NEOCLASICO
El neoclásico es una corriente que rechaza las tendencias barrocas previas a este periodo de tiempo, y su ideal es retomar las figuras y formas del pasado clásico, de ahí el nombre de neoclásico el uso de los frontones y las columnatas griegas entra en boga. Todo este movimiento surge con la aparición del movimiento academicista que es el que propone el método científico ante todo. Surgiendo de esta manera los volúmenes de formas más sobrias y sin exceso en su ornamentación.
FUNDACIÓN DE LA ACADEMIA
El último cuarto del S. XVIII representó para la nueva España un cambio radical del periodo barroco hacia un ámbito ideológico totalmente diferente, ayudado por el empirísmo científico. En estos inicios, la casa reinante es la de los Borbones, que había impuesto desde principios del S. XVIII toda una serie de disposiciones sociopolíticas que trascendieron a la misma España, incidiendo, por consecuencia, en la Nueva España. Las modalidades impuestas por el liberalismo económico europeo exigían al soberano mayor control sobre los sistemas de producción, comercialización y administración de la riqueza generada por las colonias; paralelamente se modificó el perfil que debió tener la enseñanza profesional, el viejo esquema gremial se vio rebasado por la nueva demanda y el sistema de aprendizaje particular y selectivo del maestro-aprendiz, dejo su lugar a las escuelas y academias, que eran estas instituciones públicas que capacitaron a un número mayor de alumnos en las distintas disciplinas. La Academia de Bellas Artes de San Carlos, fundada en 1783, fue la primera institución en su genero que en tierras americanas se dedicó a la enseñanza metódica de las Bellas Artes; la pintura, la escultura, el grabado y la arquitectura. La necesidad de dotar a la Nueva España de una Academia de artes, obedeció fundamentalmente a dos propósitos, la acuñación de monedas que agilizaran el intercambio comercial y la necesidad social de los miembros de las clases privilegiadas de poseer elementos de prestigio cultural, que les permitiera igualarse a los cánones europeos que recientemente se habían adoptado, y que eran los formatos de la antigüedad grecorromana, o sea el neoclásico. Jerónimo Antonio Gil, inspirador y fundador de la Academia de San Carlos, llegó a la nueva España con la encomienda de acuñar en la Casa de Moneda las nuevas piezas que habrían de agilizar las cuestiones comerciales, formado en la Academia de Bellas Artes de San Fernando en Madrid, se percató de la necesidad de crear una en la Nueva España.
Aceptada la propuesta la Academia pronto empezó a formar a las nuevas generaciones de artistas, pero sobre todo la formación de los arquitectos que habrían de iniciar la construcción de los edificios con las nuevas tendencias.
1ER PERIODO, EL VIRREINATO El establecimiento de la Academia de Bellas Artes dentro de la Nueva España, supuso la injerencia real dentro de dos ámbitos fundamentales para el desarrollo del discurso artístico, primero la organización de un programa de enseñanza único y sancionado por la monarquía, mediante el cual se reglamento desde los talleres de la Academia, la formación profesional de los artistas plásticos , y segundo, la atribución que se confirió a los académicos para que en nombre de las autoridades reales enjuiciaran los proyectos de arquitectura que pretendían ser construidos, de manera tal que solo aquellos que se sometiera a los lineamientos neoclásicos fueran aprobados. La instrucción pedagógica se apoya en dos principios, la utilización del dibujo de imitación y la presencia del repertorio formal de las culturas griega y romana, creando de esta manera un nuevo vocabulario formal. El nuevo proceso formador de pintores, escultores y arquitectos, provocó el abandono de la antigua practica de enseñanza de los talleres. Los aprendices de arquitectos en la academia recibieron no solamente la educación para el perfeccionamiento del dibujo, sino que también son preparados en materias como mecánica y geometría, para afrontar las nuevas necesidades que enfrentaba esta época. La arquitectura de este momento cultural en la Nueva España presenta diferencias notables en cuanto a la producción con respecto al periodo pasado, Siendo en esta la construcción civil la que cuantitativamente sobresale . El estilo neoclásico plantea una consideración analítica tanto del simbolismo como de la composición arquitectónica, pues no se introduce ninguna innovación plástica, y en cambio si se revaloran los elementos clásicos, el pasado. La presencia del neoclásico, motivo que la arquitectura se introdujera en el ser como un elemento real y no como un medio de transmitir una idea de salvación o de elementos fantástico. La arquitectura urbana que aparece entonces se da como consecuencia de la novedad artística, pero sin abandonar los esquemas compositivos prevalecientes. La edilicia civil mantuvo la presencia del patio central como adjetivo de la distribución periférica de los locales, mientras que la iglesia sostuvo su trazo en base al eje direccional acceso-presbítero, con la modalidad de reducir cada vez mas la importancia de la nave secundaria hasta hacer casi desaparecer el crucero, sin restar jerarquía y continuar recibiendo luz proveniente de la cúpula. La ornamentación del neoclásico se resuelve externamente por medio de la presencia clara y definida de elementos del repertorio greco- latino: columnas de limpia proporción de acuerdo a los órdenes clásicos, frisos con seriación de triglifos y páteras, frontones
triangulares, curvos y abiertos, balaustradas, floreros escultóricos, énfasis en la presencia de los accesos por medio de pórticos, generalmente desprendidos del paño de la fachada, todo ello armónicamente involucrado dentro de ritmos que están presentes en todas las manifestaciones de este tipo. Resulta importante considerar que a pesar del corto lapso de tiempo que abarcó este periodo estilístico, la cantidad y calidad de edificios construidos dentro de sus lineamientos es considerable. Personalidades muy definidas, tanto criollos como peninsulares, tienen a su cargo la construcción de los monumentos que llevan como propósito la utilidad pública y la transformación del panorama urbano. Figuras indiscutibles de esta primera etapa del neoclásico son el arquitecto y escultor valenciano Manuel Tolsá, (1757-1816), y el arquitecto Francisco Eduardo Tresguerras (1759-1833). Tolsá aparece en la Nueva España hacía 1792 cuando se hace cargo de la dirección de escultura en la academia; formado por la ilustración peninsular, Tolsá asume la paternidad de obras distintivas del periodo neoclásico americano; el Hospicio Cabañas de Guadalajara, el Palacio del Marqués del Apartado, el Palacio de Minería el cual se destaca por ser una de las obras que representan con mayor claridad los conceptos estilísticos de este periodo, definición de los accesos mediante pórticos de monumental estructura clásica seriación rítmica de ventanas coronadas con frontones y deslinde formal de cada uno de los niveles del edificio. Tresguerras es el autor de la presencia del estilo en el Bajío. El ejercito estuvo representado por el Ingeniero militar Miguel Constanzó quien efectuó la ampliación de la casa de Moneda y llego a ocupar la dirección de arquitectura de la Academia, también dentro de este gremio esta la construcción de la Real Fábrica de Tabacos cuya autoría se debe al arquitecto González Velázquez y al Ingeniero Manuel Agustín Mascaró, notable ejemplo de una arquitectura que sin abandonar los conceptos artísticos que vitalizaron al estilo neoclásico, procura una distribución interna en donde la funcionalidad y la lógica en la distribución de los locales, coadyuvo al mejor desempeño de la tarea productiva. Finalmente dentro de esta relación de obras del periodo, no pueden dejar de mencionarse la terminación en 1791 de la Catedral de México en base a proyectos del arquitecto criollo Damián Ortíz de Castro, autor de las torres y el propio Tolsá, quien a su vez colaboró con el arquitecto Ignacio Castera para la configuración del dilatado espacio cupular de la Iglesia de Loreto.
3ER PERIODO LA ARQUITECTURA DEL PORFIRISMO Los últimos años del siglo XIX contemplan un proceso de afirmación de los estilo artísticos ensayados desde la reapertura de la academia. La cultura oficial promovida verticalmente por el gobierno del General Porfirio Díaz cumple socialmente con el propósito de halagar estéticamente a la nueva aristocracia mexicana, al mismo tiempo que difunde medianamente la arquitectura y la pintura, la ideología del Estado porfirista. El programa de administración política del porfiriato sostiene la bandera del progreso como la máxima positivista que debe animar la marcha de la república: para ello resulta fundamental la
modernización de la infraestructura productiva (caminos, ferrocarril, puertos) y el estimulo de ingresos de capitales y tecnología extranjera, quienes encontraban las mejores condiciones de enriquecimiento al quedar bajo la tutela de un estado sólido que procuraba la aplicación de la pirámide social y el cada vez mayor físico sobre el destino de los grupos de trabajadores. Todo este panorama socioeconómico quedaba circunscrito al carácter del eclecticismo arquitectónico que, a partir del historicismo de mediados del siglo, procuró cada vez con mayor libertad la libre combinatoria de los lenguajes que caracterizaron a los diverso estilos artísticos, confiando de una manera creciente en la capacidad de los arquitectos extranjeros e identificando de una manera clara y absoluta el objeto de la modernidad plástica con la reproducción de los modelos académicos europeos sobre todos aquellos provenientes de la instituciones de bellas artes de París, Londres y Roma. La llamada "Paz Social" a que dio lugar el periodo porfiriano permitió a los inversionista la formulación de proyectos de construcción de enorme amplitud y considerable costo económico, siendo el sector privado el primero que inició la etapa constructiva del periodo, seguido poco tiempo después por el estado mismo quien tras un proceso de robustecimiento político obtiene los recursos necesarios para emprender la construcción de los nuevos recintos de su público. La magnitud de las fortunas que se consolidaron en este momento fue de tal suerte importante que permitió dentro del campo de la arquitectura, la importación no solo de las técnicas constructivas de la moderna Europa, sino de los materiales mismos, e inclusive de lo arquitectos proyectistas, quienes en no pocos casos, tras la terminación de la obras, decidieron pasar largas temporadas en el país, tales son los casos del italiano Adamo Boari, contratado para la construcción del teatro Nacional o de los franceses Paul Dubois y Maxime Roisin, quienes se afincaron en el país desde principios de siglo. El fierro laminado en columnas y viguetas formo la mayoría de los esqueletos interno de los edificios de la época: técnica distintiva de la Revolución Industrial del S. XIX y con la cual en otros países se realizaron notables avances tanto en lo referente a la construcción vertical, como los rascacielos de la escuela de Chicago o la expansión de claros, como se puso de manifiesto en las grandes estructuras de la exposición de París en 1889. A México se transportaron por barco toneladas de fierro para dar lugar al tejido de las estructuras de la Nueva construcción, la cual si bien aceptaba la técnica del esqueleto de hierro, exigía por otra parte que los aspectos externos citaran al mundo de imágenes fantásticas del eclecticismo. No solo el fierro aparece como novedad constructiva, también lo son los materiales de recubrimiento y acabado, los mármoles italianos, granitos nórdicos, bronces y vidrios de la producción local se siguen utilizando el tabique de barro horneado a alta temperatura (lo que hacía posible en forma de acabado aparente), las canteras suaves que lo mismo responden a los cortes precisos de la rigurosa estereotomía neoclásica, que a la profusión orgánica de relieves altos y bajos, como se da en los frisos labrados con motivos paleontológicos del instituto de Geología (Arq. Carlos Herrera ,1901), los entrepisos, se resuelven mediante el uso de bóvedas catalanas, terrados y entarimados de madera sobre marcos metálicos. La construcción de tipo económico siguió utilizando los clásicos envigados de madera, cielos rasos, plafones de yeso y estucos cubiertos, los entramados internos de los techos y
los muros al verse liberados de su tradicional propósito de ser soportes estructurales, flexibilizaron su conformación dando lugar a los mas diversos panoramas estilísticos.
TIPOLOGIA
La arquitectura que se hizo en México durante las ultimas décadas del siglo pasado y principios de este se basaba en la que producían países como Francia, Inglaterra y los Estados Unidos; no solamente se tomaban, como lineamientos aquellos establecidos por las escuelas europeas y norteamericanas sino que para hacer efectiva su aplicación. se importaban en muchos casos tanto los mismos arquitectos corno los proyectos y materiales. Esto sucedió en el caso de construcciones públicas como el Palacio de Bellas Artes, el Palacio de Correos y el Palacio de Justicia para los cuales se contrataron arquitectos franceses e italianos, el mármol para Bellas Artes fue traído de Carrara y la herrería se realizó en talleres florentinos. En otros casos, arquitectos mexicanos que habían realizado sus estudios en París como Antonio Rivas Mercado otros más avalados por Cavalieri, en San Carlos, como Manuel Cortina García, J.G. de la Lama, Gorozpé, Emilio Dondé, José Hilario Helguero fueron los encargados de iluminar a la nueva burguesía e instruirla en cuestiones de estética y elegancia gracias a lo cual las construcciones gubernamentales no fueron Las únicas dotadas del encanto de la Escuela de Bellas Artes. Hubo pues en México quien se encargo de la producción de arquitectura doméstica alimentada del modelo europeo como podemos constatar en el fraccionamiento de moda, la colonia Juárez. Los valores que manifiesta esta arquitectura son esencialmente de carácter ecléctico e historicista aunado esto a la tendencia racionalista presente en estos movimientos. En Europa el eclecticismo so había constituido en la tendencia dominante desde la segunda mitad del siglo XX como culminación de una amplia experiencia historicista que abarcaba casi un siglo. Se mantenía una nueva actitud; sin abandonar el interés por las diferentes etapas históricas y los monumentos antiguos los partidarios del eclecticismo optaron por otra posibilidad es decir por no tratar de obtener de ellos reglas absolutas para todo tiempo sino hacer libre uso de las normas. Se opuso entonces al dogma de imitación de los antiguos, el principio de libre combinatoria Esta posición se apoyaba en una postura filosófica que consideraba corno trascendentales afirmaciones de otros momentos históricos y proponía valorarlas para integrar un nuevo cuerpo doctrinal. Así los arquitectos extraían de los diferentes estilos a través del tiempo lo que consideraban útil, ornamental y estético para realizar nuevos edificios suponiendo que la elección de este repertorio se hacia según el carácter propósito e importancia de la obra y de acuerdo a su peculiar temperamento y forma de pensar. Este planteamiento respondía por otra parte a una preocupación de tipo racionalista. El libre uso de las formas y elementos implicaba, a
su vez, un compromiso, satisfacer las nuevas necesidades propias del momento que se vivía así como hacer un uso racional de cementos y materiales. Todo en base a la idea de que la arquitectura estaba dentro del camino de la ciencia a diferencia de las otras artes. A nivel de la arquitectura doméstica la libertad compositiva fue muy frecuentemente interpretada como conformar un vestido apreciado a los intereses del cliente y por tanto estar a merced de caprichos formales; esto es claro en el caso de la vivienda burguesa por un afan individualista y del sobresalir típico de esta clase en ascenso. En México se produce este fenómeno de la misma manera que podemos encontrar en las construcciones de este tipo y en las oficiales el interés por la racionalización estructura y compositiva. Asi como de manieristas clásicos, como en el edificio de ferrocarriles construido entre 1905 y 1907 por el Ingeniero Isidro Días Lombardo, hasta los góticos venecianos, como el banco agrícola e hipotecario de los arquitectos Federico y Nicolás Mariscal de 1904-1905. A partir de 1867 la academia de San Carlos cambió su nombre por el de Escuela Nacional de Bellas Artes, excluyo de su programa la enseñanza de la Ingeniería y se dedico únicamente a la formación de artistas (pintores, grabadores, escultores y arquitectos), orientados a servir a la gran burguesía metropolitana, sin embargo la participación de la ingeniería dentro de la edilicia urbana se había establecido como condición de permanencia absoluta compitiendo con los arquitectos en el control del mercado de trabajo. Por otra parte, la penetración de lo ingenieros, en las decisiones políticas nacionales los convirtió en breve lapso en un gremio poderoso que casi permanentemente mantuvo instalados a uno o varios de sus miembros en los ministerios del porfiriato; ello aunado al parentesco de algunos de ellos con el presidente de la república, les represento la asignación de importantes contratos de obras públicas en demérito de los arquitectos, quienes de esta manera se ven casi totalmente desplazados de la edificación urbana, género que tradicionalmente habían ejercido. La situación se torna crítica cuando en el año de 1903, se posibilita a los ingenieros cualquiera que sea su especialidad, a obtener licencias de construcción para la erección de obras civiles. De poco sirven las protestas de los arquitectos quienes creen encontrar finalmente en el ejercicio de un refinamiento estético fundado en el dominio de la historia del arte, la única alternativa para afrontar la tremenda competencia desatada por el gremio ingenieril, quien en breve tiempo no solo controla las grandes obras de infraestructura, como el tendido de vías de ferrocarril o la construcción del desagüe de la Ciudad de México, sino también aquellas que tiene que ver con los espacios como morada de la sociedad y aún más las que fueron símbolo de la cultura mexicana en el extranjero; tal es el caso del pabellón que el gobierno del General Díaz envío a la feria de Nueva Orleans y que fue diseñado y construido por el ingeniero Ramón Ibarrola. La vivienda tuvo un extraordinario auge en la época que nos ocupa, sea por la construcción de las residencias de las familias integrantes de la burguesía porfiriana, o a través de la construcción de vivienda para renta que tras el proceso de fraccionamiento de algunas porciones aledañas al centro antiguo de la Ciudad de México, dio origen frente a la gradual demanda de habitación de las clases medias y populares, al inicio de la especulación inmobiliaria, casos que ilustran el primer apartado son la residencia de la familia Cobian construida a principios del Siglo por el ingeniero Rafael García y Sánchez y la casa de la familia Macías (museo de cera de la ciudad de México) proyectada entre 1900 y 1904
por el arquitecto Antonio Rivas Mercado, a la sazón, director de Bellas Artes, y una de las personalidades más influyentes en el ambiente constructivo de la ciudad, tanto por su estrecha vinculación con el gabinete porfiriano, como por la maestría con que ejecutaba sus diseños apegados a las mas estrictas normas plásticas en boga por aquel entonces, la arquitectura multifamiliar, utilizó en la mayoría de los casos un esquema espacial variante de los partidos coloniales: patio longitudinal al centro del predio y la disposición de las viviendas en ambos flancos con un máximo de dos niveles al fondo del patio, se localizaron lavaderos y servicios sanitarios de uso común, todo ello dentro del tradicional concepto de vecindad, que hasta la fecha sigue en uso, dentro de este género no se puede dejar de citar el caso del conjunto Buen Tono, construido por el ingeniero Miguel Angel de Quevedo entre 1912 y 1913 como prestación de la fábrica de cigarros del mismo nombre otorgaba a sus empleados. La importancia de este edificio, que con sus calle internas se ha convertido en un hito ambiental de la Avenida Bucareli, radica en la excelencia de sus espacios habitables, el concepto del patio interior, como foco de convivencia colectiva y la gran calidad plástica de las formas que ornamentan sus muros. Variante importante del esquema funcional del conjunto multifamiliar de dos niveles fue el edificio de cuatro o más pisos que inicia la transición en nuestro país entre la tradición horizontal y la forma vertical que años después aparecería como alternativa ante el rompimiento del equilibrio entre el uso de suelo y la demanda de espacios: el edificio departamental Condesa de similar tradición urbana como el del Buen Tono, se presentan como los primeros ejemplos de dotación comunal
VILLAS Abarcaban dos o más predios; eran construcciones de dos niveles, sótano y tapanco, con volúmenes complicados y necesidades propias del momento que se vivía así como hacer un uso racional de cementos y materiales. Todo en base a la idea de que la arquitectura estaba dentro del camino de la ciencia a diferencia de las otras artes. A nivel de la arquitectura doméstica la libertad compositiva fue muy frecuentemente interpretada como conformar un vestido apreciado a los intereses del cliente y por tanto estar a merced de caprichos formales; esto es claro en el caso de la vivienda burguesa por un afán individualista y del sobresalir típico de esta clase en ascenso. En México se produce este fenómeno de la misma manera que podemos encontrar en las construcciones de este tipo y en las oficiales el interés por la racionalización estructura y compositiva. El volumen exterior es la confluencia de partes diferentes; interiormente no se distingue un plan rector ya que se trata de diferentes espacios articulados. La existencia de gran cantidad de zonas de recepción o salones remite a la vida social de sus propietarios; sala de espera, de recepción salón de té, salón de fumar, terraza de sobremesa como ampliación del comedor, "bay windows" con vidrieras de colores -como extensión del salón principal- y loggias es decir balcones techados con un tratamiento ornamental muy singular, como si se tratara del palco de un teatro. En la planta baja s encontraban los salones enumerados anteriormente, articulados por el salón principal, el despacho, algunos servicios como cocina, baños, cavas y despensa. Una
magnifica escalinata conducía a las recámaras, sala de costura y vestidores del primer piso; una segunda escalera de servicio llegaba desde el sótano hasta la buhardilla.
PALACETES
Eran construcciones amplias que comprendían también dos a más predios. Se trata de volúmenes simples, con cubierta horizontal; eran viviendas de una planta (ocasionalmente dos), rodeadas lateral y frontalmente por patios y jardines. Residencias de rasgos aristocráticos, con elementos más sobrios y tradicionalmente aceptados -aunque no menos refinados- correspondían a pequeños palacios europeos, tal ver. eran del tipo de casa que un rey usaría con su concubina, o al ir de cacería. En términos generales eran construcciones más cerradas: proyectaban una vida familiar más protegida e incompartible. Viviendas ricamente ornamentadas pues se entendía que el adorno era símbolo de status social y resultado natural de la evolución cultural; el uso de los ornamentos imitaba a los poderosos de otros tiempos. En los palacetes no se hacia uso de elementos verticales para enfatizar el poder. Aquí lo importante es enmarcar su sobriedad, pues no podemos hablar de un plan rector para la disposición espacial interior. De alguna manera que en las villas campestres se usaba gran variedad de salas y espacios de relación. Las villas y los palacetes corresponden a tipos de habitación con la misma categoría social, por pertenecer al grupo de mayor importancia económica.
RESIDENCIAS SEÑORIALES
Era una vivienda construida en un terreno amplio, de grandes proporciones y formas simples, se levanta directamente sobre la acera. Corresponde a Europa a la residencia urbana de la gran burguesía. Consta de sótano y dos niveles; en la planta baja se encuentran las salas de recepción con acceso cada una de ellas a un pasillo distributivo comunicadas entre si lo que las hacia útiles en ocasión de fiestas: además cuenta con un amplio salón como lugar de reunión de la vida cotidiana. El primer piso comprende las recámaras de la familia -que aprovechaba el mejor asoleamiento-, guardarropas y cuartos de huéspedes. En los sótanos se encuentran la cocina con sus anexos, las cavas y despensas. Reflejan, como en el caso de los palacetes, una vida más orientada al interior. Su volumetría es simple pero con carácter de grandeza comprendida en un ambiente totalizador, compacto e impenetrable, el remate de estos edificio es una cubierta horizontal. La construcción se extiende en casi la totalidad del terreno. En el interior el espacio es compartimentado, pero ofrece la posibilidad de integración cuando se trata de las salas, por
sucederse y comunicarse unas con otras, de tal modo que se podía transformar una sección de la casa en un gran salón. En el exterior la ornamentación es discreta y sobria, manejando elementos decorativos considerados elegantes. Para todo elemento (ventana, puerta) existe su equivalente en el nivel superior, como parte de una composición ordenada y compensada. Los propietarios pertenecen generalmente a un grupo que ha mantenido su posición por mucho tiempo; de ahí la tendencia conservadora de este tipo de inmueble.
RESIDENCIAS MEXICANAS
Son construcciones de un solo volumen, con cubierta horizontal y una sola planta con patio lateral; la vivienda rural traída por los hacendados a la ciudad. En su composición exterior predominan los planos sobre el vacío, lo que da una sensación de intimidad y reposo. Esta vez se trata de un envolvente simple; el ritmo que marcan los vanos en el pleno se constituye como una regla común, que da unidad a este tipo de vivienda. A un vano corresponde un pleno. La organización espacial interior tiene en esta tipología normas de relación y distribución claramente definidas. La residencia está constituida por una larga hilera de espacios: sala, cuartos, baño, comedor, cocina, patio y, al fondo, un jardín. Es una síntesis funcional de la compactación de una vivienda. Al exterior podría parecer que se trata de una pesada masa compacta que abarca la totalidad del terreno, pero en realidad se constituye de dos partes básicas: construcción y patio. Las habitaciones se iluminan por este patio, mientras que la sala da al exterior y el comedor se encuentra al final de la casa, junto con los servicios. El patio hace la función de tamiz receptor y distribuidor hacia la casa. Se construye como la casa típica en la que el ornato será el elemento que determine la posición económica de la familia que habita la vivienda. La clase media usará la ornamentación en ventanas, puertas, balcones, herrería y el techo horizontal. Otras clases con menos posibilidades usarán elementos sencillos, únicamente para enmarcar remates.
RESIDENCIAS URBANAS Debido a que la especulación con terrenos era muy grande y el precio del predio subía, los lotes que adquirió la clase media eran más pequeños. La vivienda que en ellos se construyó corresponde a la de los llamados hoteles en Francia. Este tipo de edificio había surgido en Europa, como solución al problema del crecimiento urbano, que daba lugar a predios muy estrechos y profundos. De ahí que se desarrollan en la profundidad del terreno. Constan de dos niveles y buhardilla. En el primer piso se encuentra la sala, el comedor, la cocina y el patio; gracias a una angosta escalera se llega al cuarto de costura, el cual conduce a una recámara, que da a la calle, y a una segunda recámara, que da al patio.
ELEMENTOS
RECUPERADOS
Hemos hablado de las características de la escuela de las Bellas Artes de París y de la influencia de sus postulados en la arquitectura doméstica de finales del siglo pasado en México; también mencionamos en nuestro análisis tipológico la correspondencia de estos modelos con los originales europeos; sin embargo, consideramos necesario referirnos al repertorio ornamental y estructural, inventario que manifiesta con mayor precisión el modo de vida burgués. Llamaremos a esto elementos recuperados por provenir de diferentes tipologías.
Entre los elementos adoptados del Medioevo tenemos los techos agudos con crestería de encaje; las torrecillas con agujas o algún otro remate y los balcones en saledizo para ganar terreno sobre la calle; el coronamiento en plomo que se ponía encima de la techumbre; las veletas cuidadosamente trabajadas, colocadas casi siempre a los extremos de techos inclinados de pizarra, así como el uso de antiguas torres medievales de los castillos. Sostenidas sobre De la arquitectura árabe se tomaron balcones cerrados en celosías (de tabique o madera), sostenidas sobre ménsulas en saledizo sobre la calle, y el uso de vidrio de color en las ventanas. Del Renacimiento se asimilaron elementos clásicos como, columnas, capitel es, frontones, goterones, mascarones, pilastras y tímpanos, para componer la fachada, las ventanas, las puertas y los remates. Las loggias en el piso superior, como zonas de reunión y observación, también son de una clara influencia renacentista. De la arquitectura francesa de los siglos XVII y XVIII se derivó el empleo de piedra para basamentos de la construcción; de mansardas y el uso de la línea curva en la fachada; de canelas en donde ocasionalmente se colocaban escudos de la familia. En interiores, el uso de espejos formando tableros en movimiento, que ampliaba visualmente -el espacio; el plafón cubierto de estuco y decorado en relieves con guirnaldas; cupidos, cestas frutales o, en los casos más sencillos, el énfasis de la unión de muro y techo con filetes; asimismo, el uso de yeso. tanto en los tecbos como en los muros de los salones y el uso de parquet de madera con diseños complicados. El art nouveau, en auge en Europa desde 1890 y cuya característica fundamental era la flexibilidad de sus líneas curvas, también llegó a México, pero no tuvo fuerza para contrarrestar los intereses del eclecticismo. En todo caso, se manifestó de manera superficial, casi siempre como un detalle más de ornamentación. Sin embargo, existieron residencias netamente construidas en el nuevo estilo, como el caso de la casa Requena. Ahora bien, se entiende que la elección de los elementos y materiales por parte de los arquitectos y propietarios, correspondía a cierta simbología de los mismos. En el caso de los medallones, cartelas, frontones, guirnaldas, escudos, arcos y demás, todos ellos productos de tipo artesanal (vaciados en yeso o esculpidos en piedra), su papel esencia era conferir prestigio y distinción, ya que no cualquiera podía adquirirlos. Denotaban gusto europeizado, distinción y poder adquisitivo. Eran elementos que acentuaban cualitativamente el carácter de la construcción. Lo mismo sucedía con elementos usados
para diferenciar y articular los diferentes niveles entre pisos y remates en fachada, como cornisas, pretiles, goterones y balaustradas. Los balcones, miradores y terrazas proyectaban, a la manera de una escenografía, la vida placentera; las techumbres de pendiente pronunciada. de utilidad en países del norte de Europa por la nieve, no tenían sentido en la ciudad de México, por lo que su empleo era evidentemente simbólico y denotaba cierto afrancesamiento. Los vitrales recibían un tratamiento lujoso, que combinaba colores y diseño florales; las placas de cristal de plomo usadas en cubiertas de acceso se consideraban elementos refinados; el uso de madera como elemento decorativo en techos y muros, y los dibujos logrados con parquet en los pisos, a imitación de la yesería en los techos, eran trabajos artesana.