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Capítulo II Diseño: EL pasado y el presente Capítulo III El diseño para la transición

Capítulo II

Diseño: El pasado y el presente

En este capítulo, haremos un recorrido breve por la historia del diseño y las principales cuestiones que le dieron forma a lo largo del s. XX y XXI, para explicar cómo se transformó hasta llegar a las propuestas actuales en las que se inserta nuestro proyecto, pensando la disciplina desde la sustentabilidad y la comunidad.

El diseño como disciplina nace en pleno auge de la sociedad industrial, momento en el cual los sistemas de producción, distribución y consumo sufrieron cambios radicales que transformaron la manera cómo entendemos y experimentamos estos fenómenos hasta el día de hoy (Cardoso, 2014). En este contexto, la función y la forma eran conceptos centrales para la práctica del diseño. Con la fundación de la Bauhaus en 1919, Walter Gropius buscaba articular la práctica de diseño con las posibilidades de la práctica artística y la cultura tecnológica, de modo que la labor creativa estuviera anclada en la realidad cotidiana y el carácter humano. Esta visión se fue transformando posteriormente, adaptándose a los distintos contextos. Así, después de la gran depresión de los años 20, los principios rectores en la escuela privilegiaban el uso de materiales industriales producidos en masa, formas repetitivas y poca ornamentación. Más adelante, en los años previos a la Segunda Guerra Mundial, la perspectiva funcionalista se cimenta bajo la dirección de Hannes Meyer, situando al propósito y la utilidad como conceptos centrales en la labor del diseño. En 1953, veinte años después del cierre de la Bauhaus por el régimen Nazi, Max Bill crea la Escuela de Ulm basada en los principios funcionalistas y el formalismo geométrico de la primera Bauhaus, así como el movimiento de Artes y Oficios de William Morris. A su salida de Ulm, entra como director Tomás Maldonado, quien consideraba que era posible sistematizar científicamente la disciplina del diseño, de manera que los diseñadores funcionaran como “coordinando” a otros especialistas, y dictaran o dieran forma a la cultura misma - es decir, la industria como cultura (Buchanan, 2005). Sin embargo, conforme el modelo social fue cambiando, lo hizo también la definición de diseño a modo de adaptarse a las necesidades emergentes. Ante el surgimiento de las sociedades postindustriales, se vuelve necesario pensar en otro tipo de diseño, uno que no esté centrado en la producción. De acuerdo con Buchanan, tres elementos que contribuyen a este cambio de perspectiva son: la técnica o producción artesanal (la forma), nuestro entendimiento de las necesidades humanas (función) y finalmente, la conciencia de la atracción estética hacia las formas (expresión) (Buchanan, 2005). Así, cuando cambian los métodos de producción, cambian también las necesidades sociales, y comienza a pensarse en estas de manera sistémica e interrelacionada. En la década de los 70, H. Rittel identifica un tipo de problemas a los que denomina wicked problems. Estos se definen como sistemas complejos, flexibles, que implican distintos tipos de agentes y problemáticas, que no pueden ser tratados a partir de

los métodos tradicionales, sino a partir de la interdisciplinariedad y el enfoque social (Rittel and Webber, 1973, citado por Irwin, 2015) . A partir de esta concepción, comienza también a pensarse el diseño como una disciplina ligada a la resolución de problemas sistémicos, entendiendo que no hay un único problema ni un único ‘agente creador/productor’, así como no hay un ‘único usuario’. Por lo tanto, tampoco puede haber una ‘única’ solución que se concrete en un objeto eficaz.

Es de esta manera como el diseño comienza a extenderse hacia otras áreas en búsqueda de estrategias cooperativas para enfrentarse a estos problemas complejos, y surgen a lo largo del s. XX distintas perspectivas como son el diseño social, el eco diseño (que después llegará a llamarse diseño sustentable), etc. En consecuencia, el diseño pasa de un enfoque especializado a uno transdisciplinario; que para lograr su cometido requiere no de una metodología fija, sino de diferentes habilidades y disciplinas que colaboren entre sí, problematizando desde distintas perspectivas y buscando soluciones en cooperación con otros agentes. De igual manera, la teoría del diseño ha adquirido mayor importancia, e incluso ha permitido contribuir en reflexiones típicamente pensadas desde las ciencias sociales. Por ejemplo, disciplinas como la sociología, se centran en la descripción y observación del comportamiento humano en un entorno social; mientras que el diseño estudia la interacción y relaciones entre las personas, el mundo natural y los artefactos (Irwin, 2015). Por otro lado, el proceso de diseño se ha vuelto más complejo, yendo más allá de la producción de un objeto (físico o abstracto). El papel de la persona que diseña se ha combinado de cierta manera con el de la investigadora/or, ya que para diseñar de manera efectiva debe procesar información compleja sobre el usuario y su entorno. Así, al reemplazar la noción convencional del diseño como proceso mecánico por una que lo entiende como un sistema holístico, se incrementa el campo de intervención de las y los diseñadores, puesto que trabajan en la creación e implementación de sistemas, relaciones y experiencias. Esto lo explica Buchanan (2005), señalando que el diseño ha evolucionado de las vertientes del diseño gráfico (entendido como comunicación visual) y el industrial (como la fabricación de un producto), al diseño de acciones, interacciones, y finalmente, de sistemas complejos y entornos.

Esta nueva visión sistémica del diseño da paso al Diseño para la Transición planteada por la diseñadora Terry Irwin, que parte del postulado de que en el contexto actual los problemas a afrontar son cada vez más complejos (retomando el concepto wicked problems de Rittel), a pesar de que a menudo se manifiestan como problemas aparentemente sencillos, muchas veces son sólo una parte de problemas más grandes que operan en varios niveles, desde el

local hasta el global, y que se encuentran interconectados en una red de problemas complejos que se afectan entre sí. Para Irwin, la habilidad de identificar la raíz de estos problemas y las diversas maneras en que se vinculan entre sí, es la herramienta clave para lograr una intervención de diseño exitosa. La propuesta de Irwin se enfoca entonces, no en la producción de objetos o elementos singulares de diseño, sino en la implementación de iniciativas creadas desde la perspectiva de múltiples actores, para catalizar cambios sociales que sirvan para construir un futuro más sostenible, modificando estilos de vida y tomando en cuenta el grado de participación de los agentes, su bienestar y su interacción con el entorno. En vez de buscar cambios a nivel macro (el sistema completo), como está implicado en nociones como ‘revolución’, este tipo de diseño se fija en lo ‘micro’, la transformación de la vida cotidiana y el entorno local. Según Sachs, se trata de un ‘localismo cosmopolita’: “(…) un estilo de vida basado en el lugar en el cual las soluciones para los problemas globales son diseñadas para las circunstancias locales y modificadas de acuerdo con contextos específicos, sociales o ecológicos, mientras está conectado globalmente para el intercambio de información, tecnología y recursos” (Irwin, 2015). A este acercamiento a partir de lo micro, la autora lo compara con la acupuntura china: una o un acupunturista debe observar cuidadosamente a la persona para comprender dónde se encuentra el desequilibrio o bloqueo en su sistema, en este caso el cuerpo, y posteriormente coloca agujas en puntos específicos para intervenirlo. A pesar de que debe haber una experiencia y conocimiento previos que respalden sus decisiones, el o la acupunturista cambiará su acercamiento dependiendo de la respuesta que observe en el cuerpo (Irwin, 2018). Del mismo modo nos sugiere acercarnos a los sistemas sociales y sus problemas complejos: hacer observaciones, partir de una hipótesis de trabajo, y adecuarla a la manera en que responda el sistema antes de continuar el proceso.

El diseño de transición se basa en cuatro áreas de desarrollo: 1) visión, 2) teorías del cambio, 3) mentalidad y postura, 4) nuevas formas de diseñar. Las visiones de transición deben de estar fundamentadas en teorías del cambio, que, a su vez, buscarán remodelar la ‘postura’ de los diseñadores; el cambio de mentalidad implica adoptar cosmovisiones holísticas basadas en la sustentabilidad; finalmente, a partir del cambio de mentalidad, los métodos de diseño también evolucionarán para facilitar la transición hacia una sociedad sustentable. Estas soluciones se enfocan en modificar el sistema de relaciones y el estilo de vida en la cotidianidad, de modo que se garantice la sustentabilidad y la calidad de vida. Por lo tanto, son soluciones de corto, mediano y largo plazo, que se enfocan en maximizar el aprovechamiento de las comunidades.

Actualmente, hay tres áreas distintivas del Diseño para la Transición: diseño de servicios, diseño de políticas, y diseño para la innovación social. El diseño de servicios consiste en la planeación y organización con fines a hacer eficaz y óptimo un servicio, e involucra dimensiones sociales, comunicativas, de infraestructura y materiales. Su área de aplicación abarca negocios y mercados lucrativos, servicios gubernamentales y no lucrativos, plataformas digitales, medios de localización y software social. El diseño de política tiene distintas aportaciones: puede contribuir a la comprensión de los problemas públicos, mediante investigación cualitativa centrada en el usuario. También contribuye con el proceso de codiseño de políticas, y con metodología para la representación visual, además del desarrollo de prototipos y artefactos o comunicaciones (mapas, identidades, productos…). Por último, el diseño para la innovación social está dirigido a mejorar la calidad de vida, por lo que suele tener un enfoque comunitario y no lucrativo. Al respecto, Ezio Manzini (2015), dice que estas innovaciones “introducen maneras de pensar y de resolver problemas que representan discontinuidades respecto a lo convencional a nivel local”, de forma que alteran no sólo la cotidianidad de los agentes involucrados, sino su manera de entender el mundo. Algunos de sus ejes de intervención son el intercambio, la agrupación, y la divulgación de recursos sociales poco utilizados. Todas estas categorías involucran ‘sistemas de intervención’, o lo que Irwin et al. llaman ‘diseño de sistemas’, lo cual consiste en mejorar el aprovechamiento de los sistemas conforme a criterios cuantitativos y cualitativos. Según Meadows, los factores más importantes para lograr el cambio están ligados al paradigma, al marco de referencia para las reglas y estructura del sistema. Richardson, Irwin y Sherwin detectaron tres áreas para aumentar el impacto: 1) cambiar el diseño de los productos, 2) cambiar los patrones de consumo, 3) cambiar los estilos de vida.

Siguiendo esta lógica y utilizando las herramientas antes mencionadas, el Diseño para la Transición genera intervenciones que parten del análisis de los sistemas de actores-contextos involucrados en el problema, cuyas propuestas además se implementan considerando en todo momento los futuros posibles y los cambios que estos presenten, ofreciendo así propuestas “vivas”, capaces de modificarse y adaptarse ante la contingencia. A través de este recorrido por la historia del diseño, es posible ubicar claramente nuestro proyecto y su relevancia en el contexto del diseño contemporáneo, en el cual las preocupaciones muestran una tendencia a alejarse de lo individual hacia lo colectivo. Como menciona Manzini en Politics of the Everyday (2019), las sociedades están optando por la colaboración en la búsqueda del beneficio mutuo, construyendo así comunidades solidarias y con valor para cada una de las personas que la conforman.

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