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¿Por qué se le teme a los payasos?

Por Miguel Cabrera

Tal vez algunos de nosotros lo hemos experimentado: un temor inexplicable hacia los payasos. En épocas recientes, este ha recibido el nombre de coulrofobia. Sin embargo, dicho nombre no está reconocido por la OMS ni la APA. ¿Esto quiere decir que no se trata de un trastorno? No necesariamente. Un estudio encontró que aproximadamente 1.2% de los niños hospitalizados lo padecen. Aún más, 4 de cada 14 pediatras dicen tener miedo a los payasos. Se ha llegado a decir que se trata de un temor irracional. Sin embargo, a la luz de diferentes eventos y personajes, se puede debatir que no lo es tanto.

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El año pasado se suscitó una tendencia en donde la gente se disfrazaba de payaso con el fin de asustar a los transeúntes. En los 70’s, el asesino serial John Wayne Gacy estuvo activo. Este último era conocido porque encarnaba en fiestas infantiles a un “inofensivo” payaso llamado Pogo. Y quizás de aquí surgió la inspiración para el autor norteamericano Stephen King y su novela Eso (It). Quizás la mayoría de nosotros, hemos sentido diferentes grados de repulsión y/o terror del personaje de King, y en nuestra mente aparece su primera adaptación cinematográfica como el prototipo por excelencia de los payasos.

El cerebro humano tiene conflictos para entender a los payasos. Sabemos que son personas, pero sus rasgos exagerados los deshumanizan. Esta exageración se manifiesta en sus narices rojas, su maquillaje, su vestimenta, su cabello colorido… en fin, en todo lo que construye al personaje. Y no es su sola apariencia la que propicia nuestras inquietudes. Los payasos se caracterizan por ser impredecibles. Los niños (y a veces los adultos) temen ser la “víctima” de los payasos en las fiestas infantiles. En este contexto, la palabra “víctima” no tiene una connotación criminal. Se es “víctima” en el sentido figurado de que se tiene que ser partícipe del acto del payaso.

Sumemos los dos factores antes mencionados: imprevisibilidad y una apariencia inusual. A esta suma, agreguemos encontrar a un payaso en un lugar inesperado: no en un circo, no en una fiesta infantil. Imaginemos a un payaso flotando dentro de una boca de tormenta (tal y como pasa en el primer capítulo de la novela de Stephen King). Y que este payaso se presenta como un simpático personaje que ofrece devolver el barco de papel que un niño ha perdido en las coladeras, en las entrañas de un pequeño y lluvioso pueblo al norte de EUA. Esta referencia es absurda para la mente adulta, pero, ¿qué sucede con la mente de un niño de 6 años?

Lo anterior sucede en la ficción, ¿qué sucede en la realidad? John Wayne Gacy era un empresario y en sus tiempos libres, vestido de payaso, entretenía a niños en hospitales. Ni familia, ni amigos, ni colaboradores imaginaban lo que ocultaba. Gacy llevaba a adolescentes y hombres jóvenes a su casa, en donde tenía relaciones sexuales con ellos y posteriormente los asesinaba.

Se dice que llegó a cometer homicidios con su vestimenta de payaso.

Por último, existió una tendencia en 2016 en donde “bromistas” aterrorizaban gente con la vestimenta propia de un payaso. Salían de lugares insospechados con armas y actitudes amenazadoras.

Todo lo anterior propicia que se pierda el reconocimiento del payaso como una figura de entretenimiento y lo convierte en una especie de espectro amenazador que nos acecha y en el momento más insospechado saldrá de las tinieblas para atraparnos.

En conclusión, existe una componente para que desde niños temamos a los payasos y dicha componente es de naturaleza irracional al reconocer a los payasos como una entidad atípica. Por otro lado, al crecer vamos recopilando experiencias y en base a ellas creamos asociaciones con la figura de los payasos que historias como las anteriores vuelven negativas.

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