ÁNGELES ANTES DE MORIR
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ELIDO UBALDO DI SERIO
ÁNGELES ANTES DE MORIR
a e Biblioteca i Popular o Digital u Artesanal
Cuadernos del Bicentenario Colección 3 “Maestro Luis F. Iglesias” Cuaderno Nº 40
a,e,i,o,u. Biblioteca Popular Digital Artesanal Dirigida por Roxana y Carlos Bibliotecarios . Este libro puede ser reproducido total o parcialmente, por todos los medios conocidos, dando fe de su origen y no ser con fines de lucro. Se entregarán como “Noticia de creación” un ejemplar a una o dos bibliotecas populares
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ÁNGELES ANTES DE MORIR ¿Cuál de vosotros Ángeles, y en qué disputa densa y áspera del deseo, logró expulsar al niño del mundo en que se fecunda el sueño? “Senderos en el bosque” Oscar Portela
Uno no se libera negando el Destino de su existencia, sino cambiando el mundo que lo impuso. Si no hacemos nada por cambiar ese mundo donde el horror se pasea, lo aceptamos. Juan Paul Sartre
Antes de morir, los “Ángeles” , acicalan sus alas con perfumes y besos, luego las pliegan y sonríen satisfechos. Para los “Juanes Carasucias” del mundo, su morada se convierte en Villorios orilleros malolientes. No les alcanza el tiempo para adorar sus alas. Se les fueron gastando, de tanto eludir a sus perseguidores. Silbadores de muchos sin retorno, se dieron a caminar sobre el costado oscuro de la Luna y fueron siempre inconsecuentes a los hábitos mundanos. Aquella madrugada, lo despertó la gota de rocío que fue deslizándose por el verde gris del eucalipto que le servía de “techo”. - ¡Que los parió...! si se larga a llover ! Miró el cielo que filtraba su luz entre el tupido follaje y descubrió la morada de los “Ángeles”. Ángeles que siempre se los pintaron rollizos y rozagantes. Él estaba allí. Tirado, a los pies del “Gigante” que dialogaba siempre con el Viento y los Dioses. Mugriento,
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escuálido, disfrazado de Diablo, aguardando el aguacero o el fulgor de los rayos solares. La veía pasar todos los días. El caminito circundaba la estación ferroviaria. A cincuenta metros, un pequeño bosque de eucaliptos, que Juan había convertido en su escondrijo. Desde allí, observaba la silueta rubia que diariamente se dirigía a tomar el Tren, rumbo a la Gran Ciudad. El Tren, un fantástico convólvulo metálico de mil cabezas y brazos en constante movimiento, aferrados a ese cuerpo como alentándolo a deslizarse sobre unos rieles brillantes y babosos. Él seguía el andar de la Joven sensual y voluptuoso. La veía subir diariamente y convertirse luego en parte de aquella carga fantástica, semejándose al gusano metálico. Aquella controvertida visión, no era otra cosa que el alimentador diario de la Gran Metrópolis, generadora de una sociedad encaminada a su propia destrucción, como una nueva Sodoma. Juan estaba cansado de su vida “Villera”, le atormentaban sus catorce años, envueltos en rencillas hogareñas, tufo alcohólico y cigarrillos baratos. Era un “Ángel Carasucia”, emplumando alas que intentaban un vuelo a ras del suelo. Alguien le había dicho que en la “Fundición de la Ruta”, necesitaban Peones y Aprendices y se largó a tomar el primer tren que pasó en aquella dirección. Tomó coraje y se largó a ofrecer su fuerza de trabajo. Lo miraron de arriba abajo, como si estuvieran observando un montón hediondo de basura. Sintió ganas de putearlos y salir corriendo... Pero él quería ganarse unos pesos y volar definitivamente de la Villa. - ¿Qué sabés hacer?... Le preguntó un personaje uniformado, de saco y pantalón azul, con bolsillos de frente y costados e inscripciones rojas con el nombre de la empresa. Sobre el
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bolsillo izquierdo del saco, su individualización: Rogelio Domínguez. Capataz. - Hacer, no se hacer nada, pero... me animo a hacer de todo. -¡Sos un caradura! Dijo el capataz. Pero, me gustás por eso, y... además necesitamos un aprendiz... vení. Tomándolo de un hombro, lo llevó hasta la oficina de personal. Juan se sintió un héroe y, con paso firme aceptó el desafío. -Señorita Alicia, le toma los datos a este pibe...transitorio, a prueba. Si le falta algún dato, que lo complete mañana... lo necesitamos ya, Lo dejó frente a la empleada y se alejó. No había salido aún y regresó. ¡Alicia, me lo manda a la sección de balancines! - Si señor Domínguez. Respondió solícita Aquello era algo inédito para sus escasos años. Seguramente conocía más de suburbios, casillas malolientes y desvergonzadas carreras de patotas, cometiendo desmanes. Este que ahora veía de cerca era un mundo nuevo. Tornos, máquinas desconocidas, balancines y un enorme horno, de donde salía un líquido rojizo e hirviente que, luego de recorrer una zanja gris, penetraba en unos rodillos que, después de ir pasando por distintos tamaños, se convertían en largas varillas para encofrado. Pero, su mundo era el otro... la libertad, la calle, los gritos destemplados, el sexo precoz, los carritos cartoneros, la palabra soez, el descuidismo y la carrera zigzagueante... Pero cumplió su tarea a satisfacción. -¿Y, qué tal?... le preguntó el capataz cuando llegó la hora de salida. Aquí hay que trabajar duro. No hay escondites para burlar las horas… Se trabaja o se va. Un operario que pasó a su lado murmuró. “No le des pelota Pibe… Es el “ortiva de trompa”. Juan lo siguió distraídamente.
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El capataz se le acercó recordándole, la hora de entrada, que debía llevar ropa para cambiarse, si así lo quería, para viajar limpio. Que se podía traer comida y que no olvidara de llevar sus documentos. Si, si, si, respondió casi con urgencia, mientras decía ¡Hasta mañana! Aceleró su paso y alcanzó al operario que antes le murmurara al pasar. -Diga Don…¿Siempre es así? -Si…siempre es así…hasta que uno diga basta y se las tome. -¿Cuánto pagan? -¿Y cómo… vos te metiste sin preguntar? ¿No te dijo la empleada cuanto te van a pagar? -La mina esa habló tanto que no se ni lo que dijo… Artículo tanto del reglamento…presentismo…que se yo. -¿Sos boludo vos? -Creo que dijo algo de cien la quincena…pero igual no se si me van a tomar, no tengo documentos…Pero yo en la calle gano más y no tengo que fichar… Aquel monstruo devorador de “Ángeles”, al que pomposamente llamaban Metrópolis, invadiendo tierras provincianas que también habían bautizado con el agregado de “Gran”, atrapaba a esos “Ángeles”. El “Paraíso”, llegaba a través de un ojo luminoso, portador de todas las formas más violentas y exacerbantes que rebajaban la capacidad de seres pensantes. Convirtiéndolos en violentos irracionales de las más bajas especies, generadores de ruindades de todas las gamas. Juan, el “Ángel Carasucia”, uno de los miles de Juanes cobijado en tantas “Villas” y “Favelas”, diseminadas en las orillas de las ciudades, donde se esconden todas las miserias humanas que se desarrollan y crecen al calor de las luces de neón, los rascacielos alfombrados y las lujosas mansiones de los magistrados, políticos y aristócratas frustrados. Este Ángel, decidió un vuelo más alto. Subió a uno de los trenes que
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diariamente observara abordar a aquella figura que esa mañana vio alejarse convertida en ácaros y acáridos y retornó a la madriguera que le ofrecía los robustos eucaliptos. Definitivamente, pensó, este eucalipto, no será el madero de mi cruz. Juano, como le decían sus amigos, volvió a sentirse él. “El Villero”, el “Cabecita Negra”… durmiendo bajo el “Gigante” que hablaba con el viento y gozaba de las caricias de los Dioses. Un torbellino de confusas ideas, donde él corría como un gamo, haciéndole gambetas a la vida. Llegaban las primeras sombras a dialogar en su cubil y se largó a la calle, rumbo a la parrilla, para abrir la puerta de los coches de los comensales que llegaban con sus automóviles y recibir una propina. En definitiva, ese reino, su cielo de nubes oscuras… camino sin estrellas, rumbo al robo, al alcohol, a la droga. Ese reino con “Ángeles” carasucias escuálidos y sucios. En realidad, era su reino. -¿Dónde anduviste, Juano… te buscamos todo el día? -¡Es cierto! Agregó Mariela. Desgreñada, con sus piernas largas, su minifalda, pero, con los labios pintados. -Y vos… ¿Qué hacés aquí?... Si te ve el Cacho, seguro que te faja. -¡Qué va a fajar! Se lo llevó la cana… -¿Qué pasó? -¡Por eso te buscábamos!...¡Cómo te vieron con él! -Si…¿y qué? -Nada… estuvo afanando casseteras en los coches… Los Ángeles gastaban sus alas buscando comer y este mundo sólo los amontonaba en la miseria. Antesala del infierno, camuflado en la Gran Ciudad. Dirigentes canallas, generadores modernos de pornografía y traficantes de droga. Las multinacionales de siempre, ahora convertidas en Fundaciones protectoras de magistrados y políticos, incursionando entre los Ángeles Villeros para modelar prototipos de cantores, músicos y /o dirigentes barriales que
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arribarían, bien a la política, o a la prostitución, la droga previo paso por la Televisión. Los Ángeles nacían allí, entre cartoneros, rateros, obreros changarines, lavanderas y albañiles, mucamas de hoteles alojamiento y servicios por hora. Juan, Oscar, Cacho, Mariela y tantos… todos nacidos tras las luces surgidas del televisor, incrustados arbitrariamente en todas las casillas de las Villas. En definitiva, Juano también era un producto de la Villa. ¿Tenía que ir a la comisaría donde estaba el Cacho, a tramitar su documento?... ¡No!... -¿Así que laburás en la Metalúrgica? -Si… pero, si no llevo la documentación me rajan. -¡Quedate con nosotros, Juan!...Aquí, pal’ morfi sacamo… dijeron casi al mismo tiempo Oscar y Mariela. El coche policial daba vueltas por aquella calle, allí reclamaban los comerciantes por los robos de casetes en los autos. La calle era un centro de parrillas y bailables, alquileres de películas y videos. Por ella circulaban toda clase de dudosos personajes, que también se confundían con los Ángeles. Ángeles que morían con sus caras mal lavadas, llenos de ingenuidad esperando el cielo, orillando el filo del infierno al que caían, indefectiblemente al primer descuido. Cuando nacía un Ángel, la Villa entera lo festejaba y, cuando la parturienta regresaba con el crío a cuestas, se convulsionaban todos y el caserío entraba en torbellino de bailes, gritos, cantos y bebidas a discreción. El Ángel era siempre bienvenido, aún en aquellos ranchos prolíficos en hijos y escasos en comidas…No había pan pero, generalmente, ellas, las tías, abuelas, desbordaban cariño. Eran millonarias de amor. Todos los Ángeles ingenuos, son enfermos depresivos y tras sus reacciones, a veces violentas, esconden amor. Se los ve compartir tanto un mendrugo de pan, como sus monedas y sus peligros.
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Aquella tarde, cuando apenas llegan los tucumanos para ocupar la casilla del entrerriano, que se volvía a Concordia, se descompuso la Carola. Toda la Villa se movilizó para que esta tuviera su sexto hijo en el hospital zonal. Nadie la conocía, pero sabían que era la mujer del Alberto, vendedor callejero de café, habitante del barrio. Parece una coneja, - había dicho el padre del Alberto – y dicen que ya completaron la delantera de Boca… Cinco varones y una piba de trece años… Seis pasajeros para la Barca de Caronte. -¡Che Alberto!... ¿Cuándo vas a comprarte un televisor? Sabían decirle maliciosamente sus vecinos. Mirá que no es cierto aquello de:…”donde comen dos comen tres”. El milagro de multiplicar los panes se cumplía religiosamente en aquel medio. Pero todos estos Ángeles, apenas gozan del cielo. Mientras vuelan en ese submundo de miseria y logran mantener la inocencia de acostarse cara al sol, penetrando con sus ojos en el azul inmenso, viven… El buen Ángel ya no va al cielo… vive siendo Ángel , mientras deambula por los oscuros pasadizos de sucias estaciones ferroviarias, o angostos pasillos de trenes hurgando bolsillos descuidados. Ángel en este mundo canibalesco, que confiesa que es más bárbaro comer un hombre vivo que comerlo muerto. Pero hay que separar aquellos paraísos, donde se los comen muertos… y vivos. Lugares donde se mueren cifras escalofriantes de niños por desnutrición, sin agregar a los nonatos, expulsados del vientre de la madre, en asesinato conciente. Son Ángeles mientras transitan por este paraíso terrenal, con sus caras sucias, sus estómagos vacíos y su ingenua forma de encarar la zona del mal., para quedar amarrados por las grandes ciudades. Allí donde se desarrollan todos los instintos bastardos antes de la caída del estado de inocencia de ese paraíso, sembrado de exótica propaganda para aceptar un mundo pornográfico y drogadicto.
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Durante el Renacimiento confundieron a los Ángeles con la beatitud espiritual del salvaje, antes de las colonizaciones. Los avances de la sociedad ensuciaban la generosidad del estado de libertad total de la naturaleza y el hombre. Los fenómenos naturales, día, noche, aire, sol, viento, agua, vegetación, fenómenos físicos y químicos de la naturaleza virgen, hacían la real existencia de un paraíso… Pero era un paraíso de la ignorancia. Entonces ya existían las pestes, la sífilis, la lepra y las convulsiones. Los Ángeles también dejaban de serlo después de la muerte. Quizá los Juanes eran todos los Ángeles que vivían. No pasó ninguno a la historia. Montaigne sólo hace pasar a los caníbales, dejando escrita su opinión con respecto a ellos, estimando más bárbaro comer a un hombre vivo que comerlo muerto. La Villa crecía y los campos languidecían, sin sementeras ni mano de obra. La ciudad y sus luces ejercían de señuelo. No obstante Garcilazo de la Vega escribía que anterior a la disciplina impuesta por los Incas, el canibalismo hacía estragos por todo el Perú. Nada aportó la civilización del promocionado mundo occidental y cristiano… ¿o sí cambió? Cambió la forma de canibalismo. Un Grumet fue enriqueciendo paladares, pero el canibalismo sigue con sólo salir de la Villa para ocupar un sitio. Primero hay que prostituirse moral y éticamente. Es decir devorarse al Ángel. Acaso la muerte de este ¿no es canibalismo? La lucha por la supervivencia, la venta de las fuerzas de trabajo, la entrega de los atributos morales, físicos, espirituales… ¿no es pagar? Para dejar el Ángel y entrar en el paraíso (sexo, droga, peculado, la corrupción y los narcotraficantes) Su padre ya había dejado atrás ese pasaje bíblico… “Y ganarás el pan con el sudor de tu frente”…Creyó que con su conocimiento mecánico, logrado en el ingenio azucarero, ya tenías sudado bastante como para que el costo del pan estuviera cubierto… y se largó a la Metrópolis. Allí todo era más fácil, la escuela para los chicos, el hospital, las fábricas del Gran buenos Aires… todo… todo era mejor… se lo decían sus
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amigos que venían a visitar su terruño. ¡La ropa que vestían! ¡La radio a transistores! ¡Los cigarrillos y toda la moda…! Sin lugar a dudas, tenía que volar. Los Ángeles aún volaban en su inocencia. Pero los tragó la Villa con todas sus plagas. Ahora después de haber probado todos los vicios, hasta el descuidismo. Juano sobresaltado hacía un racconto de todos los momentos vividos. De pronto recordó que debía conseguir su documento si quería seguir trabajando en la metalúrgica, por lo tanto debía ir hasta la oficina que la Policía Federal tenía en el pueblo. Pero…ir a la cana… justo donde tenían al Cacho… Pero fue necesario hacerlo o despedirse del trabajo. De última el miedo venció. Sobre el banco de trabajo apoyado a una morsa un largo caño de tres cuartos de pulgada. Mientras ponía a punto la terraja, cambiando los peines, por su cabeza corrían como una tropilla espantada, todos los momentos vividos con los suyos, allá en su viejo rincón de Aguilares. Entonces, el ingenio azucarero, era similar a un feudo medieval, donde, sin ejercer el derecho de pernada, las costumbres eran iguales. La Segunda Guerra Mundial, había creado nuevas vías de comunicación y un auge industrial. Las necesidades del mundo, en especial el propio país crecía. Ello creaba en los jóvenes el deseo de emigrar hacia la Gran Ciudad, que pedía mano de obra en cantidad superior a las que el mismo podía engendrar. Al mismo tiempo en la imaginación de la juventud nacía el momento de salir de aquél infierno. Ella le había suplicado irse de allí, definitivamente. El encargado del taller, el jefe del ingenio, su mismo amigo, la venían acosando. Sus veinte años floridos en caderas y pechos excitantes, era toda una tentación. En el medio de frondosos árboles, las ramas cubrían el rancho, especie de paraíso, donde su cama de dos plazas, trono de largos abrazos, los albergaba después de la pesada y triste jornada. El escaso jornal, la deuda permanente, la deficiente alimentación, los hijos que vendrían…
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Sus brazos jóvenes hacían rotar la terraja dándole poco a poco la medida de rosca necesaria. Las maquinarias del taller, no podían quedar mucho tiempo inactivas y ya, hacía más de una semana que estaba con aquellos juegos de cañería que se ocuparían en el baño que le estaban preparando a uno de los gerentes. Se hablaba de cierre, de cambio de dueños e industria, pero a nadie se le ocurría pensar en el cierre de semejante taller. Servía para cualquier industria. Los capataces, los matriceros y alguno de los obreros, conocedores de mecánica, no podían pensar en el cierre. El taller era completo en mano de obra y maquinarias. El mismo, tanto se manejaba en cuestiones de motores, como en cepilladoras y matrices… Pero, la fábrica cerró… Y el padre de Juano emigró para ese Buenos Aires tan soñado y del que le habían contado todos los lados buenos… ¡Tendría trabajo!...Se ha sufrido tanto en el umbral del bien y del mal. Dios y Satanás… Pero, luego junto al dintel del Dios, aparecieron Luteros y Calviños, La Reforma…que negaron a la Iglesia y al clero, y ambos sirvieron de mediadores entre el hombre y Dios, estableciendo márgenes y medidas. El bien o el mal, según la nueva situación del poder. Juano aún aferrado al féretro de la Momia de la moral superada, intenta estimular una nueva guerra sin hordas, ni cañones, poniendo en circulación nuevos elementos de destrucción y desvelo… Entonces vuelven a desfilar frente a sus ojos, miles de jóvenes equipados con ametralladoras portátiles y todo el armamento tipo Rambo pegado a su cintura, estimulados con goma de mascar, mezcla de raviol y caramelo masticable y la atronadora música de tambores e instrumentos metálicos de viento. La familia había encontrado la forma de viajar. Un camionero amigo venía a Buenos Aires pero, su viaje pasaba de Tucumán primero a Entre Ríos… No tenían mucho que pensar, era gratis. Cargar sus pocos trastos y… ¡A volar! Sobre la margen izquierda de la ruta, entre las ciudades de Paraná y Nogoyá, la figura blanca y enhiesta del viejo Molino Doll de Diamante, enmarcado por el verde follaje de
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árboles, arbustos y matorrales, se alzaba como un símbolo de otras horas, burbujeantes de amor y sólido trabajo… Empezó a paladear el mate y a soñar… Siempre había sido igual… Desde el genocidio colonizador… La abuela desdentada y un tejido de años iluminando el rostro, guiaba el ágil movimiento de las manos infantiles cubiertas de barro, modelando pebeteros. En cuchillas, alrededor de un tronco ahuecado donde mezclaban la tierra arcillosa con colores del tanino y diversos yuyos, preparados para teñir tejidos y alfarerías. Los Ángeles indígenas, jugaban a la cultura, la abuela, con su ángel atado a sus espaldas privilegiaban el espíritu, antes de la conquista. Después vinieron los demonios y lo trastocaron todo. Los Ángeles fueron violados y otra fue la Historia. Tupac corría con sus hermanos por los cerros… el oro se incrustaba en sus sandalias y en la llanura, el maíz invitaba con su risa amarilla al mordisco y a la chicha. Mayta jugaba en el arroyo. Su cuerpo desnudo, maduraba al Sol. Su Dios omnipotente, vigilaba el Mundo y todo era armonía. Llegaron los conquistadores, lanzas en mano, el hierro en las testas y en los arcabuces la pólvora mortal. Así, a hierro y fuego implantaron su Dios, su ley y su verdad. Algunos Ángeles volaron entre el lodazal y el fuego abrazados a la muerte del coloniaje brutal. En el viejo palacio de piedra y oro retumbaban los pasos de los invasores y Mamá Dello sigue el cultivo del espíritu, las obligaciones domésticas, el hilado y el tejido. Entonces el Ángel deja sus alas y se convierte en hombre. Camina, roba, viola, es uno más en la conquista. Algunos son esclavos del conquistador, otros, del vicio… Pero, la quemazón comienza luego. Nada hay que dejar que sirva de símbolo; una civilización, una obra de arte. Hay que quitarles el oro, la plata, abolir el pasado, sepultar Tenochtitlan y el Cuzco. Los Ángeles corrían aún en su inocencia, mientras fueron ángeles, antes de morir. Ellos veían caer sus ídolos, llorar a las abuelas, escondiendo los códices. Los bravos
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guerreros buscaron refugios entre las montañas construyendo fronteras donde dar la batalla. En las laderas cosecharon maíz y edificaron tumbas y nueva andenería los llevaba hacia el Sol. Los Ángeles morían en las violaciones, algunos intentaban el vuelo sobre el precipicio y el águila seguía circunvalando el sitio junto al jaguar en celo, que acechaba al invasor en canje. Los Ángeles dejaban de ser ángeles para ser guerreros y preparar sus armas y enfrentar el saqueo. ¡Había pensado tanto! Él seguía caminando la ciudad. Los ojos chispeantes, entre sus dedos niños, teñidos de mugre y vicio, corría el porvenir. Se hablaba del siglo de la sabiduría, de la tecnología de punta … La computación, la fibra óptica, la comunicación y el Nuevo Orden. Pero, aún la propiedad privada y el oro seguían legislando. Los Ángeles morían pronto… niños aún, como lo hicieron los colonizadores. Eran violados, comercializados, esclavizados. El siglo XXI no inauguraba nada… reeditaban las viejas historias modernizándolas con el escándalo publicitario y el sexo se convertía en sucia pornografía renegada. Los Ángeles acortaban sus vuelos y su inocencia. Sobre un costado del viejo Barrio Belgrano, con su barranca arbolada, jardines floridos, paseos ornamentados, fuentes de agua, glorietas moriscas, donde sabían congregarse bandas musicales y orquestas sinfónicas en días festivos, había un viejo caserón, levantado en los años del 1800, sobre la cresta de un barranco . Sobre esa edificación abandonada, se tejían todo tipo de fantasías. Desde refugio de fantasmas, aguantadero de malvivientes. Garito clandestino y prostíbulo. Los Ángeles del Bajo Belgrano se colaban en el viejo caserón, asaltaban los árboles frutales y sabían alzarse con sanitarios y todo elemento de plomo y bronce. Todo lo que fuera vendible y de fácil transporte. Cuando apareció con el rojo cartel de remate judicial, nadie hizo oferta alguna ¡Ni a la base! Y la venta no se efectuó.
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Aquello de los fantasmas y la vieja tragedia de brujas y muertes repentinas ganó adeptos y nuevamente los Ángeles del Bajo, volvieron por más milagros. Los herederos hablaron con el cura de la parroquia y lo llevaron al caserón desvencijado, desprovisto de cuanta manija de bronce y objetos artísticos tenía el castillo. Para los Ángeles, aquél caserón era de ellos, se lo habían ganado a los fantasmas que ni de noche se los veía. Pero alguien se les adelantó un día y cuando se apagaron los ojos del Dios, sonó un tiro, que nunca se supo quién ni de dónde se tiró. Un Ángel más perdió sus alas y dejó de serlo. Las estampitas que repartía entre el pasaje, pintaba siempre Ángeles sonrientes, bien alimentados, limpios, ojos azules y esa túnica resplandeciente que sólo conocía en los escaparates de algunas tiendas de la calle principal… y el ¡Gracias! ¡Que Dios lo bendiga! ¡Gracias! La regla de las posibilidades se cumplía inexorablemente y al final del recorrido, se multiplicaba y dividía, según hora y pasaje. Lo recogido servía para un pancho con mostaza, hervido tantas veces, como las probabilidades del Ángel… La Beba lo estaba esperando, como siempre… Juan se quedó dormido en el banco de la estación ferroviaria. Sus ojos fijos en la Cruz de Sur que entonces, le daba justo en su frente. -¡Qué cantidad de guita tiraron para el cielo… si cada una de esas fuera una chirola de cincuenta centavos, se acababan las Villas, pensó, mientras entornaba sus ojos tratando de dormir. Sin idea del tiempo, se me piantó la Cruz del Sur, murmuró…¿y ahora cómo se orientarán en la llanura tucumana? No tenía idea del tiempo. La Cruz del Sur, ya estaba casi besando el horizonte. Allí también tintineaban los sueños del Ángel… Los había visto en la parroquia del barrio en grandes figuras, sobre blancos nubarrones, adorando a Dios, distintos de él. Aquellos eran hermosas pinturas rosadas, casi todos de ojos celestes, con una mirada beatífica. Él en cambio era un ángel escuálido y morocho… casi sin hogar y sin futuro. Sentía hundirse entre sus magras carnes los maderos del banco ferrocarrilero. Su presencia allí era un objeto más, que
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casi nadie reparaba,. Cuando algún tren de pasajeros se detenía, entreabría sus ojos negros y observaba el pasaje para intentar alguna travesura. La Cruz del Sur había desaparecido. Lo que no desaparecía era ese vacío estomacal que le runruneaba y que de a ratos, lo conmovían con su rezongo. Había que volver a la recorrida… ¡Señor, me da una monedita para comer! Todo seguía igual. Aquella ciudad tan querida desde los kilómetros de tristeza, se mostraba ahora tan inmunda, como el más hediondo de los basurales. Sus ojos tan puros, que se extasiaban ante el majestuoso vuelo de aguiluchos y caranchos, ahora se hundían entre la bruma de carburantes y gases, arrojados desde miles de vehículos que se entremezclaban en la calle de esa Metrópolis infectada. Juano repasaba su deambular en medio de ese territorio donde en alguna medida, reinaba. Esa ciudad, que permanecía idealizada, era el territorio donde ejercía su autoridad. La selva de cemento, la antiecológica ciudad, por donde realizaban las tímidas volutas, que circundaban sus alas, otrora utilizadas por Boticelli o las que eternizara Boucher en el instante supremo del beso de Hércules a Onfalia. Pero, éste Ángel, ¡Tan carnívoro! ¡Tan vital y hambriento! No estaba dispuesto a seguir siendo el Ángel espurio de aquella urbe, recolectora de cobardes, amargados, fracasados, frustrados, alienados, depresivos. -Chee Juano… cómo te fue… -Y, p’al pancho tengo… y a vos… -Igual… Pero… tengo que llevarle algo… me tiene podrida, me tiene… no puedo zafar… Che, y vos… ¿seguis durmiendo bajo el eucalipto? -Si… por ahora si… Pero tengo que rajar… en cualquier momento me llevan. Dice la Conce que el viejo anda preguntando por mí… -Yo tengo ganas de rajarme también… pero no quiero levantar vuelo sola… -No digas a nadie… hacé como yo. Te vas alejando por días hasta que volás.
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-Pero yo tengo miedo. -Yo aparezco y desaparezco hasta que levante vuelo. Después… si te he visto no me acuerdo. -Es distinto Juano… vos sabés… entre la Vieja y su macho, son cafisho… no se salva nadie… les rompe el culo a todos… se queda con la guita… te cuenta las estampitas… pesa los cartones, te revisa los bolsillos y te amura en cualquier parte. -Es un … hijo de puta -Más todavía. -Tengo ganas de ir p’al Tigre ¿Vamos? -… ma si vamos… La línea del Mitre era distinta . El pasaje tenía una apariencia diferente… más importante. Las Villas eran iguales en el Norte que en el Sur. Los Ángeles… tan salvajes y solitarios como en todo el territorio. Los delataba la piel, sus anémicas figuras y el ritmo musical. -¿No te tomaron en la fábrica? -Sí pero me faltaban los documentos. Es un lío. Parece que hay que ir al Paraguay… que se yo… -¿Y al cole cómo fuiste? ¿sos paraguayo? -¡Que voy a ser paraguayo, gila!... mi Viejo era tucumano. Fui al colegio, terminé en la Villa… pero no tengo documentos… el Viejo se murió… mamá nunca tenía tiempo…apareció el paraguayo y se quedó con él. Dijo esto y la tomó del brazo y la empujó para que se metiera entre el gentío, eludiendo el control de los empleados que retiraban los boletos correspondientes a la entrada del anden rumbo a Tigre. -Chee… ¿qué te pasa? -Subí, subí… que zafamos de los chanchos… -Ja… ja… lo jodimo al gordo… ¡no me avivé!... sos ligero. -Y… sino… te chapan y… a la cana… son unos hijos de puta… Si me chapan seguro que me llevan al reformatorio… No justifica nada… no justifica.
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-Che Juano, tengo una amiga en San Fernando ¿vamos? -¿Quién es? -Teresa, no la conocés. ¿Vamos? Había algo de milagroso en todo. La facilidad de eludir los controles, la rapidez de asimilarlo todo. Ahora iniciaban un deambular con sabor a travesura… maquinalmente empezaron a repartir estampitas. De nuevo el ritual… cara de lástima y el sermón: “-Una monedita por amor de Dios, una monedita para comer…¡Gracias!... que Dios se lo pague” … Y el gesto de perdón y lástima ya grabado en sus rostros. Eran realmente Ángeles. El vagón se conmovía. Rostros adustos… jóvenes y maduros. Trabajadores, costureras, buscaban en sus bolsillos o monederos la limosna. Los Ángeles imponían su figura entre el gesto de dolor y la inocencia. San Fernando, al Oeste de la estación ferroviaria, se levantaba un villorio de latas y maderas. Entre viejos paredones de ladrillo asentados en barro. Allí vivía Teresa que, sobrevivía con su trabajo de atención pública en el mercado de esa ciudad que aún mantenía su estructura antigua. La casilla en completo desorden, estaba como si alguien hubiera salido apresuradamente. La radio justificando su presencia, con un suave murmullo de anuncios y cortina musical. -Che … que hacemos aquí, haber si después falta algo y nos carga con el fardo. -Dejate de joder, Juano… vos no sabes quien es Teresa. -¿Quién es, eh…. Quién es? -Es mi amiga… y si tenés miedo tomátelas. El tono duro y la actitud adulta, dejaron a Juano como lo que realmente era; un niño ingenuo con sus propios miedos. Sus alas de Ángel, seguían chamuscándose y su vuelo, era tan bajo, que sólo atinó a cruzar los brazos y a sentarse en una
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banqueta libre que había en aquella pieza, desordenada pero limpia. -Che, Mariela… ¿Y esa Teresa, nos dejará vivir aquí? -Seguro… mirá… allí hay dos camas… y este sillón… que te parece. -Que sé yo… si no la conozco… cosa que no nos quiera meter en un reformatorio… ¡!! -Andá Juano… ¿Sabés que mina es? -¿Y anda sola? -Si Bola… anda sola… nadie la fuma… No fuma, ni se deja fumar… ¿Entendes? Se sintió seguro. Sus alas fueron aflojándose, la tensión también bajó y comenzó a vagar la mirada por la pieza, hallando en cada rincón, detalles de manos hacendosas. Crucifijos, vírgenes, cintas, moños de color, restos de quién sabe que regalos y alguno que otro cuadrito de paisajes camperos. La radio, con doble grabador, seguía musicalizando el vacío de la casa. Retratos de algún familiar, un jarrón con flores dando sus últimos estertores; una máquina de coser, el infaltable televisor y su video casetera, cubiertos con una funda bordada de confección casera. Una mesa de juego antiguo, cuatro sillas, un sofá cama y un ventilador de pie. Che Mariela… parece que tiene guita. ¿Cómo se pianta y deja todo así? -Seguro que ya todo el barrio nos está vigilando… ¿sabés cómo la quieren? -Y… nosotros ¿qué hacemo? -Esperamo boludo… ¿qué vamo hacer? La cosa era como decía Mariela… además, ellos eran dos Ángeles y la Villa, que tiene sus códigos, ya los había visto llegar. También allí convivían Ángeles. Esos que no pintó Miguel Ángel, porque vivían y entonces eran Ángeles, después… serían materia. Teresa era una mujer humanitaria, de mano abierta, con el característico instinto maternal de la mujer de campo.
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Llevaba sus años con mucha dignidad. Las había pasado todas. Su nacimiento coincidía con el estallido de la Revolución del 4 de junio, que marcaría una época de las más transformadoras de la historia. A partir de allí todo cambió y ese cambio, recibido uterinamente, se vivificó en la sociedad, mundialmente. Las ciudades dejaron de ser reductos inabordables. La multitud las invadió. Los conventillos y las grandes casas tuvieron el mismo destino. Los baldíos se convertían en Villas de cartón y latas. Los peones golondrinas, los desocupados de las chacras, recalaban en las ciudades, escandalizando a los sectores burgueses y grandes empleados bancarios, especialistas y profesionales. Las nuevas ideologías inundaban el mundo y la Revolución, pasó a ser la esperanza. Pero todo crecía mezclado. Teresa creció así entre la rebelión y el orden. El miedo entre Dios y el Pecado. Mujer al fin, en un mundo estructurado por conceptos machistas, recorrió la senda del nuevo ideal y todo fue válido. Desde la libertad al libertinaje. Desde la esclavitud del orden establecido, hasta vivir la vida sin represión y sin parámetros. Supo del bien y el mal, usando en cada caso su sentido común. Fue niña, mujer, madre y abuela. Libre, tuvo sus alas de Ángel y las quemó antes de llegar a la adolescencia, para conocer el amor sin violaciones, cuando ella lo quiso, por el solo hecho de saber lo que su madre hacía cuando creyendo que estaba sola y venían los tíos a visitarla. -Teresa!!! Vení querida… tomá, el tío te da para que te vayas a comprar caramelos… ha… tomá, trae un toro tinto. -¿Qué tío mamá… -El Ramón… el que vino el otro día… andá y vení pronto… después te vas a jugar. Pronto dejó la calle y los juegos. La vida la llevó a jugar a la mamá… cuidando niños de la ciudad. Conoció el rigor de los horarios, los llantos por caprichos, la lujuria entre bambalinas, las apariencias y los lujos. Siempre sus papeles escénicos, eran distintos a su vida y a su edad real. Hasta que se dispuso a ser dueña de si misma. Tenía repertorio para
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exponer. El Drama o la Comedia, no tenían secretos… los había vivido anticipadamente. -Así que vos sos Juano… el rebelde, el que busca laburo justo donde no hay… -No doña Teresa. Yo quiero trabajar de verdad, pero no tengo documentos. -¿Y tus viejos? -No tienen nada. -¿Cómo… no están casados? No se, pero para ir a la escuela necesitaste la partida de nacimiento. Hay cada lío en esas Villas! -No se… pero para la escuela tuvieron que anotarme sin papeles… Mi vieja lavaba en casa de la maestra… -Está bien… ¿y vos Mariela… qué te anda pasando…querés volar? -No, es lo de siempre Teresa… es un puterío-¿Qué es eso? -Bueno, usted sabe… y el Juano también… -Si, ya se… yo también viví allí y conozco las mañas… se maman y después no queda títere con cabeza… ¿es así? -Y bueno… ¿entonces? -Entonces qué…¡Chicos! Déjense de joder. -Está bien, señora, nos vamos. -El que se va sin que lo echen es difícil que lo llamen. -Pará Juano…pará. -¿Querés trabajar o no querés trabajar? -Si, doña Teresa… pero no degusta que me jodan… -¿Y quién te quiso joder?... pendejo de mierda!!! -¡Doña Teresa, por favor! -Por favor que… Mariela… se meten en mi casa, los estoy cobijando y se encabritan en cuanto se les coloca el recado… A ver, empecemos de nuevo … y déjense de llamarme Señora o Doña Teresa ¿estamos? La calma llegó. Juano entendió que la que mandaba en aquella casa era Teresa, a la que deberían respetar, para con la que podían contar. Juano debía acomodarse en el sofá cama, mientras que Mariela, compartiría el dormitorio con
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Teresa, aprovechando la otra cama que había observado antes. -Che Juano, le dijo Teresa antes de acostarse ¿Vos sos de levantarte temprano? -Si. El Viejo nos sacaba de la cama en cuanto amanecía, entre siete y siete y media. -No tanto amanecer, hermano… que aquí a las siete ya la Villa está de fiesta, entre los que llegan y los que se van… -No, pero si usted me llama, yo me levanto. -Está bien. Cuando despertás, si yo no estoy, me buscás en el mercado… allí, pasando la estación, dos cuadras ¿Lo vistes hoy? -No, pero lo encuentro. -Bueno, mejor que yo te llame, así empezamos a trabajar… juntos… ¡Sí!... chau, hasta mañana. -¡Hasta mañana Teresa!...¡Chau Mariela! -Che Juano… que descanses… El sofá cama era cómodo… demasiado. Le parecía grande… no podía dormir y empezó a dar vueltas. Extrañaba el duro piso bajo el eucalipto. El olor a tierra y el ferrocarril que tenía últimamente, o el alcohol y grasa de la colchoneta que tiraba en la casilla donde vivía con el cartonero su mamá. Trataba de no pensar, pero todos los recuerdos se le agolpaban. Las palizas, el pedazo de pan sacado de una bolsa mugrienta, que colgaba de un clavo detrás de la puerta de la cocina, la fruta robada… el recuento de estampitas y monedas… los gritos alcoholizados de la Villa. Las diarias discusiones entre su madre y el Cartonero. El sermón de siempre … ¡Estoy podrida de esta mugre!... Cualquier día de estos ato mis trapos y me vuelvo a Tucumán… Sus ganas de gritarle ¡vamos Vieja! Yo te acompaño. Pero todo volvía a la normalidad… cuando su madre, modulando la voz repetía… Despacio, negro… el Juano aún no duerme… Después, el jadeo y el largo crujir del elástico gastado… hasta el silencio final. Juano intentaba borrar aquellas pesadillas, visiones amargas, pero el silencio de su nuevo hogar no lo dejaba y
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volvían sus vuelos de Ángel a recordar todo su cielo poblado de gestos, corridas, golpes y travesuras. ¡Una monedita para comer! ¡Gracias! ¿Una monedita por favor! ¡Gracias! ¡Que Dios se lo pague!... y el cielo amparaba su vuelo de Ángel, se extendía luego de vagón a vagón y en las paradas de los colectivos. Retiro tenía tres grandes fuentes de limosna. Mitre, Belgrano y San Martín. -¡Ya estás arriba Juano!… ¡Que madrugador! ¿Dormiste bien? -Si… Doña… muy bien… -¡Vamos, no me engrupas! Te sentí toda la noche. ¿Qué te pasó? -Nada… no podía dormirme… pero al amanecer me dormí… no estoy cansado… siempre me levanto así… pero igual sirvo para trabajar…. Ya lo va a ver… ¿qué tengo que hacer? -Nada difícil. Hablaré con el dueño. Vos escuchás. Hay que limpiar la verdura y acomodarla en unos canastos. Yo te voy a enseñar. Ahora tomamos unos mates… ¿Tomás mate vos? -Si, a veces… cuando la Vieja no está, a él le gusta amargo… y no quiere que los chicos chupeteen… así que… pero yo tomo. -Está bien… allí en ese armario hay unas galletitas, traelas. Todo era distinto, el trato, la alimentación, la paz. El Ángel comenzaba a ordenar sus alas para un vuelo distinto. -¿Y Mariela? -Dejala a ella, no te preocupes, yo arreglé, ella se ocupará de preparar unos churrascos para las doce y media. El Ángel se estremeció… ¡Tendría horario!... desayuno, almuerzo… ¡Qué sorpresa le depararía esta nueva vida.. ¿y si lo vienen a buscar? -Che, pibe ¿qué pensas?... tomá el mate que ya nos vamos. -Lo sacudió la voz firme de Teresa… ¿no te sentís bien. -Si… si… sabe, es todo nuevo.
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El Mercado lo aguardaba con sus grandes portones abiertos, sus rectangulares puestos de frutas, verduras y carne. Algunos ya listos para la comercialización y otros comenzando la tarea. -¡Don Miguel! Este pibe es Juano. Un sobrino tucumano, que nos cayó del cielo. Así lo presentó Teresa. Don Miguel, un hombrón rubio de ojos azules, luciendo un gran delantal blanco, con un enorme bolsillo en la cintura sobre el abdomen y otro, sobre el costado izquierdo arriba, con una libreta negra y dos biromes, asomando sus figuras sobre un bordado rojo que clamaba el nombre de su dueño. -Pero mirá que sos ligera Teresa. Ayes nomás dijimos de un ayudante y ya me lo traés. ¿Y sabe algo? -No, Miguel… el Pibe cayó ayer buscando laburo y lo hice quedar. El tiempo transcurría lentamente. Las alas eran tan invisibles como la existencia misma y Juano, crecía en la ignorancia pero sobrevolando la sabiduría del bien y del mal. Sabía que la fruta acomodada en los cajones no le pertenecía pero que naturalmente él era el dueño. Como Mariela, no era de él, pero le pertenecía. Nunca se había puesto a pensar en ello. Ahora la sentía más… como ¿su novia? ¿Sería así la cosa? Por los corredores del Mercado ejercitaban sus alas, muchos Ángeles como él, pero entendía que en la capacidad de vuelo, lo superaban. Los veía de lejos y ya sabía que algo pondrían de contrabando dentro de su bolso. -Mariela, ves aquel pibe que se hace el distraído, va derecho al jonca de las manzanas… -¿Y… cómo sabés? -Ves, ves ya se afanó dos, viste… -Chee… es un mago… joya. ¿Lo conocés? -No. -¿Y cómo sabías que se afana las manzanas? -Me lo vengo estudiando desde que llegamos.-Parecés de la casa, parecés. -No jodas, no soy vigilante. -No te enojes… ¿Te fijastes el trato que me da Don Miguel?
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-Ojo… que se pone colorado y te mira… como te miraba el Cacho… En cuanto se haga el loco, le afano la guita que pone debajo del cajoncito y nos piramo. -Noo, boludo… si estamo bien… se lo digo a Teresa. -Y si la misma esa… tu amiga… le hace el juego. -Che Juan… vo te la crees saber todas. El Ángel espulgaba sus alas nerviosamente. Los carasucias intentaban una rebelión contra los señores. Ellos sabían bien las diferencias que los separaban. El Gobierno, ese monstruo de cien caras indistinguibles, estaba, no obstante, bien identificado. Sólo que como una medusa moderna, mitológicamente engendrada por la ciencia ficción, aparecía con la investidura de todos los poderes. Para Juan y Cacho, ese satánico poder lo detentaban los “limitadores”. En ese monstruo encasillaban a la policía, a los jefes gubernamentales, a los que, en alguna forma, debían distribuir los artículos de los códigos (civil, militar, policial y comercial). Los límites resultaban las formas más crueles para sus cabezas, aún jóvenes, casi angélicas, con la ingenuidad con la que pretendían cambiar la vida. . Ahora, al ritmo enloquecedor de la música, asumían la violencia como la única forma de enfrentarla. Los carasucias intentaban una confrontación con los niños bien arropados. ¡Ropa y zapatillas de marca! ¿Por qué ellos no podían lucir “primera calidad”? -Mirá Juano, dijo Cacho, en la otra cuadra hay un par de borregos que visten de primera, tienen nuestros cuerpos. -Si… ¿y…? -Salen siempre los viernes pal bailable. -¿Y… ? -¿Sos pelotudo? -No güebón… no quiero ir en cana… -Lo tengo estudiado… bola. -Ah… si… ¡qué bien! -¿Me estás cargando? -No… no me gusta, Cacho… -¡Si no te dije nada todavía! -Esta bien hablá.
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Juan era un chico villero muy ingenuo, aspecto físico similar a muchos villeros, escuálido y flaco, pelolargo, pajizo, ojos oscuros, de mirada lánguida. Ágil, inquieto y poco locuaz. Venía desde siempre hablando de roqueros y violentos televisivos, como la única forma de sobrevivencia. En las últimas semanas se le había cruzado la idea de una rebelión. Pero una rebelión en serio, repetía. Juan había llegado a comprender el mensaje de la televisión y el de los grandes monopolios de la comunicación. Alguien le había dicho que en los años cuarenta había un ministro de propaganda alemán que afirmaba como Maquiavelo, que una mentira repetida y magnificada, terminaba en una verdad aceptada por la sociedad. La cosa era alcanzar la ropa de “primera calidad”, la de las marcas de moda … y esos borregos la tienen. Será fácil fajarlos y robarlos… Lo engancharía también al Correntino, es fiero, leal y le da sin asco a cualquiera… -¿Qué te parece? -Parecer, me parece jodido pero… es un afano más. Lo que no entiendo Juan es eso de rebelión… los niños bien… la violencia para alcanzar el poder… -Mirá Cacho, eso lo escucho en el Mercado… desde que apareció el Flaco ese, que anda noviando con la Teresa, el Mercado es una escuela. Se charla todo el día de política , de la tele, del Perro Santillán… -¿De qué… tienen un perro ahora? -No… bola… es un capo de no se que partido que hace cada lío con la cana… ¿sabés una cosa?... el Flaco es un abogado que me chamuya todo el día , como si yo fuera el hijo de Teresa… ahora quiere que termine el cole… que me va a llevar a su casa… ¡qué se yo! -No le des mucha pelota… capaz que te quiere montar. .Chee… que, soy un gil… un marica… -No, pero a lo mejor, le gusta la carne de chancho… -Ja… ja… ja… Juancito ¿estudió la lección? ¡pase al frente! Ja… ja… ja… ui… Dio… rajá. Cacho… rajá… ¿se la damo a lo pituco o no? -¿Te gustó la camperita, eh, boludo?
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La noche del jueves llegó. Lloviznaba, Juano, Cacho y el Cholo, aprovecharon la oscuridad de la noche y el tupido cerco de ligustro, un pinar en pleno desarrollo y silencio propio de una noche destemplada y gris. No les fue difícil quitarle a los hermanos, campera y zapatillas, dándose a la fuga, sin grandes gritos y amenazas. El Cacho con su desarrollo mayor a su edad, un revolver calibre 38 y los tres encapuchados con medias de mujer, tenían el aspecto de maleantes, que no daba ninguna tranquilidad a los adolescentes que sólo atinaron a decir: -Chee, no tenemos nada de plata… no nos tiren. -Silencio, dijo Juan. No les va a pasar nada, sáquense las zapatillas y las camperas… -Mirá che, tienen reloj, sacáselos, somos tres. -Si, si, tomá estos tres pesos, no nos peguen. -Rajen, niños bien… y sin chistar que los cagamos a tiros. -La cosa fue fácil, decía el Cacho, cuando los tres subieron al tren que salía de Virreyes para Retiro Juan y Cacho tuvieron sus camperas y zapatillas Adidas. El Cholo se quedó con los dos relojes y entre los tres dividieron veintitrés pesos. El primer paso en el delito había sido dado. Ahora vendría la parte difícil. Las zapatillas podían usarlas pero, las camperas eran delatadoras, así que debían venderlas o cambiarlas. Otra operación marginal que tampoco les fue difícil. El Mercado le permitió a Juan un nuevo escenario para su crecimiento. Mariela fue desarrollando y Teresa la cuidaba como a una hija. La dejaba en la casa para que se ocupara de todo y ella respondía sumisamente. Juan, durante el día, se hacía alguna escapada y ambos comenzaron una suerte de amoríos adolescente, descubrieron los misterios de los sentidos del sexo, en una mezcla de ingenuidad y asombro. Teresa, conocedora del idioma de las miradas, los vigilaba de cerca y no se le escapaba nada. Sin proponérselo,
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su casa se había convertido en una verdadera familia. Para esos adolescentes, fugados de su medio, donde la promiscuidad conformaba una regla, la nueva situación les parecía un paraíso. Teresa reservaba para ella, dos piezas. Una, que si bien resultaba el espacio de uso común, ella digitaba los lugares y las formas para cada cosa. Allí se convivía frente al televisor, el lugar de los encuentros y las comidas y visitas. La cocina era el reino de Mariela, donde se pasaba la mayor parte del día, radio por medio una mesa y dos o tres banquetas. Juano se había deslizado por los fondos del mercado y la sorprendió en plena tarea hogareña. -¿Qué hacés acá Juano? -Y… nada… sentí necesidad de hablar con vos sin Teresa de vigilante… no… nada… sabés. Le afanamos las camperas y las zapatillas… Adidas… a los nenes bien del barrio bacán… -¡Qué locura… y ahora… la cana! -No. Nadie nos vio… y… no les hicimos nada… además ese barrio está casi en libertador. Hay muchos árboles y es bastante solitario… No, no nos vio nadie… ni chistaron… se mearon de miedo. Fuimos el Cacho, el Cholo que se vino con un 38… ni sé de donde lo sacó. A él le dimos doce pesos y dos relojes que tenían los pibes. Cacho y yo nos quedamos con las Adidas… ves, son estas… ¡son nuevas… y las camperas… ¡ -¿Y las camperas, qué hicieron? -El Cholo nos llevó a un boliche y las cambiamos por otras… tipo Adidas, verdes. -¿Dónde están? -Yo la dejé en casa de Cacho, esta noche me la va a traer… primero quería contarte. -Está bien Juano, pero es mejor que vuelvas al Mercado… la Teresa si no te ve va a sospechar que te venís… Ya me estuvo retando esta mañana, porque dice que nosotros nos quedamos muy tarde a la noche… bueno, que se yo… -Está bien, Mariela… pero hay algo más… ¡Te quiero mucho! -Andá Juan… yo también…
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Había comenzado un romance. En el Mercado se habló mucho de los robos que se venían cometiendo en la zona. Algunos hablaban de un apandilla de enmascarados que asaltaban parejas y se le dio mucha trascendencia al robo de ropa de calidad en el barrio cercano a los clubes bailables que había próximos a la costa. Juano escuchaba, al tiempo que limpiaba verdura y acomodaba los cajones. Teresa seria, despachaba y alcanzaba la suma al cajero con la mercadería en bolsas de polietileno. -Se da cuenta doña, ya no se puede andar distraída por la calle…estos mocosos, no estudian, no trabajan… y se drogan…porque no se va a decir que esos atorrantes que les robaron las camperas, los pantalones y las zapatillas, no estaban drogados… Dicen los chicos que estaban violetas como monstruos… ¿Dios mío! ¿Qué será de nosotros? Teresa escuchaba al tiempo que le miraba los pies a Juano que trataba de aparecer tranquilo detrás de los cajones. La llegada del novio de Teresa, cambió la suerte de Juan que comenzaba a palidecer, con su par de zapatillas nuevas, pero todas embarradas. -¿Qué hacés, Juano… cuándo comenzamos a estudiar? -Y… no sé… el año que viene… cuando empiecen las clases. -No. Así no vale… quedamos que a fin de año dabas el examen y terminabas séptimo grado. -Si… pero no tengo la cédula, ni los libros… ni sé nada… -¿Cómo. No me habías dicho que en la otra Villa ibas al colegio y que este año terminabas? -Si… es verdad… pero allí mi Vieja, no sé cómo me anotó. Al principio tenía una maestra, después se enfermó y el tío me llevó a cartonear… -Y chau escuela. -Y… si…
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-Mirá Juano, la Teresa dice que sos un pibe bueno y trabajador. Aquí lo único que vas a aprender son picardías. ¿Querés venir conmigo? -No, yo estoy con Mariela… No voy a dejarla… ella me trajo aquí con la Teresa… -No… no te asustes… En mi oficina necesito un pibe piola, y vos me caíste bien. Te veo vivo, las pescás todas al aire… y en los ratos libres te preparás para hacer séptimo libre… pero, quedate piola. No es más que una proposición, vos decidís. Ricardo Fabián, también vino del interior del país. Buenos Aires, era la libertad, el futuro. Su padre, puestero de una estancia al norte de Tucumán, escuchó la palabra encendida del caudillo y cortó las alambradas. Había descubierto los dos países. El del sacrificio, el hambre, la angustia, la explotación en carne propia, la ignorancia, la enfermedad sin atención, la mentira de la fe, el poder real de la fuerza, el dinero, la politiquería. Ese país que el ayudaba a sostener engañado por falsos maestros y políticos testaferros de los grandes intereses. Cinco hijos, tres mujeres que levantaron vuelo jóvenes aún y dos varones, de uno con apenas veinte años y Ricardo Fabián, para quién había soñado la universidad y el otro País. Terminaba de acomodar el último cajón y la Teresa lo sorprendió más arreglado que de costumbre, junto a Ricardo Fabián, el flaco doctor, como él lo distinguía. -¿Me estaban esperando, Doña Teresa? -Si y no, vamos hasta la oficina de Fabián, le respondió. -No… le compré una campera al Cacho y como junté unas propinas, pensaba ir a buscarla. -¿Una campera. No andarás en el lío de esos chicos del barrio de la avenida? -No… yo no… -¿Pero el Cacho? -No… seguro que no. Respondió palideciendo.
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-Andá Juano, terció Ricardo, viendo la situación de angustia que estaba pasando el adolescente. -Volvé rápido a casa, Mariela se va a asustar si no te ve llegar, agregó Teresa. Hasta luego. Juano terminó de acomodar la pila de cajones vacíos y fue derecho a la casa. Mariela se había higienizado, acomodado el cabello y cambiado de vestido. Estaba como esperándolo. La despedida de ese día fue muy distinta a otras. Habían crecido en la misma Villa, con los mismos olores, los mismos problemas, las mismas miserias. Corrían por los trenes, los gritos, la mendicidad. Alguna que otra grosería y todas las lacras humanas pegándose a su piel. Pero desde aquél momento en que ambos sintieron la necesidad de otro mundo, cuando no sintió desigualdad entre los compañeros del taller, donde intentó su primer vuelo, se dio cuenta que otra vida existía y era posible cambiarla. Mariela fue el detonante. Era más audaz, con dos años menos que él, tenía una visión de la realidad y, con la ayuda de Teresa, a quién había conocido en la Villa, iniciaron una aventura que ya llevaba casi un año de prueba. Ahora Juano le parecía otra persona, más apuesto y trabajador. Teresa lo distinguía y ella lo sentía como algo más que aquél chico que pedía monedas en los trenes y sabía meter las manos en los bolsillos ajenos. El mercado, un bien construido galpón de unos trescientos metros cuadrados, con techo parabólico de chapas, cubría las necesidades de una ciudad moderna con viviendas de varios pisos y calles cruzadas por múltiples vehículos de pasajeros y coches particulares de todas marcas y modelos. Pero el mercado tenía esa visión particular de comercio y pecado. Con un ir y venir de gentes ataviadas con atuendos de colores y modelos de los más disímiles. Se cruzaban personajes del bajo fondo. Con hombres y mujeres con portafolios y teléfonos inalámbricos, celulares y Movicom, cuyos aspectos los hacían parecer funcionarios o millonarios comerciantes. Tirados a un costado de la vereda, con la espalda apoyada en las paredes pintarrajeadas del mercado,
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las infaltables vendedoras de especies y limones, generalmente bolivianas, o hijas del Norte de nuestro país, modernas buscadoras de oro. El mercado se erguía en medio de una plazoleta casi llegando al Canal. Allí navegaban chatas y pequeños navíos, cargados de frutas y verduras en cajones que abastecían al mercado. En las esquinas de aquella plazoleta se depositaban los desechos de la fruta y verdura no vendible. Allí hurgaban ancianos, mujeres y algunos niños, que rescataban de aquellos desperdicios, algunos alimentos para sus míseros hogares. También merodeaban aquellos lugares , descuidistas, quinieleros, jugadores, ladronzuelos y prostitutas. Todo era allí el resabio de una sociedad en decadencia. Ricardo Fabián y Teresa, tomados del brazo, cruzaban toda esa muestra babélica de una sociedad en busca de su autodestrucción. Juano miró a Mariela, la tomó del brazo y la llevó dentro de la casa. Sin decir palabras, ambos iniciaron el juego del amor, tan puro e inocente sin pensar en tiempo y lugar. -¡Te quiero, Mariela! -¡Yo también, Juano! Ambos iniciaban un nuevo ciclo en sus relaciones. -¿Y Teresa? Preguntó Mariela pasando el sofocón. -Salió con el flaco… vuelven enseguida… ¡Me hiciste acordar! Dice que prepares milanesas, que está todo en la heladera y yo me voy hasta lo del Cacho a buscar la campera… después te cuento… chau. La campera volaba en el aire, sostenida por tres brazos y el viento a sus costados, desflecaba rayos de Luna. Juano inundaba su cara de risa, mientras Mariela jugaba a la mamá en la cocina al ritmo chispeante de la sartén. Teresa en brazos de Fabián, revivía la historia milenaria del amor, iniciada con la vida. Había emigrado de su Tucumán feudal, cuando la guerrilla intentaba desde allí lograr el triunfo de los justos, alarmada por la muerte de quién la hiciera mujer. Fabián había sido entonces, un aventajado estudiante de
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Derecho que logró eludir el cerco y mudarse a Buenos Aires, terminar la carrera e iniciar su profesión en fabriles y pobladas ciudades de la provincia de Buenos Aires. Allí, al calor de un pujante desarrollo industrial y comercial, sus servicios fueron permitiéndole a él también un crecimiento económico. Se reencontró con Teresa en trajinada calle, próxima al mercado, donde ella trabajaba. Se reconocieron, y volvieron a retomar algunos de sus viejos sueños. Ahora planeaban un concubinato y juntos, estaban en la búsqueda de una vivienda digna a sus actuales investiduras y necesidades. Teresa, quería a Mariela, sabía que si la abandonaba en esta etapa, su destino sería muy triste. Para Fabián, Juan, le traía el recuerdo de su infancia en Famaillá, allí donde vio la explotación en las plantaciones de caña de azúcar y los amoríos de muchas parejas que vivían, prácticamente, en los surcos mullidos de los cañaverales. Feliz miseria aquella, donde la inocencia bailaba al compás del sonido sordo de la caja y el bombo. Ambos coincidían que los chicos serían su familia. Teresa aún estaba en condiciones de ser madre, pero, los temores la paralizaban… el deseo de prolongar su juventud y la realidad de los años era un freno. La pantalla del televisor la envolvía en la tragedia sangrienta del día donde, una parturienta joven había tratado de ahogar su hijo recién nacido, entre la tragedia del abandono y la promiscuidad de su vivienda. Ella había convertido su casa en un hogar con dos hijos adolescentes a los cuales vigilaba con celo maternal. Con Fabián planeaban una regularización de la pareja pero, el gran conflicto lo tenían frente a estos dos jóvenes, a los que habían llegado a quererlos como verdaderos hijos. La realidad les decía que eran dos adolescentes y, hasta dudaban de la existencia de un vínculo más peligroso que el de su verdadero sentido de amistad. Teresa andaba tras ellos, observándolos continuamente y si bien nada anormal había visto, su duda de mujer con experiencia de años vividos en esas Villas de emergencia, le decían que el peligro de un desliz existía, en cuanto ambos sintieran correr por sus venas el calor del sexo enardecido.
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Fabián se despidió de Teresa y se alejó lentamente por las calles suburbanas de San Fernando, rumbo hacia la avenida Libertador en busca del colectivo que lo acercara hasta su casa. Por el camino, la cara de Juano, lo seguía como una obsesión. Se veía él, adolescente, cuando debía recorrer los cerros de Famaillá, para llevar algún mensaje al contacto que la guerrilla tenía en el último bar, frente a los espinillos. Luego, en el patio del colegio secundario con el rector, escrutándolo detenidamente, como si el tuviera algún signo identificatorio de la entrevista mantenida la noche anterior. Vio los ojos de Juano, inteligentes y captadores de todo. Le habían informado del robo de la campera y las zapatillas a los hermanos mellizos de una de las familias acomodadas que vivían en el barrio más bacán de la zona. Metido dentro de sus pensamientos, no reparó en la proximidad del micro y subió pesadamente. ¿Dónde irá Fabián con Juano de la mano, atravesando su camino hacia la madurez? Él que había jurado fidelidad a la Ley… Pagó su boleto y sentado en el último asiento, cerró los ojos, sin intención de dormir. Una serie de controvertidas ideas se mezclaban en sus neuronas y los rostros de Teresa dentro del mercado, regalando simpatías y equivocando los vueltos de los clientes. Más allá, la risa burlona de Juano ante algún mohín poco convencional que le brindara Mariela, desde la humeante cocina de la casa, enclavada casi en la Villa de los carenciados, pisando el arrabal Centro del viejo San Fernando. Todo se entremezclaba con su viejo Tucumán, con antiguas casonas, algunas convertidas hoy en conventillos, igual a las porteñas, en donde hacían sus aguantaderos, descuidistas y amigos de la holganza y de lo ajeno… Sin embargo muchos de los que le permitieron su salto al gran Buenos Aires, son de allí. Algunos, aún hoy convertidos en astutos estafadores, alimentaban su buen pasar. Escatológicamente, esas leyes a las que él juró cumplir fielmente, estaban entre las que le orientaban y hasta, (murmuraba en sus adentros, mientras el colectivo se bamboleaba por calles poceadas) le enseñaban como defender al reo, de los alcances de la justicia. Entonces recordó la “Divina Comedia”, allí Dante, aludiendo al florentino Villani, que
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fue muy adinerado por agradecer a la Iglesia (y él le agradecía en cuanto juicio limpio o sucio ganara) no haciendo distingos de conciencia para la ganancia que, según Fabián decía, todo le era permitido si se ajustaba a la letra de la Ley. (Crónica VIIIversículo 6). Pero el micro seguía vertiginoso, dando tumbos y a él, le parecía que Caronte había caído en medio de un torbellino y la barca, en cualquier momento lo desembarcaba en una de esas enormes lenguas de fuego donde las figuras languidecían en medio de gritos lamentos, llantos e improperios. Lo zamarreó violentamente una frenada brusca y tuvo que apelar a sus brazos para no caer y asirse fuertemente del el pasamanos. Había realizado una maniobra el chofer, para evitar un choque y el pasaje estaba a los gritos, un niño de brazos pegaba alaridos, como si el mismo diablo estuviera enhorquetándolo en su tridente. Agradeció el alboroto, sin el cual hubiese perdido el rumbo, ya que en la próxima parada, debía descender. Había llegado a destino. Mientras entraba y recogía alguna correspondencia arrojada por debajo de la puerta de entrada, pensó nuevamente en sus proyectos de trasladarse hacia una zona céntrica, a la casa que había visitado con Teresa. La figura de Juano y Mariela, volvieron a su memoria, al tiempo que se despojaba del saco y la corbata, revisaba su heladera apoderándose de una fría botella de vino, un trozo de queso, un plato con fiambre y los depositaba sobre una mesita, en medio del silencio de sus ya cansadas noches de soledad. Son unos Ángeles, murmuró, pero, pronto dejarán de serlo si no se los encamina. La policía aturdía con su sirena, como una forma de tranquilizar al barrio, como las viejas rondas, a las que hacían referencia algunos clientes más veteranos. Quería olvidarse de ese medio, al que estaba atado por sus muy abundantes honorarios. Se imaginó a Juano comprometido con las bandas juveniles que venían asaltando para quitarle sus atuendos de marcas a quienes conocía por la buena situación económica. Las sirenas policiales le molestaban. “Aprendemos sacrificios para engañarnos”, murmuró mientras saboreaba un vaso de vino tinto, agregando, en realidad vivimos engañándonos
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permanentemente. ¿Por qué sentía por ese adolescente tanta compasión? Acaso el recuerdo de sus noches perdidas, tras la ilusión de una revolución sangrienta sin muy claros objetivos… Los ruegos de su madre, la desaparición de sus hermanos. Una repentina iluminación del cielo, que se observaba desde el ventanal de su cocina le aclaró el porque de las estridentes sirenas que se originaban en los móviles policiales y desde el cuartel de bomberos del Tigre y San Fernando… recordó lo común de los incendios en la zona, tan cargada de aserraderos y fábricas de cajones para la fruta y verdura que se cosechaba en las islas del Delta. Se asomó a la puerta, tranquilizándose. El incendio no era tan cerca, pero si parecía grande. Mientras tanto, Teresa, junto a sus dos protegidos, sentados en torno a la mesa, iniciaban el diálogo común, pero ameno y cariñoso. -¿Cómo te fue hoy Mariela, mucha tarea, no te dio una mano este sabandija? Inquirió sonriente. -No. No hubo nada especial… Este sí, vino y se fue… dijo que se iba en busca de una campera que le había comprado al Cacho. Juano palideció y la miró como reprochándole la infidencia. Mariela a la defensiva y sonriendo, le decía a Teresa ¿no es cierto Teresa que el recibir propina por llevar los bolsos con las compras hasta el auto de las señoras platudas, no es malo? -¿Quién dijo eso? -El Juano. No quería que le dijera que se compró una campera… no de marca… son muy caras… ¡He! Dice que usted se iba a enojar. -No porque la propina es un pago de servicios… después es voluntario. ¿No, Doña Teresa? Juano bajó la vista y siguió callado -Che Mariela cortala con eso de doña Teresa. -Si, lo que pasa es que yo la respeto mucho y es como mi mamá.
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-Tu madre es tu madre, y lo será toda la vida. Si no viene este fin de semana, iré yo a verla. No quiero que se desentienda de tu falta o que mañana o pasado se me acuse de lo que no hice. -¿Y también le dirá que yo estoy aquí? Intervino Juano. -No Juano, con vos tenemos una charla muy especial… para después de cenar. (El fondo sonoro de la charla, también allí eran las sirenas de los bomberos y servidores públicos. El incendio parecía de proporciones. -Poné la T.V. Mariela, a ver si dicen algo de ese lío… Parece un incendio cerca. Juano dejó de comer y se quedó mudo. -Che Juano – dijo Mariela – no te enojés, viste que no dijo nada… es buena Teresa. -Si… pero va a buchonear a la Villa… yo me las tomo. -No seas boludo, querés… -Y se fue a la cocina, donde Teresa comenzaba a lavar los platos. -¿Qué le está pasando al Juano? -No, nada… Tiene miedo que lo lleve a la Villa y el Viejo lo encierre en un reformatorio. Siempre lo amenazó así. Cuando fue a trabajar en un taller, no le dieron los documentos y dice que nunca los tuvo. No es cierto, tiene el papel de nacimiento. Si nació en un hospital. No se los quieren dar porque lo usan en la juntada de cartón… no lo quieren… -¿Y a vos? ¿Te parece bien que en casi dos meses no vino nadie de tu casa? -Si… pero ellos no saben… -No saben, no saben… pero… mamarse sí… Juano se quedó frente al televisor y dejó volar su imaginación, atrapado por una serie de violencia policial. Su instinto se alimentaba con las mismas calorías que diariamente consumía, como los otros jóvenes que merodeaban el mercado, de su mismo origen y costumbres. Golpes de yudo, patadas, corridas, robos, alguna que otra violación, secuestros, robos de bolsos o carteras y caseteras de automóviles que se estacionaban en los alrededores del mercado. Los envidiaba y en cualquier descuido del dueño del puesto y de Teresa, se plegaba a la barra, donde ya había conocido al Cholo, a Cacho, Arturo y al Negro Mota. Con los que salía, después del cierre
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del negocio o entrada la noche, con el visto bueno de Teresa. Ella conocía esas travesuras y los dejaba. También de los anárquicos y callejeros que eran casi todos los jóvenes de esa edad, cualquiera fuese la Villa del Gran buenos Aires. La serie comenzó a aturdirlo cuando entraba ya la parte final, el “Bueno” comparece ante la Corte y el juez lo culpa, más por ser negro que por el robo y la violación. Entonces su imaginación lo llevó hasta su amigo el Negro Mota, que siempre encabezaba todos los desórdenes con una saña que lo hacía temido. ¡Qué los parió!... es cierto. Estos negros son bravos… si me rajo, me lo llevo. – Pensó- La figura del abogado defensor, se le asemejó a Fabián y un temblor, le recorrió las vértebras, ante el temor que se lo lleve con él… Es muy fifí y se las sabe todas… para mí que no es abogado. Recordó que días pasados acompañó a uno de los changarines del mercado hasta la comisaría. ¿no será botón? Se preguntó -¿Doña Teresa? -¡Che, vos también, guardate el doña! ¿Qué querés? -No disculpe… le preguntaba si lo de la charla es ahora o puedo ir a dormir. -Mañana…mañana… camino al Mercado. ¡Temprano! El sueño era un torbellino infernal de monstruos y corridas. De pronto, la figura del concubino de su madre, se le apareció feroz, babeante, como un muñeco carnavalesco, bamboleándose y en una mano un enorme cuchillo amenazante. -Así que vos sos el piola de la Independencia. Dónde vas a parar que yo no te encuentro, mocoso de mierda. Decía esto al tiempo que agitaba el enorme cuchillo, blandiéndolo a derecha e izquierda. Juano esquivó los golpes al tiempo que gritaba ¡Mariela! Rajá… rajá… está loco. Y se tiró de la cama. Mariela corrió a su lado y lo tomó del brazo. Los jóvenes se abrazaban y temblaban, al tiempo que Teresa les alcanzaba un vaso con agua fresca. El imberbe, pálido y demudado, lloraba abrazado al único elemento defensivo que halló a mano, en medio del sueño, su almohada. Sabían perturbarlo esas pesadillas pero, desde que vivían en esa casa,
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estaba más seguro de si mismo. Mariela sabía de esas torturas, pero nadie lo había visto. La noche siguió con el fondo del nervioso ulular de las sirenas policiales, ambulancias y otros servicios de salvataje. La obscuridad del cuarto tornaba impenetrables los objetos y un chillar de grillos y croar de sapos a la distancia, renovaba la vieja visión de la Villa, a la que estaba atado por años y parientes. Los villeros, todos esos hermanos diseminados en el territorio de su tierra, esa tierra que según los monumentos levantados en plazas y ciudades, había sido gloriosa históricamente bibliografiada. Los hombres que luego fueron buscando la propiedad y su propia gloria, la encasillaron hacia esos villorrios que hoy se conocían como “Villas de emergencia” y hacia donde acudían a sacudir sus lacras todos los necesitados. Las viejas historias de guerreros y de patriotas se fueron languideciendo y otras más grises, más miserables, dieron vida a los “Jean Valtín”, “Matecosido”, “el Pibe Cabezas” y a la “Cabeza frappe” del italiano que un tiro se pegó en el almacén. Los conventillos con baldosas rojas, o con grandes arabescos, bordeando los patios en cuyas casonas se edificaban reinos inexistentes y medievales costumbres de violaciones que se fueron sucediendo con el tiempo. Los que nacían allí, primero el rancho habitación, vivienda y cementerio, luego conventillo y Villa de emergencia, eran los Ángeles, los Ángeles carasucias que morían para dejar de serlo. Los elegidos, que los veían nacer, también descubrían sus alas y hasta los veían volar, cobijados en su plumaje. Eran los ingenuos, los que aún tenían fe. Los que se persignaban al pasar frente a la Iglesia. Los asépticos a toda miasma, los generosos incondicionales. Los locos que se entregaban a la solidaridad. Juano era uno de ellos, Mariela, su compañera de vuelo, conformaba uno de los espíritus celestes que crearon los dioses de todos los cielos y que generosos entregaban su amor y sus sonrisas. Ingenuos para ofrecer su bondad, aún sin entender los límites de la cordura. Generosos para darlo todo, con su fe, su laboriosidad, su alegría, su locura feliz de la inocencia.
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En las horas que volvían las ausencias, cuando todo dejaba el gris por el azabache, los insomnios columpiaban la luz en las ojeras y Fabián se vio colgado a su tabaco pasando las horas. La Universidad Nacional de Tucumán, se le aparecía suntuosa, cargada de célebres personajes, deambulando por sus salones y pasillos. Allí con ese cimiento provinciano, como una especie de milagro, vio levantarse la Carpa donde se congregaba lo mejor de la poesía del país. Los veía a Castilla, Aldonatti, entonando coplas junto a los Anzoategui, a Elvira Juárez, Sara San Martín, Raúl Galán, José Fernández Molina y él, Fabián recibiendo el bautismo casi imberbe, acompañando la reunión, al sordo golpe de la Caja. Esa Caja, que congregaba al son de su ronca vocerío, lo más granado de aquella Universidad Nacional de Tucumán a cuyo conjuro, edificó su doctorado, bajo la alerta mirada de Eugenio Virls y Roberto Herrera, la palabra de Julio Prebich y Ricardo Somaini… Y otra vez la Barca de Caronte, le reclamaba otra actitud más proclive a la justicia, que a las leyes, fuera de la ética y la verdad. Las leyes… esas leyes ordenadas por el hombre, con bases en la justicia que impone la sociedad dividida en clases sociales y donde los intereses de la propiedad, son más fuertes que los bienes morales y éticos del ser humano. El incendio seguía congregando a la distancia otro juego de leyes, riesgos en intereses. La noche caía sobre todo el norte del Gran Buenos Aires, donde la lucha por el bien y el mal jugaban cada segundo a suerte y verdad. Fabián seguía con sus cavilaciones y una sombra se le ocurrió ver delante. Era la figura de Juano, se estremeció… como si esa sombra se corporizara avanzando hacia él, sobre el filo de una cornisa… como aquellos años de la guerrilla, cuando avanzando a machetazos firmes, abría picadas, en medio de las Sierras de la Frontera… Juano daba vueltas en el sofá, tratando de espantar el insomnio que intentaba cercarlo.
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-¿Vamos Juano? Insistía Teresa apurando al joven con el desayuno. -Ya va Doña… -Vamos, vamos, m’ hijo… que se hace tarde. -Chau, Mariela… agregó Juano, al tiempo que trataba de besar a la joven, que estiraba su cara instándolo a la despedida. -Vamos… vamos… Juan, tenemos que hablar. Un temblor recorrió su cuerpo y en la cara se instaló el terror. -¿Qué te pasa muchacho? ¿Nunca tuviste una charla franca con tu mamá? -No, Doña… -¡Te dejás de joder con el doña…! Realmente parecés un gallina. No me gustan los hombres sin fe… sin huevos… ¿Me entendés? -Si Teresa -Entonces… ¿de qué tenés miedo? ¿Te fallamos en algo, desde que estás con nosotros? -No… Teresa… Pero usted dijo anoche que visitaría la Villa… y se me ocurre que se le puede escapar que estoy aquí… Tal vez los estoy molestando. Pienso que a lo mejor le vinieron con cuentos porque soy amigo de los pibes que van al mercado, el Cholo, el Cacho… y pueda creer también que yo fui el que afanó a los mellizos del barrio bacán. -Mejor es que no sigas hablando. El miedo es mal compañero y es el gran negocio de los que mandan. En este mundo, lo mejor es no saber nada. Nunca acordarse de los nombres de los compinches, de cualquier macana en la que se hubiera participado. Y ya que te largaste a contar, lo que no te preguntaba, ahora empezá de nuevo, si es que te alcanza el tiempo para llegar al Mercado. ¿Estamos? Juano enmudeció, su cuerpo quedó como paralizado. Las piernas las sentía agarrotadas… se puso y sacó las manos de los bolsillos varias veces. Teresa entendió la crisis y aminoró la marcha en silencio. El mismo se hacía filoso y molesto. Se paró en la esquina del Mercado y tomándolo del hombro, le acarició el rostro con la otra mano…
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-Quedate piola, Juanito… Bajo mi techo, no se cobijan batidores, ni vigilantes… ¿me entendés? ¿Arriba ese ánimo!... a trabajar contento y si querés, a la vuelta, la seguimos… ¿Si? Me gusta el tema… Yo no vendo a nadie. -Gracias Teresa, si esta noche no viene Fabián, le cuento… El Mercado ya era un febril ir y venir de gente. Proveedores tardíos y algún proveedor minorista, que completaba la provisión de mercadería para la venta diaria. Juano y Teresa, se agregaban al engranaje y comenzaron el duro trajinar de la jornada. Mariela, remoloneaba la iniciación de las tareas hogareñas, a las que se había amoldado, como si sus casi catorce años, los hubiera desarrollado así. De la Villa, le quedaba ese estar tirada en el catre, oyendo la radio y haciendo volar la imaginación en alas de la canción con ritmo de bolero y Cha-cha-cha. -Doctor Fabián Arguelles ¿Usted tiene a su cargo el caso Marié, contra Gómez – Estafa? – Había preguntado la secretaria del Juzgado. -Si, señorita Marina. Tengo audiencia a las nueve, falta media hora. No llegó el defendido… -Está bien, aquí está el expediente. Fabián se levantó y tomó el expediente para actualizar conceptos y agregar un nuevo folio. Luego se sumó al grupo de abogados que aguardaban su turno. Cada uno con su caso y su carga de verdades y mentiras legalizadas. La cabeza era un continente inexplorado, por donde aún reptaban ovíparos enormes de mandíbulas dentadas. Sentía las escamas de su cuerpo con un temblor centellante que le invadía las vértebras haciéndolo palidecer. Sus neuronas se negaban a responderle las incógnitas que inundaban el cerebro. Por la gran avenida circulaban enloquecidamente, vehículos de dulce colorido. -Che tordo, ¿Fuiste a ver la casa? -¡Hola qué tal Manolo!... Sabés que no.
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-¡Qué joda!... Parece que el tipo tiene otro intensado. -Mirá; Manolo, vos sabés como es la cosa… cuando te ven cara de ganas, te hacen desear. ¿No es así? -Y, si. -Bueno, el tipo te quiere apurar… y yo, quiero las cosas despacio. El día había pasado tumultuosamente. En todas partes se corría. Todo el mundo estaba apurado. -Por favor, doña Teresa me despacha… tengo que atender a mi hijo… va a la universidad, sabe. Otro cagador más, pensó silenciosa, mientras esbozaba una sonrisa y le decía a Juano: ¡Mirá cuando yo también diga en la verdulería: Me despacha primero, que el Juano tiene que ir a la universidad. ¿Qué te parece? -Sabe Teresa… Fabián quiere que yo haga el año de primaria que me falta y que inicie el secundario… está loco… si yo no sé ni medio. -Claro que no sabés… yo tampoco, pero si no me pongo a estudiar para mejorar mis conocimientos, para enchufarme en un curso de computación… pierdo el tren y quedo en el andén para toda la vida. ¿te das cuenta Juano?... de eso quería hablar con vos. Y Mariela también… Cuando volvamos a casa hoy, te olvidás de la Barra y charlamos los tres… ¿estamos de acuerdo?... ¡Se acabó la joda!... -¡Qué macana!... había quedado con el Cholo… -Con el Cholo nada… Hoy, tenemos reunión de gabinete… ¿estamos…? Terminá con la fruta… el patrón nos está mirando… -Hay poco laburo, hay… ¿no? -Si… terminá con esos cajones. Juano siguió la tarea y volvió a sentirse prisionero. Una sensación de perseguido lo acosaba. Se vio debajo del eucalipto, despertando a media noche, cuando el carguero lo despertaba con el tun-tun, tun–tun, del rodar pesado, las llantas gastadas, con el tren lleno de cereales y piedras. Querían cambiarle la libertad total, para encasillarlo dentro de una sociedad que hacía agua por todas partes. La familia. Esa familia que le entregaba la televisión, cargada de prejuicios,
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violencia, pornografía o la de su origen, con tabiques de cartón o bambalinas de algún descolorido trapo de cortina, con olor a grasa y mugre. Trapos y botellas ocupando todos los lugares. Gritos, gestos y peleas. Todo, al borde de un fino cordón por donde transitaban los días en permanente equilibrismo, sin una red protectora que evitara el desastre de una caída. En África en medio de un continente aún estancado en la barbarie, a piel y selva, la muerte convive con los Ángeles. La hambruna les llega con la muerte ya instalada apenas despierta la niñez, mientras las moscas dibujan en su geografía celular, continentes aún no descubiertos. En tanto se embarcan contingentes médicos de occidente, bien alimentados, que depositan todos sus conocimientos adquiridos en universidades y laboratorios delante de una imagen. Luego esos mismos científicos, despotrican o enjuician a manosantas, curanderos, adivinos, parasicólogos y toda esa ralea de farsantes. ¿Y el juramento hipocrático? ¿La ley?... El hilo se sigue cortando por lo más delgado. La noche llegó luego de un tranquilo día de trabajo. La aguda crisis corroía los presupuestos y eran los pobres, quienes sentían más el duro trance que se vivía. No sólo se restringían en los gastos de objetos prescindibles, también se mermaban los gastos en alimentación, vivienda, ilustración y medicamentos. Sólo se cumplía con lo estrictamente necesario. El Mercado era un termómetro infalible a esa realidad. A mayor consumo de carne picada, mayor era la miseria que sufría el pueblo. Teresa conocía perfectamente ese pulso popular. Juan y Mariela, aún no entraban en el análisis de esa realidad pero, conocían en carne propia, los grandes sinsabores de esa situación… Fabián cruzaba la calle para entrar en la casa de Teresa. Desde una ventana, Juano, lo ve llegar y corre a darle aviso a Teresa. Mariela alisa su cabello y ligeramente entra en la cocina a preparar el mate. -Che Juano… ¿y si nos piramos hasta la avenida? -Pará Mariela, Teresa me dijo que hoy, había reunión de gabinete y allí viene el presidente. -¿Quién?
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-Ja, ja, ja… Fabián, bola… - ¿Y lo de presidente a que viene? -Es una joda Mariela. Teresa quiere hablar con nosotros… parece que hay un arreglo entre ellos… ¡Que se yo!... Quieren que estudiemos todos… ¡Hasta Teresa! Va a iniciar un curso de computación Todos los misterios de la Luna se develaron y la ciencia, terminó por ahogar las ilusiones. “El hombre que se ajustó a la razón está perdido. La razón esclavizó a todos los que son bastantes para dominarla”. Escribía Jorge B. Shaw.- Leía Fabián mientras aguardaba el arribo de su defendido. La audiencia estaba agendaza para las nueve, quedaban aún diez minutos. El sabía que el caso estaba perdido si se efectuaba un razonamiento ajustado a la verdad, de manera tal, que sacaría de su abundante anecdotario de mentiras, la que más se ajustara a su defendido y, sobre ella, estructuraría la defensa. La audiencia se efectuó y una irónica sonrisa de triunfo, lo acompañó en su largo camino de regreso. Pero, había que ganarle tiempo al tiempo. Decía Sócrates que “estaba demostrado (comenzó a razonar para sus adentros; Fabián) que si queremos saber (tener ¿?) verdaderamente alguna cosa, es preciso que abandonemos el cuerpo y que el alma sola, examine los objetos que quiere conocer.” Mi alma desde anoche está volando sobre la cabeza de Juano. ¿Qué razón existe para que ese muchacho se instale dentro de mi conciencia?... Entonces volvían sobre sí, los “Diálogos de Platón”. Sócrates le daba el valor al alma sobre el cuerpo y fue el cuerpo de la Ley que habían modelado en la Universidad, el que había hecho de él, un hábil doctor en Derecho. Ese mismo cuerpo que le estaba exigiendo una vivienda más digna y un medio de movilidad acorde con su nueva situación. -Sabe Doctor, la casa está en muy buenas condiciones. Tiene comodidades ideales para un profesional, está en el corazón de San Fernando, a cien metros de la Iglesia y la plaza, sobre la misma avenida.
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-Sí, pero lo que usted pide por ella, está fuera de la realidad. Por el chalet que está en la calle lateral, sobre el otro frente de la Iglesia, me pidieron, poco más de la mitad de lo que usted pide por esta. -¡Bueno! Pero tiene una habitación menos y no da sobre la avenida. Tampoco tiene el jardín al frente. -Pero sí un parque interior… -Vea doctor, el precio es justo. Hablaré con el dueño y trataré de lograr alguna rebaja. ¿Le parece bien? No lo creo… pero… Mañana lo llamo ¿está bien? -Inténtelo… la casa me gusta, pero no llego y Manolo, me dijo que el dueño tiene ya un comprador… -No puede ser… tiene un contrato de venta firmado. No puede hacerme eso… -No se aflija mi amigo… le sacaremos la comisión que le corresponde… La Ley señor… la Ley ¡Inténtelo! Mañana no me llame. Pero yo, a la misma hora. Hasta mañana. -Hasta mañana doctor. La hora había llegado. La reunión de “gabinete”, se realizaría con la presencia de un invitado muy especial. El doctor Ricardo Fabián Argüelles. -Chicos, a no desbandarse. Gritó Teresa, mientras tomaba a Fabián de la mano y lo ajustaba a su cadera. Reunión de “Gabinete” -Si Teresa, contestaba Mariela, mientras Juano tomaba la bandeja donde estaba acomodado todo el juego completo, con los elementos para matear- Pava, yerba, azúcar, calabaza, bombilla, cucharita y platillo. -¿Entonces vengo a matear… o a molestar? Preguntó Fabián, mientras se acomodaba en un amplio y mullido sofá. El televisor, apagado frente al grupo, sería el único mudo testigo de aquél encuentro. -No querido, llegaste justo. Necesitábamos la presencia de la Ley… agregó sonriente. -¡La pucha, qué importante soy!... -Che Teresa… no sigas julepeándonos... -Bueno, bueno… basta de bromas, agregó Teresa. Vos Mariela empezá la mateada. Nada mejor que la tibieza de unos amargos, para entrar por la senda que nos une a todos.
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-¡La pucha!... viene seria la mano, agregó Fabián. -Yo creo, interrumpió Teresa, que sí, es seria. Ya que se trata de ordenar las cosas que vos y yo Fabián, queremos arreglar. -Bueno, ¿son tantas las cosas? Agregó Fabián sonriente. -Y si es asunto de ustedes… ¿qué hacemos nosotros aquí? Preguntó Juano con tono tímido, mirándola a Mariela, que también había palidecido-Bueno, vamos a poner las cosas en orden. Continuó Fabián. Empezá vos, Teresa. Teresa venía chapaleando barro, por el largo camino, orillando la zanja de la Villa. La única canilla de agua potable y de la que se proveían todos los habitantes de ese barrio. Hacinados en unas doscientas casillas, amontonadas en un área de diez mil metros cuadrados. Había que acarrear varios baldes para cocinar, higienizarse y beber. Mientras cargaba parte de lo necesario (dos bidones de plástico de unos diez litros cada uno) maldecía el tiempo, frío y lluvioso. ¡Tan distinto a su viejo Santiago!... Chau Teresa, le gritaba Mariela que se deslizaba alegremente en medio del lodazal que separaba el barrio del bajo, cubierto de agua y junco… donde finalizaba el mundo. Teresa buscaba equilibrio mientras pensaba ¿cómo vine a parar aquí?. Ese hijo de puta del Turco, me engrupió de lo lindo…venite pa ya… arreglamo todo y nos juntamo… hay laburo… Yo salgo a chanquear y vos podés sacar unos mangos ayudando en algún boliche… vino no nos va a faltar… turro… como si yo me mamara… ¿Borracho de mierda! Pero que no se me presente nunca, Dios mío. Si no fuera por la Tucumana (así llamaba a la madre de Juano) no sé que hubiera sido de mí. Al fin, entre ella y los chicos, levantamos aquel rancho que me permitió al año volar de allí hasta San Fernando. Teresa, la santiagueña no transaba con nadie. Ninguno, en los bailes que se armaban por esos lados la veía. Nadie podía engancharla en nada anormal. Siempre estaba presente en el dolor y la solidaridad. En cuanto mejore este tiempo de mierda, me largo en busca de una pieza, en un barrio como la gente. Lejos de este barrial. Con lo que gano me voy a arreglar. No pienso darle la dirección a nadie… ni a la Tucumana. Los vendré a visitar algún domingo… y chau…
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-Bueno, dale che, Teresa… ¿en qué pensás?... yo también tengo cosas que decir… apuró Fabián. -Está bien…Viajaba… -Ya me di cuenta. -Miren chicos, se trata de un paso muy importante el que vamos a dar y… como esto es una familia, queremos que todo se haga con la aprobación … o dar opiniones… que se yo. Para mí, ustedes no pueden, ni deben, volver a la Villa… Si ya hace como cuatro años que vivimos juntos. Nadie vino por ustedes. Hemos enfrentado las cosas, sin temores ni problemas. Quiero decir que la familia somos nosotros, los que estamos aquí tomando mate. Juano seguía mirando la copa del eucalipto, donde los pájaros comenzaban a disputarse los primeros arrumacos. En el andén se descolgaba la pandilla de purretes pedigüeños, estampiteros y unos cuantos villeros punguistas, mercachifles de golosinas y vendedores callejeros múltiples… ¡Diez artículos por cinco pesos! Y comenzaba la larga lista de artículos prescindibles, pero siempre útiles. Desde un busca polo, peladores de cable, tijeras, alarga cable, enchufes y enchufes triples, una linterna, etc., etc… Todo lo necesario para el hogar a un precio de regalo… pueden revisarlo sin obligación de compra. Si… ya le entrego… otro por aquí… gracias… Con cinco pesos apenas compra un atado de cigarrillos… gracias… todo un regalo… otro por aquí… gracias… Si yo le hubiera llevado el apunte al coso ese … estaría prendido con la merca… Lo había encontrado una noche medio tumbado, en uno de los bancos de Retiro… ¿Así que vos sos de los pibes que abren las puertas de los taxis? -¿Levantás muchas propinas? -Si.- Respondió Juano -¿Y nadie te pide merca? -¿Qué es eso? Entonces me hizo oler un polvo blanco que me dejó de apoliyo… cuando desperté, no valía nada. ¡Menos mal que no fui más… volaba.
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Mientras Teresa se esmeraba en decirles que haría pareja con Fabián y que todos seguirían juntos en una nueva casa. -¿Vos qué opinás, Juano, te estás durmiendo? -No, doña Teresa. -¿Empezamos otra vez con esa? -No… No… Disculpe… sabe, se me cruzan los cables. -¿Pero, entendiste lo que dije? -Y… si… lo que no sé, si no es mejor que cada uno vuelva a su chiquero… como diría el entrerriano de la Villa. -Bueno, con vos vamos a hablar después, se interpuso Fabián… ¿Vos Mariela, qué opinás de lo que dijo Teresa? -Yo estoy conforme… ¡Me gusta! Y a este hay que ablandarle los sesos, agregó, dirigiendo la mirada hacia Juano. Fabián se vio de nuevo tratando de subir el primer cerro rumbo al Aconquija, para llevar informes a los guerrilleros que estaban en medio de las montañas. Se vio con los dieciséis años de Juano, con iguales rebeldías pero ya con un pie para terminar la secundaria. Lo vio a Juano mucho menos romántico e ingenuo que él, ahora con sus treinta y nueve años quería modelar una arcilla que él no alcanzó… Sentía por Teresa un amor especial, ella también venía de ese interior del país, donde los Ángeles existen antes de morir… Los Ángeles que él conocía eran los Juanes, los que se vieron engañados por una sociedad casi feudal… donde la igualdad de derechos, era una hermosa figura retórica, utilizada para conseguir que unos pocos se queden con el mayor esfuerzo de las mayorías. Los Ángeles de Botticelli, en nada se asemejaban a estos anémicos y pobres, sin ropas ni techos, alejados de toda posibilidad. No eran hermosas figuras rubias y de ondulados cabellos con azules ojos, túnicas y hermosas alas de níveo plumaje. El arte del renacimiento, no vio la dura pernada del feudalismo, el magro pan amargo de los campesinos y los mendigos rotosos… Los Ángeles de Fabián, esos Juanes descalzos, los sin ropas, los trabajadores de la cultura, los que aún mantienen invictas sus manos de lo ajeno. -¡Doctor! Dijo Mariela. ¿Y usted que tenía que decir?
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-Ha,… si… dijo sorprendido. ¿Te acordás la casa que fuimos a visitar los otros días? -Si. -Bueno, creo que si baja unos pesos, con la ayuda del crédito bancario, podríamos poner en marcha el proyecto. -¡Bárbaro! Dijo Teresa, abalanzándose sobre el cuello de Fabián al tiempo que lo besaba… ¡Qué alegría! ¿Nos casaríamos antes? -Sí… pero sin ninguna aparatosidad… sencillito y de entre casa. - ¿Pero, algún amigo o familia? -Veremos Teresa, veremos. Mañana voy a conversar con el martillero que tiene la propiedad… Después daríamos el paso del casamiento… ¿Les parece bien? -A ustedes también chicos… se quedaron mudos, agregó la futura dueña de casa. -Si, contestó Mariela, que volvía de la cocina, con carga de agua caliente y yerba nueva. ¿Es linda la casa? ¿Dónde está? -Es hermosa –contestó Teresa- está a la vuelta de la plaza. -¡Qué bien! ¿En pleno centro? -A lo bacán – murmuró Juano molesto. Por su mente, pasó la visión corpulenta del eucalipto y por el andén de la estación, la silueta rubia de aquella obrera o empleada que todos los días corría a aquél convólvulo metálico que arrullaba sus sueños. A Fabián también lo perseguían las visiones de sus años tucumanos. La familia desarticulada en la guerrilla, había desaparecido. Sólo le quedaba una hermana, hoy con vivienda en Avellaneda, abrazada a la clase obrera, a la que estaba ligado por ideales y luchas… Sí, pensó… ella debe estar en mi casamiento… es la única cuerda que mantiene en alto el pendón de los ideales que su padre le había legado… Esta provincia maldita, atada como un apéndice a las enloquecidas costumbres capitalinas, lo tenían como a un secuestrado, prisionero de las costumbres consumistas de este duro cielo, en una civilización que en 2000 años de construcción, no había aún desterrado el hambre, el analfabetismo, la desocupación, las pestes, los virus que se multiplicaban con nuevas formas de
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enfermedades, vicios… degradaciones… Enormes avances tecnológicos, fastuosos edificios, monumentales valores de egoísmo, medios de comunicación, babélicos supermercados y globalización de todo, coloridos, sicodélicos ritmos musicales, robóticas figuras, luces y fantásticas maneras de transmisiones satelitales. Pero había algo que no explicaba su confundida cabeza. ¿Qué tenía que ver su encausamiento social, su oficina de abogado, su matrimonio… y esos dos jóvenes que se erguían como testigos de una reorganización, a la que no pertenecían? ¿Cuál era la razón que lo empujaba a ser custodio de dos menores a quienes ni conocía?... Ese sentimiento de solidaridad que no encajaba dentro del esquema que él y Teresa programaron durante un largo tiempo atrás. Si bien su origen provinciano, la sensibilidad y una similitud de privaciones, en nada se parecían a su infancia. Algo lo llamaba a sentir las cosas de ellos como propias. Él conoció el amor de una familia… Juano era el resultado del desorden, del alcohol, el abandono. Teresa era otra cosa… compuso con Fabián un frustrado amor de juventud… la madurez los había reencontrado y allí estaban pretendiendo encausar sus vidas… Pero… ¿y esos dos chicos. Cuál sería el destino? Era muy romántico preparar el futuro de esos dos jóvenes pero… en medio de una sociedad tan convulsionada y en franca decadencia en sus valores éticos y morales, la aventura no resultaba tan atractiva. Juano se rebelaba ante la idea de un ordenamiento en sus días. Se veía poco menos que obligado a cumplimientos que siempre había repudiado. Le atormentaban los horarios y la idea de continuar la universidad. Para Mariela, esa perspectiva la asumía agradablemente. Verse como las demás jovencitas, bien vestida y con ciertos lujos, era uno de sus fervientes deseos. -Bueno, chicos… ¿estamos de acuerdo en encarar todos juntos, una nueva vida? Preguntó Teresa con voz firme y alegre. Fabián tomó a Juano del hombro y lo atrajo hasta su cuerpo. ¿Vamos hasta el almacén? Ustedes preparen la mesa
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dijo, con Juano traeremos algo para matizar la espera… ¡vamos!... y muy juntos se hundieron en la oscuridad de la calle. -Che Juano, ¿qué te parece la cosa? -Y… que se yo… no sé si no es mejor que yo me largue… -¡Qué vos te largues! ¿Estás loco? Vos sos mi amigo… y a pesar de los años que te llevo… hay mucho tuyo en mí. Me salvé de la Villa por mis viejos y a ellos les debo mi carrera. Hoy, casi no tengo familia… me queda una hermana viva… ¡y todos ustedes! ¿qué son… carajo…? ¡vamos Juano… todavía! Vamos a llevar… ¡un buen vino… un Cabernet! Queso… un pedazo de Gruyere y otro, Provolone, salamines, jamón, papitas fritas, maníes y pan… ¡una fiesta! El salto de un estanque a otro no es tan fácil. Se requiere cierto grado de estado físico, dominio y equilibrio. La salida de un medio social a otro va siempre acompañada de cambios económicos y grados de conciencia de clase. Históricamente había sido así. Los Ángeles vivían en ese mundo beatífico de apedrear el foco de luz de la esquina y asustar de noche a las niñas quinceañeras. Hasta que cerró la fábrica del barrio, los dueños desaparecieron dejando un tendal de jornales impagos, muchos proveedores ingenuos, esperanzados en su clase, pequeños fabricantes y manufactureros, creyentes del origen de Ford y Roquefeller… Eran Ángeles, en esa ignorancia sin especulaciones apriorísticas. Advertían un porvenir mágico, donde el ángel de la igualdad recorría las Villas, sin obras sanitarias, repartiendo equidad, el agua pura y la sabiduría, en hermosos copones transparentes y aureolados de amor igualitario, eslabonados con pomposas nubes de fraternidad en libertad. Ese realismo mágico de la abundancia compartida alegremente, erradicando el dolor y la violencia. Bendita hora primogénita que engendró querubines de todas las razas, sin dolor y sin penas, donde Juan se halló rodeado de Angelitos rubios, rosados, sin dolor y sin hambre. Entonces, aquel sueño de iguales ante la Ley, le obligó a devolver aquellas alpargatas de marca, que la moda proclamaba televisivamente. Era una admonición que la justicia hacía pasar todas las horas, para
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que la maldad nunca más, volviera a vivorear por el sendero de los hombres… Pero ahora, Fabián había hallado en las páginas de la “Isla de los Pingüinos”, el porqué estaba frente a frente con Juano, explicándole, la razón que daba aquel fraile al imponerle el sacramento del bautismo a su grey de la isla que, a cascotazos, ensayaban con la división de la tierra, la creación del derecho de la propiedad privada. Piedra angular de la historia. Este derecho da origen a estos Ángeles que, pegotean la ciudad con sus insultos. Que suben y bajan de los transportes con su carga de mugre y odio. Su mochila de resentimientos y angustias. Que aparecen con sus ojos iluminados de picardía y audacia; que son capaces de salvar del abismo a cualquiera, como de robar sin temores, desde una factura, una fruta, una cartera proletaria, como la caja de un banco. Alguien les inculcó sicológicamente, grabándoles las neuronas, que la libertad es la propiedad; quien no la posee no es libre. Pero, Fabián trataba de equilibrar, el resto de provincianos defraudados una y mil veces y él, universitario, graduado en Derecho, que debía manejar esa ley, encajonando las reacciones de esa sociedad. Pero ella, estaba montada sobre aquel principio que, avalando el poder de la propiedad, el caníbal que se comía a un hombre muerto, era menos pecador que aquel que, asumiendo su histórica formación lo cazaba vivo para alimentarse. Esa compleja ley, había terminado por convertirlo en un abogado prudente, de exitoso tránsito por los tribunales penalistas, buscado y muy bien recompensado por los grandes señores de lo ajeno. Juano, cada vez entendía menos. Entonces se subía a una nube y viajaba. ¡Qué carajo tendría que ver el caníbal, los pingüinos, el fraile hablándole en latín a los pájaros bobos, que sólo razonaban a graznidos… Están volviéndome loco y para colmo, son tan boludamente buenos, que están haciendo pasar el último tren y tendrán que dormir todos juntos en el suelo… De qué me servirá terminar la secundaria, si la Teresa se mete de cabeza en la computadora y con sólo apretar un botón, descubre el valor del dólar en China, Holanda o los Estados Unidos al mismo tiempo, el mismo espacio y aún lo relativo, sigue siendo vigente. La nube se detuvo, Juano bajó y entre su campera con tres tiras, halló la cara de su madre que muy suavemente le
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murmuraba… ¡No pierdas el tren Juanito! La Villa ya no existe… la están sepultando. La mano aún niña de Mariela acariciando su rostro, que comenzaba a cubrirse con un bello rebelde, casi rojizo. Fabián en mangas de camisa y sin corbata, levantaba su copa del buen vino Cabernet helado con el cristal solidificado de un cubito. Los ojos brillantes, las manos dibujando arabescos con el cabello y coronando esa reunión de gabinete, con la aceptación parcial de lo tratado. Habría casamiento, cambio del teatro de operaciones, Mariela sería la responsable del orden de la nueva vivienda y… Juano, por ahora, seguiría siendo el Ángel. Él deambulaba senderos sudorosos de la mano de un señor poco confiable. Las culturas entrecruzaban en los charcos, sus significados de arcilla, silex y años. El vuelo se ensayaba entre los picos que aún no conocían las sandalias y el Cristo de alpargatas, gateaba entre maderos que ya habían mancillado otras espaldas. La rosa de los vientos, sin bautismo aún, jugaba con la brisa y se filtraba por roncos socavones que intentaban un silbo. La noche jugaba con las estrellas que hacían carritos tirados por machos cabríos, cuya cornadura devenía en hoscos espirales y los ornamentaba con rutilantes collares que extraía de constelaciones más áureas. Entonces, los querubines con alas, eran todo una fiesta… la angustia permanecía oculta en las profundas cavidades de los astros, de donde no salían nunca … la muerte, la tristeza, el hambre y las enfermedades, se debatían entre el ser y el no ser, entre los virus purulentos de su propia gestación. Nadie acercaba el rayo de sus ojos, para evitar que sus luces encandilaran un solo germen y, aferrado a sus palpitaciones, se escondiera ese solo, que copulara y convirtiera la luz en partícula genética. Pero todo eso fue antes, cuando la prole se mantenía sin el miedo y la noche se poblaba de música y de soles. Juano conocía que, abordando el andarivel del Ser Social, siempre se desnivelaba la vida. Escalón para entrar en el consumismo que la T. V. idealizaba en cada minuto computarizado en publicidad. Debía aligerar sus alas, desplumándolas lentamente. Dejar de ser ángel para entrar deformado y deformante, en el lúgubre río del Infierno. Allí Caronte depositaba su carga, con derechos a desarrollar más
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que su personalidad fruto del medio social, al poder de la propiedad privada. Primero el oro, luego la ética y la moral. El Ángel sabía que en esa lucha, a la que lo impulsaba Fabián, llevaba entre sus propias contradicciones, nuevas formas de vida. No se trataba solamente del cambio de vivienda. Co ella venían también otras condiciones de vida, impuestas por un singular estado social. Seguramente que ese espulgar sus alas frente a Retiro, extendido al sol junto a la Torre de los Ingleses, no sería ya el descanso cotidiano, después del almuerzo de un pancho recalentado y con bastante mostaza agriada. Tampoco podía extenderlas sobre el diván, dejando volar los plumines entre almohadones y parquet encerado. Cambiar esa libertad total, de encontrar la muerte, el hambre, el frío, la ignorancia, la droga, la violación, por otra vida donde la aceptación del derecho implicaba también, reconocer la existencia de obligaciones a las que debía ajustarse inevitablemente. Obligaciones impuestas por personas que no lo consultaron nunca y que medía a ellos con el derecho de propiedad. Hay un componente más en aquella sociedad inicial de los Pingüinos. El fraile no estaba solo… ¿Quién lo envió a bautizar a esos palmípedos ? La sombra de la Torre de los Ingleses, había alcanzado sus alas extendidas al sol y sintió frío. Era domingo. Teresa le insinuó salir de paseo. La nueva vivienda, mantenía a todos muy atareados en buscar, acomodar, encerar, ubicar los nuevos muebles, establecer espacios, reservar lugares y paredes. -Andá Juano, salí… ¿Tenés plata?... ¡No vayas a andar saltando de vagón a vagón, para no pagar boleto!... Disfrutá… Tené cuidado… ¿Qué significaba eso de tener cuidado?... si él era un Ángel… que no le habían abandonado sus alas… El tránsito de un estrato social a otro, no fue difícil para Mariela. Teresa ya llevaba unos años caminando ese sinuoso sendero de costumbres, donde el vidrierista, luego de quitarse el calzado de rutina, dejándolos al pie de la tarima, se cubría los pies con unas medias sin costuras y caminaba como una gacela, entre la fina mercadería expuesta. Ella ya había superado la etapa de los asombros y sorpresas, adquiriendo todas las costumbres de esa sociedad consumista. No
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obstante, su instinto de clase le advertía el filo de la cornisa por donde debía extremar los cuidados equilibristas. ¡Allí era necesario el uso de barras para no caer al vacío! Juano por el contrario, cada paso a dar, en esa cuerda tensa, sentía náuseas y se negaba al uso de todos los elementos que lo igualaban a ese entorno al que no quería entrar. -Mirá Mariela… todo esto me confunde… me siento igual a aquel chingolito que tenía enjaulado en el rancho de la Villa… ¿te acordás que al final se lo vendimos a un mango al pibe de la casa blanca?. ¿Te acordás? -Dale Juano… si estamos fenómeno… mirá que pilchas… ¿Cuándo tuvimos algo igual? -A mi no me engrupen con la pilcha… -¡Todo Juano!... vivimos como la gente… -Si. No te lo niego… pero la calle, la libertad. -¡Dale!... afanar una fruta… rajarle a la cana… fumar… estar llenos de piojos… ¡por favor... dejame de joder… ¡ Y si te querés ir… ¿qué esperás?... voy a hacer los mandados… chau… hacé lo que quieras… yo estoy bien… ya arreglamos con mi Vieja… tengo los papeles.. todo está bien… Juano como un pájaro enjaulado, chocaba contra los alambres… se sentía prisionero… extrañaba su libertad y sus transgresiones. Su Ángel estaba allí, pero sin volar. Sus alas, como si las hubiera untado con petróleo, pegajosas, pesadas y endurecidas… apenas si sostenían un vuelo rapante sin orientación ni viento. Dejó su bleizer azul sobre la silla, carpeta y libros sobre la mesa y se largó, en busca de un plafón necesario para probar su alcance de vuelo… Hacía tiempo que no vagaba sin rumbo… La calle como una musa mitológica, se mostraba fresca y sensual… invitándolo a una travesura. Sentía en sus espaldas no el peso libre de sus alas, por el contrario… era una sensación gomosa, con un plumaje aplastado y sin ese tremolar constante de luz y color. Pisó el asfalto, se le ocurrió hostil… hasta el pandillaje apedreándose, le pareció sin aquel toque de inocencia que creyó lo distinguía. Él había robado carteras, algún portafolio, que luego abandonaría por inútil, o bien convertirlo en objeto transferible. El cambio de costumbres con Teresa y Fabián, lo habían modificado. Notó que sus manos no tenían el viejo tatuaje de mugre, que sus zapatillas tampoco destilaban grasa, ni
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despedían olores o jugaban sus dedos por ventanillas en la punta. Juano no se sentía el Juano de la Villa… lucía un Ángel migratorio de la miseria, sus ojos, sin el brillo feliz, tenían igual, el mirar torvo de una pubertad adelantada, con su carga de rencor, su sentimiento de venganza y horror… aún el sentido de posesión por lo ajeno se mantenía intacto. Él, reclamaba desde el beso y la caricia maternal, hasta la parábola santa de aquel Dios que nunca vio, pero que le dijeron era todopoderoso y justo. El Ángel, aún reclamaba su cielo. Chilo estaba acurrucado entre las enormes columnas de hierro del andén 8 de la estación Retiro del Mitre y la pared. Juano caminaba al borde del largo veredón, observando las vías sangrantes de aceite y petróleo por donde las palomas grises, reventaban su pico, buscando restos de pan y golosinas. De pronto sintió en sus alas, como un respirar familiar que lo llamaba… Se fue acercando y entre aquel montón de trapos sucios vio escondido a uno de sus antiguos compañeros… ¡Chilo! -¡Chilo!... ¿sos vos? Mirame. -¿Quién sos? -¿No sos Chilo? Se encogió para atrás, apretando las piernas, entrecerró sus ojos, como si la luz lo hiriera y con vos, que trataba de ser firme preguntó: -¿Me conocés, quién sos? -Juano, Chilo…Juano, el que se piantó de la Villa… ¿No te acordás? -Ha… si, el pibe de la Ramona… ¿qué hacés? -Nada… voy al Centro. -¡Qué pinta! ¿Dónde vivís? -En San Fernando. -¿En una Villa? -No, estoy con unos tíos… mintió. -¡Andá! -Si, verdad, vivo con ellos… -Saltaste el corral… -Laburo y estudio -¿Me pagás un pancho? Tengo ragú. -Dale. -¿Tenés guita? -Si, algo tengo.
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Había llegado el momento de la confrontación. -¿Sabés lo que nos pasó? -No Chilo… ¿qué les pasó? -¿Te acordás de mi hermano? -Si, eran tres. Vos, Sergio y Mario… -Mario era el más chiquito. Tenía tres años. -Si, me acuerdo… -Sergio lo mató… -¡Cómo… dejate de joder… ! -Si. El Viejo tenía un veintidós… ¿te acordás que para fin de año siempre tiraba al aire…? Bueno, Sergio lo agarró y jugando le apuntó al Mario y lo mató… Lo llevamo al hospital con la Vieja… papá no estaba… andaba carboneando… se murió en el colectivo. -¿Cómo en el colectivo? -Si… corrimo hasta la línea… la que para en la esquina de la parrilla, viste… y un colectivo nos cargó y nos llevó al hospital… el Angelito murió en el viaje… La Vieja, firme, che… Pero yo, después del velorio me las tomé… vivo aquí. -¡Pobre pibe!... ¿Lloraba mucho? -No… pa mi que murió enseguida… -Pero Sergio… ¡que boludo…! Como va a jugar con una pistola… -Está muy jodido… lo llevaron en cana, lo querían dejar en un reformatorio, pero el Viejo se portó… la pelió, sabés… che Juano ¿y no te pagás una coca? -Si, Chilo… me hiciste pelota. Mario, había dejado de ser un Ángel. Los habitantes de la Villa junto al féretro blanco, juntaban sus lágrimas para mojar las alas que nunca más volarían. Retiro tenía la cara de los últimos años. Cuando la desocupación invadía los barrios del país. Las palomas, las cornisas de las casa viejas, en todos los espacios, se colaba la mugre diluyéndose la vida. Los Ángeles, los Carasucias, escapaban de las casas como espantados de la inmoralidad. Los nuevos maestros, los comunicadores, los enseñadores, entraban sin permiso y convertían la privacidad, en invernaderos de almácigos donde se cultivarían los futuros modelos del porvenir. ¿Acaso estaríamos pisando los umbrales del Apocalipsis?... Estos Ángeles terrenos, que deambulan por las calles de las
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ciudades, peleándole a la vida los espacios para sobrevivir, encarna uno de esos siete, según son revelados por el apóstol Juan. Ellos son portadores de la destrucción y el miedo. Juano lo dejó a Chilo, prendido de un pancho con mostaza en una mano y en la otra empinándose la coca… Un símbolo de la sociedad consumista. Se fue tratando de esquivar los sinnúmero de puestos callejeros que, como un mercado persa, ofrecían los más dispares artículos de consumo, videos, radios, caramelos y alfajores, ropas excéntricas, herramientas y juguetes. Un olor hediondo lo invadía todo.. La costumbre lo llevó hasta el pie de la Torre de los Ingleses y recordó las siestas sobre el césped de la plaza, cubierto por el sol. Una ráfaga de viento le golpeó la cara y se le ocurrió un cachetazo de alguno de sus Ángeles amigo, que había dejado de serlo, e incorpóreo ahora lo provocaba, al verlo tan elegante… -¿Se habrá muerto el Cacho?... Seguro que si me viera así, me provocaría… hasta que me calentara y nos agarraríamos a trompadas… ¡Que lo parió! Hijo de puta le gritó con todas sus fuerzas a un taxista que, al pasar sobre un bache lo salpicó totalmente. Sintió como si el taxista se estuviera riendo de él. -¡Pero mirá como me puso! -Son unos malvados. Comentó una señora que venía detrás. -¿Se da cuenta señora? -Pasate el pañuelo enseguida… si no tiene petróleo no te mancha, es agua de lluvia. -Si… más la mugre. Agregó Juano. Esto me pasa por boludo… si no tenía que venir por aquí… Tomaba el subte, bajaba en Diagonal y ya estaba en Corrientes. ¡Pucha que soy gil! Le dieron ganas de volver, subir al tren y regresar a su vieja Villa. La idea lo tentó, pero tuvo vergüenza que lo vieran con esa ropa. Recordó a Fabián que le hablaba del nuevo mundo, donde él estaba injertado ahora. Las palabras antítesis y antinomia, ya le eran familiares. Hay una tesis formal de las cosas y según Kant, la razón no puede ir más allá de los límites de la experiencia sensorial, ni conocer la cosa en si. Entonces,
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su pensamiento voló hasta la casa de Chilo. Se vio allí, con sus pantalones raídos, junto al hermanito de Chilo, Mario, sucio, con los mocos colgándole casi hasta la comisura de los labios… -¿Sos vos Mario?... pero la figura se esfumó y apareció Sergio, con una pala de puntear gastada y lustrosa… -¿Qué hacés, Juano? ¡Que pinta! ¿Dónde las afanaste?... No podía articular palabra alguna… lo invadió la vergüenza… La silueta de Sergio se agigantaba, jugando en el aire suspendido, en medio de dos grandes nubes blancas. Lo volvió a divisar al Mario, con su lata de conserva, juntando lombrices, que le alcanzaba Sergio… las manos sucias de un barro sanguinolento… Mario reía. Juano pasó la mano por su frente, perlada de sudor y un frío le recorrió todo el cuerpo. Tambaleó como si se desmayara, y buscó apoyo en las columnas del interior de la estación de Retiro. Algunas personas se le acercaron preguntándole si necesitaba ayuda… ¡Ayuda a mi! Pensó tratando de componerse… No… señor… gracias… tuve un vahído… gracias. Casi tocando las grandes pantallas de luz, debajo a bóveda de vidrio y cemento de la Estación Terminal del Ferrocarril, Sergio y Mario, seguían mirándolo burlonamente. Con lentitud fue recuperándose y, se encaminó hasta el anden desde donde saldría el convoy que lo llevaría de nuevo hasta San Fernando. Cuando el líder abandonó a sus seguidores, los marginados se hallaron desprotegidos. Según los más viejos, Ella, había sido la verdadera abanderada, la protectora de los desamparados, pero la muerte se la llevó temprano, antes de hacer cimiento suficiente para dejar al líder custodiado de verdad, de Ángeles eternos. Los Ángeles mueren antes, después vuelven al polvo… el mismo polvo con que los amasaron. En la sala del juzgado, Fabián defendía con la letra de la ley, al joven acusado de haber violado la hija del comerciante que asaltara. El juicio llevaba ya varias audiencias. Los padrinos del violador, habían entregado al defensor una muy fuerte paga. Es parte de los honorarios, decía.
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Teresa, dichosa en su nueva vivienda, comentaba con sus dos ahijados, (así los llamaba ella) el éxito de su compañero. -Es un gran abogado, repetía orgullosa. -¿Pero siempre defiende a balandras?... -¿Por qué balandras? -¿Y este tipo no es el violador de esa chica Méndez? -¡Qué chica! Es una loca que quiere sacarle plata a ese joven… Es el hijo de una familia bien. -Teresa… el diario dice que es integrante de una bandita de drogadictos. -Si le llevamos el apunte a todo lo que dicen los diarios, los villeros son todos borrachos y haraganes. -Bueno… Usted vivió allí… NO todos… pero hay de todo. -Sabés que pasa Mariela… la corrupción se filtra en todas partes. San Juan anticipa en el Apocalipsis, con el arribo de los siete Ángeles, a los portadores de la destrucción y el miedo. Dios envió a su Ángel para mostrar a los hombres las cosas que ocurrirían. Dice también: “Soy el Alfa y el Omega. El primero y el último. El principio y el fin.” -Teresa ya está para rendir… respondió riendo. No se nada de eso, la escucho y me apasiona. -Bueno Mariela, podrías decirle al Juano que te enseñe historia… va muy bien, dice Fabián. Dentro de tres meses empieza los exámenes del secundario, ¿viste? -Sí, pero Juano no anda bien… ¿no vio que siempre anda callado y triste. -¿Triste! ¿te parece? Si tiene de todo. El Fabián está contento. Le hace bien todas las diligencias. -Sí, pero está triste… a mi ni me da bolilla… -Te parece… estudia, trabaja en la oficina del Tordo… ¿qué querés? -Sí, pero antes, cada tantote invitaba a dar una vuelta… ahora se va solo. ¿viste? -¿Estás celosa, Mariela? -No… celosa ¿de qué?... -Vamos… mirá que yo voy pa vieja. Mirá, cuando venga lo vamos a sondear.
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La audiencia había concluido y en principio el acusado, quedaba en libertad condicional. El caso seguía. Hasta ahora sin las pruebas suficientes de la violación, ni del uso de drogas. “Felices son los que lavan sus ropas para tener derecho al árbol que da vida y así poder entrar por las puertas de la ciudad. Pero se quedarán afuera los pervertidos, los que practican la brujería, los que viven en la inmoralidad, los asesinos, los que adoran ídolos y todos los que aman y practican el engaño” ¿Podrían los que sostienen la falsedad de sus argumentos, tener paz interior? De ser así, todo es válido, ya que la paz interior es el verdadero sentido de la justicia. Fabián tenía el total conocimiento de la ley pero, no siempre la ley dicta la verdadera justicia. El lavaba sus ropas con la ley que dictaron los hombres y la sociedad que se ajustaba a ella, tenía las llaves de la Puerta de la Ciudad. Esa ciudad contaminada de males, albergaba a cientos de Ángeles que dejaban de serlo antes de morir y para entrar al cielo o al Paraíso, donde moraban los dioses, debían morir. Entonces, el camino hacia el Infierno, estaba alfombrado de estos Ángeles que fueron creciendo en medio del horror… la mentira, la corrupción, las drogas. La ley le dictó al abogado los elementos para que legalmente, un violador saliera en libertad sin que su buen nombre y honor sufriera una mácula. ¡Pobres los Ángeles que, como Juano, se iniciaban en la lectura de los libros que escribieron, no los Ángeles carasucias! La sociedad fue fabricando sus leyes a partir del brujo de la tribu, para ir acumulando luego el poder, entre los poseedores del oro, sus esclavos convertidos en guerreros y la sabiduría encerrada en los Monasterios. Así, la ley fue desentendiéndose de lo justo, de la tabla de Moisés, de los Diez Mandamientos. El Sol dejó de ser sagrado, los ídolos abandonaron sus arengas y los pobres viejos pasaron a ser estorbos del mensaje. Las canas, las arrugas y las manos ajadas, se convirtieron en murallas que debían derrumbarse para dar paso a lo nuevo, (violencia de por medio) que traería alforjas convertidas en containers repletos de hambre y desempleo.
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Para Juano y Mariela, la nueva situación había trazado dos rutas divergentes, una rumbo al consumismo, la filosofía liberal y la otra, por la que transitaban oscuramente la pobreza, la marginación. Sin claridad, se introducían en el laberinto de la desesperación, buscando derrotar al monstruo de las mil cabezas, portadores de los males que venía engendrando la droga, las pestes, las mafias, los falsos profetas del Apocalipsis y la corrupción. Aquel origen, ya sangriento, en los sacrificios que los Brujos y adivinos imponían para venerar a los dioses solicitándoles protección, quedó incrustado en los genes. Seguramente que estos sacrificadores, los tendrían de los pitecántropos que antes brindaban la sangre a los espíritus. Entonces París, hijo de Priamo, rey de Troya, se convierte en el primer violador, al raptar a la princesa griega Helena. Los reyes impacientes ante la afrenta, abandonados por los dioses que postergaban los vientos inmovilizando las embarcaciones para invadir Toya, indujeron a Agamenon, hermano de Memelao, esposo de Helena, a sacrificar, ante los altares de Artemisa a su hija Ifigenia. Pero la Diosa, madre al fin, sustituyó su cuerpo por un ciervo… “¡Todo confundido en un mismo lodo!” Los sacerdotes, falsos adivinos, el rey violador, el orgullo, el instinto maternal, la guerra… Religión, oro, guerrero. Juano logró su propio vuelo pero, en la medida que la historia le fue descorriendo el velo de la civilización, sentía que sus alas no le permitían llegar al cielo, quitar a Dios, derrotar al mal, cegar la mentira, descubrir la sonrisa, repartir el pan. Fabián, hasta entonces su ídolo, estaba involucrado. Recordó el sermón lleno de cariño que le diera cuando se enteró del asalto a los mellizos del barrio bacán… y ahora el vivía a escasas cuadras donde habitaban aquellas familias, que entonces odiaba porque usaban ropas de marca… Había abandonado aquella amistad con Cacho y el Cholo… Fabián le informó que este estaba en un reformatorio ubicado en la ciudad de Marcos Paz. Es el fin de los maleantes, le había dicho… Seguía tratando de quitar las manchas que le dejaron la “salpicadura” del taxi. ¡Qué hijo de P… Lo estaba atormentando un fuerte dolor de cabeza. Un ir y venir de historias, de recuerdo, todos, como una inundación que
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arrasaba pasado y presente. Su origen, allá en las orillas de Tafí, entre las sierras, tirando al Norte, al pié del Aconquija y hacia el Sud, el verde cañaveral del dulce azúcar. De allí también era Fabián, entonces ciudadano, compartiendo ideales con aquella guerrilla que intentaba un mundo nuevo por caminos violentos. Entonces Ramona, su madre, soltera aún, también vinculada a esa juventud que luchó por el retorno del Líder, que trazó las líneas de un camino hacia la liberación, vió muertes innecesarias que no compartía y huyó. Se vivía un momento lleno de contradicciones, objetivas y subjetivas. Teresa y Fabián, no obstante pertenecer a una misma generación y a un mismo intento político, vivían realidades concretas disímiles. Ninguno de los dos captó las complejas contradicciones de aquél momento histórico ni tampoco entendieron las razones que los dividían. Después Ramona, su compañero y Juano a cuestas, hicieron el cambio encontrando albergue entre sus amigos en una de las tantas poblaciones marginales del Gran Buenos Aires. Allí convivió con miles de Ángeles Villeros, marrones, piel aceituna, agrupados en la solidaridad de la miseria compartiendo el pan, el agua, la sal y el vino también los malos hábitos. Años después, con un diploma bajo el brazo, lo vio llegar al Fabián en noches aún de militadas de gatillo fácil, buscando a sus conterráneos y a Teresa, que le sirvieran de contacto político, para ganar su pan honestamente… Pero, también huyó de allí, sin distinguir a los Ángeles que lo rodeaban… Pero, los Ángeles estaban… algunos, muy pocos, envejecían… muchos morían, dejando de ser Ángeles para volver al polvo del que fueron modelados… otros morían dibujando en sus ojos el cielo de su tierra, con olor a piperina, cereal, maizales, cañaverales, arroyos, ríos o desiertos de polvareda o sal… Ángeles que habían pasado los años de penitencia y ayuno, acicalando sus alas para nunca volar. Juano, estiraba el regreso. De tanto en tanto, miraba la solapa para ver si la mancha desaparecía, evaporándose. La sombra del eucalipto y la joven rubia subiendo al tren, volvía a aparecer cada vez que la melancolía le hacía transitar por los recuerdos. De pronto, un coche amarronado lo sobresaltó con un fuerte bocinazo. Lo miró y dentro, tomado al volante estaba Fabián.
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-Subí, te llevo… dijo sonriente. Juano no pudo contener su asombro. -¡Qué los parió… Echó buenas.. he! ¿Ganó el pleito del violador? Sobró piolín… aquí hay muñeca Juano! Subí, vamos a buscar a las mujeres… ¡Estamos de fiesta! -Lo felicito Doctor… aunque lo siento por la piba… -Subí, subí… no penses. Eso lo decide la justicia. El que paga, paga por un servicio… -Si, pero, según usted, la chica era una buena piba. -Así es… pero la ley es bicéfala y hay que conocer las dos caras… y si no, vas muerto… Pero… ¡Dejame de joder! ¿Es mi trabajo!... ¿no? -Y… si… -¿Qué te parece el coche? -¡Fenómeno! ¿Es un Fiat? ¿Es caro, no? -Mirá, no sé. El cliente tenía dos… me dio a elegir y me tentó… y lo acepté como parte de pago… Está a nuevo. -¿Quiere que lo vea un amigo que está a la venta de coches? -No… ¿Para qué? Vos ya sabés que a caballo regalado no se le miran los dientes. -Se las sabe todas ..¡He Doctor!... -¡Qué voy a saber pibe! Todavía tengo blando el corazón. Pocas cuadras más y estuvieron en las puertas de la nueva casa. -No bajés Juano… y empezó a hacer sonar la bocina del coche, estridentemente. -Algo intuía Teresa, ya que de inmediato salió corriendo directamente hacia el coche, con fuertes exclamaciones de alegría que desembocaron en lágrimas, cuando Fabián y Juano descendieron del coche y los tres se abrazaban en plena calle. -Mariela sorprendida se asomaba en uno de los grandes ventanales. -¡Vení Mariela!... vení… llamaba entre lágrimas… ¡Qué alegría Fabián, qué alegría! ¿Esta era la sorpresa, pícaro, de donde salió? -Menos averigua Dios y perdona… Del trabajo, Vieja, del estudio… ¿Qué te parece Mariela? ¿Salimos a dar una vuelta?
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-No se achique doctor, usted me dijo que saldríamos a cenar… ¿no es así? .Bueno, pero las señoras tendrán que opinar también. ¿No Vieja? -Vos me vas a hacer morir de un síncope… En tres meses salimos del barrio.. vivimos en una casa bien bacán y ahora el coche. ¿Cómo vas a salir de esta? -Tranquilos todos. El estudio está trabajando bien. Vos manejás la casa como en los tiempos de las vacas flacas. Mariela es una empleada eficiente y dentro de seis meses tendremos un secretario con un pié en la universidad… ¿No le parece que todo esto es el fruto de un esfuerzo colectivo? Mariela se había sentado en la parte trasera del coche y acariciaba los asientos, como si fuera una muñeca de las que nunca tuvo. Juano miraba toda la escena y sintió dentro de sí, unas ganas de salir corriendo como si la cana lo viniera siguiendo y se metió de pronto, dentro de la casa. -Nos arreglamos un poco y salimos , -dijo Teresaprofundamente emocionada. ¿Vamos Mariela? -Mientras me tomo unos mates. Agregó Fabián, al tiempo que echaba llaves al auto. Dentro, Juano, boca a bajo en la cama, desahogaba toda su ternura de Ángel -Vamos Juano… -gritó Teresa desde la calle.-Fabián, respondió con voz firme, me disculpa doctor… me quedo en casa… yo los espero… Llévelas a cenar, yo estoy muy cajoneado… ¡Por favor! -¿Te vas a quedar solo? -Sí. Los espero… ¡Por favor!. –Lo dijo suavemente pero, a su vez, con tal firmeza, que Fabián, salió sin inmutarse… ¿vamos!.. quiere estar solo. -¿Qué le anda pasando? Le preguntó a Mariela. -Y… que se yo… hace unos días que anda raro. -Vamos, vamos –insistió Fabián. Me pidió que las lleve a cenar. Aquí cerca, en la Panamericana hay una parrilla que se come bien. Dijo esto al tiempo que ponía en marcha el coche, orientándolo hacia esa vía rápida. Juano sintió alejarse el coche y se dirigió hacia la cocina en donde buscó un trozo de pan, al tiempo que murmuraba, “a
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pan y agua” como en otras épocas. Esta vida de bacán… no la soporto. Me falta el barro, la calle, el grito ronco de los borrachos y el piberío corriendo con alegría. Lo fue cubriendo un halo de misterio y sombra. Se vio corriendo entre dos muros por una calle larga… al fondo un arco y un frontispicio estilo gótico, al frente otra pared de piedra caliza donde, en simétrica formación, un millar de nichos indicaban un cementerio. Su verdadero padre, que había muerto de tifus, esta allí. Buscó entre las inscripciones, el nombre de su padre, pero… su madre, para referirse a él… le decía el Ramón… se llamaba Juan Ramón, entonces debería buscar un Juan Ramón Martínez… Guapo y trabajador. Sabía recordar su madre… y también un buen mecánico… cuando dejaron Tucumán rumbo a Buenos Aires se empleó en un taller mecánico… recordó. Luego enfermó y murió… Entonces vinieron los días amargos de su madre y… apareció el Cartonero… Siguió la fila de sarcófagos, hasta perderse en un campo de espinillos y arenales… Se le antojó ver entre las sombras, animales cuaternarios, dinosaurios y enormes pájaros con fuertes mandíbulas dentadas y alas cubiertas de una pelambre rojiza que le graznaban al pasar sobre su cabeza. Ensayó un vuelo que lo llevó hasta la cima de una montaña inhóspita… tenía sed… y entonces quiso volver a volar y cayó de bruces, mientras los monstruos voladores graznaban enloquecedoramente en torno a sus flacas alas que volvían a levantar vuelo, alejándolo de ese tétrico lugar. La sed seguía persiguiéndolo, pero a su vez le infundía valor . Su temeridad lo llevó a realizar un vuelo en picada hasta rozar el duro cuero de aquellos animales prehistóricos. Manoteando llegó hasta la llave de la luz y, el brillo del suntuoso comedor , terminó de despabilarlo. Abrió la heladera, sacó una botella de Coca Cola, el queso, volvió a la panera, tomó otro trozo de pan y se dirigió a la mesa de la cocina, en la que todo era nuevo y reluciente. Con un gesto de rebeldía, se sentó en el suelo y acomodó su carga, para darse un festín, a la antigua… murmuró. Tomó la bebida directamente del pico, cortó el pan con las manos y el queso con su propio cortaplumas. El mismo cortaplumas que trajo de su casa… cuando con Teresa visitaron a Ramona… ¡Para dejar las cosas en claro! – le había dicho.
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-Si está con vos, estoy tranquila… Dijo su madre a Teresa, aquel día. No le preguntó nada… tampoco a él lo consultó. Fue un arreglo de villeros. -Tenelo… aquí, apenas hay para uno solo, más ahora que el Viejo se fue. -Se fue… ¿A dónde? Má… -Y, que se yo… hay quienes dicen que está preso… otros cuentan otra historia… así que es mejor que te quedes con Teresa… Guardó la botella y el resto de queso, volvió a la cama y sin sacarse la ropa, como un borracho, se arrojó boca abajo. Sintió como si descendiera a un pozo profundo y una nube lo envolviese con un aroma de basural que le era conocido. Hacía algo más de tres años, que había abandonado toda esa vida. Ella, en otro tiempo llenaban ampliamente sus aspiraciones. La libertad que ahora, parecía le quitaban, esas satisfacciones sexuales que en temprana edad disfrutaba y que entendía hoy le regimentaban. Salir, volar, hacer negocios sin grandes complicaciones y sobre todo ¡la libertad! La habían robado lo mejor que en este momento extrañaba, ausente de caricias y a veces, algún aporreo, casi cuatro años sin ver a la Cata, al Cacho amurando a Mariela y a doña Rosa prestándole su rancho a la Rubia, para que pasara el rato, sin que su marido la viera. Entró a caminar las mismas calles que tiempo atrás, corría apedreando a intrusos de otro barrio. Las primeras, casi entrando a la Villa, unas eran de tierra, otras de cemento, con baches, de distinta calidad hechas en distintas épocas. Generalmente las puertas y las ventanas estaban reforzadas con fuertes rejas de hierro. En la medida que uno va dejando atrás el cemento de las calles y una que otra más de petróleo crudo y pedregullo suelto tirado para mejorar un par de cuadras, hasta donde llega un destartalado colectivo. Único medio de transporte de pasajeros que unía la Villa con la estación ferroviaria, al cementerio y la pequeña ciudad de la noche, desde donde se puede viajar a cualquier parte. Juano estaba en la entrada de la Villa, donde empieza el basural y todo se transforma, entre el humo y las zanjas hediondas que la circunda. Allí comienza la otra vida, la que él conocía mejor que nadie. Ramona llegó al barrio con Juano a
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cuestas, cuando este tenía apenas un año. Los perros y los chicos sucios jugaban en medio de toda esa inmundicia. Él ahora caminaba en medio de ese basural con un par de zapatos casi nuevos que los comprara Fabián, cuando los vistió de arriba abajo, con un bleizer azul, pantalón gris y un par de zapatos marrones, pelo corto, camisa blanca y un suéter verde con rombos blancos. ¡Un bacán! Murmuró mientras observaba a todos lados para ver si se encontraba con alguna cara conocida ¡cuatro años! ¡mucho tiempo!... Ya no me conoce nadie… En la medida que se iba adentrando a su viejo barrio, ve el arroyito, espeso y hediondo como siempre… Aparecen algunas mujeres con palanganas de plástico anaranjado o verde, lavando algunas ropas… y el humo, ese humo que molesta y que lo hacía toser. El barrio estaba cambiado, no era el mismo. Algunas casas eran de madera, otras de ladrillo de canto, unas que otras de cartón y latas. Tampoco yo soy el mismo. Cuando corría por estos callejones barrosos y malolientes, se dibujaba en su rostro junto a los ojos sin lavar y el barro acariciándole la piel, la alegría de vivir… Ahora lo invadía una sensación de miedo. Una ventana abierta, colgando en el alfeizar ropa de cama, le hizo ver, como en otros tiempos, un cuadro del general Perón, montado sobre un caballo Pinto. ¡Cómo lo querían!... murmuró, mientras continuó su marcha. Siguió, sin darse cuenta, rumbo a la quema. Por instinto, se dirigía como en otros tiempos en busca de sus amigos. Algunos de los que estaban recolectando el cobre de los cables y basura reciclable, lo reconocieron y se le acercaron… ¡Juano! ¿Qué haces aquí? Le dijo Lucho. Era el único de los antiguos, el resto pertenecía a otra generación. Se le fueron acercando y Lucho agregó a su anterior comentario: -¡Qué pintón hermano! ¡No tenés Jetra…! -¡Paren chee…! ¿No se imaginan cuanto los extrañé! -¿Per qué…? ¿Te tuvieron en cana o en un reformatorio? -No… nada de eso. -¿Y esas pilchas? Mirá que hay una barrita nueva que te la pueden dar. ¡He! -¿Y pa’ que tengo amigos? -¡Éramos amigos!
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-¿Cómo…? ¡Me rechazan! -No… Juano… pero no te queda bien juntar cartón… Lentamente cada uno de los que se le acercaron se fueron alejando. Sólo Lucho estaba a su lado. Por su mente corrían distintos pasajes vividos en común con alguno de los personajes que lo habían rodeado. Ahora sentíase solo. Aquel impulso que lo llevara hasta su ex barrio, le devolvía soledad. Tampoco tuvo deseos de volver. -Che Juano ¿Vivís con la Mariela? -No… -Dale.. lo jodiste al Cacho… ¿Te la morfaste vos?.. -No… te juro que no… -Me vas a engrupir, gil de goma!... Andá, rajá… (fueron las últimas palabras de Lucho) Después, lo dejó solo y continuó con su bolsa, rescatando lo más útil para el reciclaje. Se quedó un largo rato inmóvil, con la mirada fija en el grupo que, encorvados, parecían figuras inhumanas… cuervos grises gigantes, urgando las entrañas sangrientas de su presa. El humo, cada vez más hediondo y oscuro lo envolvía… lentamente retomó la senda del regreso … largas y penosas horas deambuló. Ninguno de los vecinos lo reconoció, algunos cerraron las ventanas a su paso. El cielo gris y pestilente viento sudeste, preanunciaba la llegada de un invierno frío. La boca de aquel convólvulo parecía que lo aguardaba. Había llegado a la estación. Apuró el paso y sin temor subió. No tenía boleto. Junto a él subía el empleado ferroviario que, haciendo sonar su silbato le daba salida al tren. Sintió que su corazón se aceleraba… ¡Tantas veces había viajado sin boleto! Ahora se sentía inseguro… La soledad, desconocida antes, lo atormentaba y comenzó a apurar el paso dentro del pasillo de cada vagón… Sentía que sus piernas temblaban y comenzó a dar vueltas su cabeza, cada pasillo que avanzaba… cualquier persona, hasta el más desprevenido, veía en su semblante el miedo. El guarda lo miraba sonriente. Ni se molestó en seguirlo. El tren llegaba a la estación. Juano se tomó del pasamano y en cuanto el convoy disminuyó la velocidad se desprendió y comenzó a correr escurriéndose entre la gente, saliendo de la estación… de a ratos, miraba para atrás, como si lo siguieran. Nadie reparaba en él… Sólo era un joven apuradote los tantos de ese populoso Gran
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Buenos Aires cargado de problemas… Juano era uno más… sus alas comenzaban a desplumarse y él sentía que se le alejaba el Ángel… ese misterioso hálito que cubría a todos los niños, borrachos y viejos, en los instantes más difíciles, evitándoles caer, más de una vez en las profundidades del Averno… ¿Milagros? -¿Qué se sirven... señora? Consultó el mozo del restaurante “El Cruce”. Tereza se ruborizó. Fabián ya acostumbrado al tratamiento de ese tipo de4 comercio se adelantó agregando, por ahora una picadita, con un Michel Torino bien frío. Mariela lucía elegantemente, así los había vestido Fabián a todos. Ella aprovechó la ocasión para iluminar sus tempranos quince años… Una minifalda negra, una blusa blanca con bordados en el pecho, medias y un par de zapatos de charol negro con taco alto y fino, que resaltaban su figura. El cabello largo hasta los hombros con un toque de permanente y un collar de fantasía. Teresa, no menos ataviada, con sus cuarenta años, pero con un cuerpo tan atractivo, que hacía dar vuelta la cabeza a más de un caballero de los que estaban sentados en las mesas del restaurante. Fabián, sobrio, reía su total felicidad. -¿Qué le habrá pasado a Juano?... Preguntó preocupada Teresa. -¿Qué le va a pasar? Seguro que andará chiniteando con alguno de sus amigotes. Agregó despectivamente Mariela. Lo siguió un silencio meditado en ambas. -Vos decís eso porque estás enamorada… -Ja… ja, ja. ¡Ni lo piense! Si… ¡He!... Yo me chupo el dedo… El mozo había llegado con su bandeja cargada. Distribuyó la bajilla y todos los elementos para un buen entretenimiento. Comenzó la ceremonia habitual de abrir la botella de vino, servir un poco en el vaso de Fabián, hacerlo probar, luego la misma ceremonia con Teresa y aguardó el visto bueno para servir todos los vasos. Esperó la orden de Fabián que encargó una parrillada para dos. La cena transcurrió alegremente, con el gris que les quedaba por la deserción de Juano. El tema se tocó varias veces pero, la alegría del nuevo coche y la situación económica que mejoraba
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vertiginosamente, suavizaba los recuerdos. No obstante se notaba cierto apuro por regresar. -Ustedes… ¿quieren algo más? Inquirió Fabián. -No, yo estoy satisfecha… Me preocupa Juano. -Él es así. Insistió Mariela. -¿Un postre? Preguntó Fabián. ¿Un helado? -Bueno… bueno, agregó Teresa. Ya de regreso, todos salieron corriendo hasta la pieza de Juano. Un presentimiento igual, estimulaba el apuro. El desorden de la cocina, las luces apagadas y la cama sin usar, confirmó los augurios silenciados. Juano se había marchado. -¿Vos no tenés idea, dónde puede estar? Le preguntó Fabián a Mariela. -No tengo la menor idea. -Seguro que se fue a la Villa, opinó Teresa. -Noo… en la Villa no hallaría a ninguno. El domingo encontré en la avenida Cabildo un grupo de pibas de allá y me dijeron que la Ramona ya se fue. Al Cholo lo llevaron preso, con otros pibes, por afano. -¿Pero, ninguna de ustedes sabe nada de lo que hace este muchacho? ¿Dónde va cuando sale? -¡Fabián!... no te molestés. El chico está pasando un momento crítico. Todo este cambio de vida lo aturde. Siendo dueño de todo, nada es de él. Siente así psíquicamente el cambio… y lo rechaza. -Está bien Teresa… pero no podemos quedarnos así. Vamos a buscarlo. -Vos Mariela… ¿Tenés idea dónde puede haber ido? -¡Qué se yo! No se si tiene nuevos amigos. -No… ¿Dónde puede ir, usando los conocimientos de antes? -¡Al eucalipto! -¿Qué es eso? -El árbol donde dormía cuando se fue del barrio. -¿Dónde está? -En la estación… cerca de la estación del tren… el que va para Suárez… -¿Dónde está… sabés ir? Le preguntó Teresa. -No. Sólo con el tren.
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-Bueno… creo que lo práctico es irnos a dormir y esperar hasta mañana… Seguro salió sin destino fijo. Pero para volver… Después de todo no es un chico. -Bueno Fabián… ¡Tampoco es un hombre!... Pero si se fue es cosa de él. Mariela se había retirado lentamente y estaba llorisqueando en su dormitorio. -Si Teresa, mañana, si no vino, yo la llevo hasta el eucalipto. -Los fantasmas de la noche acompañaron a Juano. Había perdido la brújula de sus viejos lugares de escondite pero, no el instinto. Él lo llevó hasta la estación Malaver donde acomodó su cuerpo sobre el largo banco, a resguardo de la lluvia y el viento, oculto por una penumbra natural. Sobre un inmenso erial, se vio cabalgando solo. Un viento helado le cruzaba el rostro. A lo lejos, un basural rodeado de carretillas, cajones con ruedas, haciendo señales de humo…. Un charrete, tirado por un flaco caballo blanco. Sobre él, el profesor de Historia y Fabián, acomodando trastos, botellas y bolsas con cables y caños de plomo… -¡Profesor! ¿Usted aquí?... ¡Fabián! ¿El auto? -Subí… te estamos buscando… ¡Sabíamos que te encontrábamos aquí, villero! -¡Todo es igual profesor!... ¿De qué sirve esa evolución que usted sustenta en las clases? ¿Acaso aquella lucha de Sílaro, justifica la muerte de Espartaco? La voz de mando de Craso ¿Era más potente que la de Espartaco? -A que viene eso pibe… ¿Porqué te fuiste? -Que se yo… Me siento preso… ¡Tan libre como los gladiadores y tan temible como un miriápodo… -Vamos Juano… El cerro del Aconquija, iluminado con su corona nevada, miraba la plantación de cañas a sus pies con centenares de brazos engavillándolas, para hacer más dulce la mesa del “Té canasta”… Era duro el colchón de la estación, suave y mullido el surco con las hojas aún maduras… El escritorio, brillando por la diaria caricia de Mariela con su franela amarilla, húmeda del perfumado lustre. Los Códigos de Derecho Civil y Comercial, encorsetados por dos grandes figuras Romanas de mármol, sobre un costado y una hermosa
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carpeta de cuero con reborde dorado, en fuelle, colocada al medio del escritorio, haciendo juego con el resto del mobiliario. Sobre la pared, al frente, el diploma de la Universidad enmarcado, acreditando su condición de Doctor en Leyes. Doctor Ricardo Fabián Arguelles… El último vagón, pasaba ya el andén… Juano se despertó conmovido y sobresaltado, estiró su cuerpo. Comenzaban a pasar los últimos tules de la noche. Sintió frío. Se frotó vivamente los brazos tomando la posición vertical. Las luces aureoladas por la niebla, el silencio total. Se estiró nuevamente, como queriendo retomar los duendes de la noche y revisó sus bolsillos. Tenía los documentos, una lapicera y en su billetera… cinco pesos… cinco papeles de un peso. Subió en el primer vagón, junto al guarda del tren. El aspecto de Juano, no era el mismo. Su pantalón gris mostraba algunas huellas del basural y de las dos noches de abandono. Arrugas y manchas demostraban su condición de desamparo. Sus “Alas de Ángel”, sólo eran visibles para los ángeles y en ese tren… ¡Todos eran ángeles! Algunos denunciaban por su aspecto, poseer ya el pasaje para dejar de serlo. Metió la mano en su bolsillo y le pidió boleto hasta Retiro. El guarda lo miró, tomó el billete y extendió un formulario ilegible donde sólo se distinguía la fecha y el destino. Como animales, hacinados, casi uno sobre otro, las ventanillas cerradas, el humo de los cigarrillos, los alientos hediondos, los rostros, como apretando rabia y alguna que otra jovencita, cuidando los detalles de su femineidad. Recorrían el vagón, empujando, metiéndose por cualquier rendija, dos ángeles, recién emplumados, dejaban sobre las piernas de los pasajeros sentados, la estampita de alguno de los tantos Santos acreditados por la Iglesia Católica. “Una monedita… ¡Por favor!... Gracias, gracias. El angelito apenas cubierto por una camiseta sucia y un pantalón rotoso repetía al pasar la cantinela lastimeramente. Juano volvió a sus primeras experiencias, recordaba las corridas, el contar y recontar estampitas y monedas, el control del regreso… las formas de trampear al Viejo y el bondadoso dolor de la limosna.
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Retiro era la puerta del infierno. Otra vez volvía a sentirse entre los suyos. Allí, nadie era amigo de nadie. Era la jauría desatada. Sobrevivir. De pronto, se sintió un desagradecido. Después de todo, Teresa y Fabián habían hecho por él lo que nadie de la Villa, ni Ramona, su madre. ¡Le habían enseñado tanto!... ¿Porqué esa locura de la libertad? Le faltaban tan solo seis meses para alcanzar el título de bachiller… Después… Bueno… después volvería a charlar con Fabián… ¿Y Mariela? ¿Qué sería de Mariela?... Ella creía que Juano era su novio. Algo había…. Pero… Caminó hasta la parada de los taxis… uno de los “abrepuertas” lo estuvo mirando. Juano se dio cuenta y lo encaró. -¡Che tío!… ¿quién es el capo de esta parada? -Aquí no hay capo… que, ¿Sos de la cana? -No. ¿Tengo cara de ortiva? -No… pero de los míos… tampoco… rajá. Salió caminando rumbo a la terminal de ómnibus. Sentía hambre… entonces se dio cuenta que tenía que pensar. Recontó mentalmente sus gastos hasta ese momento y se metió en el primer boliche, junto a la estación del ferrocarril General Belgrano. -Diga Don... Quiere que le barra el negocio? Sorprendido, el dueño del bar, lo miró sonriente y apoyado de brazos en el mostrador, lo invitó a sentarse. Desde allí, dejaba vagar su vista por todo el local, sucio y7 lleno de papeles. Accionó la cafetera, sacó dos facturas depositándolas en el platillo, junto con dos sobres de azúcar. Llenó una taza con café y leche... Juano miraba sin entender. -Tenés cara de hambre... desayuná. Sorprendido Juano obedeció, al tiempo que decía: -Después le barro todo, Señor!!! -Está bien. Desayuná y vení. Decía mientras se dirigía a servir una mesa. Juano no entendía nada. El desayuno le pareció un regalo del Cielo, devorándolo en pocos minutos. -En realidad, no te necesito. Ahora viene mi socio y dos pibes como vos... Familiares también... -Pero... Yo no puedo pagarle lo que me sirvió...
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-¿Y quién te pasó la cuenta?... ¿Querés trabajar? -Sí. Ando en banda... -Vos no tenés pinta de ser laburante... ¿Qué te pasa? Juano no quiso hablar. Le dio las gracias, Señor! Y se fue. De pronto se encontró en medio del campo. Una sábana verde se extendía, bajo un luminoso cielo. Debajo de un paraíso descarnado, sin hojas, con una carga de savia en sus entrañas, que intentaba reiniciar su ciclo evolutivo. Juano, mostraba ya su viejo origen de “ciruja joven”... El bleizer era un saco desteñido, con gruesas manchas de grasa y bolsillos rasgados. Una mochila sin antecedentes y de cuyo interior, iba sacando una pava cachada y negra de hollín, un jarrito, bombilla y un paquete de yerba. Juntó unas ramas e hizo fuego con el cuál, intentaba calentar el agua (que sacó de un bidón de plástico) para matear. A pocos metros, la Ruta, le decía que había un mundo a su alrededor. Fue sorbiendo en silencio varios mates, invadiéndolo un sopor al calor del fuego y la bebida caliente... Mario estaba allí, a cinco metros del árbol... mirándolo con sus ojos tristes y su infaltable pala de puntear... La figura se esfumaba en cuanto intentaba mirar más detenidamente... Sergio, lo había matado de un tiro!!!... Pero él estaba allí, con su lata de duraznos en almíbar, oxidada, cargada de tierra negra con lombrices... Seguro. lo vio alejarse hasta la ruta y vender una bolsita plástica cargada con un puñado de tierra y lombrices a unos automovilistas. Se quedó mirando el silencio, mientras Mario se alejaba envuelto en el mismo polvo del tiempo. El fuego se consumió totalmente. Recogió todos sus cacharros, acomodó la carpa en la mochila y comenzó a caminar, al costado de la Ruta. Cualquier ruta - ¿Qué hacer? Se preguntaba. Mariela se adaptaba fácilmente a su nueva vida, descubriendo las ventajas de esa libertad. Ningún recuerdo agradable la ataba a su pasado, camino a ser mujer. Teresa suplantaba con creces a toda su familia. Además de sus cuidados, cumplía los deberes de madre con más dulzura y afecto que nunca recibió antes. Veía su futuro menos incierto.
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Fabián exigía y daba respeto. Habían pasado varias semanas desde el momento que llegó a la casa co su coche, tiempo largo para los que quieren... y nada se sabía de la vida de Juano... Fabián consideraba que lo mejor, sería dar aviso al Juzgado y a la policía del extravío. el Puente del Cruce de Rutas, lo estremeció. Un patrullero de la Policía Provincial, estaba detenido, justo en la rampa hacia donde se comunicaban las paradas de los micros. Juano no quiso mostrar temor y siguió firme en su andar. El radiotransmisor del patrullero, transcendía a su exterior. Pasó frente al coche policial, prestó atención a las órdenes que recibían. No entendió nada. Su instinto le decía que algo estaba pasando y se le cruzó la idea de volver... No... No, murmuró. No podía ni mirarlos... Se sentía un desagradecido... Después de todo- intentaba explicarse él mismo- No firmé ningún contrato... Mariela es distinto, ella es mujer... Yo tengo otro destino... Fabián quería un secretario... ¡Qué vivo!... Ahora tengo los documentos en regla, así que puedo ir otra vez a la fábrica... Aquí en Pacheco, hay muchos talleres de autopartes... ¡Porqué no!... Aprendo un oficio, tengo estudios secundarios... salgo de la Villa. Pero... ¿Qué domicilio doy?... y si doy el que tenía... El doctor no me va a vender. Pero... ¿Si tiene bronca?... El patrullero venía detrás, como siguiéndolo. Cruzaba una calle de tierra y dobló... Si se mete rajo... murmuró asustado. El coche siguió su rumbo. Caminaba lentamente... Si sigo derecho llego a la casa del doctor. Inconcientemente volvía al hogar. No... No puedo volver derrotado... pensó. Pasaré la noche en cualquier rincón y mañana temprano, llegaré a los Tribunales. Seguro que allí me resultará mucho más fácil hablar con Fabián... ¿Qué me puede hacer?... No es mi viejo... ¿No?. Caminaba como un sonámbulo, hablando para sus adentros, en un diálogo con su propia conciencia. Le quedaban dos pesos... y una depresión total, junto a un desequilibrio físico, con varios días deambulando, casi sin dormir y sin alimentarse. Pasó la noche. Los primeros camiones lo despertaron. Se acercó hasta una estación de servicios gasoleros, pidió permiso al empleado para poder higienizarse y usar el baño. Se lavó como pudo, sacudió sus ropas, se peinó y, casi con
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alegría, pisaba las primeras cuadras de la localidad de Victoria. Caminaba con urgencia. Quería tomar el sorbo amargo, lo más rápido posible. Pasó con su mochila en la mano, frente a la confitería de los Tribunales. Allí solía desayunar junto al doctor Aguilar. No se equivocó, allí frente a un posillo de café estaba Fabián... El doctor Ricardo Fabián Argüelles. -¿Qué te pasó Juano?... ¿Qué diablos te hicimos?... ¡Todo sucio! ¿Volviste a la Villa? -No Doctor... Quiero hablar con usted.... - ¿Sí charlamos en casa? -No... prefiero hacerlo a solas... -Yo tengo una audiencia ahora. -Lo espero Doctor. Me siento en la plaza... y lo espero. -No. Quedate aquí. -¡Con esta mugre! -Si, si... Llamó al mozo, pidió un café con leche completo. -Vos no te movés. Yo voy a hablar con el mozo. -- Espérame... ¿Está bien? -Lo espero Doctor... El caso era difícil y largo... Había que demostrar que una acción es buena, y que no todos son buenos porque para unos la acción sea buena. Juano lo vio alejarse, con su paso cansino... Atrás había quedado Mariela, atrapada en medio de la muchedumbre. El Cacho en tanto, trataba de evadirse de las manos policiales. El estaba en medio de ese escenario... El festival Roquero se hallaba en toda su plenitud. La muchedumbre enloquecida, coreaba el nombre de los jóvenes artistas, quienes agradecían esas expresiones de afecto, con sensuales movimientos y fuertes sonidos de sus respectivos instrumentos. En un sector se enfrentaban dos grupos antagónicos, que dividían sus fuerzas a golpes de puño y cadenas. Buscó en medio del tumulto a Mariela, que también seguía a Cacho, en alguna medida, el cabecilla de esa barra villera, seguidora del Rock Pesado. Evitando llegar hasta donde estaba el foco de la riña, Juano observó que Mariela estaba muerta de miedo. Esta, al verlo, sus ojos brillaron y corrió hasta donde él se hallaba. Juntos desandaron el camino
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y volvieron a la Villa sin ningún tropiezo. Con ese rumbo subieron al tren desde la estación Colegiales y se amaron. Exaltados por la música y todo el colorido, se ubicaron en uno de los vagones casi desiertos y, a media luz, iniciaron un juego prometiéndose amor intenso, eternamente. Habían vivido el primer instante de la adolescencia. -Che Juano. ¿No te ponés nada?... -¿Y... qué me voy a poner?... -Sos gil vos...? ¿Me querés preñar? -¡No Mariela!... No... tengo cuidado, me enseñó el José. Extasiados, completamente embargados por el sentimiento del amor, se abrazaron... hasta llegar al barrio, sin miedos, desafiantes. Toda la verdad carnal de esos ángeles... La vida les fue haciendo perder ese plumaje adolescente. Acomodó su mochila en la silla vacía frente a él, mientras mojaba la medialuna, en el aún tibio resto de café con leche que le había hecho servir Fabián. Bebía lentamente, la mirada fija en los cristales que daban a la calle y su cabeza volvía a rebobinar pasajes no borrados en sus actuales dieciséis años. No había hablado aún con Fabián y ya, el análisis sentimental se inclinaba por su regreso. Un regreso que no le cambiara su conciencia... Teresa le dijo muchas veces: “mirá Juano, tu madre siempre será tu madre. Nadie podrá borrar esa identidad... Pero... ¿Dónde estaba ahora? Durante esos días de vagancia, buscó en todos los lugares, donde ella habitualmente recurría... todos los lugares que él le conocía y nadie supo responder concretamente su destino. Alguien le adelantó, casi misteriosamente “Se ha güelto pal Tucumán”. Pero ¿s dónde? ¿Con quién?... Los abuelos, habían muerto durante un encuentro guerrillero. Nunca supo nada de ellos. Solamente que le dieron albergue a un grupo de jóvenes porteños, cuando se desencadenó el operativo Independencia y esa zona se convirtió en un campo de batalla. Se le acercó el mozo del bar preguntándole – Che pibe ¿Querés servirte algo? El doctor... Lo interrumpió Juano poniéndose de pie... -No pibe, no te asustés, el Doctor me dijo que te sirviera lo que vos pidieras...
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-¿No me tengo que ir? -No, quedate tranquilo. El Doctor me encargó que si no estaba a las doce, te preguntara si querías comer algo. Decía eso mientras recogía la servilleta y agregaba, “ha ¿que no te deje ir! -¡Ha, bueno!... Creía que el Doctor se había olvidado... Gracias! dijo mientras se sentaba. El mozo se alejó. El bar cambió toda la escenografía y sus actores. La mitad del local, pasó a ser, estructurado como un restaurante. El orden daba al local otro aspecto. Las mesas cubiertas por blancos manteles, bordeadas de sillas. Sobre aquellas, platos, cubiertos y servilletas simétricamente colocados, para servir dos o más personas. El otro sector, donde estaba Juano, permanecía igual. Preparado para parroquianos de café o algún aperitivo. Sobre un espacio luz entre las mesas y el gran cristal, vio la calle a todo sol, el cielo azul y la inmensidad virgen del misterio. Ese misterio aún desconocido, que puede sostener toneladas sólidas de materia. Esa inmensa plenitud de vida, aún no descubierta, como no lo son las miles de moradas de los ángeles que dejaron de serlo... deambulaban millones de Juanes y de Pablos... de Pedros y Marías... los Fabianes, los hermanos de Fabián y de Teresa... Ese inmenso congreso sin convocatoria todavía... Sin preludios, sin temarios ni tesis... a si... el Prólogo está hecho. Fabián bajaba las escalinatas del Tribunal, sin gran apuro. Como si fuera resolviendo un teorema sin respuesta todavía, perdido entre la inmensa divinidad del espacio. La tibieza femenina de ese sol del mediodía, lo acariciaba con su ternura milenaria, languideciendo sus pasos en cada uno de ellos... Juano lo ve llegar, con una aureola de nubes que lo atrapaba. Recoge su mochila y acomoda la silla que estuvo ocupándolo y aguarda la entrada de ese pedazo de amor... casi con llanto. Sus ojos brillaron como nunca. Fabián, sintió de lejos la humedad del beso largado a la distancia, con algo de pudor y reconocimiento, envuelto en una gota salobre que se desvanecía. El pasado volvía a ser presente y éste el porvenir. Allí estaban, los dos frente a frente. Ese era el presente... La visión del auto nuevo... Fabián al volante... -Y... ¿Ese coche , Doctor? -Ya... vamos a casa... es mío...
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Ese era el pasado. La parábola perfecta... Pasado, presente, futuro... -Bueno... Comenzó Fabián, intentando que Juano descargara toda su bronca, su impotencia, su frustración y su instinto clasista se viera liberado. Juano se movía en su silla, tratando de organizar sus palabras, sin descubrir sus flancos débiles. Él sabía que los Ángeles y sus estampidas no existían. Que los verdaderos Ángeles estaban entre sus iguales... Esos que compartían el pan y el techo en la Villa... estaban al borde del camino, con rumbos inciertos. Se hallaban entre las niñas, que sin parir, cuidaban la crianza de dos o tres hermanitos o sobrinos... En los jornaleros, constructores de viviendas... para los ricos. Los Ángeles dormían en casas de cartón, maderas y chapas... En verano los Ángeles bailaban y corrían calle abajo y chapoteaban barro en las aguas del arroyo más cercano... En invierno, muchos Ángeles dejaban de serlo... cuando el anhídrido carbónico reventaba los pulmones de los pobres que, escapaban a las frías heladas y las lluvias junto al hornillo dejado al centro del cubil, Juano había vivido todas esas muertes... y los Ángeles no pudieron volar... ¡Nunca volvieron! La bruja negra cubría con su manta, el vuelo de estos Ángeles. -Hablá Juano... ¿Almorzamos aquí, querés? -Bueno, sí Doctor... Yo no quiero volver así... ¡Qué va a decir doña Teresa!... Y Mariela... ¿cómo está Mariela?... me da mucha bronca volver así... Nuevamente el pasado tejiendo el presente. Los Ángeles muertos... sin sus alas... convertidos otra vez en polvo. Fabián en tanto, hacía marchar dos milanesas, papas fritas y una ensalada mixta... -¡Cómo te arreglaste estos días, comiste? -Y si... me arreglé... -¿Tenías plata?... -Cinco pesos que me había dado doña Teresa... -Está bien... ya viene la milanesa y la ensalada... ¿querés una Coca? -Bueno... -Traé dos cocas. Mientras comemos... contá... ¿Qué te pasó... con quién te embroncaste? -¡No, con nadie!
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-¿Te ofendimos. Qué diablos te pasó? - La verdad... Doctor... Me agarró bronca... no sé porqué. Me sentí mal... la casa... las pilchas... el coche... Me cruzó la Villa... los pibes flacos, sucios pidiendo moneditas... ¡Dando lástima!... el frío, la lluvia, los afanos boludos... una empanada... dos churros... una fruta... un bolso fácil con un monedero... y yo prendido en todo eso, con pilchas nuevas, un coche casi a mi disposición y a cenar en el restaurante más bacán de la ruta... Les estaba fallando a todos los amigos... Le estaba fallando al Cacho, en cana, al Mario... que lo mató el Sergio... a los flacos encanados...a las pendejas prostituidas. -Pará, pará... Juano... No te pongás así... Hablá despacio y... comé. Comé tranquilo. Tenemos toda la tarde... ¿Vos te crees que yo olvidé todo eso?... -No Doctor... Usted no tiene la culpa... Me agarró bronca... después, cuando se me vino la estantería encima... cuando entraron a hacerme ronda todos los fantasmas... me sentí peor. Volví a la Villa... -Así que estuviste en la Villa... ¿Cuándo? -Si... al día siguiente... nadie me dio bola... me rajaron... -¿Cómo te rajaron? -Y... si... me dijeron que con esta pinta... no me quedaba bien juntar cartón... ¿Qué le parece?... La vieja ya no está más en la Villa y nadie sabe nada de ella... ¡El barrio no era el mismo!... Yo tampoco... Así anduve unos días... pidiendo... Decía ¿Me da una moneda? Me faltan veinte para viajar... la gente sí, es siempre la misma... Dormía en los bancos de algunas estaciones... buscaba donde no me conocían... rajándole a la cana... la calle... me echaba ¡Doctor! -¿Y... ahora qué pensás? -No quiero nada de arriba... sabe. -Me parece bien. Las cosas hay que ganárselas. -Poe eso me siento mal. -Yo creía que te dabas cuenta de las obligaciones que te dimos... -No, a mi no me dieron ninguna obligación. Me vistieron, me mandaron a hacer el bachillerato en dos años... me falta terminarlo... todavía... -¿Y a vos te parece que eso venía de arriba? -Y... sí.
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-¿Así que mi despacho se atiende solo? El manejo de la Agenda de trabajo... ¿No lo hacías vos?. ¿No atendías el teléfono, el Correo, Tribunales... ¿ ¿Quién hacía todo eso? -Si... pero.. -Pero qué... Vamos Juano. Dejate de joder... vamos a casa, te bañás, te cambiás de ropa, estás hecho un mamarracho... Y el cuento, lo terminás de contar a Teresa y a Mariela... que son las que más asustadas estaban... ¡Ha!... y lo de Doctor, lo dejás colgado aquí... ¿Me entendés? Felices son los que lavan sus ropas... Los Ángeles seguían acicalando sus alas, para intentar otros vuelos. La eternidad los igualaba. Lo invadía un sopor tenue de vaho floral de la campiña que, quizá, era el que lo acunó en sus primeros años de vida... Esa sensación que jamás había sentido. Ahora, junto a Fabián, que aguardaba al Mozo para abonar lo consumido. -¿Dónde dejó el coche? Preguntó Juano. -¡Ni lo miraste!... allí... ¿No lo viste? -No. La verdad que no recordaba, ni color, ni marca. -¿Tanta era la bronca? -Y, sí... todavía tengo... sentimiento villero. -Hay que mirar para adelante, Juano. ¿Vos crees que los obreros deben andar con overol y en alpargatas? Como sabía decir el viejo representante de la década infame, Sánchez Sorondo? Acaso no tienen derecho a todas las invenciones que el hombre fue adaptando a la vida para mejorar, aquello de “ganarás el pan con el sudor de tu frente”. Si con sacrificios, capacitación... ¡Haber si me salís un renegado! Vamos a tener que charlar mucho... ¿Cuántas materias te faltan? -Un montón... No sé si voy a seguir Doctor. -¡Qué!... ¿Se vino con vos? -¿Qué cosa? -¡Ese “Doctor”! Acabala juano. Aflojá hermanito... Juano lo miraba a Fabián, con ojos de asombro, mientras, los brazos dorados del sol subían por la piel aceituna de su rostro. -Con Teresa, tenés que hablar largo y tendido. Ella sufrió mucho. Más que tu madre. Sin miedos. Clarito... y le contás todo, hasta lo que vas a hacer. Está muy preocupada y te
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quiere mucho. Mariela igual, pero, con ella vos sabés que tenés que hacer. -Me va a ser duro hablar con Teresa. Usted me resulta más abierto. -De cualquier manera Juano, ella es la que habló con tu Vieja. La responsabilidad es de ella. Así que a ser leal... ¿Estamos? -Sí... está bien. -En cuanto al estudio... creo que tendrías que pensarlo mejor... me parece. Ahora, todavía, estás caliente... -¡Pero de abogado!... ¿cuántos años van a pasar? -¿Viste qué bien anda el coche? -Está lindo. ¿Es un Renault, no? -Si. Es un 9 G. T. L. modelo 91 -¡Está bárbaro! ¿Las mujeres qué dicen? -Están contentas... pero, con tu locura... no se disfrutó. La locura del disfrute... es algo así, como hay que estar loco, para disfrutar de la vida. Acaso la vida sea un estado de locura. Había vuelto y... todo fue normal. Nadie le reprochó sobre su falta. Su dormitorio, con toda la paz de su ausencia. Pero olía un aroma de ternura en cada objeto. Ninguna hendija, por donde filtrara el humo de la quema. Sintió el llanto de alegría que le brindaba la ducha abrazando su piel, como una bendición inmerecida. Pasaba las manos sobre sus omóplatos, doloridos por las duras horas dormidas en los bancos de las estaciones ferroviarias y era el correr del agua como un bálsamo. Ahora, ya sobre las blancas sábanas con olor a limpio, dejó vagar sus pensamientos, volviendo a recorrer toda esa dura travesía, sobre un regreso imposible... “Jamás beberán las mismas aguas” Mariela, exaltada, caminaba por la casa, de un lado a otro, aguardando al Ángel perdido y cuyo vuelo quería detener para siempre. Fabián trataba de detener las lágrimas que la emoción arrancaba de los ojos de Teresa. -¡Bueno, Tere! Ya está aquí... ¿Viste con que vergüenza enfrentó la casa? -Parecía otro. Está más flaco. ¿No Fabián? -No, yo lo veo igual... ¡Tiene el pelo largo! ¿Me hacés un café? -Hei, Fabián... ¡Chee!... Ricardo Fabián
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La vos del Bagualero sonaba quejosa entre los cerros, al pie del Aconquija. No se si el canto e mi caja/ alejará al filisteo/ sé que mi sangre se juega/ por defender este suelo. -Che Fabián... ¿Estás sordo?... Que los parió...¿qué pasa? -Decile a Fonseca que se calle... han hecho una señal. -Che... Fonseca... dejá de cantar... parece que viene alguien. -Ta bien. -¡Es la Rosarina!... Fabián. El campamento todo se alborotaba... ¡Volvió la Rosarina!... Viva. -¡Viva la guerrilla!... -¿Venís sola! -Sí. -¿Qué te pasó?... -Es pa seguir cantando... -Pará... Viejo... pará. -¿Estás cansada, por qué te fuiste? -Fabián sabe... Pero nadie conoce el destino... hace tres días que estoy dando vueltas. -¿Estás segura que no te vieron? -A mi... aquí no me conocen... Me fui de noche y volví de noche... no paré en ninguna casa. La Rosarina extrañaba su familia... Cómo no extrañar a la madre... y se largó del campamento... igual que Juano... Lo mejor fue el silencio. Nadie le preguntó nada... ella sola fue contando todo... Seguro que con Juano pasará lo mismo. -Aquí está el café, Fabián... cuidado que está muy caliente -Ha... si... Tere, yo creo que a Juano no hay que preguntarle nada. Seguro que irá diciendo todo, fraccionadamente. -¿Vos creés? ¿No será mejor indagar para saber por qué se fue? -Lo va a decir solito. Por lo que me contó... le pesa el cambio. -Sigue siendo villero... ¡Por Dios! -Nosotros también Teresa... cambiamos la piel... como las víboras... pero, seguimos siendo villeros. Desde el fondo de la historia, emergían los vasallos del Señor en pie de guerra, dispuestos a dar su vida por defender su existencia, monótona y esclava. Entonces en Constantinopla, se convirtieron en guerreros y fueron baluarte del poderío bizantino. Los señores eran los privilegiados, no así
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la soldadesca que conformaba el ejército invasor. Los esclavos, “villeros” de entonces, cultivaban la tierra. Guardaban el sueño de los señores y fueron, en alguna medida, los cimientos de la civilización feudal, agigantando las luchas religiosas. Veinte siglos eslabonados, se escurrían entre los suburbios, la Gran Babel del Conurbano... las ciudades invadidas por el ruido, el vértigo y el smog. Los avances y retrocesos de la historia dieron nacimiento a nuevos dominadores y dominados, al fin, Señor y esclavos, en el medio como entonces, los oficios, los mercaderes, los burgueses... Deambulaban los Merlín, los monasterios, las Mezquitas, rumiando sus riquezas y las ajenas. Los sorbos del café llevaban el mensaje de los nuevos esclavos. Fabián lo saboreaba. Los cuerpos desnudos, color ébano recorrían la plantación colombiana, recolectando las olorosas bayas. Mariela, silenciosamente enjugaba una lágrima, junto a la mesa de la cocina, al tiempo que llenaba un pocillo con el obscuro líquido del café... Distraídamente Teresa la observa, mientras tomaba la mano a Fabián que, absorto, seguía buscando al Monasterio que ordenó el camino por donde debían transitar los siglos... y todo parecía un avance. ¡El fin de la esclavitud! El advenimiento de la libertad, la igualdad, la fraternidad y la ciencia fue avanzando, el fuego, la rueda, la luz, el fin de las epidemias, la industrialización, la mecanización del campo, la democracia, el socialismo. Pero los monstruos siguieron engendrando. Y la prostitución, la drogadicción y nuevamente, la eclosión, el átomo, las guerras... y la ética caída y pisoteada por las bípedas manadas que intentan ocultar la corrupción. Todo se acumula en un inmenso basural que intenta un reciclaje medieval, donde la moderna esclavitud, fue acumulando la riqueza del hambre, las jeringas usadas con todas las drogas, los pegamentos, los abortos, los borradores de falsas escrituras y los planos de la ingeniería de la extorsión y la mentira. El odio de Juano se amamantó de toda esa resaca, inmunizándose del amor, la solidaridad y la justicia. Esa justicia enmarcada detrás de cristales relucientes que permitía la burla de la verdad, la libertad del ladrón, del violador, del traficante de la estafa y la injusticia...
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El último trago de café, frío y amargo, le arrancó una mueca de asco, que se esfumó con toda la visión apocalíptica , a la que envolvió con su diploma de Doctor en Leyes, la figura culposa del Juez que le había insinuado un arreglo que, permitiría la libertad del alto empresario, culpable de homicidio en la muerte de la joven madre atropellada con su automóvil, que conducía ebrio. La noche se pobló de fantasmas y la casa se convirtió en un aquelarre donde los brujos entremezclaban los códigos para confundir la moral, la ética y la justicia por sendas putrefactas. Había en el ambiente, un silencio enfermo y un halo de vergüenza tratando de ocultarse entre las sombras. Teresa que había permanecido silenciosa durante la noche, se levantó más temprano, dirigiéndose hacia la habitación de Juano. Atormentado se había dormido semidesnudo, casi al amanecer. Los largos días de enfrentamiento con su origen, lo habían maltratado y confundido. No obstante el sigilo de Teresa, en cuanto ésta entreabrió la puerta de la habitación, se sentó en la cama. Las medias, el pantalón sucio y la camisa con todas las muestras del abandono vivido, trató de ocultarlas con el fino acolchado que estaba a los pies de la cama. -¿Despierto, Juano? -Sí, no pude dormir... -¿Tenés ganas de hablar? -No, Teresa... no sé que me pasó... Yo los quiero a todos... Usted y Fabián son muy buenos... Yo estoy bien... pero... pero... me siento preso. -¿Qué es lo que te hace falta? -Nada... a lo mejor es por eso... la calle, los muchachos, mamá... Un sollozo terminó el diálogo. Teresa lo apretó junto a su pecho y también sintió correr en sus mejillas un tibio hilo salobre... La sudestada había llegado con retraso, junto al invierno. Gotas suaves como un hilván de seda, descendían invisibles, pero heladas y punzantes; se filtraba lentamente por la tela azul del bleizer nuevo y colocaba pequeñas perlas en su renegrida cabellera.
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Habían pasado seis meses desde su escapada. Sin ningún análisis o pensamiento, reanudó su bachillerato. Automáticamente cubría ese intento, como si fuera sacando del basurero cartón, envases de bebidas enlatadas, trapos y todo lo que pudiera meter dentro del lienzo que, luego cargaría en el transporte, mezcla de carretilla y carruaje chino, que tiraba el Viejo como una mula. Mariela había desarrollado tentadoramente. Sus diez y seis años asomaban en sus pechos y sus contorneadas caderas. Ya no era la piba del basural, patas largas, cabellera desprolija y recogida atrás una cola de caballo. Entre ambos, un tácito alejamiento se produjo. Parecía haberse acordado un “pacto de no agresión”. Aquella ingenua amistad infantil, de fumar cigarrillos a medias, tirados en cualquier rincón de la calle o de la Villa... y salir corriendo después de robar una fruta o un alfajor, de algún vendedor descuidado, quedaba muy atrás, escondido en el subconsciente, partes de todo ese pasado que se obstinaba en acompañarlos diariamente. La mente de Juano, era un constante ir y venir de recuerdos... sentía necesidad de ordenar su pasado tan difícil. Ese vivir haciendo un permanente equilibrio, entre la verdad y la mentira. El pedir quejumbrosamente “una monedita por favor, para comer... o a otro pelilargo como él, un ¡Che tío... me das un pucho!”... para fumarlo con Mariela a escondidas... ¡Toda una hazaña!... Ahora, limpio, trajeado, unos pesos, cigarrillos y ¡hasta un encendedor!... Todo un lujo. Dentro de seis meses tendría el título de bachiller. Él... el Juano de la Villa... Cavilaba rumbo al Instituto Secundario, cuando vio a Mariela, junto a un hombre, en actitud de romance. Un raro sentimiento lo embargó y tuvo intenciones de enfrentarlo, como un amante amurado... cruzó de calle y aceleró su paso rumbo a la escuela. La imagen de la pareja y esa extraña sensación de varón engañado, lo acompañó todas las horas de clase. Ese día no había logrado ni ser un estudiante mediocre. Mariela, tan entregada al juego del amor, no vio a Juano observándola. Él le enseñó las formas de eludir a los guardatrenes, pero no la previno de los falsos amores... ¿Cómo dejarla ahora? Cuando ya tenía clara su ubicación social. Sobre la verde planicie, Menés caminaba lentamente. El sol doraba su cara, dándole ese toque aristócrata Tebaida, de
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la raza semita que dominaron el valle del Nilo, procedente del Asia. Apis pastaba bajo la vigilante mirada de Psamepik. Comenzaba a constituirse la primera de las diez monarquías que iniciaron la conquista de las tierras de la cuenca oriental del Mediterráneo. Cuarenta o cincuenta siglos antes de la Era Cristiana, el sector Norte del África, el Este y el Sur del continente Asiático, fueron tierras de los Juanes de siempre, pastores, guerreros y esclavos empujaban la rueda de la Historia. Pero las Ciencias y las Artes, quedaban en manos de Menés. Los dueños de aquellas fértiles praderas, el pueblo de color negro que pastaba con sus rebaños, desalojados, formaron los primeros “villorios”, lejos de la ciudad, el Nilo y las pirámides. Razas curtidas por el sol, la sal del viento, las lluvias y el tiempo, forjadores de imperios, arquitectos del templo que maceró las cadenas, y midió su sustento, fueron siempre “villeros”. Juano estaba en la Historia. Buscador de misterios, constructor de pirámides, sembrador de cereales, orientador de las aguas, albañil de Alejandría, de templos, mazmorras y altares. Prometeo enarbola el poder de los Juanes con los puños en alto. Entre tanto en Sicilia, Espartaco moría con los suyos, sepultando junto al río Sílaro, la hermosa Utopía de la libre hermandad. Los Juanes seguían tachonando senderos con estrellas de sueños, hilvanando con sangre los caminos del cielo. Hay millones de años, de sangrías y duelos. Hay enormes señales, que demuestran el paso de geniales cerebros y avances de ciencias, mojones de ingeniería y arte... ¿Cuál fue el destino de ese vaciamiento? ¿Dónde fue sepultado el principio del tiempo? ¿Quién el Ergastulero que ocultó el intelecto? ¿Cuántos Juanes cayeron?... Hay un largo vacío de silencio completo, desde el año primero hasta el año 500... ¿Dónde están los escribas? ¿Dónde ocultaron la historia?... Allí está el territorio de China... el Asia... y el Egipto sediento... -¿Salimos esta noche Mariela? -¿Qué día es hoy? -Viernes... ¡Se pone lindo el boliche! -¿Le dijiste al Doctor? -No... ¿porqué, hay que pedir permiso? -Estamos en su casa ¿No?
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-Está bien... decile vos a Teresa... -¡Qué vivo! -Dale... ¿No querés salir conmigo? -Sí Juano... ¡Hace tanto que no salimos!... Yo le digo. El boliche, en su apogeo, se convertía en el torbellino feliz de la juventud. Las luces, la música y las copas, creaban el clima para vivir un momento feliz. Mariela y Juano, luego del período de baile, compartieron el tiempo en mutuas confesiones.... -Decime, Mariela... ¿con quién estabas los otros días frente a mi colegio? -¿Cuándo? -El martes... junto al peredón del aserradero... -Ha... si... lo rajé... se quiso zarpar.. me parece que trabaja en Tribunales... vino dos o tres veces al Estudio de Fabián, con papeles... -Sí... pero te tenía agarradita... -No, sólo me tomó las manos... me dijo si quería salir con él... Yo vi la intención y le dije que no... que vos eras mi novio... -¡Qué yo era tu novio! -Sí... ¿y qué? Juano dejó que su vista jugara sobre la piel canela, que descubría el nacimiento de dos suaves colinas enmarcadas en un triángulo de terciopelo azul. Sus axilas comenzaban a humedecer la blanca camisa y sentía la noche, cayendo sobre sus hombros. Las luces y su continuo cambio de colores, la música, la sensual figura de Mariela que con un suave perfume, lo transportaba en una nube lentamente hacia ese mundo donde, seguramente, llegaría cuando dejara de ser Ángel. Ahora estaba en sus brazos y sus corazones palpitaban al unísono. Como si fuera un infierno, las luces rojas, semejaban lenguas de fuego dorando las carnes de los bailarines. Mariela, una gacela, se aferraba a los brazos de Juano, que temblaba. El regreso era el sueño dorado de dos enamorados. El sol, ya iluminaba el techo de la iglesia, la plaza se hundía en la penumbra. El amor ya realidad, ardía. El noviazgo también quería ser legal. Nadie se le oponía... -Le diremos a Teresa, murmuró Mariela.
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-No querida, aún no. Mejor será cuando yo tenga trabajo. Mañana sábado veré a uno de los profesores, que me prometió algo... lo voy a apurar. Después te cuento. Los inocentes jóvenes seguían siendo Ángeles. Nadie sería capaz de desunirlos. Iluminando todo con su candidez Mariela, diligente, rápida y aseada, hacía todos los quehaceres de la casa. Juano ya, con su diploma de Bachiller, resultaba un valioso auxiliar del estudio del Doctor Fabián Ricardo Argüelles. Así lo entendió Fabián y lo encaró. -Mirá Juano, vos decía que no querés seguir estudiando... Por lo que vi en tu secundario, me parece que sos muy capaz e inteligente... No te costó mucho. -No, mucho no me costó... pero tampoco eran muy exigentes. -Está bien... ¿Qué pensás hacer? -Creo que tengo un trabajo... -¡La pucha! Qué rápido... ¿No pensaste que yo puedo necesitarte? -Sí... pero... a usted no le puedo pedir un sueldo. -¿Cómo que no podés pedir un sueldo? -Es que yo... le estoy debiendo... -¿Debiendo qué? -Y... los estudios... la ropa... el morfi... el techo... ¿Qué le parece? -¡Che Juano!... Dejate de joder. ¿Y los trabajos que vos me hacés? ¿Eso es gratis? Me parece que te vuelve el espíritu villero... mejor la seguimos mañana. -¡No Doctor! -Ya ves, buscás distancia... ¿Porqué Doctor? -Bueno, está bien,... discúlpeme Fabián. -Está bien. Está bien, la seguimos otro día. Pero... antes de tomar el trabajo, consultame... Yo también te necesito. Los paredones de los ingenios, resultaban excelentes pizarrones, para estampar consignas... ¡Vivas! y ¡Mueras! hallaban suficiente espacio para poner exultaciones, pero, había una inamovible. Inaugurando todos los escritos, inmaculado para todos, la tendencia permanecía desde siempre. Tres palabras, irreverentemente dibujadas y pintadas de rojo, como un reclamo ancestral... PAN, TRABAJO, JUSTICIA SOCIAL... En todos los muros gritaban los “Ángeles”.
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Sobre la pared del viejo aserradero, Juano leía las mismas consignas. ¡BASTA DE CUCHAS PARA PERROS!... Juano había comenzado una amistad con su gente. Sentía la necesidad de reclamar junto a los suyos, JUSTICIA en el mejor y más equitativo reparto social. PAN Y TECHO PARA TODOS. El Gran Buenos Aires, se convertía en una GRAN CARROÑA de Villas de emergencia. Era una suerte de resumidero donde anidaba el dolor, la miseria, una gigantesca incubadora de Ángeles. En la penumbra, entre el humo de basurales (oficiales o improvisados... basurales, al fin...) un mosaico provinciano de habitantes, convivían, sin las más mínimas comodidades humanas satisfechas. -¿Y, Juano... que fue de aquel trabajo? -Si, Fabián... tengo que volver esta noche. -¿Pero, sabés de que se trata? -Sí... atender un negocio de video... está frente a la estación. -¿Y, a vos te gusta? -Mucho no, pero... Me ofrece 300 pesos. -¡Pero Juano!... eso te lo doy yo y podés seguir estudiando. -Todavía no arreglé nada. -Si querés trabajar aquí, yo te doy 400 pesos mensuales y te anotás en la Universidad... claro... Si querés. -Está bien, lo voy a charlar con Mariela... Sabe Fabián... estoy vinculado con el movimiento de las Villas de emergencia, que piden unas tierras, para construir sus propias viviendas... ¿Qué le parece? -¡Bien Juano!... fiel a tu clase... ¿Fuiste a la entrevista con el gobernador? -Sabe... me parece una chantada... hay mucha política... Concejales... Unidades Básicas... Seudos dirigentes... y muchos analfabetos, muertos de hambre... -Y... no te olvides que estamos en meses electorales. ¿Vos votás ahora, no?... -Creo que no... ¿Se acuerda cuando me arregló los papeles... y me sacó la partida de nacimiento?... fuimos al Registro Civil -¿Cuántos años tenés? -Y... estoy en los diecisiete... a fin de año cumplo dieciocho. -Es cierto... entonces aún no votás. Claro... eso ocurrió cuando compré la casa. Bueno Juano, pensá en lo que te ofrecí.
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-¿Cuatrocientos dijo? -Sí, y los gastos de estudios aparte... No te olvides... -Está bien... sin estudio... lo voy a charlar con Mariela. Los Ángeles también tenían su parlamento. Allí estaban, unos, refregando los mocos, con el revés de la mano, mirando con ojos asustados el círculo de soñadores y cuenteros. Otros, compartiendo un cigarrillo. ¡Vaya a saber uno, de dónde provenía!... Era una ceremonia que sin ningún preparativo previo, ocurría todos los días sábados, después del mediodía. Algunos con ropas limpias a media plancha, otros casi en cuero, esperando que la brisa devolviera alguna de las prendas higienizadas. Los chismes, las novedades de la semana, la aparición de algún nuevo habitante o la conquista de la última guapeada. Juano rememoraba esos Parlamentos Villeros, mientras estiraba su cuerpo en su cama que olía siempre a limpio, en un cuarto que ya, se había acostumbrado al orden y la limpieza. -Me va a costar mucho abandonar esto... murmuraba -Tenemos que ver bien las cosas con Mariela. Se dijo tenuemente. No era fácil. Dejar porque sí, esa casa, llena de confort... En última instancia, yo también contribuí para ese logro... seguía pensando Le costaba levantarse, la tibieza acogedora de su pieza lo atrapaba... Un ir y venir de pensamientos encontrados, entre el deseo de ser totalmente libre... El Juano con sus libertades, rebeldías y su nuevo mundo. Un escenario donde había hallado otras razones de vivir pero, ajustada a normas, enmarcadas lustrosamente con una realidad que, decía, de mucha tintura, falsedades y corrupción empaquetada. Todo ese ir y venir, ese círculo infernal de una sociedad que se ahogaba entre el ser y el no ser de la tragedia. Alguna vez Fabián le refirió conceptos de las Utopías y, en su aturdimiento de niño abandonado, nada le quedó. Sólo la figura de un joven de barba y boina. Después, en la medida que sus correrías fueron descubriéndole nuevos signos, nuevas razones de aquél círculo del infierno, hallo el pegamento, junto con el sueño y la rabia, la energía y rapidez para arrebatar una cartera, un bolso y eludir zancadillas y bastones, hasta esfumarse luego entre la gente, sin ser chamuscado por las lenguas de fuego... Pero, todo eso quedó
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atrás. Ahora, un nuevo personaje se introducía en su sangre. Nuevas exigencias le reclamaban otras salidas. Ya no era el pegamento. Entre esa nueva forma de vivir, le había cambiado también el medio ambiente de su desarrollo. No sólo el vestir los diferenciaba. El Cacho purgaba sus correrías en la cárcel de Batán. Al Rulo, le cortaron una pierna al caerse del tren, cuando robaba un bolsón; ahora pedía limosnas en la escalera del subterráneo de Plaza de Mayo. Rosita, la compañera de Mariela, amancebada con Jorge, el dueño del caballo que tiraba del carro, con el que juntaban botella y papel para el reducidor del Bajo... ¡Era linda!... Pobre piba... Menos mal que nos salvamos... ¡Gracias a Teresa!... Era un largo monólogo... un largo cuestionamiento, con lo que alimentaba su indecisión. -Juano... ¿No pensás levantarte hoy? la voz de Mariela le pegó un sacudón. -Si... si... estaba en eso... ya voy. Ese vagar por aquél infierno, vivido, no le servía por encausar su verdadero destino. En realidad, volvió a pensar, mientras se higienizaba, mi bachillerato, no me sirve de nada. El tordo me lleva para su profesión, a mí, no me sirve. Sólo sé una cultura general, poco práctica para ganar unos buenos pesos... Él ya es doctor... la Universidad es otra cosa. Yo sé ganar plata de otra manera... multiplicar kilos de carbón por pesos, reciclar, fabular, mandar... que se yo... ¡No sé nada!... Fue componiendo su aspecto rumbo al comedor, donde Mariela lo esperaba con un espumoso mate entre sus manos. -¿Le diste al ojo, Juano... hé? -Si, me metí en mi historia... -¿Sacaste algo en limpio? -Sí... que sigo siendo un villero... -¿Y es eso, lo que te viene preocupando ahora...? -La verdad, Mariela... sí... creo en eso, aún más... Los dos somos villeros... -¿Y? -Y, que sé yo... ¿No te das cuenta Mari, que hubo transplante? -¡Cómo no me voy a dar cuenta! Vení, vamos a la cocina... y te doy unos mates... -¿Y ahora... vamos a hacer otro transplante... ¿Aguantará la raíz?
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-La raíz aguanta siempre... lo que pasa, es que hay que atenderla con cuidado... regarla, abonarla... -¿Entramos en la hora de Filosofía? -No señor Bachiller... Entramos en la hora de Economía. -¡Qué bien! Ahora sí, se pone linda la cosa... ¿No está Teresa? -No, salió en el coche con Fabián. -Sabés que pasa Mariela... -Sí. Le tenés miedo al cambio. -La verdad... si. Yo no puedo pensar en volver para atrás. -Tampoco yo quiero. -Entonces, el paso no se puede dar ahora. Fabián me ofreció trabajar en su oficina del Estudio con un sueldo de 400 pesos mensuales. -Bueno, mi querido Juano, dejalo en mis manos, lo hablaré con Teresa... ¿Te parece bien? Juano salió rumbo a la Villa 31. Alguno de sus amigos bachilleres, se habían inclinado por el periodismo, otros a las radios F.M y/o videocables. Mariño, uno de sus compañeros, estudioso e inquieto sociólogo, lo invitó a realizar una nota sobre lo que estaba ocurriendo en esa populosa y antigua Villa de Retiro. Los trenes a esa hora circulaban con poco pasaje y, la mugre se amontonaba bajo los asientos. Tuvo tiempo y lugar para elegir. Se acomodó en el último, sobre el sector izquierdo y dejó que el sol doblara su color sobre los vidrios, adormilándose. Se dirigía con otro incentivo hacia el lugar que tiempo atrás, lo convocaba diariamente. Un pensamiento de paz lo recubría. Dejó que su vuelo de Ángel terminara de tomar altura, para que el panorama se tornara menos lúgubre que otras veces. Las caras de los que en un tiempo fueron sus compañeros de correrías no estaban allí. Los querubines no eran los mismos. Seguían sucediéndose generaciones con alas chamuscadas con hambre y soledad. Retiro era el hangar donde aterrizaban todos los Ángeles del mundo... ese mundo de marginados sociales, que utilizaban esa enorme soledad gris, rumorosa y triste. La Villa 31, estaba incrustada en lo que históricamente fue, el primer Ghetto que se levantó en Buenos Aires. Mucho antes que el Coronel, los llamara a cortar las alambradas. Los grandes caños, depositados en esa zona, para el entubamiento de lo que fuera el viejo arroyo Maldonado. Fueron los
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adelantados, esa generación de villeros. Ellos fueron llegando después... cuando el grito rebelde, los convocara a la Justicia Social... Basta de explotación de sol a sol... Basta de salarios abonados con bonos. Aquel mediodía encontró a este grupo de jóvenes bachilleres recién egresados, que intentaban incorporar a sus conocimientos el espíritu Revolucionario, propio de la juventud, a la necesidad de ganar un lugar en el campo de batalla laboral. -Che Juano. ¿Si esperamos aquí a Roque y a Daniel? le dijo Mariño, al tiempo que le señalaba un vendedor de panchos y bebidas, instalado precisamente a unas cuadras de la Villa. El kiosco, era una destartalada casucha con dos grandes parasoles, bajo los cuales se hallaban dos mesitas blancas y tres sillas. Juano sin decir palabras se acercó y dubitativamente preguntó: -¿Nos encontrarán aquí? -Quedó en esperarnos aquí... ¿esta es la única entrada directa? -No... están las del otro lado, donde van los camiones. -¿Sabés que pasa? a Dany lo conocen. Es amigo del cura. Él le preparó la entrevista para hacer la nota con la Radio. -¡Qué bárbaro chee!... yo no sabía que ustedes estaban en esta... -¡Qué bien! ¿Pedimos dos panchos y una cerveza? -Sí dale, pedí tres... allí viene Roque. El grupo se estaba armando, cada uno tenía su objetivo. Juano vio pasar a varios Ángeles con sus alas mustias... Él trataba de acicalar las suyas. Se pasó la mano por el ruedo del bleizer y sonrió. Uno de los pibes se le acercaba y dio su contraseña. “Diga... me da una moneda... Juano le acarició la cabeza rapada y le deslizó descuidadamente... todas sus monedas. -¿Qué hacés loco? le dijo Dany que recién se agregaba al grupo. -Nada... unas monedas... pobre pibe... apenas cincuenta centavos... -¿Sabés que pasa? a estos pibes los atiende el padre Antonio. La Iglesia de la Villa les da desayuno y almuerzo, después estudian y antes de irse les vuelve a dar de comer... -Pero este anda solo.
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-No... son vagos... -¡Lindo reportaje les van a hacer ustedes con ese criterio! -Vos crees Juano... ¿Que sino les gusta estarían viviendo así? -Pará... pará... empecemos de nuevo -Che, no discutan, intervino Mariño, paguemos y vamos a hacer la nota. -Sí, dijo Juano, después la seguimos... Mirá que yo se mucho de Villas... Tuvo intenciones de abrir sus alas y salir a descubrir los viejos escondites que, seguramente, serían los mismos que en su tiempo y lugar recorrió desde niño hasta la pubertad. La gente estaba en alerta permanente. Recibieron una intimación municipal de desalojo. La zona debía entregarse en el término de diez días, de lo contrario la topadora arrastraría las casas. ¿Toda la zona debía ser desocupada? No importaban los enfermos, ancianos, embarazadas niños o discapacitados... ¡Y los había!... ¡Dios mío!... Muchos se hicieron hombres allí, en esos ranchos, algunos construyeron su propia vivienda de material, precariamente, otros levantaron casas prefabricadas de madera. La Iglesia, unas cuadras antes del conglomerado más carenciado, estaba construida con materiales, cumpliendo con todas las reglas municipales de urbanidad e higiene. Además del templo en si, con la ayuda de los mismos habitantes de la Villa construyeron una sala de primeros auxilios, comedor escolar y escuela. Todo un complejo barrial. La Villa cuestionada estaba más al interior del complejo inicial. Ese enorme espacio cruzado de líneas de luz eléctrica y basurales. Los jóvenes se pusieron en contacto con las personas que estaban al frente de esa comunidad e hicieron reportajes, notas, sacaron fotos cumpliendo sus objetivos. Juano, alejado de esas tareas, se quedó conversando con uno de los habitantes que parecía muy conocedor del tema y ser un villero antiguo. -Vea mi amigo... Yo salgo todos los días a laburar. En casa no se pasa hambre, ni se pide limosna. Mis pibes van al colegio de la capilla. Mi mujer labura por hora en dos casas del barrio Norte, Arenales y Uruguay y yo, después de las 17 horas, me voy con otros cinco cumpas, a limpiar las oficinas que hay en
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Leandro N. Alem. Hacemos la limpieza hasta las once y ya estoy de nuevo aquí. Si usted quiere el sábado se viene y le damos todos los datos para que vea en la semana qué se puede hacer... Ha... usted dice que está en un estudio de abogados, bueno... aquí no hay ni un mango. Si nos quiere ayudar bien, de lo contrario, ni se moleste... ¿Estamos? -Bueno, entonces el sábado a las tres de la tarde, nos podemos encontrar en Retiro Mitre, debajo del tablero. -Macanudo... ¿Viene con el Doctor? -E Tordo puede venir... pero yo prefiero traerlo una vez que charlemos mejor. -¿Pero vos, vivía con él? -Sí... y trabajo con él... por eso no les va a cobrar nada. -¡Ah! bueno, fenómeno... entonces el sábado. -Sí, el sábado... ¿Cómo se llama usted? -Yo... Antonio Peralta y ¿Vos? -Yo Juano... Juano Martínez.. Bueno chau... aquellos se van. Hasta el sábado. -Chau pibe. Juano salió cargado de alegría y tuvo que retener sus alas, para no levantar vuelo. -Que chamuyeta el tipo ese. ¿No? Argumentó Mariño tomándolo del hombro. -Sabés... a esta gente hay que entenderla. No es como dice Dani. Eso de que están aquí porque les gusta. Son mentiras. -Ya lo sé Juano. No te olvides que ni Dani, ni Roque saben lo que es el barro. Nacieron en Belgrano y se criaron allí. Los viejos, son de mucha guita... son empresarios. Los pibes están jugando a los comunicadores sociales. Son buenos pibes pero, como decís vos... o como diría el Tordo, les falta esquina, estaño, tablón... ¿Cuándo me lo vas a presentar? Parece piola -¿Fabián?... Es un fenómeno... más que mi vieja... -¡Bueno!... no se bandee mi amigo... madre hay una sola... -Está bien, es una forma de decir. Ya en Retiro, cada uno tomó por su lado. Juano tomó la línea Victoria, debía aguardar quince minutos. Mariño, Roque y Daniel apuraron el paso para abordar su tren vía Belgrano. Cuatro Ángeles, rumbo a su destino de muerte... ¿50 o 60 años? antes de abandonar sus alas. Esas alas recubiertas de utopías que irían abandonándolas de a poco. La ingenuidad, la
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vergüenza, el asombro, la solidaridad, el desinterés, la mano extendida, el abrazo, los principios éticos y morales, la humildad, todo lo que conformaba el revestimiento de sus alas... invisibles para los “humanoides”, pero que antes de volver a sus orígenes, recubrirían la tierra para convertirse en humus. Juano creía entender ese destino y aceleraba el rumbo de sus horas con la sensación que el minutero apuraba la marcha. ¿Habría que dejar a la conciencia de cada uno que resuelva sus problemas? Se decía Juano, mientras el acompasado golpe del ajetreado tren rodante ferrocarrilero lo acompañaba en su interno filosofar. Rectificar todas esas injusticias que había visto en la Villa, muy poco cambiaban la visión de aquellas que viera en su infancia. Su madre desgarbada pisoteando barro que se formaba en torna a la canilla de agua, con la que se alimentaba todo el barrio. Líquido elemental tanto para la higiene como para la alimentación. -Juano... no le tirés toda la yerba... hay poca... yo la cambié ayer, es nueva. -Y el viejo hijo de puta anoche se mandó un litro de vino... Filosofía... ¿para qué? Una manera aristocrática de aguantarlo todo. En alguno de sus libros, había leído que: “La crítica sólo es fecunda, es decir, se produce agilizando el cambio o el nacimiento de algo nuevo, en la medida que ella revele al sujeto las intenciones de sus propios pasos” Pero hay que tener en cuenta que la filosofía popular está muy unida a los sentimientos más que al razonamiento... ¿Qué sentimientos podrían nacer en su espíritu, frente al hambre, al viejo borracho, a los villeros desocupados, enfermos, arrastrando la miseria ancestral que acomodaba todo con la misa del domingo. Las borracheras y el duro trabajar por un salario miserable, que apenas alcanzaba para el vino, que se transformaba así en el Dios que hacía olvidar toda miseria que lo rodeaba. Juano estaba elaborando su propia plataforma. Próximo a conseguir un puesto en la lucha de los villeros, preparaba su pensamiento a la nueva situación. -¿Llegaste Juano! y corrió a abrazarlo como lo vio entrar. Esbozó una sonrisa, al tiempo que trataba de corresponder al abrazo de su novia. Por la puerta de la cocina
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(la cabeza rubia de peluquería) se asomaba Teresa quién, con un gesto alegre le convidaba con un mate. -¡Juanito, qué alegría!.. estuve hablando con Mariela... me parece bien lo que piensan... pero... vayan despacio. Pueden quedarse aquí, la casa es muy grande. Somos una familia y Fabián está muy contento con vos Juano. -Che ¡Cómo le dieron al pico! Todavía estoy llegando y me las dan en el aire. Yo también estoy contento, Teresa... y no daré un paso en falso, todos los daré previa charla con ustedes. -Sí, es cierto... terció Mariela- Esta mañana hicimos planes y ya lo saben ustedes. -¿Qué! ¿También hablaste con Fabián? -Yo no, Juano... Teresa creo que se lo adelantó a Fabián. -Bueno... me da otro mate.. voy a ver si está el Doctor y ponerme a trabajar. -¡Ah! Fabián no está, dijo que llegó correspondencia que vos ya sabías y que al doctor Crespo lo llamaras y le preguntaras si tiene todo listo. Que es el expediente que comparten en el asunto... -Sí, sí. Bueno por ahora tengo laburo... -¿Porqué Juano? -Hay una de despidos... se viene una de juicios laborales. Los empresarios no quieren saber nada de indemnizar, la “Ley de Amparo”. ¡Dios mío! diría la abuela, sin pan y sin techo... y se fue abrazado a Mariela, hacia el despacho del doctor. -Mariela... dejalo solo... -Si, ya se lo dejo... voy a trabajar Teresa. Y mientras se trabaja, diría el tordo, no hay que distraerse. Mariela le dio un beso y lo dejó en la puerta de la oficina. -No te enojes Mari... sabés que a Fabián no le gusta verlos en la oficina haciendo arrumacos. -¡Teresa!... ¿cuándo nos vieron ustedes jugando en la oficina? ¡Por favor! Mientras preparaba los borradores para la correspondencia, Juano volvió a vestirse de Ángel y sobrevoló la Villa, donde había comenzado a hacer un relevamiento de la situación. Anónimos, mugrientos, desocupados, enfermos, abandonados como parias, caminantes de las orillas de la laguna Estigia, quejumbrosos sin recibir los honores, condenados a ese vagar miserable cargados de rabia...
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impotentes ante el avaro y frío Caronte, hijo de Erebo y de la noche, aguardaban reunir los óbolos del honor para el traslado. Ese interminable tránsito que ahora el Ángel intentaba censar para preparar la estratégica batalla que estaba dispuesto a iniciar. -Doctor... ya sabía usted que hemos decidido con Mariela, formalizar nuestra situación... -Sí, Juano... algo me dijo Teresa. Me parece bien, pero... ¿No es... mejor diría... prematuro... más bien acelerado? -¿Y... qué vamos a esperar? -No sé. Creo que les conviene seguir así un tiempo. Juntar unos pesos... comprarse cosas. Supongo que vivirán aquí, con nosotros. -Si, Fabián, hemos pensado en todo eso... y también nos sentimos de la familia. No descartamos de vivir aquí, pero... Usted sabe aquello de “el casado casa quiere” -Si y es por eso que te digo de dar el paso más seguro, ustedes son jóvenes... Estonces es mejor que sigas estudiando, trabajando en mi estudio, sos un excelente auxiliar. -Bueno... yo quiero hablar sobre esas cosas. -Está bien. Terminá de preparar ese expediente. Mañana es la primera audiencia... ese caso es muy difícil. Sí, ya lo vi... seguro que lo perdemos... -¿Porqué? -Es una empresa americana, con muchos amigos en el gobierno y gran poder económico. -¿Y eso qué? -Usted siempre dijo que, este tipo de pleitos lo ganan los pesos o dólares... ¿Ellos aplican sus códigos! -Pero, estamos en la República Argentina. -Con influencias en la política económica del país, como si este fuera un país colonial, manejado por los yanquis. -Algo hay de eso. Pero debemos estudiar bien los contratos, para hallar una fisura que nos permita definir... algo le vamos a descubrir... nada es todo... El todo, también es relativo. .¡Bravo Fabián!... Si ganamos ésta... sigo estudiando. Caronte, aún dueño de la barca, no podía dejar a todos los muertos vagando por la orilla de la laguna. Todos esos pobres vagabundos tenían derecho a vivir como seres
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humanos. La Villas, era un mal endémico que había que destruir inaugurando barrios... Nuevamente dudaba de su elección. Volver a la Villa y con Mariela, no le parecía justo... Había conocido otro mundo y ese espacio ganado hay que defenderlo. Desmejorar la calidad de vida era un retroceso y no estaba dispuesto a dejarlo. Muchos Marios morían en las Villas... algunos por accidente, otros por abandono, hambre, malos tratos... ¿Cómo no vi. eso antes? se preguntaba... ¿Qué hacer? ¿Qué hice yo para evitarlo? Lo más inteligente era disparar, no ver ni oír nada... ¡El caso de Mario fue realmente una desgracia!... Pero... de haber otra forma de vida a la que estamos sometidos todos los habitantes de las Villas, no hubiera ocurrido. Está claro, la sociedad tiene establecido un orden para que las cosas resulten así. Juanes y Pedros, peones semianalfabetos, esclavos de costumbres, instigados al... ¿Qué me importa?... cada uno en lo suyo. Cabecitas, villeros, negros y por el otro lado, los rubios de ojos celestes, los manuchos, los chicos bien del barrio Norte, los nenes de mamá, los de dos apellidos... Trató de acomodar sus alas y pensó en un nuevo vuelo... No importa, el sabía donde estaba su puesto... hablaría con Mariela. Eran jóvenes y los dos gozaban del mismo techo... Igual, no abandonaría la idea de diligenciar los reclamos de los villeros desesperados por vivir con dignidad. Tanpoco dejaría a Mariela. ¡Era su primer amor! No los defraudaría. La causa de ambos era su causa. Había que comenzar una nueva etapa y todo partía desde allí. Desde ese vagón de ferrocarril duro, sucio, maloliente, atestado de pasajeros desaliñados y violentos. Ventanillas, puertas y asientos rotos y escritos con leyendas soeces. Esos eran los elementos que la vida había dejado a su alcance, para reiniciar esa reconstrucción de utopías redentoras. Su abstracta mochila de sueños, venía acompañada con un diploma de Bachiller, refinadas normas sociales, hábitos y modelos de vestir, acorde con la época y su edad. Un trabajo más o menos acomodado, con las ventajas de estar al servicio de un “patrón” de su mismo origen, hoy doctorado en Derecho y con un presente económico colocado ya en los primeros escalones empresariales, con una amplia visión del porvenir. El derecho Civil y Comercial al servicio de la
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pequeña y mediana industria y comercio. El Doctor Ricardo Fabián Argüelles, había sellado una unión comercial, con un par de jóvenes recién doctorados en Ciencias Económicas. Con esa carga concreta y sus sueños de un nuevo humanismo, Juano estaba dispuesto a intentar su vuelo de Ángel. Luego vendría quizá el momento del desplume y sus alas comenzarían a jugar en ese nuevo andarivel de androide. Las reuniones con los habitantes de la Villa 31 se desvanecían. Algunos fueron embaucados por la política oficial, lograron algunos trabajos en municipios cercanos a la capital y espacios para comenzar nuevamente la insana vida en basurales y terrenos fiscales, sin agua ni luz. Instalaron sus trastos, con la ilusión que luego obtendrían créditos hipotecarios y construir un nuevo barrio. Otros pagaron con malos tratos, llevándolos detenidos por la osadía de haberse rebelado a la autoridad... Juano no estaba preparado para ese tipo de lucha y también pagó con prisión sus arrebatos. Lo llevaron junto a otros vecinos. Mujeres con niños de pecho, gritaban defendiendo su derecho a la vida, impidiendo que le quitaran esa humilde casilla, haciendo fogatas con gomas de automóviles, traídas quién sabe de dónde.... Juano, enardecido repartía patadas y puñetazos, contra un grupo de desconocidos que arengaban a la gente, tratando de hacerles cambiar de opinión instándolos a levantar sus casillas. Ahora que habían logrado recompones la organización, no era lógico abandonar el esfuerzo de toda una vida. Evitar el desalojo era lo justo. -¡Hijos de puta!... ¿vendidos!... ¿quien les paga a ustedes?... ¿el intendente?... atorrantes... No alcanzó a terminar sus maldiciones, ni reparó que lo estaban cercando, cuando un grupo de atléticos policías lo levantaron, llevándolo hasta los celulares, Allí encontró alguno de los villeros conocidos en las reuniones que defendían el derecho a vivir con dignidad (casa, pan, salud) Esposados los llevaron hasta la comisaría Primera. Comenzaba otra experiencia. Cuando inició su vuelo, intentó algunas piruetas, pero esta era distinta. Antes se trataba de vuelos rasantes, raterías o descuidismo. Era cuestión de correr y perderse entre la multitud, o bien hacerse el distraído, tironear de pronto y correr... hasta perderse... volver al barrio con la sonrisa grande
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de la aventura vivida y el orgullo de éxito. Después vendrían los agregados, que aumentaba la hazaña y el orgullo. Ahora era distinto, la ropa, su lenguaje y casi sus 19 años. -Así que sos uno de los teóricos... ¿Extremista, político o falopero? Guardaba silencio. Fabián le había dicho que guardara silencio y que pidiera hablar por teléfono con su familia, pero calló. -Bueno che, aquí no estamos para perder el tiempo. ¿Cómo te llamás? -Me llamo Juano... , pero quiero hablar por teléfono -¿Juano qué? ¿Así que hablar por teléfono? ¿En la Villa tenés teléfono? -No señor. ¿Qué hacías entonces? -Estaba de visista. El interrogatorio, siempre igual y luego continuaba, departamento de Policía Federal o bien a Villa Devoto. Eran muchos los villeros detenidos, pero la resistencia seguía; no obstante debían desalojar la Villa. La mayoría había acordado con el Municipio, otros recibieron unos pesos y se arreglaron por su cuenta. Pocos quedaron detenidos por falta de documentación y entrada ilegal al país. Juano no pudo hablar por teléfono pero, alguno de los que pretendían hacer un reportaje, sabiendo el número telefónico del Doctor Argüelles, le dieron aviso de lo ocurrido y de la detención de Juano. Inmediatamente se puso en contacto con el comisario de esa sección y solicitó la entrevista como profesional. solucionado el problema, Juano salió en libertad. El regreso fue silencioso. -Anda lindo el coche... forzó el diálogo -Sí, la verdad que anda al pelo... Pero, decime Juano... ¿No habíamos quedado que este asunto de la Villa, lo diligenciaba yo en la Municipalidad? -Sí... pero... -Pero un carajo... Yo tenía una entrevista para hoy. ¿Qué hacías o que fuiste a hacer? -Fui, porque vinieron a decirme que hoy los sacaban a todos con la fuerza pública.
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-¿Quién llevó las cubierta y quién empezó el incendio? -No sé, cuando llegué estaba el lío en toda su magnitud y también estaba la policía. -Te das cuenta que fue una provocación... -Que se yo... me vinieron a buscar, me dió bronca y me metí... que se yo. -Por eso, porque no sabés, debiste consultarme ¿Qué solución llevaste vos? -Y... ninguna. -Te das cuenta... puro despelote y ahora, seguro que la mayoría, va a arreglar por iguales pocilgas en otro basural o algo por el estilo. Juano,... arreglá tu melón... Esto es un quilombo... entendés... para dar pelea, primero saber cuál es el enemigo y después organización... Otra experiencia y ya las alas estaban todas desplumadas. El grupo familiar, Fabián, Teresa, Juano y Mariela, los cuatro habían compuesto dos parejas que vivían bajo la aureola que la chapa de bronce del Estudio jurídico Contable, les brindaba. Económicamente todo fue superado. El basural, el “diga don me da una moneda para viajar”... “por favor una monedita para comer”, las corridas por los vagones del tren... el manoseo ingenuo... el despertar del sexo... la mugre, el hambre, el abrir las puertas de los coches de Retiro, en la calle de los boliches bailables y las cantinas. Ya no era un Ángel carasucia... Ahora eran dos jóvenes, con todas las miserias humanas del consumismo... Otra vida, otro mundo. El recuerdo de aquellos pasajes... para Juano era un tormento. Después de todo... seguía siendo Juano. A Mariela, casi se la lleva la droga y Teresa salvó a Fabián de entrar en la Mafia de los negociados. Ella, la que conoció de frente la miseria, el acoso, las duras jornadas de fregados y plancha, tuvo los suficientes anticuerpos para salvarse y salvar al grupo, de las tentaciones. Los habitantes de la Villa 31 habían constituido dos grupos, los que arreglaron con una indemnización y los que aguardaban la nueva vivienda...Juano los inducía hacia la formación de una cooperativa. Realizar gestiones ante las autoridades, para lograr terrenos y allí levantar un barrio con viviendas dignas.
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-Hay que construir casas y no palomares, volver a los jardines y la quintita en el fondo o bien un espacio libre para el juego de los menores y el asadito de los mayores. (Argumentaba Juano a la comisión formada por los habitantes desalojados y a desalojar) -Déjese de joder Doctor... -Pará, pará... doctor no, que si me agarra Fabián me faja. Yo soy un simple tinterillo y lo que les aconsejo ya se hizo en Alemania después de la guerra. -Si, pero aquí estamos en Argentina... ¿quien labura después de las horas de trabajo? -¿Hablaron con los paraguas? Le resultaba cada vez más difícil ir acomodando sus ideas frente a esa realidad de vida. Fue más feliz, en el momento de descubrir, desde la sombra de aquél viejo gigante que había elegido como guardián de sus sueños, apenas superado los trece años. Ahora ya hombre, con el primer voto ciudadano cumplido; la calidez de una cama blanca, perfumada de limpieza, todo era distinto. Aquellos comienzos de raterito, coleccionador de transgresiones y prematuras revelaciones sexuales. La Teresa y Fabián habían constituido co él y Mariela una nueva forma de encarar la vida, mucho más digna. El cura párroco de la Villa lo venía buscando. Varios vecinos se lo adelantaron. -Juano, el Padre quiere verlo, dice que es urgente. Elsa Vallejo, veterana en amoríos, ahora en franco tren de reivindicación, cuidadora de la limpieza del templo, le confirmó la cita. -¿No sabés que quiere? Hacía mucho que no entraba en una iglesia. Él y Fabián coincidían en su agnosticismo, pero se consideraban abiertos, en cuanto a dejar las cuestiones religiosas para la privacidad. -Está bien, Elsa, decile al Padre que iré mañana, después de las cinco de la tarde. -Se puntual porque el Padre a las siete tiene la misa. .Está bien, está bien--- iré... Y, como siempre, Juan llegó puntualmente. La hora del encuentro de dos caudillos... Unos habían surgido de casualidad. Jóvenes, recién terminado sus estudios de bachiller, entusiasmados por los nuevos sistemas de comunicación social, comenzaban investigaciones sociológicas.
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Otros, siguiendo modelos periodísticos, ávidos de sensacionalismos y gloria, se animaban a manejar cámaras de televisión, buscando notas realistas. Otros, entre los que podría incluir al Reverendo Cura Párroco de la Villa que, con el Evangelio a cuesta, buscaba expandir su fe cristiana, con el pan y el amor del Nazareno. Juano era la rebelión. Era la Villa emancipada, dispuesto a transgredirlo todo, se había acercado de inquieto que era y, sólo le importaba estar al lado de los villeros... tuvieran o no tuvieran razón sus reclamos. En todo caso, era el mandato de sus orígenes. En realidad, lo que allí se reclamaba no era conmiseración. La reunión entre el Padre de la Parroquia villera y Juano, se realizó en la más estricta sencillez. -¿Tú, eres católico? Preguntó el párroco, tomando a Juano del hombro con un gesto fraternal. -Soy un creyente alejado de todos los ritos... diría que soy un agnóstico. Replicó. Pero entiendo que su trabajo sacerdotal aquí en la Villa, es muy elogiable y por lo tanto, ese es el punto fundamental de nuestra posición de unidad... -Sí... si... hijo. Preguntaba porque la gente dice que sos un ateo... y que perteneces a un partido de izquierda... -Bueno... tampoco es tan así. Creo que mi madre, alguna vez me habló del bautismo en Tucumán... Yo no recuerdo... salvo alguna misa callejera, no recuerdo haber participado... Estuve en Luján y en San Cayetano, en movilizaciones. -No... no estoy insinuando que cuentes tu historia, sólo que... como la gente está muy entusiasmada con vos... te siguen, hablan de tu desinterés... hay quienes dicen que sos abogado... También están los que dicen... ¿por algo vendrá... No es de la Villa... etc... etc... Entendí que como pastor de esta feligresía, que debía aclarar con vos algunos de esos puntos y ver como podemos encarar la cosa... -Mire... Padre...¿Está bien así? -¡Vamos muchacho, no se trata de galones! -Bien... le digo que yo estoy aquí a pedido de algunos vecinos... -Está bien ¿Pero quién te trajo? -Nadie en particular. Estuve en el momento del atropello policial y participè en la defensa del barrio y mis hermanos... El día de
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la Asamblea y de la arriada...cuando nos metieron presos, usted no estaba ese día... -Yo estoy aquí desde siempre -Sí, pero ese día no estaba... Ese día tenía una audiencia, junto con monseñor... fuimos a gestionar ante el intendente municipal, benevolencia, prórroga, contemplación. -¡Pero Padre esto ya no tiene retroceso con palabras de políticos de este sistema! -¡Estás pecando hijo. No avances hacia la violencia! La violencia trae la violencia. -¡Por favor... no comencemos el recitado caduco del Medioevo! -Hijo mío... Dios no pone en mi boca blasfemias. -Perdóneme Padre... me duele esta charla como si fuera un interrogatorio policial. Bien, le digo que yo estoy aquí por el pedido especial de algunos habitantes del barrio. Y para cerrar y comenzar de nuevo, le quiero aclarar mi posición en cuanto a lo que pienso de la Violencia, así, dicha con mayúscula. primero, no soy yo la ley, ni el hacedor de las mismas y por lo tanto no me creo capacitado para determinar “la razón de la violencia” porque la misma tiene leyes que las categorizan en legales e ilegales. Mi convicción generacional me dice que es CONSECUENCIA Y NO CAUSA. Para finalizar Padre le diré que yo estaba aquí con un grupo de amigos, jóvenes estudiantes, trabajadores en medios de comunicación, haciendo una nota. De pronto nos vimos en medio de una represión, que no sabíamos de donde partía, que tampoco habíamos provocado... Así comenzó la cosa y mi vinculación... después... la policía y todo el revuelo que usted conoce mejor que yo. Creo que en alguna medida contesté todas sus incógnitas... ¿verdad Padre? -Veo que no te gusta dar explicaciones. -Le repito Padre, me parece una actitud policial. -Te equivocas... algunos feligreses, me pidieron que hablara contigo... Sabés que en la Villa se viene gestando una lucha interna... y que yo entreveo cuestiones entre sectores políticos... -Por favor. Padre, no volvamos a eso. La gente está cansada de verse relegada, traicionada permanentemente por la ilegalidad legalizada. Por preceptos vulnerados, embaucados
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por falsos líderes... usted sabe, y sabe mucho más de lo que calla... conoce a la gente de moderno campo de concentración... conoce quién trabaja y quién no...¿Pero quién puede hacer la división. ¿Dónde están los buenos... quienes son los malos...usted puede señalarlos? -Yo no. Sólo Dios... Pero hay cuestiones morales. -¿Cuestiones morales! El monstruo de las mil cabezas... No Padre... no quiero entrar en el juego de la dialéctica teológica... “El justo creador nos permitió ver la extensión del mar, pero no alcanzar a ver su profundidad”. Entonces Padre ¿con qué derecho nosotros, un grano de arena en el desierto, podemos separar al bueno y al malo? ¿con que medida valorizaremos unos de otros? -Te repito que hay cánones establecidos por las costumbres. -Padre... yo le pregunto ¿Qué diferencia hay entre un adicto de la clase social más o menos económicamente bien acomodada y un drogadicto de la Villa? -Mira... tengo misa a las siete... ¿Porqué no te quedás y seguimos dialogando luego? -No puedo Padre... ¿Pero usted, me llamaba para otras cosas... ¿Verdad? -Sí. Quiero establecer una estrategia común. Ayer en la municipalidad le dieron a Monseñor una salida que, consideramos aceptable. -¿Sabe la gente? -No... por eso quiero hablar contigo y otros habitantes de aquí... y ver que hacemos. -Bueno Padre... Pero, es que yo, no soy de la Villa. -Si... ya sé... pero... te siguen y respeta... -Parece que sí. Vengo mañana a las cinco de la tarde... ¿Le parece bien? -Sí, sí... yo citaré a otras personas interesadas. -Está bien... nos vemos. -Pero venga con espíritu de paz. -Paz y justicia, Padre... -Hasta mañana. Juano salió de la Villa rápidamente. Prefirió que no lo viera nadie. Se sentía mal. La actitud conciliadora del cura, le pareció una claudicación. Más bien, creyó en una búsqueda de acuerdos, para amontonar más de lo mismo. Y se fue
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desvaneciendo aquel inicio de lucha, con el cual intentaba alimentar su utopía, de convertir la Villa y sus habitantes en ese mundo nuevo que abrigaban sus sueños juveniles. Pero, en lugar de ver avanzar sus ideales de un ser humano solidario, libre de vanidad y el vedetismo impuesto de esa sociedad de consumo, se veía arrastrado hacia la antesala de lo que venía combatiendo. Su modelo (en alguna medida Fabián) trataba de convencerlo que era lícito defender al infractor, si ese era el medio jurídico legal, que le permitía vivir y acumular riqueza. Los problemas que le causaban a él, no someterse a las reglas del modelo que dominaba al mundo contemporáneo, lo marginaban de esta sociedad, involucrándolo a buscar refugio, en la vida villera. Ahora era la moral, la ética eclesiástica la que pretendía convencerlo. El padre Antonio, que repartía bendiciones y alimentaba el cuerpo físico de su feligresía, resultaba un nuevo impulsor hacia ese abismo, al que descendían los Ángeles de aquella barriada de carenciados. Desde ese punto de observación, veía como sobrevolaban el vacío, centenares de alas a medio plumar. Aquél observatorio, era también la rampa por donde se deslizaban los miles de adolescentes que ya dejaban de ver a sus progenitores, a los más cercanos, a Fausto o a Dios y, desde allí, se tiraban en la búsqueda de nuevas motivaciones... ¿Eran realmente nuevas...? Sobre los amplios espacios del Liceo de Atenas, Aristóteles y sus discípulos, practicaban costumbres sociales poco viriles y también eran asiduos concurrentes al templo de Apolo, practicando bacanales, siguiendo viejos ritos dionisíacos que, recién en el año 186 antes de Cristo el gobierno romano lo prohibió por obsceno... ¿Esa prohibición, se aplicó totalmente?... Otras vinieron más refinadas, pero no menos eróticas y/o degenerativas. Las prohibiciones siempre fueron el ariete utilizado para evitar invadir el misterio de lo desconocido. La posición del pare Antonio no le parecía a Juano muy desinteresada. Le dejó la sensación de ver a Poncio Pilatos antes de ordenar la crucifixión de Jesús de Nazaret. ¿qué escondía detrás?... se preguntaba... Seguramente, consiguió de las autoridades alguna ventaja para su reducto Parroquial, alguna ventaja... Veremos mañana, siguió pensando. ¿No me prestaré al juego político.
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La gente estaba desmoralizada. Todos prometían algo... pero, enfrentar al poder, demandaba organización. El desempleo, el caudillismo, el vivir en medio del hambre, el analfabetismo, factores que se multiplicaban, poniendo a esa sociedad marginada al borde de la destrucción. Él se había dado cuenta. Mientras volvía a las tareas, se introdujo en el túnel de los recuerdos aureolado con sus doce años cuando, luego del fallecimiento de su padre, ya en la Villa, su madre encausó la vida junto al Cartonero. A partir de allí, el cambio familiar estuvo lleno de contratiempos. Entró el alcohol y la nueva forma de ganarse el pan. Todo ello trajo un cambio de costumbres y modos de enfrentar la realidad. De aquél enfoque clasista del obrero metalúrgico, de solidaridad, organización, lucha salarial. De ir a la escuela porque había que saber para dirigir su Clase, a ese casi lumpen del “sálvese quién pueda”... ¡Afanalo! total no te ve nadie. ¿Tienen guita? Sin guita no se puede nada... había una distancia abismal. Las borracheras, el abandono personal... El dejar de quererse... la miseria... Juano comenzó a inhalar pegamento entre los pibes y a ver a los jóvenes pasándose un raro cigarrillo de boca en boca, pitada tras pitada y terminando revolcándose como fantasmas en el campito... Llegó el tiempo de subir los trenes con estampitas y esperar la noche para cinchar el carrito del viejo Cartonero, juntando papeles, cartones, botellas. Pero él, seguía recordando al Obrero Metalúrgico. Algo le fue quedando. Sabía que esa sociedad estaba estructurada para devorarlo. Se le fueron trasmitiendo leyendas y el mito. De aquella concepción de inmutabilidad hasta la aún hoy vigente ley de Relatividad de Einstein, había un abismo... El cerebro de Juano era un ir y venir de recuerdos que, todo le parecía recalar en la drogadicción. La juventud de aquella Villa en conflicto, consumía. Cuando niño, vio armar y pasar la pitada en los fondos de la casa de la Entrerriana, como la llamaban a Claudia, la vecina de Mariela. El cura de la Villa lo increpó sobre el problema de la droga. Quería profundizar el debate, como investigando los conocimientos de Juano en el tema de la circulación dentro de la barriada. “El peligro” está más en los traficantes, le dijo insidiosamente.
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-El peligro está en todos lados... Pero no es quitándoles sus pobres viviendas, dejándolos a la deriva para crear una nueva Villa como se soluciona el problema. -¿Pero, usted sabe cómo llega aquí la droga? -¡Padre, por favor, apunte a otro lado! -No puedo mezclar las cosas. La droga es una cosa y el problema de estas tierras, es otro. La entrevista lo convenció más aún, de su razón para dar su apoyo a los hermanos villeros. Él estaba dando el salto, gracias a Fabián... Lo tenía claro... además, el hoy Doctor Fabián Argüelles, era un producto como él, de las Villas. Los barrios de emergencia tienen un basamento común de clase... Son los Espartacos, los Prometeos, los “sans cullotes” de la revolución francesa, los “descamisados” de Evita. Ellos conforman ese ejército de necesitados y abandonados de la sociedad, presa fácil de este nuevo período de la historia, que continúa afirmando los pilares levantados por siglos de explotación y esclavitud y orientados hacia una falsa prosperidad. Vuelven a venderles espejitos a cambio de la fuerza de trabajo... Juano y Mariela salieron ese día de la casa, dispuestos a iniciar un profundo diálogo con miras al futuro. -¿Dónde anduviste hoy, Juano? -Mejor decí, donde no anduve... Mirá terminé las tareas que Fabián me había encargado ayer... ¡Ha! incluyendo un par de gestiones en el Juzgado Laboral de San Martín... Te digo que cada día, hay más despidos. Gente de la Villa. ¿Te acordás del padre de Joaquín? -¿Aquél viejo que arreglaba sillas?... ¿Qué Joaquín, el petiso que era medio enfermero? -¡Qué enfermero! Era un tipo que hacía cualquier cosa para el barrio. -¡Ha! Si el que llevaba a los pibes a jugar a la pelota en la canchita municipal... si... si... ¿Qué le pasó? -Cerró la fábrica de muebles... pobre tipo.. ¿Te acordás que siempre traía madera para arreglar alguna casilla y para hacer fuego?... cuando le fueron a decir que quedaba cesante... se descuidó... la sierra le rebanó tres dedos... ¡Pobre tipo! -¿Lo tienen que indemnizar? -Lo echaron y a otra cosa... Se quiere morir el tipo
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-¿Y Fabián qué dice? -No... Fabián habla poco... pero la pelea. ¿La verdad? es un león... se parece a mi viejo... bueno Mariela ¿Vamos hasta la Plaza? allí charlaremos otra vez de nuestro futuro. -Tenés razón Juano, se nos está pasando el tiempo... El tiempo, esa inexistente medida de lo existente... Pero no existe sin el espacio tiempo. Conjunción inseparable, conjunción inseparable como dos dioses metodológicos de la vida. El tiempo aún continúa sin nuestra existencia. En qué espacio de tiempo estará detenido aquél jornalero de Agulares, que un día salió rumbo a la metrópolis... lo encasilló la Villa y lo llevó la tisis de los sueños incumplidos. Fue un tiempo material de tres minutos. Tiempo que la atención le exigió a la pareja para hallar el banco de la plaza, como un confesionario, donde analizar el futuro... ¿Que también era tiempo! -¡Que trafico jodido en esta avenida! -Sí... pero veníamos distraídos. -¿Sabes una cosa Mariela? -¿Qué Juano? -Me enganchaste con la frase: “Se nos está acabando el tiempo...” -Y... sí... -Como una tropilla... o esos micros que nos acosaban al cruzar la calle. -¿Vos pensaste algo, sobre nuestro futuro? -Sí, por eso salimos a charlar tranquilos. -¿Acaso te molesta hablar del tema en casa? -En alguna medida sí... siento como si tuviera que rendir examen. -Chee, Juano... siempre respondieron como padres... -Bueno. Quizá por eso... que se yo... será respeto. -Yo te entiendo. No te enojes. Resulta que con Teresa, hablamos mucho del tema. Ella piensa que podemos usar nuestras habitaciones. -¡Cómo! si una está junto al Estudio... la mía, y vos tenés el dormitorio junto al baño. -Por eso... para que queremos dos piezas. La cocina es grande... -Pero... seguiríamos igual... como dependiendo. El cambio sólo sería legalizar... la cama...
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-Che Juano... dejate de macanas. ¿Cómo decís eso? -Me gustaría una casita chica, para los dos y un fondito para hacer un asadito cada tanto. -¡Juano, poné los pies sobre la tierra. ¿Cuánto sale un alquiler?... Tu sueldo, loco... Además pensá que hay que armar la casa, vestirla... -¿Armar qué? -Las cosas de una casa, cocina, dormitorio... todo. ¡Juano! ¿Qué te pasa?... Eso lo hablamos ya. Sí, Mariela, pero a este paso, no llegamos nunca. Las cosas se pueden comprar a crédito... con algún trabajo extra que me den los muchachos del Estudio Contable... -¿Vos crees que podrán? Sólo se habla de cierres de fuentes de trabajo, despidos de personal... vos mismo me contaste recién lo del viejo Joaquín. -Bueno, Fabián está en eso... pero los contables están en otra y hay que dibujar balances, buscar métodos legales que eliminen gastos, en fin... es otra cosa. -Sos terrible. Todavía estás en esa... cada uno cumple un rol en esta sociedad... pero volvamos a lo nuestro. ¿Te olvidás que yo también puedo aportar algo?... -Sí claro, pero la casa hay que seguir atendiéndola. -Sí, por supuesto... pero algo de computación puedo hacer. -Sí claro la nueva generación de los Flippers. -No sé, pero que sí puedo ayudar está claro. -Sí, sí, Mariela. Esto hay que conversarlo con Fabián y Teresa. Amarraditos, haciéndose caricias propias del tiempo espacio en que vivían, fueron abrazados por la penumbra y el filo del silencio, fue cortando la tarde. -¿Volvemos, Juano? -Sí... según esté la sobremesa, encaramos el tema. -¿Te parece? -¿Qué querés esperar?... lo que le pasó a tu hermana?... -No, Juano, no te enojes pero...¿Porqué no vamos comprando algunas cosas? -¡Mariela! Hablar no significa hacerlo mañana... Se trata de ir cambiando opiniones y almacenando tiempo... Tomándola de la cintura, la ayudó a incorporarse, mientras sellaba sus labios con un beso. El camino de regreso fue el recordar los muchos villeros con los que convivieron
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tanto tiempo. Alguno de ellos, envueltos ahora en la droga, otros como Cacho, encarcelados. Sus propias correrías fue el tema de varias cuadras... -Si habrá afanado bolsos y carteras... pobre Cacho... y, ese era el final ¿Te acordás cuando me encajó un bolso y se largó del tren?... -Sí. Que desbole. Todo el pasaje mirando al Cacho y vos corriendo en el tren... con el bolso a cuestas. -Pobre Cacho... ¡No era malo! -Sí Mariela... era malo. Te metía en todas y te dejaba pagando... a mí me lo hizo con la droga... decí que el cana me vio cara de gil y me dejó ir... sino aún hoy estaría pegado. -Tenés razón... era malo... Yo conocí el porro con él... ¡Dale piba! me dijo y me lo metió en la boca. Después le pedía yo... entonces no me lo daba sino le pagaba... pero llegó el momento de decir ¿basta! -Y bueno... allí está el fin y el principio... -Menos mal que zafamos. -Si... pero lo que nos salvó de todo es haber caído aquí, con Fabián y Teresa. La tarde fue cerrándose y las luces indicaban la otra cara de la luna. -Mirá como brilla la chapa del Estudio. -Y... también ¿quién la lustra? La tarde terminó en un abrazo largo y tibio, aprisionando a los cuatro habitantes de aquella casona, donde el destino logró unir las coordenadas históricas de tres generaciones. Por un lado, los resabios de una sociedad educada entre dos grandes guerras continentales, finalizada con la terrible experimentación de la bomba atómica, cuyo peligro aún pende sobre la cabeza de la humanidad toda. Por el otro, los trastornos psicosociales que trajo aparejado la implantación del modernismo consumista, satelital y un creciente desarrollo de la informática. La lucha de los pueblos por su liberación, los poderes en manos de unos pocos cazadores de fortuna, crecientes migraciones de países aún con costumbres esclavistas y los movimientos guerrilleros por la liberación de sus respectivas naciones. Pueblos de los cuatro continentes en pie de guerra libertaria. El salvador, Nicaragua, Viet-Nan, Corea, los Emiratos y las tribus de África. Los jóvenes de los
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años 60, arrojando por la borda costumbres, culturas, leyes, estética, artes, normas, todos abrazando las formas de la desesperación, normas antiéticas y condicionamientos. Los profundos cambios sociales que producía el ideario socialista, daban al mundo un impulso renovador del que no escapaba la sociedad de Juano. Ella había crecido en medio de los conceptos de “Granero del Mundo”, “Continente del futuro”, “Crisol de razas”, Tierra de Promisión”, etc. Pero llega la ruptura y los Juanes se multiplican en medio de un fenómeno de decadencia total. Los esfuerzos que se veían literariamente realizados por las generaciones de los siglos XIX y XX que, en realidad no eran más que falsos espejismos, románticas visiones parcializadas de la realidad. Mientras las ciencias imponían un desarrollo de perspectivas inquietantes en investigaciones biológicas, químicas, la profundidad de la ley de relatividad, el estudio del espacio y las comunicaciones. Todo... todo se convulsiona... y crecen los Juanes. Aquél obrero de Aguilares, mecánico total, disciplinado y conciente de su rol de transformador de clase, ve como le roban su propia conciencia y su futuro. El perfeccionamiento de los elementos de trabajo, en vez de achicar la jornada de trabajo y permitir ampliar su espacio de conocimiento, facilitando estudios y avances en el mejoramiento de su propia vida o un ocio creador, se convirtió en una total pérdida de la ética y una ampliación de los marcos de la corrupción, descomponiendo las bases del enciclopedismo, la solidaridad y el humanismo. Ese avance científico técnico, vino aparejado con el avance de los narcotraficantes, el consumismo y la globalización del capital. El padre de Juan, en medio de esos cambios, sin mayores posibilidades de ampliar sus conocimientos, sólo el que le permitió esa sociedad, preparándolo como esclavo moderno, murió cuando ya se instalaban en la Villa sectores desclasados, el consumismo, la T.V. la droga y el abandono, la competencia entre hermanos, la debacle, el condicionamiento social... y de aquél humanismo que vislumbraba cuando caía Berlín. Sólo quedaban los basurales , el raterismo, el no te metás, la promiscuidad y los desbordes del sexualismo...
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Así creció Cacho, Mario, el Tula, Mariela y esos grupos autodenominados hippies, enfrentando la vida sin referentes. Salvo el Che, logra la sintonía que se integra casi totalmente con los jóvenes. Pareciera que dentro de las perspectivas que muestran las nuevas estructuras sociopolíticas, estuvieran cimentadas sobre las ilusiones que publicita el consumismo. Sobre marcas de artefactos electrodomésticos o productos de uso personal descansa el desarrollo ético, estético y económico de la sociedad Existe un uso satánico, ostentoso de la figura física del ser humano, sepultando los valores morales e intelectuales con una sobrecarga publicitaria que enfoca la belleza corporal, exaltando los aspectos casi pornográficos. Juano y Mariela, a punto ya de perder sus alas de Ángeles, cavilaban en ese futuro incierto, alimentando con el humo de basurales, atrapados con todo lo negativo que le dio, en última instancia esa sociedad, al borde de un abismo al que no podrían sobrevivir, si perdieran esas alas utópicas que ahora veían ir desplomándose lentamente. Después, por diversas razones, entre ellas el intenso bombardeo publicitario, al que apuntaron también sectores de la intelectualidad (“La muerte del hombre” y de las “ideologías” ) la juventud encapsulada en una idea temeraria, fue capturada por la droga y la violencia, a la que se unieron también los músicos y letristas de la desesperanza. Un coctel especial para el desorden, la confusión de lenguas, levantando a orillas del nuevo Eufrates, como torre salvadora del futuro diluvio. ¿Se hartarán, antes de morir estos Ángeles que aún sueñan con el porvenir? ¿Serán estos dueños de los andenes, los nuevos redentores? ¿Volverá la utopía a iluminar senderos de humanismo y se convocarán Aristóteles (el pensador más grande de la humanidad); Sócrates, con la virtud y la justicia; Hegel, con su identidad entre el pensamiento y el Ser; las contradicciones como motor del desarrollo? ¿Acaso los nuevos descendientes de los Juanes y Marielas, serán los nuevos utópicos? los que alzarán la bandera libertaria de los justos. Jesús y Ernesto de la mano. Amor, justicia redención... Ricardo Fabián, bien secundado por Teresa, mujer con la virtud y la sabiduría popular que, fue capacitándose con su aguda observación, asimilando las filosofías de la vida práctica
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de todos los días. Sabía, por sensibilidad, adicta a las lecturas, mantener largas conversaciones no exentas de entusiasmo, con Fabián, su esposo y a las que se sabía incorporar Juano. -De cualquier manera – dice Juano- el Nihilismo es en principio, la negación de todo orden reaccionario. ¿Es así Fabián? -Se le ve la pata a la sota... Juano. Es una interpretación parcial. Está bien la interpretación que ubica a Nietzsche entre el eterno retorno del superhombre... -Es lo mismo, argumentó Teresa. De última la sociedad moderna exalta los poderes de los Batman... ¿No es así? -¿Qué te parece Fabián, creemos o no en el sentimiento de clase? -Ja... ja...ja--- ¡Qué bárbaro che!... No parece real esta conversación entre nosotros. -Y... es real o acaso, el coso ese ¿no terminó loco de atar?... El caso es de locos... sólo unos tipos como nosotros puede perder el tiempo en hablar de filosofía... todo es un desbole. Y yo... pensando en casarme. -Cuidado que viene Mariela -¿Qué hay? Ella está conciente que es una locura... ocurre, Teresa, que usted descubrió el misterio de los Ángeles y nos enseño a volar para evitar morir para ser Ángeles- ¿No es cierto Mariela? -¿De qué hablan? -¿Y de que vamos a hablar? A punto de iniciar el vuelo... -Es que yo no quiero morir. Los Ángeles de las estampitas, son mentiras. Los muertos se pudren bajo la tierra. -¡Mariela! -Sí Teresa... No hay Ángeles...tampoco hay cielo. Todo es una hermosa metáfora, para no quedar atrapados en Villas y basurales. La gente se cansó de mentiras. Hay que ser bueno ahora, con los buenos como ustedes... y con los malos... habrá que orientarlos por un camino decente... -¡Bravo Mariela! Ja... Si hubieras conocido a Evita, seguro no cambiarías una moneda por una estampita. En el televisor, una película mostraba como asaltaban un banco y a un superhombre que abatía a cuanto pobre diablo se le ponía delante.
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-Teresa ¿Porqué no desconecta esa máquina infernal que se nos metió sin permiso?... -Tenés razón... está gastando electricidad. -Bueno, se adelantó Fabián... ¿Cuándo será ese vuelo? -De eso queríamos hablar... ¿no es así Mariela? -Sí... yo hablé bastante con Teresa... tenemos algunas diferencias. -Entre nosotros, replicó Fabián, no debe haber diferencias. -Sin embargo las hay. Terció Juano. -¿Cuál? -Habla vos Mariela. -Sí. Yo o Juano, es lo mismo... ocurre que las cuatro personas que estamos en esta casa ... pasamos por la Universidad de la Villa. -Epa, epa... algún universitario hay ¿Y el tordo? ja, ja, ja... dijo Juano para restar solemnidad al momento. -Bueno sí... allí aprendimos a volar y descubrimos ese mundo real de la miseria, la promiscuidad, el vicio, a apropiarse de lo que no teníamos, cambiándole el nombre a las cosas... Apiolarse por compartir el “producto bruto” ajeno... al reciclaje antes de la industrialización de los basurales. Nacimos villeros... algo así como la resaca... Fuimos Ángeles antes de morir... y bueno... sabemos que pertenecemos a un determinado producto social... ¡La familia! que se yo... somos nosotros cuatro y si nos vamos de esta casa... sería como volver atrás... y bueno... no queremos... -¡Eso es lo que yo te dije Mariela. Interrumpió Teresa. -Si, eso lo conversamos con Juano, pero él también tiene su argumento. -¿Cuál es tu argumento Juano? preguntó Fabián. -Volver a la Villa es algo así como coincidir con Morgan. “Todas las mujeres son mías, incluyendo a mis hijas”. -¡Sos un degenerado! -Vamos doctor... El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, es un libro de su biblioteca. -No confundamos los tantos. Quiero creer que estamos hablando en serio. -Si Fabián, no se enoje... pero en la Villa, todavía hay algo de eso. En Villa Lugano, casi matan a un jovato que abusaba de sus dos hijas... maduritas... he
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-¿Y ellas, no decían nada? -Parece que tenían miedo, hasta que la mayorcita empezó a noviar y... se armó la bronca. El pibe se fue a la comisaría y lo denunció. -¿Y le dieron bolilla? -No. Al principio no. Pero las dos pibas, volvieron a la carga y todo el barrio, se le fue encima al viejo... casi lo matan. -¿Y en qué quedó? -Por ahora en nada... las pibas están en un convento... y el viejo anda por allí. -Sí... pero nos estamos apartando del motivo de nuestra charla. -Total y final, agregó Juano. Queremos formalizar nuestro matrimonio, pero sin protocolos. Viviríamos en la pieza del fondo. Veremos si nos resulta posible ampliar nuestros ingresos con lo que sabemos... interesar a los abogados y contadores que conocemos y ofrecernos para alguna tarea. Sin por ello abandonar las cosas que hoy hacemos. Hubo un amplio intercambio de opiniones. Se argumentó la necesidad de armar su hogar, las posibilidades de ir ahorrando, las dificultades de la época, todo en un clima cordial. Nadie dejó de opinar. Se estableció la fecha y todo quedó convenido para un par de meses adelante. Los ojos de Mariela y la seriedad de Juano, dejaban entrever la emoción que los embargaba. Fabián y Teresa propusieron un brindis y los cuatro terminaron la jornada alegremente. Pasaron los días. La casa fue inundándose de silencios y las cuatro cabezas, se convirtieron en cuatro mundos, por donde desfilaban caravanas de recuerdos. Fabián seguía pensando en extender su prole. La carga de los afectos casi fraternales que se fue entrecruzando a lo largo de los cuatro años de convivencia con Juano, contenían su angustia de padre frustrado. Tenía la sensación de pérdida. La misma que sentía cuando dejó la Universidad de Tucumán para recalar en la Villa del Gran buenos Aires. Tiempos de lucha adolescente y de banderas libertarias. Entonces recordó su acercamiento a Sartre y su filosofía de la Libertad... ¡Cómo influyeron aquellos tiempos en su desarrollo intelectual! Aquél mundo que le hizo ver, no sólo lo material, sino también, recorrer lo abstracto. Lo había puesto en guardia contra todo.
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Le enseñó a no ser un intelectual sin principios. Negando la existencia del fraude, nada se corrige, pensó. Hay que cambiar la sociedad. La libertad y el desarrollo del Ser, es inseparable de la práctica revolucionaria. Tiene razón Juano – se dijoEsperarlo todo de una civilización conflictiva , que busca la evasión por la droga, no es posible cambiar el mundo... pensó Por la cabeza de Juano, seguían pesándole las actitudes del cura de la Villa... pero... recordó al padre Mujica, acribillado por defender los derechos a la dignidad de los villeros. Recorrió un rosario de curas que aún hoy se manifestaban en favor de cambios profundos. Silencioso, se dejó llevar por las viejas rutas recorridas y la figura del eucalipto, se erguía junto al mecánico de Aguilares, dando martillazos sobre un viejo yunque. Ya no quedan palabras para agregar al tiempo... ese tiempo sin alas que volarán los Ángeles... Estampitas mediante recorrerán viejos andenes voceando sus penas por las calles. Juano y Mariela se encontraban casi todos los días al finalizarla jornada de Tribunales, en Retiro. A veces volviendo de La Plata, otras de pleno centro. Juntos iniciaban el regreso. Ambos venían observando, desde hacía varios días: “Llegaba arrastrando los pies, como tanteando la firmeza del piso. Al hombro su carga de caballetes destartalados y la tabla liza con la que terminaba de armar su negocio callejero. Del brazo izquierdo, una gran bolsa dentro de la cual guardaba su mercadería. Todos los días igual. La misma hora, el mismo rostro... moreno, cruzado por una cicatriz que lo recorría de la ceja a la mejilla derecha. Serio, inmutable, al rato, un grupo de Caras Sucias, lo rodeaban, les decía algo y desaparecían... El hombre también iniciaba los vicios de la calle, amamantando a los nuevos Juanes, todos Ángeles antes de morir.
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Villa Marqués de Aguado, Ex San Andrés. Pdo de San Martín, Provincia de Buenos Aires 17 d abril de 2011,
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