vĂ­nculos

tales

como

enamorarse, sufrir, reconocer al otro, queda debilitada y se detiene el proceso de aprendizaje de vivir.


Una enfermedad que afecta los vínculos Diario La Nación. Prevención de adicciones. Domingo 15 de Julio de 2001

Desde nuestra larga experiencia entrevistando familias, padres, esposos, aprendimos a escuchar detrás del relato de las trágicas situaciones de consumo, la enorme distancia que de a poco se instala entre la persona que consume y los miembros de su familia. Cambios de conducta tan sutiles, tan poco reconocibles a veces, que sólo la repetición los hace evidentes, comienzan a mostrar que algo ocurre en la relación entre el consumidor y las personas de su entorno. Desde nuestro punto de vista, todo joven enfermo desarrolla una determinada ceremonia secreta donde se va configurando una especial relación entre él y la sustancia que consume. Este ritual, por lo secreto, necesita de una enorme elaboración para instalar esta particular dependencia entre el consumidor y la sustancia. Toda la creatividad, toda la energía, todos los esfuerzos del consumidor, en suma, se concentran en el vínculo del adicto con su objeto. Poco espacio queda, entonces, para otros vínculos y relaciones alejadas de la droga.

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Aspectos únicos Conocemos los diferentes efectos que produce el consumo de las distintas sustancias. Sabemos de los efectos especiales que ocasionan el alcohol, la marihuana, la cocaína, los ácidos; cualquiera de ellos, según la persona, la cantidad y el momento. Pero, dado que los efectos de cada sustancia son tan personales, aunque existen patrones y conductas comunes, lo sutil del efecto es único entre ese consumidor y esa sustancia. Es evidente, entonces, que esta relación requiere, cada vez más, mayor participación y dedicación por parte del consumidor con la sustancia que, al igual que un amante celoso, impide con su exigencia la participación de nadie más. Cualquier miembro de la familia del consumidor que haya observado esos sutiles cambios de conducta, necesita de un tiempo hasta descubrir y comprender la razón de estas modificaciones y de cómo interfieren toda posibilidad de contacto con el consumidor. Quisiera describir algunas de las distintas formas de distancia a las que me refiero. En los más jóvenes, por ejemplo, vemos que pierden la vinculación con sus tareas específicas, colegio, deportes, antiguos amigos, hábitos y formas de encuentros familiares; la sustancia los coloca detrás de un vidrio blindado desde el que miran, ven, son mirados, pero la comunicación con los otros desaparece progresivamente. Vemos también cómo el vínculo entre el adolescente, su familia y su entorno comienza a romperse, no por un proceso de individuación sino por intermediación de la sustancia. En los más grandes observamos que, en apariencia, se mantienen ciertas conductas habituales como, por ejemplo, en el trabajo y en el estudio, que aunque puedan ser todavía exitosas, curiosamente, aparecen conflictos. Cambio de valor En lo cotidiano, los tiempos del consumidor se modifican, su interés por la vida pierde motivación y las ausencias son imprevistas y sin conciencia de tiempo. Estas modificaciones, que se agregan a la incapacidad de tomar en cuenta al otro, son descriptas con dolor por las esposas de los consumidores. En este vínculo, tan cercano e íntimo como es el de pareja, toda modificación, por leve que sea, lo altera y lo amenaza. Una vez instalada la conducta de consumo, es notoria la distorsión en las

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relaciones y la distancia emocional entre el consumidor y sus seres próximos. Más allá de las diferentes lecturas que podamos darle a la adicción, es evidente también la peligrosa modificación del vínculo, el ataque a la cercanía afectiva, la distancia entre el estar y el establecer un contacto real con los demás, el tomar en cuenta al otro, el ya no saber que existe algo más que el consumo y yo. En los años ochenta, Jay Haley -reconocido terapeuta familiar de los Estados Unidos- en su libro sobre adolescentes “Leavig Home”, describe un proceso de entrevista familiar con un joven que consumía heroína. Parafraseando el nombre de la película “Hiroshima, mon amour”, famosa en esa época y que trataba sobre lo relativo, lo efímero y lo frágil de los vínculos, describe este caso con el nombre de “Heroína, mon amour” en un video que luego editó y que tuvo gran repercusión universal. La entrevista muestra con claridad cómo el desplazamiento del vínculo amoroso del sujeto hacia la sustancia rompe la posibilidad de comunicación con los otros, ya que el consumidor llama a la sustancia “my love”. Quedan así todos aislados, tanto el ptotagonista como los que lo rodean. Sobre esta observación se apoya nuestra ideología para la recuperación: tomamos al paciente y a su contexto familiar para trabajar, en primer lugar, sobre la interrupción del consumo y, de esta manera, permitir nuevamente la reaparición de las emociones. En este momento intentamos restablecer aquellos vínculos sanos que quedaron ocultos y anestesiados por intervención de la sustancia. Lo más sensillo Las conductas distorsionadas que nos muestran los adictos son tan espectaculares que nos llevan, con frecuencia, a construir grandes teorías para comprender el significado de tanto ruido. Confundidos, no miramos lo más sencillo, lo más eficaz, aquello que nos da las oportunidades de éxito: la secuencia que comienza con el consumo y que lleva a la distorsión de las conductas y a la ruptura del vínculo. Comprender esta secuencia es clave para entrar en el mundo de las adicciones: allí encontraremos las opciones que lleven al adicto hacia el cambio y la recuperación.

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El alcohol no es inocente En el año 2005 el diario La Nación publica el siguiente artículo

Los jóvenes, al perseguir los objetivos de diferenciarse de los adultos y de hacer sus propias experiencias, comienzan muy pronto a beber alcohol. Es una actitud grupal que, de momento, les da pertenencia y los acompaña. Muy pocas veces piensan que eso tiene consecuencias negativas. Es más, el efecto euforizante, desinhibidor y de falsa seguridad es agradable para ellos. Beber alcohol está aceptado “naturalmente”, forma parte, casi sin alteraciones, del programa cotidiano y semanal de los jóvenes. Esta práctica sucede fuera de la familia, en un “espacio de aprendizaje y socialización” en el que muchas veces los padres piensan que no deben involucrarse. Obligan a la intervención familiar una serie de escenas que, cuando comienzan, no parecen alarmantes, pero que pronto comienzan a serlo: “Encontramos vómito en la puerta de casa.” “Olía fuerte a alcohol.” “Nos asustamos porque no se pudo despertar en todo el día.” “Tuvimos que llamar a la emergencia médica.” “Fue una sobredosis… un coma alcohólico… hubo que internarlo.” Esta gradación de situaciones lleva a veces mucho tiempo en llegar a sus etapas más severas y, sin darnos cuenta, nosotros: los adultos, los padres, somos cómplices de estos riesgos. Cuando hablamos de consumo de alcohol, no podemos dejar de mencionar que esta secuencia suele terminar en el consumo de drogas, que comienza muchas veces de la misma manera que el consumo de alcohol, casi como una experimentación, pero que luego se vuelve incontrolable. En mi diario quehacer profesional recibo a padres que llegan llenos de confusión y dolor. Ven las

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conductas de sus hijos y no saben cómo conducirse. “¡Si todos lo hacen!” Esta reflexión, que aleja el problema, hace que los padres permanezcan inoperantes. Al tomar cuenta de las conductas de sus hijos, que les causan disgusto, dudan de que sean en verdad riesgosas, lo que funciona como inhibidor y los paraliza. No pueden pensar con claridad. Entonces repiten las palabras que con mayor o menor riqueza despliegan para justificar sus conductas. Los padres de estos jóvenes han tenido otras experiencias en su juventud de menor riesgo, y el mundo del alcohol y de la droga son desconocidos para ellos. Por eso no les es fácil darse cuenta de cuáles son las estrategias por seguir para corregir el problema. En la adolescencia, los jóvenes hacen las primeras experiencias en busca de su autonomía, su individuación, la diferenciación del mundo de los adultos, de los padres. También es el comienzo de los grandes descubrimientos personales. Esta aventura fascinante que es el descubrimiento del mundo, con sus ilusiones y sus contradicciones, que generalmente se hace en ese momento de la vida, queda opacada cuando las sustancias toman un lugar protagónico en la vida del adolescente. La toma de sustancias (alcohol y drogas) funciona como un filtro entre el joven y la vida, le impide acceder a las sensaciones reales. Las emociones se distorsionan, se opacan y minimizan. Es tiempo de que nosotros, los adultos, pensemos cómo podemos ayudar a nuestros jóvenes a encontrar otras formas de descubrimiento y diversión, con conciencia y preparación frente a los riesgos.

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El desarrollo se detiene y el hábito del consumo reemplaza el vivir, situación en extremo traumática como lo es todo quiebre, pero que, en este caso, es generalmente negado,

minimizado

y

no

advertido por los jóvenes ni por los adultos. Se reemplaza el proceso evolutivo normal: la fantasía toma el lugar de la realidad.


¿Es sólo la hora? Diario La Nación. Carta de lectores.

Señor Director: Toda propuesta de cambio nos lleva a un cuestionamiento y, de pronto, nos encontramos tomando posición. ¡Qué paradoja! La hora de la apertura de las discotecas es la que organiza la diversión de la noche de nuestros hijos. Hemos dicho muchas veces: “¿Cómo no la voy a dejar ir, si todos van? ¿Cómo le digo que no? Si se lo prohíbo, ¿me hará caso?” En realidad, no supimos ofrecer otra alternativa. En nuestra experiencia en la tarea de recuperación en drogadicción, no puedo dejar de pensar cómo el desorden, el tiempo libre sin destino, la curiosidad adolescente, la complicidad de la noche, pueden convertirse en situaciones de riesgo. Es verdad que los peligros existen también durante el día, pero cuando la expectativa es que todo se logra sólo de noche los peligros se multiplican. ¿Sabemos realmente dónde van nuestros hijos? ¿Qué sabemos de estos lugares? ¿Son verdaderamente seguros? ¿Se consume alcohol? ¿Cuánto? ¿Qué pasa con la violencia, las patotas, los incendios, los accidentes?...” preguntas que todos nos hacemos sin encontrar respuestas. Como padres, ¿podremos retomar nosotros el control de todas estas dudas? Es evidente que no se trata sólo de “horarios” sino de transmitir a nuestros hijos que el placer y riesgo no deben ir juntos. Mi experiencia cotidiana no me permite olvidar una secuencia casi inevitable: descontrol, sustancias, consumo, adicciones, muerte, Sida.

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No banalizar la marihuana En el año 2012 el diario Clarín publica el siguiente artículo con gran sorpresa, advertimos la similitud de (caso) situaciones con nuestra época actual.

Desde hace más de 30 años, trabajo en un programa ambulatorio de rehabilitación de la drogadicción. En estos años, el contexto social de nuestro país ha cambiado enormemente. ¿Qué les pasa a los jóvenes que consumen sustancias tóxicas? ¿Cuáles son sus conductas? ¿Es igual a cualquier edad? En nuestra área laboral tenemos contacto con jóvenes a partir de los catorce años en adelante. El observar esta franja etaria nos permitió reconocer determinados patrones de conducta, que son el resultado del consumo de sustancias. Actualmente hay una gran “banalización” del consumo de marihuana. Se lo considera de no riesgo y por lo tanto, muchos jóvenes lo incluyen en su vida diaria considerando que no conduce a ninguna situación de peligro. En un joven en desarrollo, en comienzo de su adolescencia, el efecto es diferente del que puede tener un

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adulto, pues los cambios de conducta que produce el consumo modificarán su plan de vida y su crecimiento. Si un adulto decide hacer uso de sustancias o de alcohol, hace su elección desde un determinado nivel de desarrollo emocional, económico, social, de acuerdo a su escala de valores y su plan de vida. Los cambios de conducta que más observamos son: modificaciones en sus hábitos diario –a veces tan sutiles que cuesta reconocerlos–, débil compromiso con sus tareas de estudio, desinterés, apatía, comienzo de muchos proyectos que no llegan a concretarse, dificultad en el contacto con su familia, conductas impulsivas y un descenso del contacto emocional con vínculos más próximos, a veces francos maltratos. La adolescencia es momento evolutivo de riqueza, que queda anulado o empobrecido cuando el consumo es parte de lo cotidiano. Por eso, asumamos que el consumo de sustancias es un tema de salud y desarrollo, que compete el cuidado de la vida y de las relaciones.

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CAPĂ?TULO II

Adolescencia, etapa de pasaje y riesgos Lic. Susana Barilari


Adolescencia, etapa de pasaje. Sus riesgos

Sería importante entender qué es la adolescencia, proceso evolutivo que ocurre en los seres humanos al dejar la infancia y antes de la madurez. En las generaciones anteriores a la nuestra, esta etapa estaba claramente signada por la edad y los rituales: los dieciocho años, el pantalón largo, el permiso para salir de noche, las llaves de la puerta de casa y del auto. Con los cambios sociales y culturales, la adolescencia hoy comienza apenas entre los diez y doce años y se extiende hasta casi llegados los treinta. Hoy, como ayer, muchas veces cuando una pareja define un proyecto de convivencia tiene formado un proyecto de familia. La llegada de un hijo pone a la pareja ante una definición: la aceptación de un proyecto común. Es en este momento que se despliegan toda clase de fantasías, de ideales, de esperanzas que se concretarán o no, cuando llegue el hijo. Son las expectativas de los padres para con este hijo las que determinarán, no sólo un vínculo único y particular con él, sino también un estilo especial de comunicación donde vemos muchas veces proyectados ideales que son de los padres. Éste es un proceso que se repite con cada nuevo hijo que llega a la familia y en el que se ponen en juego, además, la etapa evolutiva, el momento emocional y el económico por el que pasa la pareja. Hasta la elección que los padres harán del nombre para este hijo es significativa. Cuando llega a la adolescencia, el hijo ya recibió de sus padres una cantidad de valores, de estímulos y de hábitos que, ahora adolescente, pondrá en juego durante esta fundamental etapa de su vida. En nuestras organizaciones sociales, las familias desconocen la experiencia, casi habitual en tiempos pasados, de compartir el crecimiento de sus hijos rodeados de abuelos, de tíos y con otros miembros de la familia. Esta “familia extendida” funcionaba como una suerte de red de sostén: los padres descansaban sobre esta red y la ideología se transmitía ordenadamente de generación en generación. Las nuevas organizaciones familiares han modificado absolutamente este esquema. Las nuevas parejas viven solas, los abuelos también viven solos con frecuencia en instituciones, los padres muchas veces

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se separan y, a su vez, arman nuevas familias. En ocasiones vemos también familias uni-parentales. Nuestra reflexión apunta a comprender la forma de organización social anterior, tan diferente a la actual, en la que el acompañamiento de la familia colaboraba en la búsqueda de autonomía de estos jóvenes. Desde el punto de vista evolutivo, la adolescencia es el comienzo de la búsqueda de autonomía e individuación. Ser distinto de los padres, diferenciarse de ellos, en síntesis, ser muchas veces lo opuesto a ellos. Qué tranquilidad nos da hablar del contexto de la familia de hace algunos años que permitía que el crecimiento fuera una etapa de pasaje y qué temor nos da intentar pensar el concepto de cómo es esta etapa hoy. Las exigencias de la vida moderna someten a los padres, desde sus distintos espacios, a diferentes compromisos y obligaciones. El tiempo libre para seguir paso a paso el crecimiento de un hijo desapareció y, es entonces, que el niño debe hacer su pasaje a la adolescencia no acompañado ya de su familia sino de sus pares. La escuela le da un primer contexto de vínculo con pares y, muchas veces, desde las experiencias compartidas de trabajos escolares, los chicos hacen sus primeros ensayos de autonomía. La conducción inteligente y la motivación intelectual, favorecerán un mejor desarrollo. ¿Sabremos los adultos comprender esto? En esta etapa de experimentación y ensayo, los jóvenes prueban situaciones que satisfagan sus necesidades, muchas veces guiados por la confusión. Algunos padres, también confusos ante el significado de este momento, otorgan permisos que no entienden y aceptan conductas con las que muchas veces no están de acuerdo y que tienen un final impredecible. Ante un hijo sano, exitoso en la escuela, activo y alegre, cómo decirle que “no”, cuando todos sus amigos lo hacen. Recién al caer en cuenta que este exceso de libertad representa un riesgo, debemos aprender qué cosas podemos otorgar y a qué cosas decir “no”. Para el adolescente, desde lo individual, oponerse a lo establecido, oponerse a la autoridad, oponerse a las reglas de una sociedad para él incomprensible, son otros caminos en la búsqueda que él emprende para lograr su autonomía. De la misma forma en que la familia extendida en tiempos anteriores era el

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marco de este proceso, hoy es el mundo que lo espera fuera del hogar, el mundo de la imagen y del sonido, el mundo de la técnica el que le brindará un acompañamiento virtual. En la soledad de su habitación, el adolescente establece vínculos virtuales por medio de su computadora, de su celular, escribe mensajes de texto con un idioma también virtual que poco se parece al diálogo hablado entre las personas y, que a pesar de creer que se establece un contacto con el otro, sigue quedándose solo. También sus varios equipos, su música –MP4- le permiten el engaño de un aparente contacto. La imagen de un joven caminando con auriculares en sus oídos, es el ícono del aislamiento. ¿Que ocurre en su mundo emocional con esta limitada fracción de la realidad? Los estímulos se confrontan sólo con la palabra, la imagen y el sonido, y el registro emocional y el corporal en estos casos no son validados por un otro. Por esto es que el grupo adquiere tanta fuerza: el grupo corporiza la presencia y brinda pertenencia e identidad. Es “el otro”. Los grupos de acompañamiento se constituyen por afinidades, por gustos compartidos –actividad deportiva, tipos de música, ejecución de algún instrumento musical, etcétera-. Es en estos espacios que, de a poco, el joven, desde el silencio de su habitación sale y comienza a conectarse con el mundo exterior y se incorpora a los distintos grupos de seres humanos “reales”. Esto sería hoy el ritual de pasaje donde, desde lo individual, el joven es acompañado por aparatos electrónicos hasta acceder al acompañamiento verdadero de otros pares. Ya no hay transmisión de ideología familiar, ya no hay transmisión de valores y a este mundo secreto entra el adolescente del que la familia está, en general, excluida. En este nuevo mundo grupal no hay patrones, no hay modelos, el aprendizaje se da por ensayo/ error. “Lo que hacen los otros es lo que veo, lo que escucho, lo que pruebo: son leyes nuevas, nuevos rituales”. Es sobre esto que el adolescente deberá elegir. “¿Por qué no salir de noche, por qué no tomar alcohol si todos lo hacen?”. De esta manera, poco a poco, comienzan a experimentar nuevas conductas que, en ocasiones, los llevan a un circuito de riesgo que no conocen y del que no miden sus consecuencias pero que es hoy, desafortunadamente, el mundo en el que vivimos todos. En estos grupos tan libres todas las conductas nuevas tienen espacio para la experimentación. De

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esta manera por qué no aceptar el consumo de sustancias y de alcohol que se incorporarán natural y lentamente a sus vidas. Con frecuencia ésta es la primera ruptura de la ley familiar. El consumo de sustancias produce en el joven distancia y aislamiento de la realidad. Los vínculos se debilitan, la intensidad y el registro de las emociones disminuye e impide el crecimiento emocional. Todos aquellos descubrimientos inherentes a esta etapa evolutiva quedan detenidos. El resultado es un mundo pálido en el que la intensidad de las emociones necesarias para establecer vínculos como sería enamorarse, compartir, reconocer al otro, se aplacan y, en una palabra, el proceso del aprendizaje de vivir se detiene. Es frecuente que, cuando la sexualidad aparece muy temprano y junto al consumo, el vínculo que así se establece no tiene real significación ni espacio para su desarrollo; no hay registro real del afecto, del sentido de las cosas, de la presencia del otro, en suma, del crecimiento normal y progresivo. El desarrollo normal se detiene. Esta nueva conducta reemplaza el vivir. Esta “no vida” es situación en extremo traumática –como lo es todo quiebre-. Esta no vida es negada, minimizada y no advertida ni por los jóvenes ni por los adultos. ¿Cómo es el crecimiento normal en un adolescente?. Es acceder a una apertura de pensamiento que lo lleve a descubrir, a experimentar pero no en total soledad; es un tiempo en el que jóvenes y familia comparten este proceso y juntos puedan aceptar las diferencias generacionales y el registro de esta nueva realidad. Así como en años anteriores la familia determinaba el proceso de la adolescencia, hoy -gran paradojason estas conductas adolescentes, las que determinan el funcionamiento y la organización de la familia. Si miramos a nuestro alrededor vemos a través de la historia, de la literatura, de todas las manifestaciones del hombre, lo significativa y de gran conflicto que es, para los seres humanos, esta etapa de pasaje: de lo desconocido a lo cierto, del desafío al descubrimiento y desde el esfuerzo de la búsqueda personal, se llega finalmente a la aceptación del compromiso que implica una vida plena que trae gozo e incertidumbres.

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Adolescencia y alcohol

Efectivamente es así, los jóvenes de hoy - con una idea de experimentación y de diferenciarse de los adultos - comienzan muy tempranamente a tomar alcohol. Cuando lo hacen, es una actividad grupal que les da pertenencia, los acompaña. Muy pocas veces piensan que esto tiene consecuencias, es más: el efecto euforizante, desinhibidor, de falsa seguridad es agradable para ellos. El beber alcohol está aceptado naturalmente, casi sin ruido en el programa cotidiano y semanal de los chicos. Toda esta actividad sucede además, fuera de la familia, es el espacio de “aprendizaje y socialización”, donde muchas veces los padres piensan que no deben meterse. Obligan a la intervención familiar una serie de escenas que en su comienzo no parecen alarmantes: “encontramos vomitada la entrada de casa”; “olía fuerte a alcohol”, “nos asustamos porque no se pudo despertar en todo el día”, “tuvimos que llamar a la emergencia médica”; “Fue una sobredosis…, un coma alcohólico…, hubo que internarlo…”. Esta gradación de situaciones lleva a veces mucho tiempo en aparecer como alarmante y sin darnos cuenta nosotros, padres, somos cómplices de estos riesgos. Cuando hablamos de consumo de alcohol no podemos dejar de mencionar que esta secuencia, termina en consumo de drogas, que comienza muchas veces, de la misma forma que el consumo de alcohol, casi como una experimentación pero que luego se hace incontrolable. En nuestra consulta cotidiana, recibimos a padres que llegan llenos de confusión y con dolor. Ven las conductas de sus hijos y no saben que hacer…”Si todos lo hacen…”, esta reflexión que aleja el problema hace que los padres queden inoperantes.

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El efecto de conocer estas conductas que les causa disgusto y que dudan que sean de riesgo funciona muchas veces como inhibidor, los paraliza. No pueden pensar claramente y entonces repiten las palabras que con mayor o menor riqueza y argumentación los chicos despliegan para justificar sus conductas. Los padres de estos jóvenes han tenido otras experiencias en su juventud y el mundo del alcohol y de la droga son desconocidos para ellos, por eso, no les es fácil solos darse cuenta de qué hay que hacer. En la adolescencia los jóvenes hacen las primeras experiencias en busca de su autonomía, su individuación, la diferenciación del mundo de los adultos, de sus padres. También es el comienzo de protagonismo de descubrimientos personales. Esta aventura fascinante, que es el descubrimiento del mundo con sus ilusiones y sus contradicciones, que generalmente se hacen en ese momento de la vida, queda opacado cuando las sustancias toman lugar en la vida del adolescente y le impide descubrir un mundo diferente que, hasta lleno de miserias, le dará argumentos para tomar posiciones en su vida. La toma de sustancias (alcohol, droga) funciona como un filtro entre el joven y la vida, las sensaciones reales, las emociones, se distorsionan, se opacan y minimizan. La imaginación es una característica de nuestra sociedad, y siempre y cuando busquemos, encontraremos respuestas a nuestras dificultades. Es el momento en que -nosotros adultos- pensemos juntos qué otras propuestas de descubrimiento y diversión podremos ayudar a encontrar a nuestros jóvenes.

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Todos aquellos descubrimientos que hace el adolescente en esa etapa evolutiva quedan detenidos por el consumo. El resultado es un mundo pĂĄlido en el que la intensidad de las emociones necesarias para establecer vĂ­nculos, como serĂ­a enamorarse, compartir, reconocer al otro, se aplacan y, en una palabra, el proceso de aprendizaje de vida se detiene.


La adolescencia, un pasaje

Me gustaría compartir con ustedes una reflexión acerca de la adolescencia -fundamental e indispensable para la etapa de crecimiento y desarrollo- con una mirada más abarcadora que incluya el momento presente de nuestra sociedad. Cuando una pareja llega al casamiento, tiene ya formado un proyecto de familia. La noticia de la llegada de un hijo es, para esta pareja, un hecho fundamental en su historia: en este momento se despliegan toda clase de fantasías, de ideales, de esperanzas y de proyecciones, que se concretarán o no, cuando llegue el nacimiento. Son las expectativas de los padres para con este hijo las que determinarán con él, no sólo un vínculo único y particular, sino también, un estilo especial de comunicación. En síntesis, establecerán una forma de vínculo único con este hijo y proyectarán sobre él muchos de los ideales que pertenecen a sus padres. El proceso se repite con cada nuevo hijo que llega a la familia y en el que se ponen en juego, además, la etapa evolutiva, el momento emocional y el económico por el que pasa la pareja. Hasta la elección que los padres harán del nombre para este hijo, es significativa. La suma de estos factores determinará el vínculo, que es único y especial. Cuando llega a la adolescencia, el hijo ya recibió de sus padres una cantidad de valores, de estímulos y de hábitos que el joven, ahora

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adolescente, pondrá en juego durante esta fundamental etapa de su vida. Si nos remontamos a diez o veinte años atrás en el tiempo, y comparamos el ayer con el hoy, veremos con absoluta claridad el enorme cambio ocurrido en las maneras de establecer contacto entre los jóvenes y sus padres. En el pasado, la pareja con frecuencia no vivía sola: lo hacía con abuelos, con tíos, con otros miembros de la familia. No era sólo a través de los padres que los patrones de esta familia se transmitían, sino a través de esta “familia extendida” que funcionaba como una suerte de red sostén que acompañaba el crecimiento de los hijos e, incluso en ausencia de los padres, se mantenían valores y creencias. Los padres descansaban sobre esta red y la ideología se transmitía ordenadamente de generación en generación. En esa época en que la familia tenía tanto peso, la entrada en la adolescencia se determinaba con pautas muy claras: a los 18 años se entregaba a los varones la llave de la puerta de calle, muchas veces el primer pantalón largo y, también, el permiso para salir de noche. Las hijas tenían su “baile de 15 años” que, de alguna manera, legalizaba por fin el contacto con los varones. Esta última etapa de la infancia y primera de la adolescencia, transcurría bajo la mirada de la familia. Los “rituales” arriba comentados, marcaban el pasaje de la adolescencia a la vida adulta. En los varones el servicio militar determinaba la autonomía y permitía los primeros intentos de acciones y movimientos personales. Las jóvenes se preparaban para el matrimonio, paso indispensable para el desprendimiento de su familia de origen. Me permito esta referencia histórica porque nos ayuda a comprender la manera en que este pasaje, tan ritualizado y tan formal, permitía a los hijos desprenderse de su familia como parte de un proceso. Las etapas de este proceso marcado por rituales, determinaba, en coincidencia o no con su madurez emocional, que el joven “ya era grande”. En las familias de hoy, esta experiencia es casi desconocida. Las nuevas parejas viven solas, los abuelos en geriátricos, los padres muchas veces se separan y arman, a su vez, nuevas familias. Ya no tienen a su lado este “muro” de apoyo que representaba la familia extendida. También deben los padres de hoy asumir y enfrentar de manera diferente el crecimiento de sus hijos.

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Al no contar la familia moderna con esas viejas estructuras, los padres intentan cumplir los roles de contención que en su momento les sirvieron a ellos y así intentar ser, a la vez, padres y “muro”. Resultado de esta situación es la sobreprotección de sus hijos, haciendo por ellos”, “pensando por ellos”, cuidándolos de tal manera que, cuando llegan a la adolescencia, y deben asumir responsabilidades o compromisos, estos hijos carecen del entrenamiento necesario para enfrentarlos, porque ya “todo fue hecho” por sus padres. En otros casos, los padres, en su intento por “ser muro” se vuelven autoritarios, solemnes; su palabra es ley y se instalan a gran distancia de sus hijos. Esta distancia produce un cuestionamiento, una postura de oposición con los hijos que los puede llevar hasta un quiebre del vínculo con ellos. Otros padres, desde una posición que podríamos llamar “abastecedora”, que magnifica, distorsiona y desvirtúa el rol paterno, pretenden dar todo a sus hijos y, en contrapartida, sienten el derecho de exigir también “todo” de ellos. El vínculo se convierte así en una transacción, el afecto queda oculto y, cuando los hijos no responden favorablemente a este “yo que te doy todo”, se produce la crisis. Otros padres, desde sus propias carencias, dan todo a sus hijos en forma incondicional y establecen una relación basada en “Como yo no lo tuve...” sin importar si el hijo lo necesita o no. Esta modalidad dista mucho de ser un intercambio que estimule el crecimiento. Los padres “organizadores”, ocupados en su función “proveedora”, delegan en la madre la crianza de sus hijos y, desde la distancia, organizan y ordenan a sus esposas: “Decile a él que...” Tampoco este padre distante es un buen modelo para acompañar la transición. Los padres que describimos arriba, están centrados en la distancia. ¿Cómo puede un hijo separarse de un padre con el que no habla, que no conoce? O reciben todo, o no reciben nada. Sabemos desde siempre lo difícil que es desprenderse adecuadamente de la familia; cuánto más lo será de aquella que le dio tanto, que le dio la base para crecer pero que, en esta etapa tan conflictiva de la adolescencia, se vuelve difícil desprenderse de ella por falta de un acompañamiento adecuado. En Buenos Aires hoy, vemos que la adolescencia comienza alrededor de los diez o doce años y que se prolonga en ocasiones hasta los treinta. Los viernes y sábados a la noche vemos a jovencitos vestidos de negro que deambulan en pequeños grupos por la calle sin aparente rumbo fijo, algunas

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veces alcoholizándose para darse el coraje que buscan y que su edad no les brinda. La necesidad de pertenencia los lleva, muchas veces, no solamente a tomar alcohol, sino también a probar la droga. De alguna manera, este nuevo código secreto -secreto para los padres-, que establecen los jovencitos entre ellos, deja afuera a los padres. Este código secreto reemplazaría en forma imperante, por no ser compartidos con la familia, los necesarios rituales de pasaje que describimos arriba. ¿Cómo buscan, estos jovencitos, la individuación y la independencia? Muchas veces recurren a la oposición. Si en el hogar encuentran orden, reglas, normas, buscarán automáticamente oponerse a ellas. Muchas veces la fuerza del grupo es la que permite al jovencito oponerse a sus padres y recibe la #fortaleza” que a él le falta para enfrentar las situaciones de riesgo que propone la noche en la calle. ¿Por qué no salir de noche, por qué no tomar alcohol, si todos lo hacen? De esta manera, poco a poco, entran en un circuito de riesgo que no reconocen, y del que no miden sus consecuencias pero que es hoy, desafortunadamente, el mundo en el que viven los jóvenes. La incorporación de estas nuevas conductas reemplaza con pérdida el proceso evolutivo normal: la fantasía toma el lugar de la realidad. Sabemos que con el consumo de substancias, las emociones se anestesian y casi desaparecen. La intensidad del mundo adolescente, el descubrimiento y la zozobra de establecer vínculos tales como enamorarse, sufrir, reconocer al otro, queda debilitada y se detiene el proceso del aprendizaje de vivir. Cuando el consumo y la sexualidad comienzan temprano, la sexualidad no tiene real significación: se quiebra la cadena lógica de la formación del vínculo, el descubrimiento del afecto, del sentido de las cosas: en suma del crecimiento normal y progresivo. El desarrollo normal se detiene y el hábito del consumo reemplaza el vivir, situación en extremo traumática –como lo es todo quiebre- pero que, en este caso, es generalmente negado, minimizado y no advertido por los jóvenes ni por los adultos. ¿Cómo llega a la consulta la familia de un joven adicto? En esta suerte de ceremonia secreta de la que hablamos antes, los jovencitos consumen durante mucho tiempo sin que los padres lo adviertan; por un tiempo, aparentemente, su escolaridad y su vida normal parece preservada.

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En algún momento comienzan en forma solapada, perturbaciones en las conductas de los jóvenes que, salvo miradas en extremo agudas, pueden entenderse como cambio de hábitos. Es “normal” que un adolescente tenga algunos desarreglos en el colegio, que cambie sus conductas, que cambie sus amigos, su manera de vestir. En nuestro país hoy, toda substancia está al alcance de quien la busque; es más, pertenece a la cultura de los adolescentes: ellos saben todo acerca de cuáles son las drogas existentes, cuáles sus efectos, los precios, dónde comprarlas. Es probable que, con esta información a su alcance, muchos la prueben y otros la rechacen: son los que continúan con su crecimiento y su desarrollo normal. No queremos olvidar que la rebelión contra las normas establecidas en busca de las propias es inherente a la juventud, que todos lo hemos intentado en ese momento de nuestras vidas pero, el riesgo aparece cuando, a esta rebelión, se le agrega el consumo y se entra a un circuito de riesgo creciente. Nos sorprende la tolerancia de los padres ante los cambios de conducta que produce en sus hijos el consumo; estos cambios los someten al maltrato, a la violencia física y verbal, al caos. Recordemos el particular vínculo que los padres tienen con cada uno de sus hijos. ¿Cómo aceptar entonces que ese hijo tan amado e idealizado tenga conductas tan censurables o atente contra la propia familia? ¿Cómo imaginar que se transformó en un desconocido con el que no pueden hablar? ¿Cómo entender que no mida las consecuencias de sus actos ni el alcance de riesgo en el que se encuentra? La familia no reconoce que este malestar es consecuencia del consumo de substancias. Cuándo sospecho o me doy cuenta que mi hijo consume, ¿qué hago? Primero, respiro profundamente para aquietarme y aclarar mis ideas, y luego pido una consulta con un equipo especializado en el tema, no con un terapeuta tradicional dado que, esta nueva patología necesita también abordajes modernos y trabajo interdisciplinario con el que se pueda dar repuesta, no sólo al problema del consumo, sino a todas las consecuencias que este consumo trajo al joven y a su familia. Desde nuestra experiencia podemos hablar de recuperación, podemos hablar de cambios estructurales y de nuevos proyectos de vida. Sabemos que a los mensajes conocidos como aquellos desesperanzados sobre la droga y la muerte, podemos agregar -repetimos- mensajes realistas de esperanza y de vida.

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CAPร TULO III

La Familia como pivot en la recuperaciรณn de adicciones Lic. Susana Barilari


El dolor de los padres

Como primera organización social, en una familia encontramos lo más rico, lo más valioso que todos los seres humanos tenemos y donde los proyectos de vida están basados sobre el amor. El nacimiento de un hijo significa, según cada historia de vida, cosas de primordial importancia. En este hecho vital juegan fantasías, ilusiones, proyecciones. En cada familia es desde el amor que se da a los hijos lo mejor y es desde este lugar también se reciben modelos, hábitos, estilos, valores, que determinarán sus conductas en la vida. Con esta emoción y con esta expectativa, todos nosotros, en tanto que padres, pensamos - aunque no de manera consciente – que nuestros hijos son los mejores. Cuando un joven comienza a consumir, comienza también a modificar su comportamiento, muchas veces, de manera casi imperceptible y otras de formas más evidentes. Estos nuevos e irreconocibles hábitos, son para los padres equivalentes a ceremonias secretas que no pueden comprender. Muchas veces pasan años antes de que la situación pueda ser develada o descubierta. Desde el punto de vista evolutivo, en la adolescencia comienza la búsqueda de autonomía y de

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individuación. Ser distintos de los padres, diferenciarse de ellos, ser muchas veces lo opuesto, es lo que necesitan todos los adolescentes y lleva, muchas veces a los jóvenes, a probar todo tipo de estímulo nuevo. La necesidad de individuación hace que los padres consideren estos cambios como otras de las conductas nuevas y secretas que los jóvenes, a probar todo tipo de estímulo nuevo. La necesidad de individuación hace que los padres consideren estos cambios como otras de las conductas nuevas y secretas que los jóvenes ensayan. El resultado: no pueden ser decodificadas por los padres como lo que en realidad son: ligadas al consumo. Estos cambios, no son en realidad.

¿Cómo se va a drogar mi hijo? Para poder aceptar esta realidad, los padres necesitan de un impacto emocional muy fuerte que venga, ya sea del mundo externo – policía, gente “rara”, robos, agresiones – o de conductas cotidianas muy modificadas, que los llevarán a no reconocer en estas conductas a su hijo. El dolor aparece en los padres cuando aceptan que estas extrañas conductas de sus hijos están ligadas al consumo de drogas. El dolor es tan profundo que, muchas veces, inhibe la acción pues con esta confirmación se rompe narcisísticamente toda aquella fantasía o idealización que cada padre tenía puesta en su hijo. Recién después de aceptar la realidad del consumo, pueden aparecer la bronca y, con ella, la posibilidad de hacer algo. Así llegan, generalmente, a la primera consulta, pero, todavía, no hay registro del propio dolor producto de las conductas desarmónicas del hijo; tampoco existe un claro registro del riesgo y, por lo tanto, del miedo que este riesgo implica. ¿De qué manera aparece el dolor o cómo se lo encubre? Cuando el dolor ocupa el primer plano, llegan los padres mostrando su impotencia y la sensación de que no van a poder hacer nada por sus hijos. El dolor del reconocimiento del consumo es tan intenso que aparecen en ese momento la negación bajo las más diversas formas y los padres se muestran con los que llamamos “diferentes estilos”.

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Cómo comienza

“Nos llamaron de la seccional: Mariano estaba detenido por tenencia de drogas”. De esta manera comienzan muchas historias que podrían ser dramáticas; sin embargo, cuando la familia puede reaccionar, es posible un final feliz. -Mariano tiene diecisiete años -relata un padre- nunca imaginamos que estuviera con drogas... es buen alumno... nunca vimos nada raro. De seguir hablando, veremos que, en realidad, era un “buen alumno” aunque, últimamente, ya no tanto y le quedaron “varias materias colgadas”. Y continúan: -Pelea mucho para salir de noche los fines de semana, vuelve a cualquier hora, esto nos preocupa... en realidad no sabemos con quién sale porque los amigos de antes ya no vienen a casa. Cambia todo el tiempo de carácter y, a veces, hasta se pone agresivo... antes nunca pasaba. Al decir estas cosas, en voz alta, los padres comienzan a reflexionar y descubren lo poco que saben de la vida de su hijo, encubierta por esa suerte de desordenada “normalidad” de los adolescentes. Al no conocer la vida de los jóvenes, los padres ignoran los riesgos a los que están expuestos. “Saben” que “en la adolescencia” es normal la necesidad de probar situaciones desconocidas, buscar nuevos grupos de pertenencia, enfrentar desafíos... todo esto es normal pero... ¿saben, acaso, del riesgo a que apuntan estas nuevas conductas? Existen, además, otros datos sutiles que nos advierten del peligro: cambios físicos, de conducta, cambios importantes de hábitos de vida que van más allá de los desórdenes adolescentes.

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Tomemos el consumo de alcohol, por ejemplo. ¿Por qué es peligroso consumir alcohol? Porque es muy fácil incorporarlo al ritual de las salidas nocturnas, porque es compartido, porque es placentero y porque ayuda a sentirse un poquito más libre. Así, sutilmente, el consumo del alcohol se instala como una conducta adictiva que facilita probar otras cosas y, casi sin querer, se prueba la marihuana: de allí, se pasa con rapidez a otros y variados consumos. ¿Qué hacemos, como padres, ante conductas que nos incomodan y no comprendemos cabalmente? Por temor a antagonizar a nuestro hijo, en general, no hacemos nada. Esperamos “que se le pase”, porque “es una etapa”. El comienzo de la adolescencia de estos padres fue diferente: la autonomía aparecía ligada a la vida familiar y, el estímulo exterior era mucho menos invasivo. Para estos padres es difícil comprender los códigos, el sentido de estas nuevas formas de buscar autonomía pero, lo que fundamentalmente no conocen, es la gravedad de los riesgos que estas situaciones representan. Como padres nos veremos ante situaciones que nos llenan de confusión, que nos sorprenden, que nos asustan. No las ignoremos e intentemos comprender la fuerza de estos mensajes. Es sumamente doloroso que nuestro hijo amado pueda estar viviendo experiencias ajenas a nuestra forma de vida, a nuestros valores: nos producen mucho dolor, un dolor que lleva a silenciar la realidad. Este es otro peligroso riesgo. Aún con las nuevas organizaciones sociales, es la familia la matriz donde se transmiten las pautas básicas de crecimiento y, por lo tanto, la familia, ante la crisis, tiene el poder de intervenir y reparar. Hoy día la adicción va ligada a situaciones grupales, a actividades compartidas. La patología de las adicciones es nueva, responde a múltiples factores de cambios socio-económico-histórico-políticos. Por lo tanto, la respuesta terapéutica no debe ser individual. Es fundamental consultar a instituciones específicas donde la familia, desde la primera información, participe en forma activa. La experiencia nos confirma, que no debemos quedarnos solos, que un grupo de orientación de padres nos ayuda a reflexionar, a eliminar las dudas. La familia así fortalecida podrá tomar posiciones claras para abordar este nuevo desafío que la paternidad los enfrenta.

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Grupos orientación de padres

Cuando una pareja se constituye, finalmente con el nacimiento de un hijo se forma la familia. En este espacio surgen proyecciones, fantasías, estilos, que tienen que ver con la formación de cada uno de los cónyuges, y esto se proyecta al nuevo hijo que nacerá. Y es así que no sólo transmitimos todo lo que serían actitudes positivas sino también todas las fantasías que proyectamos en este nuevo ser. Cuando un joven empieza a incluir en su vida el consumo de sustancias, comienza generalmente de una manera muy pausada, incluyendo en su vida habitual el consumo de sustancias, por ejemplo los fines de semana cuando sale, entre semana no consume. Este rito generalmente se va incrementando hasta llegar muchas veces a que el espacio de consumo sea el único organizador de vida. Esto trae como consecuencia modificaciones en su conducta cotidiana y es así que lo primero que se nota es distancia, desinterés por su actividad propia como el estudio o el trabajo. Aparecen sutilmente otros cambios: tomar distancia del grupo familiar, tener poco diálogo, no concurrir a las horas de comida, recluirse en su cuarto o salir sin decir a donde va y regresar al otro día, cambiar de amigos.

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Todas estas conductas se van incorporando muy lentamente en la vida de los chicos en general, por eso no es tan sencillo que los padres puedan entender esto. El consumo de sustancias no es lo que modifica los hábitos sino conductas adolescentes, rebelión, o desafío a las leyes de familia. Cuando finalmente los padres pueden aprender a mirar, encuentran rapidamente la confirmación de que puede haber consumo de sustancias. ¿Qué es lo que produce éstas diferencias? Normalmente la conducta de un adolescente va ligada al descubrimiento, a la busqueda, a modificar ciertas conductas que lo diferencien de sus padres. Esta búsqueda de nueva identidad cuando sucede acompañada del consumo de sustancias, generalmente puede llegar a situaciones muy dramáticas. ¿Qué es lo que producen éstas situaciones? El consumo de sustancias tiene como resultado una baja muy grande en el espacio emocional de la vida de un joven , es decir su registro de la presencia de otro es practicamente negada y allí sus conductas de desafío, provocación y desconexión con la realidad.

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“¿Por qué no salir de noche?” ”¿Por qué no tomar alcohol?”, “si todos lo hacen”. De esta manera, poco a poco, los jóvenes entran en un circuito de riesgo que no reconocen, y del que no miden sus consecuencias, pero que es hoy, desafortunadamente, uno de los mundos en que viven.

La aventura fascinante que es el descubrimiento del mundo con sus ilusiones y contradicciones, que generalmente hace el adolescente en ese momento de su vida, quedan opacadas cuando las sustancias toman un lugar protagónico.


Familia y alcohol

En toda convivencia, los cambios -aunque mínimos- de los hábitos cotidianos, son detectados rápidamente o negados y disminuida su importancia a veces por años. Es así como cuando alguien de la familia modifica alguna conducta cotidiana, puede aparecer una alerta. Los cambios son a veces físicos, otros de conducta y otros emocionales. Si alguien en un grupo familiar modifica su ritmo de ingesta de alcohol, es detectado a veces. Al comienzo es negado hasta ocurrir una situación diversa o más alarmante. Cuando esta modificación aparece en la conducta de la madre, veremos a veces que en los vínculos cotidianos aparecen los cambios. Todos estos hechos constituyen finalmente una secuencia que concluye muchas veces de manera muy dramática. La ingesta descontrolada de alcohol, es primero minimizada o calificada con espíritu de crítica o censura. Es así que aparecen definiciones cotidianas que generalmente descalifican las conductas, ironizando por ejemplo: “¿otra vez es lo que quedaba?” “Todos toman de más”. Este tema llega a convertirse en “Yo lo controlo”… La forma de contacto entre los miembros de la familia lo menos conocido es la situación de dolor y padecimiento que sufren, los que consumen con descontrol y sus familias. Como todas las situaciones de crisis, con descontrol pasan por una enorme gama de variables. Desde la negación a la consulta, los que consumen pasan también por una enorme serie de variables. La experiencia nos mostró que el hecho conversado, reflexionado en espacios compartidos, no en soledad, produce un enorme alivio.

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Recuperación implica la idea, no sólo de comprometerse en un proceso con la terapia adecuada que

interrumpa

el

hábito

de

consumo de sustancias, sino que permita también la incorporación de conductas en las que no esté incluido el consumo, lo que a su vez permitirá llegar a la elaboración de nuevos planes y proyectos de vida.


Ser padres hoy En este artículo intentamos una revisión de las conductas actuales de las familias que nos llegan a la consulta tomando como disparador la publicación española que nos introduce el tema. Nuestra gran alarma es la alteración de las jerarquías y la crisis de conducción de la familia.

Intentaremos en este artículo reflexionar sobre una situación que nos llama la atención en relación al perfil de las nuevas familias que llegan a la consulta a nuestra institución. Rol y función padre/madre están desdibujados, es decir, aquello que tradicionalmente esperamos de un padre conductor y una madre firme y amorosa no está representado por una “paternidad” y “maternidad’ reales. El diario EL PAÍS de Montevideo reproduce un artículo publicado en España llamado “Hijos violentos”. En ese artículo, psicólogos, psiquiatras, educadores, asistentes sociales y psicopedagogos, describen las conductas muy particulares que muestran algunos niños de unos doce años en adelante que, aún viviendo con sus familias, muestran grandes desórdenes en sus conductas. Desorganizan su plan de vida hasta perder su escolaridad, su tiempo queda vacío y sin objetivos, sufren cambios violentos de carácter y, en momentos de descontrol, llegan a robar y agredir a sus padres. Al llegar a la consulta, estas familias muestran dificultad para poner límites a sus hijos, un gran desorden jerárquico y sin autoridad alguna para la conducción. En estas familias las jerarquías están invertidas y es el niño el que “conduce” a la familia con sus inconductas. El grupo de terapeutas españoles que revisan este tema lo llaman “El síndrome del Emperador” o del “tirano”. Vemos acá alterados roles y funciones maternos y paternos y la conducción está en manos de quien debiera ser conducido.

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Los autores españoles nos ayudan a reflexionar sobre los cambios que ellos ven en los hábitos de la juventud. Diversos autores describían las nuevas conductas: las movidas nocturnas, el consumo de alcohol y el consumo de drogas. El síndrome del Emperador nos alerta. ¿Nos ocurrirá lo mismo? (Garrido, psicólogo, Córdoba, Díaz Aguado y otros, 2007) Nuestros temores no carecen de fundamento. Hoy nos llegan a la consulta familias preocupadas por el consumo de drogas de sus hijos, pero absolutamente ignorantes de los riesgos que entraña este consumo. El malestar y la desorganización que producen las conductas de desorden y descontrol de los hijos llevan a la familia entera a vivir una gran tensión. Los padres, al no comprender la génesis de estos comportamientos diferentes, niegan la realidad y se les torna difícil dar significado a este importante cambio (Baptista Neto, 2002). En general es el consumo de sustancias lo que se ha instalado en la vida de los hijos. La aceptación de que el hijo consume drogas solamente es enunciada por los padres cuando algo realmente notorio lo pone de manifiesto: por ejemplo el encontrar droga entre sus ropas o en su casa, la información de un pariente o miembro de la escuela, un accidente, la intervención policial. Nos relata un padre: “Durante estas vacaciones, mi hijo de 16 años trajo a vivir a casa a su novia de 19. Yo le dije que no estaba de acuerdo pero se quedaron igual durante tres meses.” Esta descripción es ejemplo de nuestra alarma. Ya advertimos en nuestra consulta algunos casos de violencia activa de niños hacia sus padres; también advertimos una enorme debilidad en la estructura relacional que permite que sean los hijos los que conducen el ritmo y el estilo de vida de la familia. Durante los últimos veinte años, en nuestro trabajo clínico observamos enormes diferencias en las variables socio culturales y económicas por las que hemos transitado como país. Trajeron como consecuencia –entre otras muchas cosas- diferencias en los estilos de vida, cambios económicos y sociales que llevan a que ambos padres trabajen, los proyectos de futuro con posibilidades de trabajo o estudio se modificaron, los miembros de la familia extendida están más distantes. Estos cambios en la organización familiar ocurren tanto en Europa como en nuestro país. ¿Qué facilitaba a los padres tener, antes, otro lugar y otras posibilidades de conducción en sus familias? (García Badaracco, 1992) Con frecuencia vemos que la familia hoy tiene una organización diferente: se ven familias ensambladas,

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con dos padres, u hogares uniparentales con lo que la función acompañante y formadora de los padres tiene menos oportunidades de ser ejercida. Pero, si esta función es clara, el tiempo útil de intervención y el mensaje tienen fuerza. Cada familia tiene un estilo y una cultura que les son propios donde se incluyen los hábitos, los valores, los patrones y las tradiciones propias de cada familia. Hoy la familia no es el único contexto que influye para informar y educar a los hijos sino que son los fuertes estímulos del medio, del entorno y del mundo externo, los que amplifican el espacio donde crecen estos jóvenes. Todos estos cambios socio culturales modificaron claramente los patrones relacionales. Sin la suficiente legitimización de la conducción de los padres en el hogar, es imposible transmitir a los hijos los modelos familiares. Son las familias que por generaciones transmitieron formas, valores, estilos. Es más, los padres fueron eficaces en la primera etapa del desarrollo infantil cuando se sentían con derecho y autoridad para ejercer la conducción y estaban aprobados culturalmente. Es en el pasaje de la infancia al comienzo de la adolescencia cuando se producen estas sutiles crisis. Ya sabemos de la necesidad de los jóvenes en buscar su nueva identidad y su supuesta autonomía, que los lleva a modificar sus conductas para diferenciarse de los padres. Este nuevo lugar que ocupa el hijo, más ligado al medio externo –necesidad de grupo y de pertenencia- que a las personas de su familia, lo fortalece para lograr la diferenciación de sus padres. El riesgo es que en este pasaje de etapa se incluyen conductas –muchas veces rechazadas pero necesarias para la nueva pertenencia- de consumo de alcohol y de sustancias diversas (Arana y colaboradores. 1987). Con la globalización y los nuevos grandes estímulos de información, los padres han perdido su claridad para llevar adelante la conducción de sus hijos; dudan qué hacer, se preguntan “¿Debemos impedir o permitir las nuevas conductas?”. Familias disfuncionales, padres autoritarios sin autoridad, figuras con presencia y sin voz, voces sin presencia, existieron siempre. No debemos olvidar que hoy día el consumo de sustancias agregó a las estructuras relacionales una patología nueva que hace más complejo el mundo emocional y dificulta la posibilidad de un buen vínculo. Las variables en los hábitos, la modificación de horarios, la lejanía en la relación, la anestesia emocional, son todas conductas que se van instalando de manera sutil hasta hacerlas propias de los hijos (Coll, 1996) .

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La modificación de las conductas en los jóvenes que produce el consumo de sustancias es, con gran frecuencia, desconocida por los padres: éstos necesitan, para su tranquilidad, una explicación. Muchas veces los padres prefieren entender estos cambios como conductas propias de la adolescencia; leen esta modificación como etapa de investigación, de ensayo/error, y se la explican con un “ya se les pasará”. Si la mirada de los padres tiene una lectura patológica, aparecen los diagnósticos: “Está deprimido” “¿Tendrá ADD?”, “¿Será bipolar?”, explicaciones ligadas a los diagnósticos psiquiátricos que también los tranquilizan ya que habrá una medicación que aplaque cada síntoma y les evite el compromiso y la participación. Desconocen la realidad de una vida con consumo de sustancias y la posibilidad de un proceso de recuperación. Debemos agregar que en la consulta vemos permanentemente que, cuando se instala el consumo de sustancias en la vida de un hijo, son las conductas problemáticas de este hijo las que determinan y desorganizan la vida de las familias. (Barilari, Mazieres, 2004) Estos cambios aterrorizan y paralizan a los padres. Consecuencia de la parálisis, son la negación de la gravedad, la confusión y el aislamiento. Sienten que la sociedad los condena, no se animan a hablar del conflicto y toleran el malestar y el dolor sin saber qué hacer. La intensidad de estas emociones son las que en ocasiones los acerca a la consulta y es allí que, al compartir el tema con otros padres, desde el alivio pueden reflexionar y buscar una solución. Para concluir con nuestra reflexión, la experiencia clínica nos mostró que los padres también “pueden aprender”. En este aprendizaje descubren que los recursos de su rol parental y maternal sólo estaban adormecidos y que el poder de conducción vuelve a estar en sus manos. Cuando saben, cuando entienden, aún buscando acuerdos en sus diferencias, los padres pueden acompañar y conducir con la autoridad necesaria los comportamientos futuros de sus hijos. Octubre 2007 / Bibliografía: - Arana y colaboradores Droga y Familia; Ed. PS, Madrid, 1987 - Baptista Neto, Francisco Luis Carlos Osorio: Aprendendo a convivere com adolescentes: Ed. Insular, Brasil, 2002 - Barilari, S, Mazieres, G, Ravazzola, C; 2004; Revista Sistemas Familiares, Año 2004, Vol 1-2: - Coll, François X., 1996; Toxicomanie, Systeme et Famille: Ed. Eres, Francia - Diario “El País” 2007, Montevideo; 1 de marzo, 2007, Ed. Malén Aznarez; autores - Garrido, V, Córdoba, M, Díaz Agudo, M.J.; Universidad Complutense, Madrid. - García Badaracco, Jorge y otros, 1992; Drogadicción, Ed. Paidós, Buenos Aires

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Licenciada Susana Barilari


Las nuevas consultas

Hace más de 20 años creamos con el Dr. Gastón Mazieres nuestro modelo de rehabilitación. Es un modelo ambulatorio, grupal, familiar y contextual. Este espacio nos permitió recibir numerosas consultas y observamos que ante una mínima señal las familias consultaban inmediatamente y se realizaban procesos de recuperación exitosos. Es decir, ante la sola sospecha o mención de la posibilidad de consumo, las familias rápidamente buscaban una respuesta. Actualmente ante la misma situación, con la confusa información existente y banalización de la misma, los padres no saben muchas veces que hacer. El proceso actual es absolutamente diferente. El exceso de mala información, las explicaciones confusas, llevan a los padres a quedarse muchas veces sin intervenir pensando que los cambios de conducta producidos por consumo de sustancias serán un proceso temporal o no ligan los cambios de

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conductas con el consumo de sustancias Entre las explicaciones, circulan: “un porro no es nada” “es menos dañina que el tabaco” “¿es delito consumir marihuana?” “la marihuana es terapéutica”. Etc… Entre la información errónea y confusa que circula y la aseveración de parte de los chicos que ellos lo pueden resolver solos, muchas veces los padres dejan paso a las situaciones sin intervenir. Es muy claro como el consumo de sustancias llevan a la modificación de conductas tales como: desinterés por la realidad, falta de iniciativa, distancia afectiva, cambios de humor, violencia, pasividad. Es muy difícil comprender, darle un sentido que son las sustancias las que producen estos efectos; por lo tanto los padres observan estos cambios en la vida de sus hijos sin unirlo muchas veces al consumo de sustancias. Y es así que estas familias a veces viven por varios años sometidas a las incongruencias que produce el consumo. Este estado casi hipnótico exige un trabajo sistemático de aprendizaje, de retomar la conducción de sus hijos.

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CAPร TULO IV

Un programa de recuperaciรณn de adicciones. Proyecto Cambio Lic. Susana Barilari


Lic. Susana Barilari, Dr. Gastรณn Mazieres y el equipo de Proyecto Cambio


Resocialización

La Institución Proyecto Cambio, donde funciona nuestro programa, se encuentra en Buenos Aires, República Argentina. Este proceso de recuperación se apoya sobre cuatro pilares conceptuales: tratamiento ambulatorio, terapia familiar, trabajo grupal y equipo mixto. Los jóvenes que nos consultan consumen, en su mayoría, alcohol, psicofármacos, ácidos, marihuana y cocaína. La experiencia observada en los tratamientos con internación nos llevó a buscar un modelo en el que la recuperación estuviera acompañada por el contacto con el mundo exterior. Tanto es así, que para llevarlo adelante, una de las condiciones requeridas, es que los jóvenes tengan una estructura mínima diaria de seis horas de trabajo o estudio. En nuestra experiencia, y a partir de un abordaje múltiple, hemos recurrido a integrar a los miembros de la familia en una estructura ambulatoria sin internación. Los adictos participan de sus grupos de pares, como también sus padres, esposas y hermanos en sus espacios propios. Se complementan con el espacio de terapia familiar y los grupos multifamiliares. Estos espacios interrelacionados entre sí, forman una unidad estructural de compromiso familiar múltiple. Incluimos activamente a la familia del consultante ya que, en nuestro país, ésta continúa siendo un núcleo de apoyo efectivo, lugar de crecimiento e identidad muy valioso.

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Una vez pasada la etapa de admisión en la que se establece un natural proceso de selección, los jóvenes que toman la decisión de emprender su recuperación, organizan un trabajo o estudio de seis horas diarias, lo que da comienzo al proceso mismo. El grupo de pares en el que estos jóvenes participan se reúne tres veces por semana, tienen además una entrevista familiar semanal y se integran a una actividad musical y deportiva el día sábado. Al mismo tiempo, concurren a grupos que les son propios, sus padres, hermanos y novias. El proceso en sí mismo consta de tres etapas a las que llamamos A, B y C. En la primera, de carácter sumamente normativo y organizativo, donde se trabaja para el no consumo, todos los contactos que el adicto realiza con el mundo exterior están supervisados por la mirada de su familia. En la fase B, en la que se trabajan mayormente los vínculos, recomienzan los movimientos autónomos fuera del control familiar. Esto se hace gradualmente dándole sentido a los cambios. En la última etapa, el trabajo terapéutico está centrado en la elaboración de los impactos que la actividad y el mundo externo tienen sobre ellos. Dado que desde la fase A la consigna es trabajar y/o estudiar, el intercambio social de los adictos con personas que no consumen comienza simultáneamente con el proceso de recuperación. Al trabajar, tendrán contacto con un jefe, con un patrón, con compañeros de trabajo, tendrán que viajar. Si estudian, tendrán compañeros de estudio, celadores, profesores con quienes interactuar. El proceso de recuperación cabalga sobre la experiencia de la vida cotidiana de todos los jóvenes. El recorrido terapéutico se acompaña de múltiples aprendizajes y múltiples experiencias que forman parte de la vida. Hay logros, hay dificultades, hay frustraciones, hay entusiasmo y también la amenaza de la recaída pero, al compartir el camino con sus familias, todos crecen desde este duro aprendizaje. Dado el consumo del hijo, con frecuencia las familias de los jóvenes adictos viven también en un cierto marginamiento pues, con este motivo, sus vínculos, sociales fueron cercenados. En los grupos que les son propios, los padres encuentran un espacio “legal” para hablar de sus dificultades. Son los primeros ensayos de resocialización. Es en el espacio del grupo multifamiliar, donde el equipo y la totalidad de las familias, junto a todos sus integrantes, comparten la experiencia. La mirada en espejo del funcionamiento de otros vínculos de padres e hijos permitirá el propio enriquecimiento. Otro hallazgo no menor de nuestra experiencia terapéutica, se dio naturalmente en la sala de espera y en los pasillos de la institución. Se constituyeron allí grupos no formales de enorme

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valor terapéutico donde la confianza y el compartir estas duras experiencias genera un clima de solidaridad que, en sí mismo, es terapéutico y, para nosotros, el primer paso de la resocialización. La estructura del programa esta básicamente orientada al aprendizaje del no consumo. Como todos sabemos la población de consumidores es marginal y se mueve con el código propio de la marginalidad Es necesario que el proceso de recuperación apunte al retorno a los valores no marginales. En el programa se trabaja incorporando normas de orden que conduzcan a sacar a los jóvenes del mundo del caos en el que vivían. Ejemplo de esto, un horario para levantarse a la mañana, otro para acostarse; no ver amigos que consumen, no manejar dinero, no maltratar ni ser violento, etcétera. Desde ya, no tomar alcohol ni consumir drogas. El compromiso de no mentir a los compañeros de grupo lleva a salir de la mentira y los acerca al valor de la honestidad, valor fundamental para los vínculos sociales. Al aprender a controlar el impulso es posible evitar la violencia y el descontrol, acercando a estos jóvenes a un valor social y ético de respeto y cuidado por los otros; a la aceptación de límites. Al transformar las normas en valores se generan cambios para consigo mismos y para sus vínculos con los demás, paso éste fundamental para la resocialización. Además del trabajo con la familia y con la familia extendida, incorporamos con frecuencia las redes que pertenecen al trabajo y al ambiente en el que ésta se mueve. En nuestro caso, este proceso llevó a los padres a funcionar también como agentes de prevención. Con frecuencia son consultados por otros padres en dificultades. Se llegó así a que un grupo de padres comenzara este mes un programa de radio abierto a la comunidad. Con el pasar del tiempo, nuestra hipótesis se refuerza cuando comprobamos que un buen proceso de recuperación sólo concluye cuando hay un verdadero proceso de resocialización.

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Lic. Susana Barilari y el equipo de Proyecto Cambio


Proyecto Cambio

En el proceso evolutivo de un joven la llegada de la adolescencia es un momento de gran riqueza. El crecimiento comienza a manifestarse por la curiosidad, los descubrimientos y el inicio de conductas distintas a las de la infancia, pero no todavía del mundo de los mayores. En esta experimentación muchas veces aparece el deseo de probar muchas cosas vedadas hasta ese momento, es así el comienzo de ingesta de alcohol o la prueba de sustancias nuevas. Estos nuevos consumos les dan una determinada pertenencia o identidad hoy día apoyada por las redes sociales bien diferente a la etapa anterior. Esta experimentación muchas veces se instala con una conducta permanente y se convierte en una “adicción” a este nuevo estado. Los padres eventualmente descubren estas nuevas conductas sin darles un significado, ya que su propia adolescencia fue muy distinta en años anteriores y es así como se instalan las conductas de riesgo sin ser advertidos. La intensidad de una emoción, muchas veces se estimula o se acalla y es así como incorporamos este consumo como acompañante de nuestro hacer. La vida con sustancias nos aleja del mundo real y “todo es más fácil”. Este nuevo funcionamiento muchas veces se perpetúa sin ser notado y recién cuando los padres advierten las diferencias se podrá intentar una modificación. Es así que nuestra propuesta de modelo de rehabilitación ambulatoria incorporada a su vida producirá las modificaciones necesarias y ayudará a descubrir las situaciones de riesgo y dar riqueza a la nueva etapa.

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Follow up

Desde 1990 comenzamos nuestro programa de rehabilitación ambulatorio, con participación familiar. Al terminar su proceso los primeros grupos, se realizaba una reunión multi familiar, donde las familias se despedían de sus compañeros de la Institución y agradecían el acompañamiento que sintieron durante el proceso. Fue así que comenzaron a visitarnos, padres, madres y chicos que habían terminado su proceso aquí. Les gustaba compartir sus logros y contar las novedades de sus vidas: carreras terminadas, mudanzas, casamientos, nacimiento de bebés y también dificultades, diferencias y alguna recaída o dudas. Todo esto nos llevó armar un espacio formal para ese encuentro y decidimos reunirnos una vez por mes durante los primeros 6 (seis) meses de concluido el proceso. Dudamos mucho al hacer la convocatoria oficial y temíamos la no respuesta. Mayormente respondía la mayoría concurriendo y los que no podían avisaban su no concurrencia. Algunas familias nunca respondieron, ni concurrieron, pero alrededor de menos de un diez por ciento (10%) Estas ausencias responden a características de personalidad, donde el narcisismo y la rigidez

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tenían todavía lugar. Ya que las familias donde hubo dificultades más serias pedían ayuda a su grupo y a los coordinadores o a terapeutas de fuera de la Institución. Muchas veces las dificultades eran traídas al grupo, donde todo el mundo opinaba y colaboraba con reflexiones personales. Algunas familias pedían ayuda o desaparecían si había una crisis. Entre los primeros temas que surgían en los grupos: el temor a la recaída y la pregunta si esto “pasaría” alguna vez. Luego de la primera o cuarta reunión, ya el tema del consumo desaparecía y los temas que surgían tenían que ver con la vida, con la vida libre de un proceso terapéutico y es así que fundamentalmente, con la evolución del grupo familiar Como primeros temas aparecen la reformulación de la autoridad paterna y el comienzo de la individuación de los hijos. Diferentes planteos, acuerdos y desacuerdos. Búsqueda de nuevos equilibrios y en lo individual realización de muchos proyectos pensados en su proceso: elección de carreras, cambios en los espacios laborales, embarazos esperados, muerte o duelos, casamientos, trabajos nuevos, mudanzas, etc. Es decir, todos aquellos problemas que suceden con el crecimiento, pero que pueden ser vividos con riqueza y bienestar. Los tiempos de encuentro se van espaciando y así como transcurren los primeros seis meses muy esperados, luego aparece muy claramente la posibilidad de autonomía, con la Institución y con los vínculos personales. Muchas familias pierden el contacto, pero cuando son llamados más adelante vienen con mucha alegría y agradecen el ser convocados. La riqueza de este espacio tiene como saldo la confirmación de la recuperación y los cambios en el funcionamiento ahora placentero del momento familiar.

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Proyecto Cambio celebra sus 25 aĂąos


Equipo:

La

tarea

compartida

ayuda a descubrir o poner en marcha recursos olvidados o no reconocidos y así planear la tarea con una mirada abarcativa que nos permite aprender roles nuevos y una más amplia comprensión.

Si quiero aprender, debo poner en marcha todos mis recursos: entre estos está una actitud de humildad que

me

permitirá

aceptar

mis

limitaciones y escuchar con respeto a las personas que consultan cargadas de dolor y confusión. Esta humildad también será la herramienta que abrirá la puerta a nuestra tarea, cada vez ahora más rica y productiva. Lic. Susana Barilari y Dr. Gastón Mazieres



CAPร TULO V

Mujeres, orientaciรณn en recuperaciรณn de adicciones Lic. Susana Barilari


Lic. Susana Barilari en conferencia


Mujeres con alcohol

Para todo proceso de cambio, es fundamental el acompañamiento, ya que las experiencias compartidas confirman las posibilidades de cambio. En el grupo de mujeres consumidoras de alcohol encontramos, al comenzar la experiencia, los conflictos producidos por la relación con las personas más próximas, ya que eran quienes compartían la vida diaria. Cuando aparecían las escenas de descontrol, rápidamente se juzgaba la conducta como vicio y agresión, repetitiva e intencional, negando el malestar que produce el consumo reiterado. Conocemos las conductas que producen un consumo excesivo de alcohol: descontrol, abandono, agresión, malestar físico. Todas estas conductas producen malestares físicos y emocionales y es muy doloroso, y a veces incomprensible, lo que produce que el abuso de alcohol sea vivido por los más próximos y la protagonista.

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Presentación de Susana Barilari en “Mujer y droga”

Quisiera comentarles hoy la experiencia que tenemos en nuestra institución, PROYECTO CAMBIO, con el grupo que llamamos “Grupo de orientación”. Este grupo es la puerta de ingreso al programa. No quiero dejar de mencionar antes la importancia que tiene para todos los que trabajamos en este tema la necesidad permanente de cambiar, de hacer lugar a la creatividad para que sea la que conduce nuestro proyecto. Lo que ayer nos parecía cerrado, hoy ya es mucho más. Parte del interés y del atractivo que tiene para nosotros nuestra tarea, es su permanente desafío y, si cada uno nos jugamos en los campos que nos corresponden, esta tarea tiene la limpieza y la intensidad que todos esperamos de ella. Volvamos al grupo que es la puerta de entrada a nuestro programa. Se trata de un grupo de orientación que nos permite abreviar muchas entrevistas y mucha pérdida de tiempo. Cuando una familia nos llama, hacemos una brevísima entrevista telefónica y, a partir de ella –de no haber una emergencialos incluimos en un grupo de orientación donde, durante el trabajo de ese grupo, se hace la primera entrevista. ¿Qué ganamos con esto? En general, las familias que consultan pasan por un estado de crisis muy intenso por lo que no pueden hablar, no pueden siquiera explicar con claridad porqué vienen. Recibirlos en ese estado para realizar una primera entrevista evacuativa, no sirve para nada. Una vez que entraron a la institución y se incluyen en el grupo de orientación, deben escuchar a los padres cuyos hijos están en la primera etapa del proceso. Allí comienzan a descubrir que su enorme dolor no es único, que puede ser compartido, que allí están otras familias que traen las mismas experiencias que ellos y que, si existen otras familias que pudieron lograr cosas, ellos también podrán. En este momento aparece la esperanza; aparece la posibilidad de salir de la confusión; aparece la

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posibilidad de pensar realmente sobre esta duda o esa gran inquietud que traían. La pregunta “¿qué pasa con mi hijo?” comienza a tener significado y aparecen las primeras respuestas. Cada conducta tiene su porqué y pueden hacerse cargo de que existe una razón: el consumo. Esta interesante experiencia es un desafío de cada semana: nunca sabemos qué ocurrirá con el grupo. Llamamos a algunas personas, se las convoca pero, en realidad, es una incógnita ya que son grupos de una gran intensidad emocional, muy fuertes y muy severas. Algunos padres vienen al día siguiente de que su hijo sufrió una sobredosis; otros tiene a su hijo con una causa policial. Todo se comparte en el grupo. Participa siempre un padre que ya está avanzado en el proceso y que es el que da las respuestas, no lo hacemos los terapeutas. Al escuchar a este padre que ya pasó por lo que ellos padecen, aparece la esperanza. A pesar de que este grupo de orientación tiene como objetivo manifiesto la apertura, la recepción y la orientación de la nueva familia, de alguna manera abre la puerta por la que puede comenzar el proceso. De alguna manera, este grupo oficia de puente entre al “adentro” y el “afuera”, entre el miedo, la confusión y la posibilidad de encontrar respuestas. En un principio, en este grupo recibíamos sólo a padres; a partir de los cambios que se dieron en estos tiempos, se acercan hermanos, amigos, novios, que desean ayudar de alguna manera a la persona que aman. Son los primeros “gestores”: los primeros que dicen “estoy” y, en seguida, los incorporamos al grupo. A partir de estos encuentros podemos traer, ayudados por estos gestores, a la familia nuclear. Cuando recibimos a una familia con pocos integrantes, convocamos a sus amigos: ellos formarán la red de acompañamiento y, de ahí en más, se establecen vínculos que serán el sostén de la familia durante todo el tratamiento. Fue para mi un placer compartir con ustedes la necesaria adaptación a los cambios que estos procesos nos exigieron y siempre nos exigen, pero también sepan del enriquecimiento que ellos representaron para nosotros. Gracias a todos por escucharnos y bienvenidos.

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CAPร TULO VI

Talleres y capacitaciรณn en recuperaciรณn de adicciones Lic. Susana Barilari


Taller Aprender a sumar

Desde la experiencia clínica cotidiana, nos preguntamos siempre: ¿Es posible sumar?”, ya que estamos seguros que el éxito de un proceso de recuperación se sostiene con la modificación del contexto habitual donde debe reinsertarse el joven. Esta es la razón por la que nos interesa aprender a sumar y, ya sea para una internación o para un tratamiento de tipo ambulatorio, debemos lograr comprometer a la familia, y sumarla a nuestro proceso. Primera entrevista: ¿qué familias vienen a la consulta? Podemos dividir a las familias que vienen a la consulta, en dos grandes categorías: A. Las que piensan que sus hijos necesitan tratamiento. B. Las que piensan que sus hijos NO necesitan tratamiento. Los grupos representativos de ambas modalidades de familia llegan a la consulta con toda una gama de sentimientos contradictorios que conocemos bien y con los que niegan la gravedad del caso

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pero, asustados finalmente por lo que perciben, temen lo que pueda ocurrir. Esto los lleva a ser muy provocativos, insolentes, no colaboradores, encubriendo así, muchas veces, la verdadera emoción del miedo, del dolor, de la impotencia y del temor al fracaso. Estos sentimientos contradictorios se proyectan sobre los entrevistadores (operadores, terapeutas, coordinadores, etc.) que, a su vez, sienten un real rechazo, gran indiferencia, sensación de que la familia es inepta y, como resultado, aparece la tendencia a “hacerse cargo” o a no tomarlos en cuenta por ser “poco operativos”. El trabajo grupal consiste en la dramatización de las modalidades de estos tipos de familias para resolver los sentimientos de la persona entrevistada y llegar a la colaboración de toda la familia. El objetivo terapéutico de estas primeras entrevistas es lograr la colaboración de las familias. Grupo A Tres ejemplos: • “Tal vez no sea para tanto.” • “Nuestro caso no es tan grave como los otros.” • “El es grande… ¡cómo lo voy a traer!” Estos padres piensan que sus hijos necesitan tratamiento pero, a pesar de eso, en razón de su dolor, dudan poder y tratan con la negación, de esconder su impotencia. Grupo B Tres ejemplos: • La cabeza de los padres está tomada por las palabras del hijo; no pueden pensar, sólo repiten lo que el hijo dice. Anestesia. • “El dice que fumó una sola vez”. Consideran una injusticia que se lo obligue. Minimizar. • “Lo nuestro no es tan grave, no como los otros que oigo”.

Objetivo de este Taller: Aprender a sumar Coordinadora: Lic. Susana Barilari

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Capacitación en adicciones

Los primeros programas de recuperación de drogadicción en la Argentina, funcionaron gracias a las habilidades y a las experiencias personales de algunas personas recuperadas que, desde su propio proceso, utilizando sus propios recursos de empatía y apoyados en ideologías religiosas, se animaron a transmitir a otros sus logros. Pasaron algunos años y por acuerdos con instituciones de los Estados Unidos e Italia y con el apoyo de la Unión Europea, los programas de recuperación de nuestro país, recibieron por primera vez información e intercambio. Se crearon grupos de formación y muchos operadores realizaron pasantías en instituciones de otros países. En síntesis, el tema de la recuperación comienza a tomar forma y aparecen ideas más completas que dan sustento ideológico -posibilidad de planeamientos - a las actividades ligadas a la recuperación. Poco a poco los programas tradicionales aceptaron la incorporación de profesionales; se agregó así una nueva mirada con bases psicológicas que aportó un conocimiento diferente de los individuos y sus conductas y permitió pensar en formas más abarcativas para lograr modificaciones en las conductas de los pacientes que están en un proceso de recuperación. El campo de información se amplíó dando lugar a una mayor comprensión.

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La inclusión de la mirada psicológica fue, en un principio, amenazante para las estructuras existentes ya que, ante todo cambio, sabemos, aparece el temor. Gastón Mazieres y yo vivimos esta experiencia al comienzo de nuestra participación en el Programa Andrés, uno de los primeros lugares en que, promovido por Carlos Novelli, se confió en sumar profesionales a la tarea cotidiana. Comenzó así un proceso de trabajo minucioso donde, los que conformábamos el equipo terapéutico, aprendimos a escucharnos, a respetarnos, y a transmitir desde las distintas experiencias y conocimientos, nuevas formas de abordaje que enriquecieron la tarea. En este primer modelo de “Capacitación”, los operadores compartieron sus vivencias, nos transmitieron sus habilidades; nosotros agregamos nuestra formación profesional basada en los positivos aportes de la psicología. Ambos, los operadores y nosotros, aprendimos; ambos nos enriquecimos. El diccionario de la Real Academia Española dice: “Capacitación es proponer a alguien el desarrollo de sus habilidades”. Con frecuencia todos cumplimos determinadas tareas, generalmente exitosas y sin inconvenientes; no nos cuestionamos su excelencia. Cuando aparecen las dificultades, aparecen los interrogantes y las dudas. ¿Estaremos agotando los recursos existentes? ¿Habría otras posibilidades hasta ahora no probadas? La información y la confrontación nos darán respuestas. Es el momento, en este camino ahora abierto, de incorporar todos los recursos disponibles para completar y enriquecer la tarea. La tarea participativa en drogadicción tiene características especiales: apasiona o produce rechazo a los que se acercan a ella. La pasión que despierta la intensidad de las situaciones, lo complejo del compromiso, el desafío entre la vida y la muerte, nos deslumbra en forma tal, que corremos peligro de perder la objetividad o quedar involucrados, perdiendo así la distancia que nos permite pensar en forma operativa. Este nudo emocional nos puede sacar de rol y volvernos inoperantes. Cuando la formación no es adecuada, la tendencia a “hacerse cargo” (sobrecarga) es común en los que intervienen en este proceso, un proceso que es tóxico, que funciona en silencio y que con el tiempo impide la eficacia y el aprendizaje.

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Los que trabajamos en el tema, paciente, equipo y familia, somos co-responsables. Cada uno desde su rol y función, deberíamos construir juntos un camino, una nueva realidad que, al sumar las diversidades, nos lleve al fin que buscamos. La capacitación nos da la posibilidad de lograrlo. ¿Qué esperamos cuando pedimos capacitación? Cuando España nos convoca, hace dos años, al primer encuentro en Cartagena de Indias (Colombia) para armar la Red Ibero-latinoamericana, nos encontramos allí representantes de todos los países de Latinoamérica. Se propuso un cuestionario para descubrir qué esperábamos de esta convocatoria. El 99% de los representantes pedimos capacitación. ¿Todos pedíamos lo mismo? ¿Qué significa capacitarse? Si volvemos a la definición de capacitación y pensamos que capacitar es activar las habilidades, necesitaremos aquellos estímulos que lo permitan. Las adicciones son una patología nueva que corresponde a esta nueva realidad social, cultural, económica y política que vive el mundo moderno y para la que se han desarrollado respuestas especificas en muchas ramas de la ciencia. Estos, a su vez, generaron nuevos recursos técnicos que enriquecen la mirada y la comprensión de los problemas. Sabemos ya que para toda tarea es necesario un planeamiento: supervisión para no errar las rutas y evaluación para asegurarnos la eficacia. Todo programa es una organización casi empresarial inserta en un determinado contexto social. Un programa para Salta, por ejemplo, no tiene las mismas necesidades que otro en el Sur del país y, como tal, debe responder a los criterios de la realidad de esos lugares. Necesitamos, entonces, la colaboración de técnicos que nos ayuden a encontrar criterios ciertos para elaborar planes operativos. Hoy día la experiencia necesita de la colaboración de los “especialistas” que, desde distintas miradas, nos ayudarán a encontrar nuestras habilidades, los nuevos recursos que completarán nuestra tarea. El trabajo personal se inserta en un trabajo de equipo. Capacitarse es descubrir que tengo más y mejores recursos. La tarea compartida permite descubrir o poner en marcha recursos olvidados o no reconocidos y así planear la tarea con una mirada abarcativa, que nos permita, aprender roles nuevos, y una más amplia comprensión.

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Además de los recursos técnicos inherentes al trabajo con drogadicción, incluimos todas las técnicas de manejo de grupos, como las diversas técnicas de coordinación, los temas específicos, los seminarios, etcétera. No podemos hoy, dejar de lado el aspecto médico ligado a la nueva patología del SIDA. La mirada del psiquiatra y el psicólogo nos darán más elementos para la comprensión del sustrato psicológico de las conductas. El terapeuta familiar, nos permitirá comprender el contacto y el sentido de los vínculos y, con el sociólogo, el contexto social. El asistente social nos ayudará a evaluar los factores socioeconómicos. Los terapeutas ocupacionales, los instructores de oficios, los profesores de música, todos, nos agregarán con su mirada conocimientos que, tal vez, no pudimos ver y que, una vez incorporados, no solo veremos sino que podremos transmitir a otros. La capacitación tiene como resultado cambiar una tarea personal por una tarea de equipo, suma de las capacidades y del conocimiento de cada uno de los integrantes y del trabajo en conjunto. ¿Qué busco yo con hablarles de capacitación? Apunto a estimular el deseo de aprender. Si quiero aprender, debo poner en marcha todos mis recursos. Entre estos recursos está una actitud de humildad que me permitirá aceptar mis limitaciones y escuchar con respeto a las personas que consultan cargadas de dolor y confusión. Esta humildad también será la herramienta que abrirá la puerta a nuestra tarea, cada vez más rica y más productiva.

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Lic. Susana Barilari y Dr. Gastรณn Mazieres


h o m e n a j e

a

S U S A N A

B A R I L A R I




Pr o y e c t o C a m b i o


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