ANTONIO Y CLEOPATRA William Shakespeare
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PERSONAJES Triunviros MARCO ANTONIO OCTAVIO CÉSAR MARCO EMILIO LÉPIDO SEXTO POMPEYO DOMICIO ENOBARBO Amigos de Antonio VENTIDIO EROS ESCARO DERCETAS DEMETRIO FILÓN MECENAS AGRIPA
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Amigos de César DOLABELLA PROCULEYO Amigos de Pompeyo TIREO GALO MENAS MENÉCRATES VARRIO TAURO, lugarteniente general de César. CANIDIO, lugarteniente general de Antonio. SILIO, oficial del ejército de Ventidio. EUFRONIO, embajador de Antonio cerca de César. Del séquito de Cleopatra ALEJAS MARDIÁN SELEUCO UN ADIVINO
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UN RÚSTICO CLEOPATRA, Reina de Egipto. OCTAVIA, Hermana de César y esposa de Antonio. CARMIANA IRAS Oficiales, Soldados, Mensajeros y otras personas. Escena En diversas partes del Imperio romano.
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PRIMER ACTO I Alejandría. Una sala en el palacio de Cleopatra. Entran Demetrio y Filón. FILÓN Cierto, pero este amor extravagante de nuestro general rebasa la medida. Esos ojos soberbios que resplandecían como los de un Marte con armadura cuando inspeccionaban los desfiles y las revistas de las tropas de guerra, concentran ahora todas sus funciones, absorben toda su facultad de contemplación en un rostro moreno. Su corazón de capitán, que en las refriegas de las grandes batallas hacía estallar sobre su pecho los lazos de su coraza, ha perdido todo su temple y sirve ahora de fuelle y de abanico para enfriar a una egipcia fogosa. (Trompetería). Mirad, vedles que vienen. Observad bien, y veréis a uno de los tres pilares del mundo transformado en el personaje de loco por una puta. Mirad y ved. (Entran Antonio y Cleopatra con sus séquitos; los eunucos abanican a Cleopatra). CLEOPATRA Si me amáis verdaderamente, decid cuánto me amáis. ANTONIO Es muy pobre el amor que puede contarse.
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CLEOPATRA Quiero saber el límite del amor que puedo inspirar. ANTONIO Entonces necesitas descubrir un nuevo cielo y una nueva tierra. (Entra un Criado). CRIADO Noticias de Roma, mi buen señor. ANTONIO Me aburren ... Su sustancia. CLEOPATRA Vamos, escuchadlas, Antonio. Quizá Fulvia esté colérica; o quién sabe si el casi imberbe César no os ha enviado su mandato soberano: Haz esto o aquello; toma este reino, libera aquel; cumplimenta nuestras órdenes o te condenamos. ANTONIO ¡Cómo! ¡Amor mío! CLEOPATRA ¡Puede ser! Sí, es muy verosímil. No debéis permanecer aquí más tiempo; tal vez César os envíe vuestra destitución; por consiguiente, escuchad ese mensaje, Antonio. ¿Dónde está la intimación de Fulvia ..., de César, quise decir ..., o de los dos? Llamad a los mensajeros. Tan verdad como soy reina de Egipto, que enrojeces, Antonio; esa sangre rinde homenaje a César. ¿O es que pagan así tus mejillas su tributo de rubor cuando riñe Fulvia con su voz gruñona? ¡Los mensajeros! ANTONIO ¡Húndase Roma en el Tíber y que el arco inmenso de la arquitectura del imperio se desplome! Aquí está mi invierno. Los reinos son de arcilla. Nuestra tierra fangosa nutre lo mismo a la
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bestia que al hombre. La nobleza de la vida consiste en hacer esto (la besa), cuando una pareja así, cuando dos seres como nosotros pueden hacerla; y en este respecto requiero al mundo, bajo pena de castigo, a que declare que somos incomparables. CLEOPATRA ¡Excelente impostura! ¿Por qué se ha casado con Fulvia, si no la amaba? Pasaré por crédula, sin serlo. En cuanto a Antonio, será siempre el mismo. ANTONIO Sí, pero puesto en movimiento por Cleopatra. Ahora, por el amor del Amor y por sus dulces horas, no perdamos el tiempo en agrias conferencias. Ni un minuto de nuestras existencias debe transcurrir ahora sin gozar un nuevo placer. ¿Qué diversión hay esta noche? CLEOPATRA Escuchad a los embajadores. ANTONIO Quita, reina pendenciera, a quien todo se le vuelve refunfuñar, reír, llorar; en quien cada pasión lucha con todas sus fuerzas por aparecer bella y hacerse admirar de ti. Ningún otro mensajero sino tú misma, y los dos iremos solos esta noche a través de las calles, y observaremos las costumbres del pueblo. Venid, reina mía; la última noche expresasteis este deseo. No nos habléis. (Salen Antonio y Cleopatra con sus séquitos). DEMETRIO ¿Con tan poca consideración es tratado César por Antonio? FILÓN Señor, algunas veces, cuando no es Antonio, olvida con exceso esa gran dignidad de conducta que debiera siempre acompañar a Antonio.
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DEMETRIO Estoy muy disgustado con que dé la razón a la vulgar maledicencia que le representa en Roma tal como le he visto. Pero espero mañana más nobles acciones. ¡Feliz descanso! < (Salen).
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II Alejandría. Otra sala del palacio. Entran Carmiana, Iras y Alejas. CARMIANA Señor Alejas, encantador Alejas, Alejas de cualidades universales; Alejas, el casi soberano, ¿dónde está el adivino que habéis elogiado tanto a la reina? ¡Oh, quisiera conocer a ese marido que, según vos, debe coronar sus cuernos con guirnaldas! ALEJAS ¡Adivino! (Entra un adivino). ADIVINO ¿Qué queréis? CARMIANA ¿Es éste el hombre? ¿Sois vos, señor, quien conocéis las cosas? ADIVINO Puedo leer algo en el libro infinito de los secretos de la Naturaleza. ALEJAS Presentadle vuestra mano. (Entra Enobarbo). ENOBARBO Preparad enseguida el banquete y llévese vino abundante para beber a la salud de Cleopatra.
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CARMIANA Mi buen señor, dadme una buena suerte. ADIVINO Yo no doy, sino preveo. CARMIANA Pues bien, prevedme entonces una buena suerte. ADIVINO Llegaréis a ser mucho más bella de lo que sois. CARMIANA ¿Quiere decir que engordaré? IRAS No, que os pintaréis cuando seáis vieja. CARMIANA ¡Quieran que no las arrugas! ALEJAS No turbéis su presencia. Estad atenta. CARMIANA ¡Silencio! ADIVINO Amaréis más de lo que seáis amada. CARMIANA Mejor quisiera calentar mi hígado a fuerza de beber. ALEJAS Veamos, escuchadle.
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CARMIANA ¡Vamos, mi gran hombre, una mejor buena suerte! Que me case con tres reyes en una misma mañana, y quede viuda de los tres. Que tenga a los cincuenta años un hijo, a quien Herodes de Judea rinda homenaje. Haced de suerte que me case con Octavio César y me convierta así en camarada de mi señora. ADIVINO Sobreviviréis a la dama a quien servís. CARMIANA ¡Oh, excelente! Prefiero una vida prolongada a dos hijos. ADIVINO Habéis visto y experimentado una primera fortuna más bella que la que está por venir. CARMIANA Entonces es probable que mis hijos no tengan nombre. Dime, te lo ruego, ¿cuántos chicos y chicas voy a tener? ADIVINO Si cada uno de vuestros deseos tuviese un vientre y cada deseo fuese fértil, contarías un millón de hijos. CARMIANA ¡Fuera, loco! Te perdono porque eres un hechicero. ALEJAS ¡Ah! Creéis que nadie sino vuestras sábanas está en el secreto de vuestros anhelos. CARMIANA Vamos, decid ahora a Iras su buena ventura. ALEJAS Todos queremos saber nuestras buenas venturas.
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ENOBARBO La mía, y la mayor parte de todas las demás, será ir a acostamos ebrios esta noche. IRAS Aquí está una palma que presagia castidad, si no presagia ninguna otra cosa. CARMIANA Sí, como el Nilo cuando se desborda presagia el hambre. IRAS Vamos, grosera camarada de lecho, no sabéis adivinar. CARMIANA Vaya, si una palma untuosa no indica fecundidad, soy incapaz de rascarme la oreja. Te lo ruego, no le digas más que una buena ventura de día de trabajo. ADIVINO Vuestras fortunas son parecidas. IRAS Pero ¿cómo es eso? ¿Cómo es eso? Dadme detalles. ADIVINO He dicho. IRAS ¡Cómo! ¿Es que no tengo una buena ventura una pulgada mayor que ella? CARMIANA Y si tuvierais esa ventura una pulgada mayor, ¿dónde querríais que estuviera mejor colocada esa pulgada?
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IRAS En otra parte que no fuera la nariz de mi marido. CARMIANA ¡Los cielos enmienden nuestros malos pensamientos! ¡Alejas ..., veamos su buena ventura, su buena ventura! ¡Oh, que se case con una mujer insoportable, dulce Isis, te lo suplico! ¡Que muera, y dale luego una peor! ¡Que muera ésta, a su vez, y dale otra peor! ¡Y que la peor siga a la peor, hasta que la peor de todas le siga riendo a su tumba, cincuenta veces cornudo! Buena Isis, oye mi ruego, aun cuando me hayas de negar una cosa más importante; buena Isis, te lo suplico. IRAS Amén. ¡Cara diosa, escucha esta imploración del pueblo! Pues así como parte el corazón ver a un hombre decente unido a una mujer disoluta, así es una pena mortal contemplar que un odioso bribón no sea cornudo. Por tanto, cara Isis, guarda el decoro y dale la fortuna que merece. CARMIANA Amén. ALEJAS Ya lo veis; si estuviese en sus facultades hacerme cornudo, se harían putas sólo por eso. ENOBARBO ¡Silencio! Aquí viene Antonio. CARMIANA No, no es él, sino la reina. (Entra Cleopatra). CLEOPATRA ¿Habéis visto a mi señor?
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ENOBARBO No, señora. CLEOPATRA ¿No se hallaba aquí? CARMIANA No, señora. CLEOPATRA Estaba propicio a la alegría, pero de repente le ha asaltado un pensamiento de Roma. ¡Enobarbo! ENOBARBO ¡Señora! CLEOPATRA Buscadle y traedle aquÍ. ¿Dónde está Alejas? ALEJAS Aquí, a vuestro servicio. Mi señor llega. CLEOPATRA No queremos mirarle. Venid con nosotros. (Salen Cleopatra, Enobarbo, Carmiana, Iras, Alejas y el Adivino. Entra Antonio con un mensajero y gente de su séquito). MENSAJERO Fulvia, tu mujer, ha sido la primera en salir al campo de batalla. ANTONIO ¿Contra mi hermano Lucio? MENSAJERO Sí, pero la lucha terminó pronto, y al hacerlos amigos las circunstancias, han enviado sus tropas contra César, quien, más
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feliz que ellos en la guerra, primer encuentro los ha arrojado de Italia. ANTONIO Bien. ¿Qué hay de peor? MENSAJERO Las malas noticias son de naturaleza infecciosa para el que las refiere. ANTONIO Cuando conciernen a un idiota o a un cobarde. Continúa. Las cosas pasadas no tienen importancia para mí. Yo soy así; el que me dice la verdad, aun cuando su relato oculte la muerte, le escucho como si me adulara. MENSAJERO Labieno ‐y ésta es una dura noticia‐ con su ejército de Partos se ha apoderado del Asia desde el Éufrates; ha desplegado su enseña victoriosa desde la Siria hasta la Lidia y la Jonia; mientras que ... ANTONIO Antonio ibas a decir ... MENSAJERO ¡Oh, mi señor! ANTONIO Háblame claramente; no atenúes la opinión general; nombra a Cleopatra como se la nombra en Roma; búrlate de mí con las frases mismas de Fulvia, y repróchame mis faltas con licencia tan plena como pueden hacerlo la franqueza y la malicia reunidas. ¡Oh, hacemos crecer las malas hierbas cuando no soplan los vientos fríos; y nuestras desgracias, cuando se nos comunican, son para nosotros como un laboreo! Que te vaya bien hasta nuevo aviso.
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MENSAJERO A vuestras órdenes, señor. (Sale). ANTONIO ¡Las noticias de Sicionia, eh! ¡Llamadle, aquí! PRIMER HOMBRE DEL SÉQUITO ¡El hombre de Sicionia! ¿Hay aquí alguno de tal sitio? SEGUNDO HOMBRE Espera vuestras órdenes.
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ANTONIO Que se presente. Es preciso que rompa estos poderosos lazos egipcios o va a perderme esta pasión extravagante. (Entra un segundo mensajero). ANTONIO ¿Quién sois? SEGUNDO Fulvia, tu esposa, ha muerto.
MENSAJERO
ANTONIO ¿Dónde ha muerto? SEGUNDO MENSAJERO En Sicionia. La duración de su enfermedad, así como otras cosas más serias que te importa conocer, están contenidas aquí. (Le da una carta). ANTONIO Déjame. (Sale el segundo mensajero). ¡He ahí un alma grande que ha partido! ¡Así lo deseé! Pero lo que nuestro desdén rechaza
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lejos de nosotros, con frecuencia deseamos poseerlo de nuevo. El placer presente, disminuyendo a medida que el tiempo marcha, se convierte justamente en su contrario. Es buena, ahora que no existe; la mano que la apartó quisiera poderla recobrar. Es Preciso que rompa con esta reina fascinadora. Mi pereza incuba diez mil desgracias peores que los males que conozco. ¡Hola, Enobarbo! (Vuelve a entrar Enobarbo). ENOBARBO ¿Qué deseáis, señor? ANTONIO He de partir de aquí a toda prisa. ENOBARBO Muy bien; entonces vamos a matar a todas nuestras mujeres. Hemos visto que la menor dureza les es mortal; si permiten nuestra partida, la muerte es la palabra adecuada. ANTONIO Es necesario que parta. ENOBARBO En una ocasión de apuro, que mueran las mujeres. Sería una lástima rechazarlas por nada; pero puestas en balanza con una gran causa, deben estimarse en nada. En cuanto a Cleopatra, sorprendida por el más leve rumor de esto, morirá inmediatamente; la he visto morir veinte veces por motivos mucho menos importantes. Creo que hay en la muerte una especie de pasión que ejerce en ella alguna voluptuosidad: tanta es la prontitud que pone en morirse. ANTONIO Es astuta por encima de toda imaginación.
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ENOBARBO ¡Ay! No, señor. Sus pasiones están formadas por la más fina esencia del amor puro. No podemos llamar lágrimas y suspiros a sus chaparrones y sus ventoleras, porque son las más grandes tempestades y las más grandes tormentas que recuerda el almanaque. Esto no puede obedecer a habilidad suya. Si es habilidad, provoca un aguacero tan bien como Júpiter. ANTONIO ¡Quisiera no haberla visto nunca! ENOBARBO ¡Oh, Señor! En ese caso, habrías dejado de ver una obra maravillosa; de no haber tenido esa dicha, vuestro viaje hubiera sido un fracaso. ANTONIO ¡Fulvia ha muerto! ENOBARBO ¡Señor! ANTONIO ¡Fulvia ha muerto! ENOBARBO ¡Fulvia! ANTONIO Muerta. ENOBARBO Pues bien, señor, ofreced a los dioses, un sacrificio de reconocimiento. Cuando place a sus divinidades arrebatar su mujer a un hombre, descubren a este hombre las sastrerías del cielo y le consuelan al enseñarle que cuando los trajes viejos están usados hay que operarlos para poder hacerlos nuevos. Si
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no hubiera más mujeres que Fulvia, habrías sufrido, en efecto, una desgracia, y sería preciso lamentarse del suceso. Pero este pesar está coronado por un consuelo: vuestra antigua camisa de mujer os procura un refajo nuevo, y, verdaderamente, una cebolla contiene las lágrimas con que es preciso regar este dolor. ANTONIO Los asuntos que ella había entablado en el Estado no permiten mi ausencia. ENOBARBO Y los asuntos que habéis entablado aquí no pueden pasarse sin vos; en especial el de Cleopatra, que exige absolutamente vuestra presencia. ANTONIO No más respuestas frívolas. Que nuestros oficiales tengan conocimiento de nuestras intenciones. Voy a declarar a la reina la causa de nuestra partida precipitada, y obtener de su amor nuestro permiso. No es solamente la muerte de Fulvia; son motivos más poderosos los que nos llaman; por otra parte, las cartas de muchos de nuestros amigos adictos de Roma solicitan también nuestra vuelta. Sexto Pompeyo ha desafiado a César y domina el imperio del mar. Nuestro pueblo versátil, cuyo afecto no se dedica jamás al hombre meritorio sino cuando sus méritos han pasado, comienza a trasladar el recuerdo de Pompeyo y de todos sus triunfos a su hijo, que, grande por el nombre y el poder, más grande aún por el ardor y la valentía, se ha elevado al rango del más eminente soldado, eminencia que puede acarrear grandes peligros al mundo, si persiste. Hay muchas cosas semejantes a la crin de caballo que tienen ya existencia sin poseer todavía el veneno de la serpiente. Informad a los que están bajo vuestras órdenes que es nuestra voluntad nuestra pronta partida de aquí. ENOBARBO Voy a hacerlo. (Salen).
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III Alejandría. Otra sala del palacio. Entran Cleopatra, Carmiana, Iras y Alejas. CLEOPATRA ¿Dónde está? CARMIANA No le he visto desde ese momento. CLEOPATRA Ved dónde está, con quién y lo que hace; obrad como si yo no os hubiese enviado. Si le encontráis triste, decidle que bailo; si le halláis alegre, referidle que he caído súbitamente enferma. Aprisa y regresad. < (Sale Alejas). CARMIANA Señora, me parece que, si le amáis tiernamente, no seguís buen método para conseguir de él la reciprocidad. CLEOPATRA ¿Qué debo hacer que no haga? CARMIANA Ceder en todo y no contrariarle en nada. CLEOPATRA Me enseñas como una loca; ese fuera el camino de perderle.
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CARMIANA No le sometáis a una prueba demasiado dura; tened cuidado, os lo aconsejo. Con el tiempo odiamos lo que tenemos a menudo. Pero he aquí que viene Antonio. CLEOPATRA Me pongo enferma y triste. < (Entra Antonio). ANTONIO Siento verme obligado a anunciaros mi proyecto ... CLEOPATRA Ayúdame a salir, querida Carmiana; voy a caerme. Esto no puede durar mucho tiempo así; las fuerzas de la naturaleza no lo permitirán. ANTONIO Ahora, mi queridísima reina ... CLEOPATRA Os lo ruego, manteneos más lejos de mí. ANTONIO ¿Qué sucede? CLEOPATRA Leo en vuestros ojos que habéis recibido buenas noticias. ¿Qué dice la mujer casada? Podéis partir. ¡Agradeced al cielo que no os hubiese dado nunca permiso para venir! Que no diga que soy yo la que os retiene; no tengo poder sobre vos. Sois de ella. ANTONIO Los dioses saben mejor.
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CLEOPATRA ¡Oh! ¡Jamás reina alguna fue traicionada hasta este punto! Sin embargo, vi desde el origen plantar estas traiciones ... ANTONIO Cleopatra ... CLEOPATRA Aun cuando hicierais juramentos para conmover a los dioses en sus tronos, ¿cómo podría creer que sois mío y que sois sincero, cuando habéis sido falso con Fulvia? Locura extravagante la que se deja atrapar en el lazo de esos juramentos hechos de labios afuera, que se violan al mismo tiempo que se pronuncian. ANTONIO Dulcísima reina ... CLEOPATRA Vamos, os lo ruego, no busquéis pretexto para vuestra partida, sino decidme adiós, y partid. Cuando solicitabais quedaros, era, entonces, el tiempo de las palabras; no hablabais entonces de partir; la eternidad estaba en nuestros labios y en nuestros ojos; la dicha en nuestros rostros, inclinados el uno contra el otro; ninguna parte de nosotros mismos era tan pobre que no contuviera un sabor anticipado del cielo. Aún continúan así, o tú, que eres el más grande soldado del mundo, te has convertido en el más grande embustero. ANTONIO ¿A qué viene esto, señora? CLEOPATRA Quisiera tener tu altura; sabrías entonces que hubo un corazón en Egipto. ANTONIO Escuchadme, reina; la imperiosa necesidad de las circunstancias
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reclama mis servicios algún tiempo; pero mi corazón queda por entero en prenda cerca de vos. Nuestra Italia centellea con las espadas de la guerra civil. Sexto Pompeyo se aproxima a las puertas de Roma. La igualdad de fuerzas de los dos partidos nacionales engendra un ardor faccioso. Pompeyo, el condenado, rico por el honor de su padre, se insinúa rápidamente en los corazones de aquellos que no han prosperado bajo el presente estado de cosas, y cuyo número se hace amenazador; y la tranquilidad, enferma a fuerza de reposo, buscaría de buena gana un remedio en cualquier cambio desesperado. Mi asunto más puramente personal, y el que con preferencia a otro debe tranquilizaros sobre mi partida, es que Fulvia ha muerto. CLEOPATRA Aunque la edad no haya podido liberarme de la locura, me ha librado, sin embargo, de la infantilidad. ¿Puede morir Fulvia? ANTONIO Ha muerto, reina mía. Mira aquí y lee en tu soberano ocio las conmociones que ha levantado; y al final de la carta lee sobre todo cuándo y cómo murió. CLEOPATRA ¡Oh, falsísimo amor! ¿Dónde están los vasos sagrados que debieras henchir con lágrimas de tu dolor? Ahora veo, por la muerte de Fulvia, cómo será recibida la mía. ANTONIO No me riñáis, sino preparaos a conocer los designios que medito, designios que se o no se ejecutarán, según la opinión que emitáis. Por el fuego que calienta el limo del Nilo, parto de aquí, tu soldado, tu servidor, pronto a hacer la paz o la guerra, según lo estimes. CLEOPATRA Córtame este lazo, Carmiana, ven; pero no, déjale; estoy bien o mal en un abrir y cerrar de ojos; así ama Antonio.
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ANTONIO Mi preciosa reina, excusa y concede una entera confianza al amor del que va a someterse a una prueba honrosa. CLEOPATRA El ejemplo de Fulvia me ha alentado. Te lo ruego, vuélvete y llora sobre ella; dame luego tu adiós y di que esas lágrimas pertenecen a la reina de Egipto. Vamos, querido mío, represéntame una escena de excelente disimulo y que dé la ilusión del perfecto honor. ANTONIO Me vais a quemar la sangre. ¡Basta! CLEOPATRA Podéis hacerlo mejor todavía; pero ya está bien. ANTONIO Te juro por mi espada ... CLEOPATRA ¡Y por vuestra rodela! Hay progreso, pero no llega aún a la perfección. Te lo ruego, Carmiana; mira cómo este romano, descendiente de Hércules, hace honor a las formas de su antepasado. ANTONIO Voy a dejaros, señora. CLEOPATRA Una palabra cortés, señor, vos y yo debemos separarnos, pero no es esto lo que quería decir: vos y yo nos hemos amado, pero no es esto; eso lo sabéis perfectamente bien. Quería decir algo ... ¡Oh, mi memoria es un verdadero caos, Antonio y todo se me ha olvidado!
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ANTONIO Si no fuera porque Vuestra Majestad cuenta a la ociosidad por súbdito, os tomaría por la ociosidad misma. CLEOPATRA Es una labor fatigosa llevar semejante ociosidad cerca del corazón, como la lleva Cleopatra. Pero, señor, perdonadme, puesto que las cosas que me placen me matan desde que no son vistas por vos con buenos ojos. ¡Que vuestro honor os haga acordaros de aquí; sed, pues, sordo a mi locura y que todos los dioses vayan con vos! ¡Que la victoria, coronada de laureles, guíe vuestra espada! ¡Que un fácil éxito se eleve sobre cada uno de vuestros pasos! ANTONIO Salgamos. Venid. Nuestra separación es de un carácter a la vez tan sedentario y tan ágil, que tú, residiendo aquí, partes, sin embargo, conmigo, y yo, ál huir de aquí, quedo aquí contigo. ¡Partamos! < (Salen).
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IV Roma. Aposento en la casa de César. Entran Octavio César, Lépido y gente de su séquito. CÉSAR Ya lo veis, Lépido, y desde ahora lo sabréis, no es un vicio natural en César el odiar a nuestro gran colega. He aquí las novedades de Alejandría: pesca, bebe y gasta en orgías las lámparas de la noche. No es más viril que Cleopatra, ni la reina descendiente de los Ptolomeos es más femenina que él. Con trabajo se ha dignado conceder audiencia o reconocer que tenía colegas. Estas cartas os le presentarán como un resumen de todos los defectos que extravían a la naturaleza humana. LÉPIDO No puedo creer que estos defectos sean tan grandes que oscurezcan todas sus perfecciones. Sus vicios son comparables a esas manchas luminosas del cielo, más resplandecientes cuanto más oscura es la noche; son hereditarios antes que adquiridos y no puede cambiarlos antes que no los ha buscado. CÉSAR Sois demasiado indulgente en que no es una falta revolverse en el lecho de los Ptolomeos, dar un reino por una carcajada, sentarse y alternar bebiendo con un esclavo, tambalearse de borrachera por las calles en pleno mediodía, y darse de puñetazos con bribones que huelen a sudor. Decid que esto le conviene, y será preciso que su organismo sea de una rara composición para no ensuciarse con esas cosas. Pero Antonio no tiene ninguna excusa por sus mancillas, cuando su ligereza nos impone tan pesado fardo. Si no emplease en sus voluptuosidades más que sus ocios, la indigestión y el agotamiento bastarían para hacerle pagar su conducta; pero desperdiciar un tiempo que le llama a abandonar sus placeres con voz de tambor, y que le habla tan alto como su fortuna y la nuestra ... esto merecería que
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se le riñera duramente, como reñimos a los muchachos que, ya maduros por el discernimiento, ponen bajo llave su experiencia para dar libertad a sus placeres presentes y se revuelven así contra el buen juicio. (Entra un mensajero). LÉPIDO Aquí hay más noticias. MENSAJERO Tus órdenes han sido ejecutadas, y de hora en hora, muy noble César, recibirás un parte sobre lo que pasa. Pompeyo se hace fuerte en el mar, y parece muy amado de aquellos a quienes César no inspiraba otro sentimiento que el temor. Los descontentos se trasladan a los puertos, y la opinión le presenta como un hombre al que se ha hecho gran daño. CÉSAR No debí esperar menos. La historia nos enseña, desde el origen del primer estado, que el hombre no fue deseado en el poder sino hasta que estuvo en él, y que el hombre caído, que no fue nunca amado y jamás digno de amor, se convierte en querido desde que no se le tiene. La multitud, parecida a un gladiolo vagabundo sobre la corriente, va y viene, obedeciendo con servilismo al movimiento cambiante de las olas y pudriéndose por su misma agitación. MENSAJERO César, te traigo la noticia de que Menécrates y Menas, piratas famosos, esclavizan el mar, que surcan y hieren con quillas de todas clases. Hacen en Italia muchas incursiones violentas; a los habitantes de las localidades ribereñas del mar les falta valor para resistirles, y los jóvenes se rebelan, exasperados. Ninguna nave puede darse a la vela que no sea capturada tan pronto como percibida; pues el solo nombre de Pompeyo inspira más miedo que el que inspirara su ejército puesto a librar batalla.
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CÉSAR Antonio, deja tus lascivas francachelas. Cuando en otra época fuiste echado de Módena, donde mataste a los cónsules Hirtius y Pansa, el hambre te siguió tras los talones, y combatiste contra ella, aunque educado en el regalo, con una paciencia que habría cansado a los salvajes. Bebiste la orina de los caballos y del cenagal amarillento que habría hecho reventar a las bestias. Tu paladar no desdeñó entonces la mora más agria de la zarza más espinosa. Sí, como el ciervo, cuando la nieve extiende su manto sobre los pastos, ramoneaste las cortezas de los árboles; se refiere que sobre los Alpes comiste de una carne extraña que hizo morir varios hombres de sólo mirarla. Y todo esto (es un ultraje para tu honor que me sea preciso relatado ahora), lo soportaste tan a la manera de un soldado, que tu rostro no sufrió alteración ninguna. LÉPIDO Es para compadecerle. CÉSAR Que sus vergüenzas le empujen rápidamente a Roma. Ya es hora de que nos mostremos juntos en el campo de batalla, y a este fin nos es preciso reunir inmediatamente nuestro Consejo. Pompeyo prospera a causa de nuestra indolencia. LÉPIDO Mañana, César, estaré en situación de informarte exactamente de las fuerzas de tierra y de mar que mis medios me permiten oponer a las necesidades presentes. CÉSAR Hasta esa entrevista, parecidos cuidados me ocuparán por mi parte. Adiós. LÉPIDO Adiós, señor; si durante este intervalo adquirís noticias de lo que pasa, hacédmelas saber, os lo suplico.
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CÉSAR No lo dudéis, señor; sé que es una de mis obligaciones. (Salen).
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V Alejandría... Una estancia en el palacio. Entran Cleopatra, Carmiana, Iras y Mardian. CLEOPATRA ¡Carmiana! CARMIANA ¿Señora? CLEOPATRA ¡Eh! Dame a beber mandrágora. CARMIANA ¿Por qué, señora? CLEOPATRA Para que pueda dormir gran lapso en que mi Antonio va a permanecer ausente. CARMIANA Pensáis demasiado en él. CLEOPATRA ¡Oh! ¡Eso es una traición! CARMIANA Estoy segura de que no, señora. CLEOPATRA ¡Eunuco Mardián! MARDIÁN ¿Qué desea Vuestra Alteza?
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CLEOPATRA No te llamo ahora para oírte cantar; no me agrada lo que pueda hacer un eunuco. Eres feliz con estar castrado, puesto que de esa suerte tus pensamientos no pueden tomar un vuelo libre lejos de Egipto. ¿Tienes pasiones? MARDIÁN Sí, graciosa señora. CLEOPATRA ¿En verdad? MARDIÁN No en verdad, señora; pues no puedo hacer sino lo que es verdaderamente honesto. Pero tengo terribles pasiones, y pienso en lo que Marte hizo con Venus. CLEOPATRA ¡Oh, Carmiana! ¿Dónde piensas que esté en este instante? ¿De pie o sentado? ¿Se pasea o va a caballo? ¡Oh, caballo feliz con llevar el peso de Antonio! ¡Marcha orgulloso, caballo! Pues ¿sabes bien a quién llevas? Al semi‐Atlas de esta tierra, brazo y borgoñota del género humano. (Ahora habla entre sí o murmura): ¿Dónde está mi serpiente del viejo Nilo?, porque así es como me llama. ‐Vamos, he ahí que me nutro del más delicioso veneno‐. ¿Pensar en mí, que estoy negra por las amorosas erosiones de Febo, y profundamente arrugada por los años? César de frente despejada: cuando estabas vivo y aquí, era yo un bocado de rey, entonces el gran Pompeyo permanecía inmóvil y fijaba sus ojos en mi cara; y hubiera querido echar el ancla de su vista, y morir mirando el ser que era su vida. < (Entra Alejas).
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ALEJAS ¡Salud, soberana de Egipto! CLEOPATRA ¡Qué poco te pareces a Marco Antonio! Sin embargo, como acabas de abandonarle, este poderoso elixir ha bastado para dorarte con su tinte. ¿Cómo van las cosas con mi bravo Marco Antonio? ALEJAS La última que ha hecho, querida reina, ha sido besar ‐el último de los besos mil veces redoblados‐ esta perla de Oriente. En cuanto a sus palabras, están adheridas a mi corazón. CLEOPATRA Mi oído debe arrancarlas de él. ALEJAS Mi buen amigo ‐exclamó‐ refiere que el firme romano envía a la gran egipcia este tesoro de una ostra; para reparar lo que este presente tiene de mezquino, decoraré con reinos su trono opulento; todo el Oriente, díselo bien, la llamará su reina. Enseguida hizo una señal de cabeza, y luego montó gravemente un corcel guerrero, que relinchó tan fuerte, que me habría dejado bestialmente mudo si hubiera querido hablar. CLEOPATRA Vamos, ¿estaba triste o alegre? ALEJAS Estaba como la estación del año que fluctúa entre los extremos del calor y del frío, ni triste ni alegre. CLEOPATRA ¡Oh, la disposición felizmente simétrica! Nótalo bien, nótalo bien, mi buena Carmiana, he ahí el hombre; pero nótalo bien: no estaba triste, porque no quería privar de la luz de sus ojos a los
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que modelan sus miradas en la suya; no estaba lo que parecía decirles, que sus recuerdos se hallaban en Egipto con sus alegrías; pero se mantenía en un término medio. ¡Oh, la celeste mezcla! Estés triste o gozoso, el exceso de la una o de la otra pasión, te adorna como no adorna a ningún otro hombre. ¿Has encontrado mis correos? ALEJAS Sí, señora; veinte mensajeros diferentes. ¿Por qué los habéis enviado tan seguidos? CLEOPATRA El que nazca el día en que yo me olvide de enviar un mensaje a Antonio, morirá en la indigencia. Papel y tinta, Carmiana. Bienvenido seas, mi buen Alejas. Carmiana, ¿amé tanto alguna vez al César? CARMIANA ¡Oh, aquel bravo César! CLEOPATRA ¡Que te asfixie tu exclamación, si la reanudas! Di, ¡oh, el bravo Antonio! CARMIANA ¡El valiente César! CLEOPATRA Por Isis, voy a ensangrentarte los dienté$ si parangonas de nuevo a César con mi más grande de los hombres. CARMIANA Con vuestro muy gracioso perdón, no hago más que cantar vuestro propio aire de otro, tiempo. CLEOPATRA Eran mis días de inexperiencia juvenil, cuando estaba verde aun
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mi juicio, y mi sangre fría. ¡Venir hoy a repetirme lo que decía entonces! Pero salgamos, salgamos; ve a buscarme tinta y papel; recibirá cada día un mensaje de ternura, aunque tuviese que despoblar Egipto. (Salen).
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SEGUNDO ACTO
I Mesina. Aposento en la casa de Pompeyo. Entran Sexto Pompeyo, Menécrates y Menas. POMPEYO Si los poderosos dioses son justos, ayudarán las empresas de hombres justísimos.. MENÉCRATES Sabed, noble Pompeyo, que lo que retrasan, no lo niegan. POMPEYO Mientras solicitamos a los pies de sus tronos, lo que solicitamos se desploma. MENÉCRATES Siendo, como somos, ignorantes de nosotros mismos, a menudo solicitamos nuestro propio mal, que su sabiduría suprema nos niega para nuestro bien, de suerte que encontramos nuestro provecho al perder nuestras súplicas.. POMPEYO Triunfaré. El pueblo me ama y la mar es mía; mi poder se agranda y mis esperanzas me presagian que se realizarán enteramente. Marco Antonio está de festines en Egipto, y no saldrá de ellos más que para hacer la guerra. César recolecta dinero a costa del afecto de los corazones. Lépido adula al uno y
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al otro, y es adulado por el uno y el otro; pero no ama a ninguno de los dos ni ninguno de los dos se preocupa por él. MENAS César y Lépido están en el campo de batalla; conducen un poderoso ejército. POMPEYO ¿Por quién lo sabéis? Es falso. MENAS Por Silvio, señor. POMPEYO Sueña; sé que están reunidos en Roma esperando a Antonio. Pero ¡oh; lúbrica Cleopatra! ¡Que todos los encantos del amor suavicen tus labios marchitos! ¡Que la hechicería se una en ti a la belleza, y la lascivia a la una y la otra! Encadena al libertino en un campo de fiestas; mantén su cerebro en ebullición; que los cocineros epicúreos agucen su apetito por medio de salsas estimulantes, a fin de que el sueño y la buena comida amodorren su honor hasta que haya caído en un letargo del Leteo. (Entra Varrio). POMPEYO ¡Hola, Varrio! ¿Qué ocurre? VARRIO He aquí la noticia más cierta que puedo daros. En Roma se espera a Marco Antonio de un momento a otro. Desde que partió de Egipto, habría podido terminar un viaje más largo. POMPEYO Gustoso hubiera prestado oídos a un asunto menos serio. Menas, no pensé que ese enamorado glotón se pusiera su casco por una guerra tan mezquina. Su talento militar vale por dos veces el de
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los otros dos; pero elevemos tanto más la opinión de nosotros mismos, puesto que nuestra entrada en campaña ha podido arrancar del regazo de la viuda egipcia a ese Antonio de insaciable lujuria. MENAS No creo que César y Antonio vuelvan a verse con buenos ojos. Su mujer, que está muerta, había inferido ofensas a César; su hermano le ha hecho la guerra, aunque, en mi opinión, no fueron excitados por Antonio. POMPEYO No sé, Menas, hasta qué punto esas enemistades menores pueden ceder a una más grande. Si no nos hubiésemos alzado contra todos ellos, es evidente que se tirarían de los pelos entre sí, porque tienen bastantes motivos para sacar sus espadas los unos contra los otros. Pero ignoramos todavía hasta qué punto el miedo que tienen de nosotros puede cimentar sus divisiones y encadenar sus pequeñas querellas. Mas ¡cúmplase la voluntad de los dioses! Lo único cierto es que nos va la vida en hacer uso de todas nuestras fuerzas. Ven, Menas. (Salen).
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II Roma. Una habitación en la casa de Lépido. Entran Enorbarbo y Lépido. LÉPIDO Buen Enobarbo, es un acto noble y que os hará gran honor el de suplicar a vuestro capitán que sea dulce y afable en su lenguaje. ENOBARBO Le suplicaré que tenga su lenguaje conforme a su carácter. Si César le irrita, mire de Antonio a César por encima del hombro y hable tan alto como Marte. ¡Por Júpiter, si yo llevase la barba de Antonio, no me la afeitaría hoy! LÉPIDO Éste no es el tiempo de querellas particulares. ENOBARBO Todos los tiempos son buenos para los asuntos que hacen surgir. LÉPIDO Pero los pequeños asuntos deben ceder el puesto a los más grandes. ENOBARBO No así, si los más pequeños llegan los primeros. LÉPIDO Vuestro lenguaje no es más que pasión. Pero, os lo ruego, no remováis las cenizas calientes. Aquí viene el noble Antonio. (Entran Antonio y Ventidio). ENOBARBO Y állí César.
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(Entran César, Mecenas y Agripa). ANTONIO Si llegamos a entendernos, hay que proceder enseguida contra los Partos. ¿Escucháis, Ventidio? CÉSAR No sé, Mecenas; preguntad a Agripa. LÉPIDO Nobles amigos, el motivo que nos asoció fue muy grande; no permitamos que el acto más útil nos divida. Que lo malo que ha pasado sea oído con dulzura; cuando discutimos con calor nuestras miserables diferencias, cometemos asesinatos queriendo curar heridas. Así, nobles colegas, aunque no fuese más que en consideración a las súplicas que os dirijo, os ruego que toquéis los puntos más sensibles con los términos más dulces y que no se mezcle ninguna iracundia en la discusión. ANTONIO Bien hablado. Aun cuando estuviéramos delante de nuestros ejércitos y a punto de combatir, no obraría de otra manera. CÉSAR Sed bienvenido a Roma. ANTONIO Os doy las gracias. CÉSAR Sentaos. ANTONIO Sentaos, señor. CÉSAR Pues bien, en ese caso ...
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ANTONIO Me entero de que tomáis a mal cosas que no deben tomarse así, o que, si son malas, no os afectan. CÉSAR Sería digno de risa si me considerara ofendido por nada o por poca cosa, más todavía con vos que con cualquier otro hombre del mundo; y me prestaría más aún a la risa si me hubiera ocurrido una Vez siquiera pronunciar vuestro nombre con reproches, cuando no me convenía pronunciarlo. ANTONIO ¿Qué os importaba mi estancia en Egipto, César? CÉSAR No más que mi estancia aquí, en Roma, os importaba en Egipto. Sin embargo, si desde allí intrigabais contra mi poder, vuestra estancia en Egipto podía inquietarme. ANTONIO ¿Qué entendéis por intrigar? CÉSAR Fácilmente podéis comprender mi pensamiento, si queréis acordaros de lo que me ha sucedido aquí. Vuestra mujer y vuestro hermano me han hecho la guerra. Erais el pretexto de su hostilidad, erais la palabra de consigna de sus guerras. ANTONIO Os equivocáis. Jamás mi hermano me tomó por pretexto de su acción; me he informado, y mi conocimiento de los hechos lo extraigo de las relaciones exactas de aquellos que han sacado la espada por vos. ¿Es que no atacaba mi autoridad tanto como la vuestra? ¿Es que no hacía la guerra contra mis propios intereses, puesto que mi causa era también la vuestra? Mis cartas han debido daros toda satisfacción a este respecto. Si queréis
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provocar una querella, como no tenéis pretexto nuevo qué emplear, no es tramando éste como la conseguiréis. CÉSAR Encontráis medios de discerniros alabanzas, imputándome faltas de juicio; pero peliáis mal vuestras excusas. ANTONIO No, no, no podía ser, estoy seguro, de que este pensamiento tan natural se os escapase: que yo, vuestro aliado en la causa contra la cual combatía, no podía ver con ojos satisfechos una guerra que turbaba mi propia paz. En cuanto a mi mujer, os desearía que hallaseis su alma en otra. El tercio del mundo es vuestro, y os es fácil llevarle cómodamente con un bridón, pero una esposa así, no. ENOBARBO ¡Rogad al cielo que tuviésemos todos tales esposas! Los hombres podrían entonces ir a la guerra con las mujeres. ANTONIO Indomable como era, os concedo con pena, César, que los alzamientos provocados por su impaciencia, y que no carecían, sin embargo, de habilidad política, os han causado demasiada inquietud; pero debéis concederme también, al menos, que nada podía hacer yo en ello. CÉSAR Os escribí cuando estabais en pleno libertinaje en Alejandría; os metisteis mis cartas en el bolsillo y negasteis audiencia a mi correo con sarcasmos y burlas. ANTONIO Señor, se presentó delante de mi antes de ser admitido; acababa de dar una fiesta a tres reyes y en aquel momento no era el mismo que por la mañana; pero al día siguiente le di unas explicaciones, lo que equivalía a pedirle perdón. Que este
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muchacho no entre para nada en nuestra disputa. Si hemos de querellamos, pongámosle fuera de discusión. CÉSAR Habéis quebrantado el artículo de vuestro compromiso, lo que nunca me podréis reprochar a mi. LÉPIDO ¡Calma, César! ANTONIO No, Lépido; déjale hablar; el compromiso de honor a que alude, suponiendo que yo haya faltado a él, es sagrado. Pero continua, César; el artículo de mi compromiso ... CÉSAR Consistía en prestarme vuestras armas y vuestra ayuda cuando las pidiera, y me habéis negado ambas. ANTONIO Descuidado en concedéroslas, más bien, y esto cuando horas emponzoñadas me habían privado enteramente del conocimiento de mí mismo. Quiero mostrarme tan arrepentido como sea posible ante vos; pero mi dignidad no consentirá jamás humillar mi grandeza, ni mi poder obrar sin el concurso de mi dignidad. La verdad es que Fulvia hizo aquí la guerra para arrancarme de Egipto, acontecimiento por el cual yo, que fui pretexto sin quererlo, os pido perdón tanto como conviene a mi honor humillarse en tales circunstancias. LÉPIDO He ahí un noble lenguaje. MECENAS Haced el favor de no insistir más en vuestros mutuos agravios. Olvidarlos por completo equivaldría a traer a vuestro recuerdo que la hora presente os habla de la necesaria reconciliación.
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LÉPIDO Noblemente hablado, Mecenas. ENOBARBO Por otra parte, si queréis prestaros por el momento un afecto recíproco, podréis reanudar vuestros agravios cuando no oigáis más hablar de Pompeyo. Tiempo tendréis de disputar cuando no tengáis otra cosa que hacer. ANTONIO Eres sólo un soldado. No hables más. ENOBARBO Casi había olvidado que la verdad debe ser silenciosa. ANTONIO Faltáis al respeto de esta asamblea; así, no habléis más. ENOBARBO Pues bien, proseguid; heme aquí mudo como una piedra. CÉSAR La forma de su discurso es lo que yo condenaría, pero no el fondo, porque no puede ser que continuemos aliados con maneras de obrar tan diferentes. Sin embargo, si supiera que existe un círculo capaz de mantenernos estrechamente unidos, iría de un extremo a otro del mundo para encontrarle. AGRIPA Dame permiso, César ... CÉSAR Habla, Agripa. AGRIPA Tienes una hermana por parte de madre, Octavia, objeto de todas tus admiraciones. El gran Marco Antonio está ahora viudo.
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CÉSAR No hables así, Agripa; si Cleopatra te oyese, sus reprimendas castigarían muy justamente la temeridad de tu lenguaje. ANTONIO No estoy casado, César; permitidme que continúe escuchando a Agripa. AGRIPA Si queréis estar unidos con los lazos de una amistad perpetua, haceros hermanos y enlazar vuestros corazones con un nudo indisoluble, es preciso que Antonio tome por esposa a Octavia, cuya belleza no reclama por marido menos que el más eminente de los hombres, cuya virtud y gracias de todo género hablan un lenguaje que ninguna otra podría hablar. Por este matrimonio, todos esos pequeños celos que ahora parecen tan grandes y todos esos grandes temores que amenazan con sus peligros, quedarían reducidos a la nada. El amor que ella tendría por ambos os encadenaría el uno al otro y os aseguraría los corazones de todos los que arrastrase tras de sí. Perdonadme lo que he dicho; no es un pensamiento espontáneo, sino estudiado, elaborado por mi abnegación. LÉPIDO ¿Quiere hablar César? CÉSAR No antes de que se haya enterado hasta qué punto está impresionado Antonio por lo que acaba de decirse. ANTONIO Y si yo dijese: Agripa, sea ello así, ¿qué poder tendría Agripa para realizar este deseo? CÉSAR El poder de César y el poder del mismo César sobre Octavia.
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ANTONIO ¡Ojalá no sueñe nunca con un obstáculo para este noble proyecto que se presenta tan felizmente! Dame tu mano; persevera en este acto de gracia; y que a partir de esta hora un mismo corazón fraternal gobierne nuestro afecto mutuo y dirija nuestros grandes designios. CÉSAR Aquí está mi mano. Os lego una hermana que nunca fue amada tan tiernamente por su hermano. Que viva para unir nuestros reinos y nuestros corazones. ¡Y que nuestro amor jamás llegue a extinguirse! LÉPIDO Amén, digo a este voto feliz. ANTONIO No soñaba con sacar mi espada contra Pompeyo, porque me ha dado muy recientemente raras y grandes pruebas de cortesía. Debo enviarle las gracias para que no me acuse de tener mala e ingrata memoria; hecho lo cual, puedo declararme su enemigo. LÉPIDO El tiempo apremia. Nos es preciso buscar a Pompeyo inmediatamente, o será él quien se nos adelante. ANTONIO ¿Dónde se encuentra? CÉSAR En los alrededores de Monte Miseno. ANTONIO ¿Cuáles son sus fuerzas de tierra? CÉSAR Grandes y crecientes. Pero en el mar es dueño absoluto.
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ANTONIO Es lo que se dice. ¡Que no hayamos podido conversar juntos! Apresurémonos a atacarle; sin embargo, antes de tomar las armas acabemos el asunto de que hemos hablado. CÉSAR Con la mayor alegría, y os invito a venir a ver a mi hermana, a cuya casa voy a conduciros sin demora. ANTONIO No nos privéis de vuestra compañía, Lépido. LÉPIDO Noble Antonio, la enfermedad misma no podría retenerme. (Trompetería. Salen César, Antonio y Lépido). MECENAS ¡Sed bienvenido a vuestra vuelta de Egipto, señor! ENOBARBO ¡El digno Mecenas la mitad del corazón de César! ¡Mi honorable amigo Agripa! AGRIPA ¡Mi buen Enobarbo! MECENAS Tenemos motivo para estar contentos de que se hayan arreglado los asuntos tan bien. ¿Habéis hecho buena estancia en Egipto? ENOBARBO Sí, señor; dormíamos durante el día abochornado, y se nos hacían cortas las noches bebiendo.
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MECENAS Ocho jabalíes salvajes asados enteros para un solo almuerzo, y doce comensales solamente. ¿Es verdad? ENOBARBO ¡Oh! Eso no era más que una mosca comparada con un águila. Hemos tenido festines mucho más extraordinarios y dignos de contarse. MECENAS Ella es una dama irresistible, si su reputación dice verdad. ENOBARBO Desde su primer encuentro con Marco Antonio, se metió su corazón en su bolsa; fue sobre el río Cidno. AGRIPA Allí apareció, en efecto; o el que me lo ha referido se la imaginó felizmente. ENOBARBO Vaya contároslo. La galera en que iba sentada, resplandeciente como un trono, parecía arder sobre el agua. La popa era de oro batido; las velas, de púrpura, y tan perfumadas, que se dijera que los vientos languidecían de amor por ellas; los remos, que eran de plata, acordaban sus golpes al son de flautas y forzaban al agua que batían a seguir más a prisa, como enamorada de ellos. En cuanto a la persona misma de Cleopatra, hacía pobre toda descripción. Reclinada en su pabellón, hecho de brocado de oro, excedía a la pintura de esa Venus, donde vemos, sin embargo, a la imaginación sobrepujar la naturaleza. En cada uno de sus costados se hallaban lindos niños con hoyuelos, semejantes a Cupidos sonrientes, con abanicos de diversos colores. El viento parecía encenderles las delicadas mejillas, al mismo tiempo que las refrescaba, haciendo así lo que deshacía.
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AGRIPA ¡Oh, espléndido espectáculo para Antonio! ENOBARBO Sus mujeres, parecidas a las nereidas, como otras tantas sirenas, acechaban con sus ojos los deseos y añadían a la belleza de la escena la gracia de sus inclinaciones. En el timón, una de ellas, que podría tornar por sirena, dirige la embarcación; el velamen de seda se infla bajo la maniobra de esas manos suaves como las flores, que llevan a cabo listamente su oficio. De la embarcación se escapa invisible un perfume extraño, que embriaga los sentidos del malecón adyacente. La ciudad envía su población entera a su encuentro, y Antonio queda solo, sentado en su trono, en la plaza pública, silbando al aire qUe, si hubiera podido hacerse reemplazar, habría ido también a contemplar a Cleopatra, y creado un vacío en la Naturaleza. AGRIPA ¡Maravillosa egipcia! ENOBARBO En cuanto hubo desembarcado, Antonio le envió un mensajero y la invitó a cenar. Ella respondió que estaría mejor que él fuera su huésped e insistió por que se hiciese así. Nuestro cortés Antonio, a quien jamás mujer alguna le oyó decir que no, después de haberse hecho afeitar diez veces, se persona en el festín y allí, a escote, da su corazón en pago de lo que sus ojos sólo habían comido. AGRIPA ¡Real cortesana! Forzó al gran César a acostar en su lecho su espada; él la labró y ella extrajo la cosecha. ENOBARBO La he visto una vez saltar a la pata coja cuarenta pasos en la calle, y cuando perdió la respiración, habló y se agitó de tal suerte, que
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hizo de este desfallecimiento una perfección, y de la falta de respiro exhaló un poder de seducción. MECENAS Ahora Antonio la abandonará definitivamente. ENOBARBO Nunca; no querrá; la edad no puede marchitarla, ni la costumbre debilitar la versatilidad infinita que hay en ella. Las demás mujeres sacian los apetitos a que dan pasto; pero ella, cuanto más satisface el hambre, más la despierta; pues infunde en cosaS más viles tal atractivo, que los santos sacerdotes la bendicen cuando está rijosa. MECENAS Si la belleza, la sabiduría, el pudor pueden sentar el corazón de Antonio, Octavia será para él un feliz regalo. AGRIPA Partamos. Mi buen Enobarbo, sed mi convidado mientras permanezcáis aquí. ENOBARBO Os lo agradezco muy humildemente, señor. (Salen).
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III Roma. Salón en el palacio de César. Entran César, Antonio y Octavia en medio, con gente de sus séquitos. ANTONIO El mundo y mis grandes deberes me arrancarán alguna vez de vuestros brazos. OCTAVIA Durante ese tiempo, mis oraciones, arrodillada ante los dioses, les suplicarán por vos. ANTONIO Buenas noches, señor. Octavia mía, no juzgues de mis faltas por los relatos del mundo. No he seguido siempre la línea recta, pero en el porvenir será regular mi conducta. Buenas noches, querida dama. OCTAVIA Buenas noches, señor. CÉSAR Buenas noches. (Salen César y Octavia. Entra el adivino). ANTONIO Vamos a ver, bribón, ¿echas de menos Egipto? ADIVINO ¡Ojalá nunca hubiese salido de él, ni vos hubierais venido aquí! ANTONIO ¿Vuestra razón, si es posible?
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ADIVINO Se trata de un presentimiento, pero mi lengua no quisiera revelarlo. No obstante, apresuraos a volver a Egipto. ANTONIO Dime, ¿a quién elevará más alto la fortuna, a César o a mí? ADIVINO A César. Por consiguiente, ¡oh, Antonio!, no continúes a su lado. Tu demonio, es decir, el espíritu que te protege, es noble, valiente, educado, incomparable, mientras el de César no lo es de ningún modo. Pero cuando estás cerca de él, tu buen ángel se sobrecoge de espanto, como si estuviera dominado. Así, abre un espacio suficiente entre los dos.Menas. ANTONIO No me hables más de eso. ADIVINO No hablo de ello más que a ti y no hablaré sino cuando me sea preciso hablar te en persona de este asunto. A cualquier juego que juegues con él, ten la evidencia de perder; por su suerte natural, te vence contra todas las probabilidades. Tu resplandor se ensombrece cuando brilla junto a ti. Te lo repito, tU buen genio teme ser doblegádo cuando él se te aproxima; pero una vez que ha partido, vuelve a ser noble. ANTONIO Vamos, vete. Di a Ventidio que quisiera hablarle. (Sale el Adívíno). Irá a Partia. Este hombre ha dicho la verdad, sea en virtud de su arte o por casualidad. Los mismos dados obedecen a César, y en nuestros recreos, mi destreza superior sucumbe ante su suerte. Si extraemos al albur, es él quien gana; sus gallos consiguen siempre la victoria en su lucha con los míos, y sus codornices baten siempre a las mías contra todas las eventualidades y las echan fuera del circo. Iré a Egipto. Aunque contraiga este matrimonio por tener paz, es en Egipto donde está
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mi placer. (Entra Ventidio). ¡Oh! Venid, Ventidio. Es necesario que marchéis al país de los Partos. Vuestro mandato está extendido. Seguidme y lo recibiréis. (Salen).
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IV Roma. Una calle. Entran Lépido, Mecenas y Agripa. LÉPIDO Os lo ruego, no os molestéis más. Despachad para reuniros con vuestros generales. AGRIPA Señor, Marco Antonio sólo pide el tiempo preciso para besar a Octavia, y enseguida partimos. LÉPIDO Pues bien, adiós. Hasta que os vuelva a ver con vuestro uniforme de soldado, que os sentará admirablemente a los dos. MECENAS Me doy cuenta exacta del viaje. Estaremos antes que vos en el Monte Miseno, Lépido. LÉPIDO Vuestro camino es el más corto. Mis proyectos me harán efectuar largos rodeos. Me llevaréis dos días de ventaja. MECENAS y AGRIPA (A la vez). ¡Buen éxito, señor! LÉPIDO Adiós. (Salen).
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V Alejandría. Una sala en el palacio. Entran Cleopatra, Carmiana, Iras, Alejas y gente del séquito. CLEOPATRA Hacedme música ..., música; alimento espiritual de los que vivimos del amor. UNO DEL SÉQUITO ¡Música, pronto! (Entra Mardián). CLEOPATRA No, que no se le llame; vamos a jugar al billar. Ven, Carmiana. CARMIANA Me duele el brazo; mejor sería que jugarais con Mardián. CLEOPATRA Para una mujer tanto vale jugar con un eunuco como con una mujer. Vamos, ¿queréis jugar conmigo, señor? MARDIÁN Haré lo que pueda, señora. CLEOPATRA Cuando se muestra buena voluntad, aunque haya insuficiencia, el actor tiene derecho a rogar que se le excuse. No quiero jugar ya. Dadme mi caña de pescar; iremos al río. Y allí, mientras toca la música a lo lejos, traicionaré a los peces de aletas oscuras; mi
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anzuelo, sumergido, atravesará sus bocas fangosas, y cuando los saque, me imaginaré que cada uno de ellos es un Antonio y le diré: ¡Ah, ja, estáis atrapado! CARMIANA Lo pasamos muy bien el día en que hicisteis apuestas a quién pescaría más, y en que vuestro buzo adhirió al anzuelo de Antonio un pescado salado, que sacó del agua con verdadera ilusión. CLEOPATRA Aquel día ‐¡oh qué tiempo aquél!‐ me reí para hacerle perder la paciencia; y por la noche, me reí para calmársela; y a la mañana siguiente, antes de la hora de nona, le embriagué hasta hacerle meter en la cama; entonces le puse encima mis vestidos y mis abrigos, mientras me ceñí su espada filipense. (Entra un mensajero). ¡Oh, un mensajero de Italia! Relléname con tu provisión de noticias mis oídos, tanto tiempo vacíos de ellas. MENSAJERO Señora, señora ... CLEOPATRA ¿Ha muerto Antonio? ... Si es eso lo que me dices, villano, matas a tu ama. Pero si vienes a decirme que goza de buena salud y está libre, si así me lo describes, aquí tienes oro, y aquí un beso de mis venas de sangre azul de la más pura; una mano que los reyes han tocado con sus labios y besado temblorosos. MENSAJERO Primero, señora, goza de buena salud. CLEOPATRA Pues bien, aquí tienes ya el oro. Pero, granuja, atención; tenemos costumbre de decir que los muertos gozan de buena salud. Si hay que entender así tus palabras, este oro que te doy lo haré fundir y verter por tu garganta, órgano de desgracia.
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MENSAJERO Buena señora, escúchame. CLEOPATRA Bien, sigue, te escucharé; pero tu semblante no augura nada bueno. Si Antonio está libre y en buena salud, ¿a qué viene esa fisonomía desencajada para proclamar tan buenas noticias? Si no va bien, debieras venir como una furia coronada de serpientes, y no como un hombre de sangre fría. MENSAJERO ¿Me haréis el favor de escucharme? CLEOPATRA Anda, dan ganas de pegarte antes de oírte. Sin embargo, si dices que Antonio vive, que goza de buena salud, que es amigo de César, y no su cautivo, haré caer una lluvia de oro y una granizada de ricas perlas sobre ti. MENSAJERO Señora, goza de buena salud. CLEOPATRA Bien dicho. MENSAJERO Y es amigo de César. CLEOPATRA Eres un hombre honrado. MENSAJERO César y él son más grandes amigos que nunca. CLEOPATRA Hazte dar por mí una fortuna.
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MENSAJERO Pero, sin embargo, señora ... CLEOPATRA No me gusta ese pero. Atenúa tus buenas palabras precedentes. ¡Fuera ese pero! Ese pero es como un carcelero encargado de hacer avanzar algún malhechor espantoso. Te lo ruego, amigo mío; vierte de una vez en mi oído el paquete de tus noticias, buenas y malas. Es amigo de César, goza de buena salud, dices; y está libre, agregas. MENSAJERO ¡Libre, señora! No, no he mencionado nada semejante. Está ligado a Octavia. CLEOPATRA ¿Por qué vínculo? MENSAJERO Por el mejor vínculo del lecho. CLEOPATRA Palidezco, Carmiana. MENSAJERO Señora, está casado con Octavia. CLEOPATRA ¡Que la peste más maligna caiga sobre ti! (Le pega). MENSAJERO Buena señora, tened paciencia. CLEOPATRA ¿Qué decís? ¡Fuera de aquí, horrible villano! (Le golpea de
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nuevo). O vaya patear tus ojos delante de mí como pelotas; voy a arrancarte los cabellos de la cabeza. (Le maltrata). Serás azotado con un látigo de alambre, revolcado en la sal y cocerás lentamente en salmuera. MENSAJERO Graciosa señora, yo traigo las noticias; no he hecho la boda. CLEOPATRA Di que no es así, y te daré una provincia, una fortuna espléndida. Los golpes que has recibido bastarán para que te perdone por haberme encolerizado, y te concederé, además, cualquier don que tu condición humilde pueda mendigarme. MENSAJERO Se ha casado, señora. CLEOPATRA Bribón, ya has vivido demasiado tiempo. (Saca un puñal). MENSAJERO ¡Oh! Entonces voy a ponerme a salvo. ¿Qué pretendéis, señora? No he cometido ofensa alguna. (Sale). CARMIANA Mi buena señora, conteneos; ese hombre es inocente. CLEOPATRA Hay inocentes que no se escapan de los rayos. ¡Que Egipto se hunda en el Nilo! ¡Y que todas las criaturas bienhechoras se cambien en serpientes! Llamad a ese esclavo. Aunque esté loca, no le morderé. Llamadle. CARMIANA Teme venir.
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CLEOPATRA No le haré daño. (Sale Carmiana). Se envilecerían estas manos si pegaran a un inferior, cuando no tengo otro motivo que el que me he dado yo misma. (Vuelven a entrar Carmiana y el mensajero). Venid aquí, señor. Aunque sea honrado, nunca es bueno traer malas noticias. Dad un ejército de lenguas a las buenas noticias; pero las malas nuevas dejad que se relaten ellas mismas haciéndose sentir. MENSAJERO He cumplido mi deber. CLEOPATRA ¿Se ha casado? No te puedo odiar más de lo que te odio, si me dices todavía sí. MENSAJERO Se ha casado, señora. CLEOPATRA ¡Los cielos te confundan! ¿Aún te atreves a persistir? MENSAJERO ¿Habría de mentir, señora? CLEOPATRA ¡Oh! Quisiera que hubieses mentido, aun cuando la mitad de mi Egipto hubiera de sumergirse y transformarse en una cisterna de serpientes escamosas. Anda, retírate de aquí. Aunque tuvieras realmente el rostro de Narciso, me aparecerías, en verdad, repugnante. ¿Se ha casado? MENSAJERO Imploro perdón de Vuestra Alteza. CLEOPATRA ¿Está casado?
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MENSAJERO No toméis a ofensa lo que no digo para ofenderos. Castigadme por ejecutar lo que vos misma me ordenáis me parece muy injusto. Está casado con Octavia. CLEOPATRA ¡Oh! ¡Así el cielo hubiese hecho de ti, por su falta, un bellaco, que no lo eres! ¡Cómo! ¿Estás seguro de ello? Parte de aquí. Las mercancías que me has traído de Roma son demasiado caras para mí! ¡Ojalá se te queden en los brazos y te arruinen! (Sale el mensajero). CARMIANA Paciencia, buena Alteza. CLEOPATRA Al elogiar a Antonio he denigrado a César. CARMIANA Varias veces, señora. CLEOPATRA Ya estoy pagada. Condúceme fuera de aquí; me desmayo. ¡Oh, Iras, Carmiana! ... ¡Bah! Poco importa. Ve a encontrar a ese muchacho, mi buen Alejas; ordénale que te describa la persona de Octavia; que te informe sobre su edad, sus inclinaciones y que no olvide el color de su cabellera. Tráeme la respuesta acto seguido. (Sale Alejas). Que parta para siempre ... Pero no, que no parta ... ¡Carmiana! ... Aunque está pintado por un lado como una Gorgona, por el otro es un Marte. (A Mardián). Ordenad a Alejas que me traiga los informes acerca de la estatura de ella. Ten compasión de mí, Carmiana, pero no me hables. Llévame a mi habitación. (Salen).
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VI Cerca de Miseno. Trompetería. Entran, por un lado, Pompeyo y Menas, con tambores y trompetas; por el otro, César, Antonio, Lépido, Enobarbo, Mecenas, con soldados en marcha. POMPEYO Tengo vuestros rehenes; vosotros tenéis los míos; podemos, pues, conferenciar antes de combatir. CÉSAR Es de absoluta conveniencia que nos pongamos primero al habla, y por eso nos hemos hecho preceder por nuestras proposiciones escritas; si las has meditado, haznos saber si volverá tu espada descontenta a la vaina y se restituirá a Sicilia toda esa juventud valerosa que, en caso contrario, habrá de perecer aquí. POMPEYO ¡Salud a vosotros tres, únicos senadores de este vasto universo, principales agentes de los dioses! No comprendo por qué le habían de faltar a mi padre vengadores, teniendo un hijo y amigos; puesto que Julio César, cuyo fantasma visitó al bueno de Bruto en Filipos, os vio en el mismo Filipos trabajar por vengarle. ¿Qué impulsó al débil Casio a conspirar? ¿Qué animó a Bruto, que era un honrado romano, estimado por todos, en compañía de los otros cortesanos armados de la seductora libertad, a ensangrentar el Capitolio? ¿No era vuestro deseo que un hombre no fuese más que un hombre? Pues he ahí la razón que me ha hecho equipar una flota que haga espumajear al océano embravecido bajo su peso, de la que pretendo servirme para castigar la ingratitud que la perversa Roma ha mostrado con mi noble padre.
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CÉSAR Haced lo que os plazca. ANTONIO No puedes asustarnos con tus navíos, Pompeyo; te haremos frente en el mar. En tierra ya sabes que te hallas lejos de poder medirte con nosotros. POMPEYO En tierra, estás lejos de contender conmigo con todo el valor de la casa de mi padre; esto es lo cierto. Pero puesto que el cuchillo no hace su popio nido, quédate allá todo el tiempo que puedas. LÉPIDO Haced el favor de decirnos (pues esas recriminaciones nada tienen que ver con el objeto de nuestra reunión), cómo tomáis las ofertas que os hemos enviado. CÉSAR Éste es el punto. ANTONIO No se te suplica que las aceptes, sino que veas si valen la pena de ser aceptadas. CÉSAR Y de considerar lo que ocurriría si buscaras una más alta fortuna. POMPEYO Me habéis ofrecido Sicilia y Cerdeña a condición de limpiar todo el mar de piratas; además, tendré que enviar unas tantas medidas de trigo a Roma; y una vez retribuido el acuerdo a este respecto, retirarnos con nuestras espadas sin mellas y nuestros escudos sin abolladuras. CÉSAR, ANTONIO y LÉPIDO Ése es nuestro ofrecimiento.
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POMPEYO Sabed, pues, que vine ante vosotros decidido a aceptar ese ofrecimiento. Pero Marco Antonio me ha causado alguna molestia. Aunque aminore el mérito de esta acción refiriéndola, habéis de saber que cuando César y vuestro hermano se hallaban en lucha, vuestra madre vino a Sicilia y encontró allí una cordial bienvenida. ANTONIO Lo he sabido, Pompeyo, y estoy dispuesto a expresaros las gracias infinitas que os debo. POMPEYO Dadme vuestra mano. No esperé encontraras aquí, señor. ANTONIO Los lechos son duros en Oriente; pero he de daros muchas gracias por haberme reclamado aquí más de lo que era mi designio; he ganado con esta vuelta. CÉSAR Estáis cambiado desde la última vez que os vi. POMPEYO Bien; no sé qué modificaciones haya podido hacer a mi semblante la áspera fortuna; pero lo que sé bien es que no entrará en mi lecho para hacer de mi corazón un vasallo. LÉPIDO Sed bienvenido. POMPEYO Lo espero, Lépido. Así, estamos de acuerdo. Pido que nuestro convenio se escriba y selle entre nosotros. CÉSAR Es lo primero que hay que hacer.
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POMPEYO Hagamos el trato los unos con los otros antes de separarnos; saquemos a la suerte quién comenzará. ANTONIO Seré yo, Pompeyo. POMPEYO No, Antonio; aceptad la decisión de la suerte. Pero venga la primera o la última, vuestra exquisita cocina egipcia logrará la victoria. He oído decir que los festines de aquel país hicieron engordar demasiado a Julio César. ANTONIO Os han informado demasiado. POMPEYO Mis intenciones son puras. ANTONIO Y puras también, señor, las palabras con que las desarrolláis. POMPEYO Pues sí, me informaron bastante, y oí decir que Apolodoro había llevado ... ENOBARBO Basta ya; la llevó. POMPEYO ¿El qué, me hacéis el favor? ENOBARBO A cierta reina a César en un colchón. POMPEYO Ahora te reconozco. ¿Cómo te va, soldado?
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ENOBARBO Bien, y continuará yéndome aún mejor, pues me doy cuenta que hay cuatro festines en perspectiva. POMPEYO Permíteme que te dé un apretón de manos; no te he odiado jamás. Te he visto combatir y he admirado tu valentía. ENOBARBO Señor, nunca os quise mucho; pero he cantado vuestras alabanzas en ocasiones en que merecíais diez veces más elogios de los que yo os hacía. POMPEYO Sé franco a tu placer; eso no te va mal del todo. Os invito a todos a bordo de mi galera. ¿Queréis pasar adelante, señores? CÉSAR, ANTONIO y LÉPIDO Enseñadnos el camino, señor. POMPEYO Venid. (Salen todos, excepto Enobarbo y Menas). MENAS (Aparte). Su padre, Pompeyo, no habría hecho jamás esta alianza. (A Enobarbo). Nosotros nos hemos conocido, señor. ENOBARBO En el mar, creo. MENAS Sí, señor. ENOBARBO Os habéis comportado bien en el mar.
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MENAS Y vos en la tierra. ENOBARBO Alabaré a todo hombre que me alabe, aunque no pueda negar lo que he hecho en la tierra. MENAS No más que lo que he hecho en el mar. ENOBARBO Perdón, podéis negar algo para vuestra propia seguridad. Habéis sido un gran ladrón en el mar. MENAS Y vos en la tierra. ENOBARBO Aquí niego mis servicios en tierra. Pero dadme vuestra mano, Menas. Si nuestros ojos fueran magistrados podrían sorprender aquí dos ladrones abrazándose. MENAS Los rostros de todos los hombres son sinceros, sean cuales fueren sus manos. ENOBARBO Pero una mujer bonita no siempre tiene el rostro sincero. MENAS No hay maledicencia; roban los corazones. ENOBARBO Venimos aquí a combatir con vosotros.
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MENAS Por mi parte, siento que las cosas se hayan trocado en hablar. Pompeyo ha despedido su fortuna, riendo. ENOBARBO Si es así, de seguro que no la recuperará llorando. MENAS Decís mucha verdad, señor. No esperábamos ver aquí a Marco Antonio. Decidme, os lo ruego, ¿está casado con Cleopatra? ENOBARBO La hermana de César se llama Octavia. MENAS Es verdad, señor; era mujer de Cayo Marcelo. ENOBARBO Pero ahora es esposa de Marco Antonio. MENAS ¿Qué estáis diciendo, señor? ENOBARBO La verdad. MENAS ¿Entonces César y él están unidos para siempre? ENOBARBO Si estuviese obligado a predecir sobre esta unión, no profetizaría así. MENAS Pienso que la política habrá tenido más participación en esa boda que el amor de los cónyuges.
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ENOBARBO Lo mismo pienso yo. Pero veréis cómo el lazo que parece estrechar su amistad será el cordón mismo que la estrangule. Octavia es piadosa, fría, de trato apacible. MENAS ¿Quién no quisiera que su mujer fuese así? ENOBARBO Quien tiene cualidades contrarias, como es el caso de Marco Antonio. Volverá a su plato egipcio. Entonces los suspiros de Octavia atizarán el fuego en el corazón de César, y así, como os he dicho, ese matrimonio, que es la fuerza de su unión, pasará a ser el autor inmediato de su división. Antonio persistirá en su cariño. No se ha casado aquí sino por un motivo de interés. MENAS Muy bien puede ser. ¿Vamos, señor? Tengo un brindis que ofreceros. ENOBARBO Le aceptaré, señor; hemos entrenado a nuestros gaznates en Egipto. MENAS Vamos, partamos. < (Salen).
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VII A bordo de la galera de Pompeyo, cerca de Miseno. Música. Entran dos o tres criados con un postre. PRIMER CRIADO Van a venir aquí, amigo. Las plantas de los pies de algunos están ya muy desarraigadas; el menor viento que sople en el mundo las derribará. SEGUNDO CRIADO Lépido está muy colorado. PRIMER CRIADO Le han hecho beber lo que ellos no querían ya. SEGUNDO CRIADO Cuantas veces se pican en su amor propio, les grita: ¡Basta!, los reconcilia con sus exhortaciones y él se reconcilia con el vino. PRIMER CRIADO Pero eso no hace más que provocar una guerra mayor entre él y su prudencia. SEGUNDO CRIADO ¡Por Dios! He ahí lo que es tener su nombre metido en la sociedad de los grandes hombres; mejor quisiera tener un rosal del que pudiera servirme, que una partes ana que no lograse levantar. PRIMER CRIADO Ser llamado a una esfera superior, sin que en ella se os vea moveros, es como tener agujeros allí donde debiera haber ojos, lo que es estropear lastimosamente la cara.
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< (Toque de trompetas. Entran César, Antonio, Lépido, Pompeyo, Agripa, Mecenas, Enobarbo, Menas y otros capitanes). ANTONIO He aquí cómo proceden, señor. Miden la crecida del Nilo por ciertas escalas sobre las Pirámides; según la ola es alta, baja o media saben lo que va a venir: la miseria o la abundancia. Cuanto más sube el Nilo, más grandes son sus promesas. Cuando el reflujo, el sembrador echa su grano en el limo y el fango, y poco después viene la siega. LÉPIDO Tenéis extrañas serpientes en aquel país. ANTONIO Sí, Lépido. LÉPIDO Ved, vuestra serpiente de Egipto se engendra del barro por la acción del sol. Lo mismo vuestros cocodrilos. ANTONIO Efectivamente. POMPEYO Sentémonos ... y venga el vino. ¡A la salud de Lépido! LÉPIDO No me encuentro tan bien como quisiera, pero jamás me dejaré quedar fuera de un brindis. ENOBARBO No sin que antes hayáis dormido al menos; mucho me temo que no os quedéis dentro sin salir.
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LÉPIDO Sí, por cierto; he oído decir que las pirámides de los Ptolomeos son unas cosas estupendas; sin contradicción, lo he oído decir. MENAS (Aparte a Pompeyo). Pompeyo, una palabra. POMPEYO (Aparte a Menas). Dímela al oído. ¿De qué se trata? MENAS (Aparte a Pompeyo). Abandona tu sitio, por favor, capitán, y escúchame una palabra. POMPEYO (Aparte a Menas). Espera unos minutos ... ¡Este brindis es por Lépido! LÉPIDO ¿Qué especie de ser es vuestro cocodrilo? ANTONIO Tiene exactamente la forma que tiene, señor; es tan ancho como su anchura; tan alto como su altura lo permite, y se mueve por sus propios órganos. Vive de lo que le nutre, y cuando los elementos que le componen se disuelven, transmigra. LÉPIDO ¿De qué color es? ANTONIO De su propio color. LÉPIDO ¡Es una serpiente extraña!
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ANTONIO Sí, y sus lágrimas son húmedas. CÉSAR ¿Le satisfará esa descripción? ANTONIO Sí, con el brindis que le dedica Pompeyo, o será un verdadero Epicuro. POMPEYO (Aparte a Menas). ¡Andad a que os ahorquen, señor, andad a que os ahorquen! ¿Hablarme de eso? ¡Basta! Haced lo que os he ordenado. ¿Dónde está esa copa que he pedido? MENAS (Aparte a Pompeyo). Si te dignas escucharme en consideración a mis servicios, levántate de tu asiento. POMPEYO (Aparte a Menas). Creo que estás loco. ¿Qué ocurre? (Se levanta y da algunos paseos con Menas). MENAS Siempre he tenido que descubrirme ante tu suerte. POMPEYO Siempre me has servido con mucha fidelidad. ¿Qué otra cosa tienes que decirme? ¡Ánimo, señores! ANTONIO Tened cuidado con estas arenas movedizas, Lépido; retiraos de ellas, pues os hundiréis. MENAS ¿Quieres ser dueño del mundo entero?
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POMPEYO ¿Qué dices? MENAS ¿Quieres ser dueño del mundo entero? Por segunda vez te hago la pregunta. POMPEYO ¿Cómo podría serlo? MENAS Haz solamente lo que voy a decirte, y aunque me supongas pobre, te daré el mundo entero. POMPEYO ¿Te has embriagado? MENAS No, Pompeyo, me he abstenido de las copas. Eres, si te atreves, el Júpiter terrestre. Todo lo que abraza el océano, todo lo que el cielo cubre, es tuyo, si quieres. POMPEYO Muéstrame cómo. MENAS Esos tres copartícipes del mundo, esos tres asociados están en tu navío. Déjame cortar el cable, y luego, cuando nos hallemos en alta mar, cortémosles el pescuezo, y entonces todo será tuyo. POMPEYO ¡Oh! ¡Debiste hacerlo y no decírmelo! En mí fuera una villanía, en ti hubiese sido un buen servicio. Debes saber que no es mi interés el que sirve de guía a mi honor, sino mi honor el que dirige mi interés. Arrepiéntete de haber dejado a tu lengua traicionar tu intención. Si la hubieses ejecutado sin yo saberlo, la hubiera
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aplaudido más tarde; pero, al presente, debo condenarla. Renuncia a ella y vamos a beber. < (Vuelve con sus invitados). MENAS (Aparte). Después de esta repulsa, no quiero seguir más tu suerte en declive!: ¡Quien busca y no toma cuando se le ofrece, no encontrará jamás! POMPEYO ¡A la salud de Lépido! ANTONIO Llevadle a tierra. Haré la razón por él, Pompeyo. ENOBARBO ¡A tu salud, Menas! MENAS ¡A tu felicidad, Enobarbo! POMPEYO Llenad la copa hasta los bordes. ENOBARBO (Señalando con el dedo a la gente que llevan a Lépido). He ahí un vigoroso camarada, Menas. MENAS En ese caso, bebe para aumentar la velocidad del torbellino. ENOBARBO ¿Por qué?
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MENAS Lleva a cuestas la tercera parte del mundo, amigo. ¿No lo ves? ENOBARBO Entonces el tercio del mundo está beodo. Quisiera que lo estuviese todo entero, a fin de que rodara más fácilmente. MENAS Con mucho gusto. POMPEYO Esto no es aún una fiesta de Alejandría. ANTONIO Comienza a aproximársele. ¡Ea, chocad las copas! ¡A la salud de César! CÉSAR Puedo pasarme sin ello. Es un trabajo monstruoso; cuanto más lavo mi cerebro, más turbio está. ANTONIO Hay que hacer frente a las circunstancias. CÉSAR Pues bien, dedicadme ese brindis; yo te corresponderé. Pero me hubiera gustado más ayunar cuatro días que beber otro tanto en uno solo. ENOBARBO (A Antonio). ¡Ah, mi bravo emperador! ¿Danzaremos ahora las bacanales egipcias y celebraremos nuestra borrachera? POMPEYO Hagámoslo, bravo soldado.
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ANTONIO Vamos, tomémonos todos las manos hasta que el vino vencedor haya adormecido nuestros sentidos en un dulce y delicado Leteo. ENOBARBO Tomaos todos de la mano. Atronad nuestros oídos con una música ruidosa. Mientras suena, os acomodaré; luego el niño cantará, y cada uno entonará una cancioncilla tan fuerte como se lo permitan sus pulmones. < (Suena la música. Enobarbo les junta las manos). Canción ¡Ven, oh tú, monarca del vino, Baco mofletudo de ojos guiñadores! ¡Que nuestras preocupaciones, se ahoguen en tus cubas! ¡Que tus racimos coronen nuestras cabelleras! TODOS ¡Viértenos hasta que el mundo gire! ¡Viértenos hasta que el mundo gire! CÉSAR ¿Para qué más? Pompeyo, buenas noches. Mi buen hermano, permitid que os lleve. Esta ligereza avergüenza a nuestros graves asuntos. Amables señores, separémonos. Ved cómo nuestras mejillas están encendidas. El vigoroso Enobarbo es más débil que el vino, y mi propia lengua poda lo que dice; esta orgía salvaje nos ha puesto a todos casi grotescos. ¿Qué necesidad tenemos de más? Buenas noches Vuestra mano, mi buen Antonio. POMPEYO Voy a acompañaros a tierra.
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ANTONIO Aceptado, señor. Dadnos vuestra mano. POMPEYO ¡Oh, Antonio, poseéis la casa de mi padre! Pero ¿qué importa? Somos amigos. Bajemos al bote. ENOBARBO Cuidado con caer. (Salen César, Pompeyo, Antonio y gente de sus séquitos). Menas, no quiero ir a tierra. MENAS No, venid a mi camarote. ¡Adelante tambores, trompetas, flautas! ¡Vamos, que oiga Neptuno el adiós ruidoso que deseamos a estos grandes compañeros! ¡Tocad y que os ahorquen! ¡Tocad como es debido! (Trompetería con tambores). ENOBARBO ¡Bravo, mi gorro en alto! MENAS ¡Bravo! ¡venid, noble capitán! (Salen).
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TERCER ACTO
I Una llanura en Siria. Entran Ventidio en triunfo, con Silio y otros romanos, oficiales y soldados; el cadáver de Pacoro es llevado delante. VENTIDIO Pues bien, ya estás castigado, país de los Partos flecheros. La suerte ha querido hacerme el vengador de la muerte de Marco Crasso. Llevad delante de nuestro ejército el cuerpo del hijo del rey. Orodes, tu Pacoro paga por Marco Crasso. SILIO Noble Ventidio, en tanto que tu espada esté aún caliente de sangre parta, persigue a los partos fugitivos; espoléalos a través de la Media, la Mesopotamia y todos los asilos hacia donde se precipitan en derrota; y más tarde tu gran general, Antonio, te instalará sobre carros de triunfo y colocará coronas sobre tu cabeza. VENTIDIO ¡Oh, Silio, Silio! Bastante he llevado a cabo. Un puesto inferior, nótalo bien, puede hacer contraste con una hazaña demasiadq grande; porque sábelo, Silio, vale más dejar una cosa inacabada que adquirir renombre excesivo cuando el jefe a quien. servimos está ausente. César y Antonio han vencido siempre más por sus lugartenientes que por sí mismos. Sosio, su lugarteniente, que ocupaba mi puesto en Siria, por haber adquirido una gloria rápidamente acumulada, perdió el favor que tenía. Quien hace
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en la guerra más de lo que puede hacer su general, viene a ser general de su general; y la ambición, esa virtud del soldado, prefiere una pérdida a una ganancia que le eclipse. Más podría hacer en interés de Antonio; pero esto fuera ofenderle, y bajo esta ofensa mis hazañas perecerían. SILIO Posees, Ventidio, esa facultad sin la cual un soldado no es nada más que una espada. ¿Escribirás a Antonio? VENTIDIO Le informaré humildemente lo que hemos realizado en su nombre, esta palabra mágica de guerra; cómo con sus banderas y sus legiones bien pagadas hemos echado fuera del campo de batalla la caballería parta, que nunca fue batida. SILIO ¿Dónde está ahora? VENTIDIO Se propone ir a Atenas, donde nos presentaremos a él tan rápidamente como nos permita la impedimenta que arrastramos. ¡Adelante! ¡Por aquí! ¡Desfilad! (Salen).
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II Roma. Una antecámara en el palacio de César. Entran, encontrándose, Agripa y Enorbarbo. AGRIPA Qué, ¿se han separado los hermanos? ENOBARBO Han acabado con Pompeyo, que se ha marchado ya. Los otros tres sellan el tratado. Octavia llora por tener que abandonar Roma; César está triste, y desde la fiesta de Pompeyo, Lépido, como dice Menas, está atacado por la clorosis. AGRIPA ¡Ese noble Lépido! ENOBARBO Un hombre bien notable. ¡Oh, cómo ama a César! AGRIPA Cierto, pero ¡cómo adora tiernamente a Marco Antonio! ENOBARBO ¿César? Pero si es, ¡por Dios!, el Júpiter de los hombres. AGRIPA ¿Y qué es Antonio? El Dios de Júpiter. ENOBARBO ¿Habláis de César? ¡Oh, el incomparable! AGRIPA ¡Oh, Antonio! ¡Oh, Fénix de la Arabia!
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ENOBARBO Si queréis alabar a César, decid César, y no vayáis más lejos. AGRIPA Verdaderamente, les ha colmado a los dos de excelentes alabanzas. ENOBARBO Pero es a César a quien prefiere; sin embargo, ama a Antonio. ¡Oh, los corazones, las lenguas, las figuras, los escritores, los cantantes, los poetas no podrían sentir, expresar, figurar, escribir, cantar, medir su amor por Antonio! ¡Oh! Pero en cuanto a César, ¡arrodillaos, arrodillaos y admirad! AGRIPA Los quiere a ambos. ENOBARBO Son sus élitros, y él su escarabajo. (Trompetería). He ahí que nos llama a montar a caballo. Adiós, noble Agripa. AGRIPA Buena suerte, noble soldado, y adiós. (Se separan a un lado. Entran César, Antonio, Lipido y Octavia). CÉSAR ¿Qué, Octavia? OCTAVIA Voy a decíroslo al oído. ANTONIO No vayáis más lejos, señor. CÉSAR Me separáis de una gran parte de mí mismo. Tratadme bien en
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esta cara mitad. Hermana, muéstrate una esposa tal como mi pensamiento lo ambiciona, y que tu conducta justifique todo lo que me atreviera a garantizarte de ti. Muy noble Antonio, que este modelo de virtud, colocado entre nosotros como el cimiento encargado de mantener el edificio de nuestro afecto, no se convierta nunca en ariete para batir en brechá la fortaleza de nuestra amistad. porque mejor fuera habernos querido sin este lazo, si nO ha de ser cuidadosamente tratado por ambas partes. ANTONIO No me ofendáis con vuestra desconfianza. CÉSAR He dicho. ANTONIO Por meticulosamente que procedáis en el examen de mi conducta no encontraréis en ella el menor motivo para alarmaros a propósito de lo que parecéis temer. Ahora, que los dioses quieran protegeros y poner a disposición de vuestros designios los corazones de los romanos. Vamos a separarnos aquí. CÉSAR Adiós, mi muy querida hermana, que te vaya bien. ¡Que los elementos sean blandos contigo y no te den sino salud y alegría! Que te vaya bien. OCTAVIA ¡Mi noble hermano! ANTONIO Abril está en sus ojos. Es la primavera del amor, y esas lágrimas, los aguaceros encargados de hacerle nacer. Mostraos alegre. OCTAVIA Señor, velad por la casa de mi esposo, y ...
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ANTONIO Su lengua se niega a obedecer a su corazón, y su corazón es impotente para enseñar su lengua; tal como el plumón del cisne que flota sobre las olas de la marea alta, sin inclinarse a ningún lado. ENOBARBO (Aparte a Agripa) ¿Llorará César? AGRIPA (Aparte a Enobarbo). Tiene una nube en el rostro. ENOBARBO (Aparte a Agripa). Sería lamentable si fuera un caballo, y con mayor razón siendo un hombre. AGRIPA (Aparte a Enobarbo). ¿Qué habré de deClrte Enobarbo? Cuando Antonio halló muerto a Julio César, gimió hasta rugir, y lloró cuando en Filipos vio en tierra a Bruto. ENOBARBO (Aparte a Agripa). En verdad, aquel año le aquejaba un reuma; se lamentaba sobre el que había destruido voluntariamente, creedlo, aunque yo también lloraba. CÉSAR No, amable Octavia; sabréis siempre noticias mías; el tiempo no debilitará vuestro recuerdo en mi pensamiento. ANTONIO Vamos, señor, vamos; quiero luchar con vos en fortaleza de amor. Mirad, os abrazo ... y ahora os suelto y os encomiendo a los dioses. CÉSAR ¡Adiós; sé dichoso!
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LÉPIDO ¡Que toda la multitud de estrellas ilumine tu feliz viaje! CÉSAR ¡Adiós, adiós! (Besa a Octavía). ANTONIO ¡Adiós! (Trompetería. Salen).
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III Alejandría. Una sala del palacio. Entran Cleopatra, Carmiana, Iras y Alejas. CLEOPATRA ¿Dónde está ese muchacho? ALEJAS No se atreve apenas a venir. CLEOPATRA Andad, andad. Venid aquí, señor. (Entra un Mensajero). ALEJAS Noble Alteza, Herodes de Judea no osa miraros más que cuando estáis de buen humor. CLEOPATRA Tendré la cabeza de ese Herodes. Pero ¿cómo tenerla, ahora que ha partido Antonio, que hubiera podido dar la orden de traérmela? Aproxímate. MENSAJERO ¡Muy graciosa Majestad! CLEOPATRA ¿Has visto a Octavia? MENSAJERO Sí, temida reina. CLEOPATRA ¿Dónde?
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MENSAJERO Señora, en Roma. La he contemplado de frente, y la he visto conducida entre su hermano y Marco Antonio. CLEOPATRA ¿Es tan alta como yo? MENSAJERO No, señora. CLEOPATRA ¿La has oído hablar? ¿Tiene la voz aguda o grave? MENSAJERO Señora, la he oído hablar; tiene la Voz grave. CLEOPATRA Tanto mejor. No la amará mucho tiempo. CARMIANA ¡Amada! ¡Oh, Isis, eso es imposible! CLEOPATRA Lo creo, Carmiana. ¡Bajita y la voz gruesa! ¿Tiene majestuosidad en la figura? Acuérdate, si has contemplado algunas veces la majestad. MENSAJERO Va a rastras. Ya esté inmóvil o ya marche, siempre es la misma; tiene el aire de un cuerpo más bien que de un alma, de una ... estatua más que de una persona que respira. CLEOPATRA ¿Es cierto? MENSAJERO Sí; o no tengo el don de la observación.
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CARMIANA No hay tres en Egipto que pudieran hacer mejor un informe. CLEOPATRA Es muy inteligente, me parece. Pues bien; no veo aún nada en ella. Este mozo está dotado de un buen criterio. CARMIANA Excelente. CLEOPATRA Infórmame sobre su edad, te lo ruego ... MENSAJERO Señora, era viuda. CLEOPATRA ¡Viuda! ¿Oyes, Carmiana? MENSAJERO Y creo que tiene treinta años. CLEOPATRA ¿Conservas su rostro en la memoria? ¿Es ovalado o redondo? MENSAJERO Redondo hasta la imperfección. CLEOPATRA Los que tienen la cara redonda son en su mayór parte imbéciles. Y su cabellera, ¿de qué color es? MENSAJERO Morena, señora; y su frente tan baja como hecha de encargo. CLEOPATRA Aquí tienes, para ti. No debes tomar a mal mi precedente rudeza.
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Voy a hacer que emprendas un nuevo viaje. Te encuentro muy apropiado para los negocios. Ve a prepararte. Nuestras cartas están dispuestas. (Sale el mensajero). CARMIANA Es un hombre listo. CLEOPATRA Sí, en verdad. Me arrepiento mucho de haberle molestado, como he hecho. Verdaderamente, me parece que, según él, esta criatura no es gran cosa. CARMIANA Nada en absoluto, señora. CLEOPATRA Ese hombre ha visto ciertas personas majestuosas, y entiende de ello. CARMIANA ¿Si ha visto personas majestuosas? ¡Isis impida que, después de haberos servido tan largo tiempo, ignore lo que es la majestad! CLEOPATRA Tengo aún que preguntarle una cosa, mi buena Carmiana. Pero poco importa; me lo llevarás al aposento donde vaya escribir. Todo puede ir bien todavía. CARMIANA Os lo garantizo, señora. (Salen).
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IV Atenas. Una sala en la morada de Antonio. Entran Antonio y Octavia. ANTONIO No, no, Octavia; no es solamente eso ..., eso sería excusable; eso y otras mil ofensas de parecida importancia; pero ha emprendido nuevas guerras contra Pompeyo. Ha hecho su testamento y lo ha leído en público. Ha hablado de mí ligeramente, y en las ocasiones en que no ha podido dispensarse de hacer mi elogio, se ha expresado en términos fríos y sin fuerza. Me ha medido en tan poco como le ha sido posible. Cuando ha tenido ocasión de hacerme justicia, no la ha aprovechado, o ha hablado de mí a flor de labios. OCTAVIA ¡Oh, mi buen señor! No creáis todo; o si lo creéis, no lo toméis todo con resentimiento. Jamás se ha encontrado mujer más desgraciada que yo, puesto que si esta querella estalla, me será preciso mantenerme entre vosotros dos, rogando por los dos partidos. Los dioses buenos van a burlarse enseguida, cuando, después de haberles dicho: ¡Oh, bendecid a mi señor y esposo!, oirán deshacer esta imploración, gritando también en voz alta: ¡Oh, bendecid a mi hermano! Triunfe mi esposo, triunfe mi hermano, mi plegaria destruye a mi plegaria. No hay término medio entre esos extremos. ANTONIO Encantadora Octavia, que vuestro mejor amor se incline del lado del que hace los mejores esfuerzos por conservarle; si pierdo mi honor, me pierdo a mí mismo. Más valiera no ser vuestro, que perteneceros así mutilado. Pero ya que lo habéis pedido, serviréis de intermediaria entre nosotros dos. Durante este tiempo, señora, haré los preparativos de una guerra capaz de
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volver a sumir a vuestro hermano en la sombra. Haced vuestra más rápida diligencia; así, tenéis vuestros plenos deseos. OCTAVIA Gracias a mi señor. ¡Quiera el poderoso Júpiter hacer de mí, tan débil, tan débil, el instrumento de vuestra reconciliación! ¡Una guerra entre vosotros dos! ¡Es como si el mundo se partiese y fuera preciso llenar la sima con cadáveres! ANTONIO Cuando hayáis descubierto quién ha comenzado, volveréis vuestro disgusto del lado suyo; pues nuestras faltas no pueden ser tan iguales que vuestro amor se divida igualmente entre nosotros dos. Haced vuestros preparativos de partida, escoged las personas que os acompañen y mandad, sea cual fuese, el gasto que os plazca. (Salen).
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V Atenas. Otro aposento en la morada de Antonio. Entran, encontrándose, Enobarbo y Eros. ENOBARBO ¡Hola, amigo Eros! EROS Acaban de llegar extrañas noticias, señor. ENOBARBO ¿Cuáles, amigo? EROS César y Lépido han declarado la guerra a Pompeyo. ENOBARBO Ésa es una noticia atrasada. ¿Cuál ha sido el resultado? EROS Después de haberse servido de Lípido en la guerra contra Pompeyo, César le ha negado su título de colega; no ha querido que participase en la gloria de la acción, Y no se ha detenido en esto; le acusa con cartas que había escrito antes a Pompeyo, y por esta acusación le ha hecho detener; así es que el pobre triunviro está enjaulado hasta que la muerte le libere. ENOBARBO Entonces, mundo, tienes dos mandíbulas, no más; y al arrojar entre ellas todo el alimento que guardas, rechinarán la una contra la otra. ¿Dónde está Antonio? EROS Se pasea por el jardín ... de este modo ..., patea los rosales que
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tiene delante, de este otro ..., y grita: ¡Estúpido Lépido!, y jura cortar la garganta del oficial que ha matado a Pompeyo. ENOBARBO Nuestra gran flota está equipada. EROS Para Italia y contra César. Hay otra cosa, Domicio; mi señor desea que vayáis a encontrarle inmediatamente. Debí haber guardado mis noticias para más tarde. ENOBARBO No tendrá nada que decirme. Pero sea. Condúceme al lado de Antonio. EROS Venid, señor. (Salen).
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VI Roma. Un aposento en la casa de César. Entran César, Agripa y Mecenas. CÉSAR Ha hecho todo eso y más aún en desprecio de Roma, en Alejandría. He aquí cómo han pasado las cosas. En la plaza del mercado, en la cima de una tribuna de plata, Cleopatra y él fueron públicamente instalados sobre tronos de oro. A sus pies estaban sentados Cesarión, a quien llaman hijo de mi padre, y toda la descendencia ilegítima que su concupiscencia les ha proporcionado. Le dio el patrimonio de Egipto y la hizo reina absoluta de la Baja Siria, de Chipre y de la Lidia. MECENAS ¿Y eso a la vista del público? CÉSAR En la gran plaza pública, donde se hacen los ejercicios. Proclamó allí a sus hijos reyes de reyes. A Alejandro le dio la Gran Media, la Partia y la Armenia; a Ptolomeo le asignó la Siria, la Cilicia y la Fenicia. Aquel día la reina apareció bajo las vestiduras de la diosa Iris. Por cierto que, según cuentan, ya en otras ocasiones había dado audiencia con el mismo traje. MECENAS Que se entere Roma de esto. AGRIPA Roma que, asqueada ya de su insolencia, le retirará toda estima. CÉSAR El pueblo lo sabe y ha recibido ya sus acusaciones.
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AGRIPA ¿A quién acusa? CÉSAR A César. Se queja de que, habiendo despojado a Sexto Pompeyo de la Sicilia, no le hayamos dado su parte de la isla. A continuación dice que me ha prestado algunas naves que no han sido devueltas. En fin, se enoja porque Lépido ha sido depuesto del triunvirato y porque, una vez depuesto, hemos retenido todos sus ingresos. AGRIPA Señor, eso merece una respuesta. CÉSAR Ya está redactada, y el mensajero ha partido. Le he respondido que Lépido se había vuelto demasiado cruel, abusando de su alta autoridad, y que merecía su destitución; que en cuanto a mis conquistas, le había concedido una parte, pero que yo pedía también la reciprocidad por su Armenia y los otros reinos conquistados por él. MECENAS No consentirá jamás eso. CÉSAR Entonces no consentiré por mi lado en lo que me pide. (Entra Octavia con su séquito). OCTAVIA ¡Salve, César y señor mío! ¡Salve, queridísimo César! CÉSAR ¡Qúién hubiera dicho que un día había de llamarte repudiada!
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OCTAVIA No me lo habéis llamado, ni tenéis razón alguna para llamármelo. CÉSAR ¿Por qué, entonces, venís furtivamente de esa manera a encontrarnos? No venís como conviene a la hermana de César. Un ejército debiera preceder a la mujer de Antonio, y los relinchos de los caballos anunciar su proximidad mucho tiempo antes de que apareciese; a todo lo largo del camino los árboles deberían haberse hallado cargados de curiosos, ilusionados con la espera y desalentados de no vislumbrar el objeto de su impaciencia. El polvo levantado por vuestro numeroso cortejo debió haber subido hasta la bóveda misma del cielo. Pero habéis venido a Roma como una muchacha del mercado, sin permitirnos daros las señales ostensibles de nuestro afecto, afecto que, de no expandirse, a menudo corre el peligro de enfriarse. Hubiéramos salido a vuestro encuentro por tierra y por mar, y en cada etapa de vuestro viaje os habríamos deseado una bienvenida siempre creciente en esplendor. OCTAVIA Mi buen señor; no he sido obligada a venir así. Libremente lo he hecho. Marco Antonio, mi esposo, al enterarse de que hacíais preparativos de guerra, ha abrumado mis oídos con esas noticias, y entonces le he rogado que me permitiera regresar. CÉSAR Lo que os ha concedido bien pronto, por ser vuestra persona un obstáculo entre él y su lujuria. OCTAVIA No habléis de ese modo, mi señor. CÉSAR Tengo los ojos puestos en él, y el viento me ha traído noticias de sus asuntos. ¿Dónde está ahora?
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OCTAVIA En Atenas, mi señor. CÉSAR No, hermana mía ultrajadísima; Cleopatra le ha indicado que vaya a reunírsele. Ha entregado su imperio a una puta y ahora se ocupan en establecer, para una guerra, una coalición de todos los reyes de la tierra. Ha unido ya a Boco, rey de Lidia; Arquelao, rey de Capadocia; Filadelfo rey de Paflagonia; Adallas, rey de Tracia; el rey Maleo, de Arabia; el rey del Ponto; Herodes de Judea; Mitrídates, rey de Comagena; Polemon y Amintas, reyes de Media y de Licaonia, y otros muchos más porta cetros. OCTAVIA ¡Oh, qué desgraciada soy, al tener mí corazón dividido entre dos parientes que se hieren el uno al otro! CÉSAR Sed bienvenida. Vuestras cartas han retardado el estallido de nuestra ruptura, hasta el día en que he visto a qué extremo estáis ultrajada y qué peligro corríamos por negligencia. Tened valor. No os dejéis perturbar por las circunstancias que suspenden sobre vuestra dicha estas necesidades inevitables; dejad al destino las cosas decretadas de antemano, sin tratar de detenerlas y sin gemir por ellas. ¡Sed bienvenida a Roma! Ninguna persona me es tan querida como vos. Estáis ultrajada por encima de toda imaginación, y, por haceros justicia, los grandes dioses nos han elegido a nosotros y a los que os aman como ministros de su venganza. Tened valor y sed bienvenida para siempre entre nosotros. AGRIPA ¡Sed bienvenida, señora! MECENAS ¡Sed bienvenida, querida señora! Todos los corazones de Roma os aman y os compadecen. Sólo el adúltero Antonio, sin freno en
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sus desórdenes, se desvía de vos para entregar su poder temible a una puta, que se sirve de él contra nosotros con escándalo. OCTAVIA ¿Es posible, señor? CÉSAR Demasiado cierto. Sed, bienvenida, hermana mía. Os ruego que vuestra paciencia no se acabe nunca. ¡Queridísima hermana mía! (Salen).
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VII El campamento de Antonio, cerca del promontorio de Actium. Entran Cleopatra y Enobarbo. CLEOPATRA Te lo haré pagar, no lo dudes. ENOBARBO Pero ¿Por qué, por qué, por qué? CLEOPATRA Te has pronunciado contra mi presencia en esta guerra, diciendo que no era conveniente. ENOBARBO Bien, ¿y lo es, lo es? CLEOPATRA Si esta guerra no ha sido declarada contra nosotros, ¿por qué habíamos de estar aquí en persona? ENOBARBO (Aparte). Bien, sé lo que tendría que responder. Si nos sirviéramos a la vez de caballos y de yeguas, los caballos no nos rendirían absolutamente ningún servicio; pues cada yegua llevaría un soldado y su caballo. CLEOPATRA ¿Qué es lo que decís? ENOBARBO Que vuestra presencia tiene que molestar necesariamente a Antonio y ocuparle una parte de su corazón, de su cabeza y de su tiempo, cosas que no le sobrarán por el momento, por muchas
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que tenga. Se le tacha ya de ligereza, y se dice en Roma que esta guerra está dirigida por Fotino, un eunuco, y vuestras mujeres. CLEOPATRA ¡Que reviente Roma y se pudran las lenguas de todos los que hablen contra nosotros! Tenemos intereses comprometidos en esta guerra, y, como jefe de mi reino, debo mostrarme aquí como si fuera un hombre. No habléis contra mi presencia, que no me iré. ENOBARBO Bueno, he terminado. Aquí viene el emperador. (Entran Antonio y Canidio). ANTONIO ¿No es extraño, Canidio, que desde Tarento y Brindis haya podido cortar el mar Jónico y apoderarse de Torina? ¿Lo habéis sabido, querida mía? CLEOPATRA La celeridad nunca es admirada sino por los negligentes. ANTONIO ¡Excelente reprensión! Honraría a los hombres más valientes verse así denostados por su indolencia. Canidio, les combatiremos por mar. CLEOPATRA ¡Por mar! ¿Y no habría otro modo de combatirles? CANIDIO ¿Por qué adopta mi señor esa resolución? ANTONIO Porque es en el mar donde nos desafía.
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ENOBARBO Mi señor también le ha desafiado en singular combate. CANIDIO Y vos le habéis ofrecido librar esa batalla en Farsalia, donde César combatió con Pompeyo. Pero rechaza los ofrecimientos que no redundan en ventaja suya; debierais hacer otro tanto. ENOBARBO Vuestras naves no están bien equipadas; vuestros marinos son arrieros, segadores, gentes reclutadas a toda prisa para vuestras necesidades; la flota de César está dirigida por los marinos que han combatido con frecuencia contra Pompeyo; sus naves son ligeras, las vuestras pesadas. No hay ningún deshonor en rehusar el combate en el mar, cuando estáis preparado para un combate terrestre. ANTONIO En el mar, en el mar. ENOBARBO Nobilísimo señor, entonces renunciáis a la absoluta superioridad militar que tenéis en tierra; mutiláis vuestro ejército, compuesto en su mayoría de infantes experimentados en la guerra; renunciáis a aprovechar vuestros afamados conocimientos; abandonáis la vía que da promesas ciertas y os apartáis de una firme certeza para entregaros simplemente al azar y a la casualidad. ANTONIO Combatiré por mar. CLEOPATRA Tengo sesenta veleros. César no los tiene mejores. ANTONIO Quemaremos el sobrante de nuestra flota, y con el resto,
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sólidamente equipado, desde las alturas de Actio, batiremos a César cuando se acerque. Si fracasamos, entonces podremos librar batalla en tierra. (Entra un mensajero). ¿Qué tienes que decir? MENSAJERO Las noticias son verdaderas, mi señor. Están confirmadas. César ha tomado Torina. ANTONIO ¿Es posible que esté allí en persona? No puede ser. Resulta extraño que sus fuerzas estén aquí. Canidio, quedarás en tierra, a la cabeza de nuestras diez legiones y de nuestros doce mil jinetes. Nosotros retornaremos a nuestro navío. ¡Partamos, mi Tetis! (Entra un soldado). ¡Hola! ¿Qué hay, bravo soldado? SOLDADO ¡Oh, noble emperador! No combatáis por mar, no os fiéis de las tablas podridas. ¿No confiáis en mi espada y mis heridas? Dejad los papeles de patos para los fenicios y los egipcios; sobre tierra es donde nosotros tenemos costumbre de vencer, combatiendo paso a paso. ANTONIO Bueno, bueno, partamos. (Salen Antonio, Cleopatra y Enobarbo). SOLDADO ¡Por Hércules! Estoy seguro de poseer la verdad. CANIDIO Sí, soldado; pero su orientación ya no se apoya en su fuerza legítima, de suerte que nuestro jefe es dirigido, y resultamos los soldados de las mujeres.
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SOLDADO Mandáis en tierra todas las legiones y la caballería, ¿no es eso? CANIDIO Marco Antonio, Marco Justeio, Publícola y Celio dirigen por mar. Pero nosotros mandamos en todas las fuerzas de tierra. Esa celeridad de César sobrepuja a cuanto puede imaginarse. SOLDADO Cuando se hallaba todavía en Roma hizo salir sus tropas por destacamentos, de manera que se despistaran todos los espías. CANIDIO ¿Quién es su lugarteniente, 10 sabéis? SOLDADO Un cierto Tauro, se dice. CANIDIO ¡Ah, sí, le conozco! (Entra un mensajero). MENSAJERO El emperador llama a Canidio. CANIDIO La hora presente está en gestación de noticias, y cada minuto pare alguna. (Salen).
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VIII Una llanura cerca de Actium. Entran César, Tauro, oficiales y otros. CÉSAR ¡Tauro! TAURO ¿Mi señor? CÉSAR No operes en tierra, guarda tus fuerzas intactas; no presentes batalla antes de que hayamos terminado en el mar. No vayas más allá de las prescripciones de este pergamino. Nuestra suerte pende toda entera de este trance. (Salen).
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IX Otra parte de la llanura. Entran Antonio y Enorbarbo. ANTONIO Coloquemos nuestros escuadrones allá, a este lado de la colina, a la vista de los batallones de César; desde este sitio podremos distinguir el número de sus naves y obrar en consecuencia. (Salen).
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X Otra parte de la llanura. Entran Canidio, atravesando la escena, con su ejército de tierra, y Tauro, el lugarteniente de César, que la atraviesa por otro lado. Después se oye estrépito de un combate en el mar. Entra Enobarbo. ENOBARBO ¡Perdido, perdido, todo está perdido! No puedo ver más. La Antoniada, el barco almirante egipcio, gira el timón y huye con todas sus sesenta naves. Mis ojos enferman de ver tal cosa. (Entra Escaro). ESCARO ¡Por todos los dioses y diosas de la asamblea olímpica! ENOBARBO ¿Qué significa tu vehemencia? ESCARO Hemos perdido por simple estupidez la mayor parte del mundo; hemos dado el beso de despedida a una multitud de reinos y de provincias. ENOBARBO ¿Qué fisonomía ofrece el combate? ESCARO Por nuestra parte, la de la peste debidamente declarada, con perspectiva de muerte cierta. Esta lujuriosa jaca de Egipto, que la lepra se lleve, en medio del combate, cuando las ventajas estaban balanceadas de ambos lados, iguales en los dos bandos, y aun parecíamos tener la superioridad, de pronto, como si la picara una mosca, cual a una vaca en junio, hace izar las velas y huye.
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ENOBARBO Lo he visto. Mis ojos han enfermado con ese espectáculo y no he podido contemplarlo más tiempo. ESCARO Al virar en redondo ella, esa noble ruina de su magia, Antonio, como un pájaro alocado, deja el combate en el más fogoso momento, iza sus velas y corre en su persecución. Jamás he visto acción tan vergonzosa; la experiencia, la virilidad, el honor nunca se han infligido parecido oprobio. ENOBARBO ¡Ay, ay! (Entra Canidio). CANIDIO Nuestra fortuna en el mar está en la agonía y se derrumba de una manera lamentable. Si nuestro general hubiese sido el que acostumbraba, todo habría pasado bien. Nos ha dado, en cambio, el ejemplo de la fuga huyendo cobardemente. ENOBARBO ¿Sí? ¿Habéis llegado a eso? ¡Ah, bien, entonces buenas noches, a fe mía! CANIDIO Han huido hacia el Peloponeso. ESCARO Llegarán sin dificultad. Yo iré también a esperar los acontecimientos. CANIDIO Voy a entregar a César mis legiones y mi caballería; seis reyes me han mostrado ya cómO se rinde.
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ENOBARBO Seguiré aún la suerte maltrecha de Antonio, aunque mi razón me sople la opinión contraria. (Salen).
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XI Alejandría. Un aposento en el palacio. Entran Antonio y la gente de su séquito. ANTONIO ¡Escuchad! La tierra me prohibe hollarla más tiempo; está avergonzada de sostenerme. Amigos, venid aquí. De tal manera me he retrasado en el mundo, que he perdido para siempre mi camino. Tengo una nave cargada de oro; tomadla, repartidla entre vosotros; huid y haced vuestra paz con César. TODOS ¡Huir! No, nosotros no huiremos. ANTONIO He huido yo mismo y enseñado a los cobardes a correr y mostrar las espaldas. Amigos, partid; he adoptado una resolución para la que no tengo necesidad de vosotros; tomadlo. ¡Oh, he perseguido lo que ahora me sonrojo de mirar! Mis cabellos mismos se insurreccionan, pues los blancos reprochan a los negros su precipitación temeraria, y los negros censuran a los blancos por su temor y su locura. Partid, Compañeros, os daré cartas para ciertos amigos que desembarazarán vuestra senda de obstáculos. Os ruego que no aparezcáis tristes; no me respondáis que ese bando os repugna, Seguid la opinión que os da mi desesperación, Abandonad al que se abandona a sí mismo. A la orilla en el acto. Quiero poneros en posesión de esa nave y de ese tesoro. Por favor, dejadme un momento en esta hora. Veamos, haced lo que os digo; he perdido ahora todo poder para mandaros y por eso os ruego. Me uniré a vosotros más tarde. (Se sienta. Entra Cleopatra, conducida por Iras y Carmiana; Eros les sigue).
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EROS Vamos, buena señora, aproximaos a él, consoladle. IRAS Hacedlo, queridísima reina. CARMIANA ¡Hacedlo! ¿Qué otra cosa podríais hacer? CLEOPATRA Dejad que me siente. ¡Oh, Juno! ANTONIO ¡No, no, no, no, no! EROS ¿Veis quién está aquí, señor? ANTONIO ¡Oh! ¡Vergüenza, vergüenza, vergüenza! IRAS ¡Señora, oh, buena emperatriz! EROS Señor, señor ... ANTONIO Sí, mi señor, sí. ¡El que en Fibpos llevaba su espada como un bailarín, mientras yo me ensañaba en el flaco y arrugado Casio! y fui yo quien acabé la derrota del loco de Bruto. Entonces obraba sólo como mi lugarteniente, y no tenía ninguna experiencia de las valientes maniobras de la guerra; y en esta hora, sin embargo ... Poco importa. CLEOPATRA ¡Ah! Auxiliadme.
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EROS ¡La reina, mi señor, la reina! IRAS Aproximaos a él, señora, habladle. La vergüenza le hace olvidar completamente lo que es. CLEOPATRA Pues bien, entonces, sostenedme, ¡oh! EROS Muy noble señor, levantaos; la reina avanza, su cabeza se derrumba sobre su hombro, y la muerte va a apoderarse de ella si no la socorréis con vuestros consuelos. ANTONIO He manchado mi reputación. Una huída por demás innoble ... EROS Señor, la reina. ANTONIO ¡Oh, reina de Egipto! ¿Adónde me has llevado? Ve cómo me desvía mi vergüenza de tus ojos, dirigiendo atrás mis miradas sobre las cosas que he dejado a lo lejos, destrozadas por el deshonor. CLEOPATRA ¡Oh, mi señor, mi señor! ¡Perdonad a mis velas tímidas! No pensaba que me habríais seguido. ANTONIO ¡Reina de Egipto, sabías demasiado bien que mi corazón estaba ligado por sus fibras a tu timón, y que me arrastrarías tras de ti; comprendías tu entero imperio sobre mi espíritu y te constaba que a una señal tuya habría desobedecido a los mismos dioses!
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CLEOPATRA ¡Oh, perdonadme! ANTONIO Ahora es preciso que envíe a ese muchacho humildes proposiciones, que me humille y soslaye por medio de rodeos tortuosos de la bajeza. Yo que, dueño de la mitad del mundo, hacía el juego que me placía, levantando y derribando las fortunas. Sabíais hasta qué punto erais dueña de mí mismo y que mi espada debilitada, por mi amor, le obedecería en todo estado de causa. CLEOPATRA ¡Perdón! ¡Perdón! ANTONIO Vamos, no dejes caer uná lágrima, que una sola iguala a todo lo que ha sido jugado y perdido. Dame un beso; esto me compensa enteramente. Hemos enviado como mensajero a nuestro preceptor. ¿Está de vuelta? Querida, me siento pesado como el plomo. ¡Vino de allá dentro y nuestra comida! La fortuna sabe bien que en la hora en que nos alcanza más fuertemente es cuando más la despreciamos. (Salen).
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XII El campamento de César en Egipto. Entran César, Dolabella, Tireo y otros. CÉSAR Haced que se aproxime el hombre que ha venido de parte de Antonio. ¿Le conocéis? DOLABELLA Es el preceptor de sus hijos, César. Prueba que está desplumado cuando envía una pluma tan pobre de su ala, él que hace pocas lunas tenía por mensajeros más reyes de los que quería. (Entra Eufronio). CÉSAR Aproxímate y habla. EUFRONIO Humilde como soy, vengo de parte de Antonio. No hace mucho tiempo era yo tan poco importante en sus asuntos, como la gota de rocío sobre la hoja de mirto pueda serio para el vasto mar. CÉSAR Sea; expón tu mensaje. EUFRONIO Antonio te saluda como dueño de su suerte y pide que se le permita vivir en Egipto. Si no le es concedido, se resuelve a aminorar su demanda, y te suplica le dejes respirar entre cielo y tierra, como simple particular, en Atenas. Esto en cuanto a él. Enseguida Cleopatra reconoce tu grandeza, se somete a tu poder y solicita de ti para sus herederos la diadema de los Ptolomeos, de que tu gracia puede disponer ahora.
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CÉSAR Por lo que se refiere a Antonio, no tengo oído para sus requerimientos. En cuanto a la reina, no le rehúso ni audiencia ni satisfacción, con tal de que eche de Egipto a su amante, tan completamente deshonrado, o le quite la vida. Si lo hace, no solicitará sin que se le atienda. Tal es nuestra decisión para el uno y la otra. EUFRONIO ¡Que la fortuna te acompañe! CÉSAR Conducidle a través de las tropas. (Sale Eufronio. A Tireo). He aquí la hora de ensayar tu elocuencia. ¡Despáchate! Separa a Cleopatra de Antonio. Prométele, y en nuestro nombre, lo que pide; añádele otras ofertas de tu invención. Las mujeres no son fuertes a la mejor fortuna; pero la necesidad haría perjurar a la vestal inmaculada. Pon en juego tu habilidad, Tireo; redacta tú mismo la ordenanza de la remuneración debida a tus trabajos, que nosotros~jecutaremos como una ley. TIREO Voy a ello, César. CÉSAR Observa cómo soporta Antonio su naufragio, y dime lo que conjeturas de su actitud y lo que dejan presagiar sus movimientos. TIREO Lo haré, César. (Salen).
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XIII Alejandría. Una sala en el palacio. Entran Cleopatra, Enobarbo, Carmiana e Iras. CLEOPATRA ¿Qué nos queda por hacer, Enobarbo? ENOBARBO Desesperar y morir. CLEOPATRA ¿Es en Antonio o en nosotros en quien recae esta falta? ENOBARBO En Antonio solo, que ha querido que su voluntad fuese dueña de su razón. ¿Qué influía que hubieseis huido ante ese gran espectáculo de la guerra, cuando las diversas filas se espantaban las unas de las otras? ¿Qué necesidad tenía de seguiros? El prurito de su amor no debió entonces profanar su reputación de capitán, en parecido momento, cuando la mitad del mundo estaba empeñada con la otra mitad, la sola cuestión para él era vencer, y fue una vergüenza igual a la de su derrota correr detrás de vuestra bandera fugitiva y abandonar su flota, mirándola con estupefacción. CLEOPATRA Silencio, te lo ruego. (Entran Antonio y Eufronio). ANTONIO ¿Es ésa su respuesta? EUFRONIO Sí, mi señor.
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ANTONIO De modo que la reina será complacida, con tal de que nos ceda. EUFRONIO Así lo ha manifestado. ANTONIO Informémosle de ello. Envía al niño César esta cabeza encanecida y te colmará de reinos más allá de tus deseos. CLEOPATRA ¿Esa cabeza, mi señor? ANTONIO Vuelve hacia él. Dile que lleva en sus mejillas las rosas de la juventud, lo que hace que el mundo espere verle señalarse por alguna hazaña muy particular; pues un cobarde puede poseer su tesoro, sus naves, sus legiones; porque sus generales pueden triunfar lo mismo bajo las órdenes de un niño que bajo el mando de César; por consiguiente, le invito a dejar a un lado todas esas felices ventajas y a venir a medirse uno contra uno, espada contra espada, conmigo, que estoy ya en el declive de la edad. Voy a escribirle una carta. Sígueme. (Salen Antonio y Eufronio). ENOBARBO (Aparte). ¡Ah! ¿Cómo es posible que César, rodeado de un ejército formidable, vaya a jugarse su porvenir y darse como espectáculo midiéndose con un espadachín? Veo que los juicios de los hombres constituyen una parte de sus fortunas, y que los acontecimientos exteriores les sacan las facultades interiores para hacerles sufrir la misma suerte que a ellos mismos. ¿Es posible que sueñe, conociendo la medida de las cosas, que César, rebosante de poder, va a responderle a él, desprovisto de fuerza? César, has conquistado también su buen sentido.
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(Entra un criado). CRIADO Un mensajero de parte de César. CLEOPATRA ¡Cómo! ¿Sin más que esa ceremonia? ¡Mirad, mujeres mías! Los que se arrodillaban ante la rosa en capullo se tapan la nariz ante la rosa deshojada. Hacedle entrar, señor. (Sale el criado). ENOBARBO (Aparte). Mi honradez y yo comenzamos a reñir. La lealtad fielmente guardada a los locos hace de nuestra fe una pura tontería. Sin embargo, el hombre capaz de seguir con deferencia a un amo caído, conquista al conquistador de su amo y se gana un nombre en la historia. (Entra Tireo). CLEOPATRA ¿Cuál es la voluntad de César? TIREO Escuchadla en privado. CLEOPATRA No hay aquí más que amigos; hablad con desenvoltura. TIREO Es posible que sean al mismo tiempo amigos de Antonio. ENOBARBO Los precisa tanto como César los tiene, señor; o no tiene necesidad de nosotros. Si le place a César, nuestro amo saldrá al
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encuentro de su amistad. Por nosotros, sabed que estamos con quien él esté; por consiguiente, con César, si él quiere. TIREO Bueno. Pues bien, ilustre reina, César te suplica que no te asustes de la situación más de lo preciso y que pienses que él es César. CLEOPATRA Continuad. ¡He aquí una conducta muy real! TIREO Sabe que continuáis unida a Antonio, no por amor, sino por miedo. CLEOPATRA ¡Oh! TIREO Así, deplora las heridas hechas a vuestro honor como ultrajes forzados y no merecidos. CLEOPATRA Es un dios y sabe lo que es verdaderamente justo. Mi honor no ha cedido; ha sido simplemente conquistado. ENOBARBO (Aparte). Para asegurarme de ello, voy a preguntárselo a Antonio. Señor, señor, estás tan desplomado, que debemos dejarte hundir, ya que lo que tienes de más caro te abandona. (Sale). TIREO ¿Qué diré a César que le pedís? Porque no quiere sino oíros desear para conceder. El colmo de sus anhelos sería que consintierais en apoyaros sobre su suerte. Pero estaría repleto de satisfacción si supiese por mí que habéis abandonado a Antonio
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y que os habéis colocado bajo la protección del que es poseedor del mundo. CLEOPATRA ¿Cuál es vuestro nombre? TIREO Mi nombre es Tireo. CLEOPATRA Excelente mensajero, decid lo siguiente al gran César: Beso sin más hablar su mano conquistadora; me apresuro, decidle, a depositar mi corona a sus pies, ante los cuales me arrodillo; y decidle, además, que espero de su voz, a la que obedezco en todo, la suerte de Egipto. TIREO Ésa es vuestra más noble postura. Cuando el saber y la suerte están en pugna, si lo primero no se aventura más de lo que le es posible, ningún acontecimiento puede quebrantada. Concededme la gracia de depositar en vuestra mano la expresión de mi respeto. CLEOPATRA A menudo el padre de vuestro César, después de meditar en la conquista de reinos, permitió a sus labios estacionarse en este indigno sitio y depositar en él besos que hizo llover encima. (Vuelven a entrar Antonio y Enobarbo). ANTONIO ¡Favores! ¡Por Júpiter! ¿Quién eres, muchacho? TIREO Uno que cumplió únicamente las órdenes del hombre poderoso entre todos y el más digno de que sus órdenes sean obedecidas.
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ENOBARBO (Aparte). Vais a ser azotado. ANTONIO ¡Avanzad aquí, eh! ... ¡Ah, gavilán! ... ¡Dioses y diablos! Mi autoridad se diluye a simple vista; hace poco tiempo, cuando gritaba: ¡Hola!, los reyes acudían a toda prisa, como niños que se empujan en su carrera, y respondía: ¿Cuál es vuestra voluntad? ¿No tenéis oídos? Soy todavía Antonio. (Entran criados). Cogedme a ese y azotadle. ENOBARBO (Aparte). Es más seguro jugar con un leoncillo que con un viejo león moribundo. ANTONIO ¡Luna y estrellas! ¡Azotadle! Si hubiese aquí veinte de los más grandes tributarios que acatan a César, si yo los sorprendiera tan descaradamente con la mano de esta ... ¿cuál es su nombre desde que fue Cleopatra? Azotadle, hijos míos, hasta que le veáis tomar un semblante lloricón, como un nene, y gemir a gritos para pedir gracia. Lleváoslo de aquí. TIREO Marco Antonio ... ANTONIO Arrancadle de aquí, y cuando haya sido azotado, volvedle a traer. Este Jack de César le llevará un mensaje de nuestra parte. (Salen los criados con Tireo). Estabais medio marchita antes de que os conociese. ¡Ah! ¿He dejado yo mi lecho vacío en Roma, y descuidado de engendrar una raza legítima, y por dos joyas de mujeres, para ser puesto así en ridículo por una persona que pone los ojos en los inferiores? CLEOPATRA Mi buen señor ...
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ANTONIO Siempre habéis sido falsa; pero cuando nos sumimos en nuestras disposiciones viciosas ‐¡oh, qué miseria!‐ los justos dioses nos ciegan, apagan en nuestro fango la claridad de nuestro juicio, nos hacen adorar nuestros errores y se ríen de nosotros, mientras tropezamos con nuestra ruina. CLEOPATRA ¡Oh! ¿Hemos llegado a esto? ANTONIO Os encontré como un trozo de fiambre en el trinchero del difunto César; o, mejor dicho, erais las sobras del Cneo Pompeyo. Y no hablo de las cálidas horas, no registradas en el recuerdo del público, que os habéis pasado lujuriosamente, pues estoy seguro de que, aunque os sea posible sospechar qué es la continencia, ignoráis lo que es. CLEOPATRA ¿A qué todo eso? ANTONIO ¡Dejar a un muchacho que va recibiendo propinas y diciendo: Dios os lo pague tomar familiaridades con vuestra mano, que es mi compañera de placer, cón ese sello real y ese testigo de los grandes corazones! ¡Oh, que no estuviera sobre la colina de Basan para dominar con mis mugidos el rebaño de animales con cuernos! Pues esta cólera salvaje tiene justa causa; pero explicada con calma sería tan difícil como para un hombre que tenga la soga al cuello agradecer al verdugo el tener la mano hábil con él. (Vuelve a entrar la gente del séquito con Tireo). ¿Está azotado? PRIMER HOMBRE DEL SÉQUITO Firmemente, mi señor ... ANTONIO ¿Ha gritado y pedido perdón?
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PRIMER HOMBRE DEL SÉQUITO Ha pedido gracia. ANTONIO Si vive tu padre, que se arrepienta de no haber tenido una hija en tu lugar; siente seguir a César en su triunfo, puesto que has sido azotado por haberle seguido. Que desde ahora la blanca mano de una dama te cause fiebre y te estremezcas mirándola. Retorna al lado de César, cuéntale tu recepción. Ve y dile hasta qué punto me ha irritado; porque se muestra hacia mí altivo y desdeñoso, y me trata según lo que soy, no según lo que sabe que era. Me irrita, y es muy fácil en este momento en que las buenas estrellas que me guiaban en otro tiempo han dejado sus órbitas vacías y lanzado sus fuegos al abismo del infierno. CLEOPATRA ¿Habéis acabado ya? ANTONIO ¡Ay, nuestra luna terrestre se ha eclipsado ahora, y sólo presagia la caída de Antonio! CLEOPATRA Es preciso que me contenga. ANTONIO Para halagar a César, ¿teníais necesidad de cambiar guiñas con quien le ata sus agujetas? CLEOPATRA ¿No me conocéis todavía? ANTONIO Sé que tenéis un corazón de hielo para mí. CLEOPATRA ¡Ah, querido! Si es así, que el cielo de mi corazón helado suelte
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granizo y le envenene en su fuente; que el primer pedrisco caiga sobre mi cuello, y que cuando se liquide, liquide mi vida. Que el segundo alcance a Cesarión, y así sucesivamenle, hasta que todo recuerdo de mi descendencia y de mis bravos egipcios yazca sin sepultura bajo este huracán de granizo fundente, hasta que las moscas y mosquitos del Nilo les hayan sepultado, haciendo de ellos su presa. ANTONIO Me siento esperanzado. César se establece en Alejandría, donde lucharé contra su fortuna. Nuestras tropas terrestres han resistido noblemente; nuestras naves, dispersas, se reúnen de nuevo, y nuestra flota presenta un aspecto temible. ¿Dónde estabas, corazón mío? ¿Oyes, señora? Si regreso una vez más del campo de batalla para besar esos labios, apareceré todo sangrante; yo y mi espada conquistaremos nuestra crónica. Todavía hay esperanza. CLEOPATRA ¡Éste es mi bravo señor! ANTONIO Tendré triples nervios, triple corazón, triple aliento y combatiré sin piedad. Cuando la fortuna me era feliz y dulce, la gente me rescataba sus vidas con una broma; pero ahora mantendré los dientes cerrados, y enviaré al lugar de las tinieblas a todos aquellos que me pongan obstáculos. Vamos, tengamos otra noche de fiestas. Llamadme a todos mis capitanes entristecidos; llenad nuestras copas; una vez más burlémonos de la campana de medianoche. CLEOPATRA Hoy es el aniversario de mi nacimiento; había pensado pasado tristemente; pero puesto que mi señor ha vuelto a ser Antonio, seré Cleopatra.
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ANTONIO ¡Todavía lo pasaremos bien! CLEOPATRA Llamad ante mi señor a todos sus nobles capitanes. ANTONIO Hacedlo, quiero arengarles, y esta noche forzaré al vino a que rezume por sus cicatrices. Vamos, reina mía; aún me queda savia. La primera vez que combata, obligaré a la muerte a amarme porque he de rivalizar casi con su guadaña pestilente. (Salen todos, menos Enobarbo). ENOBARBO Ahora va a exceder al rayo. Estar furioso es no tener miedo, a fuerza de tenerlo, y en este estado, la paloma dará picotazos al halcón. Veo que nuestro capitán restaura siempre su corazón con lo que pierde de cerebro; cuando el valor devora a la razón, ésta se traga la espada con que pelea. Voy a buscar algún medio de abandonarle. (Sale).
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CUARTO ACTO
I El campamento de César enfrente de Alejandría. Entran César leyendo una carta; Agripa, Mecenas y otros. CÉSAR Me llama niño y me riñe, como si tuviese poder para echarme de Egipto; ha hecho vapulear con varas a mi mensajero y me desafía en combate personal. ¡César contra Antonio! Que el viejo rufián sepa que tengo otras maneras de morir; entre tanto, me río de su desafío. MECENAS César debe pensar que cuando alguien tan eminente comienza a encolerizarse, es impulsado a los excesos hasta que cae. No le dejéis recobrar aliento, sino tomad ahora ventaja de su locura. Jamás la cólera hizo buena guarda de sí misma. CÉSAR Que nuestros principales jefes sepan que mañana tenemos intención de librar la última de tantas batallas. En el seno de nuestras filas hay antiguos servidores de Marco Antonio que bastan para agarrarlo. Dad una fiesta al ejército; tenemos sObradas provisiones, y los soldados han merecido que se les trate con miramiento. ¡Pobre Antonio! (Salen).
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II Alejandría. Una sala del palacio. Entran Antonio, Cleopatra, Enorbarbo, Carmiana, Iras, Alejas y otros. ANTONIO ¿No quiere batirse conmigo, Domicio? ENOBARBO No. ANTONIO ¿Por qué no quiere? ENOBARBO Piensa que teniendo una fortuna veinte veces mayor, vale por veinte hombres contra uno solo. ANTONIO Mañana, soldado, combatiré por tierra y por mar. O viviré, o al morir, entregaré mi vida a mi honor, dándole un baño de sangre. ¿Combatirás bien? ENOBARBO Pelearé gritando: ¡No hay cuartel! ANTONIO Bien dicho; adelante. Llamad a los criados de mi casa; seamos magníficos en nuestra comida de esta noche. (Entran los criados). Dame tu mano; has sido austeramente honrado, y tú también ...; y tú, y tú. Me habéis servido bien, y los reyes han sido vuestros compañeros.
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CLEOPATRA (Aparte a Enobarbo). ¿Qué significa eso? ENOBARBO (Aparte a Cleopatra). Es uno de esos caprichos extraños que el pesar hace surgir del alma. ANTONIO Y tú eres honrado también. Quisiera estar multiplicado en tantos hombres como sois, y que vosotros no formaseis más que un Antonio a fin de serviros tan lealmente como me habéis servido. CRIADOS ¡Les dioses lo impidan! ANTONIO Vamos, mis buenos amigos, servidme esta noche. No escatiméis mis copas, y tened para mí las mismas atenciones que cuando mi imperio era vuestro camarada y obedecía como vosotros a mis órdenes. CLEOPATRA (Aparte a Enobarbo). ¿Qué intenciones tiene? ENOBARBO (Aparte a Cleopatra). Hacer llorar a sus criados. ANTONIO Servidme esta noche; quizá sea el término de vuestra obediencia; probablemente no me Veréis más, o, si me veis, sea la sombra mutilada de mí mismo. Tal vez mañana sirváis a otro dueño. Os contemplo como un hombre que está de despedida. Mis honrados amigos, no os licencio; al contrario, como un amo enlazado con vuestro servicio, no os abandono hasta la muerte. Servidme dos horas esta noche, no os pido más, y que los dioses os recompensen.
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ENOBARBO ¿En qué pensáis, señor, haciéndples pasar este disgusto? Mirad, lloran, y mis ojos mismos, como los de un asno, tienen el aspecto de haber sido frotados con cebolla. Por pudor, no nos convirtamos en mujeres. ANTONIO ¡Oh, oh, oh! ¡Que las brujas me lleven, si yo abrigaba esa intención! ¡Crezca la gracia donde caen esas gotas! Mis cordiales amigos, tomáis mis palabras en un sentido demasiado doloroso; porque os hablaba para infundiros valor, para expresaros el deseo de veros consumir esta noche al fulgor de las antorchas. Sabed, queridos corazones míos, que auguro albricias para el mañana, y que espero conduciros más bien a una vida victoriosa que a una muerte asociada al honor. Vamos a cenar. Venid y ahoguemos toda preocupación en la embriaguez. (Salen).
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III Alejandría. Delante del palacio. Entran dos soldados que vienen a montar la guardia. PRIMER SOLDADO Buenas noches, hermano. Mañana es el gran día. SEGUNDO SOLDADO Lo que decidirá las cosas en un sentido o en otro. Que lo paséis bien. ¿No habéis oído nada extraño por las calles? PRIMER SOLDADO Nada. ¿Qué novedades hay? SEGUNDO SOLDADO Quizá no sea más que un rumor. Buenas noches. PRIMER SOLDADO Pues bien, buenas noches, amigo. (Entran otros dos Soldados). SEGUNDO SOLDADO Soldados, haced una guardia atenta. TERCER SOLDADO Y vos lo mismo. Buenas noches, buenas noches. (El primer soldado y el segundo, se dirigen a sus puestos). CUARTO SOLDADO Aquí es nuestro puesto. (Ocupan sus puestos). Si mañana ayuda la suerte a nuestra flota, tengo la absoluta convicción de que nuestras tropas resistirán bien.
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TERCER SOLDADO Es un bravo ejército y lleno de ímpetus. (Música de oboes bajo tierra). CUARTO SOLDADO ¡Silencio! ¿Qué ruido es ése? PRIMER SOLDADO ¡Escuchad, escuchad! SEGUNDO SOLDADO ¡Silencio! PRIMER SOLDADO ¡Música en el aire! TERCER SOLDADO ¡Bajo tierra! CUARTO SOLDADO Buen signo, ¿no es eso? TERCER SOLDADO No. PRIMER SOLDADO ¡Silencio, digo! ¿Qué podrá esto significar? SEGUNDO SOLDADO Es el dios Hércules, que amaba a Antonio, y que le abandona en este momento. (Avanzan hacia el otro puesto). ¡Hola, camaradas! LOS SOLDADOS (Hablando todos a la vez). ¿Qué hay? ¿Qué hay? ¿No oís?
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PRIMER SOLDADO Sí; ¿no es extraño? TERCER SOLDADO ¿Oís, camaradas, oís? PRIMER SOLDADO Sigamos el rumor tan lejos como nos sea posible. Veamos. ¿En qué parará? SOLDADOS (Hablando en conjunto). Con mucho gusto ... ¡Es extraño!
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IV Alejandría. Delante del palacio. Entran Antonio y Cleopatra, Carmiana, Iras y otras personas de servicio. ANTONIO ¡Eros, mi armadura, Eros! CLEOPATRA Dormid un poco. ANTONIO No, polluela mía. ¡Eros llega; mi armadura, Eros! (Entra Eros con una armadura). Avanza, mi buen muchacho; ponme la armadura. Si la fortuna no nos es hoy propicia, será porque la retamos ... Vamos. CLEOPATRA Quiero ayudaros yo también. ¿Para qué sirve esto? ANTONIO ¡Oh, deja, deja eso! Tú, tú eres el armero de mi corazón. Muy mal, muy mal; déjalo, déjalo. CLEOPATRA Te ayudaré poquito a poco. Esto debe ponerse probablemente así. ANTONIO Bien, bien. ¡Tenemos que triunfar! Vamos, buen mozo, ve a equiparte. EROS Inmediatamente, señor.
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CLEOPATRA ¿No está bien abrochada? ANTONIO Extremadamente bien, extremadamente bien. Quien la desabroche antes de que nos plazca quitárnosla para nuestro reposo, sufrirá un rudo asalto. Tus dedos maniobran mal, Eros, y mi reina es un escudero más hábil que tú. ¡Date prisa! ¡Oh, amor mío, si pudieses ver mi batalla de hoy y si supieses qué ocupación real es ésa, verías un famoso obrero en la tarea! (Entra un oficial armado). Buenos días a ti. Sé bienvenido. Tienes cara de hombre que sabe lo que es Una carga guerrera. Nos levantamos temprano para ir a la faena que nos place, y nos entregamos a ella con alegría. OFICIAL Aunque sea temprano,ya están otros mil revestidos de su equipo de guerra y esperan en el puesto, señor. (Trompetería y aclamaciones en el exterior. Entran otros oficiales y soldados). SEGUNDO OFICIAL La mañana está hermosa. Buenos días, general. TODOS Buenos días, general. ANTONIO Bella música es la vuestra, hijos míos. Esta alborada, parecida al espíritu de un joven que aspira a llegar a sér ilustre, comienza temprano. Así, así; vamos, dadme eso. De este lado ...; está bien. Sed dichosa, señora, ocurra lo que ocurra. Este beso es el de un soldado. (La besaSalen Antonio, los oficiales y los soldados). CARMIANA ¿Os agradaría retiraros a vuestro aposento?
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CLEOPATRA Llévame. Se aleja con aire muy valiente. ¡Oh, que no puedan él y César convertir esta gran guerra en combate singular! Entonces Antonio ... pero ahora ...; bien, marchemos. (Salen).
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V El campamento de Antonio cerca de Alejandría. Suenan las trompetas. Entran Antonio y Eros; un soldado viene a su encuentro. SOLDADO ¡Los dioses hagan que este día sea feliz para Antonio! ANTONIO ¡Ojalá que tú y tus heridas me hubieseis persuadido a combatir en tierra! SOLDADO Si hubieras obrado así, los reyes que se han rebelado y el soldado que te abandonó esta mañana seguirían aún tras tus talones. ANTONIO ¿Quién ha partido esta mañana? SOLDADO ¿Quién? Alguien que te tenía muy cerca. Llama a Enobarbo; no te escuchará; o te gritará desde el campamento de César: No soy de los tuyos. ANTONIO ¿Qué dices? SOLDADO Está con César, señor. EROS Señor, no se llevó con él sus cajas ni su tesoro. ANTONIO ¿Ha partido?
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SOLDADO Nada más cierto. ANTONIO Anda, Eros; envíale su tesoro; hazlo; no retengas un ápice, te lo ordeno. Escríbele ‐yo la firmaré‐ una carta de felicitaciones y amables despedidas; dile que deseo que no tenga nunca más causa para cambiar de amo. ¡Oh, mi mala suerte ha corrompido a los hombres honrados! Date prisa ... ¡Enobarbo! (Salen).
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VI El campamento de César delante de Alejandría. Trompeteria. Entra César con Agripa, Enobarbo y otros. CÉSAR Avanza, Agripa, y entabla combate. Nuestra voluntad es que Antonio sea atrapadó vivo; hazlo saber. AGRIPA César, así se hará. (Sale). CÉSAR El tiempo de la paz universal está próximo; que este día sea un día próspero, y el mundo, en los tres ángulos, llevará libremente el ramo de oliva. (Entra un mensajero). MENSAJERO Antonio ha llegado al campo de batalla. CÉSAR Andad, decid a Agripa que coloque en la vanguardia a los que han desertado, a fin de que Antonio aparezca desahogando su cólera en sí mismo. (Salen todos, excepto Enobarbo). ENOBARBO Alejas ha hecho traición; se había traslado a Judea por asuntos de Antonio; allí ha persuadido al poderoso Herodes que debía inclinarse del lado de César y abandonar a su amo Antonio. En
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pago de ello, César lo ha mandado ahorcar. Canidio y los otros que han hecho defección tienen empleos, pero no gozan de ninguna honorable confianza. He obrado mal, y de ello me acuso tan amargamente, que desde ahora no conoceré más la alegría. (Entra un soldado del ejército del César). SOLDADO Enobarbo, Antonio te envía tu tesoro con otros testimonios de su generosidad. El mensajero ha llegado bajo mi custodia, y se ocupa ahora en descargar sus mulas en mi tienda. ENOBARBO Te lo regalo todo. SOLDADO No bromeéis, Enobarbo. Os digo la verdad. Haréis bien en poner a seguro el portador fuera del campamento; yo mismo le hubiera escoltado si no tuviera que cumplir mi consigna. Vuestro emperador continúa siendo un Júpiter. (Sale). ENOBARBO Soy el mayor villano del mundo y comprendo mi infamia. ¡Oh, Antonio, mina de generosidad! ¿A qué precio no habrías pagado mis buenos servicios, ya que das a mi ignominia una corona de oro? Se me hincha el corazón, y si este rápido remordimiento no basta para destrozarlo, un medio más rápido se adelantará al pensamiento, destruyéndole; pero el remordimiento será suficiente, a lo que juzgo. ¡Yo combatir contra ti! No; buscare alguna fosa para morir; la más inmunda es la que mejor conviene a la última parte de mi vida. (Sale).
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VII Un campo de batalla entre los dos campamentos. Alarmas. Tambores y trompetas. Entran Agripa y otros. AGRIPA Retirémonos; nos hemos aventurado demasiado. César mismo ha tenido que combatir, y el peso que nos hace sostener excede lo que esperábamos. (Salen. Alarmas. Entran Antonio y Escaro, herido). ESCARO ¡Oh, mi bravo emperador! ¡Eso es combatir! Si hubiésemos combatido así desde el principio, habríamos penetrado en su campo, pasando sobre sus cabezas. ANTONIO Tu sangre corre en oleadas. ESCARO Tenía una herida como una T; pero ahora es como una H. ANTONIO Se retiran. ESCARO Les empujaremos hasta sus agujeros de ratas. Aún tengo sitio en mi cuerpo para seis cuchilladas. (Entra Eros). EROS Están batidos, señor, y nuestra ventaja puede pasar por una magnífica victoria.
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ESCARO Escopleémosles la retaguardia y atrapémosles como atrapamos a las liebres, por detrás; es un placer azotar a un fugitivo. ANTONIO Te recompensaré una vez por la viva manera con que animas mi corazón, y diez veces por tu valor, valor sin segundo. Ven conmigo. ESCARO Os sigo cojeando. (Salen).
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VIII Bajo los muros de Alejandría. Escaramuza. Entran Antonio, en marcha; Escaro y sus fuerzas. ANTONIO Le hemos rechazado hasta su campamento. Que alguien corra delante e informe a la reina de nuestras proezas. Mañana, antes de que el sol nos contemple, verteremos la sangre que se nos ha escapado hoy. Os doy gracias a todos; pues, robustos de brazo, habéis combatido, no como gentes que sirven una causa común, sino como si esta causa fuese la de cada uno de vosotros, y no la mía; os habéis mostrado tan grandes como Héctores. Entrad en la ciudad, besad a vuestras mujeres, a vuestros amigos, narradles vuestros altos hechos mientras ellos, con lágrimas de gozo, lavarán la sangre cuajada en la superficie de vuestras heridas y curarán con sus besos vuestras cuchilladas de honor. (Entra Cleopatra con su séquito. A Escaro). Dame tu mano, quiero alabar tus acciones ante esta gran hechicera y atraer hacia ti la dicha de sus agradecimientos. ¡Oh, tú, luz del mundo, enlaza con tus brazos mi cuello recubierto con la armadura! ¡Salta hasta mi corazón, atravesando coraza y todo, y triunfa allí, asentándote sobre mi corazón palpitante de alegría! CLEOPATRA ¡Señor de los señores! ¡Oh, heroísmo sin medida! ¿Regresas así, con la sonrisa en los labios, sin quedar apresado en el gran lazo del mundo? ANTONIO Ruiseñor mío, les hemos mandado a sus lechos a toda prisa. ¡Ea, ea!, querida, aunque algunos matices grises se mezclen al oscuro más joven de nuestra cabellera, todavía tenemos un cerebro que nutre nuestros nervios y podemos competir en velocidad con los jóvenes para alcanzar el objetivo. Contempla a este hombre;
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concede a sus labios el favor de tu mano; bésala, guerrero mío. Ha combatido hoy como si un dios que odiara al género humano hubiese tomado como objeto de su encarnizamiento a los hombres. CLEOPATRA Te daré una armadura de oro, amigo; era de un rey. ANTONIO La ha merecido, incluso resplandeciente de diamantes como el carro del divino Febo. Dame tu mano. Hagamos, a través de Alejandría, una marcha alegre. Llevemos nuestros escudos abollados a cuchilladas como los que los llevan. Si nuestro gran palacio fuera lo bastante vasto para permitir a nuestro ejército acampar en él, cenaríamos todos juntos y beberíamos a grandes tragos por la suerte del día de mañana, que nos promete un peligro real. ¡Trompetas, ensordeced el oído de la ciudad con vuestro estrépito de bronce! ¡Mezclad ese estrépito al rataplán de vuestros tambores, de suerte que el cielo y la tierra trepiden a la vez y aplaudan nuestra aproximación! (Salen).
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IX El campamento de César. Centinelas en sus puestos. PRIMER SOLDADO Si no se nos releva de aquí en una hora, volveremos al cuerpo de guardia. La noche está clara, y se dice que nos alinearemos en batalla en segunda hora matutina. SEGUNDO SOLDADO La última jornada nos ha sido cruel. (Entra Enobarbo). ENOBARBO ¡Oh, noche! séme testigo ... TERCER SOLDADO ¿Quién es ese hombre? SEGUNDO SOLDADO Mantengámonos cerca y escuchémosle. ENOBARBO ¡Oh, luna divina, cuando la historia persiga a los traidores con un recuerdo odioso, séme testigo de que el pobre Enobarbo se arrepintió ante tu faz! PRIMER SOLDADO ¡Enobarbo! TERCER SOLDADO ¡Silencio! Continuemos escuchando.
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ENOBARBO ¡Oh, soberana señora de la verdadera melancolía! Vierte sobre mí la humedad pestilente de la noche a fin de que la vida, que aletea contra mi voluntad, no se obstine más en adherirse a mí; arroja mi corazón contra la dura piedra de mi falta para que se reduzca a polvo, ya que está seco de dolor, y acabe con todos los innobles pensamientos. ¡Oh Antonio! ¡Eres más noble que infame es mi rebeldía; perdóname en el secreto de tu corazón, pero que el mundo me clasifique en sus registros entre los desertores de sus amos y los tránsfugas! ¡Oh, Antonio, oh, Antonio! (Muere). SEGUNDO SOLDADO Hablémosle. PRIMER SOLDADO Escuchémosle, porque las cosas que dice pueden interesar a César. TERCER SOLDADO Sí, eso es. Pero duerme. PRIMER SOLDADO Más bien se ha desmayado, pues una oración tan mala como la suya jamás conduce al sueño. SEGUNDO SOLDADO Adelantémonos a él. TERCER SOLDADO ¡Despertaos, señor, despertaos! ¡Háblanos! SEGUNDO SOLDADO ¿Oís, señor?
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PRIMER SOLDADO ¡Le ha tocado la mano de la muerte! (Tambores en la lejanía). ¡Escuchad! Los tambores despiertan a los durmientes con sus graves sonoridades. Llevémosle al cuerpo de guardia; es un hombre de nota. Nuestra hora ha quedado enteramente cumplida. TERCER SOLDADO Marchemos, entonces; aún puede volver en sí. < (Salen, llevándose el cuerpo).
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X Un terreno entre los dos campamentos. Entran Antonio y Escaro con fuerzas en marcha. ANTONIO Sus preparativos los hacen hoy por mar; no les agradamos en tierra. ESCARO Hacen sus preparativos en la tierra y en el mar, señor. ANTONIO Quisiera que pudiesen combatir en el fuego o en el aire; les combatiríamos allí también. Pero las cosas se han arreglado así; nuestra infantería permanecerá con nosotros en las colinas adyacentes a la ciudad. Se han dado órdenes para un combate en el mar. Su flota ha salido del puerto. Desde las colinas podremos discernir mejor qué medidas han tomado y sorprender sus maniobras. (Salen. Entra César con sus fuerzas en marcha). CÉSAR A menos que seamos atacados, no haremos ningún movimiento en tierra, y, si bien juzgo, no tendremos que hacerlo, pues sus principales tropas han ido a tripular sus galeras. ¡A los valles, y conservemos la posición más ventajosa! (Salen. Vuelven a entrar Antonio y Escaro). ANTONIO No han operado su unión todavía; desde donde se alza aquel pino podré descubrirlo todo. Vuelvo al instante para decirte cómo van a desarrollarse probablemente las cosas.
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(Sale). ESCARO Las golondrinas han fabricado sus nidos en las naves de Cleopatra. Los augures dicen que no comprenden ... que no pueden decir; tienen una fisonomía ensombrecida, y no osan decir lo que saben. Antonio está a la par valiente y abatido, y su zarandeada fortuna le da, mediante sobresaltos febriles, ya la esperanza, ya el temor, de lo que tiene y de lo que no tiene. < (Alarma a lo lejos, como de combate en el mar. Vuelve a entrar Antonio). ANTONIO ¡Todo está perdido! ¡Esa innoble egipcia me ha traicionado! Mi flota ha cedido al enemigo; y allí están todos juntos arrojando sus gorras al aire y fraternizando como amigos largo tiempo separados. ¡Triple puta! Tú eres quien me ha vendido a este novicio; mi corazón no está en guerra más que contigo sola. ¡Ordenadles a todos que huyan! Cuando me haya vengado de la hechicera, ya nada tendré que hacer. ¡Que se pongan todos en salvo! ¡Parte! (Sale Escaro). ¡Oh, sol, no veré más tu salida! La fortuna y Antonio se separan aquí. Sí, aquí mismo nos damos el último apretón de manos. Los corazones que me seguían los talones como sabuesos, cuyas promesas había yo colmado, se funden y dejan caer su dulzor sobre el floreciente César. ¡Ha sido descortezado este pino que los dominaba a todos! ¡Estoy traicionado! ¡Oh, esa alma embustera de egipcia! ¡Esa fatal hechicera, cuyos ojos daban la señal de mis guerras y el toque de mis retiradas, cuyo seno era mi corona, mi bien supremo, como una verdadera egipcia que es, por la sutileza de su falso juego, me hunde al fin en el fondo de la ruina! ¡Eh, Eros, Eros! (Entra Cleopatra). ¡Ah, bruja, atrás!
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CLEOPATRA ¿Por qué está furioso mi señor contra su bien amada? ANTONIO ¡Desaparece, o te daré tu merecido, empañando así el triunfo de César! Que se apodere de ti y te alce como espectáculó ante los plebeyos, entre atronadoras aclamaciones. Sigue su carro como la más grande mancha viviente de todo tu sexo; ser más que monstruoso, sé mostrado por las más pobres retribuciones, por algunos óbolos; y que la paciente Octavia labre tu rostro con sus uñas bien preparadas. (Sale Cleopatra). Has hecho bien en partir, si has de vivir; pero mejor hubiera sido que hubieses caído bajo mi furor, porque una sola muerte habría evitado muchas. ¡Eros, hola! Llevo encima la túnica de Neso. ¡Alcides, oh, tú, antepasado mío, enséñame tu furia; dame fuerza para lanzar a Licas a los cuernos de la Luna, y con estas manos, que han blandido tu pesada maza, aniquílame dignamente! ¡Morirá la hechicera! Me ha vendido al jovenzuelo romano, y sucumbo bajo sus tramas; morirá por este hecho. ¡Eros, hola! (Sale).
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XI Alejandría. Una sala en el palacio. Entran Cleopatra, Carmiana y Mardián. CLEOPATRA ¡Socorro, mujeres mías! ¡Oh! Está más loco que Telainón por su escudo ‐el jabalí de Tesalía no espumea nunca rabia semejante. CARMIANA ¡Al monumento funerario! Encerraos allí y enviadle a decir que estáis muerta. El alma no se separa del cuerpo con más sufrimiento que el que experimenta la criatura humana cuando se separa de la grandeza. CLEOPATRA ¡Al monumento funerario! Mardián, ve a decirle que me he matado; dile que la última palabra que he pronunciado ha sido Antonio, y díselo, te lo ruego, con un tono afligido. Parte, Mardián, y ven a decirme cómo toma mi muerte. ¡Al monumento funerario! (Sale).
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XII Otra sala del palacio. Entran Antonio y Eros. ANTONIO Eros, ¿me contemplas aún? EROS Sí, noble señor. ANTONIO A veces vemos una nube que parece un dragón; otras, un vapor que presenta la imagen de un oso o de un león, de una ciudadela guarnecida de torres, de una roca suspendida, de una montaña de doble cima, de un promontorio azul cubierto de árboles; esas imágenes se balancean por encima de nuestras cabezas y engañan nuestros ojos con una burla aérea. ¿Has visto esas imágenes? Son las mascaradas del véspero oscuro. EROS Sí, mi señor. ANTONIO Lo que ahora es un caballo, casi con la velocidad del pensamiento un jirón de nubes flotantes lo borra y lo hace indistinto, como el agua en el agua. EROS Sí, señor. ANTONIO Mi buen muchacho Eros, tu capitán sufre en este momento un fenómeno semejante. Heme aquí Antonio, y sin embargo, muchacho, no puedo conservar esta forma visible. He hecho estas guerras por el Egipto, y la reina cuyo corazón creí tener,
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pues tenía el mío ‐mi corazón, que entonces me pertenecía y hubiera podido disponer de un millón de otros ahora perdidos‐, la reina, Eros, ha falseado naipes con César, y ha trocado mi gloria por el triunfo de mi enemigo. Vamos, no llores, gentil Eros, aún estamos aquí para poner fin a nuestros destinos. (Entra Mardián). ¡Oh, tu vil ama! ¡Me ha robado mi espada! MARDIÁN No, Antonio; mi ama te amaba y ha asociado hasta el final su fortuna a la tuya. ANTONIO ¡Fuera de aquí, eunuco impúdico, silencio! Me ha traicionado, y pagará su traición con la muerte. MARDIÁN La muerte es una deuda que cada uno paga no más que una vez, y ha pagado esa deuda. Lo que pretendías hacer se ha hecho sin el auxilio de tu brazo. Las últimas palabras que ha pronunciado han sido: ¡Antonio, nobilísimo Antonio! Entonces, mientras las pronunciaba, un suspiro desgarrador ha dividido el nombre de Antonio por la mitad entre su corazón y sus labios. Ha entregado la vida con tu nombre, sepultado así con ella. ANTONIO ¿Está muerta, entonces? MARDIÁN Muerta. ANTONIO Desármame, Eros; la tarea de esta larga jornada se ha acabado y debemos dormir. (A Mardián). Tente por ampliamente pagado de tu mensaje, puesto que vuelves sano y salvo. Anda. (Sale Mardián). Quita, quítame todo esto. El escudo de las siete envolturas de Ajax no PQdría contener las palpitaciones de mi corazón. ¡Oh, rompeos, costados! ¡Corazón mío, sé una vez más
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fuerte que tu habitación, haz estallar tu frágil estuche! ¡Aprisa, Eros, aprisa! No soy más soldado. ¡Piezas rotas de mi armadura, adiós! ¡Habéis sido noblemente llevadas! Déjame algunos instantes. (Sale Eros). Voy a reunirme contigo, Cleopatra, e imploraré mi perdón. Así debe ser, pues ahora toda prolongación de existencia es una tortura, pues la antorcha está apagada, acostémonos y no nos extraviemos más. Ahora todo esfuerzo echaría a perder lo que emprendiese; sí, la fuerza misma se enredaría en sus propios movimientos; pongamos, pUes, el sello y todo habrá acabado. ¡Eros! ¡Voy, reina mía! ¡Eros! ... Espérame. Iremos juntos a esos lugares donde las sombras se tienden sobre las flores, y tomados de la mano, atraeremos las miradas de todas las almas por la gracia de nuestra actitud. Dido y Eneas verán desierta su corte y todo el concurso de males se vendrá con nosotros. ¡Ven, Eros, Eros! (Vuelve a entrar Eros). EROS ¿Qué quiere mi señor? ANTONIO Desde que ha muerto Cleopatra, vivir es para mí tal deshonor, que los dioses detestan mi bajeza. Yo, que con mi espada he partido el mundo, que con mis flotas construía ciudades sobre el lomo del verde Neptuno, me acuso de faltarme el valor de una mujer; mi alma es menos noble que la suya, que con su muerte acaba de decir a nuestro César: He hecho la conquista de mí misma. Me has jurado, Eros, que cuando la necesidad se presentara (y se presenta hoy verdaderamente), que cuando vieras detrás de mí la inevitable persecución de la desgracia y del horror me matarías, según la orden que te diese. Mátame, ha llegado la hora ya; no es a mí a quien hieres, es de César del que triunfas. Llama el color a tus mejillas.
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EROS ¡Los dioses me libren! ¿Voy a hacer lo que todos los dardos partos, aunque enemigos, no han conseguido realizar? ANTONIO Eros, ¿querrías mirar por una ventana de la gran Roma y ver a tu amo, con los brazos así cruzados, doblando la cerviz sometida, su rostro cubierto de una afrenta humillante, mientras el carro del feliz César, precediéndole, se mofaba de la bajeza del cautivo que seguiría tras sus ruedas? EROS ¡No quisiera ver tal espectáculo! ANTONIO Avanza entonces; pues por una herida debo curarme. ¡Saca tu honrada espada, que has llevado con utilidad por tu país! EROS ¡Oh, señor, perdonadme! ANTONIO Al hacerte libre, ¿no juraste que ejecutarías esta orden cuando te la diera? Ejecútala sobre la marcha, o todos tus precedentes servicios no son para mí sino accidentes en que tu voluntad no tuvo parte. Saca tu espada y avanza. EROS Desviad de mí, entonces, ese noble semblante donde se lee la majestad del mundo entero. ANTONIO (Volviendo la cabeza). ¡Ahí, así! EROS Ya he sacado la espada.
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ANTONIO Pues bien, ejecuta sin demora aquello para lo que la has sacado. EROS Mi querido amo, mi capitán y mi emperador, antes de heriros con este golpe cruel, dejadme que os diga adiós. ANTONIO De buen grado, amigo. Adiós. EROS Adiós, gran general. ¿Hiero ya? ANTONIO Ya, Eros. EROS ¡Pues bien! ¡He aquí cómo escapo al dolor de la muerte de Antonio! (Se arroja sobre su espada y muere). ANTONIO ¡Tres veces más noble que yo mismo! ¡Oh, valeroso Eros, me enseñas que soy yo quien debe hacer lo que no has podido realizar! Mi reina y Eros, con la valiente enseñanza de su ejemplo, han inscrito su nobleza antes que yo en el libro de la historia. Pero yo seré el prometido de mi muerte y volaré a sus brazos como al lecho de una bien amada. Vamos ... Eros, tu amo muere discípulo tuyo; de ti es de quien he aprendido a obrar así. (Se arroja sobre su espada). ¡Cómo! ¿Todavía no muero? ¿Todavía no muero? ¡La guardia! ¡Hola! ¡Oh, acabadme! (Entra Dercetas y un guardia). PRIMER GUARDIA ¿Qué ruido es ése?
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ANTONIO He hecho mal mi labor, amigos. ¡Oh, acabad lo que he comenzado! SEGUNDO GUARDIA ¡La estrella ha caído! PRIMER GUARDIA Y el periodo de su carrera se ha acabado. TODOS ¡Ay, desgracia! ANTONIO Que el que me ame, me hiera a muerte. PRIMER GUARDIA No seré yo. SEGUNDO GUARDIA Ni yo. TERCER GUARDIA Ni nadie. (Salen los guardias). DERCETAS Tu muerte y tu fortuna dan a tus partidarios el aviso de huir. Con sólo mostrar esta espada a César y llevarle esta noticia me ganaré su favor. (Entra Diómedes). DIÓMEDES ¿Dónde está Antonio?
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DERCETAS Aquí, Diómedes, aquí. DIÓMEDES ¿Vive? ¿No quieres responderme? (Sale Dercetas). ANTONIO ¿Eres tú, Diómedes? Saca tu espada y dame un golpe suficiente para matarme. DIÓMEDES Soberanísimo señor, mi dueña Cleopatra me envía a ti. ANTONIO ¿Cuándo te ha enviado? DIÓMEDES Hace un instante, señor. ANTONIO ¿Dónde está? DIÓMEDES Encerrada en un mausoleo funerario. Ha tenido un presentimiento de lo sucedido. Cuando vio que la suponíais en contubernio con César (cosa que no será jamás), y que vuestra rabia no podía apaciguarse, os hizo saber que estaba muerta; pero temiendo las consecuencias de este mensaje, me ha enviado a deciros la verdad, y he venido demasiado tarde, me temo. ANTONIO Demasiado tarde, mi buen Diómedes. Llama a mi guardia, te lo ruego.
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DIÓMEDES ¡Eh,hola! ¡La guardia del emperador! ¡Hola, eh! ¡La guardia! ¡Venid, vuestro señor llama! (Entran algunos guardias). ANTONIO ¡Oh! Mis buenos amigos, llevadme donde esté Cleopatra; es el último servicio que os mandaré. PRIMER GUARDIA Tristes, tristes estamos, señor, de que no podáis sobrevivir a todos vuestros fieles partidarios. TODOS ¡Ah, dolorosísimo día! ANTONIO Vamos, mis buenos camaradas, no deis al destino cruel el gusto de honrarlo con vuestro dolor. Desead la bienvenida a la suerte que viene a castigarnos; nosotros la castigamos a nuestra vez cuando parece que la llevamos despreocupadamente. Levantadme; os he guiado con frecuencia; llevadme vosotros ahora, mis buenos amigos, y recibid todos mis agradecimientos. (Salen llevando a Antonio).
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XIII Alejandría. Un monumento funerario. Entran en las cámaras superiores Cleopatra, Carmiana e Iras. CLEOPATRA ¡Oh, Carmiana! No saldré jamás de aquí. CARMIANA Querida señora, dejaos consolar. CLEOPATRA No, no quiero. Todos los acontecimientos terribles e inesperados son bienvenidos, pero despreciamos los consuelos. El tamaño de nuestro dolor, para guardar proporción con su causa, debe ser tan grande como lo que engendra. (Entra Diómedes en el vestíbulo del monumento). CLEOPATRA ¡Hola! ¿Qué noticias hay? ¿Ha muerto? DIÓMEDES Tiene la muerte encima; pero no ha muerto. Mirad del otro lado de vuestro mausoleo; su guardia le ha llevado allí. (Entra en el vestíbulo del monumento Antonio llevado por sus guardias). CLEOPATRA ¡Oh, sol, calcina la gran esfera en que te mueves! ¡Tinieblas, cubrid eternamente la orilla cambiante del mundo! ¡Oh, Antonio, Antonio, Antonio! ¡Auxilio, Carmiana, auxilio! ¡Iras, auxilio! ¡Auxilio, abajo, amigos míos! ¡Subámosle aquí!
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ANTONIO ¡Silencio! No es el valor de César el que ha derribado a Antonio, sino el valor de Antonio el que triunfa de sí mismo. CLEOPATRA Tenía que ser así. Nadie sino Antonio podía vencer a Antonio. Pero ¡qué desgracia que haya sucedido! ANTONIO ¡Muero, reina de Egipto, muero! Tan sólo vengo aquí a importunar un instante a la muerte, para que aguarde hasta que de tantos besos como he posado en tus labios te dé el mísero último. CLEOPATRA No me atrevo, querido ‐querido señor, perdón‐, no me atrevo a descender por miedo a que me apresen. El triunfo orgulloso de ese César, favorito de la Fortuna, no se adornará jamás con la joya de mi persona; si los puñales, los venenos, las serpientes tienen punta, efecto, aguijón, estoy segura. Vuestra esposa Octavia, de miradas gazmoñas y de invariable prestancia, jamás tendrá el honor de insultarme con su desdén. Pero, ven, ven, Antonio; ayudadme, mujeres mías; ‐vamos a subirle aquí; ayudadnos, buenos amigos. ANTONIO ¡Oh, aprisa, o me muero! CLEOPATRA Ved aquí un ejercicio, a fe mía. ¡Cuánto pesa mi señor! Todas nuestras fuerzas han quedado agotadas por el abatimiento; esto es lo que se añade al peso. Si yo tuviera el poder de la gran Juno, Mercurio ‐ el de las fuertes alas ‐ te llevaría y te colocaría al lado de Júpiter. Pero, ven aquí un poco; lo que hacen los deseos, están siempre locos. ¡Oh, ven, ven, ven! (Suben a Antonio a lo alto del monumento). ¡Oh, sed bienvenido, sed bienvenido! ¡Muere
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donde viviste! ¡Resucita bajo mis besos! ¡Oh, si mis labios tuvieran ese poder, los gastaría así en este servicio! TODOS ¡Triste espectáculo! ANTONIO ¡Muero, reina de Egipto, muero! Dame un poco de vino y permíteme hablar un instante. CLEOPATRA ¡No, déjame hablar a mí! Déjame blasfemar tan alto, que esa embustera ama de llaves, la Fortuna, irritada de mis insultos, rompa su rueda. ANTONIO Una palabra, amada reina: buscad cerca de César vuestro honor y vuestra seguridad. ¡Oh! CLEOPATRA Las dos cosas no van juntas. ANTONIO Amada gentil, oídme. Entre las personas que rodean a César, no os fiéis sino de Proculeyo. CLEOPATRA Me fiaré de mi sola resolución y de mis solas manos, pero no de ninguno de los que rodean a César. ANTONIO No deploréis ni os apene el miserable cambio de fortuna que termina mi carrera; sino que más bien plazca a vuestros pensamientos nutrirse con el recuerdo de mi antigua suerte, cuando yo era el príncipe más grande del mundo, que vivió como el más noble; que os plazca pensar que no muero ruinmente, que no entrego cobardemente mi casco a mi
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compatriota, sino que, romano, soy valientemente vencido por un romano. Ahora, mi alma me abandona; no puedo más. CLEOPATRA ¡Oh, el más noble de los hombres! ¿Deseas morir? ¿No te cuidas de mí? ¿Quedaré en este triste mundo que, tú ausente, no vale más que un establo? ¡Oh, mirad, mujeres mías! ¡La diadema del mundo se funde! (Antonio muere). ¡Mi señor! ¡Oh! ¡Marchita está ahora la guirnalda de la guerra! ¡Caída la estrella polar de los soldados! Los mozalbetes y las doncellas están ahora al nivel de los hombres; los seres incomparables no existen ya, y nada queda de notable bajo el impulso de la luna. (Se desmaya). CARMIANA ¡Oh, calma, señoras IRAS ¡Está muerta también nuestra soberana! CARMIANA ¡Reina! IRAS ¡Señora! CARMIANA ¡Oh, señora, señora, señora! IRAS ¡Reina de Egipto, emperatriz! CARMIANA ¡Silencio, silencio, Iras!
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CLEOPATRA No más tiempo reina, sino simple mujer y dominada por las mismas pobres pasiones que dominan a la lechera que efectúa las faenas más humildes. Tendría derecho a arrojar mi cetro a los dioses insuItantes, a decirles que este mundo igualaba al suyo antes de que nos hubiesen robado nuestra joya. Todo es ya nada; la paciencia es tontería, y la impaciencia se convierte en un perro loco de rabia. En estas condiciones ¿es un crimen precipitarse en la secreta morada de la muerte, antes de que la muerte ose venir a nos? ¿Cómo os halláis, mujeres? ¡Vamos, vamos, mucho valor! ¡Cómo! ¿Qué es eso, Carmiana? ¡Nobles damas mías! ¡Oh, mujeres, mujeres, mirad, nuestra lámpara está extinguida, está apagada! Buenos señores, tened valor. Vamos a hacerle sepultar; y después de esta resolución, lo que es noble, lo que es valeroso, lo ejecutaremos a la soberana manera romana y nos entregaremos a la muerte, que se envanecerá de recibirnos. Partamos. La envoltura de esta alma grande está ahora fría. ¡Ah, mujeres, mujeres mías! Partamos; no tenemos ya otros amigos que la fuerza de la resolución y el más rápido fin. (Salen. Se llevan el cuerpo de Antonio).
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QUINTO ACTO
I El campamento de César delante de Alejandría. Entran César, Agripa, Dollabella, Mecenas, Galo, Proculeyo y otros. CÉSAR Vea buscarle, Dolabella; mándale que se entregue; dile que, reducido como está a los extremos, los retardos que pone para rendirse son burlas a costa nuestra. DOLABELLA Voy allá, César. (Sale. Entra Dercetas con la espada de Antonio). CÉSAR ¿Qué significa esto? ¿Y quién eres tú, que osas presentarte de ese modo ante nosotros? DERCETAS Se me llama Dercetas; he servido a Marco Antonio, el hombre más digno de ser el mejor servido. En tanto que estuvo en pie y habló, fue mi amo, y gasté mi vida en emplearla contra sus enemigos. Si te place tomarme a tu servicio seré para César lo que fuí para Antonio; si no te place, te entrego mi vida. CÉSAR ¿Qué es lo que dices?
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DERCETAS Digo, César, ¡oh, César!, que Antonio ha muerto. CÉSAR El derrumbamiento de una cosa tan grande debió haber producido mayor estrépito. El redondo mundo debía sacudir los leones en las calles ciudadanas y arrojar los ciudadanos en los cubiles de los leones. La muerte de Antonio no es la de un simple individuo; en este nombre estaba encerrada la mitad del mundo. DERCETAS Ha muerto, César; no por la mano de un ministro público de la justicia, ni por un puñal mercenario; sino la mano misma que escribía en honor de su dueño sobre los actos que llevaba a cabo es la que ha perforado su corazón, con todo el valor que éste podía prestarle. Aquí está su espada; la he robado de su herida; contempladla, manchada con su nobilísima sangre, CÉSAR ¡Parecéis tristes, amigos! ¡Castíguenme los dioses, si no son esas noticias para hacer que lloren los ojos de los reyes! AGRIPA Y es verdaderamente extraño que la naturaleza nos fuerce a llorar por aquellos de nuestros actos que hemos perseguido con la mayor tenacidad. MECENAS En él se equilibraban sus defectos y sus méritos. AGRIPA Nunca espíritu más raro sirvió de piloto a la humanidad. Pero vosotros, ¡oh dioses!, nos dais algunos defectos para rebajamos al estado de hombres ... César está conmovido. MECENAS Teniendo ante sí un espejo tan vasto, forzoso es que se mire en él.
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CÉSAR ¡Oh, Antonio! Hasta este punto te he perseguido; pero sangramos nuestros cuerpos para echar fuera de ellos las enfermedades. Era absolutamente preciso que yo te diese el espectáculo de semejante día de declinación o que asistiese al tuyo; no había sitio bastante para nosotros dos en la extensión del universo. Sin embargo, déjame deplorar con lágrimas tan reales como la sangre del corazón, ¡oh, tú, mi hermano!, mi colega en la combinación de toda empresa, mi asociado en el imperio, mi amigo y mi compañero a la cabeza de las legiones, brazo de mi propio cuerpo, corazón en donde se alumbraban mis pensamientos, que nuestras estrellas irreconciliables hayan separado a este extremo la igualdad de nuestras condiciones. Escuchadme, mis buenos amigos ... (Entra un mensajero). CÉSAR Pero os hablaré en algún momento más oportuno; este hombre trae nuevas cuya importancia disimula su fisonomía. Escuchemos lo que tiene que decirnos. ¿Quién sois? MENSAJERO No más que un pobre egipcio en este instante. La reina, mi señora, encerrada en su monumento funerario ‐que es todo lo que le queda‐, desea conocer tus propósitos, a fin de tomar sus disposiciones para la conducta que se le imponga. CÉSAR Dile que se tranquilice. Sabrá bien pronto por alguno de los nuestros hasta qué punto estamos determinados a tratarla con honor y afecto; pues César no puede vivir sin mostrarse noble. MENSAJERO ¡Que los dioses te conserven tal! (Sale).
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CÉSAR Ven aquí, Proculeyo. Ve y dile que no pretendemos contra ella ningún ultraje. Prodígale todos los consuelos que requiere la naturaleza y el grado de su dolor, no vaya a ser que, en el orgullo de su grandeza, nos inflija una derrota con algún golpe de muerte. Porque mostrada viva en Roma hará eterno el recuerdo de nuestro triunfo; andad y venid a participarnos lo más rápidamente posible lo que dice, y en qué estado la habéis hallado. PROCULEYO Voy allá, César. (Sale). CÉSAR Galo, acompañadle. (Sale Galo). ¿Dónde está Dolabellá para que secunde a Proculeyo? AGRIPA y MECENAS (Llamando). ¡Dolabella! CÉSAR Dejadle; ahora recuerdo en qué está ocupado. Se hallará dispuesto a tiempo. Venid conmigo a mi tienda. Allí os mostraré con qué repugnancia me comprometí a esta guerra y con qué calma y moderación procedí siempre en todas mis cartas. Venid conmigo a ver la prueba de lo que os diga. (Salen).
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II Alejandría. El monumento funerario Entran Cleopatra, Carmiana e Iras. CLEOPATRA Mi desolación comienza a engendrarme una mejor vida. Es miserable ser César; no siendo la Fortuna misma, no es sino el criado de la Fortuna, el ministro de su voluntad. Pero es grande llevar al cabo la acción que pone fin a todas las acciones, que atenaza todo accidente, que cierra la puerta a todo cambio, que saborea el sueño eterno y no paladea nunca más la teta de la naturaleza, nodriza a la vez de César y del mendigo. (Entran por las puertas del monumento Proculeyo, Galo y soldados). PROCULEYO César envía sus felicitaciones a la reina de Egipto y te invita a reflexionar sobre las demandas que te será agradable ver concedidas. CLEOPATRA ¿Cuál es tu nombre? PROCULEYO Mi nombre es Proculeyo. CLEOPATRA Antonio me habló de vos; advirtiéndome que podía fiarme de vuestra persona; pero no me importa apenas que se me engañe ya que no he de sacar utilidad de la confianza. Si vuestro amo desea tener una reina para mendiga, podéis decirle que la majestad, para guardar el decoro, no puede mendigar menos que un reino. Si le place darme para mi hijo el Egipto conquistado,
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me dará tanto de lo que me pertenece, que le ofreceré por ello mi gratitud de rodillas. PROCULEYO Abrid vuestra alma a la alegría; habéis caído en manos principescas; no temáis nada; dirigid libremente y con toda amplitud vuestras solicitudes a mi señor; está tan lleno de gracia, que se desborda sobre todos aquellos que tienen necesidad de ella. Dadme permiso para comunicarle vuestra graciosa sumisión, y encontraréis un conquistador que pedirá por favor venir a secundarle cuando se solicite su protección de rodillas. CLEOPATRA Decidle, os lo ruego, que soy la vasalla de su fortuna, y que le envío la grandeza que ha conquistado. De hora en hora me instruyo en la doctrina de la obediencia, y tendré mucho gusto de verle en persona. PROCULEYO Le comunicaré esas palabras, querida dama. Tened confianza, pues sé que se apiada de vuestra situación, aunque sea de ella el causante. GALO (Aparte a Proculeyo). Ved con qué facilidad podemos atraparla. (Proculeyo y dos de la Guardia suben a lo alto del monumento, por medio de una escala, y se colocan detrás de Cleopatra. Algunos de la Guardia corren los cerrojos, abren las puertas y descubren así la cámara baja del monumento). GALO (En voz alta a Proculeyo). Guardadla hasta que llegue César. (Sale).
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IRAS ¡Real reina! CARMIANA ¡Oh, Cleopatra, ya estás prisionera, reina. CLEOPATRA ¡Pronto, pronto, manos propicias! (Saca un puñal). PROCULEYO ¡Deteneos, noble dama, deteneos! (La sujeta y la desarma). No os causéis tal daño, vos, que por la acción que acabamos de efectuar estáis socorrida y no traicionada. CLEOPATRA ¡Cómo! ¿Ni aun siquiera la muerte, que libra a nuestros perros de una larga enfermedad? PROCULEYO Cleopatra, no insultéis la generosidad de mi señor, destruyéndoos vos misma. Permitid al universo contemplar su perfecta nobleza, espectáculo que vuestra muerte le impediría mostrar. CLEOPATRA ¿Dónde estás, muerte? ¡Ven aquí, ven! ¡Ven, ven, y toma una reina, que vale por muchos niños y pordioseros! PROCULEYO ¡Oh, moderación, señora! CLEOPATRA Señor, no comeré, ni beberé, y, si es necesario pronunciar todavía otras palabras superfluas, no dormiré tampoco. Destruiré esta prisión de carne, a despecho de César. Sabed, señores, que no iré
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maniatada a figurar a la corte de vuestro amo, ni me expondré ni una sola vez a ser humillada por los ojos desdeñosos de la necia Octavia. ¿Se cuenta acaso con levantarme en brazos para mostrarme a la turbamulta vocinglera de la insultante Roma? Que una fosa de Egipto me sirva más bien de apacible tumba. ¡Antes me vea expuesta desnuda sobre el cieno del Nilo y comida por los mosquitos, hasta llegar a ser un objeto de horror! ¡Que las altas pirámides de mi reino me sirvan más bien de patíbulo y se me cuelgue allí de cadenas! PROCULEYO Lleváis esas ideas de horror a unos extremos que no justificará la conducta de César. (Entra Dolabella abajo). DOLABELLA Proculeyo, tu amo, César, sabe lo que has hecho y te envía a buscar. En cuanto a la reina, la tomaré bajo mi custodia. PROCULEYO Bien, Dolabella; nada podía causarme más placer. (Conduce a Cleopatra a la sala baja del monumento y la entrega a Dolabella). Sed dulce con ella. (A Cleopatra). Si queréis emplearme como mensajero cerca de César, le referiré lo que os plazca decirme. CLEOPATRA ¡Decidle que quisiera morir! (Salen Proculeyo y los soldados). DOLABELLA Nobilísima emperatriz, ¿habéis oído hablar de mí? CLEOPATRA No podría asegurarlo.
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DOLABELLA Seguramente me conocéis. CLEOPATRA Poco importa, señor, que os conozca o haya oído hablar de vos. Reís cuando los niños o las mujeres cuentan sus sueños; ¿no es ésa vuestra costumbre? DOLABELLA No os entiendo, señora. CLEOPATRA ¡He soñado que existía un emperador llamado Antonio! ¡Ah, si pudiera tener otro sueño semejante, sólo por ver otro hombre parecido! DOLABELLA Si os placiese ... CLEOPATRA Su cara era como los cielos, y en ella estaban tachonados un sol y una luna, que observaban su curso y alumbraban esta pequeña esfera, la tierra. DOLABELLA Muy soberana criatura ... CLEOPATRA Sus piernas cabalgaban a horcajadas el océano. Su brazo, levantado, tocaba la frente del mundo y le cubría con el casco; al dirigirse a sus amigos, su voz era armoniosa como la música de las esferas; pero cuando quería domeñar y hacer temblar el globo, era como el estallido del trueno. En cuanto a su generosidad, no conocía el invierno; era un perpetuo otoño, siempre más fértil a medida que era más recolectado. Sus voluptuosidades eran parecidas al delfín, mostraban su lomo por encima del elemento en que vivían. Reyes portadores de coronas
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grandes y pequeñas marchaban entre la gente de su séquito: islas y reinos caían de sus bolsillos como monedas de plata ... DOLABELLA Cleopatra ... CLEOPATRA ¿Pensáis que existió o pudo existir un hombre parecido al que he soñado? DOLABELLA No, noble señora. CLEOPATRA ¡Mentís en los oídos mismos de los dioses! Pero si existió o pudo existir alguna vez uno parecido, ese hombre rebasa la potencia de los sueños. A la naturaleza le falta materia para luchar en formas extrañas con la imaginación. Sin embargo, imaginar un Antonio era una obra maestra en que la naturaleza aventajaba a la imaginación, reduciendo a la nada las ilusiones del pensamiento. DOLABELLA Escuchadme, buena señora. La pérdida que experimentáis es, como vos, grande, y vuestro dolor está a su altura. Que no pueda yo nunca obtener el éxito que persiga, si no es verdad que siento, de rechazo del vuestro, un pesar que me hiere en la raíz misma del corazón. CLEOPATRA Os lo agradezco, señor. ¿Sabéis cuál es la intención de César respecto de mí? DOLABELLA Me repugna enteraros de lo que quisiera que supieseis.
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CLEOPATRA Vamos, os lo ruego, sEñor ... DOLABELLA Aunque él sea generoso ... CLEOPATRA Me llevará encadenada a su triunfo, ¿no es eso? DOLABELLA Sí, señora; lo sé. (Trompetería fuera). VOZ (En el exterior). ¡Haced sitio aquí! ¡César! (Entran César, Galo, Proculeyo, Mecenas, Seleuco y gente de sus séquitos). CÉSAR ¿Dónde está la reina de Egipto? DOLABELLA Es el emperador, señora. (Cleopatra se arrodilla). CÉSAR Levantaos, no os arrodilléis, os ruego que os levantéis; levantaos, reina de Egipto. CLEOPATRA Señor, los dioses quieren que así sea. Debo obedecer a mi señor y amo.
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CÉSAR No os entreguéis a sombríos pensamientos. Las injurias que nos habéis hecho, aunque escritas en nuestra carne, no queremos recordarlas sino como cosas atribuibles al azar. CLEOPATRA Único señor del universo: no podría defender bien mi causa para que resplandeciese mi inocencia; pero confieso que he sucumbido bajo esos frágiles instintos que tan a menudo han deshonrado nuestro sexo. CÉSAR Cleopatra, sabed que estamos más bien dispuestos a excusar vuestras faltas que a castigarlas. Si os conformáis con nuestras intenciones, que son, respecto de vos, de lo más benévolas, hallaréis en ese cambio un beneficio; pero si tratáis, siguiendo la conducta de Antonio, de que se me acuse de crueldad, os privaréis vos misma de mi benevolencia y entregaréis vuestros hijos a la ruina, de que los preservaré sí os apoyáis en mí. Voy a partir. CLEOPATRA Y para el lugar del universo que queráis; el mundo os pertenece, y nosotros, vuestros escudos de armas y signos de victoria, nos ahorcaremos en el sitio que os plazca. (Le entrega un papel). Tomad esto, mi buen señor. CÉSAR Me aconsejaréis en todo lo que concierne a Cleopatra. CLEOPATRA He aquí la nota de todo lo que poseo: dinero, joyas, juegos de plata. Está exactamente redactada, salvo las bagatelas que he pasado por alto. ¿Dónde está Seleuco? SELEUCO Aquí, señora.
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CLEOPATRA Éste es mi tesorero; que diga, por su cuenta y riesgo, si he reservado para mí alguna cosa. Di la verdad, Seleuco. SELEUCO Señora, preferiría sellar mis labios a decir lo que no es, aunque fuese por salvar mi cabeza. CLEOPATRA ¿Qué es lo que he guardado? SELEUCO Lo bastante para rescatar lo que habéis declarado poseer. CÉSAR Vamos, no os sonrojéis, Cleopatra; apruebo en esto vuestra cordura. CLEOPATRA ¡Ved, César! ¡Oh, contemplad qué pronto halla amigos la pompa! Mis servidores se disponen a ser vuestros, y si fuese posible cambiar nuestras fortunas, los vuestros serían los míos. La ingratitud de ese Seleuco me vuelve loca de furor. ¡Oh, esclavo de tan poca fe como el amor comprado! ¡Cómo! ¿Retrocedes? Volverás, te lo garantizo; pero aun cuando tuvieran alas, yo me apoderaré de tus ojos, esclavo, villano sin alma, perro! ¡Oh raro modelo de bajeza! CÉSAR Buena reina, dejadnos interceder. CLEOPATRA ¡Oh, César, qué vergüenza sangrante. es para mí que ante ti, que honras con la presencia de tu señoría a una persona tan humillada, mi propio criado aumente la suma de mis desgracias con la adición de su maldad! Veamos, buen César, admite que yo haya conservado algunas bagatelas de mujer, algunas fruslerías
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sin importancia, algunos objetos sin valor, tales como aquellos que regalamos a los amigos ordinarios, admite aun que haya apartado algún obsequio más fino para Livia u Octavia, a fin de ganarme su mediación. ¿Es para que se me descubra por uno a quien he mantenido? ¡Grandes dioses! Esto me causa más mal que la caída misma que sufro. (A Seleuco). Te lo ruego, parte de aquí, o las últimas llamaradas de mi alma se mostrarán a través de las cenizas de mi mala fortuna. Si fueses hombre, habrías tenido piedad de mí. CÉSAR Esquivaos, Seleuco. (Sale Seleuco). CLEOPATRA Sépase que nosotros, los más grandes de la tierra, somos juzgados falsamente por acciones que otros han cometido; y cuando caemos, llevamos la pena merecida por otros, Se nos debe, en verdad, compasión. CÉSAR Cleopatra, en la lista de nuestras conquistas no hemos puesto ni lo que os habéis reservado ni lo que habéis confesado. Que continúe siendo vuestro y usadlo a vuestro gusto; y creed que César no es un mercader para traficar con vos de cosas que venden los mercaderes. Conservad, pues, vuestra serenidad, no hagáis de vuestros pensamientos prisiones para vuestra alma. No, querida reina; porque esperamos tomar, respecto de vos, las disposiciones que vos misma aconsejáis. Comed y dormid. Nuestra solicitud y nuestra piedad se extienden a tal punto sobre vos, que quedemos vuestros amigos; y ahora, adiós. CLEOPATRA ¡Mi amo y mi señor!
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CÉSAR Nada de eso. Adiós. (Trompetería. Salen César y su séquito). CLEOPATRA Me halaga, hijas mías; me halaga con bellas palabras, para que no sea noble conmigo misma. Pero escucha, Carmiana. (Cuchichea con Carmiana). IRAS Acabemos, noble señora; el día esplendoroso ha terminado, y estamos destinadas a las tinieblas. CLEOPATRA Regresa pronto. Ya he dado las órdenes y todo está preparado; anda, tráelo a toda prisa. CARMIANA Voy allá, señora. (Vuelve a entrar Dolabella). DOLABELLA ¿Dónde está la reina? CARMIANA Miradla, señor. (Sale). CLEOPATRA ¡Dolabella! DOLABELLA Señora, comprometido por el juramento que os he hecho a
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vuestra instancia, justamente que mi cariño me impone mantener religiosamente, os hago saber esto: César ha decidido que su viaje se haga por la Siria, y de aquí a tres días ha de enviaros por delante a vos y a vuestros hijos; haced de esta información el mejor uso que podáis; he cumplido vuestro deseo y mi promesa. CLEOPATRA Dolabella, quedaré vuestra deudora. DOLABELLA Y yo vuestro servidor. Adiós, noble reina; es preciso que vaya a reunirme con César. CLEOPATRA Adiós, y gracias. (Sale Dolabella). Y ahora, Iras, ¿ qué piensas? Serás, lo mismo que yo, mostrada en Roma como una muñeca egipcia. Esclavos artesanos, con sus delantales grasientos, sus reglas y sus martillos, se alzarán para vernos; estaremos envueltas en la nube de sus pesados alientos malolientes de su grosera comida, y forzadas a beber su vaho. IRAS ¡Que los dioses lo impidan! CLEOPATRA Es por demás cierto, Iras; insolentes lectores nos tratarán como rameras; miserables rimadores nos cantarán desafinadamente; ingeniosos comediantes nos llevarán al tablado en sus improvisaciones y pondrán en escena nuestras fiestas de Alejandría; se representará a Antonio ebrio, y yo veré algún jovenzuelo de voz chillona hacer de Cleopatra y dar a mi grandeza la postura de una prostituta. IRAS ¡Oh, dioses benignos!
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CLEOPATRA Nada más cierto. IRAS No veré eso jamás, pues estoy segura de que mis uñas son más fuertes que mis ojos. CLEOPATRA Verdaderamente ése es el medio de frustrar sus preparativos y de triunfar de sus certísimas intenciones. (Vuelve a entrar Carmiana). ¡Hola, Carmiana! Vamos, mujeres mías, adornadme como una reina. Id a buscar mis más hermosos atavíos ... Voy otra vez al encuentro de Cidno, no al de Marco Antonio ... Anda, mi graciosa Iras ... Ahora, noble Carmiana, apresurémonos, pues, y cuando me hayas hecho este menester, te daré permiso para divertirte hasta el día del Juicio. Trae nuestra corona y todo. (Sale Iras. Ruido en el exterior). ¿Por qué ese ruido? (Entra un soldado de la guardia). GUARDIA Aquí hay un mozo rural que a toda costa quiere ser introducido en presencia de Vuestra Alteza. Trae higos. CLEOPATRA Que se le introduzca. (Sale el guardia). ¡Cómo un pobre instrumento puede realizar una noble acción! ¡Me trae la libertad! ¡Mi resolución está adoptada, y nada de mujer tengo ya en mí. Ahora, desde la cabeza a los pies, soy firme como el mármol; ahora la luna no es mi planeta. (Vuelve el guardia con un rústico que lleva una cesta). GUARDIA Aquí está el hombre.
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CLEOPATRA Salid y dejadle. (Sale el guardia). ¿Tienes ahí esa linda serpiente del Nilo, que mata sin hacer sufrir? RÚSTICO Sí, en verdad, la tengo. Pero no quisiera ser el individuo que os aconsejara tocarla, porque su mordedura es mortal; aquellos que ella muerde, se restablecen rara vez o nunca. CLEOPATRA ¿Te acuerdas de alguien que haya muerto de ella? RÚSTICO Y de muchos hombres y mujeres. He oído hablar de una, no más tarde de ayer. Una honradísima mujer, pero un poco predispuesta a la mentira, lo que en una honrada mujer no debiera consentirse, a no ser por razón de honestidad. Se decía, cuando estaba muerta de su mordedura, que sufrimiento no habría experimentado ... En verdad, dio muy buen testimonio en favor de la víbora; mas los que quieren creer todo lo que se dice, no se salvarán nunca por la mitad de lo que hacen; sin embargo, lo infalible es que esta víbora es una víbora extraña. CLEOPATRA Sal de aquí, adiós. RÚSTICO Os deseo mucho placer con la víbora. (Deposita la cesta). CLEOPATRA Adiós. RÚSTICO Pensadlo bien; mirad que la víbora obrará según su instinto.
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CLEOPATRA Sí, sí; adiós. RÚSTICO Mirad, no se debe confiar la víbora más que a la custodia de personas prudentes; porque, para decir la verdad, no hay bondad ninguna en la víbora. CLEOPATRA No te preocupes. Se la vigilará. RÚSTICO Muy bien. No le deis nada, os lo ruego, pues no vale la pena de que se la alimente. CLEOPATRA ¿Me comerá? RÚSTICO Debéis creer que no soy tan simple que no sepa que ni el diablo mismo se comería a una mujer. Sé que una mujer es un manjar para los dioses, si el diablo hace de ella la salsa. Pero, verdaderamente, esos putañeros de diablos hacen gran daño a los dioses con sus mujeres; porque de diez que hacen los dioses, los diablos estropean cinco. CLEOPATRA Bien, márchate; adiós. RÚSTICO Sí, Por mi fe; os deseo que os divirtáis con la víbora. (Sale. Vuelve a entrar Iras con un vestido y una corona). CLEOPATRA Dame el vestido; colócame la corona; siento en mi la sed de la inmortalidad. Ahora nunca más el zumo de los racimos de
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Egipto mojará estos labios. Acelera, acelera, mi buena Iras; aprisa. Me parece que oigo a Antonio que me llama. Le veo levantarse para alabar mi noble acción; le oigo burlarse de la dicha de César ‐dicha que los dioses conceden a los hombres para servir de excusa a sus cóleras ulteriores‐. Voy, esposo mio. ¡Ahora pruebo por mi valor mis títulos a este nombre! No soy más que aire y fuego; abandono a la vida más grosera mis otros elementos. Qué ..., ¿habéis terminado? Ven ahora y recibe el último calor de mis labios. ¡Adiós, mi querida Carmiana! ... ¡Largo adiós, Iras! (Las besa. Iras cae y muere). ¿Tengo el áspid en mis labios? ¿Caes? Si tú Y la naturaleza podéis tan suavemente separaros, el golpe de la muerte es como el pellizco de un amante, que hiere y desea. ‐¿Estás aún inmóvil? Si así te has desvanecido, declaras al mundo que no vale la pena despedirse de él. CARMIANA ¡Disuélvete, espesa nube, y vierte la lluvia! ¡Que pueda decir que los dioses mismos lloran! CLEOPATRA ¡Soy cobarde! ... Si encuentra la primera a Antonio, el de la cabellera rizada, le preguntará y le dará ese beso, cuya posesión es para mi el cielo. (Toma un áspid, que se aplica al seno). ¡Ven, mortal asesino; corta de un solo golpe con tus dientes agudos este nudo complicado de la vida! ¡Pobre loco venenoso, entra en furor y apresúrate! ¡Oh, que no puedas hablar para que te oiga llamar al gran César impolítico! CARMIANA ¡Oh, estrella de Oriente! CLEOPATRA ¡Silencio, silencio! ¿No ves el niño que tengo al pecho, y que su nodriza le da pecho para dormirle?
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CARMIANA ¡Oh, r6mpete, rómpete, corazón mío! CLEOPATRA Tan delicioso como el bálsamo, tan blando como el céfiro, tan gentil ... ¡Oh, Antonio! ... Sí, voy a encontrarte también. (Aplicándose otro áspid al brazo). ¿Por qué había de permanecer ...? (Muere). CARMIANA ¿En este mundo vil? Vamos, adiós. Ahora puedes sentirte orgullosa, muerte; estás en posesión de una mujer incomparable. ¡Párpados abatidos, cerraos, y que el dorado Febo no sea contemplado jamás por ojos tan reales! Se ha torcido vuestra corona; voy a colocarla derecha y luego a llenar mi papel. (Entra la guardia con precipitación). PRIMER GUARDIA ¿Dónde está la reina? CARMIANA Hablad bajo, no la despertéis. PRIMER GUARDIA César envía ... CARMIANA Un mensajero demasiado lento. (Se aplica un áspid). ¡Oh, aprisa, despacha! Siento ya tu poder. PRIMER GUARDIA Aproximaos, ¡vaya! No va todo bien; César ha sido engañado.
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SEGUNDO GUARDIA Aquí está Dolabella, enviado por César; llamadle. PRIMER GUARDIA ¿Qué ha sucedido aquí? Carmiana, ¿es esto obrar bien? CARMIANA Esto es obrar bien y como convenía a una princesa descendiente de tantos reyes soberanos. ¡Ah, soldado! (Muere. Vuelve a entrar Dolabella). DOLABELLA ¿Qué pasa aquí? SEGUNDO GUARDIA ¡Todo está muerto! DOLABELLA César, tus temores han sido justos. Vienes en persona a ver cumplirse el acto terrible que intentabas prevenir. UNA VOZ (Dentro). ¡Sitio aquí! ¡Sitio a César! (Vuelve a entrar César con su séquito). DOLABELLA ¡Oh, señor! Sois demasiado buen adivino. Se ha realizado lo que temíais. CÉSAR ¡Existencia bravamente acabada! Conjeturó nuestros proyectos, y como una persona real ha tomado su partido ... ¿Cómo han muerto? No las veo sangrar.
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DOLABELLA ¿Quién estuvo el último con ellas? PRIMER GUARDIA Un simple aldeano que les trajo higos. Aquí está su cesto. CÉSAR Envenenadas, entonces. PRIMER GUARDIA ¡Oh, César! Esta Carmiana vivía no hace un instante. Estaba en pie y hablaba. La hallé ajustando la diadema de su ama difunta; se levantó temblando, y se desplomó de repente. CÉSAR ¡Oh, la noble debilidad! Si hubiese ingerido un veneno, se le reconocería en la hinchazón exterior. Pero tiene aire de dormir, como si quisiera atrapar otro Antonio en la irresistible red de su gracia. DOLABELLA Aquí, en su seno, hay un pequeño brote de sangre y un poco de hinchazón; lo mismo en su brazo. PRIMER GUARDIA Es la huella de un áspid. Y sobre las hojas de estos higos, la misma baba que los áspides dejan en las cavernas del Nilo. CÉSAR Es muy probable que así haya muerto, pues su médico me dijo que había hecho infinitas averiguaciones sobre la manera más cómoda de morir. Levantadla de su lecho y llevaos a sus mujeres del monumento. Será sepultada al lado de su Antonio; ninguna tumba de la tierra encerrará una pareja tan famosa. Acontecimientos tan grandes como éstos hieren a los mismos que los causan, y la piedad que inspira su historia iguala gloria del que los ha reducido a ser lamentados. Nuestro ejército
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acompañará estos funerales con pompa solemne; y luego, a Roma. Ven, Dolabella, cuida de que el orden más escrupuloso presida a esta gran solemnidad. (Salen).
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