CRÓNICAS CORONARIAS Por MILVA PRADERIO ¿Entonces…, que nos trae esta pandemia, que se lleva, que nos dejará? Cada pregunta, cada afirmación, es una expresión de la incertidumbre que atravesamos. No tenemos dimensión de lo que estamos viviendo, por desgracia y por suerte también un poco…aunque sea duro, aunque cueste creerlo… Retomando, trae: memes, pánico, corridas, reflexiones, puteadas, orden, limpieza, desorden, caos, el clima…que sigue siempre sin “venirnos bien”, recetas, ejercicio indooorrrr, libros, música, pantalla, pantalla y más pantalla. Que se lleva: la rutina que conocíamos, los planes, “el imaginario control de nuestras vidas”, los encuentros (la peor frase del momento es “estamos en contacto”), la ronda del mate, los saludos afectuosos, la vaganciaaaaaa, los partidos de cualquier cosa/deporte (hasta bolita con rodillera). Ese “otro lugar físico” que imaginamos cuando queremos escaparnos, por ejemplo: “que frío que hace que lindo sería estar en la playa…”, NO. No se puede estar ni en esta playa ni en aquella, ni en el parque, ni en la montaña, no se puede ir ni a la esquina. Que nos dejará: muchas preguntas, pocas respuestas, culpas y responsabilidades repartidas a la bartola, películas, canciones, muertes, curaciones, novelas, crónicas, algún aprendizaje y todo lo que hoy proyectamos hacer para cuando salgamos de la cuarentena…que no vamos a hacer…como lo que nos propusimos al comenzarla…y que tampoco estamos haciendo. Quizás tampoco se trate de lo que trajo, lo que se llevó y lo que dejará. Estas preguntas son apenas unos atajos posibles para poder pensar esto que nos excede, que nos sorprendió; un afán por categorizar lo que no cabe en ningún lugar físico ni psíquico, porque este real es tan real…que nos deja un poco en silencio. Silencio que por momentos puede llegar a ser ensordecedor. En fin…una amiga me dijo hoy, con este día gris y lluvioso: “Ahora sale siesta de acá a la China” y en el acto se replicó: “No, a la China mejor no” …. También, con este día, “confieso” que he pensado: “esta ideal para estar encerrado” (shhhhhh) no será para tanto no? Que descanse entonces un poco el Superyó…el mundo está en suspenso, aunque el tiempo, con su tic tac inexorable…, siga marcando su paso.
PENSAR EN TIEMPOS DE CORONAVIRUS
Por MAIA MANCIONE Intentar poner un punto en toda esta maraña parece una tarea bastante compleja. Hablar de maraña resulta interesante, su definición refiere al conjunto de hilos, pelos o cosas semejantes, que están enredados y entrecruzados de manera que no se pueden separar. De esta manera decimos que son múltiples los discursos (económico, político, científico, social, etc.) desde los cuales se puede pensar lo que hoy sucede; a nosotros lo que nos interesa es aportar alguna lectura al respecto desde el Psicoanálisis. Mucho es lo que hoy se puede leer o escuchar a través de las redes sociales sobre lo que vivimos. Por un lado, el imperativo de la productividad…, hacer, hacer, hacer. No importa mucho el sentido de para qué o por qué, pero hacer. Llenar espacios, tapar vacíos. Agujeros que por más que se intenten llenar, ahí están y van a seguir estando. Estos mandatos no sirven ni de mucho ni por mucho tiempo, ya que cada sujeto se las arregla con este Real que es la pandemia de una manera sumamente singular. Desde el Psicoanálisis consideramos no hay una receta aplicable a todos ni modos “mejores” o “peores” de poder llevar la situación. Sin perder de vista que las condiciones económicas también confluyen en lo psíquico, ponemos énfasis en los recursos simbólicos que cada uno ha podido construir a lo largo de su vida, y desde los cuales echará mano para poder hacer más soportable esto que hoy resulta intolerable. Esto no quiere decir que haya alguien que sobrelleve "mejor" el sufrimiento psíquico que la situación actual genera, simplemente decimos que cada uno lo hace a su modo y con los recursos afectivos y simbólicos que tiene. Todos, a lo largo de estos días nos encontramos en algún momento (o en varios) con la incertidumbre de no saber lo que va a pasar (cómo si en algún momento sí lo supiéramos), nos enfrentamos con nuestros miedos y angustias, pasamos por diferentes estados, hicimos distintas cosas para llenar este continuo del tiempo, donde no sabe muy bien si es Lunes, Martes o Domingo. Nos hicimos preguntas y buscamos un sentido a este sin-sentido que hoy vivimos. Apelamos más que nunca al humor, porque sí, el humor salva y mucho. Nuestra cotidianidad está patas para arriba y es indudable que se han trastocado todas las coordenadas con las que vivíamos hasta el momento. Entendemos que es demasiado pronto para poder dimensionar los efectos psíquicos producidos por la pandemia, mucho más difícil resulta poder imaginar el costo psíquico que quedará como saldo cuando termine. Porque sí, en algún momento, esto va a terminar. Pensar eso también alivia, y mucho. Para finalizar, decimos que en esta nueva realidad se re-inventan los modos de hacer lazo con el otro, ya que los lazos son los que nos sostienen y nos acompañan, nos hacen ver que no estamos (ni queremos estar) tan solos después de todo. Si bien la virtualidad ya formaba parte de nuestra vida, ahora copa la escena y cobra una preeminencia inédita. La imagen adquiere nuevas dimensiones y trasciende la realidad misma. Videollamadas, aplicaciones como Zoom o Meet, posibilitan el encuentro con los otros. Se abre otro mundo de encuentros y des-encuentros. También con malentendidos, por supuesto.
Habitar estos modos en lo personal me resulta todo un desafĂo, serĂĄ cuestiĂłn de poder pensar y construir otros puentes para poder ser/ estar en tiempos de Coronavirus...
¿Qué pasa en tiempos de “enterramiento obligatorio”? Hablaba con una amiga el otro día por celular, aludiendo al aislamiento obligatorio me pone “enterramiento obligatorio.” Este fallido del teclado predictivo me invitó a pensar algunas de las cosas que cada uno tuvo que enterrar en este momento tan particular que atravesamos. Lo primero que se me ocurrió fueron las rutinas, nuestro quehacer cotidiano: llevar los chicos a la escuela, ir a trabajar, volver, que se yo. Aquellas cosas que teníamos planeadas hacer en este mes. Cumpleaños, viajes, proyectos que de repente hubo que “dejar en suspenso”; algunos de los cuales se habrán podido posponer, otros quizás se tuvieron que cancelar. Después repare en la significación que le dábamos a las categorías de tiempo y espacio. Pasar del ritmo acelerado al que estábamos habituados, a un tiempo lento, muy lento, donde cuesta ubicar las horas, los días, el qué hacer. El espacio también pierde las coordenadas; no hay un “afuera” y todo se vuelve “adentro.” Ubicar un interior y un exterior aun cuando estemos dentro de nuestra casa no resulta una tarea sencilla. Sin embargo, para nuestro psiquismo este trabajo resulta sumamente necesario, pues en tanto función de corte posibilita un ordenamiento y cierto alivio de la angustia. También pensé en los modos de vincularnos con los otros, aquellos que “están afuera” de nuestra casa. Ese otro, aunque se trate de una persona familiar para nosotros, ahora deviene un tanto extraño. Sin el saludo cercano como lo es un beso o un abrazo, el contacto se torna raro, algo angustioso diría también. Sin pretender agotar la cuestión, entiendo que cada uno de los mencionados (en mayor o menor medida) hacen a lo más propio de nuestro ser. Bordes que ahora devienen difusos y ante los cuales no sabemos muy bien cómo ubicarnos como sujetos. Lo que no es sin angustia para cada uno de nosotros. Hablo de entierros, es decir de duelos, pero a la vez pienso en las nuevas condiciones de posibilidad que la pandemia permitió. En este tiempo, rápidamente instalamos nuevas rutinas que organizan nuestro cotidiano. En el caso de la escuela, se mandan actividades y son muchos los que pueden continuar con sus trabajos desde casa. Se reinventan y se re-significan los modos de estar, con los otros y también con nosotros mismos. En nuestra casa nos encontramos con rincones o cosas que ni sabíamos que teníamos. Los que convivimos con personas pasamos a compartir largas horas con nuestros seres queridos; esto si bien produce desencuentros, por otro lado, genera nuevos encuentros. Libidinizando de esta manera otros descubrimientos, que nos llevan por otros caminos. Asimismo, en este tiempo se producen nuevos aprendizajes que van desde pagar un impuesto por homebanking por mencionar algo trivial, a algo más importante aún cómo lo es realizar una videollamada con un ser querido para poder sentirlo cerca. En estos encuentros se redimensiona la imagen, la voz, la mirada. Claro está que este “suplir” de ninguna manera recubre el modo anterior de relacionarnos con las situaciones, pero al menos es una manera de acercarnos. Estos modos, y muchos otros, se crean para arreglárnosla con aquello que por el momento no podemos hacer. Intentos de suturar los agujeros que esta nueva realidad nos impone. Realidad que nos sacude y también -si queremos- nos invita a hacernos preguntas... ¿Qué nos pasa con todo esto? ¿Cómo la sobrellevamos? ¿Qué construcción del otro? ¿Desde qué lugar nos pensamos? ¿Qué ideales y qué demandas circulan en esta época? Preguntas que no van a encontrar respuestas acabadas. Respuestas en las que van a surgir contradicciones, ambigüedades, marchas y contramarchas, ya que esto forma parte de nosotros. Pero entiendo que en la medida que le demos lugar a algo de esto, también pueda ser que encontremos algo de alivio ante la incertidumbre que vivimos.
“En estos tiempos de oquedad…, de distracción a perpetuidad…” La única certeza que tenemos en este mundo es la muerte. Y Lacán afirma que gracias a esa certeza se torna soportable la vida. Sin embargo transitamos entre Eros y Tánatos con un velo de por medio. Un velo que distrae nuestra pulsión de muerte. Y así vamos de deseo en deseo suponiendo que la muerte es algo lejano y los grandes discursos del pensamiento mágico intentan conformarnos con el Valhala, el barquero de Aqueronte y sus monedas o el divagar eterno de las almas en el paraíso. Romántico consuelo de los creyentes. Recorremos el amor – cada vez menos- eterno y circulamos por el modelo –y discurso capitalista- como quitapenas ante lo inevitable. Pero en medio de todo ello aparece una nueva pandemia del Siglo XXI. La presentificación de lo real. La mayor amenaza que irrumpe e interrumpe la vida feliz de las redes sociales. La mayor certeza de la vida ya no es algo que puede sucederle a un sujeto ajeno y aislado. La muerte nos roza a todos por igual y al mismo tiempo. Es la globalización de la muerte que se transmite por televisión, radio, diario e internet. Hoy murieron 523 en Italia, 600 en Inglaterra y 300 en Brasil. En Estados Unidos la cifra superó a la de la guerra de Vietnam. Un dato esperanzador, en España sólo han fallecido 225 personas. Frente a ello la mayor medida preventiva es el encierro, el asilamiento social preventivo y obligatorio. Se suspenden besos y abrazos. Mates y apretones de manos. El afuera y el otro se nos vuelve siniestro. Tanto en la acepción del diccionario: “…que causa cierto temor o angustia por su carácter sombrío o macabro o por su relación con la muerte…”, como la que describe Freud en 1919 enunciando a aquello de lo conocido que se torna extraño…ese sentimiento que siendo familiar y conocido regresa a nosotros con una sensación de extrañeza y contenido terrorífico que nos produce angustia. Ahora bien, ¿cómo anudar esa angustia a lo simbólico para que no duela en el medio del pecho? Y como en todo encierro, el anudamiento fue mutando con su transcurrir, tal como el devenir del duelo de las libertades, que como diría Nasio, es el tiempo que nos lleva acostumbrarnos a su pérdida. En esa mutación las primeras formas de distraernos de la muerte y su miedo fue la sobre-información. Queríamos saber al detalle de la progresión del virus, las medidas de ataque, el origen y todo dato que nos arrojara una nueva certeza: podemos vencerlo. Así aparecieron múltiples recetas caseras y las más absurdas explicaciones de su origen ante la devastación narcisista del ser humano y, reitero, la aniquilación de la vida feliz de las redes sociales. Se hicieron campañas para juntar camas, colchones y frazadas para así equipar los hospitales, a los existentes y a los improvisados en los estadios y ejércitos. Con cara de espanto queríamos estar preparado ante el enemigo que
aguardaba, como una horda de vikingos, a que nos distrajéramos con las manos sin lavar. Luego se fueron sucediendo los interminables y agotadores chistes de pandemias, encierro, corona virus, comida, sexo, hasta que entraron en vigencia unos africanos con su cajón al hombro en un ritual mortuorio. Aprendimos a cocinar todo tipo de panes y postres, hicimos gimnasia con cuanta rutina apareciera en Instagram o Youtube. Nos apuntamos en cuanto curso online rozara nuestro interés, y si es gratis mucho mejor. Y la vida volvió a parecerse a la felicidad. Las redes volvían a mostrar la cara feliz junto a una torta de manzana: “hoy salió postre, el que quiera que venga”. Simulacro de una proximidad perdida. Pero todo ello no bastó, la certeza seguía –o sigue- acechando desnuda. Aparecieron los aplausos para los valientes en las trincheras de los hospitales, aquellos que nos iban a cuidar. Hasta que alguno se dio cuenta que ellos también eran un peligro. Tanto como el repudiable contagiado de COVID o el extranjero que podía traernos el mal. La solidaridad se transformó en supervivencia egoísta. Y la certeza estaba allí. Entonces los políticos –alentados por intereses de la oposición- fueron los destinatarios de los males. Y allí salió la clase media a cacerolear pensado en que si se bajaban los sueldos podríamos salvarnos de la tumba colectiva. Duró poco. Volvimos a las tortas, los recitales en vivo y las conferencias en Zoom. También duró poco. Nada mejor que la liberación de presos para poner otra vez el velo y anudar la angustia. Y volvieron las cacerolas de balcón –otra vez aprovechada por una clase dirigente ávida de protagonismo- igualando presos con COVID y muerte (creo que ello merecería un mayor análisis). Hoy comienzan a disminuir las restricciones y la pandemia es algo que, por el momento, vemos aterrados por televisión. Aquí, vaya a saber uno por qué, no nos ha devastado y ello nos ha permitido también mitigar ese real tan crudo. Algunos sostienen que el hombre saldrá fortalecido y distinto de esta situación. No lo creo. El humano es como esa mosca que vuelve a la misma mierda. Eduardo Galotto
Reflexiones Nº1: Sobre el Acompañamiento terapéutico Hace tiempo que la idea de escribir sobre AT, de alguna forma, nos aparece como “una buena idea”. Este escrito, intentará hacer de esa encantadora intención, una pequeña reflexión sobre nuestras experiencias, -muchas veces desolada- en el desempeño de la práctica como acompañantes, la que va dejando tras sí algunas preguntas e intentos de respuestas. Seguramente en el backstage de lo que en un principio no sabíamos si íbamos a lograr concluir, aparecerán los pormenores, y no tan menores, de este camino que, COVID-19 mediante, nos debíamos y a lo cual nos aventuramos, con audios de Whastapp, prácticas de charlas en Zoom y fotos de producciones culinarias. Tan pronto íbamos dialogando sobre la práctica, llegamos -sin demasiado esfuerzo- a lo que entendemos, como el punto irremediable al que todo dispositivo de Acompañamiento Terapéutico -tarde o temprano- se acerca: el deterioro del mismo. En determinada instancia del tratamiento en cuestión, el dispositivo comienza a tornarse incómodo, el AT, muchas veces, puede advertir lo que sería posteriormente la crónica de un desenlace no deseado y, -en el mejor de los casosse cuestiona sobre su clínica, se interroga respecto de los avances o retrocesos en el dispositivo y se lanza a lecturas académicas, en búsqueda de otorgar algún posible sentido a su práctica o intentar la reestructuración del dispositivo. Cuando esto último sucede, podemos encontrarnos con una oferta de “Manuales de AT”, elaborados en pos de orientar el hacer, que bajo la preposición “de”, intentan velar que ciertamente son “para el AT”. En ocasiones, estos libros alivian la posible angustia que le puede generar al profesional confrontarse con lo irremediable de su práctica, con aquello que es insalvable e inseparable del dispositivo, y para lo cual, la academia no forma, porque allí se juega algo del orden de lo imposible, del resto que se cuela del hecho que aprender es también un poco seguir ignorando. En este momento de la situación de Acompañamiento, hablar de dispositivo suena utópico, porque él mismo parece haberse perdido, dando lugar, al uso instrumental de la teoría o al mero tecnicismo, encarnado en el profesional. El AT, ha empapado de un sentido estereotipado su práctica, y cómo es de esperar, una vez que le imponen a alguien un sentido de existencia, ya no hay mucho lugar para la invención. El profesional termina incidentalmente repitiendo versiones clonadas de experiencias de otros y lo potenciador del dispositivo, acaba inscribiéndose en la línea de lo no deseable. También, como es de conjeturar y por suuuuerte, ese hacer no funciona, y empieza -ahora sí, ¡con tutti!- un proceso de desgaste del dispositivo que culmina en el mentado deterioro: se desdibuja el rol, y se borran los bordes -siempre invisibles pero existentes- que sostienen el dispositivo.
¿Cómo se llegó a este punto?...Se reproduce con insistencia, que el lugar del Acompañante en su clínica, supone un constante vaivén (a)simétrico, una posición paradojal, desafiante y extremadamente difícil de sostener; “es como si, debieras convivir con un ex”, se escuchó a la distancia, con interferencias mediante. Entonces resultó, que la metáfora nos venía bien, porque a fin de cuentas el amor -como no podía ser de otra manera-, también forma parte del dispositivo, y la convivencia con un ex, tiene un poco de lo amistoso, pero también de lo forzada de la situación. La práctica del AT, parece estar un poco situada en esta aparente tensión, que, entendemos solo se puede sostener si al menos hay ¿dos habitaciones?. E decir, únicamente se sostiene lo paradojal, si la diferencia está encarnada en otro lugar distinto de la posición del AT. Lo enunciado, no figura como novedad, varios autores lo han teorizado…, sucede que, en la clínica, los libretos no sirven de mucho y, se torna necesario desempolvar esos viejos conceptos y mirarlos a la luz de la práctica. Entonces, el lugar del Acompañante y, por ende, el dispositivo en sí, sólo logra sostener su subsistencia cuando la diferencia que encarnamos es, digamos, parcial. Este enunciado, nos traslada a una especie de punto crítico y oscurantista de la práctica: la dependencia al equipo, nunca garantía de tercero. ¿Estamos de acuerdo, que la presencia de un equipo, no implica per se la construcción de la terceridad necesaria para que un dispositivo de AT se sostenga? Que una práctica dependa de otra práctica, se torna un poco más que tercerización de la tercerización, que sería algo así como …¿subtercerización?, en resumidas cuentas, según parece absurdo… Fue así como entre pantallas, intercambios y voces presentes en la distancia…con la sensación que vivencia quién cree que logró alcanzar lo inalcanzable, se escuchó: “¡Lo que pasa es que el AT es un amor de verano!”.... como tal, no puede más que tener de antemano una fecha de vencimiento y un costo. Con relación a lo primero, frecuentemente el tiempo de vencimiento, expira antes que la fecha indicada y, en cuanto a lo segundo, el dispositivo comienza a decantar, en un largo plan de pagos, en incomodísimas cuotas, en ocasiones, para el acompañado y, en otras -un poco mejores, aunque no por eso deseables-, para el AT, quien se lleva de esa experiencia la sensación -y por eso también un poco la duda- que su práctica, tan intensa como eficaz, carga con un armadijo imposible de sortear. Entonces, creemos que habrá que barajar las cartas, que conforman el campo del Acompañamiento Terapéutico, y diagramar nuevos modos bajo los cuales el dispositivo pueda sostenerse por sí mismo, instaurando una terceridad, un poco más allá y, por supuesto, también un poco más acá del tercero.