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Sobre el gordushismo o de la heteronormatividad de los cuerpos esbeltos

Sobre el gordushismo

o de la heteronormatividad de los cuerpos esbeltos

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Por Víctor Federico Contreras Castillo BE

Licenciatura en Diseño y Comunicación Visual, FAD UNAM

gordushismo

o de la heteronormatividad esbeltos

Todo cuerpo es bello y si bien no necesariamente el canon occidental heteronormativo y patriarcal de turbocapitalismo gore define el gusto de la mayoría; socialmente hablando en México, creo que la esbeltez esta sobrevalorada.

Si bien existen complicaciones de salud en algunos casos dónde el sobrepeso está vinculado a enfermedades cardiovasculares, en la mayoría de los casos en dónde una persona se siente gorda por estar ligeramente sobre su estándar de índice de masa corporal, en mi opinión es más un prejuicio valorativo sobre la belleza canónica de cuerpos idealizados por una tradición machista qué podríamos rastrear hasta Fidias, el más famoso de los escultores de la antigua Grecia; llegando a nuestros días por medio de MTV y Hollywood.

Si bien existen contadas excepciones en la historia del arte cómo Rubens, Botero, Jenny Saville o Lucian Freud, la representación de los cuerpos que dislocan la mirada de un ideal de medidas exuberantes y alejadas del común denominador es cada vez más necesaria.

Sé que existen intentos de algunas marcas de ropa por incluir en sus campañas publicitarias y desfiles a modelos de tallas grandes y extragrandes, pero pareciera qué esto es un favor que se realiza con cierta condescendencia ante una agenda de inclusión y moda políticamente correcta más que un compromiso real y consciente con el usuario. Si analizamos el fenotipo mexicano podremos observar una gran variedad de tallas, estaturas y corporalidades, pero a excepción de algunas comunidades indígenas que históricamente podríamos catalogar cómo esbeltas, el mestizaje así cómo nuestra cultura gastronómica popular y la precariedad económica nos hacen una sociedad propensa a la obesidad.

¿Peró realmente tengo obesidad? La forma más eficaz y prudente de responder a esta pregunta es consultado a una persona profesional de la nutriología, ya que generalmente notamos el aumento de peso sobre las tallas de ropa cada que renovamos nuestro guardarropa pero generalmente así cómo no cuidamos nuestra ingesta de carbohidratos o azúcares, tampoco estamos registrando con indicadores cuantitativos nuestras variaciones de masa corporal.

Creo que con el paso de los años irremediablemente vas embarneciendo si no haces nada al respecto para conservar esa figura o esa silueta de adolescente que añoraremos con el tiempo pero, aceptar eso puede facili-

tarnos mucho la vida. Ser conscientes de que dependiendo de la carga laboral, el modo de vida, nuestro salario o el lugar dónde vivamos nuestro cuerpo cambiará; y qué no siempre esto significa una mejor salud o una pérdida de peso, depende de una tarea constante de atención a nuestra autoimagen.

En lo personal yo he notado cómo mi cuerpo se ha modificado por circunstancias sociales y condiciones materiales, si bien mi hermano y yo siempre fuimos los flacos de la familia, podíamos compartir pantalones y camisas, por ejemplo para un evento en el que el código de etiqueta fuera formal, atribuyó a que nos mantuvimos así por depender económicamente de nuestros padres y de una tradición culinaria basada en la dieta de milpa.

Si bien en casa se comía mucha tortilla, era tortilla azul, hecha a mano y complementa un menú rico en verduras y carnes magras, por no decir exclusivamente caldos; caldo de pollo, caldo tlalpeño, caldo xochitl, caldo de res en ocasiones. Una baja ingesta de grasas saturadas y sobre todo una infancia y una adolescencia muy activa, asistíamos a un grupo de campismo los fines de semana, yo siempre quería salir a jugar, la calle tenía preferencia sobre el patio.

Subirme a la bicicleta e ir a dar vueltas al parque, o la glorieta de la fuente de piedra en la iglesia del barrio vecino, quizás eso fue lo que nos mantuvo delgaditos, pero démosle un poco de crédito a nuestro super metabolismo.

Muchas veces me preguntan cuál es el secreto para hacer una buena pieza de arte, o hacer un proyecto grandilocuente o muy atrevido, siempre respondo algo genérico cómo la disciplina o el trabajo, pero en el fondo sé qué es el hambre. Quién no ha sentido hambre y la ha saciado hasta sentirse satisfecho quizás no comprenda lo que realmente es el deseo.

Generalmente todes tenemos hambre de algo, de fama, de reconocimiento, de un sentido vital; el hambre simbólicamente representada cómo ese hueco en el estómago podría ser trasladada a un vacío existencial. sobre el devenir del ser y el tiempo que nos convoca a buscar

un propósito para autorrealizarnos. Vivir da hambre, pues y no solo de un modo orgánico, sino también simbólico

A los mexicanos nos gusta comer mucho, por que cocinamos muy rico y nuestro país es abundante en texturas, olores y sabores de nuestros platillos, es fácil excederse de la porción, seguir comiendo por el placer estético de paladear algo exquisito, pecar de gula. Pero tambíen es muy difícil comer saludablemente cuando la economía te orilla a consumir productos industrializados, o no tienes tiempo para cocinar o para comprarle directamente a los productores locales del tianguis de Xochimilco, al menos en la Ciudad de México ser vegano, es más caro y complicado que acceder a un refresco y unos tacos callejeros.

Todo tiene un precio, la historia de mi aumento de talla y mi embarnecimiento es también la historia de mi trayectoría laboral, vivir literalmente en el centro de la ciudad, sin recauderias ni el privilegio de dedicarle la mitad del día a cocinar tus propios alimentos por la absurda movilidad que implica que tu trabajo esté a dos horas de camino de ida y en ocasiones a tres horas de vuelta me orillo, lo confieso, a cenar en un Oxxo, a no desayunar y a alabar la comida de la fonda más genérica cómo la mejor comida jamás probada. Quizás por que muchas veces fue la única que probaba en todo el día.

El ingrediente secreto de una buena comida es el hambre, sin duda. Aprender a cocinar es quizás la mejor inversión en mi educación autodidacta después del diseño web, cuando tienes hambre todo sabe más rico, pero si lo preparas tú y te queda bien, no hay restaurante que compita con esa sensación. No compite con la comida de mi abuela, el mole de mis tías o la comida de mamá, por que creo que esas son ligas mayores, pero si ayuda. Mientras cociné, si bien subí un poco de peso, me mantuve en lo que yo llamaría, mi cuerpo normal, descubrí que ser flaco está sobrevalorado y que te puedes sentir bien aunque estés un poco por arriba de lo que la mayoría exigiría de tus cachetes o tu panza, pero ¿Realmente eso importa? Qué no nos gane ni el gordushismo ni la heteronorma.

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