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Elvira y Sol en el Poema de mío Cid

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Iris Fitzsimmons Christensen

El Poema de mío Cid fue el primer poema épico escrito en castellano. Solo existe una versión y falta en ella el primer capítulo. El poema narra la historia de uno de los héroes míticos de España: Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid y su viaje para restablecer el favor del rey. Elvira y Sol, las hijas del Cid, funcionan únicamente como símbolos de estatus y honor para su padre y esposos, los infantes de Carrión; no tienen una identidad fuera de su relación con los personajes masculinos. Tanto el Cid como los infantes, por su parte, tienen arcos narrativos basados en la pérdida y recuperación del honor. El papel de las hijas es mostrar el honor de los personajes masculinos. La obra establece el papel de las hijas como “bienes” u objetos del Cid, intrínsecamente conectadas con su honor. Aunque Elvira y Sol son centrales en varios eventos de la obra, incluyendo la despedida de su padre, la reunión familiar, las bodas, la “Afrenta de Corpes”, el juicio y las bodas nuevas, carecen de desarrollo real en la obra.

Con obras antiguas como el Poema de mío Cid, protagonizadas por un héroe masculino, es normal que a los personajes femeninos les falte desarrollo y que estén trabajados dentro de las normas del tiempo en lo que se refiere a la sumisión de las mujeres a sus padres y esposos. Como nos recuerda Heath Dillard, “under Visigothic law and the Fuero Juzgo a girl’s father was the person who ordinarily married his daughter to a man whose proposal he accepted” (41). Cuando los lectores modernos estudian el poema, hay que entender que el Poema de mío Cid no representa a las hijas de una manera misógina para su tiempo. Juzgar el poema con expectativas modernas estaría en contra de la intención del autor original y el contexto histórico en que el texto fue escrito.

Según Colin Smith, los poemas épicos se caracterizan por una temática “varonil” en la cual “el caudillaje, el código militar y la total entereza frente a la adversidad son más importantes que el éxito en el amor o las delicadezas cortesanas” (19). Los juglares y escribanos de la épica medieval creían en los ideales de honor y lealtad que vemos en sus héroes. En esta época, la nobleza recibía el honor y los derechos directamente de la autoridad del monarca; el cambio en el nivel de honor era algo muy serio. Es curioso sin embargo que la falta de desarrollo de las hijas, que a nosotros nos puede resultar sexista, también contribuye a una falla más grande en el argumento del autor: sin la restitución del honor de las hijas, el Cid no puede terminar de reclamar su honor.

Además de ser mujeres, las hijas se desarrollan poco porque son personajes secundarios en la mayor parte del poema. Su rol aumenta en el tercer cantar porque otros personajes masculinos quieren la venganza por el insulto al honor del Cid. Hay muchos personajes secundarios en la épica medieval que no están muy desarrollados. Otros ejemplos en el Poema de mío Cid son Jimena, esposa del Cid y madre de Elvira y Sol; Raquel y Vidas, dos prestamistas judíos; y Abengalbón, el aliado musulmán del Cid. Al igual que las hijas, estos personajes tampoco intervienen mucho en la acción y tienen pocos momentos de diálogo o caracterización. Sin embargo, las hijas son diferentes porque su falta de desarrollo le impide al Cid completar su honor.

Es importante recordar el papel y el desarrollo que ellas sí tienen en el poema. Empezamos el poema in medias res (porque el principio del original está perdido) en una escena en que el Cid está saliendo de Vivar para Burgos (v. 12)1. El rey Alfonso VI cree que el Cid se había quedado con las parias, o tributos, del reino taifa de Sevilla que pertenecían al rey; entonces, para castigar al Cid, decide desterrarlo. El Cid tiene que dejar a su esposa e hijas en el monasterio de San Pedro de Cardeña para protegerlas, para poder continuar en su camino de restaurar su relación con el rey y reclamar su honor (v. 238). Durante su exilio, el Cid conquista varias ciudades islámicas y vence al conde de Barcelona y sus victorias militares le aportan mucho botín de guerra, dinero y buena fama. Luego, al derrotar un ejército de musulmanes andaluses y magrebíes liderado por el rey Yúsuf de Marruecos, conquista la taifa de Valencia y se instala allí con su familia. Después de cada éxito militar, el Cid manda regalos al rey Alfonso, y el rey por fin perdona al Cid y bendice las bodas de sus hijas con los infantes de Carrión, Diego y Fernando (v. 1901).

Los infantes creen que este matrimonio servirá para aumentar su riqueza y honor. Sin embargo, un día un león se escapa de su jaula y, en lugar de ayudar al Cid y a sus caballeros, los infantes se esconden. Luego, en una lucha contra el rey Búcar, quien intenta retomar Valencia para los musulmanes, los infantes huyen de la batalla, mostrando su cobardía (vv. 2278-2310).

Llenos de vergüenza, los infantes planean el episodio que los críticos llaman la “Afrenta de Corpes”: salen mostrar a las hijas sus tierras en Carrión, pero después de una noche juntos en el robledal de Corpes, les pegan y las dejan por muertas (vv. 2754-2755). El sobrino del Cid, Félix Muñoz, encuentra a las hijas y las rescata (vv. 2780) . El Cid pide al rey justicia por las bodas que él había bendecido, y el rey convoca unas cortes en que se determina que los infantes tienen que concederle al Cid tres cosas. Primero, las espadas que recibieron de regalo para proteger a las hijas, segundo, la dote que habían recibido para su matrimonio y, tercero, un duelo por el honor de las hijas. Los caballeros del Cid derrotan a los infantes en el duelo y las hijas se casan con los infantes de Aragón y Navarra, convirtiéndose en futuras reinas de España (v. 3399). Aunque el final del poema parece tener un desenlace feliz, el honor del Cid no está reclamado porque en realidad el honor interior de las hijas no se ha abordado.

Según John Burt, el Cid tiene dos tipos de honor: su honor exterior, que viene de las perspectivas de otras personas y se basa en sus posesiones, estatus y reputación, y su honor interior, que viene de la perspectiva del Cid de lo que significa el honor (133). En su acto de desterrar al Cid, evento que sirve de fuerza motriz de la acción del poema, el rey Alfonso ha tomado su honor exterior y por lo tanto empieza la historia del poema. El desarrollo del honor exterior del Cid se muestra claramente en los eventos de la obra. La redención del honor exterior del Cid se realiza cuando el rey perdona al Cid y a sus caballeros y bendice las bodas de sus hijas con los infantes de Carrión. Con sus acciones, el rey restaura el honor exterior del Cid (v. 2162). Luego, durante el juicio, el rey muestra su apoyo por el Cid otra vez cuando permite el duelo con los infantes y bendice las nuevas bodas de las hijas con los infantes de Aragón y Navarra. En el desenlace del poema, el Cid ha reclamado su honor exterior con éxito. El desarrollo del honor exterior de los infantes también es fácil de seguir. Después de sus bodas con las hijas del Cid, su honor exterior aumenta y tienen una relación más cercana con el Cid. Pero después del episodio con el león, muestran su cobardía en público y creen que han perdido su honor interior (porque lo creen ellos) y exterior (porque ocurrió en público). Entonces, para vengar su honor, llevan a cabo la afrenta de Corpes: después de tener relaciones sexuales con las hijas, usan la violencia física para mandarle un mensaje al Cid. Jill Ross señala que “the Infantes, by rending and marking their wives’ clothing and bodies with spurs and saddle straps (ll. 2735-9), are intent upon sending a clear message of shame and vengeance to the Cid in retaliation for the public ignominy they had suffered” (88). Según la lógica de los infantes, tiene sentido lastimar a las hijas porque representan el honor de su padre. Pero representan parte del honor interior de su padre, algo que confunde a los infantes porque en realidad ellos no poseen el honor interior. Al final de la obra, las demandas del Cid no solo compensan el insulto que ha sufrido a través del abuso de sus hijas, sino también la ruptura del contrato de matrimonio. Cuando los infantes pierden el duelo, su honor exterior cae aún más bajo, mientras al mismo tiempo el Cid y sus hijas se llenan de honor exterior a través de la aprobación del rey Alfonso y el nuevo parentesco con los futuros reyes de Aragón y Navarra.

En contraste, el desarrollo del honor interior del Cid y los infantes es mucho menos claro. Burt observa que el Cid tiene que “win his honor twice, a fact that strongly suggests a twofold view of honor” (132). Su honor exterior fue restaurado por el rey, pero el conflicto con sus hijas y los infantes representa un conflicto de su honor interior, porque simbólicamente las hijas representan su “sense of mission and his personal view of what constitutes honorable behavior” (133). Burt explica cómo las dos partes del honor están redimidas en el desenlace del Poema de mío Cid, concentrándose en la barba del Cid y sus hijas como símbolos de su honor interior:

“The Cid’s beard, as a symbol of his interior honor, is meant to be understood in the common medieval manner as reflecting ‘interior’ honor because it comes from ‘within.’ Likewise, the Cid’s daughters, having been created by him, from something ‘within’ his physical being, also symbolize his interior honor” (133). Concluye que el significado de la barba, que a lo largo del poema no es ni cortada ni mesada, “is focused on the Cid’s unmarred interior honor” (136). Pero el honor del Cid no es “unmarred” al final del poema. Y entonces, lógicamente, en la perspectiva de Burt, todo el conflicto entre las hijas y los infantes está resuelto después del juicio. Sí, la justicia del rey ha restablecido el honor exterior del Cid porque públicamente lo ha subido a la clase alta a través del segundo matrimonio de sus hijas y el reconocimiento del rey. Pero su honor interior, y el honor interior de sus hijas, no está intacto porque no puede ser restablecido por otra persona.

Burt dice que el honor interior está definido por la misión y los sentimientos del Cid y de este modo las hijas no pueden curarse sin su padre porque representan parte de su honor interior (133). Entonces, ellas no tienen una identidad o autonomía fuera de su padre. Para él, ellas son una representación de su honor interior que se tiene que guardar. Sus matrimonios a los infantes de Aragón y Navarra no restablecen el honor interior del Cid ni de las hijas, solo el honor exterior. Dentro de las reglas establecidas por el autor, el Cid y su familia únicamente pueden restablecer su honor interior a través de su propia percepción, un cambio psicológico que los oyentes y lectores del poema no presencian. Entonces, la falta de desarrollo de las hijas y específicamente su honor interior impacta de manera negativa al Cid y su arco en la historia. El arco narrativo de los infantes de Carrión, al igual que el desarrollo del honor interior del Cid, es más ambiguo. Para los infantes, sus esposas son objetos que representan un símbolo de estatus que los vincula con el Cid. De esta manera, se transforman en transmisores de la reputación de su padre. Cuando los infantes piden al Rey casarse con las hijas del Cid, afirman que las hijas ayudarán a aumentar su fama: “Las nuevas del Çid / mucho van adelant; // demandemos sus fijas / pora con ellas casar; // creçremos en nuestra ondra / e iremos adelant”

(vv. 1881-1883). Al decir que “creçremos en nuestra ondra”, los infantes plantean explícitamente que la boda y las hijas formarán parte de su honor exterior. Como el Cid, los infantes tienen un objetivo de acrecentar su honor, pero a diferencia del héroe, son más oportunistas y tienen un entendimiento diferente del honor. Los infantes no ven la diferencia entre el honor exterior y el interior, lo cual vemos en cómo creen que las hijas representan al Cid. Para ellos, la vergüenza que pasaron con los hombres del Cid por culpa de su cobardía solamente rebajó su honor exterior. Según esta lógica, dañar la fama del Cid mediante el denuesto de sus hijas será una manera efectiva de recuperar su honor. Pero su cobardía claramente perjudicó su honor interior también. Según Jill Ross, esto se destaca simbólicamente en el poema: “The fear and cowardice displayed by the brothers after they flee and hide from the Cid’s escaped lion are visible in the stains that mark Diego’s clothing acquired after he hid behind a wine press” (84). Su cobardía al comienzo del tercer cantar no solo les dañó el honor exterior, sino también el interior, porque fue un reflejo de su mala conducta y falta de valor.

La afrenta de Corpes es el clímax de la obra y la cima de la autonomía de las hijas. Cuando Sol pide clemencia, “‘¡Por Dios vos rogamos / don Diego e don Ferando! // Dos espadas tenedes / fuertes e tajadores // [...] ¡cortandos [sic] las cabeças, / mártires seremos nos!” muestra que entiende las intenciones de los infantes y preferiría morir (vv. 2725-2728). Sol prosigue, advirtiendo a los infantes que “si no fueremos majadas / abiltaredes a vos, // retraer vos lo an / en vistas o en cortes”, mostrando que ella entiende no solo los planes de los infantes, sino también las consecuencias que los infantes no ven (vv. 2732-2733). Aquí ella intenta advertir a los infantes sobre las consecuencias morales y legales de sus acciones, las cuales no pueden ver porque son consumidos por la venganza. Los infantes no logran ver las consecuencias negativas de sus acciones porque no entienden que han dañado parte del honor interior del Cid, y no su reputación, que quisieron destruir. Es más, su mal comportamiento “avilta” o envilece su propio honor interior, como reconoce Sol.

Hemos visto cómo el destino narrativo de Elvira y Sol depende de su padre y sus esposos, pero su madre, Jimena, juega un papel también. Aunque la infancia y educación de las hijas no se narra en el poema, podemos asumir que Jimena es el personaje que les enseñó las reglas sociales y el papel de ser esposa. Las hijas aprenden su sumisión de su madre, quien transmite exitosamente las cualidades de obediencia y silencio que una buena esposa debe mostrar a su esposo (Lacarra 43). Por eso, no es sorprendente que las hijas jamás traten de resistir el destino impuesto en ellas por los personajes masculinos, ni siquiera cuando se trata de su propia muerte. Las mujeres en el Poema de mío Cid representan un doble linaje: preservan el legado de sus esposos y segundo, enseñan a su prole las reglas y normas sociales que perpetúan el status quo, incluyendo los papeles de género. Entonces, aunque las hijas simbolizan el honor interior del Cid, en su reacción a los abusos de los infantes vemos el legado de Jimena. Considerando la violencia que las hijas experimentan, también es válido preguntarnos si, en el mundo de la épica castellana, los impactos del trauma femenino pasan de generación en generación como medio de supervivencia.

El trauma de la afrenta de Corpes no se puede resolver con unas bodas nuevas porque no representa simplemente el repudio del primer matrimonio, sino también un agravio físico y psíquico en los cuerpos de Elvira y Sol. Desde el punto de vista de los infantes, cuando el Cid y sus caballeros insultan su honor exterior, tienen que tomar venganza en el símbolo del honor del Cid: sus hijas. La afrenta es brutal y gráfica. Después de los horrores, “Hya non pueden fablar / don Elvira e doña Sol, // por muertas las dexaron / en el robredo de Corpes” (vv. 2747-2748). Los infantes también se llevan la ropa de sus esposas, dejándolas expuestas a “las aves del monte e a las bestias de la fiera guisa” (v. 2751). A través de su descripción de la afrenta, el poeta nos explica que el daño de este evento va mucho más allá de un desafío al honor exterior del Cid.

Lo que los infantes no entienden es que sus acciones en la “Afrenta de Corpes” impactarán el honor interior de todos los involucrados: no solo del Cid, sino también de las hijas y de ellos mismos. Según lo que dicen en privado inmediatamente después, creen que han reclamado su honor después de la cobardía que habían mostrado con el león: De nuestros casamientos agora somos vengados; non las deviemos tomar por varraganas si non fuessemos rogados, pues nuestras parejas non eran pora en braços. La desondra del leon assis ira vengando! (vv. 2758-2762).

Aquí indican que no ven a las hijas como esposas, sino como peor que barraganas, es decir, como prostitutas. También sugieren que “la desondra del león” todavía no está completamente resuelta, y van a continuar “vengándola” así. En muchas culturas mediterráneas, “the loss of honour is a form of social death that can only be remedied through the spilling of blood” (Ross 85). Entonces, los infantes se sienten justificados en la continuación de su ataque en otras cosas que representan el honor del Cid. Pero al abusar de las hijas, han violado algo más cerca del Cid que su honor exterior, han violado su honor interior, algo que viene del Cid mismo. Su lógica no es sensata porque sus acciones son deshonrosas, lo cual invalida su esfuerzo por recuperar el honor. Es más, atacan el tipo incorrecto de honor del Cid, mostrando que carecen de honor interior y solo quieren el honor exterior que proviene de las posesiones y el estatus. El error de los infantes, con sus catastróficas consecuencias para las hijas, destaca la importancia que da el autor a la presencia de la dualidad del honor.

Para los infantes, repudiar a las hijas y abusar de ellas no era suficiente para comunicar su venganza con el Cid. Tenían la intención de matarlas por dos razones. Primero, sería otro insulto al Cid y su honor. Segundo, lograría comunicar su mensaje porque, según Jill Ross, “in order for the Infantes’ text to relay its message clearly it must be free from any competing form of discourse. The text must be fixed in death, unable to answer or modify its contents as all written texts are” (89). Aquí Ross alude a su argumento que la afrenta de Corpes consiste en el conflicto entre dos formas opuestas del lenguaje, concretamente, la palabra escrita y la palabra hablada (93). En su argumento, el Cid y sus hijas representan el habla y la continuación de la tradición oral, mientras que los infantes representan la escritura, y sus acciones en la afrenta de Corpes representan la textualización de las hijas (86-89). En la interpretación de Ross, las hijas son el papel en que los infantes escribieron su mensaje a su padre. Incluso en esta interpretación metafórica, las hijas no tienen ni identidad fija ni autonomía.

Elvira y Sol no tienen una identidad que se desarrolla después de la afrenta de Corpes porque su caracterización se limita a simbolizar el honor interior de su padre. Esta lectura de las hijas contradice la interpretación de Alfonso Boix Jovaní, quien propone que Elvira y Sol cambian durante el poema desde la despedida de su padre hasta el desenlace. Boix Jovaní reconoce la dualidad en el Poema de mío Cid, que se manifiesta en los dos agravios al honor del Cid: el destierro en los dos primeros cantares y la afrenta a sus hijas en el tercero. Esto también se refleja en un aumento en la mención de los nombres de Elvira y Sol en la segunda mitad del poema (384). El crítico tiene razón cuando concluye que “la evolución del Cid está íntimamente ligada a la de su familia, y especialmente a sus hijas”, con la afrenta y las bodas nuevas (385). Pero no estoy de acuerdo con la idea de que “la afrenta de Corpes alcanza al Cid por deshonrarlo, pero también gracias a [las hijas] el Cid emparienta con las casas reales de Navarra y Aragón” (385). Tampoco es cierto que Elvira y Sol reciban “el protagonismo que merecen en la segunda parte” (385), porque a pesar de su rol central en la afrenta de Corpes, inmediatamente después retoman su papel sumiso y silencioso. La mención más frecuente de sus nombres no corresponde con un mayor desarrollo de sus personajes, que después de su recuperación física no vuelven a hablar en todo el poema. Mientras las bodas nuevas dan al Cid una nueva conexión más fuerte con las familias reales de la península Ibérica, la simplificación de la afrenta y su resolución subrayan el hecho de que el honor interior no puede curarse porque las hijas no tienen la oportunidad de lamentar su pérdida por sí mismas.

Es imposible que las hijas tengan una identidad aparte de la de su padre y sus esposos.

Son símbolos que representan el honor de su padre, y cuando se casan –primero con los infantes de Carrión y luego con los infantes de Navarra y Aragón– representan la fundación de un vínculo entre su padre y otros actores masculinos, incluyendo al rey Alfonso, quien organiza las primeras bodas y aprueba las segundas. Su autonomía culmina durante la “Afrenta de Corpes”. Sin embargo, la afrenta sirve para insultar a su padre e indicar el carácter de sus esposos; no les ofrece ningún desarrollo o agencia, ni en la trama ni metafóricamente. Al final del Poema de mío Cid, Elvira y Sol tienen esposos nuevos y se supone que sus nuevos casamientos representan cómo el honor del Cid está restaurado. Pero mientras el honor exterior del Cid está restablecido, su honor interior, encarnado en los cuerpos de sus hijas, no está restablecido. El honor interior es sobre cómo nos vemos a nosotros mismos, y para las hijas habría sido mejor morir como mártires, que es lo que ellas piden, o tener la oportunidad de dar voz a cómo su experiencia traumática las cambió. Teniendo en cuenta las convenciones de la épica y las normas de la sociedad castellana medieval, quizás el poema podría haber terminado con una escena de diálogo entre las hijas y sus nuevos esposos para mostrar que esta relación es mejor no solo en cuanto al honor exterior, sino también en términos de conducta honrosa y respeto mutuo. Con esto, el poema habría completado el arco del honor interior de su héroe, el Cid y quizás habría logrado restaurar el honor interior de Elvira y Sol también.

Bibliografía

Boix Jovaní, Alfonso. “Las mujeres del Cid: una respuesta a la variación onomástica de Elvira y Sol frente a la doble autoría del Cantar de mío Cid”. eHumanista, vol. 34, 2016, 373386. Red.

Burt, John R. “Honor and the Cid’s Beard.” La corónica, vol. 9, no. 2, 1981, 132-37.

Dillard, Heath. Daughters of the Reconquest: Women in Castilian Town Society, 1100–1300.

Cambridge: Cambridge University Press, 1984.

Lacarra, María Eugenia [Eukene]. “Representaciones de mujeres en la literatura española de la Edad Media (escrita en castellano)”. Breve historia feminista de la literatura española (en lengua castellana), vol. 2: La mujer en la literatura española: Modos de representación desde la Edad Media hasta el siglo XVII, editado por Iris M. Savala. Barcelona: Anthropos, 1995.

Ross, Jill. Figuring the Feminine: The Rhetoric of Female Embodiment in Medieval Hispanic Literature. Toronto: University of Toronto Press, 2008. Red.

Smith, Colin, editor. Poema de mío Cid. 34a ed. Madrid: Cátedra, 2020.

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