17 minute read

Vanessa N. Sevilla

Next Article
Biographies

Biographies

Sobre el fuego

El último día del año tenías que quedarte despierto hasta muy tarde. Pero mi familia siempre se despertaba temprano para cumplir con todo lo que se tenía que hacer ese día. Bueno, era igual con todos en ese pequeño barrio en Ecuador. Había mucho que hacer, como crear las exhibiciones de años viejos. Los años viejos son muñecos hechos a mano que varían de tamaño y que exhibimos frente a nuestras casas. Antes de que el año se terminara, los amontonábamos en la calle y los quemábamos como para quemar todo lo malo que había pasado durante el último año (de ahí viene el nombre del muñeco). Era una tradición muy importante que el barrio repetía anualmente. No había competencias o arrogancia sobre quién hacía la mejor exhibición; era algo que la gente del barrio podía hacer junta.

Estaba emocionada de celebrar esta tradición otra vez ya que se me había olvidado cómo había sido el último treinta y uno de diciembre. Y también el anterior a ese, y el anterior. Te olvidas de muchas cosas cuando eres pequeño. Pero mi primo se ofreció de voluntario para enseñarme cómo celebrar ese día. Ni siquiera le dije nada, yo sí sabía cómo celebrar el año nuevo, pero tenía una memoria horrible. Pero bueno, ya no podía decirle nada.

Mi familia comenzó el día buscando ropa por toda la casa que ya no usábamos o que estaba vieja. Después de encontrarla, nos fuimos al patio y escogimos los “mejores” pantalones y suéteres para hacer los años viejos. Sí, en plural, porque decidimos hacer dos ese año. Mi abuela consiguió unos periódicos viejos para rellenar los años viejos pero primero teníamos que coser los agujeros de la ropa para que no se saliera el relleno. Luego moldeamos el papel en bolas y empezamos a rellenar la ropa. Mi primo me mostraba cómo moldear el papel como si fuera una tarea difícil, pero le seguí la corriente y le dejé enseñarme. Rellenar la ropa con periódicos es una tarea fácil y pronto comencé a aburrirme.

Entonces mi abuela decidió mandarnos a recoger ramas de eucalipto. Porque para exhibir los años viejos necesitábamos hacerles una casita con las ramas. No sé por qué tenía que ser esa rama en específico, pero eso era lo que siempre tenías que usar.

Y así, nos fuimos con nuestro carrito de ruedas y una sierra a un bosque de árboles de eucalipto que estaba cerca de nuestra casa. Había una cerca de alambre que rodeaba el pequeño terreno, pero pasamos por una abertura que alguien había hecho. Empezamos a aserrar algunas ramas de los árboles y recogimos algunas del suelo que habían dejado otras personas que habían venido aquí por la misma razón. Mi primo me levantó lo más alto posible para que yo cogiera unas ramas más altas: —esas son las más frescas, ya que nadie las alcanza— me dijo. Llenamos el carrito y llevamos algunas ramas en los brazos. Camino a casa, para conversar, mi primo me explicó que el terreno en el que estábamos en realidad le pertenecía a alguien, que por eso había una cerca. ¿Por qué no dijo eso en primer lugar? ¿Entonces nos estábamos robando algo? Pero terminó la conversación diciendo: —Literalmente a nadie le importa si tiene dueño o no, todos necesitamos las ramas para hoy día—. Eso era cierto, casi todo el barrio recolectaba ramas de allí, así que supuse que no habíamos hecho nada malo. Además, no pueden arrestar a unos niños de siete y trece años por robarse ramas. Pero en serio, ¡¿dónde estaba el dueño?!

Llegamos a casa y los años viejos estaban rellenados y casi terminados. Solo faltaba coser sus piernas con sus cuerpos y sus cuerpos con sus cabezas. Esa era mi señal para irme y esconderme un rato. Aunque me gustaba celebrar la noche antes del Año Nuevo, los años viejos una vez cosidos siempre me asustaban. Un año viejo es como un hombre que no es un hombre. Un hombre que no tiene pies, manos y, más importante aún, sin una cara. Creo que eso es lo que más me asustaba de ellos. Su cabeza está hecha con una vieja funda de almohada que no tiene rostro pero aún así podía sentir que me miraban. Pensé que un día, uno de ellos cobraría vida y se lanzaría sobre mí. Era un pensamiento tonto y también era tonto tenerles miedo, pero nunca me gustaba mirarlos sin sus caretas. Y cometí el error de decirle eso a mi primo. Él simplemente se rió y dijo: —Tienes que aprender a superar ese miedo, haré que lo superes hoy—. No sabía a qué se refería, pero esperaba que no hiciera nada malo.

Esperé en mi cuarto hasta que mi mamá y abuela terminaran de coser los años viejos y a que los sacaran de la casa al terminar. Y así, cuando vi que mi familia los llevaba hacia afuera, me dirigí al patio. Pero allí estaba: un año viejo parado perfectamente en el medio del patio mirando directamente a mi alma con esa cara sin ojos. Antes de que pudiera hacer algo, el año viejo voló en mi dirección y cayó a un par de centímetros de mí. No, no es que los años viejos de repente aprendieran a volar; mi primo estaba sosteniendo uno de ellos y me lo tiró. Obviamente lloré y todo lo que mi primo pudo decirme fue:

—¿Superaste tu miedo?

—¡Claro que no tonto! ¡Le voy a decir a la abuela!

—Ay no seas así. Mira, tócalo.

—No quiero.

—No te va a morder, tócalo.

—Que no.

—Que sí.

—Que no.

—Que sí.

—Que no.

Ya saben cómo siguió el resto de esa conversación…

Después de la regañada que mi primo recibió de mi abuela, y después de terminar de construir la casita de ramas, ya era de noche y nuestra exhibición estaba lista. Pusimos algunas luces para alumbrar la casita donde los años viejos estaban teniendo una conversación falsa en su casa falsa mientras bebían botellas de cerveza vacías. Al menos ya tenían sus caretas amarradas en la cara así que mi miedo de ellos disminuyó un poco. El resto del barrio también tenía sus propias exhibiciones y muchos caminaban para ver las exhibiciones de otros. Pero mi primo y yo teníamos planes más importantes (bueno, él dijo eso yo solo lo estaba siguiendo). Aunque habíamos terminado la exhibición, aquí era donde comenzaba la diversión. Nos pusimos nuestras propias caretas para jugar al peaje. Conseguimos una cuerda larga y ambos la agarramos de un extremo. Crucé la calle y una vez allí, ambos jalamos un poco la cuerda para que cerrara la calle y que ningún carro pudiera cruzar libremente. Tenían que pagarnos si querían cruzar. No entendía por qué eso era una tradición y cuando le pregunté a mi primo al respecto, tampoco tenía ni idea. Cada treinta y uno de diciembre en la noche tenías que hacer esto.

El que conducía esa noche en el vecindario era detenido por una cuerda vieja con un cartel al centro que tenía la palabra “Alto” escrita horriblemente en lápiz y pronto veía en la ventana de su carro la figura del Presidente y Hello Kitty pidiéndo monedas para soltar la cuerda y dejar pasar. Esa noche probablemente ganamos unos cuatro dólares cada uno. Pero todo es divertido hasta que un carro no ve la cuerda. Claro, yo solté la cuerda cuando lo vi, pero mi primo, bueno, definitivamente recibió un buen latigazo en el cuello y unas quemaduras en las manos por no soltar la cuerda cuando el carro pasó por la calle a toda velocidad. Después de esa experiencia aterradora, tuvo la audacia de decirme: —¿Por qué soltaste la cuerda? ¡Ya perdimos dinero! Cuando era casi medianoche, todo el barrio recogió sus años viejos y los amontonaron en una calle que hacía esquina con el parque central del barrio. Todos se reunieron alrededor de la pila y alguien comenzó a encenderla. Contamos los segundos mientras el fuego comenzaba a hacerse más y más grande. Muy pronto, llegó el año nuevo. Todos en el barrio nos abrazaron y nos deseamos un feliz año nuevo. Los años viejos seguían quemándose y una vez que la llama aumentó, casi todos comenzaron a saltar sobre el fuego. Era como una forma de saltar desde el año anterior y aterrizar al comienzo de un año nuevo. Se veía divertido. Mi primo corrió para ponerse en la fila y saltar. En cuanto a mí, mamá dijo que no y realmente no pude hacer nada al respecto. Que cuando sea mayor podré hacer eso. Así que vi a mi primo saltar sobre el fuego un montón de veces. Un par de veces me saludó y me dijo: —Mira, así es como tienes que saltar—. Definitivamente iba a hacerlo cuando fuera mayor. Después en casa, le pregunté a mi primo si un día podíamos saltar juntos. —¡Por supuesto!— me dijo, —¡Eso sería súper divertido!

Aprendí mucho de mi primo ese día. Y siempre se me quedaron las ganas de algún día saltar sobre el fuego junto a él. Pero a medida que pasa el tiempo, muchas cosas cambian y desaparecen. Ese barrio no es un barrio donde quieres pasar el resto de tu vida. Es más un barrio donde creces y cuando crees que es el momento adecuado, te vas a otro lugar y ahí es donde comienzas tu vida. Eso es lo que muchos jóvenes hicieron. Pronto, la gente empezó a distanciarse más y ese gesto amistoso que todos tuvimos aquella noche dejó de existir. La gente ya no se reúne para celebrar, ahora prefieren dormirse temprano que pasar la noche con un grupo de extraños. Esa tradición especial de mi barrio se había terminado.

¿Y mi primo? Dos años después también se fue y nunca más volví a saber de él. Algún tiempo después yo también me fui. Mis recuerdos de él son borrosos pero sí tengo uno bien claro: el de ese día. Ese día en el que nadie sabía lo que iba a traer el futuro. Y ahora, cuando llega el treinta y uno de diciembre, que ahora celebro de otra manera, recuerdo los periódicos viejos, el olor a eucalipto, el miedo a los años viejos, la sensación de la cuerda vieja, y el fuego. Lo veo todo tan claro en mi cabeza y todo lo que puedo pensar es: ¿cuándo vamos a saltar sobre el fuego?

Quito versus las reglas del mal

No entendía por qué existía. Bueno, todavía no entiendo. Todo lo que sabía es que un día existí. No sabía quién era ni qué era. Mis hermanos luego me dijeron que nacimos de los huesos de un antiguo imperio. Tal vez podríamos llamarlo nuestra madre. El Imperio Inca. Que cuando ella murió, eso nos trajo a la vida. Cuando vino El Señor España a su tierra y la cortó en pedacitos, salimos del suelo. Ese día no sabía dónde estaba, confundido sobre lo que todo esto significaba. Pero ahí al frente mío estaba un señor, que más tarde supe que era El Señor España, mirándome con asombro. Me señaló y me dijo: “Tú. De ahora en adelante, tu nombre es Quito”. Me dijo que lo siguiera, que él cuidaría de mí y de mis hermanos. Ese es el primer recuerdo que tengo de este mundo. Todavía estaba confundido pero al menos sabía una cosa: que yo era Quito.

El Señor España nos enseñó a mí y al resto de mis hermanos por qué existíamos. Que éramos personificaciones del territorio que su país había conquistado. Luego nos enseñó cómo marcar nuestro territorio y conocer a las personas que vivían allí. Lo más importante es que nos enseñó a obedecerlo siempre. ¿Por qué? No sé, solo dijo que teníamos que hacerlo. Por supuesto, seguimos sus reglas porque no sabíamos nada sobre cómo sobrevivir por nuestra cuenta. Tenía sentido seguir todo lo que nos decía, incluso si nos dábamos cuenta de lo injusto que podía ser.

Pero nosotros los territorios empezamos a madurar y crecer, empezamos a aprender más sobre nuestras tierras, nuestra gente y sobre el mundo. Cuando uno crece las cosas cambian y muchos de mis hermanos empezaron a ver al Señor España de otra manera. Que tal vez no era la buena persona que veíamos cuando éramos pequeños. A pesar de que éramos mayores, todavía se negaba a dejarnos tomar nuestras propias decisiones o dejarnos hablar sobre temas importantes. Nunca me dejó tomar mis propias decisiones. Lo confronté al respecto muchas veces, pero aún así se negó a dejarme hablar por mi propia cuenta. Mi gente estaba cansada de seguir las reglas de los españoles. Así empezó el problema, con las reglas ¿Por qué hay tantas reglas que debemos seguir? Las reglas de la codicia. El Señor España nos usó tanto a nosotros como a nuestra gente para su beneficio y el de su gente. Las reglas del mal. Sus reglas eran una enfermedad que se había apoderado de él y nos lastimaba.

Y así, en 1809, decidí defenderme para ganar mi libertad, mi independencia. Mis hermanos también hicieron lo mismo. Pero claro, el camino hacia la independencia fue increíblemente difícil.

Tomó muchos años, pero todos estábamos decididos a ser liberados. Y casi al final de ese camino aterrador y espantoso que culminó en un grito por la libertad, es cuando lo conocí en 1822. Poseía un coraje y ganas que nunca antes había visto. El hombre que había liberado a mis hermanos a lo largo de los años. El libertador. Simón Bolívar fue un líder excepcional que me asombró con su llegada a mi territorio y me liberó del dominio español. Él era un héroe.

Una vez que todos estuvimos libres y El Señor España regresó a su país, vitoreamos de felicidad por tener por fin la posibilidad de hacer lo que nos placía. Pero pensándolo bien, no sabía qué era lo primero que haría en ese momento. O qué haría después. Eso se resolvió rápidamente cuando el Señor Bolívar se ofreció a cuidar de mí y de mis hermanos. Pero muchos de ellos se negaron a ser controlados por otra persona y huyeron para convertirse en sus propios países. El Señor Bolívar ya estaba cuidando a dos de mis hermanos, Venezuela y Cundinamarca, después de haberlos liberado. Realmente no tenía planes reales de lo que quería hacer, además él me ayudó a obtener mi independencia. Le debía una así que acepté su oferta.

El señor Bolívar nos ayudó a romper las reglas de El Señor España, pero qué gran ironía fue cuando también nos impuso sus propias reglas. A mí no me gustó eso en lo absoluto y a Venezuela tampoco.

¿Pero Cundinamarca? Obviamente no tenía nada de qué quejarse ya que era el favorito del señor Bolívar. El señor Bolívar siempre le dio lo mejor de lo mejor. Tenía su propio poder, podía hacer sus propias reglas y su gente estaba altamente representada. ¿Pero qué de la gente que pertenecía a Quito y Venezuela? Nuestra posición era exactamente la misma que cuando vivíamos con El Señor España. Las reglas del mal habían regresado una vez más.

Pero al menos me di cuenta desde un principio que la forma en que me trataba estaba mal.

Quería irme y Venezuela también. Pero Cundinamarca y el señor Bolívar se negaron a dejarnos ir. Ellos clamaban que necesitábamos formar la Gran Colombia: el país más poderoso de Sudamérica y nos correspondía a los tres hacer ese sueño realidad. Clamaban que tarde o temprano más hermanos nuestros se unirían a nuestra causa para formar un gran país. Pero, ¿quién querría quedarse cuando se ve obligado a seguir las reglas de otra persona contra su voluntad? El señor Bolívar realmente trató de mantenernos a los tres unidos hasta que enfermó. No sé si se recuperó. Pero le dije muchas veces que ya no quería ser controlado por las reglas del mal.

Esta liberación fue mucho más fácil en comparación con la que logramos de El Señor España. Así que en 1830, por primera vez en mi existencia, fui libre. Sin otros países, sin libertadores, sin reglas, sin nada. Aunque reconozco que me dio cierta tristeza abandonar a Venezuela, quien fue muy amable conmigo durante esos ocho años que nos obligaron a estar juntos. Para no sentirnos tan lejos el uno del otro, Venezuela pensó que sería bueno si pudiéramos hacer que las banderas de nuestros países fueran similares, como una forma de recordar el tiempo que estuvimos juntos. Suena como una buena idea.

Y ahora, me encuentro caminando por mi territorio, dibujando las líneas de mi territorio y nombrando lugares para comenzar mi país. Mientras camino pienso en muchas cosas. Ahora mismo pienso en mi nombre. El señor España eligió mi nombre, pero creo que quiero elegir mi propio nombre. Quiero que sea mi nombre. Me encuentro en lo que los científicos han marcado como latitud cero y longitud cero. Las coordenadas son interesantes pero el lugar es como un desierto. Pero hay algo bastante extraño en este lugar. Camino y a veces me tropiezo sin querer sin saber con qué me tropecé. Levanto mi mano y se siente como si estuviera flotando. Es como si la gravedad en este lugar funcionara de manera diferente. Es como si no siguiera las reglas del mundo. Las reglas de nadie. Qué interesante es esta línea del ecuador. Espera. Ese nombre no suena tan mal. Muy bien, de ahora en adelante mi nombre es Ecuador.

Taekwondo y baile: cuerpo en movimiento

Hace mucho tiempo, recuerdo que solía bailar. Me hacía feliz poder aprender movimientos imprevistos y mover mi cuerpo de formas en las que nunca antes me había movido. Al mismo tiempo, el baile era una vía de expresión y liberación. Un bailarín puede evocar sentimientos y emociones sin necesidad de palabras; usa su cuerpo para representar palabras. Cuando ya no pude bailar, recurrí al kukkiwon taekwondo sin tener idea de lo que esta disciplina me daría. Fue una decisión a ciegas, un intento desesperado por poder mover mi cuerpo una vez más. Lo que pensé que sería brutal y agresivo con mi cuerpo resultó no serlo en absoluto. Al igual que el baile, me di cuenta de que el taekwondo tenía una belleza detrás de esas violentas técnicas de defensa personal. El cuerpo se movía con delicadeza y determinación, con disciplina. Y, lo que más me sorprendió, cada movimiento que el cuerpo hacía con las técnicas de taekwondo tenía un hermoso atractivo estético. Todo esto tiene sentido, ya que el taekwondo es un arte marcial, pero al mismo tiempo era extraño, ya que se conoce como un deporte o como una forma de defensa personal. ¿Se pueden clasificar los movimientos estéticos del taekwondo como baile?

Cuando uno piensa en artes marciales como el taekwondo, muchos piensan estereotípicamente que la práctica está destinada a la violencia y al combate. Es cierto que el taekwondo es una forma de defensa personal, pero eso es solo una parte del taekwondo, hay muchos elementos que componen la práctica. Los poomsaes, también conocidos como formas, como en el baile, son un conjunto de movimientos coreografiados que la persona debe recordar. En cada rango de cinturón, la persona recibe un nuevo poomsae y, por lo tanto, al final de su viaje por los cinturones de color, debe recordar un total de ocho poomsaes. (Incluyendo los poomsaes de cinturón negro serían un total de 17). Cuando comencé con el taekwondo, no tenía idea de qué eran estos movimientos o ni siquiera que existían. Había sido influenciada por las películas y los medios de comunicación donde se mostraba el taekwondo como un deporte en el que solo luchabas con otros con patadas voladoras. Más tarde supe que estos poomsaes habían sido creados y recreados durante siglos, perfeccionados y cambiados dependiendo de cómo iban cambiando las reglas de las artes marciales. Cuando comencé a aprender mi primer poomsae, tuve la extraña sensación de que ya había realizado el poomsae antes, aunque obviamente eso no era cierto. Pero mientras seguía dando los pasos, viendo cómo mis piernas y brazos se movían perfectamente al ritmo del compás establecido por mi maestro, cómo mis pies equilibraban mi cuerpo cada vez que saltaba y volvía a bajar y cómo la colocación detallada de los dedos de mis pies en el suelo y los dedos en mi uniforme se sentían naturales, me di cuenta de que bailar nunca me había dejado después de todos esos años. El baile se me había presentado en este nuevo mundo de una forma diferente, pero aún prevalecía su alma estética. Los poomsaes eran como una coreografía de baile, y la música había sido reemplazada por el conteo de números en coreano. Todavía había un ritmo que te decía qué tan rápido necesitabas moverte. Había un patrón que debía haber realizado más de mil veces y que está grabado en mi cabeza.

Realizar y ejecutar pasos es bastante fácil, pero ¿qué pasa con los detalles más pequeños que también forman el poomsae? Desde la posición de los dedos hasta la dirección en la que deben mirar los pies, cada detalle es esencial. Pierdes puntos por cualquier desliz. Esto me ha pasado muchas veces y todavía me equivoco a pesar de que he estado practicando poomsaes durante cinco o seis años. Los brazos tienen que moverse apropiadamente cuando me desplazo de un paso al siguiente y todavía me equivoco al hacerlo. Esa lucha de mi cuerpo contra mí misma para dar el siguiente paso correctamente también era mi desafío cuando bailaba; imagino que es el desafío de cualquier bailarín que busca lograr el movimiento perfecto. Los bailarines y taekwondistas se preocupan por los pequeños detalles porque esos pequeños detalles que no crees que nadie verá son los que te distinguen. La belleza en ambos radica en la atención a cada mínimo gesto y posición para que todo salga casi impecable. Es cierto que los poomsaes son coreografías que se basan en técnicas que están destinadas a ser utilizadas para la autodefensa o, en otras palabras, violentamente. Las técnicas como el bloqueo, los puñetazos y las patadas se usan y se aprenden con el fin de defenderse. Los poomsaes simplemente hacen que sea más fácil recordar estos elementos. Los poomsaes son hermosos cuando son realizados frente a tus ojos. En mi propia experiencia, cada vez que veía a los cinturones negros realizar sus poomsaes, me quedaba boquiabierta cada vez que lo hacían. No solo los respeto mucho, sino que la calidad de los poomsaes me dejó sin aliento. Pero si les quitas el aspecto estético y ves los pasos en bruto, los poomsaes pueden dar miedo ya que son formas de entrenar tu cuerpo para que se defienda. Aunque los poomsaes se basan en técnicas violentas, hay muchos taekwondistas como yo que disfrutan del lado estético de los poomsaes y no desean pelear. Pero, ¿es posible separar el objetivo de autodefensa y lucha del objetivo estético? Siento que el kukkiwon taekwondo se ha convertido en un deporte más estético. El taekwondo es elegante ya que cada técnica y patada voladora, cuando se ejecuta correctamente, causa el asombro en el espectador. Soy practicante de taekwondo pero no soy una luchadora y no deseo usar mis técnicas y habilidades violentamente. Prefiero verme a mí misma más como “performer”, como bailarina, y alguien que ama lo que hace y trata de mejorar cada movimiento de una manera impresionante. No peleo, sino que realizo mis poomsaes con gracia para mostrar la belleza que realmente hay en las técnicas estéticas del taekwondo.

Al principio, pensé que el taekwondo era solo un medio para defenderse, para que tu cuerpo fuera un arma que pudiera usarse cuando estás en problemas. Pero una vez que me involucré más en la práctica, me di cuenta de que había más de lo que parecía en la superficie. Hay mucha belleza y perfección en las técnicas que me enseñaron. La patada de tornado 360 (mi especialidad), la patada de gancho con salto y giro hacia atrás, la patada lateral, y un montón de técnicas de mano cuyos nombres no mencionaré. El punto es que aunque estas técnicas pueden haber comenzado como una forma de defenderse, tienen una estética increíble que, cuando se ejecutan correctamente, pueden ser tan impresionantes como cuando las vi por primera vez y la alegría que sentí cuando pude hacerlas por mi cuenta. Aunque parece haber una distancia irrevocable entre el taekwondo y el baile, los acercará siempre la sorpresa de la precisión y la belleza del cuerpo en movimiento.

This article is from: