SOMBRAS
B R I C E Ñ O
ENTRE
LUCES
Y
O L M A N
BREVE
RESEÑA
AUTOBIOGRÁFICA
Nací en el año1982, en una especie de clan familiar y caserío llamado La Cuesta, ubicado a 3 kilómetros del centro de Nicoya, Costa Rica. Su ruta lleva a las misteriosas cavernas de Barra Honda. Conocí primero el aullido de los coyotes que la luz eléctrica, el zumbido del universo en las noches de calor antes que el uso de cualquier aparato electrónico. Crecí con una pandilla de primos cuya misión era espantar panales de avispas, hartarse de frutas y jugar hasta el agotamiento. Mi primer llanto el de la lluvia, mis primeros aplausos los de espantar pericos, mis principales logros: chasquear dedos, silbar y usar una flecha. Mi primera serie “La Fábula del Bosque”, mi primera película “Los Muppets”, mi primer flechazo una chinita hermosa que conocí en el kinder “Las ardillas”. A los 5 años improvisaba canciones, a los 9 escribí la primera; a los 12, con la muerte de mi tía Etilma, no me quedó más remedio que componer para aliviar el vacío terrible que su ausencia dejaba. A esa edad ya cantaba en la iglesia, a los 14 dí mi primera serenata y a los 16 canté en público para que una chica de rizos brillantes diera cuenta de mis sentimientos. Intenté ser cura, quise ser psicólogo, luego comunicador, gestor cultural, productor artístico, profesor, músico y poeta, también quise ser buena gente. Después de tantos intentos solo he podido ser yo, un montón de defectos y virtudes entremezcladas que hoy por hoy se resumen en una frase de C. G. Jung: "Prefiero ser un individuo completo que una buena persona". Mi espiritualidad y mi ancestralidad se conocieron por primera vez en el cerro Kab Yub de Guatemala. Ahí comprendí la esencia de mis orígenes y el compendio de la historia me atravesó por completo. Supe de golpe que además de habitar un pueblo, muchos pueblos me habitan. La guitarra tomó otra dimensión y más que un instrumento se transformó en una nave. Mis raíces las encontré en un coyote cuyo aullido ilumina los cerros de Nicoya, en un nigromante conjurador de cuentos y en una diosa del monte que se viste de lunas y estrellas para beber agua fresca de las quebradas. Lo vivido y aprendido con ellos no podría caber en una novela de García Márquez. Mi maestro es un niño de 7 años cuyos ojos de aceituna me interrogan con la ternura más inefable. Ellos confortan mis días, me alivian del mundanal ruido, me brindan motivos para seguir en pie. A mis treintas es mucho lo que he reído, viajado y amado. He cantado con mariachis en México, con trovadores en Cuba y pregonado con comparsas en Medellín. Mis canciones han sido gozadas, coreadas y sentidas en Guatemala, Honduras, Nicaragua, Argentina y en cada rincón de mi país. Para cantar, bailar y reír inventamos peñas, encuentros, redes y a partir de ahí el amor se hizo movimiento. He sido el malo de la película, el héroe de alguna hazaña, he perdido amigos, he herido a más de uno y también me han hecho daño. Se lo que es tener enemigos y aprender de ellos, se lo que es sufrir de certeza y también de incertidumbre. Soy adicto al café, a las tortillas de maíz y a la buena literatura, creo más en la acción que en los buenos discursos y me siento libre si tengo la guitarra cerca del pecho y un público enfebrecido al frente. Queda mucho por andar, pero hasta aquí debo decir que lo recorrido ha sido hermoso, cada segundo, cada instante, de agonía o sin sabor, de tristeza o alegría, todo ha valido, todo ha servido. Nada, absolutamente nada ha sido en vano ni casualidad, ni siquiera el hecho de que yo escriba este texto y que vos lo leas. Por eso desde acá te envío un abrazo que alcance la luz de tus pupilas e intencione melodías y armonías para en la ruta compartir. ¡Mucha Luz!
OLMAN
BRICEÑO