arte a la carta
Entrevista al dibujante uruguayo Gervasio Troche:
Personajes sin humor ni palabras en un trazo sutil y firme Periodista Ana Fornaro
Un ojo que saca a su propia lágrima de un aljibe, un hombre que planta una nota para germinar su música, un chico que se une a un fogón colectivo llevando su propia llama, personas que se mojan cada una con su propia lluvia.
se va llenando de líneas y vacíos, de luces y de sombras, donde no hay palabras pero tampoco silencio. Porque Troche, el artista que nació en Buenos Aires hace 39 años por el exilio de sus padres tupamaros, que vivió una infancia demasiado intensa entre perseguidos políticos en México y Francia, que volvió —sin haberse ido— a Montevideo a sus diez años, se dio cuenta con el tiempo que no necesitaba de explicaciones verbales, que su guion ya estaba en los dibujos, en esa idea que, dice, le va bajando mientras camina por La Teja, su barrio de toda la vida, o mira por la ventana, o garabatea en la página en blanco, a veces paciente, otras desesperado. Pero acompañándose a sí mismo, como sus personajes.
El universo del dibujante uruguayo Gervasio Troche está habitado por personajes solitarios pero que aprendieron a acompañarse a sí mismos, seres aparentemente incomunicados con el exterior pero bien enchufados a su interior. Allí, además, el cosmos está omnipresente como ese otro gigante que nos contiene. También hay muchos árboles que buscan el desarraigo y ven sin nostalgia cómo sus hojas los abandonan (siempre es otoño en sus historias), edificios que parecen de utilería, linternas y focos que iluminan la escena: una página que En el principio estuvo la historieta
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franco-belga, que leía en un barrio suburbano de París, mientras su padre, poeta que vivía de pintar letras en carteles, y su madre, actriz, que traía dinero a la casa haciendo espectáculos de clown, organizaban obras teatrales con contenido político. Él naturalizaba extrañado ese mundo de focos, performances y mensajes densos. Internalizaba la inestabilidad y la dificultad de sus padres para adaptarse a culturas diferentes, el miedo y la soledad.
—“A diferencia de mis padres, que siempre tuvieron eso de la escena, yo siempre fui muy tímido. Entonces dibujaba. Nunca fui un natural, ni tuve mucho dominio técnico, algo que me sigue costando, pero encontré que esa era la forma de expresar lo que tenía adentro. De contar historias. La escena para mí es la página”, cuenta.