Había una vez un cuerpo - Dossier Concurso de Fotografía

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HABÍA UNA VEZ UN CUERPO concurso de fotografía

Basados en la reflexión del escritor Martin Kohan sobre los cuerpos en cuarentena, El colectivo de las Artes del Movimiento - Maynumbi junto a FASES Centro de Formación Artística, lanzaron esta convocatoria de fotografías invitando a pensar el cuerpo desde el nuevo espacio que habita y que lo conforma. Esta convocatoria estuvo dirigida a trabajos fotográficos realizados en el tiempo de la cuarentena decretada por la pandemia del coronavirus. Los trabajos podían ser en el área de fotografía artística como la foto técnica y foto experimento, documental, publicitaria, abstracta y creativa. Los tópicos de reflexión sugeridos fueron:     

El espacio que conforma y habita el cuerpo. Aislamiento. Ruptura de la relación del cuerpo con el otro y con el cuerpo social. El cuerpo expandido. Cuerpo conectado en el mundo virtual. El temor al contagio. El cuidado del cuerpo-espacio propio y cercano

Las bases de la convocatoria establecieron los siguientes premios:    

1er Lugar, CATEGORIA 1: Fotografías sin intervención (Sin retoque digital) 1er Lugar, CATEGORÍA 2: Fotografías con intervención (Con retoque digital). Fotografía con más reacciones en redes sociales MUESTRA EXPOSICIÓN con 15 fotografías que mejor expresen la reflexión planteada

Para lo cual cada foto debía ser publicada en RR.SS. acompañada de un Título, el nombre del participante, la categoría a la que correspondía y el hashtag #habíaunavezuncuerpo. Además debían enviar por correo electrónico un respaldo de su fotografía en la mayor resolución posible.

Cumplido el plazo de la convocatoria se contó con la participación de 33 personas con un total de 40 fotografías, con las cuales se arma este dossier para fines relacionados con la revisión y veredicto del jurado para la asignación de los premios.


CATEGORIA 1 Fotografías sin intervención (Sin retoque digital)


Bailando con mi nuevo enemigo Ă ngel Gabriel GutiĂŠrrez


La Sombra de la Luz Gisele Castro Silva


Contagio Milรกn Aguirre


Sin Título 1


Sin Título 2


Sin Título 3


Sin Título 4


Alcohol para los angelitos Pablo RodrĂ­guez GamĂłn


Media punta: plataformas sin tacรณn Edson Burgos


Incertidumbre Verรณnica Leytรณn Velazco


La vida estรก hecha de luz, sombra y movimiento Poll Deiby Isaza Restrepo


El inicio Verรณnica Paredes


Convivencia ausente Verรณnica Paredes


Cada vez somos mรกs conscientes de nuestra mortalidad Eduardo Dรกvalos Zilvety


La lucha contra el coronavirus PauloAlberto Gil Cuellar


.erosTanatos. MarĂ­a Natividad Romero Ramos


Ante la pandemia, el amor Jery Dino Mendez


En busca de la cordura Sergio Alavi


1x1 Eva Noelia Torrez Orellana


Integración Caleb Rodríguez Gonzales


Observas, no gozas Malory Solano


Sepsis Ingrid Ruiz


Reflejo hacia una vida consciente Jimmy Yujra CuqueĂąo


Elijo tus ojos Miguel Cortez Lopez


Sin tĂ­tulo Alejandra Meschwitz Cronenbold


Mi nuevo pĂşblico Raymi Tarifa


Destellos encerrados Fabiola Mendoza SusaĂąo


Cautiva Maria Yolanda Calderรณn Gonzales


Temor al contagio Alexandra Maya Velasco Becerra


CATEGORIA 2 Fotografías con intervención (Con retoque digital)


Encierro y desinfecciรณn Viviana Fiorito


Deseo tercermundista Daniel Pacheco


Sumergido en la red Bruna Camacho Velez


Primer alimento/Primer hogar Yei Siles


Respirando tiempo Janiff Benavides Aranibar


Reflejo Adriana y Sara Castellรณn


Foto sin tĂ­tulo Grover Achata


Estรกtica Laura Valentina Leigue Rivera


Incertidumbre Verรณnica Leytรณn Velazco


Encapsulada Stephanny Thaine Landa


Nรณmada digital Elu Carvalho


LevitAcción Hider Montero Acuña


Cuidado, Peligro Ernesto Ceron


Cuรกntos yo conozco? Alberto Arias Soruco


Cuarentena Edgar Gary Duarte Espinoza


Descontrol Edgar Gary Duarte Espinoza


Suicidio en cuarentena Edgar Gary Duarte Espiniza


End Edgar Gary Duarte Espinoza


Transmisiรณn Edgar Gary Duarte espinoza


Aislamiento Edgar Gary Duarte Espinoza


º Una reflexión sobre los cambios que la cuarentena impone en los espacios internos y externos

Estamos amputados de ciudad. Pasan los días, los pasamos sin salir, y vamos sintiendo progresivamente eso: que la ciudad le falta, no a uno, sino al cuerpo (el cuerpo que uno es, el cuerpo que uno tiene, el cuerpo en el que uno está). Es ella la quitada de nosotros (por eso escribo: amputados de ciudad) y no solamente nosotros los que somos quitados de ella (amputados de la ciudad). Estamos en casa y el cuerpo se transforma. Porque el cuerpo, si es cuerpo de sujetos urbanos, está hecho en la ciudad, está hecho de ciudad. Es casi su creación. Lo sabemos por Walter Benjamin, por el modo en que leyó a Baudelaire. El surgimiento de la ciudad moderna (su referencia: el París del Segundo Imperio) no solamente procuró un espacio nuevo al cuerpo, sino que produjo además un cuerpo nuevo. La ciudad moderna (sus velocidades, sus amplitudes, su tránsito, sus flamantes tecnologías) cambió la manera de caminar, de percibir, de autopercibirse. En la gran ciudad moderna ya no se camina igual, por eso el viejo paseante queda tan desacompasado. La velocidad es otra. La propia y la de los demás, y también la de los vehículos; con lo cual es más difícil, y puede que incluso imposible, abandonarse así sin más en el andar, como quien se abandona a una lejanía. Ahora hay que prestar atención. Los estímulos se multiplican y producen efectos de choque (ya se ha dicho muchas veces: la ciudad, al igual que el cine y al igual que algunas vanguardias, responde al principio del montaje). Miramos de otra forma, caminamos de otra forma y sentimos de otra forma ¿Nosotros? Sí, pero también el cuerpo. Que accede a una serie de experiencias inéditas: la de formar parte de una multitud, la de la visión nocturna que habilita la iluminación a gas de las calles, la del registro de velocidades que antes simplemente no existían. Se produjo un cuerpo nuevo y estaba hecho de ciudad. Ese cuerpo todavía persiste, aunque ha cambiado, porque persiste, aunque ha cambiado, la modernidad que lo engendró. Ese cuerpo estaba hecho de ciudad, lo sigue estando, y de pronto se encuentra, en la necesidad de frenar una pandemia, la del corona virus, quitado de ciudad (y no solo de la ciudad), arrancado de ciudad (y no solo de la ciudad), desmembrado aunque parezca entero, amputado de ciudad. La ciudad, afuera, vacía y quieta, callada y sola, parece estar a la espera. ¿La extrañamos? Nos extraña. Se pregunta qué nos pasa, igual que cualquier conocido que lleva un tiempo sin vernos. Estamos en casa, metidos adentro. Pero también la casa ha cambiado, también se ha transformado el adentro. Porque ese adentro se creó con ese afuera, porque las casas que habitamos cobraron sentido en la historia respecto de la ciudad. Las casas, la idea misma de hogar, son lo que son porque hay ciudad; ya se trate del repliegue protector que procura la casa burguesa (de nuevo Walter Benjamin: el espacio interior afelpado de las


casas de su familia en Berlín) o ya se trate de la intensa comunicación con el afuera que es propia de las viviendas populares (Walter Benjamin, siempre Walter Benjamin: sus notas de viajero en Nápoles). Qué le pasa entonces al cuerpo durante la cuarentena? No a nosotros, sino al cuerpo, o junto con nosotros al cuerpo. Porque todo esto que está pasando es puro asunto del cuerpo: el cuerpo que se infesta, el cuerpo que contagia, el cuerpo que propaga, el cuerpo que se enferma, el cuerpo que colapsa (él mismo), el cuerpo que colapsa (el sistema sanitario). Al cuerpo hay que meterlo adentro, quitarlo de la ciudad y quitarle la ciudad, no solo porque la ciudad (es decir, los cuerpos de los otros; porque eso es la ciudad, el lugar en el que nuestro cuerpo está con los cuerpos de los otros) constituye un peligro para él, sino además porque él (y con él, nosotros) constituye un peligro para la ciudad (esto es, para el cuerpo de los otros). Lo primero resulta evidentemente más fácil de asumir que lo segundo. Es más fácil asumir que los otros son un peligro, de ahí resultan la paranoia (¡no te me acerques!) y también la omnipotencia (a mí no me va a pasar nada); pero es más difícil asumir que el peligro pueda ser uno, que sea de uno de quien hay que cuidarse (el primo inconcebible que fue a la fiesta de quince, la peletera inconcebible que fue a una fiesta de quinientos, el viajero inconcebible que se vino en Buquebus, etc., etc., etc.). A la entrada de Pinamar, ciudad más chica pero ciudad, fue eso lo que le espetaron al exfuncionario macrista que llegaba en su alta gama: que los estaba poniendo en peligro. Huir de la gran ciudad: rebrotó esa fantasía. A ciudades más chicas, como Pinamar o Villa Gesell, o directamente a la naturaleza: Marcelo Tinelli en Esquel. Sacar de la ciudad al cuerpo sacado de ciudad, salirse de la ciudad con el cuerpo salido de la ciudad. Como si no hubiera pandemia en el campo, como si no hubiera pandemia en los pueblos, como si no hubiera pandemia en las playas. Como si pudiese existir un lugar (un sitio puro, espiritual de ser posible) en el que el cuerpo dejara de ser cuerpo (una cosa en la que el corona virus se mete, un transmisor que se lo pasa inadvertidamente a los otros). El cuerpo: se trata del cuerpo. De las maneras de concebirlo. Para el craso individualismo falsamente liberal, el cuerpo es un asunto de cada cual, un centro autárquico, cosa de uno. A la noche, en radio La Red, cuando se supo del proceder de Tinelli, otro periodista deportivo, el Toti Pasman, exclamaba

volado y también a la pomposa casa que posee a orillas de las aguas claras. Pero en verdad se trataba de otra cosa, de otra propiedad privada: la del cuerpo. Porque el cuerpo es de cada cual, eso nadie va a negarlo, y no hay derecho a intromisiones, eso está establecido también. Pero el cuerpo es cuerpo con otros. El cuerpo existe en otro cuerpo, al que no por nada se denomina también así, que es el cuerpo social, ese en el que cada cuerpo interactúa con muchos otros. Es eso lo que el corona virus viene a poner en


evidencia, en la necesidad paradójica de que los cuerpos por un tiempo se separen, se aparten unos de otros. El individualismo del falso liberal ve al cuerpo como propiedad privada, como si todo colectivo fuese por necesidad fascista y como si toda consideración al resto comportara una amenaza de disolución para el yo. Pachano anunció en la televisión que no iba a quedarse a vivir entre cuatro paredes (vive, está claro, en un monoambiente). Quintín, notable crítico de cine, propuso desde San Clemente una parodia formidable: que por qué no lo dejaban ir a nadar, que no iba a contagiar a los peces, burlándose así con acidez del individualista necio que pasa por alto que, si la prohibición se la levantaran a él, tendrían que levantársela también a los demás, con lo cual en la playa ya habría mucha más gente (está el que sale a la ciudad, total está vacía). El cuerpo como cosa exclusiva de uno o el cuerpo como instancia social y política: la pandemia marca nítida los dos criterios (los venían marcando antes los debates sobre la legalización del aborto. Pero no entre quienes lo impulsan y quienes lo resisten, sino entre quienes lo impulsan; según lo hagan enfatizando que el cuerpo es cosa de cada cual o lo hagan desde el reclamo de una política sanitaria del Estado, que afectará, como no podía ser de otro modo, el cuerpo de cada cual. Las dos variantes se combinan, contradictoriamente, en ocasiones). Sentimos el cuerpo distinto. Pero no es una sensación nada más; el cuerpo es de veras otro. Amputado de ciudad, vulnerable o peligroso, cuerpo aislado como nunca y cuerpo social más que siempre, no es sin duda el mismo de a

Por lo pronto, no puede salir. Nos invita, por eso mismo, a pensarlo.


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