Adviento-Navidad Atentos al Señor que viene
Nos preparamos para la llegada del Señor. Tiempo de Esperanza, tiempo de estar despiertos y vigilantes. No es una amenaza, sino una invitación a vivir con una actitud que ilumina la vida de todo cristiano. Eso significa la palabra latina “adventus”: venida, llegada. Nos disponemos a la venida de Cristo y cada uno de nosotros es llamado a responder con la apertura, espera, búsqueda y adhesión a ese Dios que mira con ternura a la humanidad toda. El tiempo litúrgico del Adviento consiste en aguardar la acción divina, la espera del gesto de Dios que viene hacia nosotros y que reclama nuestra acogida de fe y amor. Nuestra actitud de espera en el Adviento, no es la misma que tenían quienes en la Antigua Alianza no habían recibido al Salvador. Nosotros ya hemos conocido su venida hace dos mil años en Belén. Esa venida histórica del Señor Jesús en la humildad de nuestra carne, nos deja el anhelo de una venida más plena. Por eso afirmamos que el Adviento celebra de un modo triple la venida del Señor: -Una venida histórica: cuando asumió nuestra carne y nació de Santa María siempre Virgen. -Una venida en nuestra existencia personal: iniciada en el bautismo y seguida en los sacramentos (especialmente en la Eucaristía). Jesús viene a nosotros en los sucesos de cada día, en los acontecimientos de la historia. -Una venida definitiva: será al final de los tiempos cuando el Señor instaure para siempre el Reino de Dios.
Progresivamente vamos celebrando todo esto en Adviento: los primeros días prestamos especial atención a la venida definitiva al final de los tiempos, con un acento puesto en la vigilancia para estar bien dispuestos. Después, nos centraremos en la venida cotidiana marcada por los anuncios del último profeta, Juan el Bautista, con su invitación de preparar los caminos del Señor. Finalmente, desde el 17 de diciembre, fijaremos nuestra mirada en la preparación de la solemnidad de la Navidad. Celebraremos el nacimiento de Jesús en Belén, su primera venida, junto a la Virgen
María y San José.
Los oráculos de Isaías y los demás profetas, nos acompañarán a lo largo de todo el Adviento, enseñándonos a vivir en actitud de gozosa espera. Es importante tener bien en claro que el tiempo de Adviento no es sólo la espera de un acontecimiento, es sobre todo la espera de una persona: Jesús, nuestro salvador.
El tiempo de Adviento nos invita a despertarnos de nuestra apatía, quiere renovar en nosotros el corazón anestesiado por los excesos. Es el mismo Jesucristo que nos quiere contagiar ese deseo vivo de una verdadera conversión preparando los caminos del Señor.
El Adviento se nos presenta también como un tiempo propicio para una catequesis sobre tres grandes figuras religiosas: ISAIAS, el profeta que experimentó la presencia abrasadora de Dios en su vida y que lo veía venir constantemente en la historia. Nos habla del día de Yahve, del día definitivo. SAN JUAN BAUTISTA, hombre que exulta de gozo por la presencia salvadora de Dios ya desde el seno materno (Lc 1,41). Es ejemplo de la alegría que experimenta el corazón humano cuando se encuentra con el Señor. Es también el precursor que prepara los caminos del Señor. SAN JOSE, es el modelo del hombre justo, que en perfecta sintonía con su esposa acoge al Hijo de Dios hecho hombre y vela por su crecimiento humano.
Pero sin duda, la figura más importante del adviento es MARIA. Ella siente que Jesús crece en su vientre, mientras se va formando. Pero crece también en su corazón por la fe que ella tiene. El verdadero adviento es saber esperar con confianza.
María, ¿hasta cuando debemos seguir esperando? Sabemos como tú que Dios hace proezas con su brazo, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes. Pero hoy siguen siendo los ricos
los colmados de bienes y los hambrientos los despedidos vacíos -los ricos cada vez más ricos y los pobres cada vez más pobres-. Que en este tiempo de Adviento tu cántico nos mantenga firmes en la fe y seguros en la esperanza para que, contigo, sigamos alegrándonos en el Señor y esperando en tu Misericordia para todas las generaciones. Amén. (Lc 1, 46-55)
La Navidad es, sin lugar a dudas, una fecha sumamente muy especial para el mundo entero. Si hay algo que nos caracteriza como seres humanos, sobre todo en estos días, es el hecho de andar corriendo de un lado a otro. Pero justamente por esa prisa existe el riesgo de no reparar en lo importante que estamos celebrando: el nacimiento de Jesús.
Desde la Anunciación a María y la posterior aparición del ángel Gabriel a José (Mt 1, 20-24) queda hecha realidad la promesa de Dios para con su pueblo, la promesa de salvación mediante el envío de su Hijo: Cristo, el ungido. Un Dios que se hace hombre para crecer, vivir, sentir como nosotros, pero que murió y resucitó para darnos Vida. Reflexionar cómo celebramos la Navidad es importante. Podemos vivirla como una fiesta religiosa o simplemente como una reunión familiar en la que se come bien y se hacen regalos. El verdadero sentido es ese regalo que recibimos: JESÚS que vuelve a nacer y tiene cabida en nuestros corazones. Cada corazón es como un pesebre, un lugar pobre, austero y muchas veces sucio, lleno de desechos, pero que está llamado a ser un lugar cálido y humano. A Dios no le interesan mucho los adornos, los regalos o los pesebres lustrados, ya que el sentido de la reunión es el encuentro compartido, el abrazo, la caricia y la mano tendida. Solo cuando podamos dejar crecer al niño Jesús en nuestros corazones, podremos sentirnos tranquilos en cada evaluación que hacemos en Navidad y estará basada en
nuestra proyección como hombres y mujeres comprometidos en el amor, descubriendo que la vida se sigue abriendo paso en este mundo y que necesita de nuestra ayuda para ser comunicada. El tiempo de Navidad nos invita a contagiar a otros la esperanza de que es posible construir un mundo mejor, nos invita a implicarnos activamente para seguir sembrando la buena Noticia de Jesús en las realidades que nos tocan vivir hoy. Que la ternura del niño Jesús recién nacido nos haga recobrar el deseo de amar hasta el extremo a todos nuestros hermanos.
Pbro. Nicolás J. Retes.