Utopia

Page 1


“Utopia” Basado en el cuento “La Pastora y el Deshollinador” de Hans Christian Andersen. Autor: Nicolás Espinoza y Nicolás Torres. Edición general: Rodrigo Díaz. Diseño Gráfico y maquetación: Nicolás Espinoza y Nicolás Torres. Corrección de texto: Rodrigo Díaz y Nicolás Torres. Se prohíbe la reproducción parcial o total de esta obra, por cualquier medio, sin la anuencia por escrito del titular de los derechos correspondientes. Este proyecto fue realizado en el taller de Ilustración Editorial de la carrera de Ilustración Duoc UC. Encuadernado en Santiago por el Centro Técnico de Diseño Gráfico de la Escuela de Diseño Duoc UC, sede San Carlos de Apoquindo.


UTOPร A

Por Nicolรกs Espinoza y Nicolรกs Torres


Después de la Nube, las guerras y las tarjetas creditales, existieron tiempos más simples en este corredor olvidado por Dios. En el Yermo las distancias eran eternas. Cada uno vivía como y de lo que podía. No habían leyes y aun así, las maravillas afloraban en su fugaz paso por este planeta. Eran buenos tiempos.


Esta es la historia de un viejo chapado a la antigua y su ahijada, mĂĄs bien esclavizada, que hacĂ­a las tareas obligadas del caprichoso vejete. Pastora era ella.


De muy lejos llegó una caravana hedionda a perros muertos, odio y muchas penas. En ella viajaba El General, el último jefe restante de la Junta, acompañado de sus invunches maltrechos. Traía tratos terribles. Un invunche trabajólico a cambio de chicas ya muy grandes para obedecer sin cuestionar. Don Genaro, ni tonto ni perezoso, encontró la idea estupenda, tendría quien cuidara de sus pocas vacas radioactivas.



AsĂ­, decidieron realizar el trato despues de un mate, esos que se toman contando historias de cuando los baĂąos eran para hombres y mujeres por separado.


Se quemaban el hocico ignorando a las jĂłvenes mentes que estaban afuera intercambiando sollozos. Ignorando ademĂĄs lo que pasa cuando seres joviales planean en medidas desesperadas. Los dos viejos salieron a estirar la pata cuando vieron que ninguna de sus monedas de cambio estaba donde las dejaron. Seguro corrĂ­an por el Yermo.


El Invunche roĂąoso era lento, pues solo caminaba con una pata y la otra pegada a la espalda. A sabiendas de que los perseguĂ­an, creyeron buena idea esconderse en la Gran Aldea de Invunches libertarios.



Ahí, el toqui de la tribu relataba historias a los más jóvenes de aquellos tiempos cuando las canchas monumentales y teatros funcionaban como calabozos dentro de un imperio tirano. De como este cayó dejando nada más promesas de gobiernos mejores y libres pero que jamás concretaron. La pastora se deprimió, pero apenarse no estaba dentro de sus planes en su ansiada búsqueda de libertad. Su amigo invunche abandonó a lo suyos para seguir los ideales de la muchacha.



En la tribu, no solo escucharon triste recuerdos, sino también esperanza. En el Yermo existía el rumor de una ciudad grandiosa atrás de la montaña más grande de la Cordillera de los Andes.


Chapada en oro y diamantes, sin agua contaminada, ni vacas retrasadas. La Ciudad de los CĂŠsares estaba allĂ­ en alguna parte y debĂ­an llegar a ella, sin importar el costo.


Ascendieron al lugar donde no serĂ­an castigados por sus deseos de modorra adolescente, pero en allĂ­ solo esqueletos de viajeros con esperanzas congeladas encontraron.


La vista de la cima no deslumbró una ciudad brillante con tecnología fascinante, ni en ruinas siquiera, pues la cordillera se extendía más allá del horizonte. La esperanza flaqueba, las fuerzas agotadas. En el techo del cielo, miraron el macizo celeste. Lloraron, pues no continuaron.


Bajando el sendero, un grito de piedad los despertó del letargo. Don Genaro, testarudo, incapaz de cortar las cadenas, los siguió y en su porfía, de un peñasco caía. Nada del cuello hacia abajo sentía. Los chicos no eran malvados, y con su corazón ablandado llevaron al viejo cuesta abajo hasta su finca. Un plan tenían.



En el Yermo, pocas reglas existían. Ningún trato se cerraba sin un buen apretón de manos. El General esperaba ansioso la llegada de su nueva adquisición, mas solo un viejo refunfuñón llegó.


El General había perdido su preciado premio, por que el viejo ni de sus esfínteres sabía, menos capaz de cerrar el trato sería.

Tan enojado estaba que ni percató la ausencia de su joven esclavo.


El General, respetador de las tradiciones y la finca abandonó. Allí, la muchacha y el invunche quedaron, ahora libres de vivir sin la manías de un viejo desquiciado que no hacía más que mirarlos disfrutar su juventud.




Turn static files into dynamic content formats.

Create a flipbook
Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.