Versión impresa 19 de Abril de 2015

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Domingo 19.4.2015

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Retrospectiva ancestral

Juana Medina Hernández

S

u vestimenta blanca y autóctona llamó poderosamente mi atención. Era extraño observar a alguien vestir a la usanza de sus antepasados, en medio de esa inmensa maraña de modismos extranjeros. Caminar con ese orgullo que sólo puede poseer quien sabe lo valioso que es, conservar las raíces que sostienen la verdad de una cultura. Su silueta me recuerda a un hombre que aparece con frecuencia en las pesadillas que siempre me han perseguido. Sin darme cuenta, comienzo a caminar tras él. Algo muy fuerte azota mis pensamientos. Cuando adolescente, sentía que en mi cuerpo encarnaba un espíritu del pasado. Podía observarme vestida con un traje extraño; consagrada para asistir al templo erigido a una deidad. Mi cuerpo purificado era enfundado en una túnica blanca; enclaustrada en aquel lugar, alejada de miradas masculinas. La soledad y el silencio eran mi única compañía. Una doncella que debía permanecer pura, como lo indicaban los cánones de aquella

cultura. El destinado para efectuar este ritual que me confinaba a un lugar sombrío y extraño, era idéntico al hombre que en estos momentos apareció en mi camino. Despertaba bañada en sudor, siempre ansiosa, con la necesidad de escapar de un destino, al que era inducida contra mi voluntad; con la sensación de estar prisionera dentro de un cuerpo ajeno. Mis padres decían que eran tonterías, escenas de algún programa por pasar tanto tiempo viendo televisión. La frecuencia con que me sucedían me inquietaba a tal grado que terminé por llamar la atención de mi madre, quien decidió mandarme con un sicólogo, para sacarme todas esas tonterías de la cabeza. A pesar de las terapias a las que me vi obligada a acudir rigurosamente durante toda mi adolescencia, los sueños o pesadillas se negaron a abandonarme; terminé por acostumbrarme a ellas. Con el tiempo se fueron haciendo más esporádicas, apareciendo sólo cuando las pensaba superadas. No sé por qué esos recuerdos volvieron a mí. Tal vez es la silueta del hombre autóctono que camina frente a mí, o los nervios por mi próximo matrimonio; cambiar de vida no es fácil. Sigo sus

pasos tratando de que no lo note. Él avanza entre la aglomeración; seguro de ir al encuentro de su destino. Sus pies descalzos desafían el ardiente asfalto. Por instantes desaparece de mi vista, como si se desvaneciera. ¿Habrá notado mi presencia? No, no lo creo. Poco a poco se va alejando de la muchedumbre; se interna por calles desconocidas, por lugares solitarios. La ciudad va quedando atrás. No sé lo que me impulsa a seguirlo. Tengo la sensación de conocerlo, su presencia familiar me atrae. Por momentos me siento agitada, angustiada, a punto de desfallecer; pero su paso no me da tregua. Debo apresurarme si no quiero perderlo de vista. Desde que comencé a seguirlo, entre tanta gente, en ningún instante lo vi mirar hacia atrás. Su actitud es indiferente, como si nada a su alrededor existiera. Parece un personaje de otra época, inmerso en el mundo actual. Mis pies están a punto de flaquear pero no quiero desistir. Una fuerza superior me empuja a continuar. No sé a dónde me llevará todo esto; sólo presiento, que allí, con él, está la respuesta a mis pesadillas. En un momento de duda, intuyo que él sabe que voy tras él.

El dolor de panza

Unas notas lejanas comienzan a escucharse, parece el sonido de una flauta. El olor a incienso penetra mi nariz haciéndome reaccionar. Busco de dónde provienen. Temblando y sudorosa tomó conciencia de la realidad; como si despertara de una de mis lejanas pesadillas, observo mi alrededor. El bullicio quedó atrás; ahora estoy en un paraje desconocido. El canto de los pájaros y la espesa vegetación me rodean. Frente a mí, distorsionada por los rayos del sol, se erige una majestuosa construcción. Una pirámide como las de las culturas prehispánicas, o un templo erigido a algún Dios. En su parte central, todo parece estar preparado para una ceremonia importante. Intento retroceder, escapar del lugar, esto no es real; froto mi rostro, sólo para descubrir más nítida la imagen que me asusta. El sonido de la flauta se vuelve intenso. Sé que tengo que alejarme, pero las notas parecen seducirme. El sol se oculta por un instante, me permite descifrar la escena. Un templo inmerso en la vegetación, el incienso elevándose al infinito, un grupo de personas desconocidas, vestidas como en otra época entonando ple-

garias. El hombre que me atrajo aquí, está presente, vestido de manera extraña. El estridente sonido de tambores surge repentino, como anunciando el inicio de un ritual. Esto no puede ser más que una ceremonia de un sacrificio humano, lo sé, lo entiendo, al observar la mano que se eleva al cielo, sosteniendo una daga que lanza dolorosos destellos. ¡Es el hombre de mis pesadillas! En los rostros morenos y firmes asoma la rabia, la sed de venganza. Permanezco paralizada, observando. Las plegarias se vuelven lúgubres cantos. Una joven es llevada como un trofeo al centro del lugar, su cuerpo es depositado sobre una enorme piedra; el hombre se acerca. Eleva el rostro a la parte posterior del templo, como si ofrendara a algún dios aquella ceremonia; lanza palabras en una lengua que no logro comprender. En una explosión de recuerdos, las ideas se acomodan en mi cabeza; la verdad está aquí. Es más de lo que puedo comprender. La joven es una doncella consagrada al templo; su sacrificio obedece a un desacato. Tal vez algún hombre la miró, o entregó su corazón a algún guerrero y eso, es la causa de su muerte. Mis pies permanecen adheri-

dos al suelo. Cierro los ojos cuando la mano del hombre cae de manera violenta sobre el pecho de la joven. Veo con lucidez el rostro de ella. La sensación de estar frente a un espejo observando mi propio rostro me horroriza. Ahora lo sé; ese hombre me guió deliberadamente aquí. Yo soy la culpable del sacrificio de la doncella. Yo con mi cuerpo la ayudé a escapar del destino, al que fue inducida contra su voluntad. Sí, ella se liberaba de su encierro tomando mi cuerpo, por medio de las pesadillas. En un segundo todos los pensamientos y recuerdos me llegan de golpe. Lanzo un grito desgarrador, al observar el corazón sangrante de la joven, en manos de aquel hombre que dirige la mirada hacia mí. Me desvanezco ante la absurda realidad. Un remolino de sensaciones me succiona, mientras un dolor indescriptible me traspasa el pecho. Las pesadillas han vencido, me tragan definitivamente. Las notas de la flauta, se disuelven en el infinito, junto con el incienso que me envuelve por completo en este instante.

El lápiz mágico

Mónica Yaretzi del Ángel Herrera (11 años)

Luz Romina Olarte cabrera (12 años)

Me siento mal porque desde hace dos horas no he podido ir al baño, algo me hizo daño. Ya sé: fue esa comida que mi mamá preparó en la mañana. Si la vuelve a cocinar, probablemente no tendré dolor de panza, sino que pararé en el cementerio. Empezaré a cavar mi propia tumba: compraré mi lápida, flores y adornos. Lo que sea necesario. -Mamá. –digo seriamente. -Dime hija. -Quiero que me haga un favor pequeño. – continúo –me duele la panza, y pienso que fue por lo que comí en la mañana, por eso le pido de favor que ya no vuelva a hacer esa comida. -Hija –dice mi madre ofendida. – Tal vez fue otra cosa, pero de todos modos no vuelvo a darte eso. -¡Gracias!– digo. Ya me siento mejor de la panza.

De repente lo que dibujé se hizo realidad. Fui a la tienda y compré un lápiz, pero al tomarlo comenzó a brillar. ¿Por qué brillará? dije sorprendida. Decidí quedármelo y al llegar a casa, dibujé un pastel con él. -¡Larissa! -gritó mi mamá. Fui con ella y estuve ahí un rato, al regresar a mi cuarto encontré un pastel en la mesa, y era de mi sabor favorito: chocolate. ¿Quién lo habrá puesto ahí?, pensé. Luego comprendí que el lápiz era mágico. Todo lo que dibujaba se hacía realidad. Dibujé un niño y éste salió de mi cuaderno, saludándome. Lo tomé de la mano y bajamos corriendo para mostrárselo a mi mamá. –¡Mira mamá! ¡Mira! ¡Es mi nuevo amigo! –dije. –¿Quién? Aquí no hay nadie. –dijo ella. Fue entonces cuando comprendí que sólo yo podía ver a mi amigo y también a todo lo que dibujaba.

La ardilla y el pájaro Gabriela García Martínez (11 años) Mía era una ardilla feliz hasta que su madre murió; ella lloró mucho. Pasaban los días y no sonreía. Un día conoció a un pájaro llamado Juan; él cantaba bonito, hizo sonreír a Mía. Se hicieron amigos; Mía no sabía que Juan iba a morir; cuando él le contó, ella preguntó: ¿de qué enfermedad? Cáncer, contestó Juan. ¿Cómo vives feliz, sabiendo que vas a morir? dijo Mía. Los últimos días que me quedan los tengo que disfrutar, dijo Juan. Mía lloró porque perdía a su mejor amigo. Juan le dijo que cuando muriera, que no estuviera triste, porque él vendría a visitarla para jugar. Cuando Juan murió, Mía lloró, pero al día siguiente se apareció el fantasma de Juan y ellos dos siguieron jugando. Mía no estuvo triste.

Mónica la hechicera Aline Islas Pérez (12 años) ALGÚN DÍA MÓNICA, TE VOY A DERROTAR, Y CUANDO ESO PASE, conquistaré todo el mundo, dijo Carlos. ¡Ja! En tus sueños, dijo Mónica. Carlos desapareció con un movimiento de mano y Mónica gritó a todo el pueblo: No se preocupen, Pueblo Mágico, aquí estoy para ustedes y recuerden jamás olvidar este nombre: Mónica la hechicera. Así yo los protegeré de Carlos el brujo. Tres años después, Mónica dejó de practicar magia y se puso a estudiar para un buen futuro, pero se le había olvidado que algún día, Carlos iba a regresar para conquistar Pueblo Mágico. Un día, mientras regresaba Mónica a su casa, se desvaneció para aparecer en el desierto. Ella no sabía lo que estaba pasando. Caminó y caminó sin llegar a algún sitio. Mientras, en Pueblo Mágico, Carlos el brujo atacaba las casas. Todos los magos intentaron derrotarlo, pero no podían, sólo Mónica la hechicera podía hacerlo. Aún en el desierto, Mónica recordó un hechizo para regresar al pueblo, y así lo hizo: «Abadim abadúm, mari mari, marún maru». Con que eras tú, Carlos. Te llevaré al infierno, dijo Mónica. «Chavin chavún, mararu, marrarú». ¡Puf! Despareció Carlos y Mónica nuevamente practicó la hechicería, porque sabía que algún día, volvería a aparecer Carlos el brujo.






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