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Michael Jordan: dios de sus triunfos

The Last Dance documenta el mejor equipo de baloncesto de la historia.

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TEXTO Alberto N. García [Com 00 PhD 05] es profesor titular de Comunicación Audiovisual y crítico cultural.

Cuando Michael Jordan se retiró por segunda vez, tras ganar su sexto anillo de la NBA, el diario «Marca» clavó una portada memorable. Aparecía el jugador sentado en el suelo, con su media sonrisa tras alguna genialidad, bajo un titular melancólico: «Y ahora, ¿a qué jugamos?». Porque con su adiós se clausuraba una época, la más dorada de la historia del baloncesto, la que comenzó con Magic y Bird y alcanzó el cielo con el Dream Team. Sí, es cierto que Jordan regresó ya cuarentón a los Washington Wizards, pero hasta el documental que nos ocupa sabiamente olvida aquel vano intento por autosabotear su propia leyenda.

Jordan dio identidad a los Bulls. Él era el planeta en torno al que giraban satélites como Pippen o Rodman. Y esa «galaxia Jordan» se narra con precisión en el entretenido «The Last Dance», un documental de diez episodios que ha emitido Netflix en coordinación con ESPN, la cadena de deportes estadounidense.

Resulta lógico su éxito, puesto que al picor de la nostalgia había que sumarle un concienzudo trabajo de archivo, unas entrevistas sabrosas a los protagonistas que permiten recalibrar el pasado desde el hoy, y un hasta ahora inédito metraje de la última temporada de aquellos grandiosos toros de Chicago. Lo extraño es que lo rodado no hubiera visto la luz antes. «The Last Dance» puntea partes ligeramente controvertidas —¿dónde está Craig Hodges, purgado por sus críticas políticas?, ¿qué fue del Jordan post-98?—, pero en general es un monumento al genio atlético. Emergen varias de las polémicas de Jordan —desde su gusto por las apuestas y los casinos hasta su odio a los Pistons—, pero jamás se traspasa la línea de lo permisible.

Narrativa y dramáticamente, «The Last Dance» es un documental tradicional. Ahora que joyas del true crime han obtenido popularidad («Tiger King», «Making a Murderer», «The Jinx») y obras históricas han alcanzado nuevas audiencias («The Vietnam War», «Leaving Neverland»), centrar diez horas en recontar la vida de uno de los mejores deportistas parecía una apuesta segura. «Showtime» a borbotones: canastas imposibles, remontadas épicas, playoffs míticos, cuartos de ensueño…

En todo caso, lo que más llama la atención en «The Last Dance» es el gigantesco cambio social y cultural que se percibe. Y no solo por los kilométricos habanos que se fuma ese portento de la naturaleza que fue Jordan, sino por dos cuestiones espinosas que los años han virado: la competitividad extrema y la cuestión racial.

Por un lado, se ha criticado cómo Jordan trataba a sus compañeros de equipo, empujándolos al límite física y verbalmente. «Bullying» deportivo, incluso. Pero es que Jordan vivía de forma enfermiza para la victoria y su misión era conducir a Chicago a los anales de la historia. La empatía solo entraba en la pista si servía para multiplicar en la senda del éxito. Él exigía el cien por cien porque siempre se dejaba hasta la última gota de energía en la cancha. A posteriori resulta fácil criticar a Jordan por sus modos, en lugar de medirlo por sus logros. Lo indudable es que quienes jugaron con él se aprovecharon de una excelencia colectiva como nunca habrían soñado. Con él se hicieron mejores jugadores de baloncesto y personas más ricas y populares. Aceptaron el coste que Jordan les imponía… porque los beneficios compensaban con creces.

El segundo aspecto que llama la atención —sobre todo en estos tiempos de agitación identitaria por el Black Lives Matter— atañe al moralismo que se le demanda a la estrella deportiva. A Jordan se le medía por lo que hacía en la pista. Su famoso «Los republicanos también compran zapatillas» se ha catalogado retroactivamente como una traición, cuando no era otra cosa que el pragmatismo de un tipo que vivía por y para el beneficio deportivo. Los que le reclaman gestos políticos olvidan que Jordan logró que todos los niños del mundo —sin importar raza, sexo o credo— quisieran ser como él. Con su trabajo bien hecho logró mayor visibilidad y normalización racial que cualquier otro negro del siglo xx. Nadie allá por los noventa se ponía a medir cuotas —¿cuántos judíos hay en la NBA?—, sino que se confiaba en la meritocracia y se admiraba al que sobresalía. Jordan era básicamente eso: un ejemplo de cómo el talento y el esfuerzo hablan con mucha más elocuencia que cualquier ideología. Porque Jordan no quiso ser una víctima, sino el soberano de sus circunstancias. El dios de sus triunfos. NT

APUNTES

UN VUELO DE REGRESO. El excesivo Ryan Murphy sigue produciendo series para Netflix. La siguiente en aterrizar será «Ratched», una precuela de la inquietante enfermera que protagonizaba, junto a Jack Nicholson, la oscarizada Alguien voló sobre el nido del cuco. Años cincuenta, un manicomio y una villana memorable. Siniestro.

MÁS STEPHEN KING. Una de las novelas más celebradas del mago del terror es «The Stand», traducida al español como «Apocalipsis». Ambientada en un mundo distópico en el que un virus ha diezmado la población mundial, el rodaje de la miniserie de la CBS se tuvo que detener por el coronavirus. Irónico.

‘NTIDISTURBIOS’ EN MOVISTAR. En paralelo al éxito de «La unidad», Isabel Peña y Rodrigo Sorogoyen han creado una de las propuestas más ambiciosas de la pujante ficción televisiva española: un thriller realista y con un diseño de producción ambicioso centrado en la labor de un grupo de antidisturbios. Atrevida.

NÚMEROS

160

segundos dura el vídeo, grabado por Fox UK, que resume los 147 capítulos de «The Walking Dead» emitidos durante una década.

26

años cumplió la serie «Friends» el 22 de septiembre. A pesar de su longevidad, sigue enganchando a la generación Z.

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