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Organización Católica Latinoamericana y Caribeña de Comunicación (OCLACC)
Comunicación, Cultura y Misión Perspectivas para América Latina
Quito 2009
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© 2009, Comunicación, Cultura y Misión: Perspectivas para América Latina Julio 2009 Organización Católica Latinoamericana y Caribeña de Comunicación (OCLACC) Autor: OCLACC Edición y Coordinación editorial: Asunta Montoya, Jos Demon Revisión: José Mármol Diseño gráfico: IBD Impresión: Julio 2009 ISBN Registro de derecho autoral No. Se permite la reproducción parcial del texto siempre que se mencione la fuente.
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ÍNDICE
Presentación Pedro Sánchez C. Perspectivas para la comunicación cristiana: Introducción y comentarios a los textos Jos Demon Primera parte: Teología y el discernimiento de la realidad De Medellín a Aparecida: Nuevos desafíos para la Iglesia y la evangelización de hoy Gustavo Gutiérrez, O.P. Teología y comunicación desde la perspectiva de Aparecida Mons. Gregorio Rosa Chávez Mística, profetismo y compromiso político: Identidad y misión de los comunicadores sociales Hna. Glafira Jiménez París El Dios comunión: Repercusiones sociales y comunicativas José Martínez de Toda, S.J.
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Segunda Parte: Interpretación de los signos de los tiempos Escenario público y comunicación democrática Washington Uranga El soplo del Espíritu: Religión, comunicación y cultura en América Latina hoy Dennis Smith
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Las mujeres y la perspectiva de la misión continental Consuelo de Prado, O.P.
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El cuidado de la creación en Aparecida Pedro Hughes
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Tercera Parte: Comunicación y espiritualidad Ética y espiritualidad en las fronteras de la comunicación actual Rolando Pérez
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Desafío para los comunicadores cristianos, en momentos de cambio de época y de globalización de la economía Juan Luis Ysern de Arce
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Por una Iglesia de comunión y el derecho a la felicidad de los excluidos y excluidas David Cuenca Chamorro, C.S.V.
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El credo del comunicador cristiano María Rosa Lorbés
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Cuarta Parte: Evangelización y los medios de comunicación Evangelización desde la radio y opción por los pobres: La experiencia de Radio Enriquillo Ramón Caluza, C.I.C.M.
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Los nuevos lenguajes de la comunicación y la Iglesia Rolando Calle, S.J.
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Espiritualidad y cine Michel Bohler, Luis García Orso, S.J.
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Comunicación para la comunión Red TEC, OCLACC
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Perfil del comunicador cristiano a la luz de Aparecida Red TEC, OCLACC, 3er. COMLAC
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Grupo participante en el seminario “Comunicación, Cultura y Fe”. Lima, junio 2008.
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Presentación Tenemos que rastrear la presencia de Dios en la realidad de la comunicación (...) Lo que nos parezca descubrir como presencia de Dios en el acontecer de nuestro tiempo puede y debe ser un aporte para la labor de “escrutar a fondo los signos de cada época e interpretarlos a la luz del Evangelio” que nos corresponde hacer como Iglesia y comunicadores. Mons. Juan Luis Ysern de Arce, Presidente honorario de OCLACC
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n sintonía con este señalamiento de monseñor Ysern, y convencidos de la necesidad de renovar nuestras respuestas ante los desafíos de nuestro tiempo, desde la Red de Evangelización, Teología y Comunicación de la Organización Católica Latinoamericana y Caribeña de Comunicación (OCLACC), red de comunicadores, comunicólogos y teólogos latinoamericanos que busca profundizar la investigación e intercambiar las experiencias evangelizadoras y de comunicación, emprendimos nuestro itinerario para reflexionar alrededor de la V Conferencia que comenzó durante el taller: “Discípulos y Misioneros de Cristo en América Latina” en Santo Domingo, en febrero de 2006, continuando después con el encuentro “Discipulado y Evangelización” en el Tercer Congreso Latinoamericano y Caribeño de Comunicación realizado en Loja en octubre 2007 y que culminó con los valiosos aportes del taller y seminario “Comunicación Cultura y Fe”, realizado en junio del 2008 en la ciudad de Lima, con el apoyo de una variedad de instituciones educativas, de comunicación y de teología.
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La idea de la OCLACC de convocar una red alrededor del tema de evangelización y comunicación antecedió a estos eventos y fue acompañada por varias personas, entre ellos Atillio Hartmann, S.J.; Christian Taüchner, S.V.D.; y el padre Víctor Moreno. Varios miembros de la OCLACC participaron y animaron el tema en intercambio con el Departamento de Comunicación del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM), la RIAL, y con nuestras hermanas y hermanos cristianos de la World Association for Christian Communication (WACC) de América Latina. Exploramos colectivamente la relación entre Evangelización y Comunicación. Los méritos más grandes para incentivar y convocar a nuestra red se deben adjudicar a Monseñor Juan Luis Ysern de Arce, obispo emérito de Ancud, Chile, y presidente honorario de la OCLACC y las organizaciones católicas de comunicación que le antecedieron, que mantuvieron una reflexión constante en torno al tema desde la conferencia de Medellín. Nuestro agradecimiento a los animadores de esta red y a todas las personas que colaboraron generosamente con sus reflexiones, muchas de las cuales forman parte de los contenidos de esta primera publicación a la que hemos titulado “Comunicación, Cultura y Misión”. Agradecemos en particular a Mons. Gregorio Rosa Chávez de la Comisión de Comunicación del CELAM y al teólogo Gustavo Gutiérrez, O.P., por iluminarnos en el taller de Lima y a Mons. Juan Luis Ysern, por su acompañamiento en el taller de Santo Domingo. Esta primera publicación intenta reflejar el camino recorrido por la RED hasta el momento, camino marcado por el desarrollo de eventos en los que nos propusimos dar continuación a la reflexión en torno a las implicaciones de la V Conferencia de los obispos latinoamericanas en Aparecida, que convocó a los católicos a una Nueva Evangelización del continente, tratando de profundizar y precisar la reflexión teológica alrededor de los actuales desafíos de la comunicación católica, según las exigencias de la evangelización diseñadas por la conferencia de Aparecida, entre ellos la opción preferencial por los pobres, la construcción de ciudadanía, la inculturación y las respuestas cristianas con relación al impacto de la globalización y su cultura. La división de esta publicación en cuatro partes corresponde al orden de los temas tratados en el taller y seminario de Lima:
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I. Teología y el discernimiento de la realidad II. Interpretación de los signos de los tiempos III. Comunicación y espiritualidad IV. La evangelización desde los medios de comunicación En el primer tema dedicado a una interpretación más orgánica de la realidad latinoamericana desde la perspectiva de la fe, el P. Gustavo Gutiérrez enfatiza en el anuncio del Evangelio con una clara opción por los pobres que implica a la vez una transformación de la historia en torno a la justicia; a su vez Glafira Jiménez, recalca en la necesidad de renovar nuestra opción por seguir a Jesús, “bebiendo” de la experiencia de Juldá la profetisa de Israel, quien se “identifica y sintoniza con Dios para vivir y anunciar una fe políticamente activa en la sociedad”. Desafíos para los comunicadores que además estamos llamados a “aportar con una palabra, dejarnos interpelar por la realidad y a la capacidad de hacernos un lugar en los espacios públicos de nuestro tiempo”, anota Jiménez. “Profundizar en la pastoral de la opinión pública”, diría también monseñor Gregorio Rosa, porque no podemos seguir actuando “condicionados por el dogma”, en ese sentido explica monseñor Rosa Chávez “La Conferencia de Aparecida propone una iglesia dialogante, una iglesia de diálogo, tanto internamente, de diálogo dentro de la iglesia, como hacia afuera, es decir, una iglesia que dialoga con el mundo”. El segundo eje temático se dedica a signos particulares de nuestra realidad: la presencia de los pobres, la emancipación de las mujeres, la amenaza al medio ambiente y la necesidad de incentivar la construcción de ciudadanía. Para la OCLACC “construir esta ciudadanía supone generar, desde el ámbito específico, las condiciones para garantizar la inclusión y la participación de todos los actores en el escenario social. Es una tarea cultural pero inevitablemente política y asociada a la idea de cambio, motorizada por los sueños y las utopías de los sujetos que la llevan adelante y cuyos éxitos no se miden exclusivamente por las metas alcanzadas sino por los procesos a través de los cuales las personas, los pobres, los ciudadanos y ciudadanas, adquieren mayores capacidades y posibilidades para comunicar y comunicarse”, como refiere Washington Uranga. A esta iniciativa que en OCLACC hemos denominado “Comunicación para la movilización social”.
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En la tercera parte dedicada a la dimensión de la formación cristiana y de la espiritualidad de nuestros comunicadores, Rolando Pérez puntualiza que “una pastoral de la comunicación que se afirme desde una perspectiva profética de la espiritualidad no puede soslayar la importancia de construir una ciudadanía viva, activa y crítica, que es capaz de mantener vivo el pasado en el tiempo presente”. De allí la necesidad de construir “un discurso que convoque al diálogo inter-cultural e inter-religioso, repensar nuestras estrategias de relación, construir nuevos códigos de comunicación así como nuevas maneras de leer la realidad”, remarca Pérez. Mientras que el cuarto capítulo se ocupa de medios particulares como la radio y el cine y la comprensión de los nuevos lenguajes de nuestra actual cultura. “Una emisora evangelizadora debe integrar en su esencia las dimensiones del profetismo. La evangelización por si misma lo exige. Se está para anunciar la buena noticia, pero al mismo tiempo se está para denunciar lo que está mal, en solidaridad con los empobrecidos y los oprimidos. Hace la denuncia para mover a la sociedad en general a buscar alternativas de cambio y en esa forma aportar en la construcción del Reino de Dios desde nuestra realidad”, subraya Ramón R. Caluza, Director de Radio Enriquillo. El libro termina con dos declaraciones de 2006 y 2008, respectivamente, en que nuestra red intentó sintetizar la misión de los comunicadores cristianos; síntesis que están siempre en proceso de evolución, como todos los aportes que el lector encontrará en este libro. Estas declaraciones como los mismos ensayos del libro, en que participaron comunicadores y teólogas/os, deben entenderse como momentos de un proceso colectivo de construcción de conocimientos y experiencias, que consideramos como una característica de la actuación de nuestra red. Pedro Sánchez C. Secretario Ejecutivo de OCLACC
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Perspectivas para la comunicación cristiana: Introducción y comentarios a los textos Jos Demon Miembro del equipo de animación de la Red de Evangelización, Teología y Comunicación de OCLACC.
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a riqueza de los textos aquí publicados nos permite profundizar y abrir un debate sobre diversos aspectos que como comunicadoresevangelizadores tenemos urgencia de aprender, revisar, complementar o cuestionar. La relación entre Evangelización y Comunicación es consustancial a cada una de ellas, pero los conceptos, métodos y prácticas varían según los contextos históricos y los avances en la reflexión de comunicadores, pastoralistas y teólogos. Desde esa perspectiva quiero compartir con los lectores una breve introducción y comentarios a los aportes que hacen los diversos autores. Haré un particular hincapié en algunos temas que, en mi opinión, necesitamos profundizar más como comunicadores cristianos. A más de las ponencias presentadas en el seminario taller realizado en la ciudad de Lima, se incluyen también algunos textos presentados en eventos anteriores de la Red de Evangelización, Teología y Comunicación de OCLACC.
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I. Teología y el discernimiento de la realidad Monseñor Gregorio Rosa Chávez y Gustavo Gutiérrez enfatizaron cuán importante es que consideremos a la iglesia como nuestro espacio propio, nuestra casa, donde hay apertura para opinar, para debatir y para experimentar, para los católicos y para los comunicadores cristianos. Ambos insistieron en que esta casa debería estar abierta para todos, para incentivar el dialogo con cristianos de otras iglesias y personas de otras convicciones. Mucho más si necesitamos construirla como una casa propia para las personas que no cuentan en nuestra sociedad, para los pobres. En el aporte del padre Gustavo Gutiérrez podemos destacar tres elementos: El reconocido teólogo peruano enfatizó en la continuidad del aporte propio de la Iglesia latinoamericana desde la segunda Conferencia del CELAM en Medellín hasta la quinta en Aparecida, en particular en defender a una Iglesia comprometida con los pobres. Gutiérrez no considera a la Conferencia de Aparecida como si hubiera sido la gran sorpresa, como muchas veces se ha dicho. Aparecida se lo puede y se lo debe entender desde sus antecedentes históricos, por el trabajo y testimonio de tantas personas, entre ellas quienes se convirtieron en mártires, profundamente entregadas al anuncio del Evangelio en el continente. Desde Medellín la Iglesia en América Latina reconoció que había una gran contradicción en que el continente más cristiano albergue a una mayoría de población pobre y marginada, excluida del trabajo, de la economía, de la vida social, de la participación política y abandonada por la propia iglesia. Otro tema que podemos destacar del aporte de Gutiérrez es que es reticente en repetir que nos encontramos en una época histórica totalmente distinta, como muchos aducen, principalmente por lo que se suele definir como el fenómeno de la globalización. Gutiérrez no niega que la nueva cultura global y la secularización con su actitud crítica hacia la religión, uno de los influyentes elementos del pensamiento occidental difundido por esta cultura, represente un gran problema para las iglesias. Como cristianos y como comunicadores necesitamos adentrarnos y aprender de los nuevos acontecimientos como los que acompañan a la globalización y su cultura, y dar particular énfasis en los desafíos que emergen del medio ambiente y el encuentro entre las religiones.
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La Iglesia latinoamericana tiene, por otra parte, su propia historia y su propia trayectoria que ha sido definida por la exclusión de gran parte de la población del continente de los beneficios que deben corresponder a todos los seres humanos. Tanto en América Latina como en el Tercer Mundo en general, estos nuevos fenómenos que se imponen y los desafíos que de ellos resultan deben siempre ser considerados desde la perspectiva de la opción preferencial por los pobres. Por fin, insistió Gustavo Gutiérrez, es de vital importancia que recordemos la trayectoria de los procesos de cambio dentro de la Iglesia; aunque a veces nos parecen demasiado lentos, son la única forma en que se puede cambiar una institución de la envergadura de la Iglesia católica. Antes, acotó, no era tan común escuchar al magisterio de la Iglesia detallar las causas que originan la pobreza. Hasta el Concilio Vaticano II y Medellín no se comprendía que combatir la pobreza debería considerarse como una parte esencial de la evangelización. La Iglesia veía las causas y los motivos de justicia y la evangelización como cuerdas separadas y no logró unirlas. Hoy, sin embargo, estos conceptos son parte esencial de los discursos del magisterio tanto en América Latina como en el ámbito de la Iglesia mundial. Ver los procesos dentro de la iglesia nos enseña a tener paciencia con relación a la Iglesia como institución, en particular hacia el magisterio de la Iglesia, algo que es importante tanto al interior de la Iglesia católica como al interior de otras iglesias. Los avances en la Iglesia habrá que verlos como procesos, son lentos, se adelantan en algunos aspectos como en la aceptación de la opción preferencial de los pobres, pero se estancan en otras dimensiones y hasta retroceden como en el caso del reconocimiento de la mujer y los contactos ecuménicos con las otras iglesias. La lenta reacción de la Iglesia como institución no implica, sin embargo, que como cristianos debamos esperar hasta que el magisterio haya dado su aprobación en estos temas que podemos considerar como todavía controversiales. Como miembros de la Iglesia, como comunidad cristiana dentro de la Iglesia, tenemos un legítimo espacio de experimentación en que podemos y debemos adelantarnos a la Iglesia institucional. Este es el espacio de experimentación que sí existe y que Monseñor Gregorio Rosa Chávez en su ponencia definió como el legítimo ejercicio de ‘la opinión pública’ dentro de la Iglesia.
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A menudo se difunde una imagen negativa de la Iglesia Católica, resaltó Monseñor Gregorio, como si no existieran legítimas diferencias de opiniones dentro de ella y como si no dejara mayores espacios para el debate en torno a los problemas que se presentan ante la fe cristiana. Con su ponencia quiso incentivar a los participantes del taller, a los comunicadores y a los cristianos en general, que utilicen estos legítimos espacios de discusión dentro de la Iglesia, para profundizar el conocimiento de la actual sociedad y para responder a sus desafíos desde la perspectiva de la fe. Monseñor Rosa destacó el gran aporte actual de los medios de comunicación católicos, y en particular de la radio, en acompañar a la población pobre y a la población pensante, para poder participar en el proceso de construcción de la ciudadanía. La Iglesia, enfatizó monseñor Rosa, necesita ser como una casa y una escuela de la comunión como lo indica la Carta Pastoral sobre el Nuevo Milenio de Juan Pablo II. Ser casa y escuela implica que la Iglesia debe promover una espiritualidad de comunión en que se forman los laicos y los ministros, la familia y la comunidad. Implica además, conocer e intuir el sentimiento de los otros, reconocer a Cristo en el rostro de nuestros hermanos, y en particular que la Iglesia se transforma en la casa de los pobres (Novo Millennio Ineunte 43, 50). Hay grandes expectativas del pueblo frente a los representantes de la Iglesia; se nos está pidiendo: háblanos, acompáñanos. Como pastores y como comunicadores necesitamos estar en contacto con la gente. Si respetamos a este principio nuestras preguntas se transforman, y la realidad se ve y se configura de otra forma. Todo aquello tiene que ver con formación de opinión pública dentro de la iglesia y con el necesario diálogo con la sociedad. Allí, dijo monseñor Gregorio, se nos presenta todo un programa para los comunicadores de inspiración cristiana. Necesitamos, concluyó, en las palabras de la Conferencia de Aparecida, una iglesia que no se limite tan solo a presentar buenas noticias sino una iglesia que sea buena noticia, por su propia presencia en nuestras sociedades. Resaltamos que se espera un aporte particular por parte de los pastores, sacerdotes y religiosos/as, teólogos e intelectuales, como de los comunicadores cristianos, para acompañar al pueblo cristiano en estos nuevos desafíos. El papel de los comunicadores no puede limitarse a la difusión
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de conocimientos y de destrezas evangélicos propuestos por los teólogos o pastores de la Iglesia. A ellos les corresponde la misión particular de explorar y descifrar nuestra época desde la luz de la fe y de adelantar propuestas tanto a la comunidad cristiana como a sus pastores, como nos indica el Documento de Aparecida (Apartado 10.3). Para la hermana Glafira Jiménez, biblista de la Conferencia de Religiosos del Perú (CRP), una de las más esenciales habilidades para los cristianos es su capacidad de interpretar la Biblia con relación a nuestra realidad, es decir, de interpretar los signos de los tiempos desde la fe, a partir de una lectura permanente de la Escritura. Fue la misma destreza que Gustavo Gutiérrez resaltó como uno de los indispensables requisitos tanto del cristiano como del comunicador cristiano. La capacidad de escuchar, de ver y de interpretar la Biblia desde la realidad y la realidad desde la Biblia, constituye el núcleo de la fe para los cristianos, y nos constituye como comunidad cristiana propiamente dicho. Los comunicadores desempeñan un crucial papel en la exploración de la realidad, como lo enfatiza la Conferencia de Aparecida. Pero muchas veces les falta esta otra habilidad, de leer la realidad desde la luz de las Escrituras. Como comunicadores nos falta profundizar en la fe desde una lectura permanente del Antiguo y del Nuevo Testamento. No se trata de un conocimiento enciclopédico de la Biblia sino de la destreza de relacionar la lectura de la Biblia con nuestras experiencias de cada día. Necesitamos un entrenamiento en estas destrezas de la interpretación de la Escritura en relación con nuestra vivencia de la realidad. Un entrenamiento que no se limita a los cursos bíblicos, por necesarios que sean, sino que debe extenderse hacia una diaria costumbre de oración y reflexión a partir de la Sagrada Escritura. Una comunicación para la comunión, una comunicación para crear comunión, ha sido el objetivo de la OCLACC durante esta década, y este objetivo sigue siendo una muy valiosa definición del trabajo que queremos emprender como comunicadores católicos. José Martínez de Toda nos presenta un inventario de los desafíos para los comunicadores sociales y de las actitudes y los valores cristianos que deberían representar. Para afinar este aporte de los comunicadores a la comunión necesitamos revisar el análisis de la realidad que hace la V Conferencia en Aparecida, y los
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lineamientos de la Nueva Evangelización que de ella resultan, comenzando con una autocrítica del modo de ser de la Iglesia católica. II. Interpretación de los signos de los tiempos El tema de la construcción de ciudadanía, aquí abordado por Washington Uranga, ha sido uno de los temas más importantes de los comunicadores latinoamericanos en estas décadas, y en la OCLACC ha ido a la par con la propuesta de una comunicación para la comunión. El documento final de Aparecida insiste en la opción preferencial por los pobres y la doctrina social de la Iglesia como bases para la participación de los cristianos en la política y en la sociedad civil. Los obispos latinoamericanos propusieron que los cristianos se presenten en los areópagos de discusión de la sociedad y que promuevan la ciudadanía. En su análisis del actual fenómeno de la globalización distinguieron entre el impacto de la dimensión económica y la repercusión cultural de este fenómeno. Para comprender y para poder responder a nuestra época habrá que insistir en la actualización del conocimiento de los cristianos, en particular de los teólogos, pastores y comunicadores, con relación a los análisis de nuestra época ya vigentes en las ciencias sociales y en la filosofía. El ensayo de Dennis Smith, representante de la WACC, se concentró en el actual pluralismo religioso; es decir, en el ‘renacimiento’ de las religiones indígenas y afro-americanas y la amplia difusión de corrientes populares del protestantismo como el pentecostalismo, y el desafío que representan para la iglesia católica y las iglesias protestantes de más tradición histórica. Necesitamos, por lo demás, tomar en cuenta a la influencia del fenómeno religioso de la Nueva Era (New Age) entre la clase media, que se aleja cada vez más de las iglesias tradicionales, tanto de la católica como de las protestantes. A partir de esta espiritualidad neo-gnóstica las personas buscan construir nuevos sentidos y orientaciones alternativas para sus vidas en medio de la ambigüedad del mundo posmoderno. Ante este panorama de la diversidad religiosa las iglesias tradicionales se encuentran por primera vez en la historia latinoamericana, de forma explícita, frente a un verdadero reto de la convivencia religiosa. Necesitamos aprender con humildad a reconocer que no somos los únicos que defienden una verdad, y necesitamos revisar nuestra historia de soberbia
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y de imposición ante las otras iglesias cristianas, y ante las religiones autóctonas, reprimidas por la violencia desde los albores de la conquista. Aceptar este reto no significa que no podemos confiar en el mensaje de salvación del Antiguo y del Nuevo Testamento, mensaje liberador que, según nuestra convicción, culminó en la vida, muerte y resurrección de Jesucristo. Tampoco implica que debamos rehusar de cualquier crítica frente a estas religiones ancestrales y estas nuevas iglesias porque en verdad, hay mucho por criticar en la presentación tan idealista que, a menudo, nos hacen de ellas. Pero si implica que nos deshagamos de esta vieja e inveterada costumbre de considerar a nuestro mensaje cristiano como el único valedero y que nos acostumbremos a tomar en cuenta la crítica que nos viene de la sociedad, y en particular de los que escogieron otra iglesia o religión. En particular habrá que tomar en serio que la mayoría de personas que están involucradas en estas religiones o que optaron por estas nuevas iglesias pertenecen a las clases más pobres del continente. Esto significa que encuentran en estas convicciones una sustancial ayuda que no logramos ofrecerles como iglesias tradicionales. Después del fervor profético y evangélico que siguió a la Conferencia de Medellín, la Iglesia Católica de las últimas dos décadas se ha ido alejando cada vez más de las clases pobres para encerrarse en las clases media y alta, lo que es particularmente cuestionable si consideramos la plena afirmación de la opción por los pobres por parte de ella en la Conferencia de Aparecida. Aunque nos cuesta recordar, sabemos desde los tiempos de los profetas, y siempre nos lo recuerda el evangelio, que el verdadero criterio de la fe se encuentra en lo que hacemos para los demás, para la justicia y la paz, en particular para los más pobres y excluidos. Es en este terreno, de la lucha por la justicia y la ciudadanía, que nos encontramos con las otras iglesias y religiones; este es el terreno adecuado para opinar alrededor los verdaderos avances en el diálogo, tanto del uno como del otro. Nuestra primera tarea no es la de la crítica. Por importante que sea en determinados momentos, la crítica tan solo tiene sentido en la medida que sirve para consolidar alianzas en la construcción de una sociedad solidaria, conforme al Reino de Dios.
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Como comunicadores cristianos necesitamos repensar la presentación, la redacción y el tratamiento de los contenidos de nuestras noticias, informaciones y producciones, en particular las que se refieren a la evangelización, según estos nuevos desafíos de la diversidad y de la verdadera convivencia religiosa. Al abordar el tema de las mujeres y la perspectiva de la Misión Continental, Consuelo del Prado anotó que las mujeres irán experimentando en sus propias vidas dinamismos de liberación mas allá de lo que estaba pensado, previsto o intuido en lo que los obispos redactaron en el documento de Aparecida. Consuelo menciona cuatro adquisiciones que las mujeres han hecho en su caminar en el contexto Latinoamericano. La primera, liberarse de la imagen despectiva de la mujer en la tradición cristiana y reconocerse como hijas amadas por Dios, a imagen suya, y, segunda, la lectura de la palabra de Dios en clave de encuentro. Una tercera, las redes de mujeres que se van dando la mano unas a otras; mujeres de distintos credos religiosos, de distintas iglesias, de distintos grupos, y, finalmente, la comprensión y vivencia de la espiritualidad como un compromiso libre y auténtico con las personas más débiles, compromiso con que las mujeres también crecieron en libertad. Se ven avances en el tema de la mujer en el documento de Aparecida como cuando menciona que es urgente que se supere una mentalidad machista en nuestro continente, en cuanto ignora la realidad del Cristianismo en que se reconoce y proclama la igualdad y responsabilidad de la mujer respecto al hombre (453). Es importante que los obispos constaten que esta mentalidad obliga a revisar tanto la identidad de la mujer como la identidad del varón (449). El documento también anota que urge que todas las mujeres puedan participar plenamente en la vida eclesial, familiar, cultural y económica y que haya que abrir espacios y estructuras que favorezcan una mayor inclusión (454). Pero necesitamos añadir que una iglesia que no confíe en dar responsabilidad pastoral a las mujeres se encuentra mal posicionada para exigirlo a otros, a terceros. Como comunicadores y cristianos necesitamos incentivar para que se den todas las oportunidades y responsabilidades a las mujeres, tanto fuera como dentro de la iglesia.
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El último texto del apartado de los ‘signos’, de Pedro Hughes, sobre la conferencia de Aparecida y el medio ambiente, es para despertarnos de cualquier sueño. El documento final de esta Conferencia defiende el concepto que la creación es tanto responsabilidad de Dios como de los humanos. La creación es parte de la alianza integral, del pacto entre Dios y el Hombre. Aparecida enfatiza la relación entre el don de la creación por parte de Dios y la responsabilidad humana para preservar la creación, desde la imagen de la casa en común o la casa compartida. Un problema fundamental para los cristianos es la herencia de la exégesis tradicional de Génesis 2,4, que caracterizó la relación entre los hombres y la naturaleza como una de dominación. La civilización occidental se apoderó de este texto para legitimar la explotación del medio ambiente, de la tierra. La idea subyacente del siglo XX suponía un recurso sin límites, una materia prima que podía ser usada, agotada y destrozada. Nos demoramos un siglo entero para que la humanidad tome conciencia de los límites de la explotación de la naturaleza. Aunque cuestiona la ideología o el pensamiento de la modernidad, Aparecida habla también del señorío de la persona humana. Evitando la trampa de una especie de panteísmo, subraya que la persona sigue siendo la parte crucial de la creación a quien le corresponde señorear sobre el orden natural, y a quien le corresponde corregir sus abusos. Aquí los obispos retoman el concepto del pecado social elaborado por la Conferencia de Medellín. Este concepto no se limita al pecado de explotación y de la exclusión de personas, de los pobres; en Aparecida se incluye como pecado a la capacidad destructora de la humanidad frente a la naturaleza. El documento final enfatiza que seamos responsables de la creación como don de Dios, en que, según Pedro Hughes, estamos llamados a tres cosas: contemplar la naturaleza, cuidarla y utilizarla; utilizarla, sin embargo, de forma responsable. Hughes añade una tarea más y es que necesitamos estar enraizados en una buena ciencia, es decir que las buenas investigaciones, los buenos datos, son de suma importancia para poder opinar y actuar sobre el tema del medio ambiente. No sabemos, por ejemplo, cuánto estamos alejados del kimming point, o sea el punto donde ya no hay cómo dar marcha atrás a la destrucción de la naturaleza. Existen muchos intereses atrás de las
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investigaciones, como el interés de la compañía de petróleo Exxon, que trata de desmentir todo tipo de informe negativo sobre el medio ambiente. Es este nudo gordiano que compete desenredar a los comunicadores y no lo pueden hacer con un furioso golpe de espada, sino con delicadeza y conocimiento. Concluyamos que para el tema del medio ambiente se necesita conocimiento e investigación, tanto como la difusión de una nueva espiritualidad del cuidado de la creación. III. Comunicación y espiritualidad Este tercer apartado se abre con el ensayo de Rolando Pérez sobre la ética y espiritualidad. Enfoca dos temas en que la comunicación debe jugar un rol crucial en nuestro tiempo en América Latina: la recuperación de la memoria y la incidencia profética en lo público. La ética surge como indignación ante todo aquello que deshumaniza a las personas, y su exigencia fundamental es la humanización de la vida y de la historia. Si queremos realizar una incidencia profética como comunicadores cristianos no podemos caminar solos. Los comunicadores deben buscar un acercamiento a cristianos comprometidos y comunidades de base con quienes pueden intercambiar y discutir alrededor de los problemas de su fe y de la sociedad. Estos espacios de la comunidad cristiana no pueden estar desligados de las parroquias y de la Iglesia institucional, pero deben, por otra parte, ser espacios abiertos en que puedan participar miembros de otras iglesias y personas con otras convicciones. Necesitamos construir comunidades de confianza, espacios en donde la gente sienta que es reconocida y valorada, donde se practica una espiritualidad que recupere la dimensión terapéutica de la fe, y en que los ciudadanos/as encuentren el acto liberador de la amistad. En esta forma, arguyó Rolando, los comunicadores cristianos pueden hacer un valioso aporte al tema de conectar la ética pública con la ética privada, las responsabilidades cívicas a nivel personal y en el ámbito del colectivo. Monseñor Juan Luis Ysern nos ha hablado varias veces de una “pedagogía del encuentro” como camino para los comunicadores cristianos para lograr la comunión, una convivencia fraterna y solidaria tanto dentro como afuera de la iglesia. Esta pedagogía, habla de distintas necesidades,
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es decir, propone que los comunicadores necesitan entrenarse en varias destrezas, como son las facultades de aprender a escuchar, de ponerse en el lugar del otro, de descubrir a los que no tienen voz, de estimular el protagonismo de cada persona, de descubrir lo que hay de positivo en la realidad, de desvelar las causas de la marginación y promover su eliminación, y de aprender a caminar con creatividad. Monseñor Ysern resalta que estamos viviendo un verdadero “cambio de época” en que la velocidad de cambios de la tecnología y de la cultura se está acelerando cada día más. El problema central consiste en que cada uno de nosotros tiene su fe in culturada, y que la nueva cultura en que estamos viviendo hoy no puede ser juzgada desde la cultura en que vivimos antes. Por ello se nos presenta el desafío, que siempre ha sido una tarea sumamente difícil, de mirar las realidades nuevas con los nuevos ojos de la fe. Elaborar una metodología espiritual, en el sentido de que represente un acompañamiento y guía al camino del comunicador y no un estorbo más en sus diarias tareas, en que monseñor Juan Luis Ysern ya se adelantó, puede resultar una valiosa contribución para iluminar al diario oficio de nuestros comunicadores. David Cuenca da su particular enfoque a lo que debe contener el proceso de una comunicación para la comunión. La comunicación, afirma, abre las puertas a la comunión si se lo entiende como diálogo y si se empeña en crear espacios de encuentro. Pero no es cualquier comunión, ni cualquier comunidad que estamos buscando. Mirando el documento preparatorio de Aparecida, David percibe que habrá que librar una dura batalla por la felicidad de los pobres, es decir, para incluirles y darles preferencia en este proyecto de una comunicación para la comunión. Para ello los comunicadores deben aprender a discernir, a incorporar en su práctica la lectura crítica de los procesos comunicativos y sus contextos. Tendrán que asumir el discipulado como una “militancia política” en respuesta a la acción del Espíritu en el mundo a partir de una clara comprensión de nuestra misión en la tierra como comunicador y comunicadora cristiana. Una militancia política en el buen sentido del término, que se empeña en promover y fortalecer las organizaciones sociales de nuestras comunidades.
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La delineación de un credo del comunicador por parte de María Rosa Lorbés nos sirve para elaborar más detenidamente el perfil del comunicador cristiano. Este credo debería incluir una búsqueda apasionada de la presencia de Dios en la realidad y una formación del sentido crítico del comunicador para fomentar un periodismo profético. En contra del pesimismo que se deshace de las responsabilidades la comunicadora cristiana necesita mantener que el cambio sea siempre posible, a comenzar en uno mismo. La fuente de esperanza es Dios, pero la necesitamos construir nosotros. Es importante, afirma María Rosa, que los mismos comunicadores cristianos se responsabilicen, y que sigan explorando sus responsabilidades, frente a sus acciones en el nuevo mundo de la globalización. Ello significa, por una parte, un periodismo imparcial que sabe tomar distancia de sus propios prejuicios, pero que debe, al mismo tiempo, partir de un compromiso profético, desde el ángulo del compromiso con los pobres y marginados. Información es poder, anota María Rosa, pero en nuestro caso tiene que ser un poder al servicio, un poder para servir a la gente. Hay que incentivar una mirada grande desde la fe cristiana en el sentido de fomentar un público cada vez más crítico, en que se difunda la conciencia del derecho a la comunicación; consciencia que no está suficientemente difundida todavía. Y necesitamos desarrollar un periodismo de investigación que señale los problemas sociales, antes de que estallen, y que se empeñe en resolverlos en un clima de igualdad y respeto a las diferencias. Para ello nuestros comunicadores tendrán que dar una atención particular al estudio de la realidad social, a los problemas concretos y cotidianos según las clases sociales. IV. La evangelización y los medios de comunicación El último apartado abordado por este libro tiene como título ‘la evangelización mediante los medios tradicionales e innovadores’. En los aportes se explora sobre todo a los medios más conocidos del espectro de la comunicación católica en el continente como la radio y el cine. En futuras ocasiones deberemos dedicarnos más a las posibilidades de los nuevos medios como el manejo de los portales informativos, blogs, televisión, videos y audios accesibles mediante la web, los problemas que
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representan, y las posibilidades que ellos nos ofrecen en el ámbito de la evangelización. Ramón Caluza afirma que la evangelización no puede limitarse a una transmisión de la doctrina del magisterio papal y episcopal. Como parte del seguimiento que se hace del proyecto de Jesús, resalta, una emisora evangelizadora debe integrar las dimensiones del profetismo. La radio y otros medios de comunicación están para anunciar la buena noticia, pero necesitan, al mismo tiempo, denunciar el mal, en solidaridad con los empobrecidos y los oprimidos. En el contexto de la comunicación podemos dar constancia de una larga tradición de comunicadores cristianos comprometidos con los pobres, sobre todo en las radios populares. Es esencial que defendamos esta tradición y que continuemos el intercambio de experiencias del trabajo de los comunicadores en los ámbitos populares. La tarea de los comunicadores comprometidos con los pobres se complica hoy en día por otros desafíos que provienen del mundo global y por otras urgentes tareas, como son la construcción de ciudadanía y la búsqueda de alianzas con la clase media y otros sectores sociales, que habrá que saber sintetizar con la opción preferencial por los pobres. El trabajo de los comunicadores precisa de una especialización según varios temas como son las dimensiones de la política y de la ciudadanía, de la cultura y de la religión. La opción por los pobres, sin embargo, debería ser un eje transversal que rige el trabajo del conjunto de los comunicadores cristianos en nuestro continente. Es necesario traducir los contenidos evangélicos en el ámbito del pueblo y de la ciudadanía, tanto para los más pobres como con relación a la clase media, y podemos destacarlo como una importante tarea por emprender por parte de nuestras/os comunicadores. Esta tarea se relaciona con la necesidad, que ya señalamos en el primer apartado, que pastores y comunicadores acompañen a los católicos y los demás cristianos para enfrentar los nuevos retos de nuestros tiempos. Es una tarea difícil porque supone la fidelidad al evangelio y el estar cercanos al pueblo. Terminaré esta reseña con unos comentarios a los aportes de Rolando Calle sobre los nuevos lenguajes de la comunicación y la Iglesia y el de Michel Bohler sobre cine y espiritualidad. Como comunicadores nos he-
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mos entregado a una nueva valoración de la imagen, en el sentido que ella representaría el elemento particular que cambia la orientación del hombre y de la mujer moderna. Pero me interesa oponerme a esta valoración de la imagen como si representara algo completamente novedoso. La imagen es tan constitutiva para la pantalla grande, el video y el Internet como lo es para la audición y los comienzos de la escritura; allá reside la importancia y la real envergadura de la imagen. Para comprender el significado profundo de la imagen necesitamos revalorizar el elemento formativo esencial hasta el siglo XX, la narrativa, en su diferentes ramos de la epopeya, de la leyenda, de la novela y de la historiografía. Es evidente que tanto el antiguo teatro como la radio y el cine contemporáneo apoyan la transmisión con mayor facilidad y con mayor impacto a la epopeya, al relato de héroes y de antihéroes. Allí reside su gran valor y su gran peligro. No nos olvidemos que eran Hitler y Mussolini quienes, por primera vez, supieron manejar la radio y el cine de forma masiva para promocionar sus empresas de heroísmo, que terminaron en una catastrófica destrucción. Aunque cuentan como innovaciones modernas las historias representadas en el cine y en el video no difieren de elementos tradicionales del relato narrativo que tanto fascinaban a nuestros antepasados. Los héroes y antihéroes, las intenciones, planes y utopías y los diseños para realizar u obstaculizar estos planes, los promotores y los oponentes a esos diseños utópicos, estudiados por literatos estructuralistas como Greimas y Barthes y por la escuela literaria anglosajona, son elementos muy dignos de atención para analizar los relatos de la radio, del cine y del video. Y más allá de estos elementos, habrá que poner atención en la configuración del relato —la trama o el ‘mito’ de la antigua tragedia— como el momento artístico por excelencia que transforma en unidad al conjunto de una obra de arte, una poesía o una novela, pero también a una película o un video. El mecanismo de la elaboración de esta configuración o ‘síntesis narrativa’ fue debidamente expuesto en los últimos trabajos hermenéuticos del filósofo Paul Ricoeur, en que contrasta el relato de ficción con el de la historiografía. Novela, cine, video, telenovela y radionovela, por evidencia, pero también documentales televisivos, noticieros radiales y prensa escrita en papel o en la web, y hasta los aportes de la música, pueden y
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deberían ser analizados y evaluados según estos criterios que ya salieron del restringido ámbito de la crítica literaria. A nuestras/os comunicadores, entonces, les hace falta recuperar los avances en la teoría narrativa y literaria, en particular la de la poesía y de la novela, que ha pasado por una gran revolución en estos últimos cincuenta años. Este desafío vale no tan solo para los que ya analizan el cine y los nuevos lenguajes, sino para todos los profesionales involucrados en la comunicación. La configuración o síntesis narrativa que integra los sentidos y significados de una obra de arte o una producción podemos, tranquilamente, calificar como la dimensión de su espiritualidad, entendida como su expresión u orientación con relación a los valores humanos. Es lógico que nos encontremos en este terreno de las producciones auditivas y visuales, como antes en la epopeya y la novela, con los valores y anti-valores transmitidos por los relatos de las religiones, en particular de los relatos bíblicos, que creemos representa una comunicación transmitida, revelada, por Dios. Es importante que cuestionemos la producción de los espectáculos contemporáneos, los más conocidos, los norteamericanos, de hombres murciélagos y otros tipos grotescos inspirados por los diseños y las tramas simplistas de los cómics Marvel de unos 50 años atrás, a Independence Day, a tantas misiones imposibles, y sus excesos de falso heroísmo. No coinciden con la verdadera condición humana, y tan solo se dedican a, y tan solo justifican, el comportamiento etnocéntrico de partes privilegiados de nuestra población mundial. La crítica debería dirigirse no tan solo hacia estas producciones norteamericanas, sino también extenderse hacia la música, la radio, el cine, el video, la televisión y el reportaje fácil de los países latinoamericanos, europeos o de otros continentes, como a estos aportes que hacen la diferencia por ser mucho más prometedores. Aquí vale recordar el tema de la sensación de belleza de una producción radial, y de cualquier producción en el terreno de la comunicación. La ética y la espiritualidad, como el conjunto de la religión, no son disciplinas en que se distingue como en matemáticas, en forma clara y distinta, entre el correcto y el equivocado. Son más bien como las artes: sus juicios tienen mayor afinidad con la apreciación del arte, la valoración de la pintura, de la música y de la literatura. En el comportamiento humano nos
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convence la integridad, la sabiduría, la sencillez, y hasta la locura, que nos conmuevan y nos hagan decidir: este es algo ejemplar, es una de las orientaciones, o la orientación según que yo quiero moldear mi vida. La opción por cualquier vida espiritual o religiosa, por la vida cristiana, debe ser una opción íntegra, una opción que brota de la convicción que esta forma de vivir sea la más bella. En este contexto conviene, por fin, comentar el tema de la idolatría introducido por Michel Bohler con relación a la fascinación posiblemente alienante que pueden ejercer las imágenes en la cultura mediática. Hay obras de arte visual, de música y de obra literaria que pueden conmover nuestros corazones. Hay otras que podemos calificar de mediocres a malísimas porque tan solo detectan y muestran algunos aspectos de la realidad cuando encubren y falsifican a otros. El tema de la idolatría, en otro lenguaje más secular, el tema de la ideología, se relaciona con este tema del encubrimiento y de la falsedad. Algunos relatos, algunas noticias y algunas películas nos presentan tan solo visiones parciales de nuestra realidad y de nuestra convivencia humana. Es evidente que como seres humanos solo podemos tener visones parciales, pero si poseemos alguna experiencia de la vida real —llamémoslo sabiduría— también seremos capaces de distinguir lo que es poco realista y/o abusivo de lo que es esperanzador y liberador. Como en todas las dimensiones de la vida humana es buena la crítica pero también importa que pongamos en práctica nuestros conocimientos, y que mejoremos nuestras destrezas. Como comunicadores católicos tenemos mayor tradición en la producción radial y nos hemos dedicado a la crítica, e incentivado la producción de cine. Conocemos muy poco de la evaluación y menos aún de la producción de programas televisivos o de video, que son los medios más populares del actual momento. No podemos y no necesitamos estar en todo, pero si es importante escoger estratégicamente donde queremos estar e incidir en el mundo de la comunicación. Lo importante es que independientemente del medio que usemos o privilegiemos, es necesario que nos destaquemos en estos terrenos.
1 PARTE
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Teología y el discernimiento de la realidad
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“
La reforma deuteronómica demuestra, una vez más, que vivir de acuerdo al plan de Dios se expresa en la dimensión interna del ser humano: cambio de mentalidades y también en la dimensión externa: cambio de actitudes. Ambas tienen como consecuencia la transformación de la realidad que nos rodea. El contenido de la reforma incluye la dimensión religiosa, política y social desde una perspectiva integral. Hna. Glafira Jiménez
”
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De Medellín a Aparecida: Nuevos desafíos para la Iglesia y la evangelización de hoy Gustavo Gutiérrez, O.P. Sacerdote y teólogo dominico peruano. Versión del texto no corregida por el autor.
Introducción o soy un experto en el campo de la comunicación. Pero si puedo compartir con ustedes algunas reflexiones sobre la etapa y el proceso que estamos viviendo en América Latina. Una pregunta que ha aparecido en estos años, y que también ha surgido antes, es, ¿lo que ocurrió y lo que surgió ya antes y después de la Conferencia de Medellín todavía mantiene su vigencia en pleno siglo XXI, después de cuarenta años?
N
En verdad, algunos se lo preguntaron respecto de Medellín, a los pocos meses de su realización. Ya entonces algunos pensaban que esa Conferencia había sido un paso en falso, en el fondo nunca estuvieron de acuerdo con ella. El tema central planteado por la Conferencia de Medellín fue revisar la realidad de América Latina a la luz del Concilio Vaticano II. No se puede volver atrás las agujas el reloj, pero sí se puede hacer memoria de esos acontecimientos, entendiendo por memoria lo que decía Agustín: la memoria es el presente del pasado. En ese sentido irán las consideraciones que siguen. Aparecida nos permite una entrada muy interesante a esta memoria. Se ha dicho que ella
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ha sido una sorpresa. Por mi parte, pienso que no se puede entender Aparecida si no tenemos en mente las décadas precedentes marcadas por el tiempo de Medellín, como tampoco podemos explicar Vaticano II sin las experiencias pastorales y las reflexiones teológicas que lo antecedieron. Así también se debe comprender el proceso que se cristaliza en la Conferencia de Aparecida. Si por la sorpresa se entiende que pudo haber sido otro el resultado, de acuerdo. No hay determinismo en la historia. Pero no es sorpresa porque no se puede olvidar la vida de la Iglesia latinoamericana y caribeña, la entrega de vidas en estos cuarenta años, hicieron presente en Aparecida. En este sentido es muy interesante que Aparecida hable del “testimonio valiente de nuestros santos y santas, y de quienes aún sin haber sido canonizados, han vivido con radicalidad el Evangelio y han ofrendado su vida por Cristo, por la Iglesia y por su pueblo” (A. 99). Es la primera vez que se reconoce en una Conferencia episcopal lo que se suele llamar el martirio latinoamericano: Aparecida hace memoria de ello. Veamos algunos puntos en esta línea. La discusión sobre el método ver, juzgar, actuar En la preparación a la Conferencia hubo una discusión sobre el método en Aparecida, el método de ver, juzgar y actuar. Método, de abolengo bíblico, conectado con la lectura de los signos de los tiempos, y el tema de los lugares teológicos, que fue elaborado en otros tiempos por el teólogo Cano. Fue utilizado en Medellín y Puebla, pero objetado en Santo Domingo, debido al riesgo, se decía, de no llegar a una perspectiva de fe. Era desconocer que desde el ver, se trata de una lectura creyente de la realidad. Si no fuese así no se pudiese hablar de la dimensión social del pecado, como ocurrió en la Conferencia de Medellín. En Medellín cada documento parte del esquema ver, juzgar y actuar; y Puebla lo tomó como punto de partida de la conferencia algo que se repitió en el documento Aparecida. Dos veces se votó (17 a 5) en relación con Aparecida para regresar al método ver, juzgar y actuar. Se trata de una lectura a la luz de la palabra de Dios, a la luz del Evangelio. (cf. Gaudium et Spes, n.4) Ver la realidad es capital porque es el elemento
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que nos desafía a la luz de la palabra de Dios. Esto nos lleva a una cosa cotidiana, porque nos obliga a mantenernos cercanos a lo que está pasando en nuestro pueblo, a tratar de ver desde allí, y, con un acento particular en ver la realidad desde la perspectiva de los últimos, ver desde los más frágiles, desde los insignificantes de la sociedad. Leer desde el pobre (cf. Mateo 25,31-46) tiene tradición en América Latina. Es un texto central tanto para Bartolomé de las Casas como para Guamán Poma de Ayala, un indio cristiano de primera generación. Guamán Poma escribió una carta, en realidad todo un libro, al rey Felipe III de España, que, por supuesto, nunca le llegó al rey. El texto fue descubierto, un siglo atrás, en un archivo en Copenhague. Y él, cristiano que acababa de aprender el Evangelio, toma como punto de partida a Mateo 25. Entonces este texto ya tiene trayectoria y tradición en la historia de la iglesia latinoamericana, esta atención a los pobres como encuentro con Cristo. La dinámica del ver, juzgar y actuar no se queda solamente en el plano social sino que representa una lectura de la realidad a partir del Evangelio. Yo tengo la impresión que Aparecida se ha esforzado de tal manera en esta perspectiva que se le puede considerar como un elemento fundamental de la Iglesia en América Latina para la vida diaria de la Iglesia en general, y que va a mantenerse en nuestra Iglesia. El desafío que viene de la pobreza Un segundo tema que motivó una amplia discusión antes y en la Conferencia de Puebla, es el desafío que viene de la pobreza. La pobreza es un hecho social, económico y cultural, pero la originalidad de la perspectiva teológica de los sesentas fue de considerarla como una situación inhumana, como se expresa en la Conferencia de Medellín. Puebla, por su parte, la calificó como una situación antievangélica. Esto quiere decir que la pobreza es un reto a la fe cristiana, a la fe en el Dios que se caracteriza como amor. Es un reto a la evidencia y a la comunicación de nuestra fe. No es el único reto. Cuando digo reto no quiero decir rechazo, porque no hay reto que no traiga posibilidades para su superación. Se presentan elementos negativos pero nos capacita también para poder abrir campos nuevos. En nuestro recorrido de cuarenta años, tanto aquí como en otras partes del planeta, hemos considerado la pobreza así, no tan sólo como
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un dato encasillado en lo social, y como algo interesante para la doctrina social de la iglesia, sino como un hecho significativo desde nuestra fe, como un hecho significativo inscrito en la Biblia también. Algunos han intentado reducir la pobreza a un problema económico o sociológico. Éste no es el sentido del pobre en la Biblia. El pobre en la Biblia es el que no cuenta, es decir, los pobres son los ‘insignificantes’. En última instancia la pobreza significa muerte temprana e injusta, es una interpelación al amor de Dios por todas las personas, y preferentemente por el pobre. Hasta ahora, es mi impresión, no hemos logrado convencer a algunos teólogos académicos que este sea un problema teológico. No tienen dificultad, sin embargo, en considerar que la modernidad, un hecho histórico, es un reto a la fe. En una frase que encuentro atrevida, del anterior general de los Jesuitas, el padre Kolvenbach, decía que la pobreza es una expresión del fracaso de la creación. La creación es justamente un gesto de amor de Dios, es un don, una concepción que toma particular relieve en la actual preocupación por el abuso del medio ambiente. En este horizonte de la vida de la creación podemos decir que la pobreza va contra la voluntad de Dios. Para terminar con este segundo punto, recordemos una afirmación de Medellín que considero como el piso o el fundamento sobre lo cual edificamos nuestra concepción de la pobreza. Fácilmente podemos afirmar que la pobreza puede tener graves aspectos sociales, que es una condición que afecta a importantes sectores de la sociedad, que es determinado por el género, lo cual representa un indicador muy importante de la pobreza, y que está, además, sujeto a procesos y profundos cambios. Todo eso hace que Medellín sostenga que la pobreza es un mal; nunca es buena. Desde allí si se pueden precisar los otros significados de la pobreza, que si los hay en la Biblia, también. Así se presenta la pobreza espiritual, o infancia espiritual, Ella significa poner nuestras vidas en las manos de Dios, que amemos a Dios, y que por este amor nos comprometemos en asumir la pobreza como un estilo de vida. Ese es el primer sentido de la pobreza espiritual, de allí se desprende una consecuencia —una consecuencia inevitable—, es el desprendimiento frente a los bienes de este mundo.
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¿Si la pobreza es un mal, por qué tendríamos que asumirlo? En la reflexión teológica que se refleja en el documento de Medellín alrededor de la pobreza, llegamos a la conclusión que hay que asumir el amor al pobre como una expresión de solidaridad, y por rechazo a la pobreza. No se escoge la pobreza por el valor de austeridad, y ni tampoco por el valor de sencillez. No se puede amar la pobreza porque va en contra de la voluntad de vida de Dios; la pobreza en última instancia es muerte. La opción preferencial por los pobres: es al mismo tiempo un rechazo a la pobreza y una expresión de solidaridad con los pobres. Rechazar la pobreza implica también rechazar las causas de la pobreza, que es otro aporte importante de las reflexiones de estos cuarenta años de Medellín hasta Aparecida. La ayuda inmediata y directa al pobre sigue teniendo sentido, pero si no vamos a las causas de la pobreza no es suficiente. Paul Ricoeur decía: no se está con los pobres si no estamos en contra de la pobreza. Karl Barth proclama: Dios está siempre al lado de los pobres y contra los poderosos de este mundo. Para afirmar eso basta con leer la Biblia. La expresión ‘opción preferencial por los pobres’, nació entre Medellín y Puebla, fue elaborada y aceptada en Aparecida. Preferencial quiere recordar que el amor de Dios es universal. No quiere decir que el amor de Dios se dirige exclusivamente a los pobres. Es un amor universal y preferencial al mismo tiempo. No hay contradicción entre estas dos aseveraciones, hay cierta tensión. La opción preferencial por el pobre es fundamentalmente una opción teocéntrica, es decir, centrada en el Dios que Jesús nos revela. Esta opción ha sido retomada y reforzada en Aparecida, y constituye un eje de sus conclusiones. Es más, Aparecida afirma que la opción por los pobres es “uno de los rasgos que marca la fisonomía de la Iglesia Latinoamericana y Caribeña” (DA. 391). Se apoya, además, en las palabras que dirigió Benedicto XVI en su discurso inaugural: “la opción preferencial por los pobres está implícita en la fe cristológica en aquel Dios que se ha hecho pobre por nosotros, para enriquecernos con su pobreza (cf. 2Cor 8,9)” (DI. n.3). Es decir, que pertenece al corazón mismo de la fe cristiana. Lo subraya Aparecida, diciendo: “Esta opción nace de nuestra fe en Jesucristo, el Dios hecho hombre, que se ha hecho nuestro hermano (cf. Hb 2,11-12)” (DA. 392).
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La comunicación del Evangelio Las conferencias episcopales latinoamericanas han insistido siempre en la proclamación del Evangelio, también es el caso de Aparecida. Anuncio que incide en la historia humana y en la necesidad de construir una sociedad justa. Acción por la justicia y promoción humana no son ajenas a la evangelización. Todo lo contrario. No terminan allí donde comienza el anuncio del mensaje cristiano, no es una pre-evangelización; constituyen una parte de la proclamación de la Buena Noticia. Esta visión, que hoy es cada vez más evidente, y lo es en Aparecida, es el resultado de un proceso que fue haciendo comprender el sentido de decir “que llegue tu Reino”. Es hablar de la transformación de la historia en la que el reinado de Dios se hace presente ya, aunque todavía no plenamente. Es una andadura que acelera el paso desde el Concilio, dónde se tomó seriamente la presencia de la iglesia en el mundo. Al respecto, Medellín afirma que Jesús vino a liberarnos del pecado, cuyas consecuencias son servidumbres que se resumen en la injusticia (Justicia 3); el punto fue retomado, de una manera u otra, por las siguientes asambleas continentales. Juan Pablo II lo dijo en Puebla: la misión evangelizadora “tiene como parte indispensable la acción por la justicia y la promoción del hombre”. Por su parte, Aparecida dice: “la Iglesia está convocada a ser “abogada de la justicia y defensora de los pobres” ante “intolerables desigualdades sociales y económicas” (DA. 395). El punto queda claro. El anuncio del evangelio es una palabra profética que anuncia el amor de Dios por toda persona, pero prioritariamente por los pobres e insignificantes, y que denuncia la situación de injusticia que ellos padecen. Es una cuestión de principio, que las infidelidades históricas a ese postulado no lo modifican en tanto que exigencia permanente. El anuncio del evangelio implica una transformación de la historia que gire en torno a la justicia, a una respetuosa valoración de las diferencias de género, étnicas y culturales, y a la defensa de los más elementales derechos humanos sobre las que debe fundarse una sociedad basada en la igualdad y la fraternidad.
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La comunicación apunta a la comunión y es creadora de comunidad. Pero el verbo comunicar es un verbo transitivo, es decir que requiere un complemento. No es el caso del verbo ser, por ejemplo, que es un verbo intransitivo, decir yo soy, tiene sentido. En cambio no basta decir yo comunico, es necesario añadir qué se comunica. ¡No transformemos un verbo transitivo en uno intransitivo! La comunicación no es algo aparte del contenido. Y la comunicación —aquí estoy en el intento de cerrar el círculo— no puede prescindir de la lectura creyente de la realidad. No se puede anunciar el Evangelio si no somos capaces de leer la realidad, a la luz el Evangelio, para detectar lo que en ella corresponde, o no corresponde, a la voluntad de Dios. Por último es muy importante, en el compromiso con los pobres y en la comunicación del evangelio, considerar a los pobres en la plenitud de sus derechos humanos, y por lo tanto, como responsables de su propio destino, como agentes de su propia historia. En este sentido necesitamos ser claros, como cristianos, y como comunicadores, en el sentido y metas de nuestro compromiso con los pobres y excluidos. No se trata de buscar ser la voz de los que no tienen voz. Nuestro propósito debe ser, más bien, que los que no tienen voz la tengan. Monseñor Romero nos enseñó mucho al respecto. Creo, finalmente, que estamos en un momento muy interesante de la historia. Aparecida nos permite hacer una memoria como ‘presente del pasado’, y por eso mismo capaz de abrirse al futuro. La influencia de las conclusiones de Aparecida dependerá de la ‘recepción’ que reciba de parte del conjunto de la Iglesia. Son finalmente las personas, la Iglesia viva, que determinan los procesos de la iglesia.
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Teología y comunicación desde la perspectiva de Aparecida Mons. Gregorio Rosa Chávez Obispo Auxiliar de San Salvador y miembro de la Comisión de Comunicación del CELAM.
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ustavo Gutiérrez nos recordó qué importante es la memoria. Hacemos cada día memoria del Señor resucitado. El descubrimiento de tantas personas asesinadas anónimamente aquí en Perú nos trae el tema de la memoria en un aspecto mucho más dramático. Tenemos muy poca memoria en América Latina, en mi país El Salvador en particular. Cuántas personas han muerto sin que se tenga memoria. Y sin memoria no hay futuro, sin memoria no se puede elaborar un proyecto. El Espíritu Santo es tanto memoria como profecía de la Iglesia. Mi presentación hoy será más diacrónica, porque les hablaré de mi memoria personal, de mis andanzas y experiencias por América, desde mi trabajo de comunicación en el CELAM y en mi país, recordando también al gran comunicador que fue Monseñor Romero. Comenzaré con una revisión de los conceptos fundamentales de la iglesia y su misión, que se han ido madurando y que desembocaron en el documento de la recién celebrada Conferencia de Aparecida. Después me dedicaré a una especie de decálogo, es decir unos diez mandamientos provisorios, que me parecen importantes que los subrayemos como comunicadores
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cristianos. Finalmente propondré algunas pautas para los actuales desafíos de la comunicación del Consejo Episcopal Latinoamericano. Conceptos de la iglesia y su misión y su repercusión para la comunicación 1. Quiero recordar cómo fue la preparación de la Conferencia de Santo Domingo de 1992. Yo fui miembro de la directiva del CELAM en este momento. Me llegó un documento que vino de Roma de cómo se podría preparar el tema de la comunicación en Santo Domingo. El documento tenía dos frases sumamente estimulantes: uno era que la información existe para la comunicación, y la otra que la comunicación existe para la comunión. Frases que siempre me encaminaron después. Cuando hay una crisis, casi siempre es porque hubo fallas en la comunicación y también en la información. Y por ello no se logra ninguna comunión. Lo que pasó en Santo Domingo, por ejemplo, fue fatal en el campo de la comunicación; un desastre y fue porque no se aplicaron estas políticas. Recordemos que el Concilio Vaticano II aportó como gran contribución el concepto de la iglesia como comunión. Hubo un sínodo sobre este tema, que terminaba con esta conclusión, hoy contenida en el título Nº 1 de Lumen Gentium que habla de la comunión de los hombres con Dios y de los hombres entre si, como un sacramento de comunión, un sacramento de unidad. El documento que se publicó como resultado del sínodo ‘Iglesia en América’ (Exhortación Apostólica Ecclesia in America, EAm), que se celebró en 1997, añade una frase más, que encarna esta idea: iglesia como comunión en un mundo justo y solidario: allí está todo un programa, particularmente interesante para nosotros que trabajamos en el campo de la información y comunicación. Iglesia en América nos trae una gran novedad: es el único sínodo cuyo tema está definido en términos de procesos. Procesos que se detallan como encuentro con Jesucristo vivo, camino para la conversión, la comunión y la solidaridad. La Conferencia de Aparecida recupera esta idea de los procesos y la enriquece con el tema del discipulado, y el tema de los procesos es clave para entender la dinámica profunda de Aparecida. 2. Iglesia en América tiene otra gran novedad y es el de ubicar al encuentro con Jesucristo vivo, que es una categoría enteramente bíblica,
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como el centro de todo. Hay una página en EAm que es un tesoro. Preparamos un texto con este título —‘el encuentro con Jesucristo vivo’— en nuestro círculo de habla español en este sínodo para presentarlo al plenario, y esta propuesta fue acogida. El texto lo leo casi literalmente, porque tiene valor histórico. Decía: la categoría del encuentro con Jesucristo vivo debe dar un tono jubiloso y jubilar al documento postsinodal. Es una categoría de una profunda raíz bíblica. Los evangelios nos muestran cómo el encuentro con el Señor, entendido como experiencia vital, transforma la vida de las personas; como ocurre en los encuentros con la samaritana, quien siente el impulso irresistible de anunciarlo; con Zaqueo, que toma conciencia de sus obligaciones de justicia; de María Magdalena, convertida en apóstol de los apóstoles, con los discípulos de Emaus, transformados por la Palabra y la eucaristía y lanzados con júbilo hacia la comunidad. El corazón de este encuentro es el Sacramento de Comunión entre Dios y el hombre y entre los hombres. Se trata de encuentros que desencadenan un auténtico proceso de conversión, comunión y solidaridad. Estas escenas del encuentro podemos considerar como la trama profunda del documento postsinodal. En el documento se añaden dos pequeños párrafos más pequeños que aclaran que el corazón de este encuentro es la fe, que se recibe y vive en la iglesia que es el cuerpo de Cristo, y que es en la iglesia que se hace realidad el encuentro con Jesucristo vivo, en su grado supremo cuando celebramos la eucaristía. También encontramos al señor, como enseña el Sacrosantum Concilium, en la palabra de Dios en la asamblea litúrgica cuando se reúnen los cristianos en nombre de Jesús en la persona del ministro. Otro lugar de encuentro con Dios, decía nuestra propuesta, son los pobres y los que sufren, verdadero sacramento de Cristo. Encontrar a Cristo vivo, concluye el texto, es escoger su amor primero, optar por Él y adherirse libremente a su persona y a su proyecto, que es el anuncio y la realización del Reino de Dios. Seguirlo es vivir como él, recibir su mensaje, aceptar su criterio, abrazar su destino, compartir su propuesta, que es el designio del Padre de invitar a todos a la comunión trinitaria, a la comunión con los hermanos, en construir una sociedad justa y solidaria. Casi todo el texto propuesto fue incluido en el documento postsinodal
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(EAm) bajo el numeral 68. Un detalle que no entró en este documento fue la propuesta de Pablo VI, que dice que los pobres son el sacramento de Cristo. Lo pronunció en el discurso a los campesinos en Bogotá. Y eso tiene una relación estrecha con lo que dijo este Papa en la clausura del Concilio: que descubrimos a Cristo a través de los que sufren. Esta visión de los pobres como sacramento de Cristo es algo que se recuperará en la Conferencia de Aparecida. 3. El tercer paso de mi reflexión alrededor de los conceptos de la iglesia y su misión es lo que Juan Pablo II expresa en Novo Millennio Ineunte (NMI), que la iglesia tiene que ser la casa y la escuela de la comunión. En el nº 43 de NMI está como todo el programa que el papa quiere presentar a la iglesia. El documento nos dice: Hacer de la Iglesia la casa y la escuela de la comunión: éste es el gran desafío que tenemos ante nosotros en el milenio que comienza, si queremos ser fieles al designio de Dios y responder también a las profundas esperanzas del mundo. ¿Qué significa todo esto en concreto? También aquí la reflexión podría hacerse enseguida operativa, pero sería equivocado dejarse llevar por este primer impulso. Antes de programar iniciativas concretas, hace falta promover una espiritualidad de la comunión, proponiéndola como principio educativo en todos los lugares donde se forma el hombre y el cristiano, donde se educan los ministros del altar, las personas consagradas y los agentes pastorales, donde se construyen las familias y las comunidades. Espiritualidad de la comunión significa, ante todo, una mirada del corazón sobre todo hacia el misterio de la Trinidad que habita en nosotros, y cuya luz ha de ser reconocida también en el rostro de los hermanos que están a nuestro lado.* Estos textos implican todo un programa para nosotros comunicadores. * NMI 43 continua: “Espiritualidad de la comunión significa, además, capacidad de sentir al hermano de fe en la unidad profunda del Cuerpo místico y, por tanto, como « uno que me pertenece », para saber compartir sus alegrías y sus sufrimientos, para intuir sus deseos y atender a sus necesidades, para ofrecerle una verdadera y profunda amistad. Espiritualidad de la comunión es también capacidad de ver ante todo lo que hay de positivo en el otro, para acogerlo y valorarlo como regalo de Dios: un « don para mí », además de ser un don para el hermano que lo ha recibido directamente. En fin, espiritualidad de la comunión es saber « dar espacio » al hermano, llevando mutuamente la carga de los otros (cf. Ga 6,2) y rechazando las tentaciones egoístas que continuamente nos acechan y engendran competitividad, ganas de hacer carrera, desconfianza y envidias. No nos hagamos ilusiones: sin este camino espiritual, de poco servirían los instrumentos externos de la comunión. Se convertirían en medios sin alma, máscaras de comunión más que sus modos de expresión y crecimiento”.
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Iglesia en América, en verdad, merece nuestra atención porque aborda también, por primera vez en un documento eclesial relacionada a América Latina, el tema de la globalización. Y lo aborda en su aspecto cultural, en que hay que destacar una frase, una idea, que después se ha ido enriqueciendo: “este mundo caracterizado por las nuevas tecnologías que van homogenizando a la humanidad, y que proponen una escala de valores (a menudo) contrarios a los del evangelio”. Así vemos como aparecen y se van preparando elementos de la visión de la iglesia y su misión, que serán retomados, en forma más madura, en la conferencia de Aparecida, que es, como ya se dijo, todo un acontecimiento, más que un documento. Un acontecimiento que se desarrolló en un santuario muy famoso donde estuvimos muy en contacto con la gente común y corriente, gente que se metía en la misma sala de reuniones. Había una sala de escucha, como la llamaban, donde la gente se encontraba, donde se limaron asperezas. Con ello se amantaba la confianza, el acercamiento y la comunión entre los participantes. Con toda la típica hospitalidad de una iglesia, la brasileña, que admiramos con todo su apertura y profetismo. Había unas políticas de comunicación muy claras y muy audaces, que se aplicaron en esta Conferencia. Tengo aquí todos los documentos de cómo se preparó este proceso. La prensa estuvo al gusto e informó con cariño, informó ampliamente: Aparecida fue buena noticia. Todo ello creó un clima de confianza del Espíritu Santo. De hecho la gente salió contenta de la Conferencia y esto fue la mejor propaganda para lo que tenemos que hacer después. Fue, realmente, algo totalmente opuesto a lo que sucedió en Santo Domingo. De Santo Domingo salimos todos frustrados, y esta conferencia apenas existió después en la vida de la Iglesia y de la prensa. Qué importante entonces, un evento así, que se revela como buena noticia. Una especie de decálogo para la comunicación desde la Iglesia En este segundo apartado les propongo una especie de decálogo, que resume mis años de experiencia en el tema de comunicación, desde 1972 hasta hoy. Son como diez pequeños mandamientos, que elaboré desde el interés de nosotros como comunicadores católicos y cristianos.
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1. Necesitamos considerar a la comunicación como algo transversal dentro de la iglesia. Antes todavía se lo consideraba como un sector en vez de un eje transversal que tiene que recorrer toda la iglesia. 2. Urge leer a Aparecida desde la perspectiva de un proceso, como un proceso en que la comunicación ocupa un papel clave. El tema de la cultura, por ejemplo, no se le entiende si no lo ubica en esta perspectiva. 3. Es importante que rescatemos del documento de Aparecida el más valioso para nosotros y que estemos atentos en prevenir las tentaciones en qué podemos caer con relación a ella. Unas de estas tentaciones son, por ejemplo, un manejo instrumental de la misma, no tener en cuenta la cultura digital ni los nuevos lenguajes. También existe el peligro del mimetismo, de copiar la forma de actuar de las sectas evangélicas frente a los grandes medios, la tentación de actuar como ellas, de imitar su mensaje, con que traicionaremos al evangelio. 4. Necesitamos sacar todas las consecuencias del magisterio universal y latinoamericano en sus pronunciamientos alrededor la comunicación. Por ejemplo los mensajes de las grandes conferencias episcopales: Medellín dice que el mensaje se vuelve imagen, sonido y color; Puebla dice que la evangelización anuncio del Reino es comunicación; Santo Domingo expresa que el mundo de la comunicación es el más importante de las areópagos modernos, con que elabora en el nº 37 de encíclica Redemptori Missio de Juan Pablo II, del 7-12-1990. 5. Hay que tener muy presente el tema de las políticas de la comunicación. Y es menester constatar que muy pocas iglesias tienen presente. Y por ello tenemos tantos problemas y no podemos manejar las crisis dentro de la iglesia; porque no existen políticas o si existen, no están claras. Es un tema clave para nosotros en el CELAM en este periodo. 6. Nos hace falta que profundicemos en la pastoral de la opinión pública. Esta frase yo lo inventé, en un principio, y después entró en los documentos del magisterio: la pastoral de opinión pública. En el año 72, después que apareció la Instrucción Pastoral sobre los medios de comunicación Communio y Progressio, hubo una serie de talleres en América La-
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tina, dictado por monseñor Luciano Metzinger, el famosísimo obispo de Perú. Estos talleres y conferencias elaboraron ideas alrededor la opinión pública dentro de la iglesia. Aquí tengo una ponencia que escribí sobre este tema y ahí comenté que en la Iglesia hay muy poco dogma de fe, y que casi todo es objeto de opinión, y abierta a la discusión. Cuando todos seguimos actuando como si todo en la Iglesia ya está dicho; seguimos tratando a los temas eclesiales como si todo está condicionado por el dogma, comenzando con los mismos pastores. La Conferencia de Aparecida propone una iglesia dialogante, una iglesia de diálogo, tanto internamente, de diálogo dentro de la iglesia, como hacia afuera, es decir, una iglesia que dialoga con el mundo. Existe un mensaje del papa en la jornada de las comunicaciones que se llama ‘la formación de opinión pública en el sentido cristiano’. Es un tema clave para nosotros como comunicadores cristianos. De hecho en El Salvador teníamos una experiencia valiosísima que todavía sigue pero ya no es el mismo, que es la homilía dominical. En la homilía se analizaba cada domingo lo que pasaba durante la semana; y era simpático, porque nos turnábamos el arzobispo y yo en la predicación, y cuando se terminaba la homilía propiamente dicha y entrábamos a analizar los hechos de la semana, se encendían las cámaras de televisión, de todos los noticieros, con su grabación. Estas homilías fueron emitidas por la televisión y salieron incluso por el mundo entero, y con ello, en verdad, pudimos ir formando opinión. Estos comentarios los preparamos con el arzobispo Rivera, sucesor de Mons. Romero, discutiendo de antemano qué puntos íbamos a tocar. Era evidente que corríamos riesgo con ello porque había amenazas de muerte, pero nunca los dudamos por considerarlo un deber cristiano. Fue en verdad una formación de la opinión pública en el sentido cristiano. 7. No tenemos que olvidar nunca que la comunicación es ante todo una realidad humana. Hay que rescatar y recuperar la comunicación humana. El hombre es un ser comunicacional, esto es el fundamento de cualquier comunicación. Los medios de comunicación representan un segundo momento. Primero es importante rescatar el diálogo, la comunicación interpersonal. El peligro hoy es que nos quedamos apegados a los aparatos, televisión, computadoras, celulares, y que ya no seamos capaces de dialogar con nuestros próximos.
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8. Es importante que consideremos la teología de la comunicación como una cuestión prioritaria. Una teología de la comunicación debe tener como telón de fondo a las ideas de la cristología de la comunión y que la iglesia es comunión para la misión. Quiero recalcar que este tema aparece por primera vez, en forma bastante amplia, en Cristi fidelis Laici de 1988: la idea de la iglesia como comunión. El discurso del papa Juan Pablo II al cerrar este sínodo es fantástico. El título con que un periódico lo resumió, que la iglesia es misterio, comunión y misión, recoge muy bien su contenido. El papa desarrolla el tema que la iglesia es misterio, es decir sacramento de comunión, y que esta comunión está destinada y debe desembocarse en la misión. Esta última idea era innovador: enfatizar que la iglesia es comunión que se transforma en misión. Ahora el papa Benedicto añadió que el discipulado y la misión son dos caras de la misma moneda, lo que se puede comprender como una extensión de la reflexión expuesta en Cristi fidelis Laici. 9. Todo lo anterior nos permite hacer un aporte significativo a la concepción de la misión continental. Es decir que necesitamos demostrar en acto, mediante hechos, nuestra convicción de la comunicación como un elemento transversal en la iglesia. Existe un documento muy bueno que salió hace un par de meses: la propuesta del CELAM para la misión continental. El documento nos alerta contra varias tentaciones, como es emprender esta nueva misión en forma tradicional, o como algo transitorio. Se pretende poner a la iglesia en un estado permanente de misión y se propone unos ejes y algunas metas que habrá que conseguir Es un enfoque totalmente novedoso. Y aquí se nos adjudica un papel clave a nosotros como cristianos que están en el campo de la comunicación. 10. La última indicación con que cierro este decálogo de la comunicación y la iglesia, es insistir en la importancia de recuperar la memoria en América Latina, pero en este tema ya lo mencioné y ya lo aclaré en el comienzo de mi discurso. Propuesta de la comunicación del CELAM ¿Cómo estamos enfocando la propuesta de comunicación en el plan global del CELAM para los próximos tres, cuatro años? Partamos de unas constataciones. Primero constamos desde el CELAM, aunque lo cues-
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tionó aquí Gustavo Gutiérrez, que hemos cambiado de casa, que hemos cambiado de época. No solo una época de cambios como decíamos en el concilio Vaticano II, sino un cambio de época, caracterizada, sobre todo, por las nuevas tecnologías. Luego es importante señalar que estamos en una cultura posmoderna, con dos características sobresalientes. Una es que en ella domina el sentimiento sobre la razón. Y el segundo que se destaca, es el relativismo doctrinal y ético que le acompaña. Aquí en nuestro encuentro alguien ya habló del concepto de ‘la religión a la carta’. Todo pertenece hoy al dominio el mercado; y es evidente que apareció un mercado de religión también. Estas expresiones de la cultura posmoderna nos cuestionan. Es una nueva cultura y en esta cultura nos toca anunciar el mensaje del Único que tiene palabras de vida eterna. A nivel doctrinal hay que reconocer que estamos ante una nueva cultura, ante nuevos lenguajes. El impacto de la posmodernidad en nuestra gente en América Latina, sobre todo entre los jóvenes, nos confronta con nuevas preguntas, preguntas que nadie puede negar. Estamos ante una nueva cultura mediática donde existen grandes retos y también grandes esperanzas. Muy importante en este marco doctrinal es el tema de la transversalidad, y la recuperación de lo dicho por Puebla, que evangelizar es comunicar. Hay dos elementos que quiero subrayar como elementos que nos pueden apoyar en estos tiempos novedosos, y los voy a tomar de Monseñor Romero y de la encíclica Ecclesiam Suam. Monseñor Romero resumió su misión como sacerdote y obispo en la frase que quería ‘sentir con la iglesia’; muy jesuita por supuesto. Romero, cuando fue hecho obispo en el año setenta hizo un retiro y tomó como guía a la Ecclesiam Suam, la encíclica inaugural de Pablo VI que repercutió mucho en la iglesia de estos tiempos. Esta encíclica tiene tres pasos: la iglesia que toma conciencia de sí, que se renueva y que entra en diálogo con el mundo. Monseñor Romero lo toma como guía de su vida de obispo. En su diario, que entregamos a Roma para su proceso de canonización, examina su vida personal según este esquema. Necesitamos tomar conciencia de nosotros mismos. Necesitamos renovar considerando que la iglesia es exigencia de santidad y está siempre necesitada de conversión. La iglesia, por fin, toma conciencia y se renueva no para sí mismo, sino para poder ser atrayente, y para
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llevar la redención al mundo. Y para ello necesitamos rehabilitarnos en el diálogo con los hombres. En su carta de presentación como arzobispo, monseñor Romero toma como modelo el tema de la Pascua, y titula la carta ‘la iglesia y la pascua’. En esta carta resalta una frase que él asumió como su utopía de la iglesia. Lo extrajo del documento de juventud, Nº 15 de la conferencia de Medellín. Allá se pregunta a los jóvenes: ¿Cómo es que ustedes quieren que sea la iglesia? Y los jóvenes responden: en la iglesia debe presentarse cada vez más nítido el rostro de una iglesia pobre, misionera y pascual. Libre entre todo poder temporal y audazmente comprometida en la liberación de todo el hombre y todos los hombres. Este tema es el que monseñor Romero va desarrollando, y es ésta la propuesta de la iglesia que él nos dejó; y los jóvenes todavía sueñan, aunque hoy trágicamente son casi todos de derecha. Ya pasó Mayo ‘68, son ya cuarenta años. En nuestras elecciones en El Salvador, los jóvenes votan por los partidos de la derecha. Ellos ya tienen otra agenda, y nuestros ideales, nuestros ideales de juventud, ya parecen historia pasada. Esta propuesta de los jóvenes de Medellín y de monseñor Romero resume bien lo que propone Aparecida. Nos importa construir una iglesia que no sola dé buenas noticias sino que sea buena noticia. Concluyo en enfatizar esta frase. Cuando uno está como pastor en contacto con la gente, las preguntas, y las respuestas, se hacen de otro modo. La gente experimenta a la iglesia de otra forma. Hay en este momento una gran demanda y presión del pueblo hacia los pastores, pidiéndonos: háblennos, acompáñennos, digan algo, no nos dejen solos. Nuestra iglesia en este momento tiene un momento de gracia. Aparecida ha sido un best seller, ha levantado expectativas y esperanzas, es un lindo documento, un momento de gracia. No hay que olvidar, sin embargo, que es un proceso, un proceso de ser discípulo, para formar discípulos. Y El discípulo no es solo alguien que escucha a una doctrina, sino que es el que sigue al maestro. Todo el tema de seguimiento de Jesús se hace ahora totalmente prioritario. ¡Qué gran tarea, qué hermosa tarea, qué tarea más apasionante! En este proceso es clave la comunicación, pero no la comunicación entendida como simple transmisión de datos, sino como diálogo y como entrega de la vida. Communio y Progressio habla de Jesús como el per-
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fecto comunicador, no solo porque sabe decir las palabras apropiadas, sino porque se da, porque entrega a sí mismo. Yo cuando doy charlas suelo preguntar dos cosas. Una se resume así: ¿qué lugar ocupa el Reino de Dios en los procesos formativos? Y casi nunca es un tema central en los grupos, en las asociaciones en las parroquias. Aparecida profundiza el tema del Reino de Dios en el capítulo ocho. Y en este importante empeño y desafío de mirar y dialogar con la gente, se pone como segundo tema la pregunta por la entrega, la entrega de sí mismo, a este Reino. Es decir, en qué medida somos y queremos ser testigos del Evangelio, de la iglesia. Recuerdo lo que ya resalté, Nº 43 de Novo Millenio: que la iglesia tiene que ser la casa de la comunión y la escuela de la comunión: y Nº 50 que aspira a que los pobres se sientan en la iglesia como en su casa, lo que, lamentablemente, muy poco ocurre. Entonces les pediré a ustedes comunicadores que nos ayuden en estos grandes desafíos. La meta es que la gente tenga vida y vida plena, es lo que propone Aparecida, lo que la conferencia y la iglesia plantea como cultura de la vida. Esta cultura incluye grandes temas como el derecho de nacer, el derecho de vivir dignamente, de vivir en una sociedad libre y democrática, el derecho de creer y esperar. Recordamos la esperanza que es un horizonte y que está ligada con la fe y el amor. En Roma se rumora, mientras tanto, que la tercera encíclica del papa será alrededor la doctrina social que sea lógica después de hablar sobre el amor y la esperanza. Les recuerdo, por fin, una linda historieta que dice que si un cataclismo quemara toda la Biblia y si quedara solo una página que no se quemó, con una cita que resuma toda la Biblia, esta cita debería expresar que Dios es amor. Un amor que se verifica en el amor al prójimo.
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Mística, profetismo y compromiso político: Identidad y misión de los comunicadores sociales Hna. Glafira Jiménez París Religiosa y teóloga, Conferencia de Religiosos del Perú (CRP).
I. Introducción 1. El reto de Aparecida a comunidad de creyentes en Jesucristo, nosotros y nosotras que conformamos la Iglesia Latinoamericana y del Caribe, contamos con un importante instrumento para seguir profundizando en los ejes fundamentales de nuestra fe: el documento final de Aparecida, fruto de la Quinta Conferencia del Episcopado Latinoamericano y del Caribe. Todos estamos llamados a descubrir, en comunidad, qué significa ser discípulo misionero, discípula misionera de Jesús para el mundo, hoy. La comunidad eclesial se enfrenta a un gran desafío: renovar nuestra opción por seguir a Jesús.
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Los cristianos-comunicadores sociales asumen su condición de discípulos-misioneros desde una vocación concreta: orientación teológica de la evangelización desde la comunicación. En la evangelización, en la catequesis y, en general, en la pastoral, persisten también lenguajes poco significativos para la cultura actual y en particular, para los jóvenes. Muchas veces los lenguajes utilizados pare-
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cieran no tener en cuenta la mutación de los códigos existencialmente relevantes en las sociedades inoculadas por la postmodernidad, y marcadas por un amplio pluralismo social y cultural. Los cambios culturales dificultan la transmisión de la Fe por parte de la familia y de la sociedad. Frente a ello, no se ve una presencia importante de la Iglesia en la generación de cultura, de modo especial en el mundo universitario y en los medios de comunicación social (Aparecida 100, d.). Las palabras de Pablo siguen vigentes y en este contexto y pueden iluminar su tarea evangelizadora: Así sucede con los instrumentos inanimados, tales como la flauta o la cítara. Si no dan distintamente los sonidos, ¿cómo se conocerá lo que toca la flauta o la cítara? Y si la trompeta no da sino un sonido confuso, ¿quién preparará para la batalla? Así también ustedes: si al hablar no pronuncian palabras inteligibles, ¿cómo se entenderá lo que dicen? Es como si hablaran al viento. Hay en el mundo no sé cuántas variedades de lenguas, y nada hay sin lenguaje. Más si yo desconozco el valor del lenguaje seré un bárbaro para el que me habla; y el que me habla, un bárbaro para mí. Así pues, ya que aspiran a los dones espirituales, procuren abundar en ellos para la edificación de la asamblea (1 Cor 14,7-12). En palabras de Aparecida, es necesario comunicar los valores evangélicos de manera positiva y propositiva. Son muchos los que se dicen descontentos, no tanto con el contenido de la doctrina de la Iglesia, sino con la forma como ésta es presentada. Para eso, en la elaboración de nuestros Planes Pastorales queremos... Optimizar el uso de los medios de comunicación católicos, haciéndolos más actuantes y eficaces, sea para la comunicación de la fe, sea para el diálogo entre la Iglesia y la sociedad (Aparecida 497, b.). Querer significa poner los medios apropiados para realizarlo. Como discípulos-misioneros están llamados a “reconocer los nuevos lenguajes, que pueden ayudar a una mayor humanización global “(Aparecida 484). Ello implica un compromiso en la propia formación y acompañamiento en la formación de otros y otras: “Formar comunicadores profesionales competentes y comprometidos con los valores humano-cristianos en la transformación evangélica de la sociedad” (Aparecida 486, g.).
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2. Comunicación social y revelación divina: perspectiva bíblica El Dios en quien creemos se ha comunicado a través de obras y palabras. Ustedes, discípulos-misioneros-comunicadores sociales se encuentran insertos, desde su particularidad, en la “dinámica divina de revelación”. Ustedes tienen una misión concreta. A continuación presentamos las características de esta misión desde una perspectiva bíblica. Los textos bíblicos narran el encuentro entre Dios y el Pueblo de Israel en la historia y nos transmiten la experiencia humana de tantas mujeres y varones creyentes que se reconocieron destinatarios de las promesas de Dios. Ustedes son “las voces” de esa “Palabra encarnada” en la vida de tantas personas, en los diferentes acontecimientos; ustedes siguen siendo transmisores de Buenas Noticias: de anuncio y denuncia; son protagonistas de la misión evangelizadora de la Iglesia desde el ámbito de la comunicación, poniendo todos los medios necesarios al servicio del Reino. En nuestro siglo tan influenciado por los medios de comunicación social, el primer anuncio, la catequesis o el ulterior ahondamiento de la fe, no pueden prescindir de esos medios [...] Puestos al servicio del Evangelio, ellos ofrecen la posibilidad de extender casi sin límites el campo de audición de la Palabra de Dios, haciendo llegar la Buena Nueva a millones de personas. La Iglesia se sentiría culpable ante Dios si no empleara esos poderosos medios, que la inteligencia humana perfecciona cada vez más. Con ellos la Iglesia ‘pregona sobre los terrados’ (cf. Mt 10,27; Lc 12,3) el mensaje del que es depositaria. En ellos encuentra una versión moderna y eficaz del ‘púlpito’. Gracias a ellos puede hablar a las multitudes (Aparecida 485). La vida de los profetas y profetisas siguen inspirando la manera en la que abordar el desafío de comunicar un mensaje: la Buena Noticia de Dios. En esta oportunidad nos dejaremos iluminar por la experiencia de Juldá, profetisa de Israel en tiempos del rey Josías. La experiencia y compromiso de esta mujer sigue iluminando las características y contenido de su misión. En primer lugar, a través de la actualización de su memoria y mensaje, tomaremos conciencia de que la escucha creyente de la Palabra de Dios en comunidad, nos constituye en tradición viva, portadoras y portadores de un mensaje que sigue siendo significativo para las personas del mundo de hoy, para los desafíos del mundo de hoy.
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En segundo lugar, la historia de Juldá nos muestra cómo una clara identidad y sintonía con Dios conduce a la vivencia y anuncio de una fe políticamente activa en la sociedad. Juldá es una de los protagonistas de las decisiones político-religiosas que marcará el futuro de Israel, aportando una palabra propia acerca de la identidad y misión de su pueblo en un momento de crisis; esta mujer se deja interpelar por la realidad y “se hace” un lugar en los espacios públicos de su tiempo. En tercer lugar, la invisibilización de Juldá en la tradición bíblica (ausencia de “mujeres sabias” en la historia de Israel según la interpretación del autor del libro de la Sabiduría (capítulos 10-19) y Eclesiástico (44,1-50, 21) y ausencia en la lista de “modelos de fe” de la historia de salvación recuperada por el autor de la carta a los Hebreos (11,1-40), nos hace caer en la cuenta de la urgencia de una labor comunicadora que visibilice protagonistas de tiempos antiguos y tiempos modernos que pueden ser modelos de compromiso con la historia y opción por los desheredados. II. Contemplar la historia como teofanía 1. Revelación, historia y concepciones religiosas Israel transmite su fe a través de acontecimientos históricos que son experimentados como salvíficos. Éxodo, conquista de la tierra y fin del exilio son considerados intervenciones directas de Dios en la historia en favor del pueblo. Israel recuerda dichos acontecimientos, renueva su alianza con Dios y se pregunta, en su presente, cómo está respondiendo al amor de Dios, el amor que sigue liberando de esclavitudes, acompañando en los desiertos hacia la tierra prometida y reconstruyendo sus ruinas para que puedan reflejar con su vida lo que son: propiedad de Dios, una nación santa, pueblo sacerdotal (cf. Ex 19,2b-8; 24,3-8). La historia es el lugar de encuentro con Dios; ella misma, con sus alegrías y vicisitudes, se hace revelación de Dios, se hace teofanía. Esta “dinámica revelatoria” se desarrolla en una doble dirección ya que revela, al mismo tiempo, la identidad de Dios y la identidad-misión de Israel; el pueblo elegido ha ido clarificando los ejes teológicos fundamentales de su fe: promesa, elección, alianza y salvación en el devenir histórico, en la vida cotidiana.
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Las circunstancias históricas acompañaron importantes cambios en las concepciones religiosas que Israel había mantenido, como inamovibles y eternas durante siglos, para dar respuesta a los nuevos interrogantes y desafíos de la fe. Las narraciones bíblicas muestran cómo los momentos de crisis son espacios privilegiados para acceder a estos cambios e interpretarlos como procesos de profundización teológica; una dinámica de actualización que no traiciona su tradición sino que más bien la ayudan a ir encarnándose en el tiempo. Ellas y ellos, protagonistas de los relatos bíblicos, encarnan dichas preguntas y también las respuestas de un pueblo que camina abierto a la revelación de Dios, dejándose interpelar por la historia. 2. Juldá: palabra-experiencia de Dios que no puede ser silenciada La referencia bíblica de Juldá, la profetisa, se enmarca en la realización de obras en el templo de Jerusalén (cf. 2Re 22,4-6), el hallazgo del denominado “libro de la Ley” (Deuteronomio 12-16) y los acontecimientos que dicho hallazgo desencadena. El escriba Safán y el sacerdote Jilquías leen el citado libro en presencia del rey (cf. 2Re 22,8-10) dando inicio a lo que se conoce como una de las mayores reformas en Israel: reforma deuteronómica. La importancia de dicha reforma radica en la implicación de todas las instituciones políticas-sociales-religiosas, de tal manera que puede ser considerada como una reforma de Estado en perspectiva religiosa. Tras la lectura del texto, el rey Josías consciente que el pueblo no ha estado actuando según la voluntad de Dios, teme el castigo divino, se rasga las vestiduras y apela a la misericordia de Dios (cf. 2Re 22,11-13). El protagonista de los acontecimientos es el rey, pero de acuerdo a los datos del texto bíblico, éste contaba con ocho años de edad (cf. 2Re 22,1), por tanto, la reforma tuvo que estar liderada por los hombres que regentaban el poder (Safán y Jilquías). Sin embargo, es el joven monarca quien ha pasado a la historia como el artífice de la supervivencia de Israel en un tiempo en el que todos pensaban que el reino del sur caería en manos de Asiría, como ya lo había hecho el reino del norte en el 721 a.C. (cf. 2Cro 34,1-33; 2 Cro 35,22-27). Podemos hacernos una idea de dicho reconocimiento en los relatos de duelo por su heroica muerte (cf. 2Cro 35,25-27).
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No ha ocurrido lo mismo con Juldá, la profetisa, de la que se recoge, en un único versículo (cf. 2Re 22,14 y 2Cro 34,22) el momento en que fueron a consultarla y la respuesta que dio en calidad de intermediaria de Dios para comunicar al rey cuál era el veredicto divino y qué tenía que hacer (cf. 2Re 22, 14-20 y el paralelo 2Cro 34,22-28). Dos personajes con desigual tratamiento. La memoria histórica no ha hecho justicia a Juldá. El texto bíblico presenta detalles de la “molesta” existencia y participación de esta mujer. Pero, y esto es curioso, también lo hace con el protagonismo, insospechado, de Josías. Como veremos, ambos personajes tienen mala reputación; el rey por sus antecedentes familiares, la profetisa por su condición de mujer y “extranjera”. Dichas características provocan que la presentación de ambos sea singular. Josías es presentado por su línea materna (cf. 2Re 22,1-2). Tradicionalmente es el padre quien otorga identidad a la familia pero en esta ocasión Josías es presentado por el nombre de su madre (Yedidah) porque su abuelo paterno (Manasés) y su padre (Amón) “actuaron mal a los ojos de Yahveh y fueron castigados con el olvido” (2Re 21,11-12, 20, aunque la historia del cronista pretende omitir esta realidad (véase 2Cro 34,1-2). También su madre está referida a la familia del abuelo materno (Adayah) y no paterno, recordando su procedencia: Bosqat, (cf. Jos 15,39) una de las ciudades otorgadas a la tribu de Judá en el reparto de la tierra. El rey David en persona había otorgado el ministerio de dirigir el canto en la Casa de Yahveh a Adías (cf. 1Cro 6,26). Dicho de otra manera, “la santidad y justicia” de la familia de Josías se ha ido transmitiendo por línea materna. La tradición bíblica nos recuerda una actitud que sigue siendo necesaria en nuestra vida: la capacidad de descubrir el paso de Dios en lo que parece una historia marcada por la infidelidad, con el objetivo de ir construyendo caminos para la esperanza. Por motivos culturales, el texto bíblico legitima la figura de Juldá en referencia a su esposo, oficio y domicilio: “El sacerdote Jilquías, Ajikam, Albor, Safán y Asaías se dirigieron a la profetisa Huldah, mujer de Sul lam, hijo de Tiqvah, hijo de Jarjás, encargado del vestuario; vivía ella en Jerusalén, en el barrio nuevo, y hablaron con ella” (2Re 22,14). Este
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breve versículo ofrece una valiosa información y proporciona elementos para la reflexión. En primer lugar, la existencia histórica incuestionable de esta mujer. En segundo lugar, su lugar de procedencia: habitaba en el barrio nuevo. Este dato es importante porque dice mucho de su personalidad, valía y de la perspectiva concreta con la que miraba la historia, los acontecimientos concretos. El barrio nuevo estaba ubicado al norte de la ciudad de David y agrupaba a la población desplazada, refugiada del norte después de la caída de Samaría (721 a.C.). Dicha población se estableció en la colina del templo, orientados hacia el norte para mirar a su tierra devastada y a sus hermanos esclavos del poder asirio (cf. 2Re 17,5-6). Juldá había sido testigo de la destrucción de su pueblo, también, el elegido de Dios y se levantaba cada mañana mirando al lugar de la desgracia y recordando el triste final de sus hermanos. En tercer lugar, el texto reconoce que la elección de Juldá se realiza desde el más alto nivel de poder, por los hombres más importantes e influyentes del país, encabezados por el rey, el ungido de Dios, en calidad de profetisa, ministerio reconocido con el objetivo de actuar de intermediaria entre Dios y los seres humanos para que éstos conocieran su Voluntad (cf. 2Re 22,13: “... vayan a consultar a Yahveh por mí y por el pueblo y por todo Judá acerca de las palabras de este libro que se ha encontrado”). A continuación desarrollamos las causas que provocaron la elección de Juldá, frente a otros candidatos, y cómo la figura de esta mujer sigue interpelando la misión de los/las comunicadores/as sociales. 3. Credibilidad de una vida-testimonio comprometida con “lo humano” La elección de Juldá causa extrañeza. El reino del sur tenía sus “profetas oficiales”: Jeremías y Sofonías (cf Sof 1,4ss; Jr 2,4-4, 2; 31,4-6). Ambos fueron consultados pero con posterioridad a la decisión de llevar adelante la reforma, de la misma manera que se consultó a los miembros influyentes de la sociedad (cf. 2Re 23,1-3). Cabe decir que todos ellos ratificaron el compromiso para el cumplimiento de las normas establecidas (cf. 2Re 23,1-3); un compromiso que nunca cumplieron.
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Pero, ¿por qué eligieron a Juldá? Adelantamos la conclusión, porque era una mujer representativa en la sociedad de su tiempo. De ella se esperaba una palabra significativa en un momento especialmente difícil y supo estar a la altura de las circunstancias. La tradición veterotestamentaria reconoce en el carisma profético el don de interpretar la historia desde una perspectiva religiosa, la perspectiva de Dios. El pueblo de Israel experimenta la salvación de Dios a través de los acontecimientos históricos. La vivencia de los acontecimientos otorga a los profetas —léase comunicadores sociales— un “acumulado experiencial” que les otorga la capacidad de interpretar la historia y exhortar a su pueblo. Juldá había experimentado la caída de Samaria. Israel asume la desgracia como un castigo divino ante la infidelidad del pueblo; un castigo pedagógico para que se convierta y pueda renovar su alianza. La profetisa había vivido cómo su pueblo no escuchó la palabra de Dios y estaba más calificada que el todavía joven Jeremías —cuánto aprendería de esta mujer para la dura tarea que le sería encomendada ante la inminente caída del reino del Sur ante Babilonia— y Sofonías para convencer al pueblo de embarcarse en una reforma tan exigente cuando el peligro todavía no era inminente. En la elección tenemos que reconocer la audacia del escriba y el sacerdote de la corte. Después de la lectura del libro son capaces de hacer una lectura retrospectiva de la historia, colocarse a una distancia prudente para reconocer los “signos de aviso”. Recuerdan las reiteradas denuncias de los profetas del siglo VIII ante la idolatría, la injusticia y el culto vacío del pueblo elegido (en el sur: Isaías, Miqueas y en el norte: Amós y Oseas). Ratifican su fe en el Dios Justo y reconocen que la caída del reino del norte: “... sucedió porque los israelitas habían pecado contra Yahveh su Dios” (cf. 2Re 17,7); recuperan la historia y recuerdan que Ezequías tomó conciencia de la situación de idolatría generalizada y propuso una reforma religiosa con consecuencias sociales para asegurar la bendición de Dios (725-696: 2Re 18,1-8 en base al denominado Código de la Alianza (cf. Ex 20,23-23, 19). Una reforma que fracasó.
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4. Discipulado y misión: relación con Dios y promoción humana Ambos personajes, asumen su responsabilidad y experimentan, a la luz de un acontecimiento particular: el hallazgo del libro de la ley, que Dios les está manifestando, de nuevo, su voluntad, les ofrece una nueva oportunidad para vivir conforme a su identidad y misión y les facilita el fundamento teológico que legitimará y dará contenido a dicha reforma: el libro de la ley; una legitimación que Juldá se encarga de comunicar dando inicio a una radical reforma del Estado (cf. 2Re 23) que no sólo regulará la exclusividad de culto a Yahveh, también la justicia y la solidaridad. A modo de ejemplo, destacamos algunos de los elementos más significativos de la reforma deuteronómica en los diferentes ámbitos: a. exclusividad cúltica: “y no te erigirás estela, cosa que detesta Yahveh tu Dios” (Dt 17,22); “... tomarás las primicias de todos los productos del suelo... Las depositarás ante Yahveh tu Dios y te postrarás ante Yahveh tu Dios” (Dt 26,1-10); b. institución judicial: “No torcerás el derecho, no harás acepción de personas, no aceptarás sobornos... Justicia y sólo justicia has de buscar, para que vivas y poseas la tierra que Yahveh tu Dios te da” (Dt 16,19-20). “Si el culpable merece azotes, el juez le hará echarse en tierra en su presencia y hará que le azoten con un número de golpes proporcionados a su culpa. Podrán darle cuarenta azotes, pero no más, no sea que al golpearle más sea excesivo el castigo, y tu hermano quede envilecido a tus ojos” (Dt 25,2-3); c. institución política: “(el rey) no ha de tener muchos caballos... No ha de tener muchas mujeres... Tampoco deberá tener demasiada plata y oro... deberá escribir esta ley para su uso” (Dt 18,16-20); d) institución profética: “Has de ser íntegro con Yahveh tu Dios... Si alguno no escucha mis palabras, las que ese profeta tiene la presunción de decir, yo mismo le pediré cuentas de ello. Pero si un profeta tiene la presunción de decir en mi nombre una palabra que yo no he mandado decir, y habla en nombre de otros dioses, ese profeta morirá” (Dt 18,19-20); d. solidaridad institucionalizada en: La vida cotidiana: “Si ves extraviada alguna res del ganado mayor o
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menor de tu hermano, no te desentenderás de ella sino que se la llevarás a tu hermano... y lo mismo con su asno, manto o cualquier objeto encontrado” (Dt 22,1-4); “No entregarás a su amo el esclavo que se haya acogido a ti huyendo de él” (Dt 23,16); “No prestarás con interés a tu hermano... no entrarás en su casa para tomar la prenda... Y si es un hombre de condición humilde, no te acostarás guardando su prenda” (Dt 23,20; 24,10-12); “No explotarás al jornalero humilde y pobre, ya sea uno de tus hermanos o un forastero que resida en tus ciudades. Le darás cada día su salario, sin dejar que el sol se ponga sobre esta deuda; porque es pobre, y para vivir necesita de su salario” (Dt 24,14-15); “Cuando siegues la mies en tu campo, si dejas en él olvidada una gavilla, no volverás a buscarla. Será para el forastero, el huérfano y la viuda. Cuando varees tus olivos, no harás rebusco. Lo que quede será para el forastero, el huérfano y la viuda. Cuando vendimies tu viña, no harás rebusco”. (Dt 24,19-21). El sistema asistencial a los pobres: “El tercer año, el año del diezmo, cuando hayas acabado de apartar el diezmo de toda tu cosecha y se lo hayas dado al levita, al forastero, a la viuda y al huérfano, para que coman de ello en tus ciudades hasta saciarse y dirás a Yahveh tu Dios” (Dt 26,12). Desde los comienzos de la madurez de Israel como pueblo de Dios, liberado de la esclavitud, hasta el día de hoy, la relación con Dios y promoción de la justicia siguen siendo dos caras de una misma moneda. Desde nuestro ser de cristianos, seguimos asumiendo el compromiso por el ser humano, por una vida en abundancia que tenga expresiones concretas en todas las dimensiones: social, política, económica, cultural, no sólo religiosa. Aparecida nos ha recordado que “Se requiere que las obras de misericordia estén acompañas por la búsqueda de una verdadera justicia social, que vaya elevando el nivel de vida de los ciudadanos, promoviéndolos como sujetos de su propio desarrollo. En su Encíclica Deus Caritas est, el Papa Benedicto ha tratado con claridad inspiradora la compleja relación entre justicia y caridad. Allí nos dice que “el orden justo de la sociedad y del Estado es una tarea principal de la política” y no de la Iglesia. Pero la Iglesia “no puede ni debe quedarse al margen en la lucha por la justicia”:
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Ella colabora purificando la razón de todos aquellos elementos que la ofuscan e impiden la realización de una liberación integral. También es tarea de la Iglesia ayudar con la predicación, la catequesis, la denuncia, y el testimonio del amor y de justicia, para que se despierten en la sociedad las fuerzas espirituales necesarias y se desarrollen los valores sociales. Sólo así las estructuras serán realmente más justas, podrán ser eficaces y sostenerse en el tiempo. Sin valores no hay futuro, y no habrá estructuras salvadoras, ya que en ellas siempre subyace la fragilidad humana (Aparecida, 384). El cumplimiento de la reforma se convirtió en una cuestión vital, en una condición indispensable para seguir disfrutando de la bendición de Dios (cf. Dt 15,13ss) y evitar su ira. La importancia vital del éxito de la reforma explica la severidad de los castigos para quien incumplían lo mandado, incluso con la muerte (cf. Dt 17,2-7; 13,2-6). Como sabemos, los esfuerzos no dieron resultado y finalmente no Asiria pero sí Babilonia conquistará Jerusalén y deportará a sus habitantes (587 a.C.: 2Re 24-25) dando inicio a la etapa más trágica de Israel: el exilio. Una vez más Israel no escuchó la voz de Dios por medio de su profetisa. La Iglesia está “convocada a ser “abogada de la justicia y defensora de los pobres” ante “intolerables desigualdades sociales y económicas”. La misión apremia, porque si no hay esperanza para los pobres, no la habrá para nadie, ni siquiera para los llamados ricos” [...] (Aparecida, 395). También en nuestro tiempo estamos ante una cuestión vital. Aunque la reforma no se llevó finalmente a la práctica y el reino del sur cayó en manos de Babilonia. A pesar de la exclusión de Juldá del grupo de los sabios y modelos de fe en Israel, hacemos nuestras las palabras de Jesús para afirmar que “dondequiera que se proclame la Buena Nueva, en el mundo entero, se hablará también de lo que ésta mujer ha hecho para memoria suya” (cf. Mc 14,9) y para la memoria de las mujeres y varones que apuestan por ser protagonistas en su tiempo, al estilo de Jesús. La memoria de Juldá se ha perpetuado a lo largo de los siglos a través de dos “memoriales” extra-bíblicos y con implicaciones neo-testamentarias que merecen la pena resaltarse.
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El primer memorial: una de las puertas del Templo lleva su nombre: Por el flanco sur, en el recinto de la explanada del templo se abrían dos puertas (Puerta Doble), llamadas Puertas de Juldá, situadas sobre una plataforma alargada a las que se accedía por una escalinata que conducía a la explanada del Templo a los judíos piadosos que acudían al santuario para orar, frente a las puertas que servían de entrada a los comerciantes. La reforma deuteronómica se caracteriza por la integración de confesar a Dios y cuidado del prójimo, culto y justicia solidaria. Por ello, no es extraño que las puertas que son testigos de esta integración lleven el nombre de Juldá y no es extraño que estas puertas fueran uno de los lugares privilegiados por Jesús y la comunidad cristiana primitiva. Los textos evangélicos presentan a Jesús accediendo al templo no sólo por el lugar que entraba la gente relacionada con el comercio (cf. Jn 2,13-17), también en los lugares cercanos de purificación de enfermos-pecadores (cf. Jn 5,2) y preferentemente por donde entraban y salían los judíos piadosos (cf. Mc 12,41): las puertas de Juldá. Allí, junto a estas puertas, había numerosos pobres, lisiados y ciegos, que pedían limosna, atestiguado también por las primeras comunidades cristianas (cf. Hch 3,2). El segundo memorial: el lugar de enterramiento. No sabemos cuándo murió pero sí donde está enterrada, en un lugar también con una gran significación para nuestra tradición cristiana: en el Monte de los Olivos, en el valle de Kydron, justo al este de la ciudad antigua cuya cumbre ofrece en, una dirección, una vista de toda Jerusalén y en la otra dirección del desierto de Judea, el valle del Jordán y las montañas de Moab. En este lugar existe una pequeña capilla mortuoria que, a lo largo de los siglos, ha albergado a tres importantes mujeres: los judíos creen que contiene la tumba de la profetisa Juldá; los cristianos aseguran que está enterrada Santa Pelagia: nacida en Antioquia, prostituta convertida y consagrada al ascetismo. La tradición afirma que se hizo pasar por varón, llevando una vida de ermitaña bajo el nombre de Pelagio. Su identidad fue desvelada en el momento de su muerte, cuando la encontraron en la cueva donde vivía y se disponían a ungirlo con mirra. Cuenta la tradición
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que vinieron entonces de los monasterios mujeres que estaban en Jericó y en el Jordán y marchando con cirios y luminarias y cantado himno, dieron sepultura al cuerpo de Pelagia. Era un 8 de octubre del año 468; los musulmanes afirman que está enterrada la mística Rabi’a al-Adawiya (717-80): una de las primeras místicas Sufi y asceta, precursora en introducir el concepto del amor divino en el misticismo islámico. Hoy, en América Latina, tenemos una larga lista de discípulos misioneros, discípulas misioneras que han ido haciendo camino y haciéndose un lugar en el recuerdo de las generaciones futuras, muchos de ellos anónimos a los que ustedes podrían poner nombre y rostro. Aparecida reconoce este aporte: Queremos felicitar e incentivar a tantos discípulos y misioneros de Jesucristo que, con su presencia ética coherente, siguen sembrando los valores evangélicos en los ambientes donde tradicionalmente se hace cultura y en los nuevos areópagos: el mundo de las comunicaciones, la construcción de la paz, el desarrollo y la liberación de los pueblos, sobretodo de las minorías, la promoción de la mujer y de los niños, la ecología y la protección de la naturaleza. Y “el vastísimo areópago de la cultura, de la experimentación científica, de las relaciones internacionales”. Evangelizar la cultura, lejos de abandonar la opción preferencial por los pobres y el compromiso con la realidad, nace del amor apasionado a Cristo, que acompaña al Pueblo de Dios en la misión de inculturar el Evangelio en la historia, ardiente e infatigable en su caridad samaritana (Aparecida 491). III. A modo de conclusión 1. Juldá y los comunicadores sociales Los relatos bíblicos nos hacen tomar conciencia de que cuando Israel habla de sí mismo como Pueblo de Dios no piensa en un concepto abstracto sino ligado a una realidad, a unas circunstancias concretas, a unos personajes concretos que expresan esta característica propia de Israel en palabras humanas y divinas. Juldá es una mujer que encarna a una creyente que lee los acontecimientos históricos desde la fe en el Dios de Israel y, desde esa fe inquebran-
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table, exhorta a sus contemporáneos a cambiar su mentalidad y forma de actuar porque confía en el Dios de las promesas, en su capacidad para perdonar y renovar la Alianza, en la capacidad del ser humano para vivir de acuerdo al plan de Dios. Y lo hace desde el convencimiento de que es en esta historia, con sus circunstancias, donde nos encontramos o des-encontramos con Dios. Juldá tiene la capacidad de ir descubriendo el paso de Dios en medio de la infidelidad de unos y la desgracia de otros; ir construyendo caminos para la esperanza desde el anuncio, valiente, de la imagen de un Dios que no se cansa de acompañar a su pueblo a lo largo de su historia, que sigue contemplando, con tristeza, las continuas caídas de sus elegidos, y que, con todo, sigue confiando plenamente en la capacidad de conversión del ser humano. La última palabra de Dios no es de amenaza si de consuelo. Dios tiene un mensaje que comunicar. Para ello, Dios se apoya, se sigue apoyando, en una intermediaria humana como portavoz de esta Buena Noticia. Y lo hace desde una perspectiva concreta y con el ejemplo de su propia vida: en el barrio nuevo, en el lugar de los desterrados, mirando la realidad de quienes han sufrido, incluso en el lugar de su enterramiento. Una perspectiva concreta que la convierte en “opinión calificada”, una opinión que responde a una vida comprometida con la vida de su pueblo, con quien ha compartido esperanzas y sufrimientos, capaz de hacerse sus mismas preguntas y capaz de articular respuestas precisas desde la fidelidad a Dios. 2. Comunicación y transformación de la sociedad La reforma deuteronómica demuestra, una vez más, que vivir de acuerdo al plan de Dios se expresa en la dimensión interna del ser humano: cambio de mentalidades y también en la dimensión externa: cambio de actitudes. Ambas tienen como consecuencia la transformación de la realidad que nos rodea. El contenido de la reforma incluye la dimensión religiosa, política y social desde una perspectiva integral. Dios propone un plan de vida en la historia. El ser humano, en la historia, decide si lo acepta o no. Es un pacto, una alianza de fidelidad en el que se interrelacionan intervención divina y libertad humana: una llamada
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dialogada. Nos encontramos ante uno de los aportes más originales del pensamiento hebreo ya que, desde esta concepción, la relación de Dios con el ser humano incluye el compromiso de compartir responsabilidades en una obra que es común, no sólo divina, también humana. El ser humano está llamado a actuar contemporáneamente a la acción divina, por eso la alianza se acompaña de una ley, de una propuesta de contenido concreto, reflejo de la voluntad divina (que ha tenido diferentes formas y símbolos: cf. Noé: arco iris, Gn 9; Abraham: circuncisión, Gn 15,6-18; 17; Sinaí: sistematización del significado de la alianza, Ex 19,3-6 que se concreta en las diversas leyes escritas, Ex 24,1-11). La conjugación de Alianza e historia otorgan al devenir del tiempo un carácter de confianza, dicha confianza construye la esperanza y la transformación de la realidad (cf. Rom 5,1-5). Juldá aparece como portavoz de esta llamada dialogada que expresa el conflicto entre dos tiempos, el que Dios quiere: vida, justicia-paz, solidaridad, fidelidad y el que se estaba viviendo caracterizado por la infidelidad y manifestado en la idolatría y relaciones injustas. Transformar la historia parte de la toma de conciencia de este conflicto entre tiempos. Una aportación típicamente profética. En palabras de Descamps, A., “sin los profetas, la antigua e idílica escatología se habría hecho materialista y puramente nacional”, pero la introducción en los oráculos proféticos de una concepción de reino futuro, santo y justo congrega a los hijos de Abraham a una forma de vida caracterizada por la liberación, la justicia, la solidaridad y el compromiso. 3. Comunicadores sociales para el mundo Varones y mujeres han sido protagonistas directos de una necesaria renovación en la que se ponía a prueba la fidelidad de Israel al Dios de las promesas (fidelidad al pasado), en la que el pueblo tenía que optar y descubrir por dónde avanza el plan de salvación de Dios (fidelidad en el presente) y organizarse socialmente según este proyecto, en palabras de nuestra tradición responder a los signos de los tiempos (fidelidad en el futuro). Ellas y ellos encarnan las preguntas y respuestas de un pueblo que camina abierto a la revelación de Dios, dejándose interpelar por la historia. Una dinámica que continúa hasta el día de hoy.
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Los discípulos y misioneros de Cristo deben iluminar con la luz del Evangelio todos los ámbitos de la vida social. La opción preferencial por los pobres, de raíz evangélica, exige una atención pastoral atenta a los constructores de la sociedad. Si muchas de las estructuras actuales generan pobreza, en parte se ha debido a la falta de fidelidad a sus compromisos evangélicos de muchos cristianos con especiales responsabilidades políticas, económicas y culturales (Aparecida 501). Entre las señales de preocupación, se destaca, como una de las más relevantes, la concepción del ser humano, hombre y mujer, que se ha ido plasmando. Agresiones a la vida, en todas sus instancias, en especial contra los más inocentes y desvalidos, pobreza aguda y exclusión social, corrupción y relativismo ético, entre otros aspectos, tienen como referencia un ser humano, en la práctica, cerrado a Dios y al otro ( Aparecida 503). La respuesta de Juldá causa sorpresa tanto por su inmediatez (cf. 2Re 22,15-17): “... ellos le hablaron y ella les respondió...: Así habla Yahveh, Dios de Israel”, como por su contenido: “... mi cólera se ha encendido contra este lugar y no se apagará”. Pero “... no verán tus ojos ninguno de los males que yo voy a traer contra este lugar” (2Re 22,20c). Juldá no sólo actúa de vocera, ha sufrido con su pueblo, se implica y siente, con angustia, lo que tiene que anunciar esperando una respuesta positiva de su pueblo ante la oportunidad que Dios les ofrece. Una oportunidad que ella tiene que manifestar buscando las palabras oportunas, comprensibles, significativas porque no se conforma con el triste final anunciado, porque confía en Dios y en la capacidad de su pueblo; sus palabras tienen el objetivo de cambiar el interior de las personas para transformar la sociedad que habitan y escapar del temible final anunciado. La salvación no afecta únicamente al estadio interno del ser humano, refleja un cambio real y procesual de la realidad que nos rodea: formas de vivir, organizarse y ocuparse de los demás, de ahí que el contenido de la reforma incluya todas las dimensiones de la persona: ámbito religioso, político y social. Dios nos invita a la Salvación: realidad integral que expresa experiencias positivas en el ámbito de las relaciones del ser humano consigo mismo, con los demás y con la naturaleza y que tiene
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su expresión en salud, trabajo digno, equilibrio medioambiental, reconocimiento del otro, justicia-solidaridad, inclusión de los marginados, reconciliación entre los diferentes... Sea un viejo laicismo exacerbado, sea un relativismo ético que se propone como fundamento de la democracia, animan a fuertes poderes que pretenden rechazar toda presencia y contribución de la Iglesia en la vida pública de las naciones y la presionan para que se repliegue en los templos y sus servicios “religiosos”. Consciente de la distinción entre comunidad política y comunidad religiosa, base de sana laicidad, la Iglesia no cejará de preocuparse por el bien común de los pueblos y, en especial, por la defensa de principios éticos no negociables porque están arraigadas en la naturaleza humana (Aparecida 504). Tanto la preocupación por desarrollar estructuras más justas como por transmitir los valores sociales del Evangelio, se sitúan en este contexto de servicio fraterno a la vida digna (DA 358). 4. El kairós de los discípulos misioneros comunicadores sociales Nos encontramos en un kairós, en un momento de “crisis” (y oportunidad) en el sentido estricto del término. Un momento para mirar y mirarnos, evaluar y proponer caminos para responder a la misión concreta a la que han sido llamados y llamadas. Nos encontramos ante nuevos desafíos y exigencias. En este contexto, están llamados, como miembros de la comunidad cristiana, a repensar profundamente y relanzar con fidelidad y audacia su misión en las nuevas circunstancias latinoamericanas y mundiales. Se trata de confirmar, renovar y revitalizar la novedad del Evangelio [...] Ello no depende tanto de grandes programas y estructuras, sino de hombres y mujeres nuevos que encarnen dicha tradición y novedad [...]” (Aparecida 11). Las palabras del profeta Isaías (50,4-5) siguen siendo válidas en estos tiempos. A ustedes, el Señor les ha dado lengua de discípulos y discípulas para que haga saber al cansado una palabra alentadora. Despierten mañana tras mañana el oído para escuchar como discípulos y discípulas. No se resistan ni se echen atrás.
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El Dios comunión: Repercusiones sociales y comunicativas José Martínez de Toda, S. J. Doctor en Estudios Sociales / Comunicación en la Pontificia Universidad Gregoriana (Roma). Desde 2006 es Coordinador del Sector Comunicación de la CPAL (Conferencia de Provinciales Jesuitas de América Latina).
I. Conflictos y desunión a falta de comunión aparece en el mundo por todas partes, tanto a nivel macro de la globalización como a nivel micro fuera y dentro de la Iglesia. Estamos en un mundo no sólo de individuos fragmentados y escindidos sino en conflicto entre sí. San Ignacio imagina en los Ejercicios que la Santísima Trinidad observa desde el cielo cómo vivía el hombre en la tierra.
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¿Qué ve Dios hoy en América Latina? Sobre todo injusticia y pesimismo. De la mano de la postmodernidad van cayendo las utopías, los grandes proyectos de liberación histórica sin totalitarismos... Los que pueden, emigran, pues sus hijos no pueden esperar, aunque en los países receptores los traten como ciudadanos de segunda, a pesar de todas sus pretensiones democráticas y altruistas. Hoy día las masas de pobres son no-personas, que no cuentan, y así los llamamos ‘excluidos’, ‘marginados’, ‘ninguneados’ (Eduardo Galeano). Y los de los países ricos los llaman ilegales, sin papeles... Y levantan los
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‘muros’ y ‘cercas’ de la vergüenza. No les interesa entrar en comunión con ellos. Y eso desgarra el corazón de Dios, ¡porque son sus hijos e hijas!, y los mira preocupado, pues no llegan a vivir con dignidad. En los medios falta lo más importante: la credibilidad. “Nadie se fía de nadie”. Dios ve también división o al menos pluralismo en lo que toca a la religión. Pluralismo religioso en América Latina Se pueden distinguir varias tipologías de religión en América Latina, según los aspectos que se quieran destacar. El chileno Eduardo Arévalo (2007), destaca cuatro grandes tendencias de la religión en América Latina: la diversificación del catolicismo, el desarrollo del protestantismo (precisamente entre los privilegiados del Señor, los pobres), la multiplicación de los Nuevos Movimientos Religiosos (NMR) y el proceso de la indiferencia precisamente entre las influyentes élites. Es una tipología porosa y permeable, pues lo más característico en las últimas décadas es el pluralismo, el entrecruzamiento, la mutua influencia de estas adscripciones. La pérdida progresiva de la hegemonía del catolicismo significa principalmente que el propio catolicismo se fragmenta en una pluralidad de alternativas y divergencias. He aquí algunas pinceladas: 1. Poca autocrítica. No pocas veces los cristianos estamos más pendientes de la brizna en el ojo ajeno, sin reparar en la viga que nubla nuestra mirada, y así sorprende en los documentos eclesiales la desproporción entre la gran criticidad respecto a la realidad externa y la poca criticidad respecto a la propia realidad eclesial (Arévalo 2007). 2. Poco diálogo entre Iglesia y medios. “Iglesia y medios seculares de comunicación en general nunca se miraron como sujetos de diálogo, sino como sujetos de enfrentamiento” (Hernando, 2006:208). Y el diálogo forma parte de los cambios culturales que hoy vivimos. Hoy día el diálogo es un imperativo. Muchos de la Iglesia no aceptan entrevistas de periodistas. La libertad de expresión se aprobó en el
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Inter Mirifica del Vaticano II en 1964, pero por ejemplo en Venezuela se aprobó en 1810, siglo y medio antes. 3. Hay división dentro de la Iglesia y de las órdenes religiosas, desunión, disenso. Algunos piensan que su punto de vista tiene que ser el único. La Iglesia está profunda, amarga y tristemente polarizada en Venezuela, en Bolivia, etc., por razones partidistas. 4. Si la mayoría son pobres en una sociedad mayoritariamente católica, esa sociedad no es realmente católica. ¿Qué ha hecho la Iglesia de América Latina en sus cinco siglos de historia latinoamericana? Ciertamente ha tenido profetas, pero también demasiado clero equivocado ante la situación de injusticia ¿Qué Dios ha venerado? Ciertamente no al Dios comunión. 5. La Iglesia llega tarde a la cultura contemporánea, que es mediática. Esto hace que unos vayan más adelante, y otros queden rezagados con las siguientes fricciones. 6. Hay ataques a la vida consagrada por parte de algunos, que se autodenominan de la Iglesia ‘oficial’. II. La comunión en algunos documentos de la Iglesia Cada vez se da más importancia a la comunión en ámbitos cristianos. El documento Inter Mirifica del Vaticano II fue aprobado después de repetidas correcciones, que no acababan de responder a las exigencias y expectativas de los comunicadores de entonces. En él fueron determinantes los reclamos de los periodistas (seglares) que cubrían el Concilio en Roma. Al fin se aprobó el documento con la recomendación final de que se nombrara una Comisión especializada, que redactara otro documento más completo y pensado. El P. Enrico Baragli, S.J., fue el comisionado por Paulo VI para hacerlo. Él seleccionó los miembros de la comisión e hizo con ellos los dos primeros borradores. Pero después de su muerte se necesitaron otros siete borradores. El séptimo, llamado “Proyecto Nemi” (1969) presenta como primer capítulo una “concepción cristiana de la comunicación social” y coloca la comunión en el primer párrafo. Por fin Paulo VI lo presentó a la
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Iglesia Universal el 18 de mayo de 1971 con las dos primeras palabras, que resumen el mejor documento de la Iglesia sobre comunicación, que no ha sido superado hasta el día de hoy: Communio et Progressio. El Cardenal Avery Dulles, S.J., al querer relacionar los modelos de Iglesia presentados en el Vaticano II con sus respectivos modelos de comunicación, los resumió y contrastó en cinco: Iglesia y comunicación institucional, de heraldo, de sacramento, de comunión y de diálogo secular. Todos estos modelos son válidos, pero cada uno puede enfatizar lo que más se adapta al momento y a la cultura que le rodea (Martínez de Toda, 1997). El modelo comunión es el preferido en muchas instancias; un ejemplo es el Concilio Plenario Venezolano. La Conferencia Episcopal Venezolana (CEV) en su XXIII Asamblea Extraordinaria (19-22 octubre 1999) asumió la ‘comunión’ como línea teológicopastoral del Concilio Plenario” (Carta Pastoral Colectiva de la CEV “Con Cristo hacia la comunión y la solidaridad”, 1999, n. 23). “La categoría solidaridad subraya, como oportuna explicitación, lo que la comunión exige en la convivencia social” (CEV - Conferencia Episcopal Venezolana, 2006. Documentos Conciliares. Pontificio Plenario Venezolano, Caracas. CEV 2006:15). Siguiendo esta línea teológico-pastoral o eje y columna vertebral, el Concilio Plenario Venezolano aspira a edificar una Iglesia, que, por su honda conversión y encuentro con Cristo y su compromiso con Él, sea auténticamente comunional y solidaria; y, por ello, más profética, santa, misionera, formadora, inculturada y dialogante. (CPV 2006, pp. 17-18). Así quiere responder a los desafíos de los tiempos críticos de Venezuela. III. Bases teológicas de la comunicación para la comunión La historia de la comunicación para la comunión admira por su belleza. Raya en lo idílico y de ensueño. Se pueden distinguir varios niveles en la comunión y en su elemento esencial, la comunicación: 1. La comunión entre las tres divinas personas La Santísima Trinidad son tres personas divinas, que se aman desde antes de la creación. Dios significa tres Personas divinas en eterna comunión. Dios es comunidad de amor.
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El Padre es Dios Amante, el Hijo es Dios Amado y el Espíritu Santo es Dios Amor. Dios es comunión y se comunica entre sí. Andrei Rublev (1360-1427), monje iconógrafo del monasterio de la Trinidad de Moscú, lo dibujó en su famoso icono de las tres Personas de la Trinidad. El Concilio de los Cien Capítulos (1551) lo proclamó ‘modelo de todo icono ortodoxo”. Rublev trata de expresar esta vida íntima unitaria de la Trinidad. Él sería el místico de la unidad trinitaria. (Ver un análisis simbólico y teológico del icono en Pifarré 2003:198-199). 2. Comunión de Dios con los hombres El Espíritu es el desbordamiento de la intimidad divina hacia la humanidad y la creación entera, para hacerla copartícipe de su misma comunión. Es el ‘ex-tasis’ de Dios, su salida al encuentro del ser humano (Izuzquiza, 2003:L9). Dios crea la humanidad a su imagen y semejanza, es decir, para que viva en unión y solidaridad. Pero la Trinidad ve el mundo dividido en guerras y conflictos. Y el Verbo por propia iniciativa se adelanta y dice: “Aquí estoy”, y se dispone a salvar a la humanidad. La encarnación del Hijo de Dios en María Santísima es el momento en que Dios se comunica con los hombres. El objetivo de Dios a través de esta comunicación es la Comunión de Él con los hombres, y de ellos entre sí. En la encarnación la comunión es también comunicación perfecta. Jesús viene y se da a sí mismo para que haya comunión y comunicación entre los hombres. Jesús trajo el mensaje de que Dios es Amor, de que Él es un Padre misericordioso, que Él es fuente de unión entre los hombres, sus hijos, y que todos nosotros somos hermanos; que Él nos quiere, nos da todo su amor. Él quiere que seamos comunión y amor, a su imagen y semejanza. 3. Comunión del hombre con Dios Jesús funda su Iglesia para que continúe su mensaje y haga de todos los hombres una comunidad de amor. Dios nos envía a todo el mundo para formar comunidades de hermanos. La Iglesia debe ser un signo de la fraternidad querida por el Padre.
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La Iglesia es ‘icono de la Trinidad’. La Iglesia, en todas sus instituciones y personas, no tiene otra razón de ser, tal como sostuvo el Vaticano II, que la de hacer efectiva la comunión del hombre con Dios y una comunión entre los hombres a imagen de la Trinidad: una comunión que busca la verdadera unidad en la multiplicidad y la diversidad. La Buena Nueva es hacer conscientes a los hombres del amor de Dios, revelado a través de Jesús. La nueva evangelización pide un cambio interior, una decisión personal y un compromiso para vivir los valores del Evangelio. Exige testimonio, enseñanzas doctrinales, pero sobre todo, vida de comunión y comunidad. “Que sean uno como nosotros somos uno…” (Jn 17,22). El hombre responde con la comunión y comunicación intrapersonal en oración con Él. 4. La comunión entre los mismos hombres La comunión entre las personas divinas es el prototipo de la armonía que tendría que reinar en el mundo y en la Iglesia. El hombre no puede estar en comunión con Dios, si no está en comunión con los demás hombres. ¿Qué importancia tiene para nuestra vida como cristianos y cristianas que Dios sea unitrino? Greshake (2002) responde que, al ser Dios comunión, en virtud de la Encarnación, crea la comunión de la humanidad con Él y las restantes comuniones (Cfr. Alvarado 2003:206-207). IV. Repercusiones personales Esta unidad trinitaria tiene repercusiones en la forma de ser nosotros, pues somos hechos a imagen y semejanza de Dios. La Trinidad explica el misterio de la persona humana y de su perfección en el amor. Se trata, según Greshake, de la ‘trinitariación’ de toda la realidad. Esto cambia o matiza el concepto manejado hoy de ‘persona’. Ésta, en virtud de la modernidad, ha sido comprendida como subjetividad, como autosuficiencia, como autodeterminación previa a cualquier tipo de relación. En cambio, aquí, en esta propuesta de Greshake, la persona es al mismo tiempo intransferible y comunicable. Así se hace eco de toda la crítica antropológica, filosófica y social del siglo XX contra el individualismo (Alvarado, 2003:208). Esto lleva a pensar en una antecedencia de la comu-
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nidad a las personas a la hora de vivir nuestra fe por encima de nuestros derechos individuales. El sujeto se constituye a partir de otro, puede hablar porque ha sido capaz de escuchar lo que otro le ha hablado, puede amar porque ha sido amado, puede darse porque ha sido sujeto del don. Sólo así es posible que existan sujetos agradecidos que reconocen que la mayor parte de lo que tienen les ha sido dado (Arévalo 2007). El cristianismo afirma que la libertad se constituye a partir del otro, de otros y de Otro, y que por ello se transforma en amor y amistad, justicia y búsqueda del bien común, en solidaridad compasiva y en fraternidad de los hermanos hijos de un mismo Padre (González, 2004:10-11). ¿Qué tiene que ver la Trinidad con la salvación del mundo, de un mundo marcado por la miseria, la pobreza, la injusticia y la soledad? Antonio González (1994) responde: “Dios salva creando comunión porque él mismo es comunión”. La Santísima Trinidad, además de ser un ‘modelo’ o una ‘utopía inspiradora’ de convivencia social en la que prevalezca la igualdad y la libertad, es la estructura misma de nuestra salvación, de nuestra redención, entendida por él como internamente vertebrada en dos momentos dinámicos: el momento de la liberación del pecado y el de la incorporación a la propia vida de Dios (Cfr. Alvarado, 2003:209-210). ¿Qué es para usted la Santísima Trinidad?, le preguntaron a Alvarado. Una de sus respuestas fue: Es “esa experiencia de estar siendo salvado por un único Dios que me libera del pecado, de mis resistencias, y que al mismo tiempo me hace entrar en comunión con Él, con los demás y con todo cuanto existe. Esto ocurre, porque Él mismo es comunión” (Alvarado, 2003:212, 214). V. Repercusiones sociales de la fe en un Dios comunión La comunidad trinitaria tiene varias funciones sociales con respecto a nosotros: • Es crítica contra nuestra sociedad llena de defectos. • Es un correctivo contra actitudes malsanas: individualismo, autoritarismo, totalitarismo, paternalismo, patriarcalismo, espiritualismo…
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• Pero también es fuente de inspiración para las prácticas humanas y sociales: reciprocidad, integración de lo diferente, relación, inclusión, colaboración, comunicación… La Trinidad es modelo, programa, principio y utopía… de las relaciones sociales. Es “una inspiración insuperable para la lucha por la liberación. Esta liberación intenta promover la participación y la comunión, realidades que traducen más densamente en la historia el misterio mismo de la comunión trinitaria” (Boff, 1990:73ss). • Antonio González considera esta postura de la teología de liberación correcta pero insuficiente. “El Dios cristiano no solamente ha entregado una ‘utopía’ a los pobres, sino que ‘se ha entregado a sí mismo’ en el Hijo y por el Espíritu”. Por eso, “la doctrina de la Trinidad no tiene la función primaria de proporcionarnos un modelo o una utopía de sociedad; es más bien la formulación creyente de la experiencia de un Dios que se ha comprometido radicalmente y en su misma realidad con la historia humana por medio del Hijo y del Espíritu” (Cfr. Izuzquiza, 2003:222). Comunión con el cosmos También hay comunión de Dios con el cosmos. El plan salvífico de la Trinidad y la misión del Hijo a toda la creación consiste en cristificar el universo, transformarlo en la gloria del Padre. Todas las criaturas son de algún modo hijos e hijas en el Hijo (Izuzquiza, 2003:223). Uno de los autores que más han subrayado este aspecto ha sido Teilhard de Chardin, que llega a decirle a la materia: “… ha pasado a ti la virtud de Cristo”. Y ora así, entre asombrado y agradecido: “Señor, ¿cuál es la más preciosa de estas dos beatitudes: que todas las cosas sean para mí un contacto contigo, o que tú seas tan ‘universal’ que pueda yo sentirte y aprehenderte en toda criatura?” (Teilhard de Chardin, 1984:88, 108). ¡Cómo cambiaría nuestro modelo de desarrollo y nuestra actitud hacia el calentamiento global, si atisbásemos algo de la mística de la comunión con el cosmos!
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Comunión y justicia Sin embargo, no se trata de que la comunión (o la caridad) sea el principio estructurador de la vida social. En la ética cristiana se nos llama a tener un reconocimiento práctico del otro más allá de lo estrictamente debido (por ejemplo, “Amen a sus enemigos”). Pero en la ética social o política, no puede exigirse institucionalmente más de lo moralmente exigible. En este caso el concepto estructurador adecuado es el de justicia (aunque sería una desgracia que sea sólo dar lo justo). Podría así decirse que la realización política de la caridad en este mundo es la justicia. La justicia es el principio estructurador de la sociedad por la que luchamos: Los cristianos que compartimos la misma fe, podemos tener la comunión (y la caridad) como principio estructurador de la vida social. Así lo hacen las comunidades de vida consagrada y otras comunidades cristianas. Los cristianos estamos llamados a dar más allá de lo justo, es decir, hasta la misma vida, como Jesús en la cruz y Maximiliano Kolbe en el campo de concentración. Éste es el grado más alto de solidaridad. Tanto creyentes como no creyentes estamos convocados a un mismo horizonte último de humanidad. No es exclusivo de los primeros, ni lo alcanzan mejor que los segundos. Unos y otros nos ayudamos mutuamente en él. La diferencia estriba en que el creyente lo realiza en diálogo con Dios y lo experimenta y describe en clave de gracia. El no creyente lo expresa en términos de crecimiento y plenitud humanas. Como se ve, la fe cristiana con la comunión suministra bases para la solidaridad. Es lo específico que aporta el cristianismo a la vida social. Es el ágape. Esto conlleva a la compasión por los sufrientes, escuchar y dialogar. Pero, si queremos estructurar nuestra vida social junto a creyentes de otros tipos de fe, y aun con no creyentes, debemos acudir más bien a la justicia (virtud cardinal, no teologal), que es un valor universalizable. Es el equilibrio entre razón y fe, trazado por Tomás de Aquino. La justicia es requisito para la comunión. Y la comunión a su vez ayuda a la justicia y a la convivencia. Solidaridad es hacer un favor, colaborar con damnificados (por ejemplo, los del tsunami). Se hace por compasión, por ‘do ut des’ (“Hoy por ti, ma-
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ñana por mí: préstame el lápiz”), por amistad, por generosidad, por quedar bien, por reputación, por educación, por elegancia. Pero Jesús dice: “Aunque des todo el dinero a los pobres, si no tienes caridad, de nada sirve” (1Cor 13,3). Algunas familias, en que hay personas de distintos partidos políticos u otras diferencias, se establece el criterio: “De eso no se habla”. Supone madurez y respeto. A continuación se profundizará en este aspecto social de la justicia y de la economía, por ser uno de los factores importantes, que dificultan o facilitan la comunión. Comunión y socialismo La doctrina católica concibe la vida humana como proveniente de la comunidad de Dios y destinada a la comunidad en Dios, a la solidaridad. El concepto de comunión cristiana, que proviene de la Trinidad, debe compaginarse con otros criterios de tipo más social y humano, pero no puede usarse como argumento para imponer cualquier modelo social o político, pues Jesús no dejó establecido ningún proyecto social o político. La enseñanza positiva de Jesús estuvo centrada en aspectos éticos interpersonales. Pocas veces se refiere a aspectos sociales estructurales, y en estos casos siempre los enfoca hacia las actividades éticas de las personas (“No hagáis como los jefes de las naciones…”). En Jesús hay dos elementos fundamentales que tendrán gran trascendencia en la formulación de la moralidad del Occidente: • La compasión, la misericordia y el perdón como los elementos fundamentales de una nueva fraternidad. (“Amaos los unos a los otros”); • la persona humana individual —y no el colectivo— como sujeto moral responsable ante Dios. Jesús no fue un legislador, como Moisés. Dejó el tema abierto para la definición posterior de los cristianos. Y de hecho ellos han establecido una gran diversidad de modelos, paradigmas, principios, algunos contradictorios entre sí.
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Una discusión de actualidad en algunos países de América Latina es aceptar o no el socialismo por motivos cristianos. Para algunos, socialismo es simplemente solidaridad. Otros incluyen en su concepto la injerencia del Estado, como elemento decisor de la vida social, pasando por encima de la persona humana como sujeto autónomo de decisión moral, por ejemplo para la educación. En este caso no se pueden sacar conclusiones socialistas del concepto de comunión cristiana. Juan Pablo II condena este tipo de socialismo estatista: El error fundamental del socialismo es de carácter antropológico. Efectivamente, considera a todo hombre como un simple elemento y una molécula del organismo social, de manera que el bien del individuo se subordina al funcionamiento del mecanismo económico-social. Por otra parte, considera que este mismo bien puede ser alcanzado al margen de su opción autónoma, de su responsabilidad asumida, única y exclusiva, ante el bien o el mal. El hombre queda reducido así a una serie de relaciones sociales, desapareciendo el concepto de persona como sujeto autónomo de decisión moral, que es quien edifica el orden social, mediante tal decisión. De esta errónea concepción de la persona proviene la distorsión del derecho, que define el ámbito del ejercicio de la libertad, y la oposición a la propiedad privada. El hombre, en efecto, cuando carece de algo que pueda llamar «suyo» y no tiene posibilidad de ganar para vivir por su propia iniciativa, pasa a depender de la máquina social y de quienes la controlan, lo cual le crea dificultades mayores para reconocer su dignidad de persona y entorpece su camino para la constitución de una auténtica comunidad humana (Juan Pablo II, Centesimus Annus 1991, n. 13). La proposición cristiana consiste entonces no en un socialismo forzado desde el poder del Estado, sino en la solidaridad mutua, pero donde se reconozca plenamente la subjetividad del individuo, para su articulación en comunidades libres. Hoy día, admitido el fracaso del socialismo real, se llevan adelante diversas experiencias concretas, bajo diversos nombres.
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1. La economía de comunión La fe trinitaria tiene necesariamente consecuencias sociales, políticas, económicas y culturales. La huella trinitaria aparece al querer generar alternativas humanizadoras. Por ejemplo, existe la llamada “Economía de comunión”, animada por el Movimiento de los Focolares, y que abarca a unas 800 empresas de todo el mundo que quieren vivir la cultura del don explícitamente arraigadas en la fe en la Trinidad (Bruni, 2001). En ellas las ganancias compartidas deben ser producidas respetando las leyes, los derechos de los trabajadores, de los consumidores, de las empresas competidoras, de la comunidad y del ambiente. Las empresas de la economía de comunión logran esto gracias a la cultura del dar y gracias al esfuerzo hacia la unidad por parte de sus empresarios y trabajadores, que hacen posible la creación de relaciones interpersonales particularmente positivas, tanto sea dentro de la empresa como con sus interlocutores. Con ello, estas empresas dividen sus beneficios en tres partes: ayuda a los pobres, inversión y formación. (Izuzquiza, 2003:223-226). 2. La economía de la solidaridad Fuera del ámbito explícitamente cristiano han surgido en Europa y en América Latina movimientos y experiencias de la llamada ‘economía social’. Parten del presupuesto de que hay dos extremos nefastos: el modelo hegemónico capitalista y la economía estatal. Aquel no ha resuelto el problema de la pobreza en el mundo. Ésta se ha mostrado fracasado donde se ha implantado (Rusia, etc.). Se pregona que ‘otra economía es posible’. Pero no hay todavía una ‘tercera vía’ viable, con promesas y realizaciones palpables. Todavía no se ha llegado a tener un sistema moderno, que libremente y sin presión estatal funcione con la economía de solidaridad. El sistema capitalista usa el empuje del individualismo para crear nuevas empresas y empleo. Pero sólo beneficia a los que tengan buenos recursos.
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Y así surge la economía o socioeconomía de la solidaridad. Se relaciona con el ‘tercer sector’, que se opone a la economía privada capitalista y a la economía estatal. Este tercer sector puede coexistir con los otros dos: David Ricardo y Gramsci lo llamaron ‘mercado determinado’. También se relaciona con la ‘economía’ social, primero de Europa y ahora ya en América Latina. Luis Razeto en Chile las llamó primero “organizaciones populares”, y después él mismo las llamó ‘economía de la solidaridad’. En Europa tales experiencias nacen para tratar de vincular el crecimiento económico con la felicidad de la gente. En cambio, en América Latina… nacen… básicamente en ambientes populares, y en los hechos muchas veces se originan no tanto como una alternativa guiada por el deseo de cambiar la forma de hacer economía de nuestras sociedades, sino fundamentalmente como una estrategia de sobrevivencia: o nos juntamos y cooperamos, o estamos liquidados (Guerra, 2006:21). 3. Comunidades de solidaridad Necesitamos enfatizar el fundamento teológico del bien común global, basado en la comunión trinitaria de Dios. La profundidad real de nuestro ser está orientado hacia la comunidad, ya que somos llamados a construir comunidades de solidaridad. En 1995 la Congregación General 34 de los jesuitas propuso la constitución de “comunidades de solidaridad”. Éstas son grupos humanos que se relacionan con valores nuevos, contraculturales, interpeladores para las personas y críticos con los modos en que un mundo injusto se organiza. Ellas están convocadas a simbolizar la fraternidad humana —por su modo de vivir y relacionarse—, a expresar y anunciar actualizadamente la fe allí donde estén —porque la viven y la comunican— y a promover la solidaridad y la justicia —al situar por delante las preocupaciones de los pobres. En cada uno de nuestros diversos campos apostólicos debemos crear comunidades de solidaridad en búsqueda de la justicia. Al trabajar a
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una con nuestros colaboradores, nuestros ministerios pueden y deben promover la justicia en una o varias de las formas siguientes: el servicio y acompañamiento directo a los pobres; la toma de conciencia de las demandas de la justicia, unida a la responsabilidad social para realizarla; la participación en la movilización para la creación de un orden social más justo” (Normas Complementarias de las Constituciones de la Compañía de Jesús, 249,3). VI. ¿Cómo construir la comunión? Construir la comunión es un camino largo, complejo, difícil. Entran muchos elementos, obstáculos. Entra toda la complejidad y dificultad de la construcción de una humanidad mejor. Entra lo social, lo antropológico, lo económico, lo comunicacional. La comunión no puede producirse simplemente por la comunicación. Necesita de más elementos: sociales, económicos, culturales, antropológicos… Se relaciona con preguntas paralelas: ¿Cómo construir la paz? Es como construir un edificio, columna a columna, ladrillo a ladrillo, pared a pared, ventanas, etc. Pero éste es el ideal del hombre, del cristiano: construir una ciudadanía más relevante. Se trata de encontrar caminos para la lucha por la esperanza. La comunión es fruto de muchos pasos previos. Aquí nos fijamos en la comunicación como camino hacia la comunión. VII. ¿Qué puede aportar la comunicación como camino a la comunión? La comunicación es un recurso para buscar la comunión y el progreso de la humanidad. “La comunión y el progreso en la convivencia humana son los fines principales de la comunicación social y de sus instrumentos” (Communio et Progresio, n. 1,1971). Pero deben estar otros muchos elementos: justicia, respeto a los derechos de los demás, convivencia, etc. La comunicación ayuda a conseguir estos ideales. La comunicación también es un recurso para la transmisión de la fe, de donde puede surgir la comunión: “No creerán hasta que no lo hayan es-
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cuchado, y no lo escucharán hasta que no haya un predicador… La fe viene de lo que se predica, y lo que se predica viene de la palabra de Dios” (Rom 10,14-17). Pero se trata de un camino, que no acaba nunca. Es un proceso sin fin, dinámico y en movimiento continuo. Pasos previos a la comunicación para la comunión: 1. Comunión. Para poder comunicar comunión, el comunicador debe antes tomar conciencia de que Dios es comunión, y que debe estar en comunión con Dios, con los demás hombres y con el cosmos con todas las consecuencias de amor que eso supone.
Debe enfatizar el modelo de Iglesia Comunión y menos el modelo institucional, que tiene peligro de ser más dogmático, autosuficiente, no abierto al diálogo, más del pasado. Hay en él demasiado clericalismo, pocas oportunidades para los seglares o poco interés en prepararlos para el liderazgo en la Iglesia. Y buscará estructuras de Iglesia Comunión.
2. Espiritualidad. El comunicador debe tener una espiritualidad de comunión.
¿Qué significa vivir en comunión en la práctica? Espiritualidad es comunicar la verdad desde la experiencia: “Lo que vimos y oímos, eso comunicamos” (Apóstoles), hablar de corazón a corazón. Esto requiere convicción y fe: quizá entrar en un proceso de reconversión a través de los Ejercicios Espirituales u otros métodos. La comunión exige tener un enfoque positivo ante los problemas y las diferencias: ¿Hay pobreza? Estudio y me desvelo por quitarla. Para ello se necesita justicia y caridad. La compasión, la misericordia y el perdón deben acompañar a la justicia. “Caminar paciente y humildemente con los pobres” (Congregación General 32 de la Compañía de Jesús, Decreto 4). Esto forma parte de lo que hay que comunicar hoy día, según la realidad de cada sitio. ¿Hay diversas opiniones políticas? Se respeta el derecho a la diversidad y la dignidad de la persona que piensa distinto. Pero las diferencias no excluyen el estar juntos, celebrar, colaborar. Lo que importa es construir comunidad, consolidar las organizaciones de la
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sociedad civil. En una orquesta hay diversidad de instrumentos. En la Iglesia hay diversos carismas. Lo que nos mantiene unidos en la Iglesia es la relación personal con Jesucristo, la fe en el Evangelio que nos salva, el credo, sus explicitaciones en el dogma. Esto, que es lo fundamental en la vida de todo cristiano, nos da unidad y nos mantiene en la comunión. Ya S. Pablo denunció las divergencias y rivalidades de su tiempo. Algunos primitivos cristianos se proclamaban: “Soy de Pablo”. Otros: “Soy de Apolo”. Y otros: “Soy de Pedro” (1Cor 1,12). Pero todos somos de Cristo y del Dios Comunión. 3. Iglesia humilde. La falta de humildad es el origen del conflicto. 4. Escuchar. Antes de hablar, hay que escuchar. Escuchar especialmente el grito de los excluidos. El Espíritu está hablando a través del pueblo oprimido. Escuchar al mundo. Darse cuenta del contexto. 5. Discernimiento: El Espíritu está en la Iglesia y más allá de ella, en sus movimientos.
Espíritu es movimiento. Pero estamos llenos de problemas. Las diferencias surgen al aplicar el Evangelio a la realidad de cada uno. Jesús predicó su mensaje. La Iglesia lo aplicó a su tiempo y su cultura. Aquí arranca el problema, Se da el caso de que tendencias sociales y pastorales diversas en la Iglesia, dicen apoyarse en el pensamiento y en las frases de Jesús.
Somos hijos de Dios y seguidores de Jesús. Pero al mismo tiempo somos hijos de nuestro tiempo y de nuestras propias experiencias, deseos, caprichos y egoísmos. ¿Qué predomina de ambos elementos en nuestras propuestas, en nuestra conducta? Por ello se requiere un continuo discernimiento.
6. Búsqueda de la verdad. Se requiere estar en proceso de búsqueda de la verdad. Es el Espíritu el que queremos contemplar. Por ello no conviene tener la actitud de maestros, sino de discípulos. El discípulo sabe que no sabe. El discípulo trata de descubrir al Espíritu, esté donde esté. El documento del CELAM en Aparecida (2007) nos pide una espiritualidad de discípulos, volver a la humildad, a los ejemplos y al testimonio. Las palabras mienten, el cuerpo no miente.
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7. Diálogo. No enfatizar ni subrayar las diferencias (el punto de vista propio). Dialogar con el que piensa distinto. 8. Cambios culturales. La cibercultura plantea exigencias fuertes. La Iglesia tiene que ser más democrática, participativa, igualitaria, abierta a la negociación, más moderna. Le pide una liturgia más activa y cercana, más adaptada a la manera de ser de la gente, según cada contexto. A veces se usa la frase ‘época de cambio’. Quizá sea mejor hablar de ‘cambio de época’ por los cambios tan rápidos, radicales y profundos que se están viendo. Pero habrá que estar alerta ante la sobrevaloración de la eficacia y de la productividad y ante el individualismo. Y así viene la comunicación. Communicatio significa etimológicamente: com (acción de poner en común) + munus (oficio, don) + atio (acción). La comunicación en la Iglesia (= comunión) es doble: hacia fuera (ad extra) y hacia dentro (ad intra). Esto requiere conocer los lenguajes con que relacionarse con los demás. Afortunadamente la Iglesia está ahora más interesada por ellos. El lenguaje audiovisual es emotivo, dramático, narrativo, divertido, espectacular, imaginativo, estimula la curiosidad, responde a las necesidades de la gente, y es inculturado. La opinión pública pide hoy día al comunicador la transparencia: hoy no se puede ocultar nada a los periodistas. Pero la comunicación no consiste simplemente en técnicas. Lo más importante es la raíz de este árbol: espiritualidad del comunicador (Martínez de Toda, 2003).
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2 PARTE
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Interpretaci贸n de los signos de los tiempos
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“
La construcción ciudadana y democrática en la sociedad actual nos exige tomar en cuenta las características del escenario en el que estamos viviendo. La comunicación no puede entenderse aislada de la realidad histórica porque está atravesada por esa misma realidad y, a la vez, la atraviesa. De tal manera que no podemos pensar la relación entre ciudadanía, democracia y comunicación en abstracto. Es preciso reflexionar sobre el concepto en el escenario de una América Latina donde la exclusión (social, política, económica y cultural) es la característica más fuerte y determinante (...). Washington Uranga
”
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Escenario público y comunicación democrática Washington Uranga Periodista y docente universitario en varias universidades de América Latina.
E
n el transcurso de un taller que realizamos en Santa Fe (Argentina), en el año 2005, con organizaciones sociales y comunitarias, tuvimos oportunidad de reflexionar con los/as participantes acerca de su relación con el sistema masivo de medios de comunicación. Los participantes analizaron en ese espacio una serie de informaciones que el sistema de medios ofrece sobre la marginalidad. Rescatamos de esa experiencia afirmaciones propias de la vida cotidiana de estas personas y que podemos utilizar como punto de partida para nuestra reflexión porque a nuestro juicio resultan muy significativas. Algunas de las citas que surgen de los diálogos son las siguientes: • “La televisión va al barrio cuando hay muertos, cuando hay tiroteos”. • “La radio nombra a algunos barrios ‘zona roja’. Si pasa algo malo, dicen ‘detrás del terraplén’, allá cargan todo, siempre está manchado el otro lugar”. • “La tele y la radio no cuentan lo que se hace en el barrio, lo que trabajamos todos los grupos de mujeres, lo bueno que hacemos todos los días. Con lluvia, con tormenta, igual estamos presentes. En cambio dan siempre las malas noticias, robos, asaltos, drogas”.
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Por encima de las interpretaciones que nosotros podamos hacer, los participantes han expresado con toda claridad varias de las características que el sistema masivo de medios le da al tratamiento de la información sobre los pobres y su vida cotidiana. Los medios ofrecen habitualmente versiones de la realidad en las que los pobres aparecen tomados en sus aspectos más negativos, brindan estereotipos de estos actores y de sus condiciones de vida hasta el punto de estigmatizar su situación y de descalificarlos como personas y como sujetos capaces de actuar positivamente en el espacio social. De esta manera se construye también la falta de legitimidad de los pobres negándoles por esta vía la condición de ciudadanos con derecho a la participación también a través de la comunicación. Es necesario trabajar entonces desde la realidad de los pobres, desde los pobres como actores y como ciudadanos/as con capacidad para generar otra comunicación y, sobre todo, de promover otros modos de interpretación. Para ello vale preguntarnos, así sea brevemente, sobre el sentido que hoy le estamos dando a la democracia y en ese marco a la ciudadanía. Democracia, ciudadanía y espacio público La democracia no es un bien dado. Las sociedades no nacen naturalmente democráticas, sino que se configuran como tales a partir de un proyecto. La democracia es un proyecto en el que se necesita educar y que tiene que ser comunicado para lograr consensos y legitimidad en el conjunto de la sociedad. La crisis política —como crisis de representación pero también como incapacidad de revisar roles del Estado y de la Sociedad Civil en el marco de un nuevo escenario de globalización neoliberal— rescató los debates e intercambios sobre ciudadanía. El concepto de ciudadanía, tantas veces reducido a la acción política hoy se reconoce como complejo, ubicándose en el plano de los derechos civiles, de la diversidad y del reconocimiento de las diferencias. Entendiendo que la democracia es el “gobierno del pueblo”, Elena Martínez (Administradora Auxiliar y Directora Regional para América Latina
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y El Caribe del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo - PNUD) sostiene que: gobierno del pueblo significa (...) un Estado de ciudadanos y ciudadanas plenos. Una forma, sí, de elegir a las autoridades, pero además una forma de organización que garantice los derechos de todos: los derechos civiles (garantías contra la opresión), los derechos políticos (ser parte de las decisiones públicas o colectivas) y los derechos sociales (acceso al bienestar). En los llamados “países centrales”, es decir, aquellos que reúnen condiciones de calidad de vida de acuerdo al estándar de los que hoy toman las decisiones en el mundo globalizado, se parte de la base de que una gran mayoría de los ciudadanos han obtenido un nivel básico de derechos y capacidades. En consecuencia, de lo que se trata es de regular la asignación de los bienes sociales sobre la base de criterios de equidad y de libertad. En cambio entre nosotros, que somos parte de los “países periféricos”, el debate central pasa por otro lado: cómo se hace para que todos los ciudadanos/as gocen de aquellos derechos considerados básicos. Incluso, en algunos casos, la discusión se extiende hasta el punto de poner en tela de juicio si existe un derecho (o derechos) universal (universales) o si, más bien, se trata de alcanzar equidad, una suerte de igualación básica, en función de las condiciones materiales de cada una de las sociedades. El Estado sería, en este caso, el responsable de garantizar esa igualación básica, asegurando las condiciones mínimas para que cada ciudadano y ciudadana cuente con la posibilidad cierta de ejercer opciones responsables y libres respecto de su propia vida y de su inserción en la sociedad. En todo caso, de lo que se trata aquí es de señalar que ciudadanía no puede reducirse a una mirada que contemple solamente los derechos políticos. Lo que se está discutiendo no es un modo de participación en el poder, en los gobiernos. Estamos hablando de derechos que tienen que ver con las privaciones y las necesidades de los latinoamericanos/as. Y de ninguna manera se puede admitir que cuando así lo señalamos hacemos referencia a sufrimientos individuales, aislados. En América Latina, la pobreza y la exclusión son problemas de mayorías, se trata de cuestiones
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sociales, que necesitan de tratamiento como tales, en términos de responsabilidades sociales y colectivas. Discutir la ciudadanía hoy en América Latina, es plantearse qué tipo de organización social y política queremos, qué tipo de democracia, para garantizar la totalidad de los derechos humanos básicos. El riesgo, entonces, consiste en mirar la construcción ciudadana como algo restringido o limitado a los derechos políticos o a la cuestión del poder político. La crisis del final de los noventa no es, de ninguna manera, una crisis que se desata meramente por incapacidad de los dirigentes políticos, por su corrupción o ineptitud. Es el resultado del atropello a todos los derechos, en particular a los derechos sociales, en algunos casos hasta el punto de su abolición. Necesitamos pensar la democracia en términos más participativos que complementen lo representativo. Para ello es muy importante entender el espacio público como lugar de información, de intercambio, de diálogo y de producción de sentidos. El espacio público y la disputa de sentidos es un ámbito fundamental de la lucha por el poder. La comunicación es esencial a la democracia Comprendemos “la comunicación como un momento constitutivo de la producción cultural, en cuanto los procesos comunicativos (sistemáticos o no) al hacer circular, competir y colectivizar sentidos, concepciones y significaciones, contribuyen a transformar los conocimientos, las actitudes y los valores frente a la vida. Se entiende aquí lo cultural como el conjunto de procesos de producción colectiva de sentido, de significaciones y concepciones representadas en formas simbólicas, con las cuales los hombres y las mujeres comunican, perpetúan y desarrollan (transforman) su conocimiento, sus actitudes y valores frente a la vida en todas sus esferas”. Cuando hablamos de comunicación lo hacemos sin restringirla a los medios, porque estos (masivos, comunitarios o locales) dependen de las circunstancias y de las condiciones materiales en las que se genera el proceso comunicativo. Lo importante es tener en cuenta que los diferentes actores se constituyen y se afirman como tales en el diálogo público que
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se produce en el espacio también público. La comunicación así entendida, es un proceso de autoafirmación y de búsqueda de reconocimientos, generando interlocución entre actores que buscan un pie de igualdad. Es en el espacio público y a través de la comunicación de sus sentimientos, intereses y opiniones que los actores se integran, participan de la construcción del proyecto y se enriquecen en el intercambio. Entendemos la comunicación como producción e intercambio simbólico y producción de sentidos. Estos procesos comunicativos se realizan en torno a la comunicación de un determinado proyecto que aspira a generar el sentido común de los ciudadanos/as y este intercambio se convierte por sí mismo en un proceso comunicativo. La comunicación permite la apropiación de los saberes sociales. Los actores sociales, los pobres, saben más de lo que nosotros le reconocemos y muchas veces más de lo que ellos mismos admiten saber. La práctica histórica de los actores permite que estos saberes, habilidades y prácticas, dejen emerger valores, modos de comportamiento y hasta normas que constituyen el proyecto social de una comunidad. De allí la importancia de recuperar la memoria de las comunidades, como fuente del proyecto de sociedad y como síntesis de los saberes que han sido acumulados históricamente. Nuestra cultura latinoamericana está basada fuertemente en la tradición oral. Sin embargo, el avance tecnológico de la comunicación ha permitido también otros registros (sonoros, audiovisuales, magnéticos, etc.) que sirven para la apropiación colectiva de los saberes, convirtiéndolos en herramientas y recursos para el conjunto de los actores sociales y como forma de educar en el proyecto social y ciudadano. Las tres dimensiones de los derechos (civiles, políticos y sociales) están atravesadas cada una de ellas de manera distinta por la comunicación. Sostiene Amartya Sen: Aún en la idea de necesidades, incluyendo el entendimiento de necesidades económicas, requiere información pública e intercambio de información, visión y análisis. (...) Los derechos políticos, incluyendo la libertad de expresión y discusión, no son sólo fundamentales en inducir
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respuestas sociales a necesidades económicas, ellos lo son para la conceptualización de las necesidades económicas en sí mismas. La democracia necesita de la información y de la comunicación para cumplir con sus objetivos. La información y la comunicación requieren hoy de la vigencia de valores y formas democráticas para poder realizarse como un derecho básico y fundamental para todos los ciudadanos. No hay democracia sin comunicación democrática. Y a la inversa: no hay comunicación democrática sino en el marco de la democracia. Ambas se necesitan mutuamente y se construyen de manera conjunta en el quehacer de los pueblos y de las culturas. Si partimos de la base de que la democracia es un sistema basado en la construcción colectiva de sentidos, donde cada uno de los actores pone en juego sus intereses y que todos aspiran a que ello ocurra en pie de igualdad, la comunicación democrática es la garantía esencial para que los excluidos puedan hacer oír su voz, su disenso, expresarse, exponer sus puntos de vista y construir sentidos comunes como actores protagónicos en el espacio público. Sin embargo, uno de los errores más comunes consiste en confundir comunicación democrática con simetría. Todos y todas, individuos y actores sociales, somos diferentes y afianzamos nuestra identidad desde la diferencia. El principio de alteridad se apoya en el reconocimiento del otro y de la otra como esencialmente diferente y valora la diferencia como base del enriquecimiento mutuo. La identidad se apoya en la diferencia. La comunicación es democrática cuando los distintos actores generan mensajes y producen sentido desde su identidad. Esto hace que la comunicación sea siempre asimétrica, tanto por el lugar distinto que cada uno de los actores ocupa en el proceso, por las condiciones materiales de producción, como por las particularidades propias de cada uno de los actores. En la sociedad democrática el reconocimiento del otro/a como totalmente otro y distinto, resulta básico y fundamental. Lo normal es que seamos diferentes, no que seamos iguales. Yo me enriquezco con la diferencia del otro y el otro con la mía. La alteridad es esencial a la comunicación en la sociedad.
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Una verdadera comunicación democrática se apoya: • en la posibilidad de acceso de todos los ciudadanos y ciudadanas a oportunidades de comunicación en los medios públicos; y • en el acceso irrestricto de todos los ciudadanos a la información pública, para que esta pueda ser usada como insumo para incidir en las decisiones político-culturales. Este último elemento es uno de los menos desarrollados. Es importante que los ciudadanos/as, en particular los pobres, tengan acceso a la información pública (a las leyes, a las normas, a los decretos, a las resoluciones, a los programas sociales y sus reglamentaciones, etc.) porque en ello va también la posibilidad de acceder a sus derechos y hacerlos efectivos. Muchos pobres de nuestros países latinoamericanos podrían estar hoy beneficiándose de programas o propuestas gubernamentales o privadas destinadas a mejorar su calidad de vida y sencillamente no lo pueden hacer porque no conocen estas posibilidades, porque nunca se les ha facilitado la forma de acceder a esa información o porque, directamente, se les obstaculiza el acceso a la misma. Y esto no sólo por parte del Estado, sino también por cuenta de muchos y muchas que se llaman a sí mismos “dirigentes sociales” y que utilizan arbitrariamente la información para seguir ejerciendo poder y usar de todo lo que saben en función de sus propios beneficios. Lo público y la información como bien público El ámbito de actuación de los ciudadanos es lo público entendido como aquello que conviene a todos, que es para la dignidad de todos y todas, pero que al mismo tiempo está hecho y concebido para la vida más digna y la mejor calidad de vida de los ciudadanos/as. La justicia, la educación, pero también los servicios esenciales (el agua, la electricidad, el transporte colectivo, etc.) son bienes públicos por excelencia. Que una parte de la población esté excluida de estos bienes es injusticia e inequidad, porque implica la marginación de una parte de la ciudadanía de los derechos fundamentales que deben ser garantizados por el conjunto.
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Lo público no es lo estatal, aunque en determinados momentos ambos términos se hayan equiparado a partir de una concepción de “Estado benefactor” que ocupaba todo el espacio de lo público. No puede reducirse la idea de lo público a aquello que está financiado o pagado con el presupuesto del Estado. Hoy lo público tiene que ser entendido necesariamente como aquello que les corresponde a todos y está promovido por distintos actores en función de la construcción colectiva y asociada que apunta al bienestar del conjunto. Podemos decir, a modo de ejemplo, que la educación es siempre un servicio público, sin importar quién sea el agente que la lleve adelante. La educación que se brinda en un colegio barrial o parroquial es pública en el sentido que estamos hablando, aunque esté en manos de la gestión privada de una organización, de una institución o de la Iglesia. Es el carácter público de la educación el que habilita y compromete a todos los actores sociales implicados en el tema, y no sólo a aquellos que participan directamente de este espacio, a dictar normas y reglamentos que ordenen, en función del bien común, ese servicio educativo. De la misma manera vale señalar que cuando los bienes y servicios públicos se organizan en función de los intereses y los puntos de vista de un determinado grupo o sector o cuando las decisiones sobre el acceso y uso de estos bienes contradicen o se generan por motivos diferentes al bien común, ese bien público se transforma en excluyente y, por lo tanto, en injusto e inequitativo. Se puede decir que cuando el servicio público de educación brindado por el Estado no alcanza los niveles de calidad requeridos para el bien de todos y todas los que participan se está utilizando un criterio que margina y excluye. Pero lo mismo ocurre cuando el servicio educativo de gestión privada se brinda desde el mero interés económico de personas o instituciones. Hay en esto una apropiación de lo público para beneficio privado y eso es, en sí mismo, un acto de corrupción. El sistema de medios de comunicación es también un servicio público. Porque está necesariamente orientado al bien común y porque es un escenario donde no sólo se informa sino por el cual transitan ideas e interpretaciones, modos de entender que generan legitimidades y exclu-
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siones, aportando o dificultando a la propia gobernabilidad social. En la sociedad moderna es también un espacio privilegiado donde se tejen las interrelaciones entre las personas, entre los sujetos. “La humanidad es el universo de las interrelaciones” dice Juvenal Arduini; La interacción se realiza entre personas, entre los grupos, entre las naciones. La humanidad no puede fragmentarse en el aislamiento. Personas y países no pueden aislarse. Es necesario buscar la interrelación legítima y fecunda, y rechazar el intercambio entre dominadores y dominados que fortalece al poderoso y subordina al débil. La interrelación auténtica exige que haya autonomía entre los iguales. En el intercambio justo, el ser humano se afirma en su autonomía y acata la autonomía del otro. Cuando la autonomía de un grupo destruye la autonomía del otro, la relación deja de ser sana para ser patológica. Quienes advierten que “la tele y la radio no cuentan lo que se hace en el barrio, lo que trabajamos todos los grupos de mujeres, lo bueno que hacemos todos los días” y que “en cambio dan siempre las malas noticias, robos, asaltos, drogas” no están hablando solamente de información, sino que están señalando que a través de la agenda informativa los medios confieren valor a unos hechos, descartan otros y generan categorías interpretativas. En tal sentido, podría decirse que los medios no sólo participan de forma central en la construcción de la agenda “temática” —sobre las cuestiones que deberían ser socialmente relevantes— sino también que actúan en la definición de una agenda “atributiva”, es decir, las cualidades o los atributos con los que van a ser caracterizados socialmente los propios temas o los actores que participan en el debate público. Tal como afirmamos antes, los medios de comunicación son escenarios en los cuales no sólo se informa sino que se representa lo social, lo que acontece en la vida cotidiana, y en los que se ponen a circular puntos de vista, formas de entender y de interpretar lo ocurre. La selección de los temas de agenda pero también de los actores-intérpretes de esos temas y los modos como el medio los presenta constituyen una forma de producir anteojos de un determinado color para mirar lo que pasa, de generar códigos para interpretar, de vocabularios que le dan sentido a lo que se dice.
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Cuando informan los medios proponen caminos de lectura y promueven modos de entender los acontecimientos que nos rodean. No es casual entonces que los barrios estén “detrás del terraplén” o sean denominados como “zona roja”. Esta es una manera de organizar la interpretación y de situar a los pobres en la marginalidad del escenario común. ¿Qué puede venir de bueno de lo marginal, de lo que está en la “zona roja” o “detrás del terraplén”? El espacio público, construido principalmente por el sistema de medios a través de la información y el entretenimiento, es un lugar de información, de intercambio, de diálogo y de producción de sentidos. Es a la vez un lugar de disputa de sentidos, de interpretaciones y por lo tanto un ámbito fundamental de la lucha por el poder. Discutir acerca de si un dirigente social es un “vago que no quiere trabajar” o un “delincuente en potencia” o “un pobre que quiere acceder a un trabajo digno” constituye parte de la lucha simbólica, parte de la lucha por el poder en la sociedad. Exclusión y comunicación Vivimos en una sociedad atravesada por la sensación de superinformación y la oferta permanente y agresiva de programas de todo tipo, apoyados en un gran desarrollo tecnológico de los sistemas de la comunicación y en una maquinaria económica que sostiene la idea de que a más productos comunicacionales (desde noticieros a telenovelas y programas de entretenimiento) mejor negocio y resultados económicos para quienes han invertido en un campo que, a simple vista, es altamente rentable. Pero ¿equivale esta invasión de mensajes a información más genuina y más veraz? ¿Sirve para generar mensajes y productos que representen al conjunto de la sociedad en toda su diversidad y pluralidad? La respuesta es decididamente no. Existe además una confusión bastante común entre información y comunicación. Cuando hablamos de comunicación nos estamos refiriendo a un concepto más amplio y abarcativo que contiene también al de información. De manera sencilla podríamos decir que la idea de comunicación está relacionada con el intercambio de mensajes entre diferentes sujetos, personas que participan de un proceso que es necesariamente colectivo, donde todos y todas emiten y al mismo tiempo receptan (reciben) los
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mensajes. La información, en este marco, es un camino sólo de ida, donde alguien produce un mensaje con la intención de que otros, el público, lo reciban pero sin interesarse por la respuesta que los destinatarios puedan dar a partir de lo recibido. La construcción ciudadana y democrática en la sociedad actual nos exige tomar en cuenta las características del escenario en el que estamos viviendo. La comunicación no puede entenderse aislada de la realidad histórica porque está atravesada por esa misma realidad y, a la vez, la atraviesa. De tal manera que no podemos pensar la relación entre ciudadanía, democracia y comunicación en abstracto. Es preciso reflexionar sobre el concepto en el escenario de una América Latina donde la exclusión (social, política, económica y cultural) es la característica más fuerte y determinante. Es un escenario que, al dato anterior, suma la dificultad para reconocer la diversidad y la pluralidad como un componente esencial en sociedades que se autodefinen democráticas pero en las que existen fuertes rasgos autoritarios y donde los niveles de participación están altamente restringidos. El derecho a la comunicación puede entenderse como aquella potestad de todos los ciudadanos para expresarse en igualdad de oportunidades y en equidad de condiciones. Esto quiere decir que cada uno y cada una, incluye entre sus derechos humanos fundamentales el de comunicarse, entrar en relación y entablar diálogos productivos, con otros y con otras. Sin embargo, este no puede ser un derecho simplemente declamado. Para que sea efectivo tiene que apoyarse en condiciones materiales que lo garanticen. ¿Se puede proclamar y poner en práctica efectiva el derecho a la comunicación mientras gran parte de los latinoamericanos siguen viviendo en condiciones que los ubican por debajo de la línea de pobreza? ¿Se puede hablar de derecho a la comunicación cuando la propiedad de los medios de comunicación en el mundo está concentrada en pocos grupos económicos transnacionales? ¿Se puede hablar de derecho a la comunicación frente a la evidente exclusión de la agenda pública que soportan los pobres y los pueblos originarios de nuestras tierras, para dar sólo dos ejemplos?
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No podría decirse, sin embargo, que hay que modificar primero las condiciones sociales para avanzar en la implementación del derecho a la comunicación. Derecho a la comunicación y derechos ciudadanos, en una sociedad democrática, tienen que avanzar de la mano, generando condiciones mutuas. No hay sociedades democráticas sin comunicación democrática y viceversa. Trabajar por el efectivo derecho de todos y todas a expresarse, por el derecho de los pobres a informarse y a comunicarse desde la diversidad de miradas y pluralidad de perspectivas es, de por sí, aportar a la construcción de una sociedad donde tengan vigencia los derechos ciudadanos. Pero no menos cierto es que la construcción de una sociedad inclusiva, sin condicionamientos, requiere también de un efectivo derecho a la comunicación. Vale aquí hacer una precisión. El derecho a la comunicación no se limita, de ninguna manera, a la comunicación masiva o tecnológicamente mediada. La comunicación interpersonal, aquella que se construye en el cara a cara de la vida cotidiana es parte esencial del mismo derecho. La vida cotidiana es lugar de comunicación y es la base de las relaciones ciudadanas. Esto, con la salvedad de que existen también ciertas propuestas de comunicación comunitaria que se restringen a lo interpersonal porque consideran que esa es la única estrategia posible debido al extremo proceso de marginalización en que se encuentran muchas comunidades. Pero por otra parte es necesario comprender además que la construcción del derecho a la comunicación de los pobres pasa también por el diseño de estrategias comunicativas que generen relación y articulación entre actores sociales en la búsqueda de consensos y en la aceptación de los disensos creativos y productivos. “Comunicación para la movilización social”: iniciativa OCLACC En este marco se ubica la iniciativa OCLACC que hemos denominado “Comunicación para la movilización social”. Comunicación, ciudadanía y democracia van de la mano. No existe una sin la otra, porque son categorías y prácticas complementarias. La comunicación puede entenderse también como una estrategia para la movilización social y la construcción ciudadana.
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Las nuevas tecnologías han abierto recientemente enormes posibilidades en términos de intercambios culturales horizontales, que tanto individuos como comunidades pueden establecer a nivel nacional pero también alrededor del mundo. Sin embargo es necesario entender que los medios, las tecnologías de la comunicación, no son más que una herramienta y sólo eso. Estas tecnologías pueden ayudar al proceso de comunicación pero el ejercicio del derecho como tal depende de los sujetos, de las personas que lo protagonizan. El derecho a la comunicación sólo se puede entender y puede ser ejercido efectivamente en el marco de cada cultura, partiendo de sus valores y de sus modos de entender y de entenderse, de la manera cómo las personas se constituyen en ese espacio. Construir ciudadanía supone generar, desde el ámbito específico, las condiciones para garantizar la inclusión y la participación de todos los actores en el escenario social. Es una tarea cultural pero inevitablemente política y asociada a la idea de cambio, motorizada por los sueños y las utopías de los sujetos que la llevan adelante y cuyos éxitos no se miden exclusivamente por las metas alcanzadas sino por los procesos a través de los cuales las personas, los pobres, los ciudadanos y ciudadanas, adquieren mayores capacidades y posibilidades para comunicar y comunicarse. La comunicación se hace democrática en la posibilidad de acceso al espacio público, en la diversidad y pluralidad de los mensajes que en ella circulan y en las condiciones que existen para, en el intercambio y en el diálogo, ir generando sentidos comunes que den base al proyecto democrático. Ciertamente que este es un proceso de comunicación que va acompañado de la “movilización social” en el sentido que lo plantea José Bernardo Toro. El proyecto de “Comunicación para la movilización social” pretender trabajar: • por la inclusión de todas y diferentes voces en el diálogo público generado en el espacio público; • por las condiciones de acceso de todos los actores a la información;
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• por las condiciones de producción de mensajes de todos los actores, en particular de los excluidos; • por el debate y la construcción de la agenda; • para que la comunicación se constituya en herramienta de construcción de poder alternativo para los sectores populares latinoamericanos apoyando procesos de movilización social y construcción ciudadana. Está comprobado que la comunicación generada por los actores populares y las organizaciones de base, tanto a través de medios propios como de canales masivos de alcance público, produce efectos sociales. ¿Cuál es la principal fuente para la producción de mensajes de las organizaciones de base? La vida cotidiana de las mismas organizaciones y comunidades populares y de base. Allí es donde se produce y genera sentido y desde allí donde emergen los elementos más importantes para la comunicación. Debemos partir entonces de las experiencias existentes, de los saberes acumulados, de la vida cotidiana de los grupos y de las comunidades. Pero estas experiencias y esta cotidianeidad tienen que ser trabajada pensando en la interlocución con otros sectores, hacerse comprensible y comunicable para producir mensajes válidos para la sociedad. Y para que el intercambio con los otros, permita generar y desarrollar nuevas estrategias de acción. Estrategias para el desarrollo y la movilización social La comunicación se constituye en herramienta para el desarrollo en cuanto permite formas y medios de establecer relaciones entre los sujetos y los actores sociales. De estas relaciones surgen también estrategias como manifestación de la voluntad político cultural de los actores. Estas manifestaciones de voluntad político cultural se traducen en estrategias de comunicación que pueden sintetizarse en las siguientes: • Estrategias de generación y establecimiento de agendas comunicacionales, que buscan introducir en el debate del espacio público aquellos temas que son marginados por diferentes intereses políticos, económicos, culturales y/o religiosos. Estos temas muchas veces
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están presentes en el quehacer de los grupos, de las comunidades o de las organizaciones sociales y populares. Esta es una tarea que se hace con los propios actores locales y de base, utilizando sus propios medios y recursos de comunicación, pero buscando acceder también al sistema masivo de comunicación a través del diseño de tácticas y procedimientos adaptados a cada realidad y actuando de manera articulada en el nivel local, nacional y regional. Demanda tener en cuenta las rutinas de los productores y periodistas, acostumbrados a manejarse con agendas temáticas predeterminadas que ofrecen poca variedad y escasos riesgos. Media aquí una labor de capacitación de los periodistas y productores de medios. • Estrategias de diversidad comunicacional, destinadas a generar espacios de libre manifestación de todas las voces diferentes que están presentes en la sociedad. Esto se refiere a ámbitos, a medios, espacios culturales, académicos, religiosos, económicos, etc. Estas estrategias exigen tener particularmente en cuenta que existen sectores y grupos que están habitualmente marginados del diálogo comunicacional (los pobres, las mujeres, ciertas comunidades y grupos étnicos, lo que en términos generales podemos llamar excluidos más allá de los motivos o las razones). Es necesario tomar en cuenta que estos actores muchas veces carecen de capacidades y hábitos para generar sus propios mensajes. Se necesita trabajar en procesos educativos en este sentido. • Estrategias de producción cultural, partiendo de los modos de relacionamiento y de producción de sentido y de bienes culturales de cada grupo y comunidad trabajando los modos propios de emisión y las percepciones de los distintos actores. Esto se refiere a la valoración de las producciones culturales y de mensajes propias de cada grupo y a las formas de difusión de las mismas, así como el rescate de las memorias y saberes populares. • Estrategias de producción de bienes y productos comunicacionales, generando materiales culturales reconocibles por los diferentes interlocutores, que sean validados y, si es posible, realizados por ellos mismos, que ofrezcan alternativas para reflexionar y actuar en torno a los problemas de la vida cotidiana y el desarrollo. Implica también
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la intervención en espacios y productos comunicacionales existentes (ferias, eventos, acontecimientos, etc.) buscando incidir en el desarrollo de esos acontecimientos. • Estrategias de comunicabilidad, que involucren, comprometan y capaciten a los autores de los materiales que se produzcan. No sólo se trata de “transmisión” de experiencias sino también y fundamentalmente del intercambio entre lo existente para enriquecer a cada una de las iniciativas incorporadas. • Estrategias de educación/comunicación, que trabajen sobre la mediación pedagógica y la comunicabilidad para llevar los aportes científicos y tecnológicos válidos para las necesidades de la comunidad. • Estrategias de identificación de medios y uso de canales alternativos, buscando generar los medios propios y adecuados para cada uno de los actores y mayores posibilidades de penetración en el sistema masivo. • Estrategias de incidencia en políticas públicas con el propósito de intervenir en el diseño y la ejecución de las acciones y programas desarrollados por organismos estatales, internacionales y organizaciones de la sociedad civil. • Estrategias de bancos de información, que permitan la recuperación, almacenamiento y utilización de la información por parte de los actores normalmente excluidos de los circuitos infocomunicacionales. • Estrategias de alianzas, que apuntan a incluir todos los actores y todas las voces para que cada uno de ellos se exprese desde su realidad y su contexto particular. La legitimidad de las opiniones diversas se logra en el marco del debate y el consenso. Es una manera político comunicacional de darle fortaleza a las demás estrategias sumando actores detrás de un objetivo común y en el marco de un proceso de construcción colectiva. • Estrategias de utilización de los medios para el reconocimiento y defensa de derechos contribuyendo a hacer públicas las reivindicaciones de derechos de diferentes sectores sociales y generando estrategias de promoción de esos derechos.
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Estas son las estrategias básicas sobre las que se asienta la Iniciativa OCLACC: “Comunicación para la movilización social”. Desarrollar estas estrategias, partiendo de las experiencias locales, valorando sus signos portadores de futuro, asumiendo sus propias representaciones del futuro y ponernos en red para alcanzar objetivos comunes es lo que, sostenemos, nos permitirá ir consolidando acciones que abran a la posibilidad de incidencia en el espacio latinoamericano y caribeño. Buscamos tener presencia en la historia y en los procesos sociales, culturales y políticos de nuestros países y de nuestra región, en la construcción de conocimiento científico y académico y en la acción política desde una perspectiva comunicacional. Todo ello exige una tarea de construcción en común, de procesos compartidos y de miradas consensuadas, desde la diferencia pero tratando de identificar espacios comunes que habiliten a la construcción con sentido estratégico y a partir de la elaboración compartida de escenarios de futuro. El futuro está por construir. Depende de nuestra voluntad, de nuestra libertad y de la capacidad que tengamos de ejercer el poder de incidir sobre los acontecimientos. Para ello es necesario desarrollar lo público como escenario del debate, de la construcción política y espacio donde desplegar estrategias comunicacionales para la incidencia.
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El soplo del Espíritu: Religión, comunicación y cultura en América Latina hoy Dennis A. Smith Presidente de la Asociación Mundial para la Comunicación Cristiana, WACC.
L
a reflexión conjunta de católicos y protestantes sobre comunicación y teología remonta, por lo menos, a los tiempos de Paulo Freire. Paralelamente, a veces con y a veces sin el conocimiento o aval de nuestras respectivas jerarquías eclesiásticas, hemos acumulado décadas de experiencia compartida en la práctica local de una pastoral de la comunicación en toda América Latina. En estas últimas décadas OCLACC y sus antecesores han tenido a bien trabajar este tema de manera conjunta con la Asociación Mundial para la Comunicación Cristiana, región América Latina (WACC-AL). Uno de los capítulos en este proceso se dio en Lima, del 6 al 8 de diciembre de 2001. Quiero resumir algunos elementos de aquella conversación y luego agregar algunas reflexiones personales a partir de la coyuntura actual. En 2001, prestamos especial atención a la situación socio-religiosa desde la cual la persona latinoamericana hace comunicación y consume mensajes mediáticos. Es, destacamos, una persona polifacética, creadora, que maneja múltiples identidades, muchas veces contradictorias:
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Soy madre, hijo, padre, hija, esposa, compañero, hermano, hermana. Soy un ser amado, capaz de amar. Soy un ser perdonado, capaz de perdonar. Conozco la ternura, la vulnerabilidad. Soy frágil, dañada, frívolo, seria, digno, mezquina. A la misma vez. Formo parte de una, no, varias comunidades. Tengo una historia particular. Soy heredero de una memoria colectiva. Tengo abuela. Tengo identidad. Tengo color. Hablo. Escucho. Veo. Saboreo. Siento. Disfruto el misterio de la sensualidad. Soy constructora de sentido, perceptor. Soy sentipensante. Pero llega un momento en que ni siento, ni pienso. A la vez, vimos que la persona latinoamericana se encontraba en una situación sumamente precaria: pobreza galopante, inseguridad laboral, violencia azotando todos los ámbitos de la vida cotidiana. Observamos una realidad que generaba en muchas personas, confusión, frustración, hasta desesperación y parálisis. Sus relaciones con otros seres humanos, y con Dios mismo, quedaban condicionadas por su propia situación cotidiana. Trabajo. Me canso. Me escondo. Tomo riesgos. O no. Descanso. Construyo relaciones; rompo relaciones. Las relaciones me construyen; las relaciones me rompen en pedazos. Y muchas cosas dejo pasar desapercibidas. Creo. No creo más. Soy capaz de encontrarme con la trascendencia. O no. Me desespero. Espero. En este momento particular de la historia, consumo, luego soy. Soy consumidor. Y estoy consumido. Vimos que el contexto en el cual, tanto individuos como comunidades construían sentido y valores, y desde el cual la persona ejercía la ciudadanía, había cambiado radicalmente en las últimas décadas. La globalización de la economía y de la cultura se manifestaba en el hecho de que las corporaciones transnacionales, con la complicidad de gobiernos y élites nacionales, se han convertido en el sujeto dominante en América Latina, provocando un proceso de deconstrucción de sujetos nacionales. . . La globalización genera una homogenización occidentalizada de nuestras sensibilidades, economías y patrones de consumo, que hace difícil la preservación y resignificación de nuestras identidades nacionales y re-
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gionales, así como nuestra integración al resto del mundo en términos más equitativos. Las empresas transnacionales de información, entretenimiento y tecnología son el motor detrás de la globalización. A ellas podemos agradecer la penetración universal de la sociedad de consumo en la región. A todos y todas nos han enseñado a medir el valor de las personas, no por la calidad de su carácter y la profundidad de su ternura, sino por su poder adquisitivo. Van absorbiendo o sofocando medios locales, invisibilizando y silenciando a pueblos enteros. Al reflexionar teológicamente sobre la globalización: Discernimos, detrás de este sistema mundializado y globalizante, la presencia de “principados...potestades… (y) gobernadores de las tinieblas de este siglo” (Ef 6,12) que resquebrajan la integralidad del ser y de su vocación comunitaria. A nivel pastoral: Los excluidos y las excluidas viven desde el conato agónico de la vida, intentando reconstruir, en medio de una realidad fragmentada, el sentido global desde lo particular. Sólo desde esta realidad particular y concreta es posible el encuentro con los otros, construyéndose un camino que recorre de lo privado hacia lo público; este recorrido es una búsqueda del logro de puntos mínimos de consenso que permitan proponer los principios máximos que regulen la vida en común y la construcción de la comunidad. Este es el mundo en el cual la gente hace lo que tiene que hacer para sobrevivir, y para construir algo que se asemeja a la esperanza. En 2001 constatamos que en nuestro mundo, se habían fragmentado y diversificado las ofertas religiosas. Vivíamos en un mundo donde las tradicionales instituciones religiosas habían perdido una cuota importante de su poder cultural histórico. Érase una vez que la iglesia católica y, en algunas comunidades, las iglesias protestantes tradicionales, gozaban de suficiente poder como para dominar el discurso religioso público, incidir de manera contundente en la esfera pública y estigmatizar las ceremonias públicas de grupos religio-
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sos marginalizados como las espiritualidades indígenas y afroamericanas y los grupos pentecostales. En muchos países latinoamericanos, constatamos, ya no es así. Hay nuevos actores en el ambiente religioso y, paralelamente, un resurgimiento de espiritualidades ancestrales. Algunos hablan, incluso, del surgimiento de un supermercado religioso donde instituciones veteranas como la iglesia católica y las iglesias protestantes tradicionales pelean las preferencias del mercado con nuevos actores, algunos de ellos muy sofisticados en el mercadeo de bienes simbólicos. En estas últimas décadas, vimos, se han dado cambios fundamentales en la situación socio-religiosa desde la cual la persona latinoamericana hace comunicación y consume mensajes mediáticos: por un lado, con el surgimiento del supermercado religioso, cada día más personas se sienten libres para ir armando su propio menú espiritual, sin sentirse sujetas al poder de jerarquías religiosas: entra al mercado para adquirir una onza de autoestima, una porción de perdón, una esencia de esperanza, un caldo de consuelo, y luego va combinando estos ingredientes según su receta personal. Por otro lado, la gente ya no siente la necesidad de esconder el hecho de que manejan, simultáneamente, múltiples identidades religiosas. ¿Quién no conoce a personas católicas que asisten, eventualmente, a los espectáculos religiosos presentados por las megaiglesias neopentecostales? Estas mismas personas, en los momentos límite de su propia vida, no dudan en consultar a Espiritistas o guías espirituales de otras tradiciones religiosas. Además, no se sienten culpables, ni que están entrando en contradicción. Es que el espacio interior donde cada persona, cada comunidad, construye su identidad espiritual no está sujeto a las leyes de la lógica cartesiana. Sospecho que siempre ha sido así. A la hora de la hora, la persona y las comunidades latinoamericanas siempre han guardado para sí el derecho de construir su propio sentir religioso, su propia espiritualidad. Cuando las instituciones religiosas han tenido mucho poder cultural, han tratado de ejercer hegemonía sobre la expresión pública de los impulsos profundos de la gente por encontrarse con la trascendencia, por convertirse en canal de bendición divina. Pero al romper esta hegemonía, se ha diversificado y puesto más complejo el escenario religioso.
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Para nosotras, para nosotros, hay, entonces, ciertas preguntas que antecedieron a Aparecida, y que permanecen hoy: ¿Cómo acceder al imaginario religioso de la gente? ¿Cómo fecundar las semillas evangélicas de justicia, solidaridad y ternura, semillas que ella misma, Espíritu de Dios, ha sembrado en cada cultura humana? ¿Cómo cultivar un imaginario que celebra la vida humana y de toda la creación, que acompaña a excluidas y excluidos, que abraza la terrible belleza del misterio, de lo incognoscible? ¿Cómo cultivar un imaginario que enaltece la honradez y la transparencia, oponiéndose a la violencia, la mentira, la corrupción, y el abuso? ¿Cómo cultivar un imaginario que cuestiona el imperio de la muerte? Observamos en 2001 que no siempre hemos estado a la altura de los desafíos que enfrentamos: … confesamos que lo que ha primado en el contexto eclesiástico es la práctica instrumentalizada de la comunicación; algunas veces exagerando el impacto de nuestras iglesias en la sociedad y otras veces manipulando y controlando a nuestros feligreses. . . Resulta de urgencia impostergable la construcción de nuevas fuentes de re-encantamiento para la concepción y aplicación de una pastoral de la comunicación: el asombro, que nos hace recordar que no podemos controlar todo; los sentimientos, que nos devuelven la conciencia de nuestra propia humanidad; el contar cuentos, por su búsqueda de la sencillez del relato, la moraleja directa y la dimensión lúdica de una buena narración; el encontrar nuevas formas para hacer oír las voces y ver los rostros de quienes sufran la injusticia, la impunidad y la corrupción; en suma, el tomar partido, como comunicadores y comunicadoras cristianos, a favor de la vida. Hoy, en 2008, estos desafíos permanecen. De manera especial permanece el desafío de discernir cómo, y desde dónde, la persona y las comunidades latinoamericanas construyen su sentir religioso y consumen mensajes mediáticos. América Latina es un espacio física y metafísicamente impregnado, saturado, por el Espíritu. No se puede comprender el pasado, presente o futuro de la región sin contemplar los complejos y contradictorios impulsos
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de la gente frente a la trascendencia, lo luminoso, y frente a la fragilidad de la vida humana. En parte, culpo al fracaso del proyecto liberal. En el Siglo 19, los arquitectos del proyecto liberal nos prometieron que la modernidad nos traería todos los beneficios del raciocinio humano: la ciencia y la tecnología nos otorgarían el control sobre el medio ambiente y los gobiernos iluminados lograrían acabar con toda carencia. La profunda pasión latinoamericana cedería lugar al entendimiento; hasta nuestros demonios interiores quedarían apaciguados por las bondades del progreso. Hasta la religión se convertiría en un vehículo para divulgar las bondades de la modernidad. En el siglo 19 los dictadores liberales desde México hasta Brasil encontraron en la empresa misionera protestante un aliado ideológico imprescindible en su lucha contra la institución más rica y más poderosa que existía en América Latina en aquel entonces: la Iglesia Católica Romana. Las escuelas y hospitales construidos por los Protestantes, junto con el espíritu práctico y empresarial de sus misioneros, motivaría a la cultura latinoamericana a acoplarse a las ideologías capitalistas emergentes de Europa y los Estados Unidos. Además, una liturgia basada en un discurso teológico lógico y razonado de los Protestantes, un discurso basado en el análisis cuidadoso de un texto y realizada en un ambiente relativamente estéril, desprovisto de imágenes, sabores y olores, desafiaría la hegemonía religiosa de la Iglesia Católica; una hegemonía, según los liberales y sus aliados Protestantes, construida sobre la magia obscurantista, manipuladora y medieval de los Católicos. Pero algo nos pasó rumbo al imperio de la razón. En dos siglos de modernidad América Latina ha sufrido un sin fin de conflictos políticos y económicos, y hoy nos encontramos en la misma situación en la cual iniciamos esta aventura: como fuente de mano de obra barata y de recursos naturales para los países industrializados del Norte. Algunos latinoamericanos, sin duda, han cosechado los beneficios del progreso, pero hoy en América Latina la brecha entre ricos y pobres, mujeres y varones, indígenas, no-indígenas y afroamericanos, el área urbano y el área rural, los terratenientes y los sin tierra es entre las más profundas del planeta.
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Tanto la espiritualidad como espacio de construcción de relaciones y significados a partir de los misterios límites de la vida humana —el nacimiento y la muerte, el dolor, la enfermedad y la sanación, la carencia y la plenitud, la pérdida y la ausencia, el odio y el amor, la esperanza, la ternura, la sabiduría, el sentirse conectada con ancestras y ancestros y con poderosas fuerzas más allá del raciocinio humano— como también las instituciones religiosas que pretenden mediatizar (y controlar) estos fenómenos, demuestran que aquí lo espiritual no ha sido del todo domesticado. Es, todavía, una fuerza elemental, cruda, a veces salvaje. En 2006, una encuesta de personas mayores de 18 años realizada por el Pew Global Forum documentó que el 48 por ciento de las y los adultos guatemaltecos se identificaban como católicos, el 34 por ciento como protestantes y el 15 por ciento respondieron no pertenecer a ninguna iglesia. La encuesta puso especial énfasis en la presencia de religión “llena del Espíritu” (la categoría utilizada en el estudio) en Guatemala: el 85 por ciento de las y los protestantes en esta muestra se identificaban como pentecostales o neopentecostales, mientras el 62 por ciento de las y los católicos se identificaban como carismáticos. Dos cosas me llaman la atención de este estudio. Primero, tengo la intuición de que un porcentaje importante del 15 por ciento de la muestra que dicen no pertenecer a ninguna iglesia son ex católicos y ex evangélicos. Colegas en Brasil, Costa Rica y Perú han documentado como muchas personas responden a la anomia producida por la migración a centros urbanos, a la pérdida del poder cultural de las instituciones religiosas tradicionales, a la precariedad económica y política, y a la globalización de la economía y de la cultura, entre otros factores, emprendiendo un peregrinaje espiritual. Este peregrinaje suele arrancar desde una fe católica tradicional, pasa por el movimiento carismático, los lleva al neo pentecostalismo, y termina con un profundo desencanto con la religión organizada. Pero no por eso dejan de considerarse religiosos. No por eso dejan de consumir bienes simbólicos, ni de practicar una espiritualidad a la carta. El segundo factor que me llama la atención es que una mayoría absoluta de la población guatemalteca dice que han tenido una experiencia per-
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sonal con el Espíritu Santo. Si los porcentajes de la muestra reflejan de manera acertada a toda la población, podemos extrapolar que casi el 60 por ciento de las y los guatemaltecos se identifican personalmente con la religión “llena del Espíritu”. Sin embargo, la religión carismática tampoco ha logrado generar frutos de tolerancia, solidaridad y justicia en uno de los países más violentos de América. Como comunicadoras y comunicadores, entrenadas muchas veces a hacer homenaje a la tecnología y proceder según las categorías del raciocinio humano, tenemos que aprender a prestar atención al soplo del Espíritu en nuestras comunidades. Descubriremos que hay personas en nuestro medio que son intermediarios con lo incognoscible; son custodios de espacios sagrados. A veces estos espacios se caracterizan por una celebración de sanidad, plenitud y esperanza, a veces como escenario de miedo, de manipulación, de venganza. Aquí lo sagrado penetra en cada esfera de la vida humana. Algunas anécdotas: Doña Juana es guía espiritual maya del altiplano guatemalteco. Con ternura y dolor compartió conmigo como los tiempos de la violencia también conllevaban una guerra espiritual contra las fuerzas de la muerte. Con sus colegas, día y noche, vigilaban por la seguridad física y espiritual de su pueblo. En las obscuras horas antes del amanecer, se encontraban, a veces, con seres espirituales que anunciaban la llegada de fuerzas del mal que querían destruir a su pueblo. Les tocaba defender a sus vecinos con ayunos, plegarias, y sacrificios, según la sabiduría ancestral. Pero no andaban solas; sus ancestras y ancestros les acompañaban en los momentos más difíciles. No estoy hablando metafóricamente. En su semblanza se veía todavía, más que una década después, la sombra del terror y coraje con el cual libraban estas batallas. Sus vidas corrían peligro. Pero lograron defender a su pueblo. Allí nunca entraron los escuadrones de la muerte. Allí nunca lograron imponer las patrullas de autodefensa civil. Otro caso: Ella tenía quizá 17 ó 18 años. Su colonia en la ciudad capital la construyeron sobrevivientes del terremoto del 4 de febrero de 1976. Las y
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los católicos, organizados en comunidades eclesiales de base, se reunían en casas particulares. Celebraban su fe y buscaban como atender a las muchas y urgentes necesidades de la comunidad. ¿Su sueño? Construir una iglesia como manifestación concreta de su esperanza por un futuro mejor, un edificio construido por todas y todos, para todas y todos, que proclamaba “Dios está aquí”. En dos oportunidades habían formado comités pro-construcción del templo. En dos oportunidades, los hombres que presidían estos comités habían robado los recursos. De allí, nombraron a esta patoja para organizar la construcción del templo. Ella dejó de ir a la escuela un año. La comunidad se organizó, repartieron tareas, consiguieron recursos, y construyeron la iglesia con sus propias manos. Allá está, hasta el día de hoy. Y a veces, durante la misa, los vecinos se acuerdan de lo que, un día, ellos mismos hicieron. Otro caso: El pastor pentecostal y su esposa se dieron cuenta que algo tenían que hacer por la niñez de su comunidad. Se trata de una comunidad acosada por las maras. El Espíritu de Dios había movido en sus corazones. Hablaron con la gente de su comunidad de fe. Vieron como las niñas y los niños se encontraban en un callejón sin salida, y como las maras les ofrecía identidad, autoestima, un propósito para su vida. Quizá, pensaron, podemos identificar a unos 50 niños y niñas que viven en las cuadras alrededor de la iglesia. Quizá podemos ofrecerles un espacio seguro donde puedan hacer sus tareas, buscar consejos y comer alguito. ¡Cuál fue su sorpresa al descubrir casi 90 niñas y niños en situación de riesgo en su propia cuadra! En una sola casa encontraron a 14 menores de edad bajo la tutela de una abuelita. El programa tiene ahora 3 años de funcionamiento. No se trata de un programa de proselitismo, sino de presencia y acompañamiento, y Dios ha manifestado su poder. Pero los custodios del espacio sagrado también pueden convertirse en monstruos. He visitado a muchas comunidades maya. A veces, después de construir cierta confianza, he preguntado a la gente por qué se convirtieron a la fe evangélica. Porque vivimos con miedo, me han respondido. Miedo de seres espirituales que buscaban hacerles mal. Miedo del chamán que re-
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cibía dinero de sus vecinos para obrar venganza contra sus enemigos. Y en Jesús, me han dicho, encontraron un chamán más fuerte. Jesús les concedía una fuerza capaz de vencer su miedo, sanar sus dolencias, ayudarles a dejar el trago. Hablando de monstruos, en Guatemala es elocuente la historia de la relación entre las iglesias cristianas, el poder económico y el poder político. La iglesia católica se hizo cómplice de los horrores de la conquista, y también de los horrores de 1954. La iglesia evangélica se hizo cómplice de los horrores de las dictaduras liberales y de la lucha contra insurgente. La iglesia evangélica debe asumir una especial responsabilidad por haber participado en la satanización de las tradiciones espirituales de los pueblos maya. Ambas tradiciones, tanto católica como evangélica, son intrusas, foráneas, y se han prestado para los designios nefastos de imperios extranjeros. A la vez, ambas tradiciones —y especialmente la iglesia Pentecostal como precursor de una iglesia de los pobres— han echado raíces aquí. Por eso debemos celebrar, el testimonio vivo de pastoras y pastores, catequistas, religiosas, sacerdotes, y obispos que han sido, que siguen siendo, portadores fieles de las buenas nuevas de Jesús. Pero nuestro pasado todavía se hace presente, y nos pesa. Todo eso es, a penas, una parte de universo espiritual que nos rodea. Aparte están los Espiritistas, aparte los Mormones, aparte los Testigos de Jehová. Aparte están las comunidades judías y musulmanas. Aparte, las personas de las grandes ciudades que practican una espiritualidad neo-gnóstica, buscando construir sentido para sus vidas en medio de la ambigüedad del mundo posmoderno. En este ambiente, vuelvo a preguntar: ¿Cómo acceder al imaginario religioso de la gente? ¿Cómo fecundar las semillas evangélicas de justicia, de solidaridad, de ternura —semillas que ella misma, Espíritu de Dios, ha sembrado en cada cultura humana? ¿Cómo cultivar un imaginario que celebra la vida humana y de toda la creación, que acompaña a excluidas y excluidos, que abraza la terrible belleza del misterio, de lo incognoscible? ¿Cómo cultivar un imaginario que enaltece la honradez y la transpa-
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rencia, oponiéndose a la violencia, la mentira, la corrupción, y el abuso? ¿Cómo cultivar un imaginario que cuestiona el imperio de la muerte? Me atrevo a sugerir que no podemos responder a estas preguntas sin emprender una conversación profunda, humilde y respetuosa con colegas pentecostales y carismáticos, y con personas sabias que representan a las espiritualidades autóctonas y afroamericanas.
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Las mujeres y la perspectiva de la misión continental Consuelo de Prado, O.P. Teóloga, Instituto Bartolomé de las Casas, Lima, Perú.
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l tema de las mujeres es muy presente en la Quinta Conferencia de los obispos latinoamericanos en Aparecida. El tema no se deja reducir a unos numerales (párrafo 9.5; 451-458), sino que atañe al documento conclusivo en su conjunto. Necesitamos estar conscientes de esta novedad del léxico en este importante documento del magisterio eclesial que es un indicador de la incidencia de las mujeres en el continente. Y habrá que destacar que por los caminos de la misión continental las mujeres irán experimentando en sus propias vidas dinamismos de liberación más allá de lo que estaba previsto o intuido en un primer momento, en la Conferencia de Aparecida. De la complementariedad entre hombres y mujeres En América Latina y en El Caribe nos encontramos en un contexto de globalización, globalización sobre la que se está reflexionando de forma intensiva, con muchas anécdotas, sugerencias e imágenes. Solo voy a destacar uno de los aspectos de ese contexto de globalización. El documento conclusivo de Aparecida dice (en su numeral 202) que se requiere imaginación para encontrar una respuesta a los muchos y siempre cambiantes desafíos que plantea la realidad, y que ellos exigen nuevos servicios y nuevos ministerios. Considerando esta necesaria imaginación
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y creatividad, quiero recordarles cuatro problemas, o mejor cuatro conjuntos de problemas, que señalan urgentes tareas para los cristianos y cristianas en nuestra época. Un conjunto de problemas tiene que ver con los problemas que se derivan de la dimensión socio política. En ello nos encontramos con el dilema de la relación entre pobres y ricos, un problema que conduce a la necesidad de implementar una justicia distributiva, una perspectiva que se recoge y explora en el documento de Aparecida. Un segundo conjunto, o eje, de problemas proviene de la dimensión antropológica, es decir, de la relación entre hombres y mujeres. Una tercera serie de problemas son los que nos obligan de estudiar las relaciones del ser humano con la naturaleza —les podemos considerar como dimensión cósmica—, y que ha desencadenado un amplio movimiento ecológico en estas últimas décadas. Podemos señalar un cuarto eje de problemas que derivan de la dimensión religiosa, y que ha sido abordada en la ponencia de Dennis Smith. Es esta la dimensión que pone al ser humano en relación con Dios y que impulsa en el contexto de América Latina, nuevos caminos de ecumenismo y de diálogo interreligioso. Los cuatro ejes se presentan bajo modalidades distintas en contextos distintos, pero se cruzan y entrecruzan en la realidad. Y aun reconociendo que están entrelazados y entrecruzados, quiero centrarme por el momento en el problema antropológico, en el tema de relación entre hombres y mujeres. Como lo señala el título de mi presentación, me dedicaré al tema de las mujeres en la misión continental. Por ello me apoyo en la perspectiva antropológica, recordando que la unión entre hombres y mujeres en plano de igualdad representa, hoy en día, un componente esencial de nuestra antropología y de nuestra dinámica cultural. El documento de Aparecida recuerda (en 451) que la antropología cristiana resalta la igual dignidad de varón y mujer, en razón de ser creados a imagen y semejanza de Dios. Se habla de la urgencia de tomar conciencia de la situación precaria que afecta la dignidad de muchas mujeres. Y es por primera vez que se expresa en un documento del magisterio eclesial que es urgente que América Latina y El Caribe superen una mentalidad machista, que ignora la realidad del cristianismo, en qué se reconoce y proclama la igualdad y responsabilidad de la mujer respecto al hombre (453). No deja de ser de
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importancia que se hable de la necesidad, de la urgencia, de superar la mentalidad machista en nuestro continente en un documento eclesiástico de esta categoría. ¿Qué se aporta a la gran misión? ¿Y qué es que pueden aportar las mujeres a la misión continental? Esta Quinta Conferencia nos recuerda el mandato evangélico de ser y de hacer discípulos para despertar la Iglesia en América Latina y El Caribe para un gran impulso misionero. No podemos quedarnos tranquilos, en la espera pasiva en nuestros templos, sino urge proclamar que el mal y la muerte no tienen la última palabra. El Señor resucitado nos convoca para la constitución del Reino en nuestro continente, en las grandes ciudades y campos, en las montañas y selvas de nuestra América. En todos los ambientes de la convivencia social, en los más diversos areópagos de la vida pública, de las naciones, y en las situaciones extremas de la existencia, para asumir nuestra responsabilidad por la misión universal. Así lo proclama Aparecida (548) y también afirma que esto requiere una evangelización mucho más misionera, en diálogo con todos los cristianos, y al servicio de todas las personas. En otro apartado propone que el diálogo debe abarcar a todas las personas, y que la perspectiva del diálogo, como método y como camino, es una exigencia que se impone por una parte por una eclesiología de comunión, y por otro parte por un profundo respeto hacia el ser humano, varón y mujer, como medio para un conocimiento y enriquecimiento recíproco. La categoría del diálogo nos remite al diálogo salvador que Dios estableció primero y gratuitamente con la humanidad. Pone así una fundamentación teológica a esa perspectiva del diálogo para la misión. Tengo que tomar en serio la conciencia y el conocimiento que el otro, la otra tiene de sí. La exigencia del diálogo nos impone un lenguaje respetuoso de la diversidad, que es condición de la alteridad, y evita los opuestos de un discurso exclusivo y de un discurso inclusivo. Es en esta perspectiva del diálogo que se coloca el aporte de las mujeres para la misión continental. La relación entre el varón y la mujer debería ser de reciprocidad y colaboración mutua; la mujer es co-responsable junto con el varón por el presente y el futuro de nuestra sociedad humana.
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Es urgente, dice Aparecida (454), que se supere la mentalidad machista en América Latina y El Caribe, que ignora la novedad del cristianismo, donde se reconoce y se proclama la igual dignidad y responsabilidad de la mujer respecto del varón. En esta hora urge escuchar el clamor tantas veces silenciado, de mujeres que son sometidas a muchas formas de exclusión, y a violencia en todas sus formas, en todas las etapas de sus vidas, en particular, las mujeres pobres, indígenas, afroamericanas, que han sufrido una triple marginación. Me produjo sorpresa y alegría, esta palabra URGE. Urge que todas las mujeres puedan participar plenamente en la vida familiar, económica, cultural y eclesial, en crear espacios y estructuras que favorezcan su mayor inclusión. En el documento Aparecida se reconoce que las mujeres constituyen en general la mayoría de nuestras comunidades cristianas. Son las primeras transmisoras de la fe, y son colaboradoras de los pastores, quienes, dice el texto (455), deben atenderlas, valorarlas y respetarlas. Un aspecto que me parece importante subrayar, en esta lectura con el sesgo de las mujeres co-responsables, de las mujeres en diálogo, es el efecto que esta perspectiva puede traer sobre la identidad del varón. Dice el numeral 449 que el hombre se siente invitado a formar una familia, motivado por la hermosa realidad del amor. Y que allí en una disposición de complementariedad, vive y valoriza para la plenitud de su vida, la insustituible riqueza del aporte de la mujer, que le permite reconocer más nítidamente su propia identidad. Todas las auténticas transformaciones se forjan en el corazón de las personas e irradian en todas las dimensiones de la existencia y convivencia. No hay nuevas estructuras si no hay hombres nuevos y mujeres nuevas que movilicen y hagan converger en los pueblos ideales y poderosas energías morales y religiosas. Varones y mujeres, mujeres y varones, tienen que ir al encuentro de los pobres y los que sufren y deben crear estructuras justas, que es una condición sin la cual no es posible un orden en la sociedad. Tales estructuras justas, nacen y funcionan cuando la sociedad percibe que hombre y mujer, creados a imagen y semejanza de Dios, poseen una actividad inviolable, al servicio de la cual se conciben e implementan los valores fundamentales que rigen la convivencia humana (537).
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Conclusiones Primero es bueno tener en cuenta, en un contexto interreligioso, que las grandes religiones muestran caminos para salir de la cárcel a las mujeres, pero que al mismo tiempo tienen mecanismos para introducirlas en las más poderosas mazmorras. Depende de muchos factores, de que nuestro viaje como mujeres sea de entrada o de salida; así nos advierte una centinela en las sombras de la noche. Creo que las mujeres han realizado cuatro adquisiciones en su proceso, en su caminar por este contexto latinoamericano; adquisiciones que son temporales, no definitivas, porque tenemos muchas urgencias todavía. Una primera adquisición es la experiencia de reconocernos como hijas amadas de Dios, a imagen suya, salvadas gratuitamente, sin mayores condiciones. Aquella adquisición nos libera del lastre de sentirnos hijas de Eva, con el estigma impuesto de que seamos indignas, impuras, inferiores y tentadoras. Una segunda adquisición, la lectura de la palabra de Dios en clave de encuentro, va estructurando toda nuestra vida personal y comunitaria. Una tercera conquista son las redes de mujeres, que se van dando las manos unas a otras, mujeres de distintos credos religiosos, de distintas iglesias, de distintos grupos, que no reconocen que pertenecen a una iglesia, pero que se sienten unidas por el Espíritu. Las redes de mujeres que se dan las manos unas a otras, a través del tiempo, van rompiendo fronteras y conforman un acontecimiento novedoso en América Latina y El Caribe. Mencionamos, como adquisición final, la comprensión y vivencia de la espiritualidad como un compromiso libre y auténtico con las personas más débiles; compromiso libre y auténtico en el que las mujeres también crecen y en que aumentan su libertad. Tenemos entonces una relación, un hilo conductor, un percance mutuo, de tres términos: mujeres, espiritualidad y liberación. No se puede parar esta corriente que parece que está presente en todas las grandes religiones. El documento de Aparecida asomó de manera discreta, pero real, esta corriente que aparece también viva y fecunda en las iglesias de América Latina y El Caribe. Para finalizar quiero mencionar las acciones pastorales que el documento conclusivo (458) propone con relación a las mujeres. Quiere impulsar la
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organización de la pastoral de manera que ayude a cada mujer a descubrirse y desarrollarse, y a que promueva el protagonismo de las mujeres. Una segunda acción debería consistir en garantizar la efectiva presencia de la mujer en los ministerios que en la iglesia son confiados a los laicos, así como en las instancias de planificación y decisión pastorales. Y se recomienda que la iglesia acompañe a las asociaciones femeninas que luchan por superar situaciones difíciles de vulnerabilidad o de exclusión. No es todo lo que se puede desear al interior de la iglesia, pero es importante, esta preocupación de considerar a las mujeres y de incluirles en los ministerios.
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El cuidado de la creación en Aparecida Pedro Hughes Teólogo, Instituto Bartolomé de las Casas, Lima, Perú.
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a crisis actual del ambiente y la situación precaria del planeta, debidas al proceso acelerado del calentamiento global, se han convertido hoy en un tema moral para la humanidad. Nuestra civilización no vive en armonía con el orden natural. La relación es agresiva, destructiva y se encamina a consecuencias inimaginables si el proceso actual no es frenado. La prestigiosa organización científica, el Panel Internacional sobre Calentamiento Global (IPCC), declara que se dispone de 15 a 20 años para poder frenar el proceso actual de las emisiones de dióxido de carbono en el atmósfera y evitar el acercamiento al punto de no retorno (Tipping Point) de los efectos desastrosos de los deshielos en ambos polos del planeta, el Ártico y el Antártico. “Ya no tenemos el lujo de no actuar”, declara Al Gore en el documental Una verdad incómoda. Para muchos es el problema más serio que afecta la humanidad y la Tierra. Exige una respuesta global decisiva, inmediata y eficaz. Con justa razón, los obispos en Aparecida presentan el problema como de primer importancia para la Iglesia y la conciencia cristiana. Desde la perspectiva de la fe, la creación es a la vez don de Dios y responsabilidad humana. Por lo tanto, contemplar la creación invita una actitud de dar gracias al Creador y asumir responsabilidad de cuidar el don que recibimos. Este aprecio de la creación es expresado en Aparecida como
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el reflejo de la sabiduría y la belleza del Logos creador (470). La visión cristiana está anclada en el vínculo entre el mundo creado y el Dios creador y providente; es expresión, lenguaje, el soplo que revela y recuerda al Creador. Hablar de la creación como reflejo de la sabiduría y la belleza de Dios es un llamado a contemplar el orden natural como una obra que continúa, un proceso dinámico, siempre nuevo. La ciencia y la espiritualidad se abrazan, se enriquecen. Los obispos afirman que la creación es nuestra Casa Común, es el espacio donde Dios realiza su alianza con la humanidad. Hay una relación intrínseca, trinitaria entre Dios, el orden natural y la responsabilidad de los humanos. Los Salmos cantan las alabanzas a este Dios que crea la maravillas, la tierra, el sol, la luna y las estrellas, el Dios creador y al Dios que sacó de Israel a su pueblo con mano fuerte y tenso brazo, el Dios que libera (Sal 136,4-12). Cuidar la creación, proteger la casa común de todos implica una relación racional y armónica con la naturaleza, enraizada en la justa distribución de los bienes de la tierra en beneficio de todos, con atención especial para los pobres, los débiles de la familia humana. La ecología y la economía se entrelazan. La defensa del ambiente, no puede separarse del tema de la justicia, de la necesidad de un orden económico, político y social que garantice condiciones de vida humanas para todos. El Dios providente creador es el mismo Dios que libera de la destrucción de la muerte. Los pueblos indígenas del continente perciben la naturaleza como una herencia gratuita (471), el continente posee una de las mayores biodiversidades del planeta y una rica socio diversidad representada por sus pueblos y culturas (83). Sin embargo somos testigos de cómo esta herencia gratuita se convierte ahora en herencia frágil frente la invasión de los intereses económicos poderosos que explotan los recursos naturales de una forma irracional y rapaz. El modelo de desarrollo económico no es sostenible. La riqueza natural de América Latina y El Caribe experimenta hoy una explotación irracional que va dejando una estela de dilapidación, e incluso la muerta, por toda nuestra región (473), pone en peligro la vida de millones de personas y en especial el hábitat de los campesinos e indígenas, una ofensa al Creador, un atentado en definitiva contra la misma vida (125).
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Desde la perspectiva de la fe, el planeta herido actual es expresión de pecado social. Los obispos repiten de nuevo uno de los grandes temas que han marcado el camino de la Iglesia de América Latina desde Medellín: la denuncia de estructuras económicas injustas, como violencia institucional que no permite condiciones de vida humana para las mayorías. La fidelidad al Evangelio, acoger el don del Reino anunciado por Jesús nos invitan optar por los pobres, asumir su causa para construir una sociedad justa. Cabe recordar que el mandato bíblico de Génesis, “cultivar y cuidar la tierra” (Gn 2,15) fue trágicamente tergiversada en una interpretación negativa y destructiva de “dominar” la tierra sin sentido de responsabilidad de los límites y fragilidad de la misma naturaleza. La civilización actual, producto de la ilustración y la industrialización abandonó el cuidado de la creación en favor de una relación agresora y destructiva. Hoy tomamos conciencia de esta separación entre el hombre y el orden natural. Urge emprender el camino de la reconciliación, la reintegración y el respeto por la tierra para implementar el sentido auténtico del señorío encomendado por el Creador al hombre. Los obispos hacen una llamada precisa a los cristianos para asumir su responsabilidad frente la creación: debemos contemplarla, cuidarla y usarla (125). La tierra es la matriz de la vida para todos. Alabar a Dios significa poner coto a la depredación irracional de los bosques, especialmente de la Amazonia; de los deshielos de la Antártida y los Andes y los efectos desastrosos que esto tendrá dentro de pocas décadas (87). La Iglesia tiene la responsabilidad de levantar la voz profética frente esta situación para ser fiel a su identidad, abogada de los pobres y de la justicia, frenar la destrucción del orden natural, defender los derechos de los pobres y proclamar el destino universal de los bienes de la tierra en contra de los abusos y atropellos.
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3 PARTE
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Comunicaci贸n y espiritualidad
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Una espiritualidad liberadora no puede ser tal si no incorpora a su acción una ética de la alteridad, aquella de la lógica de la proximidad que implica el respeto del diferente, la práctica del mestizaje, la actitud de la acogida, la comunicación interactiva, el diálogo interreligioso, pero sobretodo el reconocimiento de las alteridades negadas, silenciadas. Rolando Pérez
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Ética y espiritualidad en las fronteras de la comunicación actual Rolando Pérez Comunicador peruano, Asociación Mundial para la Comunicación Cristiana, WACC.
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ensar la comunicación desde una espiritualidad encarnada en nuestra “latinoamericanidad” es, sin duda, encontrarnos con enormes desafíos éticos que continúan interpelando nuestra misión profética, así como nuestro quehacer y que-pensar pastoral. Leyendo la información de los medios y acercándome a la gente en estos días que he retornado al Perú, puedo percibir dos aspectos que merecen ser tomados en cuenta para nuestro análisis. Por un lado, las relaciones entre los/as ciudadanos/as y el liderazgo político sigue marcada por la desconfianza; y por otro lado, las brechas de desigualdad económica, social y cultural se extienden cada vez más. Ambos rasgos constituyen evidentes barreras que no permiten construir una sociedad éticamente saludable. Quisiera pensar con ustedes en dos de las fronteras éticas en donde la comunicación puede o debe jugar un rol crucial en nuestro tiempo en América Latina. La recuperación de la memoria —que está ligada al tema de la reconciliación y las reparaciones concretas y simbólicas—, y nuestra incidencia profética en la esfera pública.
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En nuestras mentes y en nuestros sentimientos están presentes —como expresa bien la teóloga centroamericana Violeta Rocha— las imágenes de un pasado muy cercano con sus danzas de dolor y de odio, lutos y tristezas. La guerra nos envolvió a todos y todas con su manto de sangre, llantos, violaciones, que hacen que sigamos lidiando con el difícil camino de la reconciliación y la paz. Lo que da cuenta nuestra historia latinoamericana son partes de guerra con sabores amargos; pero, por otro lado, hay signos visibles de que anhelamos tercamente vivir en paz. En medio de las insensibilidades, desmemorias y atropellos de aquellos que administran la política formal, hay gestos ciudadanos que buscan mantener viva nuestras memorias. Mientras las heridas del pasando no terminan de cerrarse, asistimos al mismo tiempo a la emergencia de un proceso de otras violencias estructurales no menos peligrosas e inhumanas que cobran víctimas en el diario vivir de la ciudadanía y que nos introduce en otras crisis. He tenido sentimientos encontrados en estos días al retornar al Perú, porque me encuentro con un escenario político y social en donde el respeto a los Derechos Humanos no logra aún conciliar con la cultura democrática. Desde sectores influyentes del gobierno se concibe la opinión discordante como un factor desestabilizador; la movilización social y la protesta es vista como una amenaza al sistema democrático, y lo que es más doloroso, las víctimas de la violencia política siguen esperando no sólo gestos de perdón, sino señales de una verdadera reparación, es decir el encuentro con una real reconciliación, una verdadera construcción de la paz y afirmación de la justicia. Precisamente, un hecho que ha vuelto a conmovernos a los peruanos es un reciente hallazgo de las horrendas huellas de la guerra. Cerca de 60 restos óseos de mujeres, varones, niños y niñas de diversas edades se han encontrando en el proceso de exhumación que se viene realizando en la fosa común más grande del Perú, la primera de cinco por exhumar, ubicada en la comunidad de Putis, altura de Huanta, Ayacucho, donde estarían enterrados aproximadamente 126 personas. La primera fosa en proceso de exhumación presenta restos desordenados unos sobre otros, es decir entremezclados que dificultan su levantamiento, además por su poca profundidad y la presencia de restos incompletos
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hace presumir que fueron profanados… Lo que llama la atención es la presencia de restos de niños y niñas entre las edades de 6-12 años, al igual que objetos asociados como anillos y ganchos de mujeres y proyectiles de armas de fuego alojados entre las ropas… Testimonios recogidos entre los familiares que esperan después de 24 años recuperar los restos de sus víctimas brutalmente asesinadas por las fuerzas militares dan cuenta del terrible sufrimiento que ellos viven aún y el deseo que tienen dar un entierro digno a sus seres queridos y lograr justicia de parte de las autoridades. Hechos como lo redescubierto en la comunidad de Putis nos vuelven a recordar que aquellas heridas que la violencia, o el racismo, el autoritarismo ha generado, continúan abiertas, y que la reconciliación y la tarea por mantener viva nuestra memoria colectiva es aún una tarea pendiente. El hallazgo de Putis nos ha vuelto a recordar que las víctimas aun están allí, olvidadas, empobrecidas, excluidas. Las imágenes nos vuelven a mostrar aquellos rostros que claman cada día por una sociedad que no siga dándoles la espalda, por una Iglesia más sensible al dolor humano, menos desmemoriada, que no renuncie a su misión profética, y que exprese una espiritualidad basada en la compasión y la justicia. Nuestras intensas luchas de estos años por la recuperación de la democracia y contra la violación de los derechos humanos en el Perú; los anhelos del fin de la violencia en Colombia; la aún esperanza por una verdadera paz que anhelan nuestros hermanos y hermanas en Centroamérica; la afirmación de una democracia que elimine las desigualdades en Bolivia, nos muestran un escenario desafiante para la misión de los comunicadores cristianos aquí y ahora. Pero, al mismo tiempo, en medio de esta tierra golpeada y convulsionada, encontramos rostros, rastros e historias de los ciudadanos y ciudadanas de a pie quedan cuenta que nuestra gente se resiste cada día a vivir en un mudo deshumanizado y excluyente, a ser cómplices de un sistema que intenta cada día asesinar nuestra memoria colectiva, y por lo tanto, reprimir el testimonio de las víctimas, y anular la posibilidad de que el conocimiento del sufrimiento y la injusticia mueva a los ciudadanos a reaccionar frente al atropello. El ejercicio de mantener viva nuestra memoria colectiva es hoy uno de los ejes centrales de nuestro quehacer comunicacional. Una pastoral de
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la comunicación que se afirme desde una perspectiva profética de la espiritualidad no puede soslayar la importancia de construir una ciudadanía viva, activa y crítica, que es capaz de mantener vivo el pasado en el tiempo presente. En este contexto que la memoria colectiva recupera el sentido comunitario, y por lo tanto comunicacional de la experiencia ciudadana, porque la experiencia del pasado aun cuando no nos tocó directamente podemos sentirla como nuestra, en tanto que el dolor y la alegría del otro y la otra me implica. Sólo desde esta perspectiva es posible construir una ética comunitaria que se afirme en la humanización de nuestras relaciones. Precisamente, como sostiene Cecilia Tovar, la ética surge como indignación ante todo aquello que deshumaniza a las personas, y su exigencia fundamental es la humanización de la vida y de la historia. Este carácter humano y comunitario de la ética es el que permite que en ella podamos coincidir creyentes y los que a veces solemos llamar “no creyentes”, ya que nuestra implicación ciudadana nos compromete con las mismas obligaciones éticas y morales básicas. Esto nos recuerda que una espiritualidad liberadora no puede ser tal sino incorpora a su acción una ética de la alteridad, aquella de la lógica de la proximidad que implica el respeto del diferente, la actitud de la acogida, la comunicación interactiva, el dialogo interreligioso, pero sobretodo el reconocimiento de las alteridades negadas, silenciadas y oprimidas. En otras palabras, significa celebrar y disfrutar de la diferencia en el contexto de la comunidad plural. El encuentro con las alteridades negadas es posible observar en muchos pasajes de la vida de Jesús. Por ejemplo, en la parábola del Buen samaritano, Jesús pone a un heterodoxo como ejemplo a imitar por su acogida de una persona maltratada. El mismo mensaje se traduce en su encuentro con la Samaritana que, además de ser mujer, pertenecía a una tradición cultural y a un credo religioso distintos al suyo. El imperativo ético aquí es: reconoce, respeta, valora y acoge al otro, a la otra, como diferentes, porque la diferencia enriquece nuestra espiritualidad. Esta perspectiva nos invita a cultivar y producir nuevas formas de espiritualidad. Gustavo Gutiérrez describe en Beber de su propio pozo, el crisol de espiritualidades que han surgido en América Latina, así como los principios supremos de esta espiritualidad que habían acompañado las luchas de los pueblos. En el corazón de esta espiritualidad está la gratuidad del amor de Dios, que
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hemos recibido y queremos compartir con otros. Planteada desde esta perspectiva, la espiritualidad es una aventura comunitaria, es decir es el paso de un pueblo que hace su propio camino en seguimiento de Jesucristo a través de la soledad y amenazas del desierto. Esta experiencia espiritual es precisamente el pozo del que tenemos que beber, sostiene Gutiérrez. Esta reflexión, nos interpela sobre un aspecto en el que desde la comunicación podemos contribuir, y tiene que ver con el hecho de construir puentes para aprender a caminar con otros en la tarea de hacer visible nuestro andar en el Espíritu junto y con los excluidos y excluidas de la sociedad. Precisamente, esta dimensión de la otredad en la comunicación cristiana nos recuerda que no podemos caminar solos en nuestras aventuras proféticas. “No podemos embarcarnos solos en los esfuerzos de aportar y de apostar por un mundo más justo y más humano. Otros y otras trabajan desde otros lugares y con ellos y ellas podemos hacer camino para que la palabra sea de todos y que la reconciliación sea esperanza cercana, y alcancemos a ser partícipes del contenido esencial del evangelio: La encarnación de la Palabra entre nosotros/as para reconciliar el mundo y devolver a cada quien el significado de la libertad plena”. En términos prácticos, considero que hay por lo menos dos aportes que podríamos hacer desde la comunicación: a. Ayudar a reconstruir nuestra memoria: recuperando los relatos de vida El escritor uruguayo Eduardo Galeano sostiene que hay un vacío en la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Dice él que necesitamos colocar un artículo más en esta Declaración, y es el “Derecho a recordar”. Precisamente, en una sociedad fragmentada como la nuestra, de muchos acontecimientos fugaces, relatados por los medios a modo de vídeoclip, rápidamente olvidamos las historias que nos recuerdan no solo los hechos desagradables, sino también aquellas acciones comunitarias o ciudadanas que han transformado la muerte en vida, y la violencia en signos de paz.
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Esto me hace recordar, por ejemplo, a los familiares de los encarcelados, a las madres y esposas tocando las puertas de las iglesias, los medios y las instituciones defensoras de los Derechos Humanos, o gritando en la plaza pública por la libertad y la vida de algún ser querido. Pero, también pienso en la labor de muchas congregaciones cristianas que están involucradas aún en esfuerzos de solidaridad a favor de los más débiles o excluidos de la sociedad. Son gestos, muchas veces pequeños pero de mucha profundidad ética y de mucho valor profético. Pero, necesitamos trabajar desde la comunicación para que estas experiencias, estos relatos sean visibilizados, narrados pedagógicamente, de modo tal que puedan generar nuevas solidaridades, nuevas esperanzas, nuevas resistencias, nuevos compromisos, es decir que nos inviten a pensar y creer que otro mundo es posible. De lo que se trata es de recuperar las experiencias vividas, a fin de que nos ayuden a construir esfuerzos solidarios activos y resistencias pacíficas que generen transformaciones. Estos relatos deben ser construidos ligando las biografías personales con la vida social, de modo que nos permitan reconocer no sólo las diversas formas como se expresa la violencia, sino también las posibilidades de fundar una nueva ética de la convivencia y el ejercicio de la vida en comunidad. En esta misma línea, es importante que nuestros proyectos de comunicación puedan establecer conexiones entre las experiencias vividas en el presente, con aquellos relatos de nuestra memoria histórica, pero también con las utopías de vida, que son aquellas esperanzas viables que nos permiten soñar con un mundo nuevo, con una comunidad que dignifique la vida humana. De igual modo, necesitamos conectar las experiencias personales vividas en comunidades pequeñas con las comunidades o redes más amplias, a fin de integrarlas a las transformaciones más estructurales de la sociedad. Este enfoque de la narratividad, es decir del modo cómo contamos las experiencias de la gente, da cuenta del modo cómo queremos anunciar las Buenas nuevas del Reino de Dios y qué tipo de incidencia queremos producir en la gente, en los líderes, en la opinión pública. Nuestra apuesta debe ser la de hacer que las historias que narramos produzcan no solo indignación, sino también esperanza y solidaridad.
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b. Construir comunidades de confianza En un contexto marcado por la intolerancia, el racismo, la falta de respeto a los derechos esenciales, necesitamos construir comunidades de confianza o hacer de nuestras comunidades espacios en donde la gente sienta que es reconocida y valorada. En ese sentido, necesitamos trabajar desde aquellas comunidades ya constituidas, como la familia, las iglesias, el barrio, la escuela, a fin de recuperar las afectividades personales, cultivar los lazos de solidaridad, hacer del encuentro humano una experiencia de sanidad emocional. Solo así construiremos una gran red humana de solidaridad que poco a poco levante comunidades nuevas que sean capaces de convertir la palabra, el canto en experiencias concretas de reconciliación y de paz. Estuve recordando en estos días mi experiencia en el trabajo pastoral con los encarcelados. Muchos de los inocentes que fueron encarcelados acusados por terrorismo fundaban en la prisión verdaderas comunidades de fe. Católicos y protestantes se reunían para cantar, orar y leer la Escritura. Este espacio era para ellos un lugar no solo de encuentro con Dios, sino también de encuentro con el otro, en donde disfrutaban de la gracia de ser comunidad en medio del sufrimiento de la prisión. Paradójicamente, cuando recobraban la libertad e intentaban incorporarse a las comunidades cristianas a las que antes pertenecían, se encontraban con iglesias emocionalmente frías, con marcados rasgos de individualismos y con una ritualidad que no daba lugar al abrazo o a la sonrisa o a la escucha. Muchos nos decían: “con una iglesia así, prefiero retornar a la prisión, porque allí sí que vivíamos un verdadero espíritu de hermandad y compañerismo”. Luis Jaime Cisneros hizo una brillante reflexión sobre la fe, en su discurso con motivo de la presentación de libro por los 80 años del Padre Gustavo Gutiérrez. Su reflexión nos invitaba a evitar el aferrarnos a una fe accidental y transitoria, y nos planteó la necesidad de vivir una espiritualidad que recupere la dimensión terapéutica de la fe, es decir aquella que hace que los ciudadanos y ciudadanas encuentren en la comunidad cristiana solidaria el acto liberador de la amistad, que hace que la vida sea libre, bella y llena de esperanza. Nuestras apuestas políticas, nuestros proyectos liberadores en la perspectiva de caminar con las excluidas y
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excluidos de la sociedad no puede desconocer este aspecto que está en el corazón del acto comunicacional. El documento de Aparecida precisamente recupera este aspecto en el contexto de la opción preferencial por los pobres en América Latina, cuando plantea que “sólo la cercanía que nos hace amigos nos permite apreciar profundamente los valores de los pobres hoy, sus legítimos anhelos y su modo propio de vivir la fe. La opción preferencial por los pobre debe conducirnos a la amistad con los pobres”. Un segundo aspecto sobre el cual me gustaría pensar en términos de los desafíos éticos para la comunicación cristiana, es el de nuestras incidencias en la esfera pública, es decir la manera cómo visibilizamos la voz y los rostros de los excluidos y excluidas del continente. Esto está muy relacionado con la necesidad de vincular nuestra espiritualidad con la ética pública, con nuestra responsabilidad ciudadana. Los/as comunicadores/as cristianos/as podemos hacer un valioso aporte al tema de conectar la ética pública con la ética privada, así como las responsabilidades cívicas a nivel de lo personal y lo colectivo. Porque lo que nos interesa es cómo cambiamos la vida en su integralidad. No es posible crear ciudadanía y participación si existe un divorcio entre lo público y lo privado de nuestra experiencia cotidiana. Este sería el lugar de intersección básico para recrear esa coherencia de vida que esté en condiciones de transformar las inequidades y desigualdades, así como de eliminar la exclusión y la discriminación en la experiencia de la convivencia comunitaria. Un interesante estudio desarrollado en Chile sobre las percepciones de la gente respecto a los cambios sociales, da cuenta de lo siguiente: Las personas tienden a expresar aspiraciones referidas a sí mismas o su familia. Afloran deseos de promoción social, de superación personal, de poder “ser sí mismo” y tener una vida espiritual más plena. Concordante con tales anhelos de bienestar y búsquedas de sentido, Chile conoce un auge de las terapias, de diversos grupos de apoyo y de manifestaciones masivas de espiritualidad religiosa (tanto católica como evangélica). Ya no se trata de “cambiar el mundo” como en los años sesenta, sino de “cambiar de vida”, sea porque es lo más significativo, sea que parece ser
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lo único que se puede cambiar. Dichas aspiraciones frecuentemente son enunciadas a partir de la queja; hay un sentimiento de carencia que duda poder ser satisfecho. La carencia se expresa, en parte, como resignación; es mediante la constatación de la discriminación y la exclusión que se vislumbra el sueño de bienestar. Por otra parte, prevalecen manifestaciones de desencanto; las experiencias de vacío y saciedad parecen no poder ser superadas en el futuro previsible. En esa línea la espiritualidad puede jugar un papel importante pues funciona de camino y conexión entre la ética personal y la pública. Lamentablemente muchas iglesias y religiones han priorizado una sobre otra o han tendido a separarlas. Lo cierto es que cuando hoy hablamos de la afirmación de la ética ciudadana implica pensar en la tarea de reconstrucción de ese sujeto dividido. Sobre este punto, es importante destacar que los medios de comunicación alternativos, especialmente desde la radio, están jugando un rol importantísimo en la tarea de conectar en la experiencia ciudadana el mundo personal y las dimensiones de la vida colectiva. Las redes de comunicación a las que están incorporadas nuestras radios cristianas han tenido un proceso pedagógicamente valioso en los últimos años en términos de valorar sus voces, sus formas de contar sus historias. Sin embargo, el discurso religioso de nuestras radios aun tiene marcadas debilidades en cuanto a la necesidad de conectar las búsquedas espirituales personales con los anhelos colectivos por una sociedad diferente. Muchas veces el propio discurso litúrgico y los rituales propiamente religiosos están desconectados del mundo real y cotidiano de los y las creyentes. Por el lado de los grandes medios de comunicación, observamos aún inmensas barreras para potenciar el valor pedagógico de la palabra. La sobreexposición de las imágenes, la cultura de la publicidad ha puesto en escena el discurso de la vida cotidiana asociándolo con el espectáculo, con la frivolidad, o con la confrontación. Pero, por otro lado, muchas campañas ciudadanas que nuestros movimientos y redes han desarrollado, dan cuenta que a pesar de estas barreras es posible entrar creativa y estratégicamente al espacio mediático comercial.
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En este contexto, los medios alternativos siguen y seguirán siendo espacios válidos y necesarios para empoderar a los excluidos y excluidas de la sociedad, pero necesitamos incidir en la agenda pública que se construye desde los grandes medios masivos, porque “es necesario, no sólo encontrar el modo de garantizar a los sectores más débiles de la sociedad el acceso a la información que necesitan, sino también asegurar que no sean excluidos de un papel efectivo, significativo y responsable en la toma de decisiones sobre los contenidos de los medios, y en la determinación de las estructuras y líneas de conducta de las comunicaciones sociales”. Esto está vinculado con aquella perspectiva de que necesitamos construir un discurso público alternativo, pero no marginal, que comunique una ética nueva en una sociedad fragmentada y violentada por los discursos dogmáticos, autoritarios e intolerantes. Necesitamos construir un discurso que convoque al diálogo inter-cultural e inter-religioso, a la complicidad con el bien común, una palabra que con coherencia ética y con autoridad moral interpele a las autoridades, pero también a los ciudadanos y ciudadanas, a fin de generar resistencias democráticas y creativas frente a las injusticias, al atropello de la dignidad humana. De lo que se trata es de promover y construir ciudadanía activa, que se sostiene en la idea de pertenencia, vinculación y membresía a una determinada comunidad política entre cuyos miembros se establecen relaciones de interdependencia, responsabilidad, solidaridad y lealtad. Esta es una noción integradora, porque vincula las expectativas individuales con las demandas sociales, el quehacer colectivo con las lógicas subjetivas de la intervención ciudadana. En ese sentido, necesitamos generar estrategias creativas para romper con la cultura de la exclusión que los medios masivos legitiman cotidianamente. Esto significa crear puentes y relaciones con los medios que legitiman la agenda pública, a fin de que la voz o la opinión de los ciudadanos y ciudadanas, especialmente de aquellos excluidos por el sistema sea valorada e incorporada al debate. Esto significa, en muchos casos, repensar nuestras estrategias de relación, construir nuevos códigos de comunicación así como nuevas maneras de leer la realidad, acompañar a los líderes de opinión que surgen de las iglesias y movimientos cristianos. Pero, estas estrategias corresponden a una dimensión de
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nuestra acción profético-comunicacional en la sociedad que tiene que ver con el hecho de ser y estar significativamente en el mundo, que implica hablar de presencia, incidencia, relación, y capacidades de interlocución, con la gente, con los líderes de opinión, con los actores de los medios, con el estado, con las organizaciones de la sociedad civil. El llamado de la evangelización es a anunciar la Buena Nueva en el mundo, no desde la perspectiva del predicador tradicional de púlpito, sino desde la perspectiva de la incidencia en la plaza pública, en los “ágoras” de este tiempo. En esta línea, y citando al filósofo francés, Olivier Abel, Violeta Rocha nos propone sostener nuestro quehacer comunicacional sobre la base una ética interrogativa, que sea capaz de colocar la responsabilidad delante de preguntas, de interrogantes y de colocar la convicción frente a la necesaria pluralidad de respuestas posibles. En ese sentido, los comunicadores y comunicadoras cristianas debemos aprender no sólo a problematizar las situaciones sino también a interpretarlas e interrogarlas. Hoy, se hace necesario plantearnos nuevas preguntas: ¿Cómo interpretar los discursos, cómo analizarlos? ¿Cómo comprender los tiempos? ¿Dónde ubicar nuestras utopías? ¿Dónde nos situamos en este momento de nuestra historia? ¿De qué están hechos nuestros relatos de espiritualidad? ¿Quienes realmente nos escuchan, nos ven o nos leen? ¿Cómo nos ubicamos en medio de los gestores de las creencias? Recojo aquí las preguntas que la revista Signos levanta a modo de reflexiones a propósito del encuentro de los Obispos católicos latinoamericanos en Aparecida, Brasil, porque creo que siguen siendo vigentes. Como cristianos, ¿estamos siendo significativos para la inmensa mayoría de pobres excluidos de nuestros países? ¿Estamos siendo significativos para los jóvenes inmersos en un mundo vertiginoso de cambios tecnológicos y culturales? ¿Estamos siendo significativos para las culturas indígenas emergentes, pero con mayor identidad y exigencias? ¿Estamos siendo significativos para los luchadores por una economía solidaria, por una democracia no excluyente, por una sociedad internacional en verdadera justicia? De la respuesta a este tipo de preguntas depende el futuro de nuestras iglesias.
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Quizás podríamos agregar una pregunta más: ¿Cuánto ha sido renovado nuestro diagnóstico para reconocer los rostros y voces de los excluidas y excluidas de este tiempo? Esto implica volver nuestra mirada hacia la gente, para reconocer sus espacios, sus rituales, sus medios, sus miedos, sus sueños, sus alegrías. Muchas veces nuestras estrategias de evangelización, de misión, de comunicación se construyen hoy sobre las lógicas y presupuestos del ayer. Por ello, se hace sumamente necesario conocer y comprender el mundo actual desde los modos cómo la gente produce, consume y sueña. Estas preguntas e interpelaciones a nuestro quehacer comunicacional, en tanto misioneros en esta nuestra tierra latinoamericana, nos desafían a pensar en los nuevos sentidos y estrategias para nuestro quehacer pastoral. En sentido, podemos rescatar aquí lo planteado por Luis Ignacio Sierra, en el sentido que desde una perspectiva comunicacional y Latinoamericana, hacer teología, hacer misión o ejercer la pastoral implica: • Sentirnos interpelados por el clamor que brota de las mayorías que sufren pobreza, desplazamiento, violencia, terror, intolerancia racial, por todas aquellas organizaciones populares que reclaman un interlocutor democrático que les escuche y valore en su dignidad de hijos de Dios. • Leer e interpretar en clave de fe salvífica y liberadora, en clave de comunión participante, la multiplicidad de signos, símbolos y significaciones culturales en todos sus matices y descubrir allí la voz, la imagen, el rostro y el mensaje de la trinidad divina. • Alentar y estimular las pequeñas y grandes experiencias de interlocución, dialogo y participación que se vive sin estridencias en el seno familiar y otras instancias de la vida cotidiana. • Reconocer en la producción, circulación y recepción de innumerables mensajes el sentido de la vida joven que renace en las nuevas generaciones. • Aprovechar las nuevas mediaciones que pone a nuestro alcance la tecnología de la información, para empoderar a los desempoderados. • Compartir significación, sentido y creencias en medio del rico mestizaje de nuestras culturas.
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Finalmente, es importante notar que cuando hablamos de la comunicación como liberación, como sostiene Violeta Rocha, estamos afirmando una calidad de la espiritualidad de esta comunicación, para la libertad, para la liberación de tantas situaciones que todavía hacen posible las realidades de víctimas y victimarios. En ese sentido, la tarea de los comunicadores cristianos de este tiempo es la de fortalecer los espacios de mediación, abrir las ventanas masivas de comunicación, re-crear las comunidades de comunicación que ayuden a no dejar en el olvido a las víctimas de estos pueblos crucificados, a evitar la complicidad con el encubrimiento de aquellas realidades de muerte y de silencio. La apuesta por una pastoral de la comunicación tiene que partir por aquella premisa que asume que para comunicar primero hay que escuchar, ver, sentir, palpar, gustar. Estamos hablando de una comunicación senti-pensante, el de los sentidos y del intelecto que nos recuerda que la opción por los y las más desfavorecidos/as tiene que ver no solo con las grandes luchas para eliminar las causas estructurales de la pobreza, sino también con aquella dimensión del acompañamiento al excluido y la excluida en su caminar. El evangelio de Mateo nos lo recuerda: “El rey les contestará: Les aseguro que todo lo que hicieron por uno de estos hermanos míos más humildes, por mí mismo lo hicieron” (Mateo 25,40). Quisiera terminar con un hermoso verso escrito por el Obispo metodista Federico Pagura y que ha sido incorporado en el libro editado en homenaje por los 80 años del padre Gustavo Gutiérrez: Hoy se confunden los siglos en un encuentro frontal siglos que mueren de viejos y uno que empieza a rodar del pasado sopla un viento que es destructivo y letal, pero también los clamores por más justicia y por paz ¡Vamos a andar, vamos a andar
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hijas con hijos del cielo busquemos la paz! Las iglesias son sepulcros si no proclaman la verdad, si no cierran las heridas y si no enseñan a andar. las iglesias son paganas si no denuncian el mal del “imperio” y del tugurio, que destruyen por igual.
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Desafío para los comunicadores cristianos en momentos de cambio de época y de globalización de la economía Juan Luis Ysern de Arce Obispo emérito de Ancud, Chile, y presidente honorario de OCLACC.
1. Introducción ara entrar en el desarrollo del presente tema vamos a considerar como eje central la comunicación, que la entendemos como camino para la comunión. La comunicación así comprendida es una dimensión de la vida que debe llevar a cabo cada persona y que para los cristianos constituye la respuesta a la invitación que Dios nos hace para vivir el encuentro con Él a quien experimentamos desde la fe como base, centro y cumbre de la comunión.
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Pero, al mismo tiempo vamos a reflexionar sobre el desafío que se nos presenta a todos, y de una forma especial a los comunicadores cristianos, para construir una convivencia armónica y solidaria en nuestros espacios concretos que están dentro de un mundo de globalización económica y en un tiempo de cambio de época con todo lo que ello conlleva. Para asumir desde la fe esta doble perspectiva, esto es, la “comunicación-comunión” y la del “mundo” hemos considerado conveniente tratar el tema poniendo nuestra mirada en la “Creación como signo de comunicación”.
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Toda persona humana está involucrada desde el fondo de su ser, lo quiera o no lo quiera, lo sepa o no lo sepa, en el campo de la comunicación. Es una dimensión de la vida como persona. Por ello, al entrar a este campo de la comunicación, no podemos quedarnos solamente con lo que atañe a los contenidos de la comunicación, sino que hemos de atender en forma muy especial a lo que concierne a la relación entre las personas. Al referirnos a la perspectiva cristiana debemos entender que el encuentro con Dios nos lleva al encuentro con los demás y, a su vez, la relación con los demás nos debe llevar al encuentro con Dios, pues el hombre es imagen de Dios y Dios es comunión. Desde la perspectiva cristiana miramos no solo a los cristianos, sino a la humanidad toda y a la creación entera. Perspectiva que los cristianos debemos hacer visible y palpable con nuestro modo de vida para manifestar a todos que el sentido profundo y definitivo de la vida está en Cristo con quien llegamos a las entrañas de Dios. 2. Nuestra perspectiva cristiana No es suficiente decir que nos colocamos en una perspectiva cristiana. Se pueden plantear muchas perspectivas cristianas que sean válidas. Desde cada una de ellas podemos enriquecernos mucho. Comenzaremos, por tanto, por exponer nuestra perspectiva. Creación como don Nuestro punto de partida lo encontramos en las primeras páginas de la Biblia, el momento de la creación. Se trata del hombre y la mujer hechos a imagen y semejanza de Dios. El hombre y la mujer que reciben toda la creación como regalo y que la tienen que dominar actuando a imagen de Dios. Es la humanidad entera quien está en esa comunidad, ese hombre y esa mujer de la primera página del Génesis. Hombre y mujer que se complementan mutuamente en una comunidad. Y para ver cómo actúa Dios, debemos entender la creación entera como signo de comunicación. Normalmente, cuando hablamos de la creación, nos fijamos en ella como expresión del poder infinito de Dios que hace todas las cosas de la nada. Es la obra del Dios Todopoderoso. Nadie puede
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decir que al reflexionar sobre el poder infinito de Dios estemos haciendo un planteamiento mal hecho. De ninguna manera. Pero al contemplar la creación, tal como nos la presentan la Sagradas Escrituras, es necesario llegar más allá. Todas las cosas son hechas por Dios como regalo para alguien. Así aparece de una forma muy clara en los relatos del Génesis a los que hacíamos referencia anteriormente. Ahora bien, el regalo es un signo con el que se expresa el corazón de quien regala. Es un signo que manifiesta la buena voluntad que tiene la persona que regala con relación a la persona hacia la que va dirigido el regalo. Es evidente que nos estamos refiriendo al regalo sincero, auténtico. No nos referimos a los regalos que se hacen por interés personal, para conquistarse algún beneficio, por quedar bien, salir del paso, etc. Sabemos todos que el regalo es un signo falseado con frecuencia. Pero aquí nos referimos al regalo auténtico. El regalo que se hace como obsequio libre para la otra persona, por buena voluntad hacia ella. Ciertamente, el regalo tendrá mayor densidad como regalo cuanto más contenido tenga de buena voluntad, es decir cuanto mayor sea el contenido de donación libremente hecha en bien del otro. Ese regalo es el que está mostrando el corazón bueno de quien regala. Lo más bonito del regalo auténtico no es el objeto, sino el mensaje que contiene, corazón de quien con el regalo se expresa. Quien se ha quedado deslumbrado con el objeto, simplemente, se ha quedado sin lo mejor del regalo. Se ha quedado con lo externo, con la envoltura, sin penetrar en el interior, donde está el verdadero contenido. Cuando se habla de regalo, todo el mundo tiene muy claro que no se trata de algo que hay que pagar a quien regala. Igualmente, todos entienden que quien regala no está pagando una deuda con el regalo. Puede ser que el valor del regalo corresponda al valor de una deuda, pero si con el regalo se pretende cancelar esa deuda, no se puede hablar de regalo. Se trataría de un deber de justicia, no de un regalo. El regalo es gracia, es expresión de gratuidad. Por eso mismo, la persona que da ese sentido a su regalo se siente ofendida si le pagan el valor del regalo. Con el pago se estaría expresando que no se ha entendido lo que el regalo significa, o que no se quiere aceptar esa relación de gratuidad. Lo adecuado es que a la gracia proveniente de la gratuidad del donante
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se responda con la gracia de la gratitud del que recibe. Ese encuentro de gracia que cada uno entrega desde su lado es la acción de gracias. Creación como encargo Según esto, decir: “gracias”, cuando reconocemos que se nos ha hecho, o se nos ha dado algo por buena voluntad, lleva consigo, no sólo el reconocimiento del sentido de gracia, por parte de quien regala, sino también debe significar el compromiso de entrar en esa dinámica de gracia, por parte de quien recibe el regalo. Decir “gracias” de verdad, no es una simple fórmula de buena educación. Es entrar en el camino de comunicación sincera en dirección hacia la comunión. La tarea del hombre y de la mujer es cultivar y cuidar lo que han recibido. Así han de dominar la tierra. Pero esto supone actuar a imagen de Dios. Para ello han de entrar en la dinámica de acción de gracias. Han de acoger el mundo y todas las cosas como regalo. Han de ver la creación como gracia de ese Dios creador que ama, y han de actuar como Él, regalando. Según esto no se trata solamente de establecer una relación con el Creador. Ciertamente hay que responder al Creador. Hay que darle gracias a Él. Pero lo que ahora queremos señalar es que actuar a semejanza de Dios lleva consigo también el relacionarse con los demás. Son sus imágenes. Se trata de acoger la gracia del Creador y con Él hacerse gracia para todos. El hombre y la mujer están creados para la alianza con Dios y con los demás. Las cosas y la naturaleza no sólo son signos de comunicación que nos expresan el amor de Dios hacia nosotros, sino que se nos entregan para que nosotros las usemos como signos de comunicación entre nosotros. Signos que expresen nuestra actitud de buen corazón hacia los demás, que amamos a todos, a quienes Dios ama. Signos de nuestra actuación a semejanza de Dios. Y esta es la forma de acoger el regalo de Dios. Es decir es la forma de entrar en la acción de gracias al Dios Creador. Entender así la dinámica de la creación es algo muy distinto a considerarse con autoridad para hacer lo que queramos con las cosas. Decir que la persona humana tiene la realeza sobre la creación y que tiene que dominar la tierra entera quiere decir que no puede dejarse esclavizar por
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las cosas, el dinero, etc., ni dejarse llevar por la ambición, el poder, el egoísmo. Tener la actitud de rey y señor es lo contrario a la actitud de esclavo. Quien sabe utilizar las cosas respetando el sentido que tienen, ése es el que sabe actuar como rey y señor de las cosas. Ése es el que actúa a semejanza de Dios. Al contrario, actuar como si las cosas fuesen de mi propiedad absoluta, además de alterar su sentido más profundo, me encadenan a ellas haciéndome esclavo. Por lo tanto, cuando se dice que la persona humana es dueña de todo, considerando que el dueño puede hacer con lo suyo lo que se le ocurra, sin tener que dar explicaciones a nadie, como se suele entender el derecho de propiedad, se está dando un sentido a las cosas muy lejos de lo que venimos diciendo como sentido de la creación. En el concepto bíblico de propiedad, el dueño de las cosas no es más que un administrador que tiene que dar cuenta sobre el correcto uso de ellas. Tener cosas es tener una responsabilidad muy especial sobre su uso, según lo requiere el amor a Dios y el amor al prójimo. Las consecuencias del mal uso de las cosas pueden ser muy graves. En vez de utilizar las cosas como signos de comunicación para construir una convivencia armónica, fraterna y solidaria, pueden convertirse en instrumentos de división y discordia, de modo que su uso se convierte en atropello y atentado contra la convivencia armónica... Es la torre de Babel, cada uno habla su idioma. Es la dispersión. La persona que actúa de esta forma no sólo atenta contra la convivencia armónica, sino que, siguiendo su camino de egoísmo, viene a cerrarse en su soledad, cuando en definitiva está hecha para la comunión, está hecha para amar, no para la soledad. Con eso, al seguir su actitud, va por el camino de su propia destrucción. Va hacia el fracaso. Tomar las cosas con otro sentido al señalado por el Creador es preferir el mal. Cuando alguien cambia el sentido que le corresponde a las cosas considera como bueno lo que es malo, prefiere el mal en lugar del bien. En el lenguaje del Paraíso Terrenal es “comer del árbol de la ciencia del bien y del mal”. Esto es actuar no a semejanza del Dios Creador, sino independizarse de Él, orientando todo desde sí mismo. Es una postura radicalmente falsa en cuanto que la criatura nunca puede entenderse en su ser mismo, sin dependencia del Creador. Es, además, un rechazo a la
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ley del amor que es la que está dando el sentido a la creación como signo de comunicación. El hombre y la mujer tienen libertad. Tienen facultad para “crear” sus decisiones. Son decisiones suyas. Tienen facultad de decidir libremente. Facultad incluso de poder decir “no” a Dios. Tienen poder para dar sentido. Lo que corresponde es actuar por decisión personal, libremente, a semejanza de Dios. De este modo, la persona humana actúa como co-creadora con Dios, usando todo como signo de comunicación en la misma dirección del Creador. La persona que actúa así, sabe respetar la ciencia del bien y del mal. Sabe reinar como corresponde a la creatura, de acuerdo al sentido profundo marcado en el interior de la creación. Con lo dicho, si miramos la realidad de nuestro mundo, podríamos quedar deprimidos; vemos un mundo en el que se destruye la naturaleza, no se respeta el medio ambiente, los pobres son muchos y la pobreza en algunos lugares es clamorosa mientras el poder de los poderosos es enorme y orientado hacia la defensa y acrecentamiento de sus propios intereses. Ante esto, el Plan del Creador, el proyecto de Paraíso Terrenal, nos parece una ingenuidad. Cristo, regalo que completa la creación Pero es necesario que veamos la Creación con mayor profundidad todavía. Vamos a entrar en la perspectiva propiamente cristiana. Para entender la Creación es necesario fijarnos en Cristo. Él es la cumbre de la Creación. Antes decíamos que Dios ha hecho todo para nosotros. Pero el regalo que se nos ha dado es mucho mayor de lo que a primera vista se puede entender. Digo esto porque “para nosotros no hay más que un solo Dios, el Padre, del cual proceden todas las cosas y para el cual somos; y un solo Señor, Jesucristo, por quien son todas las cosas y por el cual somos nosotros” (1Cor 8,6). La cumbre de la creación es Cristo resucitado. No vamos a hacer aquí un estudio de los preciosos textos de San Juan y de San Pablo para presentar a Cristo como principio y cumbre de creación. Basta el conocido texto de San Pablo a los colosenses, donde nos presenta la primacía de Cristo sobre toda la creación:
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Él es Imagen de Dios invisible, Primogénito de toda la creación, porque en Él fueron creadas todas las cosas: celestes y terrestres, visibles e invisibles, Tronos, Dominaciones, Principados, Potestades; todo fue creado por Él y para Él. (Col 1,15-20) Con este texto de la Sagrada Escritura tenemos materia para un tratado sobre la creación. Es tema de biblistas y teólogos. Sólo quiero hacer algunas referencias que considero convenientes para nuestro propósito de concretar la perspectiva cristiana con la que debemos actuar en el campo comunicacional. En Cristo Jesús tenemos ante nuestra vista a un hombre especial. Él es el Hijo de Dios. Es Creador con el Padre e igual que el Padre. Pero es también hombre como nosotros. El hombre fue hecho a “imagen de Dios”. Pero es en Cristo en quien encontramos la perfecta “Imagen de Dios”. Sin duda, Pilatos no podía entender con toda profundidad su propia expresión cuando, actuando como autoridad social, dijo: “Aquí está el hombre” (Jn 19,5). Aquí está el destinatario de toda la creación, todo fue creado por Él y para Él (Col 1,16). Cristo es quien ha respondido al Padre con toda perfección. Cristo es quien ha permanecido siempre en acción de gracias. Es Cristo el hombre que, al mismo tiempo que permanecía en acción de gracias, ha sido siempre gracia para todos. La comunicación se ha restablecido y para todos se ha hecho posible la comunión. Ahora bien, al mirar a Cristo, en quien se realiza la reconciliación y la salvación, como cumbre de todo cuanto ha sido hecho por el Creador, vemos la creación como un proceso que termina en la resurrección. Y Cristo es el primero en resucitar: Él es el principio, el primogénito de entre los muertos, Y así es el primero en todo. Porque en Él quiso Dios que residiera toda plenitud. Y por Él quiso reconciliar consigo todas las cosas: Haciendo la paz, por la sangre de su cruz, con todos los seres así del cielo como de la tierra (Col 1,19-20).
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Espíritu Santo y comunión Con lo dicho ya aparece la acción del Espíritu Santo. Pero vamos a hacerlo de forma explícita. No es algo secundario. Si hablamos de perspectiva cristiana es necesario que aparezca la perspectiva Trinitaria: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Cristo resucitado es comunicador del Espíritu Santo. Quien recibe el Espíritu Santo que comunica el Hijo de Dios viene a participar de la misma vida que tiene el Hijo de Dios, se hace una cosa con Él, se hace hijo de Dios en el Hijo de Dios. Se hace un solo cuerpo en Cristo. Con Cristo vive la acción de gracias al Padre y se hace gracia para los demás. Cristo mismo es Acción de Gracias, es Eucaristía. Lo mismo estamos llamados a ser nosotros que “siendo muchos, no formamos más que un solo cuerpo en Cristo, siendo cada uno por su parte los unos miembros de los otros” (Rom 12,5), que tenemos que ofrecernos como ofrenda viva, con toda nuestra forma de vivir y pensar conforme a la voluntad de Dios (ver Rom 12,1-2). Pentecostés es algo permanente. Y la fidelidad a la acción del Espíritu Santo se habrá de manifestar si hablamos todos los idiomas. Si cada uno solamente está preocupado de sus intereses y no vive más que según su egoísmo, ése solamente habla su idioma. Por el contrario, quien sabe amar de verdad y está atento a los otros, entendiendo y participando en las penas y alegrías de los demás, buscando con ellos la solución a los problemas que se presentan, ése sabe hablar todos los idiomas. El resultado de la fidelidad al Espíritu Santo aparece con toda claridad en la primera comunidad cristiana según la vemos en los Hechos de los Apóstoles. “La multitud de los creyentes no tenía sino un solo corazón y una sola alma. Nadie llamaba suyos a sus bienes, sino que todo lo tenían en común. … No había entre ellos ningún necesitado…” (Hech 4,32ss). Quien vive con fidelidad al Espíritu Santo vive una vida nueva, participando en la vida de Cristo. Todos los que son guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios. Y ustedes no han recibido un espíritu de esclavos para volver a caer en el temor, sino el espíritu de hijos adoptivos, que nos hace llamar a Dios ¡Abba!, es decir, ¡Padre! El Espíritu mismo se une a nuestro espíritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios. Y, si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos de Cristo (Rom 8,14-17).
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Cristo resucitado es cumbre de la creación entera. La resurrección ha comenzado en Cristo. Seguiremos nosotros porque el Padre nos ha hecho capaces de participar en Cristo y ser una sola cosa con Cristo. Con esto, la acción creadora ya no es solamente algo del pasado, no es solamente el comienzo que marca nuestro modo de ser. Ahora la creación aparece como una tarea que tenemos que realizar en Cristo y como una promesa que terminará con la resurrección de todos. Es la obra del Padre en la que estamos llamados a participar con la fuerza del Espíritu Santo. Creación-Liberación Pero todavía consideramos necesario hacer otra advertencia. En los textos que hemos tenido ante nuestra vista aparecen unidos el sentido de creación y el de salvación. El Dios Creador es Dios Liberador. La creación que veíamos al comienzo como signo de comunicación la vemos ahora con un sentido más profundo. No queremos decir con esto que la creación haya perdido el sentido de signo de comunicación, sino que, por el contrario, ese sentido ha quedado con mucha mayor fuerza porque su contenido de signo es mucho más grande. La marca que nos dejó el Creador como imágenes suyas nos compromete a mantener la creación como signo de comunicación. Ya lo vimos. Pero lo que vemos ahora es que en Cristo se aclara y completa el contenido del signo. Y esto nos hace centrar nuestra vista en aquel que es la verdadera y perfecta Imagen de Dios, Cristo, en quien comienza la Nueva Creación. No lo podemos perder de vista si queremos actuar a semejanza del Creador. No podemos separar la acción creadora de Dios de su acción redentora. Para nosotros, en cierto modo, el ser co-creadores con Dios lleva consigo ser corredentores con Cristo. Ya el pueblo del Antiguo Testamento entendió el plan del Creador dentro de la experiencia que tenía del Dios Liberador. Un pueblo que entiende la Creación, antes que nada, como garantía de Liberación. Es una promesa. Ahora, el compromiso es actuar con Cristo, entregándose con Él y como Él, hasta la muerte, asociándose a su acción redentora. El signo de comunicación es un signo que nos compromete con la historia, con nuestra realidad de cada día. No nos podemos quedar mirando el pasado solamente, lo que hizo Dios al principio, sino que se trata de un llamado
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como tarea actual, que, a su vez, contiene una promesa de futuro en la resurrección que viviremos definitivamente en la Nueva Creación. Ahora, como nos decía San Pablo, la creación entera gime con dolores de parto esperando nuestra liberación. No puede soportar que habiendo sido hecha para ser usada como signo de buena voluntad y de cariño de cada uno hacia los demás, esté esclavizada expresando nuestro egoísmo y nuestro pecado. Los recursos naturales, la riqueza y los mismos objetos de nuestro uso doméstico, no quieren seguir reflejando la ambición y el egoísmo nuestro. No están hechos para eso. Ahora están esperando con dolores de parto que nosotros alcancemos la libertad de los hijos de Dios para que, libres de nuestro egoísmo, sepamos usar las cosas como signo de comunicación auténtica, reflejando a Cristo. Él ha resucitado y nos ha comunicado el Espíritu Santo. Así la creación ha quedado preñada de Dios. La creación, terminará en la Nueva Creación, junto con nuestra Salvación. Ahora “es objeto de esperanza” (Rom 8,24). Con lo dicho nos interesa continuar para ver nuestro ser comunicacional en nuestra dimensión religiosa. Esto es, en el campo de nuestra relación con Dios y con lo que a Él pertenece. Y nos interesa ver nuestro ser comunicacional en nuestra dimensión cultural. Esto es, en el campo del sentido que damos a la vida en nuestra relación con el grupo humano que nos rodea, con las personas con las que nos relacionamos. 3. La comunicación en el culto Culto como compromiso con la vida Es muy cierto que en todo su ser la creatura depende del Creador. El hombre y la mujer son criaturas que tienen la característica especial del ser personal. Son personas. Creaturas personales cuya realización como personas está en su respuesta al Creador. Un Dios personal. La respuesta que corresponde a la persona que se reconoce creatura del Dios Creador es la adoración a ese Dios. Este es el campo del culto con el que la persona, de una forma u otra, hace manifestación explícita dirigida a Dios de su orientación hacia Él. Ahora bien, podemos colocar la mirada en los diversos actos de culto. Las diversas formas de expresar explícitamente la relación con Dios. Pero si
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esas expresiones no van acompañadas de un modo de vivir que sea coherente con ellas, esas expresiones no son manifestación de lo que en verdad está dentro del corazón. Lo que importa es que nuestros corazones reflejen a Dios y así sean de verdad esas flores, cánticos y luces que dan gloria a Dios. De lo contrario cae sobre nosotros el juicio de Dios, como nos aclara el Profeta Isaías: Este es el ayuno que yo amo —oráculo del Señor—: soltar las cadenas injustas, desatar los lazos del yugo, dejar en libertad a los oprimidos y romper todos los yugos; compartir tu pan con el hambriento y albergar a los pobres sin techo; cubrir al que veas desnudo y no despreocuparte de tu propia carne. (Is 58,1-14) La adoración entendida solamente como acto de culto sin que esté comprometida la vida entera de quien hace el culto no tiene sentido. No quiere esto decir que solamente los santos pueden hacer el culto que corresponde a Dios. El pecador que se reconoce pecador y que quiere llegar a vivir de modo que su vida vaya reflejando a Dios cada día mejor, hace un acto sincero de adoración. Pero este no es el caso de aquel que, por un lado, realiza su acto de culto con el que manifiesta reconocer que el sentido de la vida está en Dios y, por otro lado, en la vida de cada día, no quiere seguir esa orientación a Dios que expresó en el culto. Aquí hay doblez. Si, pues, al presentar tu ofrenda en el altar te acuerdas entonces de que tu hermano tiene algo contra ti, deja tu ofrenda allí, delante del altar, y vete primero a reconciliarte con tu hermano; luego vuelves y presentas tu ofrenda. (Mt. 5,23s) Podríamos detenernos para hacer varias consideraciones sobre la liturgia y los sacramentos. Sería muy adecuado para nuestro tema en cuanto
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que todo ello requiere entrar de verdad en el campo de la comunicación. Se trata de signos de comunicación. Comunicación con Dios y con los demás. Pero sería muy largo. No obstante, no quiero seguir sin hacer algunas referencias a la Eucaristía. La Eucaristía La Eucaristía es acción de gracias. En ella nos asociamos a Cristo, el Hijo, para dar en forma adecuada gracias al Padre. Con Cristo hacemos el ofrecimiento de nuestra vida. Con Cristo nos entregamos a todos y en Él vivimos la Alianza con Dios y con los hermanos. Todo es comunicación y una comunicación que se hace comunión. En ninguna parte podemos hablar mejor que aquí de la comunicación que llega a la comunión. Siempre, claro está, que la celebración se esté viviendo realmente en “espíritu y en verdad”. Considero conveniente destacar la unión tan fuerte que expresó el Señor entre la Eucaristía y el servicio a los otros. La caridad. El lavado de pies que Jesús hace a los Apóstoles antes de la Última Cena no es un simple hecho anecdótico. Jesús les dijo: “¿Comprenden lo que acabo de hacer con ustedes? Ustedes me llaman Maestro y Señor; y tienen razón, porque lo soy. Si yo que soy el Señor y Maestro, les he lavado los pies, ustedes también deben lavarse los pies unos a otros. Les he dado ejemplo, para que hagan lo mismo que yo hice con ustedes” (Jn 13,12-15). Es necesario acoger la gracia que viene del Señor, dejarse lavar los pies. Es la forma de tener parte con Él. Pero, al mismo tiempo, al acoger la gracia de verdad, nos transformamos en gracia con Él y como Él. Así participando en Él, revestidos de Él, lavamos los pies a los demás. Si esto no se entiende, si no percibimos nuestra actitud de servicio como inserta en la Eucaristía, no se puede entender cómo podemos ser Cuerpo de Cristo. Cuerpo que se ofrece al Padre por todos. No se puede entender qué ofrecimiento hacemos en la celebración del ofrecimiento del Cuerpo de Cristo al Padre. Ni se entiende nuestra comunión con Él. Debemos fijarnos bien en la forma de actuar que tiene Cristo como siervo para que nosotros podamos hacer libremente lo mismo. Por una parte vemos a Cristo tomar sobre sí nuestras dolencias. Él toma libremente el lugar del pobre y del que sufre y pasa a través de la pobreza y las dolencias
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en actitud de entrega. En Él, esa pobreza, las dolencias y la muerte misma dejan de ser expresión de fracaso y de derrota. Con ello se nos abre el camino para vivir la pobreza, el dolor y la muerte como donación de uno mismo, sabiendo acoger todo ello con libertad y convirtiéndolo en donación. En su actitud, libremente asumida, el Siervo se nos presenta como pobre: “conocen bien ustedes la generosidad de nuestro Señor Jesucristo, quien por nosotros, siendo rico, se hizo pobre a fin de enriquecernos con su pobreza” (2Cor 8,9). Se nos presentó como “varón de dolores” y “con sus heridas hemos sido curados” (Is 53,3 y 5; 1Pe 2,24). Pero además de pasar Él personalmente a través de la pobreza y el dolor, vemos al Señor hecho Siervo asumiendo una forma de actuar muy clara con relación a los demás. Es la segunda forma que tiene el Siervo de enfrentarse a la pobreza y el dolor. Vemos cómo se entrega a los que sufren, atento a dar fuerza a todo lo que hay de vida, con cuidado de no romper la caña quebrada, al mismo tiempo que no duda en poner su poder divino de hacer milagros al servicio de los que sufren o tienen hambre, y nos dice que, al final de los tiempos, a cada uno se le pedirá cuenta si supo amar con sus obras, si dio de comer al que tenía hambre o de beber al sediento. Si supo poner sus cosas, sus cualidades y todo su ser al servicio del amor a Dios y al prójimo (cf. Mt 25,31ss). Pero, a la vez, le vemos hablar con claridad y firmeza frente a los acaparadores y ambiciosos y frente a toda clase de injusticia y atropello. El camino de la libertad se ha hecho servicio de obediencia al Padre y el recorrido se ha hecho Pascua. Este es nuestro culto. Todo es comunicación para la comunión. Comunión con Dios y con la humanidad entera. Todos están llamados a esta comunión y sólo nos queda Evangelizar al mundo entero. 4. Un cambio de época La cultura Vamos a expresar algunas indicaciones muy generales en este tema, también muy amplio. Y vamos a ver la cultura como la tarea permanente, nunca terminada, de dar sentido a la vida dentro de nuestro grupo humano con el que nos relacionamos. Hemos entrado a la vida en un grupo humano en el cual hemos recibido una cultura que según sus cualida-
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des y deficiencias nos ha dado una forma muy determinada de entender la vida, y cada uno de nosotros tiene la responsabilidad de entregar su aporte para humanizar más esa cultura. Es evidente que en toda esta tarea está implicado el campo de la comunicación tanto bajo el aspecto de contenidos como de relaciones. Ahora bien, con lo dicho anteriormente, es muy claro que nosotros hemos de actuar en el mundo según nuestra dinámica cristiana, aunque actuemos con no creyentes. Nosotros partimos desde la invitación que Dios nos hace en Cristo para vivir la comunión con Él y con los demás. Nuestra dinámica ha de expresar nuestra respuesta a esa invitación que Dios nos hace. No puede ser otra que la dinámica del amor auténtico. Es pues entregarse a todos y por todos hasta la muerte, sin acepción de personas. Dinámica en la que se vea que todo es para todos y donde no sólo no haya peligro a despojar o atropellar a los demás, sino que el pobre y el oprimido son los que son especialmente tomados en cuenta. Nuestro compromiso, dicho en otras palabras, es la solidaridad. La solidaridad liberadora. Solidaridad en la que se hace crecer la vida. Solidaridad donde la esperanza toma fuerza de compromiso. Esta solidaridad es el idioma común que han de hablar los cristianos de todas las culturas. Para el cristiano es expresión del amor a Dios y al prójimo. Brota de Dios mismo. El problema se hace difícil en el momento en el que entramos en la realidad y nos encontramos con fuertes culturas dominantes en las que se fomenta el individualismo competitivo, sin preocupación alguna por los demás. Ya que todo aquello que va por el camino del atropello a los demás, o por el camino del egoísmo, está en oposición al camino de la solidaridad, y en oposición también al camino de la realización auténtica de cada uno, es camino de soledad. Aunque eso que se busque pueda tener algún aparente valor, no dejará de ser un falso espejismo, por fuerte que sea su fuerza deslumbradora. Tomar la actitud de servicio, actuando como siervo, según el ejemplo que vimos en Cristo, es actitud de valientes. Es pasar por el sufrimiento del atropellado, ponerse en el lugar del pobre y marginado. Es hacer todo lo que esté de parte de cada uno para eliminar el sufrimiento y el ham-
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bre. Y es, también, hacer todo lo que se pueda para que quien atropella dejándose llevar por su egoísmo, quede desenmascarado ante sí mismo y cambie de corazón o, por lo menos, que no haga daño a otros. Pero, si este que atropella no quiere ceder, quien actúe con la dinámica cristiana tendrá que pasar por la cruz. La muerte será su mayor expresión comunicativa, dentro de cualquier cultura. Una constante actitud de observación Pero en nuestro comportamiento diario se nos presenta un profundo problema comunicativo en los momentos en los que se produce un cambio de época. Un momento, además, en el que los cambios se nos presentan cada día más acelerados. Vivimos un cambio cultural muy serio. Se requiere mucha investigación para comprender qué está pasando en nuestros comportamientos. Es un momento de mucho desconcierto. Algunos se angustian, piensan que todo está perdido, se deprimen. Como cristianos no tenemos permiso para caer en esa postura depresiva y deprimente. Todo lo contrario, es un momento fascinante. Un momento que tenemos que llenar de esperanza. Sabemos que Dios no ha abandonado el mundo, sabemos que Dios está salvando el mundo en Cristo y Cristo ha resucitado. Con la dinámica cristiana de comunicación tendremos que escuchar al mundo. Necesitamos mantener una constante actitud de observación. Este será para nosotros el papel de la investigación. Pero hemos de tener mucho cuidado de no juzgar la nueva cultura que nace con los criterios de la vieja cultura que muere. Hemos de juzgar lo nuevo con los criterios de la fe. Pero hemos de tener presente que todos tenemos la fe inculturada. Aunque estamos frente a un gran desafío, no tenemos que asustarnos ni acobardarnos. Al contrario, nuestro actuar ha de ser un gran aporte para la cultura que nace. Es de nuestra responsabilidad. Esto nos lleva a tener una postura muy dinámica en nuestro camino. Es lo que se requiere dentro de una realidad tan cambiante en la que no podemos perder la orientación hacia el puerto de destino. Es una labor muy grande de comunicación. En ella debemos entrar todos los cristianos. Las redes que se van formando con las nuevas tecnologías de comunicación pueden ayudarnos mucho y tenemos que utilizarlas con toda
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la fuerza creativa del amor para gritar por todas partes, que la Nueva Creación ya ha comenzado en Cristo que nos invita a todos a unirnos a Él en su obra. Si vemos el mundo globalizado para la economía en beneficio del poder económico y si la concentración de poder es cada vez mayor con toda la escandalosa secuela de hambre que produce, nuestro desafío y compromiso, además de la denuncia, es promover la solidaridad con los pobres con toda nuestra fuerza y valentía. Si vemos que la naturaleza con sus limitadas riquezas que son de todos es considerada como “recurso” para la economía en bien de algunos pocos, nuestro desafío y compromiso, además de la denuncia, es hacerla ver como “casa” de todos en la que se ha de respetar el medio ambiente utilizando las cosas para bien de todos, incluyendo a las generaciones futuras: Si veamos que con el cambio de época se ha modificado profundamente nuestra cultura, nuestro desafío y compromiso es escuchar y dialogar para entender y discernir y para entregar en forma adecuada el patrimonio recibido del pasado buscando con todos el camino para el futuro. Si la velocidad de los cambios es cada día más acelerada, nuestro desafío es aprender la dinámica requerida para saber orientarse desde cualquier situación para ver por dónde está el bien y mantener siempre la dirección a lo definitivo, Cristo. Si aparecen muchas voces con planteamientos distintos, nuestro desafío es respetar y ver lo que hay de bueno en cada voz y, en la medida que corresponda, hacer alianzas para todo lo que sea positivo desde el punto de vista ético, sin pensar que los únicos que podemos hacer el bien somos los católicos. Son muchos los grupos que piensan que otro mundo mejor es posible y están sinceramente comprometidos en su construcción. 5. Los comunicadores cristianos Estos desafíos son para todos los cristianos. En consecuencia, a los comunicadores cristianos les corresponde colocar su corazón junto con su profesionalismo y su coraje para impulsar los procesos de opinión pública encaminados hacia la convivencia fraterna y solidaria. Muchas veces esta labor requerirá la denuncia encaminada a la eliminación de los obstácu-
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los que impiden la convivencia solidaria, la injusticia, la falta de equidad, el abuso y atropello, etc. Es también un buen desafío la promoción de opinión pública al interior de la Iglesia. Sería interminable pretender hacer una lista de desafíos que se nos presentan en estos momentos. Por lo demás muchos de ellos son bien conocidos y no es necesario repetir. Pero siempre nuestro gran desafío es manifestar con nuestras palabras y nuestro testimonio de vida que el amor es más fuerte y que creemos en quien ha vencido la muerte, Cristo, que es el núcleo de nuestro mensaje. El paso del tiempo para los objetos todos de la Creación no es mas que cronología. La persona humana puede dar sentido a lo que realiza con ello la cronología para el ser humano es historia. Historia entendida no sólo como recuerdo del pasado, claro está, sino como la tarea de dar sentido que realizamos en el presente para dar paso al futuro. Los creyentes tenemos la responsabilidad de hacer ver la historia como escatología, señalando los valores definitivos vividos en la comunión plena del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Como dice el Concilio Vaticano II: “Se puede pensar con toda razón que el porvenir de la humanidad está en manos de quienes sepan dar a las generaciones venideras razones para vivir y razones para esperar” (G S, 31). Todo lo que hagamos ahora de bien ya lo podemos vivir en unión con Cristo y esto fructificará algún día.
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Por una Iglesia de comunión y el derecho a la felicidad de los excluidos y excluidas David Cuenca Chamorro, C.S.V. Religioso peruano, Conferencia de Religiosos del Perú (CRP). Reflexiones en torno al Documento de Participación para la V Conferencia del Episcopado Latinoamericano, en Aparecida.
1. Sobre la Iglesia ara una definición conceptual sobre la eclesiología, el Magisterio de la Iglesia es una fuente importante y, en ella, se remarca que “Dios quiere salvar a los hombres (y mujeres) no aisladamente, sino como pueblo”. Y de esta frase de la Lumen Gentium, extraigo dos preocupaciones, que, a mi parecer, el Documento Participación (DP) no articula bien (o la articula tibiamente), su definición eclesial como a) servicio y preocupación por las personas y b) su entorno.
P
En efecto, el DP, metodológicamente, al arrancar por “el anhelo de felicidad, de verdad, de fraternidad y de paz”, tiene un tufillo de querer aislar a las personas de la dimensión comunitaria y querer castrar de la temporalidad a la vida eclesial. Obviamente que todas y todos aspiramos a estos “anhelos más profundos de nuestra existencia como seres humanos y como bautizados”, pero no “somos buscadores y peregrinos” que aisladamente queramos encontrar nuestra propia felicidad, sin importarnos el dolor y el sufrimientos de nuestros hermanos y hermanas. Tan certeramente, el místico Thomas Merton nos recuerda que las personas no
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somos islas, que “no existimos sólo para nosotros, y únicamente cuando estamos plenamente convencidos de esta verdad comenzamos a amarnos adecuadamente y así también amamos a otros”. En esta línea, comunicadores y teólogos, reunidos en Lima, en el 2001, nos dicen: Los excluidos y las excluidas viven desde el conato agónico de la vida, intentando reconstruir, en medio de una realidad fragmentada, el sentido global desde lo particular. Sólo desde esta realidad particular y concreta es que es posible el encuentro con los otros, construyéndose un camino que recorre de lo privado hacia lo público; este recorrido es una búsqueda del logro de puntos mínimos de consenso que permitan proponer los principios máximos que regulen la vida en común y la construcción de la comunidad. Obviamente que el tema de la felicidad es fundamental y corresponde a una invitación evangélica. Y es saludable que, aunque muy generales, el DP toca muchos obstáculos para lograr esa felicidad. Aquí, sin media tinta, como Iglesia, comunidad de los discípulos de Jesús, presente en este mundo, se debe de indicar que se lucha contra los factores que impiden el camino a la felicidad de hombre y la mujer, sobre todo de los grandes sectores sociales excluidos de la sociedad. El derecho a la felicidad no es un privilegio de algunos “seleccionados” o “elegidos”: es derecho de todos y todas. Sin duda, el tema de la felicidad sea un aporte importante del DP. Pero, poner su acento en el aislamiento existencial del anhelo de la felicidad de la persona —dicho esto en un contexto religioso— profundiza las corrientes pietistas (por no decir ultraconservadoras y de derechas) que, contra viento y marea, quieren proponer (más bien imponer) un modelo de iglesia pre-Vaticano, una iglesia de los “puros y limpios”, libre de las contaminaciones mundanas. Precisamente de esto, a modo de ejemplo, un obispo, que apenas tomó posición de su sede, en el sur andino del Perú, manifestó que, antes de él no se hizo evangelización. Sus antecesores sólo hacían política. Ahora, él, con toda su gente que ha llevado desde Lima, sí ha empezado la “verdadera evangelización”. Todo esto acompañado de expulsiones de sacerdotes, religiosas, religiosos y laicos. Podríamos poner otros ejemplos,
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más discriminatorios como la expulsión de un seminarista sólo por ser jorobado… en fin. Si la apuesta es la iglesia, comunidad de los discípulos y misioneros de Jesucristo, entonces estamos delante de la mesa compartida en una fiesta de bodas y la novedad del Reino. Así, el código de la felicidad no es otro que el de seguir el camino de Jesús. El anuncio de Jesús del Reino de Dios, presente y actuando en este mundo, constituye una invitación a todo hombre y mujer a que acoja y haga suyo este anuncio; que asuma un estilo de vida acorde con la voluntad de Dios, guiado por el ejemplo y el espíritu de Jesús (Francisco Chamberlain, Pastores # 11, ISET, Juan XXII, pp. 35-36). Me he preguntado muchas veces ¿por qué en el DP no se menciona mucho el Reino de Dios, cuando, para cualquiera que se precia ser seguidor de Jesús, ahí tiene el norte a dónde apuntar, el norte hacia donde soñar, el norte hacia dónde mirar lejos, más allá de nuestros propios ombligos? Y, como a veces soy un poco mal pensado, creo que les condena un centralismo institucional, jerárquico, autoritario, en las que las separaciones estamentales son mistificadas para asegurar los privilegios de unos sobre otros. Ante esto, Reino de Dios, es peligroso porque es buena noticia que subvierte las sociedades jerárquicas (Jorge Costadoat, Testimonio, # 217, p. 28). Y, como memoria eclesial y como un asunto de fidelidad al Evangelio, como dijera Francisco Chamberlain, desde Medellín, pasando por Puebla y Santo Domingo, la iglesia ha sido impulsora de la opción preferencial por los pobres, y que ellos y ellas sean una fuerza social renovadora. Sin lugar a dudas, de cara a la V Conferencia General de Aparecida, una batalla dura que librar —por decirlo de alguna manera— es por la felicidad de los pobres. Pero felicidad de verdad, no de aquellas felicidades etéreas que nos tienen acostumbrado ciertos discursos pietistas y evasivos de la historia y la temporalidad. Si queremos una iglesia comunidad de discípulas y discípulos de Jesús, como dijera nuestro buen pastor, Luis Ysern, se trata de entrar de lleno a la realidad. “El seguimiento de Jesús es más experiencial que doctrinal, requiere actuar dentro del tiempo y espacio en nos encontramos. Jesús
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tomó cuerpo y con ello su actuar como hombre quedo fijado en el tiempo y en el espacio concreto”. En ese sentido, si la referencia de la iglesia es la comunidad de discípulas y discípulos, la iglesia no existe para sí, sino para el mundo, para ser signo y luz de salvación para toda la historia humana. 2. Iglesia, discipulado y comunicación En la línea que nos sugieren los comunicadores y teólogos reunidos en Lima, en el 2001, se trata de construir un camino que recorra de lo privado hacia lo público, en el logro de puntos mínimos de consenso que permitan proponer los principios máximos que regulen la vida en común y la construcción de la comunidad. En esto, no cabe duda, que el problema no es teórico, sino en la forma de vivir y de comportarse, que esté acorde con el modo de anunciar el Reino de Dios de Jesús. El Reino de Dios que Jesús anuncia, por un lado irrumpe con fuerza renovadora, que choca con el sistema religioso antiguo de su época, muy guiado por las prácticas legalistas y de abstinencias y ayunos; y, por otro lado, para Jesús, el ser humano y la necesidad del ser humano es ley superior (Manuel Díaz Mateos, Páginas, # 199). El DP presenta el discipulado carente de referencias al Reino de Dios, muy circunscritos a los ámbitos de la institucionalidad interna, reforzados, sobre todo por los tres Anexos. Sin lugar a duda, el ámbito interno, para nuestro caso, como comunicadores cristianos y cristianas, es importante y lo practicamos y lo tenemos como uno de nuestros referentes. Pero no es el único referente. Pues, para el discipulado del comunicador cristiano y cristiana, vida en común y la generación de comunidad, pasa por el campo de la incidencia social y política, poniendo énfasis, sobre todo, desde los sectores sociales excluidos. No basta, creo, que estemos convencidos que la realidad sea un lugar teológico importante; importante también es reconocer que los excluidos y las excluidas son nuestros lugares teológicos. De lo contrario, podemos ser sólo una caja de resonancia de los grupos dominantes y de poder, hasta reducimos la comunicación sólo a instrumentos tecnológicos. Se trata de abarcar el “discernimiento y la lectura crítica de los
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contextos y procesos comunicativos, vistos desde la óptica de las interrelaciones sociales reales, y a partir de un criterio de trascendencia y una espiritualidad cristiana viva” liberadora. Nos interesa la comunicación de Jesús, que es la comunicación del Amor intenso de Dios a las personas y al mundo en su conjunto. Los comunicadores y comunicadoras, como partes de la iglesia, no hacemos sino comunicar ese Amor intenso de nuestro Dios, dado gratuitamente, primero en su Hijo. Esto es la tarea de la evangelización que hace la Iglesia, como comunidad de discípulos y discípulas, para “llevar la buena nueva a todos los ambientes de la humanidad”. La evangelización, como la comunicación de Jesús, en cuanto escucha amorosa y activa a la voluntad del Padre, presenta también requisitos pedagógicos de la evangelización. Toda evangelización, comienza por la escucha y por el diálogo. Y, a la vez, por un esfuerzo de presentar el evangelio contextualizado e inculturado, en el aquí y ahora. Al entender la comunicación como diálogo, se abre las puertas a la comunicación y a la comunión. Se trata de la creación de espacios de encuentro. Se trata del diálogo como una búsqueda en conjunta de sentido, respetando la vida. Entonces, lo que caracteriza a la comunicación es el diálogo, sobre todo, el diálogo interpersonal y grupal. En tal sentido, “la comunicación o es diálogo o no es comunicación”. Esta es la llamada comunicación participativa, dialógica, horizontal, bidireccional. Aquí, se apuesta por una comunicación democrática, y que está al servicio de las grandes mayorías excluidas y pobres. En cambio, la comunicación dominadora, aquella que le interesa mantener el status quo, de relación de dominación-explotación, es vertical, unidireccional. Aquí, no hay diálogo sino monólogo, y concentrado en la minorías poderosas y ricas. Retomando las bien añejas, y ahora más actuales propuestas de Mario Kaplún, en particular de las Conclusiones del Seminario sobre Comunicación Social y Educación, realizado en Quito-Ecuador, en setiembre de 1982, presenta la definición de comunicación como EMIREC, que es una amalgama de Emisor y Receptor. Kaplún hace esta amalgama del neologismo francés émeréc que había acuñado el canadiense Jean Cloutier.
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Con émeréc, Cloutier “expresa la doble condición y facultad de todo ser humano de participar en el proceso de la comunicación”. Proceso, además, que puede llevarse a través de mensajes verbales y no verbales. Entonces, el modelo de comunicación que genera diálogo, se desprende de la interacción de dos o más emirecs que intercambian mensajes ciclo bidireccional permanente. Esto, unido a la construcción de un mensaje, de un conocimiento nuevo, mediante el análisis de la realidad, el compartir experiencias. Manteniendo la interacción de emirecs, la acción liberadora apunta a la articulación e interacción de tres niveles básicos: la concientización, la organización y la acción de cambio. La concientización toma en cuenta el proceso de la persona, el desarrollo individual, el desarrollo de las experiencias; también la reflexión e interiorización desde una perspectiva crítica, destruyendo la ideología de dominación y construyendo la historia. Asumiendo una acción liberadora de la comunicación como diálogo, el comunicador y comunicadora asume su discipulado como una militancia política en los espacios de la incidencia pública, recordando que la realidad y los excluidos son nuestros primeros lugares de qué hacer de reflexión de nuestra fe. Obviamente la militancia política está en el buen sentido del término. Es decir, promover y fortalecer las organizaciones sociales de la comunidad. Así por ejemplo, el pequeño grupo juvenil de comunicaciones de nuestra parroquia, en sí mismo tiene su sentido en cuanto se relaciona para articular la organización social y popular de la comunidad. Aquí, se articula el tejido social de la comunidad. Precisamente, cuando se habla de cambio social, no son individuos, son las personas que, organizada y conscientemente, apuestan por la acción del cambio, apostando por hacer del pueblo, sobre todo de los pueblos pobres y excluidos, sujetos históricos, sujetos sociales. Este cambio social, también tiene su referencia a los cambios de conducta individual y cambio grupal. Asumir el discipulado como militancia política es respuesta a la acción del Espíritu en el mundo a partir de una clara comprensión de nuestra misión en la tierra como comunicador y comunicadora cristiana. Y esto pasa “por una comprensión del contexto a fin de que desde allí se pueda
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auscultar y percibir en la situación histórica, por dónde pasa el accionar del Espíritu”. Si vinculamos la militancia y la incidencia política, el discipulado toma coherencia. El DP, casi marginalmente dice que el “discipulado se compromete con coherencia de vida y de acción en la transformación de los sistemas políticos, económicos, laborales que mantienen en la miseria espiritual y material a millones en nuestro continente” (86).
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El credo del comunicador cristiano Maria Rosa Lorbés. Periodista (España-Perú), Directora de la revista Signos y del área de Comunicaciones del Instituto Bartolomé de las Casas.
Punto previo l acontecimiento y el Documento de Aparecida —no solo en los párrafos referidos a comunicación— constituyen una expresión del espíritu del Señor presente en la vida de la Iglesia que camina en América Latina. Esa palabra de Dios, expresada a través de la comunidad eclesial, nos relee, nos cuestiona y nos interpela como cristianos y como comunicadores. A la luz de la interpelación de Aparecida quiero situar estas consideraciones y este testimonio de mi credo como comunicadora cristiana, que obviamente parten del reconocimiento, como al inicio de cada eucaristía, de nuestra condición de fragilidad y de pecado. El testimonio que sigue, por lo tanto, no habla tanto de lo que soy como comunicadora cristiana sino de lo que aspiro a ser.
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El credo Creo que para el comunicador cristiano su profesión es una búsqueda apasionada de la presencia de Dios en cada mujer y en cada hombre, en nuestros pueblos y en nuestra historia hoy. Descubrirlo junto con otros, más allá de las apariencias, en los pequeños y en los grandes hechos de
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la vida cotidiana de nuestros pueblos y compartir y difundir la buena noticia de su presencia es el primer afán de mi búsqueda. Por eso me gusta evocar aquella frase de Jesús: “les precederé en Galilea” (Mc 14,28); recordar a ese Señor que está delante de nosotros y que nuestra tarea es buscarlo, descubrirlo y comunicarlo. Esa es la “verdad” que busco y que intento desentrañar y comunicar, ese Cristo vivo, actuante, siempre nuevo, siempre provocador y desinstalador, que nos sorprende cada día y que nos dijo “Yo soy la Verdad” (Jn 14,6). No un concepto, una norma, ó una teología. Para el comunicador cristiano la verdad es una persona: Jesús Resucitado y siempre vivo en el corazón de la historia. Creo que para encontrar al Señor es muy importante dónde nos ubicamos, cuál es, en la vida, nuestro ángulo de mira. Los fotógrafos en particular saben muy bien que depende mucho del lugar que escogen para la singularidad de la toma que consiguen. Un amigo me hizo notar hace tiempo, a propósito del pasaje evangélico de las moneditas de la viuda (Mc 12,41-44), que el Señor tuvo que haber escogido una determinada ubicación para ver eso; alguien hubiera podido ponerse a la puerta del templo de Jerusalén y ver muchas personas y miles de cosas, depende de en qué ángulo te sitúas para ver eso tan chiquito, tan sencillo, tan anodino. El punto de mira de un comunicador cristiano para descubrir en los acontecimientos cotidianos al Señor tiene que ser siempre desde los pobres, desde los pequeños, desde la tierra. Para que no tengan que decirnos, como el ángel a los apóstoles después de la Ascensión: “¿Qué hacen ahí mirando al cielo?” El “desde los pobres”, constituye no solo el ángulo desde dónde ubicarse para percibir la presencia del Señor en la vida sino uno de los principios hermenéuticos fundamentales para analizar y comprender mejor el sentido profundo de los acontecimientos. Creo por eso en un periodismo cristiano que analiza y discierne los hechos desde la perspectiva del Señor, del Dios de los pobres. Creo en el comunicador como actor (no como protagonista), es decir lo contrario del espectador, imparcial, neutral, supuestamente objetivo, casi como notario. Creo más bien en el periodismo comprometido, que toma partido sin dejar de ser justo y veraz con todos.
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Creo en el periodismo cordial, un periodismo que se remece hasta las entrañas con lo que ve y descubre, un periodismo que se siente movido por la misericordia, por la solidaridad en definitiva. Un periodismo, que como la Iglesia en Aparecida, se siente llamado a ser samaritano. Creo en el poder como servicio. Hay algo que los periodistas sabemos y que a veces no tenemos suficiente en cuenta, la información es poder, somos personas que tenemos poder por nuestros estudios, por nuestra función, pero aquí cabe recordar lo evangélico del poder como servicio. El poder que tenemos es nuestra capacidad de contribuir con nuestros saberes, unidos a otros saberes, a cambiar juntos las cosas. A mí eso me cuestiona mucho, los periodistas a veces cuando tenemos un micrófono en la mano o una audiencia delante, podemos sentirnos el centro de la atención y olvidamos que estamos allí para servir. Eso hace que la gente, el pueblo, los campesinos, nos vean como diferentes a ellos, superiores, distantes, porque olvidamos nuestra función y jugamos a veces el rol de jueces, o de policías de su vida y sus conflictos. Creo en una comunicación personalizante, que contribuye al surgimiento de sujetos, de nuevos actores. Que estimula el desarrollo del espíritu crítico. Que ayuda a rescatar del anonimato a los invisibles. Por eso antes que querer ser la voz de los sin voz, queremos que la propia voz de los pobres sea escuchada. La comunicación cristiana además invita al protagonismo de la acción; debe ser una comunicación, removedora, cuestionadora, que no solo señala los problemas, sino que invita a cambiar y a mejorar la realidad. Creo en un comunicador profético. Es decir, persistente en el anuncio de la Buena Nueva, de que lo bueno existe, de que son muchas las experiencias y las historias personales de bondad, de solidaridad, de amor, de valentía y de generosidad en nuestro mundo hoy. Y que nos toca a nosotros mostrarlas. De otro lado el comunicador profético también debe ser valiente y, al mismo tiempo, responsable en la denuncia. El mal, los problemas y los conflictos deben ser señalados, pero quizás hay que desarrollar más un periodismo de investigación sobre los conflictos que se están gestando y que eso contribuya a buscar soluciones. Tengo la impresión de que muchas veces llegamos tarde, o después, cuando ya ocurrió el atentado, cuando ya estalló el problema y pasó al nivel mediático, quizás
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el desafío es mediatizar el problema antes de que esté a punto de estallar y eso es lo que nos falta mucho, ese periodismo de investigación. En ese sentido creo que es importante ser un periodismo que se adelanta. Creo en la necesidad de la opinión pública al interior de la Iglesia, casa y escuela de comunión, como dice Aparecida. Con respeto sí, pero con libertad evangélica. Con educación, pero con transparencia, cordialidad, humildad, sin perder la cordura, porque lo que se busca no es a ver quién gana, quién se hace más famoso o quien demuestra ser el más cristiano, sino que es lo que humildemente creemos que es mejor para el pueblo de Dios. Creo que el cambio es posible y que está en nuestras manos contribuir a él o no. Creo en una comunicación por el cambio. Estar convencido de que el cambio es posible en mí, en mi familia, en mi sociedad, en el planeta, es muy importante en estos días como mensaje cristiano en un mundo que está cada vez más marcado por el escepticismo y el fatalismo. Creer en el cambio es creer en Dios, creer en la esperanza, creer que es posible mejorar este mundo en contra del pesimismo que lleva a las personas a paralizarse y a deshacerse de sus responsabilidades. La fuente de la esperanza es Dios, pero este mundo es también hechura nuestra y Él no quiere cambiarlo sin nosotros. Es importante entonces desde nuestro quehacer comunicacional crear motivos de esperanza; una esperanza que nace del encuentro de nuestra responsabilidad y nuestra libertad con el amor gratuito de Dios. En esta parte final, quisiera dejar el tono más testimonial, espiritual e invitarlos a echar una mirada rápida, a vuelo de pájaro al mundo de las comunicaciones sociales y a señalar algunas tareas centrales de un pastoral de la comunicación. Como discípulos y misioneros no podemos quedarnos satisfechos con la calidad, la tecnología o el número de audiencia de mi periódico, mi programa de radio o de TV, aunque, desde luego, todas esas producciones deban ser permanentemente mejoradas pero hay que tener una mirada, un sueño, diría yo, del mundo de la comunicación. Aparecida nos invita a un cambio de estructuras en general para hacer posible un mundo más justo, más equitativo, en el que los derechos de todas las personas sean respetados y en el que todas las voces sean escu-
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chadas. En el campo de la comunicación eso supone una serie de tareas y desafíos pastorales que no podemos olvidar. Me gustaría solo enumerar cuatro grandes campos, sobre los cuales hay abundantes reflexiones en los distintos documentos del magisterio sobre los medios de comunicación social, ya se trate de los medios comerciales, estatales, eclesiales o de la sociedad civil. El primero es contribuir a crear conciencia de que la comunicación es un derecho ciudadano. El segundo es el campo de la incidencia en la legislación y las normativas referentes al mundo de los medios; los cristianos no podemos permanecer al margen de esos asuntos y tenemos que encontrar la manera de incidir en ello. También le toca a la Iglesia contribuir a tener un público cada vez más crítico, más activo, más apropiado de sus derechos y más exigente de que los medios honren su función social. El último punto, sobre este tema de la mirada en grande, es el de los hombres y mujeres de la comunicación como ámbito de misión. No nos referimos a los que trabajan en la pastoral o en los medios de la Iglesia, sino en los que se desempeñan en medios masivos y/o comerciales. No se trata de convertirlos en catequistas (algunos de ellos pueden no ser creyentes), pero sí de brindarles cercanía, amistad y apoyo ético, y estimularlos a ser cada vez más competentes, más responsables en el ejercicio de su profesión y más honestos.
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Evangelizaci贸n y los medios de comunicaci贸n
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Una emisora evangelizadora debe integrar en su esencia las dimensiones del profetismo. La evangelización por si misma lo exige. Se está para anunciar la buena noticia, pero al mismo tiempo se está para denunciar lo que está mal, en solidaridad con los empobrecidos y los oprimidos. Hace la denuncia para mover a la sociedad en general a buscar alternativas de cambio y en esa forma aportar en la construcción del Reino de Dios desde nuestra realidad. Ramón R. Caluza
”
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Evangelización desde la radio y opción por los pobres: La experiencia de Radio Enriquillo Ramón R. Caluza, C.I.C.M. Director General de Radio Enriquillo, República Dominicana.
R
adio Enriquillo, La Amiga del Sur, es un proyecto radiofónico comunitario, educativo y popular con alcance regional, de inspiración cristiana y sin fines de lucro. Radio Enriquillo es un actor social con una opción preferencial por los excluidos en el suroeste de la República Dominicana. Este proyecto acompaña a las organizaciones de base y a las comunidades cristianas en sus aspiraciones y acciones para alcanzar mejores condiciones de vida de los moradores de la Región Suroeste de la República Dominicana. Un breve historial de Radio Enriquillo En Tamayo, un pequeño pueblo de la Provincia Bahoruco, en el Suroeste de la República Dominicana, a 200 kilómetros de la capital Santo Domingo, transmite desde el 27 de febrero de 1977 Radio Enriquillo, 93.7 FM. Tamayo está estratégicamente ubicado en el centro de la región, lo que le permite poder cubrir todo el suroeste. La región suroeste de República Dominicana es la región más pobre del país. Tamayo está a 70 kilómetros de la frontera con Haití, el país más pobre del hemisferio occidental.
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La Emisora tiene una cobertura del 90% de la región suroeste de la República Dominicana. Geográficamente Radio Enriquillo tiene impacto en la población de la región, y en algunas zonas del sur de la República de Haití. La región suroeste representa cerca del 15% de la población del país, con más o menos un millón cuatrocientos mil de habitantes. Es la región con los índices de pobreza más altos del país. Mientras la tasa de mortalidad infantil a nivel nacional se estima en 47 por cada mil nacidos, en la región alcanza 62,5 por mil. La tasa de desocupación del país se calcula en 18 por ciento, mientras que en la región se estima en 40 por ciento. Los índices de deserción escolar son altos, generalmente motivados por casamientos tempranos, desmotivación escolar, y dificultades para costearse los estudios. Una encuesta oficial de la Oficina Nacional de Planificación indica que en el sur el 27% de la población vive en la indigencia total y 53% se encuentra en niveles de la pobreza. Estos indicadores sociales son un contraste con las riquezas naturales de la región y su potencialidad de explotación sostenible. El suroeste es una región rica en recursos acuíferos, sin embargo no cuenta con una adecuada infraestructura de irrigación: sólo el 27% de sus tierras cultivables son irrigadas. Seis hidroeléctricas en la zona generan el 66% de la energía hidroeléctrica del país, pero la misma región suroeste sufre de constantes apagones. La región es predominante agrícola y abundan los bosques secos. Además tiene múltiples recursos para la explotación sostenible del turismo. En la región existen cientos de organizaciones sociales de base e intervienen decenas de ONG y agencias locales y regionales que promueven el desarrollo. En nuestra región hay una notable presencia de haitianos y de dominicanos de ascendencia haitiana que trabajan en la industria azucarera. Aseguran la mano de obra y viven en los llamados “bateyes”, la gran mayoría en situaciones infrahumanas. Se agrava la situación por una discriminación social y legal agobiante. Reciben un salario de miseria, pero se resignan ante esta situación porque en Haití, la cosa está peor. Antecedentes y naturaleza de la institución Radio Enriquillo es una entidad de comunicación social, creada el 27 de febrero de 1977. La emisora surge después de que un grupo de misione-
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ros de la Congregación del Inmaculado Corazón de María (CICM) que, por muchos años acompañaba a organizaciones de base en la región, constataba la dificultad de los sectores populares de comunicarse entre sí, y de acceder a los medios de comunicación. Se descubrió el potencial de una radio como medio para la intercomunicación, información, expresión cultural, educación y el entretenimiento. Se entendió que la radio debía estar al servicio del desarrollo integral de las comunidades. Desde su inicio, Radio Enriquillo siempre contaba con la gente del pueblo. El día de la inauguración la radio salió al aire sin nombre. Al día siguiente, se invitó todos/as los/as sureños/as a buscarle el nombre a la recién nacida. Empezaron a llegar cartas, papelitos, y comisiones. Entre las propuestas comenzó a sonar Enriquillo, el nombre español de Guarocuya. Enriquillo o Guarocuya fue uno de los pocos sobrevivientes de la gran matanza de los nativos por los invasores españoles en Jaragua por el año 1500. Los franciscanos lo salvaron y lo bautizaron con el nombre de Enrique. Le decían Enriquillo porque era un muchachito muy pequeño. Enriquillo volvió a su tierra y encabezó la rebelión de su pueblo. Enriquillo es un símbolo de resistencia y de lucha por la libertad en la Isla. Una cuña radial introduce cada una de las tres emisiones del programa informativo de Radio Enriquillo, “Enriquillo Informa”. Y con ella hacemos entrar a Enriquillo en la programación de la emisora, evocándolo para que nos inspire, con el sonido de su caracola marina que era oído en todo el Cacicazgo de Jaragua, y que hoy resuena de nuevo en todos los rincones del Sur Dominicano a través de los micrófonos de Radio Enriquillo para anunciar la justicia y la solidaridad, y denunciar las injusticias y los atropellos. La emisora lleva su nombre para recordarnos y sintonizarnos con el espíritu rebelde de Guarocuya/Enriquillo contra el terror de la conquista. Hoy, el equipo de Radio Enriquillo, formado por productores, personal administrativo, técnico y periodístico se esfuerza por mantener la resonancia de la caracola moderna (los micrófonos) para educar, evangelizar, informar y divertir a la audiencia con la ilusión de contribuir a la transformación del mundo viejo en tierras nuevas y cielos nuevos donde reinan la paz, la justicia, la solidaridad y el amor.
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Objetivos institucionales Desde su nacimiento, Radio Enriquillo tiene como misión crear un nuevo modo de utilizar la radio, basada en la construcción de una relación comunicativa y en la expresión y la participación de los sujetos sociales y populares, posibilitando el acceso de los sectores populares a la escena pública y construyendo espacios reales de intercomunicación y autoeducación. Para comprender mejor el aporte de Radio Enriquillo, revisamos sus objetivos estratégicos institucionales. Primero, Radio Enriquillo brinda, como medio de comunicación popular, información alternativa con una opción preferencial por los excluidos en el suroeste de la República Dominicana. Las actividades dentro de este objetivo son: (1) transmitir diariamente tres ediciones informativas y boletines cada hora que sirvan a la población sureña para sentirse parte del acontecer regional, nacional e internacional, (2) a través de una red de corresponsales, mantener un espacio de intercambio de información entre la Emisora, las organizaciones populares y la población del suroeste, (3) informar a la largo de toda la programación sobre las diversas facetas de la dinámica de la vida la población, para que los excluidos sean escuchados y tengan incidencia en el ámbito de la gestión pública. Segundo, Radio Enriquillo educa a la población del suroeste en la democracia participativa generando así una nueva ciudadanía. Las actividades para este objetivo son: (1) transmitir micro-programas, audio-debates y cuñas dedicados a la construcción de un proyecto político que recoja los distintos intereses de los sectores de la sociedad civil y que tenga como fin principal una convivencia más democrática donde todas las personas tengan garantizados sus derechos civiles, políticos, económicos y sociales, (2) apoyar la práctica, la reflexión y la sistematización de procesos democráticos de otras instituciones a través de transmisiones radiales. Tercero, Radio Enriquillo promueve, junto con otras instituciones y grupos sociales, la transformación socio-cultural del suroeste estimulando la participación e integración de los moradores en el desarrollo regional. Algunas de las actividades son: (1) elaborar programas interactivos con agricultores y pobladores de los bateyes, pequeños caficultores, pobladores de los barrios, campesinos sin tierra, jornaleros, pequeños comerciantes y profesionales con el fin de estimular su participación e integración
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en el desarrollo de la región, (2) brindar a la población sureña programas sobre la importancia de la conservación del medio ambiente y de los recursos naturales para el desarrollo sostenible de la región, (3) acompañar a la mujer del Sur en sus esfuerzos de cada día por la sobrevivencia y en sus afanes por la superación personal y comunitaria, sosteniendo un espacio de encuentro e intercambio de información entre las organizaciones de mujeres y la población del suroeste, a través de un canal de comunicación educativa que busque fortalecer las capacidades de las mujeres como sujetos sociales de su propio desarrollo, (4) ofrecer programas de educación y orientación de la población infantil, adolescente, y juvenil, transmitiendo cada tarde un programa en el cual las experiencias de vida de los jóvenes son tomadas en cuenta. Cuarto, Radio Enriquillo construye con su audiencia una auténtica vivencia de valores cristianos. Algunas de las actividades son: (1) acompañar y transmitir las fiestas patronales de las parroquias y comunidades eclesiales, tiempos litúrgicos, costumbres y expresiones que tienen relación con la fe cristiana e iluminarlos con la Palabra de Dios para que se concrete en compromiso y cambio de vida, (2) tener varios espacios de reflexión bíblica partiendo de las diferentes realidades del pueblo sureño para fomentar la coherencia entre fe y compromiso social, (3) difundir las actividades del Plan Pastoral de la Diócesis de Barahona para dar a conocer el camino recorrido por los agentes de pastoral y de los laicos e involucrar al mayor número de fieles en la ejecución del Plan Diocesano de Pastoral, (4) favorecer el diálogo y acciones conjuntas con otras iglesias. En resumen, Radio Enriquillo rompe con el tradicional modelo de educación radiofónica formal y asume un enfoque de la educación como proceso de diálogo e intercambio de información que ayuda a pensar y a conocer a partir de la experiencia viva de los sureños. Por ello, se intenta pensar toda la programación de la emisora como un espacio educativo, sin caer en la pesadez, el aburrimiento y la formalidad. Incidencia de Radio Enriquillo Socialmente, al ser un proyecto de comunicación masiva, la emisora incide en la opinión pública y en la ciudadanía en general a través de su noticiario “Radio Enriquillo Informa”, a través de programas de opinión
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como “Foro Abierto” y micro-programas sobre democracia y ciudadanía conjuntamente con las emisoras afiliadas a la Unión Dominicana de Emisoras Católicas (UDECA). Desde su fundación Radio Enriquillo ha concentrado su acción principalmente en la zona rural y las organizaciones. Los cambios demográficos y el surgimiento de nuevos actores sociales son nuevas realidades a que la emisora trata de responder. Hay todo un proceso de urbanización. Es evidente que los centros urbanos están creciendo y el campo, sobre todo las lomas, se está despoblando. Esto se debe a que la agricultura ofrece cada vez menos seguridad como base de subsistencia. Los bajos precios del café comparados con los altos costos de producción han llevado a muchos caficultores a vender sus predios y a mudarse a los barrios de los pueblos grandes. Otro aspecto nuevo en la región es el surgimiento de actores no tradicionales en el campo social. Al lado de las asociaciones de campesinos y los sindicatos de obreros, por cierto muy pocos y muy débiles, han surgido asociaciones de profesionales, tales como las de los médicos, agrimensores, agrónomos, abogados, economistas, defensores del medio ambiente, etc. Aparte de estas organizaciones está la gente no-organizada, la gran mayoría, las “masas”. También ellos necesitan canales de expresión. También ellos necesitan acceder al “poder” de los medios de comunicación. Si Radio Enriquillo no les brinda la oportunidad al uso de los micrófonos estarían sin voz. Un rol relativamente nuevo para la emisora es ser un lugar de encuentro de diferentes sectores de la sociedad, a través de los diferentes programas, tales como “El Enlace de la Mañana”, “Foro Abierto” y otros espacios en que actores de la sociedad se encuentran y a veces se enfrentan a través de entrevistas, debates y mesas redondas. Aportes reconocidos a Radio Enriquillo Las organizaciones del suroeste, especialmente las organizaciones sociales de base, reconocen que Radio Enriquillo fomenta la intercomunicación entre organizaciones y comunidades. Radio Enriquillo es re-
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conocido como un espacio de comunicación alternativa que posibilita oportunidades de expresión a los grupos populares, divulga información crítica sobre la realidad de las comunidades, la región y el país, promueve y valoriza las raíces culturales del pueblo y fomenta una visión crítica y transformadora de la situación social. Es importante notar que muchos del personal que han trabajado en Radio Enriquillo y ahora están vinculados con otros medios, desempeñan funciones de mucha importancia. Le deben su formación a la Amiga del Sur. Además, tenemos un convenio con CURSO-UASD (la Extensión de la Universidad Estatal en la región Suroeste) donde los estudiantes de término del programa de licenciatura en Comunicación Social hacen su pasantía de seis meses en la emisora. Reflexión teológica sobre la experiencia radial El concepto que tenemos de la evangelización es sencillamente la comunicación, transmisión de la vida de Jesús, todo lo que hizo, lo que dijo y sobre todo la enseñanza que nos dio de que el Padre es un Dios de amor, de ternura, de compasión y de misericordia. La evangelización es un proceso que integra los valores culturales, religiosos y espirituales de nuestros pueblos. Es un proceso que lleva el anuncio de la Buena Noticia de Jesús, que siendo el Hijo de Dios se hizo uno más de nosotros y nosotras; un Jesús que nos muestra el rostro humano y cercano de Dios, un rostro que solamente El nos puede ayudar a descubrir, el rostro de Padre que ama como Madre. Transmitir la vida de Jesús se hace en el acompañamiento continuo de audiencia masiva, de un pueblo que desea conocer a Dios. Para ello Jesús se identifica con el pueblo como uno más y nos enseña a llamar a Dios Abba. La evangelización tiene como esencia el acompañamiento al pueblo. Es el testimonio de la Buena Noticia de Jesús que nos hace mantener en continua relación con los pobres y empobrecidos. A través de hechos y palabras el anuncio se vuelve compromiso hasta llevar a una conversión profunda, y este proceso no conoce tiempo. Es un proceso que se desarrolla en el hoy y en el futuro.
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La evangelización necesita de múltiples medios para llegar a todos los rincones, especialmente necesita de los medios masivos de comunicación, sobre todo de la radio. Pero debemos de analizar lo que implica el uso de este medio. La radio tiene mucho campo pues llega a todas las personas. Llegamos por medio de los que estamos laborando en la radio. Los equipos y la tecnología son solo un medio. Tocar el corazón de la gente es un acontecimiento entre personas. Por eso la importancia del equipo humano de la radio. Existe una debilidad grande a este nivel. Muchas de las radios católicas se utilizan solo para adoctrinar a sus fieles. Debemos tomar en cuenta que la radio llega a muchos lugares y personas. Nuestra evangelización no puede ser mera transmisión de la doctrina. Es un peligro enorme. También es bueno saber quiénes son las personas o grupos que están detrás de estos programas. ¿Qué es lo que se quiere transmitir? ¿Esos programas responden a la tarea evangelizadora de la Iglesia o solo responde a los intereses de grupos particulares de la Iglesia? De la programación de una radio identificada como católica, los oyentes seleccionan lo que quieren escuchar. Se dice me gusta tal o cual programa dependiendo de los intereses y las necesidades de los oyentes. A veces gusta la música pero los mensajes “evangelizadores” no nos gusta pues sentimos que nos están adoctrinando y vivimos la sensación de estar en el templo. Creemos en una radio evangelizadora que tenga una clara visión de lo que es vivir y transmitir los valores del evangelio, ser coherente con ellos y procurar que a través de su enseñanza y vivencia el mensaje vaya transformando la sociedad en la que vivimos. Para el pueblo una radio es evangelizadora no sólo cuando nos transmite mensajes cristianos, cuando nos dice que debemos hacer el bien, sino también cuando se identifica con sus luchas, con sus alegrías, sus penas y con sus celebraciones. El equipo humano que está al frente de la radio, debe estar convencido de lo que está haciendo. Saber que no es un trabajo lucrativo. Muchas veces los mismos salarios no son atractivos, pero para hacer evangelización por radio como una forma de opción por los pobres necesitamos sentir que nosotros y nosotras somos parte de esa realidad, que debemos vivir
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ese proyecto como algo nuestro y no solo del director sino de todo el equipo que mueve la radio. Es en la medida que cada uno se compromete y va dando lo mejor que nuestra evangelización, el mensaje se convierte en liberación para todos los que viven la opresión en cualquiera de sus formas. Como parte del seguimiento que se hace del proyecto de Jesús, una emisora evangelizadora debe integrar en su esencia las dimensiones del profetismo. La evangelización por si misma lo exige. Se está para anunciar la buena noticia, pero al mismo tiempo se está para denunciar lo que está mal, en solidaridad con los empobrecidos y los oprimidos. Hace la denuncia para mover a la sociedad en general a buscar alternativas de cambio y en esa forma aportar en la construcción del Reino de Dios desde nuestra realidad. Las palabras en sí mismas no tienen magia. No hay garantía de que el mensaje podrá ser comprendido. Dios es un comunicador que exige un alto respeto y aprecio al receptor. El contenido de la comunicación es el reinado de Dios, de amor y paz, de justicia y alegría eterna. Armoniosas y duraderas relaciones son la meta. Restaurar una verdadera paz en todas nuestras relaciones es nuestro objetivo: la relación con Dios (teología), paz e integridad interior (sicología), paz y buenas relaciones entre hombres y mujeres (sociología) y una relación con la creación (ecología). Como Jesús nos conduce a formar comunidad con su Pueblo en la Iglesia, el restaura una nueva relación entre nosotros (eclesiología). El hace todo perfecto; nos desafía a seguir su ejemplo y ser verdaderos artesanos de la paz. En el Antiguo y Nuevo Testamento, en cuanto a la sustancia y los elementos de la Buena Noticia, J. Andrew Kirk al analizar Isaías 52,7, menciona: En primer lugar, la paz (shalom) ha de ser anunciada. La raíz de la palabra shalom es totalidad. Significa fidelidad a la Alianza, resultando en la satisfacción del Dios de la Alianza (Isa 54,10; 53:5; Jer 29,11; Mal 2,6), en prosperidad total (Sal 38,3; Isa 38,16-17; Job 15,21). En segundo lugar, la noticia anunciada es Buena Noticia (bashar). La noticia es una noticia liberadora, por eso es buena noticia. Es un mensaje que es anunciado allá donde prevalece la mala noticia y que causa ma-
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lestar o enfermedad. El mensajero de Dios es enviado a regar la buena noticia. Aunque la Buena Noticia es para todos y todas, serán los pobres, los afligidos, los cautivos y prisioneros que serán contentos (Isa 61,1). En tercer lugar, el mensaje es salvación (yashach). Salvación significa liberación (personal y colectiva) de toda situación de opresión a un ‘nuevo espacio’ con nuevas posibilidades (Ezequiel 36,29; 37,23). Los ejemplos supremos son el Éxodo y el Retorno del Exilio. En cuarto lugar, proclamar que Dios reina (malak). Dios reina sobre todo del universo no en forma forzada sino liberadora (Sal 145,14-20; 146,7-10). La misión de la Iglesia se deriva de la misión de Dios (Missio Dei). Ella es solamente un instrumento del movimiento de Dios hacia el mundo. Dios se ocupa del mundo entero por lo tanto su actividad salvífica ocurre en la historia ordinaria de la humanidad, no exclusivamente en y por la Iglesia. Missio Dei es actividad de Dios que abarca a ambos, la Iglesia y el mundo, y la Iglesia tiene el privilegio de participar. A pesar de algunas reservas, hay un acuerdo convergente acerca de la interpretación teológica del propósito de Dios. Nuestro Dios es un Dios personal con un objetivo, propósito, que es: llamar a toda la creación bajo el Señorío de Jesús el Cristo en quien, por el poder del Espíritu Santo, lleva a todo el mundo a una comunión con Dios. Por lo tanto, todo esfuerzo de comprender Missio Dei debe hacer referencia al Reino de Dios. El reino de Dios se entiende como una vida libre de toda forma de esclavitud, particularmente la muerte. En términos de San Pablo, el gozo de una vida plena está amenazado por todos aquellos aspectos de la vida que esclaviza: pecado (Rom 7,14), la ley (Rom 7,10), la vanidad y la corrupción (Rom 8,19-21), este mundo malvado (Gal 1,4), insignificantes y miserables poderes (Gal 4,9), espíritus del mal (Ef 6,12). Con eso, es inconcebible que podemos otra vez volver a una visión estrecha y eclesiocéntrica de la misión. Tarea múltiple de la evangelización Por vocación cada cristiano/a es llamado/a a evangelizar. La evangelización es una tarea colectiva y cada miembro individual del Pueblo de Dios
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es responsable directamente de la realización de esta tarea. La ejecución de esta tarea no se le puede entregar a una sola persona ni una sola persona pueda apoderarse de la misma. El desafío es que todos contribuyan en la agilización de la llegada del reino de Dios, trabajando juntos y llevando a cabo todos los elementos componentes de esta tarea. Evangelii Nuntiandi menciona los siguientes componentes de la evangelización: Testimonio de vida (41), Predicación viva (42), Liturgia (43) Catequesis (44), y los Sacramentos (47), Acompañamiento de la Religiosidad Popular (48), entre otros. Redemptoris Missio menciona varias formas de evangelización: Testimonio de Vida (42): seguir el ejemplo de Cristo, el Testimonio por excelencia y modelo del testimonio cristiano, que se insertó en la situación de su pueblo, especialmente los pobres, los débiles y los oprimidos, Proclamación de que en Jesucristo, se ofrece la salvación a todos los hombres, como don de la gracia y de la misericordia de Dios (44), Inculturación: la Iglesia está presente en diferentes culturas y participa en el proceso de inculturación (52), Diálogo: con hermanos y hermanas de otras religiones para llegar a un conocimiento y enriquecimiento mutuo (55), y Desarrollo Humano: que toca integralmente todos los aspectos de la vida de la persona: social, económico, político, cultural, sicológico, moral y espiritual (58-59). Opción preferencial por los pobres La Iglesia ha hecho una opción preferencial por los pobres. Todos los cristianos tienen un rol en el proceso de las transformaciones que han de efectuarse. Entre las diversas formas que la Iglesia utiliza para llevar a cabo su actividad misionera, la Iglesia ha afirmado repetidamente su compromiso de utilizar los medios de comunicación social para cumplir efectivamente su tarea misionera. En el Documento de Medellín, se confirma que en América Latina, los medios de comunicación social han sido uno de los factores que contribuyó en el despertar de la consciencia de las masas sobre su condición de vida, promoviendo aspiraciones y esperanzas y de la necesidad urgente en pos de transformaciones radicales. Los medios son agentes positivos
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a través de educación formal e informal, de la creación de opinión pública, entre otros. En el mismo documento se confirma que el trabajo por la justicia es parte integral de la misión de la Iglesia, una declaración que repercutió en el Sínodo de Obispos de 1971. El Documento de Aparecida afirma claramente que para seguir a Jesús de Nazaret, la Iglesia tiene que hacer un cambio interno. Para vivir plenamente las enseñanzas y asumir la praxis de Jesús de Nazaret, la Iglesia asume una opción preferencial y evangélica por los pobres. Dentro de esta amplia preocupación por la dignidad humana se sitúa nuestra angustia por los millones de latinoamericanos y latinoamericanas que no pueden llevar una vida que responda a esa dignidad. La opción preferencial por los pobres es uno de los rasgos que marca la fisonomía de la Iglesia latinoamericana y caribeña (DA, 391). El Santo Padre nos ha recordado que la Iglesia está convocada a ser “abogada de la justicia y defensora de los pobres ante intolerables desigualdades sociales y económicas que claman al cielo” (DA, 395). Estamos convencidos de que la situación de los pobres y los excluidos del mundo actual la tenemos que enfrentar individualmente y colectivamente. Más aún, creemos que en medio de una aparente desesperanza, hay una alternativa, una salida esperanzadora. Es cierto que la pobreza significa muerte. Pero el pobre sabe también esperar contra toda esperanza. Es una esperanza que implica el compromiso con la lucha por la justicia y la paz, la participación activa en las decisiones políticas, la organización comunitaria para poder vivir la fe en forma integral y la liberación de toda forma de opresión. Afirmamos el rol profético de la Iglesia, llamada a anunciar la Buena Nueva de Jesucristo y dar testimonio a los valores del Reino de Dios. La Iglesia Latinoamericana está marcada por la participación de los cristianos en los procesos de cambio y en los procesos de liberación. Para Gustavo Gutiérrez, este fenómeno es solo una expresión de un acontecimiento muy significativo de nuestros tiempos, la irrupción de los pobres. Los que han estado ausentes de la sociedad y de la Iglesia ahora están presentes. A los que se les consideraba sin importancia ahora se hacen gradualmente “agentes activos de su propio destino y comenzando un proceso
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decidido que está cambiando la condición de los pobres y los oprimidos de este mundo”. Este acontecimiento no es exclusivo de América Latina. Se está dando en todos los continentes. Esta realidad y las causas desde donde proviene, suscita una necesidad urgente de ser interpretado a la luz de la revelación cristiana. La opción preferencial por los pobres tiene fundamentación bíblica (Éxodo 3,9; Éxodo 8,1; Amós 2,6; Isaías 3,14-15; Jeremías 22,3; Levítico 19,33; Éxodo 15,12-15; Deut. 23,12; Lucas 4,18-21; Lucas 6,20-21; Mateo 15,1-5; Marcos 2,23-3,6; Mateo 6,19-24; 19,24; Lucas 6,24; 16,22-23). Tener una preferencia por los pobres de ninguna manera excluye a nadie. De lo contrario, nos recuerda del amor universal de Dios y también de su predilección para los más pobres y débiles. Opción de ninguna manera significa opcional, en el sentido de que uno es libre de hacer o no esta opción, como el mandamiento de amar no es opcional. Es imperativo tanto para los pobres como para los ricos de hacer esta opción preferencial por los pobres. Gustavo Gutiérrez agrega que la razón última por el compromiso con los pobres y los oprimidos no se encuentra en el análisis social que usamos, ni en la compasión humana, ni en ninguna experiencia directa que nosotros tenemos de la pobreza. Nuestro compromiso está basado, en última instancia, en el Dios de nuestra fe. Es una opción teocéntrica, profética que tiene sus raíces en el amor incondicional de Dios y es exigido por este amor. El compromiso de los cristianos y cristianas abarca dos elementos: una opción ética de solidarizarse con los pobres y una acción política que logra superar la injusticia estructural. La promoción de la justicia es una dimensión integral de la evangelización. Nos duele encontrar nuestro mundo inmerso en la pobreza, opresión, falta de libertad, desigualdad, injusticia, violencia y odio. Es necesaria la participación plena de todos los pueblos en la transformación de esta realidad a la que corresponde a la visión de Dios. Hay una relación directa entre salvación y el proceso de liberación humana a lo largo de nuestra historia. La persona en proceso de evangelización se encuentra en un contexto que implica la realidad social, económica, política, cultural y sicológica. La acción salvadora del Señor de la Historia toca la persona entera y todo el contexto en que
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se encuentra. La participación de la Iglesia en la acción liberadora no se agota en mejorar la condición material de la persona. La evangelización tiene una finalidad religiosa que va más allá de las necesidades integrales de la persona. La proclamación del Reino de Dios sirve como un horizonte englobante o como una meta de desarrollo humano total. A modo de conclusión Son muchos los aprendizajes que salen de nuestra humilde experiencia. He aquí algunos. Primera conclusión. Podemos decir que para estar en diálogo con el pueblo, la emisora, en este caso Radio Enriquillo, tiene que estar enraizada en la realidad de la gente. Debe haber un contacto permanente con el pueblo. Además debe haber una promoción consciente y deliberada de la participación activa de la gente o del pueblo, entendida como acceso directo a los medios y en el proceso actual de hacer radio. Este acceso directo es sin lugar a dudas una afirmación de la participación activa de la gente en la toma decisiones que afecta la sociedad, en presentar posibles soluciones a los problemas socio-económicos básicos, en la apreciación de su propia cultura y religiosidad. Los miembros del personal de Radio Enriquillo salen micrófono a mano, por las montañas y valles, hablando con la gente, dejando que la gente hable de sus sueños, sus problemas, las soluciones a los mismos, denunciando las injusticias cometidas por los militares contra los haitianos ilegales con la complicidad de algunas autoridades municipales. La lista de iniciativas maravillosas sigue aumentando. Segunda conclusión. Los pobres se convierten en participantes activos en el proyecto entero, como si fueran co-creadores, co-dueños, coproductores. Es una radio horizontal, participativa, profética, popular, comunitaria, educacional. Hay un salto cualitativo de ser voz de los sin voz a ser catalizadora, educadora, inspirara, facilitadora para que la gente diga su propia palabra. En otras palabras, medios masivos que promueven la generación de la palabra son mediaciones validas para el empoderamiento de la gente y son instrumentos necesarios para la realización de la tarea evangelizadora de la Iglesia.
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Tercera conclusión. La Iglesia tiene como tarea la evangelización en la situación concreta en que se encuentran todos los pueblos dentro de las perspectivas del Reino de Dios. Por lo tanto, evangelizar por radio significa seguir promoviendo vida donde las fuerzas de la muerte la amenazan y seguir promoviendo esperanza con el mensaje que es posible construir una sociedad de comunión y participación, de solidaridad y paz. El eje transversal que está presente y sigue vigente en toda la programación de Radio Enriquillo es la evangelización. La alegría que acompaña el anuncio de la Buena Noticia vibra en todo el quehacer de Radio Enriquillo. Cuarta conclusión. En cuanto a la identidad de la Iglesia, es importante notar que la Iglesia debe esforzarse a “ser” una buena noticia y no solo “dar” la buena noticia. Es necesario poner nuestros oídos en el mismo corazón del pueblo, estar en sintonía con los sueños, angustias, alegrías y aspiraciones del pueblo. En otras palabras es comprometerse a hacer presente el Reino de Dios, aquí y ahora.
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Los nuevos lenguajes de la comunicación y la Iglesia Rolando Calle, S.J. Ecuatoriano, sacerdote jesuita; asesor de comunicación del CELAM, socio fundador de la Asociación Católica de comunicación, SIGNIS-Ecuador.
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a Iglesia se pregunta hoy por los nuevos lenguajes. En años anteriores se había preguntado por “los nuevos instrumentos” de comunicación. Los instrumentos son objetos que están fuera del sujeto que se pregunta. Los lenguajes son sistemas de creación y negociación de significado que presupone relación activa entre sujetos, entre sujeto y mundo, entre sujeto y estructuras del lenguaje y entre estas y la realidad. La diferencia es cualitativa y substancial. El cambio de interés supone un paso adelante y denota una aceptación implícita de que la Iglesia se debe preguntar sobre su propio quehacer comunicativo, es decir, sobre la sustancia misma de su actuar en el mundo. Por tanto, por el momento no nos vamos a preocupar por el uso instrumental que la Iglesia haga de las herramientas y tecnologías nuevas, sino de los cambios cualitativos que supone asumir con responsabilidad las inquietudes sobre el lenguaje. Para ayudarnos en este recorrido exploratorio, vamos a echar mano a las ideas de Jerome Bruner sobre las modalidades del pensamiento; a Northrop Frye, quien habla de las tres eras del lenguaje; las reflexiones de Darley sobre la cultura audiovisual tradicional y la cultura audiovi-
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sual contemporánea; la propuesta de los tres entornos del español Javier Echeverría y las investigaciones de Hoover y Clark sobre religiosidad en la cultura contemporánea. Bruner y Frye nos ayudarán a sentar una especie de base teórica para nuestra reflexión: la primera parte. Los otros pensadores, a delinear el estado del escenario cultural actual en lo que se refiere a lenguajes nuevos y sus componentes: la segunda parte. Primera parte: la iluminación teórica ¿Paradigmáticos o narrativos? Los lenguajes están directamente relacionados con la manera de pensar de los seres humanos, pues son tanto expresiones de esas maneras de pensar como modeladores de esas estructuras de pensamiento. En su libro Realidad mental y mundos posibles, Bruner dice que hay dos modalidades de funcionamiento cognitivo, dos modalidades de pensamiento, y cada una de ellas brinda modos característicos de ordenar la experiencia, de construir la realidad. Además, esas dos maneras de conocer tienen principios funcionales propios y sus propios criterios de corrección. Bruner se refiere a la modalidad paradigmática o lógico-científica y a la modalidad narrativa. La modalidad pragmática está regida por la lógica y pretende alcanzar la verdad a través de argumentos, del uso del principio de causalidad. La modalidad narrativa maneja el relato y no pretende la verdad sino la verosimilitud, quiere acercarse a la vida. No se obsesiona con la causalidad sino que se preocupa de las intenciones y de las acciones humanas. Si tuviéramos que decidir cuál ha sido, de modo general, la manera de pensar de la Iglesia institucional en estos últimos siglos, ¿qué concluiríamos? No hay duda que la Iglesia ha transitado los últimos siglos de su existencia por caminos más pragmáticos que narrativos. (Esta aseveración no implica ningún juicio de valor, sino que intenta funcionar simplemente como una constatación, que, por supuesto, está abierta a discusión). El peso del aparato lógico en la vida de la Iglesia se lo puede medir por la importancia que el dogma ha adquirido en la vida de la Iglesia. Solo pen-
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semos en algunas de las instituciones que se han creado para manejarlo: El Santo Oficio, el Catecismo, La Inquisición, el Índice, el trabajo mayoritario en los Concilios, las cátedras de los Seminarios que por siglos se han valido de la lógica, del concepto y han perseguido, sobre todas las cosas, la verdad como un bien no solo alcanzable, sino, prácticamente, de propiedad exclusiva de la Iglesia institucional. Todo esto no quiere decir que la Iglesia no haya usado el relato. Pero el énfasis, ciertamente, parece haber estado del lado del pensamiento lógico. La Iglesia, prisionera del lenguaje conceptual Pasemos adelante. Hemos visto los dos modelos de pensamiento presentados por Bruner. Volvamos nuestra atención ahora hacia los modelos del lenguaje mismo. Frye nos va a ayudar en esta tarea. Para Vico la historia es un proceso continuo y en cierta forma cíclico, en el que las naciones atraviesan tres estadios: la era de los dioses, la de los héroes y la de los hombres. Cada era —según Frye— produce y utiliza su propio lenguaje. El lenguaje correspondiente al primer estadio es el poético. En él las palabras son la realidad misma en forma de sonido. En esta primera época se da muy poco énfasis a una separación clara entre sujeto y objeto. Más bien se considera que, lo que ahora llamamos sujeto y objeto, participan de una energía común, están unidos por la misma fuerza. Parecería que no existe un sentido de abstracción. La cultura griega anterior a Sócrates sería la época que mejor ejemplifica este tipo de lenguaje. Lenguaje conceptual. Platón da inicio a una nueva era del lenguaje. Para nosotros, esta manera de aprehender el mundo es mucho más familiar, pues nuestra escuela y nuestra religión están, todavía, basadas en sus principios y en su lenguaje. Frye llama a esta fase la del lenguaje de la aristocracia, pues los que manejan ese lenguaje son una élite de prestigio que, de hecho, maneja a la sociedad entera y lleva el peso de lo que se ha llamado cultura occidental. En esta fase las palabras son, principalmente, manifestaciones exteriores de ideas y pensamientos interiores. La separación entre sujeto y objeto se vuelve casi obligatoria en todo proceso de ideas; de esta manera la palabra reflexión adquiere un protagonismo desconocido hasta entonces.
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Las operaciones de la mente se distinguen de las emociones. Se posibilita la abstracción, se comienza a hablar de maneras de pensar válidas e inválidas, lo cual desemboca en la concepción de la lógica. Si la sensibilidad caracteriza a la primera fase, la representación caracteriza a la segunda. El lenguaje metafórico, con su sentido de identidad de vida y energía entre el hombre y la naturaleza (esto es aquello) da paso a un lenguaje metonímico: esto representa a aquello. Las palabras representan ideas, son expresiones sensibles de realidades superiores, o hasta de un orden superior: Platón habla de un mundo trascendental más que objetivo. Aristóteles continúa y perfecciona este camino en el sentido que desarrolla un aparato lógico deductivo en donde las palabras ordenadas en cierta manera reflejaban la realidad inescapable de la lógica del ser mismo. En esta segunda fase del lenguaje ya no hay lugar para los pequeños dioses ordinarios de la primera fase. La concepción de Dios, con mayúscula, es unificante y corresponde a la realidad trascendental, al ser perfecto cuya existencia no da lugar —lógicamente— a otros dioses. Con palabras de Frye: La palabra “Dios” a pesar de la diversidad de referentes es, prácticamente, un requisito indispensable del pensamiento de la fase metonímica. No es posible usar las palabras analógicamente a no ser que exista un algo a qué relacionarlas. La consolidación del cristianismo y de su teología basada en el monoteísmo debe mucho a este gran órgano aristotélico. De la perfección de Dios se deriva toda una serie de irrefutables premisas. El dogma cristiano de 20 siglos se ha desarrollado principalmente siguiendo la inflexible lógica de Aristóteles. La Edad Media quedó fascinada por el silogismo y con el deseo de deducir todo desde las verdades de la revelación. Con palabras de Frye: Durante estos siglos el miedo a la herejía, o sea a la desviación en el plano lógico de las premisas cristianas fue, de hecho, quizá la más devastadora psicosis de la historia. Lenguaje demótico, descriptivo. La tercera era del lenguaje está centrada en el mundo objetivo natural que es el que da la pauta de lo que es la reali-
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dad. Lo percibimos a través de los sentidos; las palabras son instrumentos de reflexión. La palabra se valora porque corresponde al objeto en la naturaleza, porque lo describe. Con un pensamiento así no es difícil concluir en la imposibilidad de la metafísica. Locke y Bacon podrían ser los primeros filósofos occidentales representantes de esta época del lenguaje. Así entendida la realidad, el lenguaje es eminentemente descriptivo de lo que existe en la naturaleza, en el mundo. Una estructura mental es verdadera si corresponde al mundo objetivo. El criterio de verdad, pues, está ligado a una correspondencia externa, más que a una consistencia interna, lógica, de la argumentación. La ciencia hoy está basada en la observación inductiva, observación que trata de distinguir lo ilusorio de lo que realmente está allí. El problema de ilusión vs. realidad se convierte, pues, en esencial en esta tercera fase del lenguaje. Para Copérnico la salida del sol se convierte en ilusión. Salida y puesta de sol son metáfora útiles, pero al fin y al cabo, solo metáforas. Este lenguaje de tercera fase, demótico, descriptivo es, sin duda, el que prima en nuestro mundo occidental. Hay, sin embargo, signos de que, de alguna manera, el ciclo se cierra y nos preparamos para una nueva fase metafórica: la materia, parámetro definitivo de lo que llamamos objetividad científica, no es más que trazos de procesos de energía. Bruner y Frye aportan ideas coincidentes sobre el lenguaje centrado en el concepto, la lógica y el silogismo. Al aplicar las ideas de ambos a la acción de la Iglesia en este inicio de siglo, podemos encontrar pistas esclarecedoras. Para que esto se haga realidad necesitamos un escenario concreto e iluminado donde plantar esas ideas, y unos actores concretos que se muevan y vivan de acuerdo a sus propias características. Darley, Echeverría y Hoover nos pueden ayudar en el resto del camino. Segunda parte: escenarios y actores A nuevos escenarios culturales, nuevos lenguajes,… y viceversa. Javier Echeverría, al tratar de analizar los escenarios de cambio por los que atraviesa hoy la Educación, propone tres entornos por los que ha transcurrido la humanidad:
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1. El entorno natural (básicamente tribal, rural, regido por intercambios sociales “naturales” y por saberes relacionados con los ciclos de la naturaleza y la tierra); 2. Un entorno urbano que se consolida con la revolución industrial al tiempo que se organizan las grandes ciudades (allí se necesitan otros saberes y habilidades, nace la escuela tal como la conocemos hoy, aunque la gente no escolarizada aprende en la calle; el Estado regula la Educación); 3. El tercer entorno, creado por las Nuevas Tecnologías de la Información y de las Telecomunicaciones (NTIT): nuevo espacio social, con su estructura propia no presencial sino representacional, no proximal sino distal, no sincrónico sino multicrónico, y que no se basa en espacios físicos “sino que depende de redes electrónicas cuyos nodos de interacción pueden estar diseminados por diversos países”. Las tecnologías que más han influido en la constitución de estos escenarios son la TV y la radio, las redes telemáticas, los videojuegos, las tecnologías multimedia y la realidad virtual. Echeverría continúa su reflexión y concluye que la Escuela —la Educación— debe ser re-diseñada desde sus bases para adaptarse a estas nuevas realidades. ¿A dónde podría llevarnos una reflexión similar aplicada a la Iglesia? ¿Qué cambiar y qué no cambiar? La Escuela del siglo 21 está removiendo al currículo (y a sus contenidos, principalmente conceptuales) del lugar protagónico que ha tenido hasta hoy y enfatizando el aprendizaje de procesos, en red y desde la vivencia del estudiante. ¿Es posible y deseable pensar un camino análogo para la Iglesia? Culturas visuales Estamos viviendo en medio de una cultura audiovisual. Esto es un hecho incontrovertible. Examinemos algunas características de esta audiovisualidad y los desarrollos recientes por los que ha pasado. Andrew Darley hace una comparación entre la cultura visual tradicional y la cultura visual contemporánea. En la primera existía una predominancia del relato (lineal, la experiencia “contada”: el sujeto como objeto), la representación (dicotomía realidad/”imago”, verdadero/falso, sustan-
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cia/accidente, forma; contenido/continente), el significado (las sombras en la pared de la caverna de Platón; el “senso”: otra realidad como referencia de validación) y la lectura (decodificar linealmente; la fuerza de las palabras). La irrupción de la tecnología y los factores culturales (cambio de era del lenguaje) nos introducen en la cultura visual contemporánea, en la que prima el estilo (no el relato), el performance de la misma imagen (ya no como representación sino con validez dada por su propia presencia: lenguaje poético de Frye) y la sensación, la vivencia, como realidad válida en sí misma, sin necesidad de un significado “trascendente”. Esta misma sensación reemplaza a la lectura y su descodificación: los procesos análogos, en este caso de la cultura visual contemporánea, son no lineales, directos, experienciales. El espectáculo se entroniza como la modalidad preferida y el surface play tiene validez por sí mismo, sin necesidad de acudir al contenido ni al sentido (meaning). De nuevo podemos preguntarnos cómo estos nuevos escenarios y actores tan radicalmente distinto influyen en el quehacer eclesial. Actores nuevos Cuando hablamos de nuevos lenguajes no podemos dejar de hablar de los nuevos actores, los sujetos donde se encarna ese lenguaje, los usuarios de sus paradigmas. Las investigaciones de Hoover y Clark y las ideas de los otros autores ya mencionados contribuyen a delinear un lenguaje usado por el joven latinoamericano de las clases medias urbanas. Veamos sus características: 1. Diferencia cada vez más tenue entre lo subjetivo y lo objetivo. Lo que está fuera de mí, si no es sentido por mí, no existe. Lo que es sentido, vivido por mí, es parte de mi mundo y de mi realidad. El papel de los Medios de comunicación en este juego realidad-subjetividad es crucial y múltiple: Medios de comunicación, extensión de los sentidos, con ellos “veo” el mundo, como lo hago con mis ojos. 2. El sentir y experimentar —la vivencia— dictan el flujo de la vida, del mismo discurso y de los mismos procesos intelectivos y del conocimiento. La motivación como motor de los procesos de aprendizaje ha
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sido una realidad bien conocida por todos los educadores recientes, pero hoy, además, la motivación llega por la vivencia, la con-vivencia —ya sea de primera mano o ya sea virtual— y la sintonía generada a través de diferentes medios. 3. La imagen: manera de experimentar el entorno (lo que no soy yo) incorporándolo a mi vivencia. La imagen, manera de “mapear” el yo (consciente y subconsciente), de expresar la vivencia, de comulgar con el otro. La imagen no pide ni requiere del rigor lógico del concepto ni se rige por sus normas. Y es que la imagen pertenece al lenguaje poético, no al conceptual (ver N. Frye, The Great Code). 4. En tiempos del lenguaje poético, pronunciar la “palabra” era crear el mundo. Hoy pronunciar la imagen, crearla, es crear realidad. La existencia viene de la mano de la “pronunciación” de la imagen. Lo que no está en TV, no existe. 5. Pero además la imagen precede y anuncia el acontecimiento. En los juegos computarizados de simulación de vuelo se derribaron muchas veces las torres gemelas antes del acontecimiento real. El FBI ha apelado a los guionistas de Hollywood como una manera de prever atentados terroristas. Las imágenes de la publicidad anuncian el futuro, un mundo ideal por el que los consumidores votan con su dinero y su compra; la propaganda política —y las encuestas manipuladas— anuncian al ganador. Los héroes y los dioses de la cultura actual existen en la imagen, que es lo que cuenta: la realidad es intrascendente. 6. La obsolescencia de las imágenes (y de sus mundos) es un tema que hace parte de esta nueva situación en la que vivimos. Desde 1/15 de segundo de cada imagen de TV, hasta la renovación constante de la imagen del político, del cantante o del héroe deportivo. Más cuenta la imagen percibida que la realidad real. El escándalo de hoy supera al de ayer: ¿para qué preocuparse por él, si mañana habrá otro mayor? El mundo es un continuo parpadear de imágenes cinematográficas sin verdadero sustento real-real. La obsolescencia lleva a la inseguridad al momento de juzgar y procesar. 7. Casi nulo sentido de abstracción. Más importancia al ejemplo, a la imagen, a la experiencia.
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8. En la juventud de hoy tienen un lugar especial los dioses y espíritus domésticos (héroes del deporte, espectáculo...) y sus espacios sagrados: TV, juegos de simulación (MUD), videojuegos... En definitiva son ejercicios de trascendencia individual y de comunión suprageográfica con las comunidades a las que los jóvenes realmente se sienten pertenecer. 9. Los medios parecen ser un recurso —conscientemente buscado— en tiempos de crisis, rompimientos y cambios. Y sirven para expresarse, pues las audiencias se identifican con sus textos. Estos textos y símbolos mediales son usados como un “Otro” simbólico, por parte de los jóvenes, para identificarse y definirse. 10. El mundo de hoy es un mundo de imágenes, pero es el mundo real, una manera válida de vivir la realidad, no una evasión de la realidad. “El hombre se ha vuelto “sujeto” y el mundo he devenido “imagen”. (...) Lo que esta fórmula enuncia es que el ente en su totalidad —no solo lo que es sino lo que ya fue y lo que será en un futuro— es objetividad dispuesta y disponible exclusivamente para una subjetividad capaz de organizarla, fundamentarla y administrarla. (...) toda objetividad es deducida, producida o representada como “imagen” (Lucas Fragasso, hablando de Derrida). Conclusiones 1. Debe alegrarnos que la Iglesia supere la pregunta meramente instrumental sobre los medios y pase a preguntarse sobre los lenguajes: esto le obliga a preguntarse sobre sí misma, sus paradigmas, sus aciertos y falencias, y su verdadera esencia. 2. Tenemos que transitar con gracia y responsabilidad el camino que nos lleve de una organización eclesial basada en el concepto, a una Iglesia basada en los procesos comunitarios, en la posibilidad de crear redes y de formar comunidades de intensa vivencia evangélica. Para lograr esto, es imprescindible una comunicación que comprenda íntimamente los nuevos lenguajes. 3. El papel de los comunicadores en la Iglesia es, pues, substancialmente, una tarea de fidelidad: rescatar el corazón del Evangelio y encarnarlo
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en las nuevas realidades culturales expresadas a través de los nuevos lenguajes. 4. Aceptar el reto de esta transformación es una tarea enorme que implica, para comenzar, la reformulación de la Teología, de la Espiritualidad y de la misma organización eclesial. 5. No se puede comprender los lenguajes solamente a través de un estudio conceptual de los mismos. Los nuevos lenguajes hay que experimentarlos para “comprenderlos”, porque de lo que realmente se trata es de “vivenciarlos”, lo cual no sucede sino a través de la propia experiencia.
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Bibliografía Jerome Bruner. Realidad mental y mundos posibles, Barcelona: Gedisa, 1996. Northrop Frye. El gran código, Barcelona: Gedisa, 1988. Andrew Darley. Visual Digital Culture, New York: Routledge, 2000. Javier Echeverría. “Educación y tecnologías telemáticas”, en: www.campus-oei.org/ revista/rie 24 a 01.htm. Hoover y Clark son investigadores norteamericanos contemporáneos que trabajan en el ámbito de la cultura, la comunicación y la religión. Ver más información en el sitio www.jmcommunications.com.
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Espiritualidad y cine Michel Bohler y P. Luis García Orso, S.J. Michel Bohler es Coordinador de la Red de Cine y Espiritualidad de OCLACC. Luis García Orso es miembro de la Junta Directiva de OCLACC y Coordinador de los jurados internacionales de Cine OCLACC, SIGNIS.
Introducción sta reflexión quiere sistematizar y testimoniar la experiencia de los retiros de “Cine y espiritualidad” realizados en Perú, animados por nosotros, y también la experiencia de un grupo que se constituyó como Comunidad Cristiana de Base a partir del cine desde 2005. Una comunidad que periódicamente se reúne mensualmente los sábados, desde las cuatro de la tarde hasta las ocho de la noche, en una casa particular, en la que acondicionaron una sala de cine.
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Testimonio En esta comunidad como en los retiros, nos dimos cuenta que para nosotros, las historias del cine, mediante los intercambios que realizamos, partiendo como de una hermenéutica de los personajes y de estas historias, funcionaban en nuestras referencias de comportamiento, de valores, como las historias de la Biblia por una parte, y por otra parte nos permitía responder a cuestiones prácticas en las relaciones entre amigos, al interior de la familia y de la pareja que no encontramos en otros espacios
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eclesiales no sociales. Cada uno arrastra en su propia historia personal, de parte de sus orígenes familiares, culturales o eclesiales, valores, miedos, angustias, comportamientos que nunca han sido confrontados al evangelio. Inclusive muchos participantes se dieron cuenta que nuestra fe en Jesús, en el Padre, es perturbada por asuntos culturales o tradiciones que no tienen nada que ver con lo que Jesús nos dice de su Padre. Como espectadores, descubrimos que en la pantalla se cuentan historias tan parecidas a las nuestras que nos hacen emocionarnos e identificarnos, reír y llorar, pensar y soñar, pasar un buen rato, pero también reconocernos como seres humanos. Constatamos que muchas películas son para cada espectador un “espejo de la vida”, donde cada uno se reconoce y aprende de las experiencias ahí contadas cinematográficamente, y que nos hacen entrar en nuestro interior y pensar sobre lo que hemos vivido y queremos vivir. La experiencia espiritual que provoca el cine en cada persona está hecha de historias vividas y compartidas, de significados de la vida, de sentimientos y cuestionamientos, de movimientos interiores, que nos permite aprovechar y discernir, en un diálogo vivo del espectador con la película, consigo mismo y en relación con otros espectadores. Ciertamente no todas las películas lo logran, algunas veces porque uno mismo como espectador sólo busca “distraerse” con una película. Pero como el cine tiene la fuerza de levantar sentimientos profundos y poner en debate nuestros propios comportamientos hacia la mujer (o el varón), los niños, nuestros hijos, nuestra sociedad, logra poner en debate la relación entre nuestra voluntad y nuestras actitudes, nuestros actos. También nos ayuda buscar coherencia en nuestra vida entre lo público y lo privado, entre nuestra Fe en Jesús que vive entre nosotros y lo que hacemos o pensamos. Somos salvados y eso es nuestra alegría. Evidenciamos que Dios Padre no quiere el sufrimiento, causado por los hombres. Quiere que nos realicemos lo mejor posible, hasta encontrarlo. Quiere que construyamos una sociedad en la cual no haya marginados, dolores injustos, injusticias consagradas por el sistema social, económico o político. El cine al ser eminentemente lúdico nos llama a saber aprovechar de la vida, a tomar gusto haciendo a los demás felices. Por ejemplo, en los premios Oscar del año 2007 lució una película independiente Pequeña Miss Sunshine, que muestra cómo una familia de
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miembros disfuncionales y fracasados hace un viaje que los lleva a reconciliarse con amor, a aceptarse y valorarse, y a desmontar el falso valor del éxito y la apariencia en un concurso de modelos. Igualmente, la cinta taquillera, Babel, muestra en el cruce de varias historias en diversos continentes cómo vamos creando entre nosotros barreras, discriminación, separación, prejuicios, y cómo es el espíritu de compasión, de cercanía humana, de apoyo en las heridas del otro, el que nos va haciendo verdaderos prójimos y va tejiendo comunión en nuestro mundo. Sí, hay películas de éxito comercial que nos abren el corazón y la mirada para ver el mundo que vivimos e imaginar y crear otro más humano; así pasa en Las tortugas pueden volar, Diarios de motocicleta, El laberinto del fauno, por poner algunos ejemplos más recientes. El cine, tal como lo utilizamos, nos ayuda a acercarnos a nuestra propia vida y es en esta vida que vivimos nuestra espiritualidad, como fuente de nuestros comportamientos y de nuestros actos humanos los más significativos. Nos ayuda a encontrar coherencia entre nuestra vida social y familiar, nuestras relaciones de esposos. Así como después de las lecturas de la Biblia, también después de una buena historia de películas, nos preguntamos: ¿Y tú, como vives? ¿Cómo resuelves este problema? ¿Qué hubieras hecho en estas circunstancias? ¿Cuáles circunstancias de nuestras vidas están en problema? La vida, la muerte, la felicidad, las relaciones afectivas y sociales, son temas recurrentes en las películas y es en estos espacios que vivimos nuestra fe y donde construimos el Reino ya entre nosotros y lo identificamos. También podemos identificar lo que es contrario al Reino. ¿Qué Dios descubrimos en las historias de cine? Un Dios feliz de la felicidad de los hombres y mujeres. Un Dios que construye su Reino con todo hombre y mujer de buena voluntad. Un Dios que protesta en contra de la locura de los hombres y acompaña al débil. Un Dios cercano, que nos acompaña en la vida, que nos habla mediante los demás, mediante la naturaleza, los testimonios de tantos hombres y mujeres de buena voluntad, mediante la esposa, los hijos. Un Dios exigente en coherencia personal y eclesial. Un Dios que sufre por ver a su iglesia comprometida en tantas incoherencias. Un Dios que ama a todo hombre y mujer que busca a Dios en cualquier iglesia o por cualquier camino o cultura.
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Descubrimos un Dios encarnado en lo impuro, es decir un Dios escondido en lo que podría ser mejor, en una vida terrestre difícil y ambigua que está en camino de purificación, que nos acompaña en el lugar y el momento en el cual vivimos. Difícil es señalar la línea que separa lo perfecto de lo imperfecto, somos un encuentro de los dos, somos salvados en promesa y somos ya miembro del reino definitivo del Señor. Tantos banquetes propuestos en las películas (Festín de Babette, Memorias de Antonia) nos señalan el festín del reino, del cual los pobres, los marginados, los trans, no serán excluidos si han buscado hacer felices a los demás. Descubrimos un Espíritu presente en la estética de las imágenes, de la naturaleza y de la vida impura de tantos personajes que avanzan en el camino de la vida, luchan en contra de las fealdades del mundo y se apoyan entre ellos, son solidarios, infieles a veces pero volviendo a reencontrarse, perdonándose, para seguir caminando juntos apoyándose. La búsqueda de una respuesta en muchas películas, a las angustias de la persona, a las ventanas abiertas sobre el infinito, a la gran riqueza y poder de los afectos y amores, nos obligan a pensar en cómo Dios nos ama, nos acompaña, que lo vemos sin verlo y lo sentimos en parte, lo sospechamos y lo encontraremos un día y que participaremos en su festín del reino, “con ricas carmes, abundantes salsas y ricos vinos”. La búsqueda del Espíritu en el cine Si se compara la “brisa ligera” del libro de los Reyes (1Reyes 19,11) a la propaganda financiera y mediática de ciertas películas, podemos medir la distancia enorme que existe entre la espiritualidad (ligera, intocable) con las contingencias materiales (a veces muy pesadas) del arte cinematográfico. Una película puede tener un valor espiritual sin referencia explícita a Dios o a una espiritualidad particular. El camino es verdaderamente el de una conversión, de una apertura a una dimensión espiritual. Lo espiritual en el cine está directamente relacionado al carnal retomando el binomio de Pablo. Espontáneamente en nuestras mentalidades, no damos un valor muy alto a lo carnal. Pensamos rápidamente al “pecado de la carne”. Pero la carne es la condición carnal del hombre: ha sido creado por Dios y asumido por Cristo en la encarnación, transfigurado por el Espíritu en la resurrección. Esta corporalidad del hombre ha sido valori-
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zada en la antropología cristiana. Nuestro propósito es tomar en consideración todos estos aspectos materiales con la perspectiva de encontrar en ellos valores espirituales. Podemos hasta afirmar que estamos por una espiritualidad impura, a saber que el Espíritu es siempre enraizado en la vida terrestre, encarnado. A la pregunta de la relación entre el Dios cristiano y una obra de arte, los padres del Concilio Vaticano II contestan claramente: “En la medida en que la obra conduce a los valores humanos, es que son inspiradas por la Sabiduría de Dios, por el Espíritu de Dios”. Lenguaje del símbolo Como en la Biblia, como en las parábolas, el lenguaje simbólico es interesante porque es una vía intermedia entre la verdad y la mentira. En los Evangelios, las alegorías como las parábolas están al servicio del anuncio de la Buena Nueva de una manera que no se impone. Queda siempre la etapa de interpretación o la libertad del sujeto que interviene. “Los que tienen oídos para entender, que entiendan” dice Jesús. El lenguaje cinematográfico, es un lenguaje entre dos subjetividades. Nuestra experiencia humana de lo bueno, de la felicidad, nos permite interpretar los símbolos de las historias cinematográficas, teniendo en cuenta que lo que aparece, como en un iceberg, es mucho menos que lo que expresa en el fondo. De esta manera el “mensaje” es la vida misma contada a nosotros por la historia filmada para que aprendamos de ella y hagamos nuestra existencia mejor. Las historias en la pantalla son como “parábolas cinematográficas” que entran en diálogo con mi propio espíritu a través del lenguaje de las “imágenes en movimiento”. El lenguaje del cine —como en todo arte— no es el lenguaje de conceptos, abstracciones, teorías, discursos (esas películas de discursos, mensajes, consejos, no es auténticamente cine, ni es arte), sino es el lenguaje del testimonio, de la experiencia, de la narración, a través de las imágenes y los símbolos. La imagen en el cine y en el arte es una representación que atiende no sólo a lo que es o aparece, sino a lo que puede ser, o pudo ser, en la encrucijada de las paradojas y las contradicciones existenciales, y por ello revela el espíritu de los seres humanos, y nos evoca, sugiere, proyecta algo de la vida, de su significado, de su misterio, de su trascendencia.
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En esta interpretación, puede haber equivocaciones. Si se practica la propuesta de Cine y espiritualidad al interior de una comunidad cristiana de base o de un grupo que se refiere a su experiencia religiosa y su conocimiento de Dios vivido al interior de una iglesia, la misma comunidad puede funcionar como una garantía de autenticidad, como una permanente crítica de las subjetividades personales para un mejor acercamiento a la verdad de la invitación que Dios nos hace mediante el arte cinematográfico o mediante las historias cinematográficas. En este sentido, las historias cinematográficas funcionan como las historias de la Biblia o de los Evangelios; suponen una hermenéutica a partir de nuestras experiencias personales o de parejas y eclesial. No se trata de definir dogmas de la iglesia, sino los caminos por los cuales podemos encontrar una mejor felicidad, mejor justicia y mejor respeto a los hombres y mujeres que nos rodean. Somos inspirados también por el Espíritu por nuestro bautismo y confirmación. Hablamos evidentemente de las películas que buscan esclarecer la complejidad de las personas humanas, de sus condiciones afectivas, sensibles y humanas. La imagen frente a la idolatría ¿Qué entendemos por idolatría? Entendemos la fascinación posiblemente alienante que pueden ejercer las imágenes en la cultura mediática. Algunos críticos señalan que la fe cristiana o lo espiritual no puede ser transmitido por la imagen mediática. En el mundo del espectáculo, es muy posible la desnaturalización del mensaje cuando se somete a los géneros, a los formatos de más alto impacto. La puerta de entrada de lo espiritual es estrecha en el lenguaje de los medios pero debe respetar sus reglas de juego y encontrar una convivencia posible, señalando sus posibilidades y sus fuerzas, pero también sus limitaciones. Existen cuatro objeciones de la crítica: 1. De natura lúdica: los medios se apoyan sobre una cultura del juego, del entretenimiento como el gran negocio de los astros, de películas y héroes el espectáculo. Abierta a la sensualidad, sin profundidad y superficial. Es lo propio de la cultura del ocio, hostil a toda seriedad de la vida, oponiéndose a todo acercamiento cristiano.
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2. En particular a toda transmisión de la fe: los medios ofrecen un producto cultural decadente, que busca el más pobre denominador común porque es una cultura de masa. Esta cultura forma pensamientos sin profundidad, acostumbrados a los clips y las religiones no tienen como ubicarse en este lenguaje. Los medios viven de lo sensacional, del audiovisual, de la publicidad; es todo lo contrario a la experiencia espiritual cristiana que reclama silencio, contemplación y oración. 3. En relación al funcionamiento ético de los medios: los medios se han vuelto peligrosos para lo humano, lo explotan de manera vergonzante y le quitan su espíritu crítico. Si lo humano no está presente, ¿cómo podría estar presente la fe cristiana? Propaganda, publicidad, son el “opio del pueblo”, es el lobo disfrazado de oveja. 4. De una posible idolatría engendrada por los medios: es el lugar de la nueva idolatría, de los nuevos dioses del mundo moderno, estrechamente relacionado al consumo, a la ciencia, el progreso y las técnicas, etc. Pero qué entendemos por “Presencia de lo vivido de la fe cristiana, en las imágenes mediáticas?” o, de otra manera, ¿cómo las imágenes mediáticas, que son parte del conjunto de los medios, participan del lenguaje humano como cualquier modo de expresión humana? Como cualquier lenguaje, los medios pueden desembocar en un “más” en términos de calidad de la comunicación (como la poesía y sus intercambios simbólicos). Nuestro desafío será, entonces, señalar las condiciones de acceso a este “más” y evitar los riesgos de la idolatría porque la imagen mediática puede revelarse muy apropiada para engendrar una profunda comunicación humana y es capaz de testimoniar y manifestar lo profundo de lo vivido en la fe cristiana. Cuando nos preguntamos cómo funciona la imagen fotográfica en la cultura mediática y su construcción como elemento de lenguaje, nos permitimos señalar que puede ser un lugar posible de expresión y de transmisión de lo vivido en la fe cristiana. Las cinco dimensiones de la retórica de la imagen televisiva La imagen como medio de expresión poética tiene dos funciones: la representativa y la connotativa. Es así que la imagen mediática, es apta
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para llegar a ser un lenguaje simbólico y poético y por ende a desembocar sobre la apertura a la “verdad”. 1. La luz y los colores. Este lenguaje no es neutro y provoca sentimientos y emociones en el espectador. 2. El espacio. Puede ser considerado como un campo estético entre el fondo y el primer plano. Y permite transmitir a los demás tal o cual percepción artística de la realidad. 3. La profundidad y el volumen. Esta tercera dimensión nos abre a la percepción artística. 4. El tiempo y el movimiento. Son determinantes en el cine y la TV y dependen mucho del montaje el cual manipula el tiempo real y el subjetivo. 5. El sonido en relación con la imagen. El sonido es intencional a la diferencia del ruido. Puede ser literal, como el lenguaje o no literal, como la música. Los dos nos dan cierta información, establecen una atmósfera e insisten en la energía estética y aportan una estructura rítmica al campo visual. Lo invisible en lo visible El cristianismo ha señalado el único espacio monoteísta en el cual el proyecto de poner a las imágenes al servicio de la vida interior, no fue en principio, una idiotez o un sacrílego. El Dios cristiano se mediatiza por la palabra hasta un concilio sobre las imágenes, el cual invirtió la primacía absoluta de la palabra sobre la imagen. Podemos acceder al invisible por nuestros ojos de carne pues la salvación se juega en la historia misma. Es la rehabilitación de la carne que abre una vía libre a la imagen. Dios invisible se hace visible y en lo visible se refleja el misterio del verbo encarnado. Jesús se hace visible Dios en medio de los hombres. Es una consecuencia de la teología de la encarnación. Mas una cultura se aleja del cuerpo, más rechaza una posible figuración o representación. Acercarse a la realidad se hace posible por las mediaciones, de las cuales el cuerpo es el centro y la cultura su expresión. La representación es lo que da sentido a lo invisible.
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Las cuatro principales estructuras del intercambio: 1. La funcional, la que tiene valor de uso (por ejemplo un carro). 2. La económica, que tiene valor de intercambio (carro contra plata). 3. La que tiene un valor codificado (el carro como signo del nivel social). 4. Por fin la que tiene valor simbólico (naturaleza, creación y Dios creador). El cine puede educarnos para nuestro bien, pero también puede afectarnos negativamente; depende del espíritu y los valores que ahí se propongan y también del nivel de edad, educación, valores y discernimiento del espectador. La riqueza del lenguaje cinematográfico (imágenes, historia, sonidos, música, ritmo narrativo, fantasía, etc.) toca toda nuestra persona en sus emociones, pensamientos, imaginación, deseos, voluntad, y al ponernos en contacto cercano con personas y vidas, una película pide nuestra respuesta a lo que ellos en la pantalla y nosotros en la vida real estamos viviendo. Somos cada uno los que decidimos qué hacer. El cine es un vehículo cultural, es decir: un lugar en el que se nos proponen valores y significados de vida, y en el que personal y libremente hemos de participar con nuestra conciencia, reflexión, discernimiento, respuesta, para vivir o no esos sentidos y valores que vemos en pantalla. ¿Son esos los valores que quiero vivir en la familia, en el trabajo, en la sociedad? El cine puede hacernos reaccionar a algo mejor, más digno, más humano; depende de nosotros, de la elección de cada espectador, no sólo de lo que la pantalla presenta. Todo cine transmitirá el espíritu de quien lo crea y comparte como artista; transmitirá, pues, su credo, su sentido de la vida. Encontramos extraordinarios y valiosos directores de cine que son católicos o de formación cristiana (Tarkovski, Bergman, Wim Wenders, Volker Schlöndorff, Kieslowski, Paul Haggis, Walter Salles) y también otros muchos creadores igualmente valiosos y llenos de espíritu que no son cristianos (Spielberg, Majid Majidi, Zhang Yimou, Bahman Ghobadi, Fatih Akin). Creo que lo importante no es que haya un cine católico o de otra confesión religiosa sino un cine “espiritual”: aquel cine que comunique lo más hondo y valioso que se mueve en el corazón humano y que nos ofrezca motivos para creer, para esperar, para amar, para hacer nuestro mundo más digno y justo para todos. El Papa Juan Pablo II lo dice así:
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También en las películas de argumento no explícitamente religioso es posible encontrar auténticos valores humanos, una concepción de la vida y una visión del mundo abiertas a la trascendencia… El cine es un medio particularmente adecuado para expresar el misterio inefable que rodea al mundo y al hombre. En una época como la nuestra tan necesitada de espiritualidad que nos ayude a ir más allá del consumo de productos vacíos y materialistas que nos dejan en la superficialidad, la alienación y la intrascendencia, el cine hecho con calidad puede ofrecernos una espiritualidad que nos acompañe en nuestras búsquedas humanas y nos comparta lo mejor que puede vivir y lograr un ser humano, y lo que el Espíritu de Dios puede estar inspirándonos. A manera de conclusión Utilizar las teorías mediáticas, acceder al significado de la metáfora poética, elaborar nuestro conocimiento de comunicaciones simbólicas, son algunos de los temas que debemos profundizar para poder ponderar el impacto del cine. Por otro parte habrá que interpretar las imágenes mediáticas desde la perspectiva de la vivencia de la fe cristiana, como lo intentamos como comunidad cristiana de base. Son ellas condiciones esenciales que permiten a la imagen mediática poder expresarse y traducirse en términos de la fe. Parece particularmente prometedor evaluar al cine desde la perspectiva de una teología de la encarnación, en que se pueden considerar elementos como la iluminación ética, el contraste entre las representaciones del bien y del mal y el peligro de la idolatría.
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Comunicación para la comunión Red TEC, OCLACC
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l cambio de época que vivimos no ha resuelto, ni mucho menos disminuido, las profundas desigualdades económicas y sociales que caracterizan la realidad de Latinoamérica y del Caribe. La llamada sociedad de la información o del conocimiento, en la que supuestamente la humanidad entera ha ingresado, no deja de ser un eufemismo para millones de hijos e hijas de Dios que sobreviven en condiciones infrahumanas sin esperanza cercana de vislumbrar una salida. El cambio de paradigmas, los nuevos desafíos para la clásica organización familiar, la importancia del diálogo y el respeto entre las diversas culturas, las diversas posibilidades que abren las nuevas tecnologías de la información y la comunicación, etc., representan nuevos desafíos para los comunicadores. ¿Cómo ser discípulos de Jesús en esta realidad? ¿Qué significa comunicar la buena nueva a los pobres? ¿Cómo proclamar desde los tejados el amor de Dios? 1. Las apuestas básicas: la encarnación y la comunión La Iglesia en Latinoamérica, en atención plena al Espíritu, está inserta en “el movimiento mismo de la Encarnación”, como lo dijera Juan Pablo II, al invitar a la Iglesia Universal a Encarnarse en el tiempo y en el espacio
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de “la realidad concreta de cada Iglesia donde el misterio del único Pueblo de Dios asume aquella especial configuración que lo hace adecuado a todos los contextos y culturas” (NMI, n 3). En el espacio de las comunicaciones, la Iglesia en Latinoamérica, siguiendo el dinamismo de la Encarnación, descubre que entender la comunicación como camino para la comunión va mucho más allá de la mera transmisión de información. La comunicación, por su propia raíz etimológica del latín communis, apuesta por construir la comunidad, donde “la comunión y el progreso en la convivencia humana son los fines principales de la comunicación” (C.P, n 1). La comunión, la comunidad y la convivencia humana han estado y están en la atención y preocupación de la Iglesia en Latinoamérica. La convivencia humana está unida también al reconocimiento de las personas como ciudadanos con deberes y derechos que a lo largo de estos años muchas comunidades eclesiales han acompañado este proceso como una tarea evangelizadora. 2. Presencia e incidencia La Iglesia no sólo reconoce la importancia de los medios de comunicación, sino que “la evangelización no puede prescindir, hoy en día, de los medios de comunicación” (DP, n 1064). Por ello, la presencia en los medios de comunicación, tanto en los que son de la Iglesia, como en los privados y en los públicos, es una tarea ineludible de todas las iglesias particulares. Además del uso de los medios, la presencia en los espacios de formación de los comunicadores sociales se hace imprescindible. Desde la perspectiva humanizadora y evangelizadora de la Iglesia debemos acompañar la formación, profesionalización y especialización de periodistas y comunicadores en general; y, desarrollar programas de formación para comunicadores católicos en tres grandes campos: a) Formación de pastores (agentes de pastoral) para la comunicación, b) formación de comunicadores para la pastoral y c) formación de perceptores críticos y activos. 2.1. La comunicación es un derecho fundamental El cambio de época que vivimos se caracteriza no solamente por el acelerado desarrollo de las nuevas tecnologías de la información y de la
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comunicación sino también por la concentración de la propiedad de dichos medios, en pocas manos. Pero, con alegría constatamos que en la sociedad, crece el reconocimiento de la comunicación como un derecho inalienable. Desde nuestra perspectiva cristiana asumimos la comunicación, como don gratuito de Dios y uno de los bienes más preciados. Por lo tanto, nuestra tarea evangelizadora deberá orientarse también a consolidar el derecho a la comunicación como un derecho humano fundamental. Así mismo, a propiciar que todos los grupos sociales puedan ejercer ese derecho y que los propietarios de los medios y de las tecnologías de la información nunca olviden que administran un bien de servicio público. Desde esta perspectiva animamos a los diversos grupos sociales, entre ellos a las iglesias locales, ha promover el acceso a la propiedad y al uso de los más diversos medios y tecnologías de la información y la comunicación, al servicio del diálogo, la educación, la evangelización y la construcción de comunidades solidarias. 2.2. Participación de los cristianos en políticas públicas de comunicación Acompañar al Pueblo de Dios en su derecho a la comunicación, implica también incidir en la construcción de las políticas públicas en el campo de las comunicaciones, en colaboración con todas las personas y entidades de buena voluntad, empeñadas por construir una convivencia humana dentro del nuevo mundo que está naciendo. Por una comunicación sin exclusión ni excluidos. En ese sentido, los obispos en Santo Domingo han propuesto una línea pastoral para ayudar a discernir y orientar las políticas y estrategias de la comunicación, que deben encaminarse a crear condiciones para el encuentro entre las personas, para la vigencia de una auténtica y responsable libertad de expresión, para fomentar los valores culturales propios y para buscar la integración latinoamericana (SD, n 282). La participación y el acompañamiento crítico a los medios, por parte de los ciudadanos, es otro elemento central para la convivencia fraterna.
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Por ello es importante que los católicos tengamos activa participación en los diversos esfuerzos de vigilancia ciudadana de los medios. Las palabras del papa Juan Pablo II nos orientan en ese sentido: “Es necesario, no sólo encontrar el modo de garantizar a los sectores más débiles de la sociedad el acceso a la información que necesitan, sino también asegurar que no sean excluidos de un papel efectivo y responsable en la toma de decisiones sobre los contenidos de los medios, y en la determinación de las estructuras y líneas de conducta de las comunicaciones sociales” (Jornada Mundial de las Comunicaciones, 2003). 3. La evangelización es comunicación para la comunión El Concilio Vaticano II nos dice: “Una sola cosa pretende la Iglesia: continuar, bajo la guía del Espíritu, la obra misma de Cristo… Para cumplir esta misión es deber permanente escrutar a fondo los signos de cada época e interpretarlos a la luz del Evangelio” (G.S. n. 3 y 4). Del mismo modo, el Papa, Juan Pablo II, al comenzar el nuevo milenio nos hace un llamado muy especial para que entremos en la realidad concreta en cada lugar que es distinta en cada Diócesis. Nos dice así el Santo Padre: Es especialmente en la realidad concreta de cada Iglesia donde el misterio del único Pueblo de Dios asume aquella especial configuración que lo hace adecuado a todos los contextos y culturas. Este encarnarse de la Iglesia en el tiempo y en el espacio refleja, en definitiva, el movimiento mismo de la Encarnación… para que la Iglesia brille cada vez más en la variedad de sus dones y en la unidad de su camino (NMI, n. 3). Aquí tenemos una tarea para toda la Iglesia: “continuar, bajo la guía del Espíritu, la obra misma de Cristo” dentro de “la realidad concreta” que es una realidad distinta en cada lugar. Esta es la forma de vivir y realizar la misión propia de la Iglesia. Vivir y anunciar el Reino. Es evangelizar. Nuestros obispos dijeron en Puebla: “La Evangelización, anuncio del Reino, es comunicación” (DP: 1063). Y en la IV Conferencia de Santo Domingo lo repiten y añaden “… para que vivamos en comunión”. La evangelización, entonces, entendida como anuncio del Reino es comunicación para que vivamos en comunión.
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Por eso, los obispos añaden el testimonio de un evangelizador que grita: “Lo que hemos visto y oído, os lo anunciamos, para que también vosotros estéis en comunión con nosotros. Y nosotros estamos en comunión con el Padre y con su Hijo Jesucristo” (1 Jn 1,3). Y la razón, nos advierten, es que el hombre ha sido hecho a la imagen de Dios Uno y Trino, y en el corazón de la Revelación encontramos su misterio trinitario como la comunicación eternamente interpersonal, cuya Palabra se hace diálogo, entra en la historia por obra del Espíritu e inaugura así un mundo de nuevos encuentros, intercambios, comunicación y comunión (SD. 279). Si el hombre ha sido hecho a imagen de Dios, solamente puede llegar a su realización plena en la comunión. Jamás en la soledad, que es la consecuencia del egoísmo. Es lógico por lo tanto el proceso que plantean los Obispos al hablar de “identidad”, “alteridad” y “comunidad”. Dicen: “Cada persona y cada grupo humano desarrolla su identidad en el encuentro con otros (alteridad). Esta comunicación es camino necesario para llegar a la comunión (comunidad)” (SD. 279). Y la comunión a la que estamos llamados es entre nosotros mismos y con Dios. Se trata de entrar a vivir en esa comunión que S. Juan llama comunión con nosotros, teniendo en cuenta que nosotros estamos en comunión con el Padre y con su Hijo Jesucristo. El encuentro con la alteridad del otro, o con los otros, no es sólo el encuentro con la alteridad de quienes son criaturas, imagen de Dios, sino también el encuentro con la alteridad del totalmente Otro, la alteridad del Creador. En Cristo, “Dios, el totalmente Otro, sale al encuentro nuestro y espera nuestra respuesta libre. Este encuentro de comunión con El es siempre crecimiento. Es el camino de la santidad” (SD. 279). Pero, al construir con los otros la convivencia con las orientaciones del Reino, se nos hace imprescindible, también, el cumplir con el encargo del Padre de cuidar y administrar la naturaleza y todo lo que en ella existe, para que esta tierra sea una digna morada de los hijos de Dios: (Gen 1,28-30). La creación es obra de la Palabra del Señor y la presencia del Espíritu, que desde el comienzo aleteaba sobre todo lo que fue creado (cf. Gen 12). Esta fue la primera alianza de Dios con nosotros. Cuando el ser humano,
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llamado a entrar en esta alianza de amor, se niega, el pecado del hombre afecta su relación con Dios y también con toda la creación (SD. 169). 4. La Iglesia: casa y escuela de comunicación y comunión Estamos llamados a ser casa y escuela de comunión. “Hacer de la Iglesia la casa y la escuela de comunión: este es el gran desafío que tenemos ante nosotros… si queremos ser fieles al designio de Dios y responder también a las profundas esperanzas del mundo” (NMI. 43). Por ello es fundamental que al interior de la misma Iglesia desarrollemos mejores niveles de diálogo, fomentemos de manera decidida, la libertad de expresión y de opinión pública. La opinión pública es imprescindible en la vida eclesial, necesaria para que crezca y se perfeccione el vínculo comunitario entre los creyentes. “Le faltaría algo en su vida si careciera de opinión pública. Y sería por culpa de sus pastores y fieles” (Pío XII). En este campo se requiere una mayor colaboración entre fieles laicos y pastores: Tienen el derecho, y a veces incluso el deber, en razón de su propio conocimiento, competencia y prestigio, de manifestar a los Pastores sagrados su opinión sobre aquello que pertenece al bien de la Iglesia y de manifestar a los demás fieles, salvando siempre la integridad de la fe y de las costumbres, la reverencia hacia los Pastores y habida cuenta de la utilidad común y de la dignidad de las personas (Conc. Ecum. Vat. II, LG, 37). En esta labor cotidiana y fraterna, debemos tener presente lo que nos señala Aetatis novae al decir que “los medios de comunicación no pueden reemplazar el contacto personal inmediato, ni tampoco las relaciones entre los miembros de una familia o entre amigos” (Aet. n. 7). Como casa de comunicación y comunión el diálogo y el respeto a las opiniones al interior de la familia, de la Iglesia y de los grupos sociales, debe ser una constante característica de nuestra actuación. Los comunicadores católicos y los medios de comunicación de la Iglesia deberán esforzarse por ser pioneros y testimonios de esta comunicación al servicio de la construcción del Reino de Dios.
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Perfil del comunicador cristiano a la luz de Aparecida Red TEC, OCLACC, 3er. COMLAC Documento elaborado colectivamente, durante los primeros meses del 2008, a partir de las propuestas presentadas por los participantes del taller “Comunicación: Evangelización y Discipulado, 3er COMLAC, Loja Ecuador, octubre 2007.
Todo comunicador cristiano es evangelizador ue toda evangelización es comunicación es una importante verdad con que ya se acerca la milenaria práctica de la misión cristiana a los actuales desafíos de los comunicadores cristianos en este nuevo milenio que se caracteriza por la preeminencia de los medios de comunicación. Lo que debemos resaltar hoy, desde el Evangelio, es que todo/a comunicador/a católico/a también necesita ser evangelizador que le urge al comunicador cristiano responder a las exigencias del Evangelio en nuestro tiempo. Desde una perspectiva cristiana el servicio de los medios de comunicación modernos, de la información y del entretenimiento necesitan ser evaluados desde su aporte a la construcción de un mundo mejor, un mundo que se acerca a la utopía de paz y comunión, del Reino de Dios, proclamado por Jesús.
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Conversión y misión para la comunión El discipulado implica un camino en el que se debe vivir un encuentro profundo con Jesús, en este sentido el Comunicador debe vivir este en-
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cuentro como un proceso de conversión que lo lleve a reconocerlo como El Salvador y el Señor de la vida y de la historia. El acontecimiento de Cristo es, por lo tanto, el inicio de ese sujeto nuevo que surge en la historia y al que llamamos discípulo: No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva (Documento conclusivo V Conferencia del episcopado Latinoamericano y El Caribe, Aparecida: DA, 243). Este proceso de formación de discípulos y misioneros comporta cinco aspectos fundamentales que se compenetran íntimamente y se alimentan entre sí: El Encuentro con Jesucristo, la conversión, el discipulado, la comunión dentro de la comunidad cristiana, tanto en el ámbito local como a nivel da la iglesia católica universal, y la misión. La comunión, o la vida en comunidad deberían apoyarnos en nuestra misión y la misión cristiana, por su parte, debe ser enfocada en la construcción de la comunidad tanto de la comunidad humana como de la comunidad cristiana. Hay que esforzarse en recuperar la identidad cristiana del comunicador; el comunicador católico tiene que ser un testigo, un profeta de la esperanza, que ama la vida y se convierte en el que proclama la Buena Nueva. Se preocupa por buscar la verdad desde la fidelidad al Evangelio. En la práctica de su profesión ello implica que necesita tener gran empeño en indagar para encontrar las, a menudo, escondidas, causas de los acontecimientos, que se empeña en investigar la realidad desde la intuición de su fe en Jesucristo, y que no se deja llevar por la comodidad de seguir las opiniones establecidas o comunes y corrientes. Resulta por lo demás que el comunicador cristiano debe ser consciente de su responsabilidad social y su actuar debe estar en consonancia con los principios éticos humanos y los que se derivan de su fe, que no negocia con la noticia, no vende su conciencia, no deja corromper su corazón, y no se deja llevar por el exhibicionismo y el sensacionalismo porque entiende que su bien máximo es servir a los demás. Por ello tampoco se deja encaminar por intereses o criterios mezquinos como el de la primicia, o mensajes que deterioren la dignidad de las personas.
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Si el comunicador reconoce que es discípulo y misionero puede contribuir a la construcción de una sociedad nueva y de una Iglesia renovada por el amor, respondiendo, con su trabajo a un “estado permanente de misión”, como lo expresa San Pablo: “evangelizando a tiempo y a destiempo” (2Cor 11,23-27). En Aparecida escuchamos la llamada del Señor para estar con Él y llevar la Buena Nueva, reconociendo que la comunión debe incentivar a la misión y que la misión debe aportar a la comunión (DA, 163). La globalización, la nueva cultura y la opción por los pobres Los comunicadores están convocados a proclamar el Evangelio en medio de los desafíos de un nuevo tiempo y la nueva cultura global con que nos enfrentamos como Iglesia. Necesitamos anunciar en forma creativa el Evangelio en estos tiempos novedosos. Los obispos en Aparecida destacan el fenómeno de la globalización, sus impactos perniciosos en el ámbito de la economía y el desafío de la nueva cultura que le acompaña y que se impone a escala mundial (DA: Cap. 1 y 2). Esta cultura se difunde precisamente con la dinámica de los nuevos medios de comunicación y por ello los obispos destacan el papel de los comunicadores cristianos como intermediarios entre la nueva cultura y la proclamación del evangelio por parte de la Iglesia. A ellos se confía el papel de explorar la nueva cultura, de conocerla desde adentro y de apoyar a interpretarla desde la fe cristiana (DA 35, 39, Apartado 10.3:484-490). En otro apartado se les amplía la misión de los cristianos y de los comunicadores cristianos en el sentido que se les encomienda que aporten de forma creativa a los debates en los centros de decisión donde se moldea el futuro de nuestras sociedades (Apartado 10.4:491-500). El comunicador debe ser sensible a los signos de los tiempos, entrar sin miedo en el mundo y descubrir en él las huellas de Cristo. Al mismo tiempo Aparecida urge tener en cuenta la realidad en la que estamos sumergidos, una realidad global en que se excluye a gran parte de la población y en la que los menos favorecidos siguen siendo los más afectados.
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El Documento de Aparecida (DA 30) es exigente con los discípulos: Él, siendo el Señor, se hizo servidor y obediente hasta la muerte de cruz (cf. Fil 2,8); siendo rico, eligió ser pobre por nosotros (cf. 2Cor 8,9), enseñándonos el itinerario de nuestra vocación de discípulos y misioneros. En el Evangelio aprendemos la sublime lección de ser pobres siguiendo a Jesús pobre (cf. Lc 6,20; 9,58), y la de anunciar el Evangelio de la paz sin bolsa ni alforja, sin poner nuestra confianza en el dinero ni en el poder de este mundo (cf. Lc 10,4ss). La sencillez y la pobreza, símbolos del desprendimiento que remarca el evangelio, contrastan con la actitudes de soberbia y del despilfarro, y nos acercan al necesario compromiso con los pobres y excluidos. Los obispos, reunidos en Aparecida, reiteran y subrayan la enseñanza de las conferencias generales latinoamericanas anteriores, sobre la opción preferencial por los pobres como un elemento indispensable de la espiritualidad y del comportamiento de los discípulos de Jesús (sobre todo: 291-298). Es evidente que aquella identificación con las y los pobres se impone como una exigencia en el trabajo de los comunicadores cristianos: deben estar hombro a hombro con ellos desde la convicción que no hay verdaderas informaciones ni verdaderas soluciones para nuestras sociedades, si no incluyen a los pobres y excluidos. Nuestro compromiso y nuestra labor profesional como comunicadores apuntan a contribuir en la promoción del ser humano y la construcción de la comunidad, pero debe ser abordada precisamente desde la opción por los pobres. Una misión coordinada con la Iglesia como comunidad e institución Todos los cristianos estamos llamados a aportar en estas tareas desde nuestros propios carismas. Somos conscientes de nuestras limitaciones y por esta razón debemos dedicarnos a la oración y abrirnos a la acción del Espíritu Santo, que anima y sostiene a su Iglesia. Todos los agentes de pastoral deben formarse y preocuparse por ayudar con sentido de corresponsabilidad en la Gran Misión Continental. La Iglesia no puede desaprovechar los medios de comunicación para cumplir con su misión y por lo mismo, compete a sus obispos y a sus pastores, acompañar y estimular los procesos de formación en el camino
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de la construcción de la ciudadanía, del compromiso con los excluidos y de la renovación de la iglesia. El Documento de Aparecida así lo entiende cuando reafirma el compromiso, de acompañamiento, por parte de los obispos, a los Comunicadores, a que se tome conocimiento de esta nueva cultura de la comunicación, a que se promueve la formación profesional de comunicadores competentes y comprometidos con los valores humanos y cristianos en la transformación evangélica de la sociedad. Compartimos la necesidad de la creación de medios propios de comunicación social católicos, tanto en los sectores televisivo y radial, como en los sitios de Internet y en los medios impresos (DA, 486). Por todo lo anterior, nos sentimos estimulados a invitar a todos los Comunicadores a trabajar unidos, en comunión con la Iglesia Universal, por una sociedad más justa y humana, por una Iglesia renovada, en la que evangelizados, nos convirtamos en evangelizadores, nos preocupemos por ser auténticos discípulos y misioneros de Jesucristo, para que nuestros pueblos en Él, tengan vida. En ese sentido pensamos que una de nuestras tareas urgentes es construir estrategias de comunicación para la ciudadanía. Es decir no solo planes de trabajo; sino, fundamentalmente, lectura permanente de la realidad y orientación del trabajo comunicacional hacia la transformación de la realidad. Para OCLACC y la UTPL, entidades organizadoras de este evento, ha sido un privilegio contar con tan distinguidos expositores y participantes provenientes del mundo académico, de la Iglesia y de la práctica comunicativa del continente latinoamericano y de otras regiones del mundo.
Pedro Sánchez C. Secretaría Ejecutiva OCLACC
José Miguel Romero Canciller y Decano UTPL
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