Manual Completo

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ESCUELA DE FORMACIÓN PARA LAICOS

LITURGIA

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PRESENTACIÓN Nos dice el Papa Benedicto que: «No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación definitiva» (DCE 1). Así, «la naturaleza misma del cristianismo consiste, por lo tanto, en reconocer la presencia de Jesucristo y seguirlo» (DA 244). Pero este encuentro no es solo en lo individual, sino que deberá expresarse en la comunidad eclesial para que sea genuino. Ser discípulo y misionero implica un compromiso por el Cristo total que se encuentra en la fe vivida y celebrada. Por lo tanto, la liturgia como la llave que nos abre al misterio de Dios y nos involucra en él, se convierte en una fiesta eterna donde toda nuestra humanidad se estremece y exulta por la presencia de Aquél que mereceré toda la gloria y la alabanza. Toda celebración litúrgica tiene como objetivo la gloria de Dios y la santificación de los hombres, puesto que «la liturgia es la cumbre a la que tiende la acción de la Iglesia y, al mismo tiempo, la fuente de donde emana toda su fuerza» (SC 10). Con lo que se debe promover en todo momento que la participación de los fieles que participan en los actos litúrgicos, lo hagan de una manera «consciente, activa y fructuosa» (SC 11). Por esto, todas las iniciativas y propuestas que vayan en la línea de la promoción de una liturgia participativa y que lleve al compromiso en la vida personal y comunitaria, deberán tomarse en cuenta y darles su debido seguimiento, ya que ellas pueden ser magníficos espacios de oportunidad en los campos educativo, pedagógico y de formación cristiana. Ahora, en este subsidio que se presenta para el estudio y la promoción de la liturgia para grupos parroquiales, quiere ser una aportación del Seminario de Colima en sus seminaristas y de la Zona Pastoral Centro en sus agentes de pastoral. El objetivo de este proyecto está orientado a que a través de los equipos litúrgicos, los fieles sean animados a la participación plena, consciente y activa, en las celebraciones litúrgicas para buscar la gloria de Dios y el compromiso por el trabajo del Reino, como lo pide en la sección de liturgia el Plan Diocesano de Pastoral. Se espera que este material sea conocido, estudiado y que verdaderamente sirva para el objetivo dicho anteriormente. Y que el proyecto siga enriqueciéndose con nuevas aportaciones para que en un futuro pueda llegar a todas las zonas pastorales de nuestra diócesis y generar más conciencia en que el encuentro con Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, en la Sagrada Liturgia, puede ser verdadero culmen y fuente de vida cristiana para nuestras comunidades de tal manera que a través de las celebraciones litúrgicas se tenga vida y vida en abundancia (cf Jn 10:10).

P. Gabriel Mondragón Campos 2


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I.- LA NATURALEZA

DE LA LITURGIA

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LITURGIA VERANO DE FORMACIÓN PARA LAICOS Diócesis de Colima I.- LA NATURALEZA DE LA LITURGIA CRISTIANA I.1.- El Término Liturgia I.1.1.- Etimología Si lo vemos desde su raíz proviene del griego Liturgia: Leitourgia, que a su vez proviene de leiton = público y de ergon = obra, acción, empresa. Y uniéndose los dos vocablos se traduce como servicio hecho al pueblo o prestado para el bien común; toda acción del pueblo, para el pueblo, o también toda función o ministerio público. En la antigüedad griega se designaba (entre otras cosas) los servicios cultuales que los ministros ofrecían a la divinidad: los sacrificios públicos y la acción de los sacerdotes. I.1.2.- En el Antiguo Testamento En la versión de los LXX1 aparece la palabra liturgia unas 150 veces. Designan en su mayoría el culto externo que los sacerdotes y levitas ofrecen en el templo, sobre todo los sacrificios (Ex 27,19; 28,35.43; Nm. 4,3). I.1.3.- En el Nuevo Testamento Aparece la palabra liturgia con cinco significados fundamentales:   

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En sentido civil, como obra pública: servicio, cuidado de los pobres, apostolado, colectas. (Flp. 2,17.25.30; Rm. 13,6; Hb. 1,14). En sentido ritual del A.T. como culto del templo de Jerusalén. (Lc. 1,23; Hb. 8,2.6; 9,21; 10,11) En sentido de ejercicio público de la religión, colecta en favor de los necesitados, suscita la acción de gracias a Dios. (Rm. 15,26-28; 2Co. 9,1213; Flp. 4,18). En sentido de culto espiritual evangelización, fe. (Rm. 15,16; Flp. 2,16). En sentido de culto ritual comunitario cristiano única alusión a la asamblea litúrgica. (Hech. 13,2).

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Traducción de la Biblia Hebrea (de los judíos) al griego, terminada en el año 150 a.C en Alejandría por 72 sabios en 72 días. De allí su nombre “De los setenta (LXX)”.

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I.1.4.- Para los primeros cristianos En la Antigüedad Cristiana se designó el culto nuevo que surge del Sacerdocio de Cristo en los ambientes judeo-cristianos. Llegó a ser término cultual cristiano para designar la Celebración de la Eucaristía en el oriente judeocristiano (Didajé2 15,1; 1 Carta de Clemente a los corintios3 41). La Eucaristía es el ministerio público por excelencia y centro de todo el culto. Los cristianos tenían conciencia de que la Eucaristía es el centro y resumen de todo el culto cristiano. I.1.5.- Desarrollos ulteriores En el oriente griego, Leitourgia pasó enseguida a indicar el culto cristiano en general y la celebración Eucarística en particular. Hoy de hecho se indica ante todo la celebración Eucarística según un determinado rito4*. Así se habla de Liturgia de San Juan Crisóstomo, de San Basilio, de Santiago, de San Marcos, etc. En el occidente latino, en cambio, el término fue completamente ignorado. De hecho no fue latinizado, cómo había pasado con la mayor parte de los términos griegos del Nuevo Testamento. En el lenguaje occidental latino durante muchos siglos, en lugar de Liturgia se usaron términos como munus, officium, mysterium, sacramentum, opus, ritus, actio, celebratio, etc. En el mundo occidental, el término latino Liturgia reaparece en el siglo XVI en el lenguaje científico para indicar los libros rituales antiguos o en general todo lo que se refiere al culto de la Iglesia. En los siglos XVIII y XIX es adoptado también por las iglesias de la Reforma, y precisamente en el sentido amplio de culto cristiano. Así lo hacen también los documentos pontificios, sobre todo a partir de Pío X, y el código de derecho canónigo del 1917, convirtiéndose inmediatamente en el lenguaje oficial de la Iglesia Latina. Después de la Reforma del Concilio Vaticano II (que veremos más adelante), la definición de Liturgia es:

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La Didaje ó Didaché es el documento más importante que tenemos de la era post-apostólica y la más antigua fuente de legislación eclesiástica. 3 La Carta a los Corintios es un escrito del Papa Clemente, (tercer sucesor después de San Pedro) en el año 96. Esta es la primera pieza de la literatura cristiana, fuera del Nuevo Testamento de la que consta históricamente el nombre, la situación y la época del autor. 4

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El Ejercicio del Sacerdocio de Jesucristo en su Iglesia hoy, a través de signos y símbolos sensibles, mediante los cuales el hombre da gloria a Dios y se santifica en comunidad. I.2.- Lo que no es Liturgia Ahora se dirán algunas cosas que no son la liturgia, pues por la experiencia, el desconocimiento o por diversas razones se puede afirmar que la liturgia es eso que en realidad no es, por lo tanto esto nos ayudará. La Liturgia no es espectáculo sagrado, ni cumplimiento legal de ritos, tampoco un conjunto de actos religiosos privados, ni la mera expresión externa del sentimiento religioso, menos aún una catequesis ilustrada o un medio de concientización: a) Un espectáculo sagrado: no consiste en la forma oficial del culto exterior de la Iglesia; ya lo expresaba Pío XII: “No es la parte solamente externa y sensible del culto divino, ni del ceremonial decorativo” (MD5 25). b) El cumplimiento legal de ritos: Ya Pío XII decía que “la liturgia no es el conjunto de leyes y preceptos por los que la Jerarquía ordena el conjunto de ritos” (MD 5 25). Si celebramos por cumplir una norma, social o de conciencia, o por mera tradición, costumbre o mandato, nos convertimos en simples funcionarios, o en repetidores inconscientes. c) Un acto religioso privado: no puede consistir en la piedad individual hecha pública, ni en la unión de los actos religiosos privados, pues las celebraciones son comunitarias, es decir de toda la Iglesia. d) La expresión externa del sentimiento religioso: no es la manifestación de fe individual o colectiva que surge del sentimiento, pues su especificidad está en que expresa algo específico del cristianismo, pues sino cualquier tipo de oración o sentimiento sería liturgia y no es así. e) Catequesis o acción de concientización: no es una catequesis ilustrada, sino una actualización de la salvación a través de un sistema de signos. El lenguaje propio de la liturgia es el símbolo sagrado. Es cierto que la celebración supone y exige catequesis (SC 33), pero no podemos convertir la celebración en una explicación de todo lo que se hace y se dice.

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Mediator Dei. Carta encíclica del Papa Pio XII. Publicada el 20 de noviembre de 1947.

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II.- LA HISTORIA DE LA LITURGIA

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II.- HISTORIA DE LA LITURGIA Ya hemos visto lo que es el término Liturgia y cómo entró al culto cristiano, ahora hay que situarla en el tiempo. La historia de la Liturgia es muy bella y fascinante, es tan antigua y tan nueva cómo la Iglesia, hasta el punto que no se puede entender la una sin la otra. Por ello, es imposible abarcarla toda en este pequeño curso y menos en una hora, así que sólo nos limitaremos a tocar los puntos más importantes, dejando de lado muchos detalles. II.1.- La época de los inicios II.1.1.-La Liturgia de la primera Tradición Apostólica En el Nuevo Testamento no se encuentra ninguna descripción sistemática de la Liturgia Apostólica, sino más bien una serie de detalles y alusiones que tienen necesidad de una explicación diferenciada. El hecho de que, el término “Liturgia” aparezca una sola vez en el Nuevo Testamento (Hch 13, 2) para indicar el culto cristiano, no quiere decir que la primitiva comunidad apostólica no conocía formas de culto litúrgico, sino que significa más bien la novedad del culto cristiano. Sin negar las raíces judías (Aleluya, amén, hosanna, por los siglos de los siglos, etc. provienen del judaísmo), más aún, en vinculación con ellas, la Iglesia apostólica creó formas cultuales nuevas, de las que arrancan los desarrollos ulteriores de la Liturgia cristiana. Cuando el Nuevo Testamento habla de la celebración litúrgica de la comunidad, usa habitualmente los verbos juntarse y reunirse (cf. Mt 18, 20; 1 Co 11,17.20.33-34; 14,23.26; Hch 4, 31;20, 7-8; Hb 10, 25; St 2,2; etc.). Primeramente se reunían en el templo para orar, después en casas particulares (domus ecclesiae u oikoi ekklesias). Durante todo el siglo I, la eucaristía va unida a una comida real y verdadera, especialmente en las comunidades de extracción judía.

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En particular, adquiere especial importancia la reunión litúrgica en Domingo, celebrada por la comunidad como memoria semanal de la resurrección del Señor (cf. 1 Co 16, 2; Hch 20, 7; Ap 1, 10). De todo lo dicho, resulta claro que la comunidad apostólica, aun no teniendo un ordenamiento estable de la liturgia, posee ya algunas formas litúrgicas propias. Sobresale la importancia de las reuniones de oración, del bautismo y de la eucaristía. En este período cuatro factores son esenciales para la formación y el desarrollo del complejo litúrgico: el mensaje y la actividad de Jesús; el misterio de su muerte y resurrección; la conciencia de la presencia del Señor en medio de los suyo; la acción del Espíritu Santo. No hay separación alguna entre la reunión para el servicio litúrgico y el servicio de los cristianos en el mundo: hay huellas del influjo de la superación por parte de Jesús de la frontera entre sagrado y profano. II.1.2.-La Liturgia en los siglos II y III En este período, los autores que nos ofrecen noticias sobre la liturgia cristiana son, en primer lugar, los Padres apostólicos: La Didaché, Clemente Romano, Ignacio de Antioquía, Policarpo de Esmirna. Entre los padres apologistas, es importante el testimonio del filósofo y mártir Justino. De todos estos autores tenemos variadas noticias acerca de la celebración de la Pascua anual, del domingo, de los sacramentos de la iniciación cristiana, de la eucaristía, sobre la organización de la plegaria y sobre la ordenación del obispo, presbítero y diácono. En este tiempo, hallamos por primera vez textos litúrgicos, es la “Tradición Apostólica”, escrita en el 215 y atribuida a un presbítero de Roma llamado Hipólito. La Liturgia que se celebra en este periodo es improvisada pero siempre sujeta a la fiel observancia de ciertos cánones o principios tradicionales. Es decir, puntos fijos transmitidos de una generación a otra. II.1.3.-El giro del siglo IV El edicto de Milán del año 313 por el emperador romano Constantino, dio la paz a la Iglesia, pero abrió la comunidad eclesial al mundo circundante y al imperio romano, 13


provocando no sólo fáciles conversiones, sobre todo en las ciudades, sino también un inevitable contacto con ciertos elementos culturales que hasta aquel momento habían quedado más o menos excluidos del ámbito cristiano. Ello tuvo consecuencias también en el campo litúrgico. Estamos ante pleno desarrollo de las formas litúrgicas. Las celebraciones, especialmente en las grandes ciudades, tienen lugar ahora en espléndidas “basílicas” construidas sobre todo con la ayuda del emperador y los miembros de su familia. Ello comporta una liturgia más solemne. De las casas privadas (domus ecclesiae) se ha pasado a un verdadero templo y el templo exige el “altar”. De ahí que la idea de la mesa, que se coloca en el momento oportuno, pasó a segundo plano, y cada vez más adquirió la línea externa de altar fijo, exigida por una visión nunca olvidada del todo y de la que también el Antiguo Testamento estaba lleno. Junto a las iglesias principales se construye el “baptistero”. Por voluntad del emperador, los obispos son equiparados a los más altos funcionarios del imperio. La valoración social del obispo y de su clero conduce también a un solemne vestido de tipo oficial: túnica, paenula o toga y mappula romana, del que se desarrollará la vestidura litúrgica en sentido propio cuando, después del siglo V, el antiguo vestido masculino romano (túnica y toga) cede el puesto a la vestidura gálico-germánica con su forma corta (pantalones y camisas). Los ministros de la liturgia mantuvieron las antiguas vestiduras festivas romanas, convertidas luego en los ornamentos sagrados. La celebración del domingo se impone protegida por la ley del Estado. En la segunda parte del siglo IV, se perfila la estructura definitiva del año litúrgico, con el ciclo pascual y el navideño. Para la elaboración de la oración, especialmente para el desarrollo de la cotidiana “oración de la horas”, es de particular importancia la consolidación del monaquismo en el siglo IV. Las vicisitudes de este período nos enseñan que el culto cristiano, sin dejar de ser nunca un culto “espiritual”, no se escapó, sin embargo, del impacto de las situaciones concretas del ámbito histórico, social y cultural en el que estaba inserto. II.1.4.-Las “familias litúrgicas” La liturgia cristiana ha adoptado, según el territorio y cultural ha donde se ha anunciado el Evangelio, formas diversas. El principio de esta diversidad no se encuentra 14


en la lengua empleada ni en la confesión dogmática (verdades de fe) de los que la celebran, sino el principio de distinción es, por lo menos de los orígenes, geográfico. Sería muy agotador entrar en el estudio y en la particularidad de cada rito o familia litúrgica, no es nuestro propósito y no hay tiempo para ello lamentablemente. Pero si nos debe de quedar claro que a lo largo de la historia, la Liturgia que hoy celebramos ha tenido considerables cambios, pero lo esencial sigue intacto y nunca cambiará. En esa diversidad de cambio y en esa “salida” de los primeros cristianos se han formado diversas “familias litúrgicas”, que son católicas aunque no celebren su fe de la misma manera que nosotros. Hacemos un listado de ellas, para conocer toda la riqueza y la variedad de familias litúrgicas que ha tenido la Iglesia católica o se han desprendido de ella. Las liturgias occidentales Africana (norte de África) Romana Galicana Celta Hispánica - Mozarábica Ambrosiana Las liturgias orientales Familia antioquena Siro orientales (rito nestoriano, o persiano, o asirio, o caldeo) Nestorianos Caldeos (católicos) Malabareses (católicos) Siro occidentales (rito siro antioqueno) Siro «jacobitas» (monofisitas) Siro antioquenos (católicos) Siro jacobitas de India Malankareses (siro católicos) Siro occidentales (rito maronita) 15


Siro maronitas Bizantinos Bizantinos griegos Bizantinos eslavos Bizantinos árabes, o Melkitas Bizantinos albaneses Bizantinos georgianos Bizantinos ucranios Diáspora bizantina Armenos Rito armeno Familia alejandrina (rito copto) Coptos (monofisitas o católicos) Etíopes (monofisitas o católicos) Nosotros pertenecemos a la Liturgia Romana. Los textos verdaderos y propios de nuestra liturgia provienen principalmente de tres sacramentarios6: Sacramentario veronense (de la segunda mitad del siglo VI), Sacramentario gelasiano antiguo (siglo VI), el Sacramentario gregoriano (siglo VII). Los textos que todavía hoy usamos en la liturgia romana provienen en gran parte de esta antigua tradición. Confrontando los elementos formales de la liturgia romana con los de las liturgias orientales y de las otras liturgias occidentales, observamos su simplicidad precisa, sobria, breve, no verbosa, poco sentimental; su disposición clara y lúcida; su grandeza sagrada y humana al mismo tiempo, espiritual y de gran valor literario. Entre los elementos teológicos característicos hay que destacar que la oración se dirige generalmente al Padre, por Cristo, en el Espíritu Santo.

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Los “sacramentarios” son los libros en que - hasta la época carolingia y más allá - el obispo o el sacerdote encuentra reunidas las oraciones de la misa y de las otras acciones litúrgicas.

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II.1.5.- La Liturgia occidental en la Edad Media El desarrollo de la liturgia occidental, en el largo período medieval, está hecho de adaptaciones y de reproducciones más que de creaciones originales. La creatividad se manifiesta más bien en la periferia de la acción litúrgica: oraciones privadas para los fieles o incluso para el celebrante, prosas y secuencias, oficios de devoción, etc. luego, se parte de la multiplicidad de ritos para llegar a la uniformidad establecida en el siglo XVI por el Concilio de Trento. La edad franco – carolingia Aquí se da un proceso de transición al fusionarse la liturgia romana con la liturgia galicana. Tanto los pontífices de esta época como las autoridades civiles quieren unir sólidamente los pueblos germánicos a Roma. En esta época “carolingia”, el monje benedictino Alcuino y su discípulo Amalario, consejeros del Emperador Carlomagno, introducen la explicación alegórica de la liturgia de la misa. El alegorismo intenta traducir el significado de los signos – símbolos litúrgicos en extrañas y fantásticas aproximaciones bíblicas, con el resultado de reducir los ritos a una especie de espectáculo popular7. En esta época se instaura el feudalismo y esto repercute en la liturgia. Aparece un individualismo litúrgico-devocional. El devocionalismo constituye el sucedáneo de la liturgia, ya que al subrayar la espontaneidad y la intensidad de los sentimientos religiosos, tiende a crear todo un espacio de prácticas devotas y de expresiones cultuales que terminan suplantando e incluso distorsionando la misma piedad cristiana. Decadencia romana e influjo germánico Al caer el imperio carolingio, nacía y se imponía la civilización germánica al subir al trono Otón I (+973). Esto también repercutió en la Liturgia. 7

Un ejemplo muy alejado de esto podría ser: La sotana del sacerdote debe de tener 33 botones porque Cristo vivió 33 años. Las vinajeras son dos por que representan el AT y el NT. Hay 7 canastas de colecta porque son 7 los sacramentos, etc.

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Los libros litúrgicos salidos de Roma en el estilo romano puro, retocados en Galia y Alemania, retornaron después manipulados a Roma que se los hizo propios. De este modo, la antigua liturgia romana vuelve en forma franco-germánica a Roma y de allí, en cuanto “liturgia de la curia romana”, iniciará su camino como liturgia unitaria de Occidente. La reforma gregoriana Con el papa Gregorio VII (1073 – 1085) se inicia en Roma una fase de consolidación, no sólo de la vida eclesiástica en su conjunto, sino también de la liturgia. Él quiere moralizar al clero y por ello le pone un gran énfasis a la liturgia. La liturgia, en efecto, exige a quien la debe presidir dignidad, santidad y coherencia de vida. De este modo se intenta restituir al clero una imagen de dignidad perdida. La “vuelta a lo antiguo” fue un criterio de su reforma, de hecho se redujo, al no conocer la situación histórica real, la organización y aceptación definitiva de la estructura fundamental de la liturgia romano – franco – germánica. Las metas del Papa son: aumentar el aprecio por el sacerdocio; cultivar el sentido del misterio ante la acción litúrgica, y conceder espacio a las devociones aunque bajo forma litúrgica. Como vemos, ante el bien que se realizó, los laicos están en un segundo plano, la liturgia se iba clericalizando cada vez más. Antes de Trento Después del Papa Gregorio VII, hubo una serie de reformas pero todas en el ámbito de la liturgia de la capilla papal. Con el tiempo, la participación activa disminuye hasta tal punto que se termina confiándolo todo al sacerdote, con lo que se acentúa cada vez más su papel; es ahora el único verdadero actor (en el misal plenario estaban todas las oraciones, antífonas y lecturas), mientras que los fieles asisten más bien pasivamente. Se dio una complacencia en acumular, repetir (por ejemplo, las misas), complicar las formas del arte, en la liturgia o en la piedad popular. 18


II.1.6.- Del concilio de Trento al “movimiento litúrgico” El concilio de Trento surgió como respuesta a la gran critica por parte de los nacientes “protestantes”8 a la Iglesia católica. En lo que corresponde a nuestro tema, pusieron a la liturgia romana bajo acusación no sólo desde el punto de vista teológico, sino también en su celebración. Los Obispos que se reunieron en Trento (1545 – 1563), trataron ante todo las cuestiones eclesiales más urgentes planteadas por la reforma protestante; a reformas propiamente litúrgicas se llegó sólo en el último período. Se definió el carácter sacrificial de la misa y su valor propiciatorio tanto para los vivos como para los difuntos. Afirmó también la legitimidad de las misas en que sólo comulgaba el sacerdote o estaba totalmente ausente el pueblo, así como la legitimidad de las misas en honor de los santos. Finalmente, declaró el canon de la misa inmune de errores. Se puso fin al arbitrio de los sacerdotes en el uso de las oraciones y los ritos de la misa; se borro todo lo que tuviera tinte de superstición, estableció que sobre todo el desarrollo de la liturgia tenían que vigilar los obispos, los cuales tenían especialmente el deber de impedir todo abuso. La tarea de formular los libros litúrgicos recayó en los Papas, así que Pio V, presentó el “Breviarium romanum” (1568), y posteriormente, el “Missale romanum” (1570). En ellos se contenían todas las rubricas para celebrar la Santa Misa. La fiel observancia de las normas litúrgicas era obligatorio para todos y quien velaría por ello sería la Congregación de los ritos, instituida por Sixto V en 1587. La obra reformadora de Trento tiene que ser valorada porque salvó la liturgia de la crisis del siglo XVI. Pero fue una obra limitada: al mismo tiempo que fijaba la liturgia para superar la situación caótica de la época, la alejaba también de la vida real, la convertía casi en una forma “congelada”, obligando a la piedad de los fieles a alimentarse con las formas de piedad popular y devocional, y dando origen así inconscientemente a la cultura religiosa del Barroco. Por otra parte, al afirmar la legitimidad de un mínimo, por ejemplo 8

En el siglo XVI, algunos fieles se separaron de la Iglesia Católica, formando su propia “iglesia”, sobresalen Martín Lutero, Calvino, entre otros. En México, a los que coloquialmente llamamos “protestantes” en realidad son sectas estadounidenses.

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la comunión bajo sólo la especie del pan, impulsaba la búsqueda de la “validez” sin ningún intento de revalorizar los signos sacramentales. La liturgia en la época barroca El Barroco es un gusto y un estilo formado en el arte y en la literatura del siglo XVII, con tendencias a efectos caprichosos, inusuales, declamatorios, ilusionistas y escenográficos. Se trata de una época que creció en el espíritu del catolicismo renovado por el concilio de Trento y por sus fieles ejecutores, los grandes papas y obispos de aquel tiempo. Hay conciencia de haber salvado la fe y la Iglesia, de estar en la verdad; está el entusiasmo de la victoria y el triunfo. La cultura barroca es fundamentalmente festiva. El sentido barroco de la vida lleva a celebrar la liturgia oficial de la Iglesia con una pompa cada vez mayor. La misa es considerada como “un banquete para los ojos y para los oídos”. Es el espectáculo de la corte del Gran Rey. Aparecen las procesiones del Corpus Christi. Durante la misa los fieles rezaban el rosario o las “devociones de la misa”, que se encontraban en los numerosos libros de oración. La liturgia en la ilustración La ilustración es un movimiento filosófico-cultural de dimensión europea, del siglo XVIII, que se proponía combatir la ignorancia, el prejuicio, la superstición, aplicando el análisis racional a todos los campos posibles de la experiencia humana. Por influjo de esta cultura, se vio la liturgia más claramente bajo el aspecto de la utilidad para la pastoral, se acentuó su carácter comunitario y se intentó lograr una mayor simplicidad y racionalidad. En lucha contra la cultura barroca, se quiere encontrar el camino hacia la esencia lógica de la liturgia. El sínodo de Pistoia (1786), fue un intento de reforma litúrgica, pero fue condenado, pero podemos decir que con esto se empezaba a incubar el movimiento litúrgico en plena ilustración. Siglo XIX En este tiempo se surge el romanticismo, que también influye en el seno de la iglesia. Este movimiento propugna una nueva visión del mundo y un tipo de sensibilidad

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basados en el culto de las tradiciones y de la historia, en el individualismo animado por la fantasía y el resentimiento. En este tiempo se quiere restaurar y reconstruir lo que se supone destruido en la ilustración. Para ello busca una vinculación estrecha con Roma y con los tiempos de la alta Edad Media. Exponente destacado de tal actitud es el abad benedictino Prospero Guéranger (+1875), fundador de la abadía de Solesmes. También se empiezan a desarrollar estudios históricos de los Padres de la Iglesia que ayudará grandemente para la reforma posterior. El movimiento litúrgico del siglo XX El movimiento litúrgico del siglo XIX fue autónomo, más controlado que ayudado por los organismos jerárquicos. No así el del siglo XX. En el mismo podemos distinguir la obra de los papas y la acción de los teólogos y pastores. El motu proprio Tra le sollecitudini de Pío X, de 22 de noviembre de 1903, expresa la preocupación por “una participación activa en los sacrosantos misterios y en la ración pública y solemne de la Iglesia”. Podemos decir que esta afirmación pone el fundamento para el inicio de la verdadera fase pastoral del movimiento litúrgico. El benedictino belga Lambert Beaudouin (+1960) la convirtió en la consigna de su trabajo litúrgico-pastoral. Su intervención en el congreso nacional de las obras católicas de Malinas (1909) se considera el momento en el que el movimiento litúrgico se abre a horizontes más amplios que los monásticos. En dicho congreso Beaudouin proclamó que la liturgia constituye la catequesis fundamental de la doctrina cristiana y el medio más eficaz para estimular y alimentar la vida espiritual. Tras la primera guerra mundial, el movimiento se difundió en Alemania. Fue sobre todo la abadía de Maria Laach la que promovió la compresión y la participación en la liturgia: sobresale en particular Odo Casel (+ 1948), el cual, con sus estudios patrísticos y de ciencia de las religiones, llega a la convicción de que la liturgia es la celebración de los misterios, en la que el “misterio primordial”, Jesucristo, se hace presente con su obra salvífica como portador de salvación. Mientras los monjes de Maria Laach se dirigían ante todo a los teólogos, Romano Guardini (+1968) llevaba el “espíritu de la liturgia” a las filas de los jóvenes estudiantes, y Pius Parsch (+1954) en Austria, se preocupaba especialmente por la dimensión parroquial y popular del movimiento litúrgico.

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La buena marcha del movimiento litúrgico no se vio libre de oposiciones y sospechas, que provocaron vivaces discusiones. Una voz importante en este debate fue la de Pío XII, que publicó en 1947 la encíclica Mediator Dei, documento decisivo para la causa litúrgica que precisa algunos conceptos y reconoce los esfuerzos llevados a cabo por el movimiento litúrgico. El mismo papa emprendió algunas reformas parciales de la liturgia, que luego prosiguió Juan XXIII hasta la víspera del concilio Vaticano II.

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iii.- SACROSANCTUM CONCILIUM

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III.- EL CONCILIO VATICANO II Y LA LITURGIA El concilio vaticano II, y en particular la constitución Sacrosanctum Concilium constituyen la última etapa de la historia de la liturgia a sí mismo un momento de especial importancia doctrinal. El interés del documento sobre la sagrada liturgia se concentra no en los ritos en sí mismos, sino en los contenidos de fe que tienen que expresar. La finalidad de la “Sacrosanctum Concilium”, como todo el Vaticano II, es eminentemente pastoral. Pero si la finalidad es práctica, es la teoría la que la caracteriza y la justifica. III.1.- La constitución sobra la liturgia Sacrosanctum Concilium La constitución sobre liturgia fue promulgada en el aula conciliar el de diciembre de 1963. Fue el primer documento promulgado por el vaticano II. En los números 5-13 tenemos un verdadero compendio de teología litúrgica9 que sintéticamente, constituye el fruto del camino recorrido por el movimiento litúrgico. III.1.1.- Clave de lectura teológica. En la exposición histórica también hemos constatado que, al prevalecer durante mucho tiempo, sobre todo a partir de Trento, una visión de la liturgia estático-jurídica el valor de la misma se ha concentrado en l hecho de ser un rito ejecutado externamente de acuerdo con unas determinadas normas rubricales. Estas dos visiones ya fueron autorizadamente rechazadas por la encíclica Mediator Dei, de Pío XII por ser demasiado restrictivas. La Sacrosanctum Concilium tiene un modo característico de afrontar el discurso sobre la liturgia. El tema litúrgico no aparece como conclusión de un discurso sobre la naturaleza del culto en clave genéricamente religiosa y sobre las formas de su realización, sino que coloca la liturgia en el contexto de la Tradición, es decir, transmisión del misterio salvífico de Cristo través de un rito de un modo siempre nuevo y siempre adaptado a la sucesión de los tiempos.10 La visión estático-jurídica se supera colocando la liturgia en una perspectiva dinámico-teológica: la liturgia es vista como acción misma de Cristo en su Cuerpo que es la Iglesia (SC7). Cristo es el agente principal en el rito y con el rito. De este modo se vuelve a entrar en la línea sacramental originaria de la liturgia, la cual continúa el misterio de 9

Naturaleza de la sagrada liturgia y su importancia en la vida de la Iglesia Las que hemos llamado “tradiciones “(litúrgicas) aparecen así tal como son verdaderamente: interpretaciones del rito condicionadas, por lo menos en parte, por el tiempo y por el lugar en que nacieron. 10

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Cristo en la forma de misterio cultual. El misterio de Cristo y la historia de la salvación no son realidades distintas, sino una sola cosa: toda la historia de la salvación está centrada en el misterio de Cristo y este misterio es el fulcro de la historia salvífica. III.1.2.- Puntos doctrinales sobre la naturaleza de la liturgia “Se considera la Liturgia como el ejercicio del sacerdocio de Jesucristo. En ella los signos sensibles significan y, cada uno a su manera, realizan la santificación del hombre, y así el Cuerpo Místico de Jesucristo, es decir, la Cabeza y sus miembros, ejerce el culto público íntegro.” Este concepto de liturgia debe ser leído en el contexto doctrinal más amplio de la misma constitución conciliar y completado con otros documentos del mismo concilio, especialmente la constitución sobre la Iglesia Lumen Gentium. Indicamos a continuación alguna de sus dimensiones doctrinales que la Sacrosanctum Concilium pone de relieve. III.1.3.-Liturgia y economía sacramental de la salvación. Orígenes11 ( +253) organizó la visión del cristianismo en torno a la noción central de Mysterion. Para él, misterio es una realidad divina mediata, es decir, hecha manifiesta y comunicada a través de los signos sensibles. El misterio primordial. El misterio primordial es Cristo, en cuanto en él l humanidad es un signo que manifiesta y comunica la realidad divina. Como derivación del misterio de Cristo tenemos el misterio de la escritura. Del misterio de Cristo deriva luego el misterio de la Iglesia, signo e instrumento de la salvación, y el misterio cultual que expresa de forma privilegiada la actividad salvadora de Cristo en su Iglesia. En la Iglesia griega, en los siglos IV-V, indica toda la actividad litúrgica de la Iglesia, los ritos propiamente sacramentales y los demás ritos. La iglesia latina con la misma convicción utiliza el mismo término aunque poco después lo traduce al latín como sacramentum. Por mucho tiempo se utilizan como sinónimos por los santos padres. A partir del S XII, la cualificación de “sacramento”, sólo se reconoció a los siete grandes signos sacramentales. Es sabido que la teología en los años precedentes al Vaticano II recuperó la grandiosa visión de los Padre de la Iglesia. Los sacramentos propiamente dichos son 11

Es uno de los llamados Padres de la Iglesia. La importancia radica en que son inmediatos sucesores de los apóstoles y testigos inmediatos de la tradición cristiana reciente, por decirlo así, porque bebieron de las fuentes primeras.

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considerados las formas sobresalientes de una sacramentalidad más grande que es la Iglesia. Esta concepción aparece en SC 5; SC 26; LG 9, 48, 59, etc. Cristo instituyó la Iglesia a imagen de la encarnación, de modo que fuese humana y divina y que en ella se cumpliese la salvación de los creyentes, especialmente por medio de los sacramentos, los cuales no tienen que separarse del conjunto de la liturgia, de la que son el núcleo y el centro. III.1.4.-Liturgia y misterio pascual El enmarcamiento de la liturgia en la economía sacramental de la salvación, entre otras consecuencias, tiene la de dar un fuerte relieve al misterio pascual. El culto cristiano es el culto que Cristo inició en su vida mortal, llevó a su estadio definitivo con muerteresurrección y prolonga en la Iglesia como su cabeza celestial. Al describir los diferentes tiempos de la revelación del designio salvífico de Dios en la historia la SC 5 termina reconociendo en Cristo la realización concreta de este designio. La redención-salvación de los hombres es prefigurada en el AT, empieza en la encarnación del Hijo de Dios y se cumple en el momento de la muerte-resurrecciónascensión de Cristo. Por eso el eje y el centro de todo el plan creador y salvador del Padre es Cristo glorioso. La realidad de la redención (reconciliación del hombre con Dios y perfecta glorificación de Dios) obrada por Cristo es colocada no solo en el centro de la historia de la salvación sino también en el centro de la liturgia de la Iglesia. La SC al hablar de la actualización del misterio pascual de Cristo a través de signos rituales, introduce el discurso sobre la liturgia, la cual es vista como actualización de la salvación realizada por Cristo en el misterio de la Pascua (n° 6). III.1.5.-Liturgia e Iglesia Puede verse en las encíclicas Mystici corporis y Mediator Dei liturgia y eclesiología son inseparables. La eclesiología de dichos documentos, sin embargo, es sobre todo la de la sociedad perfecta, en una versión más refinada. En cambio la eclesiología del Vaticano II es sobre todo eclesiología de comunión, que pone en el primer plano la naturaleza de la Iglesia como comunión ontológica, sobrenatural, y sacramental de vida divina. En SC se afirma: “Las acciones litúrgicas no son acciones privadas, sino celebraciones de la Iglesia, que es sacramento de unidad, esto es, pueblo santo, congregado, y ordenado bajo las dirección de los obispo” (n° 26). La relación concebida 28


hasta entonces era entre liturgia e Iglesia jerárquica. La Iglesia pueblo de Dios en su totalidad es el lugar donde Cristo ejerce su sacerdocio, es decir, el medio eficaz de la íntima unión del hombre con Dios. III.1.6.-Liturgia y escatología La acción de Cristo en la Iglesia está orientada hacia la plenitud escatológica. Al final de la breve exposición teológica sobre la naturaleza de la liturgia, la SC afirma: “En la liturgia terrena pregustamos y participamos en la liturgia celeste que se celebra en la ciudad santa, Jerusalén, hacia la que nos dirigimos como peregrinos, donde Cristo está sentado a la derecha del Padre…(n° 8). En este texto predomina la idea de la contemporaneidad de lo eterno en el presente y de la comunión entre la Iglesia peregrina y la celestial, pero siempre en la dimensión de espera. También aquí se acentúa fuertemente el aspecto de comunión y, por tanto, la dimensión del inicio ya en esta tierra de la vida futura, como primicia y garantía, y la participación, en la comunión de los santos, en la vida de la Iglesia celestial. El lugar de dicha participación y comunión es siempre la liturgia, de modo especial la eucaristía. III.2.- La reforma litúrgica promovida por el Concilio Vaticano II La exigencia de reforma general de la liturgia había ido madurando desde tiempo atrás en la conciencia eclesial. En varias ocasiones se había hecho portavoz de la misma el movimiento litúrgico. En el pontificado de Pío XII la posibilidad de una reforma litúrgica fue aceptada concreta y tímidamente de forma oficial. Los criterios que guiaron dicha reforma serán indicados y a continuación las fases de su ejecución. III.2.1.-Los criterios de reforma Los criterios inspiradores de dicha reforma de basan ante todo en un dato fundamental de orden teológico, convalidado también por el estudio de la evolución histórica de las formas cultuales: “La liturgia consta de una parte inmutable, por ser de institución divina, y de partes sujetas a cambio que, en el curso de los tiempos, pueden o incluso deben variar, si acaso se hubieran introducido en ellas elementos que o no corresponden adecuadamente a la naturaleza de la misma liturgia o se han llegado a ser menos apropiados.” (n° 21)

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III.2.2.-Inteligibilidad de los textos y de los ritos por parte de los fieles Este principio, sin embargo, tiene que conjugarse con el carácter mistérico de la misma liturgia, íntimamente vinculada al dato revelado y, por tanto, a la palabra de Dios. De ahí proviene una concesión de una parte más amplia a la lengua vulgar, una lectura más abundante de la sagrada escritura, la deseada simplicidad y la linealidad de la celebración, la funcionalidad de la amiente en el que se desenvuelve la acción litúrgica y la necesidad de una adecuada iniciación al signo litúrgico. III.2.3.-Vinculación entre tradición y progreso El estrecho vínculo entre tradición y liturgia requiere, en un mundo en continua transformación, que “las novedades se desarrollen, en cierto modo, orgánicamente y a partir de las formas ya existentes” (CS 23). La Iglesia no inventa ex toto nuevas formas litúrgicas y nuevos ritos, sino que los renueva en el surco de la tradición. III.2.4.- Dimensión eclesial de la celebración De este carácter comunitario-jerárquico de la liturgia, así como del hecho de que siempre se celebra en el seno de una comunidad local concreta, derivan diversos corolarios para la ejecución de la reforma; en particular: la preferencia de la celebración comunitaria. III.2.5.- Competencia de la jerarquía en la reforma Aún reafirmando el principio de una sustancial unidad y centralización, establece que se deleguen varios poderes en materia litúrgica a las conferencias episcopales nacionales y diócesis. El concilio retoma algunos aspectos anteriores a Trento, al menos en la responsabilidad de cada obispo en las celebraciones, su ordenamiento, y su animación. III.2.6.- La ejecución de la reforma Se ha llevado a cabo pasando por tres fases principales: el paso gradual del latín a las lenguas vivas, que fue más amplio de lo que había previsto la Sacrosanctum Concilium n°33. La revisión de los libros litúrgicos y la progresiva publicación de los nuevos, con su traducción iniciada en 1969. La tercera fase, más compleja y delicada, de la adaptación de

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ritos confiada a las conferencias episcopales bajo la guía de los organismos centrales de la santa sede. A esta parte oficial hay que añadir el compromiso de profundización y divulgación llevado a cabo por revistas especializadas, organismos de promoción, instituciones culturales, asociaciones y expertos, con el fin de ayudar a la comunidad eclesial a entrar en la plena comprensión y favorecer la adecuada aplicación de la reforma.

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IV.- EL MISTERIO PASCUAL

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IV.- MISTERIO PASCUAL La realidad y el término de “Misterio Pascual” fue una de las recuperaciones más felices del movimiento litúrgico en el siglo pasado. Aparece frecuentemente en los documentos del Concilio Vaticano II. La SC (Sacrosanctum Concilium) la pone como base de su reflexión teológica sobre la Sagrada Liturgia. IV.1.- El Misterio Pascual de Cristo La Liturgia es la presencia y actualización de la obra de Cristo, la cual tiene como centro su Misterio Pascual. El Catecismo de la Iglesia Católica considera la Liturgia como la celebración del Misterio Pascual de Jesucristo. El Lenguaje bíblico y litúrgico se ha referido con el nombre de Misterio Pascual a toda la obra salvadora de Cristo en su dimensión dinámica, teniendo como foco o centro de referencia la Muerte y Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo. El Misterio Pascual no es simplemente la Muerte y Resurrección como dos actos sucesivos, sino el paso de uno al otro, el movimiento, la unidad dinámica del primer al segundo momento de esta realidad indivisible. La Muerte y Resurrección de Cristo no es una realidad estática, sino dinámica. La Pascua es el misterio de la vida brotando de la muerte, el tránsito de este mundo a Dios realizado por Jesucristo en beneficio de su Iglesia. El salvador pasa a través de la muerte para vencer a la muerte y recibir el señorío y la glorificación universal, y a la vez da vida y hace pasar con Él a toda la humanidad a la vida divina y a la herencia del Padre. Este dinamismo pascual es de orden sacramental. Es decir, mediante las celebraciones litúrgicas, sobre todo de los sacramentos pascuales (Bautismo y Eucaristía), el pueblo de Dios entra el paso de la muerte a un orden nuevo de resurrección por el que Cristo lo va conduciendo. El primer principio es la actualización del Misterio Pascual de Cristo en la liturgia de la Iglesia. “Del costado abierto de Cristo dormido en la Cruz nació el sacramento admirable de la Iglesia entera” (SC 5). En el Bautismo, somos sepultados con Cristo para que vivamos una vida nueva. Cada vez que celebramos el memorial de la muerte del Señor (La Eucaristía) se realiza la obra de nuestra Redención. Cada domingo celebramos el Misterio de su Pascua. La noche de Pascua ha ser la fiesta de las fiestas en el año litúrgico. La Muerte de Cristo en la Cruz y su Resurrección constituyen el centro de la vida de la Iglesia.

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De la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo, todos los sacramentos y sacramentales reciben su poder. Esta obra de la redención humana y de la perfecta glorificación de Dios, Cristo la realizó principalmente por el Misterio Pascual. Con su Muerte destruyó nuestra muerte y con su Resurrección restauró nuestra vida. IV.1.1.- Precisiones terminológicas El vocablo Misterio Pascual se usa desde el siglo II. Une el concepto de Pascua, de origen judío, con el concepto de Misterio, de origen griego. Por primera vez hayamos la expresión “Misterio Pascual” en Melitón de Sardes, en la Homilía de Pascua pronunciada entre el 165 y el 185. Este misterio es identificado con el Misterio del Señor. Está prefigurado en Abel, Isaac, José, Moisés, los profetas perseguidos, el cordero sacrificado, anunciado por los profetas, y realizado en Cristo. El vocablo Misterio Pascual recapitula toda la economía de salvación realizada en Cristo y comunicada a la Iglesia a través de los sacramentos. La palabra griega mysterion (misterio) procede de “myeo” = iniciar, “myo” = cerrar, “mystés” = iniciador, guía. Surgió hacia el siglo VI antes de Cristo. Y se fue desarrollando y adquiriendo nuevos sentidos. Haremos un pequeño recorrido para ver esos nuevos sentidos. IV.1.1.1.- Misterio a) En el helenismo religioso, se llama Misterios a los ritos secretos reservados a iniciados. b) Para los filósofos designan las doctrinas. c) Aparece en las versiones griegas del Antiguo Testamento con el sentido de rito pagano, también de anuncio de acontecimientos futuros, o plan divino secreto. (Tb 12, 7; Jdt 2,2; Dn 2,18-19.27-30). d) En el Nuevo Testamento, los Evangelios Sinópticos llaman Misterio al Reino de Dios, oculto a las masas pero revelado a los elegidos: Mc 4,11; A ustedes Dios les ha confiado el misterio de su Reino. Mt 13,11; A ustedes Dios les concede conocer los misterios del reino de los cielos, pero a ellos no. Lc 8,10. A ustedes Dios les concede comprender los misterios de su reino…

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e) En los escritos paulinos es: Aquel designio oculto que Dios tenía de salvarnos, desde toda la eternidad, y que ha manifestado y realizado en Cristo, en la plenitud de los tiempos; y es confiado a los apóstoles y a la Iglesia para que lo anuncien y lo haga realidad en los creyentes. (Ef 3,3-9; Col 1,26-27; 2,2-3; 4,3; 1 Tm 3,16; 1Cor 2,7; Rm 16,25). f) Desde el siglo II, entre los cristianos adquiere un significado múltiple: - Acciones salvíficas, - Personas y acontecimientos que aluden a Cristo y a su obra redentora. g) Orígenes designa como Misterio a toda la Historia de la Salvación: En los misterios del Antiguo Testamento Dios reveló y ocultó a la vez el Misterio de Cristo. El Misterio de la Iglesia es el Misterio de Cristo en nosotros. h) Comenzaron a designarse como misterios los ritos cristianos: El Bautismo y la Eucaristía. Posteriormente se empezó a usar en las oraciones de la liturgia romana. i) Después de un tiempo en el que ya no se utilizó tan ampliamente, los iniciadores del Movimiento Litúrgico redescubrieron el término, sobre todo Odo Casel. IV.1.1.2.- Pascua El término pascua. Aparece 49 veces en el AT indicando en 34 de ellas el rito de la luna llena de primavera, y otras 15 el cordero inmolado en tal ocasión. La teología israelita la asoció a la liberación de la esclavitud de Egipto y su conmemoración ritual (Ex 12,13.23.27). En el NT usaron la categoría pascual para expresar la intervención de Dios en Cristo. La redención de Cristo sustituye la liberación pascual del AT, y el sacrificio de Cristo al sacrificio del cordero, la Eucaristía sucede a la Cena Pascual. La terminología paulina tiene resonancias de la Pascua y el éxodo. Hebreos describe a Jesús como el Moisés de la Nueva Alianza y el definitivo Sacrificio Pascual. Cristo es nuestra Pascua inmolada (1 Cor 5,7), el cordero sin mancha ni arruga (1 Pe 1,18-19). En el Nuevo Testamento: Pascua histórica, que consiste en el acontecimiento de la Muerte y Resurrección de Cristo, y de una Pascua ritual que actualiza sacramentalmente este acontecimiento que es la Eucaristía. Después de haber visto estos dos conceptos y su evolución histórica, a continuación abordaremos el tema de la Resurrección. 36


IV.1.2.- La Resurrección, cumplimiento de la Pascua. En el Misterio Pascual tenemos tres elementos: una situación de muerte; la vida que brota de la muerte; una intervención especial de Dios. La Resurrección no es un añadido, sino parte de la Pascua. La muerte de Cristo, lejos de ser un final, es un comienzo. La muerte es ruta hacia la resurrección. Es la vida divina del Hijo de Dios extendida a toda la humanidad. La victoria supone un combate previo: lucharon vida y muerte en singular batalla. Con su muerte venció nuestra muerte. Nosotros también pasamos de la muerte a la vida (1 Jn 3,14; Rm 4,23-25; Col 2,11-13). La vida brota de la muerte, no por un proceso natural, como el grano de trigo que produce fruto, sino por un milagro: nueva creación. Admirablemente fuimos creados, pero más admirablemente aún fuimos redimidos. Es una intervención libre y personal de Dios en la historia. IV.2. La Iglesia celebra en la Liturgia el Misterio Pascual. La vida cristiana consiste en realizar en la vida diaria el Misterio Pascual de Cristo, realizado en nosotros en el Bautismo y nutrido en el Convite Pascual de la Eucaristía. Renunciando al pecado, vivimos cada día en novedad y libertad (Rm 6,3-11). Toda nuestra existencia consiste en realizar en la vida el Misterio que celebramos en los sacramentos. Suplicamos que todo el Cuerpo de Cristo se convierta en una ofrenda agradable al Padre, para cantar sus alabanzas. Anunciamos así la Muerte del Señor hasta que Él venga (1 Cor 11,26). La celebración litúrgica sintetiza y condensa la vida ordinaria, hecha participación de la Muerte y Resurrección de Cristo. La reforma litúrgica del Vaticano II afirma que no sólo el domingo, el triduo pascual y las diversas celebraciones del Misterio de Cristo son celebraciones del Misterio Pascual, sino que también las memorias de los santos y la liturgia de las Horas, así como los sacramentos, celebran en globalidad el Misterio Pascual de Cristo. En las celebraciones, el Señor, muerto y resucitado, reina en nosotros. Celebramos el plan de salvación de Dios y todo el conjunto de hechos salvíficos mediante los cuales ha sido realizado ese proyecto. Celebramos ritualmente la memoria de la Pascua y la Alianza nueva. Para concluir los dos primeros apartados del tema Misterio Pascual, podemos decir que:

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El Misterio Pascual de Jesucristo es el acontecimiento histórico de su Pasión, Muerte, Resurrección y Ascensión, que tiene como significado el paso de Cristo de este mundo a su Padre, en una dinámica de humillación humana y exaltación divina, y nuestro paso en Cristo hasta el Padre siguiendo la misma dinámica. El Misterio Pascual no es una teoría, sino una Persona: Cristo y su acontecimiento salvador, en el cual Él es templo, altar, culto y sacerdote. IV.3. El Misterio Pascual en San Melitón de Sardes, San León Magno y en los textos del Misal Romano. Ya vimos lo que es el Misterio Pascual de Cristo y como la Iglesia lo celebra en la Liturgia, ahora haremos un recorrido por el tiempo para llegar a San Melitón de Sardes, que es el primero que lo utiliza, e iremos con el Papa San León Magno, el cual aportó mucha riqueza teológica a las oraciones y a los ritos de la Liturgia romana. IV.3.1.- San Melitón de Sardes La expresión “Misterio Pascual” aparece en la homilía atribuida a Melitón de Sardes: La homilía sobre la Pascua (años 160 – 170). San Melitón es el iniciador del género homilético pascual de los Santos Padres. Es comentario litúrgico de Ex 12. 3-28, en función de la celebración de la Pascua. Para él no hay contradicción ni oposición entre la Pascua judía y la Pascua cristiana. El hilo conductor de la homilía es la Pasión de Cristo, como la gran intervención de Dios en la historia humana para llevar a cabo la obra de la redención universal. Melitón hace ver que la obra de la salvación es un misterio universal. Explica el misterio de la Pascua, que es preciso captar con los ojos de la fe, es la realidad prefigurada, anunciada y simbolizada y contenida en la Pascua antigua: “¡ Oh misterio sorprendente e inexplicable! La inmolación del cordero resultó ser salvación de Israel, y la muerte del cordero llegó a ser vida del pueblo y la sangre intimidó al ángel…” El misterio es la salvación de Israel efectuada por Cristo: Prefigurado en la Pascua antigua, Cumplido en la inmolación perfecta de Cristo y actualizado en la celebración Pascual. La homilía hace un repaso a toda historia humana, desde la creación y el pecado del hombre hasta la encarnación, pasión y exaltación final de Cristo, Juez y Dios. En esta secuencia es mencionada la Iglesia como el ámbito de la realización de la obra salvífica. 38


Melitón demuestra que la Pascua estaba destinada a los cristianos y que éstos deben celebrarla. IV.3.2.- San León Magno Con él los textos de la liturgia romana antigua en los que aparecen esta y otras expresiones semejantes cobran toda su fuerza y riqueza conceptual. Profundiza en el significado de la Pascua del Señor desde el punto de vista de la celebración: 1. El paralelismo entre la creación y al redención, entendiendo por ésta no sólo la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor, sino también la Encarnación como premisa necesaria y parte también de la obra de la salvación humana. 2. La íntima conexión entre la doctrina de la fe y la celebración de las fiestas del año litúrgico. Utiliza la homilía para ilustrar los misterios de la fe y al mismo tiempo para introducir a los fieles en la vivencia del misterio. 3. La conexión entre al celebración y la vida, es decir, entre el misterio celebrado, el rito y la fiesta, y la conducta moral de los fieles. San León resalta la acción de la lectura de la Sagrada Escritura en la celebración litúrgica. Las lecturas de la Palabra de Dios de cada fiesta actúan en la mente de los fieles… después de la homilía continua la acción de Dios ilustrando la fe. La fe, así iluminada, conduce a la vivencia del misterio, a celebrarlo en el culto y a traducirlo en la vida. Para san León Magno, paschale sacramentum significa la celebración de la Pascua, que tiene como objeto la Pasión de Cristo indisolublemente unida a la Resurrección: “En nuestro último sermón les hemos enseñado la participación en la cruz de Cristo, para que la misma vida de los fieles sea penetrada del Misterio Pascual (paschale sacramentum) y celebre en sus costumbres lo que honra en la fiesta... Puesto que nosotros hemos querido trabajar por la observancia de los cuarenta días para sentir algo de la cruz durante el tiempo de la Pasión de Cristo y pasar de la muerte a la vida” (Serm. 71, 1: BAC 291, p. 293). El objeto de la celebración es evocado por la narración evangélica. La homilía contribuye a hacer vital el misterio: “El relato evangélico nos ha presentado todo el Misterio Pascual (paschale sacramentum), y nuestra inteligencia ha entendido de tal modo las palabras llegadas a ella 39


mediante los oídos corporales que no hay nadie que no tenga ante sí una imagen de los acontecimientos pasados. El texto de la historia divinamente inspirada nos ha hecho ver claramente con qué impiedad ha sido entregado el Señor Jesucristo, con qué juicio ha sido condenado, con que crueldad ha sido crucificado y con que gloria ha sido resucitado. Mas tenemos también el deber de alegrarnos por el misterio de nuestra palabra pues... la instrucción del pontífice ha de estar ligada a la lectura solemne de la Sagrada Escritura” (Serm. 72, 1: BAC 291, p. 293). Para este Sumo Pontífice forman parte de la plenitud de la obra de la salvación la Encarnación, la Epifanía, la Pasión y la glorificación de Cristo. “No ignoramos que, entre todas las solemnidades cristianas, el Misterio Pascual (paschale sacramentum) es el que ocupa el primer lugar. Para celebrarlo digna y convenientemente nos prepara y dispone, mediante la reforma de nuestras costumbres y nuestra conducta durante el resto del año. Mas los días presentes nos obligan todavía a una mayor devoción, puesto que sabemos que están próximos a aquel en que celebramos el sublime misterio de la misericordia divina” (San León Magno, Serm. 47, 1: BAC 291, p. 196). El Misterio Pascual, al celebrar la totalidad de la acción salvífica de Dios, produce en la Iglesia una profundísima renovación y santificación, como ninguna otra fiesta. San León, basándose en san Pablo, contempla el bautismo como el cumplimiento de las promesas por Dios y Abrahán, que ha venido a ser el padre de todos los creyentes (cf. Rom 4, 16 ss, Gál 3, 7 ss). Los cristianos a su vez, prolongan esta realidad en su vida ordinaria, en la alegría y en la práctica de todas las virtudes. La eucaristía hace presente la eficacia salvífica de la pasión de Cristo mediante el signo memorial instituido por el Señor. San León establece la relación entre los antiguos sacrificios y el sacrificio de la cruz, para mostrar que ya ha cesado el valor prefigurativo de los ritos antiguos. La Pasión de Cristo, ritualizada en el memorial eucarístico, es la fuente de la vida del mundo y de la unidad de toda la familia humana. Resumiendo: Para san León el paschale sacramentum comprende la totalidad de la celebración pascual de la Iglesia que conmemora y actualiza sacramentalmente: en la Fiesta, en el Bautismo y en la Eucaristía, la entera obra de la redención humana verificada en la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo. a la grandeza y excelencia de esta solemnidad, por encima de todas las demás fiestas, corresponde la intensidad de su eficacia.

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IV.3.3.- Misal Romano. La doctrina de San León sobre el Misterio Pascual tiene adecuada expresión en algunos bellísimos textos del Misal Romano actual: “Oh Dios, Padre supremo de los creyentes, que multiplicas sobre la tierra los hijos de tu promesa con la gracia de la adopción y, por el misterio pascual (paschale sacramentum), hiciste de tu siervo Abrahán el padre de todas las naciones, como lo habías prometido: concede a tu pueblo responder dignamente a la gracia de tu llamada.” “Oh Dios, para poder celebrar el misterio pascual (paschale sacramentum) nos instruyes con las enseñanzas de los dos Testamentos; concédenos penetrar en los designios de tu amor, para que, en los dones que hemos recibido, percibamos la esperanza de los bienes futuros.” El Concilio Vaticano II retoma la palabra Sacramento y presenta a la Iglesia como sacramento de Cristo, que brotó de su cuerpo dormido en la cruz (cf. SC 5). Cristo confía la misión recibida del Padre a su Iglesia y le transmite el mismo Espíritu Santo con que Él la llevó a término. Esta oración presenta el Misterio Pascual en el sentido de la Pascua de Cristo: “Oh Dios, que te inclinas ante el que se humilla... derrama la gracia de tu bendición sobre estos siervos... para que, fieles a las prácticas cuaresmales, puedan llegar, con el corazón limpio, a la celebración del Misterio Pascual (paschale sacramentum) de tu Hijo.” Misterio pascual en sentido global, abarcando toda la obra de la salvación: “Dios todopoderoso y eterno, que por el Misterio Pascual (paschale sacramentum) has restaurado tu alianza con los hombres... Danos, Señor, una plena vivencia del Misterio Pascual (mysteriis paschalibus)...

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Pues, para llevar a plenitud el Misterio Pascual (sacramentum paschale), enviaste hoy al Espíritu Santo sobre los que habías adoptado como hijos... “ Misterio pascual en sentido de celebración de la Pascua: “...de este modo, celebrando con sinceridad el misterio de esta Pascua (paschale mysterium), podemos pasar un día a la Pascua que no acaba. A medida que se acercan las fiestas de Pascua (paschale sacramentum), te pedimos humildemente, Señor...” Misterio Pascual en el sentido de los sacramentos celebrados en la noche Santa de la Pascua, el Bautismo y la Eucaristía: El Bautismo… “Oh Dios, Padre supremo de los creyentes... por el Misterio Pascual (paschale sacramentum), hiciste de tu siervo Abrahán el padre de todas las naciones. Tú, Señor, que nos has salvado por el misterio pascual (paschalia remedia), continúa favoreciéndonos” La Eucaristía… “Derrama, Señor, sobre nosotros tu espíritu de caridad, para que vivamos siempre unidos en tu amor los que hemos participado en un mismo sacramento pascual ( sacramentis paschalibus).” “Te pedimos, Señor, que la gracia del misterio pascual (paschalia gratia sacramenti) llene totalmente nuestro espíritu...” “Concédenos, Dios todopoderoso, que la virtud recibida en el misterio pascual (paschalia perceptio sacramenti) persevere siempre en nosotros.” Los ejemplos anteriores del Misal Romano ilustran la riqueza conceptual de la expresión Misterio Pascual en los textos litúrgicos. El Concilio Vaticano II en la Constitución Sacrosanctum Concilium No. 5 sitúa el Misterio Pascual, en su doble acepción, cristológica y soteriológica (salvadora), o sea, en Cristo y para nosotros, en el centro de la historia de la salvación y en el centro de la liturgia. El Misterio Pascual de la Pasión, Resurrección y Ascensión de Jesucristo, indica el hecho de la obediencia de Jesús a la voluntad del Padre aceptando la muerte en la cruz para llevar a cabo «la obra de la redención humana y de la perfecta glorificación de Dios» (SC 5). (Hch 2, 36; cf. 2, 22 ss. 32; Fil 2. 6-11 etc.). 42


Para nosotros, creyentes, católicos, el Misterio Pascual es la obra de nuestra redención; pues Cristo con su muerte destruyó nuestra muerte y con su resurrección restauró nuestra vida. Por el bautismo y la eucaristía somos asimilados al misterio del anonadamientoglorificación de Jesucristo y pasamos con Él de la muerte a la vida (cf. Rom 6, 3 ss; 8, 2 ss; 12, 1; 1 Cor 10, 16, 11, 26). La donación- efusión del espíritu Santo por Jesús resucitado, es un aspecto más del Misterio Pascual (cf. Jn 20, 22; Hch 2, 32-33; Jn 2, 22; 7, 37-39). El Misterio Pascual es también el centro de la liturgia porque consiste esencialmente en la actualización sacramental de la salvación efectuada por Cristo. La liturgia viene hacer el medio eficaz de incorporación de los hombres al Misterio Pascual de Jesucristo. Por este misterio el hombre es regenerado en el Bautismo, es consagrado por el Espíritu en la Confirmación y puede ofrecerse como víctima espiritual en la Eucaristía. Todos los sacramentos están ligados de un modo u otro a la Eucaristía, centro y culmen del Misterio Pascual. En el año litúrgico cada misterio del Señor, desde el nacimiento hasta la ascensión- Pentecostés- parusía, es comunicado y celebrado en el Misterio Pascual de la Muerte del Señor. IV.4.- El Misterio Pascual en el Concilio Vaticano II El Concilio Vaticano II habla del Misterio Pascual en varios lugares y con varios significados: La obra de Cristo, sobre todo su Muerte y Resurrección (SC 5) Nuestra participación en la obra de Cristo (SC 6) Los sacramentos pascuales (SC 10) La Eucaristía, convivio pascual, memorial de la Muerte y Resurrección de Cristo (SC 47) Gracia que brota de la Muerte y Resurrección de Cristo (SC 61) Expresado en las exequias (SC 81) Domingo, pascua semanal (SC 106)

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En la vida de los santos (SC 104) Año litúrgico, tiempo de celebración del Misterio Pascual (SC 107) Cuaresma, tiempo para celebrar el Misterio Pascual (SC 109). La expresión aparece también en el decreto sobre el oficio pastoral de los obispos CD : 12

“En cuanto dispensadores de los misterios de Dios, deben procurar que los fieles, por medio de la Eucaristía y de los sacramentos, conozcan cada vez más profundamente y vivan coherentemente el Misterio Pascual de modo que crezcan cada día más como cuerpo de Cristo” (CD 15). La constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo de hoy, GS13: “Es vocación de todo cristiano, asociado por el bautismo al Misterio Pascual, realizar en la propia existencia la conformidad con la muerte de Cristo para participar en su resurrección” (GS 22). IV.5.- La Eucaristía, Sacramento del Misterio Pascual La eucaristía, como sacrificio, presencia y banquete, es llamada «Pascua de la Iglesia» y «Pascua cristiana». Veamos lo que nos dice la Constitución Litúrgica del Concilio Vaticano II: “Nuestro Salvador, en la ultima cena, la noche en que le traicionaban, instituyó el sacrificio eucarístico de su Cuerpo y Sangre, con el cual iba a perpetuar por los siglos hasta su vuelta, el sacrificio de la cruz y a confiar a su Esposa, la Iglesia, el memorial de su muerte y resurrección: sacramento de piedad, signo de unidad, vínculo de caridad, banquete pascual, en el cual se come a Cristo, el alma se llena de gracia y se nos da una prenda de la gloria venidera” ( SC 47 ). En lo anterior, destaca el carácter objetivo del memorial instituido por Cristo. El término memorial, entraña una acción actualizadora de un acontecimiento salvífico.

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Crhistus Dominus (“Cristo Señor” Es un decreto sobre el ministerio pastoral de los Obispos. Fue decretado por el Papa Paulo VI y por los padres conciliares el 28 de Octubre de 1965). 13 Gaudium et Spes (“El gozo y la Esperanza” Es una constitución sobre la Iglesia en el mundo actual. Fue constituida por el Papa Paulo VI y por los padres conciliares el 7 de Diciembre de 1965).

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El texto conciliar designa a la Eucaristía como memorial mortis et resurrectionis del Señor, es el centro y la síntesis del Misterio Pascual de Jesucristo. IV.5.1.- Dimensiones del Sacrificio Eucarístico Las dimensiones del sacrificio eucarístico son: 1. Memorial de la muerte y resurrección, 2. Presencia sacramental y perenne de este sacrificio, 3. Banquete escatológico. El Espíritu Santo, don de la Pascua del Señor en los sacramentos pascuales del bautismo y de la eucaristía, brota sin cesar del manantial perenne de la vida que es Cristo resucitado (cf. Hch 2, 32-33). La historia de la salvación es un renovado don del Padre por medio de Jesucristo en el Espíritu Santo. El Padre es la fuente, El Hijo es el Mediador y el Espíritu Santo es Consumador de la unidad en la comunión. Con lo anterior podemos darnos cuenta que la Eucaristía encierra un Misterio Pascual y Trinitario. IV.6. El Misterio Pascual e Historia de Salvación. El cuarto evangelio es el que mejor ha subrayado la unidad del Misterio Pascual. Jesús es ya glorificado en su muerte: “cuando yo sea elevado...” Jesús ya otorga el Espíritu en el momento de morir: “Inclinando la cabeza, entregó el Espíritu”. El último acto del Jesús mortal es entregar el Espíritu. El primer acto del Jesús resucitado el domingo de Pascua es soplar sobre los suyos y comunicarles su Espíritu. La Iglesia no deja de reunirse para celebrar el Misterio Pascual de Cristo (SC 6). Y al celebrarlo, “se hace de nuevo presente su victoria y el triunfo de su Muerte” (SC 6). Cuando celebramos el acontecimiento salvífico del Misterio Pascual, la liturgia se convierte en un acontecimiento salvífico. Actualiza en nuestro tiempo el acontecimiento del Amor divino que tuvo lugar en la vida y muerte de Cristo, creando comunión entre los hombres y Dios.

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El teatro pretende emocionar al espectador, no le importa la verdad. En la liturgia, en cambio, la verdad de lo rememorado hace que los asistentes se conviertan en participantes, pues toman parte en la verdad misma del drama re-presentado, que vuelve a hacerse presente en la comunidad que celebra.

IV.7.- El Misterio Salvador al alcance de la Comunidad Cristiana Es necesario no perder de vista que ese “Algo” al que nos remite simbólicamente el rito y con el que nos pone realmente en comunión es el Misterio mismo de salvación, proyectado por la Trinidad desde toda la eternidad y realizado en la historia por Cristo en el Espíritu. La gracia sacramental no es más que la inserción del cristiano en el Misterio de Cristo por la participación en el sacramento. IV.7.1.- Participar “en” el Misterio Salvador El sacramento es el punto de encuentro de la acción divina y de la acción humana. La celebración litúrgica en cuanto presencia del Misterio Redentor, es obra de Cristo sacerdote y de su Cuerpo, que es la Iglesia. Participar activamente significa hacerse presente a la acción sacerdotal de Cristo, uniéndose a Él, sintonizando con sus sentimientos y haciendo suyo su acto redentor con todo lo que implica la obediencia al Padre y de voluntad de cooperar a la salvación de la humanidad. IV.7.2.- Participar “del” Misterio Salvador Se trata de la participación como modo y medio de apropiarnos la salvación que se nos ofrece en y por la Liturgia. Algunas expresiones: “Acercar a los Misterios”, “Hacer pasar al Misterio”. La finalidad común que tienen los ritos y las técnicas de participación es: acortar distancias entre los fieles y el Misterio de salvación que se celebra. En la Sacrosanctum Concilium se afirma que a lo largo del año la Iglesia “conmemora los misterios de la redención… para que los fieles puedan ponerse en contacto con ellos y llenarse de la gracia de la salvación” (SC 102).

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IV.7.3.- La parte del hombre en la apropiación del Misterio Dios es respetuoso con la libertad del hombre. Lo quiere como interlocutor, voluntario y como colaborador. También en el sacramento. Se insiste hoy, en que los sacramentos no son trucos baratos para obtener la gracia con rebaja. Son signos del compromiso de Dios, de sus promesas y de su fidelidad, son también signos que comprometen al creyente y le exigen un esfuerzo de colaboración libre. El concilio recuerda que “es necesario que los fieles se acerquen a la sagrada liturgia con recta disposición de ánimo”. Esta comprende la dinámica de la celebración de la Iglesia, es decir, la intención de hacer lo que hace la Iglesia. Y con la intención, la atención al Misterio, que es ya una forma de participación interior. Lo que las palabras y los signos de la celebración expresan exteriormente debe encontrar resonancia en su interior. La llave de esta comunión la tienen las virtudes teologales, la fe, la esperanza y la caridad. La liturgia es, además y en sumo grado, ejercicio de las virtudes teologales y actualización de los dones del Espíritu Santo.

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V.- EL SUJETO DE LA CELEBRACIÓN: LA ASAMBLEA LITÚRGICA

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V.- EL SUJETO DE LA CELEBRACIÓN: LA ASAMBLEA LITÚRGICA Este capítulo y otros más que se presentan girarán en torno al estudio del sujeto de la celebración, el lugar de la celebración y la misma acción celebrativa. Como lo dice el título nos restringimos al analizar el sujeto de la celebración. Cristo está todavía “oculto en los signos de la historia”, aunque vive ya como resucitado y con plenitud celeste y está realmente presente en la Iglesia, más aún, en toda la historia. Este dato explica la necesidad de recurrir todavía al AT y, de manera coherente, también a todo el mundo religioso humano; y llega a resaltar la Iglesia como “signo sintético” que asume todos los demás “signos fragmentarios”, de modo que constituya un verdadera “sujeto histórico primario” La SC afirma que el culto público íntegro es ejercido por el cuerpo místico de Cristo. Cristo asocia consigo a la Iglesia. Pueblo real y sacerdotal, todavía más que en el Sinaí. La Iglesia es sujeto de la acción litúrgica. La comunidad eclesial, no sólo actúa in persona Christi, sino que se podría decir que es la persona de Cristo, ya que en grado máximo su actuar expresa y es el actuar de Cristo. La mediación única sacerdotal que la Iglesia profesa y vive es la de Cristo Señor. Es en el interior de esta mediación donde hay que entender y vivir la experiencia sacerdotal cristiana. La Iglesia de la que hablamos no es sólo la Iglesia –jerarquía sino la Iglesia-pueblo de Dios en su totalidad, que es con Cristo el sujeto de la acción litúrgica. V.1.- La Iglesia sujeto de la acción litúrgica Las acciones litúrgicas no son privilegio de algunos privilegiados, sino obra de toda la Iglesia (SC 26). Ella alcanza su máxima plenitud sacerdotal a través de los ministros ordenados, los cuales, en su interior y no fuera o sobre ella, celebran los sacramentos y ofrecen el sacrificio eucarístico como continuadores del ministerio apostólico gracias al sacramento del orden. Este mismo hecho pone al sacerdocio jerárquico al servicio de la Iglesia. El ministro es inconcebible fuera de la referencia a la Iglesia creyente, a la fe de la Iglesia. El sacerdocio jerárquico atestigua que es Cristo quien nos llama a ser sus colaboradores para que la buena nueva sea anunciada; se hace garante de que esta Iglesia situada en un determinado lugar es precisamente la de los apóstoles. El sacerdocio

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ministerial y el sacerdocio común de los fieles, expresión ambos de una Iglesia pueblo sacerdotal, se exigen y se completan mutuamente para realizar el culto verdadero. El sujeto integral de la acción litúrgica es siempre toda la Iglesia. Si hay diferencia de realciones entre cada miembro y la liturgia, tal diferencia no viene dada por el “sacerdocio” de unos y el “no sacerdocio “de otros, sino por la diversa posición (“estado”) que pueden tener dentro del mismo sacerdocio. Pero el sujeto último y trascendente es Cristo, que hizo de la Iglesia su cuerpo sacerdotal estructurándola como organismo compuesto de pueblo y de pastores, de comunidad y de jerarquía, de asamblea y de presidencia. V.2.- La asamblea litúrgica manifiesta la Iglesia El sentido obvio de nuestro discurso hay que entenderlo sin duda en el plano de la Iglesia local. La Iglesia es un misterio de gracia que se hace realidad y se manifiesta visiblemente en las legítimas comunidades locales de los fieles presididas por sus pastores. Estas comunidades constituyen, cuando se reúnen para participar en la misma eucaristía, la principal manifestación de la Iglesia de Cristo. La Iglesia local, no ha de entenderse simplemente como una “sucursal” de la Iglesia universal, sino como la “realización” misma de tal Iglesia universal. La asamblea para el culto es, entonces, un signo sagrado, epifanía de la Iglesia, que ejerce así una función sacerdotal en medio del mundo y a favor de todos los hombres. La asamblea es un momento de reconciliación y edificación, de respuesta a la llamada del Señor. En la asamblea la Iglesia halla su forma concreta de localización, en un lugar determinado y en el mismo lugar tiene la misión del testimonio y de la misión. La asamblea cristiana aparece prefigurada en el AT, y en el NT aparece inmediatamente después de la glorificación de Jesús y la efusión del Espíritu Santo en Pentecostés. Con el tiempo la Iglesia asume el rostro propio de cada lugar. La movilidad del pueblo cristiano, caracteriza nuestra época, y la existencia de lugares de culto no vinculados a comunidades particulares, hacen posible la reunión de asambleas litúrgicas que no tienen relación con una comunidad estable o llevan a muchos cristianos a congregarse en una u otra asamblea. Sin embargo, es siempre, a través de una asamblea como se está en contacto y comunión con la Iglesia y se consolida la pertenencia a la misma. 51


La asamblea litúrgica no es intercambiable con Iglesia ni siquiera con comunidad, porque la asamblea existe en el momento de la celebración y se disuelve cuando termina, mientras que la Iglesia permanece también fuera de la celebración y la comunidad tiene otros modos diversos de realización y expresión. V.3.- Las características de la asamblea litúrgica Asamblea litúrgica es profundamente original, está travezada por tensiones y antinomias que son inherentes a su ser específico. Compuesta por personas, numerosas y diversas que tienen mucho en común pero sin que nadie pierda su identidad particular, la asamblea que se reúne en tiempos y lugares establecidos para celebrar el acontecimiento de salvación realizado por Cristo -es decir, la liturgia- se manifiesta con una serie de tensiones que, lejos de obstaculizar su papel, lo hacen más eficaz y creativo. 1.- Reúne creyentes en el Dios de Jesucristo que siguen siendo hombres y mujeres que tienen necesidad de reconversión y reorientación. La asamblea litúrgica se reúne en virtud de la fe, pero también en orden a la fe. SC 59 2.- La tensión entre la realidad teológica de la santidad del cuerpo de Cristo, la Iglesia que es santa; y por otro lado, la Iglesia reúne en asamblea no una elite de puros y perfectos, sino un pueblo de pecadores que deben adoptar una actitud penitencial. 3.-Dialéctica profunda entre unidad y pluralidad en la asamblea. Ésta es y debe ser un factor de unidad que acoge sin excepciones a todos los hombres, a pesar de las diferencias existentes entre ellos. 4.- La asamblea es al mismo tiempo carismática y jerárquica, es decir, no es una amalgama de individuos anónimos e impersonales, sino una comunidad dotada de carismas y de dones y estructurada con una jerarquía de servicio y de caridad. En el plano práctico ello se traduce en la conjugación de diversos ministerios y funciones dentro de la celebración. La asamblea es una comunidad que supera las tensiones entre el individuo y el grupo, entre lo subjetivo y lo objetivo, entre lo particular y lo que es patrimonio común, entre lo que es sólo local y lo que es universal, etc. La asamblea no anula, sino que integra y no sólo a nivel de yo y de tu en el nosotros (apertura y encuentro interpersonal), sino también a nivel de lo histórico y contingente con lo trascendente y eterno, es decir, con el

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misterio de salvación y la gracia de Cristo que sella el encuentro de las personas en este horizonte comunitario. La asamblea polariza y proporciona medios de expresión y de comunicación a los sentimientos de los presentes por más contrastantes que puedan ser. Es siempre una realidad local, circunscrita, particular, muestra todas las parcialidades inherentes a su condición humana. 5.- Finalmente la última tensión es la que se establece entre asamblea y misión. La tarea apostólica está ordenada a la asamblea litúrgica. V.4.- El papel activo de la asamblea litúrgica Al afirmar que la asamblea es el sujeto de la celebración, entendemos un sujeto plural y diferenciado en sí mismo, en el que cada uno hace lo que le corresponde, pero en el que el resultado es acción de todos. El ordenamiento de la celebración litúrgica tiene que ser clara expresión de la estructura orgánica y jerárquica del pueblo de Dios, tiene que manifestar la Iglesia constituida en sus diversos órdenes y ministerios. La misma disposición general del lugar de culto tiene que expresar en cierto modo la imagen de la asamblea reunida. La asamblea es un signo que manifiesta la Iglesia, un actor visible. E la asamblea la que celebra, o mejor, concelebra con Cristo, el celebrante principal, el único pontífice máximo y el único mediador en cuya persona actúan los ministros sagrados. La SC no quiere que los fieles asistan “Como espectadores mudos o extraños”, sino como miembros activos. No hay espectadores, sino solamente “actores”, ella tiende a una unanimidad interior y exterior que, lejos de alienar la libertad de cada miembro, es el fruto de la misma bajo la moción del Espíritu. Una vez descubierto el valor de la asamblea es necesario hacerlo todo para lograr no solo una participación activa, sino también consciente, piadosa e interior. Por tanto la asamblea se tiene que valorar tanto en el campo de la doctrina como en el de la práctica. La liturgia tiene una pedagogía para guiar a los participantes a entrar dentro del misterio celebrado, que pasa por a través de los ritos y las oraciones. Esta pedagogía, sin embargo, es ineficaz si no se está preparado para captarla y corresponder a la misma dejándose llevar por la celebración y convirtiéndose en participantes y protagonistas. Es 53


necesario, pues alcanzar la inteligencia de los ritos y de los textos. Tiene tambi茅n un valor importante el silencio sagrado como elemento de escucha e interiorizaci贸n. La preocupaci贸n es siempre la misma: hacer que la participaci贸n no se reduzca a una actividad simplemente limitada al momento ritual, sino que comprometa al creyente globalmente en su existencia.

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VI.- LA ACCIÓN CELEBRATIVA: RITO, SIGNO Y SÍMBOLO

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VI.- LA ACCIÓN CELEBRATIVA: RITO, SIGNO Y SÍMBOLO En el contexto cristiano, cuando hablamos de “celebración” (litúrgica) entendemos el acto litúrgico propiamente dicho. La celebración es acción de la asamblea reunida, obra de la Iglesia que no se limita a la contemplación de la intervención salvífica de Dios en Cristo, sino que ilustra sus contenidos en una amplia variedad de ritos, los cuales, además, realizan todo lo que es el objeto de la misma celebración. Celebrar es actuar en forma ritual. Por tanto, la celebración litúrgica está constituida por ritos, que son su lenguaje específico. VI.1.-El rito La dificultad principal de los cristianos contemporáneos a nosotros es el extrañamiento general de la sensibilidad frente al lenguaje ritual como tal14. Por ello es necesario educar para el rito. No existe una noción unívoca del rito. Rito es un término muy genérico con el que se designan acciones humanas y religiosamente significantes en conformidad con módulos fijos tradicionales. Lo confirma su etimología, la cual procede de la raíz indoeuropea R´tam que indica el orden cósmico y la actuación de los dioses en relación con dicho orden. El rito es lo que es conforme al orden, una acción que tiene una estructura institucionalizada. Un sociólogo llamado Durkheim designa las acciones rituales como representaciones colectivas, entendiendo en ellas, una representación de la comunidad misma, donde revive sus propias convicciones, creencias y valores, se mira como en un espejo, proclama, celebra y confirma su propio programa. La ritualidad es también un todo coherente que, en el interior de un determinado sistema cultural, instaura una “campo simbólico” que permite situarse o resituarse el uno ante el otro, establecer relaciones, reconocer valores. Antes de decir otra cosa decimos que en la situación de los ritos cristianos esta puede ser una perspectiva válida solamente si la comunidad es vista absolutamente, como lo que es en parte, comunidad humana. Ya que la Iglesia no nace por una asociación libre de personas que se han puesto de acuerdo y que comparte ideas o convicciones. El punto que nos parece importante no deja pasar es que la comunidad cuando celebra no 14

Entre las actitudes que hace hoy difícil la expresión ritual recordamos el secularismo, el espiritismo, y el individualismo.

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debe representarse así misma, ya que la acción es llevada a cabo primeramente por Dios, el “Cristo total” que glorifica al Padre. Volviendo al discurso anterior es necesario tener en cuenta que la característica más particular del rito es su repetitividad. Acción programada y repetitiva. Hay que tener cuenta que la acción ritual forma parte del más amplio marco de socialización como conjunto de procesos, constantes e iterativos, en cuyo interior el sujeto se integra con los demás. El rito nace cuando un determinado grupo advierte la necesidad de una integración más profunda, no solo entre sus miembros y con los otros grupos humanos, sino con la totalidad de la realidad. En este caso del culto cristiano se trata de una forma de socialización con lo sagrado o trascendente. La repetición en el rito cristiano, como en el hebreo, es memorial o conmemorativa. La Iglesia proclama que Dios realiza, en el acto litúrgico, el efecto salvífico de las acciones históricas pasadas, de las que hace memoria. En el contexto cristiano, el centro del rito memorial está en acontecimiento de Cristo. El rito religioso realiza una plena integración en dos niveles distintos pero interdependientes: el primero y más profundo es con lo sagrado o realidad trascendente; el segundo con el propio grupo. Toda religión corre el riesgo de desaparecer o de degenerar en gnosis o moralismo si pierde el sentido y el sentido del rito. Es fundamental que el rito religioso se vea en primer lugar como un lenguaje en el que se expresa la relación hombre-Trascendente. El rito religioso pierde su significado cuando no funciona ya como lenguaje en el que el creyente expresa su comunión con Dios. El rito es una acción simbólica constituida por gestos y palabras , con una estructura preformada e institucionalizada de carácter tradicional, que favorece la participación común y la repetición. VI.2.- Signos y símbolos El símbolo no es plenamente tal si no se hace acción simbólica: así el símbolo del agua se convierte en baño lustral, el óleo en unción, etc. El núcleo de toda acción simbólica litúrgica está constituido por los sacramentos propiamente dichos. La mayor parte de los autores actuales, a pesar de la opción de la SC por el término “signo”, optan por usar “símbolo”. Porque los sacramentos no son cosas, simples 59


instrumentos de significación de la gracia, sino acciones simbólicas que, además de evocar, realiza. El signo de suyo tiende a una realidad externa a sí mismo, el símbolo es un lenguaje mucho más cargado de connotaciones. No solo nos hace saber, sino que nos hace entrar en una dinámica suya propia. El símbolo es dinámico porque provoca relaciones: actúa evocando, suscitando resonancias, provocando una reacción en cadena. La celebración solo puede ser pensada y realizada como obradora de comunicación y de comunión. De algún modo el rito es ya lo que representa, no introducen un orden de cosas al que él mismo pertenece. VI.2.1.- ¿Qué es el símbolo? Expresa en su raíz griega la conjunción de dos partes: symballein, significa literal mente poner juntos. El symbolon, es precisamente un objeto partido en dos del que cada uno de los firmantes de un contrato recibe una parte. Cada una de las dos mitades no tiene valor alguno por sí solo. Su valencia simbólica proviene únicamente de la relación con la otra mitad. Symballein significa volver a poner juntos. Se junta una cosa que ya anteriormente estaba unida y que ahora ya no lo está. El símbolo no crea la unidad sino que la restablece. El símbolo permite que el hombre “reuna” en sí algunas realidades asociadas pero separada por su diversa naturaleza. “Símbolo” es todo elemento que, intercambiado en el seno de un grupo, permite que el grupo como tal o los individuos se reconozcan, se identifiquen. Como todo grupo, la Iglesia e identifica a través de sus símbolos, empezando por el formulario de la confesión de fe, llamado precisamente “símbolo de la fe”. Es mediación de reconocimiento recíproco entre sujetos y de su identificación en el interior de su mundo. VI.2.2.- Las funciones del símbolo Las interpretaciones de la realidad que el hombre hace son de naturaleza simbólica, y el lenguaje con el que el hombre expresa sus interpretaciones, es a su vez simbólico. En el simbolismo hallamos una nueva relación con la realidad y sobre todo descubrimos una posibilidad de comunicar y comunicarse con lo que nos rodea mucho más profundamente de lo que nos es posible de otro modo. La capacidad simbólica del hombre no consiste en las cosas de una determinada manera: en su “integración” global y significativa.

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El hombre puede llegar a una visión coherente, unitaria, y significativa de la realidad solo si se abre a n horizonte trascendente. El aspecto más característico del “hombre simbólico” es si dimensión religiosa, es decir, su referencia imprescindible a los sagrado y a Dios. El simbolismo religioso es la expresión más intima de la persona humana de trascender los límites del propio yo y de abrirse a nuevas experiencias difícilmente sistematizables a nivel racional. El hombre por su corporeidad y su naturaleza social se expresa con palabras y gestos y capta la realidad también a través de estos dos factores en la comunidad eclesial. La tensión dialéctica entre natural y sobrenatural, halla en el simbolismo la posibilidad de salir a contraposición fundamentalmente competitiva, para desembocar en una situación de efectiva y mutua afirmación. VI.2.3.- Simbolismo litúrgico El ingreso en la trama simbólica que constituye cada sistema cultual madura a través de un proceso de socialización durante el cual se produce la iniciación a la experiencia simbólica de una comunidad determinada, en concreto nos acercamos al simbolismo cultual cristiano a través de la biblia y de la tradición cristiana. Las relaciones entre actividad simbólica y realidad de fe se basas ante todo en la estructura de la revelación bíblica. La fe cristiana implica la aceptación de un lenguaje simbólico privilegiado trasmitido e interpretado por la Iglesia y halla su expresión más adecuada en consonancia con la expresión eclesial. Hay que considerarlo en estrecha relación con la historia de la salvación. En ella Dios se ha revelado y comunicado con su palabra y con toda una pedagogía de signos, a través de los cuales llama a los hombres a la fe y los une a sí mismo. Por tanto en la revelación divina acontecimiento histórico y palabras interpretativas están en íntima relación entre sí, de tal modo que no pueden cumplir su función reveladora el uno sin los otros. Analógicamente, en la liturgia acción simbólica y palabra de fe está íntimamente unidas y se completa mutuamente. Existe una impresionante continuidad expresiva y de comunicación simbólica entre la biblia y la liturgia. En segundo lugar, el simbolismo litúrgico está íntimamente vinculado a la tradición eclesial, de la que constituye un aspecto fundamental. Elementos diversos enriquecen progresivamente el culto cristiano en armonía con el desarrollo de la fe y la vida de la Iglesia.

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Si es una característica propia del símbolo, por lo menos desde el punto de vista etimológico, la de unir y recomponer determinadas situaciones, ciertamente el simbolismo litúrgico contribuye a poner al hombre en comunión vital, y no solo nocional e ideológica con el misterio de la salvación. VI.2.4.- Creatividad simbólica Es más fácil adaptar algún elemento, realizar algún retoque, reparar algún daño, que rehacer, reconstruir una totalidad significativa, la cual tiene en la liturgia cristiana, como hemos visto, unas exigencias precisas. No se debe confundir el problema de la reforma de la liturgia, en lo que esta tiene de mudable y sustituible, con el problema de la iniciación al simbolismo litúrgico. En una perspectiva pastoral, queremos ante todo llamar la atención sobre el uso inteligente de la herencia simbólica recibida. Siendo el rito un hecho de lenguaje, se necesario exaltar todas sus posibilidades comunicativas. El rito no se debe entender como un elemento de consumo con efectos automáticos, sino más bien como un guión que hay que interpretar mediante una dirección inteligente y flexible. La creatividad entendida como adaptación e inculturación, no es nunca improvisación sino gestación larga y laboriosa que, partiendo del dato tradicional, asimilado y vivido, se abre a las exigencias culturales de los distintos pueblos. La Iglesia será cada vez más un anuncio significativo en la medida en que logre soldar el universo de la liturgia con el giro antropológico de la cultura contemporánea. VI.3.- La celebración expresa y alimenta la fe En la Dei Verbum vemos que la revelación alcanza su destino universal en el tiempo y el espacio a través de la tradición viva. En efecto, en la transmisión de la tradición es de importancia fundamental la palabra de Dios; pero, por s propia naturaleza, es una palabra destinada a ser escuchada. Por ello la tradición abarca también la doctrina, la vida y e culto de la Iglesia. (DV 8). Por tanto, se afirma que existe una intima relación entre fe, culto y vida. La liturgia es el logos (doctrina) ni el ethos (ética) del misterio, pero es su symbolon, o sea, la mediación simbólica que pone en relación y condensa al mismo tiempo la doctrina y la ética y necesita de ambas para conservar su plena autenticidad.

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SC en el número 59 afirma que “Los sacramentos no sólo suponen la fe, también la fortalecen, se alimentan y la expresan con palabras y acciones; por eso se llaman sacramentos de la fe”. La sacramentalidad tienen que estar en sintonía tanto con la fe “creída” cuanto con la fe “vivida”. Ya que la fe es orientación de toda la persona que, llamada por Dios, responde y ordena toda su vida siguiendo esa vocación, para la transformación cristiana del mundo. El hombre acepta la vida, en sus varios aspectos, como don de Dios; la acepta en las vicisitudes de la existencia de cada día, pero también en determinados momentos particulares, son los momentos sacramentales. Podemos llamarlos momentos “fuertes” de la existencia del creyente. Misión de la Iglesia es escrutar los “signos de los tiempos” e interpretarlos a la luz del evangelio. Se deben considerar estos como verdaderos signos de la presencia y del designio de Dios. Hay que celebrar y comprender los sacramentos de tal modo que pongan al hombre en contacto con los acontecimientos simbólicos que son signos de la presencia de Dios. En particular, sabemos que evoca a los acontecimientos de Dios en Cristo y los hacen revivir ritualmente: en ellos el hombre inserta toda su vida y pregusta ya la realización del reino futuro. Pero este reino crece y se desarrolla ya en los acontecimientos de la historia presente. Los sacramentos son también el lugar de un testimonio de fe, la vida sacramental es una verdadera profesión de fe. Porque la liturgia es verdadera profesión de fe, adquiere funciones de teología, “en cuanto reflexión de la realidad de la fe vista en el plano de la actuación ritual”. Estas consideraciones nos hacen comprender lo importante que es que la celebración se exprese en plena sintonía con la comunión eclesial. La liturgia alimentará la fe y será al mismo tiempo verdadero testimonio de fe. La Iglesia primitiva aún viviendo una amplia libertad disciplinar en materia cultual, estuvo siempre atenta en este sector a conservar y expresar con fidelidad l tradición apostólica. La cuales e ve luego como garantía de comunión eclesial. Cuando hablamos de “comunión eclesial”, no indicamos solo un aspecto estructural, sino su misma esencia o misterio. Comunión con la vida divina, la cual es el fin de toda la historia de la salvación; comunión que ha sido realizada históricamente de un modo totalmente singular en Cristo y que el espíritu Santo realiza en la Iglesia y en el corazón de los fieles, Por ello, es en virtud del Espíritu Santo como la Iglesia es unidadcomunión con Dios y de sus miembros entre sí. La comunión no se realiza desde abajo sino que es gracia y don. 63


En conclusión podemos afirmar que la liturgia es la mediación simbólica que pone en relación y condensa al mismo tiempo la doctrina y la ética. Todo lo que se refiere al culto, se refiere también a la fe y a la vida de la comunidad cristiana. El obispo es servidor y garante de esta sintonía; su ministerio es precisamente el de ser fiel guardián de este patrimonio recibido de la Iglesia apostólica. Hay que interpretar las normas de los libros litúrgicos evitando tanto la fácil improvisación como el escollo del ritualismo.

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VII.- INSTITUCIÓN GENERAL DEL MISAL ROMANO

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VII.- INSTITUCIÓN GENERAL DEL MISAL ROMANO El Misal Romano es el libro oficial con el cual la Iglesia celebra la Eucaristía. Consta de dos partes, la primera con las oraciones que el sacerdote dirige a Dios en nombre de la comunidad, que es el libro del altar. Y la segunda con las lecturas bíblicas que serán proclamadas a lo largo de todo el año litúrgico, que es el Leccionario. Sin embargo, se suele llamar Misal sobre todo al libro del altar, que sólo contiene las oraciones de la celebración. Cómo hemos visto anteriormente, nuestra Liturgia Romana se fundamenta en los sacramentarios, allí están las oraciones y lecturas que se realizan en la Eucaristía. Como fruto del concilio de Trento, se publicó el “Misal de san Pío V” en 1570. Exactamente cuatro siglos después, en 1970, y como fruto de la revisión encomendada por el Concilio Vaticano II, se publicó la primera edición típica del “Misal de Pablo VI” (o “del Vaticano II”). Su lengua original es el latín. En 1975 se publicó la segunda edición típica del Misal y se introdujeron cambios para hacerlo pastoralmente más adecuado. El Papa Juan Pablo II firmó el Decreto de presentación de la tercera edición típica del Misal Romano en el año 2000, misma que fue publicada en su edición latina dos años después. En octubre de 2008, después de encontrar una variedad de errores menores, se publicó una reimpresión corregida del Misal Romano en latín. La Institución General del Misal Romano, es un documento adjunto que expone la directrices generales, según las cuales quede bien ordenada la celebración de la Eucaristía, y por otra parte, propone las normas a las que deberá acomodarse cada una de las forma de celebración. Lo anterior, con el fin de que se logre una participación plena, consciente, activa y fructuosa de los ministros sagrados y de los fieles y así se aprovechen todos los frutos de la Santa Misa instituida por Jesucristo Nuestro Señor. La IGMR de la tercera edición típica para México fue presentada el 27 de mayo de 2007, Domingo de Pentecostés en la Conferencia del Episcopado Mexicano en su XXXI Asamblea plenaria. Ver: Proemio, Cap. I.- Importancia y dignidad de la celebración Eucarística, Cap. II.Estructura de la Misa, sus elementos y sus partes, Cap. III.- Oficios y Ministerios en la celebración de la Misa, Cap. V.- Disposición y ornato de las Iglesias para la celebración Eucarística y Cap. VI.- Cosas que se necesitan para la celebración de la Misa. 68


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VIII.- LA LITURGIA EN EL MAGISTERIO

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VII.- LA LITURGIA EN EL MAGISTERIO DE LA IGLESIA La Iglesia siempre se ha preocupado porque la celebración del misterio pascual redentor que Cristo realizó a favor nuestro, sea celebrado y actualizado a lo largo del tiempo, cuidando su dignidad y decoro así como la participación plena de todos los fieles para su auténtica eficacia vivencia y eficacia. Aunque hay peligros y amenazas que vienen de todos lados para este cuidado. La Iglesia ha señalado claramente los puntos en los que hemos de poner atención, ya sea por la creciente secularización y por los descuidos graves de parte de los fieles. En seguida presentamos una breve síntesis acerca de tres documentos pontificios donde se señalan cuestiones que se relacionan de una u otra forma con la liturgia y su vivencia; dos exhortaciones apostólicas post sinodales (Verbum Domini y Sacramentum Caritatis ) una carta apostólica (Dies Domini ). VIII.1.- Decálogo de la Carta Apostólica de Juan Pablo II “Dies Domini” Sobre la eucaristía y el domingo El Domingo nos recuerda la resurrección del Señor I.- El domingo se celebra la victoria del Cristo El DÍA DEL SEÑOR -como ha sido llamado el domingo desde los tiempos apostólicos- ha tenido siempre, en la historia de la Iglesia, una consideración privilegiada por su estrecha relación con el núcleo mismo del misterio cristiano. En efecto, el domingo recuerda, en la sucesión semanal del tiempo, el día de la resurrección de Cristo. Es la Pascua de la semana, en la que se celebra la victoria de Cristo sobre el pecado y la muerte, la realización en él de la primera creación y el inicio de la “nueva creación”. Es el día de la evocación adoradora y agradecida del primer día del mundo y a la vez la prefiguración, en la esperanza activa, del “último día”, cuando cristo vendrá en su gloria y “hará un nuevo mundo”… II.- No convertir el domingo en “fin de semana” Se ha consolidado ampliamente la práctica de “fin de semana”, entendido como tiempo semanal de reposo, vivido a veces lejos de la vivencia habitual, y caracterizado a 72


menudo por la participación en actividades culturales, políticas y deportivas, cuyo desarrollo coincide en general precisamente con los días festivos. A los discípulos de Cristo se pide que no confundan la celebración del domingo, que debe ser una verdadera santificación del día del Señor, con el “fin de semana”, entendido fundamentalmente como tiempo de mero descanso y diversión. III.- El domingo Día de fe y de la esperanza El domingo es por excelencia el día de la fe. En la asamblea dominical, los creyentes se sienten interpelados como el apóstol Tomás: “Acerca aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y nos seas incrédulo sino creyente”. Sí, el domingo es el día de la fe. Lo subraya el hecho de que la liturgia eucarística dominical, así como la de las solemnidades litúrgicas, prevé la profesión de fe, el “Credo”. Si el domingo es el día de la fe, no es menos el día de la esperanza cristiana. En efecto, la participación en la “cena del Señor” es anticipación del banquete escatológico por las “bodas del Cordero”. Al celebrar el memorial de Cristo, que resucitó y ascendió al cielo, la comunidad cristiana está a la espera de la gloriosa venida de nuestro Salvador Jesucristo”. IV.- La Misa dominical La Misa es la viva actualización del sacrificio de la Cruz. Bajo las especies de pan y vino, sobre las que se ha invocado la efusión del Espíritu Santo, que actúa con una eficacia del todo singular en las palabras de la consagración, Cristo se ofrece al Padre con el mismo gesto de inmolación con que se ofreció en la cruz. “En este divino sacrificio, que se realiza en la Misa, este mismo Cristo, que se ofreció a sí mismo una vez y de manera cruenta sobre el altar de la cruz, es contenido e inmolado de manera incruenta”. La Iglesia recomienda a los fieles comulgar cuando participan en la Eucaristía, con la condición de que estén en las debidas disposiciones y, si fueran conscientes de pecados graves, que hayan recibido el perdón de Dios mediante el Sacramento de la reconciliación.

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V.- Obligación de ir a Misa y La Misa por Radio y Televisión El Código actual dice que “el domingo y las demás fiestas de precepto los fieles tienen obligación de participar en la Misa”. Esta ley se ha entendido normalmente como una obligación grave. Los pastores recordarán a los fieles que, al ausentarse de su residencia habitual en domingo, deben preocuparse por participar en la Misa donde se encuentren. En muchos países, la televisión y la radio ofrecen la posibilidad de unirse a una celebración eucarística. Obviamente, este tipo de transmisiones no permite de por sí satisfacer el precepto dominical, pero para quienes se ven impedidos de participar en la Eucaristía y están por tanto excusados de cumplir el precepto, la transmisión televisiva o radiofónica es una preciosa ayuda. VI.- Día de la alegría El domingo, eco semanal de la primera experiencia del Resucitado, debe llevar el signo de la alegría con la que los discípulos acogieron al Maestro: “Los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor”. Ciertamente, la alegría cristiana debe caracterizar toda la vida, y no sólo un día de la semana. Pero el domingo, por su significado como día del Señor resucitado, en el cual se celebra la obra divina de la creación y de la “nueva creación”, es día de alegría por un título especial, más aún, un día propicio para educarse en la alegría, descubriendo sus rasgos auténticos. VII.- El descanso es una cosa sagrada La alternativa entre trabajo y descanso, propia de la naturaleza humana, es querida por Dios mismo, como se deduce del pasaje de la creación en el Libro del Génesis: el descanso es una cosa “sagrada”, siendo para el hombre la condición para liberarse de la serie, a veces excesivamente absorbente, de los compromisos terrenos y tomar conciencia de que todo es obra de Dios. Día de paz del hombre con Dios, consigo mismo y con sus semejantes, el domingo es también un momento en el que el hombre es invitado a dar una mirada regenerada sobre las maravillas de la naturaleza.

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VIII.- El domingo, escuela de caridad No sólo la Eucaristía dominical sino todo el domingo se convierte en una gran escuela de caridad, de justicia y de paz. La presencia del Resucitado en medio de los suyos se convierte en proyecto de solidaridad, urgencia de renovación interior, dirigida a cambiar las estructuras de pecado en las que los individuos, las comunidades, y a veces pueblos enteros, están sumergidos. IX.- El domingo nos revela el sentido del tiempo Al ser el domingo la Pascua semanal, en la que se recuerda y se hace presente el día en el cual Cristo resucitó de entre los muertos, es también el día que revela el sentido del tiempo. El domingo, brotando de la Resurrección, atraviesa los tiempos del hombre, los meses, los años, los siglos como una flecha recta que los penetra orientándolos hacia la segunda venida de Cristo. X.- El cristiano no puede vivir sin participar en la Misa dominical Es de importancia capital que cada fiel esté convencido de que no puede vivir su fe, con la participación plena de la comunidad cristiana, sin tomar parte regularmente en la asamblea eucarística dominical. Descubierto y vivido así, el domingo es como el alma de los otros días. De domingo en domingo, el pueblo peregrino sigue las huellas de María, y su intercesión materna hace particularmente intensa y eficaz la oración que la Iglesia eleva a la Santísima Trinidad. VIII.2.- Sacramentum Caritatis (Benedicto XVI) El Cardenal Angelo Scola, explica la estructura general, contenidos fundamentales y novedades doctrinales de este documento pontificio. El Cardenal señaló en la Sala Stampa vaticana que la Exhortación se basa "en el nexo inseparable de tres aspectos: misterio eucarístico, acción litúrgica y nuevo culto espiritual" y "está estructurada en tres partes, cada una de las cuales profundiza una de las tres dimensiones de la Eucaristía", es decir: "Eucaristía, misterio que se ha de creer; Eucaristía, misterio que se ha de celebrar y Eucaristía, misterio que se ha de vivir". “La enseñanza del Santo Padre –añadió– ilustra con claridad cómo la acción litúrgica (misterio que se ha de celebrar) es aquella acción específica que hace posible la conformación de la vida cristiana (misterio que se ha de vivir, nuevo culto) por parte de la 75


fe (misterio que se ha de creer)". El Papa, "con una segunda novedad doctrinal de gran importancia", resalta además "la relevancia del ‘arte de celebrar’ para una participación activa plena y fructuosa". I.- "Eucaristía, misterio que se ha de creer" En la primera parte, "Eucaristía, misterio que se ha de creer", se habla del "Don de la Trinidad", y "se ilustra el misterio de la Eucaristía a partir de su origen trinitario, que asegura su carácter permanente de don”. Sobre los lazos entre "Institución cristológica y obra del Espíritu", el Santo Padre aborda "la institución de la Eucaristía en relación con la cena pascual judía" en un "pasaje decisivo para iluminar el ‘novum’ radical que Jesús aporta a la antigua cena ritual". "Eucaristía e Iglesia", el segundo apartado, subraya que "la Eucaristía es el principio causal de la Iglesia: "en cada celebración confesamos la primacía del don de Cristo. El influjo causal de la Eucaristía en el origen de la Iglesia revela la precedencia no sólo cronológica sino también ontológica del habernos ‘amado primero’. Benedicto XVI, mientras afirma la relación circular entre la Eucaristía que edifica la Iglesia y la Iglesia misma que celebra la Eucaristía, cumple una significativa opción magisterial por el primado de la causalidad eucarística sobre la eclesial". El Papa aborda la relación entre la Eucaristía y los demás sacramentos, afirmando que ésta “lleva la iniciación cristiana a la plenitud y es como el centro y fin de toda la vida sacramental". Respecto al sacramento de la reconciliación, el Papa insiste en la exigencia de "una recuperación de la pedagogía de la conversión que nace de la Eucaristía". Al tratar la relación entre Eucaristía y Orden, el Santo Padre reafirma el carácter "insustituible del sacerdocio ministerial para la celebración de la santa Misa" y, además, "subraya y profundiza la relación entre orden sacerdotal y celibato: "Respetando la praxis y las diferentes tradiciones orientales –escribe– es necesario reafirmar el sentido profundo del celibato sacerdotal, considerado con justicia una riqueza inestimable". En "Eucaristía y Matrimonio", el Santo Padre sostiene que , sacramento esponsal por excelencia, "corrobora de forma inagotable la unidad y el amor indisolubles de todo matrimonio cristiano". Según el Arzobispo, el texto contiene "importantes sugerencias pastorales" respecto a los católicos divorciados que se han vuelto a casar. La Exhortación, tras reafirmar que "a pesar de su situación siguen perteneciendo a la Iglesia, que les sigue con 76


especial atención", enumera nueve modalidades de participación en la vida de la comunidad de estos fieles que, aunque no reciban la Comunión, pueden adoptar un estilo de vida cristiano". "Se habla también de los que habiendo celebrado válidamente el matrimonio, por condiciones objetivas no pueden disolver los nuevos lazos contraídos, proponiéndoles, con una adecuada ayuda pastoral, que se comprometan "a vivir su relación según las exigencias de la ley de Dios, como amigos, como hermano y hermana", es decir, transformando su relación en amistad fraternal". II.- "Eucaristía, misterio que se ha de celebrar" El Purpurado se refirió a la segunda parte de la Exhortación, "Eucaristía, misterio que se ha de celebrar", en la que se ilustra, "el desarrollo de la acción litúrgica en la celebración, indicando los elementos que merecen una mayor reflexión y ofreciendo algunas sugerencias pastorales de gran importancia". El Papa ofrece unas indicaciones sobre la riqueza de los signos litúrgicos (silencio, paramentos, gestos: estar de pie, de rodillas, etc.) y el arte al servicio de la celebración. En este contexto se recuerda que el sagrario debe colocarse en un lugar visible en la Iglesia, gracias también a la lamparilla encendida. Para favorecer una participación activa más adecuada en el rito sagrado, el Santo Padre propone algunos recursos pastorales y, asimismo propone "un recurso más habitual a la lengua latina, sobre todo en las grandes celebraciones internacionales, sin descuidar el peso del canto gregoriano". "El Papa –continuó– recuerda la unidad intrínseca del rito de la santa Misa", que se debe expresar también en el modo con que se cuida la liturgia de la Palabra". Benedicto XVI hace hincapié en el “notable valor educativo” de la presentación de los dones, el intercambio de la paz y el "Ite missa est". “El Santo Padre ha confiado el estudio de posibles cambios sobre estos dos últimos puntos a los dicasterios competentes". III.-"Eucaristía, misterio que se ha de vivir" En la tercera y última parte, el Purpurado, indicó que "se muestra la capacidad del misterio creído y celebrado de constituir el horizonte último y definitivo de la existencia cristiana". En la Exhortación "se subraya con fuerza que el don de la Eucaristía es para el hombre, responde a las esperanzas del hombre. Los cristianos encuentran en la 77


celebración eucarística al Dios vivo y verdadero capaz de salvar su vida. Y esta salvación tiene como interlocutora a la libertad humana". "La relevancia antropológica de la Eucaristía emerge con toda su fuerza en el culto nuevo característico del cristiano. Sobre la base de la acción eucarística, cada circunstancia de la existencia se convierte, por decir así, en ‘sacramental’”, añadió. Tras recordar que "cada fiel está llamado a una profunda transformación de la propia vida", el Patriarca de Venecia subrayó la importancia de la “responsabilidad de los cristianos que desempeñan cargos públicos y políticos". Concretamente, los políticos y legisladores católicos deben "presentar y apoyar –escribe el Santo Padre– leyes inspiradas en los valores fundados en la naturaleza humana. Esto tiene además una relación objetiva con la Eucaristía". Asimismo, el documento “recomienda vivamente a todos, pero en particular a los fieles laicos, "cultivar el deseo de que la Eucaristía influya cada vez más profundamente en su vida cotidiana, convirtiéndolos en testigos visibles en su propio ambiente de trabajo y en toda la sociedad". El Cardenal afirmó que el texto no duda en afirmar que “la Eucaristía impulsa a todo el que cree a hacerse ‘pan partido’ para los demás, y por tanto, a trabajar por un mundo más justo y fraterno”. Asimismo, el Purpurado manifestó la convicción de que "en la autenticidad de la fe y del culto eucarístico se halla el secreto de un renacimiento de la vida cristiana capaz de regenerar al Pueblo de Dios. En el misterio de la Eucaristía se accede a la realidad de Dios que es amor". Por último, el Cardenal Scola destacó que al inicio y al final del documento, Benedicto XVI subraya larelación entre la Eucaristía y la Virgen: "En María Santísima vemos perfectamente realizado el modo sacramental con que Dios, en su iniciativa salvadora, se acerca e implica a la criatura humana. De Ella hemos de aprender a convertirnos en personas eucarísticas y eclesiales".

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VIII.3.- Verbum Domini (Exhortación apostólica post sinodal de Benedicto XVI) La liturgia, lugar privilegiado de la palabra de Dios La Palabra de Dios en la sagrada liturgia 52. Al considerar la Iglesia como «casa de la Palabra», se ha de prestar atención ante todo a la sagrada liturgia. En efecto, este es el ámbito privilegiado en el que Dios nos habla en nuestra vida, habla hoy a su pueblo, que escucha y responde. Todo acto litúrgico está por su naturaleza empapado de la Sagrada Escritura. Como afirma la Constitución Sacrosanctum Concilium, «la importancia de la Sagrada Escritura en la liturgia es máxima. En efecto, de ella se toman las lecturas que se explican en la homilía, y los salmos que se cantan; las preces, oraciones y cantos litúrgicos están impregnados de su aliento y su inspiración; de ella reciben su significado las acciones y los signos». Más aún, hay que decir que Cristo mismo «está presente en su palabra, pues es Él mismo el que habla cuando se lee en la Iglesia la Sagrada Escritura». Por tanto, «la celebración litúrgica se convierte en una continua, plena y eficaz exposición de esta Palabra de Dios. Así, la Palabra de Dios, expuesta continuamente en la liturgia, es siempre viva y eficaz por el poder del Espíritu Santo, y manifiesta el amor operante del Padre, amor indeficiente en su eficacia para con los hombres». En efecto, la Iglesia siempre ha sido consciente de que, en el acto litúrgico, la Palabra de Dios va acompañada por la íntima acción del Espíritu Santo, que la hace operante en el corazón de los fieles. En realidad, gracias precisamente al Paráclito, «la Palabra de Dios se convierte en fundamento de la acción litúrgica, norma y ayuda de toda la vida. Por consiguiente, la acción del Espíritu... va recordando, en el corazón de cada uno, aquellas cosas que, en la proclamación de la Palabra de Dios, son leídas para toda la asamblea de los fieles, y, consolidando la unidad de todos, fomenta asimismo la diversidad de carismas y proporciona la multiplicidad de actuaciones». Así pues, es necesario entender y vivir el valor esencial de la acción litúrgica para comprender la Palabra de Dios. En cierto sentido, la hermenéutica de la fe respecto a la Sagrada Escritura debe tener siempre como punto de referencia la liturgia, en la que se celebra la Palabra de Dios como palabra actual y viva: «En la liturgia, la Iglesia sigue fielmente el mismo sistema que usó Cristo con la lectura e interpretación de las Sagradas Escrituras, puesto que Él exhorta a profundizar el conjunto de las Escrituras partiendo del “hoy” de su acontecimiento personal».

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Aquí se muestra también la sabia pedagogía de la Iglesia, que proclama y escucha la Sagrada Escritura siguiendo el ritmo del año litúrgico. Este despliegue de la Palabra de Dios en el tiempo se produce particularmente en la celebración eucarística y en la Liturgia de las Horas. En el centro de todo resplandece el misterio pascual, al que se refieren todos los misterios de Cristo y de la historia de la salvación, que se actualizan sacramentalmente: «La santa Madre Iglesia..., al conmemorar así los misterios de la redención, abre la riqueza de las virtudes y de los méritos de su Señor, de modo que se los hace presentes en cierto modo a los fieles durante todo tiempo para que los alcancen y se llenen de la gracia de la salvación». Exhorto, pues, a los Pastores de la Iglesia y a los agentes de pastoral a esforzarse en educar a todos los fieles a gustar el sentido profundo de la Palabra de Dios que se despliega en la liturgia a lo largo del año, mostrando los misterios fundamentales de nuestra fe. El acercamiento apropiado a la Sagrada Escritura depende también de esto. Sagrada Escritura y sacramentos 53. El Sínodo de los Obispos, afrontando el tema del valor de la liturgia para la comprensión de la Palabra de Dios, ha querido también subrayar la relación entre la Sagrada Escritura y la acción sacramental. Es más conveniente que nunca profundizar en la relación entre Palabra y Sacramento, tanto en la acción pastoral de la Iglesia como en la investigación teológica. Ciertamente «la liturgia de la Palabra es un elemento decisivo en la celebración de cada sacramento de la Iglesia»; sin embargo, en la práctica pastoral, los fieles no siempre son conscientes de esta unión, ni captan la unidad entre el gesto y la palabra. «Corresponde a los sacerdotes y a los diáconos, sobre todo cuando administran los sacramentos, poner de relieve la unidad que forman Palabra y sacramento en el ministerio de la Iglesia». En la relación entre Palabra y gesto sacramental se muestra en forma litúrgica el actuar propio de Dios en la historia a través del carácter performativo de la Palabra misma. En efecto, en la historia de la salvación no hay separación entre lo que Dios dice y lo que hace; su Palabra misma se manifiesta como viva y eficaz (cf. Hb 4,12), como indica, por lo demás, el sentido mismo de la expresión hebrea dabar. Igualmente, en la acción litúrgica estamos ante su Palabra que realiza lo que dice. Cuando se educa al Pueblo de Dios a descubrir el carácter performativo de la Palabra de Dios en la liturgia, se le ayuda también a percibir el actuar de Dios en la historia de la salvación y en la vida personal de cada miembro. Palabra de Dios y Eucaristía 54. Lo que se afirma genéricamente de la relación entre Palabra y sacramentos, se ahonda cuando nos referimos a la celebración eucarística. Además, la íntima unidad entre 80


Palabra y Eucaristía está arraigada en el testimonio bíblico (cf. Jn 6; Lc24), confirmada por los Padres de la Iglesia y reafirmada por el Concilio Vaticano II. A este respecto, podemos pensar en el gran discurso de Jesús sobre el pan de vida en la sinagoga de Cafarnaúm (cf. Jn 6,22-69), en cuyo trasfondo se percibe la comparación entre Moisés y Jesús, entre quien habló cara a cara con Dios (cf. Ex 33,11) y quien revela a Dios (cf. Jn 1,18). En efecto, el discurso sobre el pan se refiere al don de Dios que Moisés obtuvo para su pueblo con el maná en el desierto y que, en realidad, es la Torá, la Palabra de Dios que da vida (cf. Sal 119; Pr 9,5). Jesús lleva a cumplimiento en sí mismo la antigua figura: «El pan de Dios es el que baja del cielo y da la vida al mundo... Yo soy el pan de vida» (Jn 6,33-35). Aquí, «la Ley se ha hecho Persona. En el encuentro con Jesús nos alimentamos, por así decirlo, del Dios vivo, comemos realmente el “pan del cielo”». El Prólogo de Juan se profundiza en el discurso de Cafarnaúm: si en el primero el Logos de Dios se hace carne, en el segundo es «pan» para la vida del mundo (cf. Jn 6,51), haciendo alusión de este modo a la entrega que Jesús hará de sí mismo en el misterio de la cruz, confirmada por la afirmación sobre su sangre que se da a «beber» (cf. Jn 6,53). De este modo, en el misterio de la Eucaristía se muestra cuál es el verdadero maná, el auténtico pan del cielo: es el Logos de Dios que se ha hecho carne, que se ha entregado a sí mismo por nosotros en el misterio pascual. El relato de Lucas sobre los discípulos de Emaús nos permite una reflexión ulterior sobre la unión entre la escucha de la Palabra y el partir el pan (cf. Lc24,13-35). Jesús salió a su encuentro el día siguiente al sábado, escuchó las manifestaciones de su esperanza decepcionada y, haciéndose su compañero de camino, «les explicó lo que se refería a él en toda la Escritura» (24,27). Junto con este caminante que se muestra tan inesperadamente familiar a sus vidas, los dos discípulos comienzan a mirar de un modo nuevo las Escrituras. Lo que había ocurrido en aquellos días ya no aparece como un fracaso, sino como cumplimiento y nuevo comienzo. Sin embargo, tampoco estas palabras les parecen aún suficientes a los dos discípulos. El Evangelio de Lucas nos dice que sólo cuando Jesús tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio, «se les abrieron los ojos y lo reconocieron» (24,31), mientras que antes «sus ojos no eran capaces de reconocerlo» (24,16). La presencia de Jesús, primero con las palabras y después con el gesto de partir el pan, hizo posible que los discípulos lo reconocieran, y que pudieran revivir de un modo nuevo lo que antes habían experimentado con él: « ¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras? » (24,32). 55. Estos relatos muestran cómo la Escritura misma ayuda a percibir su unión indisoluble con la Eucaristía. «Conviene, por tanto, tener siempre en cuenta que la Palabra de Dios leída y anunciada por la Iglesia en la liturgia conduce, por decirlo así, al sacrificio de la alianza y al banquete de la gracia, es decir, a la Eucaristía, como a su fin 81


propio». Palabra y Eucaristía se pertenecen tan íntimamente que no se puede comprender la una sin la otra: la Palabra de Dios se hace sacramentalmente carne en el acontecimiento eucarístico. La Eucaristía nos ayuda a entender la Sagrada Escritura, así como la Sagrada Escritura, a su vez, ilumina y explica el misterio eucarístico. En efecto, sin el reconocimiento de la presencia real del Señor en la Eucaristía, la comprensión de la Escritura queda incompleta. Por eso, «la Iglesia honra con una misma veneración, aunque no con el mismo culto, la Palabra de Dios y el misterio eucarístico y quiere y sanciona que siempre y en todas partes se imite este proceder, ya que, movida por el ejemplo de su Fundador, nunca ha dejado de celebrar el misterio pascual de Cristo, reuniéndose para leer “lo que se refiere a él en toda la Escritura” (Lc24,27) y ejerciendo la obra de salvación por medio del memorial del Señor y de los sacramentos». Sacramentalidad de la Palabra 56. Con la referencia al carácter performativo de la Palabra de Dios en la acción sacramental y la profundización de la relación entre Palabra y Eucaristía, nos hemos adentrado en un tema significativo, que ha surgido durante la Asamblea del Sínodo, acerca de la sacramentalidad de la Palabra. A este respecto, es útil recordar que el Papa Juan Pablo II ha hablado del «horizontesacramental de la Revelación y, en particular..., el signo eucarístico donde la unidad inseparable entre la realidad y su significado permite captar la profundidad del misterio». De aquí comprendemos que, en el origen de la sacramentalidad de la Palabra de Dios, está precisamente el misterio de la encarnación: «Y la Palabra se hizo carne» (Jn1,14), la realidad del misterio revelado se nos ofrece en la «carne» del Hijo. La Palabra de Dios se hace perceptible a la fe mediante el «signo», como palabra y gesto humano. La fe, pues, reconoce el Verbo de Dios acogiendo los gestos y las palabras con las que Él mismo se nos presenta. El horizonte sacramental de la revelación indica, por tanto, la modalidad histórico salvífica con la cual el Verbo de Dios entra en el tiempo y en el espacio, convirtiéndose en interlocutor del hombre, que está llamado a acoger su don en la fe. De este modo, la sacramentalidad de la Palabra se puede entender en analogía con la presencia real de Cristo bajo las especies del pan y del vino consagrados. Al acercarnos al altar y participar en el banquete eucarístico, realmente comulgamos el cuerpo y la sangre de Cristo. La proclamación de la Palabra de Dios en la celebración comporta reconocer que es Cristo mismo quien está presente y se dirige a nosotros para ser recibido. Sobre la actitud que se ha de tener con respecto a la Eucaristía y la Palabra de Dios, dice san Jerónimo: «Nosotros leemos las Sagradas Escrituras. Yo pienso que el Evangelio es el Cuerpo de Cristo; yo pienso que las Sagradas Escrituras son su enseñanza. Y cuando él dice: “Quién no come mi carne y bebe mi sangre” (Jn6,53), aunque estas 82


palabras puedan entenderse como referidas también al Misterio [eucarístico], sin embargo, el cuerpo de Cristo y su sangre es realmente la palabra de la Escritura, es la enseñanza de Dios. Cuando acudimos al Misterio [eucarístico], si cae una partícula, nos sentimos perdidos. Y cuando estamos escuchando la Palabra de Dios, y se nos vierte en el oído la Palabra de Dios y la carne y la sangre de Cristo, mientras que nosotros estamos pensando en otra cosa, ¿cuántos graves peligros corremos?». Cristo, realmente presente en las especies del pan y del vino, está presente de modo análogo también en la Palabra proclamada en la liturgia. Por tanto, profundizar en el sentido de la sacramentalidad de la Palabra de Dios, puede favorecer una comprensión más unitaria del misterio de la revelación en «obras y palabras íntimamente ligadas», favoreciendo la vida espiritual de los fieles y la acción pastoral de la Iglesia. La Sagrada Escritura y el Leccionario 57. Al subrayar el nexo entre Palabra y Eucaristía, el Sínodo ha querido también volver a llamar justamente la atención sobre algunos aspectos de la celebración inherentes al servicio de la Palabra. Quisiera hacer referencia ante todo a la importancia del Leccionario. La reforma promovida por el Concilio Vaticano II ha mostrado sus frutos enriqueciendo el acceso a la Sagrada Escritura, que se ofrece abundantemente, sobre todo en la liturgia de los domingos. La estructura actual, además de presentar frecuentemente los textos más importantes de la Escritura, favorece la comprensión de la unidad del plan divino, mediante la correlación entre las lecturas del Antiguo y del Nuevo Testamento, «centrada en Cristo y en su misterio pascual». Algunas dificultades que sigue habiendo para captar la relación entre las lecturas de los dos Testamentos, han de ser consideradas a la luz de la lectura canónica, es decir, de la unidad intrínseca de toda la Biblia. Donde sea necesario, los organismos competentes pueden disponer que se publiquen subsidios que ayuden a comprender el nexo entre las lecturas propuestas por el Leccionario, las cuales han de proclamarse en la asamblea litúrgica en su totalidad, como está previsto en la liturgia del día. Otros eventuales problemas y dificultades deberán comunicarse a la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos. Además, no hemos de olvidar que el actual Leccionario del rito latino tiene también un significado ecuménico, en cuanto es utilizado y apreciado también por confesiones que aún no están en plena comunión con la Iglesia Católica. De manera diferente se plantea la cuestión del Leccionario en la liturgia de las Iglesias Católicas Orientales, que el Sínodo pide que «se examine autorizadamente», según la tradición propia y las competencias de las Iglesias sui iuris y teniendo en cuenta también en este caso el contexto ecuménico.

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Proclamación de la Palabra y ministerio del lectorado 58. Ya en la Asamblea sinodal sobre la Eucaristía se pidió un mayor cuidado en la proclamación de la Palabra de Dios. Como es sabido, mientras que en la tradición latina el Evangelio lo proclama el sacerdote o el diácono, la primera y la segunda lectura las proclama el lector encargado, hombre o mujer. Quisiera hacerme eco de los Padres sinodales, que también en esta circunstancia han subrayado la necesidad de cuidar, con una formación apropiada, el ejercicio del munus de lector en la celebración litúrgica, y particularmente el ministerio del lectorado que, en cuanto tal, es un ministerio laical en el rito latino. Es necesario que los lectores encargados de este servicio, aunque no hayan sido instituidos, sean realmente idóneos y estén seriamente preparados. Dicha preparación ha de ser tanto bíblica y litúrgica, como técnica: «La instrucción bíblica debe apuntar a que los lectores estén capacitados para percibir el sentido de las lecturas en su propio contexto y para entender a la luz de la fe el núcleo central del mensaje revelado. La instrucción litúrgica debe facilitar a los lectores una cierta percepción del sentido y de la estructura de la liturgia de la Palabra y las razones de la conexión entre la liturgia de la Palabra y la liturgia eucarística. La preparación técnica debe hacer que los lectores sean cada día más aptos para el arte de leer ante el pueblo, ya sea de viva voz, ya sea con ayuda de los instrumentos modernos de amplificación de la voz». Importancia de la homilía 59. Hay también diferentes oficios y funciones «que corresponden a cada uno, en lo que atañe a la Palabra de Dios; según esto, los fieles escuchan y meditan la palabra, y la explican únicamente aquellos a quienes se encomienda este ministerio»,ces decir, obispos, presbíteros y diáconos. Por ello, se entiende la atención que se ha dado en el Sínodo al tema de la homilía. Ya en la Exhortación apostólica postsinodal Sacramentum caritatis, recordé que «la necesidad de mejorar la calidad de la homilía está en relación con la importancia de la Palabra de Dios. En efecto, ésta “es parte de la acción litúrgica”; tiene el cometido de favorecer una mejor comprensión y eficacia de la Palabra de Dios en la vida de los fieles». La homilía constituye una actualización del mensaje bíblico, de modo que se lleve a los fieles a descubrir la presencia y la eficacia de la Palabra de Dios en el hoy de la propia vida. Debe apuntar a la comprensión del misterio que se celebra, invitar a la misión, disponiendo la asamblea a la profesión de fe, a la oración universal y a la liturgia eucarística. Por consiguiente, quienes por ministerio específico están encargados de la predicación han de tomarse muy en serio esta tarea. Se han de evitar homilías genéricas y abstractas, que oculten la sencillez de la Palabra de Dios, así como inútiles divagaciones que corren el riesgo de atraer la atención más sobre el predicador que sobre el corazón del mensaje evangélico. Debe quedar claro a los fieles que lo que 84


interesa al predicador es mostrar a Cristo, que tiene que ser el centro de toda homilía. Por eso se requiere que los predicadores tengan familiaridad y trato asiduo con el texto sagrado; que se preparen para la homilía con la meditación y la oración, para que prediquen con convicción y pasión. La Asamblea sinodal ha exhortado a que se tengan presentes las siguientes preguntas: «¿Qué dicen las lecturas proclamadas? ¿Qué me dicen a mí personalmente? ¿Qué debo decir a la comunidad, teniendo en cuenta su situación concreta?». El predicador tiene que «ser el primero en dejarse interpelar por la Palabra de Dios que anuncia», porque, como dice san Agustín: «Pierde tiempo predicando exteriormente la Palabra de Dios quien no es oyente de ella en su interior». Cuídese con especial atención la homilía dominical y en la de las solemnidades; pero no se deje de ofrecer también, cuando sea posible, breves reflexiones apropiadas a la situación durante la semana en las misas cum populo, para ayudar a los fieles a acoger y hacer fructífera la Palabra escuchada. Oportunidad de un Directorio homilético 60. Predicar de modo apropiado ateniéndose al Leccionario es realmente un arte en el que hay que ejercitarse. Por tanto, en continuidad con lo requerido en el Sínodo anterior, pido a las autoridades competentes que, en relación al Compendio eucarístico, se piense también en instrumentos y subsidios adecuados para ayudar a los ministros a desempeñar del mejor modo su tarea, como, por ejemplo, con un Directorio sobre la homilía, de manera que los predicadores puedan encontrar en él una ayuda útil para prepararse en el ejercicio del ministerio. Como nos recuerda san Jerónimo, la predicación se ha de acompañar con el testimonio de la propia vida: «Que tus actos no desmientan tus palabras, para que no suceda que, cuando tú predicas en la iglesia, alguien comente en sus adentros: “¿Por qué, entonces, precisamente tú no te comportas así?”... En el sacerdote de Cristo la mente y la palabra han de ser concordes». Palabra de Dios, Reconciliación y Unción de los enfermos 61. Si bien la Eucaristía está sin duda en el centro de la relación entre Palabra de Dios y sacramentos, conviene subrayar, sin embargo, la importancia de la Sagrada Escritura también en los demás sacramentos, especialmente en los de curación, esto es, el sacramento de la Reconciliación o de la Penitencia, y el sacramento de la Unción de los enfermos. Con frecuencia, se descuida la referencia a la Sagrada Escritura en estos sacramentos. Por el contrario, es necesario que se le dé el espacio que le corresponde. En efecto, nunca se ha de olvidar que «la Palabra de Dios es palabra de reconciliación porque en ella Dios reconcilia consigo todas las cosas (cf. 2 Co 5,18-20; Ef 1,10). El perdón misericordioso de Dios, encarnado en Jesús, levanta al pecador». «Por la Palabra de Dios 85


el cristiano es iluminado en el conocimiento de sus pecados y es llamado a la conversión y a la confianza en la misericordia de Dios». Para que se ahonde en la fuerza reconciliadora de la Palabra de Dios, se recomienda que cada penitente se prepare a la confesión meditando un pasaje adecuado de la Sagrada Escritura y comience la confesión mediante la lectura o la escucha de una monición bíblica, según lo previsto en el propio ritual. Además, al manifestar después su contrición, conviene que el penitente use una expresión prevista en el ritual, «compuesta con palabras de la Sagrada Escritura». Cuando sea posible, es conveniente también que, en momentos particulares del año, o cuando se presente la oportunidad, la confesión de varios penitentes tenga lugar dentro de celebraciones penitenciales, como prevé el ritual, respetando las diversas tradiciones litúrgicas y dando una mayor amplitud a la celebración de la Palabra con lecturas apropiadas. Tampoco se ha de olvidar, por lo que se refiere al sacramento de la Unción de los enfermos, que «la fuerza sanadora de la Palabra de Dios es una llamada apremiante a una constante conversión personal del oyente mismo». La Sagrada Escritura contiene numerosos textos de consuelo, ayuda y curaciones debidas a la intervención de Dios. Se recuerde especialmente la cercanía de Jesús a los que sufren, y que Él mismo, el Verbo de Dios encarnado, ha cargado con nuestros dolores y ha padecido por amor al hombre, dando así sentido a la enfermedad y a la muerte. Es bueno que en las parroquias y sobre todo en los hospitales se celebre, según las circunstancias, el sacramento de la Unción de enfermos de forma comunitaria. Que en estas ocasiones se dé amplio espacio a la celebración de la Palabra y se ayude a los fieles enfermos a vivir con fe su propio estado de padecimiento unidos al sacrificio redentor de Cristo que nos libra del mal. Palabra de Dios y Liturgia de las Horas 62. Entre las formas de oración que exaltan la Sagrada Escritura se encuentra sin duda la Liturgia de las Horas. Los Padres sinodales han afirmado que constituye una «forma privilegiada de escucha de la Palabra de Dios, porque pone en contacto a los fieles con la Sagrada Escritura y con la Tradición viva de la Iglesia». Se ha de recordar ante todo la profunda dignidad teológica y eclesial de esta oración. En efecto, «en la Liturgia de las Horas, la Iglesia, desempeñando la función sacerdotal de Cristo, su cabeza, ofrece a Dios sin interrupción (cf. 1 Ts 5,17) el sacrificio de alabanza, es decir, el fruto de unos labios que profesan su nombre (cf. Hb 13,15). Esta oración es “la voz de la misma Esposa que habla al Esposo; más aún: es la oración de Cristo, con su cuerpo, al Padre”». A este propósito, el Concilio Vaticano II afirma: «Por eso, todos los que ejercen esta función, no sólo cumplen el oficio de la Iglesia, sino que también participan del sumo honor de la Esposa de Cristo, porque, al alabar a Dios, están ante su trono en nombre de la Madre Iglesia». En la 86


Liturgia de las Horas, como oración pública de la Iglesia, se manifiesta el ideal cristiano de santificar todo el día, al compás de la escucha de la Palabra de Dios y de la recitación de los salmos, de manera que toda actividad tenga su punto de referencia en la alabanza ofrecida a Dios. Quienes por su estado de vida tienen el deber de recitar la Liturgia de las Horas, vivan con fidelidad este compromiso en favor de toda la Iglesia. Los obispos, los sacerdotes y los diáconos aspirantes al sacerdocio, que han recibido de la Iglesia el mandato de celebrarla, tienen la obligación de recitar cada día todas las Horas. Por lo que se refiere a la obligatoriedad de esta liturgia en las Iglesias Orientales Católicas sui iuris se ha de seguir lo indicado en el derecho propio. Además, aliento a las comunidades de vida consagrada a que sean ejemplares en la celebración de la Liturgia de las Horas, de manera que puedan ser un punto de referencia e inspiración para la vida espiritual y pastoral de toda la Iglesia. El Sínodo ha manifestado el deseo de que se difunda más en el Pueblo de Dios este tipo de oración, especialmente la recitación de Laudes y Vísperas. Esto hará aumentar en los fieles la familiaridad con la Palabra de Dios. Se ha de destacar también el valor de la Liturgia de las Horas prevista en las primeras Vísperas del domingo y de las solemnidades, especialmente para las Iglesias Orientales católicas. Para ello, recomiendo que, donde sea posible, las parroquias y las comunidades de vida religiosa fomenten esta oración con la participación de los fieles. Palabra de Dios y Bendicional 63. En el uso del Bendicional, se preste también atención al espacio previsto para la proclamación, la escucha y la explicación de la Palabra de Dios mediante breves moniciones. En efecto, el gesto de la bendición, en los casos previstos por la Iglesia y cuando los fieles lo solicitan, no ha de quedar aislado, sino relacionado en su justa medida con la vida litúrgica del Pueblo de Dios. En este sentido, la bendición, como auténtico signo sagrado, «toma su pleno sentido y eficacia de la proclamación de la Palabra de Dios». Así pues, es importante aprovechar también estas circunstancias para reavivar en los fieles el hambre y la sed de toda palabra que sale de la boca de Dios (cf. Mt 4,4). Sugerencias y propuestas concretas para la animación litúrgica 64. Después de haber recordado algunos elementos fundamentales de la relación entre liturgia y Palabra de Dios, deseo ahora resumir y valorar algunas propuestas y sugerencias recomendadas por los Padres sinodales, con el fin de favorecer cada vez más 87


en el Pueblo de Dios una mayor familiaridad con la Palabra de Dios en el ámbito de los actos litúrgicos o, en todo caso, referidos a ellos. a) Celebraciones de la Palabra de Dios 65. Los Padres sinodales han exhortado a todos los pastores a promover momentos de celebración de la Palabra en las comunidades a ellos confiadas: son ocasiones privilegiadas de encuentro con el Señor. Por eso, dicha práctica comportará grandes beneficios para los fieles, y se ha de considerar un elemento relevante de la pastoral litúrgica. Estas celebraciones adquieren una relevancia especial en la preparación de la Eucaristía dominical, de modo que los creyentes tengan la posibilidad de adentrarse más en la riqueza del Leccionario para orar y meditar la Sagrada Escritura, sobre todo en los tiempos litúrgicos más destacados, Adviento y Navidad, Cuaresma y Pascua. Además, se recomienda encarecidamente la celebración de la Palabra de Dios en aquellas comunidades en las que, por la escasez de sacerdotes, no es posible celebrar el sacrificio eucarístico en los días festivos de precepto. Teniendo en cuenta las indicaciones ya expuestas en la Exhortación apostólica postsinodal Sacramentum caritatis sobre las asambleas dominicales en ausencia de sacerdote, recomiendo que las autoridades competentes confeccionen directorios rituales, valorizando la experiencia de las Iglesias particulares. De este modo, se favorecerá en estos casos la celebración de la Palabra que alimente la fe de los creyentes, evitando, sin embargo, que ésta se confunda con las celebraciones eucarísticas; es más, «deberían ser ocasiones privilegiadas para pedir a Dios que mande sacerdotes santos según su corazón». Además, los Padres sinodales han invitado a celebrar también la Palabra de Dios con ocasión de peregrinaciones, fiestas particulares, misiones populares, retiros espirituales y días especiales de penitencia, reparación y perdón. Por lo que se refiere a las muchas formas de piedad popular, aunque no son actos litúrgicos y no deben confundirse con las celebraciones litúrgicas, conviene que se inspiren en ellas y, sobre todo, ofrezcan un adecuado espacio a la proclamación y a la escucha de la Palabra de Dios; en efecto, «en las palabras de la Biblia, la piedad popular encontrará una fuente inagotable de inspiración, modelos insuperables de oración y fecundas propuestas de diversos temas». b) La Palabra y el silencio 66. Bastantes intervenciones de los Padres sinodales han insistido en el valor del silencio en relación con la Palabra de Dios y con su recepción en la vida de los fieles. En efecto, la palabra sólo puede ser pronunciada y oída en el silencio, exterior e interior. Nuestro tiempo no favorece el recogimiento, y se tiene a veces la impresión de que hay 88


casi temor de alejarse de los instrumentos de comunicación de masa, aunque solo sea por un momento. Por eso se ha de educar al Pueblo de Dios en el valor del silencio. Redescubrir el puesto central de la Palabra de Dios en la vida de la Iglesia quiere decir también redescubrir el sentido del recogimiento y del sosiego interior. La gran tradición patrística nos enseña que los misterios de Cristo están unidos al silencio, y sólo en él la Palabra puede encontrar morada en nosotros, como ocurrió en María, mujer de la Palabra y del silencio inseparablemente. Nuestras liturgias han de facilitar esta escucha auténtica: Verbo crescente, verba deficiunt. Este valor ha de resplandecer particularmente en la Liturgia de la Palabra, que «se debe celebrar de tal manera que favorezca la meditación». Cuando el silencio está previsto, debe considerarse «como parte de la celebración». Por tanto, exhorto a los pastores a fomentar los momentos de recogimiento, por medio de los cuales, con la ayuda del Espíritu Santo, la Palabra de Dios se acoge en el corazón. c) Proclamación solemne de la Palabra de Dios 67. Otra sugerencia manifestada en el Sínodo ha sido la de resaltar, sobre todo en las solemnidades litúrgicas relevantes, la proclamación de la Palabra, especialmente el Evangelio, utilizando el Evangeliario, llevado procesionalmente durante los ritos iniciales y después trasladado al ambón por el diácono o por un sacerdote para la proclamación. De este modo, se ayuda al Pueblo de Dios a reconocer que «la lectura del Evangelio constituye el punto culminante de esta liturgia de la palabra». Siguiendo las indicaciones contenidas en la Ordenación de las lecturas de la Misa, conviene dar realce a la proclamación de la Palabra de Dios con el canto, especialmente el Evangelio, sobre todo en solemnidades determinadas. El saludo, el anuncio inicial: «Lectura del santo evangelio...», y el final, «Palabra del Señor», es bueno cantarlos para subrayar la importancia de lo que se ha leído. d) La Palabra de Dios en el templo cristiano 68. Para favorecer la escucha de la Palabra de Dios no se han de descuidar aquellos medios que pueden ayudar a los fieles a una mayor atención. En este sentido, es necesario que en los edificios sagrados se tenga siempre en cuenta la acústica, respetando las normas litúrgicas y arquitectónicas. «Los obispos, con la ayuda debida, han de procurar que, en la construcción de las iglesias, éstas sean lugares adecuados para la proclamación de la Palabra, la meditación y la celebración eucarística. Y que los espacios sagrados, también fuera de la acción litúrgica, sean elocuentes, presentando el misterio cristiano en relación con la Palabra de Dios». 89


Se debe prestar una atención especial al ambón como lugar litúrgico desde el que se proclama la Palabra de Dios. Ha de colocarse en un sitio bien visible, y al que se dirija espontáneamente la atención de los fieles durante la liturgia de la Palabra. Conviene que sea fijo, como elemento escultórico en armonía estética con el altar, de manera que represente visualmente el sentido teológico de la doble mesa de la Palabra y de la Eucaristía. Desde el ambón se proclaman las lecturas, el salmo responsorial y el pregón pascual; pueden hacerse también desde él la homilía y las intenciones de la oración universal. Además, los Padres sinodales sugieren que en las iglesias se destine un lugar de relieve donde se coloque la Sagrada Escritura también fuera de la celebración. En efecto, conviene que el libro que contiene la Palabra de Dios tenga un sitio visible y de honor en el templo cristiano, pero sin ocupar el centro, que corresponde al sagrario con el Santísimo Sacramento. e) Exclusividad de los textos bíblicos en la liturgia 69. El Sínodo ha reiterado además con vigor lo que, por otra parte, está establecido ya por las normas litúrgicas de la Iglesia, a saber, que las lecturas tomadas de la Sagrada Escritura nunca sean sustituidas por otros textos, por más significativos que parezcan desde el punto de vista pastoral o espiritual: «Ningún texto de espiritualidad o de literatura puede alcanzar el valor y la riqueza contenida en la Sagrada Escritura, que es Palabra de Dios». Se trata de una antigua disposición de la Iglesia que se ha de mantener. Ya el Papa Juan Pablo II, ante algunos abusos, recordó la importancia de no sustituir nunca la Sagrada Escritura con otras lecturas. Recordemos que también el Salmo responsorial es Palabra de Dios, con el cual respondemos a la voz del Señor y, por tanto, no debe ser sustituido por otros textos; es muy conveniente, incluso, que sea cantado. f) El canto litúrgico bíblicamente inspirado 70. Para ensalzar la Palabra de Dios durante la celebración litúrgica, se tenga también en cuenta el canto en los momentos previstos por el rito mismo, favoreciendo aquel que tenga una clara inspiración bíblica y que sepa expresar, mediante una concordancia armónica entre las palabras y la música, la belleza de la palabra divina. En este sentido, conviene valorar los cantos que nos ha legado la tradición de la Iglesia y que respetan este criterio. Pienso, en particular, en la importancia del canto gregoriano.

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g) Especial atención a los discapacitados de la vista y el oído 71. En este contexto, quisiera también recordar que el Sínodo ha recomendado prestar una atención especial a los que, por su condición particular, tienen problemas para participar activamente en la liturgia, como, por ejemplo, los discapacitados en la vista y el oído. Animo a las comunidades cristianas a que, en la medida de lo posible, ayuden con instrumentos adecuados a los hermanos y hermanas que tienen esta dificultad, para que también ellos puedan tener un contacto vivo con la Palabra de Dios.

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ix.- el año litúrgico

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IX.- ¿CUÁNDO CELEBRAMOS?: EL AÑO LITÚRGICO La celebración de la misa y la liturgia de las horas, de cada día y de cada fiesta, se realizan mediante lecturas y oraciones que varían a lo largo del año, según un ordenamiento llamado año litúrgico. Toda la celebración litúrgica se desarrolla en el marco del año litúrgico, el cual es por así decir la estructura portadora de todo el misterio del culto cristiano. IX.1.- El Año Litúrgico desde el punto de vista teológico El año litúrgico debe de ser considerado como una verdadera liturgia, es decir, el conjunto de los momentos salvíficos, celebrados ritualmente por la Iglesia sobre todo mediante la eucaristía, como memorial de los acontecimientos con los que se realizó en la historia el misterio de la salvación. Por tanto, hay que hacer del año litúrgico una lectura ante todo teológica. Es la celebración-actualización del misterio de Cristo en el tiempo. Por ello el año litúrgico no puede reducirse a un simple calendario de días y meses a los que están vinculadas las celebraciones religiosas; es la presencia, en un modo sacramental-ritual, del misterio de Cristo en el espacio de un año. El componente tiempo es especialmente importante en la celebración del misterio de Cristo en el año litúrgico. En efecto, para el cristiano el tiempo es la categoría dentro de la cual se realiza la salvación. Éste es el motivo por el que “en el ciclo del año, la Iglesia desarrolla todo el misterio de Cristo, desde la encarnación y el nacimiento hasta la Ascensión, el día de Pentecostés y la expectativa de la feliz esperanza y retorno del Señor. Al conmemorar así los misterios de la redención, abre la riqueza de las virtudes y de los méritos de su Señor, de modo que se los hace presentes en cierto modo, durante todo tiempo, a los fieles para que los alcancen y se llenen de la gracia de la salvación” (SC 102). La liturgia, vista como la continuación de la intervención de Dios que salva a través de signos rituales, prolonga y actualiza en el tiempo, mediante la celebración, las riquezas salvíficas del Señor. Por ello el año litúrgico no es una serie de ideas o una sucesión de fiestas más o menos importantes, sino que es una Persona, Jesucristo. La salvación realizada por él, “principalmente por el misterio pascual de su bienaventurada pasión, de su resurrección de entre los muertos y de su gloriosa ascensión” (SC 5), es ofrecida y comunicada en las diversas acciones sacramentales que caracterizan el dinamismo del calendario cristiano. La historia de la salvación que continúa en el hoy de la Iglesia constituye, por tanto, el elemento vertebrador del año litúrgico. La historia de la salvación fue proyectada por Dios como una economía de salvación que, iniciada en el pasado, alcanza su vértice en Cristo y actúa en el tiempo 94


presente en espera del cumplimiento. Si la historia salvífica se concibe como una línea recta que se desarrolla teniendo a Cristo como un punto fijo que orienta toda la historia anterior y posterior a él, la celebración litúrgica de la iglesia se puede ver como un momento de esa historia, es decir, un momento de contenido histórico-salvífico en forma ritual. En efecto, el año litúrgico en sus fiestas celebra sólo y siempre el misterio de Cristo como centro de la historia salvífica. La celebración de los diversos misterios de Cristo, a lo largo del año litúrgico, no se debe de interpretar como una reproducción dramática de la vida terrena de Cristo. De hecho en toda celebración, aparentemente parcial, se celebra siempre la eucaristía en la que tiene lugar el todo y, por tanto, el misterio es siempre completo, el todo está siempre en cada fragmento. Hablando de la Eucaristía, santo Tomás de Aquino afirma que “en este sacramento se contiene todo el misterio de nuestra salvación”. Sin embargo, esta plenitud tiene necesidad de ser desplegada y recibida en cada una de sus partes. Por ello, en el marco de las celebraciones anuales, la palabra de Dios expresa la sobreabundancia y la multiformidad del misterio, les evoca y las hace presentes: a la luz de la palabra el misterio particular que se celebra en el transcurso del año nos revela, cada vez, una de las dimensiones teológicas de la salvación que se realizó en Jesucristo: “Así nosotros hoy celebramos en la misa todo el misterio de la redención y, sin embargo, en el múltiple resonar de la palabra divina, en Navidad y en Epifanía se hace presente para nosotros la encarnación, en Pascua la pasión y la glorificación del Señor”. (Odo Casel, El misterio del culto cristiano). La pluralidad de las celebraciones no es en menoscabo de la fundamental unidad que configura el conjunto de las celebraciones como acogida en la fe del único misterio de salvación. En efecto, la presencia del misterio de Cristo en el año litúrgico no es una presencia estática, sino dinámica de comunión-comunicación que espera de la asamblea eclesial la acogida del misterio objetivo en la subjetividad de la vida teologal. El tiempo salvífico del año litúrgico tiene una referencia esencial a la Iglesia, es para la Iglesia. El misterio de Cristo celebrado se convierte así en la vida de la Iglesia, y la Iglesia, a su vez, prolonga y completa el misterio de Cristo.

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IX.2.- Historia del Año Litúrgico Los factores que determinan una evolución del año litúrgico en sí o de una determinada fiesta, son esencialmente de orden psicológico, teológico y cultural. IX.2.1.- Un desarrollo de tipo psicológico Es una ley de la psicología humana, ampliamente confirmada por la historia de las religiones, el deseo de celebrar con todos los detalles la memoria objetiva de un hecho que funda una experiencia religiosa. Para los cristianos, ciertamente ha sido la Pascua de Jesús el centro de su memoria y de su experiencia. Por eso la Pascua ha sido celebrada al principio cada domingo. Sin embargo, tal memoria tiende con el tiempo a ampliarse; tras algunos decenios se concreta en una memoria anual más completa que redescubre todos los detalles en ella contenidos y poco a poco llega, con la predicación evangélica, a ser una memoria total de la pasión, muerte y resurrección del Señor; más tarde esa memoria se va ampliando hasta los hechos de su vida pública y llega finalmente hasta remontarse a la predicación y celebración de los episodios de la infancia. Brotará en cada momento de la historia el deseo de celebrar, de hacer memoria, de acoger conjuntamente el todo y sus fragmentos. De esta forma la celebración del único Misterio Pascual se irá ampliando en la edad media hasta conmemorar cada uno de los detalles de la pasión y resurrección del Señor y hasta querer imitar los acontecimientos en la celebración. IX.2.2.- Un desarrollo de tipo teológico A lo largo de la historia de la Iglesia, hasta nuestros días, el desarrollo teológico que tiende a fijar y precisar los contenidos de la fe se convierte de inmediato en fuente y motivo de celebraciones litúrgicas. Si la liturgia celebra la fe, un progreso en la comprensión de los misterios da origen a múltiples celebraciones. Así ha sucedido en los primeros siglos de la Iglesia a través de los Concilios que han precisado los misterios de la Encarnación. Así sucede durante la Edad Media con ocasión de la defensa del dogma de la presencia real eucarística. Y así resulta en la época moderna con los dogmas marianos y otras fiestas que se introducen en el Calendario litúrgico, introducidas como celebraciones de una idea o tema teológico. En la Edad Media y en la Moderna, el Calendario litúrgico se ha ido enriqueciendo con fiestas que vienen de la teología y de la piedad, pero que no por ello se les puede tildar de fiestas de una idea. Así por ejemplo, el domingo de Cristo Rey es una memoria que algunos llaman ideológica, pero en realidad tiene su consistencia en la revelación y en la realidad misma de Cristo, Rey de la gloria, como lo expresa muy bien la liturgia. 96


IX.2.3.- Un desarrollo cultural La inculturación de la fe en la historia, la experiencia progresiva de la Iglesia en cada uno de los ritos orientales y occidentales, en las iglesias locales, en las familias religiosas, en los diversos países, la transmigración de celebraciones y fiestas de una iglesia a otra han contribuido conjuntamente a prolongar cada vez más los misterios que hay que celebrar y a llenar de contenido y de ritos tales celebraciones. En la Edad Media pero no sólo ni a partir de esa época la religiosidad popular imita, prolonga y se propone como alternativa con sus propios ritos ante las celebraciones del año litúrgico. En cierto modo contribuye al desarrollo de la ritualidad en ocasiones de gran importancia para la Iglesia como en los ritos del Triduo pascual. Nace entonces la contraposición, o quizá mejor la integración, entre la celebración litúrgica como anámnesis, memorial de lo acontecido, con su núcleo fundamental en la Palabra y en la Eucaristía, y la mímesis, la liturgia como imitación de lo acontecido con el desarrollo de ritos que imitan los acontecimientos. Nace así la ritualidad que imita lo que la palabra recuerda, como en el caso de la procesión del Domingo de Ramos, la adoración de la cruz el Viernes santo, la procesión de la sepultura del Señor en la liturgia bizantina y en la religiosidad popular. Una clara exposición de la liturgia en sus orígenes históricos y en su desarrollo es necesaria para entender el sentido genuino de un tiempo o de una fiesta. Aunque dentro de cada sector particular no faltará una referencia a la historia de la Cuaresma, de Pascua, de Navidad, o también de las fiestas del Señor y de la Virgen, no será inútil recordar brevemente las líneas esenciales del desarrollo del tiempo litúrgico. La reforma del año litúrgico realizada por el Concilio Vaticano II ha hecho posible para devolver claridad y coherencia al conjunto. El núcleo primitivo, celebrado por la comunidad apostólica a partir de la resurrección del Señor, es el ritmo semanal del domingo, memoria de la Pascua, con la progresiva acentuación de la memoria de la traición del Señor el miércoles y de la pasión el viernes, como aparecen ya en el siglo II. También en este siglo en Asia Menor se concreta la celebración anual de la Pascua del Señor en una única vigilia; celebración que poco a poco se prolonga en el gozoso tiempo pascual hasta los cuarenta días de la Ascensión y los cincuenta de Pentecostés. A la vez se extiende el período de preparación al viernes y sábado y más tarde a toda la semana santa. Este período se hace cada vez más amplio hasta constituir el tiempo de Cuaresma. Es el primer núcleo celebrativo ya bastante consistente y extendido por todas las Iglesias, en los siglos III y IV.

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Empieza a aparecer muy pronto, ya en el siglo segundo en Egipto, una fiesta de la manifestación del Señor, referida al Bautismo de Cristo, Epifanía o Teofanía. Jerusalén desarrolla una serie de celebraciones típicas que tienen ya su esplendor en el siglo IV en torno a los lugares santos de la pasión y de la resurrección del Señor, como la dedicación de la Basílica de la Anástasis, la veneración de los lugares de la Ascensión en el monte de los olivos y de Pentecostés en el Cenáculo del monte Sión. Hay indicios también de la celebración de la manifestación del Señor en la Basílica de Belén, construida sobre la gruta donde nació el Señor. Se celebra también la fiesta del encuentro del Señor con el anciano Simeón o Hypapante. Muy pronto, hacia principios del siglo IV, se fija en Roma la fiesta del Nacimiento del Señor en torno a la cual se desarrolla un ciclo de gran riqueza teológica y espiritual que celebra el misterio de la Encarnación del Señor. En oriente nace en el siglo V la fiesta de la Transfiguración del Señor, mientras los monjes de Siria celebran la fiesta de la Pascua. El tiempo de Adviento se constituye tardíamente en Occidente como preparación a la fiesta de la Navidad y memoria de la venida definitiva del Señor. A partir del siglo IV se desarrolla la celebración de los mártires y de los santos hasta entrar en masa en el calendario. Algunas celebraciones tienen el sello típico de la Edad Media, como la fiesta de la Trinidad y la de Corpus Christi o algunas memorias devocionales de la Virgen María. Otras celebraciones corresponden al desarrollo de la vida de fe y de la piedad de la Iglesia en la época postridentina y en nuestro mismo siglo XX, como la introducción de la fiesta del Sagrado Corazón, de la Sagrada Familia, de Cristo Rey. La reforma litúrgica del Vaticano II ha mantenido con claridad la centralidad de la Pascua con su prolongación y su preparación. Ha reestructurado el ciclo de la manifestación del Señor, con la preparación del Adviento y la prolongación del ciclo natalicio hasta el Bautismo del Señor. Ha mantenido las fiestas de mayor influencia tradicional y de característico sello católico.

IX.3.- La celebración Litúrgica del Año Litúrgico Cada tiempo litúrgico y cada fiesta expresan en concreto su mensaje de revelación y su comunicación de gracia a través de las celebraciones litúrgicas con todas sus riquezas. Para una visión amplia de la liturgia celebrada es necesario referirse a una serie de elementos que componen la ritualidad compleja y completa.

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IX.3.1.- La palabra proclamada El conjunto de las lecturas de un ciclo o de un tiempo, cuanto se proclama en una fiesta, da cauce a la teología litúrgica de una celebración. Por eso, es necesario conocer el Leccionario, sus reglas concretas, la selección de las lecturas hechas por la tradición y la liturgia actual y después estudiar, proclamar, explicar y contemplar cuanto propone la Iglesia que anuncia y actualiza el misterio, sobre todo con la palabra. IX.3.2.- La oración de la Iglesia La Iglesia responde a la palabra con sus oraciones y en ellas condensa el sentido teológico y espiritual del misterio celebrado. Son las oraciones de la Iglesia que encontramos en el Misal y en la Liturgia de las Horas las que constituyen la síntesis teológica de cuanto se celebra. Prefacios, oraciones, himnos, antífonas, preces, encierran la teología y expresan la espiritualidad del año litúrgico. IX.3.3.- La Eucaristía y los Sacramentos Al centro de cada fiesta está la Eucaristía, en la que se celebra siempre y todo el misterio pascual, acentuando ahora un aspecto, ahora otro del misterio. Es esencialmente la Eucaristía la que comunica el misterio celebrado. Por otra parte, algunos tiempos litúrgicos y algunas fiestas han sido tradicionalmente unidos a la celebración de los Sacramentos así Cuaresma es el tiempo de la preparación próxima de los iluminados, y Pascua tiempo propio para el bautismo, la confirmación y la primera comunión eucarística. IX.3.4.- Los ritos Dentro de un período litúrgico o de una fiesta es importante recoger la ritualización que se hace o que se podría hacer. La Iglesia tiene algunas ritualizaciones significativas dentro de la Semana Santa (Domingo de Ramos, Jueves Santo, Viernes Santo, Sábado Santo) y en dos o tres ocasiones más (Presentación del Señor, miércoles de ceniza). Una cierta ritualización puede ayudar a dar plena expresividad santificante y cultual del año litúrgico. Es aquí donde podría surgir la adaptación y la creatividad, siguiendo los principios mismos de la reforma litúrgica. IX.3.5.- Pastoral litúrgica del Año Litúrgico Vivir el año litúrgico significa orientar las mejores energías para hacer participar a toda la comunidad cristiana de una manera gozosa y comprometida. A esto sirve especialmente la triple dimensión de la mistagogía litúrgica. Una auténtica pastoral del

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año litúrgico, base de la programación pastoral de toda comunidad cristiana debe desarrollar estas funciones: a. La preparación catequética. Una catequesis actualizada de los tiempos y de las fiestas es necesaria para sensibilizar las asambleas con adecuadas explicaciones del misterio y una concreta programación de las celebraciones. La catequesis sobre el año litúrgico pertenece a las funciones de una catequesis permanente y tiene una importancia decisiva en la nueva evangelización. b. La celebración mistagógica. La catequesis tiende a la celebración, vivida como momento culminante y esperado por toda la comunidad eclesial, en la cuidadosa vivencia de los ritos, de los cantos, de la predicación, con una diligente y comprometida participación de todos y una adecuada ministerialidad. La fiesta no se improvisa; ni se improvisan las celebraciones de los varios tiempos del año litúrgico. Hoy más que nunca se necesita una amplia capacidad de suscitar ministerios masculinos y femeninos que expresen en la belleza del lugar, en la proclamación de la palabra, en la selección y ejecución de los cantos adecuados, en las plegarias de los fieles bien escogidas, en todos los demás detalles necesarios, el amor de la Iglesia que se prepara como una esposa al encuentro con su Señor en las celebraciones de sus misterios. c. La continuidad en la vida. La celebración exige una continuidad que se expresa en gestos de testimonio y de solidaridad eclesial y social. El compromiso y la contemplación son formas de llevar la liturgia a la vida a través de la participación de todas las categorías de fieles. Dentro de esta programación pastoral se pueden colocar aquellas expresiones de oración comunitaria, de la lectio divina de los textos, de la meditación personal, que favorecen la asimilación, comprensión y celebración de los misterios celebrados, con una esmerada y prudente integración en el ámbito de la liturgia eclesial, hecha por la comunidad y para la comunidad. Pero la celebración requiere que se lleve a la vida la presencia renovadora de Cristo y las exigencias del testimonio evangélico. La atención a los pobres, la promoción de una caridad social y de una solidaridad eucarística forman parte de las exigencias del año litúrgico.

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IX.4.- Los Tiempos Litúrgicos IX.4.1.- ADVIENTO, celebración de la espera del Señor IX.4.1.1.- Teología IX.4.1.1.1.- Adviento, tiempo de Cristo: la doble venida La teología litúrgica del Adviento se mueve en las dos líneas enunciadas por el Calendario romano: la espera de la Parusía, revivida con los textos mesiánicos escatológicos del AT y la perspectiva de Navidad que renueva la memoria de estas promesas ya cumplidas aunque no definitivamente. El tema de la espera es vivido en la Iglesia con la misma oración que resonaba en la asamblea cristiana primitiva: el Marana-tha (ven Señor) o el Marana-thá (el Señor viene) de los textos de Pablo (1Cor 16,22) y del Apocalipsis (Ap 22,20), que se encuentra también en la Didaché X y hoy en una de las aclamaciones de la oración eucarística. Todo el Adviento resuena como un “Marana-thá” en las diferentes modulaciones que esta oración adquiere en las preces de la Iglesia. La palabra del AT invita a revivir cada año en nuestra historia la larga espera de los justos que aguardaban al Mesías, la certeza de la venida de Cristo en la carne estimula a renovar la espera de la última aparición gloriosa en la que las promesas mesiánicas tendrán total cumplimiento, ya que hasta hoy se han cumplido sólo parcialmente. El primer prefacio de Adviento canta espléndidamente esta compleja, pero verdadera realidad de la vida cristiana: “Quien al venir por vez primera en la humildad de nuestra carne, realizó el plan de redención trazado desde antiguo y nos abrió el camino de la salvación; para que cuando vuelva de nuevo en la majestad de su gloria, revelando así la plenitud de su obra, podamos recibir los bienes prometidos que ahora, en vigilante espera, confiamos alcanzar”. En el hoy de la Iglesia, Adviento es una ocasión para redescubrir la centralidad de Cristo en la historia de la salvación, pasada, presente y futura. Se recuerdan los títulos mesiánicos a través de las lecturas bíblicas y las antífonas: Mesías, Libertador, Salvador, Esperado de las naciones, Anunciado por los profetas… En sus títulos y funciones Cristo, revelado por el Padre se convierte en el personaje central, la clave de la historia humana que es historia de la salvación. IX.4.1.1.2.- Adviento, tiempo del Espíritu: el precursor y los precursores Adviento es tiempo del Espíritu Santo, el verdadero precursor de Cristo en su primera venida, es el Espíritu Santo; él es ya el Precursor de la segunda venida. El ha 101


hablado por medio de los profetas, ha inspirado los oráculos mesiánicos, ha anticipado con sus primicias de alegría la venida de Cristo en sus protagonistas como Zacarías, Isabel, Juan, María, el Evangelio de Lucas lo demuestra en su primer capítulo cuando todo parece un anticipado Pentecostés, una efusión de gozo mesiánico. En esta luz debemos recordar a los precursores del Mesías, sin olvidar al Precursor, que es el Espíritu Santo, de la primera y de la definitiva venida de Jesús. IX.4.1.1.3.- El cumplimiento de las profecías La lectura que ofrece la Iglesia en el Leccionario ferial y dominical de los acontecimientos de la historia sagrada, es la de una fidelidad de Dios a sus promesas. Las profecías mesiánicas tienen su cumplimiento. En cada una de las profecías cumplidas y de las fidelidades comprobadas se manifiesta la fidelidad del Padre, el Dios escondido y protagonista del AT que Cristo viene a revelar con su encarnación. Por eso los personajes de Adviento son sobre todo el profeta Isaías el protoevangelista que con su mirada escruta los tiempos mesiánicos y con sus profecías desvela el rostro escondido del Ungido del Espíritu; Juan, el último de los profetas, amigo del Esposo que lo señala ya presente; María y José, protagonista del misterio y testigos silenciosos del cumplimiento de las profecías. Ya a través de ellos se revela Cristo: “a quien todos los profetas anunciaron, la Virgen esperó con inefable amor de Madre, Juan lo proclamó ya próximo y señaló después entre los hombres” (II Prefacio de Adviento). IX.4.2.- La fiesta de NAVIDAD IX.4.2.1.- Teología IX.4.2.1.1.- Navidad a la luz de Pascua El acercamiento a este misterio parte de la fe y en esta fe se expresa, tanto la adoración del misterio del Verbo Encarnado como la certeza de que Navidad está presente para la Iglesia en la luz y en la realidad del Misterio Pascual. En la Iglesia de Roma, especialmente con León Magno, Navidad es parte integrante del “paschale sacramentum”, Esta unidad indisoluble se expresa también en algunas liturgias orientales en las cuales se hace memoria del nacimiento de Jesús, de su iluminación, en la anámnesis del Misterio Pascual después de la consagración Eucarística. IX.4.2.1.2.- Nacimiento de Cristo, nacimiento de la Iglesia Otra de las ideas geniales de san León Magno es la unidad indisoluble entre el nacimiento de Cristo y el de la Iglesia. Expresa: “La festividad de hoy renueva ante nosotros los sagrados comienzos de Jesús, nacido de la Virgen María; de modo que, 102


mientras adoramos el nacimiento de nuestro Salvador, resulta que estamos celebrando nuestro propio comienzo. Efectivamente, la generación de Cristo es el comienzo del pueblo cristiano, y el nacimiento de la cabeza lo es al mismo tiempo del Cuerpo” (PL 54,213). Generación de Cristo y generación bautismal del pueblo cristiano. IX.4.2.1.3.- La trilogía de la Navidad: la paz, la alegría, la gloria En el anuncio dado a los pastores encontramos estos tres conceptos de la más pura teología y espiritualidad de la Navidad. Es anuncio de paz, en aquél que es “Príncipe de la paz” según la profecía de Isaías. El don de la paz según el anuncio de los ángeles: “Paz en la tierra a los hombres que Dios ama”. La prolongación de este tema en la Jornada de la paz, el 1 de enero, tiene su fundamento bíblico. El nacimiento del Señor constituye el “gozoso anuncio”, el evangelio de una gran alegría. Todo grita como en una anticipación de la alegría escatológica, la de la reconciliación universal, en este sentimiento de gozo de los ángeles y de los pastores, de los cielos y de la tierra. Navidad es la fiesta de la gloria de Dios, Dios es glorificado en los cielos: “Gloria a Dios en el cielo”. Pero la gloria de Dios que es signo de su presencia está en la tierra. La gloria del Señor envuelve a los pastores, según las palabras de Lucas (2,9). Sobre el Verbo Encarnado reposa la gloria que es signo ya de la definitiva presencia de Yavé en medio del mundo (Jn ,14). IX.4.3.- LA CUARESMA: camino de la Iglesia hacia la Pascua IX.4.3.1.- Teología IX.4.3.1.1.- El misterio de Cristo en la Cuaresma La Cuaresma, a través de la pedagogía de la Iglesia, hace una primera referencia a Cristo que se encamina hacia Jerusalén, hacia el cumplimiento de su misterio pascual. Es la celebración de este doloroso y luminoso itinerario hacia la Pascua en el que se anticipa la vivencia concreta del misterio de dolor y de gloria, de muerte y de vida. Se puede ver la Cuaresma en una perspectiva cristológica con tres palabras claves: Cristo protagonista, modelo, maestro de la Cuaresma. IX4.3.1.2.- Cristo protagonista Los Evangelios presentan a Cristo como el dueño de la historia y avanza hacia el misterio pascual sembrando la salvación. La lectura del evangelio de Juan, a partir de la IV 103


semana de Cuaresma, pone de relieve este camino que Jesús cumple conscientemente hacia la Pascua, en contraste con sus adversarios, plenamente consciente de su sacrificio “para reunir a los hijos de Dios dispersos por el mundo”. IX.4.3.1.3.- Cristo modelo El tiempo de cuaresma y su duración simbólica de cuarenta días tienen su modelo en Cristo que se retira al desierto para orar y ayunar, que combate y vence al diablo con la Palabra de Dios. La lucha y la gloria, la tentación y la glorificación, son una anticipación simbólica y real de la cruz y la resurrección, en Cristo y en el cristiano. IX.4.3.1.4.- Cristo el Maestro Jesús es a la vez maestro, modelo y protagonista. Esta dimensión cristológica es puesta de relieve en la colecta del primer domingo de Cuaresma al proponer como objetivo: “avanzar en la inteligencia del misterio de Cristo y vivirlo en su plenitud”. IX.4.3.1.5.- El misterio de la Iglesia en Cuaresma Para la Iglesia es un tiempo propicio para participar en su misterio de camino hacia la Pascua. Es tiempo para vivir la conversión, pero sabiendo que esta metánoia, conversión radical de mentalidad, es siempre un confrontarse con Cristo. Convertirse es dejarse mirar y salvar por Cristo. Para cumplir este camino de conversión, la Iglesia se compromete a vivir tres dimensiones de vida evangélica: a. Un camino de fe más consciente. La inspiración bautismal de este tiempo invita a todos los cristianos a revivir con intensidad la dimensión bautismal que nunca debe terminar, es decir, la de ser siempre en realidad un catecumenado, un itinerario de escucha constante de la Palabra de Dios, con el cual el cristiano está siempre comprometido en una conversión que jamás se ha realizado del todo, si ésta se mide con la Palabra de otro, con la Palabra que es El otro. Cristo es siempre el Revelador en este camino de fe. Convertirse, para la Iglesia, significa medirse con Cristo, la Palabra del Padre. b. Una escucha más asidua de la Palabra. Así como antiguamente los catecúmenos eran instruidos con la explicación de los textos bíblicos, de manera similar, en este tiempo, la Iglesia quiere dar un espacio más amplio a la Palabra leída y meditada, con el pan cotidiano de la Palabra en la Eucaristía y en la Liturgia de las Horas y con apropiadas celebraciones de catequesis bíblica.

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c. Una oración más intensa La Iglesia es llamada a una oración más intensa, en este desierto en el que, como en la experiencia del pueblo de Israel, de los profetas y de Jesús, la oración puede ser lucha (ascesis-purificación), pero puede ser también experiencia de gloria (místicailuminación). Siempre comunión con Dios. IX.4.3.1.6.- La trilogía cuaresmal: limosna, oración, ayuno En el evangelio del miércoles de ceniza resuenan las palabras del sermón de la montaña: “Cuando den limosna… cuando oren… cuando ayunen (Mt 6,2.5.16). Encontramos la trilogía que los Padres de la Iglesia han ensalzado como expresión característica de la conversión cristiana. Tres realidades conjuntas, como lo expresa san Pedro Crisólogo en uno de sus sermones de Cuaresma: “Tres son, hermanos, los resortes que hacen que la fe se mantenga firme, la devoción sea constante y la virtud permanente. Estos tres resortes son: la oración, el ayuno y la misericordia. Porque la oración llama, el ayuno intercede, la misericordia recibe. Oración, misericordia y ayuno constituyen una sola y única cosa, y se vitalizan recíprocramente. El ayuno es el alma de la oración y la misericordia es la vida del ayuno. Que nadie trate de dividirlos pues no pueden separarse.” (PL 52,320.322). La oración nos devuelve la comunión con Dios; la limosna y la caridad nos reconcilian con los hermanos; el ayuno, en cuanto dominio de sí, lucha contra las pasiones y, por la adquisición de una libertad espiritual, nos reconcilia con nosotros mismos. IX.4.4.- Tiempo PASCUAL Pascua no es un día solo, sino un gran día que se prolonga durante un tiempo simbólico: el sacramento pascual encerrado en cincuenta días. Los cincuenta días que van desde el domingo de Resurrección hasta el domingo de Pentecostés han de ser celebrados con alegría y exultación, como si se tratase de un solo y único día festivo, más aún, como un gran domingo… Los domingos de este tiempo son tenidos como domingos de Pascua. Los ocho primeros días del tiempo pascual constituyen la octava de Pascua y se celebran como solemnidades del Señor. IX.4.4.1.- Teología IX.4.4.1.1.- Tiempo de Cristo Resucitado El tiempo pascual celebra la presencia de Cristo entre sus discípulos, su manifestación dinámica en los signos que se convertirán después de la Ascensión en prolongación de su cuerpo glorioso: la Palabra, los Sacramentos, la Eucaristía. Cristo vive 105


en la Iglesia. Está siempre presente en ella. La Luz del cirio pascual es signo visible de su presencia luminosa que no tiene ocaso. Pero existen otros signos de su presencia: el altar, la fuente bautismal, la cruz gloriosa, el libro de la divina Palabra que es como un tabernáculo de su presencia como Maestro, el ambón desde donde el Resucitado habla siempre explicando las Escrituras. Signo de esta presencia es especialmente la asamblea. Sólo en la perspectiva de la Pascua se realiza la promesa de Jesús: “Donde dos o más están reunidos en mi nombre allí estoy yo en medio de ellos” (Mt 18,20). Se trata de una presencia que culmina en la Eucaristía, donde el Resucitado invita, parte el pan, se entrega a sí mismo, ofrece el sacrificio pascual, vive en el cristiano y entre los cristianos haciendo de la Iglesia su cuerpo. IX.4.4.1.2.- Tiempo del Espíritu Como nos indica Jn 20,19-23, el mismo día de Pascua es ya día de la efusión del Espíritu Santo, porque es ya día de la glorificación de Jesús y de la salvación escatológica para la Iglesia que nace. En esta perspectiva la Iglesia lee los Hechos, que son el evangelio del Espíritu Santo, durante todo el tiempo de Pascua; el Espíritu actúa ya en los bautizados para completar en la vida, como expresión de una conducta de culto espiritual, cuanto ha sido recibido en la fe. Este es el sentido de la vivencia espiritual del tiempo de Pascua. IX.4.4.1.3.- Tiempo de la Iglesia como nueva humanidad En la perspectiva de la Resurrección y de la espera del Resucitado, en la visión pascual de la Parusía, indicada por los ángeles en la Ascensión, es éste el tiempo escatológico. Tiempo, de anticipación de la vida nueva y de la espera del cumplimiento definitivo en Cristo, como sugiere la lectura del Apocalipsis en este tiempo litúrgico. IX.4.5.- El tiempo ORDINARIO: presencia del Señor en el camino de la Iglesia. IX.4.5.1.- Teología IX.4.5.1.1.- El día como presencia de Cristo La teología del tiempo ordinario está marcada por el valor del tiempo cristiano, que en cualquier momento tiene su referencia total al misterio de Cristo y la historia de la salvación. Para los cristianos cada día –desde la mañana hasta la noche- tiene un sentido cristológico y por eso, en cada una de las horas de la oración de la Iglesia hay, junto con la dimensión cósmica, una memoria salvífica referida a lo que aconteció en esos momentos: la mañana trae a la memoria la resurrección; la hora de tercia recuerda la venida del 106


Espíritu Santo; la hora de sexta se puede recordar la Ascensión; la nona, la crucifixión y muerte del Señor; la de vísperas, el sacrificio vespertino de la cruz y de la cena; o también, la tarde del día de Pascua con la oración confiada de los discípulos de Emaús; la noche nos hace entrar en la espera escatológica del Señor, mientras confiamos al sueño nuestros cuerpos fatigados, tras haber contemplado un día más la salvación. Estas motivaciones que ofrecen del día cristiano un sentido pascual pleno, quedan fijadas con diversos argumentos, simbolismos y evocaciones ya en la primer mitad del siglo III para toda la Iglesia. Por eso dentro de la sobriedad de lo cotidiano, cada día es para los discípulos del Señor una pascua cotidiana. Cada día, como la Iglesia nos propone en su oración cotidiana, es un tiempo lleno de la memoria de Cristo, hecho sacrificio espiritual de la Iglesia y de los cristianos. IX.4.5.1.2.- La pascua cotidiana de la Eucaristía En el centro de la experiencia cotidiana está la celebración de la Eucaristía que es siempre celebración, memorial, presencia y comunión del misterio de Cristo Crucificado y Resucitado. Podemos decir que la aparente monotonía del único sacrificio eucarístico, celebrado todos los días es lo que da valor a cada jornada del cristiano y la convierte en pascua cotidiana. La Eucaristía aparece como el viático cotidiano en la historia monótona y ferial de los hombres, la Pascua diaria que da sentido pleno al trabajo y al descanso, a la enfermedad y a la muerte, al gozo y a la esperanza del cristiano. Feliz espacio de la Palabra y de la oración, de la Eucaristía de Cristo y de la vida de la Iglesia, el tiempo ordinario es tiempo del Señor, tiempo fuerte de la perseverancia en el que se profundiza y asimila en el misterio de los cristianos el Misterio Pascual de Cristo. IX.4.6.- Las FIESTAS DEL SEÑOR durante el Año Litúrgico Se trata de festividades que algunas de ellas no se celebran en una fecha fija, por su naturaleza y el motivo que determinó su origen, no están vinculadas por lo general a los tiempos “fuertes” del Año litúrgico. Las podemos catalogar así: a) Fiestas del ciclo mistérico del Señor: Anunciación del Señor, Presentación del Señor. b) Fiestas de origen teológico devocional: Santísima Trinidad, Corpus Christi, Sagrado Corazón de Jesús, Cristo Rey, Sagrada Familia. c) Fiestas de origen oriental: Transfiguración del Señor, Exaltación de la Santa Cruz.

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IX.4.7.- La celebración del Misterio de Cristo en las Fiestas de LOS SANTOS La Iglesia celebra el misterio de Cristo a lo largo del año litúrgico haciendo memoria de los santos que, siguiendo a Cristo Jesús, incorporados a Él por el bautismo, vivieron bajo la acción del Espíritu Santo. Son ellos y ellas los que reflejan la multiforme gracia de Cristo en la intensa riqueza de aspectos de la única santidad evangélica. IX.4.7.1.- La reforma del calendario universal En el calendario de 1969, promulgado después del Vaticano II y en actuación de sus directrices, se restablece el equilibrio con una drástica reducción de fiestas de los santos con carácter universal. Era necesario establecer una neta subordinación de las memorias y fiestas de los santos a la precedencia de los tiempos litúrgicos y de las fiestas del Señor. En segundo lugar, era necesaria una mayor universalidad en la selección de los santos y una acentuación de las figuras más insignes. Además se requería una revisión de las fechas de su celebración, de los títulos propios de cada santo y de la importancia de su celebración según las diversas formas: solemnidad, fiesta, memoria obligatoria y memoria libre. IX.4.7.2.- Teología XI.4.7.2.1.- Los principios doctrinales del Vaticano II SC 8 nos recuerda la índole escatológica de la liturgia eclesial y la comunión de los santos que en ella se realiza: “Venerando la memoria de los santos, esperamos tener parte con ellos y gozar de su compañía”. En SC 104 se esboza la teología de la presencia de los santos en el misterio de Cristo que se celebra en el año litúrgico: “La Iglesia introdujo en el círculo anual el recuerdo de los mártires y de los demás santos, que llegados a la perfección por la multiforme gracia de Dios y habiendo ya alcanzado la salvación eterna, cantan en el cielo la perfecta alabanza de Dios e interceden por nosotros. Porque al celebrar el tránsito de los santos de este mundo al cielo, la Iglesia proclama el misterio pascual que en ellos se ha cumplido al sufrir y ser glorificados con Cristo, propone a los fieles su ejemplo, que atrae a todos al Padre por medio de Cristo, e implora por sus méritos los beneficios divinos”.

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APÉNDICE TABLA DE LOS DÍAS LITÚRGICOS dispuesta según el orden de precedencia I 1. Triduo pascual de la Pasión y Resurrección del Señor. 2. Natividad del Señor, Epifanía, Ascensión y Pentecostés. Domingos de Adviento, Cuaresma y Pascua. Miércoles de Ceniza. Semana Santa, desde el lunes al jueves, inclusive. Días de la octava de Pascua. 3. Solemnidades del Señor, de la Santísima Virgen María y de los Santos, inscritas en el Calendario general. Conmemoración de todos los fieles difuntos. 4. Solemnidades propias, a saber: a) Solemnidad del Patrono principal del lugar, sea pueblo o ciudad. b) Solemnidad de la Dedicación y aniversario de la Dedicación de la iglesia propia. c) Solemnidad del Título de la iglesia propia. d) Solemnidad: o del Título, o del Fundador, o del Patrono principal de la Orden o Congregación. II 5. Fiestas del Señor inscritas en el Calendario general. 6. Domingos del tiempo de Navidad y del tiempo ordinario. 7. Fiestas de la Santísima Virgen María y de los Santos, inscritas en el Calendario general. 8. Fiestas propias, a saber: a) Fiesta del Patrono principal de la diócesis. b) Fiesta del aniversario de la Dedicación de la iglesia catedral. c) Fiesta del Patrono principal de la región o provincia, de la nación, de un territorio más extenso. d) Fiesta o del Título, o del Fundador, o del Patrono principal de la Orden o Congregación y de la provincia religiosa, quedando a salvo lo prescrito en el n. 4. e) Otras fiestas propias de alguna iglesia. f) Otras fiestas inscritas en el Calendario de cada diócesis o de cada Orden o Congregación. 9. Las ferias de Adviento desde el día 17 al 24 de diciembre inclusive. Días de la octava de Navidad. Las ferias de Cuaresma.

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III 10. Memorias obligatorias inscritas en el Calendario general. 11. Memorias obligatorias propias, a saber: a) Memorias del Patrono secundario del lugar, de la diócesis, de la región o provincia, de la nación, de un territorio más extenso, de la Orden o Congregación y de la provincia religiosa. b) Otras memorias obligatorias inscritas en el Calendario de cada diócesis, o de cada Orden o Congregación. 12. Memorias libres, que aun en los días señalados en el n. 9 se pueden celebrar, pero según el modo peculiar descrito en las Ordenaciones generales del Misal Romano y de la Liturgia de las Horas. De la misma manera se pueden celebrar como memorias libres las memorias obligatorias que accidentalmente caigan en las ferias de Cuaresma. 13. Ferias de Adviento hasta el día 16 de diciembre, inclusive. Ferias del tiempo de Navidad desde el día 2 de enero al sábado después de Epifanía. Ferias del tiempo pascual desde el lunes después de la octava de Pascua hasta el sábado antes de Pentecostés, inclusive. Ferias del tiempo ordinario. Si en un mismo día ocurren varias celebraciones, el Oficio se celebra de la que ocupe lugar preferente en la tabla de los días litúrgicos; sin embargo, toda solemnidad que sea impedida por un día litúrgico que goce de precedencia se traslada al día más próximo que esté libre de los días inscritos en los no. 18 de la tabla precedente, observando las normas del año litúrgico establecidas en el n. 5. Las otras celebraciones se omiten aquel año. Cuando en el mismo día hubieran de celebrarse las Vísperas del Oficio en curso y las primeras Vísperas del día siguiente, prevalecen las Vísperas de la celebración que en la tabla de los días litúrgicos ocupe lugar preferente; en caso de igualdad, se prefieren las Vísperas del día en curso.

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x.- ordenaci贸n de las lecturas de la misa

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X.- ORDENACIÓN DE LAS LECTURAS DE LA MISA El Concilio Vaticano II en la SC declaró que para la reforma, el progreso y la adaptación de la Sagrada Liturgia había que abrir los tesoros de la Biblia al pueblo de Dios y fomentar un amor suave y vivo hacia la Sagrada Escritura. (“A fin de que la mesa de la palabra de Dios se prepare con mas abundancia para los fieles, ábranse con mayor amplitud los tesoros de la Biblia, de modo que, en un periodo determinado de años, se lean al pueblo las partes más significativas de la Sagrada Escritura” SC 51). Para lo anterior, los padres conciliares pidieron la revisión de los libros litúrgicos, siendo la reforma del Leccionario uno de los pasos más importantes. El nuevo Leccionario fue publicado el día 25 de mayo de 1969. La revisión del Leccionario ha buscado enriquecer la vida de los fieles, restaurando la costumbre antigua de las tres lecturas en la Misa y ofreciendo lecturas bíblicas para toda celebración litúrgica. X.1.- La Palabra de Dios en la Liturgia Eucarística La reforma del Leccionario para la celebración Eucarística se ha hecho tratando de recuperar y salvaguardar algunos de los valores fundamentales de la Iglesia, mismos que hay que tener en cuenta al hacer uso del Leccionario: Revivir la tradición eclesial de las tres lecturas litúrgicas, atestiguadas por San Justino, a finales del siglo II. Multiplicar las riquezas de la Palabra de ofreciendo a los fieles nuevas posibilidades con lecturas más variadas y abundantes. Dar a conocer más plenamente la Historia de la Salvación. (ya que desafortunadamente la mayoría de los católicos solamente escuchan o lee la Biblia en las celebraciones litúrgicas). Devolver la plenitud y unidad del Antiguo y Nuevo Testamento. Tener una lectura continúa de la Palabra de Dios, especialmente de los Evangelios. X.2.- El Honor del Leccionario en la Liturgia La Liturgia da un honor especial al Leccionario por ser el repositorio de la Palabra de Dios en la liturgia. Este honor se demuestra en el lugar donde el Leccionario se coloca, en los ministros que se escogen para las lecturas, en la actitud que se espera de los fieles que escuchan la Palabra y en las ceremonias que acompañan a su uso. El Leccionario debe de leerse desde el ambón o desde un lugar prominente que sirva para realzar la dignidad e importancia de la Palabra de Dios y que atraiga la atención de los fieles. Leer los primeros 3 capítulos. 114


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xi.- la PIEDAD popular

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XI.- LA PIEDAD POPULAR La Constitución SC en el No. 9 nos señala que la Liturgia no agota toda la actividad de la Iglesia. Y somos testigos que en nuestro pueblo mexicano, expresa la mayoría de las veces su fe prevalentemente en la piedad popular. Ejemplo de esto, son los rezos del rosario, las peregrinaciones, las devociones, etc. La piedad popular presenta aspectos positivos como: sentido de lo sagrado y trascendente; disponibilidad a la Palabra de Dios; marcada piedad mariana; capacidad para rezar; sentido de amistad, caridad y unión familiar; capacidad para sufrir y reparar; resignación cristiana en situaciones irremediables; desprendimiento de lo material. Pero también presenta aspectos negativos: falta de sentido de pertenencia a la Iglesia; desvinculación entre fe y vida; el hecho de que no conduce a la recepción de los sacramentos; valoración exagerada del culto a los santos con detrimento del conocimiento de Jesucristo y su misterio; idea deformada de Dios; concepto utilitario de ciertas formas de piedad; inclinación, en algunos lugares, al sincretismo religioso; infiltración del espiritismo y de otras pseudo religiones. Podemos decir que la religiosidad popular son acciones de Cristo y de la Iglesia que, sin ser litúrgicas, no obstante nacen de la Liturgia, encuentran en ella su fuerza eficaz, deben de conformarse al carácter y al espíritu de las acciones litúrgicas y deber de llevar a los cristianos a una vida espiritual de carácter litúrgico. Son, por tanto, acciones de culto y de santificación diferentes de aquellas litúrgicas porque no expresan el culto público y oficial de la Iglesia. Respecto a la Liturgia, constituyen un elemento auxiliar que puede ayudar a la misma Liturgia a realizarse en modo adecuado. Un liturgista alemán del siglo pasado, Jungmann, definía a la religiosidad popular o los ejercicios píos como una liturgia de la comunidad local. Al parecer no estaba en el error, recordemos las prácticas de nuestros pueblos o ciudades, tienen características rituales que van siendo custodiadas de generación en generación. Se puede confundir piedad con religiosidad popular. La piedad popular – por decirlo con palabras sencillas – surgen de la Liturgia Católica, por ejemplo, el rezo del rosario, el viacrucis, peregrinaciones, etc. La religiosidad popular surge de la cultura de cada región pero no contradice la doctrina de la iglesia católica y son elementos propicios para ser inculturalizados, por ejemplo, las danzas, los carros adornados, los enroces, etc. No debemos de eliminar los actos de religiosidad y piedad si no hemos propuesto algo mejor, pero a la vez, no deben de tener un lugar por encima de la Liturgia, sino que todos los actos de religiosidad y piedad popular deberán de orientarse a la Liturgia. 118


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xii.- la liturgia de las horas

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XII.-LA LITURGIA DE LAS HORAS Lo que hoy llamamos “liturgia de las horas”, es en esencia una estructura de oración, concebida y organizada de modo que, santificando el día entero, sea expresión de la oración de cada uno de los orantes y, sobre todo, de toda la comunidad eclesial. XII.1.- Origen y desarrollo histórico La oración en el mundo es un fenómeno universal. Nos interesa ahora la oración cristiana, que nace en el surco de la oración judía, cuando la primitiva comunidad eclesial no poseía ninguna estructura propia de oración. Fueron las primeras generaciones cristianas las que descubrieron este vacío profundizando en la enseñanza y el ejemplo de Jesucristo en el contexto de la tradición judía en la que el mismo Señor ha vivido su relación con el Padre a través de la oración. Muchos elementos formales y de contenido de la oración de Jesús y de los primeros cristianos proceden del ambiente humano y religioso del pueblo judío al que pertenecían, un pueblo que tenía una larga y profunda experiencia de oración. El gran maestro de la oración, San Lucas, comienza su evangelio con una liturgia de oración que se desarrolla en el templo con Zacarías y termina, después de la ascensión, con la frecuencia en el templo para la oración (24,52-53). En los Hechos de los Apóstoles, en encontramos a Pedro y Juan, mientras se dirigían al templo para la oración de la hora nona. Sin embargo, los testimonios de la frecuencia de los primeros cristianos en la oración del templo se hacen más raros y genéricos hasta desaparecer totalmente. En los libros del NT hallamos formulado un auténtico precepto sobre la oración ininterrumpida ( Lc 18,1; 21,36). El tema de la oración sin interrupción, con expresiones como “siempre”, “asiduamente”, “sin interrupción”, “en todo momento”, “día y noche”, son importantes hasta convertirse en un tópico en lenguaje de san Pablo. Quieren sencillamente expresar la constancia, no tanto la repetición de actos cuanto más bien en la perseverancia de la actitud orante. El precepto de la oración tuvo un papel importante en la formación de los tiempos y de los ritmos de la plegaria de las primeras comunidades cristianas.

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La oración judía conocía tres tiempos de oración a lo largo del día: Dt 6,11; Jdt 9,1; 12,5-6: 13,13. Acerca de los horarios de la oración hebrea en tiempos de Jesús, no hay consenso entre los estudiosos. En todo caso, parece que las plegarias de la mañana y de la tarde eran los más constantes e importantes. A los comienzos de su historia, la oración cristiana se expresó con gran libertad creativa, fecundada por la fuerza del espíritu santo, en contraste con el juridicismo de la oración Romana, según l cual la oración debía expresarse no sólo “Sollemnibus verbis”, sino también “conceptis, certis verbis”. Tertuliano afirma que los cristianos no tienen necesidad del “apuntador” porque su oración brota de lo más íntimo. Poco a poco aparecen, a partir del S III, las fórmulas de oración, cuyos textos adquirirán más tarde carácter oficial den el ámbito del culto cristiano. Así se fueron poniendo las bases del desarrollo posterior de la oración cristiana como estructura de textos propios y como experiencia capaz de sintonizar con la enseñanza y el mensaje de Jesús. XII.1.1.- Las horas de oración y su simbolismo (s.III) La primera etapa se extiende hasta fines del s. IV cuando se dio su primera estructuración. Se caracteriza por la preocupación de “justificar” los momentos de oración, es decir, encontrar las razones de esta oración. Cada oración adquiere un simbolismo religioso y ya no solo natural, recordando ciertos momentos de la historia de la salvación o de la vida de Jesús. Los padres de la Iglesia están de acuerdo en la afirmación de que para realizar la oración incesante hay que fijar unos tiempos precisos. Por ejemplo, Clemente alejandrino, afirma que el verdadero cristiano tiene que orar siempre. Tertuliano es el primero que interpreta las tres horas diurnas en relación episodios de la biblia. Hipólito de Roma conoce la oración de la mañana y de la tarde como legítima, eclesial; además habla de otras oraciones con carácter privado. XII.1.2.- Los primeros intentos de organización ( s. IV-VI) A lo largo del s. IV se organiza la oración un poco por todas partes bajo dos formas principales: la oración de la comunidad cristiana alrededor del obispo y su presbiterio (oficio catedral) y la oración de los centros monásticos (oficio monástico). 123


El oficio catedral tiene como gozne la oración de la mañana y de la tarde, llamadas luego laudes matitinas y vísperas. Además de estas dos reuniones de plegaria, los fieles son convocados para las vigilias dominicales o festivas. El oficio monástico comprende además las horas diurnas de tercia, sexta, nona. Los monjes institucionalizan la vigilia de oración como oficio cotidiano. En la Regula monasteriorum, desde el capítulo octavo hasta el décimo octavo, san Benito de Nursia ofrece una estructura ya perfecta de la oración de las horas. La ordenación del oficio benedictino comprende: maitines, u oficio nocturno, laudes, Prima, Tercia, Sexta, Nona, Vísperas y Completas. Benito distribuye los 150 salmos del salterio a lo largo de una semana, y establece el número de salmos para cada hora. Hacia el S. VIII la Regula benedictina se difundió en Occidente, su oficio ejerció un gran influjo. A comienzos del segundo milenio el oficio benedictino ya se había convertido en el oficio monástico por excelencia de la Iglesia Occidental. La distinción entre el oficio catedral y el oficio monástico desapareció pronto en Occidente, por efecto de la general monastización de la oración de las horas. El encuentro y, luego la unión de las dos tradiciones, monástica y catedral, constituyen la base del patrimonio tradicional del oficio divino que ha llegado hasta nosotros. XII.1.3.- Sobrecarga y decadencia del ritmo horario (S. X-XVI) El ideal de la oración de las horas fue oscurecido a los largo de los siglos, principalmente por dos tendencias casi opuestas; una, la sobrecarga del horario y del contenido, y la otra, la abolición de su referencia al ritmo natural de las horas. La celebración completa, diaria y solemne del oficio, impuesta por la legislación carolingia a todas las Iglesias terminó por convertirse en una carga pesada. En el s. X se intentó aligerar la carga; el número de salmos y las lecturas en Maitines. En el S.XI y XII Cada vez se hicieron más las quejas por la carga tan pesada. Después de la reforma de la curia romana acaecida durante el pontificado de León IX (1049-1054), el papa y sus colaboradores empezaron a celebrar la liturgia de las horas en la capilla palatina.

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Un siglo después el papa Inocencia III (1198-1216) codificó las adaptaciones experimentadas por el oficio de la capilla papal. Nació así, el Breviario de la Curia Romana, un libro que contiene todo lo que se necesita para la celebración del oficio. Este fue revisado de nuevo por Honorio III (1216) y después el ministro general de los franciscanos, Aymón de Faversham, revisó el breviario para el uso franciscano. Este uso se difundió por toda la cristiandad latina. Empezaba el camino hacia aquella uniformidad estricta que desembocará en el Breviario de Pío V (1568). La bula de Pío V equipara por primera vez el rezo privado del oficio a su celebración comunitaria. Además con la consolidación del rezo privado, ya no se siente la necesidad de orar al ritmo natural de las horas. Después del S. XVI, este ritmo buscó expresarse de otros modos populares, especialmente con el rezo del Ángelus, o del Avemaría al alba, a medio día y al anochecer. XII.2.- La liturgia de las horas después del Concilio Vaticano II Después de unas reformas parciales del breviario por Pío X en 1911 y por Pío XII a partir de 1949, el vaticano II pone las bases para una a más profunda reforma general de la oración de las horas.( SC c.4). La nueva Liturgia Horarum fue promulgada por la constitución apostólica Laudis Cánticum de Pablo VI el 1 de noviembre de 1970. Con una previa Institutio Generalis de Liturgia Horarum el 2 de febrero de 1970. XII.2.1.- Características principales de la nueva liturgia de las horas. La Liturgia de las Horas ha notado mucho la ósmosis verificada entre la experiencia de oración de las comunidades cristianas y la más amplia e intensa de las comunidades monásticas. La nueva Liturgia de la Horas sigue teniendo una impronta monástica; laudes y vísperas son el doble gozne de la oración diaria; los maitines – llamados ahora oficio de lectura- aun conservando la índole de oración nocturna para el coro, se han adaptado de modo que puedan rezarse a cualquier hora del día, y tienen un menor número de salmos y lecturas más largas; la hora de prima ha sido suprimida; se mantienen Tercia, Sexta, Nona para el coro, pero fuera del coro se puede escoger alguna de las tres. Las Completas se ordenan de manera que se adapten a la conclusión de la jornada.

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La Liturgia de las horas por su naturaleza está destinada a ser celebrada en determinadas horas del día y esta cadencia constituye su característica. Esto no se expresaba claramente con el nombre de Oficio divina, o Breviario. Hay que destacar que las diversas horas de oración son, en el ámbito celebrativo, signo de la actualización del acontecimiento pascual de la salvación. Se invierte la secular tendencia a considerar el oficio divino como una realidad clerical y privada, restituyendo a cada cristiano la posibilidad de tomar contacto con una experiencia de oración avalada por la práctica secular de la Iglesia. Los esquemas ofrecidos por la LH permiten hacer nuestro, día tras día, el ritmo de oración del conjunto de la Iglesia. La celebración comunitaria de la oración de las horas representa un momento en el que la comunidad toma conciencia de su vocación a orar sin interrupción y a ser signo profético de la vocación de todos los hombres a ponerse en diálogo con Dios. XII.2.2.- Naturaleza de la Liturgia de las Horas Es la oración que Cristo, unido a su Cuerpo, eleva al Padre (SC 84), tiene su prototipo en la alabanza interior que caracteriza la vida trinitaria. La oración nos introduce en el íntimo dinamismo de conocimiento y amor que vincula desde toda la eternidad al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Desde el momento en que, con la gracia bautismal, el Dios Trino, Padre, Hijo y Espíritu, puso su morada en lo más profundo de nuestro ser, estamos en relación con cada una de las Personas divinas, estamos constitutivamente en estado de oración. Al ser plegaria pública y comunitaria del pueblo de Dios, forma parte del misterio de la Iglesia. Solo la Liturgia de las Horas expresa plenamente a la Iglesia orante en cuanto tal y su permanencia constante en la oración y sólo ella la realiza de la manera más connatural y congenial a las personas y a los lugares. Esta es la oración que la Iglesia considera suya a título especial. Aunque la liturgia cristiana es unitaria, y realiza y expresa de modo eminente y ejemplar dicho misterio, sin embargo, no excluye otras formas de oración; pero es la norma o criterio de toda auténtica oración cristiana porque es una oración eminentemente bíblica, objetiva y tradicional. El oficio divino asegura una estructura que modela, alimenta y modera la oración privada y que a su vez la oración interior hace más interior, personal e intensa. 126


En el texto SC el objeto de la Eucaristía y de la Liturgia de la Horas coinciden. Son actualizaciones del sacerdocio de Cristo. Pero, en el primer caso ello es verdad como centro y como culmen; en el segundo caso, sólo como momento particular del día santificado por la oración. Podemos afirmar que la Liturgia de las Horas es complemento de la Eucaristía, para alcanzar el doble fin del sacrificio: glorificar a Dios y santificar a su pueblo. La LH tiene una función salvífico-latréutica, en cuanto por ella la Iglesia extiende a otros momentos de la vida aquella obra de salvación humana y de glorificación de Dios. Salmos y cánticos Son composiciones religiosas y obra poética de alto nivel, texto de oración que ha acompañado y alimentado la fe de Israel en su camino histórico. En ellos se percibe muchos más que la revelación no es un conjunto de afirmaciones y doctrinas diversas, sino es más bien un tema único que se enriquece progresivamente, una profundización de verdades simplísimas al comienzo, que luego se desarrollan gradualmente hasta formar una unidad orgánica y maravillosa en la que se revela claramente un designio divino de salvación. En la LH constituyen la parte más importante y la caracterizan como plegaria de alabanza. Actualmente de conjunto de los salmos se distribuye entre las distintas horas en el arco de cuatro semanas. Debemos leerlos ante todo en el contexto de toda la revelación bíblica, que tiene como punto culminante el misterio de Cristo. La LH procura que el canto de los salmos se haga de tal modo que aparezca claramente su sentido cristiano. Coloca al comienzo de cada salmo una antífona, que orienta la oración en este sentido. Lo presenta además con un título que sintéticamente ofrece el sentido literal y, junto al mismo una frase del NT o de los escitos de los Padres, que hace aparecer la dimensión cristológica. Lo concluye un “Gloria al Padre”, para situar esa tipología en su verdadera perspectiva, la trinitaria. Se han excluido algunos salmos que presentan cierta dificultad psicológica, a pesar de que los mismos salmos imprecatorios afloran en la espiritualidad neotestamentaria, sin que en modo alguno induzcan a maldecir. Conviene que se reciten en armonía con su género literario. XII.2.3.- Otros elementos Además de los salmos y los cánticos bíblicos hallamos otros elementos, de los que nos ocupamos brevemente.

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1.- Himnos. Del inicio de cada hora, con composiciones líricas destinadas a la alabanza divina que estimulan los ánimos a una piadosa celebración. 2.- Las lecturas. La LH contiene un ciclo anual de perícopas bíblicas en el oficio de lectura. Además de estas lecturas largas hay que tener en cuenta las breves de laudes, vísperas, Tercia, Sexta, Nona y Completas. El oficio de lectura contiene además fragmentos escogidos de Padres y escritores eclesiásticos y lecturas hagiográficas para la celebración de los salmos. 3.- Responsorios. Pueden considerarse apéndices de las lecturas, eco o prolongación conceptual, y son, por tanto, una ayuda para la meditación del texto que ha sido leído. 4.-Preces. Intercesiones que se expresan en las vísperas y las invocaciones hechas para consagrar el día a Dios en las laudes. 5.- Padrenuestro y oración final. El padrenuestro representa el culmen de toda la estructura de laudes y vísperas, y con la recitación durante la misa, verifica la triple repetición diaria de la oración del Señor de que habla la Didajé. XII.2.4.- Naturaleza y espíritu de cada una de las horas La estructura de la LH no resulta sólo del hecho que cada oficio ocupa un lugar determinado del día, sino también del contenido temático referido a las horas y a los misterios de la salvación vinculados históricamente a las mismas. 1.-Laudes y vísperas. Según la venerable tradición de la Iglesia son el doble quicio sobre el que gira el oficio cotidiano, se deben considerar y celebrar como las horas principales. El día y la noche tienen una relación estrecha con la vida humana. Expresan el ritmo fundamental de todos los seres vivientes. Las laudes son la oración de la mañana. Muchos textos de esta hora se refieren a la mañana, al día, la aurora, la luz, el sol al inicio de la jornada. Se trata de dones de Dios para el servicio del hombre, que a su vez, se resuelven en alabanza y gloria del creador. Evocan la resurrección de Cristo. Las vísperas son la oración de la tarde, después del trabajo cotidiano, Con la oración vespertina ofrecemos al Señor el trabajo de nuestra jornada. Transformado en 128


sacrificio espiritual de acción de gracias. Se ponen en relación los misterios de la cena del Señor, las tinieblas nos recuerdan la pasión del Señor, evoca también la espera de la venida definitiva del Reino de Dios. 2.-Oficio de lectura. Es un espacio de tiempo dedicado a la escucha reflexiva y contemplativa de la palabra de Dios. Puede ser un modo de ejercitarse en la Lectio Divina. La base de dicho oficio son las lecturas bíblicas, de las que las otras sacadas de los Padres y de los escritores eclesiásticos vienen a ser como un eco o comentario. El himno y los salmos colocan las lecturas en un clima de alabanza y de oración. 3.-Tercia, Sexta, o Nona u hora intermedia. En el ordenamiento actual, como primer salmo de la hora intermedia se recita el 119 (118): ocho versículos cada día en el curso de las cuatro semanas. Tema fundamental es la ley del Señor en este salmo. En el sentido más amplio y religioso de revelación de la voluntad de Dios en la historia sagrada. Expresa una piedad personal, profunda, sin formalismos ni legalismos. 4.-Completas. Se recita antes del descanso nocturno, incluso después de medianoche. Empieza con un examen de conciencia. Los salmos escogidos sirven para reavivar especialmente la confianza en Dios. Vértice de toda la hora es el cántico de Simeón que expresa alegría y gratitud a Dios por habernos hecho encontrar a Cristo, el Salvador. Es una oración que tiene, en cierto modo, un carácter más personal que colectivo

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XII.- LA ESPIRITUALIDAD LITÚRGICA Al hablar de la participación litúrgica, hemos afirmado que ésta no se reduce a una actividad simplemente limitada al momento ritual, sino que compromete al creyente en su existencia global: la “verdad de la experiencia espiritual que ella misma genera”. XIII.1.- La formación de una espiritualidad litúrgica Se podría definir la espiritualidad más o menos como sigue: actitud permanente o un estilo vida cristiana basado en la asimilación y la identificación con Cristo, producidos por el bautismo y la confirmación y alimentados por la plena participación en la eucaristía y la oración de la Iglesia. No se debe entender en oposición o en concurrencia con otras espiritualidades, sino más bien como el sustrato común de toda espiritualidad cristiana, tal como lo expresa la Iglesia en su liturgia. En la liturgia el misterio de Cristo se celebra, se presenta y se vive en su integridad y objetividad redentora. Es expresión de lo específico cristiano y es, por consiguiente indispensable para la vida de la Iglesia. Es evidente la inseparabilidad de elementos objetivos (relacionados con la tradición cristiana) y elementos subjetivos (relacionados con la experiencia religiosa individual). La liturgia garantiza tal correspondencia, porque en ella la subjetividad queda “transfigurada” por la objetividad de la gracia creando un singular punto de encuentro entre el “yo” y la “voz que lo llama”. La interioridad cristiana es la realización de la subjetividad realmente humana de la gracia, que permanece en su irreductible objetividad en el acto de la obediencia del creyente, la obediencia a la verdadera esencia del alma, del mundo, de Dios. La subjetividad se transfigura de acuerdo con el modo objetivo de la gracia. El valor objetivo de la liturgia hace que sea el punto de referencia obligada de toda auténtica experiencia espiritual. El qua la liturgia ocupe un lugar tan importante en la vida de la Iglesia, es verdad porque el misterio eucarístico es el vértice al que tiende y está íntimamente ordenada toda la vida de la Iglesia. El misterio eucarístico es toda la “quintaesencia” de la liturgia: sin él la liturgia, tal como la quiso Cristo, no es teológicamente concebible; con él, en cambio, se salva y subsiste en su esencia. La liturgia es el ápice al que tiende la vida de la Iglesia y es la fuente de donde deriva oda su virtud sobrenatural.

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Es doctrina clásica afirmada ya por santo Tomás de Aquino cuando dice: “Todos los demás sacramentos están ordenados a la eucaristía como a su fin” (S. Th. III, q65, a3). Y también: “En este sacramento está contenido todo el misterio de nuestra salvación” (S. Th. q83, a4). XIII.2.- Enseñanzas de la historia Si por espiritualidad cristiana se entiende “un itinerario de vida en el Espíritu” es evidente que las modalidades surgidas a lo largo de la historia no pueden contraponerse a la aceptación global de la propuesta divina. Una espiritualidad específica viene determinada por un conjunto de rasgos, actitudes, elementos doctrinales, experiencias, etc. Que implican un modo especial de configurarse con Cristo y, por consiguiente un modo especial de ser y de actuaren el seno de la espiritualidad cristiana común. Elemento fundamental de la espiritualidad cristiana es la globalidad entendida como acogida del dato revelado en su integridad. A esa globalidad se opone por ejemplo un cierto “devocionalismo” nacido en la última edad media que ha atraído a la piedad cristiana con elementos secundarios y marginales y por las fáciles simplificaciones de la vida de fe, que ofrece precisamente el devocionalismo. Se caracteriza por fragmentar o empobrecer el rico contenido del mensaje revelado y su capacidad de incidir en la vida cristiana. Con actitudes francamente supersticiosas se alimenta no raras veces de revelaciones privadas y de texto en los que abunda el sentimentalismo, la fantasía y la anécdota. A experiencia cristiana, cuando no está interpretada por la celebración litúrgica, termina por concentrarse exclusivamente en otros tipos de celebraciones colaterales a la celebración litúrgica. En los s. XII y XIII junto a una espiritualidad patrístico-monástico que todavía puede encontrarse en la celebración litúrgica, hallamos movimientos teológicos y espiritualidades en que se refleja un nuevo modo de concebir la experiencia cristiana, en el cual la celebración litúrgica ya no desempeña un papel connatural de alimentación y de acicate. El monaquismo, por el contrario, concibe la vida cristiana como asimilación a Cristo en sus “misterios” para retornar con él a la “imagen” restaurada. El monaquismo hace esto teniendo en cuenta el sentido de la actualidad permanente de dichos misterio en un lugar concreto de actualización, que es precisamente la celebración litúrgica y la 133


palabra. Imitar a Cristo y vivir la celebración litúrgica son, pues, prácticamente coincidentes. San francisco de Asís pretende imitar a Cristo según las exigencias del evangelio. Los dos momentos privilegiados de la vida de Jesús, en os que lee el amor de Dios en la humillación y en la caridad, la humildad, la pobreza del Cristo de Belén y del calvario. Francisco concibe la vida cristiana como reactualización de Cristo. Pero el monje ve una unidad entre la reactualización de Cristo en él y la celebración litúrgica en cuyo contexto se desenvuelve su vida. En el S. XVI san Ignacio de Loyola y santa Teresa de Jesús. Del primero de ha destacado la gran devoción que experimentaba durante la misa, en su diario personal todo gira en torno a la eucaristía. Ignacio dice: “alabar el oír misa a menudo así mismo cantos psalmos, y largas oraciones, en la Iglesia y fuera de ella; así mismo horas ordenadas a tiempo destinado, para todo el oficio divino, y todas horas canónicas.” El santo alaba todo tipo de piedad de su época, litúrgica y popular, todo lo aprobado por la Iglesia. Los datos citados ya no son tan significativos desde el punto de vista de la espiritualidad litúrgica. Es conocida, por ejemplo, la repugnancia de Ignacio por todo tipo de oración comunitaria. Santa Teresa de Jesús tiene una serie de términos en relación con la vida espiritual y con la oración que en san Gregorio Magno tienen un significado estrictamente teológico y en la santa adquieren un valor prevalentemente psicológico. “Quietud”, “unión”, “éstasis”, “matrimonio espiritual”. Se podría la presencia del psicologismo que se opone al objetivismo propio de la celebración litúrgica. A comienzo del S. XVII san Francisco de Sales hablando de los sacramentos en particular, con la oración de la penitencia y de la eucaristía, se preocupa tanto de enseñar a confesarse provechosamente como de alentar con equilibrio a la comunión frecuente, pero el método aconsejado para oír misa no atribuye valor formativo a la celebración litúrgica como tal. Lo mismo cabría decir para los conejos dados por el santo sobre elcrezo de la oración litúrgica: “Si así lo hicieres, sentirás mil dulzuras de devoción, como le ocurría a san Agustín…A parte de que se siente más consuelo en os ejercicios públicos de la Iglesia, que en los actos particulares.”

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XIII.3.- Características de la espiritualidad litúrgica Si la Iglesia expresa en la liturgia una espiritualidad suya, las características propias de dicha espiritualidad pertenecen de hecho al bagaje común de la vida espiritual cristiana. XIII.3.1.- Espiritualidad bíblica La espiritualidad litúrgica es eminentemente bíblica. La liturgia no solo se sirve de la biblia sino que no puede prescindir de ella, y que es la palabra de Dios la que prepara y explica la acción litúrgica en su significado y en su valor exquisitamente salvífico: lo que es anunciado por la palabra, se lleva a término en el acto sacramental. Por tanto el leccionario de la misa y el de la liturgia de las horas, además de ser los principales libros de meditación y de oración propuestos a la comunidad de los fieles son anuncio constante de la salvación presente y operante en el misterio litúrgico. La espiritualidad litúrgica es por eso histórica y profética. La liturgia vuelve a poner el acontecimiento salvífico, que tiene como centro a Cristo muerto y resucitado, con sus leyes objetivas de preparación, de crecimiento en la vida del hombre, de cumplimiento y de proyecto hacia el reino. El acontecimiento histórico tiene su especificidad soteriológica. XIII.3.2.- Espiritualidad cristológica La liturgia capta todas las dimensiones de la historia salvífica reunidas y centradas en Cristo. Todo el acontecimiento Cristo se toma en consideración, desde la encarnación hasta el último retorno glorioso. Jesús está vivo en la gloria del Padre, presente en su Iglesia que él vivifica y conserva en el Espíritu. La cristología cristiana, es por tanto, una cristología “extensiva”, que recapitula en sí toda la historia humana y cósmica. Se parte de Cristo pero se desemboca necesariamente en la Trinidad. La espiritualidad litúrgica viene así a manifestar continuamente la dimensión trinitaria del misterio de la salvación. Es una escuela en la que se aprende el plan de la salvación existente desde toda la eternidad en Dios y el modo de su realización, primero en Cristo y luego, por medio del Espíritu en nosotros.

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XIII.3.3.- Espiritualidad eclesial y sacramental En la asamblea litúrgica la Iglesia halla su forma concreta de localización, por la que los reunidos en asamblea tomamos conciencia y nos realizamos como Iglesia. Con el cometido del testimonio y la misión. La liturgia subraya la dimensión comunitaria de la experiencia cristiana con la frecuente referencia a la multiplicidad de imágenes: Pueblo, rebaño, familia, etc. Los textos litúrgicos nos introducen en el carácter “misterioso” de la Iglesia. Se hace evidente, en particular en la celebración de los sacramentos, la dimensión eclesiológica ya que es la Iglesia la que es ministro y sujeto. Los sacramentos de la Iglesia, que constituyen la liturgia, son medios de participación directa y eficaz en los actos redentores de Cristo, particularmente en su muerte y su resurrección. De ellos nace una asimilación con la persona de Cristo, o imitación en la propia vida de los misterios celebrados en la liturgia. La Espiritualidad litúrgica es un continuo estímulo para que el creyente conforme a su vida todo lo que va celebrando. El cristiano puede llevar a cumplimiento la pasión de Cristo (obrar moral), porque ésta existe ya inicialmente en él como realidad sacramental (ser cristiano). El sacramento se considera como el punto de inserción que es, al mismo tiempo, comunicación del misterio y causa de asimilación a Cristo precisamente en la perspectiva del misterio comunicado. XIII.3.4.- Espiritualidad pascual Se fundamenta en el misterio pascual. Bajo el “común denominador de “pascua” en la biblia aparece en la práctica toda la revelación-realización del designio divino de salvación humana. La historia de salvación halla su cumplimiento, su realización y su centro en la pascua. Como centro la pascua no existe solamente en la biblia, sino que está presente en la liturgia, la cual es siempre celebración del misterio pascual. Según en NT y la mistagogía de los Padres de la Iglesia, la vida cristina consiste en la realización en la vida cotidiana de la muerte y resurrección de Cristo, que se cumplió en nosotros sacramentalmente en la inmersión y emersión bautismal y de la que nos alimentamos en el banquete pascual, renunciando cada día al pecado para vivir en novedad de libertad.

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El dinamismo pascual proyecta, a su vez, nuestra vida hacia la perfecta consumación de la obra redentora. De ahí deriva también la dimensión escatológica de la espiritualidad litúrgica. XIII.3.5.- Espiritualidad mistagógica La liturgia es el momento adecuado para entrar en contacto con el misterio salvador de Dios, el misterio de Cristo, llamado a transformar nuestra vida. En este sentido decimos que la liturgia es mistagogía. Efectivamente para los Padres de la Iglesia la mistagogía es “una enseñanza ordenada a hacer comprender lo que los sacramentos significan para la vida, pero que supone la iluminación de la fe que brota de los mismos sacramentos”. El método mistagógico usado por los Padres identifica tres elementos: 1) la valoración de los signos de la liturgia; 2) la interpretación de los ritos a la luz de la Escritura, en la perspectiva de la historia de la salvación; 3) la apertura al compromiso cristiano y eclesial, expresión de la nueva vida en Cristo.

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xiv.- los equipos de animaci贸n lit煤rgica

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XV.- LOS EQUIPOS DE ANIMACIÓN LITÚRGICA La Iglesia es el pueblo de Dios y el cuerpo de Cristo, animado por la fuerza del Espíritu (Lumen Gentium 7). Su vocación es anunciar a aquel que la llamó de las tinieblas a su luz admirable para proclamar sus maravillas ( Cfr. 1 Pedro 2, 9). Está destinada a constituirse en signo de salvación para que el mundo crea y alcance la alegría de la fe. Está al servicio de la salvación universal. La Iglesia tiene, por lo tanto, la misión de conocer a su Señor, servirlo y anunciarlo a todos los pueblos. La actividad de la Iglesia se manifiesta en la fe, en la vida y en la celebración. Aunque la liturgia no agota toda la vida de la Iglesia, es su fuente y su cumbre. La Liturgia debe, pues, inspirar, impulsar y alimentar la fe y la vida cristiana. Así se comprende que ninguna actividad pastoral es auténtica si no emana de la liturgia o conduce a ella (Cfr. Documento de Puebla 901, 927, 938). En la liturgia, don de Dios a su Iglesia, se realiza el misterio salvífico de Dios, que se hace presente en toda celebración cultual. Por el bautismo la Iglesia incorpora al cuerpo de Cristo a quienes Dios llama a formar parte de su pueblo santo. El Bautismo confiere así a cada uno de los nuevos miembros una función propia, especifica e insustituible – un ministerio – al servicio de la edificación eclesial. La Iglesia es, pues, ministerial. Todos y cada uno de los bautizados, desde su vocación concreta y situación de vida, tienen dentro de ella una responsabilidad ministerial de testimonio y servicio. Con el ejercicio responsable de este ministerio, los bautizados contribuyen a la construcción de la comunidad eclesial y al establecimiento del Reino de Dios en la tierra. XIV.1.- ¿Por qué el Equipo Litúrgico? XIV.1.1.- La Iglesia toda es ministerial La Iglesia ha sido constituida no para sí, sino para los demás, según la concepción de su fundador y cabeza, Cristo: "No vine para ser servido, sino para servir y dar mi vida por todos" (Mc 10,45). Es el lugar privilegiado del encuentro de Dios con su pueblo y signo visible del llamado que Dios hace a todo hombre para liberarlo y glorificarlo, y donde se realiza el encuentro con Jesús por medio de la fe en él y la acción del Espíritu Santo. 139


Esta Iglesia es el pueblo de Dios, en el que sus miembros, incorporados a él por medio del bautismo, realizan su misión en el mundo, en la medida en que cada uno asume su propia responsabilidad, adquiere la conciencia del valor de su bautismo en los actos de la vida diaria y va creciendo como miembro vivo del cuerpo de Cristo, en la unidad de la acción salvadora del Espíritu de Cristo, que es quien obra todo en todos. XIV.1.2.- La Liturgia en la vida de la Iglesia Los cristianos, al ir realizando la salvación de Dios en sus vidas, hacen visible el plan salvífico divino y se convierten en instrumento Y signo del Reino de Dios. La liturgia es la fuente y cumbre de la acción de la Iglesia, pues no sólo santifica y transforma al hombre en su interior, sino que lo promueve y lo impulsa a realizar el proyecto de Cristo, que es su Reino de amor, construyendo así al hombre nuevo en Cristo, capaz de vivir la novedad de la vida cristiana en una sociedad renovada por los valores del Evangelio. Por lo tanto, la liturgia no es un paréntesis dentro de la vida eclesial, ni puede, menos aún, desvincularse de la actividad pastoral de la Iglesia, sino que contribuye de un modo específico y primario al desarrollo de la comunidad cristiana que, sin la acción litúrgica, dejaría de serlo. De aquí surge, pues, la necesidad de constituir equipos litúrgicos, que promuevan a la comunidad, sobre todo en ese momento en que, unida por el Espíritu en torno a Cristo, su cabeza, eleva al Padre celestial su acción de gracias por la salvación recibida y le ofrece el sacrificio de la nueva alianza, dando al Padre el culto que él quiere recibir de su pueblo y congregando a los hermanos en la comunión de mente y vida que los constituye como piedras vivas en la construcción de la Iglesia. XIV.1.3.- El ministerio jerárquico en la Liturgia En la celebración litúrgica, Cristo, cabeza de la Iglesia se hace visible en la persona del ministro ordenado, quien, actuando in persona Christi, hace posible la acción litúrgica de la comunidad cristiana. Y puesto que es toda la asamblea la que, unida a Cristo, participa de su sacerdocio por medio del bautismo, no debe el ministro oscurecer o negar esta dimensión sacerdotal de la comunidad cristiana, al servicio de la cual ha sido colocado por Cristo. 140


Pero no hay que olvidar que él no es un miembro más, sino el que la preside en nombre del mismo Cristo. De allí la importancia del que ejerce el ministerio jerárquico en la acción litúrgica de la comunidad y la responsabilidad de ser efectivamente el que preside en la unidad y en la diversidad de los dones que todos, como bautizados han recibido. XIV.1.4.- Corresponsabilidad diferenciada Por eso, en toda acción litúrgica se dará una corresponsabilidad diferenciada: -En la celebración litúrgica todos tienen una acción personal que es propia y común: el sacerdocio bautismal. -Pero, la diversidad de dones otorgados, por el Espíritu, crea una serie de funciones personales y comunitarias, donde se manifiesta la legítima pluralidad de servicios y ministerios para animarse mutuamente en la fe, la esperanza y el amor. -Por lo tanto, en la acción litúrgica no hay lugar para espectadores o miembros pasivos; pero nadie debe tampoco monopolizar lo que legítimamente toca y puede esperarse de otros, sino que cada uno debe realizar aquello que le corresponde en virtud del ministerio o el carisma recibido y que contribuye a la edificación de la comunidad cristiana. Aquí es donde ocupa su lugar el equipo litúrgico. XIV.2.- ¿Qué es el Equipo Litúrgico? XIV.2.1.- Equipo Es un grupo de personas que se interrelacionan en forma organizada para alcanzar una meta común. Cada una de las personas que lo forman aporta su propio valor humano y cristiano, su experiencia y su representatividad, Y todo eso lo ponen en común para lograr una finalidad determinada. XIV.2.2.- Litúrgico Este grupo de personas son cristianos que pertenecen a una comunidad eclesial determinada y son conscientes de la importancia fundamental que la liturgia tiene en la 141


vida de su comunidad como fuente y cumbre de la actividad que ésta lleva a cabo. Por consiguiente, buscar promover la vida litúrgica de la comunidad. Para ello: Observa y estudia la realidad ambiente. Estudia el contenido, la espiritualidad, el lenguaje y la dinámica propios de la liturgia y de cada celebración. Finalmente, reflexionando sobre la Palabra de Dios y los documentos del Magisterio, organiza y anima las celebraciones litúrgicas, para ayudar a la comunidad a que tenga en cada una de ellas una vivencia profunda de su fe. XIV.2.3.- Al servicio de la comunidad eclesial Así pues, el equipo litúrgico debe: Estar en actitud de servicio. Capacitarse técnica y espiritualmente para prestar debidamente ese servicio. Procurar, dentro de lo posible, tener una representación de todos los sectores de la comunidad (sexo, edades, estratos, etc.). Este equipo está al servicio de una comunidad concreta, que tiene un rostro personal: situaciones, necesidades, expresiones, vocabularios, etc., propios, y que deberá expresar necesariamente su propia personalidad en la celebración de su fe. Al mismo tiempo, esta comunidad es expresión determinada de la comunidad universal de la Iglesia y está en comunión con ella. El equipo litúrgico deberá por esto procurar que se guarde el necesario equilibrio entre la expresión de la comunidad universal y las características propias de la comunidad a la que pertenece y sirve.

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XIV.3.- ¿Para qué sirve el Equipo Litúrgico? La liturgia es el ejercicio del sacerdocio de Cristo donde él une consigo de manera especial a la Iglesia para salvarla, ofreciéndose en alabanza al Padre en el Espíritu. Este ejercicio del sacerdocio de Cristo se realiza por medio de signos sensibles, para hacer que la Iglesia, familia de Dios, participando en estos signos, ejerza el sacerdocio de Cristo. Estos signos sensibles son expresión de la fe viva de la Iglesia. Para que esta fe de la Iglesia se manifieste viva, necesita la participación consciente, activa, plena y fructuosa de sus miembros en la realización de estos signos. Esto es precisamente lo que debe promover el equipo litúrgico. Hacer que el hombre, miembro de la Iglesia, inmerso en el mundo, con todas sus características personales, culturales y sociales, con todas sus privaciones y éxitos, mediante la celebración de los diversos ritos, se una a Cristo en el ofrecimiento de sí mismo al Padre para alabarlo y pedirle perdón. Por eso, el equipo litúrgico deberá conocer el ambiente de la comunidad celebrante, para integrar su historia dentro del Misterio Pascual de Cristo. Así pues, el equipo litúrgico debe: 1. Descubrir la realidad humana de la comunidad según sus diversos niveles y circunstancias. 2. Ayudar a que esta realidad se vea reflejada en la celebración litúrgica. 3. Transformar esa realidad en un compromiso liberador hacia un signo de comunidad nueva en la justicia, fraternidad y amor. Ha de ser sensible también para captar el sentido de las expresiones de los signos y símbolos de la comunidad y, al mismo tiempo, conocer la expresión de los signos que utiliza la liturgia, de tal manera que ni los signos litúrgicos sean una manifestación inexpresiva para la comunidad ni los signos propios de la comunidad se sobrepongan a la

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liturgia, de suerte que lleguen a hacer de los ritos litúrgicos un mal remedo de los ritos humanos. XIV.3.1.- De la vida a la celebración En la liturgia la acción de Dios no es una acción meramente consolatoria sino renovadora; ni tampoco es como una mano larga que alcanza a donde no puede llegar la del hombre. Dios no viene a suplirlo, sino a animarlo y responsabilizarlo con una esperanza liberadora. Este fue el modo de actuar de Cristo en su contacto con el pueblo (multiplicación de los panes) y, por lo mismo, el modo de actuar de la Iglesia primitiva (Hech 2, 44- 47). Así, en la Iglesia primitiva la piedad popular estaba de tal manera integrada en las acciones litúrgicas, que no permitía un paralelo entre estas dos maneras de vivir la fe. El equipo litúrgico debe ser sensible para descubrir los momentos oportunos de la celebración y los tiempos fuertes del Año litúrgico, para conjugar los elementos propios de la liturgia con los elementos propios de la comunidad. También ha de palpar toda la experiencia de la vida humana, en sus diversas circunstancias: penas, alegrías, acontecimientos personales, familiares y sociales; y en los diversos niveles: niños, jóvenes, adultos, ancianos, para ex-presarlos por la fe en Cristo. XIV.3.2.- En la celebración Los acontecimientos de la vida que constituyen la historia de una comunidad son llevados a la liturgia para que, a la luz de la Palabra y por medio de la acción salvadora del Señor, puedan unirse al Misterio salvífico de Cristo y así se convierten ellos mismos en acontecimientos de salvación. Así, la vida comunitaria se expresa en ritos; pero la comunidad debe reconocerse en estos ritos y signos emplea-dos en la celebración. En la celebración, la Palabra anunciada se cumple en el rito, el cual lleva a una forma nueva de vivir. La Palabra es el proyecto de vida; sólo se participa en el rito en la medida que éste permite a la Palabra tener eficacia en la vida, transformándola en vida evangélica.

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La comunidad no debe creer que su participación se reduce a intervenir en las respuestas y aclamaciones propias de los ritos litúrgicos. Eso sería solamente intervenir. La verdadera participación va mucho más allá. No se mide la participación por el número de intervenciones; es algo más profundo, tanto de parte de Dios como de la asamblea. La asamblea no puede reducir su acción al mero hecho de emocionarse por los cantos y el ambiente agradable; la pura emoción no es fe ni garantiza la participación. XIV.3.3.- De la celebración a la vida: edificación de la Iglesia Siendo la liturgia no sólo la cumbre de la vida cristiana, a donde llega por la participación, sino también la fuente donde bebe el Espíritu de Cristo, el equipo litúrgico promoverá a la comunidad para que ésta logre una plena participación y así pueda ella beber en abundancia de esa fuente, a fin de que, liberada y transformada, se sienta plenamente unida y trabaje eficazmente en la edificación de la Iglesia. La vida del cristiano que ha participado del Misterio de Cristo, fortalece la fe en la comunidad, ya que, por sus obras, se manifiesta ante los demás el poder salvador con que Jesucristo libera del pecado.

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ÍNDICE

I.- LA NATURALEZA DE LA LITURGIA CRISTIANA

El termino liturgia…....……..……..……..……..……..……..……..……..……..……… 6 Lo que no es liturgia.……..……..……..……..……..……..……..……..……..……..… 8 II.- HISTORIA DE LA LITURGIA

La época de los inicios...…..……..……..……..……..……..……..……..……..……… La Liturgia en los siglos II y III.……..…..……..……..……..……..……..……..……..… El giro del siglo IV...…..……..……..……..……..……..……..……..……..…………... Las “familias litúrgicas”……..……..…..……..……..……..……..……..……..……..… La Liturgia occidental en la Edad Media……..……..……..……..……..……..……… Del concilio de Trento al “movimiento litúrgico”.……..…..……..……..……..……..….

12 13 13 14 17 19

III.- EL CONCILIO VATICANO II Y LA LITURGIA

La constitución sobra la liturgia Sacrosanctum Concilium…..……..……..……..……… 26 La reforma litúrgica promovida por el Concilio Vaticano II……..……..……..……..… 29 IV.- MISTERIO PASCUAL

El Misterio Pascual de Cristo……..……..……..……..……..……..……..……..……… La Iglesia celebra en la Liturgia el Misterio Pascual.……..……..……..……..……..… El Misterio Pascual en San Melitón de Sardes, San León Magno y en los textos del Misal Romano.……..……..…………...................................................................................... El Misterio Pascual en el Concilio Vaticano II..……..……..……..……..……..……..… La Eucaristía, Sacramento del Misterio Pascual……….…..……..……..……..……… El Misterio Pascual e Historia de Salvación…………..…..……..……..……..……..…. El Misterio Salvador al alcance de la Comunidad Cristiana………………………….

34 37 38 43 44 45 46

V.- EL SUJETO DE LA CELEBRACIÓN: LA ASAMBLEA LITÚRGICA

La Iglesia sujeto de la acción litúrgica….……..……..……..……..……..……..……… La asamblea litúrgica manifiesta la Iglesia………..……..……..……..……..……..… Las características de la asamblea litúrgica..…..……..……..……..……..…………... El papel activo de la asamblea litúrgica…....……..……..……..……..……..……..…

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VI.- LA ACCIÓN CELEBRATIVA: RITO, SIGNO Y SÍMBOLO

El rito………………………………...….……..……..……..……..……..……..……… 58 Signos y símbolos………………………….………..……..……..……..……..……..… 59 La celebración expresa y alimenta la fe…....…..……..……..……..……..…………... 62 146


VII.- INSTITUCIÓN GENERAL DEL MISAL ROMANO

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VIII.- LA LITURGIA EN EL MAGISTERIO DE LA IGLESIA

Dies Domini..………………………...….……..……..……..……..……..……..……… Sacramentum Caritatis………………………………………………………………. Verbum Domini...………………………….………..……..……..……..……..……..…

72 75 79

IX.- ¿CUÁNDO CELEBRAMOS?: EL AÑO LITÚRGICO

El Año Litúrgico desde el punto de vista teológico…..……..……..……..……..……… Historia del Año Litúrgico…………………………..……..……..……..……..……..… El La celebración Litúrgica del Año Litúrgico.……................................................................ Los Tiempos Litúrgicos………………………..……..……..……..……..……..……..… Tabla de los días litúrgicos…………………………….…..……..……..……..………

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X.- ORDENACIÓN DE LAS LECTURAS DE LA MISA

La Palabra de Dios en la Liturgia Eucarística..……..……..……..……..……..……… El Honor del Leccionario en la Liturgia………………………………………………. XI.- LA PIEDAD POPULAR

114 114

118

XII.-LA LITURGIA DE LAS HORAS

Origen y desarrollo histórico………………………..……..……..……..……..……… La liturgia de las horas después del Concilio Vaticano II..……..……..……..……..…

122 125

XIII.- LA ESPIRITUALIDAD LITÚRGICA

La formación de una espiritualidad litúrgica ..……..……..……..……..……..……… Enseñanzas de la historia ……………………………………………………………. Características de la espiritualidad litúrgica ……..……..……..……..……..……..…

132 133 135

XIV.- LOS EQUIPOS DE ANIMACIÓN LITÚRGICA

¿Por qué el Equipo Litúrgico?...................……..……..……..……..……..……..……… ¿Qué es el Equipo Litúrgico?..............................……..……..……..……..……..……..… ¿Para qué sirve el Equipo Litúrgico?..............…..……..……..……..……..…………...

147

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