Novela Estigma del Bárbaro

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Alexis BriceĂąo Badilla

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ilustrado por mirko vukasovic cristian escobar


Dedicado a Osvaldo Briceño Rojas.

Título original: El estigma del bárbaro Text copyright © Alexis Briceño Badilla 2010 Ilustrations copyright © Mirko&Cristian 2010 Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida, ni en todo ni en parte, ni registrada en, o transmitida por, un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún medio, sea mecánico, fotoquímico, electrónico, magnético, electroóptico, por fotocopia o cualquier otro, sin permiso previo por escrito del autor.


Prólogo

E

s el año 405 D de C., el Imperio se sacude por la invasión bárbara más violenta, esta vez ingresan para quedarse y asentar sus reinos en Occidente, el gran Magister Militum Estilicón debe resistir, no solo en el frente de batalla sino a los intrigantes de la corte. Planifica su estrategia militar pero también realiza acuerdos de más largo plazo, para asegurar la estancia pacífica de los godos; solicita a su amigo y compañero de armas Gaudencio, el máximo sacrificio en virtud de la amistad que los une: la entrega de su hijo como prenda de garantía. Pero Estilicón no alcanza a ver los frutos de su visión, muere asesinado el 408; su figura brillante solo será eclipsada por la leyenda de Aecio, el hijo de Gaudencio quien desarrollará una vertiginosa carrera en ascenso, hasta encontrarse con Atila. Este relato narra la historia del último de los romanos.


“In their wretched plight they were forced to drink what they thought was the blood they had poured out from their own wounds”. Jordanes: The Battle of Chalôns, 451.

“And the earth becomes my throne I adapt to the unknown Under wandering stars I’ve grown By myself but not alone I ask no one” Wherever I May Roam, Metallica.


F

ría es la tarde en el valle del Dniéper, el viento continental azota la estepa y los pastos duros se reclinan ante esa turbulencia; mientras en el horizonte se dibuja una línea nítida que contrasta con el cielo raso aliviado de nubes. En la amplia y desolada llanura la tranquilidad queda rota por el paso veloz de un rubio jinete que cruza intempestivamente este paraje, su cabellera y la de su corcel se bambolean con el movimiento agitado de esta carrera. Sucede que los de su comunidad disfrutaban el uso del caballo, lo que no exagera en nada la reacción de este alano, un joven alano que aún no ganaba su derecho a ser adulto. Era el portavoz de acontecimientos que se gestaban en la orilla norte del Danubio y que esperaban una rápida decisión por parte de su comunidad. Los afluentes de los ríos estaban rebosantes lo cual implicaba que la próxima temporada estival anunciaría su llegada, no olvidaba que en invierno, cuando recién partía, muchos de aquellos estaban congelados. De su travesía recordaba que a pesar de su imperfecto óstico, los gestos desenfrenados de Radagaiso eran elocuentes para esclarecer la situación a que estaban enfrentados tanto los alanos como el resto de las agrupaciones bárbaras, comprometidas en el proyecto de aquel líder godo. Cada tranco agitaba su ritmo cardíaco, acelerando la secuencia de imágenes que se agolpaban en su mente y que no resistían el impulso de anticipar la reacción de sus congéneres en cuanto le avistaran en el campamento. La monotonía del paisaje estimulaba aún más su introversión. La soledad sólo podía combatirla recordando con satisfacción el entendimiento al que había arribado con los godos. Radagaiso, lugarteniente de Alarico, participó enérgicamente en los acontecimientos que lograron instalar a los godos dentro de Italia. Expulsado de las filas godas, por el propio Alarico, prefirió huir más allá del Danubio inferior con un grupo de incondicionales. Alto, rubio y rasgos teutónicos, poseedor de una gran ambición y condición de mando, lo que hacía inevitable la confrontación con aquellos que no compartían su ideario; precisamente esta fuerza de carácter le indispuso con Alarico, ya que éste pretendía establecerse en Dalmacia, ignorando los planes de Radagaiso de ingresar directamente a Galia. Fue el primero en emigrar fuera del Imperio con un conocimiento cabal de la organización militar romana, ajeno a las aspiraciones del rey Alarico, pretendía introducir una partida de elementos bárbaros para apoyar a los godos, pero asimismo, pretendía equiparar sus recursos a los del rey germano, despojándolo de su mandato como última finalidad. Asentó un campamento en el valle danubiano, cerca del limes, para mantener vivo el interés por volver a los dominios imperiales, envió emisarios a las tribus vecinas para promover una asamblea general. Esperó durante meses la respuesta definitiva. Sin restar empeño persistió con aquellas tribus donde encontró mayor acogida a su gestión , que eran mayoritarias. Radagaiso aguardó las noticias de sus emisarios, estudió la situación y fue preparando el movimiento. El atardecer presagia la oscuridad en la llanura, algunas lomas de suave relieve anticipan la cercanía del campamento alano. Sin embargo el joven jinete rubio estaba aletargado por la larga jornada, al aceptar el cansancio detiene la marcha y baja del caballo. De su lomo cuelga una manta que le permitirá mantener el calor junto con su túnica de piel. En esta región la adversidad no se manifiesta en el clima, sino en la amenaza de tribus enemigas. Grupos hostiles como los hunos o los yacigos realizaban frecuentes incursiones en la estepa. En el momento del reposo había que tomar todas las precauciones y valerse del buen olfato de la bestia amiga para prevenir aquel percance. Ahora el viento ha cesado y el cielo deja entrever un salpullido de fulgores en el fondo oscuro, mientras la luna llena mejora la visibilidad. Cuando el nativo termina de comer la carne seca de caballo aliñada en sal, toma un sorbo de agua desde una vasija elaborada con el riñón del mismo animal;


observa en derredor y siente la paz que lo alberga pero no deja de sentir sobresalto al pensar en los riesgos que se ciernen, acaricia el lomo del caballo que dormirá parado y se recuesta en el prado, encima se echa la manta. Antes de que el sueño domine el estado de vigilia esboza una sonrisa al considerar que ya esa un adulto. La vida nómade de los alanos se había estacionado entre los montes Urales y el río Don, al noreste del Mar Negro. Sin embargo el pastoreo se extendía más allá de esta región, lo que obligaba a una constante movilización de un punto a otro. Los caballos, principal recurso, eran el vehículo, el alimento y el vestuario de esta tribu; la crianza y la doma de estos ejemplares únicos constituían el oficio principal de los alanos; puesto que se dedicaba mucho tiempo al cuidado de las bestias, estas debían retribuir a sus dueños con una especial disposición física para soportar los rigores de la estepa, era el caballo fergana, un animal veloz que se mantenía fiel a su jinete durante su vida, este vínculo les permitía sobrevivir en las difíciles condiciones de la estepa. La crianza abarcaba otra clase de equino; un caballo enano provisto de abundante pilosidad, este animal proporcionaba la carne y el abrigo a los alanos, además, era el principal entretenimiento de los niños que, en su montura, daban los primeros pasos en el manejo de los caballos. En tiempos remotos estos animales pastaban en completa libertad a lo ancho de las llanuras asiáticas, pero esta tribu los adaptó al hábitat humano hasta perder su estado salvaje, luego al ser cotizados por sus atributos domésticos jamás se apartarían de la comunidad alana. Poseían el conocimiento para trabajar los metales, extraían cobre y hierro de los Urales con lo cual lograban realizar artefactos en bronce. Estos se destinaban al uso ornamental. Sin embargo, el uso principal estaba destinado para las armas, entre estas destacaba la cota de malla, un vestido con hojuelas de metal imitado por los godos y cuyo origen corresponde a resabios de la cultura sármata. En el repertorio bélico había una espada larga de doble filo con empuñadura de pomo redondo, la que sobresalía en el ataque frontal de caballería, junto a ésta también la lanza con espolón de bronce, por supuesto el arco y las flechas; el caballo era protegido con una armadura, para la defensa de los jinetes podían usar escudos de madera o cuero. La provincia de Dacia, incorporada al Imperio mediante las victoriosas campañas de Trajano, era la antesala a la fértil región dálmata. Cruzada por el Danubio, Dacia limitaba con el limes que separaba Germania de los territorio a romanos y en los últimos años constituía una zona en disputa entre Occidente y Oriente. La relación con los dacios, antiguos habitantes de esta región, estaba opacada por el yugo de la esclavitud, sistema al cual fueron sometidos estos nativos. Sin embargo los dacios, conocedores de su geografía, aportaron una valiosa ayuda a la colonización y destacaron en las labores agrícolas y mineras. Silistria era un enclave rural asentado en una extensa cuenca a orilla del Bajo Danubio, fue poblado por los romanos que acompañaron a Trajano en el año 105 D. De C. Estos colonos sentían su establecimiento como una misión civilizadora, eran romanos y debían aportar la cultura mediterránea en estas zonas apartadas. El cónsul de Dacia había autorizado la construcción de un baño termal público, del cual disfrutaban los vecinos silistrianos a mediados del siglo IV. Las sólidas edificaciones de los hacendados con piso de mosaico, atrium y peristilo recordaban las construcciones itálicas. Sin ser una villa amurallada, su entrada estaba cercada por viñedos enzarzados en columnas. Las comunicaciones con el resto de las urbes romanas era dificultosa, ya sea por el hostigamiento constante de los bandoleros de la región o las incursiones rapaces de los bárbaros que habían sobrepasado el limes danubiano. El cursus publico se presentaba dos veces al mes lo que garantizaba el flujo regular de información, sin embargo esto no evitaba el carácter regional que iba asumiendo Dacia, en la medida que aumentaba el caos administrativo de Roma, las provincias iban adquiriendo mayor autonomía.

Para Dacia y Silistria el problema administrativo aumentó cuando Teodosio determinó la división del Imperio entre sus dos hijos, olvidando distribuir algunas zonas geográficas y provocando interminables querellas por la explotación de enormes yacimientos de oro en Transilvania. Los vecinos silistrianos entregaban su devoción al emperador de Oriente: Arcadio. Su mayor prestigio y la seguridad en las fronteras de Bizancio estimulaban tal decisión. Honorio, sin embargo, mediante el uso de las guarniciones romanas evitaba los intentos separatistas de anular su control sobre esta importante provincia imperial, aunque esto era insuficiente. Previendo el inminente riesgo de que el ejército de Oriente se anexara Dacia, Estilicón Magister Militum de la pars occidentis, había establecido una guarnición de soldados alanos y hunos, preocupado de corretear a los godos de Tracia éste no pudo imponerse directamente de los problemas que arreciaban la región. En el año 397 un intento separatista fue aplastado y trajo como consecuencia el cambio de prefecto y decuriones de esa región. El senado romano envió a un nuevo prefecto y designó a Gaudencio como jefe de los decuriones de esta colonia, a petición expresa de Estilicón. Gaudencio, descendiente de vándalos y ex mayordomo de infantería romana, se convirtió en el principal aliado de Estilicón en la conflictiva Dacia. Trabajando la tierra en calidad de letes o sirviendo de auxiliares en el ejército, así los bárbaros podían acceder a la civilización romana. Los nuevos incorporados provenían de pueblos vencidos o grupos que emigraban desde Germania en busca de oportunidades. El norte de Galia se hizo propenso a aceptar estos nuevos habitantes desde comienzos de la era cristiana. La cultura mediterránea era atractiva a los ojos de los bárbaros, ya sea para destruirla o para incorporarse a ésta. Roma no se inquietó y mantuvo la política de los tiempos de Augusto: dividir para reinar; indispuso a los germanos entre sí para evitar una arremetida conjunta contra el Imperio. Mario, Marco Aurelio, Trajano generales y emperadores que contuvieron las invasiones bárbaras. Cuados, marcomanos, cimbros, teutones, tribus germánicas que fueron rechazadas dificultosamente en tiempos más benignos para el Imperio. Al complicarse cada vez más la defensa del limes, la política tuvo que ser más generosa hacia los nuevos inmigrantes. Roma resistía.


S

iguiendo el impulso bárbaro por invadir, los vándalos sobrepasaron el limes danubiano y establecieron un campamento en Panonia, cercando la provincia de Dacia en el año 231; esto obligó al emperador Aureliano a evacuarla temporalmente. Las hordas vándalas avanzaron demasiado, quedando aisladas de su base; fue cuando las legiones aprovecharon para abatir a los invasores. Los jefes fueron decapitados, el resto fue reclutado para ayudar en tareas auxiliares. Hubo entre ellos algunos que se adaptaron mejor a este cambio de lealtad como Gundiriaco el cual, en dos generaciones, aportó auxiliares y oficiales de alto rango para las guarniciones de la frontera. Tal fue el caso de Estilicón, nieto de Gundiriaco. Estilicón se inició en la milicia romana como auxiliar, aún siendo joven dirigía las patrullas que resguardaban el limes danubiano, como decurión se encargó de entrenar destacamentos de caballería vándala para contrarrestar las, cada vez más frecuentes, incursiones bárbaras. Fue oficial de caballería en Galia, participando en el desalojo de los alamanes durante el reinado de Graciano en el 378, en Alsacia. Al año siguiente se puso a las órdenes de Teodosio, quien lo reasignó como asesor militar del prefecto de Galia, ascendiendo en su brillante carrera como general de las legiones romanas instaladas en esa región. En el año 395 restauró las defensas romanas en Bretaña lo que investía a su poder un control total sobre las guarniciones de Occidente. Pero su genio militar y habilidad diplomática se pondrían en evidencia cuando enfrentó a los godos. En este contexto, los cambios acelerados que afectaban al Imperio no parecían involucrar a la aristocracia romana, sin embargo la curia de las principales ciudades mediterráneas no aceptaban la intromisión de elementos bárbaros dentro del ejército, esto no era así en las provincias más apartadas de Roma en las cuales se gestaba una alianza de conveniencia entre aristócratas locales y los jefes de las tribus germánicas para configurar un poder disuasivo respecto a la hegemonía romana, esto fue posible gracias al régimen de hospitalidad que permitió la instalación pacífica, dentro de Occidente, de los bárbaros. El emperador Teodosio dio un paso más al asignar a Estilicón Magister Militum, el grado militar más alto conferido por Roma a un bárbaro, además, también pensaba en el futuro al incluir a su protegido vándalo en el testamento, delegándole la responsabilidad de ser tutor de su hijo Honorio.

N

o existe una visión mejor. Después de cabalgar hundido en la melancolía, la imagen de las carpas de fieltro y los carros con toldo de corteza amontonados a orilla del Dniéper contagiaba una alegría imparable al jinete alano. El muchacho castigaba con mayor energía al caballo para acelerar su llegada al campamento. En esa vista panorámica, desde la última colina que lo ve partir hacia su destino, observa a los caballos pastando en las orillas de este río. Sus compañeros lo divisan, primero entran en desconfianza pero finalmente lo reconocen y van a su encuentro. El jinete rubicundo aumenta la aceleración, llegando rápidamente al centro del emplazamiento donde lo esperaban los aldeanos, vitoreándolo, tratando de acercarse para tocarlo y sentirse próximo a él. Comida y agua le son ofrecidos de inmediato, reponiéndose con un festín soñado hace mucho. Goar alza las manos, mirando con gran emoción. La travesía llegaba a su fin, el juramento de ir más allá de los límites de su tribu para pactar una nueva coalición se convertía en vibrante realidad. Desde la carpa principal aparece el viejo Safrac, su rostro curtido que demuestra el tráfago de una vida luchando por mantener la sobrevivencia de su pueblo y que puede leerse en cada surco rugoso de su faz. Pero esos diminutos ojos se iluminan, el viejo recobra vitalidad y despeja el grueso fieltro que permite el paso hacia el interior de su carpa del joven Goar. Afuera el bullicio contrasta con el silencio intimista que se establece entre ambos. Safrac coloca sus dos palmas a cada lado del rostro del muchacho, invitándolo a sentarse. -Estuve impaciente, todos esperábamos tu regreso-. -Hablé con Radagaiso, esta acampando a orillas del Danubio, prepara una expedición hacia el dominio romano en la próxima estación, pero lo hará por el Rin.El viejo es amigo de los godos. Antes, cuando ambos pueblos convivían en el mismo territorio del Don tuvo que experimentar la avalancha de los hunos que socavó las bases de aquella prospera sociedad. Los ostrogodos fueron quienes sufrieron la consecuencia más vergonzosa de esta arremetida. Como una admonición, el suicidio de Ermanarico y la sumisión de todo el pueblo a manos de los hunos motivaron la organización de una rápida huida hacia el oeste, tanto de los godos bajo el mando de Alateo y de los alanos con Safrac a la cabeza en el 376. - Cruzar hacia el Imperio -. El viejo afirma casi incrédulo con un leve brillo que asoma en sus ojos. Un sueño para realizar. - Si, cruzar hacia el Imperio-; ratifica vigorosamente Goar a quien la idea sedujo desde el primer momento. Un viaje al curso inferior del Rin implica varios días de trayecto. Movilizar a todo el pueblo en esta fecha es apropiado dada la escasez del pasto para el ganado equino y la oportunidad de encontrar mejores tierras en los valles occidentales. Desde el Dniéper hasta el Rin una travesía memorable con una tribu que debe movilizar miles de individuos en carretas. Acostumbrados al rigor de la estepa, el nomadismo alano era el estilo de vida más apropiado para sobrevivir en semejante régimen. - Tú nos vas a dirigir hasta Radagaiso- acotaba Safrac mirándole a los ojos en señal de imposición. – Partiremos apenas las yeguas preñadas terminen de parir-. - Son muchas tribus las que seguirán esta jornada de viaje, pero esto nos hará fuertes-. Goar lo sabe. Puede encontrar oposición en líderes jóvenes que, una vez dentro del territorio romano, intentarán formar otra coalición para seguir una ruta diferente. Aliarse o no aliarse a los romanos será la disyuntiva que los espera cuando haya culminado el cruce del Rin. Los alanos han sufrido desmembramientos significativos en tiempos pretéritos. En el año 372 un grupo cruzó el Danubio uniéndose al contingente romano en la batalla de Andrinópolis, que no pudo evitar la muerte del emperador Valente en el 376. Sabido es que


Estilicón utilizó la caballería alana, guerreros probados que poseían un prestigio similar a los sármatas, especialmente para hacer frente a los godos. Gracias a ellos logró mantener a raya a las huestes de Alarico durante los primeros años del 400. Cuídate de Respendial-, menciona el viejo, -esta celoso de tu triunfal llegada y tiene muchos seguidores. - Lo sé, pero este viaje lo haremos todos; primero llegaremos a Galia y después decidiremos nuestro destino. - Tú sabes que no podemos que no podemos quedarnos aquí, los hunos acechan cerca nuestro. Llegar a Galia y conseguir el apoyo romano es la alternativa más acertada. - Mejor iré a dormir, mañana pensaré en todo esto. Dicho esto Goar se levanta, abraza al anciano para luego alzar el pesado telón; ante él la multitud lo examina esperando el gesto supremo que le da el respaldo divino a la decisión adoptada, entonces desenvaina la espada, mira al cielo en rápida acción hunde su arma en el suelo, arrancando un festejo masivo pues esa es la rúbrica final que sella la migración.

A

larico hace de las suyas en territorio romano. Invaden Iliria, saquean Grecia y arrasan Atenas. Colocan en jaque al ejército de Rufino, el cual sucumbió finalmente a la avalancha goda. La dinastía Balto consolida el mejor argumento de su estirpe en pleno dominio imperial de Oriente. Extenuados por su esfuerzo, Alarico concede terreno a la diplomacia oportunista de Estilicón el cual, en una escaramuza del verano del 404, toma por rehén a la esposa y los hijos del líder godo. Este se queda estacionado en Iliria pero su triunfo en dicho territorio le otorga un mejor argumento para rescatar a su familia. La verdad es que Alarico no pudo con Estilicón en la Pars Occidentes, aunque seguía sorprendiendo al otro lado. Más temprano de lo esperado podrían volverse contra Roma. Alarico espera una oportunidad, sabe que Radagaiso, su viejo lugarteniente, podría darle una ventaja inesperada sobre Estilicón. Supone que puede dejarse caer en algún lugar del dominio occidental, fue la provocadora amenaza que hizo cuando abandonó las filas godas, pero no lo hará sólo, conocen el peligro que se cierne sobre el limes renano. Finalmente Bizancio negoció con el rey godo, cediéndole el gobierno de Iliria. En la costa oriental del Mar Adriático se instaló el campamento base del nuevo magíster militum. Las carpas móviles facilitaban el estilo trashumante de estos rubicundos guerreros, greñudos, con sus túnicas de piel y gruesas fíbulas de metal. Profesaban el arrianismo, aunque respetaban algunos cultos paganos, eran entre los germanos, los que vencieron a Valente en Andrinópolis, aquellos que merecían mayor admiración y gran ejemplo para sus similares. De gran talla y valor, nacían para la guerra, tenían sus propias historias y tradiciones, pero se encontraban en un territorio inhóspito, flanqueado tanto por Bizancio como por Roma. Parias en un medio ajeno, no abandonaban la ilusión de fijarse en un terruño. De rizos pronunciados, rubicundo alto como sus congéneres, algo gordo pero macizo, la mirada constituía el signo más distintivo del mandato de Alarico. En estos días su principal preocupación era asegurar el abastecimiento regular de alimentos para su pueblo por parte del gobierno de Bizancio. La anona era un sistema de aprovisionamiento, pactado previamente con la pars orientis, en la cual recibían una vez a la semana cierta cantidad de víveres para subsistir durante la estadía en territorio de Iliria. Pero no era suficiente. Para el día fijado bajaban hacia la llanura un grupo de jinetes godos elegidos por Alarico. Esperaban el suministro normal de la anona romana. En el horizonte nebuloso surgía la caravana de pertrechos dirigida por bisoños soldados que, cumpliendo las órdenes del cónsul Eutropio, llevaban alimentos y especies en oro para mantener la lealtad de los germanos. -¿ Es así como Bizancio paga su hospitalidad?-, el joven godo replica ante el asombro de la tropa que sin entender el óstico, advierten el sobresalto de Ataulfo. Los afables romanos se apartaron de los carruajes al ver la expresión odiosa del germano empuñando la espada en contra de ellos. Desengancharon los caballos mientras le daban explicaciones gesticuladas a Ataúlfo. Una vez realizada esta operación se montaron en las bestias y se despidieron rápidamente para regresar por donde llegaron. El grupo germano rehizo la marcha hacia el campamento base situado cerca de allí, en una explanada del valle del Mar Adriático. Al llegar, una muchedumbre rubicunda salía al paso de la caravana de pertrechos. Mujeres, niños y ancianos cogían con rudeza el contenido de los carruajes, rescatando una parte para salvar sus vidas en medio de ese rigor. En otro extremo del campamento los hombres, que participaban en una asamblea general, no se emocionaron por el alboroto; observaron impávidos la reacción famélica del resto de la comunidad. Envuelto en un grueso abrigo de piel sobresale impetuoso Alarico que llega


hasta el epicentro del gentío. Su figura basta para controlar la situación. Más próximo a él se ubica Ataúlfo, quien junto a otros bucelarios examinaban el misérrimo tributo. - Bizancio no tiene nada más que ofrecernos-. - Hacia Roma-, gritó alguien escondido en la espesura humana. - Hacia Roma-, le respaldaron lo demás. Fiesta y derroche entre los godos. Celebraron devorándose más de la mitad de las provisiones y el vino en tiestos, que había ganado el gusto de los guerreros germanos animó la noche. Hartos de resguardar la frontera ilírica los visigodos habían evitado la masiva inmigración de otros elementos bárbaros, organizando la defensa de aquella apartada región oriental. Pero la administración estaba fuera de los proyectos de estos rudos bárbaros, más aún pudiendo anticipar el colapso de la frontera renana en la pars occidentes, sólo el saqueo les hacía libres.


- No es suficiente. - Dacia puede recibir mayor apoyo de los bárbaros si estos quieren incorporarse a una vida civilizada. - Hay que forjar un compromiso entre ellos y nosostros. - Eso no garantiza una subordinación al acuerdo pactado. - Una prenda puede garantizarlo. - ¿Tierras?, ¿bienes?, ¿riquezas?. - Un prenda humana, tal como haces cautivo al mensajero que te informa del movimiento enemigo, y solo lo liberas una vez que aseguraste la verdadera posición del enemigo. - Pero en este caso debe ser alguien importante para ambos bandos. - O alguien que signifique mucho para un funcionario importante. - ¿De qué hablamos Estilicón?. - Gaudencio, ellos conocen nuestra estructura administrativa en las provincias, saben quién es quién. - Tú tienes a su esposa e hijos; importantes para ellos y para nosotros, no están en condiciones de pactar. - Ellos vendrán hacia acá, se establecerán en Dalmacia, pero entrarán por Dacia, la prenda debe fijarse en este lugar. - ¿Me pides que me ofrezca en prenda para garantizar el foedus? - Tú no, debes cumplir labores administrativas en Dacia. Pensaba en tu hijo. Al escucharlo, Gaudencio contuvo la marcha de su caballo. Estlicón evitó mirarlo a los ojos, cuestión difícil ya que la mirada ofuscada del viejo mayordomo exigía una rápida explicación. El campo silistriano mostraba el cálido encanto primaveral que recordaba los viñedos de la región central itálica. En compañía de Gaudencio, el ex mayordomo de la infantería romana, Estilicón se imponía de las novedades de la provincia, ambos se confiaban mutuamente, el pasado bárbaro establecía un lazo indivisible que superaba los prejuicios para surgir en ese medio. - Roma mirará con buenos ojos ese gesto; tu nominación de gobernador puede ser asegurada de esa manera. - Tiene apenas 12 años, es el favorito de su madre; no sabes lo que me pides-. Estilicón alcanzaba con su brazo el hombro de Gaudencio, ambos a caballo detienen el tranco frente a la entrada de la hacienda del ex mayordomo, junto a ellos se integraría Saro. Saro, lugarteniente godo y hombre de gran confianza para Estilicón. Sus ojos azules y rasgos caucásicos rudos causan impresión en el dueño de casa que le ofrece hospitalidad y lo acerca al atrium donde reposa Estilicón. El recién llegado ofrece sus respetos al magíster militum, dando cuenta rápidamente de su gestión. - En la ciudad de Carnumtum, antes de ingresar a Dalmacia, allí se renovará el pacto entre los godos de Alarico y Roma. - ¿Podría mi hijo quedar libre pronto?, interrumpe Gaudencio. - Perdón el dueño de casa no ha sido presentado, Saro, él es Gaudencio, padre de Aecio, el muchacho que será entregado en prenda de garantía. - Lo siento, aún no me acostumbro a las formalidades romanas, Saro a sus órdenes, con dificultad para expresarse en latín. - Gaudencio, él es mi colaborador más cercano, fue asesor militar en Oriente, conoce muy bien a los godos. - ¿Qué le pasará a mi hijo?. - Los godos lo tratarán bien, ellos sólo quieren un rehén para pasar a Occidente con garantía, pero también para asegurarnos de que no atacarán Roma. Una vez que estén afinca-


dos en un territorio a su gusto podremos recuperar al muchacho, es un acto de confianza recíproca. - Gaudencio, ellos no lastimarán a tu hijo, recuerda que tenemos a la mujer y a los hijos de Alarico. - Tendrá su comida y dormirá en una carpa habilitada para él; tu muchacho se acostumbrará rápido, además podrá conocer las habilidades de los godos. - Saro ha convenido todos estos arreglos con los bárbaros según la dignidad que tu hijo merece, poseo tu confianza y sabré responderte. - ¿Ellos se establecerán acá?. - No, como te dijo Saro, pasarán por aquí pero fijarán su campamento en Dalmacia, allí los dejaré retenidos y será lo más cerca que estará, de Roma. - Aunque mi mujer no sabrá entenderlo y pasare desvelos pensando en él, Gaudencio cavilaba cabizbajo, sabía que no podía evadir esta prueba de lealtad, pues bien que se haga la voluntad del Imperio, si esto logrará apaciguar esta región entonces que mi hijo sea el medio para ese fin. Se inicia el atardecer en Silistria, las sombras de los caballos tiñen el descampado de la hacienda de Gaudencio, mientras tanto, uvas de su patronal atosigan a los invitados del dueño de casa. El general romano casi despidiéndose vuelve con Gaudencio y le felicita por su gestión administrativa en Dacia, apoyando todas las medidas del gobierno central y controlando la devoción de la magistratura hacia la política romana. La misión civilizadora está celosamente resguardada en este confín del Imperio.

E

l olor, sí, el olor me repele de ellos, al acercarme desearía no haberlo hecho. Pero aquello es sólo contacto físico, sus vestimentas, costumbres y carácter me es ajeno. Bestias, animales es lo que parecen, con un idioma ininteligible. Por mi escaso apego al orden no llevaba un registro de los días y noches que he pasado. He logrado controlarme más, ahora lloraba menos. El cielo me ofrecía una perspectiva mejor de las cosas, es lo único que no ha cambiado desde entonces. A los lados sólo era posible apreciar carruajes, toldos y caballos, sus rústicos modales desorientaban mi educación. Recordando la columna de Marco Aurelio, cuando mi padre me llevó a Roma, con la sumisión de los germanos al poder imperial en esos bajorrelieves; no era esto lo que esperaba, envanecidos en su poder sobre los romanos, no podía imaginarme a estos godos ofreciendo sus cabezas para el despecho de los oficiales romanos. Otro día en el campamento godo, no salgo mucho porque los vigilantes encargados de mi custodia cumplen un riguroso mandato para impedir que sufra daño y lo más cómodo es que permanezca aquí. El día de mi entrega lo recuerdo bien. Carnumtum al fondo, azul brumoso en el horizonte, en el cielo esa corriente turbulenta que guiaba las nubes como corderos en tropel, abajo el valle se abría amplio. Estilicón se antepuso entre mi padre y los emisarios de Alarico, quien permaneció sentado con sus bucelarios para evitar cualquier sorpresa. Estilicón hablaba con los emisarios en su lengua nativa, gesticulaba con violencia y miraba a la distancia al líder godo, le imprecaba si acaso no cumplía el pacto. Para aquel mediodía no faltarían las plegarias de mi padre que inquebrantablemente soportó este trance. Por Roma o lo que fuera entregaba a su hijo a fuerzas incontrolables que llevaban a realizar este pacto en virtud de su poder. A mí me utilizaban para respetar acuerdos de hospitalidad, pero naturalmente nunca supe en ese momento lo que me llevó a estar ahí, Una estadía de aprendizaje, una prueba para forjar el carácter y templar el ánimo, una valla para sortear mi futuro militar, obstáculo que alguna vez mi padre tuvo que hacer. “Quiero que siempre recuerdas lo mucho que te amo, nada puede cambiar esta situación, piensa en mí cuando te sientas desalentado. Míralos, ellos serán desde ahora tus custodios. Como te dije antes, no es la primera vez que nos desafían, han esperado por siglos cruzar el limes y vencernos, es cuestión de tiempo su desalojo de aquí”. Mis pasos se encaminaban hacia el mundo bárbaro, los soldados de Alarico me rodearon apartándome de todo lo conocido, el sobresalto me dominó y sólo escuchaba los cánticos guerreros que desafiaban de este lado a la guarnición de Estilicón. Del brazo me condujeron hasta Alarico, sin convencerme todavía echaba la última mirada a mi padre. De pie frente al líder godo me faltaba aire. Dijo algo dirigiéndome la vista, yo no hablaba. Alguien atrás preguntó por mi nombre en el idioma que conozco y rápidamente dije Aecio”. No termino de acostumbrarme, poco he visto desde entonces aquí, encerrado en esta carpa, me separaron del resto de la comunidad goda, ellos en sus toldos de fieltro. Aprisionado sólo me intereso en las comidas las que afortunadamente conservan la apetencia que me gusta, o por lo menos sin la grasa como acostumbran mis captores; algo de fruta me dejan caer cada cierto tiempo en la visita de rutina de los emisarios de Estilicón que ratifican mi estado general.


U

na patrulla romana interrumpe el silencio en el mediodía galo, en la penumbra de la mañana se perfilan sombras que sorprenden a los hombres de la avanzada imperial. Rumores han llegado hasta los soldados romanos, invasiones, penetración bárbara; existe certeza sobre un avance de los pueblos al sur del Rin. La patrulla romana custodia celosamente la línea Soissons Autum. Al mando de los legionarios está un galorromano curtido en las refriegas anti germanas. Fue un decurión destacado en los tiempos de Teodosio, era más romano que galo claro está. Las sombras se aproximan por el descampado, la niebla está replegándose y las figuras se dibujan al contraluz, era una caravana marchando a un ritmo lento. Dos hombres se adelantan para anticipar la reacción de los posibles adversarios, pero estos al reconocerlos como custodios imperiales se abalanzan desesperadamente en la dirección de la tropa. El galorromano a cargo de la expedición militar evita cualquier descarga de sus hombres al reconocer al líder que dirige la caravana. Era el prefecto de Galia: Dárdano, el cual comparece ante el galorromano, éste se baja de su caballo para ofrecerle sus respetos, agachando la vista, pero sin comprender la angustia y el desamparo que evidencia la alta autoridad romana. - Nos han invadido, Maguncia y Estrasburgo se perdieron. Hemos abandonado Tréveris por ser lo más aconsejable. Sin dar lugar a la respuesta del galorromano, Dárdano continuó su angustiado relato, pormenorizando el cúmulo de desastres que se abatieron sobre la región renana. - Escalaron los murallones, arrasaron con todo, saquearon, quemaron. Nos despojaron de todas las riquezas. Esos desalmados no respetan nuestra autoridad. - En la comitiva destacan el obispo, el gobernador, los senadores, los dominici, clanes familiares de prestigios abolengo regional. El galorromano va aterrizando a la realidad que se impone a sus sentidos. - ¿A qué tribu pertenecen?. - A todas las tribus, es una avalancha de miles. - Esto explica el retraso de la anona y las noticias de las guarniciones de avanzada sobre algunos evacuados. - ¿Algunos?, usted ha escuchado lo que dije, hemos abandonado nuestras ciudades, ¿puede vernos?-, dicho esto se abalanzó sobre el galorromano indicándole su comitiva en forma apremiante. En un arrebato más violento le increpó la falta de espíritu romano para afrontar la situación. - Y qué hace Honorio con sus legiones, ¿acaso estas ciudades no merecen mayores cuidados?, ¿porqué han desguarnecido el limes?. La verdad se compadecía en el hecho que Estilicón concentraba las guarniciones en la región itálica. En estrategia secreta había trasladado a los hombres de Britania y los de la línea Rin Danubio, hasta las regiones del sur de Galia. Esto justificaba la fácil oposición encontrada por los invasores en su paso hacia las ciudades. Desesperado, enrostrándole la culpa de todo, Dárdano acusó al galorromano. - Tú no eres romano, ninguno de ustedes lo es, son tan bárbaros como los que nos asolan. - Calma, yo le pido que no se inquiete. Haremos todo lo posible, observando a sus camaradas de armas que miraban la escena con asombro, confirmando los rumores de una invasión sin precedentes. El aspecto de la soldadesca galorromana asemejaba un ejército regional más que romano, esto enfurecía aún más a la comitiva que, en especial los más viejos, recordaban con desagrado los problemas que suscitó Argobasto, un nativo aquitano que se opuso al poder central, apoyando militarmente la nominación del retórico Eugenio, pero en esos términos fue derrotado por Teodosio en el 394. Los nativos eran vistos con ojos escépticos, la lealtad de estos.


Se contradecía con el apego a prácticas paganas y ritos locales que evitaban la sumisión a Roma. - Pueden alojarse en Orleáns, es una ciudad segura-. - Eso jamás, ellos vendrán hasta acá, en Galia no existe un lugar seguro, intentaremos llegar a los Alpes. La inquietud asomaba en el galorromano que era incapaz de ofrecerle alguna garantía al prefecto. - El ejército de Estilicón contendrá ese avance, siempre ha ocurrido así. - Usted no sabe de lo que habla-, finalizando el diálogo, Dárdano continua se estoica marcha. Siguiendo su camino, la caravana deja atrás un buen trecho que no volverá a ser el mismo; abandonando a su suerte a los galorromanos, pero el último hombre que va en la ruta de Dárdano alcanza a reaccionar para eliminar algunas sospechas. Se dirigen hacia Tréveris, alcanza a decir. Sin hablar más cada grupo sigue su curso natural. En el resto del trayecto hacia Soissons, el galorromano va ingeniando el modo como va a afrontar esa situación. Hay que evitar el caos, la sublevación de los letes y bagaudas, la mantención de la anona y la perdida de control de importantes ciudades, pero ¿Quiénes y cuántos son?, cualquier planificación pasa por obtener estos datos. Hay que enviar a dos adelantados hacia la zona en conflicto, en esto pensaba antes de tomar su decisión. - Harioulfus y Gabso vengan acá. Dos soldados francos, en túnica pero con el corte de pelo romano, se desprenden del resto con sus caballos. - Han escuchado lo que dijo el prefecto Dárdano, el galorromano hizo una pausa y meditaba sobre lo que decía. - Ésta puede ser ocasión de una masiva filtración de bárbaros, nada nuevo para nosotros, pero necesitamos saber de quiénes y cuántos estamos hablando. Sus avances siempre han sido lentos, por lo cual volveremos a Soissons pero ustedes se adelantarán e irán hacia Tréveris y reunirán aquella información. No haremos nada hasta que regresen, confío en vuestra rapidez y el conocimiento que tienen de sus tribus acantonadas en la frontera, quiero que me informen si acaso se enfrentaron a las huestes invasoras.


E

n los pasillos de baldosas nacaradas y mármoles majestuosos se adivinaba la presencia del Magister Militum. La guardia palatina de Honorio reconoce en él al más importante de los oficiales imperiales. Ofrecen sus armas y se cuadran en señal de respeto; sin impedimento va avanzando por el corredor. Su presencia esa mañana corresponde a la reunión de mes con el obeso emperador. Algunos saludos con quienes se cruzan en su trayecto van limando asperezas, pero el rudo vándalo no puede desconocer los rumores que le torturan desde un tiempo a esta parte, le cuesta gesticular ademanes en especial delante de los representantes de la aristocracia en el senado, de quienes esperaba lo peor, le es difícil ocultar sus resquemores; en el frente de batalla no ha aprendido a suavizar sus pensamientos, y sus dudas se exteriorizan con peligrosa facilidad. Sólo cuenta con el ejército. Los salones se ampliaban y el aspecto del palacio imperial ubicado en el Palatino, el exclusivo sector residencial romano, no dejaba de asombrar al parco general. Pasando por la Domus Flavia, gran entrada de proverbial tradición, que evocaba al visitante sobre los ilustres emperadores. Ya en la basílica, punto de reunión ocasional para tratar los asuntos del Imperio, destacaba la sombra de Honorio al contraluz de un bello marco natural que impregnaba de luz toda la habitación con la vista de Roma. De la oscuridad de los salones interiores hasta el aula regia emerge Estilicón, pero sus pasos no conmueven la pose de Honorio que se mantiene de espalda, esperando el respeto y saludo que su alta investidura merece. Estilicón pasa por alto estos detalles de altivez por parte de quien tuvo bajo su tutoría durante largos años. - Saludos César, cuadrando sus pies y alzando su brazo, Estilicón cumple con el riguroso protocolo mientras en el otro brazo sostiene el casco, símbolo de su posición militar, dejando ver su rubio pelo que cae recto sobre la nuca, corte que lo identifica con el régimen al que servía. Honorio se perfilaba hacia su ex tutor pero sin buscarle la mirada. Su cara regordeta tenía cierta afinidad con sus dubitativas convicciones y nerviosas maneras, así reafirmaba la inmadurez de sus veinte años. - Un viaje sin contratiempos, supongo. - Sí, te traigo los saludos de los romanos de Dalmacia. Esta región esta asegurada bajo tus dominios, Arcadio no tiene el respaldo suficiente. - No es por eso que he suspendido mi retiro en Milán, ¿has escuchado lo que sucede en Galia?. - Hemos sido sobrepasados en el limes renano, estoy reuniendo toda la información al respecto. - Han caído varias ciudades importantes, los informes de los refugiados son desastrosos. Me sorprende tu falta de conocimiento. - En este último tiempo me he concentrado en detener a los bárbaros de Alarico, los dejé establecidos en Dalmacia; ya los derroté en Verona, no creo que avancen-. - A mi me preocupa Galia, yo quiero saber donde has ubicado a las guarniciones de Britania. - Debo decirte que ninguna invasión ha revestido una seria amenaza. - Cuando te autoricé a desalojar Britania quedamos en que sería transitorio, con la excusa de que estas legiones cubrirían el limes renano; ahora no sólo me encuentro con usurpadores en Britania sino que esta avanzada bárbara tiene de cabeza a toda la zona sin encontrar mayor oposición, entonces Flavio te pregunto ¿en qué ocupaste esas legiones?. - Muchos de estos refuerzos están en Dalmacia, otros en el norte de Milán, Hispania y Armórica, pero bastaría una orden mía para agruparlos.


H

onorio parecía desconcertado, en este breve debate se notaba la falta de discusión con Estilicón, de quien sólo hace tres años había estado bajo su tutoría, la corte aportaba innumerables intrigantes que aconsejaban rechazar el poder tutelar del vándalo, eran estos consejos los dominarían al joven emperador esa mañana. - Además, la falta de tropas no sería tan evidente si promulgaras las reformas sobre el reclutamiento militar que te aconsejé un tiempo atrás. - El Senado romano rechaza las reformas, el patriciado no está dispuesto a apoyar semejante convocatoria para reforzar las legiones; nuestra nobleza no está para esas funciones, además, ellos pagan impuestos necesarios para el erario, de otra forma no obtendríamos los recursos para mantener las guarniciones bárbaras. - Pues son estos bárbaros los que destruirán tu Imperio-. Enérgicamente Estilicón enfrentaba la mirada de Honorio, quien daba un paso atrás abochornado por este súbito enlace. Una pausa refrescaba la reyerta, bajando el tono hasta devolver a Honorio la confianza para enfrentar a su ex tutor. - He tomado una decisión que deseo compartir contigo, desde luego no esperaré a que estas hordas crucen los Alpes. Tengo hecho los preparativos para trasladarme a Rávena, mi séquito se encuentra allá. Espero que tomes todas las medidas militares para reforzar las guarniciones en esa zona. - Al menos dejas que te influencie para que te vayas de Roma, bien pensado y Rávena es la mejor elección, flanqueada por pantanos que inhiben cualquier iniciativa bárbara-. - No necesito tu autorización, es mi decisión final. En realidad esto no era novedad ya que Honorio radicaba en Milán y sólo acudía a Roma a visitar a su familia y participar en algunas festividades religiosas, o sesiones del Senado. El ajetreo mundano de la capital no era del agrado del joven gobernante, más aún sabiendo que era el objetivo deseado por las huestes de Alarico, pero le molestaba que Estilicón confirmara sus apreciaciones. Las circunstancias han cambiado, hay que pensar en la seguridad, como bien dices Rávena esta flanqueada por pantanos lo que dificulta su entrada, Roma es una ciudad apetecida por los bárbaros, ya sea los de Alarico o los de ese tal... - Radagaiso. - Con ese nombre será mejor que lo venzas antes que se convierta en moda. - Así como tus informantes cumplen bien su función, también podrían aconsejarte que te quedaras en Roma. - Déjame informarte que han invadido Reims, Paris y Orleáns, se encuentran a un paso de Aquitania, han provocado tal descalabro que no tiene comparación con otra invasión. Los refugiados aumentan y han cruzado la Galia Cisalpina. Todos mis informes son desastrosos, mientras tú sigues entreteniéndote con Alarico-. Honorio encaraba al vándalo, manteniendo la vista en alto, sin demostrar miedo y con una temeridad desconocida hasta entonces. - No has de temer, tengo el apoyo de tus legiones y me respaldan grupos de bárbaros leales al Imperio, pero debes preparar cuanto antes tu evacuación de Roma, yo me ocuparé de implementar las medidas militares adecuadas para tu seguridad-. - Se quedará Gala Placidia así que nuestra familia no abandonará totalmente Roma, tú debes enfrentar a esos bárbaros de una vez, Teodosio no querría otra cosa, y los romanos esperamos un triunfo sobre ellos, entonces basta de discusión y sin perder más tiempo prepara una expedición para detener a estos salvajes-; dicho esto Honorio le da la espalda a su magíster militum, volviendo la vista hacia la explanada de la ciudad eterna.

-¿Aún tengo tu confianza?-. Más que una respuesta, Estilicón esperaba un gesto de avenimiento. Honorio sin dejar de darle la espalda le contestó con un desganado Sí, asintiendo con su mano derecha lo que también significaba que la entrevista llegaba a su fin.


L

o que vieron esa tarde sobrepasaba todas las conjeturas. Antes de cabalgar hacia Tours, a orillas del Loira, se informaron del desastre ocurrido en Maguncia cerca de un poblado de francos ripuarios encargados de la defensa del Rin, los que fueron sobrepasados por la masa de bárbaros invasores; nada tuvieron que hacer. Esto les permitía realizar los pronósticos más pesimistas. En efecto, Tréveris, Paris y Orleáns habían sucumbido en pocos días al saqueo de los bárbaros. El destino más probable era Tours ubicada al otro lado del Loira, La línea Soissons Autum se descompaginó y la huida masiva de los hombres encargados de las guarniciones galorromanas provocaba mayor desconcierto en la población al Sur de Galia. Harioulfus y Gabso pisan un terreno que bien conocen, han sorteado los obstáculos naturales sin encontrarse con los invasores aunque resuenan los ecos de su presencia en cada villae y ciudad que encuentran. Al otro lado del Loira los rumores de la estancia bárbara no impiden la expedición de los dos soldados francos hacia Tours. Ciudad abierta al río, apenas llegaron la situación de emergencia se impone a sus sentidos, desolación y saqueo por doquier, la población no disimula el desagrado al ver a los representantes de la defensa imperial. No queda anona ni impuestos por cobrar, todo ha sido extraído violentamente por los rubicundos guerreros en apenas dos días. ¿Tres?, ¿cuatro tribus?, rumores de división o acaso una segunda oleada de tribus. Galia es penetrada por todos los rincones, incluso algunas huestes están acantonadas en un lugar fijo buscando un pacto de conveniencia con Roma. - La guarnición de Autum ha sido sobrepasada, todas las fuerzas están concentrándose en Milán a las órdenes de Estilicón. - ¿Milán?, hay que sortear los Alpes hacia Italia. - Así es, Galia esta perdida. Un auxiliar de la guardia galorromana, que presta su ayuda en Tours, informa a los dos francos sobre las nuevas decisiones. Harioulfus demuestra incredulidad, apenas tres semanas y el descalabro obliga a todas las guarniciones locales concentrarse al otro lado de los Alpes. - Hagan un alto en Lugdunum, al parecer el avance se dirige en esa dirección. Sin demora para reiniciar la marcha los dos francos se despiden de los restos de Tours. Siguiendo la ruta a los Alpes por el Ródano. Al cabo de tres semanas de fatigosa travesía, Harioulfus y Gabso llegan a Lugdunum pero con preocupación extrema deciden aventurarse en uno de los cerros aledaños a la bella ciudad pre alpina, en la difícil ascensión por la falda del cerro, sus túnicas guerreras se enganchaban entre los espinos y matorrales, el humo advierte sobre el fin del asedio en que estuvo esta ciudad por varios días. El frío del otro lado de la gradiente se opone al calor del incendio, los matorrales y la floresta tupida cubren a los francos quienes asoman sus cabezas; el espectáculo que tienen ante sus ojos les paraliza, horrorizados ante semejante turba bárbara que acomete en todos los flancos, la basílica episcopal y el praetorium humeaban, los rubicundos guerreros con sus toscos vestidos contrastaban con el perfil romano de los sumisos habitantes de Lugdunum, el estruendoso griterío alcanzaba las alturas de aquel cerro desde el cual cómodamente Harioulfus y Gabso observaban una escena que resonaba en todos los lugares devastados de Galia. Ubicada en la meseta de Fourvieres, su altura y distancia del mediodía galo hacían improbable la incursión de los invasores hasta allá, pero el dato de que era un importante centro de abastecimiento y comunicación para Galia, además, en su calidad de ciudad tránsito entre las regiones cisalpina y trasalpina, la posibilidad de ser saqueada se ratificó violentamente. - Deben ser tres legiones a lo menos -. Sin mirar a su compañero Gabso asiente, impresionado por el estado lamentable en que se encuentra esta ciudad y el persistente griterío ensordecedor de la muchedumbre rubicunda que retumba como un eco persistente en todos los cerros aledaños.


A pesar de su rango de municipio, la ciudad no ofreció una gran resistencia, su lejanía del limes postergó la capacidad militar. Sin ejército, apenas una cohorte, la curia no se opuso a la entrada de los bárbaros. El anfiteatro construido a comienzos de la era cristiana, estaba ocupado por los rubicundos rapaces que amontonaban su botín. - Pero pertenecen a varias tribus, son godos, vándalos y alanos-, responde Gabso casi sin aliento. - Esto no se ha visto desde el tiempo de los marcomanos. Fuego, humo y gritos persisten en los sentidos de ambos emisarios francos. - Aquí no podemos intervenir-, dice Harioulfus. Lugdunum está perdida. Gabso se rinde ante la evidencia. Sólo pensando en su supervivencia vuelve la vista atrás para reanudar la marcha y olvidar lo que una vez fue un asentamiento romano en Galia. Al volver la espalda a la ciudad comprenden el peligro que se cierne sobre la península itálica. Los caballos esperan en el pie de monte. - Hacia Milán, nada más queda.

- Aecio. Una risa general se apodera de los jóvenes godos. - Aecioulfus, así te bautizaremos. Aecio respinga la nariz y endereza su postura en honor a la marcialidad romana, los rubicundos imberbes parecen no atemorizarlo aunque las risas están contrariando su voluntad. - Joven Aecio-, se escucha una voz delgada más allá de los muchachos, esto logra espantar la maraña de cuerpos que se ciernen sobre el rehén. - Está bien, déjenlo tranquilo, es nuestro invitado, ¿qué impresión se llevará de nosotros?-, dicho lo último en dialecto óstico, fija su mirada en el bisoño romano, quien permanece impávido mientras los molestos muchachos abandonan el lugar. - No debiste abandonar tu carpa. - Quise conocer lo que me rodea, estos días han sido insoportables, te agradezco tu intervención, ¿cómo sabes mi idioma?. - Mi padre leía la Sagrada Palabra según el texto de Úlfila, de él aprendí el latín, yo estuve presente el día en que fuiste entregado. - Tú me llamaste por mi nombre. - Sí, tenias el mismo miedo que hace un rato. - Yo no les temo-, con más convicción, recordando su condición de romano, avanza hacia su refugio-celda. - Deberías conocernos mejor, vas a permanecer entre nosotros por un buen tiempo. - ¿Cuál es tu nombre?. - Llámame Rodericus. Avanzando hacia la carpa, Aecio no disimula su interés por el intermediario, un enano regordete pero enfático en sus modales. - Quisiera que me enseñaras cosas de tu pueblo, este encierro prolongado no me sienta bien y mientras este aquí podría aprender… - La verdad es que tengo el respaldo del hallus para que te pueda enseñar las costumbres de mi pueblo-, jalando del brazo al joven romano, el enano deja transparentar su emoción, ya que siente una íntima simpatía hacia todo lo que provenga del Imperio. Rodericus tendrá la oportunidad de demostrar dus dotes de diplomático preceptor. Caminando de regreso Aecio comienza a aventurar algunas preguntas, poniendo a prueba la disposición del enano. - Dime que es aquel humo que remonta en esa dirección. - Son las fundiciones donde se mezclan los metales que darán forma a nuestras espadas y demás utensilios, quizás algún día pueda llevarte hacia allá-, postergando para el futuro y adquiriendo un compromiso que mantenía viva la curiosidad ansiosa de Aecio. - Definitivamente ustedes jamás se bañan-, esta sincera opinión albergaba el único motivo por el cual Aecio podía rechazar la proximidad física de los godos. - Es la comida y la grasa que nos untamos para protegernos del frío, nuestro olfato se sacrifica en función del abrigo; estas pieles de animales que nos cubren no se desprenden de sus aromas, por eso olemos a bestias. - ¿Cuál es tu función en esta comunidad?. - Un poco de todo, organizo la partida de armas para los guerreros más importantes, superviso la ración de alimentos para sus caballos, les converso e informo; sabes, pensaban llevarme como entretenimiento de los hijos del emperador Arcadio cuando nos instalamos en Iliria, pero por profesar el arrianismo me lo impidieron, yo iba a ser un huésped en su corte como gesto de buena voluntad entre ambos pueblos, quizás por eso te entiendo.


- Te agradezco tu intervención Rodericus, me gustaría contar contigo para salir más seguido de esa carpa. - Estás aprendiendo a hacer amigos aquí. Entrando en su carpa seguía olfateando el nauseabundo olor que le repelía de los godos, sin embargo algo estaba cambiando, poco a poco estaba asimilando. Entre la pálida civilización romana y la rústica sociedad germana empezaba a establecer un sutil vínculo que no desaparecería hasta el final de sus días. Al atardecer regresan los jinetes godos, en sus cascos y corazas, sólo esperan resarcir sus energías en la comodidad de sus carpas, Aecio asoma con falos pudor para retener la imagen de los guerreros que vuelven de sus campañas de disuasión a la población romana en que reclaman víveres y botín para mantener su presencia en esas tierras. Destacaba Alarico con su inseparable camada de bucelarios, una imagen que Aecio retendría. Los compañeros de batalla del líder godo, sus más confiables amigos y leales guerreros, formaban una cofradía que les convertía en seres especiales para el resto de la comunidad. Esta distinción social significaba el mayor reconocimiento entre los hombres libres que seguían al rey germano. El significado de la lealtad se reducía a una palabra: bucelario.

A

l norte del valle del Po, Estilicón esperaba dar la gran victoria sobre los bárbaros. El grupo de Radagaiso ya no era el mismo, en el momento de atravesar el limes renano se disgregó, incluso otros bárbaros se incentivaron y cruzaron posteriormente. Los bandos fueron liderados por guerreros con proyectos diferentes. La hueste de los vándalos, al mando de Genserico, confundió la estrategia romana al hacer pensar que los invasores no cruzarían los Alpes, pero el grupo de Radagaiso si lo hizo en procura de Italia. Esto desalentó los planes del Magister Militum que pretendía terminar de una vez con esta amenaza. Los vándalos, alanos y suevos se aprestaban a cruzar los Pirineos en dirección a Hispania. Honorio tranquilo, había trasladado su corte a Rávena, a salvo merced los pantanos que impedían el ingreso fácil a la ciudad, se convertiría en al capital del Imperio hasta el colapso de Occidente. Estilicón al frente de un grueso contingente de romanos, germanos, hunos y alanos en calidad de foederati. Asistido por Saro, su lugarteniente más leal, el ejército era un amasijo de hombres que no profesaban entre sí mayor simpatía, sólo la promesa de obtener riquezas y bienes a cambio de sus servicios. Eran mercenarios, el último recurso de los romanos para mantener a raya la ralea bárbara. La campiña de Fiésole sirve de escenario para la contienda que detendrá el avance de Radagaiso. En menos de seis meses habían arrasado las principales ciudades de Galia, estas sin provisiones ni defensa estaban completamente aisladas, los murallones supieron de la astucia bárbara para sobrepasarlos. Era necesario detenerlo antes de que pudiera unirse al grupo de Alarico; juntos se transformarían en la más seria amenaza para Roma desde los tiempos de Aníbal. Los pasos alpinos están vigilados rigurosamente desde que los informantes Harioulfus y Gabso dieron a conocer los pormenores del asalto bárbaro a Lugdunum. El cerco final tuvo lugar en Fiésole, luego del prolongado sitio a que fue sometida Florencia por las tropas de Radagaiso. La caballería tuvo un rol decisivo en el desenlace de esta campaña. Los hunos demostraron las razones que les hacia temer no sólo en el mundo bárbaro sino entre los romanos, en forma sanguinaria aplastaron las agotadas filas de guerreros germánicos, sus látigos y arcos reflejos junto a la montura en caballos adecuados para esta faena, les permitió conjurar de una vez la amenaza de estas tribus sobre Roma. En este descampado de la Toscaza fue abatido en un solo día el ejército de Radagaiso; pero sin olvidar el cúmulo de daños provocados en Galia, el castigo será ejemplarizador. Saro retuvo al líder godo y sus lugartenientes, enviándoles ante la presencia de Estilicón con una escolta de hunos; éste hizo agachar a Radagaiso hasta ponerlo de rodillas, hablándole en su idioma guerrero. - No somos todos los que iniciamos esta travesía. - Necesito me informes de esos movimientos. - Pierdes tiempo, ellos cruzaron los Pirineos-, sin levantar la cabeza Radagaiso sabía lo que le esperaba. - Te podría llevar a Roma en una travesía tortuosa y ponerte a disposición del Senado para que fueran testigos de tu ejecución-, en un tono más enérgico replicaba Estilicón. - ¿Qué vas a hacer servidor de Roma?, ¿me vas a matar por ser pagano?, más daño han hecho los arrianos de Alarico. - No es un problema de religión. - Imperturbable la soldadesca “romana” apreciaba el secreto debate de ambos líderes, aunque algunos de ellos conocían el dialecto se contenían se realizar cualquier manifestación; patético era el contraste entre ambos germanos, uno erguido triunfante sobre el otro, con la mano bordeando la empuñadura de su espada envainada dispuesto a dar la


orden final. Aquellos que provenían de las guarniciones gálicas devastadas enfatizaban el castigo que caería sobre Radagaiso, la resolución de muerte era irreversible. - Este sector de prisioneros serán destinados a las minas de Transilvania, aquellos a reforzar los contingentes de Dacia, los menos diestros en la guerra refiérelos a los campos de Panonia-, Saro procedería-. Reúne aquí a todos los lugartenientes de Radagaiso. Estilicón desenvaina su espada al lado de Radagaiso, él no debía hacerlo pero los méritos de su rival le otorgaron el privilegio de esa revancha. El fétido sudor del bárbaro no repele al vándalo quien desnuda su nuca antes de descargar el filo de su arma en ella. - Estas acabado bastardo, hemos invadido cada piedra de tu Imperio-, los ojos azules del líder germano se clavan en Estilicón, escupiendo su última amenaza.


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as noticias corrían rápido. Aquí las destrezas bárbaras se iban asimilando mejor, el uso del caballo me animaba a pasar mejores tiempos, recordaba la hacienda de mi padre y cómo aquella crianza había contribuido a nuestro bienestar económico, sólo que esto era un estilo de vida. Al principio me parecían dioses alados capaces de encarar las aventuras más audaces, por miedo prefería permanecer en mi carpa – celda al momento de sentir el agitado jadeo y el paso fuerte de aquellas pezuñas que se mezclaba con la furibunda expresión de alegría de los jinetes godos, luego de una expedición a los dominios imperiales. Con el tiempo iba participando de estas campañas en que la comunidad compartía, abandonándose al ritual festivo de otra escaramuza exitosa. Yo simplemente miraba embelesado la estampa de estos jinetes que generaban la algarabía tribal, de esa época data mi fascinación por el uso del caballo como estilo de vida, como forma de guerrear y ganarse el respeto de los demás. En mi ingenuo esfuerzo por ganarme la confianza de la comunidad, por instinto me junté con Rodericus el cual, menos ingenuo, esperaba ganar alguna compensación del Imperio pos las atenciones dispensadas a mi persona. En uno de estos paseos él cumplió su promesa de llevarme a las fundiciones de metal donde se elaboraban las armas de los guerreros, en su entusiasmo por guiarme en este trance me explicaba las bondades de la alquimia goda en el uso de estas armas. El temple y alma de aquellas espadas respaldaban las proezas en el campo de batalla, la habilidad ancestral de estos artesanos era prodigiosa, podría decirse que cada utensilio llevaba la firma de estos maestros. La naturaleza de este trabajo estaba ligado al resultado en el campo de batalla, lo cual aumentaba la mancomunión entre los godos. Al comienzo apenas me dejaban admirar esas espadas u puntas de flecha, las hebillas y fíbulas estaban a mi alcance sólo si lo autorizaba Rodericus. Las fundiciones son huecos horadados en la tierra con revestimiento cerámico que aguantaba las altas temperaturas, pero el pestilente olor de la mezcla en el molde artesanal disminuía mi natural curiosidad por conocer este proceso. Al menos el panorama se presentaba más entretenido en la compañía de mi enano amigo, por el cual pude acercarme a mis captores en las situaciones sociales de mayor significado grupal. Como la vez que pude aproximarme a la mesa del rey godo y probar un bocado junto a sus bucelarios, era el pan dulce como galleta que era compartido en este ritual gastronómico por Alarico y sus lugartenientes. El recuerdo de aquella tarde se haría imborrable hasta el final de mis días. Rodericus deleitaba al líder germano con los detalles acaecidos en la aldea durante la salida de los guerreros, bromas y tomaduras de pelo suavizaban el rudo talante de estos señores, los que dejaban a un lado sus comentarios por ver al simpático enano haciendo gala de su humor y ridículos modales. Él me presentó y pude comprobar la apertura de ellos hacia mi, en este momento percibí que mi presencia se hacia menos odiosa y que en mi cautiverio podría alcanzar algún grado de confianza con los líderes de esta comunidad, mi aprendizaje entre ellos adquiría mayor respetabilidad y podría socializarme mejor. En esas circunstancias era injustificable la apertura hacia mi, aún desconociendo su dialecto me familiarizaba con sus prácticas rudimentarias y en este ejercicio de simple observación aprendía de ellos. Los muchachos eran lanzados al agua en el momento de aparecer el vello en sus rostros, si esto sucedía luego de volver de la incursión el resto de la comunidad participaba en el lanzamiento, como forma de aprobar su llegada a la adultez. Yo experimentaba el rechazo por no lograr acceder a tocar sus armas labradas en el bronce, era como profanar objetos sagrados, lo que ignoraba era que esa prohibición también se extendía para los que no ejercían algún rango militar. A mi edad no podía esperar mucha comprensión de mis captores, pero obviamente ganaba la simpatía de las mujeres con las que obtuve más atenciones, me aconsejaron el cambio de vestimenta, me alimentaban de acuerdo a su

régimen, pero en lo más recóndito de mí sabía que estaba extasiado por esa belleza, los ojos azules que enmarcaban aquellos rostros exóticos cautivaron mi atención y despertaron algo más que mi curiosidad. Más allá de las aleaciones metálicas y los ritos sociales, el paso del tiempo no alcanzaba a cubrir la insondable distancia entre ellos y yo. En mi inmadurez era incapaz de percibir los miedos más profundos que congestionaban el alma colectiva de este pueblo, ¿por qué estaban aquí?, ¿De que huían?, esta respuestas solo las encontraría más adelante, en esa primera etapa mi desasosiego se concentraba en atender los ciclos naturales que regían a esta tribu y que estaban determinado por los requerimientos de la crianza caballar a la que prestaba mayor atención por recordarme, según dije, la hacienda de mi padre. Más que el saqueo, lo importante era encontrar pastos tiernos para estos ejemplares y la detención prolongada obedecía a la espera mientras parían las yeguas. Lo que parecía ser el avance a un nuevo territorio no era más que la retirada de una zona afectada por la sequía, esto hizo variar mi primer juicio sobre esta comunidad, aparentemente dominada por un insaciable apetito de hostigamiento y saqueo. La relación se hacía menos tensa y no lograba comprender la causa de esto; pasaba menos tiempo en mi carpa y parecía no importarle a mis captores, este relajamiento en mi custodia me facilitó la observación del entorno; presentía que había menos presión en el ambiente, lo cual disminuyó el afán por realizar preparativos bélicos, incluso el avance acercó esta tribu a Italia; sin embargo, aunque los rumores volaban, también era cierto que no lo hacían en mi idioma, lo cual impedía la comprensión inmediata de estos fenómenos. La indiferencia pudo menos que mi curiosidad y en una tarde con Rodericus pude comprobar cuál era la razón. Habían asesinado a Estilicón.


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as estilizadas figuras de dragón impreso en los estandartes comenzaban a tener mala reputación en Galia. Desde su paso por Maguncia la presencia de estos signos provocaba la angustia en la población; el hecho de ser avistados por los expedicionarios galorromanos hacia prever el destino de los invasores en una nueva incursión bárbara. Además de sus rústicos vestidos, el paso avasallador de la caballería y el peculiar nudo capilar que los suevos exhibían a un costado de su cabellera, estas señas generaban el pánico y presagiaban el desastre. La práctica de enviar emisarios antes de llegar a un poblado, solicitando la sumisión incondicional, se hizo costumbre a medida que disminuía la oposición en las ciudades al sur. Los bárbaros enviaban a letes liberados que conocían el idioma local para evaluar la actitud del poblado a saquear. Las ciudades eran el botín más deseado, se distinguía de las villae por su mayor extensión y su pasado de canabae reconocible en la amurallada fortificación que mal contuvieron las invasiones. - Vengo a avisar que demandamos un tributo en especies y víveres. Los notificados eran vecinos principales que no renegaron de su provincia o potentes de la región que rechazaban la huida para no ser despojados de sus tierras, en última instancia alguna autoridad eclesiástica que permanecía allí manteniendo la moral alta en la población. - De ser desobedecidos vuestra ciudad se reducirá a las cenizas y el polvo. El ex lete volvía al campamento para informar a los superiores la respuesta de la comunidad próxima a invadir. En una asamblea entre los köening y sus lugartenientes se decidía la suerte de aquel poblado. Muchas veces se exacerbaba la violencia entre algunos que se estimulaban más en el uso del terror. - Aconsejo marchar rápido, los romanos huyen en estampida y la abundancia de las ciudades espera por nosotros. - Podemos encontrar mayor resistencia al sur, si vamos a negociar con ellos debemos eliminar la violencia. - Ellos tienen que saber quienes somos, la ciudad debe ser incendiada. - Lo que conseguiremos es aumentar las represalias cuando los romanos estén preparados para la contraofensiva; si las guarniciones han huido, ¿de que sirve aumentar el pánico?. - Tienen mucho para entretenerse con Alarico y sus huestes, por aquí no tienes nada que temer, estas tierras serán nuestras, el tiempo de los romanos llega a su fin, el tiempo de los vándalos ha llegado-, sentenciaba Genserico el más prominente de los líderes de esta facción de bárbaros escindidos de aquellos que cruzaron el limes.- La fama de los vándalos llegará a todo el Imperio, han de temernos cuando ellos inicien las conversaciones. Además lo que hemos encontrado hasta ahora no es suficiente, nuestro destino es llegar al mediterráneo, no vamos a detenernos. Distinto era el pensamiento de Goar a quien la idea de atravesar de norte a sur no le satisfacía. Si bien las riquezas se habían esfumado junto con sus dueños, la posibilidad de obtener tierras de inmejorable valor para el ganado equino, bajo la condición de ofrecer los servicios al Imperio, era el objetivo primordial de sus partidarios, en consecuencia, no insistir en el pillaje y la violencia era un criterio que desalentaba las aspiraciones de Respendial. En la región de Renania habría de producirse una escisión entre las tribus. La rapacidad nunca vista en Galia hasta entonces era favorecida por la distracción de las fuerzas romanas evitando a Alarico. Los vándalos conseguirían el apoyo de los suevos y una facción de los alanos al mando de Respendial, continuando en el camino de la intimidación a los poblados. El paso rápido de los jinetes por las ciudades evitaba encontrarse con supuestas fuerzas combinadas de Britania y Roma, que podrían ir en auxilio de Galia. Sin oposición llegarían a Aquitania, en una proeza que emulaba antiguas invasiones, mientras el grupo de Radagaiso se encargaba de Italia, el paso de los Pirineos albergaba la esperanza de más riqueza y saqueo a destajo en las provincias de Hispania y Lusitania.


“Alguna vez tuvimos un territorio propio, detrás de las Cárpatos, al menos hace cuatro generaciones de antepasados, vivíamos de la caza, prosperábamos en la llanura al pie de los montes Urales, los pueblos vecinos nos temían y no osaban contrariar nuestra voluntad, menos aún poner en riesgo nuestra prosperidad, por supuesto había épocas de peleas tribales, o disputas entre clanes rivales, pero nosotros ganábamos en número, nunca se prolongaba un conflicto más allá de una estación; fuimos un solo pueblo, celosos de nuestra libertad y guardianes feroces de la tierra que nos sostenía bajo los pies, teníamos dioses ancestrales a los que adorábamos, bajo el dominio del Koening se aglutinaban los clanes obedientes a su destino común, obviamente lo que te comento ha sido traspasado por relatos orales en el transcurso del tiempo, siempre manteniendo la fidelidad del origen, no existe atisbo de exageración en todo lo que oyes, fueron siglos de felicidad” - Y que los trajo hasta aquí – Aecio inquiría interrumpiendo el momento de ensimismamiento de Rodericus. “ Llegaron desde el Este, manadas de seres bestiales, arrastrando el polvo tras de sí como ráfagas de cometas fugaces, su arte era el terror y la rapiña, ningún poblado volvía a ser el mismo luego de ser devastado por ellos, llevaban el signo de la muerte en su frente, obligaban al sometimiento y reducían a la esclavitud a los pueblos que sobrevivían a su avance” - ¿Cómo elegían el lugar a devastar y Quien los dirigía?. “ Estaban liderados por hombres mitad hombres mitad lobos, eran encarnaciones terrenales de Kök Böri, el lobo azul de las llanuras eternas, en su frente se dibujaba el estigma que los convertían en elegidos para liderar esas tribus, avanzando por muchos siglos errantes en la estepa infinita, fue así hasta que llegaron a los lindes de nuestro territorio, desde luego fuimos sacudidos por el terror ciego de la incertidumbre, nuestros padres habían transmitido relatos de su ferocidad que llegaban a los oídos en el presente como ecos de un desastre final, eran miles los que se ofrecieron para el combate, nuestros guerreros más curtidos no les temieron y dieron batalla encarnizada en los pastizales del Dnieper, te puedo jurar que no rehuyeron el combate… Los que se quedaron en el poblado sólo supieron del desenlace cuando los sobrevivientes huyeron moribundos hasta nosotros, todo había terminado, nuestro pueblo se reunió en asamblea, deliberó bajo presión sin llegar a consenso, como consecuencia surgieron dos facciones, la que eligió la huida hacia el Oeste, en pos del Gran Océano, liderados por nuestro rey Ermanarico, pero otro bando menos crédulo de nuestro destino, sintió el peso de la derrota, afligidos por una huida sin sentido eligieron ser sojuzgados por los jinetes del Este…y así han vivido hasta ahora, liderados por el clan de los Atalos. Los ojos de Rodericus se humedecían, este relato parecía esconder el secreto más preciado de los godos, la razón de su desbande y su eterna migración que llegaba hasta Iliria, hasta mí.


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a tarde en la catedral de Rávena. Aquella era la cita de los conspiradores de Honorio. Apenas había disminuido la tensión en al frontera danubiana, también se especulaba sobre una concentración de bárbaros en los Pirineos, dispuestos a saquear Roma. Las lealtades estaban en entredicho y los oportunistas manipulaban a la opinión pública creando un clima de pánico en la ciudad eterna para motivar al dubitativo Honorio a despojar a Estilicón de su mandato. Los panegíricos subían de tono para desprestigiar al Magíster Militum en el Senado. - El poder de nuestras tropas en manos de un bárbaro, qué pensaría Augusto si pudiese verlo, tres siglos de esplendor imperial despojado por un vándalo, ¡Así corona Roma todo el esfuerzo de nuestros antepasados!, que nos queda ¡nada!. Mirad a nuestro pobre emperador abanicándose en Rávena, protegiendo su triste corte detrás de los pantanos… pero tenemos a su hermana representándolo-. Algunas risas en la asamblea confirman el sarcasmo de aquella observación. –Yo no soy un romano conformista, si nuestras autoridades abdican de su poder, los ciudadanos tenemos el deber de enmendar el rumbo, que la ceguera no nos guíe en estos momentos decisivos, ya no tenemos tiempo para analizar cómo llegamos a esto ni reprochar conductas desleales del pasado por parte de los nuestros; la decisión que se impone es desautorizar el mandato de Estilicón sobre nuestras tropas, ¡ahora!-. Las reformas de Dioclesiano concedían autonomía al ejército para designar a sus jefes, esta norma pretendía delegar el mando en la confianza de sus miembros sin la intervención de las autoridades políticas, sólo por mantener las formalidades se recomendaba una tríada al emperador de turno, que solía ir con una preferencia bastante marcada; la gran excepción fue la designación de Teodosio a los pies de su lecho de muerte, como un desafío a la corriente aristocrática del patriciado senatorial, su predilección obedecía a un riguroso estudio de las circunstancias que amenazaban en esa época el limes romano, un bárbaro convertido, bajo el rigor de las legiones occidentales, prometía ser la solución más idónea para afrontar la amenaza bárbara, sumándole su inteligencia y trato privilegiado con el sabio emperador, su designación justificaría aquellas dotes. Olimpio pretendía borrar de raíz esta normativa, intentando atraer al senado mediante su encendido discurso, la porfía de los hechos le asistía en este momento; más de la mitad del territorio imperial estaba en manos bárbaras. Esto significaba el quiebre entre el patriciado y el ejército, el que estaba mayoritariamente conformado por elementos no romanos; sin menospreciar el hecho de que Estilicón mantenía a raya las hordas de Alarico, el principal elemento perturbador para el Imperio de Occidente, todo el sacrificio de evitar el colapso de las fronteras se desvanecía al mantener la disuasión frente al líder godo. A pesar del triunfo de Pollenza, el exceso de negociaciones molestaba al Senado que no admitía tantas concesiones hacia Alarico; su relación bajo un régimen de hospitalidad hacia pensar en cierta complicidad entre aquel y el magíster militum lo cual acrecentó las dudas sobre la lealtad de Estilicón. Los temores de Serena no evitaron que Estilicón acudiera esa mañana a la cita en Rávena, todas las dudas y rumores no disminuían el cumplimiento de las obligaciones del jefe militar romano. La confianza se cifraba en el lazo familiar que reunía a Honorio y a la hija de Estilicón en sagrado vínculo, esto como forma de asegurar la confianza entre ambos líderes. Este requisito garantizaba la estancia de Honorio en Rávena con el beneplácito de Estilicón. Como amuleto de suerte, Serena aconsejó a su esposo llevar al hijo mayor, Euquerio, en su viaje. Con el trayecto se minimizan los riesgos, los que se vieron acrecentados en la última sesión del Senado, en especial el discurso de Olimpio que había llegado casi transcrito a los oídos de Estilicón. Podría decirse que era un encuentro familiar, un pretexto para reafirmar el vínculo invisible trazado por Teodosio y cuya continuidad dependía del respaldo de Honorio a la política militar de Estilicón. Rávena es más


pequeña, la catedral logra resaltar sobre el conjunto mediterráneo, urdir un plan en esta ciudad tiene la ventaja de la complicidad y el secreto que entrañan las murallas para los visitantes, ajenos al diseño simétrico de ésta. Quizás la elección más inteligente del obeso emperador fue la de esta ciudad, cuyas secretas inclinaciones encontrarían el lugar perfecto en estas calles. Cuando huía de sus perseguidores reparó en el error de visitarla en esas circunstancias, aunque tuvo el tiempo de alcanzar la catedral, hasta aquellas escalinatas logró llegar; antes, pudo deshacerse de su hijo el cual huyó, escabulléndose en el trajín urbano, al voltearse pudo ver por última vez el acechante rostro del servil Heracliano que iniciaría las puñaladas.


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uizás podría entender todo esto si conociese mejor a los invasores, en estos momentos quedarse a contemplar el horror de la destrucción me parece demasiado cómodo. El viaje no logra agotarme tanto como estas visiones desoladoras que acompañan mi travesía, Soissons es un olvido, Orleáns quizás algún día pueda reponerse de sus heridas y ser la ciudad fluvial que alguna vez maravilló a Galia, de las ciudades al norte lo mejor que queda es su recuerdo, Maguncia fue quemada y el fuego hizo lo mismo por Estrasburgo. Los cónsules pasados no estaban mal al decidir amurallar estas ciudades, sus pronósticos lejos de ser pesimistas eran visionarios y calzaban con el origen militar de estas ex canabae, todo un trabajo que desgastó lo mejor de generaciones romanizadas, terreno ganado a la selva y al paganismo céltico, vías expeditas con tambos y paradas ajustadas a la travesía, ahora esta ruta debe hacerse a pulso para evitar el pillaje insaciable de esta, en esta ruta que conduce a Roma el contacto humano me aproxima al drama que escapa a toda destrucción, en la conversación con los grupos errantes me convenzo de la magnitud de los daños, esta de más decir que aún no me encuentro con las tropas regulares que siguen entretenidas en otros frentes. Aún así es interesante el acercamiento de ciertos sectores de la iglesia como el obispo de Tours que trata de ganar terreno a la evangelización de los arrianos, el único mediador respetado en la región, qué habrá de cierto en esos rumores que los describen con un olor insoportable a ajo, dicen que detestan las termas y los ejercicios físicos, sólo visten con pieles y desconocen las más mínimas técnicas agrícolas lo cual justifica su afán de saqueo, ya que es más fácil quitar a la fuerza que proveerse el alimento por su cuenta y tiene suficientes argumentos para hacerlo, no es difícil predecir que de mantener este estilo de vida, el repliegue de las fuerzas llegará nuevamente a las mismas puertas de Roma. Yo creo que llegaron que llegaron para quedarse, más aún después de la muerte de Estilicón al cual respetaban, ese asesinato fue lo más insensato planeado por Honorio, quizás amigo mío debamos pensar en emigrar a Oriente; mucho de mis parientes se refugiaron en la corte de Bizancio, estoy seguro que la cultura romana seguirá preservándose allá, si queremos evitar el riesgo y apostar a la seguridad, nuestro futuro se encamina hacia el Oriente. En la región de Aquitania las cosas parecen empeorar, los poderosos señores se han aliado a estos bárbaros y niegan el impuesto tan necesario en estos momentos. Les mantienen en sus tierras, asegurando que cumplen el tratado que garantiza el régimen de hospitalidad del Imperio para estos grupos, yo creo que se aprovechan para aumentar sus privilegios, en Burdeos una rica familia debió buscar el beneplácito de los godos para no sucumbir frente a otros bárbaros, les proporcionan el tercio de las cosechas y ellos los protegen de los bagaudas. Un tal Paulino de Pella es el jefe de familia que apoya semejante acuerdo, habrá que ver si se transforma en costumbre. Se rumorea que el cautiverio de Gala Placidia es menos forzado de lo que parece, ha puesto mucho ánimo en mejorar las relaciones, mientras Honorio mira hacia otro lado. Los que han ganado con esta crisis son loa bagaudas, se las han ingeniado para sabotear los acueductos y robar, confundiendo a las autoridades sobre los causantes de estos delitos, el regionalismo ha vuelto a asomar y el paganismo local esta reemplazando al sincretismo cristiano, incluso el arrianismo bárbaro es un serio adversario para la Iglesia católica. Estos cambios han desorientado a todos, algunos piensan que la salvación está en cruzar al África, ya que Bizancio corre el mismo peligro, yo te confirmo amigo que esos temores carecen de fundamento, sólo Galia es el botín anhelado por los salvajes. Aquí viene este humilde galo, profundo adorador de esta cultura, lo visto en esta travesía no hace menos que deprimirme y reflexionar en el futuro de aquella sociedad que congregó tantos pueblos bajo una gran patria. Me despido deseándote todos los parabienes

RUTILIO CLAUDIO NAMACIANO


- Tal vez debería irme contigo-. - Ni pensarlo, alguien debe resguardar los intereses de nuestra familia en Roma, además ya es tiempo de que aceptes tus obligaciones-. - Tú habrás de estar muy cómodo allá en tu refugio de Rávena, apenas vienes a las cer emonias oficiales-. - Desde Rávena puedo supervisar a nuestro vasto Imperio-. - Desde Rávena puedes ahuyentar tus temores sobre una invasión-. El recuerdo de la última conversación adquiere protagonismo, al traspasar la puerta Salaria, la tropa de godos se abalanzó en dirección al centro romano, fue la última notificación de la guardia de palacio. Ahora Gala Placidia sostendría el último baluarte de la civilización antigua, quizás una extraña conciencia del momento que vivía la mantuvo en las habitaciones de la casa Augusta, el presentimiento más anunciado se materializaba en la dura realidad, los gritos ascendían hasta el Palatinado y el humo advertía de los sectores azotados por la caballería goda. El estruendo de la multitud que huía del galope bárbaro resonaba en esas mismas alturas. Al alcanzar el Foro, los godos se ensañaron con la basílica Julia, la cual fue incendiada, los jinetes traspasaron de lado a lado el edificio, saqueando en todos los rincones. Sin resistencia, los germanos siguieron hacia el Capitolio; a esta altura, los diez mil guerreros bastaron para socavar la indefensa ciudad eterna. En el frenesí del ataque, los godos fijaron su atención en el templo de Júpiter Óptimo Máximo, su ubicación en la cumbre del Capitolio atrajo las energías bárbaras, cuyas columnas de mármol, las tejas de bronce dorado y las puertas enchapadas en oro absorbieron la avaricia insaciable de las hordas germánicas. Un grupo liderado por el joven lugarteniente Ataúlfo se sobrepuso a la ambición devoradora y se encaminó hacia el Palatinado en procura del palacio Imperial. En la vorágine de la destrucción, Ataúlfo ordenó la búsqueda de las autoridades romanas, con sorpresa pudo comprobar que, a excepción de Gala Placidia, toda la corte residía en Rávena. Desde un escondite los soldados de Ataúlfo pudieron llevar, ante la presencia del líder godo, a la hermana de Honorio, una jovencita de escasos dieciocho años. - Una mujer para defender el palacio, esto habla bien de la seguridad imperial-. El sarcasmo no disimulaba la impresión que causaban la belleza latina de Gala Placidia, casi al instante ordenó terminar con el forcejeo de sus soldados para arrastrarla hasta su presencia. Aunque la rodearon, ella no dejó de establecer su posición ante los bárbaros, pero muy poco hizo su idioma ya que nadie entendía nada; los ademanes desafiantes causaban la hilaridad de la tropa que en esos instantes habían abandonado el saqueo quizás impactados por la postura de la hermana del emperador Honorio. ¡No se atrevan a llevarme, mi hermano descargará su ira contra tu ridículo ejército!,¡bastardos!-. La verborrea incontenible de la joven causaba más hilaridad y su belleza daba paso a su desplante. Ataviada con túnicas romanas, la estampa de Gala Placidia atraía la curiosidad libidinosa de los germanos que sólo se contenían por la autoridad rígida del joven Ataúlfo, cuya obsesión por el botín fue relevado ante la delicada femineidad de la única representante de la familia imperial. Su gran dignidad y belleza valía más que todo el oro y el bronce juntos. Así lo entendieron los jinetes bárbaros que la hicieron prisionera bajo el celoso control del heredero de Alarico. Al bajar al Foro, algunos bárbaros irrumpen por el mercado, engullendo todas las frutas de la temporada, algunas tan exóticas que los rubicundos guerreros se sorprenden por esos manjares ignorados. Alarico al llegar al centro arenga a su tropa, absoluta vencedora de una incursión temeraria y que coronará la cúspide de su mandato, en diez años había dirigido a su pueblo por Oriente y Occidente, dejando el recuerdo de su nombre marcado en fuego y destrucción, el enemigo más formidable del Imperio se jactaba de llegar al centro político del mundo antiguo, todos sus bucelarios festejaban al líder.


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l problema era establecer foedus justos, aunque los últimos éxitos bárbaros sobrepasaban las pretensiones imperiales de mantener el statu quo. Inmediatamente a la irrupción germánica se habían generado expectativas sobredimensionadas de los grupos más opositores a la hegemonía romana; era el caso de los bagaudas, verdaderos defensores de la causa regional y que representaban a la población menos propensa a la cultura latina, era el caso de los vascos y los galeses que saboteaban la infraestructura romana en sus territorios. En medio de la debacle bárbara, estos grupos renegados representaban el sentimiento más legítimo de independencia regional; operando con fuerza desde hace un siglo, ahora tenían la gran oportunidad de voltear la situación a su favor. Los usurpadores del poder central fueron los primeros en considerarlos una amenaza a su gestión, ya que los bagaudas veían a estos como una extensión del gobierno romano y una amenaza a la autodeterminación regional. Con una estrategia netamente guerrillera estos bagaudas jamás buscaron una alianza más allá de su grupo, sus acciones de sabotaje tenían un efecto transitorio en la población local, la que aplaudían pero al mismo tiempo contemplaba el horror del saqueo fuera de sus fronteras. Las consecuencias económicas no tardaron en sentirse. Las obras de ingeniería a gran escala como los acueductos fueron el objetivo preferido por estas bandas, afectando los cultivos y los sistemas de riego; de no haber sido por esto quizás no habría alcanzado mayor efecto en las economías regionales, pero este hecho aceleró la alianza entre los poderosos terratenientes y los bárbaros a quienes percibían como fuerza disuasiva frente a la anarquía bagauda. Esta mutua necesidad motivó un pacto recíproco de asistencia que en alguna medida y con el paso del tiempo fue generando una necesidad de unos por los otros. Los romanos fueron sobrepasados en esta estrategia guerrillera de desgaste, sumado a los continuos asaltos adjudicados a este grupo y la destinación de las legiones a otras zonas. Los propios romanos reconocieron las ventajas de los bárbaros para confrontar a los bagaudas y ganarlos en una causa común. Sin embargo, sólo los que sucedieron a Estilicón reconocieron este mérito. Los godos y los alanos fueron privilegiados para cumplir esta tarea, sus líderes en un afán de ganarse el apoyo romano, fueron destinados en posiciones claves para desbaratar las unidades bagaudas. En este punto de colaboración se resquebrajó la mancomunión de los bárbaros, dividiéndose las posiciones. Los vándalos, con Genserico a la cabeza, privilegiaron la confrontación directa negándose a colaborar en algún proyecto romano y propiciando la creación de un estado independiente. Ataúlfo, rey de los visigodos, dirigió su empeño a combatir a estos bárbaros, empecinado en convencer a los romanos de su lealtad y a Gala Placidia, de que las bodas celebradas según estricto ritual romano eran más que una formalidad. En este afán, que contradecía su voluntad original de constituir la Gothia en contraposición a la Romania, desalojó a los alanos y suevos de Hispania, obligándolos a unirse al proyecto de Genserico para cruzar el Mediterráneo en dirección de África. La oportunidad de servir a Roma se materializó para el sector disidente de Genserico, los bagaudas pagarían el precio sin oportunidad de concretar un proyecto histórico pendiente. Los bárbaros se legitimarían ante los romanos, suavizando los excesos cometidos durante la invasión del 405. El nuevo orden supondría el protagonismo de los terratenientes que, a pesar de las perdidas de sus posesiones, fueron los primeros en perder los prejuicios frente a los nuevos habitantes del Imperio, los que se aliaron a ellos podrían ganar el poder que nunca soñaron, y que jamás conseguirían con el rancio patriciado aristocrático romano. Las nuevas circunstancias no eran tan negativas.

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i padre convalece en Silistria mientras yo maduro junto a los bárbaros, el sentimiento de desamparo deja lugar a cierta identificación con aquel estilo de vida trashumante. El desarraigo del comienzo ha desaparecido mientras mi admiración por este grupo aumenta. Los godos apreciaban el caballo, el dominio de la montura demostraba la huella que en este grupo había dejado la cultura de las estepas; con cierta reverencia los ancianos recordaban la pericia natural que los alanos, maestros de la cabalgadura, dejaron como herencia a este pueblo. La fascinación por el misterio de las estepas data de esa época, justo antes de iniciar mi cautiverio al lado de los hunos. Si para los godos el caballo no era más que un transporte, los hunos lo convirtieron en objeto de adoración. En la corte de Rua el olor a caballo petrificó mis sentidos llegando a extrañar la rancia fragancia de los germanos a la cual me había habituado en esos tres años; prácticamente vivían y dormían en sus animales los que acompañaban a sus jinetes de por vida. Sus orígenes eran tan oscuros como sus rituales de guerra, sólo mi amistad con Bleda me aclaró la procedencia oriental de sus antepasados; como un relámpago constituyeron la comunidad estepárica más agresiva y su prestigio merecía protagonismo en los relatos costumbristas de otras tribus. Mi admiración era anterior al nuevo régimen de prisionero bajo la corte de Rua. Al presenciar el colapso del mundo romano, percibí que este estilo de vida podría aportar un elemento de renovación. Los años me harían pensar que mi juventud no pasó en vano, pero mi experiencia al lado de los hunos fue radical; tuve el aprendizaje que regiría mi vida y los amigos que conservaría hasta el final, incluso después de mi muerte. Por supuesto eso lo reconozco ahora, en el momento apenas intuía que la larga estancia entre los bárbaros modificaría mi destino. Todo perdido para el Imperio, el final se veía más cerca y el traspaso de mi estancia ahora al lado de los hunos parecía una salvación personal, incluso mi padre me reconfortaba desde su lecho, asegurándome que era la mejor solución. Luego de los triunfos godos en Occidente, mi permanencia no tenía ningún valor en la corte de Alarico, ya que la negociación se realizaría directamente, sin mediar garantía; de hecho el primer foedus lo alcanzarían gracias a su exitosa incursión en Roma. La reseca provincia de Panonia sería mi nuevo hogar, ubicada en el extremo oriental, era la provincia más apartada y agreste del occidente romano. Era el lugar de destinación de los esclavos más rebeldes y el premio menos cotizado por los milicianos pasados a retiro, ganarse una porción de tierra, por servicios en las legiones romanas, en este rincón se consideraba un insulto. Su clima árido y sus extensas estepas acentuaban el carácter desolador de Panonia. La administración de esta región era la tarea más ingrata de los funcionarios romanos, quizás por esto se empeñaban en convencer a Honorio en cederla a Bizancio para pacificar las relaciones entre ambas sedes. A Arcadio le interesaba menos. Sármatas, roxolanos, alanos y yacigos intentaron poseer esta tierra rechazada por todos. Su dominio podría establecer un enclave desde el cual se podría ejecutar una invasión mayor al resto de la pars occidentes, este valor estratégico hizo repensar su utilidad; era necesario cubrir este espacio inútil con los servicios de alguna tribu que mereciese la confianza de la administración romana. Asegurar la estabilidad política y militar podría aumentar el interés por colonizar esta región; la Panonia así alcanzaba una importancia nunca antes concebida. En este momento aparecen los hunos, con el prestigio que les antecedía, presionando en el frente oriental a todos los pueblos nómades, que deben trasladarse a Occidente, atravesando el limes renano. En este contexto los hunos asumen desde una posición más dominante para cubrir aquella frontera, durante esta oleada esteparia, entre los saqueos y las breves estancias se van arraigando en Panonia, lo que obliga a Oriente a celebrar un foedus en similares términos al de los godos.


Al final de mi estadía entre los godos, creía que solo una espada y un peto de cuero podrían ayudar a armar un grupo de infantería para infundir respeto en una población, pero todavía quedaba por vivir la experiencia de la horda como masa compacta de jinetes bramando su supremacía en el campo de batalla, esta avalancha que levantaba el polvo a su paso era la expresión más colosal y memorable de los hunos, cuya imagen imborrable fue la primera impresión que llenó mis sentidos al comenzar el cautiverio en la corte de Rua.

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uizás llegue el momento de apedrear a los bastardos romanos que impiden nuestro afán vital. Alarico nos mostró el camino, tuvo a sus pies a los griegos y se paseó por los límites del Imperio hasta saquear la propia capital de Roma. Los argumentos favorecen a nuestra estirpe, nadie nos disputa el liderazgo para reorganizar políticamente este territorio según nuestra necesidad. La asunción de Atalo, un usurpador temporal favorable a los godos en Roma, proclamó el poder de estos germanos en la pars occidentes. Su deposición por parte del Senado aceleró la caída de Roma en la incursión más resonante de la antigüedad. Atalo siguió al frente de Roma con la secreta venia de Honorio. Pero antes de que los bárbaros impusieran sus términos en todos los rincones, otros usurpadores buscaron la alianza con ellos para hacer frente al poder tutelar romano. Era el caso de Jovino, quien, al oeste del Rin, firmó un foedus aguas debajo de Coblenza con los burgundios cediéndoles la parte de Galia más próxima al Rin. Las negociaciones cambiaron el perfil de las relaciones romano-bárbaras, emperadores, usurpadores y aristócratas locales modificaron su actitud y el juego de alianzas confrontaba a todos en la consecución del poder vacante. “Avanzamos sobre Narbona, Toulouse y Burdeos y si ellos no se convencen de nuestra autoridad, será aquí en Aquitania donde los godos cimentarán la base de la Gothia para todos los germanos”. Los vándalos, suevos y alanos controlaban el norte de Hispania y Lusitania, burgundios el norte de Galia, godos en Aquitania y los hunos Panonia. La rapiña bárbara apenas dejaba algo en África para el prestigio del antiguo esplendor romano. El arrepentimiento de Honorio no hacia menos que justificar la inutilidad de la muerte de Estilicón, mientras la masiva huida de romanos hacia Oriente respaldaba el error de tal acción. El obeso emperador se conformaba con mantener las rutinas cortesanas en Rávena y sus decisiones políticas estaban influidas por la camarillas aristocráticas que habían sentenciado al gran magíster militum vándalo. “ Los godos se empeñaron en continuar la senda de liderazgo trazado por Alarico y yo no haré menos que complacer tal voluntad, pero este nuevo orden exige la extinción absoluta del antiguo sistema, no me moveré para complacer las veleidosas exigencias romanas, las negociaciones se hacen innecesarias de ahora en adelante”. La muerte de Alarico en Calabria pudo ser la deseada intervención divina que definiera los acontecimientos en favor de los romanos, sin embargo la expansión de su espíritu se apoderó de quienes le sucedieron. Sus funerales se desarrollaron en completo sigilo, incluso los sirvientes que participaron en el ritual mortuorio fueron asesinados por sus pares, evitando la propagación de la noticia y el saqueo de su tumba. El plan original de remontar el mediterráneo en procura del norte africano, fue desechado; la continuidad de los balthos en Galia se aseguraba por la rotunda determinación de Ataúlfo, quien según los rumores, se había dejado influenciar por los consejos de su más preciada garantía: Gala Placidia. Tras una larga expedición por Aquitania finalmente fijaría su base en Burdeos, apenas diez mil guerreros godos bastaron para someter a toda la provincia. La aclimatación resultó mejor que las orientaciones de la bella prisionera, el recuerdo del rigor de la estepa disuadió finalmente a los godos a fijar su estancia en aquel terruño. “ Romania fue un proyecto y a la fuerza de nuestro pueblo logrará proyectar el recuerdo de nuestros padres más allá de la vida de todos nosotros”.


E

n los juegos alcancé la comunicación que no podría tener de otra manera con los de su edad, el uso del caballo era el ritual más peculiar de esta comunidad que, junto con la adoración del fuego, eran los elementos distintivos. La complicidad de mi carácter hacia ellos se iguala por mi preferencia en sus gustos, en esta experiencia aún no alcanzaba a entender la compenetración de cada individuo hacia su comunidad, este sometimiento que destruía cualquier voluntad personal, recobra el instinto gregario que demandaba la tribu. La imagen más significativa de este comportamiento trae a mi memoria el ritual de la ordalía, cuya manifestación más singular era la tortura física como veredicto divino; entre los godos se acostumbraba a hervir las manos con aceite caliente para los casos de infidelidad conyugal, las marcas denunciaban el mal comportamiento, me inquietaba esta forma de vida que nada se compara a la forma civilizada de arreglar las diferencias entre los romanos a través de la ley, pero que tenía un efecto perdurable en la comunidad. Con los hunos llegué a dimensionar el verdadero alcance de estas costumbres, yo pensaba que no había nada peor que el aceite hirviendo. La vida nómade y guerrera alcanzaba un nivel dramático para estos habitantes de las estepas, la pertenencia decidía la voluntad de vivir de cada uno y el sojuzgamiento a estas pautas de conducta era tan severo que el mal ejemplo, la falta de lealtad y la cobardía en el campo de batalla (el comportamiento más condenado entre los hunos) acarreaba el destierro entre sus pares; se podría pensar que era la posibilidad de alcanzar otra oportunidad pero este castigo irremediablemente conducía a la muerte, lo que no ocurría con el aceite; la identidad de estos jinetes era tan marcada que la falta de protección de los suyos los colocaba en la indefensión más absoluta ante otras comunidades trashumantes, yo fui testigo el suicidio de los condenados ante su comunidad, el desamparo de los demás eliminaba el deseo de vivir. El miedo volvía a mi talante, dejando los juegos a un lado. Ahora que rememoro aquellos acontecimientos no dejo de impresionarme ante la imagen vital de aquellos guerreros que sin embargo eran nada fuera de la tribu. Pero prefiero fijar mis recuerdos en la relación de los hombres con sus bestias, no exagero al decir que comían y almorzaban en la propia montura, el entierro de sus muertos obligaba al animal del difunto a seguir la misma suerte y recorrer, en la otra vida, la senda que siguió junto al jinete. En los godos no recuerdo nada similar, aunque algunos de los guerreros desarrollaban cualidades gimnásticas en la montura semejante a los hunos, la belleza plástica de una carga de caballería huna era sin igual; sin embargo esto pude apreciarlo en el campo de batalla muchos años después cuando opté por buscar su alianza antes que su ira. De mi juventud en la corte del gran Rua, quizás el monarca más conciliador que tuvieron, la libertad de mi cautiverio alcanzó su apogeo, en mi atrevimiento pude desentenderme de cualquier guardia personal, pero la amistad que desarrollé con Bleda, el hijo de Mundziuch, me aseguró la confianza dentro de esa corte. El viento del atardecer levantaba el polvo, cubriendo la vista del horizonte, las carpas de fieltro se acomodaban al vaivén de las ondulaciones, a pesar de esta inclemencia los hunos daban su espalda al frente ventoso montados a lomo de caballo. La realidad de esta fidelidad se manifiesta en toda su magnitud. Todo el reconocimiento hacia aquella devoción marcó mi madurez, inspirando mi admiración por esta tribu de allí en adelante. Las hazañas que pueden relatarse de esta comunidad parecen ser una fantasía, yo en calidad de testigo puedo aseverar que las exageraciones sobre aquel modo de vida son sólo vagos apuntes ya que el trasfondo de esa conducta lo explica bien. Para hablar de ellos primero hay que hablar de la estepa; en el rigor de ese hábitat anida el espíritu de los hunos. La prolongación del tiempo se ajustaba a los ciclos naturales que trascurrían junto a la tribu como la elección de los pastizales para el ganado y esto decidía la movilización o el estancamiento en cualquier lugar, hasta aquí parecía un comportamiento calcado a los

godos. El trato con los muertos era otra diferencia, la costumbre funeraria magnificaba la dimensión que adquiría el traslado para esta comunidad, sin importar el tiempo o el lugar los fallecidos eran colocados ritualmente al borde del lecho de rio antes de la subida de las aguas, era la devolución a la naturaleza de su obra, un gesto funcional y menos pagano de lo que los romanos pensaban. La transitoriedad era el estímulo permanente e imperecedero para sus costumbres. Sólo los miembros de alta investidura y prestigio militar alcanzaban el honor de ser enterrados en túmulos, verdaderos hitos camineros que señalaban el paso andado a los ocasionales habitantes de las estepas, y la expresión más distintiva del nomadismo como estilo de vida, al camino se devuelven los cuerpos por los que alguna vez transitó el difunto.



- Podría conjurar todas las amenazas pero las pretensiones son sólo para mi pueblo, si tuviera las garantías suficientes lograría persuadirlos para arraigarlos a un territorio fijo-. - Tal vez no logré darme a entender bien, este acuerdo sobrepasa todas las negociaciones que han logrado otras tribus de Roma-. - Quizás porque nuestro estilo de vida no calza con las costumbres de aquellas tribus, la originalidad de este acuerdo radica en los problemas que esperas superar con nuestra ayuda-. En este punto Ataúlfo demostraba las cualidades naturales que lo llevaron al liderazgo entre los suyos, consciente de los atributos de su tribu y su disposición para llegar a un acuerdo con los romanos, podría forzar un tratado original más allá de los términos normales. Constancio, por el otro lado, dimensionaba el alcance de dichos términos pero podría asegurarse de contar con el respaldo de un conglomerado favorable a su gestión en la región aquitana, disposición que el sector de Genserico jamás demostró. Aunque el problema residía en minimizar el accionar de los bagaudas, la extensión de las tierras puestas a disposición de los godos era el primer acuerdo en su tipo logrado con los bárbaros. El uso de la caballería y las destrezas guerreras para realizar labores de vigilancia despertaron el interés de Constancio, que esperaba controlar la situación en la región en beneficio de su liderazgo, proyectándolo según sus ambiciones al nivel de usurpador del poder central. - La extensión de la tierras a su disposición supera las ambiciones más exageradas, incluso podrían pensar en una radicación definitiva, desarrollando un comercio en función del ganado caballar-. -Aún así el uso intensivo de las tierras requerirá en un futuro el traslado a otras fronteras-. - Pero ya hemos superado la desconfianza inicial y si la situación lo demandara ustedes pueden abarcar el territorio que estimen necesario, yo les garantizo mi autorización y todo mi apoyo a cualquier otro requerimiento para favorecer vuestro asentamiento-. La mediación de un intérprete godo favoreció el intercambio comunicacional, consolidando uno de los proyectos más deseados por Ataúlfo, luego de su matrimonio con Gala Placidia. Sin embargo lo original no era el establecimiento bajo el régimen de hospitalidad, sino las condiciones para asegurar una radicación al gusto de los bárbaros. Oficialmente se dispuso la práctica de conceder los dos tercios de las cosechas en los terrenos bajo administración particular. Rávena se sobresaltó, provocando un ataque de histeria al mismo Honorio quien debió soportar primero el matrimonio de su hermana con el líder bárbaro, y ahora esto. La alianza no sólo ayudó a extirpar la amenaza de los bagaudas sino que progresivamente ayudó a limpiar la zona de Hispania de los temidos vándalos y suevos. El gobierno de Constancio en dicha región se aseguraba aún sin el consentimiento de la corte de Rávena. Sin embargo, la oposición se expresaba secretamente en el selecto grupo de los hombres libres godos, a quienes este súbito cambio de actitud les resultaba chocante. Sin embargo la figura del koening era incuestionable, la unidad del conglomerado residía en la férrea disciplina vertical. Pero este principio, que resultó tan auspicioso para sobrevivir en el inhóspito territorio romano, en estas nuevas circunstancias empezaba a eclipsar. Aquí culmina la era nómade, en adelante se desarrollaría una vida menos expuesta a la transitoriedad de los viajes, modificando el carácter y la cultura de los godos desde el momento que sintieron el asentamiento en Aquitania como el final de las correrías por el Imperio.

L

a ceremonia no provocó tanto escándalo, aunque apareció la intriga entre los míos, el deseo pudo más y su ceguera alteró mis sentidos, así fui perdiendo el control de una situación que creía absolutamente dominada. La muerte de Alarico me encontró a mí como su protegido más joven, leal e inflexible respecto a Roma, los discursos que leía prendían en el ánimo de todos los godos, sin pensar que en la medida que aumentaba la indiferencia de la prisionera romana hacia mis requerimientos, asimismo aumentaba la furia en mi discurso, opuse poco control para desviar mi atención de ella pues el desvarío quebró mi voluntad. Al quedar a mi cargo, luego de mi designación oficial, aumenté mi presión sobre ella; disminuí su guardia a una persona de mi absoluta confianza, evitaba sus contactos con personas de la aldea al mínimo posible, incluso me ofrecía a llevarle el alimento como gesto de acercamiento, aunque suavizar mi conducta fue notorio para el resto, yo no hice nada para evitar los rumores al respecto, que colmaban la paciencia de mis partidarios, la ceguera realizaba su trabajo y yo me dejaba. Durante las campañas de saqueo a los centros poblados solía llevarla con nosotros, sin considerar el efecto negativo que producía una mujer de tal exultante belleza en mis guerreros, pero los celos que me invadían al dejarla al amparo de la aldea goda aumentaban mi ansiedad por volver de las campañas y era peor el resultado. La presión por dejar libre a la romana iba en aumento, más aún, el haellus recomendaba liberar nuestra tuición sobre ella a fin de preservar nuestros valores. Apenas podía entender que una mujer provocara tal revuelo al nivel de pensar en su libertad como mejor solución para todos. Su cautiverio era nuestra garantía, así lo ratifiqué una y otra vez. Pero la verdad es que perdía el control al solo pensar en su retorno definitivo a la corte romana. El arrebato fue sumiendo todas mis convicciones para terminar contemplando su belleza para siempre. Ella practicaba la sumisión, toda su voluntad era mía, como una frágil prisionera que busca ganar mis afectos para sortear mejor esta encrucijada, me hablaba de su corte, de su hermano Honorio, me trasmitía su molestia ante la debilidad del joven emperador para tomar decisiones, su falta de experiencia y conocimiento del mundo exterior, yo la escuchaba embelezado, su voz era música. Con el tiempo fui aceptando mis deseos, llegando a pensar no solo que no le desagradaba, sino mas bien que sentía una atracción por mi estampa rubicunda, si esto resultaba original para ella, yo puedo decir que su belleza latina motivaba igual atracción en mí; con absoluta desvergüenza me anticipé a los hechos, convirtiéndome en su carcelero y haciéndole el amor en su refugio, una noche de verano mediterránea, empezaba a adorar este clima envolvente y el efecto que me provocaba. En su consumación, este vínculo adquirió el compromiso al que estaba destinado. Incluso mi postura hacia Roma fue cambiando, yo era consciente que mi amor alteraba todas mis percepciones incluso aquella; un detalle hizo aumentar mi amor y era el hecho que aún conservaba los rituales sociales de su clase, en mi protección ella podía desempeñar el rol que mejor le acomodará y ese fue jamás perder su condición de romana. Sus baños, infusiones, dieta, la obligación de prosternarse en su presencia, mantenía la altivez de su carácter, a la comunidad mi asentimiento a esas conductas, pero yo ganaba su afecto. El día de la ceremonia fui, con la comitiva de mis bucelarios, a buscarla a casa del obispo de Aquitania, pues era lo que más se aproximaba a la autoridad de la figura paterna ausente en estos rincones. Mis bucelarios la condujeron hasta mi morada donde realizamos los sacrificios que satisfacían a mis dioses ancestrales, ya que rechazaba la práctica del cristianismo. Incluso en el banquete final acepté la degustación del farreus, una torta de harina que constituía el final de la incorporación de Gala Placidia a mi grupo familiar. Creía que la suerte estaba de mi lado, con su apoyo y el respaldo de la comunidad daría un vuelco a la situación errante en que hemos estado desde nuestra llegada al territorio romano. Incluso mejorar el servicio que podíamos ofrecer a sus autoridades, consolidando el liderazgo respecto de otras


agrupaciones bárbaras. Soñaba con alcanzar una reputación similar al emperador romano, legitimando la estancia de los godos. Ahora hablaba de pacto y legitimación, mi discurso no empezaba a gustar a algunos, pero podía fiarme de mi carisma. Las contradicciones se ahogaron en la pasión hacia Gala Placidia.


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uando los chamanes me invitaron a su carpa, presentí algo grande, una iniciación quizás, purgando las culpas de ser un extraño, fui invitado por Bleda a este ritual para jóvenes, y con el favor de su padre además; mi curiosidad fue tentada a conocer aspectos mágicos y sorprendentes de esta cultura. En la primavera cuando los pastos tiernos invitan a la voracidad equina de su ganado, rebozan las ganas de iniciar una nueva incursión predadora, mientras los niños aprenden el oficio de las estepas para seguir el mismo destino de su pueblo, las negociaciones con Occidente iban bien, al menos yo seguía con vida. Acostumbrado a verlos a caballo esta ceremonia me parecía más original y más participativa que las vividas al lado de los godos, teniendo desarrollada mi afición por esta cultura no pude rehuir la invitación. De los recipientes de bronce emanaba un vapor transparente que impregnaba toda la carpa, en su dialecto invocaban a dioses ante su presencia, yo apenas atinaba a comprender, pero Bleda me enseñó a mantener silencio y presenciar toda la escena sin intervención mía. Sumisamente fui aceptando las reglas de este juego, como admiración a su temple, intrigado por los oscuros pasillos de su mente, impaciente como mi adolescencia, más aún por las motivaciones que animaban a los hunos me mantuve en cuclillas para el viaje que iba a iniciar, mientras el vapor impregnaba toda la carpa las visiones aparecían, el lobo asomaba sus fauces, invocado como objeto de adoración, las luces se esfumaban mientras el día y la noche se confundían, la sombra del lobo asomaba en al carpa aceptando la invocación y renovando el espíritu de comunión con la causa de este pueblo, yo veía esa imagen que colmaba mis sentidos apenas podía apaciguar los latidos de mi corazón que se dejaban impresionar por su presencia, pero el lobo estaba ahí era más real que todas las imágenes retenidas en mi memoria. Los pelos, su olor y sus pasos marcaron la noche como en un trance, veía sus imágenes, conocía sus motivaciones, acompañaba sus depredaciones casi expirando en mis propios sentidos, muy real, era muy real, cara a cara con sus fauces era importante esa intención famélica por abarcar todo con sus fauces, depredación y exterminio eran sinónimos, una historia que conocería muy bien.


- Así es el esplendor de nuestro prestigio que nos copian el estilo, yo no temería por el futuro, a nuestros vasallos no les falta nada y de los romanos no cabe esperar otra cosa que una diplomática sumisión. En este territorio no podemos encontrar más que estabilidad, para nosotros este asentamiento equivale a recuperar la pausa necesaria para reorientar nuestro destino-. - Yo no sería tan enfático, menos cavilaciones podrían serenar tu juicio y actuar en consecuencia según la voluntad transitoria de nuestras jornadas a caballo, aunque merezcamos el aprecio de otras tribus y el respeto de los romanos no podemos desconocer nuestra natural vocación a la trashumancia-. - No puedo avalar tu opinión, ya que estos años en Panonia han aquietado mi espíritu errante, y veo en los rostros de los nuestros la paz que tantos años de travesía no nos han dado, organizar desde aquí un vasto conglomerado es un objetivo que no merece ser desdeñado-. - Tal vez Rua en esta corte has aprendido a apreciar la larga estancia de nuestro pueblo, pero menos cierto es la inquietud que invade a los jóvenes a recuperar la movilidad que nos asentaba en cualquier sitio a nuestras anchas, tus antepasados no podrían disimular el enfado al aceptar la larga permanencia en un territorio de segunda categoría para los romanos-. - Esta corte es la más importante para los estrategas romanos, tu opinión carece de la seriedad y es sólo la manifestación patética de una añoranza poco feliz para los nuestros, aunque el mandato nos designa como señores en estas tierras, aún falta alcanzar la posesión oficial sobre cada piedra sin depender de la administración romana, me parece poco generosa tu observación que no contempla este territorio ganado a los soberbios oficiales del ejército occidental, gracias a la subordinación de los ostrogosods, hérulos y gépidos podremos mantener el control sobre estas planicies que nos mantienen tan cerca del centro geopolítico romano-. - Menos provocación sólo favorece al rearme de los ejércitos antes mencionados, recuerda que somos apátridas en territorio disputado, perder nuestra beligerancia sólo favorecerá a los oportunistas que esperan asestar un golpe definitivo sobre nosotros, no debemos renunciar a la expansión como forma de atemorizar a nuestros enemigos-. - Somos más poderosos que antes, esta radicación ha fortalecido nuestra situación, volver a reanudar la marcha para complacer tus apetitos de poder me parece injustificado, ni siquiera Dacia pueden gobernar los inútiles romanos aquí somos fuertes y podemos expandirnos sin complicarnos en movilizar el campamento-. - Me angustia pensar en la debilidad de tu postura, yo voy a informar de esta conversación pero no creo complacer las expectativas de los jerarcas tribales bajo nuestra autoridad-. - ¿Acaso ves temor en mi expresión?, no soy yo quien vacila, no hay razón para suplicar comprensión de parte de nadie, menos tú que eres el pilar de la organización militar de los hunos, el que evitemos la movilización no nos resta valor. En Oriente la pronunciación de nuestro nombre atemoriza todas las comarcas-. - No es temor, simplemente indagar la razón para evitar una invasión mayor, teniendo por prisionero a un romano que nos garantiza la impunidad para obrar en consecuencia-. - Estamos aquí y aquí nos quedaremos, tendrás que aceptar esta circunstancia porque nos acostumbraremos a echar raíces en este lugar, ¿acaso podríais oponerte a esta decisión?-. - Aún cuando no coincido con ese punto de vista debo reiterarte mi lealtad y la de todos los hunos que apoyaremos esta larga estancia, simplemente deseo saber en qué funciones mantendrás ocupados a los nuestros y aquellos que nos sirven-.

- Aumentando mi influencia en Panonia, demostrando a estos romanos que podemos crear vínculos comerciales y militares, demostrando que somos fiables, además creando una corte digna de un gran mandatario, demostraremos a Occidente y Oriente que nuestras aspiraciones son tan civilizadas como los cimientos que cubren sus ciudades y que podemos ser más que una apelmazada horda de jinetes dispuestos al saqueo y la destrucción-. - Los germanos esclavos nos deben demasiado, como mantendremos su lealtad sin insistir en nuestro predominio más allá de este suelo-. - Ellos son la disuasión que mantendrá a las huestes enemigas fuera de estos límites, son tan dependientes de nosotros como lo somos de ellos, y el esplendor de nuestra grandeza, cubrirá también la desnudez de nuestros vasallos germanos-.


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n la extenuación de las cavilaciones, Honorio no podía comprender la magnitud del desastre que cubría al otrora magno Imperio Occidental, desde la muerte de su ex tutor la situación se había complicado al extremo de contagiarse de un derrotismo exagerado, sin culpa y sin la menor piedad hacia las víctimas de esta avalancha bárbara, se entregaba a la complacencia más displicente, sin miramientos respecto de las desastrosas consecuencias de sus decisiones. El pudor de sus primeros años había dejado lugar a una desenfrenada frivolidad para tomar medidas que afectaban el desempeño de las provincias más apartadas, algunos de sus partidarios más próximos se quejaban del carácter del emperador, hablar de sus partidarios es un eufemismo porque en esos instantes los rumores contra Honorio iban en aumento. Se ponía en duda su capacidad de juicio y su lealtad hacia los principios que habían hecho de Roma la ciudad eterna y el faro de la civilización occidental. Ahora los conspiradores se volvían en su contra, aunque él no se daba por aludido como suele ocurrir en el uso despiadado y soberbio del poder. Contemplarse a sí mismo como dueño de la situación era la única opción disponible en el laberinto al cual sólo él se había conducido. Algunas medidas, como eliminar los combates de gladiadores, no disminuyen su impopularidad; peor aún, sus temores lo confundieron al punto de desconfiar de la lealtad de sus consejeros, los pantanos de Rávena no ayudaron a solucionar aquella percepción. El matrimonio de su hermana aumentó la desconfianza, aceptándolo de mala gana sólo por los consejos de sus estrategas que ya pensaban saludablemente en forjar una alianza más estrecha con los godos. En estos tiempos nuevos adaptarse a las circunstancias era la diferencia entre los que continuaban vivos y los que sucumbían al desastre. Mientras los amantes de su esposa goda esperaban en la fila, el obeso emperador acumulaba problemas que lo mantenían al borde del precipicio. Contemplaba la desintegración de su territorio heredado, sólo la mantención de los ritos públicos recordaban el antiguo esplendor de la cultura que estaba por caer; Rávena era eso, una burbuja que vivía del pasado. En la extraña consciencia de esta realidad la depresión terminó por ceder en el espíritu de Honorio, para el cual su misión carecía de horizonte, administrar la crisis no era un objetivo loable para él, acorralado en las cavilaciones de sus dudas que lo acompañaban incluso a la hora del reposo. Absolutamente derrotado en su yo interno sólo podría experimentar el éxtasis de una huida honorable. Los acontecimientos tomaban un rumbo más desquiciado; la entrada de los bárbaros fue la pesadilla del antiguo poder aristocrático que huía a Bizancio, esto desalentaba aún más a Honorio que veía a sus partidarios desconfiar de su autoridad, retirándose fuera de los límites de Occidente. No era tan insignificante ya que esta porción de ex privilegiados eran la fuente del poder que había alimentado el régimen imperial romano. La visión de aquel mundo parecía no ofrecer ninguna perspectiva, sin considerar la escasa representatividad que el senado tenía en esos momentos, esta institución proclamada al comienzo de la república vivía su mayor crisis al aceptar la nominación de un usurpador, favorable a los godos, para administrar Roma. En Oriente las apuestas se inclinaban a calcular el tiempo que le restaba a Occidente para caer, aunque se daba por descontado que no tardaría en suceder, esta competencia estaba por llegar a su fin y en Oriente estaban muy seguros de haber hecho bien las cosas, por cuanto habían logrado desviar la atención de los bárbaros hacia el lado, convirtiendo aquel territorio en un paso nada más para las tribus rapaces. Incluso llegaron a pensar que la recuperación de la cultura occidental estaba en manos de Oriente, este pensamiento cobro forma en los futuros líderes, convenciendo al propio Justiniano de ir en pos del territorio perdido, dando sepultura al reino de los Vándalos y Alanos encabezados por Genserico, como ocurriera con Cartago siglos atrás en tiempos más auspiciosos para el Imperio. Pero volviendo a al actualidad, Honorio era el desenlace patético de aquella gloria que ni siquiera alcanzaba la altura de su padre. Triste pero cierto. - También podrás ir tú.

- Es el beneficio de esta amistad, aunque mi aprecio es desinteresado por los gustos en común y el placer de tu compañía, desde ya cuenta con mi presencia. Ver al caballo fergana en acción, en pleno dominio de su montura, parecía una destreza digna de dominar, jamás sentí ímpetu igual, esa ansiedad por conquistar la naturaleza agreste, de golpe recordaba los caballos pastando en la hacienda de mi padre, sumisos, controlados, con los ojos llenos de quietud. Lo que tenía ante mí era el desplante de especimenes salvajes, pelo flotante al viento, hocicos y narices jadeantes, como esperando la doma del jinete que los atrinca hacia la eternidad de la estepa. La cercanía de un jinete huno encorvaba el lomo tieso de la bestia que preparaba la aventura que estaba por venir. Pero lo mejor eran los festejos de la comunidad, que reconocían en el jinete diestro a uno de los suyos. - Me vas a demostrar el afecto que dices tener por los caballos, si logras impresionarlos podrás mejorar las relaciones aquí, pero en ese momento estarás solo. - Yo siempre he estado solo, ¿podrías resistir tanto tiempo conviviendo en una cultura ajena?. - Si te vieses hace un año no podrías convencer a nadie de que eres el mismo tipo. - Adaptarme es la forma de sobrevivir desde el alejamiento de mi familia, pero mi condición de garantía me ubica con cierto privilegio. Las greñas oscuras de Aecio, se mecían al viento con mas facilidad que las de Bleda, a quien le hacia gracia la estampa de su compañero de armas, reía estentóreamente, su blasón de cuero se estremecía y el caballo abajo acompañaba en giros, al agitado cuerpo del huno. Luego rodeaba a Aecio en círculos, quien giraba su cabeza en 180 grados, tratando de mantener firme el torso, mientras Bleda azuzaba a su bestia manteniendo la vista fija en él, hasta que el cansancio y la perdida de equilibrio sobre el caballo vencieron su arrogancia, se mantuvo quieto y fijo sobre el caballo, reconociendo la autoridad de Bleda -Ahora entiendes que los hunos doblegamos por cansancio, sobre el caballo no nos gana nadie, ¡nadie mi buen amigo!, si dominas a esa bestia tendrás asegurado los respetos de mi comunidad-. Luego se alejaba, a paso ligero, liberando las manos de su corcel, manteniendo un bamboleo de caderas acompasado al tranco de la bestia. Aecio escuchaba con atención, tratando de mantener el caballo dominado y expresando respeto a su amigo. - Si te ganas los merecimientos te aseguro un mejor trato que aquel recibido de parte de los godos, si dominas el caballo te ganaras el respeto de todos, nos pondremos a tus pies, mi querido amigo. Reía, con una carcajada sonora, espontánea, sincera, supe que me decía la verdad, me desafiaba a dominar la bestia, no podría rehusar el reto. - Estoy conciente de eso, los buenos recuerdos de los godos apenas llegan hasta mi presente, ustedes son lo único que tengo. - Eres un privilegiado, mi gran amigo, entre los tuyos, tienes acceso a la cultura más progresista de toda la estepa, podrás relatarles todas tus anécdotas y si llegas a identificarle apenas alcanzarán a notar la diferencia entre nosotros y tú, serás un huno a plenitud, rodeado de caballos salvajes. - Un amigo en la estepa, cabalgando con el mejor amigo, nos une el gusto por los caballos, mi padre no dejaba que montara las bestias de su corral, si me viera ahora ejercitando esta destreza, si me viera cabalgando tomado del pelo del caballo- meditaba para sí mismo, se replegaba como una costra, olvidando al compañero que tenía al lado, el cual lo devolvía a este momento terrenal.


- Un romano no puede considerarse mejor que alguno de los nuestros pero tendrás tu oportunidad. - Tu hermano bastardo parece tener demasiada influencia entre tus camaradas, acaso prueba suerte en esta especialidad. - Sólo su gran boca puede traerle suerte. - Pero ha organizado milicias para el servicio de tu padre, el poder de convocatoria es impresionante, debe sentirse halagado con esta demostración de… - Es la única oportunidad que mi padre le da a pesar de su lamentable origen-, corta rápidamente el pensamiento de Aecio, quien procura callar para no importunar el orgullo de Bleda. - Pero puede ganar adeptos, tiene un grupo que simpatiza de él, no deberías descuidar tu popularidad si has de tener el control algún día, mi padre Gaudencio me recuerda que las emociones refuerzan los lazos de afecto, siempre debes luchar al lado de los tuyos, debes ganarte el corazón de tu gente para evitar que te desprecien y te olviden fácilmente si acaso caes en desgracia. - Es el bastardo que colma el beneplácito de la corte, un gesto de humanidad que restituye a mi padre el respeto de los suyos. - Si no te conociera diría que esta celoso Bleda. - Déjame explicarte algo, entre los hunos no hay distinción que diferencie a soldados de esclavos o siervos, porque estos últimos no comparten la raza huna, podrán ser hérulos, gépidos u ostrogodos pero jamás hunos, para nuestra comunidad todos son iguales, y aunque existen privilegios para el primogénito bien habido, si yo muriese nada impediría que ese bastardo ocupe mi lugar. - Los méritos se ganan sin importar la cuna de origen, ahora veo la causa de tu recelo. - Mi padre aún está lejos de pensar en su sucesión, pero de variar su destino, yo estaré preparado para reinar-. Se voltea en dirección a Aecio, con determinación, asegurando su total convicción a esta promesa. - Pase lo que pase estaré de tu lado, sólo te aconsejo que no le quites la vista de encima, sus rústicos modales parecen acomodarse al gusto de la mayoría. - Se identifica con los gustos de los jinetes, apenas se distingue de ellos. - Si fuera un godo entre godos aquel comportamiento no sería tan problemático, ya que el origen define el resto de la vida, pero entre los hunos puedo darme cuenta que las diferencias de origen se desvanecen delante de las habilidades en el terreno militar, aquí las aptitudes se valoran para alcanzar posiciones mejores. - Y granjearse el afecto de la tribu.


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atrimonio entre romanos y bárbaros, leyes compartidas, territorios entregados, ruptura de las tradiciones, casi puedo verme con la estampa de un perdedor en los relatos del futuro y en mi hora funesta sólo veo los augurios de un mal porvenir que apenas alcancé a detener, soy la sombra del que quería ser, un confinado al olvido cuyos resultados estropean la estirpe de soberanos exitosos en la corte romana, para enmendar este rumbo quizás se necesite de un nuevo Augusto, pero pienso que estos tiempos requieren de más imaginación. Sin alianzas renovadas veo la muerte en derredor, con una religión que no alcanzo a entender, exclamaré el final de estos tiempos en mi propia tumba, así aminoraré el escaso respaldo a mi gestión en los días pasados. Del poder solo logré los beneficios de mi status, placeres de la carne que me envolvían en su loco devenir como fugaces momentos de arrebato donde podía exhalar la furia de mi sometimiento pero sin reparar en la suerte de mis propias decisiones. Sólo viví el momento. En el lado oscuro de las decisiones los rencores orientaron mis pasos, dejarme llevar por mis caprichos se transformó en el hábito que dirigía los rumbos de este lado del imperio, así no era capaz de vislumbrar el mal presagio que caía sobre Occidente y que me reducía a la figura de un alfeñique para los demás. Los bárbaros dejaron una huella amarga que apenas contendría con el asesinato de Estilicón. Nada fue más absurdo que aquella decisión. Pero los años no dan sabiduría, sólo endurecen el razonamiento y agolpan en la mente las culpas de la obstinación. En la soledad podía imaginar el drama real, entonces todas las evasiones carecían de fundamento, sin capacidad para sufrir más simplemente me dejaba llevar por los acontecimientos, así el futuro podría detener todas las amenazas que se cernían sobre Occidente, así las nuevas plagas contendrían a las anteriores, sólo vivir en el sufrimiento real de las decisiones que no contendrían el final de una historia que llegaba a su fin sin merecimientos para nadie, ni siquiera para mi persona, casi como una sombra se desvanecería el recuerdo de estos amargos tiempos que yo no alcanzaré a admirar como el corolario final de mis mal orientadas decisiones. El tiempo no borrará nada de ahora y los críticos serán implacables al momento de juzgar mi proceder, casi sin repara en el daño que mi hermana hizo al contraer nupcias con su amante godo, el tiempo no me hará concesiones pero la innecesaria muerte de Estilicón me sobrevivirá más allá de mis días, así será y espero no ver el resultado de todo esto ni siquiera el fruto de mi matrimonio, sólo para emparejar vínculos con los secuaces bárbaros. El gordo infame, solían decirme, un títere al servicio de los aristócratas, cuando este afortunado abandone el mundo me llevaré la sonrisa de mi burla por los perjuicios que cause a todos. Ahora que los cambios son tan evidentes, mi proceder ridículo no alcanza a justificar todas las concesiones. Cuánto de todo esto es mi culpa, es la ironía del destino quien tiene que responder, no pude cambiar nada, pero quien pudo hacerlo realmente. Yo digo que nadie. Todo esos territorios perdidos apenas alcanzarán a compensar las derrotas militares y políticas. En mi muerte la estabilidad de Roma no llegará a la plenitud, nadie salvará la crisis, los cambios son rotundos. Y si los bárbaros alcanzaran el poder quizás podrían defender los vestigios de esta civilización, quizás admiren su grandeza y en vez de crear reinos aislados que prolonguen su orgullo, tal vez se dediquen a mantener esta obra magnifica, nos honren con su dedicación y devoción a la cultura latina, ¿que debería ocurrir para provocar esta acción?, ¿qué?.

L

as soledades de la estepa reclaman la mano humana que ayude a manipular este medio. Los hunos son los mejores, si se adaptan tan fácilmente podrían controlar todo este territorio pero no conseguirían lo mismo con las ciudades, no nacieron para la mediocridad de la política. Yo los admiro por su naturaleza, por la pureza de sus formas y estilo de vida. Asimilo de ellos todo lo brutal de su incorporación a este medio, en este momento son mis mejores aliados y los considero privilegiados para los asuntos de defensa de Galia. Alcanzarán algún día la grandeza de la estepa y todo cuanto hay por aquí llevara inscrito sus nombres grabado a fuego. Las poblaciones recordarán en sus vástagos el ascendiente bárbaro de sus antepasados como el fruto de la recompensa por las tierras dominadas. Las ciudades serán un obstáculo a la expansión de la estepa, una interrupción a la visión maravillosa de la frontera sin límite del llano, sólo una interrupción. Las ciudades conocerán las leyendas que logren vadear a los censores del conocimiento. Aunque mi temprana incorporación a las filas de la milicia romana no estaba justificada por mi experiencia en el mundo bárbaro, sino por las influencias de Gaudencio, mi padre. Toda la madurez de mi temperamento se lo debo a aquellos años de feliz cautiverio y en posesión de ese conocimiento puedo destacarme en la asesoría miliciana de este territorio. Casi soy de la partida en la campaña por defender los intereses de Hispania, sólo los vicios de la envidia detuvieron mi cometido pero en la práctica ellos prefirieron privilegiar la masa de godos que cautelaban los territorios romanos de la Narbonense como el final de la cultura latina en el mediterráneo. Les concedieron los dos tercios de las cosechas con tal de esquivar la resistencia de los bagaudas y suevos y vándalos que asolaban la región. Prefirieron el foedus a cualquier otra medida que mantuviera a raya a los bárbaros ingratos. Cuando lo aconsejable era aliarse a bárbaros más renuentes de la estirpe germana, que los hubieran sojuzgados, y por lo tanto pudieran blandir el hierro contra ellos sin contemplaciones étnicas, religiosas ni espíritu de cofradía. Era aconsejable acudir a la estepa como último reducto natural de la resistencia romana y encontrar en ella los elementos más favorables para su conservación. Lo mejor era unirse a ellos para confrontar a la masa de tribus hostiles que nos asolaban, pero en ese momento la urgencia de la necesidad no permitía ver la solución en perspectiva. Ahora pienso que la estepa ofrece la mejor solución, es necesario afrontar los hechos y en justa medida reconocer el mérito de los hunos para aquel la tarea tan deleznable al espíritu romano. Muy conciente estaba que esta alianza no sería gratuita, el sacrificio del régimen de hospitalidad, tan odioso para los patricios romanos, permitió incorporarlos a este mundo y legitimarlos a los ojos de Occidente. Pero las ciudades no interrumpirán la visión total de las estepas, sólo en el mundo de ellos se puede alcanzar alguna respuesta para el futuro de esta civilización, yo puedo mediar, intervenir para facilitar la transición hacia el nuevo estado de cosas. Correteando a los bárbaros hostiles tan sólo se prolonga la definición de este conflicto, las soluciones reales se encuentran compatibilizando lo que hay con lo nuevo, y yo me la juego por los que rinden culto al caballo en el rigor de le estepa. Si el grito de este lado pudiera prolongarse hasta los pantanos de Rávena, tal vez remecería sus cimientos gastados. Ahora la estepa puede ser la perdición o la última salvación.


E

l Senado no aceptaba la nominación de Juan a la púrpura y diadema de Rávena.. Sin embargo éste se atrincheró en la capital de Occidente. Esperaría confiado los refuerzos que lo establecerían de una vez en el trono. Un joven militar de rango ecuestre le ofreció su apoyo para consolidar un proyecto político de alianza con los hunos, definiendo las condiciones para los guerreros esteparios. Así, Juan tuvo a su disposición más de diez mil hunos que emprendían la marcha para proclamar su mandato. Los bárbaros iban con la promesa del saqueo, más una fuerte recompensa por obtener el triunfo de Juan. Pero estos no se habrían alistado si la confianza no hubiera estado asentada, y el joven miliciano romano que dirigía sus apetitos conocía de sobra a quienes llevaba como fuerza disuasiva. Pero la travesía demoró a estos contingentes, quedando Juan a merced de la contraofensiva de Aspar el general alano a cargo del asedio, que puso fin a su ataque, apoderándose de Rávena y tomando prisionero al usurpador, para luego decapitarlo y enviar su cabeza a Teodosio II. Cuando el joven militar llegaba, con tres días de retraso, a Rávena, a la cabeza de sus aliados hunos; al comprobar la futilidad de la maniobra tuvo que hacer frente a la desilusión de los jinetes que esperaban obtener mucho más por el saqueo que por la recompensa, reiniciando el asedio; pero de no mediar su adalid, las consecuencias de la debacle hubieran sido desastrosas para Rávena. Finalmente el imperio de Oriente accedió a pagar una fuerte suma por deponer este asedio. Con su intervención, Aecio aseguró la vuelta a Panonia de su contingente bárbaro, dejando vinculado su nombre al de los jinetes de la estepa, en un provechoso pacto de amistad.

Y

acía en la montaña hasta la llegada del plenilunio, en las noches nebulosas y de frío intenso despertaba el instinto por alcanzar la estepa para alborotar la comarca. En su pelaje gris llevaba inscrito el rigor de su ritual como las señales de la ira. Casi al filo de la medianoche procuraba organizar a los suyos para bajar a la planicie, su liderazgo fundado en la melena azul era tan evidente como el día o la noche. En sus cuatro patas iniciaba la marcha lenta poseído por la catarsis frenética de la asonada grupal. Casi como avalancha los cuadrúpedos iban colmando el piedemonte, si algún afortunado podía divisarlos, su pelaje azul brillaba en la luz de luna la primera advertencia del ataque frontal. Sincronizados por la fatiga de la espera avanzan cada vez a paso más presuroso, involucrados en el mismo evento, van desparramando el olor famélico en cada piedra que dejan, de sus hocicos violentos baja la espuma que va dejando el rastro acelerado de la contienda que se avecina; mientras el sigilo y la oscuridad los acompañe, el ritmo de la marcha apenas se hace perceptible a la distancia. Kok - Böri baja hasta el descampado, los aullidos previos exacerban el ánimo exorbitante de los suyos. Los centinelas al dar la voz de alarma provocan la aceleración de la manada que meticulosamente se distribuye en las áreas más apetecidas. En el torbellino de la celada, los gritos humanos y los aullidos se funden en la visión más desoladora, como saetas la jauría se lanza en todas las direcciones impulsada por sus apetitos, los niños son los único que importa en esos instantes y en su protección se descuidan otras prioridades; siempre ocurre que el botín principal, los animales y aves de corral, son obtenidos bajo aquel estado de pánico. Protegidos en le interior de sus casas, sólo algunos lanceros diestros en la visión nocturna pueden dar caza a alguno de los predadores, pero los resultados superan a todas las bajas. La noche vuelve a cobijar la huída repentina que los hace volver a sus madrigueras en retirada fantasmal. Siempre es lo mismo en plenilunio.


- Parece insuficiente todo lo que has hecho, tu presencia en la ciudad imperial insulta al mismo Valentiniano. - Podrías decir que insulta a tu protectora, ahora que desalojaste Cartago te refugias bajo las sábanas de Gala Placidia. - Tu juventud rebosa los límites de la obediencia, crees que lo sabes todo pero terminaras sin el respaldo de la autoridad que osas avasallar. - Es la misma autoridad que cobija tu cobardía e impotencia, tus aliados vándalos se bastan a sí mismos pero insuflas tu ego suponiendo eres el garante de su presencia en estas tierras, sin reconocer los méritos que algún día los llevará a las mismas puertas de Roma. - Así es tu amor a los bárbaros que te haces llamar Flavio como el patronímico del bastardo Estilicón. - Mide bien tus palabras parásito adulador, que las fuerzas que nos enfrentan pueden llevarte a la desgracia. - Así las cosas esta visto que la diplomacia sobra, si no tienes más argumento espero tu presencia en los campos de Rávena. - Que tus vándalos sellen la suerte que te ha devuelto a las tierras del continente, yo devolveré la mano de tus insultos en el terreno militar. Casi equiparados los dos postulantes al consulado de Galia se citaban para dirimir las fuerzas que finalmente controlarán la región, vándalos contra hunos y godos, las alianzas con el mundo bárbaro definirían la solvencia de la autoridad de los patricios en el campo de batalla. Al despuntar el alba los dos bandos se encuentran de frente y el tibio rocío de la primavera no alcanza a disminuir la tensión que se palpa en el ambiente, los vándalos aprovechando la ventaja que les da ubicarse de frente al sol, alzan sus bruñidos escudos de hierro para encandilar a sus rivales, con esa distracción inician el ataque confrontando la retaguardia huna que recoge al elemento más inexperto de esta tribu, los vándalos conocen la estrategia de sus similares pero si los lanceros pueden bajar el perfil ofensivo de los hunos, éstos aún mantienen intacta la división de flecheros con arco reflejo con un ataque frontal tan letal y nefasto para la iniciativa de Bonifacio que apenas comenzado el avance en forma de cuña de los vándalos, termina aquel con la andanada de flechas hunas. - Cuando aprenderás a fijar tú el campo de batalla, al ceder la iniciativa a la pericia de Bonifacio le das la oportunidad de preparar mejor a su hombres ante nuestra embestida. - Qué vamos a hacer ahora para dar vuelta este resultado incierto Litorio, si los nuestros no encuentran el rumbo. Litorio más desconcertado que Aecio, lo miraba con ceño fruncido, encontrando la explicación del porqué Bleda le encomendó asesorar a su protegido romano. -Los hunos no aciertan a pesar de tu habilidad en el descampado, por la posición del sol y tu falta de un sistema que se acomode a la única habilidad que nos destaca, el avance frontal, sólo les das una posición defensiva que nos inmoviliza e inutiliza, si pudieras infundir mayor liderazgo ayudarías a desentumirlos. - Pensé que la sola presencia de esta guarnición bastaría para aplacar las pretensiones de Bonifacio, no medité en el valor de los vándalos para resolver este planteamiento. - Con la imagen agresiva de los hunos conseguirás que ellos se busquen aliados de similar fiereza, es la forma como mueves tus piezas lo que hace la diferencia, además, los vándalos se destacan en las mismas habilidades, desvalorizar al contrincante no ayudará a tu posición, sólo una acción suicida provocaría cambiar las cosas a tu favor. Dominado por el ímpetu de su juventud, Aecio se abalanza en dirección de su rival, su caballo logra vencer la resistencia de los vándalos que apenas lo observan en su vertiginosa

carrera, cuando alcanza la retaguardia de las filas contrincantes, puede encarar a Bonifacio que permanece erguido en su caballo sin disimular el sobrecogimiento que el produce semejante acción, ambos desenfundan sus espadas y en enconada lucha se enfrentan ante el estupor de sus correligionarios. Con su espada de doble filo, Aecio acierta un golpe que deja maltrecho a su rival, los hunos motivados por esta acción avanzan, descolocando a los vándalos. Sin embargo, es una acción disuasiva que prolonga el resultado incierto de la batalla, sólo Aecio puede volcar el resultado, ganando en el factor sorpresa lo que la planificación no pudo hacer. Bonifacio apenas puede suspirar antes de aletargar su sufrimiento, con el líder desfalleciendo los bandos se repliegan para asegurar sus posiciones. En el campo de batalla se lamen las heridas que no bastan para definir la contienda. Bien entrada la tarde, aún no cambia el equilibrio de fuerzas pero la vuelta a su reducto es lo aconsejable para los de Aecio, dejando el descampado de Rávena con el recuerdo fugaz de la escena que lleva al joven general hasta las narices del protegido de Gala Placidia, palpitando en aquellos muslos cabalgados la temeridad de sus captores de juventud.


C

asi en el preludio de la estación estival, se estaciona en el margen occidental del Rin una nueva tribu germana. Aparecieron en Dalmacia hace más de un siglo pero fueron expulsados y perseguidos hasta que abandonaron el limes danubiano. Con todos los problemas y las desorganizaciones internas, la consolidación de esta nueva partida bárbara casi no inquietaba a Rávena, más bien su asentamiento fue visto con buenos ojos debido al leal apoyo logístico que ofrecieron a las guarniciones romanas de Soissons Autum, durante la invasión del 405. Indiferentes a la iniciativa de Radagaiso, prefirieron mantenerse a raya de aquella vorágine destructiva que azoló Galia. Entregados a un estilo de vida más reposado, vivían de la agricultura intensiva, en su dieta los animales de corral ocupaban un sitio privilegiado y esta rudimentaria economía doméstica fue el resultado de la exitosa simbiosis entre ellos y sus vecinos romanizados. Aunque no abandonaron las tácticas belicosas más bien las emplearon como disuasivo frente a los elementos obtusos de la administración romana que los veían como una amenaza cierta. Pero lo que no se opuso mediante las costumbres, se fue transformando en peligro inminente dado el aumento de sus habitantes, transformándolos en serio factor de riesgo ya que contrastaba con el descenso de la población regional, ayudado incluso por las emigraciones que resultaron del avatar germano del 405. Este aumento en el número de los francos ripuarios fue considerado peligroso para la estabilidad de la romanización en dicha zona, contribuyendo a los resquemores de la administración central. Tan sólo la buena imagen que habían ganado en el ejército lograba resarcir este problema. Al poblar Renania en forma pacífica se gestó la base de una floreciente villae franca que sirvió de modelo para otras agrupaciones bárbaras. Sin descuidar sus rudimentarios hábitos, fueron transformando aquel entorno, menospreciando la aprobación de las autoridades romanas. Sin considerar el privilegio del uso del caballo como otras tribus, su ofensiva consistía en el manejo de la espada y los escudos protectores, movilizados en carretas y dando alaridos muy peculiares eran capaces de provocar el miedo en sus adversarios, fueron artífices de los cánticos guerreros que iniciaban el combate, con el portento de esas voces al unísono, conseguían insuflar al grupo de un espíritu de cuerpo. La espada era un objeto digno de admiración, fueron precursores en el uso de la frakka o jabalina como se le llamaba, y también del hacha, cuyas destrezas causaba admiración entre sus adversarios, las armas eran la personalidad del guerrero debido al cuidado en su diseño artesanal. El escenario ideal para dar batalla era la selva húmeda, en el bosque lograban la mimetización que les permitía sorprender desde cualquier dirección a las guarniciones del limes o las tribus enemigas, pero en el descampado tenían la desventaja de estar a merced de los pueblos devotos de la cultura de las estepas y sus jinetes. Las ciudades amuralladas fueron baluartes desdeñados ya que la extensión territorial, y no el saqueo, era su principal objetivo; además, no les interesaba indisponerse con las autoridades de Occidente quienes veían con buenos ojos el trabajo de auxiliares que desarrollaban en el ejército y la limpieza de galos en territorios inexpugnables para los romanos. En la expansión de los francos, los galos fueron los grandes perjudicados. Sufrieron la arremetida y el despojo de la misma manera que los romanos de otros bárbaros. La emigración provocada por este conflicto llevó a los galos hasta los confines del continente, hacia Armórica, el último peldaño antes de llegar a ultramar, muy pocas poblaciones se quedaron para fundirse finalmente con los nuevos señores. Aunque ya era ocupada por nativos celtas, los galos incrementaron su población en dicha región. De talla superior y tez más rubicunda, los francos contrastaban con los desafortunados galos. El hábitat varió, la cruz celta desapareció de los cementerios, las pequeñas villae francas se transformaron en focos de asentamiento para una población cada vez menos recelosa de la reacción de las milicias romanas. Si bien otras tribus germánicas llegarían más tarde, los francos supieron poner su sello, casi como los godos en Hispania.


- Dominarás algún día la misma extensión que hizo de Roma el centro del mundo, mientras tu educación te prepara en las tareas de gobierno, yo procuraré alejar a toda la ralea que pulula en esta corte y que tus antecesores enaltecieron en cargos de privilegio, pagando con una gestión miserable y desafortunada para el rumbo del Imperio. Gala Placidia era el personaje actual más polémico y misterioso; atrás quedaba la niña sumisa que en la devastada Roma se entregaba a los godos como rehén, y su matrimonio con el bárbaro Ataúlfo que provocó tantos dolores de cabeza a su hermano Honorio quien hizo esfuerzo por evitar que mascullara la imagen de la familia real, aquella que se entregaba a las costumbres bárbaras en el Reino de Tolosa. Casi como objeto de atención permanente, Gala Placidia supo mantenerse en el primer plano, después del alevoso asesinato de su cónyuge en Barcelona, luego de resistirse a volver a tomar el camino señalado por Alarico, huyó hacia Aquitania buscando al protección del usurpador Constancio, otra espina para el pobre Honorio que veía a su hermana prisionera de una maldición, quizás por el cruel ajusticiamiento de Estilicón, sumando a esto el saqueo de Roma por parte de los godos, resulta fácil reconocer el sentimiento de culpa del emperador romano. Gala Placidia aceleró el desenlace final de su hermano quien al final de sus días sabía que su sucesor sería el hijo habido entre ella y Constancio en legítimo matrimonio, pero ya suponía de antemano que pagaría con su inmadurez el mismo derrotero tortuoso que el propio Honorio fue incapaz de contener. Era la única satisfacción que se llevaba a su tumba. Nuevamente los destinos de Occidente eran confiados a un imberbe de 13 años. En la corte de Rávena, luego de la muerte de Honorio, era previsible la vuelta de Gala Placidia. Su belleza no disminuía su fuerte carácter adquirido en tan variadas circunstancias; como siempre lograba manejar los hilos del poder sin detentar cargo alguno, sólo una influencia que cargaba en la cuenta final de las decisiones más trascendentes, ni el propio Ataúlfo pudo soslayar aquella carga al buscar repentinamente el apoyo de Roma hacia la causa de los godos, despreciando los consejos más ofuscados pero tradicionales en contra de la autoridad occidental. Tan imperceptible como un cambio de opinión era el hálito que insuflaba Gala Placidia en la alcurnia del poder; ahora todo su esmero estaba destinado a modelar a su hijo y designado Valentiniano III según los criterios que reservarían a Rávena en antiguo esplendor romano, sólo con el apoyo de los bárbaros que suponía incondicionales al conde Bonifacio. - Te librarás siempre de los consejos bárbaros que no estén mediados por el sereno reflexionar de la necesidad de tu dominio occidental, el control está en ti, ellos ponen la fuerza y el instinto que tú necesitas para organizar las provincias, recuerda que te ofrecen un servicio sin el cual quedan al margen de los beneficios de esta civilización por la que están embelesados. - Dales una religión en que creer, un pan para comer, unas tierras para ocupar y los tendrás felices, pero tus planes deben sobrepasar todas sus apetencias naturales, mantenlos así para la paz y el equilibrio de Occidente. - Para las intrigas de palacio puedo cubrirte y defenderte, tendrás colmada tus necesidades mientras esté viva, tus oídos serán sensibles a mis palabras, y estos consejos te mantendrán en la cúspide del poder. El niño recordaba de su madre los bucles negros y una mirada inquieta que la desesperaba, la tez poco pálida y los labios menos pronunciados y sensuales eran la herencia de Constancio. No podía mantener fija la vista, ya que su atención se extasiaba en la contemplación de las armas que se mostraban a la entrada del aula regia, un niño cuya capacidad de retención de por sí es deficitaria, estaba parado frente a su madre que ya había pensado en un tutor para apurar sus conocimientos militares y adelantarlo a todos los muchachos de su edad, mientras ella se encargaría de dirigir los destinos del Imperio hasta que cumpla

la mayoría de edad. Todo pensado, incluso soñaba con construir algún día un mausoleo memorial de toda la familia en esa tierra. Tomándolo en los brazos y fijando su vista en él, lo obligaba a dejar de llevarse por su curiosidad de niño y centrarse en la circunstancia privilegiada que le tocaba vivir, mientras repetía incesantemente la historia del esplendor de sus antepasados como si eso tuviese algún significado para Valentiniano, a veces lo zarandeaba para encontrar sus ojos en los suyos, en un empeño obstinado por enderezar una rama que apenas empezaba a ver la luz.


- Aprenderás, al menos tienes el respeto para imponer tus decisiones, en la corte de mi padre tus recuerdos quedaron asentados como el de un hermano de sangre. - Agradezco tu apoyo y el de los hunos, sabes todo lo que aprendí de la corte de Rua y en las labores auxiliares puedo asegurarte que ganaré un lugar de privilegio para ustedes entre los demás bárbaros, para que alcancen un foedus y un régimen de hospitalidad mejor aún que el logrado por los godos. - Litorio es hábil consejero, podrás fiarte de sus astucia para entender las circunstancias belicosas que te toquen afrontar, debo decirte que me fue difícil alejarlo de la presencia de mi padre, a pesar de su juventud ya le ha demostrado conocer las artimañas de la guerra, mas lo convencí al platicarle de tus planes para nosotros. - Aunque no lo he confirmado la herida de Bonifacio resultó mortal, no le han visto en ningún acto público, ganó el territorio pero su vida pende de un hilo. - Son las estrategias civilizadas de los romanos, el rumor y la mentira para despistar al enemigo, nosotros sólo consideramos el predominio en el campo de batalla, las cuentas que salgan de aquello dependerán de la disposición real del contrario en el campo de batalla; yo te digo no te dejes llevar por el triunfalismo de las informaciones que provienen de la corte, prepara tu espada para la próxima contienda y llévate los hombres que estimes necesarios- Bleda eres el mejor apoyo en Panonia, yo te aseguro ganaré para ustedes el gobierno de esta provincia, incluyendo una jurisdicción privilegiada, absolutamente a vuestro anhelo; yo, al conseguir el consulado de Galia podré disponer las tierras entre las comunidades de mi confianza y todo lo que hagas por mi hoy, te lo devolveré tres veces mañana. - Mientras seamos el pueblo más victorioso de las estepas, tu podrás refrendar tus exitosas campañas con nosotros, pase lo que pase tu eres un hermano más aunque lo niegue aquel de sangre bastarda que menos merecimientos tiene por su origen-. - Acaso aún queda tanta enemistad entre ustedes, si algunos de tus guerreros lo vitorean en secreto deberías eliminar su presencia de una buena vez. - Es el favorito de mi padre, y si reniego su existencia, yo mismo me provocaría el aislamiento y el rechazo de mis pares, aunque su presencia no me favorezca en nada, tu plan de asesinarlo es desquiciado, pues su astucia supera cualquier plan en tal sentido, tendría que conseguir cómplices difíciles de encontrar y aún cuando tenga éxito, puedo verme arrastrado a mi propia muerte-. - Al permitirle controlar el dominio sobre las tribus sojuzgadas le estas dando mucha atribución, el predominio de su carácter lo está adquiriendo de la práctica habitual del poder. Aecio no quería expresar la falta de determinación que percibía en Bleda, frente a la amenaza de su hermano bastardo, y que a él mismo no le faltó al momento de blandir la espada contra Bonifacio, fue en esa hazaña personal que logró entender como el carácter refuerza la imagen de los demás sobre uno mismo, ayuda a generar aceptación y obtener los resultados deseados, con esa misma determinación que muchas veces define nuestro destino. - Eso lo mantendrá ocupado, fuera de los límites de la comunidad huna, pero termina de una vez con ese tema; Litorio comentó tu lucimiento en la estocada a Bonifacio, apenas se notó tu ascendiente occidental, cómo sucede que ya te confunden con uno de los nuestros. - Los vándalos no le bastaron para amedrentar a los nuestros, aunque tomó la iniciativa en el campo de batalla yo lo sorprendí con la espada al galope, rompiendo el cerco de sus guerreros, su muerte es inminente-. - Galia es comida de los godos y burgundios, sólo asegura nuestra permanencia en estos territorios, garantizando un foedus ventajoso con amplios poderes para gobernar Panonia.


En el término de la correría por la estepa de Tizsa, ambos jinetes descansan sus bestias en los abrevaderos naturales del río del mismo nombre, en el atardecer los relámpagos anuncian la lluvia que obligará el retorno al campamento huno, Aecio y Bleda miran al cielo y esbozan una sonrisa por el aguacero que moja sus cuerpos, dejando escapar un vapor de transpiración que reduce el acaloramiento de la equitación.

L

a muerte de Bonifacio trajo la incertidumbre a la administración de Gala Placidia, la batalla de Rávena tuvo el resultado más inesperado, al cabo de tres semanas el conde africano agonizaba, señalando el rumbo al triunfador Aecio cuya nominación al consulado de Galia se aseguraba sin una clara victoria entre las agrupaciones vándalas y hunas. En su nueva función, deberá conciliar los intereses territoriales de las agrupaciones bárbaras que, cada vez más frecuentemente, ingresaban por el limes renano. Restaurar la antigua línea Soissons Autum parecía una quimera; si tan solo asegurara el territorio para las fuerzas más cohesionadas y mejor perfiladas hacia Occidente podría realizar una gestión brillante. Seguía de esta manera el trazado de la vida de Estilicón, el cual aparecía como una influencia fantasmal pero decisiva en el destino de Aecio. Bonifacio refregaba en el rostro del joven cónsul su nombre Flavio y razones le sobraban para suponer la inspiración del ex magíster militum en su vida, vándalo pero de educación romana, era el referente más próximo, suponemos respaldado por el lazo de amistad entre él y su padre, y el modelo más idóneo para modelar su relación traumática con Occidente. En su cautiverio feliz entre los bárbaros, coincidía su formación con la estirpe bárbara de Estilicón, quien valoraba el elemento bárbaro como nadie en la política militar romana. En su oportunidad, Teodosio apreció ese valor y supo tener cerca los consejos del vándalo, en su muerte pensó que transferiría dicha sabiduría a su hijo Honorio, colocándolo como tutor de él. Pensó que volcaría su conocimiento del mundo bárbaro en el púber emperador de Occidente, pero el destino quiso otra cosa, agazapado bajo sus pasiones, Honorio se escudó en los consejos de los pasillos senatoriales que le recomendaban deshacerse de Estilicón casi como una influencia perversa para el rumbo de la política romana, el resto es historia conocida y refleja la impericia e ineptitud de la juventud de Honorio que vacilante se dejó seducir por los aristócratas romanos, negando el aporte bárbaro al nuevo orden de cosas en Occidente. Aecio simbolizaba el arquetipo bárbaro que caracterizaba la influencia más favorable de aquel nuevo orden, como apertura de Occidente hacia los nuevos inmigrantes. En su conocimiento de los godos y los hunos podría conciliar los intereses del mundo bárbaro en beneficio de la continuidad de Occidente, pero los líderes políticos serían recalcitrantes y, a pesar de su victoria debería afrontar la misma oposición que condujo al colapso de Estilicón. La forma más aceptable de integrarlos al orden Occidental era liderarlos en campañas de extinción de elementos inconvenientes para la prolongación de dicho orden, cómo sucedía con los bagaudas, tan rechazados por todos los regímenes romanos. Aecio veía la oportunidad de incorporarlos a la campaña de eliminación de aquellos grupos más radicales en la defensa de la integridad regional, para legitimarlos a los ojos de Rávena. En la defensa de las ciudades amuralladas de la tupida selva gálica. Aecio redescubriría el aporte de sus captores en el resguardo de los intereses de Rávena. Más que ninguno formó una coalición guerrera en base a los godos, alanos y hunos, todos bárbaros sometidos por el régimen de hospitalidad y con años de transacción por beneficios de parte de la autoridad de Occidente; promesas que se cumplieron con el otorgamiento de la gubernatura de Panonia a manos de los hunos, los que aportaron el grueso de los elementos para la defensa del limes danubiano y las campañas de extirpación de nuevos inmigrantes ajenos al régimen de letes o tratados de hospitalidad. Con una inteligencia superior supo captar a los bárbaros más hábiles en el arte de las estepas, especialmente el manejo de los caballos, como forma de prevalecerlos frente a aquellos bárbaros de estilo más pedestre pero igualmente agresivos. Lo que vendría era la oposición natural de los aristócratas más renuentes a otro orden que no fuera el del mediterráneo itálico. Pero los caballos y el uso extensivo de las tierras en su beneficio se impondrían en el mediodía galo como la compensación hacia la labor de los nuevos súbditos. La renuencia de las ciudades fortificadas no alteraría su carácter defensivo, sino más bien reforzarían sus murallas contra el asalto bárbaro. El descampado sería la tierra a disputarse entre ellos.


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ala Placidia verá mi cabeza erguida con el resto de mi cuerpo, pero nunca será ofrenda de lealtad de ningún oportunista bastardo. No quise alejarme de Italia, mas la amenaza del sobrino de Bonifacio, Sebastián, obligó mi retirada. Junto a mis incondicionales abandoné el último rincón de Occidente, rumbo a Panonia, nuevamente Rua me tendía la mano de los hunos, con más inseguridad ahora, recobraría fuerzas con el afecto de su gente pobre pero soberbia, en medio de esos rigores que ya me eran familiares. Desde la altura que domina la planicie presencié el espectáculo grandioso de aquella vastedad humana, y las crines brillosas de todo el ganado equino; en el paisaje eterno que me cobijaba nuevamente podría hallar la tranquilidad de espíritu y renovar mis esfuerzos por ganarme la voluntad de Occidente. Sabía de sobra lo que eran capaces de hacer de hacer estas gentes azuzadas con la promesa de alcanzar el mejor botín, pero nadie cavilaba lo suficiente para obtener mejores condiciones de vida, ni Uldín, ni Mundziuch, menos Rúa, podrían emprender la iniciativa que de seguro los colocaría en el centro del poder, sobrados en capacidad tal vez se reconozcan en algún líder del futuro. Pero desde la altura puedo ver todo el potencial que esconden, quizás en la visión más premonitoria que jamás he tenido en mi vida, con imágenes que mantendrían mi mente despierta incluso en los períodos más letárgicos, mi amistad con ellos era la fortuna mejor lograda hasta ese momento, así lo comprendí por primera vez.

A

un costado de la ribera del Loira el grupo de jóvenes celtas disfrutaban la anticipación de la primavera, sin la corriente tormentosa que colmaba la franja media del Loira, podían bañarse para eliminar la brusca alza de temperatura que empezaba a molestar a la comunidad. Pero en ese atardecer los acontecimientos habrían de tomar un curso insospechado. El sopor del atardecer en la planicie aligeró el comportamiento de los inexpertos celtas, que desatendieron la vigilancia embriagados en sus apetitos libidinosos, las parejas se zambullían en el desenfreno del contacto físico sin menguar en el empuje de llegar a la cúspide del placer, apenas amainaba el empeño dejaba la suave corriente aquellas marejadas provocadas en la revoltura. En la maleza alguien presintió la amenaza de una presencia ajena a ellos, casi sin alternativa voltearon sus rostros impresionados por el despliegue a lo largo de esa área de un grupo de jinetes bárbaros provistos de sendas espadas de doble filo con empuñadura de pomo redondo que blandían en actitud desafiante en frente de los desvalidos jóvenes. Con aires de arrogancia, los jinetes imprecaban con bríos a los celtas del abandono inmediato de la zona del río, pero en la desnudez y el desconcierto de la sorpresa apenas atinaron a huir más allá de ellos, hacia el otro lado de la ribera. Cuando Goar dio la orden, los jinetes se abalanzaron hacia los celtas quienes debieron seguir su impulso inicial hundiéndose en el fango que los precipitaba al centro de la corriente, los caballos desbocados se rebelaban en el empeño de continuar la cacería de los jóvenes, con un instinto que anticipaba los riesgos de apartarse demasiado de la orilla; alguien pudo bajar de golpe la espada perforando el pecho del el cuello de uno de los huidizos celtas, consiguiendo que el miedo aumentara entre el grupo que intentaba llegar a la otra orilla. Los jinetes fueron testigos de la lenta desaparición de sus perseguidos en la violenta corriente que conducía a los despeñaderos río abajo, los gritos de desesperación apenas conmovían algún reflejo de los visitantes, quienes se sorprendieron de la exigua resistencia de los muchachos en medio de los embates de la marea incontenible que los conduciría a una muerte segura. Nadie supo quien era quien, pero el resultado trascendería los limitados terrenos de aquel acontecimiento, cuando los cuerpos flotaban río abajo golpeados en la saliente de las rocas y la exposición de la herida del celta que sufrió el embate furioso del bárbaro; entonces la comunidad tuvo la intuición de la amenaza que se cernía sobre ellos, a partir de entonces se limitaron las salidas fuera de la aldea, quedando bajo estricta supervisión de guerreros experimentados, dejando la administración del Alto Loira a los recién llegados. La tragedia habría de establecer un precedente para la futura convivencia de todas las comunidades de Galia, llegando incluso a un levantamiento general de la tribu afectada, pero al amparo de un clima y una tierra más provechosa para la estancia permanente, surgirían conflictos que vulnerarían la paz que, desde Augusto, aseguraba aquella civilización. Las ciudades debieron acostumbrarse a la presencia de estas tribus de rudimentarias costumbres y bruscas maneras que regresaban a Galia a una época que parecía extinguida, como la vuelta a la paganización en unos casos o el culto a formas heréticas del cristianismo, vulnerando los principios impuestos por Occidente durante años. Era el caso de los burgundios que expulsaron a las autoridades romanas de los edificios consistoriales en Galia Oriental asumiendo todo el boato del protocolo imperial pero imponiendo rituales y símbolos de la estirpe guerrera que representaban. En el 413 firmaron un foedus apoyados por el usurpador Jovino y durante treinta años reinaron del Rin al sur, en la región conocida como Germania I, en el reino de Worms. La brusquedad de esta implantación supuso que la nueva administración militar conjugaría los elementos más propicios y con más trayectoria junto a Occidente para hacer frente a las hordas menos comprometidas con el Imperio. Aecio conocía bien a sus futuros aliados. - Para la entrevista necesito me asesores de cerca, espero que no te espanten los godos.


- A decir verdad es más aconsejable que vayas con elementos francos y romanos, los hunos somos de mala reputación, si vas a hablarles de la amenaza burgundia en Galia es mejor que aquellos que somos modelos del reino de Worms estemos en terreno aparte. - Tuve un cautiverio de cuatro años entre los visigodos de Alarico, mi pubertad recuerda los libamientos con grasa y el olor a sudor putrefacto de estos rubios guerreros. - Las greñas doradas no son fáciles de olvidar en especial el de las mujeres que tiene un perfil tan bello. - Las rubicundas son mi adoración secreta, esos ojos azules son difíciles de olvidar, en esa piel blanca podrías encontrar la felicidad que nunca soñaste. - Eres un modelo de virtud y coraje, me carcajeo al pensar que tu celibato se mantuvo incólume en medio de esas bellezas, conocedor de godos y virgen inalcanzable para sus hembras, ja, ja, ja. - Hablas muy rudo, pero quisiera que experimentaras la cercanía de esa mirada acaso podrías liberar tus energías más pudorosas. - Yo hablo por envidia, apenas he visto el frente de un ataque godo y mi impresión se queda fijada en esos rostros agresivos que desafían las fuerzas más incontenibles de la naturaleza. - A pocos metros diviso la corte de Teodorico, puedes observar los grupos de godos rodeando a Teodorico I, toda esa lealtad puede cambiar el rumbo de los más fuertes. - Detengámonos aquí y evaluemos el plan de presentación según lo comentado, llévate a tu grupo de avanzada mientras yo cubro esta retaguardia con mis hombres, si ves una señal de peligro blande tu espada y sabré proteger una rápida huida. El reino de Tolosa, en el centro de Aquitania, era la región más privilegiada de Galia, con un clima templado, una frondosa vegetación y pastos tiernos para la estancia equina, todos los recursos estaban a la mano y quizás esto fue determinante en mantener a la comunidad goda fija a ese terruño. Luego de Valia, la continuidad de la política de cooperación y hospitalidad estuvo en manos de Teodorico quien se apresuró en renovar dichos votos con las autoridades occidentales, con un ejército superior a la decena de miles podía mantener resguardada la región de otras incursiones bárbaras, incluso lo realizado por el rey Valia, expulsando a los vándalos, alanos y suevos, fue meritorio en la prolongación de estos acuerdos. Ahora importaba terminar con la amenaza bagauda, que saboteaba los acueductos de las villas y ciudades, desviando el curso de las aguas y debilitando el riego en zonas pobladas. Casi como una provocación el encuentro entre el cónsul de Galia y Teodorico se había acordado en el corazón de la región vascongada, epicentro de la actividad rebelde y anti romana. Rememorando el histórico encuentro entre Alarico y Estilicón, prácticamente la distribución similar de los elementos godos en el terreno hizo caer en un arresto de nostalgia al joven Aecio que lo paralizó en su caballo, llamando la atención de su tropa por el extrañamiento interior de su líder, una vez vuelto en los cinco sentidos reanudó la marcha sin dejar de recordar la figura de su padre, con los ojos humedecidos. - Detengan la marcha, yo me adelantaré hasta llegar al emisario de Teodorico, aunque median acuerdos de hospitalidad no dejen de medir las fuerzas a que nos enfrentamos. Siguiendo el curso de su destino, Aecio visualizaba de su infancia el momento de su entrega a los godos, ahora, en el rango que detentaba, se impregnaba de aquella mágica predestinación. Envuelto en sus ropajes romanos, volvía al encuentro de su pasado, encarando la enérgica mirada de los bucelarios del rey godo con el conocimiento de quien abarcó todos los ámbitos de ese submundo. Su mirada se dirigía a cada godo, consiguiendo apaciguar la extrañeza de los que veían su singular pasividad que no extrapolaba inseguridad alguna frente al contingente germano. Quizás el amuleto que guardaba podría allanar el camino hacia el entendimiento, pero prefería depender de las suspicacias rivales que le abrían el camino hacia el rey de los godos.

No hubo necesidad de intérprete para sorpresa de algunos guerreros yo podía entender el dialecto godo, las palabras no salían fácil, más aún con la fijación de esos ojos azules, cubiertos de greñas, rodeándome para cautelar el espacio íntimo al que llegaba el aliento de Teodorico, me iba desentumeciendo de aquellos recuerdos del pasado, pero la severidad en el trato me sustraía a este mundo, de pronto recordé a Rodericus y pregunté por él, quedando el grupo estupefacto por la repentina mención de ese nombre, alguien recordó que un romano había convalecido con menos dolor su cautiverio en la compañía de Rodericus, entonces dije mi nombre cómo aquella vez en la fortificación de Carnuntum y el aura de misterio se desvaneció cuando comprobaron mi experiencia entre ellos. La dureza dio paso al asombro y luego se aligeró el peso de esas miradas sobre mis hombros, el propio Teodorico recordaba la imagen del enano regordete consultando entre los suyos la fecha de su muerte, yo bajé la cabeza en señal de respeto sincero, al mismo tiempo recordé el amuleto que el propio Rodericus me entregó al final de mi cautiverio, de la alforja saqué una espada corta de doble filo, instantáneamente me fue arrebatada como un objeto de adoración arrancado a sus manos, la rúbrica de su autor recordaba el trabajo artesanal casi extinto en la fundición de estos objetos, entonces los que permanecían reticentes a mi presencia aflojaron sus prejuicios y pude establecer el vínculo afectuoso que demandaba la política de acuerdos y cooperación en la que estaba empeñado. Con Teodorico afiancé la alianza en los campos vascongados, consiguiendo el respaldo del grupo bárbaro dominante en Aquitania e Hispania.



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runciendo el ceño acentuaba sus rasgos más enérgicos, cargaba sus pómulos con los flecos de su cabello liso que apenas se inmutaban con los soplidos de la borrasca vespertina, en la anchura del surco orbital sus ojos divagaban alocados por la planicie panónica. Pero el color negro del pelo aumentaba lo sombrío de su expresión facial, lo cual no era poco habitual entre los suyos, sólo que en este caso resultaba una impronta de su personalidad determinante y agresiva. A caballo se erguía en postura soberana, rodeado por un selecto grupo de incondicionales, sin embargo departía con los suyos como uno más del grupo, este rasgo de familiaridad y cercanía a su contingente, unido a la sobriedad en su atuendo y el carisma que emanaba hacia sus subordinados, que lo veían ligado a las altas investiduras de la aristrocracia huna, le asignaron una popularidad que a temprana edad superaba a la del mismo hijo legítimo de Mundziuch. Aunque alejado de la corte de Tizsa, en las estepas panonias custodiaba las espaldas de su pueblo, manteniendo a raya a las huestes proveniente de Asia, siguiendo la ruta de sus antepasados. Aecio ya sabía de enigmático liderazgo al comprobar la breve estancia de Atila entre los romanos, en idéntica situación vivida por él con los godos y hunos como rehén. Lo conocería mejor cuando deba buscar su alianza para contener el avance de los bárbaros por el norte, en la frenada de los burgundios en Galia, conocerlo era admirarlo. En todos estos años supo rodearse del cariño de los jinetes hunos, imponiendo las estrategias que se acomodaban mejor a cada personalidad, departiendo en sus ritos paganos y celebraciones eufóricas, apenas era creíble su origen, alcanzó el respeto entre el elemento más popular de la sociedad huna.

- Tal vez podrían apaciguar sus quejas si mantuvieran los resguardos correspondientes en sus zonas. En algún lugar de Auvernia se erigía el campamento de Aecio, estacionado según el momento difícil que parecía disputar dicha región entre facciones disímiles. Aquitania era intocada por otros bárbaros ya que la renovación del pacto y el poderío de los godos evitaban la tentación de invadir la región más provechosa de Galia, pero más al norte la situación era tensa, Auvernia era tan interesante para los bárbaros como su vecina y mucho más vulnerable, esto hizo meditar a Aecio en la conveniencia de estacionarse en esa región hasta apaciguar los ánimos y compatibilizar los distintos intereses. - Deja la prédica fácil y dales la compensación que ellos buscan-, llevándolo a un lugar apartado, Avito, el asesor aquitano impuesto por Teodorico, le recomendaba a Aecio la oportunidad de repartir la zona entre los viejos y nuevos asentados-. - El bajo Loira bien puede ser mantenido por los alanos que han sabido disminuir la amenaza de los bagaudas, mereciendo la compensación correspondiente, mejor aún podrían asegurar la anona de la ciudad de Orleáns. - Los celtas siempre han sido difíciles en el compromiso hacia los intereses de Roma, bien puedes ubicarlos al sur, en terrenos descolonizados y carentes de valor, mantén tu promesa hacia los alanos y a los celtas dales un tiempo para corregir sus posesiones territoriales. Al concluir la entrevista en los campos vascongados, Teodorico supo contener cualquier pretensión silenciosa de Aecio, imponiendo la asesoría de Avito en las estrategias militares y las componendas territoriales, así aseguraba los intereses de los godos más al sur. Dejando los sentimentalismos a un lado, Aecio acató el consejo del rey godo, manteniendo las relaciones cordiales que él pretendía con dichos germanos. Quizás debió manejar con tacto la incorporación del nuevo consejero al lado de su lugarteniente Liborio, como buen huno supuso el conflicto que traería la incorporación de Avito, pero pudo mantenerse a distancia en la conversación con los emisarios celtas, demostrando un espíritu de cooperación que el joven cónsul valoró mientras comprobaba la personalidad del aquitano en las circunstancias que debían afrontar. - De los alanos puedes sacar mejor provecho y si lo piensas, asentarlos aquí te proporcionaría aliados para reforzar la línea defensiva-. - Si piensas en un régimen de hospitalidad debes meditar en el estilo de vida trashumante y el otorgamiento de los dos tercios sería insuficiente para mantener a sus caballos que requieren de pastizales en gran extensión, esto puede darles un territorio que en proporción a su población superaría a los acuerdos con otros bárbaros muy superiores en número. - El privilegio de la caballería debería corregir tus cálculos, pues si miras bien el peligro proviene de las estepas, no del norte. - Tu observación sale de lugar y no tiene fundamento, en tu calidad de recién incorporado pareces no reparar en la presencia de hunos en mi expedición, y son los aliados más probos que poseo-, el talante de Aecio se desencajó ante al inoportuno comentario de Avito que se aventuraba a conjeturar peligros del otro lado del Danubio, algo inconcebible para Aecio que se jactaba de su amistad con el reino de Tizsa, suponiendo esa actitud a la proyección de miedos ancestrales entre los godos hacia las hordas hunas, lo que no dejaba de ser cierto según el relato oral de los últimos episodios de esa comunidad antes de romper el limes. Relatos que eran conocidos por Aecio. Como epílogo de la tragedia del Alto Loira, los alanos se consolidaban en ese territorio, mientras los celtas iban cediendo posiciones. Aún sin la ventaja de un régimen de hospitalidad, este grupo de alanos podía asegurar una mejor suerte, apoyados por el cónsul de Galia, que la de aquellos que fundaron un reino junto a los vándalos en al ex Cartaginensis, a los cuales el futuro no les depararía grandes cosas.


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azos para fustigar a las bestias del otro bando, espadas cortas para la pelea frontal, un jubón en tela de cuero de cabra les servía de peto. Pero esa descarga de caballería era de otro mundo, el sonido de la horda iba jalonando por el estruendo del galope furioso de la avanzada, solían cubrir de largo una gran extensión, vitoreando los cánticos apoteósicos que animaban el ímpetu ofensivo de los jinetes, en primera fila los espantadores, desnudos y con el hedor del meado equino, causaban una gran impresión en sus adversarios, provocando un cosquilleo que les recorría todo el cuerpo y que les apretaba el pecho en la desesperación por salir de ese infierno, la imagen de ese encuentro solía acompañar de por vida a los que salvaban para contarlo. Así la leyenda de los demonios de la estepa recorría como reguero de pólvora a las comarcas de Oriente y Occidente, en relatos que los viajeros y sobrevivientes, en noches de abultada compañía, solían compartir con la añadidura de comentarios exagerados pero que no escondían la impresión grandilocuente que transportaba el prestigio de los hunos a todos lados. Sueño con el eterno galope de esas hordas aniquilando las ciudades que se levantan con la falas pretensión de eternidad, sueño con el tiempo en que se imponga la estepa por doquier, que la pesadilla de esos cascos repiqueteando el suelo desértico alcancen la universalidad para atrapar esta civilización, remota y estacionada, en el encantamiento de la trashumancia. Para aquellos que no creyeron en el orden que nos sujetaba a esta cultura, podría llevar el terrorífico cuadro de las humeantes ciudades saqueadas bajo el espectro de los guerreros hunos. Inventando un régimen de vida que seleccione las estaciones y las tierras más adecuadas para el pastoreo de nuestros caballos, extendiendo este reino hasta los confines del continente, propagando el culto al fuego y el lobo en todas partes. Levantadas las ciudades sabremos que deberán rendir obediencia con el deber del tributo y seremos interdependientes para mantener ambos estilos, solo así podrán esconder sus pecados detrás de sus altas murallas.

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in el esplendor de las construcciones romanas, Rávena se constituía en una ciudad puerto importante hacia Oriente, la ex capital de la provincia de Emilia era la principal salida al Mar Adriático, su arquitectura se destacaba en los mausoleos y templos de devoción cristiana, muy sencilla era la residencia del emperador comparada con el Palatinado romano, quizás en el apuro del traslado se olvidaba el impacto de las monumentales fachadas de los edificios públicos, de que adolecía la provinciana Rávena. Aunque una vez muerto el usurpador favorito de los godos se flexibilizó el acceso a la capital de Occidente, los herederos de Honorio privilegiaron la protección de los pantanos. Gala Placidia no fue la excepción y junto con mantener la corte de Valentiniano en Rávena, se esmeró en producir un cambio arquitectónico que realzara la presencia de las altas investiduras del poder político. La presencia de funcionarios de alto rango era inusual, ya que el poder senatorial asentado en Roma se reservaba ese derecho, sólo el juicio de Gala Placidia podía influenciar para traer a Rávena a cualquier persona bajo el mandato político de su hijo. Así, esa mañana podía verse la presencia de Aecio en su residencia suburbana. - Puedo arrogarme el derecho de conceder tierras por la emergencia que los cambios requieren, si suprimimos el régimen de hospitalidad no tendremos el apoyo de bárbaros que puedan contener a otros menos propensos a alianzas con nosotros-. - Estas repartiendo tierras bajo tu criterio, sin considerar la opinión de las autoridades provincianas, puedes regalar a tu discreción todo el Imperio y aquí no sabríamos nada, ni siquiera has insistido en el reclutamiento obligatorio, sabido es que recurres a los bárbaros para detener a los bagaudas, los godos pueden ayudar pero de los demás no me fío-. - Tú conoces a los godos, puedes reconocer el prestigio militar que despiertan en las villae y ciudades bajo su mandato, desalojaron a los suevos y vándalos y pueden hacer mucho más por nosotros, viviendo de la guerra puedes adquirir el carácter que necesitas para contener a los ingratos e indeseables, ese carácter me interesa para perpetuar la memoria de nuestro magno imperio-. - Pero otorgas tierras que por su extensión podrían limitar nuestro acceso a los recursos naturales y las vías de comunicación en Galia-. - Pero mantienen las ciudades intactas, estos años de hospitalidad han posibilitado que respeten tus ciudades, si no alcanzan a merecer tus respetos bien podrías diferenciarlos mejor de los otros-. - Ambos conocemos bien a los bárbaros, se de tu cautiverio entre godos y hunos y bien sabes mi historia, sabrás que privilegio ese conocimiento en los funcionarios emplazados en Galia, con poder político y militar para tomar medidas de gestión en las provincias apartadas del Imperio, como es el caso tuyo. Es verdad que apoyé a Bonifacio por el mismo motivo, desdeñando tus intenciones, considerando tu escasa edad y el excesivo apego a la tribu de los hunos, que aun no cuentan con mi confianza, pero le has vencido y debo reconocer que tu liderazgo en provechoso en Galia, lo que me queda por comprobar en cuán leal eres a Occidente-. Dicho esto último, la mirada fría de Gala Placidia se clavó de frente en la faz de Aecio, contrayéndole el rostro en un estado de perplejidad, porque la fuerza de exposición de sus ideas iba a la par de su belleza que estaba intacta, a pesar del paso de los años. - Posibilitar la travesía por las rutas, proteger los acueductos, y resguardar las ciudades cuyas murallas no son lo suficientemente altas para contener la arremetida de grupos bárbaros del norte es mi objetivo, si no te parece lo suficientemente leal a tus propósitos puedes despojarme de tu mandato-. Al comprobar la sumisión de Aecio, Gala Placidia evaporó sus resquemores, dejando traslucir un sentimiento de afinidad y entendimiento que desnudaba su íntima inseguridad. Los ojos no le mentían, ante ellos veía al joven cónsul despojado de arrogancia, implorán-


dole comprensión frente a circunstancias tan adversas, que motivaban decisiones aparentemente contrarias al espíritu romano de dominio y recuperación de un esplendor arrebatado por las invasiones. Acercándose más a Aecio, mientras su mano izquierda apoyaba el codo de su otro brazo que jugueteaba con el collar que rodeaba su cuello esbelto, buscaría la respuesta a las aflicciones del Imperio. - ¿Cuál crees es la mejor opción que tenemos?. - Contar con el apoyo de las tribus que poseen años de convivencia leal a nosotros, y que detentan territorios de indudable valor estratégico, tanto en el acceso a las carreteras, como para el control de las ciudades más importantes, además, que demuestren cabal destreza en la guerra de las estepas, porque el dominio del caballo y las armas ligeras de tiro son el factor disuasivo en las vastas planicies galas. La sombra de dudas desaparecería de la faz de Gala Placidia al esbozar un tímida sonrisa de satisfacción por la seguridad en la respuesta. La promesa de designarlo futuro Magíster Militum aparecería en su mente, pero debía cumplir un último deseo, Alejándose y dándoles la espalda al cónsul, le enviaba los últimos designios de su mandato. - Mantendrás a raya a aquellas tribus que no estén bajo régimen de hospitalidad, priorizarás la antigüedad, deberán proseguir en la lucha contra los bagaudas, facilitarán y mantendrás expeditas el acceso de las rutas para el transporte de la anona, como el camino a Tours en Aquitania, el cual deberás mantenerlo bajo el control de los godos. Respecto de los hunos debes estacionarlos definitivamente en Panonia, para que miren hacia Oriente y alejen su amenaza de nosotros, no permitiré que les entregues tierras por ahora de este lado, hasta que demuestren una sumisión mayor y respeto a los pactos de hospitalidad, en todo caso debes resguardar la permanencia de las instituciones romanas en las provincias a tu mandato, el cobro de los impuestos, debe ser el recordatorio permanente de quien es el Señor al que sirven, garantizando además el régimen de estabilidad que evite la displicencia de los señores locales y sus ambiciones de dominio regional, tu presencia en Galia, es la presencia de Roma, no te olvides de esa responsabilidad que cae sobre tus hombros. - Mientras Galia esté bajo mi mando así se hará mi Señora. Aecio agachaba la cabeza, mientras la satisfacción plena en el rostro de Gala Placidia confirmaba su afinidad hacia su gestión; al abandonar el recinto por los pasillos, Aecio no podía contener su alegría ante la confirmación de su mandato.


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ejaba beber hasta la saciedad, pero no se envolvía en los festejos, en la carpa principal recibía a los emisarios ostrogodos. El encuentro evitaría un derramamiento de sangre innecesario, que dejaría a los hunos como amos y señores de toda la Panonia. Presentar respetos y una adecuada prosternación podía salvar a los germanos de un encuentro campal que los expulsaría de Oriente. Valamiro era consecuente con una política disuasiva que impulsara la entrada de grandes masas de bárbaros en similares condiciones a las establecidas por Radagaiso, junto a los reyes Teodomiro y Vidimero llevaron a los ostrogodos hasta las tierras de Panonia. Más que aliarse, lo importante era rendir pleitesía y sumisión a los amos de la estepa, los descendientes del linaje de los Amalo buscarían un nuevo colapso si desconocían el poder de los hunos. Las risas y el jolgorio amenizaban la noche en el río Tizsa, olvidaban rápidamente sus habitantes los acontecimientos de los últimos meses. Aunque todo volvía a la normalidad, demasiado fácil resultaba para Atila la obediencia de su pueblo, que aceptaba la magnánima repartición del Reino entre los dos hijos de Miundziuch. Con sentido de oportunidad, el nuevo rey preparaba esta fiesta con el ánimo de demostrar que sólo él podía infundir suficiente respeto en toda la región como para obligar a los pueblos vecinos a buscar la misericordia de los hunos; tanto así que obligaba a esta delegación germana a postrernarse en su presencia, indicándoles previamente, por medio de sus asistentes, que evitasen mirarlo directamente a los ojos. De aquí en adelante las delegaciones extranjeras se cuidarían de buscar la amistad con la corte de Tizsa, incluso Oriente preparaba a un embajador permanente para evitar futuros conflictos con Bizancio. Valamiro se anticipaba al reinado del terror que llevaría la nube negra sobre la estepa panonia, en su expedición rubicunda sabía el valor asignado a las doncellas germanas por parte de los indóciles jinetes de cabellera tiesa, así no le fue difícil adivinar el trofeo más preciado para llevar al frente de la corte de Atila, el que tuvo a bien dirigir esa docena virginal a los más importantes lugartenientes y consejeros a su mando, reforzando la confianza que necesitaba en esos momentos para la consolidación entre los suyos. En la borrachera de este acontecimiento, Atila permanecía observando el espectáculo de alegría, pensaba en los desafíos futuros y los planes para su pueblo. Observaba con la mirada gélida pero disipada, cómplice de los suyos, un signo de su carácter distante pero al mismo tiempo arraigada a las costumbres más ancestrales de los hunos que insistían en la aventura de la trashumancia, el saqueo, la destrucción y la adoración al fuego. El instinto tribal volvía a asentarse en la comarca de Tizsa, tan olvidado por los acuerdos que debían respetar hacia Occidente. Los ostrogodos reconocían la situación y el tributo a los hunos les exigiría la renovación de ese pacto de sumisión cada cierto tiempo a cambio de acceder a las tierras de Panonia y Dalmacia con la resignación por parte de los romanos. La noticia empezaba a recorrer todos los rincones del vasto imperio Occidental y sin confirmación, los encargados de las fronteras habrían de lidiar con enemigos germanos provenientes de la estepa.


- Debes elegir cual de los dos criterios vas a estimular, de aquí en adelante, si la corte de Teodorico se entera de la presencia de un huno podrían evitar futuras alianzas, además es descabellado que te aconseje pactar con las tribus de estepa como los alanos, si quieres fundar la institución de los bucelarios debes compatibilizar los criterios entre los que son semejantes y tú ya sabes que no somos compatibles con los hunos. - Mucha ayuda prestarías, si tuvieras la intención de conocerlos mejor, el estilo de los godos se asemeja a la estirpe de los hunos, a pesar de cargar a tus espaldas una historia de sumisión y huida por las hordas de la estepa, podrías rescatar el tipo de organización que los coloca a ellos en posición de liderzazo en la Panonia. En fantasmagórica aparición, Litorio aparece en el campamento precedido por una delegación de hunos fieles, de su caballo baja y a pesar de su corta estatura se antepone entre Aecio y Avito. - Acaso podrías sobrevivir en las estepas de Azor montando tu caballo por días, serías capaz de organizar una horda de jinetes diestros en el manejo del arco reflejo en un frente de ataque, provocando la estampida de tus enemigos con el solo estruendo de los gritos de tu caballería, ¿qué sabes de tu propio caballo?, más de lo que ignoras de la resistencia de tu pueblo. Qué sabes para contener a los nuestros. La mirada de Litorio provoca a Avito que permanece quieto frente a la arrogancia del aquitano montaraz, el desencuentro entre ambos no sorprendía a nadie en el campamento, la mediación de Aecio apenas se limitaba a evadir el conflicto, consiguiendo el concurso de ellos por separado en la asesoría y respaldo de sus respectivos pueblos; su mejor ventaja era saber que entre ellos no podían comunicarse por la barrera del idioma. Calmaba los ánimos mientras los partidarios de unos y otros rodeaban en círculo el perímetro de la controversia. Las ambiciones contrapuestas sólo se superaban en la confrontación a tribus enemigas o a los bagaudas, era la mejor manera de tener ocupados sus ímpetus agresivos. - Esto es suficiente. Contenía a ambos grupos para evitar una batalla campal, hablándoles en sus respectivos dialectos. - Nuestros resultados se deben a la participación de ambos, tierras hay y los tributos que se rinden por sus servicios no los pueden tener descontentos-, la toga consular del joven Aecio apenas sirve de escudo entre ambos, evitando nuevamente un desastre. - Me preocupa la aceptación de ese nuevo rey, que comparte honores con Bleda, concentrémonos en proveer la información sobre ese asunto que me urge, Litorio no dejes mal a Bleda, recuerda que sus consejos te tienen entre los míos-. Tomándolo de los hombros consigue bajar la guardia de su lugarteniente huno. - Y tú bien deberías concentrarte en la nueva expedición de los francos por el alto Loira, recuerda que Teodorico tiene el privilegio de la región de Aquitania, con el avenimiento de la emperatriz Gala Placidia, los nuevos colonizadores deberían mantenerte en estado de alerta-. Finalmente recordaba a Avito el interés que tenía para los godos su participación al lado de Aecio. Al retirarse, Litorio se lleva a toda su camarilla los que montan sus corceles para salir del campamento a una misión de rutina. Avito, sin embargo, es conminado por Aecio a seguirlo a un rincón aparte, lejos de la presión de sus partidarios le reitera apreciaciones personales sobre los hunos que no entraban fácil en los esquemas del godo. - Ellos me han dado mucho más de lo que ustedes me aportan, la supremacía sobre Bonifacio es un logro que conseguí gracias a ellos, en cambio los tuyos sólo hacen peticiones territoriales. - Los godos podrían haber causado más daño a Occidente y sin embargo han pactado, si nuestra presencia te resulta estéril... - Ese no es el punto, yo espero que aporten algo más a la defensa de estos territorios,

por último motívense por mejorar las expectativas de tus aliados en Aquitania, porque de irrumpir otras agrupaciones bárbaras no seremos los únicos perjudicados, recuerda que lo poco que queda de las legiones romanas están estacionadas en Roma, ellos están mirando hacia el Mediterráneo y Oriente, sólo somos una fuente de recursos e impuestos, para salvaguardar la sobrevivencia de Rávena; por eso que en Galia la autodefensa territorial es uno de los propósitos de mi administración, y tú eres el Prefecto de las Galias, poderoso señor terrateniente, y debes acompañarme a cumplir ese objetivo, no lo estropees con absurdas objeciones étnicas, los hunos son los mejores aliados, logré estacionarlos en Panonia, ellos saben devolver favores, no son una amenaza, además debo cumplir mi promesa de lealtad a Gala Placidia, y esa prueba es la derrota de los bagaudas, debo ganarme su confianza para evitar a otro oportunista. Con la espesura de la selva de Auvernia por delante, las tiendas de campaña del cónsul Aecio cierran la discusión que hizo temblar la frágil tregua entre los bárbaros proclives a su mandato, zanjando apenas por un instante siquiera las diferencias que hacen peligrar la gestión del cónsul, habría que recurrir a enemigos externos para garantizar la unidad de su heterogéneo grupo.


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alidecían los bronceados cutis rubicundos al nombre de los hunos, quizás yo no me percataba pero los prejuicios ancestrales me arrastraban por una actitud negativa que Flavio intentaba disipar, la distancia de esos relatos orales contenían la vertiginosa hazaña de los godos luego de la destrucción de la corte de Ermanarico, así mantenían la imagen de los jinetes de las estepas, junto a la desoladora estampa de la ignominia. Morenos, siniestros, en hordas de miles atravesando sin pausas todas las fronteras para prolongar el polvo de la estepa por doquier, con ese miedo me acercaba a Litorio. Cuando esa tarde se presentaron en Le Mans en la compañía de Flavio estuve con la inquietud de la sorpresa, siendo menos, sólo la presencia del cónsul ayudó a tranquilizar mi primera impresión. Con una disposición tan extraña, empezó por presentarlos con animado entusiasmo, se me acercó con la familiaridad que nos permitía nuestra condición de bucelarios, invitándome a sorber los brebajes de las alforjas de cuero, ofrecidos en cordial actitud, no me negué. Aligerados de nuestros ropajes de piel, bajo el sol cálido, el perfume de la campiña nos conducía a sensaciones de reposo, sensaciones mezcladas de desasosiego pero extasiados en la irrupción de la primavera, a todos no conmovía el olor de la yerba y el ambiente excesivamente polinizado nos transportaba a una atmósfera de paz que olvidaba la guerra que se cernía en los límites del imperio. Las risotadas de Aecio ayudaban a desentumecer el ambiente, nos provocaba para saber cual de los dos bandos ejercía el dominio perfecto en la cabalgadura hablándoles en nuestros dialectos, mientras los partidarios embriagados por el licor alentaban la definición de esta contienda que me empujaba a subir a mi corcel y seguir esta competencia urdida en la mente del cónsul para romper el hielo y limar asperezas. Litorio se precipitaba en la situación, bravuconeando con sus cualidades y la de su pueblo. Monté con impetuoso brío empuñando la espada, mientras soltaba las riendas que maniobraban el hocico de la bestia, esfumando la posibilidad de controlar su dirección en la forma más fácil. Desahogaba mis ímpetus más profundos, sacando exclamaciones de euforia entre los míos. Sucedió lo esperado, Litorio ya montado, recogió la invitación al desafío, lo que hacía vibrar la atmósfera con vítores de uno y otro lado. Sólo faltaba las pautas del reto y su definición estaba por llegar. A las puertas de la ciudad estaba Flavio quien parecía presagiar lo que estaba por venir, indicaba la meta de una presunta carrera que embarcaba a los demás a confirmar el trayecto. Con el atardecer de fondo nos aprontamos a iniciar la carrera desde una línea trazada con el filo de una espada goda, dibujando un surco recto en la tierra seca. Sin mirarnos, esperamos la orden de inicio, salimos montando al pelo, y en una partida gritada a coro comenzó la disputa. Acechábamos mutuamente en sucia maniobra, con destreza en el conocimiento de nuestros ejemplares apenas una mano bastaba para dirigir el frente, pelo al viento la distancia se hacia infinita y con argucias desleales intentábamos desmontar el uno al otro, Litorio agitaba su brazo libre para sacarme de mi punto de equilibrio, yo manoteaba para votarlo de su jamelgo pero sin considerar la montura a la cuál nos aferrábamos. Así continuaba la pugna sin definirse, con el alarido de ambos precipitándose al final de la contienda, en el éxtasis por alcanzar el triunfo aparté mis manos de la nuca pilosa del animal, quedando a merced del viento, acerqué mi cuerpo al del jinete huno tomándolo del hombro, lo descoloqué pero la falta de apoyo me llevó al mismo destino que Litorio, el suelo. Levantando el polvo nos escurrimos en la tierra en frenética pelea, lo que acercaba a nuestros partidarios, mientras sin inmutarse Flavio recogía las riendas de los dos animales desbocados que llegaban el virtual empate al final del trayecto. Como seguíamos en pelea esta vez amarrados en el suelo, los gritos de la multitud se aproximaron y fueron trocados por risas al ver la suciedad que nos cubría de pies a cabeza. Al levantarnos no separaron nuestros leales, mientras

al fondo al risa seguía colmando el ánimo de Flavio que mantenía sujetando las riendas de ambos caballos, asegurando tener a los vencedores de esta contienda que no éramos precisamente nosotros, a mi la cabeza me zumbaba con todo el trajín y para saciar la sed nos agrupamos para continuar la celebración dentro de la ciudad de Le Mans. El propio cónsul nos condujo a la taberna mientras los vecinos miraban incrédulos el espectáculo de estos bárbaros entrando en sus terrenos, es importante precisar que los límites de la ciudad y los campamentos germanos sesgaban claramente uno de otros y su violación apenas era admisible con la autorización de un funcionario oficial. El gobernador intentaba disuadir a Flavio de la conveniencia de celebrar fuera de su reducto pero el cónsul desatendió su opinión, invitándome a mi y a Litorio a resarcir el desgaste con las tinajas de vino romano, llegadas en exclusividad a un local habilitado para el tránsito de los viajeros que iban de un punto a otro de Galia. Todo terminaba en una descomunal celebración, entre cánticos inmemoriales de antiguos relatos orales, que esparcían en el ambiente la multiplicidad étnica que estaba reunida bajo el mismo techo, colmando sus voracidad y dándose un festín mientras comparaban sus éxitos militares en territorio romano.


- Tuviste las ideas exactas para organizar el Imperio desde Rávena, yo sólo aspiro a ganarme el respeto de esta localidad, ¡qué más conozco!. - Pero debes aportar algo al resto, acaso no estas instruido en la administración de las provincias, ¿nunca te formaron para ejercer liderazgo en todo Occidente?. - Si me hablas de los bárbaros, los bagaudas o los usurpadores provinciales yo solo percibo un orden en la península itálica, desde aquí podremos insuflar el prestigio de Rávena. - Dime, ¿alguna vez recorriste el Imperio en todos sus límites?,¿tu madre te relató los pormenores de su cautiverios entre los godos?. - Ella se encargó de manejar el asunto de la administración provincial, lo más cerca que he estado de las provincias es a través de un mapa, incluso el único viaje realizado fue a Oriente, en la corte de Bizancio junto a mi primo donde me inculcaron el valor de la unidad de todo el Imperio, sé más griego que latín. - Hasta donde me hablas estas casi en la misma situación de Honorio, al momento de tomar el poder en la mayoría de edad. No sabes nada de los territorios bajo tu dominio, ni siquiera sabes de sus necesidades, tan sólo dime cómo pretendes unificar las dos partes del antiguo Imperio Romano sin distinguir ambas diferencias. - En principio pretendo dictar leyes homogéneas, copilar todas la legislación civil romana puede ser la mejor alternativa para ordenar los criterios en cualquier parte del Imperio, bajo una sola jurisprudencia, un solo orden sin importar cuan lejos están de Roma. - ¿Pretendes continuar con el régimen de hospitalidad para las agrupaciones bárbaras más comprometidas en el resguardo de la paz en Occidente?. - Quiero expulsarlos con el concurso de Oriente, ellos han rebajado a nuestros ciudadanos, en todas las provincias, a personas de segunda categoría incluso los acuerdos alcanzados les benefician bajo todo sentido, hay que terminar con el exceso de privilegios hacia ellos porque no se han ganado ese derecho, cualquiera que busque el respaldo de estos individuos será culpable de complotar contra el Imperio, ¿sabías que los hunos curten la piel de los ratones negros para sus vestimentas?. - Te repito que no ha sido a la sombra de mi madre donde he formado mi juicio respecto a la política a seguir durante mi próximo reinado, a pesar de sus consejos y de la tutoría de su protegido Aecio, yo busco la forma de deshacerme de los protectores de bárbaros. - Genserico se ha hecho del poder en Cartago, si Escipión viviera para ver esto volvería a su tumba. Tiene un Reino de vándalos y alanos gobernados bajo la voluntad de su capricho bárbaro, En Bizancio les interesa recuperar Cartaginensis, desean tener el concurso tuyo para empezar a recuperar el prestigio de la Roma Imperial. No le permitas a Aecio recuperar nuestras legiones Romanas, que se encargue de Galia con su descriteriada cabeza, organizaremos una partida para derrocar a Genserico. - Te aclaro que nada más pretendo recuperar lo nuestro, no debemos seguir cediendo, y que estos traidores nos dicten las políticas que debemos seguir, en cuanto a mi madre ya llegará el tiempo oportuno para aminorar su influencia, yo comparto tu opinión y tendrás en mi a un aliado, respecto a Cartago nadie más que yo quisiera recuperar nuestra supremacía en el Mediterráneo. - En Oriente esta nuestra solución, volver a la unidad del Imperio depende de la voluntad para recuperar nuestra antiguo esplendor, seguir en la política de intromisión de los bárbaros sólo nos conducirá a la anarquía. -¿Sabías que en Roma apenas quedan unos cientos de miles de ciudadanos?, apenas interesados en administrar su minúscula ciudad, y pensar que desde allí llegamos a gobernar el mundo. - Por eso debes preservar tus sentimientos y evitar que se desmoronen aún más las defensas de Rávena, vendrá el tiempo de saldar todas las cuentas-.

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e mediana estatura, pelo oscuro, originario de Dacia, su padre tiene ascendiente vándala, lo cual facilitó su cooperación con Estilicón; éste contrajo nupcias con una patricia romana cuyos antecedentes no obran en nuestro poder, los que le conocen coinciden en que ha heredado los rasgos de su madre. Su piel es blanca y el aspecto más distintivo de su rostro es una nariz bien perfilada, herencia materna. A temprana edad le toca vivir una de las experiencias más decisivas de su vida, servir como cautivo en la corte de Alarico para garantizar la permanencia de los godos en Dalmacia, transcurren algunos años, los cuales no pudieron establecerse con claridad por el autor de este dossier, en que comparte un cautiverio tranquilo y fecundo en conocimientos que parece ser útiles en su relación actual con los godos de Teodorico. Concluido aquel episodio, apenas transcurre un breve tiempo al cabo del cual le corresponde servir nuevamente de rehén esta vez en la corte de Rua, junto con los hunos. Aquí podemos establecer fehacientemente la experiencia más decisiva, que incluso lo lleva a abrazar la carrera militar al igual que su padre, entre aquellos que lo vieron desarrollar su labor en la milicia romana, atestiguan su firme convicción en la necesidad de una alianza entre los romanos y los hunos considerando la eficiencia y el prestigio militar de estos últimos, como contrapeso a la avalancha germánica, de cuyos relatos orales parecía desprender el miedo colectivo a las hordas hunas. En este período conoce al hijo de Miundziuch, Bleda, que facilita su comprensión del mundo de los hunos, y según ciertos informantes lo inician en las tácticas militares de estos jinetes, destrezas que sabemos en la actualidad domina muy bien. Esta amistad le determina su carácter de tal manera que, al ejercer funciones regulares para la administración occidental, facilita la gubernatura de los hunos en la provincia de Panonia, compensando de esta manera todos los favores recibidos en su cautiverio. Lo que no podemos establecer es el grado de compromiso con el rey oriental de los hunos, Atila, cuyo parentesco con Bleda nos parece a la distancia demasiado sospechoso como para reafirmar un trato proclive a su corte. Igualmente, no podemos concluir la veracidad de un romance entre el cónsul y una goda, amparado por la discreción de Avito quien lo le ha reservado esa dama como prueba de amistad, según el ritual de los bucelarios. Militarmente, mostró un desempeño notable como magíster aquitum de las milicias al mando de Félix, combatió a tribus bárbaras hostiles, su lealtad trastabilla con su apoyo al usurpador Juan, pero en el campo de batalla queda demostrado que ejerce liderazgo, al lograr reunir una fuerza de diez mil hunos en la batalla de Rímini, aun vencido, la suerte a favor de Aecio muestra su indulgencia con el derrotado al sentenciar la vida de Bonifacio a los pocos días de la batalla, Aecio huye hasta Panonia a refugiarse en la corte de Miundziuch, demostrando el afecto que profesa esta tribu por su persona. De todo lo anterior deducimos el conocimiento que el actual cónsul de Galia detenta sobre el mundo bárbaro, sus favoritismos parecen estrechar su juicio, perjudicando la apertura a otros aliados. De todo lo expuesto hasta aquí recomendamos su permanencia en el mando de las Galias, mientras demuestre su lealtad hacia Occidente. Aunque se mantiene la incertidumbre por saber el lazo que lo puede atar al rey de los hunos, además en prueba de buena voluntad éste le ha enviado esclavos para su servicio. Es meritoria su maniobra táctica que lo llevó a desarraigar a los bagaudas de algunos territorios de Galia y su triunfo sobre los francos que evitó una invasión al mediodía galo de insospechadas consecuencias. Hasta el momento su utilidad e inquebrantable proceder parece convenir a los destinos de Occidente y aconsejamos elevarlo a la alta investidura de Magíster Militum, terminando este breve informe para conocimiento de su autoridad.


- No han recuperado suficientes tierras, sino que vienen por más, el clan godo no respeta a Teodorico y se mantiene en una postura confrontacional. - Tiene que valorar los acuerdos, sino perderá todo el respeto que te debe, una rápida acción disuasiva detendrá sus impulsos. El Magíster Militum no puede desconocer la nueva amenaza, aunque intente sacudir sus prejuicios y obrar con presteza no es fácil desalojar la idea de enfrentarse a los godos, mientras la persistencia de la memoria evoca con fuerza la imagen de Avito, fiel aliado. En el toldo de su campamento base las deliberaciones de sus lugartenientes apoyan con fuerza la disuasión violenta, promoviendo la participación de los burgundios, antiguos enemigos. Al traspasar los límites de Auvernia, el clan disidente sellaba su propia suerte. Llovía con fuerza, y los largos cabellos del Magíster Militum confundían su aspecto romano con el de sus aliados, desenfadado alternaba sin complejos. Galia era epicentro de convergencia igualitaria entre varias comunidades y las deliberaciones de este tipo ya no extrañaban a nadie, salvo a los romanos del mediterráneo que llegaban hasta allá y no comprendían esta convivencia, menos la estampa del representante más cercano al Imperio y que cada vez más se mimetizaba entre los bárbaros, hasta en el uso de las armas, desdeñando los puñales y espadas cortas, por las espadas de pomo redondo con doble filo germanas. - Haremos un ataque sin pedir permiso a Teodorico, esto debe servir de advertencias a los suyos, le demostraré que puedo reunir contingentes diversos sin su consentimiento e ir contra de los suyos que no respete los pactos. - En Narbona concentremos las fuerzas para enviarlos de vuelta, nosotros les devolveremos el miedo a sus rostros. Así se refería el lugarteniente más cercano al Magíster Militum, Litorio, entusiasmado por enfrentarse a los godos, los enemigos viscerales de los hunos, y demostrar en le terreno militar la superioridad de los suyos nuevamente. - Pediré auxilio a los burgundios, así demostrarán buena voluntad para mi gestión-. - Más que eso, demostraremos que no tienen tan aseguradas sus tierras, buscaremos entre aquellos que se interesen en ir a Aquitania y ganarse la tertia por servicios a Occidente. - No tan rápido, te recuerdo que es sólo un clan el que nos da problemas, no voy a indisponerme con todos los godos por esta situación, voy con la idea de disuadirlos y no terminar con ellos, esa diferencia quiero que la entiendas. - Son conflictivos y desleales, ¿cómo pretendes mantenerlos en su sitio y evitar que vuelvan a sublevarse?, recuerda que son un pueblo trashumante. - Muchos años en Tolosa les ha abierto los ojos sobre la conveniencia de permanecer junto a estas buenas tierras con el favor de Occidente, yo les debo mucho a ellos, recuerda que debo gratitud a Avito por haber afirmado los pactos de hospitalidad con los godos, así que no insistas en aprovecharte de esta circunstancia. Litorio debía retroceder en sus argumentos, algo descontento por comprobar los sentimientos personales del Magíster Militum hacia los godos. Todo se resolvería en una escaramuza disuasiva que podría las cosas en su lugar. Además que un conflicto más prolongado sólo beneficiaría a las tribus anhelantes de entrar en el mediodía galo para ganar mejores tierras, confundiendo todo el esquema defensivo que preparaba Aecio para sostener posibles embates de los vándalos por el sur o los alamanes por el norte. Ni siquiera pensaba en los hunos, mientras vagaran por Oriente y mantuviera a Litorio como lugarteniente, esa posibilidad amenazante se veía lejana.

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ue importaba el clan ahora, sólo unos disidentes importunaban el plan maestro de Aecio, desafiando la credibilidad de los godos en tierras occidentales, un desatino que no menguaba la confianza histórica depositada por el Magister Militum en sus captores de antaño. Ahora al frente con burgundios, hunos, francos y alanos evitaría la arremetida de este grupo más al norte de Galia. La ciudad de Narbona era la cita obligada de sus aliados para sofocar a los bárbaros. En la campiña la hora del enfrentamiento dejó en claro que era sólo una escaramuza ya que el líder godo apenas era un obstáculo para el contingente de Aecio, mucho mayor numéricamente. Los hunos de Litorio rompieron el bloque central rápidamente, mientras la infantería franca daba cuenta de los caídos con ferocidad inédita, la primera línea de arqueros aniquilaba la ofensiva germana, con flechas de dos puntas lograban traspasar la gruesa capa de piel curtida usada como peto por los godos, en vano reaccionaron gracias a la impetuosidad belicosa ya que se estrellaban en la infranqueable muralla huna, el köening murió y sus lugartenientes se inmolaron ante la derrota inminente. Apenas la mitad del día bastó para exterminar cualquier posibilidad de inestabilidad en la región. La sonrisa de Aecio se enarbolaba con sobrada confianza, viendo caer a los bravos guerreros godos y sus veleidosos deseos, sin más resistencia todo se terminaba. Advertencia para Teodorico, el Magister Militum no admitiría oposición en ningún clan. Pero tampoco discutiría su liderazgo en Aquitania mientras se mantuviera en ese territorio, sofocando él mismo cualquier intento de expansión más al norte, con esto ayudaba indirectamente al propio Teodorico respaldándolo en su gestión, ya que a éste no le incomodaba la muerte del líder del clan derrotado, conveniente para todos, el resultado final dejaba las cosas igual en Galia.


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acen miles de caballos de talla mediana en las llanuras panonias; en un clima poco benigno la mortandad es altísima, quizás porque la lejana influencia del mar, apenas perceptible en las praderas al pie de los montes Urales, no alcanza a modificar los bruscos cambios de temperatura a que se acostumbraron por generaciones, sumado a esto los altos índices de sequedad en el aire, con lluvias torrenciales que ablandan el terreno y aumentan las enfermedades en la población equina. Esto resentía a las comunidades hunas que también se veían afectadas por las inclementes condiciones climáticas que mermaban su fuente de sustento. Litorio conocía bien esta contingencia y en una expedición de regreso a Galia, aprovechaba para comentarle las inquietudes que podrían rondar en las mentes de los asesores de Atila. - A pesar de que gozan de un poder inapelable que les permite gobernar toda la llanura de Panonia, estos años de radicación permanente les ha puesto en evidencia que todas las garantías para sus saqueos y venta de esclavos valen nada ante la mortandad de sus caballos, hay muchos rumores en el ambiente pero esta situación no la soportarán por siempre, puedo vaticinar la vuelta a la movilización de los principales clanes y tu bien sabes lo que eso significa. - He recibido los dones de Bleda y Atila, aunque no puedo predecir su comportamiento, conozco todos los favores que he hecho por su pueblo. Entiendo la naturaleza nómada de tu pueblo y recuerdo los relatos de trashumancia desde los Urales hasta nuestros días, aún así no puedo desprender de tus palabras un riesgo inminente para este lado del Imperio. - Es una pulsión instintiva, nada tiene que ver con favores recíprocos, en este nuevo ciclo de migración sólo les basta saber que dirección van a tomar para volver a la ruta de la trashumancia. Estos pactos de hospitalidad para nuestra radicación permanente son favores que ustedes se hacen para su propia seguridad, los ciclos vitales que nos movilizan son impredecibles y escapan a cualquier trato diplomático. - Valoro tu preocupación, pero sigo confiando en los lazos que me atan a los hunos, aunque me valgo de Bleda para persuadir a tu pueblo, espero que su nuevo líder no desconozca todas las gestiones que nos unen; al menos necesito un mínimo de reciprocidad y de respeto, aún en el caso de producirse aquellas movilizaciones sabré insinuar el rumbo que evite la invasión de las fronteras de Occidente. - Te aconsejo que apresures tus insinuaciones ya que en la próxima asamblea de clanes se dilucidará el camino a seguir ante dicha situación. - A priori es aconsejable que abarquen el territorio de Oriente, que sigan la ruta hacia Tracia que los godos de Alarico supieron abarcar tan bien, eso nos daría la ventaja de organizarnos y evitar que Bizancio intente agredir nuestras fronteras para volver a unir el Imperio, yo prefiero esta opción a cualquier canje de tierras dentro de Occidente. - Acaso no sería más pertinente tenerlos de aliados dentro de Occidente, en Dacia o Dalmacia quizás. - Piensa en la necesidad objetiva de abarcar los pastizales más tiernos y en una extensión superior a cualquier pacto de hospitalidad jamás celebrado, con el riesgo permanente a las invasiones de otras tribus y sin el respaldo de Atila a quien preferiría verlos al otro lado mientras no esté seguro de su lealtad. - A mi me queda dudas de las orientación de Atila aunque permanezco en la lealtad a Bleda, debo definir el camino que debemos seguir, desde ya reconozco los méritos de tu gestión y la conveniencia personal de seguir a tu servicio sean cual fuesen las circunstancias futuras. - Me placen tus palabras y te reafirmo mi voluntad de poder seguir con tus servicios y los de tu grupo, he apoyado a los hunos en todos los foros y continuaré haciéndolo porque estoy convencido de sus mejores argumentos en el campo de batalla, me mantendré en mi juicio favorable por las tribus que saben aprovechar las ventajas de la caballería como los hunos, porque son ustedes los amos de la estepa y debemos esforzarnos por consolidar la confianza mutua. - Así lo hemos conversado muchas veces y me enaltece verificar tus halagos para nuestro pueblo, me pondré en contacto para confirmarte los nuevos rumbos de la corte de Tizsa-.


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esecharon las indicaciones que les conminaba a no adelantar sus filas más al sur de Maguncia o Tréveris, sin embargo algunos clanes ripuarios embelesados por adquirir mayor prestigio desoyeron los consejos del cónsul Flavio Aecio y traspasaron la frontera invisible que los convertía de aliados foederati en amenaza de invasión. A pesar de la conducta preferente que tuvo el cónsul hacia ellos, incluso participando en festividades y alentando una pacífica colonización más al interior. No se puede dejar pasar la celebración de una boda franca en vicus Helena, con el anfitrión de la tribu, su rey Clodión al cuál le es permitida la ocupación de Cambrai y de la región hasta el Somme. La voz de alerta fue dada nuevamente por la huida de algunas comunidades galas establecidas en dicha zona por siglo. Esto parecía repetir los acontecimientos del Loira años atrás, las ciudades amuralladas fueron saqueadas nuevamente, demostrando la debilidad histórica del limes renano; esta migración violenta rompía los equilibrios precarios en que se asentaba la paz en Galia. Los clanes ripuarios más proclives a esta invasión alentaron el avance progresivo a los bosques del mediodía galo, en la fría humedad del invierno del 432. Aecio tuvo que contener nuevamente, como ocurrió en el año 428, a los apetitos francos por más tierras. Organizó una partida de expedicionarios godos al mando de Avito, junto a galos expulsados, los alanos y los hunos de Litorio los que afirmaron la frontera, deteniendo la inminente amenaza. Fue la segunda experiencia exitosa de una gestión masiva de bárbaros en contra de otros bárbaros, así Flavio Aecio confirmaba la necesidad de establecer estas alianzas estratégicas, demostrando a Gala Placidia que la viabilidad de esta fórmula era indesmentible. Por muchos años se mantendría el respeto a los límites impuestos por Occidente para los francos, los que se dedicarían de aquí en adelante a reforzar sus enclaves en la cuenca del Rin.

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a dura contienda recordaba al jinete cuando se mantenía erguido al galope en su caballo, solía Aecio remontar las montañas y las praderas apenas acompañado con sus recuerdos de cautiverio, especialmente junto a los hunos, internalizando la doma de los potros salvajes y la montura al pelo de los más briosos, abandonaba la espesura de la selva gálica hasta llegar al otro lado de los cordones montañosos del Cáucaso, a las praderas de Dalmacia y Panonia. Durante semanas había visto la insufrible fatiga de la bestia que lo aguantaba en el trote. Junto a Litorio y Traustila, el lugarteniente en ascenso luego de Litorio, esperaban llegar hasta la corte de Atila para comprobar de una vez para siempre su compromiso hacia el nuevo Magister Militum, que estrenaba sus recursos diplomáticos en esta excursión hacia la vastedad de la estepa. Gala Placidia confirmaba en el puesto al más determinante militar romano de los últimos años, después de Estilicón, luego de su triunfo sobre Bonifacio y la consolidación de las fronteras ante la ofensiva franca, no podía haber duda sobre el destinatario del cargo más honroso de toda la cerrera militar romana. Orgulloso de su nueva nombradía, el patricio Flavio Aecio reforzaba mentalmente sus conceptos sobre la apertura al mundo bárbaro, en su entusiasmo reconocía a la corte de Tizsa como el centro de poder e influencia más relevante para Occidente luego de Rávena, Litorio se preocupaba de mantenerlo informado de mantenerlo informado sobre las prerrogativas autoritarias de Atila, sobre sus vasallos germanos en Oriente. Mientras la bestia rezongaba el descanso debido, ambos y su comitiva detenían el tranco, en el plenilunio de una noche estrellada, con la vastedad de la llanura como testigo silencioso, se bajaba de la montura olfateando los sudores de su corcel y su incesante jadeo. Litorio resolvía de la misma manera, aceptando el cansancio mientras se dirigía a los suyos para aguantar el frío de la estepa en torno a las llamas del brasero. Flavio Aecio se incorporaba al grupo para disfrutar del líquido embriagador que calentaba los cuerpos y saturaba la noche con relatos sorprendentes, a la vez que relajaba los sentidos hasta la inconciencia de lo irracional. Aecio rememoraba en ese momento las intimidades al lado de los hunos, durante el reinado de Rúa, la fragilidad de sus conocimientos junto a su secreta admiración por el dominio de los caballos que los reyes de la estepa demostraban día a día. Les recordaba el aprecio al aporte equino en la dieta y el abrigo, no sólo en el transporte, junto a una visión de mundo regulado por los ciclos de los pastizales que determinaban la trashumancia huna. Dominaba bien su dialecto y no parecía diferenciarse de los que acompañaban su noche de inquieta verborrea. - Yo les puedo asegurar que el reinado de los hunos se prolongará por siglos mientras el predominio del caballo siga de moda, ustedes tienen la fórmula del poder en estas tierras, con un ejército masivo motado a lomo de bestia destilando el prestigio de su saqueo por todos lados. - Reconozco el elogio y me complacen palabras tan pletóricas de admiración, si pudieras plasmar un acuerdo de conveniencia te aseguro el prestigio por siglos. - Te aseguro que la relación entre los hunos y romanos apenas empieza a escribirse, tus generaciones sabrán del prestigio de tu raza en los dominios occidentales, así comentaba en mi juventud a Bleda los proyectos que nos deparan la exaltación de la historia-. - La euforia no es buena consejera, debes precaverte de Atila que es hábil manipulador, en su carisma radica todo el poder, sabrás que le han contactado en su corte otras delegaciones germanas interesadas en ganarse su confianza y brindarle una sumisión total, me señalaban que sus emisarios ni siquiera osaban mirarle a los ojos en una señal de respeto, bien considerada por nuestro rey, quien les ha agasajado con una festiva recepción abundante de licor y hermosas mujeres rubicundas ofrecidas por ellos. - Conocen bien los gustos de tu líder pero yo tengo otros atributos para resguardar


los intereses de Occidente, aún cuando inicie una movilización yo le pondré al tanto de la conveniencia de nuestra alianza, que no hace sino continuar en la senda fraternal dejada por sus antecesores, si respeta los designios de Miundziuch bien se cuidará en no alterar esta relación, en lo que a mi respecta ustedes no representan ningún peligro para Occidente. - Hermano, estas precauciones son para lograr una buena impresión, mantente arrodillado en su presencia, no le mires a los ojos y cuídate de su sonrisa, que es señal de oscuros designios para quien tiene delante, en cuanto a la obra de Miundziuch si él volviera a la vida quizás moriría de la impresión, al ganarse el favor de los clanes guerreros ha rebajado su origen aristocrático que siempre le ha incomodado, no usa ninguno de sus distintivos, sólo se gana el afecto de su pueblo. A medida que el calor de la fogata y de la bebida embriagaba los sentidos, se disipaban las diferencias y los expedicionarios hunos que acompañaban a Litorio participaban animadamente del debate, dejando saber su actitud sobre el líder de Tizsa. - Para Atila sólo cuenta el prestigio ganado en el campo de batalla, ha suprimido la aspiración de los viejos linajes en el mando de sus clanes, propiciando la renovación de éstos con elementos jóvenes, talentosos para la guerra y con lealtad probada hacia él. - Es más, se comenta que denigra la autoridad no ganada en el campo de guerra, en mi caso mi ascendiente aristocrático fue rebajado, negando los bienes y esclavos ganados por mis abuelos en épocas pasadas, y por el contrario, favoreciendo las ganancias por aumento de ventas de esclavos a los jóvenes con mayor bravura demostrada en la batalla, la situación empeora para quienes apoyamos a Bleda, somos parias entre nuestra propia gente. - ¡Si Miundziuch viviera no lo creería, brindo por él y su hijo y amigo Bleda!-, Aecio se emocionaba con el recuerdo de su fraternal amigo durante su cautiverio, pero su euforia no le ayudaba a preparar el plan que ayudaría a enfrentar esta contrariedad, por lo pronto sus mejores aliados entre los hunos serían los antiguos benefactores de Bleda. - ¡Muerte al bastardo!-, asimilaba Litorio con el ánimo del Magister Militum. - Yo les aconsejo dejar la plática y darnos el reposo que merecemos, ya en la corte de Tizsa veremos las condiciones de su mandato, y les doy plenas garantías que si no cuento con su lealtad al menos podré fiarme de ustedes.


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uando el usurpador aristócrata Jovino auspició la entrada y colonización de los burgundios no suponía el riesgo que su afianzamiento, en el reino de Worms, podría traerle a Occidente. Al desaparecer, ellos proclamaron su predominio en la región y muchas veces provocaron, con sus incursiones al sur, la inmediata réplica de la línea Soissons. De sus relatos arcaicos se desprendía alguna rencilla y conocimiento de los hunos que impactó en su modo de vida, especialmente en la práctica de la deformación de cráneos y en el uso privilegiado de los arcos. Los que observaban este comportamiento deducían una íntima admiración por los amos de la estepa, lo que en principio complació a Flavio Aecio, evitando cualquier represalia mayor. Así siguieron años de tranquila convivencia entre estos germanos y las demás tribus que compartían los privilegios de la hospitalidad. Los emisarios y autoridades administrativas allegadas al territorio burgundio daban cuenta de la extraña metamorfosis de la jerarquía burgundia, que adoptaba los facies y emblemas de la realeza romana, quizás nunca se vio semejante implicación en el uso del poder por otra agrupación bárbara respecto a las prácticas occidentales. Algunos como el obispo de Worms bromeaban sobre la pretensiosa pose de estos allegados, que aspiraban a transformar ese villorrio en una ciudad tan rutilante como Rávena hasta las alejadas y boscosas regiones de Galia. En la hediondez de sus cuerpos negados al baño termal, la ensortijada maraña de pelos y con el abultado relleno de sus vientres, más bien figuraban como una caricatura del otrora esplendor de la corte romana. Pero aún esto complacía la opinión favorable a ellos que detentaba el joven cónsul. Al estar posesionados de su extraña condición real, estos germanos intentaron una vez más incursionar al sur, llegando a inquietar la cuenca del Somme en el mediodía galo, provocando un desequilibrio en la zona considerando el poco intercambio de esta tribu hacia los centros de poder occidental. La ambición de los reyes burgundios fue creciendo y en el apetito de devastación quemaron sus posibilidades de convivencia pacífica. Aecio dejaba de percibirlos amablemente y en sus atributos de mayor poder optaría por desalojarlos de una buena vez, poniendo freno a sus ostentosas pretensiones.

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o hubo gran recibimiento. En la corte de Tizsa, lo que era exagerar si hablamos de una gran fortaleza de madera rodeada por una empalizada, que se empinaba en una bóveda central con entrada custodiada fuertemente, el esplendor y majestuosidad apenas se reservaba a los miles de jinetes hunos que poblaban el área, ellos constituían el soporte que embargaba de admiración a los visitantes foráneos. Aquello si impresionaba, verlos en esa cantidad hacía pensar en el territorio necesario para mantener a sus caballos, carpas más exiguas daban techo a los líderes de los clanes que se aglutinaban en torno a su gran rey. En esos cálculos efímeros estaba mientras una delegación proveniente del interior de la tienda principal nos recibía en un complicado protocolo que me incomodaba. Insistían en las reverencias y la genuflexión en presencia del líder. Sorprendía el extraño ambiente cosmopolita cosmopolita que rodeaba al campamento de Atila, eran germanos, persas, alanos, emisarios bizantinos, y otros cuya procedencia desconocía, todos compartiendo el sobrio esplendor de esa corte. Litorio se había alejado para conversar con su clan y yo quedaría sólo a merced de Atila y sus partidarios, más tarde me enteraría de que aquella delegación era presidida por prisco el embajador de Bizancio en estas tierras, junto a Orestes quien parecía demasiado involucrado en la organización de la corte de Tizsa. Pletórica la entrada, sombrío el trayecto. Con la oscuridad, que apenas daba paso por minúsculas rendijas a la luz del día, y el bullicio de la corte de incondicionales que vitoreaban su nombre sin tregua, fui adentrándome hacia la cúpula central de donde emanaba la principal fuente de luz, proyectada en el cuerpo, apenas divisible entre el humo y la algarabía, de Atila. Sentado, con una diadema obsequiada por artesanos persas y que la reservaba sólo para impresionar a las delegaciones extranjeras, esta era una pose majestuosa que no se condescendía en la impresión paupérrima del exterior, inalterable y con un control total de la situación que alentaba aún más a sus leales. Aquí iba el único representante de Occidente en presentar sus respetos a la nueva corte. - Saludos de Occidente y del emperador Valentiniano, en mi nombre te hacen llegar sus deseos de larga vida. Sin postrarme, erguido en frente de él, desafiando las elementales reglas impuestas por él para su honor y gloria. - Patricio, aunque eres visto como un hermano en mi familia, tu postura no favorece las buenas relaciones, ganaste los afectos de Rúa y de mi hermano Bleda, ahora que puedo esperar de ti. - Yo no debo darte los merecimientos que no has ganado en los servicios a Occidente. Poco te importa servir a mi emperador, Bleda es más accesible a nosotros. - Lo sé, pero ustedes no reconocen nuestra autonomía en esta gubernatura y mucho les hemos dado al mantener a raya a los indeseables que colman tus fronteras, me deberían más favores y oro del que me has proveído mientras yo no represente un peligro para tu Imperio. - Si piensas que traigo alguna ofrenda por conjurar a las tribus que intentan entrar, te equivocas, las atribuciones de tu gobernación son absolutas y sobrepasan a cualquier tratado de hospitalidad, estas ventajas las consiguió Bleda para su gente y sólo se prolongarán para tu mandato, nada excepcional que tú no hayas ganado. -Hablas rápido romano y no te detienes a pensar en el riesgo inminente que ustedes tienen ante sus ojos, ratificar los acuerdos sin ofrecer más les puede complicar nuestra convivencia. - Con amenazas no lograrás nada, espero continuar prorrogando tu gobernación pero no imagino que tienes en mente para mejorar nuestros lazos. - Mi gente necesita mejores tierras, sabrás que cierta epidemia asola a nuestros caballos y este clima no favorece la estancia prolongada, aspirar más al oeste no puede significar mucho con quien detenta el poder supremo sobre todas las fuerzas militares de Occidente,


confío en ti al igual que Bleda y quizás llegues a ser mi hermano político. - Te informas muy bien, y aunque sobrepasas mis atribuciones te concedo la oportunidad para restituir la confianza que el reino de Miundziuch, tu padre, representó para Occidente. Muchas tribus pretenden tierras en Galia, mis energías se van disipando en arreglar acuerdos y mantener los márgenes del limes sin sobresalto, sin embargo los burgundios intentan llegar más al sur de su reino de Worms, avanzan con una voluntad de poder que no ofrece resistencia, si nos concedieras el beneplácito de tus fuerzas al igual que Bleda podríamos detener y sostener la imagen de un ejército fuerte en la defensa de los intereses de Occidente en Galia, tu participación nos proporcionaría la definición de esta contienda, más aún, te permito todos los excesos que tal triunfo pueda complacer a tu gente, todo el oro de Worms y sus mujeres. - Sabes pedir lo que te conviene romano, y tendrás mi ayuda para que puedas considerarnos tus aliados, renovando el pacto que mantienes desde los tiempos de Rúa, yo s mi tiempo te haré llegar mis peticiones, por lo pronto mantén las prerrogativas de mi pueblo en este territorio, la ayuda que pides es una muestra de la fuerza que necesitas para mantener el control en tus dominios. - Quiero que sostengas a Litorio bajo mi supervisión, apoyándolo delante de su clan, proporcionándome los hombres necesarios para emprender una ofensiva contra los burgundios y concederé todas tus peticiones. - Mantendrás lo que hasta ahora has obtenido, sin olvidar que nosotros sostenemos el peso que gira la balanza a tu favor, sostenemos la espada que corta la nuca de tus enemigos, inspiramos el terror que tus adversarios no quieren enfrentar, somos los amos que temes contrariar más que el propio poder de Rávena, tu presencia confirma la lealtad que nos debes, pero no te inquietes, una vez más iremos en tu auxilio, sellaremos el pacto que nos une, castigaremos a aquellos que osen imponer sus términos, el látigo que fustiga a tus enemigos volverá a tus manos, romano- Atila me enfrentaba con la vista, yo estaba perplejo por la exacerbación de sus palabras, escuchadas en silencio por un auditorio cautivado por su poder de persuasión, recién pude percatarme de la trampa a la que había sido atraído, con mi presencia lo único que conseguía en este momento era amplificar la autoridad de Atila y sus oscuros designios, había quedado en evidencia que yo lo necesita más a su pueblo que ellos a Roma, un frio escalofrío recorrió mi espalda, intuyendo las consecuencias que tendría este pacto que entregaba mi alma al diablo. Sin esperar más me postré delante de él, cumpliendo el ritual exigido para entrar a su espacio íntimo, bajé la vista en señal de respeto y los vítores de sus partidarios lo hacían parecer como una sumisión de mi mandato ante él, yo que llegaba representando el máximo poder militar de Occidente era humillado sin legión que defendiera mi propia espalda, era su victoria sin saberlo hasta ese momento, era su momento de máxima gloria y yo contribuía a esto.


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umpliendo el extraño ritual de los bucelarios, Avito me permitió cumplir mi anhelo más secreto. Aleccionado por la amistad que nos mantenía le fui confidenciando aquellas fantasías que me provocaban su gente desde mi cautiverio, yo no escatimaba elogios hacia las mujeres rubicundas, en la borrachera de nuestros encuentros, luego de enfrentarnos a los francos, yo le felicitaba en su empeño por ser útil a mi servicio, cayendo en el mundo oscuro de las ansiedades más guardadas. Mis encuentros sexuales apenas se reservaban para las amantes romanas y las fanáticas galas que se escabullían en la oscuridad de esas noches hasta mi alcoba, pero en el secreto de mis sueños me veía revolcado con la imagen de una germana que aparecía obsesivamente, ella era de quien estuve prendado en esos años en la corte de Alarico, sus delicadas formas, ojos azules, tez blanca y voz frágil hacían remecer mis instintos más básicos, evitando cumplir con mis deseos por impericia y miedo; era un púber apenas valioso para servir de garantía a los godos, pero los instintos no se eliminan, desaparecen pero persisten dolorosamente en la memoria y lo que ayer fuimos incapaces en arriesgar, se manifiesta en el presente en formas vaporosas y sensuales que contagiaban mi voluntad. La borrachera podía exteriorizar mis anhelos y eso aconteció delante de Avito que supo ganarse mi confianza en el secreto más recóndito de mi mente. Iba mes a mes a la corte de Tolosa donde se mantenían los godos de Teodorico, así conocí a Griselda una de las hijas del clan más prestigioso de esa región; para aquellos cónclaves en torno a una mesa rectangular saturada por grandes cantidades de galletas y pan departíamos sobre el futuro de la corte, mientras yo cruzaba mis ojos con los de la germana, que era apetecida por mis sentidos. Avito intuyó mis deseos y recomendó su plan en la culminación final de mis anhelos. Conocía a sus padres, los que se mantenían en la ávida compañía de los bucelarios de Alarico. En ocasiones anteriores ya había sostenido un contacto visual bastante prometedor, todo hacía suponer que se consumaría uno de mis deseos más incontenible. Al conducirme al toldo de ella Avito sonreía, con sus ojos azules cómplices de la situación. En plena primavera yo tenía mis ansias intactas, por eso al entrar en el toldo y ver su cara sonrosada, juvenil, tímida pero ansiosa como yo de un encuentro deseado, entonces supe que el día tenía la mejor oportunidad para mi, así me deslicé hasta ella y menos por su dialecto que por su afecto, nos comunicamos llegando a saborear nuestros cuerpos con el entusiasmo que mis años posteriores jamás lograrían olvidar. Rubia, blanca, frágil y con la extraña sensación de romper el mito más intacto de mi inconsciente, llegamos a una consumación plena y feliz, dejando mi lascivia obsesiva tranquila. Nos seguimos viendo en encuentros furtivos, siempre deseosos de repetir la primera vez, eso sucedió con la natural espontaneidad de los amantes. Me atraía su fragancia como la yerba fresca de Galia, en este puno me encontraba identificado con mis aliados sin los prejuicios que gobernaban los oscuros pasillos de la mente de Valentiniano. Seguía en mi puesto de Magister Militum con el espíritu de servicio entregado a Occidente, pero con la certidumbre que este intercambio no dejaría las cosas igual.


- “Yo me honro de tu amistad, en este juego de encuentros y desencuentros eres el mejor respaldo entre tu gente, si te mueres también perderé a un leal guerrero, el consejero y lugarteniente inteligente para planificar las batallas, por Dionisio, no te puedes morir ahora”. Las veleidades de expansión hacia Bélgica por parte de los burgundios, le valieron la animadversión del Magister Militum quien dejó caer todo el peso de su poder en el rey Gundicario, culpable de la masiva entrada de estos bárbaros. En el colmo de lo aguantable, Aecio decidió dar el golpe definitivo que ahuyentara a quienes venían convirtiéndose en amenaza permanente para Galia. Los hunos se comprometieron en la planificación de una estrategia ofensiva que rechazara de dichos territorios la presencia de estos indeseables, Atila y Bleda enviaron una partida de jinetes bajo la tutela de Litorio, a su vez, Flavio Aecio contaba con el respaldo de Avito y sus godos, junto a una guarnición de galorromanos muy comprometidos en la defensa de sus tierras; en el invierno del 436, Flavio desencadenó contra ellos su furia, en el trabajo de contención más brillante de toda su carrera militar. - “ Hermano, no puedo imaginarme sin tu presencia alentadora, eres un irresponsable si te dejas vencer esta vez, puedo asegurarte todas mis promesas para tu pueblo que no son necesarias reafirmarlas por cuanto mi compromiso es permanente, lo que pido es que no me dejes en la indefensión, deseo que sólo estés dormido y que me sonrías con tu afabilidad de siempre, tu no vas a morir, me va la vida en esto”. Esta vez los condujo hábilmente a la planicie, ganando la posición favorable del sol y sacándolos de Bélgica; previo a un prolongado sitio que tuvo a mal traer a los burgundios. Aunque dominaban muy bien el arte de la caballería, eran insuficientes en número y poco diestros en las armas de tiro, se apoyaban en una infantería que manejaba con destreza la espada de doble filo, los jefes de clan llevaban un tocado similar a los usados por la jerarquía huna en un tributo inusual en pueblos germánicos. El uso del estribo les sirvió de poco para paliar la primera descarga de los jinetes de Litorio que merced a la andanada de flechas pudo superar la primera línea defensiva rival, ya en la etapa del desbande burgundio echaron mano a sus látigos para fustigar a los huidizos rubicundos. El mismo Gundicario montado a caballo recibió una flecha que lo atravesó, botándolo al suelo en un desangramiento que termino con su vida. Sin embargo, las modificaciones en los atuendos tradicionales no sólo involucraba a los burgundios, Aecio se presentaba en cota de malla para evitar las flechas, manteniendo la agilidad en el campo de batalla, el regalo de Avito de parte de los godos tuvo su glorioso estreno en esta batalla. “ La cota de malla te trajo suerte, mantendrás la agilidad en tu caballo esquivado las flechas enemigas, éste es un triunfo que te devuelve el sitio de poder desde el cual puedes mantener las prerrogativas que prometiste a los míos, si lo hago es por ellos, no te olvides que nunca te defraudé y en el pacto de bucelarios entregué mi lealtad sin límites, debes proteger a mi clan…bien la pasamos hermano” La infantería goda arremetió hasta los toldos de los mismos lugartenientes, desmoronando la estrategia de contragolpe que alguien planeó, en esta contienda la pelea era mano a mano viendo la cara de sus rivales germanos, mientras los galorromanos apoyaban la retirada de los elementos invasores en una contradictoria medida ordenada por el Magister Militum que estaba destinada a mantener cierto contingente burgundio más hacia el noreste para contrarrestar la amenaza alamana. No quiso hundir demasiado la espada en el bloque ofensivo burgundio aunque sus aliados bárbaros estaban preparados para el exterminio, contentándose con la muerte de quien precipitó esta situación en Galia. El impacto de los hunos en el frente de ataque quedó irremediablemente grabado en sus rivales, privándoles por mucho tiempo de volver a tomar la misma iniciativa mientras estuvieran del lado occidental. Más aún la carnicería despiadada que prosiguió y que fue consentida sólo por mantener la fama de ferocidad de los hunos en toda la región.



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ero la suerte de Litorio estaba echada, merced su propia ambición y un celosa sensación de envidia al ver la cercanía de Avito en los asuntos de Aecio, su propia naturaleza lo traiciona, intentando demostrar la superioridad de los hunos sobre los godos, lo que tantas veces aprendió en relatos ancestrales, impulsado por el éxito reciente en Worms y sus campañas contra la bagauda, además con la pequeña ventaja de saber que los guerreros rubicundos se encontraban fuera de la ciudad, se abalanza con una masa de 3.000 jinetes hunos, empeñándose en una ofensiva más violenta contra los godos de Teodorico, impulsado por el odio radical que su clan evidenciaba, cercó Tolosa en el año 439. Celebrando unos oficios paganos que pretendían consolidar su predisposición hacia los germanos, consulto augures y adivinos que favorecieron su voluntad para seguir adelante, evitando quizás la consulta más importante, la de Aecio. Resuelta la incursión sobre Tolosa, Litorio se dedicó al pillaje y la humillación de la población que se dejaba gobernar por estos godos; pero su suerte cambiaría al no considerar la fuerza que esperaba a las afueras de la ciudad, en una emboscada preparada para asestar una contraofensiva brutal y ejemplarizadora sobre los asediadores que apenas sostuvieron una resistencia mínima; en resumen, hicieron prisionero a Litorio, en una humillante derrota a su soberbia descarada, sus fieles fueron literalmente exterminados en la afrenta más resonante que los hunos sufrieron frente a los godos y que consolidó a Teodorico en el poder. Aecio, de vuelta de un breve retiro en Milán, se enteró de estos pormenores, uno de sus mejores hombres, el que ayudó a lograr su supremacía en Galia, era el instrumento de negociación para mantener un secreto pacto de colaboración con Avito, la cota de malla era el recuerdo que quedaba en la relación exitosa de estos guerreros, más pudo la prudencia de evitar inmiscuirse en el ajuste de cuentas que esperaba a Litorio, ya el reino de Tolosa gozaba de la tertia y esto evitaba cualquier sublevación de los godos, apaciguar la región tenía un alto precio para el magíster militum, la jauría de lobos que se enfrascaban en supremacías territoriales volvía a poner en alerta la precaria estabilidad sobre la que estaba asentado su prestigio. Teodorico valoró la independencia de criterio de Aecio, renovándole su confianza mientras podía exhibir ante su pueblo el orgullo de haber deshonrado a los hunos en la misma capital de los godos. Avito respaldo al magíster militum en todo momento.

- Eres conocedor de la pradera, en estos tiempos de vigilancia habrás profundizado en el arte de la cacería. - Como un pasatiempo a los días previos de una gran batalla, me solazaba en la organización de una partida de guerreros conocedores de la ruta de los venados y jabalíes. - Apenas me conmovía la doma de potros jóvenes, la cacería en la estepa no es nuestro fuerte. - Cerca de la marisma podremos solazarnos con la visión de una fauna pródiga, mantén el arco tenso y tu presa caerá en la mira. - De la corte de Rua que no disfrutábamos de un esparcimiento mutuo, nuestro padre ve con alegría este reencuentro y propongo dedicar la mejor de las piezas en su nombre. - Créeme que tomé esta iniciativa para volver a unir nuestro gran pueblo, aunque la desconfianza se ha impuesto entre nosotros, yo más bien pienso que es la falta de momentos juntos y ya ves que tenemos a los mismos aliados en Rávena, he servido en el ejército de Aecio con todos los reconocimientos que has oído y en su amistad puedo buscarte con la renovada seguridad que no rechazarás mi ayuda. - Me impresiona el respeto que ha alcanzado tu nombre, en Tizsa te alzan como rey de los burgundios y en la frontera de Panonia has detenido el avance del noreste, los tuyos te respetan y no puedo desconocer que envidio tu posición. - Eso no es nada, yo necesito organizar junto a ti el proyecto de nuestro pueblo y extender a Oriente la marca de nuestras fronteras, tu eres importante, haber vivido junto a nuestro padre te da la experiencia de conocer a quien debemos aliarnos o aquel cuya presencia es inútil, eres carta de garantía con Aecio y su consulado en Galia y eso nos puede favorecer para pretensiones futuras. - La presencia de los ostrogodos, hérulos y gépidos a las puertas de Panonia inquieta la soberanía que hemos ejercido, por eso debemos sumarnos y contener la avalancha que queda por venir, yo me veo forzado a buscar tu fraternidad y traerte las parabienes de la corte de Tizsa a nuestra alianza. Al llegar cerca de la marisma la comitiva se detiene, observando la abundante vegetación acuática que parecía inadecuada a la cacería que los convocaba. Apenas unos jabalíes recordaban la ocasión. Unos pájaros en vuelo presentían la amenaza, que demostraba la falta de prolijidad en el acechamiento sigiloso, como si el propósito de este esparcimiento tuviera otro objetivo, distinto a la cacería. - Así sea lo último que haga nuestro pueblo alcanzará la ansiada unidad, dispondremos las mejores tierras e impondremos los términos a nuestra conveniencia. Sentenciaba con mucha seguridad Atila, mirando el movimiento de sus leales en torno a Bleda. - En estos terrenos fangosos no esperaba encontrar ciervos, las alimañas del pantano no son una tentación para la dieta de ningún animal de pasto duro. - Este es un lugar de reposo, es el abrevadero de todas las bestias y por lo tanto la selección se hace en la más absoluta quietud que aconseja la elección del mejor trofeo, es el punto de encuentro de todos los hunos sumando fuerzas y energía para seguir adelante. - De que hablas, no te entiendo-, Bleda contrariado parecía recordar la amenazadora sospecha que tuvo Aecio muchos años atrás sobre su hermano, y parecía coincidir en este lugar sombrío, sin ninguno de sus adherentes para socorrerlo. - La unidad que emana de nuestra convicción, aquella que ningún romano puede osar arrebatarnos con sucias estrategias de negociación. El viaje abotagaba los sentidos hasta confundir el sentido de los compromisos iniciales, quizás eso sucedía con el entendimiento de Bleda que no atinaba a convencerse del cambio de tono en las palabras de su hermano. Pero en las sombras del atardecer los jinetes se


confunden y apenas queda razonamiento que no supere el instinto básico de supervivencia, pasando de la estupefacción al desasosiego por la muerte próxima. - Yo soy la unidad, mi fuerza es total, arqueros a mí, tomad el destino nuestro-, Bleda queda solo en un claro de la marisma que aún no sucumbe a la niebla del anochecer, sus acompañantes han desaparecido en la espesura de los cáñamos marismales. Bastó un golpe en la nuca para botar del caballo a Bleda, porque la andanada de flechas no aseguraba un rápido desenlace sin agonía, la ciénaga cubriría para siempre su cuerpo y el de su corcel.


- Si autorizas esa ley te condenarás a mantener en tus dominios a los alanos bajo un régimen de excepcionales privilegios que ni los godos soñaron. - Me está presionando, dice que le han respondido en la ofensiva contra los bagaudas, aunque menores en número, sus caballos requieren de tierras más amplias para pacer, son las estupideces que argumenta para seguir aumentando la población de sus bárbaros. - Claro si ni siquiera te dignas a visitarlo en Galia, como pretendes ejercer liderazgo. - Pienso ir allá para ratificar estos acuerdos, a ver si respeta mi investidura. - Si tu abuelo viviese para ver esto; en menos edad se llegó a dar cuenta del fastidio de tener a los bárbaros tan cerca, les obligó a cortarse las greñas y no usar pieles ni barba si acaso servían en nuestro ejército, más encima tu madre te lo dejó de tutor como si emulara la decisión de Teodosio al dejar a Estilicón con la supervisión de Honorio. - No soy un niño y si espero hasta los 21 años probablemente no veré mucho de mi reino, además ya debe empezar a mostrar más respeto hacia mí porque su sombra no va a acompañarme por mucho tiempo más. - Quizás intente mantener su compañía dentro de su familia, Estilicón hizo desposar a una de sus hijas con Honorio. - Pues necesitará de más victorias para imponer un criterio como ese, un matrimonio así sólo puede beneficiar sus intereses en el palio imperial y eso mi amigo está lejos de suceder. - Por esta situación de crisis permanente en las fronteras los últimos emperadores han debido pagar caro, conviviendo con los militares exitosos en la batalla contra los bárbaros, en esta situación quizás tú debas pagar el mismo precio por mantener la paz en las fronteras, aunque sea sólo en Rávena, no olvides como los usurpadores han utilizado a los bárbaros para su beneficio. - ¡Yo no gobierno solamente Rávena!, mi jurisdicción sobre Occidente es total y llegará el día en que lo haga valer. Además, los usurpadores siempre han recibido el castigo por su traición; por lo tanto debo preparar el viaje hasta Galia para oficializar los acuerdos respecto a los alanos. - Te acompañaré a ver si el trayecto te ayuda a despejar la mente, además te sugiero que nos acompañe Germán de Auxerre, su última victoria en Britania sobre los sajones debe comunicarse en toda Galia, además estas tierras necesitan el auxilio de la fe cristiana para enderezar el rumbo, unificando sus corazones como lo hicieron el Roma y en Bizancio, debemos llegar a todos los confines-, sentenciaba Petronio Máximo, provocando el asentimiento de Valentiniano III a quien sus palabras logran convencerlo nuevamente. - Mucho me han hablado del clima generoso más al norte, mientras mi madre vivió no me permitió hacer un viaje como éste, tienes razón Germán de Auxerre es un apoyo indiscutible para alinear las ideas de Aecio, debe aceptar las reglas y ayudar a que los nativos acepten la obediencia a mi Imperio. - Mientras tanto te solicito que recapacites en los privilegios asignados a los alanos y te embromarás de tus equívocas decisiones.

ambiado por los años, curtido en el tráfago de la gestión militar, el hijo de Gaudencio se llevaba a todo el Imperio por delante. Aconseja a Gala Placidia dejar su hijo en sus manos hasta la mayoría de edad, ella no se opone porque sabe que su forja política y militar entre los bárbaros es la fuente de sapiencia más adecuada para el ejercicio del poder. Hace desviar todos los tributos de las provincias hasta su cuartel general, limitando el poder del joven emperador en el uso de los recursos de su dominio, distribuyendo entre sus leales romanos y bárbaros las despensas adecuadas. Ha dispuesto las concesiones de tierras de forma inteligente, liquidada la amenaza bagauda, recuperando las vías de acceso para trasladar los suministros, reforzando las fronteras y la línea Soissons. Incluso de Britania le han demandado su presencia para enfrentar la invasión de sajones, pictos y escotos, pero él se sabe seguro en Galia, salvaría por el momento merced la intervención de Germán de Auxerre a solicitud de los nativos en indefensión total ante la avalancha bárbara.. Tan seguro que instala una hacienda en la provincia de Auvernia, mucho más extensa que la de su padre en Dacia, lleva a su familia y a su joven hijo Gaudencio, obviamente destina sus tierras a la crianza y doma de ejemplares de raza equina, invitando a sus lugartenientes a practicar la equitación y demostrar sus habilidades en el tiro al arco. Quizás la amenaza más cierta para el continente no venga de Panonia sino del África, con la consumación del primer reino independiente bárbaro con Genserico a la cabeza. A mediados del 439 se estructuraba en el antiguo reino de Cartago la nueva comarca de los vándalos y alanos, correteados de Hispania cruzarían el mar y con el incipiente apoyo de Bonifacio en un comienzo, ahora declaraban al mundo Occidental la emancipación de aquellas tierras. Rex Vandalorum et Alanorum se auto designaba Genserico, negándose a pagar tributo a Rávena y confiscando todos los recursos de su dominio. Aecio no se dejaba impresionar y calculaba como un sacrificio necesario deshacerse de aquel apéndice del Imperio sin desconcentrar sus recursos y esfuerzos de Galia. Así Britania y Cartago se abandonaban a su suerte, anquilosando aún más al otrora gran Imperio de Occidente; en estos instantes Oriente se fortalecía en la convicción de continuidad de la cultura mediterránea, viendo los despojos de su vecina a manos bárbaras. Quizás en un futuro todo quedaría reducido a Rávena y el escape de Honorio fuese recordado como el primer paso dado en esa dirección, exaltando su memoria como un héroe por los patricios romanos celosos de mantener sus rangos, mirando esta vez hacia Oriente como último baluarte de sus privilegios. Ahora los bárbaros disponían de cierta autonomía territorial y dejaban de servir a los romanos en papeles secundarios como antiguamente los foederati y los letes. Belicosos pero inferiores en número a la población nativa no tardarían más allá de dos a tres generaciones en integrarse racialmente; incluso con la predisposición al cristianismo se dejarían conducir hacia el mismo grupo religioso, ahuyentando el peligro de volver al paganismo en la región. Pero los hunos no descansaban; Atila luego de asumir el poder total, reinicia los saqueos y moviliza a su pueblo hacia Oriente, en dirección de los Balcanes, quienes junto a los ostrogodos, esciros, gépidos, hérulos y rugios colocan de cabeza el Imperio de Teodosio II. Finalmente traslada su corte huna, estableciendo un campamento definitivo en Valaquia, fuera del alcance Occidental. Aecio respiraba tranquilo, pues al no fiarse de Atila bien podía esperar lo peor; la desaparición de Bleda dejo un sentimiento de abandono y si bien apoyó su gestión contra los burgundios las cosas podían variar ostensiblemente según el capricho del nuevo monarca. Algunos ya conjeturaban una supuesta alianza entre Atila y Genserico, pensando en el común odio hacia los godos pero sólo eran rumores. Los godos de Tolosa seguían disfrutando de la tertia que les brindaba el régimen de hospitalidad; merced al cristianismo arriano que profesaban, durante la celebración de los

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sacramentos instruían a los suyos en el uso del latín; los reyes godos no disimulaban su gusto por el vestuario ostentoso de los emperadores romanos, asimilando a través de este hábito la fastuosidad del poder occidental. Aunque mantenido por largos años, Teodorico renovaba su compromiso con el Imperio, a través de Avito, pero no podía decirse lo mismo de algunos clanes que se inclinaban hacia un mayor control de tierras más al norte, lo que estaba en conocimiento de Aecio. Así se presentaba el mapa del Imperio Occidental en plena cuarta década del quinto siglo cristiano, con más incertidumbres que certezas podía esperarse cambios aún más drásticos.


- Mediante edicto deserta Valentinae urbis, el emperador autoriza el libre tránsito del ganado alano del clan de Sanguibán por el territorio de la región del Loira en Auvernia, este acuerdo se mantendrá por un año y se prorrogará por un período similar a petición de ambas partes. Se daba inicio en la guarnición de Soissons al régimen de estancia bárbara más original de todas las hospitalidades brindadas hasta el momento, con la presencia del emperador Valentiniano III, quien realizó un viaje de semanas hasta arribar al mediodía galo ante la presencia del gran magíster militum, incluso con la oposición de algunas comunidades galorromanas y celtas, la opinión de Flavio Aecio venció, favoreciendo la permanencia de una de las comunidades más requeridas por él en la mantención de la frontera norte. Siguiendo el protocolo romano bajo un toldo abierto se ubicaba el emperador y su séquito entre quienes destacaba Petronio Máximo y Germán de Auxerre, junto al magíster militum que irradiaba una serenidad propia de la voluntad ganadora, pero al imberbe emperador no dejaba de llamarle la atención el descuidado atuendo y la presentación personal desusada en estos asuntos de estado. Cabellos largos flotando al viento, barba incipiente y una túnica obsequiada por tejedores godos con una fíbula de oro que enganchaba su abollas, único distintivo imperial romano visible; lo único que conseguía era provocar a la máxima autoridad romana mientras a sus leales parecía no importarles ese aspecto. Del otro lado, Goar, Sanguibán y sus lugartenientes escuchaban la traducción del funcionario imperial, montados a caballo según la costumbre alana; todo se realizó imperturbablemente hasta que se terminó la ceremonia y el joven emperador se acercó a Aecio. - Parece que olvidaste el edicto de Honorio que prohíbe el pelo largo entre los funcionarios imperiales. - Tengo entendido que sólo rige en las grandes ciudades y dentro del palacio romano, aquí estamos en un descampado. - Me humillas en esa estampa, acaso debo recordar tu alta investidura y el prestigio del Imperio que debes preservar, osas contrariar el protocolo mientras yo promulgo los edictos que más convienen a tu gestión. - Tú vienes hacia mi, desde la comodidad de Rávena y yo debo colocar mi vida en apuros cada vez que bloqueo la amenaza de una nueva tribu, tu eres el desmedido en no reconocer el rol que ejerzo en estas apartadas tierras, si mi apariencia llama tu atención te recuerdo la lealtad que he conseguido con el concurso de quienes desmereces, y el único mérito que consigo es aceptar estos edictos que prolongan por breve plazo la paz en la región, acaso mis triunfos no merecen la aprobación de tu gente en la corte de Rávena, yo hago más por Occidente de lo que tu harías sin mí, si te refieres a la longitud de mis cabellos te recuerdo que he estado en campaña durante semanas, sin procurarme todos los afeites que tu dignidad merecen, yo me rodeo por soldados no por barberos, sólo recuerda la prioridad que las acciones demandan para mantener tu Imperio, olvídate de los refinamientos romanos haz el favor. - Me alzas la voz sin ningún respeto, olvidas lo que mi madre hizo por ti, acaso debo recordarte a mi abuelo durante la gestión de Estilicón, éste si tenía la prudencia de acercarse a Roma para comunicar sus decisiones y jamás tuvo la desfachatez de vestir prendas bárbaras ante su emperador. - Lamento no comunicarte todo lo que hago en Galia, organizando su autodefensa, obligando a los bárbaros a respetar los acuerdos de foedus, a evitar que los clanes enemigos aplasten a los linajes amigos dentro de esos mismos bárbaros, a repeler tribus que entran sin régimen de hospitalidad con la misma amenaza de las tribus de Radagaiso, y todo el territorio que abarco en Galia desde Hispania hasta Armórica, desde el Rin hasta Los Piri-

neos, mantener tu autoridad en estas distancias es lo suficientemente agotador sin tener que soportar tu propia incomprensión-. - En Cartago los vándalos se alzaron con un gobierno propio, y acaso no te enteras de que Britania esta bajó amenaza bárbara, solo el coraje de Germán de Auxerre ha logrado mantener nuestra presencia en alguna zonas- mirando de reojo al Obispo cristiano invitándolo a que se incorpore a la conversación-, aprovecha lo que yo te autorizo, sírveme y demuéstrale a Occidente que estos edictos no son en vano, no pierdas terreno aquí porque las consecuencias serán desastrosas, eso lo reconozco; mantendré tu mandato porque apruebo lo que haces por Galia, pero cuida lo que das y lo que quitas, que sea en nuestro beneficio y no del bárbaro, no solo los panegíricos de Merobaudes hablan bien de ti, mi madre y yo te apoyamos desde Rávena, y son muchos allí los que querrían ver rodar tu cabeza por el suelo, demuéstrame que no es en vano este juicio porque cada día me cuesta más entender tu actitud, no se te ocurra vestirte así cuando vayas a mi palacio. - Por favor su excelencia permítame un momento a solas con el magíster militum-, intervino Germán de Auxerre para tomar del brazo a Flavio Aecio encaminándolo fuera de la presencia de Valentiniano III. - Existe una preocupación mayor en Roma y es la falta de compromiso tuyo en difundir la fe cristiana entre los foederatis, ganar sus corazones con nuestra fe puede ayudarte a ganar batallas y mantenerlos leales sin tener que prodigar estos esfuerzos denodados por abarcar estos vastos territorios, al mismo tiempo ganarías apoyo en Rávena a tu gestión y evitarías esos comentarios insidiosos de pasillo que llegan a oídos del emperador. - Yo le apreció su valor y coraje en Britania, estimo su opinión porque conoce el campo de batalla y los esfuerzos en alcanzar una paz duradera, pero no puedo contrariar las prácticas de mis aliados, perdería credibilidad interviniendo en cuestiones que escapan a mi competencia militar… - Son unos arrianos herejes, se han dejado convencer por misioneros expulsados de Roma, están hablando mal de tus obispos y la autoridad romana no llega a estas tierras, la palabra de Dios puede ayudarte a orientar su voluntad a tu favor y de Roma, viviendo en las tinieblas de la herejía te costara traer la luz a estas tierras, por lo demás yo sé de ganar batallas, ¡si me enfrenté a sajones paganos solo con la fuerza de la fe de ciudadanos romanos comprometidos con Dios!. - Una guerra religiosa es lo último que voy a buscar para traerme más problemas a esta región, Usted, tiene mi palabra que cuando se apacigüen estas tierras haré esfuerzo por convencer a sus almas de su mensaje, mientras tanto, es importante que en su trayecto de vuelta estén protegidos de asalto, permítame… ¡Mayoriano y Merobaudes un momento!-, hace traer ante si a sus bucelarios más devotos para entregarles una orden-, Instruyan a sus hombres para que acompañen a las excelentísimas autoridades hasta Italia sin contratiempos en el camino, agradezco sus palabras y sus consejos, ahora es importante que retomen el rumbo a casa-. Volviéndose hasta los hombres de Goar, daba término a la conversación para felicitar a los alanos por coronar su gestión con el edicto imperial promulgado a su favor.


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a experiencia más memorable de la crueldad la tuve con los hunos. En los años que fui prisionero, mientras erraban por Panonia me sorprendía la inquebrantable salud de esta comunidad para aguantar los cambios de territoriales, que mientras estuve con ellos fueron mínimos, pero por el relato de los viejos, traducidos por Bleda, ya me enseñaban de la trashumancia permanente a que estaban acostumbrados y los recónditos lugares de Oriente donde saqueaban, el lujo desbordante de Persia y China imperial, el recuerdo de la gran muralla que hasta el día de hoy me parece una invención fantástica, aquellas costumbres que para un pueblo pobre y errabundo como los hunos sorprendía a cada paso, pero el relato oral no era una habilidad muy apreciable en los viejos que veían con dolor como los embates del tiempo minaban su salud. Particularmente recuerdo a Basich, amigo de la conversación y el tiempo disipado, sin tanta responsabilidad guerrera, que recordaba con entusiasmo sus años juveniles en expediciones de saqueo a ciudades colmadas de oro, empapaban sus lenguas en el vino y las hermosas mujeres que podía tener, mucho le costaba hacer su carpa cada vez que se iniciaba la travesía, pero más significativo era el abandono consecutivo a que era llevado por los suyos, aspecto que no dejaba de contrariarme. A los viejos ya les quedaba el paso atrás, la montura era un sueño y sus enfermedades presagiaban el final apenas imaginado, pero para un pueblo presionado por la transitoriedad de su estancia, la rémora senectud de sus mayores no proporcionaba ningún bien. Así fue como Basich desapareció una tarde de su carpa de fieltro, paralizado por una enfermedad que lo hacía toser con una ronquera descomunal, noté su ausencia al terminar una cabalgata de rutina junto a los jinetes de Rúa, cuando quise iniciar una de las interminables conversaciones de atardecer noté que habían desmantelado su carpa, sin dar mayor respuesta y sin requerirla tampoco, fui al lado de Bleda quien apenas pudo decidirse a tocar el tema, sólo conformándose a decir que había dejado este mundo para ir al encuentro de los guerreros de su clan, su convalecencia inexplicablemente duró poco y aunque deteriorado aún podía permanecer confortable en su carpa; había visto hombres de Rúa llevárselo hasta las afueras del reducto, aún con vida y su desaparición siguió constituyendo un misterio hasta que los años me dieron la respuesta.

- Para consentir al rey podemos aconsejarles que lo hagan emperador de Oriente, así quizás les evitemos más problemas, para Tracia no les vendría mal esa decisión. - Así les consentiremos a los tracianos un poder fuerte, total y con capacidad para instaurar sus decisiones, mientras sus autoridades no atinen a desanimar sus apetitos. - Todos quedarán felices al ser igualmente consentidos, jajaja-. Las risas destartaladas les desencajaba el rostro. - Es divertido, pero no complaceremos el ánimo de Atila si no le apoyamos aquí-. - Pero él espera algo distinto, si todo se ha dado tan fácil aquí, con pocas retribuciones y mucho esfuerzo por mantenernos, sostengo que mejor botín encontraremos hacia Occidente. El oro de todo empeño guerrero viene de ese lado, los premios y los honores convienen de ese lado, aún podemos dar algo distinto para gloria de Atila. - Muy desordenado está Occidente, demasiado frágil para caer en manos de una agrupación con iniciativa y poder como ustedes, los romanos no le hacen el peso a nadie, Aecio vive de artilugios y nuevas alianzas para sostener lo insostenible, si tú convencieras a Atila para dejarnos caer en este momento en Galia, yo te aseguro todo el oro que jamás soñaste. - Pero las Termópilas están primero, mientras no le dejemos sentir a todos los griegos nuestro poder, cierto es que dejaremos de seguir el mismo camino de Alarico en su ruta de destrucción por Oriente. - Saquearán Atenas y luego qué, acaso todo termina acá, muy fácil para el contingente masivo de los hunos, le dejan a Valentiniano un panorama muy promisorio para tener por delante a los vándalos de Genserico como única amenaza, Atila tiene al mundo romano a sus pies, tú debes convencerlos de su poder. - Para ser un romano estás demasiado entusiasmado en seguir adelante con las conquistas hunas-, extrañaba al lugarteniente huno, a pesar del alcohol en la sangre que enturbia la razón, el carácter extremo de Orestes. - Hablo de una civilización en decadencia, ustedes deben tomar lo que les ofrece Occidente porque nadie más lo hará, qué más puede hacer un Imperio gobernado por un niño, dividido por bárbaros mercenarios en conflicto entre sí, incluso le han enviado una delegación de la corte de Valentiniano con la petición de Honoria para que Atila tome su mano, quizás venga siendo hora de darle la oportunidad a la reciedumbre de un pueblo bárbaro líder para dejar las cosas en su lugar. - Hablas con vehemencia, lo de Honoria bien puede ser una estrategia de algunos cortesanos deseosos de llevarla al trono mediante nuestra intervención, me extraña que siendo el secretario de Atila no le hayas comentado tu opinión sobre lo inconveniente del plan de invasión en Oriente. - Llevo poco tiempo mi amigo, tú eres más próximo y quizás convendría plantear esta situación en dos frentes, si tú estas de acuerdo con mis ideas podremos hacernos de la mejor porción del antiguo Imperio Romano. - Pero falta por resolver la cuestión de la alianza con Aecio y el pacto recíproco de no agresión. - Eso era para asegurar el miserable gobierno de Panonia en manos de los hunos, pero al no ser así de ahora en adelante, las prerrogativas han cambiado y aquellas favorables condiciones para la administración de Aecio, teniendo a los hunos de este lado y ayudándole a contener a otros pueblos de menor estirpe, han concluido. - Es verdad que brilla más Occidente y su conquista puede coronar de gloria a Atila, además los lazos de amistad eran más concernientes a Bleda, aquí todo se ha dado fácil y la inspiración apenas se agota sólo en saquear, la ruta de Alarico está al otro lado, podremos convencerlo-.


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obrevivir en la estepa es una hazaña. Permanecer a lomo de caballo es el hábito obligado para no desesperar en la monotonía del paisaje, quizás por la ansiedad de apurar el tranco, sentir la brisa que inunda el llano, la compañía de los demás jinetes, estados de ánimo que sólo los hunos podían reconocer, aquello era embalarse en la aventura de la conquista. Las interminables y agotadoras cabalgatas apenas resistían el intento por extinguir el hambre de sus cuerpos, a no ser que los jefes de clan determinaran un alto en el camino, la extenuación dejaba al borde del camino a quien la padeciera, éste era el régimen de privación al cual eran sometidos los bravos jinetes. El premio era la conquista y el saqueo, una avalancha ávida de procurarse todo aquello que se han negado por mantenerse ingrávidos a lomo de caballo durante tanto tiempo. Los relatos transmitidos de voz en voz durante muchas generaciones, insistían en la brutalidad casi famélica de los saqueos a que sometían pueblos y villorrios a su paso, recuerdos de culturas pretéritas que sucumbían a la destrucción huna, con el fuego como aliado y los pergaminos del lobo como ancestral herencia sofocaban los vanos intentos de consolidación de las comarcas, las brisas alentaban el humo residual, y por varios kilómetros podían verse las humaredas que servían de advertencia a los viajeros ocasionales de la estepa. Yo me impresionaba por la crudeza de los relatos, los observaba y apenas creía tanta violencia ejercida, si los veía a caballo sorbiendo la leche de yegua o en grupo avizorando el horizonte, en tranquilidad sin igual, apenas concebía semejante temperamento. La aristocracia huna destacaba en mantener estos relatos intactos, tanto como sus artefactos en oro que cubrían la fina estirpe de su clase, que emulaba el adorno ridículo de sus caballos con esos tocados de pluma de buitre que cubrían la cabeza. En mi juventud de cautiverio me sobresaltaba el carácter mesiánico de los aristócratas que se envanecían de su prestigio depredador, así Atila contemplaba la tradición de su pueblo, obligado a continuar en la misma senda, preparaba su ascensión mientras despertaba a la adolescencia.

- Los años no te han vuelto más sabio, alejar a tu madre apenas te ha servido para independizar tus juicios sobre los bárbaros. - Eres tan patético, si al cantar demostraras tanto talento y decisión quizás te confiaría en el puesto como titular de mi corte. Hablar con Heracles el eunuco era dejar asentado una actitud crítica, casi irreverente que sólo podía emanar de un tipo semejante. Su franqueza dejaba en claro que el trato en la corte de Valentiniano era de absoluta confianza. - No puedes quejarte, así como te recomendé alejarte de tu madre, no me dirás que he sido desacertado en mi decisión, y no canto tan mal, aunque tus oídos poco delicados no aprecian mis acordes, en mi viaje por Bizancio me ofrecieron quedarme, claro con más tiempo de permanencia en una corte de lo que tú puedes esperar de la tuya-. - No te apresures en decir estupideces, te olvidas de que los hunos controlan Tracia y aún pueden hacer más estragos en Oriente. - Pero para eso no necesitamos a los hunos si ya tenemos a Aecio, bastante hizo con reconocer el gobierno de los vándalos en Cartago, así que no pienso corregir mis juicios sobre tu gobierno; deberías escuchar a Petronio Máximo, él sabe de la grandeza olvidada de Occidente y refuerza los conceptos sobre el patriciado y la clase senatorial perdida, me place darle recitales y ponerme a su servicio, sabe escuchar mi opinión porque básicamente pensamos lo mismo. - Eres un tedioso, un inútil que sólo se dedica a intrigar de pasillo en pasillo, si te mantengo es sólo por mi madre, además Petronio me acompañó en el último viaje a Galia y no mencionó nada de lo que hablas. - Pero que puede hablar contigo si eres un imberbe, él sabe que pierde el tiempo dictando cátedra de buen gobierno si tiene a un inexperto delante, aquellos son comentarios discretos que me confidencia por la amistad que nos une, deberías agradecer que te traigo estas noticias ya que de otro modo no te enterarías si nadie te considera. - Basta de estupideces, no te permito que oses mantener un tono de voz altanero, te puedo obligar a dar recitales por toda Galia para que los bárbaros admiren tu talento. - Los bárbaros de Aecio querrás decir; sí, es buena idea poder servir al futuro emperador de Occidente-, esta sarcástica opinión hace enfurecer el talante del joven gobernante, quien hace un ademán a Heracles para que abandone la habitación, pero el eunuco vuelve a la carga; - ah, ah, ah, que puedo traer a tu madre de vuelta a Rávena , sabes algo, tú valoras mal mis servicios y no entiendes nada, pero a pesar de todo confío en que puedas iniciar vuelo en este gobierno, para empezar debes acercarte al círculo e Petronio y ver por ti mismo el arrastre que tiene; esos discursos encendidos en la curia romana, menospreciando la familia imperial, sin aceptar los errores de su clase en toda la crisis, va demasiado lejos en sus críticas; acepta que tiene muchos adeptos, deberías preocuparte de lo que dice a tus espaldas. Además, su vida social es muy agitada, en su círculo de íntimos se permite todos los excesos que su autoridad y poder puede otorgarle, es disciplinado en la curia pero disipado en su vida privada, estas hablando de un ídolo entre los suyos. - Vaya que lo conoces bien y cuando habla en mi presencia sólo me hace saber el desagrado que le provocan los bárbaros, se cuida de hablar mal cuando le conviene. - Pero si de eso se trata el poder, para cuidarlo hay que mostrar las caras más oportunas, él no se puede dar el lujo de importunar tu criterio aunque piense cosas horribles de ti, jajajajaja. - Y tú le sigues el jueguito, complaciendo sus apetitos en cada exceso, seguro le has presentado mujeres que decoran tus espectáculos, así te enteras mejor de los secretos de pasillo.


- Nada que no haya hecho por ti, mi buen amigo y señor emperador, no podrás reprochar mis vínculos con damas de generosa compañía si también has salido ganando. - Para no desaprovechar tus consejos, buscaré la cercanía de Petronio Máximo, para que puedas preparar el camino, admito que estoy interesado en su opinión, pero te aseguro que no le voy a consentir arrebatos de patricio resentido, no quiero ni una sola palabra sobre volver a la república. - Así se hará su excelsa majestad.


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os alanos de Sanguibán transitaban por la cuenca del Loira, provocando la ira de todas las comunidades aledañas que se veían sobrepasadas por esta tribu; imperturbables, los favorecidos con el edicto imperial de libre tránsito apenas se cuidaban de respetar los terrenos ajenos, sembrando el odio a su paso. Los celtas no pudieron menos que acercarse a Aecio para hacerle ver su desencanto; pero el Magíster Militum ya había tomado una decisión, sólo les concedía el derecho a réplica y la posibilidad de autodefensa sin transgredir los acuerdos dictados por Valentiniano, lo que era una contradicción. Con el tiempo aumentó el recelo de los celtas, quienes observaban impávidos como las grandes masas caballares inundaban sus territorios en procura de pasto tierno y buen forraje para su alimentación, incluso los hechos de violencia eran provocados por los guerreros del clan de Sanguibán para aumentar la porción de territorio a su favor. Fresco en la memoria se mantenía el recuerdo de los galos muertos en la ribera del Alto Loira, y junto con esto el resentimiento iba alterando la actitud pasiva de los nativos auvernios. Aecio continuaba escudándose en la figura todopoderosa del emperador como artífice de la medida, pero la verdad residía en su propio juicio favorable a los alanos como tribu proclive a su estrategia defensiva en la región; en esa circunstancia les aguantaba todos los excesos disimulando su propensión a tenerlos en un territorio fijo, como él habría preferido. Pero el tiempo no estaba de su lado, y las continuas protestas desgastaron su gestión, haciéndole ver la necesidad de establecer un criterio menos rígido y complaciente hacia estos alanos que no le aseguraban un compromiso seguro. Sus informantes divagaban en la actitud de Sanguibán como seguro aliado en el caso de una crisis en la región, más bien se veían como beneficiados de una medida por el miedo que provocaba su dispersión en la zona. Aecio debía asegurar la lealtad de este clan para acciones futuras y así meditó la forma de conseguir tal resultado para probables choques con otras agrupaciones bárbaras. El uso del caballo como principal recurso ofensivo privilegió la actitud favorable de Aecio respecto a los alanos y así se desarrollaría su política en la región.

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adie alcanzaba a dimensionar las presiones a que estaba sometido en este territorio, con el dilema de establecer de una buena vez a los alanos, corretear a los bárbaros que ingresaban por el Rin, perpetuar la lealtad de los godos y asegurarme de que los hunos no traicionarían mi confianza en cuanto a no traspasar los Cárpatos en esta dirección, desde la desaparición de Bleda y la consumación del Imperio de Atila en Panonia, nada estaba seguro. Alojaba dudas de todo y por supuesto no había nadie para confidenciar mis temores. En Rávena estaban inseguros de mi compromiso y el alejamiento de Gala Placidia ayudaba a mantener esa opinión; aún no podía cuantificar la falta que me haría su ausencia dentro de la corte. En mis viajes a Dacia lograba despejar mi mente, en un viaje a Silistria en compañía de mi hijo Gaudencio, le enseñaba la hacienda de mi padre y le reiteraba los rigores de un territorio abandonado de la autoridad central y propenso a las incursiones bárbaras, así pretendía disuadirlo de permanecer en las proximidades de Rávena donde el poder decidía destinos como el de éste poblado alejado de la civilización. Los dacios con los años aprendieron la difícil convivencia con los romanos pero sin renunciar a su autonomía, con todas las dificultades del momento muchos extrañaban el control, cada vez más difuso, de la autoridad central romana. Más aún presintiendo que del otro lado se dejara caer la avalancha huna, la nostalgia de la seguridad en las fronteras no resignaba el anhelo de independencia, implorándome a postular mi nombre al cargo de gobernador, puesto absolutamente incongruente con la investidura militar que detentaba. Esta situación se repetía en todas las provincias apartadas de Occidente y reafirmaba mi convicción de mantener incólume el territorio de Galia para evitar que los bárbaros usaran de corredor a las ciudades más remotas. Yo no entregué nada, si se han perdido territorios es por la insensatez de sus gobernadores que han pactado sin observar los beneficios para Occidente. No autorizo hospitalidades mientras los grupos bárbaros no demuestran lealtad debida, y sin embargo eso me ha valido ser considerado amigo de los godos y francos, por insistir en sus afincamientos. Ni siquiera el comercio volvió a la normalidad, desde Oriente las caravanas proveían los suntuarios más apetecidos por la población local, despojando aquella atribución de Occidente. No pensaron levantar murallas, confiando en sus recursos, algunos sectores privilegiados por este comercio incipiente fueron proclives a favorecer autoridades bajo el designio de Teodosio II, así deshacerían todo lazo con este lado del Imperio. La hacienda familiar fue vendida cuando me afinqué en Galia, ahora utilizaban estos terrenos para la crianza de ganado caballar destinadas a familias patricias de Bizancio, todo iba en dirección de Oriente, aquí en Dacia, y yo incluso apoyaba esa posición porque las opciones de Occidente eran nulas. Mi hijo era testigo de los cambios que esta provincia experimentaba, yo dejaría que el curso de los acontecimientos siguiera igual, porque en mi parecer el beneficio de Dacia seguía el camino de su propia conveniencia.


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l mediodía galo estaba regado por valles generosos, provisto del agua suficiente que las lluvias de un régimen templado podía proveer y sumado a los ríos caudalosos que bajaban de los Pirineos y su cordón montañoso, al otro lado, más allá del Cáucaso, el contraste de las tierras estepáricas y un clima riguroso beneficiaba un concepto de atracción que iba más allá de la magnificencia del Imperio romano, interesante eran las condiciones climáticas y geográficas de Galia para asegurar estancias prolongadas descartando el nomadismo como estilo de vida, pienso en esas tribus regidas por la cultura de las estepas y que se definían por el uso del caballo. - ¿ Estás seguro de lo que piensas?, hasta el momento la intención de estacionar a los alanos en el Loira no ha dado buenos resultados, darles un terruño fijo podría traerte más inconvenientes con Rávena. - Estamos en Galia y aquí las decisiones las tomo yo, cuando llegará el día en que te olvides de considerar el juicio de los ineptos de la corte. - Y cuando dejaras de prometer tierras que no tienes, desorganizando los límites, causando el destierro de los nativos en esta región. - Más inseguridad tendríamos si no mantenemos a raya a quienes provocarían más daño aquí. - Ya no estoy seguro si adentro o afuera de Galia existe más incertidumbre para nosotros, lo único que haces es privilegiar a un grupo de bárbaros por sobre otros, y la diferencia sólo tú la conoces. - Quizás no deba decirte esto pero en tu cargo de prefecto de las Galias te debo justificar mis decisiones, aunque no puedas verlo no da lo mismo una tribu que otra y poder reconocer esa diferencia nos permite sobrevivir. Yo sostengo que el riesgo inminente viene de todas direcciones, pero aquellos que se asientan en estas tierras bajo la hospitalidad, como los godos, han servido mejor para detener el hambre de expansión de otras tribus; de los alanos yo te aseguro que en el manejo de sus caballos está la mejor previsión de nuestro Imperio, estoy anticipando el mayor de todos los riesgos que se ciernen sobre Occidente, los hunos. - Pero podrías adiestrar a los nativos galos, incluso entre los romanos encontrarías disposición para la defensa, así nos aseguraríamos de unir a los nuestros. Y me hablas de los hunos, si ellos son tus amigos y hacen estragos al otro lado, que puede preocuparte entonces. - Tengo informes ciertos de la frontera que indican movimientos de avanzada de los hunos en esta dirección, peor aún sostengo que sus consejeros mantienen como finalidad seguir el mismo curso de los godos de Alarico para prestigio de su rey Atila, y hay más, Genserico ha enviado emisarios hasta su corte con el firme propósito de gestar una alianza de conveniencia, sin Bleda veo difícil continuar un régimen de alianza y confianza que nos ha sostenido en precaria paz, Atila lleva la marca del lobo en su piel y su pueblo lo seguirá donde dirija su atención, y Occidente parece más apetecible, se dio cuenta de nuestra debilidad en todas las campañas que ha participado, es un lobo astuto, en nuestra entrevista en Tizsa pude comprobar su actitud amenazante, sin Bleda y Litorio esto no será lo mismo-. Las nubes se ciernen en el descampado acompañando el aciago destino que aguardaba al magíster militum. - Pero son rumores, harías mejor si confirmaras esas sospechas y no mantuvieras decisiones que pueden empeorar las cosas aquí, aquella postura de los caballos es demasiado frágil y hay cosas más importantes en juego que seguir confiando en alanos, francos y godos. - Eres un político avezado, de gran renombre familiar en la región, acaso no te enseñaron la fragilidad en que estamos sumidos todos, hablas de los bárbaros sin conocerlos, los involucras por igual en este desastre y no distingues nada, vives proyectando Galia como plataforma senatorial y te desvives criticando mi gestión, si te dejo entrar a mi carpa es para aclarar estos puntos y ahora que lo he hecho me libero de más justificaciones idiotas.

- Lo que nos mantiene con vida es el aprecio a esta civilización, algo que tu sentido guerrero no entiende, por más que insistas en colocar a tus leales bárbaros aquí, más te estrellarás contra la dura realidad, y no difames el nombre de mi familia que más ha hecho por preservar Occidente que tú. Exasperado se alejaba Tonantio Ferreolo, heredero de la ilustre familia de los Siagrios, luego de mantener una discusión sobre el fin último de las guarniciones bárbaras acantonadas en Galia, la lluvia hacia estragos y en la furiosa huída ambos quedaban expuestos a la intemperie húmeda, cubriendo sus rostros con gotas de agua que bajaban el calor de la discusión.


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rás al otro lado y arrasarás, quemarás y permanecerá el polvo de las cenizas para hacer germinar el pasto que tus caballos devorarán. No has logrado nada hasta aquí, aquellos que temen la altivez de tu pueblo lo mismo harían por otros que tuviesen el mismo poder, son indignos vasallos para un pueblo que quiere conquistar la inmortalidad, los verdaderos súbditos están en la civilización que pretende la misma inmortalidad; derrotar sus pretensiones es arrebatar el prestigio a los que ganaron un lugar en la historia, sin desilusionar a quienes ven en ti al líder capaz de ganar todas las batallas, entonces eleva la meta de tus ambiciones. Ve hacia Occidente y termina la tarea que te encomiendan tus ancestros, subyugar a todas las comarcas para gloria de tu pueblo y el beneficio de tu nombre. ¿Qué has hecho hasta ahora?, pedir tributo a las miserables ciudades abandonadas de Tracia, pero si Alarico desechó estas tierras en su momento, no puedes contentarte con menos siendo mucho más. Violar los territorios prohibidos es el destino de tu raza. Teniendo de rodillas al emperador de Oriente solo consigues seguirle el juego al Magíster Militum occidental, eres mucho más y te darás cuenta arrebatándole el honor que pretende obtener. No pedirás hospitalidad ni acuerdo de buena voluntad, sólo abarcarás el territorio que muchos pretendieron para su gloria y que ninguno alcanzó, tu mérito está en la prolongación de tu reino más allá de todas las fronteras; tus aliados están en Cartago preparando la invasión que ayude a aniquilar Roma. Escucha a Genserico él sabe de tu coraje y reconoce el prestigio de tu pueblo en toda su dimensión, no le hagas el juego a Aecio, que resiste en Galia mientras nadie contradiga su voluntad, tú eres mucho más, ve hacia Occidente y comprueba los límites que nadie te impondrá jamás, ganaste la admiración incondicional de los tuyos, ahora muéstrales el camino que tienen por delante, te seguirán en tu voluntad; abarca lo que nunca pudieron otro, es lo menos que puede aconsejarte el espíritu del vino.

- No le hables tan rápido, recuerda que no ha adherido a ningún acuerdo y su lealtad es vacilante. - Con Goar era diferente, entendía algo de óstico, pero su hijo no hace las cosas más fácil, es retador y ha impuesto el estilo avasallador en los territorios que transita. Carros de toldo de corteza y un ganado caballar abundante inundan el descampado en el Bajo Loira, de las carpas de fieltro aparecen los personajes de una tribu insondable pero muy beneficiados por el plan de Aecio, eran los alanos de Sanguibán, premunidos de la misma cultura sármata, estos no derrochaban gran entusiasmo por respetar a los nativos de la región, incluso las labores encomendadas por el magíster militum se reducían a una vigilancia poco atendida ya que el trabajo de contención de los bagaudas estaba concluida, al menos ahí. Vestidos ligeros de piel advertían el comienzo de la primavera, conocida era entre su guardería belicosa la gran cota de malla, utilizada para los combates a caballo y de mucha aceptación entre los godos. Atrás quedaba la gesta migratoria que incrustaba a esta tribu en el norte de Galia, la gran sacudida en el limes renano del 405, que le permitía entrar junto con otras agrupaciones lideradas por Radagaiso. Sanguibán era hijo de Goar y heredero de su corte, muy joven, ojos pequeños, un pelo castaño lacio que caía sobre sus hombros, y una nariz que se acomodaba bien a su fisonomía ligera pero atlética, no se adelantó a presentar sus respetos en el campamento de Aecio, quizás prejuzgando que el miedo motivaba el edicto de libre tránsito; ahora tendría ante él al mismo magíster militum, esperando develar algunos misterios de su personalidad. - Dile a tu cuñado que se mantenga a distancia junto a la guarnición, nosotros avanzaremos hasta el centro del campamento y dejarás que tome la iniciativa, aquí los hunos infunden un respeto milenario y viéndome al lado tuyo quizás ganes su lealtad más rápidamente. A caballo se acercaban a la delegación de bienvenida, algunos guerreros a medida que se aproximaban iban cerrando el acceso, gritos que más asemejaba una exclamación de valor ante los forasteros no amilanaban la postura erguida de los dos jinetes. Habla Sanguibán. - Dice que no han hablado con él para fijar un plan de trabajo con los romanos, se siente a disgusto por los problemas que le ocasionan los nativos al paso de su ganado-. - Pregúntale que relación tiene con los alanos de Genserico, acaso piensa que ellos están mejor que él. - Son del clan de Respendial y que ellos sólo continuaron leales a la decisión de su padre Goar, aunque no le entiendo bien dice que le incomoda todos los problemas que causa este edicto, quizás sea mejor asentarse en un territorio-. - Pero para lograr eso hay que hacer méritos, explícale la ausencia de su tribu en gestiones a mi servicio, adviértele que la falta de cooperación no ayuda a su asentamiento y qué puede aportar él a ese respecto-. Vino una pausa incómoda para Aecio, mientras Traustila le explicaba su pedido a Sanguibán; alrededor continuaban el contingente de alanos con miradas soberbias que enaltecían su tradición. - Mejor no traduzco lo que escuché pero te digo que no acepta imposiciones, más bien pretende seguir en estas tierras sin provocar las iras de tu mandato, hablando en concreto, este Sanguibán-, dicho esto se volvía y sonreía al líder alano-, promete no causar ningún estropicio en esta región como único compromiso a tu gestión-. - Pues eso no basta, yo pacté con su padre y no me puede venir con estas estupideces ahora-. El rostro desencajado de Aecio sorprendía la jovialidad de Sanguibán que estaba preparado para lo peor. - Desafíalo, las pruebas de valor físico animan su criterio y quizás puedas ganar su confianza, al menos contaremos con su simpatía. Aecio pensaba en lo último que planteaba Traustila y no le parecía tan desacertado


porque no demoró en planear una idea descabellada pero efectiva para granjearse el afecto del alano. - Dile que tengo unas tierras en Armórica, en donde se pone el sol, allá en las aguas del vasto mar, las que he pensado conceder a su tribu sólo si me demuestra que es capaz de lidiar contra otras tribus en el nombre de Occidente. Yo necesito que mantenga la defensa de una ciudad muy vulnerable a los apetitos bárbaros en Galia, es la puerta de entrada a Auvernia y por su vasta trayectoria en esta región podría garantizarle buenos augurios, se trata de Orleáns cuyas murallas son franqueables a cualquier sitio prolongado dado su aislamiento. - Sanguibán apenas ha oído del mar, cómo puedes favorecer su conocimiento sobre las tierras que piensas cederle. - He pensado en ello y le reto a una travesía por la ribera del Loira hasta llegar a la vasta Armórica, acaso es capaz de resistir a caballo este viaje, ¿o acaso estos años de sedentarismo le han anclado a la tierra?, si me demuestra su bravura en la cabalgata le concedo el privilegio del dominio en esta región bajo la condición antes mencionada-. - Tú estas loco, primero le prometes tierras sin el consentimiento del emperador y luego lo desafías a cruzar de lado a lado Auvernia hasta el mar, estas confiando mucho en tu suerte. - No te alteres, hay que pensar de prisa y olvídate de los burócratas de Rávena, aquí sólo cuenta nuestra habilidad para tratar a los bárbaros, y los desafíos sirven para medir el coraje que ellos poseen de sobra pero que es necesario sacar a la superficie para enaltecer su ego. En la traducción de Traustila, Aecio veía la evolución del rostro de Sanguibán desde la confrontación hasta el envanecimiento por el reto aceptado, muy bien sabía lo que traería este desafío, confiaba en su conocimiento de las estepas y el instinto proclive a la travesía y la conquista de nuevos lugares que estos individuos no disimulaban. La promesa de mejores tierras quedaba como meta en el horizonte mientras el rey alano aceptaba su propuesta.

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unca se supo bien como empezó pero las noticias producían el escalofrío que todos esperaban. La guarnición de Aquincum, apenas una presencia de Roma en el este, no daba señales de vida. En las ciudades de alrededor empezaron a correr el rumor de la presencia en esa región de un gran ejército bárbaro, las versiones eran difusas, transmitidas por los comerciantes y algunos evacuados que huían en dirección de Occidente daban cuenta de la presencia amalgamada de un contingente germano, otros sólo de la presencia de los hunos y los más arriesgados apostaban a una combinación sanguinaria de ambos elementos; inconcebible porque todos asumían la amistad de Aecio con el rey de los hunos, pero podría no ser así. Rumores de desaire en la corte de Atila por no aceptarlo como pretendiente de la hermana de Valentiniano, otros de una posible consumación de ellos con una facción de los francos ripuarios, quizás los más tremendistas aseguraban el pacto más monumental, desde la invasión de Alarico, entre Atila y Genserico rey de los vándalos. Un amigo no hace eso y quizás sucedía de esa manera, quien conocía la verdad no podía imponerla por la impetuosidad de todas las opiniones, sólo el humo de las ciudades saqueadas testificaban a la distancia la presencia de una nueva invasión en los territorios de Occidente. Qué diría el magíster militum ahora, si se confirmaba la más mínima sospecha de la mano de Atila en todo esto, qué era lo real de lo inventado. Si permanecía en Oriente consumando todas las tropelías que podía imaginar, entonces que hacía aquí. Estas señales crecerían con el tiempo, la lentitud de las informaciones con el cursus publico interrumpido y los tributos demorados, provocaban más fantasías y conjeturas. Volvían los miedos consumidos en las dudas más desesperadas, y se movía la tierra para dar paso a la avalancha de los ímpetus ajenos al proyecto de consolidación en Occidente.



“ Esta es una oportunidad de guerrear, saquear a nuestra manera y no vamos a detenernos acá, si alguien no cree en esta avanzada mejor que abandone ahora porque no toleraré obstáculos al avance de mis tropas hasta el corazón de este dominio, si están excitados por pisar Occidente les digo que guarden sus apetitos por cada metro ganado a los romanos, yo jamás tuve pusilánimes entre los míos y confío en triunfos de aquí en adelante”. Sobre las ruinas de Carnuntum se erguía el único capaz de opacar el esplendor fantasmagórico de Occidente, como una sombra negra y las manos en su cintura, disponía de la visión más terrorífica del conglomerado que le seguía en esta aventura, los gritos de éxtasis y gloria enaltecían su ego, elevándolo más allá de la altura que el ocupaba en su encendido discurso”. “ Yo les doy estas tierras, pastizales para nuestros caballos, extensión de nuestro Imperio. Ustedes me dan estos triunfos y me embargo en la emoción de seguir adelante; si ya triunfamos en Oriente, traemos más energía para derrochar en estas tierras, miedo vamos a sembrar hasta que alcancemos la cumbre de todas las conquistas, y no crean que les pido poco, yo los voy a conducir a esa cumbre, yo les mostraré el camino de aniquilación de este mundo por un recambio que aportaremos con mucha energía”. Empuñaba sus manos como si supiera que canalizaba todas las fuerzas difusas que lo conducían al pedestal de esas ruinas. En esos artificios de oratoria buscaba lograr más fuerza para sus ambiciones, intentando identificar sus deseos con los de sus seguidores, pero eso estaba de más, porque su carisma lo arrastraba más allá de esa imagen prominente que todos reconocían en él. “Les doy todo el crédito de esta victoria, pero para seguir adelante debemos asegurarnos que buscamos lo mismo, porque si esta fuerza llega a dividirse todo estará perdido. Me dan mucho por que creer y les retribuiré en esa misma medida porque de seguir en este camino lograremos el triunfo sobre todas las civilizaciones conocidas hasta ahora”. La puerta de Oriente quedaba abierta una vez más por obra de los bárbaros adictos Al saqueo y no a la hospitalidad indecorosa de su condición. Por ver quedaba la reacción que la sonajera ruidosa de estas comunidades provocaba en el magíster militum que más tarde se enteraría de todos los pormenores. “ Véanse ustedes, somos miles y vamos a poblar estas tierras, no nos quedaremos aquí masticando el polvo de Panonia, al borde del Danubio, han llegado muchos antes que nosotros, una ciudadela militar romana saqueada es poco y como símbolo de nuestro compromiso para seguir adelante los conmino a destruir y reducir a las cenizas todo recuerdo de romanización en esta zona y así mantendremos el pacto de fuego que nos une”. Mucho sufrió Carnuntum históricamente, las invasiones anteriores rebasaron con violencia esta ciudadela, ex canabae, pero nada hizo que la borrara de la tierra, como consolidación de la romanidad permanecía intacto el anfiteatro y el baño termal, los edificios de varios pisos y las casas que reservaban curiosamente el estilo de Panonia, como las habitaciones dispuestas a uno y otro lado del corredor central. Incendiada una vez y para siempre, sus vestigios dejarían paso a la prolongación de la estepa más allá del Danubio.

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e imaginaba en compañía de Bleda, sorteando los vados y riachuelos que se atravesaban en el trayecto. En la soledad de la montura se me cruzaban imágenes audaces de jinetes ancestrales en la plenitud de la estepa; durante mi cautiverio entre los hunos aprecié el arte de la cabalgadura, intuía la importancia de su dominio en todo el apogeo del Imperio Romano, pero el efecto envolvente y fantasioso que producía en mí su ejecución, elevaba el espíritu, ahora en apresurada carrera por el margen del Loira, en compañía de Sanguibán y algunos jinetes de su guardia personal, volvía a recordar aquellos instantes fugaces de dicha verdadera. Sin la seguridad de sus lugartenientes, estaba confiado en mi criterio, demostrando una independencia de carácter que me permitía influenciar su juicio. Aprovecharía para demostrarle la conveniencia de nuestra alianza, en un día claro de primavera con la frondosa vegetación que otorga esta cuenca. Sorprendido por la vida que brotaba a su alrededor, se impresionaba por la gran cantidad de venados y jabalíes en estado salvaje, buena ocasión de demostrar sus dotes de cazador, que yo imaginaba, ejercían sus antepasados en condiciones muy precarias allá en el desierto de los Urales. Aunque no nos comunicábamos podíamos entendernos con gestos y expresiones de naturalidad que ya sabía valorar muy bien de todos estos pueblos nómades, su alegría no disimulaba el impacto que causaba el paisaje en él, y en los breves instantes de descanso no dejaba de recorrer con su mirada todos los rincones de este paraíso terrenal. Alentado por su buen ánimo lo conducía por los parajes donde sabía que no nos toparíamos con los nativos celtas, aún cuando reconocieran mi rango no estaba seguro de que lo respetasen. Transcurrieron un par de días en la contemplación de aquel jefe alano que dejaba escapar su admiración por el entorno, gozaba de la cacería y demostraba una apertura más benevolente hacia éste emisario imperial que lo veía como un amigo, el plan original justificaba este viaje. Tranco a tranco deshacíamos la distancia, y mientras más vegetación bullía desde los parajes de Galia, más asertivo se mostraba el jinete, disparados como saetas a través del llano, en un terreno más despejado y desprovisto de altibajos o gradientes elevadas, sentíamos a la distancia la cercanía del mar, en la presencia de las aves típicas de su ambiente, algunas poblaciones celtas nos salían al paso pero en actitud pacífica, quizás aliviados por una distancia considerable respecto al epicentro de todas las calamidades en el mediodía galo. En mi curiosidad por su pueblo no podía eludir la evidencia de que su pueblo utilizaba los adornos geométricos y esos símbolos tanga que tanto significado le asignaban los guerreros, mi extrañeza surgía porque al conocer a los hunos, vándalos y burgundios, estos pueblos herederos de la estepa preferían el adorno zoomórfico, con estampas de lobos y dragones en sus atuendos personales, algo que no pude comprender por la diferencia en el idioma, lo único zoomórfico eran aquellos estandartes impregnados de la gran imagen del lobo, una adoración para los guerreros de la estepa. Si bien no hablábamos, nuestra comunicación se apoyaba en el terreno no verbal, el de las expresiones, ahí lo más significante fue comprobar aquella mañana al pie de la colina donde oteamos el océano profundo; su rostro petrificado por la emoción, denunciaba el gran impacto que le provocaba esa visión maravillosa, como de la tierra prometida. En la mirada pronunciaba la exclamación de este territorio que colmaba sus aspiraciones más íntimas. Yo le hablaba para reafirmar nuestro pacto pero él contemplaba impávido la insondable continuidad del mar. En este viaje conocí mejor a los alanos y me permitió comprobar la real necesidad que tengo de ellos. Con ansiedad proyectaba alianzas y estrategias de ataque, en todas veía que era yo quien más necesitaba de esta relación, peor aún si se confirmaban las sospechas de una invasión masiva por parte de los hunos y sus vasallos germanos; sin miramientos por las consecuencias de esta nueva promesa territorial yo sólo proyectaba el frente de ataque de una contraofensiva violenta. El símbolo del dragón en sus estandartes era el grito de guerra que más necesitaba para las urgencias del presente.



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uere Gala Placidia. Años de integración pacífica con los bárbaros, sus sabios consejos al oído de Ataúlfo reformaron el estilo de los godos y aunque no es del todo mérito suyo, la fase de integración se facilitó al legitimar sus aspiraciones mediante el primer foedus firmado con el usurpador Constancio, segundo marido de la difunta. Que extraña coincidencia, los años permiten ver mejor la influencia que tiene alguien en el desenvolvimiento de una situación, éste es el caso que nos ocupa, pues su hijo Valentiniano recibió en su educación los consejos adecuados para no sustraerse de la alianza con los bárbaros para la mantención de Occidente en el firmamento de todas las civilizaciones. Muere Gala Placidia y se erige un mausoleo en su memoria para honrar los tributos que ella demandó para la ciudad de Rávena, casi como una obsesión de la perfecta casa de los emperadores, esa ciudad es el homenaje permanente que puede exigir un personaje de esta envergadura. De su rapto violento de Roma apenas se conserva el recuerdo de su entrega hacia el mundo godo, sin un sacrificio estéril sino con la simpatía de alguien que albergaba mejores esperanzas para ellos. Predilección por los bárbaros es aquello que conservó por muchos años Gala Placidia, aún en su puesto de tutora del joven emperador, lo condujo por el sendero de la integración, algo que no podemos asegurar cumplió de forma fehaciente. Recapacitar es el modo de pensar sobre los muertos, en sus decisiones caben todas las condenaciones pero en el paso del tiempo se dejan ver las luces de sus efectos. Gala Placidia lo supo al llegar su fin, pero lo reafirmamos ahora, ella es la causa fundamental del cambio de juicio, entre su élite respecto de los bárbaros.

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os francos de Tournai estaban liderados por Meroveo, gordo y excéntrico cavilaba todas las posibilidades de la alianza con el magíster militum, pero no se afanaba en cuidarse de su propia tribu, entre uno de sus clanes se planeaba afirmar a los hunos con tal de hacerse del poder. Enviaron emisarios hasta Valaquia, se reunieron con Atila y le hicieron ver su descontento con la gestión de su köening, aquel con olfato oportunista les concedió foro para representar a su tribu, desconociendo a Meroveo. Con esto era evidente que Atila ya pensaba en aliados al otro lado de los Cárpatos, y si venían hasta él tanto mejor, al parecer a este clan no le preocupaba la cercanía de otra tribus germanas como los ostrogodos, hérulos y gépidos que compartían afinidad con el líder huno y que llegado el momento reclamarían su tajada en la repartición de los territorios ganados. En la ceguera del poder suelen buscarse alianzas con los menos indicados y este clan no conocía el terreno que pisaba; para sellar este compromiso le aseguraron a Atila la mano de una de las doncellas a cualquiera de su corte que él designara, sólo con el propósito de asegurar su beneplácito con esta alianza. Con admiración observaban la manada de caballos que rodeaban el campamento huno, pensando en la conveniencia de contaron esta supremacía para sus miserables intereses. La sonrisa de Atila escondía lo insondable de sus pensamientos que diseñaban los planes de alianzas y estrategias de ataque en el lado prohibido. De Genserico obtendría el apoyo que sus incondicionales no podían darle, del mar una flota de miles de vándalos asegurándole la conquista de Roma con la promesa de un gobierno compartido en ese lado del Imperio. Los godos se afirmaban en Tolosa y al exterminar la amenaza bagauda soportarían sin desgaste su propia gestión en esa zona, pensaba Teodorico sin tanta intromisión de Aecio, pero los francos constituían una amenaza para su predominio, al menos así lo cavilaban sus lugartenientes que se oponían a las gestiones de apoyo del magíster militum para ubicar a los francos en una zona cercana a Auvernia, conociendo la propagación que tendría esta colonia más al sur según su experiencia. Sólo la lealtad de Avito reafirmaba el compromiso de los godos de Teodorico hacia él. Traustila aún continuaba fiel a Aecio, en la nueva corte huna no sentía apoyo a su gestión por Occidente, desplazado por los lugartenientes del rey Atila, que le aconsejaban prescindir de los traidores camaradas de su hermano Bleda, en esa circunstancia intuyó que la actitud neutral de los hunos respecto de Rávena cambiaría al corto plazo. En uno de sus últimos viajes a la corte de Valaquia se enteró de las posturas más incisivas que influían en Atila y que provenían de Orestes, un filósofo bizantino que no disimulaba su antipatía por Occidente, al desmerecer el botín obtenido en Tracia los comentarios más recurrentes apuntaban a desviar la atención hacia el otro lado, y ese estado de cosas se imponía cada vez más, así que la impresión que se trajo Traustila no era optimista. Aún más le preocupaba la cercanía de esta nueva corte respecto de Dacia. Exiliado por los suyos y abatido por la amenaza que acechaba, el regreso era desalentador. Aecio tenía las cartas justas para decidir lo correcto, ahora debía inclinar su balanza, asunto que no estaba tan fácil. De Rávena apenas se esperaba que las cosas siguieran igual tras los pantanos; mientras la huida hacia Bizancio estuviera asegurada para la familia real, lo demás estaba de sobra.


- Impredecible es tu amigo Aecio, luego de colocar a todos sus aliados en regiones de Occidente, le deja libre el paso a Atila, seguro ambos planifican la muerte de la familia imperial y su capital Rávena, ahora que mantiene la lealtad de los alanos en su mano realizará su sueño de hacerse del poder total. - No me impongas un juicio injusto sobre la naturaleza de mi relación con Aecio, en las medidas adoptadas por mi para favorecer su gestión sólo existe la precaución de evitar un desastre mayor en las provincias apartadas, que no suceda lo de Britania y la Cartaginensis, su inigualable relación con los bárbaros, conocida por todos nosotros, ha obligado a perpetuar sus atributos de magíster militum, sumado a esto el apoyo que recibió de mi madre, qué podía hacer yo para evitar esto, al aceptar tu invitación a tu hogar no me esperaba un comentario menos juicioso que ese. - Disculpa pero has de saber que yo auspicio los intereses más encontrados a la permanencia de esos grupos en Occidente, y en tu familia no es difícil encontrar respaldo al asentamiento de los bárbaros, en tu inmadurez reconocí la influencia de tu madre pero al parecer tú tienes tus propios prejuicios. - Mejor será que pienses así, no conozco la idea que te ha dado de mí nuestro común amigo el eunuco Eutropio pero quizás te equivocas en adelantar mi apoyo a estos incivilizados que desmerecen nuestra cortesía al pensar en la debilidad de Occidente. - Buen principio querido emperador, no te queda mal el título, lo sabes llevar bien por la gallardía de tu estampa, pero no arruines la oportunidad que tienes al desempeñar el cargo más poderoso de todos y que puede llevarnos al éxito de las conquistas si acaso supones mala influencia si acaso concuerdas en ver la mala influencia de Flavio Aecio. - Siempre fue mala influencia, los panegíricos de Merobaudes solo contribuyen a fortalecer esta percepción, y supones bien al pensar en su incorregible actitud favorable a esos desalmados, sin trepidar en exigir más prerrogativas que lo coloquen en inmejorable posición para negociar ante ellos; en estos días he percibido como se las arregla a costa nuestra para impresionar a sus bárbaros. - A costa tuya querrás decir, porque yo no le habría permitido propasarse más allá de la envergadura del cargo que detenta, si tu santa madre reposa entre los muertos, podrá demostrar al resto de los mortales cual es el real compromiso que tienes con ese desleal. - Aún no reparas en las consecuencias que tendrá la arremetida de nuevos grupos por el Oriente, y quien sabe si es estrategia convenida con nuestro magíster militum, si sus hunos no le obedecen ahora me parece sospechoso por decir lo menos; de llegar a confirmarse todo este plan-. Valentiniano pensaba en las consecuencias de estos hechos, no era difícil anticipar el mar de tribulaciones que tendría para Occidente una masiva entrada de bárbaros, similar a la del 406, el emperador aparentaba calma ante Petronio Máximo pero el hábil aristócrata leía la preocupación en su cara. - Mi joven emperador, bien sabes que nominalmente aún concentras todo el poder del Imperio, tú llevas la púrpura y la diadema, mantén este orden de cosas pero prevé el futuro mirando hacia Oriente, sólo en tu familia real es posible encontrar a los verdaderos aliados, lo que suceda es imposible de detener ya que la contundencia de las armas está de parte de Aecio, pero el conocimiento del poder y su administración sólo es permitida a los hombres de nuestro linaje, deja que él se empecine en sus alianzas y pactos de hospitalidad, tú mantén la frente al otro lado esperando que la unidad del Imperio pueda hacerse realidad una vez más y los ejércitos que precedieron la gloria de nuestros antepasados volverá a hacerse realidad. - Ese Atila es una fiera y tiene mucho prestigio entre los hunos, aunque ha colaborado con la detención de bárbaros dentro de Galia aún es temprano para asegurar que ambos no


tienen nada que ver en la destrucción de Carnuntum, perder este territorio es inconcebible, nada tendría sentido ni justificación, tú sabes el riesgo que supone la pérdida de más territorio, este episodio debe resolverse luego y debemos emplazar a Aecio respecto a su lealtad. - Si te gustan los juegos allá tú, yo sólo voy por el camino seguro que me plantea la indisponibilidad de quien siempre se ha jactado de su buena relación con los bárbaros, te debes precaver de él, considera el riesgo de dejarle toda la iniciativa en sus manos, ya debieras pedir auxilio para conformar una fuerza combinada con Oriente. - Eres pesimista, él ya debe estar pensando la forma de contrarrestar esta invasión, sólo que las alianzas que surjan tendrán más poder si se llega a la victoria, pero eso no importa, el riesgo que se cierne en estos momentos reclama su autoridad para resolver la batahola-. - Te digo y repito que en la unidad del viejo esplendor del Imperio Romano Occidental se logrará restablecer el equilibrio de fuerzas en la región, yo soy insostenible si me dejo llevar por la senda de Aecio, hay mucho que resolver y me parece importante tu adhesión a la familia Imperial-. En este debate el rostro parco del aristócrata se trocaba en gentileza al sugerirle mejor avenencia con los miembros de la realeza y a través de ellos con el patriciado aristócrata que alguna vez detentó el poder romano.

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odía percibir el rumor de los pastos, estaban en occidente. Era un pálpito infalible, apenas a costa de refugiados, territorios perdidos, olor a cenizas y demás signos de avance, todo estaba sumergido en las visiones de mis sueños, yo lo vi antes, despertando angustiado por el impacto sudoroso de las incontenibles legiones de Atila, ahora que no contaba con su respaldo, intuía lo débil de mi posición. Desvelado impenitente era conducido al mirador de un futuro aterrador, noche tras noche sufría los embates de las hordas estepáricas, podía ver su febril voluntad conquistadora en visiones fantasmagóricas que me alertaban lo que iba a ocurrir y yo amanecía humedecido por la fuerza de tales visiones, sin demostrar preocupación continuaba adelante procurando tener todo bajo control pero nada seguía igual mientras yo estaba más perdido, adelantando las opacas resonancias de esos sueños envié adelantados a las zonas en problemas y pude comprobar por anticipado la presencia de elementos bárbaros en la región de Dacia, las caídas de Carnuntum y Aquincum no eran novedad para mí es esa época, todo cobraba sentido y las invasiones que quebrarían las defensas danubianas resentían mis sentidos hasta tocar la piel erizando los pelos. Inquebrantable prolongué mi ignorancia ante las autoridades de Rávena para no provocar pánico. Difícil fue evitar la irradiación que estos acontecimientos iba provocando mientras pasaban los días, aún considerando la capacidad de respuesta en esas regiones, insostenible se derrumbaron las escasas guarniciones fronterizas y los poblados sucumbieron al saqueo casi como el advenimiento de una plaga. Yo soñaba con la faz de Atila, erguido ante su tropa, pronunciando un discurso triunfalista, mientras los escombros de Carnuntum arrasada servían de escenario ante la contemplación de su ira. Miles de jinetes remontando los vados del Danubio, subiendo las alturas de los Cárpatos, acechando cerca de las poblaciones galas, en qué momento ocurrirían la debacle total, en qué momento.



- Me ha ofrecido la custodia de Orleáns, a cambio de territorios cerca del mar, allá por Armórica, le debo adhesión a los romanos, estoy convencido que no tenemos mejor opción ante nosotros, pero debo tener el apoyo de todos o de ninguno. - Suerte que tenemos a los romanos de nuestro lado, no veo las dificultades que tiene esta alianza pero cuida de los intereses de tu pueblo, debes pensar en que estrategia bélica se empeña Aecio para insistir en nuestra cooperación, no malinterpretes mi pensamiento pero lo veo demasiado ansioso en este plan mientras te deslumbra con la posibilidad de llevarnos al mar. - Habla en serio, fíjate que desde Goar no hemos alcanzado una alianza tan significativa como esta, tenemos a cargo una fortaleza como Orleáns, en un territorio que conocemos muy bien, qué riesgos pueden cernirse en estas tierras que soliciten nuestra participación, aún estamos bajo el edicto que nos autoriza a pastar con el ganado por toda Auvernia. - Te olvidas de los hunos, ellos igualan la técnica y superan nuestra capacidad en el arte de la batalla a caballo, nos desalojaron de la estepa hace muchos años atrás, obligándonos a entrar en los dominios occidentales muy a nuestro pesar, esa historia nos confronta nuevamente, por lo demás ¿dónde quedó la amistad de Aecio con los hunos?, los de Traustila son menos que un clan fervoroso y partidario del magíster militum, pero el rey de Valaquia tiene todos los números a su favor, y si el romano ha osado despertar su ira, ¿acaso nosotros ocuparemos el rol de los hunos?. - Hablas demasiado-, alza la voz Sanguibán, deteniendo en seco las cavilaciones de su contendor,- acaso olvidas que los de Atila se entretienen en Oriente saqueando las ruinas de Grecia, qué puede hacerles voltear hacia Occidente, estas delirando con amenazas que coexisten, además esa historia del desalojo de las tierras del Don esta retocada por muchas generaciones que exageran el perfil de los hunos, yo mismo no creo tanta calamidad; más daño nos produjo la escisión de nuestro grupo a manos de Respendial con el cual apenas entramos a Occidente. - Pobre de la joven generación que apenas se cree el mito de la eternidad del lobo de la estepa, si no temen a los hunos entonces a qué, me parece que no procedes en sano juicio al descalificar las historias que relatan las generaciones que te preceden; te advierto de los rumores presentes sobre el advenimiento de los hunos al otro lado de los Cárpatos, aseguran que las guarniciones de Carnuntum y Aquincum cayeron en manos de Atila, así que empieza a moderar tu juicio, para tomar partido en estos acontecimientos que te elevan como protagonista. - Eres un viejo sabio, pero no le temas a los hunos, que en estas generaciones han logrado pactar acuerdos con los romanos, no podrían torcer esa voluntad ahora, además quien podría colocar a los romanos en su lugar si no son ellos y por lo tanto en inferioridad de elementos lo aconsejable es unírseles en el peor de los casos. - ¿Pactar con los hunos?, estas desquiciado Sanguibán, en tu impulsivo juicio confiarías en la supremacía huna, ellos no pactan con nadie, los romanos le han cedido territorio en Oriente con la promesa de aquietar sus ansias de expansión, para los demás ellos son insondables en sus decisiones, sólo acatan sus apetitos y no renuncian a ningún territorio de antemano, aceptan las condiciones en el campo de batalla y no en otro lugar. - Algo de ellos tenemos, muy difícil ha sido nuestra convivencia aquí con los nativos y nuestros acuerdos no nos han colocado en mejor pie que antes, los romanos nos valoran, al menos Aecio, y le hemos retribuido con servicios de exclusiva limpieza deshaciéndonos de los indeseables bagaudas, tan diferentes a los hunos no somos porque aún somos nosotros sin renunciar a nuestra naturaleza por un puñado de tierra, al menos reconoce que no nos seduce el estilo sedentario occidental. - Aún no pero los acontecimientos pueden tomar una trayectoria distinta, mal no estamos porque seguimos nuestra naturaleza, pero ya intentamos eso hace años en un reino

de antaño que tú olvidas por desprecio a la historia y la ráfaga de los hunos aniquiló todo eso, ahora tu hablas de negociar con los hunos manteniendo nuestra naturaleza, te digo que equivocas el juicio. - Así será, pero los romanos aún necesitan de nosotros y esa necesidad nos mantiene en nuestra naturaleza.


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ecesitaré la caballería alana, en la infantería los godos pueden rematar la ofensiva huna, parece un sueño increíble conjugar a todos los bárbaros en un plan de contraataque occidental. A ver que pensará Valentiniano cuando piense en las soluciones a la avanzada de Atila, a ver como le queda su odio a los bárbaros y esa intolerancia a pactar con ellos. Si me arriesgo en conceder más atribuciones a mis aliados quizás se produzca la debacle en Rávena, puedo prometer territorios a mi antojo, puedo separar Galia del resto del Imperio y me quedaría tranquilo en una región que bien conozco, pero lo destemplado de las apreciaciones nos conducirá a la desintegración, forzaré el cambio y lo sé de antemano. “Hay que ganar la altura”. En la voluntad de los acuerdos no se encontrará la paz del futuro, sólo en la comunión de los esfuerzos podemos salvar al Imperio de Occidente. Pero que puedo esperar del Mediterráneo, que desearían ellos para que salve la honra perdida desde Augusto, porque disculpar tanta arrogancia y falta de sentido, jamás seguí los patrones convenidos por el patriciado y no me plegaré ahora a las demandas de autodeterminación aristocrática sin consultar la deliberación de mis convicciones. “Desde la altura podré avizorar la vastedad de su ejército en formación ejemplar”. Pero mis sentimientos seguro que me llevarán hasta la respuesta de todas mis dudas; como si no supiera que los bárbaros son mis aliados en estos días aciagos, como si el pasado no significara nada ahora veo con claridad donde me conducen los pasos, con el color de mis ansias adivino lo que viene y no me espanta la reacción de las capitales regionales, si los campos albergaran ejércitos de peludos germanos consentidos en pactos de hospitalidad, quizás ellos podrían sostener la mejor de las defensas en este vasto territorio. “la colina más alta me asegurará el triunfo”. Así es el infierno de las circunstancias que toman mi vida para reclamar decisión.

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a población nativa en la conflictiva región, sometida a la invasión, desconfiaba de las movilizaciones romanas para contrarrestar el enemigo, sobretodo en la consabida amistad que detentó históricamente Aecio con respecto a los hunos, más bien parecía un ardid para esconder la intención de someter a todo el Imperio bajo las órdenes del magíster militum; pensando en esta cuestión Aecio albergaba más confianza en los temores de los bárbaros asentados en Occidente para informarle del movimiento de los hunos y sus vasallos germanos. De esta manera logró ventaja al contar con la asistencia de guerreros burgundios deseosos de granjearse la confianza del líder romano. Los seguimientos abarcaban la margen de los principales afluentes de Dacia, trayecto obligado para la sedienta cohorte de Atila. Pero lo que no estaba en los cálculos de nadie eran las insondables vaguedades del pensamiento de Atila que en un rumbo desconocido se aventuraba más a Galia de lo que nadie hubiera creído. Así sucedió lo de Metz en Bélgica, como una advertencia de lo que venía. En unos meses cruzaban la vastedad de los territorios periféricos de Occidente, apenas complacidos por el abandono que los propios romanos concedían a esos poblados de Dacia otrora magníficos reductos comerciales. Con más astucia que oportunismo, Atila supo esquivar todas las conjeturas sobre sus movimientos en esa zona, descartando las empobrecidas poblaciones que se ubicaban más allá de Galia; lo del incendio apenas queda para la fantasía del presente, es el fantasma de su presencia en Galia lo que sobrecogía al magíster militum, en Galia ya era realidad la amenaza de su estigma, los datos propinados por sus informantes burgundios, que no se dejaron llevar por la burla de sus movimientos, ya aventuraban cifras sobre su presencia, movimientos que complicaban las estrategias a seguir pero que irreductiblemente definían la realidad del momento, lo real importaba ahora y eso definía todos los cálculos futuros, dejar las divagaciones era el predicamento más acertado.



- Incendiaron Metz, en casi medio año han alcanzado Galia sin que nadie haga contrapeso a su ejército. - Dios, que ejército más formidable debe ser, ese Atila es más grande que Radagaiso, hacer tanta desgracia en este territorio y que no les salga nadie al paso es un verdadero logro. - Es el caudillo que los hunos necesitaban, pero no valen las palabras si los hechos rebosan en contundencia destructiva. - Algunos informantes describen un inmenso conglomerado de bárbaros germanos a su servicio, será posible tanto servilismo, tanto poder para doblegar a tribus indomables, de la estepa viene la amenaza para Occidente, estos jinetes caerán en cualquier lado y harán de las suyas, acaso no haz pensado en una huída antes que perder tiempo en un enfrentamiento estéril. - No sabes los miles de jinetes que pueblan la vastedad de la estepa bajo el estigma de los hunos, son loa amos del pasto duro, y en la excitación del saqueo apenas piensan en proyectos futuros, lo que harán ni siquiera lo saben ellos. - Son poderosos en el manejo de los arcos y flechas, tal vez podremos hacer algo para evitar tanta destrucción, quizás nada pero pensar algo sea menos inútil. - Es mejor no pensar, ahora se imponen los hechos y en esa realidad, los romanos deben ver que hacen, acaso podrá hacer algo Aecio, yo lo dudo si ni siquiera tiene la estima de los godos. - No hay prioridad para nada y no podemos confiarnos en el poderío irresoluto de Aecio, lo más aconsejable es la huída, teniendo tanto a nuestro favor podremos rehacer nuestro esplendor, aconsejable es huir más al sur y si Rávena no nos ofrece nada, mejor quizás es ir a Oriente. - Mejor será pensar en las oportunidades que tenemos aquí, aunque nada nos haga pensar que esto es lo mejor, si piensas en el semblante de Atila, tal vez nada convenga más que la huída a la que tanto haces alusión, entonces mejor ir a Bizancio. - Eso pensaron los que huyeron de Radagaiso en el 406 y vinieron hasta acá, ahora nos toca hacer lo mismo. - Ahora que dejo en paz a Oriente sea tiempo de ir hacia allá, preparar todas las provisiones para terminar una salida rápida por los pasos de los Cárpatos. - Dicen que en Carnuntum no dejaron piedra parada y que toda la población militar que se resistió a la embestida fue degollada, es tal la brutalidad de los hunos que incineraron los cuerpos junto a las ruinas de la ciudad, ahora el viento de la estepa se ha llevado las cenizas. - Es cierto que dicen que donde pisan los caballos de Atila jamás vuelve a crecer el pasto.


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n la catarsis de la borrachera el campamento de los hunos se incendiaba de calor humano; la noche diáfana de Auvernia contrastaba con la dureza del clima a que estaban habituados y en la primavera del piedemonte descubrieron un paisaje que dejaba atónitos sus sentidos, la soldadesca aletargaba su espíritu en una festividad dionisíaca vociferando sin cesar el nombre de Atila, los triunfos de Carnuntum, Aquincum y el incendio de la ciudad de Metz provocaban la algazara de los hunos, pero éste ya no celebraba entre los suyos, más bien se replegaba en sí mismo buscando la compañía de su voz interior. Oreste provocaba al rudo guerrero tratando de sonsacar sus planes de invasión futuros. “Me dirás en lo que piensas excelentísimo señor, sabré compartir tus divagaciones y guardar el secreto que corresponde a tan importante gesto de confianza”. Silencio, mientras al fondo se escucha la algarabía de su pueblo bañado en alcohol. “Hemos acompañado tu ruta mi señor, compartiendo las conquistas que a cada paso honran tu nombre, pero la confianza que surge en este momento, demanda pronunciar tus proyectos, de paso te ayudará a aflojar las ansiedades”. Los ojos chiquitos rasguñaban las incertidumbres del empalagoso filósofo, que tenía mucha más ansiedad en conocer las cavilaciones de Atila, pero que sabía guardar silencio al movimiento solitario del líder huno. “Los soldados te extrañan en estos momentos, quizás debas ir al centro del campamento, tú significas tanto para ellos, sólo tu presencia les anima”. Atila lo trajo en esta travesía, para recompensar todos los favores realizados en la corte de Valaquia, y extasiado por los cumplidos y alabanzas que elevaban la figura de Atila al podio de los vencedores. “¿Acaso piensas que sin ellos tú estarías aquí?, no lo pienses más porque en las dudas no encontrarás la paz que necesitas, agradezco tu intervención para acompañar vuestro viaje y desearía mantenerme a tu lado, aconsejarte sobre las debilidades de Occidente, me placería seguir siendo la ayuda que nadie pueda rehusar”, Atila consentía sus alabanzas porque había ayudado a los avances estrepitosos en la región de Galia; ya proyectaba a Orestes como regente de estas tierras en su ausencia, ya le conocía sus dotes de administrador en Valaquia y merecimientos había de sobra. “Sólo un milagro puede salvar a Aecio, por mucho que conozca a los hunos nada puede hacer por impedir tu triunfo, sin desmerecer el respeto que tienen los bárbaros por él en estas tierras, tú eres mucho más”. Al escuchar el nombre de Aecio, Atila sintió un leve estrépito porque calculaba el valor del hombre que Occidente tenía al frente, tranquilo en su dominio no estaba, pero estos planes sus bucelarios lo sabían, y a estas alturas la ruptura con Traustila, el incondicional del Magíster Militum, era total. Pero la añoranza recorría el rostro del líder huno, si bien la compañía zalamera del romano le devolvía las ganas a su ego, algo lo desanimaba en lo más íntimo, miraba más allá de su vista fijando el interés en los recuerdos de las planicies del Mar Negro, en sus cálculos reconocía la adversidad que tenía al frente y temía acostumbrarse a las exquisiteces del clima templado, no se reconocía en un territorio hospitalario, por más que las incontenibles hordas avanzaran, siempre le ganaba la nostalgia. Pero ahí estaba Orestes para reconfortar su espíritu, con esa áurea de filósofo y conocedor de la cultura de Occidente que atraía la agreste atención de Atila. Sus lugartenientes se adhieren a ambos, extenuados por la prolongación de la fiesta, pero más preocupados por el semblante de su líder. En sus cavilaciones el entorno se preñaba del silencio espectral que éste provocaba, esperando oír su voz para dictaminar el curso de las acciones que hasta ese momento los llevaba al éxito. Mientras afuera el jolgorio no aflojaba, en la carpa que aún permanecía en silencio, todos observaban lo que el rey de los hunos podía decir. Sereno y erguido no dejaba de fijar la vista más allá de la audiencia de incondicionales, tomando una vez más el control de la situación fijaba la meta.


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a zona arrasada ya soportaba la evacuación de su población civil, incluso los informantes burgundios atestiguaban el arreo humano de miles de prisioneros de la región de Dacia hasta los dominios hunos de Panonia para ser reducidos a la esclavitud. Las señales indicaban que la dirección norte estaba destinada a los jinetes de la estepa, por eso no sorprendía la invasión de Estrasburgo del 450. Con todo esto, la información llegaba a los oídos del emperador Valentiniano, quien se desalentaba por los avances periódicos de las hordas hunas, supuso cierta concomitancia con el magíster militum de acuerdo a la amistad que les unía; pero en los contradictorios pasillos de su mente sabía reconocer ciertos gestos de lealtad en el pasado que rechazaba cualquier duda sobre el compromiso real de Aecio. No sucedió así con los intrigantes de palacio como Petronio Máximo que buscaron el pretexto en la situación para sostener sus odiosos comentarios sobre la actitud de Aecio. Desde Rávena las dudas aumentaban, infundiendo desconocimiento sobre los hechos reales que ensombrecían Galia. De inmediato se aseguró una guarnición sólo en la defensa de Rávena, presintiendo lo peor para la familia real, tal cual pensaba hace muchos años Honorio y que obligó un cambio en la capital del Imperio. En este encierro obligado se amplificaban las resonancias intrigantes, favorecido por las escasas actividades de ocio del emperador y su permanente contacto con el medio social. Más aún pensando en su inmadurez, exacerbada por la muerte de su madre, prematura para su gobierno. A la deriva de toda orientación, buscó consuelo entre los partidarios del antiguo régimen, acentuando su indefensión por miedo a la soledad, precisamente ahora que aumentaban los riesgos en el norte impidiendo la comunicación expedita con los funcionarios occidentales de esa zona, incluso la organización de la defensa de Galia se mantenía en el mismo sigilo dado el escaso tiempo a favor y para no perjudicar las estrategias a seguir. En esta incertidumbre lo que pasaba en Rávena apenas sacudía a Aecio, mucho trabajo tenía en recopilar información y buscar aliados.

- Yo aseguro tus posiciones en Aquitania, y me ocuparé de que les mantengan las ventajas de su hospitalidad, podremos asegurar el terruño que les acomoda, pero deben mantener la lealtad a mi mando, ayúdenme a desalojar a los hunos de Occidente y para tu reino vaticino lo mejor. - Eres generoso, y me halagan tus promesas de mejor estancia en estas tierras, pero detener a los hunos me parece inconcebible. - Quizás deberían recordar su propia historia, cuánto han padecido emigrando de lugar en lugar por tener que cuidar la retaguardia de aquellos jinetes, acaso olvidan lo de Ermanarico, y la debacle en su huída, tan poco vale la historia; ya veo que temen a Atila y pienso que harán cuando él se haga de este territorio. En la ciudad de Barcelona se asentaba temporalmente la corte de Teodorico, se concentraron los godos por miedo a una arremetida huna, aunque la información de Aecio les llevó tranquilidad. Unos dependían de los otros, y no dejarse vencer por el pánico era prioritario en estos momentos. - Sus vasallos ostrogodos y los demás aguardaban el momento en Dalmacia, pero no descartó que estén movilizados ahora. - Necesitaras más hombres que nosotros, o acaso piensas que haremos el mismo trabajo que hicimos contra los bagaudas, ¿así subestimas a los hunos?-. - No te adelantes, agradezco la ayuda de Avito y me honro en tener la confianza de los tuyos, puedo confidenciarte que busco mis aliados entre mis amigos, sólo pretendo la lealtad que siempre obtuve de ti. - Hemos ganado mucho en este territorio, tantos años de hospitalidad han limado las iniciativas nómades, obligando a efectuar gobiernos similares al romano, eres casi un hermano para los godos y conoces nuestra historia de desavenencias con los hunos, bien sabes contra quién combatimos. Ambos se observaban obnubilados pro el pasado en común, se reconocían en esta situación y el futuro aún les deparaba grandes momentos, lo que aún eran incapaces de admitir. A los ojos bárbaros la figura del magíster militum seguía asociada a los intereses de Occidente. Difícil no complicar la situación sin admitir el pasado de alianza junto a los hunos que mal visto era a los ojos germanos. - Pero lo que has de resolver con prontitud es la forma de convencernos de que ya no tienes nada que ver con los hunos y que formemos parte de este frente de contención en Galia; evitando además todos los comentarios que aseguran un plan tuyo para hacerte del poder total en Occidente. - ¿ Cómo puedes tener dudas sobre mis intenciones?, ¿acaso no me reconoces?. - No necesito prueba alguna, por Avito y por nuestra amistad, pero es mi gente la que debe convencerse de la verdad de tus palabras, tu historia junto a los hunos difícilmente se puede borrar tan fácil, admítelo, junto a su ejército aniquilaste a uno de nuestros clanes, que aún en la rivalidad somos de la misma sangre. - Detrás de los planes de Atila no hay urdida ninguna maniobra mía, es más, a mi me desagrada tanto como a ti su figura, presiento su mano en la desaparición de Bleda, y en esta movilización no hay intervención de nadie salvo su decisión, incluso se comenta una alianza con Genserico, el rey de los vándalos desde África, y eso sería desastroso para todos; sólo quiero que tú hables con los godos y les manifieste mi deseo de contar con vuestro respaldo en estos difíciles momentos. Teodorico lo mira, el calor de la habitación del ayuntamiento barcelonés hace que se fuerce una decisión rápida, antes de salir afuera y ver los rostros de sus bucelarios y toda la comunidad goda que espera dilucidar esta situación.


- Te respaldo en las iniciativas que coloquen fuera de Occidente a los hunos, mientras respaldes nuestra posición en estas tierras todo estará según tus planes. - Te advierto que busco la convergencia de los francos y alanos en una ofensiva contra Atila, mis planes consideran que su ejército se mantenga al norte por suficiente tiempo mientras organizo esto, así cuando baje, la sorpresa de nuestra alianza destruirá sus iniciativas. - Esos alanos no me convencen de la lealtad que esta iniciativa requiere, aunque te han ayudado a deshacerte de los ingratos bagaudas puedo sentir que no respetarán los compromisos en momentos tan aciagos como éste. - Nos hemos acostumbrados a tantos cambios, cómo verlos a ustedes en una ciudad ocupando el ayuntamiento, muy pronto se encontrarán redactando leyes y edictos de convivencia urbana con los galorromanos- Acotaba casi con sarcasmo Aecio y a reglón siguiente continuaba. Ni siquiera yo en todos estos años he elegido la residencia en la urbis, muy pronto se deshicieron de sus temores a cohabitar junto a los ciudadanos romanos, espero que no descuiden Aquitania. - Desde aquí podemos ejercer mejor la administración de estas tierras, aunque muy pocos somos los que hacemos gobierno, ya habrás visto en las afueras nuestros toldos y caballos, pero no desmiento ciertas tendencias a la integración que nos complica la existencia entre los godos. Barcelona estaba transformada por la presencia de los rubicundos, sus atuendos eran reconocibles en todos los rincones pero seguían siendo sesgados por la población nativa, atrás quedaba el triste recuerdo del asesinato de Ataúlfo en aquel reducto hispano, algo que era mejor olvidar. - Entonces pido tu intervención para convencer de mis sinceros propósitos a la población goda, adviérteles de las consecuencias que puede traer a la región una masiva llegada de bárbaros a las órdenes de Atila, sin más me despido, dejaré un secretario para tenerme al tanto de las novedades por estos lados. - No te vayas sin antes concederme tu presencia en la boda de una de las hijas de mi lugarteniente más próximo, eso te asegurará una mejor impresión entre los míos-. - Y que hay de extraordinario en este matrimonio que haga más saludable mi presencia. - Es una de las tendencias de las que he hablado, el consorte es hijo de una de las familias más tradicionales en esta región, la familia Pella, de cuyas territorios obtenemos el beneficio de la tertia-. Así cambian los tiempos.

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uchas de las poblaciones celtas mantenían su estilo de vida; en poblados rurales hacían una cotidiana rutina, de sus ganados y el cultivo de tierras obtenían más de lo que necesitaban y vivían de su comercialización con las urbis, sumado a esto el trabajo artesanal muy valorado entre los romanos. En sus ritos ancestrales no hubo continuidad y dada la presión romana para civilizar sus rudas maneras, supieron convivir con Occidente para evitar la exterminación. Así obtuvieron de los romanos una convivencia fructífera pero que doblegó su indómito carácter. Estas villas fueron modelos de comunidad que repitieron algunos bárbaros en su ingreso a occidente, como el caso de los francos, pero no dudamos que era difícil de aceptar para otros como los hunos. En más de cuatro siglos de dominación los celtas abandonaron el paganismo y su predisposición belicosa que impidió la consumación de estas conquistas romanas por muchos años. En especial, los galos supieron mantener el vigor de la resistencia, clausurando territorios a la presencia de la civilización occidental. Pero la presión del Imperio ya no era la misma, menos sostenible que antes las legiones romanas habían dejado de patrullar las regiones más recónditas de Galia, pero éste aislamiento no era tal, ya que las invasiones bárbaras despertaron a los celtas de su letargo; con mucho más bravura la presencia de aquellos les recordaba lo frágil de las defensas romanas al noroeste, quizás extrañando la presencia mas consistente de Roma en este lado del Imperio. Los ancianos no olvidaban la estampida que provocó la invasión de Radagaiso en el 405 y las pérdidas humanas. No olvidaban los acontecimientos lamentables protagonizados por los alanos en la región del Loira, incluso posterior a eso el edicto que les permitía el paso libre por las extensiones de Auvernia, molestando a las villas galas establecidas con mayor anterioridad. Incluso la molestia que causaban los francos en su expansión más al sur. Por esto muchos veían con alarma la arremetida huna en occidente, proyectando todos sus temores en esta masiva entrada de bárbaros que procuraban más territorios. Ya se levantaban voces para organizar una contraofensiva, esperando lo peor en los próximos meses; pero lo inesperado era el cambio de actitud hacia el Imperio, el cual se percibía en indefensión absoluta para afrontar la coyuntura, perjudicando la estabilidad en toda la región, por primera vez se reconocía el papel disuasivo que tuvo antaño el Imperio Romano y que ahora se diseminaba en pequeños estados gobernados por bárbaros, ya se preparaban para acudir ante la máxima autoridad romana pidiéndole una intervención más severa, una alianza que apenas si se pensaba antes. Las villas rodeadas por densa vegetación se convulsionan por las continuas asambleas para dirimir el rumbo a seguir. Estas presiones iban creciendo mientras se conocían los pormenores de la avalancha huna, cuando las noticias confirmaron la caída de Carnuntum y el incendio de Metz, se produjo el pánico, apenas se resignaban a perder aquel territorio si el avance al sur se hacia realidad. Sólo los jóvenes aceptarían la transacción con el criterio de Flavio Aecio que era la única posibilidad de salvar la crisis. En el imaginario celta los pueblos de las estepas representaban el mal, los relatos de los viajantes confirmaban el juicio negativo de las hordas del este, casi como un castigo, la imagen de los saqueos sacudían los temores más recónditos entre los poblados galos. Ateridos por el miedo se confiarían al magíster militum.


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educían a la esclavitud a las poblaciones dominadas, habitual era ver la cruel imagen de los individuos mantenidos en una zona fuertemente empalizada, aislándolos de sus captores. Bleda reconocía la aptitud natural de los suyos para reducir a la esclavitud a estos individuos: quién no es capaz de defender su libertad hasta dar la vida si fuese necesario no merece el respeto de sus adversarios. Común era el tráfico humano de las poblaciones sojuzgadas a lo largo de las grandes planicies del este, incluso en travesías hacia las comunidades turcas selyúcidas. Por cierto que en Roma se practicaba la misma costumbre, pero con poblaciones consideradas inferiores a los ojos occidentales, como los negros o los letes del norte. La realidad de la esclavitud no era cuestionada, más bien era el atributo del vencedor. Sin embargo, impacto me causaba la humillación de esta condena aplicada a comunidades provistas de una cultura más refinada y menos rudimentaria que las antes mencionadas, como aquellas que se ubicaban en el límite de Panonia o las de Tracia que apenas contaban con el apoyo de Bizancio, casi con el beneplácito de aquella corte que deseaba evitar la aproximación más al sur de los hunos. Obviamente tenían un criterio más amplio para ejercer el desprecio por el rival débil. Yo llegué a justificar este trato como forma de subsistencia natural de los hunos, quienes mantenían un comercio humano con los mercaderes de oriente, especialmente de Persia que se entusiasmaban con la pródiga entrega de esclavas blancas para sus lupanares. Con los años aprendí que este tráfico humano les reportaba grandes ganancias en transacciones con los persas, los que apreciaban a los hunos. Del este no se cuidaban porque les tenían miedo o bien se beneficiaban de su estilo de vida. Sus espaldas estaban seguras.

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rleáns estaba flanqueada por el Loira y era la puerta de entrada a Auvernia y las praderas más apetecidas de Galia. En su amurallado perímetro que rodeaba la perfecta cuadrícula urbana, se acostumbró avizorar la presencia de los alanos, custodios por mandato de Aecio. Desde una altura considerable los centinelas bárbaros atisbaban el horizonte esperando señales de una amenaza impredecible. Pero el fenómeno más sorprendente era el impacto que tal posibilidad se concretara entre la población circundante a Orleáns, muchos labradores y artesanos galos que se apiñaban en villas vieron las murallas de la ciudad como la única defensa posible ante la embestida huna, y frente a señales contradictorias se amontonaban en gran número delante de las puertas de la ciudad, esperando entrar para contrarrestar al enemigo. Esto demostró el efecto tranquilizador que las altas murallas significaban no sólo a los ciudadanos de Orleáns sino también a todos los villanos circundantes y visitantes transitorios. - Quien puede imaginar que algún día los hunos se instalen frente a esta ciudad y exijan su rendición. - Recuerda que los saqueos se han producido en ciudades abiertas y despejadas a las hordas, quizás ni siquiera intenten penetrar estas defensas que mal resultados ha dado a la gente de Atila. Sanguibán recelaba de los romanos de quienes desconfiaba; aún no justificaba este pacto pudiendo esperar lo peor si se confirmaban supuestas alianzas entre Aecio y sus antiguos aliados hunos, porqué mantenerlos cuidando este frente pudiendo movilizarlos a lo ancho de Auvernia, puesto que en este punto fijo parecía clavar la suerte de estos nómades exponiéndolos a un desenlace fatal, ¿qué pretendería encontrar Atila en esta ciudad amurallada, pertrechos, víveres?, sabido es que estas empalizadas resguardan las armas necesarias para una contingencia de largo aliento, estos no se solicitaban a Roma que dispondría de estos recursos para su propia defensa. Sanguibán resguardaba un centro de acopio meridional importante, y la imponente balaustrada confirmada el tesoro que resguardaba. Pero Armórica se veía como un premio apetecible, y el propio Aecio se encargaba de recordárselo en sus continuas visitas a Orleáns. - Me interesa conocer la apreciación de los hunos, esto no me parece muy acertado para nosotros que dependemos de un resultado favorable, piensa lo desprotegido que esta Occidente y resolverás que no nos conviene estar de la parte más débil. - Pero que podemos esperar de Atila, su pueblo nos expulos de los Urales hace tantos años, que promesas podría concederte que no aumentara más tus recelos. - Inquietante parece nuestro destino, podemos buscar más respuestas a las dudas, no olvidemos que somos de la estepa y aún seguimos entrampados aquí, hemos protegido a los romanos y ahora dependemos de proteger esta ciudad, estamos sitiados como los que viven aquí. - Si nos acercamos a los hunos podríamos enterarnos de sus planes, enviando un emisario le haríamos saber de nuestra disposición a negociar otro acuerdo- Inquiría sugerentemente el alano que acompañaba a Sanguibán. Los caballos pastan a lo lejos, manteniendo prerrogativas sobre el uso del suelo con ese fin. Pero compartían terrenos con los agricultores, que no dimensionaban la importancia estratégica que implicaba tener a los alanos en esa ciudad. La población de Orleáns no se conformaba con esta presencia, fueron segregados por sus habitantes, incomodando la coexistencia. Los jinetes preferían mantenerse fuera del reducto urbano, haciendo un patrullaje exhaustivo en los alrededores, con el pretexto de evitar la permanencia en Orleáns. Sanguibán no se conformaba con las promesas de Aecio, esperaba soluciones para su pueblo y esta situación le incomodaba mucho. La proximidad de Atila era la alternativa hacia la consolidación de su tribu en estas tierras. - Podemos fiarnos de los guías celtas que nos conducirán hasta el campamento huno, tal vez hallemos respuestas en sus palabras-. - Lo mejor para nosotros es buscar entre los de la estepa, aquí sólo cosecharemos odios, mantenernos estáticos para defender una posición romana no es lo más aconsejable, somos la carnada que busca atraer a los lobos-.Será mejor para los alanos.



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l campamento móvil del Magister Militum se hallaba más cerca de Arlés, favoreciendo la rapidez, que los caminos permitían, en caso de invasión sorpresiva. Esta ciudad era el foco urbano más atractivo para la aristocracia romana despojada por las invasiones bárbaras, más aún por la instalación de la Prefectura de las Galias, lo que garantizaba un buen ejército en esa zona. Además históricamente era la ciudad con la posición estratégica más importante para Galia, su puerto aseguraba provisiones y además información sobre los últimos avances de los grupos rivales. Esta protección permitió una prominente actividad comercial, casi con el mismo ímpetu como en los tiempos de la Pax Augusta. Artesanos de la madera, el vidrio y la cerámica mantenían intacta sus virtudes artísticas, consolidando una de las mejores tradiciones de la zona. La ciudad estaba flanqueada por murallas, como venía repitiéndose en las demás urbes galas. Pero a pesar de estas ventajas, la decisión de Aecio mantenía a su campamento en las proximidades de Arlés. - Tal vez puedas explicar tu reticencia a venir a Arlés, nuestros ciudadanos no comprenden que la máxima autoridad militar no se digne a compartir las preocupaciones que les aquejan; ahora debo disculparme pro implorar a Rávena a que aumenten los contingentes militares, pensaba que quizás nuestra población recobraría la confianza en sus autoridades teniéndote en nuestra región, pero no entiendo tu agravio que trae más pesar e incertidumbres. Aecio mantenía control sobre expedicionarios galorromanos al mando de Merobaudes y Mayoriano, foederatis francos y un selecto grupo de hunos, su guardia personal, al mando de Traustila, este heterogéneo grupo tenía una disciplina militar que no discutía el liderazgo de Aecio, pero cualquier relajamiento de su conducta podía agravar el equilibrio de fuerzas que pretendía imponer en sus líneas, cualquier desliz podía acarrear que los bárbaros más dubitativos pasaran al bando de Atila. - El mandato de mi jurisdicción recae en todo Occidente, no sólo en Arlés, y yo no he venido por consejo de nadie; ya conoces la situación de emergencia que se cierne en toda Galia, aquí me mantengo para resguardar las defensas de toda la región, este campamento tiene razones estratégicas que por tu condición política no estas habilitado para comprender, además a ti te concierne la solución a las tribulaciones de tus ciudadanos, dando palabras de consuelo, ¿qué más esperas de mí?-. Al prefecto de las Galias Tonatio Ferreolo no le caían bien las palabras de Aecio, más aún el gesto despectivo hacia su condición de político, desmereciendo su capacidad para entender las cuestiones militares. Además esperaba una mínima compensación por el hecho de hacer llegar víveres y pertrechos a este campamento, víveres que eran también solicitados por la población civil. - Es verdad aquel comentario de Rávena que asegura tu resquemor de las ciudades, acaso tu admiración por las estepas ha socavado los cimientos de romanidad que quedaban en tu familia, además el alimento y agua que requieren tus soldados también me son exigidos por la población de Arlés. - Debes medir tus palabras prefecto, que aún la investidura no te protege de tus sarcasmos irresponsables, Atila cruzó la línea del Danubio y tu ciudad debe considerarse segura tras mis hombres, tienes asegurado tu dominio bajo las fuerzas a mi control, y excúsame de entrar en más detalles pero en esta zona hay informantes muy entusiasmados en conocer el próximo movimiento. - Ellos piden que la autoridad designada por el emperador para defenderlos esté con ellos, hacerse presente en estas circunstancias ayudaría a levantar el espíritu, cuanto haces que estás aquí y apenas te reservas para las invitaciones que te hago, cómo si forzaras tu ánimo al venir a la ciudad, en mi familia de vasta trayectoria consular en Galia, la presencia de las altas investiduras imperiales dentro de la ciudad significaba la aprobación de toda la comu-

nidad hacia la gestión empeñada y era un honor compartir una vivienda entre los señores de la gobernación local, esa invitación aún no recibe respuestas por parte tuya, acaso olvidas que la romanidad permanece incólume en este bastión regional-. - Mi lugar está entre mi tropa y no en la población civil que es la primera en recibir las consecuencias del vandalismo y los saqueos bárbaros, agradezco tu interés en hacerme participar de la vida pública de Arlés pero debo atender las cuestiones militares delegadas por Valentiniano, no malinterpretes mi posición y mejor empeña tu tiempo en valorar nuestra presencia en estas tierras, ya que las hordas de la estepa que tanto sacas en cara se encuentran próximas a la movilización, has de saber que el clima invernal altera el régimen alimenticio de sus caballos, los que no pueden mantenerse por mucho tiempo estacionados, pero para entender eso tú no podrías…estoy alerta y no puedo distenderme en los asuntos de tu ciudad, he venido a convocar las fuerzas romanas y concretar alianzas. - Deberías sentir más orgullo por quienes resisten las inclemencias actuales para mantener la dignidad de Occidente en esta región, acepto tus explicaciones pero reservo mis dudas sobre tan incomprensible decisión de alejarse de la ciudad-. Aecio revisaba los planos geográficos de la zona, aunque no delataba su desasosiego por la presencia del prefecto, el cansancio de una conversación estéril indicaba que el vano intento de Tonantio Ferreolo por conducirlo hasta el secreto de sus aspiraciones había fracasado, apenas molesto por las insinuaciones de traición a la causa de Occidente, sólo se conformó por conducir al prefecto a la salida de su carpa, mientras la ciudad de fondo buscaba la mejor orientación para esas horas de ansiosa intranquilidad. Toda Galia convivía en este sentimiento y las pesadillas del pasado volvían para recordar el funesto destino al que parecían destinados estos dominios imperiales, al paso de las avalanchas bárbaras. Casi en forma mecánica Aecio demostraba que le quedaba mucho del protocolo oficial al ofrecerle su intervención en caso de verse afectada la vida de la ciudad por las invasiones próximas a ocurrir. Al mismo tiempo le aseguraba su presencia en los actos oficiales de Arlés a los que fuera convocado.


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esde Julio César la consolidación de las civitas era la manera de asegurar los territorios ganados más allá del valle del Pó, quizás la manifestación más autentica de la romanidad para los ojos bárbaros, que no entendían la radicación como un estilo de vida. Estos puntos de encuentro a lo largo de Galia disparaban caminos celosamente custodiados, muchas veces sacrificando lugares más remotos adonde se mantenían las costumbres celtas. En reductos pequeños se edificaba la copia de los hábitos de la península itálica, edificios municipales, basílicas, termas y haciendas decoradas con mosaicos mediterráneos llevaban este sello de origen. Mientras la paz se mantuvo, el comercio, agricultura y artesanado se afirmó con éxito. Todo el impulso del Imperio hacia las provincias se dirigía a reforzar las ciudades, a cambiarlas de lugar en casos de incendio o saqueo, a mejorar sus infraestructuras y mantener una planta de funcionarios para fiscalizar las cuentas y los deberes administrativos, porque entendían que los recursos que provenían de esas arcas eran imprescindibles, antes Roma mantenía a las provincias, ahora las ciudades entregaban los importes para la subsistencia de Occidente, incluso muchas llegaron a la autonomía total más allá de la administración romana, como ocurrió en Britania y luego en Cartago. Nunca se pensó en eliminarlas aún en situación de aislamiento extremo o pérdida territorial, con la promesa de recuperar el antiguo esplendor. Emperadores como Adriano se dieron el lujo de permanecer en viaje para impregnarse de las culturas tan disímiles que se arraigaban en todas las provincias romanas, gobernando directamente en estas ciudades, aprendiendo de las dificultades para mantenerlas erguidas en situaciones adversas. Foco de colonización primero y civilización después, no se admitía el descuido en su mantención, peor aún que la máxima autoridad no dignara llevar su presencia al interior de las murallas que flanqueaban Arlés.

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s demasiado suponer que podría con los hunos sólo con los alanos, godos y celtas, necesitaría el apoyo de un contingente aguerrido de infantería para barrer por tierra a los hombres de Atila. Los francos de Tournai esperaban que les brinden la oportunidad de permanecer en estas tierras inmejorables. Es necesario hablar con Meroveo para instalarlos en Auvernia, quizás en Tours, a cambio de sus servicios. “Todos estos años y jamás me estacioné en una ciudad, lo habría hecho bien si hubiera delegado las responsabilidades más allá de Siossons, en vez de preocuparme de los pactos, renovar las hospitalidades, intercambios de información, reubicarlos en nuevos territorios o velar por la convivencia con las comunidades más arraigadas, aún con los recursos a mi favor, todo este entramado de conexiones es difícil de mantener, sentado detrás de unas murallas protectoras; acaso no es más importante asegurar las tierras para los más belicosos”. Ingresarán por el noreste, porque es terreno más habilitado, con planicies generosas para alimentar su ganado equino, podrían seguir la ruta del Loira; por las montañas parece un suicidio y con tantos arreo humano es improbable que se arriesguen en vano, aunque lograrían sorprender bajando por los Alpes, como la expedición de Aníbal. Genserico esperará señales de su avance, habrá que interceptar por el sur, más al mediterráneo. “Montado a caballo he dirigido todas las acciones que han asegurado la paz a las ciudades, he impuesto un régimen de inspección en terreno que no se compara a otro magíster militum, ni siquiera el cónsul de Galia se ha dignado recorrer su vasta jurisdicción, acaso desde Rávena habrían podido hacer mejor las cosas en vez de dedicarse a conspirar unos en contra de otros”. Lo rodearía entre godos y los francos en un abrazo mortal, colocando a los alanos como un señuelo apetecible a los ojos de Atila, ganando la altura de la explanada prevería la sorpresa, con Traustila vigilando por otro lado captando el avance de los germanos leales al huno, es posible aventurar cifras del bando contrario, dando por descontado las bajas animales por la larga jornada de trashumancia, debía evitar todo lo posible un encuentro inmediato y que se produzca más muertes por extenuación y falta de aclimatación en los hombres de Atila. “ Yo sabré lo importante que son los recursos que aportan las arcas provincianas si las decisiones para encausarlos las dirijo yo. El inútil de Valentiniano y su séquito de incapaces habrían perdido hace mucho las posesiones de Occidente que quedan, tal vez se quedaría muy tranquilo con Rávena sin ayuda de nadie. Que tengo que ver con ciudades, engordando el vientre con festines y orgías dionisíacas, acomodándome entre murallas de granito, si más bien pareciera que se encerrarán para degustar sus vicios privados. Pero ahí estoy yo para preservarles su estilo de vida, si me necesitan y como lo saben”.


- Quiero que me permitas entrar por Orleáns, no me des papeles y podrás compartir los territorios de mi reino-. El alano más veterano servía de traductor mientras le agregaba palabras de su opinión a la propuesta de Atila. - Plantea que le des tu palabra que no intentarás bloquear el paso de su gente por la ciudad de Orleáns, le permitas acceder a los pertrechos, víveres y agua de la ciudad, necesarios para hacer la pausa antes de invadir Galia, incluso nos ofrece territorios una vez que consolide su dominio, tendrías asegurado el respaldo del consejo para aportar nuestro contingente-. Emocionado por la esperanza de compartir el triunfo de la tribu dueña de la estepa. - Deseo saber que me espera de no ser así. - Si no me concedieras tu apoyo, me vería en la obligación de arrastrar a tu comunidad en otra dirección, obviamente no tendríamos nada que compartir una vez que me haga dueño de todo esto, sin la confianza no hay nada-. Adelantándose a la traducción, sabía leer el rostro perplejo de Sanguibán por eso dejaban las cosas bien claras. El traductor se empeñaba en suavizar las palabras para no alterar el ánimo belicoso del rey alano, pero Sanguibán se impacientaba por la demora de su compañero en encontrar respuestas. - Dime lo que dice no quiero que ocultes nada, debemos llevar esta negociación con la verdad. - Nos amenaza con expulsarnos de estas tierras si no le dejamos el paso libre, pero no te alteres podemos mejorar nuestra opción si le pedimos una participación en el comercio. - Hazlo. - Sabemos del interés por comerciar con Oriente desde vuestro establecimiento en Panonia, incluso la apertura hacia los mercados del Danubio aprobada por Aecio, nosotros queremos que nos permitas una zona para iniciar actividades comerciales y no depender de los aportes de Occidente por los cuales obtiene nuestros servicios. - Piden demasiado, algo que ni siquiera han obtenido de Aecio, esperan que yo les de ese privilegio, sólo deberían contentarse con permitirles un territorio aquí. Árido, con el atuendo de peto negro y malla corta que caracterizaba al resto de su tropa, sin destacarse, contemplaba como los alanos se deshacían en cabildeos y explicaciones incomprensibles. Sabía sus ventajas y no cedería ante personajes ínfimos de la escena estepárica, además la historia y su prestigio estaban de su parte, conociendo los detalles de su expulsión de las tierras del Don a manos hunas. Para ellos no iba dirigida la diadema ni las sutilezas diplomáticas sólo la implacable veracidad de los hechos. Sanguibán podía registrar el menosprecio de las palabras de Atila y en una estrategia desesperada se juega su última carta, volteándose a su traductor en desesperada maniobra. - Sanguibán se ha comprometido con los romanos por unos territorios en Armórica, él pide tu beneplácito para tener actividad comercial exclusiva en esa zona, además de su dominio en esa zona, a cambio de lo cuál favorecerá tu entrada por el Loira para hacerte de Orleáns. Atila miraba impávido, esperaba que el beneficio de no agresión cuando todo esté bajo su mando bastaba para decidir las cosas a su favor, con esta tensión apenas perceptible por los demás, sostuvo la decisión que se imponía en los hechos. - Lo veré cuando me haga de la toga romana, espero vuestro apoyo en la incursión por el Loira. - Puedes esperar que eso ocurra.

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stos caballos eran los mejores. Desde mi infancia en la hacienda de mi padre, los caballos han significado mucho para mí, el empeño por la crianza de buenas razas destinadas a los circos y espectáculos públicos, privilegiando la buena estampa, es decir una altura prominente, cabeza pequeña y fornido tórax, constituía el oficio del ex mayordomo de infantería. Ejemplares de recia figura, atléticos, con una disciplina inculcada de potrillos, compitiendo incluso con los selectos equinos provenientes de Hispania. Pero esas hazañas gimnásticas dominaron mi impresión hasta que conocí el mundo de las estepas, con los hunos. Ahí los caballos no demostraban la misma disposición física, pero imbuían de sentido a todas las actividades humanas. No eran bellos ni proporcionados, más bien hoscos, pequeños, como sus jinetes, pero desplegaban una armonía vital que los desplazaba del terreno superficial de los espectáculos. En medio de esa dependencia mutua, los caballos determinaban todos los ciclos, como el régimen alimenticio, la preñez y la mortandad, rigiendo la estancia de los hunos en territorios inhóspitos. Pero en una macabra relación, también determinaban la dieta de los hunos, era la leche tibia, la carne salada, incluso, como euforia de un triunfo conseguido, la carne cruda, algo de lo que me privé por la inapetencia que provocaba en mí, quizás una crianza más prolongada habría ganado mi paladar. Pero más notable era la relación de los hunos quienes hacían todo desde sus caballos, incluso dormir. Exhibían una inquebrantable capacidad para mantenerse briosos en la inmensidad de la estepa, soportando la falta de agua y el desgaste de las largas jornadas. Con los años, a cargo de la defensa de Occidente, valoré aún más la destreza de los hunos, pero por sobre todas las cosas, la admiración por sus ejemplares equinos, capaces de corresponder con energía todos los avances y las maniobras militares hunas. Ya no interesaban las formas bellas ni la impresión de ciertas habilidades gimnásticas sólo la capacidad de acompañar a los jinetes en ofensivas violentas y oportunas para la causa de Occidente. Vivir a caballo era la diferencia, no someter sino comprender al caballo como objeto único, valioso, adorable.


- Le ha ofrecido protección a los alanos con el compromiso que le dejen entrar a Orleáns, los informantes a un costado del Loira han confirmado la expedición de, al menos, sus legiones más destacadas hacia Reims. Optila, fiel lugarteniente de Aecio, de origen huno pero incondicional del magíster militum, le confidenciaba los últimos avances de Atila en pleno mediodía galo. Huno como Traustila, había escalado posiciones de confianza en la medida que se daban los triunfos para el magíster militum. - Estos alanos de Sanguibán podrían traicionar mi confianza, debilitaría mi posición si tan solo vieran que les tengo a ellos para abatir a los hombres de Atila. - Deja que Valentiniano le entregue la mano de Honoria, así evitaríamos una debacle mayor. La opinión de Traustila alteraba el ánimo de Aecio, quien estaba al tanto de la petición que la delegación huno llevaba hasta Rávena para complacer la voluntad de Atila, mucho se comentaba el arrebato irracional de la joven hermana de Valentiniano, quien luego de la muerte de su madre no admitía que la relegara a un segundo plano. Aecio recordaba la boda de Gala Placidia con Ataúlfo, con la cual se iniciaba la estancia de los godos en Aquitania, pero las decisiones de Rávena estaban fuera de su alcance, y no meditaba en las consecuencias que una negativa a su propuesta tendría en las acciones de Atila, manifestada en la incursión violenta a Galia. - No me preocupan las intrigas de corte, ahora debemos mantener el equilibrio de la región, y si el genio de nuestro adversario se ha alterado por la negativa a sus propuestas amorosas sólo nos queda amainar la tormenta. - Los ostrogodos de Valamiro no registran avances más al sur, pero los gépidos si-. - Si los hunos avanzan sus vasallos germanos lo harán también porque la promesa del botín que pueden obtener sólo lo conseguirán bajo la dominación de Atila, por eso preocúpense de seguir el rumbo de sus huestes. - Debes obtener la alianza de los godos de Teodorico, porque los alanos no corresponden a la confianza que has depositado en ellos, podría servir de emisario-. - Olvídalo, las negociaciones con Teodorico las manejo yo, además ya sabes que a los godos no les gusta tratar con hunos, recuerda a Litorio, ustedes refuercen los pasos del Loira y el Marne, ténganme al tanto de los avances de Atila. Aecio recordaba las dificultades de Litorio en su trato con los godos y no quería perder la confianza de la corte de Tolosa y verse expuesto a otro problema, que no lo necesitaba en estos momentos, no cortaría su mano derecha con la izquierda y si necesitaba a los godos también necesitaba a sus bucelarios hunos para dar imagen de control y paternidad sobre la fabulosa tribu de los esteparios.

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us dedos pequeños pero enérgicos para empuñar el látigo, apenas empiece el estruendo de los espantadores hunos se dejarán caer la lluvia de flechas, con el paso libre para sus depredaciones, tal vez sea mejor que tanta inútil estrategia diplomática. Yo los conozco mejor que todos esos confabuladores de Valentiniano, corte de inútiles que apenas saben adular su estúpida estampa. Jamás pensarán que los hunos pueden tener otra oportunidad a mi lado, si creen que Atila se sirve de mi posición para avanzar por Galia. Cómo sería capaz de dejar el peso de estas negociaciones en manos hunas si la traición de Litorio todavía cuelga a mis espaldas, si se odian en sus ancestrales hazañas no puedo comulgar con ambos para el propósito que nos convoca. Contradicciones efímeras que el velo de los hechos no alcanzan a fluir bien, si percibo tantas dificultades cuando el enemigo ciega mis sentidos sin terminar de entender el rumbo que debo seguir. Pero el amor por Honoria apenas es una buena excusa para evitar más derramamiento de sangre, no puedo hacer más que mirar desde lejos incrédulo por tanta violencia amenazante. Gobernador de Panonia hasta emperador de Occidente, Atila bien puede subir el peldaño más alto, mientras me refriego en disquisiciones estériles por tener que hacer frente a tanta amenaza. Gritos destemplados con el vértigo de una asonada prometedora de gran destrucción, me enseñaron que en la estepa ellos son los reyes y nadie más. Por todo el oro que pueden obtener y los esclavos someter, apenas alcanzaría a justificar este desperdicio, eliminando mi preeminencia de cualquier simpatía por el poder romano, lo de Honoria es sólo pretexto para compartir el honor de ser un emperador en tierras occidentales, dueño de Galia la prenda más apetecida por los bárbaros, nadie puede irrumpir mis ímpetus por obtener un triunfo bajo estas circunstancias. Nadie puede justificar las tratativas para conseguir el concurso de todos los habitantes de Galia para detener la avalancha huna. Nadie puede comprender el alcance de estas alianzas. Nadie puede conseguir la salvación de Galia, más que yo.


- No hará nada, dejará que las fuerzas de Atila colmen sus apetitos en Galia, lo peor es ver como te quedas sentado sin hacer nada, podrías convocar la alianza con Oriente, Teodosio vendría en tu ayuda. Luego de recibir una delegación comercial de Constantinopla, las festividades en el palacio de Rávena se volcaban con el mismo entusiasmo que en épocas sin crisis, asumiendo el liderazgo en el mediterráneo y la franja de Oriente que quedaba intocada. Con la vista hacia el puerto la terraza ofrecía un espectáculo grandioso, los comensales no podían dudar del control que ejercía Occidente sobre el mundo conocido, al menos la fastuosidad seguía impresionando. Sólo los comentarios negativos de Heracles, el eunuco, volvían a la realidad a Valentiniano. - Cómo me interrumpes con una impertinencia semejante, eres un inoportuno, ahora que encuentro la diversión, deja que te diga que si Aecio no cumple su función, iré y le colgaré de los testículos por ser un traidor, además lo deshonraré quitándole el título de patricio, y todas las tierras que le he concedido por sus triunfos militares, acaso no goza de los privilegios de la familia real?. Los comentarios arrogantes de Valentiniano no convencían a Heracles, quien se había acostumbrado a las hazañas temerarias de su emperador con un poco de vino. - Eres muy valiente, pero tu hermana querría estar al lado de Atila, alguien a quien desprecias por su rango bárbaro, pero que tu soberbia deja como única alternativa para compartir los honores de tu vasto imperio, los comensales no creerán tanto valor…-. La irónica afirmación de Heracles casi le cuesta la vida, si no lo apartan los propios miembros de la guardia personal de Valentiniano. Sólo las prerrogativas que detentaba por la gracia de Petronio Máximo lo eximían de una condena mortal. Muy seguro de sí y con la razón de los hechos podía afirmar la gran cobardía de Valentiniano al no impedir la debacle que se cernía sobre Galia, el divertimento del momento no hacía olvidar las circunstancias adversas del Norte. Pero los pensamientos posteriores del emperador se aquietaban, sabiendo de antemano que sin el apoyo de Petronio Máximo, la legitimidad de su gobierno carecía de valor ante el Senado Romano. - Déjenlo libre, y que nadie deje de divertirse por este escándalo tan propio de la corte romana, ahora que recuerdo los eunucos no aprecian el sabor de una virgen así que olvidemos lo pasado y venga la diversión. Al final, una orgía pletórica de emoción devolvía las ganas al joven emperador, quien a sus aposentos con una joven ganosa de compartir sus ansias con él, algo que el hocicón de Heracles jamás comprendería en su miserable condición.

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ajaban por el Loira, con la cabeza rapada listos para la guerra, en un aglutinamiento humano de miles. Poblarían Auvernia, empezando por Orleáns que era la ciudad más apetecida, pero la resistencia que los alanos opondrían no estaba en los planes del rey huno. Merced sus murallas, no tan altas como las de Tréveris, la contención duró un par de semanas hasta que los recursos fueron haciéndose escasos, obligando a la evacuación de los enfermos que amenazaban la salud de todos sus habitantes. Aecio acudía a la mediación de Avito para obtener el apoyo de los godos, lo cual era inminente. “Me ha defraudado su opinión sobre nosotros, no podemos esperar más de él que lo ya obtenido con los romanos, sólo que nuestra incumbencia será mínima al lado de Atila. Si lo dejamos entrar será nuestra condenación, en su desprecio aún queda más humillación para los alanos”. Sanguibán no se dejará doblegar por Atila, conoce el destino de esclavitud que aguarda a su pueblo si cede a los designios del líder huno. En los últimos días del verano del 451, los cuerpos desnudos de las hordas marcaban su presencia, como una maldita representación teatral de todos los lugares saqueados por los amos de la estepa, volvía a repetirse el mismo escenario dramático, propuesto en las Galia hasta la fecha señalada. Ebrios de sangre, sexo y oro los hunos demostraban su destreza para sortear los obstáculos impuestos pro Occidente. La muralla de Orleáns no cedía y la batalla que se aguardaba en las calles de esta ciudad, solo era una promesa, con una contundente resistencia alana, que disparaba desde la altura a los corajudos esteparios que en vano trepaban por escaleras, mientras la llanura se poblaba de las hordas como hormigas hambrientas. Piedras, aceite hirviendo, lanzas, y una andanada de flechas mermaba la voluntad de los hunos. “ Sanguibán perro alano, tu traición costará todos los sufrimientos para tu pueblo, en vano buscaste mi ayuda porque ahora te borraré de la tierra y en la vastedad de la estepa no habrá recuerdo de los tuyos, esta inútil batalla apenas nos cuesta un poco de tiempo, algo que te faltará a ti mientras yo me demore en conseguir la diadema y púrpura romana”. Pero los informantes hunos alertaban a los lugartenientes de Atila sobre la proximidad de una avanzada germánica desde el sur, por los campos vascongados, mientras el afiebrado combate en las puertas en Orleáns seguía su curso. En verdad se aproximaba un gran ejército al mando de Aecio y Avito, mientras los hunos seguían acorralados entre las murallas de Orleáns. La decisión de una inminente retirada de esta ciudad estaba en manos de Atila. La ciudad por caer, pero con la sorprendente defensa alana, la última palabra no estaba escrita. Las armas de asedio que ingeniosamente supo traer desde Oriente, despedazaban piedra a piedra las duras murallas de la ciudad, llevando bolas de fuego hacia la ciudad que no parecía entregar sus secretos. Los ingenieros calcularon un asedio largo de 1 semana, estrangular a la ciudad de suministros, pero sabían que podían resistir al interior mucho más que eso, mientras en la llanura las tropas de Atila daban la espalda a una eventual emboscada desde el sur por parte de los godos, mucho riesgo inútil que esta ciudad estaba lejos de merecer, Atila vacilaba en su empeño y cedía ante los consejos de sus lugartenientes. Mantener el asedio era esperar el auxilio de Aecio por la retaguardia, eso sería desastroso para sus planes. “Vamos a la Champagne, aquí sólo nos queda esperar y esperar para los objetivos de Aecio, ya me haré de los alanos”. Como saetas, los hunos abandonaron sus posiciones mientras los alanos triunfantes volvían a ganar todos los rincones de Orleáns. Los hombres de Atila se perdieron, en formación ejemplar, hacia el costado sur del Loira, aprovechando el escaso caudal de este río, y los de Sanguibán ya se jactaban del estrepitoso vuelco en el resultado de este asedio.


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vito era pieza clave en el desenlace que estaba por ocurrir. Un aristócrata aquitano de origen galorromano. Supo ganarse el afecto de los godos al preservar los acuerdos de hospitalidad, mejorando la inserción goda en la civitas. Rubio, con acentuados rasgos celtas, poseía una estatura superior al promedio de sus congéneres lo que le daba cierta preeminencia a su imagen delante de los germanos. Pero lo fundamental era su conocimiento del mundo bárbaro, ya que en su infancia conoció los favores concedidos por el aguerrido comportamiento germano que garantizaba las prerrogativas senatoriales de su padre y todo el territorio de Aquitania a su cargo, más aún cuando su padre había sido prisionero bajo el reinado de Valia en el 418, conociendo de antemano las vicisitudes de Aecio en tal experiencia. Valoraba a los godos por ser los primeros en suscribir un foedus y sostener la causa de Occidente frente a otras agrupaciones, aunque fuese sólo por oro y tierras. Ahora le concedía el beneficio de su lealtad para interceder ante Teodorico para que intervenga como fuerza de contención frente a los hunos. Estos instalados en Tolosa y Barcelona, recelaban de las intenciones de Aecio porque dudaban de su posición combativa, más aún considerando el aprecio que sentía por los hunos y todo lo que habían hecho por él. Pero a los godos les interesaba la defensa de su territorio y harían frente a los hunos con Aecio o sin él, así que no dudaron en la petición de Avito para organizar una partida de jinetes a su mando con la intención de fortalecer la resistencia de los contingentes del magíster militum en Galia, el punto de encuentro en los campos vascongados definía la común voluntad por expulsar a Atila de Occidente, junto a la concurrencia de otras agrupaciones bárbaras tan vulnerables a la estampida huna como los propios godos. Bárbaros contra bárbaros, casi como una reseña de las campañas de Estilicón para contener a Alarico, estamos por ver sus resultados.

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uídate Aecio porque las predicciones juegan contra ti. La confianza de Valentiniano en tu gestión pende de un hilo, porque está bajo la conjura que llevó al mismo Honorio a mandar asesinar a Estilicón, todas las predicciones indican la animadversión que tiene el emperador infante en tu persona, quizás con sus propias manos cometa el acto más irracional. No juegues contra los dioses porque tu destino sigue tan marcado como toda tu vida. En vano tus lugartenientes sacrifican animales por ti, en vano buscas la mejor de las cábalas para sustentar tus intereses. La noche negra se cierne en tu vida y a menos que convenzas a los aduladores de Valentiniano, no veo que le destino escriba otra cosa. Las coincidencias son asombrosas, en manos de Atila podéis ver el peso de la sorpresa que provocó Alarico en su momento, él presiona en Galia con el mismo entusiasmo que te incomodan las confabulaciones de pasillo en tu contra en Rávena. Acaso puedes demostrar que todas estas circunstancias juegan a tu favor, si puedes doblar la mano al destino te harás de la púrpura y la diadema. Pero juegas demasiado con tu suerte, esperas de los buenos augurios tantos favores como los que pretendía Litorio, esas alianzas no conducirán a nada bueno, puedes confiar en tus amigos, pero mucho te han defraudado las esquivas convicciones de los bárbaros que pugnan por su lugar. Si al menos mantienes la confianza de Avito podrás compensar la deslealtad de Atila, pero mucho daño harían los alanos si los dioses no consuelan a los de su estirpe. Esperas mucho, pero en Rávena está tu perdición, la conjura contra ti está echada, cada vez pesan las maldiciones que en Occidente retraen el éxito de tu gestión, duele tanta incomprensión y maldices el esquivo destino que parece posponer tu gloria, duele cuando viene de tus conocidos, pero los dioses no dicen otra cosa.


- Han huido de Orleáns, seguro estaban al tanto de nuestra llegada, pero se han retirado en una dirección desconocida. - Vienen por el sudeste, se están concentrando junto a los hombres de Valamiro y los gépidos. - Habría que hacer esperar esta ofensiva, es un encuentro demasiado decisivo, como para ir tras la huella de Atila y dejar que él defina el territorio a combatir, nosotros debemos esperar a los francos de Meroveo y los contingentes celtas que ellos mismos han prometido, mientras tanto me interesaría concertar fuerzas burgundias por el Marne para evitar una retirada huna hacia sus territorios. - Esos alanos no eran tan desleales, lo pensaron mejor y optaron por quienes le han ofrecido más prosperidad, incluso Sanguibán ya ha iniciado la marcha a tu encuentro para que dispongas de sus fuerzas según la táctica a definir. - Esa táctica amigo mío ya esta definida y los alanos aún no convencen mi juicio, por eso estarán al medio de nosotros para soportar la carga frontal de los hunos, los jinetes de Atila irán a su encuentro con el enfado de no haber entrado a Orleáns, ese desquite puede significar un desgaste de energía favorable a nuestra causa. - Piensas rápido porque los hunos se disponen a atacar, pero yo sugiero que las lealtades que entren en juego no te abandonen al momento de cumplir la tarea, debes ganar la altura y el factor sorpresa puede asegurar el triunfo de los tuyos, aunque no representan a nadie. - Representan la voluntad de seguir en estas tierras, son el mejor argumento para espantar las pretensiones de Atila en Occidente, y seguir con las hospitalidades que aseguren continuidad de éste régimen, olvidas que Atila representa la voluntad de poder total. - Y que representas tú, ¿acaso eres mejor que tu hermano Atila?. - No hables de él como mi hermano, por mucho que razonemos hay que resignarse a la pérdida de los hunos como aliados. - Así como te has resignado tú, acaso esperas encontrar más apoyo a tu gestión de parte de los recelosos godos o los dubitativos alano, quizás de la soberbia celta, no hagas de la ingratitud romana una costumbre, menos si debes tantos favores a los hunos-. Incrédulo por el cambio de actitud de Aecio, Traustila le recordaba con molestia la importancia de los hunos para conseguir sus objetivos políticos, antes que culminaran los preparativos de la gran batalla. Teniendo en vistas a Atila y olvidando al pueblo que estaba detrás de él y al cual tanto debía. - No creas que paso por alto lo que los hunos han significado en mi vida, mucho he perdido con esta situación y no se cuanto más perderé mientras no componga el cuadro militar en Galia, yo no me fío de nadie y te confieso que de los que pelearán a mi lado nadie suma más que los hunos, ni siquiera todos ellos. - Entonces no busques su aniquilación total, ni siquiera la muerte de Atila, ya sabes que has estado mejor con ellos, los tiempos pueden cambiar, sólo los chamanes dirán cuando volverás a tener el favor de los hunos. - Sólo espero que en cuanto a volver a tener la ayuda de los hunos sean más certeros que las predicciones de mi futuro luego de esta batalla-. Cabizbajo Aecio recibía palmadas en su hombro por parte de Traustila, quien mucho ganó en Galia y ya decidió apoyar al Magister Militum hasta el final, no dudaba, estaba decidido a mantenerse leal a su hermano de armas, de quien tuvo la oportunidad de desarrollar todo su potencial.

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e deshará de Atila y nos demostrará lo leal que es hacia Occidente. Así me consolido por estas tierras, mientras Marciano niega tributo a los hunos, los echaremos, tal vez no vuelvan a intentarlo. Le dará una buena lección a ese infeliz rey de los hunos que pide la mano de mi hermana para buscar alianza política con nosotros, estos rapaces insultan el sano juicio de mi corte, la estúpida de Honoria ha llevado lejos esta situación, humillándome para hacerse del poder. Pero Aecio esquivará el golpe y me demostrará cuánto respeto tiene hacia mí. Ahora los vándalos cuelgan sus espadas en espera de un triunfo de Atila y así venir hasta acá, pero el tal Genserico no cruzará el Mediterráneo. Mejor que espere a otro bárbaro para su sociedad, antes que me una a Marciano y echarlo de una buena vez de Cartago. “Nada mejor que un bárbaro para combatir a otro bárbaro”, decía mi madre, asegurando que todas las aspiraciones territoriales y títulos patricios se consiguen bajo la sólida alianza con un grupo de belicosos bárbaros. Esta es la forma de hacer un buen gobierno y de paso darles una ocupación decente a estos rapaces. Ahora puedo sentir que los tiempos cambian a mi favor, esperando que los hunos ataquen de una vez y sean contenidos. Qué gran lección para todos los bárbaros, qué ejemplo de poder sin resignar ningún territorio o pacto favorable a sus intereses, tal como se hacía en los tiempos de Augusto, por la fuerza de las armas; una lección de autoridad como no se ha visto igual, mejor que la contención de los cuados o los marcomanos. Cómo para impresionar a todos los que echan un manto de tierra a la prolongación de este Imperio. Sin embargo, dudan de la lealtad de Aecio, lo ven como aliado de los hunos, muchos se impresionan por la gran amistad con ellos y no se convencen de un enfrentamiento con Atila, dicen que reniega del pasado y que no disfruta de las visitas a las ciudades galas sin el acompañamiento de sus lugartenientes bárbaros, su estampa deja mucho que desear, ya le he visto descuidando su atuendo, y sus gustos por las armas de los bárbaros no hace más que convencer a los contrarios de su gestión. Tiene el poder de un patricio y los privilegios de su condición, lo cual no pueden hacerlo esquivar las responsabilidades de este momento, a pesar de su origen bárbaro; confío en él como hizo mi madre, y espero que no defraude mi opinión, es mucho lo que nos depara el futuro si logramos evitar un golpe bajo esta gestión. Todo el poder puede más, toda la magnificencia de mi prestigio alcanza para dar vuelta esta coyuntura a mi favor, soy la imagen perpetua de mis antepasados y todos el esplendor que representaban y nada hará variar esa situación. Pero puede ser infiel a mi causa, puede traicionarme como dice Petronio Máximo, muy grave sería. De ser verdad todas las infamias que se tejen en su contra aliarse con el mismo Atila para hacerse del poder. Capaz de hacer semejante estropicio en mi administración, juro por mis antepasados que lo extirparía de Galia ahora mismo. Pagaría caro su error de acometer en mi contra. Hoy veo el amanecer con ímpetus briosos y confío en el triunfo de los míos. Si no es por el vino puedo advertir mejores tiempos, aún seré el emperador.


- Cabalgaremos hasta llegar a la llanura de los Campos Mauriacus, podremos encontrar evidencias del paso de las hordas de Atila en esa dirección. - No te resignes, puedes encontrar el triunfo al final del camino, nada será en vano, ya podrás reponerte de la huida precipitada de los hunos desde Orleáns y que nos hubiera enfrentado por adelantado sin necesidad de esta fatigosa travesía, sólo recuerda que no debes negar el derecho de los godos a mantenerse en estas tierras. Se expresaba claramente Avito a favor de sus protegidos, algo que los godos esperaban para consolidarse en los territorios occidentales, mientras no podía evitar el temblor en sus manos al rozar la espada, como un preludio a las emociones que estaban por acontecer en ese territorio. - Diles que sigan el tranco, porque luego veremos la razón de esta avanzada, puedo confidenciarte que mis expedicionarios encontraron señales de los pasos hunos, todo indica que avanzan en esta dirección, prepáralos porque no podemos permitirnos la sorpresa. - Hay rumores de una posible confluencia de francos y celtas en esa dirección, ¿qué hay de cierto en eso?, esperas mayor oposición que la nuestra acaso. - No me bastan las fuerzas combinadas de godos y romanos para esta batalla, sólo puedo adelantarte que la desencadenarían de estas fuerzas puede ser mayor que la soñada por todos ustedes, incluso hay que pensar en la posibilidad de una traición, o descoordinación en la llegada de refuerzos. - Juegas al misterio con esta estrategia, pienso que sabes más de lo que dices, y el número de guerreros puede ser mayor al que planteas, mucha sangre va a derramarse, algo más que tu prestigio en estas tierras está en juego, las fuerzas que se enfrentan van a desencadenar una energía que hará sonrosar a la batalla de Worms, de salir vivo de esta me encerraría en una abadía para relatarlo en un libro, te aseguro que lo haré. - ¿Encerrado en una abadía?, la emoción te llegó a la cabeza, eres un hombre de acción, dime que no estas en tus cabales, lo que he escuchado esta pronunciado por otro hombre, es lo más ridículo, me haces reír Avito- Volviendo a la realidad de la planificación de la batalla, Aecio recobra la urgencia del presente y revela los temores sobre las ventajas del bando enemigo,- sus vasallos germanos suman miles, no podemos apostar a un triunfo definitivo si no vamos con todas las energías necesarias para contrarrestar su ofensiva, los hunos son los mejores en la estepa, seguramente ganarán la planicie para disfrutar de una batalla a su regalada gana, hay que ofrecer batalla frontal pero ganando las alturas, si vencen podrán disponer de su gente a lo ancho de este territorio y seguro que sus vasallos ostrogodos, hérulos y gépidos poblarán de buena gana estas tierras, que tanto ha costado mantener en estos años de refriega sin tregua. La primavera de Junio invadía Galia con el rocío mañanero. La floresta rebozaba hasta el piedemonte y los caminos, desperfilados por la falta de uso o el descuido, trazaban una línea borrosa hacia los campos vascongados. Al calor de los valles transitados, meditaba Aecio en la forma como el clima y la geografía escarpada desfavorecía la estancia de los hunos, sólo era necesario pensar en cómo le afectaba a él mismo toda la travesía envolvente para comprender la situación de los esteparios; sumando a esto las posibles mermas a causa de enfermedades. Al contemplar la planicie en el horizonte, intentaba volcar sus recuerdos persistentes hacia la estrategia más adecuada; su pelo largo y descuidado por todo el tráfago de este último tiempo, parecía evocar en sí mismo episodios épicos junto a los hunos, triunfos que lo ubicaron en el sitial de honor que detentaba; juzgando negativamente la precaria alianza de los bárbaros, motivados por el afán de desalojar a los guerreros de Atila, y que lo conducía a él hacia un derrotero incierto, al menos para sus aspiraciones de poder. En estos pensamientos se sumergía cuando Traustila lo invocaba para consultar su opinión.

- El campamento de los auxiliares hunos se encuentra próximo, tal vez sea mejor detenernos y preparar una escaramuza de advertencia-. De ser así sería el primer roce entre los contingentes de Aecio y los expedicionarios de Atila. - Debo consultar a Avito, para saber si los godos dan su consentimiento, pero hagamos un alto para reponer energías, por la confianza de los últimos resultados, no han levantado empalizada. - Así es, pues apenas esperan quedarse esta noche para seguir camino hacia el campamento principal. - Entonces atacaremos esta misma noche.



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hora mis sueños claman por las hordas, para que apacigüen esta incertidumbre, para no seguir en la indefensión y entregarme en un sacrificio estéril a otro usurpadores que nada tienen que hacer. Mis manos húmedas perciben la tensión que me acobarda, más que el futuro incierto de las escaramuzas del presente, porque jamás rehuí combate alguno cuando no lo daba por perdido. Estoy en la encrucijada de mi vida. Pesan las destrucciones, la reducción a condición de esclavos de los vencidos, en el norte, o la estampida masiva más al sur, casi dejando una población escuálida en Galia a no ser por los propios bárbaros que pueden acometer en mi favor y que por primera vez ganan el aprecio de la población romana. Rumores del posible zarpe de una flotilla de naves vándalas, que se aprestarían a invadir Sicilia, una vez consumada la victoria de Atila en Galia. Sólo que en Rávena no pueden comprender este estado de cosas, para ellos todos los bárbaros son iguales a no ser que los enfrenten unos contra otros para beneficio de Occidente. Cuando tenso el arco y disparo la flecha puedo ver el horizonte de estepa, en estos momentos inciertos no dejo de avivar mis recuerdos de prisionero en la corte de Rua, puedo volver a sentir el aire autosuficiente de sus hombres y mujeres que no dejan de insuflar su inspiración en mi vida. Aún veo la efigie del lobo impregnada en la niebla del atardecer y no dejo de sentir sobresalto al oír sus aullidos. Cómo si Bleda no concediera por broma la futura diadema de líder huno a un romano, a mí, viéndome empinado en la cúspide de la rígida estructura de esta sociedad, como rey absoluto, jugando a tener el poder total entre ellos como adivinando mi porvenir de gloria, en inocente broma. En mi condición de patricio y terrateniente puedo ganar la confianza de los hombres de Galia pero el respeto y temor que inspiran los hunos bajo mi supervisión pueden hacer mucho más por mí. Si no puedo esperar más de los godos, o de los alanos y todo lo que gané al lado de los hunos suma más que todo eso acaso el futuro sea incierto para mí como lo es para ellos. La única salida es hacia arriba, porque no podré cumplir con todas las demandas de no mediar un triunfo y menos aún validarme ante los hunos, quienes verían en mi púrpura y diadema romana una manifestación de la voluntad del destino para hacerme cargo de su propia trayectoria, tal vez Atila cambie de parecer y vuelque sus ansias con un territorio mejor provisto o un área de comercio privilegiado, sólo en el trono podrán perdonar mis licencias, iniciando un período de mayor apaciguamiento, al tener todos los que buscaban. Bien podría mi hijo aceptar este compromiso con el poder de la toga romana, enlazando mi familia con la de Valentiniano en inmejorable posición para compartir los honores de Rávena.

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or el factor sorpresa, nadie dudaba de la efectividad del ataque. Hasta la mitad del campamento se metió la cuña de godos y galorromanos sin que los adormecidos hunos se percataran de ello. El tibio clima de los valles circundantes aletargaron una rápida reacción de los hunos, quienes se vieron prontamente sobrepasados. Pero el estropicio fue mayor al que esperaban ya que dejaron un reguero de muertos y heridos como evidencia. La alarma se esparció en poco rato, confundiendo las órdenes de contraataque con la gritería ensordecedora de los hombres de Aecio. Los que dormían a caballo no atinaron a dar cacería en medio de la noche, por lo que el campamento expedicionario sufrió los estragos del asalto. Estaban en los territorios de Flavio Aecio era el mensaje, a pesar de haber eludido el cerco de Orleáns, los pasos hunos eran vigilados celosamente por todo el territorio de Galia. Mayor fue la agresividad de los hombres de Avito, los godos desencadenaron su frustración histórica y condujeron aquel asalto hacia un mar de sangre y muerte descomunal. Sólo la sorpresa pudo más que las estrategias mejor hilvanadas para enfrentar a los hunos en el campo de batalla, bajándolos del caballo y al fragor de la noche cómplice pudieron cubrirse de gloria con una pequeña escaramuza llevada a cabo con éxito. Aecio eliminó a los jefes expedicionarios hunos y tuvo que obligar a los godos a parar la matanza ya que requerían de algunos sobrevivientes para dar testimonio de la lucha. Ahora los hombres de Atila sabían que el trecho que les quedaba por andar dependía del juicio del magíster militum, en cuyo dominio, sus hombres deberían presentar batalla pronto, antes que se mermaran las fuerzas por estos ataques menores. No lejos de este campamento se encontrarían las masas iracundas de hunos bajo el mando del propio Atila quien no podrá hacer otra elección que seguir rumbo a los campos Cataláunicos.




“Aún no me convence la actitud de Aecio respecto a sus antiguos aliados”. Era tarde para indecisiones, suponían que la coordinación de las distintas acciones para esta estrategia podría fallar, que los francos no se presentarían a dar batalla en el descampado, que los alanos desertarían, que los hunos aumentarían su contingente con la llegada de los gépidos y rugios, que los aliados godos no obedecerían las instrucciones de campo, llevando toda la planificación previa a un fracaso, que habría sol, que Atila ganaría la altura, que el polvo taparía la visión del enemigo y evitaría mantener el frente compacto, que todas las predicciones de los chamanes estaban en su contra, todo era inútil. Tardarían menos en posesionarse del resto de Galia que lo avanzado hasta ahora. La huída en masa de los bárbaros bajo régimen de hospitalidad provocaría una avalancha mayor, y la posibilidad de que un desembarco de vándalos en Roma a las órdenes de Genserico terminaría por colapsar al Imperio de Occidente”. “Colocar a los alanos al centro, puede ser el mejor incentivo para que los hunos se desgasten en un ataque frontal, y eso debe saberlo Aecio”. Yo me vería obligado a renunciar a todas mis tierras en Galia, perdería el honor de patricio, me conduciría todo esto al suicidio como única salida moral. Mientras en Rávena continuarían condenando mi nombre por estar sellado mi destino junto a los hunos, Valentiniano vería confirmada todas sus sospechas y en mi suicidio creería ver la falta a la palabra empeñada con Atila y su triunfo, porque no podría creer en más lealtad a su gestión que la que tienen los eunucos en torno a él. Huirían por el Adriático hacia Oriente como lo pensaba Honorio, incluso antes del desembarco de Genserico. Unida toda la familia real en un solo territorio terminarán por aceptar la idea de defender el último bastión de la romanidad. Mientras Galia se desintegra en la destrucción huna. “Su hijo adoptivo franco puede auxiliarlo desde el norte pero quizás no haga otra cosa que apoyar a los hunos”. Los godos, francos, alanos y burgundios sucumbirían a la avalancha y teniendo el mar como única salida se internarían en el vasto océano hasta dar con Britania, apenas orientados por los relatos de los armoricanos, a ver si ahí pueden deshacerse de los hunos de una buena vez, huirían como ya lo hicieron de sus dominios en el este de la Panonia, o del norte del Elba, dejarían aquel territorio a la intemperie y la resistencia más consistente en Galia quizás venga de los propios galos que no dejarán sus territorios ancestrales aún por la amenaza del propio Atila, morirían en batalla como último acto ritual de su estirpe, aún antes de abandonar la tierra de sus antepasados, sin esperar nada de ayuda de parte de Occidente, en pleno colapso. “Los propios burgundios temerosos de una nueva derrota ante los hunos preferirían rehuir del combate”. Mi familia desaparecería, mi mujer humillada y mis hijos condenados a la esclavitudc como ya lo he visto en anteriores circunstancias, mis tierras entregadas por concesión imperial absolutamente arrasadas, con los caballos muertos para dar espacio a sus carros y bestias, quemadas las ciudades no habrá referente alguno de civilización por estos lados y los germanos que adhieren a Atila, sin mayor compromiso por algún pacto de hospitalidad, terminarían por concluir la obra destructora de su líder en Occidente.

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staban concentrados en un solo frente tal cual pretendía Aecio, la mañana nublada apenas confundía los planes concebidos por el Magíster Militum, y por si fuera poco había ganado la altura junto a su ejército amalgamado de bárbaros y galorromanos, los godos de Avito y Teodorico, su rey, custodiaban el flanco derecho en férrea y compacta formación guerrera que mostraba sus escudos resplandecientes al sol, mientras invitaban a la batalla con golpes de espadas en la cubierta de madera de éstos, la formación continuaba con los alanos de Sanguibán quienes llevaban el peso de la caballería de este contingente, exhibían toda la parafernalia de su equipamiento militar, cotas de malla en el pecho de sus caballos y en sus jinetes, estandartes de dragón como en las incursiones del 405, la espada larga como signo de poder y la rabia contenida por siglos ante la prepotencia huna, este sentimiento común era compartido junto a los godos de quienes podían sentirse hermanados en este momento histórico de revancha. Atrás de ellos un abigarrado contingente de galorromanos, ex combatientes de las legiones de Honorio, incluso veteranos del tiempo del general Estilicón, con su equipamiento militar romano clásico, cascos, espadas cortas y escudos redondos, muchos ya avecindados por largos años en la región gálica, no estaban dispuestos a ceder un centímetro, y dar su vida si era necesario para evitar otra avalancha como la del 405. Todo parecía equilibrar las posiciones, cuando a la planicie llegaron los francos en sus carros de toldo tirados por caballos percherones, bajaron en masa compacta y cubrieron la planicie como hormigas guerreras, cubiertos con peto de cuero, algunos con el torso desnudo, alzando sus espadas y hachas en señal desafiante, avanzaron dividiendo a ambos ejércitos en medio de su cántico guerrero que al unísono logró imponer su ritmo cadencioso pero enérgico, en esta marcha parecían indecisos a la hora de tomar partido por Atila o Aecio, éste último sudaba frío porque su plan maestro se iría al tacho si la veleidosa lealtad de los francos se decidía finalmente por los hunos, entonces subieron a la altura ganada por Aecio en rápida estampida, colocándose en el extremo izquierdo del frente de Aecio, encerrando a los alanos de Sanguibán al medio del frente, obligándolo a dirigir sus caballos en una sola dirección: hacia delante, la huida ya no era posible. Sanguibán cambió su rostro, tratando de encontrar respuesta en el rostro de Aecio a esta virtual encerrona, suponía que su lealtad se ponía en tela de juicio, y su rostro perplejo buscaba una respuesta, que la faz sonriente de Aecio no atrevía mostrar hacia sus tropas, sino que miraba al frente porque el plan maestro al menos resultaba exitoso para contrarrestar la avalancha de Atila. Asomaba la mirada de Aecio al frente, mientras una delgada niebla de polvo que los caballos de Atila arrastraban iba sacudiéndose del descampado, mostrando en su huída la magnitud de las tropas hunas, casi prolongados hacia el infinito. La mirada indomable de Atila contenía una firmeza de propósitos que sobrepasaba todos los cálculos previos. Al disiparse la polvareda, aparecía en profundidad la extensión de su magno ejército. Pero en la altura ya había planeado la formación ideal según las observaciones previas de sus lugartenientes, entre los cuales Óptila y Traustila habían elegido unirse a la batalla junto a Aecio para oponerse al gobierno de Atila, Entre los pronósticos de la estrategia a utilizar, acertadas fueron las conjeturas de una batalla definida por el uso de la infantería en los costados, ya que de mi lado el cuadro de jinetes alanos se enfrentaba con caballería, mientras que desde la posición de Atila los demás vasallos germanos iban a pie para cargar al frente. Los aullidos de los espantadores hunos fue la provocadora invitación al combate.



Pero la suerte estaba echada, Aecio con sus greñas descuidadas, su larga capa goda amarrada con fíbula, apenas parecía un soldado romano y empuñaba su espada muy presto a dar el golpe decisivo, el brillo húmedo de sus ojos le devolvía la emoción que a sus 50 años y con el tráfago de una vida sin tregua y sin paz, devolvía los latidos de su corazón al ritmo frenético de un adolescente imparable, a su mente asomaban recuerdos de su cautiverio entre los godos y los hunos, aceptando este destino violento. Sus soldados galorromanos no exhibían los cuidados propios del ejército imperial, muchos años en el frente de Galia había terminado por buscar adecuaciones al campo real de batalla y no a los ejercicios ficticios realizados en las guarniciones de Italia, como las añejas formaciones cerradas estilo tortuga en total desuso para contener una carga de caballería bárbara. Lo de Aecio casi era mistificación de sus aliados, con el deseo de identificarse con ellos ponía en peligro el compromiso hacia la gestión de Valentiniano, que era relegado a un segundo lugar, y en estos años de convivencia podía apreciar el arraigo que exhibía entre los bárbaros su estilo combinado, híbrido y casi condescendiente con ellos. Con el triunfo de su escaramuza unos días atrás conseguía azuzar la animadversión de los hunos que aparecían vitoreando el nombre de su líder en una repetición catártica para ellos y desquiciante para nosotros. Luego de la antesala de los espantadores desnudos y pintarrajeados, vino toda la caballería encima de los hunos, en procura de una venganza por la dura oposición impuesta en la ciudad de Orleáns por los hombres de Sanguibán. La formación de alano apenas sirvió de freno para la avanzada de Atila. En plena lluvia de flechas que atraviesan las cotas de malla, desencadenando la confusión entre los alanos, apenas el dominio de la espada pudo contrapesar en la pelea corta la supremacía numérica de los hunos; caían los estandartes, caían sus sostenedores, extenuados por la pesadez de sus armas que debía levantar en ritmo vertiginoso para asestar un duro golpe al peto protector de los hunos, mientras en los extremos los ostrogodos buscaban la pelea a sus hermanos godos y los hérulos y gépidos esperaban su momento para afrontar a los francos de Meroveo, la advertencia era la posible cerrada de los aliados de Aecio en torno a los hunos cuando estos se divertían descuartizando alanos, algo que ya estaba decidido de antemano por Atila, Valamiro y Arderico. Una tras otra oleada de hunos volvía a enfrentar a los alanos, en una repetición mortal y que contenía de cualquier acción en contra a los demás aliados de Aecio, esperando el desgaste que nunca llegó. Yo miraba sin estupefacción, porque sabía del gozo que provocaba en los hunos la pelea frontal, simplemente compartía con Avito el desarrollo de las acciones, esperando el turno para que los godos y francos entraran en pelea; recordaba las gestas que los hunos compartieron conmigo para hacerme respetar en la región, iniciando el prestigio de mi nombre al lado de ellos, el apoyo inútil para Juan, la anulación de Tibato, y la contención de los burgundios de Jovino, son triunfos importantes que consolidaron mi carrera, pero más importante es el respaldo que obtuve de ellos con la misma energía que ahora demuestran en el campo de batalla. Estoy quieto esperando el desarrollo de las acciones mientras confundo el presente con el pasado, mientras veo mi consolidación al lado de ellos y puedo reconocer en su derrota mi propia derrota. Ya despuntaba el mediodía para iniciar el contraataque de los godos y francos, encerrando en una tenaza mortal cualquier iniciativa huna, aún suponiendo la entrada de los contingentes germanos favorables a los hunos. Perdición podía haber al menospreciar la fuerza de los germanos vasallos de Atila, pero existe la probabilidad que no se resignen antes a una derrota que a una afrenta combinada como la que estaba por acontecer, las promesas de Atila eran muy convincentes, y el territorio de Galia eran mucho premio para los imparables nómadas, aunque los látigos hunos sacaron de sus caballos a muchos alanos, también la presencia de godos y francos contenía cualquier aventura apresurada de los hunos.

En esta batahola, entre el griterío ensordecedor de los guerreros y los cánticos de los soldados que aún no entraban en combate, el curso de los acontecimientos podía favorecer al que pudiera soportar la presión de los últimos avances, los hombres de Aecio reaccionaron envalentonando a los hunos que en oleadas sucesivas se resistían a dejar el campo de batalla. Nadie observaba como el Marne se llevaba la sangre de los mejores hombres a uno y otro lado, nadie veía el desquiciamiento que provocaba la prolongación del conflicto. Nadie quiso ir tras la retirada de los hunos y sus vasallos, por miedo a un contraataque de fuerzas más renovadas guardadas para tal propósito. Fuerzas de refresco en ambos lados iniciaron sus movimientos. Los godos parapetados en sus escudos de distintas formas, desenvainaban la espada para enfrentar a sus hermanos los ostrogodos, quienes se protegían tras la cota de malla y el yelmo en su cabeza. Los hunos renovaron su ataque al centro y era evidente la intención de atenazarlos mediante los aliados germanos de Aecio. Entraron en contacto todas las fuerzas disponibles. No quedaron refuerzos frescos a que echar mano para asestar el golpe final, por lo cual el camino de la extenuación y el calambre muscular parecía inevitable para ambos bandos. El choque de las espadas contra los pesados escudos era la resonancia más crepitante que llegaba hasta los oídos del magíster militum, los pulmones se reservaban para soportar la descarga de energía cada vez más exigua y ya no se escuchaban los cánticos laudatorios. Unos tras otros se replegaban como una marea incesante, invitando al enemigo a seguir la huella en una trampa mortal muy conocida y por lo mismo rechazada. Nadie quería ir más allá de los límites impuestos de antemano, menos aún cometer la torpeza de perder la altura a que estaban arrimados Aecio y sus lugartenientes. Lo determinante eran las bajas infringidas al enemigo en cada carga frontal; para saber el momento correcto de una contraofensiva más avasalladora. Esto se definirá en el tercer día, si llegamos a ver la luz del sol, cuando las fuerzas de Atila no puedan romper el cerco y empiecen a sentir el cansancio de sus guerreros y la fatiga de sus bestias, jamás les he visto combatir más de dos días, por esa razón prefieren el ataque violento que decida las cosas de una buena vez y al primer espolonazo de la carga frontal, al soportar el asedio de este día conseguiremos desorientar la estrategia de Atila, colocándolo en la difícil situación de asumir una huida presurosa. La gran mancha negra de sus hombres aglomerados para reiniciar una carga parece necesitar cada vez más tiempo para reponerse. Y sus aliados ya no están dispuestos a correr la suerte de una matanza fácil por inanición. Lo que puede esperarse es una acción desesperada, casi suicida que deje a los hunos en posición más favorable, esto ya lo había visto antes y azuzados por el alcohol pueden motivarse a penetrar en una cuña por el costado donde los ostrogodos no han tenido suerte, nadie que los conozca podría esperar menos que eso, por eso temo a la noche una acción más salvaje, suicida y temeraria, algo que no deje escapar el honor de los hunos de este campo de batalla, y por cuyas acequias se vierten litros de sangre al Marne, obligando a los heridos sedientes y fatigados por el tráfago a sorber el espeso líquido rojo mezclado con las aguas del Marne, siendo además una señal para todas las ciudades río abajo de la empecinada lucha que tiene lugar aquí. Es tal la cantidad de bárbaros comprometidos en la brega que no distingo a gépidos y ostrogodos de los francos y godos, solo me orienta la mancha negra de hunos que se empecinan en abrir la muralla alana. No me he decidido a usar antorchas o quemar toldos de madera para no arruinar nuestra propia seguridad, sólo mantener a los contingentes en formación compacta ayuda a seguir reconociendo a nuestros aliados, teniendo como objetivo el cuerpo del adversario frontal a nosotros, solo esa percepción distingue al amigo del enemigo. Atila se vió perdido ante la tenaz resistencia de las fuerzas combinadas de Aecio, en la desesperación urdió el plan final de ataque, enviando la embestida más fiera contra los godos de Teodorico, con destreza atravesaron el cerco pedestre de godos que celaba la lealtad de los



alanos, acechando con flechas y sus hábiles lazos de cuero que descolocaba el equilibrio de sus rivales, junto a los ostrogodos y embriagados por alcanzar la victoria llegaron hasta el campamento, obligando al propio Teodorico a ponerse en armas, pero en su desorientación no pudo esquivar la lluvia de flechas que lo arrojaron fuera de su caballo, cayendo al suelo donde fue repasado por jinetes y bestias. Esto cambio el desarrollo de las acciones. En la retirada de los hunos estos dejaron un rastro de sangre que motivó una ofensiva apenas prevista en al estrategia final. Sabía que los godos no se quedarían de brazos cruzados y en su embestida arrastraron a los francos, galorromanos y celtas a seguir en persecución de los esteparios, esto demostraba hasta que punto el liderazgo de los godos era el factor más decisivo en esta estrategia, más allá de los planes conservadores de Aecio, la muerte de Teodorico jalonaba todas las frustraciones contenidas contra los hunos por años y con más pasión que disciplina obligaron a quebrar la composición del frente que había resistido los embates del ejército de Atila. Pero el destino quiso que los sorprendidos hunos huyeran en estrepitosa marcha, quemando sus carros de toldo para desorientar al enemigo y al amparo de la noche. El propio Atila ya no participaba al frente, era una huida de verdad, dejaban el campo de batalla. Pero la rapidez de esta acción y todos los muertos que entorpecían el paso, hizo que el sólo abandono de esa posición volviera en sí a los godos, conteniéndolos de ir más allá en una operación incierta. Turismundo, el indeciso hijo de Teodorico, nos consultó la acción a seguir y el propio Aecio le conminó a mantener las filas de su ejército que le ayudaría a conservar el puesto dejado por su padre, evitando la entronización de un clan enemigo, lo que provocó una vuelta inmediata a Tolosa. Yo me acerqué a Meroveo para hacerle ver la conveniencia de una retirada ya que necesitaba mantener las fuerzas que aún tenía intactas, para futuras acciones, en el hedor de los caídos y el desorden de la noche lo convencí de no iniciar una persecución estéril hasta contabilizar todas las bajas nuestras y las de ellos y ver en que situación quedábamos, esta pausa nos servía y el propio Arderico pudo constatar que la única oposición encontrada en su huida por el Marne estaba a cargo de un destacamento de burgundios, próximos a su base en Saboya, que terminó de apurar la huida de los gépidos y evitar volver la mirada atrás, a Galia, a sus verdes praderas y su clima templado cálido. El cansancio y la confusión evitaron una acelerada celebración que por el momento parecía precaria, ya que para los demás el fantasma de Atila aún rondaba cerca, pero yo sabía que la huída definitiva de los hunos significaba replantear las prioridades de su líder. Ahora sabría que sin mí todos sus planes en Occidente estaban fallidos de antemano.


L

o que vino después es historia. Toda Galia celebraba jubilosa la victoria de los Campos Cataláunicos. La fecha de la batalla fue recordada con vehemencia por muchos años en toda la región y los aldeanos que presenciaron de lejos la refriega traspasaron a su descendencia la grandeza de los guerreros caídos en acción, sin importar la causa defendida. Los historiadores ad honores que relataron las hazañas de godos y francos no escatimaron elogios para destacar el coraje de su pueblo y muchas crónicas épicas exaltaron hasta lo sublime la entrega desplegada en el campo de batalla. El nombre de Atila llegó al cielo, sin olvidar breves alcances a la valentía de Teodorico y Meroveo. Muchas comarcas de la zona se disputaron el privilegio de haber sido el lugar de aquella gesta. Sin encontrar jamás el punto exacto, en una mezcla de olvido y triunfalismo ufano. Todos hicieron lo suyo para mantener imperecedero el recuerdo de un acontecimiento que iba más allá de sus protagonistas. Pero Aecio dejaba que los méritos estuvieran destinados a otros nombres porque para él lo importante era otra cosa. Atila se mantuvo dentro de Occidente, para ser exactos en la región alpina al noroeste, Aecio recuperó un territorio apto para sus propósitos y la confianza de sus habitantes; sin embargo quedaba pendiente el compromiso hacia Valentiniano. Eso esperaba en Rávena, porque las intrigas deformaban la percepción de los hechos en la mente del emperador. Aecio pensaba en ir a la capital del Imperio a plantear sus exigencias, los años ayudaron a derribar sus prejuicios sobre las políticas de pasillo y cambiar la rudeza del campo de batalla por la avenencia diplomática. Todo esto respaldado por sus triunfos, su hijo era la promesa de consolidación en esas tierras y restaba importancia a los hunos como amenaza acechante. Pensaba mucho Aecio, mientras cavilaba, Atila se mantenía dentro de Occidente, aunque fuera de Galia, y su presencia en la región de los Alpes era más que un riesgo, era la incomodidad de tener al enemigo adentro. Aecio salvaba a Galia pero el terror de los hunos no se iba de Occidente. Así pasaron dos años con la complacencia de la autoridad hacia el estado de cosas mencionado. Todos cavilaban sobre lo que debía ocurrir, muchas suspicacias surcaban los aires y los temores obnubilaban la razón, Aecio estaba en el punto de mira, la ruina estaba cerca y rondaba más cerca de lo que creía, apreciaciones fatales que caían sobre sus hombros sellarían su suerte. Un día decidió ir a Roma por expresa petición del emperador, el sentido común lo acercó a las tradiciones más arraigadas de Occidente y por esto decidió cortarse el pelo a la romana, hasta la nuca, usar los atuendos oficiales y las armas tradicionales del ejército augusto. Complacer la simpatía de Valentiniano era la premisa fundamental, buscar la complacencia de la autoridad, algo que el pasado juvenil de Aecio habría sido imposible de realizar, porque ahora entendía el significado del protocolo real, el respeto a la diadema y la toga romana, luego de la sumisión a Atila podía mostrar más humildad y benevolencia hacia las prácticas políticas romanas, podía entender que era necesario eliminar esa rebeldía absurda de su arrebatada juventud, comprendía que el buen juicio mesurado lo consumía a los 50 años. Buscaba agradar a la autoridad porque el destino de grandeza de este Imperio estaba en Roma, y todas las batallas libradas, los reinos bárbaros destruidos y la consolidación de Galia solo significaba la perpetuación de la obra de Occidente, sin la cual no tendría autoridad para opacar la fama de Atila, recuperando la credibilidad del los esteparios, de los godos y los malditos usurpadores que medraban el poder regional. La resignación recuperaba el talante del magíster militum. Por esos años estaba fresco el recuerdo de la destrucción de Aquilea, una de las fortificaciones más destacadas de Italia, a manos hunas; de hecho al allegada de Aecio a la antigua capital del Imperio implicaba deshacerse en explicaciones para justificar la humillación de Aquilea, más aún a los ojos del Senado que mantenía jurisdicción en dicha provincia. El magíster militum no tomó el peso de la situación ni menos a la

estancia prolongada de los hunos en Los Alpes, quizás pensaba que con ganar Galia para los romanos bastaba, quizás no midió la distancia que había entre él y Valentiniano, tal vez pensó que la muerte de Atila ayudaría a esclarecer los pensamientos del emperador, lo cierto es que ese viaje a Roma podía cambiar el curso de su vida sin pensarlo.


I

ldico le preparó la más fastuosa de las noches de boda. A su regreso de la campaña de Italia, luego de su enigmática entrevista con el Papa León I, sus hombres ya anticipaban la alegría y el jolgorio de la revancha de su líder. La casamentera era de su gusto, por eso la apoteosis de la celebración podía vivirse de antemano. Era rubia, un obsequio carnal muy apetecido, y los ostrogodos lo sabían muy bien. Aún mantenían el pacto recíproco de no agresión y las circunstancias no variaban en ese sentido. Lo tuvo todo como siempre, con los excesos de los que deseaba rodearse toda la vida y el apoyo de los suyos, con la promesa de retornar sobre los pasos andados para reescribir la historia y relatar hazañas de su prestigio inmaculado en tierras galas, tierras que le pertenecían por convicción. Despilfarro de ganas con una sobredosis de alcohol, para acelerar la algarabía, pero Atila ya no era el mismo de antes, los años dejaban su huella indeleble, y su cuerpo ofrecía más resistencias al desparramo orgiástico, aunque celebraba las originalidades de su tribu, muchas risas eufóricas y excesos como siempre, teñidos en el negro de sus vestidos sudoroso por el trajín apoteósico. Con los ojos desorbitados comparecía Atila, para testificar una vez más la alegría de su pueblo, como lo fue siempre para los hunos, en esos gritos podía experimentar el apoyo incondicional. En la pantagruélica cena, muestra de la devoción de los pueblos sometidos a su voluntad y que llevaban hasta su presencia los manjares menos resistidos al paladar, aquí tuvo su última satisfacción. Degustaba con brutalidad y dedicación, probaba estos bocados que exaltaban su poder, con poco refinamiento y en el descontrol de la situación, su boca iba de plato en plato, con la única interrupción de las extrañas pócimas alcohólicas que conducían hasta él. Los sentidos desvariaban, se esparcían más allá de lo real, los rostros se desencajaban y los gritos delirantes estiraban su prolongación hasta el infinito, más allá de la carpa. Fue perdiéndose de a poco, llevándose con él la imagen de un pueblo feliz, pletórico de éxitos y fastuosos homenajes, con todo el mundo conocido a sus pies, pagándole tributos, pagándole para mantener sus libertades, feliz se fue con la belleza de una nueva esposa entregada para él. Así lo recogieron sus leales cuando se desplomó en su cama


- Me sorprende tu arribo a la ciudad de mis padres, felicito tu gusto al presentarte ante mi presencia con esos atuendos. - Puedes esperar más de mi lealtad, algo más que las apariencias, te soy fiel hasta las últimas consecuencias. - Abrigo el deseo que tus palabras sean consecuentes con tu obra, pero las acciones no coinciden con mi parecer-. Valentiniano preparaba el terreno a lo que estaba por llegar. - No des importancia a los últimos acontecimientos, las Galias aún están bajo tu veredicto. Había un sol tenue sobre la ex capital del Imperio, como preludio al invierno que se avecinaba en el continente. Con un frío que dejaba sentir su hálito espectral en todos los vecinos romanos que aún quedaban en la exigua ciudad. Estaba de frente al emperador de Occidente para explicar lo que parecía inexplicable. Enfurruñado Valentiniano se dejaba llevar más por su ira incontenida que por las palabras conciliadoras de Aecio, un temperamento juvenil e irreflexivo y otro menguado por la experiencia y la tolerancia. Así el frío se sentía más entre los pasillos nacarados del Palatinado. Ambos ataviados con túnicas romanas parecían cumplir rigurosamente el protocolo establecido pro la tradición Occidental, aunque destacaba más la imagen del Magíster Militum por ser ajeno a su carácter. - Años pensé ingenuamente que recobrarías el sentido común que nunca tuviste, ahora veo que me decepcionas una vez más, te has aliado con los bárbaros igual que antes, porque al final eso eres: un bárbaro. Mi madre te dio oportunidades que no voy a consentir en perpetuar para tu persona, pero he dejado de ser un estúpido que cree en tus promesas-. Bebido y eufórico, Valentiniano dejaba escapar sus sentimientos más íntimos, haciendo eco de su juventud, bravuconeaba paseándose con decisión en todos los espacios de su recibidor. - No hablas con indulgencia, más bien te precipitas en juicios a priori que obnubilan la razón, mal podría ir contra Atila luego de huir de Las Galias, ¿o acaso esperabas que desprotegiera ese flanco en procura del huno?. - No espero nada de ti, sólo sé de la destrucción del norte de Italia que provocó la estampida huna, todo gracias a la trasgresión de no haber ido en procura de los hunos cuando se hallaban en plena huida, porque las concesiones a tu hermano valían más que la lealtad a Occidente. - Hablas sin saber, la batalla por detener el avance de Atila en Las Galias fue difícil, de no haber sido por la participación de los godos de Avito o los hombres de Meroveo o Sanguibán, difícilmente me encontrarías aquí tratando de lavar mi nombre. Hablas por lo que no sabes, eres víctima de las intrigas que colman tu corte, me insultan tus palabras que no hallan justificación en los hechos. Apesadumbrado por constatar el cambio de humor del gobernante, un leve pálpito incomodaba su ruda estampa, presintiendo la amenaza que se cernía sobre él. La boca seca se entregaba a la evidencia que marcaba el instinto de supervivencia, como tantas veces había salvado al Magíster Militum. Pero arrinconado en la ciudad eterna sus palabras eran lo único que podía salvarlo. - Propongo que cases a tu hermana con mi hijo Gaudencio, así te asegurarías de mi lealtad para siempre; aunque la tienes por seguro pero este vínculo agregaría mayor cercanía entre nosotros, además, Honoria se libraría de las infames proposiciones de bárbaros oportunistas, como Atila, y no te preocuparías más por su destino nupcial en el futuro. - Más aún pretendes un lugar para tu familia en mi corte, de verdad eres muy osado, no deja de sorprenderme tu imprudencia insolente; media Italia destruida es el resultado de tu mediocre protección contra los hunos, todo por resguardar Las Galias, un confín territorial que bien puede sacrificarse. Ahora solicitas la mano de mi hermana para tu hijo.


- Estas exagerando, todo lo sobredimensionas, si tan solo fueras capaz de ir más allá de estas cuatro paredes, deberías atenerte a la realidad, no des un paso en falos que la ofensiva contra los bárbaros no es tan fácil como ilustras, al menos dame el beneficio de mi conocimiento y experiencia en estas circunstancias, no huyas de esta realidad-. Buscaba explicaciones racionales, manteniendo una postura inclaudicable, se mantenía erguido tal como le aconsejaba Petronio Máximo, todo para favorecer las condiciones del Imperio Occidental, porque estaba interesado en perpetuar el prestigio de la corte real. Cómo sería capaz de no defender los intereses que Roma había impuesto para gloria de sus ancestros. Acaso un bárbaro habría de ser capaz de sortear todos los obstáculos para llegar a la misma condición de un soberano romano. La púrpura y diadema continuaban firmemente sostenidas por Valentiniano. - Atila esta muerto, tus dominios están resguardados bajo mi mando militar, tienes asegurado el respeto y la continuidad de la familia Imperial, nuevamente la gloria del Imperio vuelve a despertar orgullosa en todos los confines-. - Atila esta muerto- parafraseaba Valentiniano de espaldas a Aecio-, pero tu eres la amenaza- murmurando para si mismo-, esa insensatez de siempre mi amigo no puede continuar, volteándose con agilidad hacia el cuerpo de Aecio, le propina una violenta estocada con un estilete hábilmente guardado en sus vestimentas. - La puta que te parió mierda. - La misma que bendijo tu obra cabrón-. Y salieron los testaferros de Valentiniano a completar el asesinato.

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uchos bárbaros intentaron hacerse del botín occidental, muchos perdieron, otros lo intentarían nuevamente y así continuaría la historia. Atila y Aecio muertos apenas compensaron en algo las pérdidas humanas y materiales a que condujeron los últimos acontecimientos. En nombre de ellos sus relatos han comparecido en historias épicas posteriores, y en las historias de las tribus beneficiarias de Occidente, como los godos y los francos. Pero todo no fue tan igual, ciertas prácticas desconocidas para la elite romana, ajena a la cultura de intercambio que se desarrollaba en los confines, no cambiaron después de esto. No podemos olvidar el rastro dejado por Aecio y las cuentas se saldarían tarde o temprano. Quizás muy pronto recobró Valentiniano la voluntad de ser al margen de Aecio, bastaron unos meses para insuflar nuevos bríos a su gobierno, con su asesinato pensaba terminar de golpe todo el vestigio de su obra pero la huella de las estepas iría tras de él. En sus ejercicios habituales de tiro al arco en Campo de Marte, gustaba de acompañarse por hábiles arqueros hunos; en una muestra de confianza invitó a Traustila y Optila, bajo recomendación de Petronio Máximo. Quiso comprobar si eran capaces de asimilar otra lealtad, entregándoles nuevas tierras podría restituir para sí la lealtad de los hunos en Occidente, averiguando de una vez su prejuicio sobre la vulnerabilidad de los bárbaros en este tema, pero en la tarde tuvo la verdadera respuesta a sus certezas. Los hunos se pusieron en posición de tiro a un lado del joven emperador, celebrando sus aciertos sobre los blancos móviles, pero a un mismo tiempo y a muy corta distancia, dispararon intempestivamente sus flechas sobre Valentiniano, provocándole un desangramiento inmediato en el cuello y la perforación del pulmón izquierdo, la muerte del heredero de Gala Placidia no tardaría en llegar, y sus sirvientes sólo recogieron un cuerpo agónico que miraba con los ojos abiertos hacia el cielo, intentando explicar tal afrenta con el último aire inhalado en este mundo.



Epílogo

E

n el crepúsculo de esta cultura tenemos la caída del Imperio Romano como el hito más importante que cierra el ciclo de la antigüedad, pero con cercana anterioridad ya se había definido el rumbo de la historia, al menos en Occidente, en el sangriento desenlace de la llamada Batalla de las Naciones, criterio excepcional de John Keegan en su “Historia de la Guerra “, también cabe mencionar a Arther Ferrill en la obra “La caída del Imperio Romano”. Aecio, el último de los romanos, es protagonista de buena parte de aquel período y como un héroe invisible, lo hago comparecer con el ánimo de reavivar las cenizas. Héroe invisible porque me encontré con un personaje misterioso, sin rostro petrificado en los muros de Rávena, sin obra escrita y sin homenaje, y que sin embargo comparece hasta nuestros días en relatos tan disímiles y distantes, como la obra de Jordanes, las crónicas de Sidonio Apolinar, los panegíricos de Merobaudes y la zaga de los Nibelungos. Más una cuota de admiración por los pueblos de las estepas tan bien valorados en su dimensión histórica por René Grousset. El aporte fundamental para la realización de esta novela viene de parte de Lucien Musset y su magistral obra sobre las invasiones y sus consecuencias, texto que ha sido la base para mí. Años antes que decidiera a escribir tuve la oportunidad de experimentar por primera vez estas pulsaciones en conflicto con el libro de Musset que hizo cambiar toda la perspectiva que tenía originalmente sobre el tema, más aún comprobando la reseña obligada que otros autores realizaban de su obra. A lo largo del relato se manifiestan las fuerzas oscuras que modelan las circunstancias, ineptos usurpadores, bárbaros en pugna por obtener el mejor botín dentro del Imperio Occidental y las ambiciones inexcusables de aquellos que detentan el poder y procuran prolongarlo. Salta a la vista la precaria condición a que fue llevado el Imperio, con pocas posibilidades de sortear la adversidad del momento en medio de la agitación de las invasiones germánicas: godos y francos, y de los pueblos de estepa por otro lado. Descripción de pueblos bien realizada por Fergus Millar en El Imperio Romano y sus pueblos limítrofes. Hay que reconocer la dificultad que significó la falta de exactitud en algunos datos como: confusión sobre el origen de Flavio Aecio, época y condición de su

cautiverio, trayectoria militar y aspectos de su alianza con los hunos; además, la confusión de fechas, rangos y batallas menores, quizás el ejemplo más gráfico es la disparidad de criterios al momento de ratificar cuantitativa y cualitativamente a los elementos que pelearon del bando de Aecio en la Batalla de Campos Cataláunicos. No es menos sorprendente la figura destacada de Atila, con cuyo prestigio tuve que lidiar para no disminuir la presencia de Aecio. Una leyenda que remece los cimientos de Occidente y que aparece efusivamente desde los míticos relatos de los Nibelungos hasta las novelas y películas que lo ubican como protagonista de este escenario histórico. Tan enigmático como el Magister Militum, sin dejar rastro desaparece de la historia pero con una obra difícil de igualar: construir el más vasto Imperio de las estepas y poner en jaque a Occidente. Carismático y enérgico, representa la traza de su pueblo y es el mensaje más convincente de las estepas. Comparto el juicio de Mario Bussagli y sus páginas de admiración para el líder huno no son menos para mí, además de sus elogios para Aecio. Sobre las tribus bárbaras se puede agregar mucho más y es que el breve espacio de estas líneas apenas permite expresar el espíritu de estas comunidades y sus costumbres más auténticas, el esbozo de las agrupaciones de origen sármata como los alanos, viene del libro de Edward Beacon y su colección: “Historia de las Civilizaciones” tomo 2. Lo mismo queda para el trabajo de Millar y Musset. El carácter de los pueblos germanos más influyentes en la parte Occidental es descriptivo en sus aspectos militares, mas la reciedumbre de su temperamento es extraído de los acercamientos que los propios romanos tuvieron con estos bárbaros durante el régimen de hospitalidad. Las costumbres germanas están extraídas de la obra “La Clave de los Pueblos Germánicos 500 A.C.-711 D.C.”de Luis A. García Moreno; también encontré información en “Historia de la Vida Privada” de Philippe Arles y George Duby, en la parte concerniente a la Alta Edad Media. Muy importante es resaltar la práctica muy arraigada de la fraternidad guerrera expresada en la condición de bucelario, un término que define a plenitud la diferencia abismal entre la costumbre de alquilar mercenarios por parte de los romanos y la inquebrantable lealtad que surge de la misma condición guerrera de los bárbaros entre sí y de la cual derivan lazos invisibles a los ojos civilizados de Occidente, diferencia determinante para fijar la trayectoria militar de Aecio.


Agradecimientos

P

ara el final mi agradecimiento más rotundo hacia el trabajo gráfico de Ilustración y diseño del Libro por parte de Mirko Vukasovic M. y Cristian Escobar B., por el cual espero que esta novela no se transforme en un trabajo de erudición, por el contrario este aporte busca llegar al corazón de un público masivo ávido de buenas historias, gracias al trabajo de Mirko y Cristian.


Bibliografía 1. Philippe Arles y George Duby, Historia de la Vida Privada; La Alta Edad Media. Taurus 1992. 2. Edward Beacon, Historia de las civilizaciones 2. Alianza Editorial, 1988. 3. Mario Bussagli, Atila. Alianza Editorial, 1988. 4. Arther Ferrill, La Caída del Imperio Romano, Editorial Edaf. Madrid. 1989. 5. Rene Grousset, El Imperio de las Estepas, Paris, 1939. 6. Gerard Herzhaft, Yo, Atila, Anaya, 1991. 7. John Keegan, Historia de la Guerra, Planeta, 1995. 8. Fergus Millar, El Imperio Romano y sus Pueblos Limítrofes, Siglo XXI,1990. 9. Luis A. García Moreno, Las Claves de los Pueblos Germánicos: 500 A.C. – 711 D.C. , Editorial Planeta.1992 10. Lucien Musset, Las Invasiones, Las Oleadas Germánicas, Nueva Clío.1982.




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