Manual de Comportamiento
para gente formidable
Un paso, y después el otro.
Cómo esperar una epifanía Mónica Sánchez Lázaro Cómo contagiarse de estoicismo Andrés Gualdrón Cómo dedicar un gol Norman García Cómo sobrevivir una relación a larga distancia Olavia Kite Instrucciones para evolucionar hasta hacer la evolución irrelevante Mauricio Duque Arrubla Cómo perder la cabeza JG Cozzolino Cómo ser desfogado y primitivo Macky Chuca Cómo sobrevivir, seis tesis Javier Moreno Cómo diseñar una cantaleta para resultados más eficientes María Camila Vera Cómo mantener la calma Ana Malagón Cómo decir adiós Maximiliano Vega Cómo olvidar una memoria Oscar Rodríguez
Cómo esperar una epifanía Monica Sánchez Lázaro
1. La epifanía del siglo XXI gusta de los ambientes analógicos. Puede usted tener un radio-casete en casa pero nunca un ordenador. 2. No vea televisión. No lea noticias. No se entretenga. 3. Deje de pagar la luz. Cuando le corten el suministro se alumbrará con velas y cocinará en un hornillo eléctrico. Se lavará con agua fría. No haga un drama. Usted sabe muy bien que estos inventos son recientísimos en la Historia de la Humanidad. Reconfórtese. Sobreviva. 4. Renuncie por una larga temporada a ver a esos dos amigos que tiene usted en el mundo. No hable con nadie. 5. Se sabe que toda renuncia implica un sacrificio. Hágase merecedor del verbo renunciar. 6. Usted no conoce el amor. No pasa nada. El amor se puede sublimar. Está tratando usted de escribir una gran obra o de componer una gran pieza. Óptimo. La tensión-hacia-la-creación propicia la llegada de la epifanía. 7. Pase los crepúsculos en un parque. Observe a sus semejantes: a los homeless, a los ancianos, a los niños. 8. No haga deporte. Desprecie usted su cuerpo. Piense en su cuerpo como en una máquina brutal, como en un envase retornable. 9. Pase muchas horas tumbado mirando al techo. 10. Reflexione sobre la condición humana. 11. Determine qué ha venido a hacer al mundo. 12. Sea frugal en sus comidas. Esto es innecesario decirlo. Usted no tiene apetito. Se alimenta de frutas, de mendrugos y de sopas. 13. Fume mucho. Emborráchese si quiere. Dróguese cuanto pueda. Pero siempre solo: concéntrese. 14. Pase frío. Teorice sobre el frío. Escriba un tratado sobre el frío. 15. Ni que decir tiene que ha renunciado usted a los sofás y a los butacones. El jergón y la silla de palo son el mobiliario propicio para esperar la epifanía. 16. Es usted gran conocedor de la historia de la literatura universal, especialmente de los rusos del XIX. Aunque es cierto que le faltan muchas cosas por leer. Es lógico. No ha cumplido usted los 25. 17. Lea Los complejos y el inconsciente, de Jung, La conciencia de Zeno, de Svevo y el Tratado de la desesperación, de Kierkegaard. 18. Un buen día usted escucha pájaros trinando en su cabeza y algo como una silueta luminosa entrando al cuarto. He aquí la epifanía. Aprese la idea, atrape esa certeza. Sálvese.
Cómo contagiarse de estoicismo Andrés Gualdrón
L
as historias no paraban de brotarle de los dedos. Salían de las puntas de sus manos como si hubiesen recorrido sus huesos a través de un complejo sistema de tubos vacíos. Atravesaban su estómago, daban volteretas en su sistema nervioso, se asentaban brevemente en sus talones y saltaban alto, de nuevo a su corteza, donde aprendían el color de los sueños y donde se alimentaban de impulsos eléctricos casi imperceptibles. Se creería que sus historias brotaban siempre en forma de palabras, pero en realidad el proceso era más impredecible. Sus manos, a veces, no acertaban a hacer letras sino dibujos. Pasaba mañanas y tardes dando vida a complejos criptogramas, a símbolos remotos que parecían vestigios de un lenguaje muerto. Conoció a Margarita por referencia de su amigo Kenneth, un norteamericano profesor de arqueología, bastante simpático y algo aficionado al alcohol: tras cuatro Martinis, el académico le prometió que si había alguien en el mundo capaz de descifrar la lógica detrás de sus difíciles criptogramas era ella y nadie más que ella. Alta, joven, muy hermosa e intelectualmente preparada, Margarita parecía conocer una buena parte del océano de idiomas, de todas las épocas, que los seres humanos hemos tenido a bien inventar. Pasaron juntos varios meses estudiando cada trazo, cada figura, cada pequeña rotación de aquellos signos nacidos de forma intempestiva. Buscaban, juntos, develar un misterio, encontrar una lógica que se empeñaba en eludirlos. Pronto se cansaron de la tarea. Los símbolos evidenciaban recurrencias, parecían sugerir historias, pero nada resultó suficientemente concluyente. Los criptogramas, casi estoicos, aguardaron varios siglos antes de ser descubiertos. Un hombre solo, años después, descubriría lo que Margarita nunca pudo (muy a pesar de la promesa de Kenneth): que hermosas historias moraban allí, entre esas formas disolutas.
Cómo dedicar un gol Norman García
D
elante hay un montón de gente cuyo trabajo es evitar que uno cumpla el suyo y, generalmente (porque las cosas son así) no pueden. Claro, depende de las condiciones propias, del estado de ánimo y de la suerte. Eso último pesa bastante: no importa qué tan bueno sea uno, si el que está en frente anda conectado, en su noche, no hay posibilidad de eclipsarlo, sino al contrario. Pero uno entrena, corre, busca las opciones, depende de otras personas que aseguran una oportunidad de oro que se debe convertir, sí o sí. Que en un rebote el defensa le haga llegar la pelota, sucia, envenenada, al mediocentro que, sin verlo a uno pero imaginándolo, mete la pelota en un vacío que nadie entiende, nadie ve, y llega uno y ya, es la gloria. Tres personas intervienen y solamente el que empuja la pelota en el último momento es el héroe, la cara visible, el que aparece en las repeticiones y quién se vuelve el sueño de algunos niños por ahí: nadie quiere ser quien tira el pase, sino el que derrota al equipo contrario. Eso es así. Entonces no hay más que saltar a la cancha con la actitud al tope sabiendo que no hay nadie mejor que uno. Nadie. Uno es quien prepara debajo de la camiseta otra camiseta con alguna leyenda, o se alista para chupar el dedo o mecer a un bebé imaginario luego de meter la pelota en la red, así sea una sola vez en noventa minutos. Es lo de uno: el show que llega con la pausa, la celebración que no es otra cosa que una solemnidad de mentiras,
exagerada: el que festeja no porque le da la alegría (la única, la legitima) a un montón de gente común y corriente sino que lo hace por satisfacerse a sí mismo, la celebración como un acto de vanidad. Es que no se lo ve como un trabajo sino un don, algo que no es nada justo: al que viste guantes solo se le reconoce su capacidad si no le anotan, y para eso no hay estadística, por mucho la cantidad de veces que se disparó sobre el arco contrario pero no cuantas atajó el tipo; el delantero cumple una vez y ya está. A celebrar. El tipo este inexplicablemente sacó hasta la que, luego de apuntar con frialdad de cirujano, se fue al ángulo superior derecho; pero luego en un tropiezo el balón rebota en uno le pica a él y se vence y entonces el tipo es la cara de la derrota, y tampoco es un rostro porque mira al suelo, o al cielo, como no creyendo lo que va a pasar, lo que está pasando, todo lleno de dolor, vencido en el alma y en el cuerpo, una sensación que le debe durar unos segundos para pararse de nuevo y seguir haciendo lo suyo como si nada hubiera pasado. La fe ciega del equipo vencido sigue el balón hasta que esté dentro de
la portería esperando que no lo haga por una u otra razón, un defensa, un temblor, que se quede a medio camino, hasta pensando en que ojala y se cuele un perro por ahí para detener todo eso que saque a todo el mundo de todo ese sufrimiento; y la otra es como sigue uno la trayectoria de la pelota asegurándose que efectivamente entró. Uno a veces hasta sale a correr festejando antes de que cruce la línea final porque se basta en la humillación ajena. Nada como gritar el gol desde antes que suene el pito, a la mierda con todo lo demás. Y eso es lo otro: a uno no lo castigan tanto, los errores no son tan visibles tampoco: comparado con los demás a uno lo andan idolatrando por cualquier cosa, si se cumple medianamente el trabajo. Meter una de diez no es lo mismo que sacar nueve y que metan una. Y todo el mundo lo sabe. Todo el mundo, y por eso luego el ego, el orgullo, apunta bien alto. ¿Quién es el que termina las jugadas? Diez personas están pendientes de proteger el cero y apenas una de abrir el marcador. El trabajo es ser puteado por unos y amado por otros. El trabajo es hacer sufrir gente. Y es algo que se disfruta. La otra vez jugaban Holanda y Andorra, en el 2010. En una de esas Ruud Van Nilstelroy cobra un penal y lo bota, luego lo primero que hace el defensor, el muy desgraciado, es burlarse en su cara, reírse ante la falla. Los hinchas todos decepcionados, aburridos, con cara de una tristeza que nadie puede cuantificar, hasta que en un tiro de esquina, después, Ruud se levanta y la mete de
cabeza y deja a todos fríos, helados, y entonces se llena de ese sentimiento que hablan todos los jugadores luego del partido, del desquite, la furia. Rudd va donde el defensa que se burló en antes y, en su cara, agita los brazos hacia arriba y hacia abajo, celebrando en una actitud reprochable pero entendible. Luego el árbitro llega y le saca la tarjeta amarilla, pero es que el tipo estaba haciendo algo que se considera un deber: los goles son para restregárselos al contrario. Pero no debería. Uno es un tipo que no está ahí por amor, que corre y sufre y grita y aguanta patadas porque le
pagan, y le pagan porque es bueno en lo que hace, se destaca, y contratan sus servicios. Cada que entra el balón allá hay cincuenta mil personas gritando como mínimo con todo el derecho del mundo pero la voz que se escucha es la del delantero, el que menos tiene que ver. Es que no es el gol de uno. Es que cada que uno anote lo van a querer hasta que se vista de otro color y entonces los afectos se van a teñir de melancolía con el recuerdo pero es que los campeonatos no son de quién está jugando porque los técnicos y los directivos pasan pero el hincha se queda. Uno juega de local o de visitante siempre con alguien que lleva los trapos del
mismo color de uno acompañándolo. Ellos no tienen otra forma de vivir que siguiendo el juego, apoyando cuando se pierde, cuando no entra, y gritando más que cualquiera. Uno hace el gol pero no le pertenece. De verdad. El otro día a David Villa, un buen tipo, no tan engreído ni nada, le metieron una multa de no sé cuántos miles de euros por dedicarle un gol a su familia. La sacó barata, eso debería dar cárcel. Nadie lo entiende muy bien, es que esa alegría colectiva no se puede regalar. Todos los goles son de los hinchas, el único patrimonio cierto del club.
Instrucciones para evolucionar hasta hacer la evolución irrelevante Mauricio Duque Arrubla
¿
Para qué va alguien desear hacer la evolución irrelevante? ¿Para quién se escriben estas instrucciones? El título presupone cierto tipo de evolución voluntaria o del control de ella para llevarla a un estado escogido de antemano: la irrelevancia. El manual, entonces, es para encontrar también una evolución alternativa, divergente, que puede ser simultánea a la habitual o remplazarla del todo. Sustituir la evolución por otro mecanismo que obtenga el mismo resultado de manera más rápida y barata o contrarrestar el efecto de la evolución de tal forma que, aunque suceda, no se note. Comencemos por entender qué significan evolución e irrelevancia o, al menos, ponernos de acuerdo en significados que nos permitan a todos seguir estas instrucciones de forma más o menos uniforme. Irrelevante es distinto de inexistente. Podemos asumir que para el objetivo de estas instrucciones es irrelevante lo que sucede aunque dé igual que no. Pero en último caso podemos aceptar que lo que deja de existir termina siendo irrelevante y ese puede ser un destino que escojamos para hacer la evolución irrelevante. Al hablar de evolución nuestro inconsciente asocia de inmediato el término, su significado, sus arandelas y sus adornos a recuerdos específicos y muy propios que se relacionan con los seres vivos. Tal vez algunos de ustedes lo relacionen de inmediato con una gran tortuga en Las Galápagos. Otros, en cambio, lo asocien a un grupo de religiosos que aseguran que una mano
invisible, como la de la economía, dirige todos los cambios en los seres vivos y es la responsable de un diseño inteligente; es decir es la mano de Dios. Aunque no estamos hablando de fútbol ni de Argentina ni del mundial del 86. En general, entendemos que evolución es una sucesión de cambios en los seres vivos cuyo objetivo es adaptarlos a enfrentar las amenazas del entorno de tal forma que sobrevivan solo los mejor preparados y los demás sucumban ante dichas amenazas. Los cambios también pueden darle ventaja al organismo aprovechando condiciones del ambiente para conseguir alimento y pareja con menos esfuerzo y riesgo. De esa forma, los “más fuertes” o “más capaces” perpetúan la especie mientras la evolución, lenta y sin pausa, selecciona de manera natural esos más capacitados de entre los que no lo están. ¿Cómo surgen esas diferencias en adaptación que permiten sobrevivir a quienes las tienen? Algunos dicen que es suerte, que los cambios se van produciendo al azar y que son sometidos a ensayo y error. Si el cambio debilita o pone al organismo en desventaja, hará que muera y esa transformación quedará en el olvido. En cambio los que permitan obtener una mayor supervivencia permanecen y hacen diferentes a los que tienen la nueva característica de los que no la tienen. En este momento otros vuelven y hablan del diseño inteligente y en esa línea algunos mencionan a los extraterrestres. Seríamos entonces resultado de experimentos. Somos todos hijos de probeta.
Cuando se habla de evolución imaginamos una transformación tan lenta que no la alcanzamos a ver en nuestras vidas y que toma muchos años en manifestarse y hacer la diferencia. Solo en el último par de siglos surgió y se ha entendido ese concepto, después de varios millones de años. De esa forma, durante la mayor parte de la existencia del ser humano la evolución pasó desapercibida. Es decir, durante la gran mayoría del tiempo de permanencia del humano sobre el planeta la evolución ha sido irrelevante. No hubo que evolucionar mucho, o en realidad nada. Eso nos da una respuesta a la pregunta de estudio de este texto. ¿Cómo hacer la evolución irrelevante? Pues ya es irrelevante. Punto. No hay que hacer nada. Siguiente pregunta, amigo. ¿Ya? ¿Por esa respuesta tan simple le pagan? Primero, no me pagan y segundo no es simple. Pero como entiendo que muchos están listos a soltar un imprecación después de leer el párrafo anterior, pues sigamos con el raciocinio hasta encontrar las instrucciones que hagan la evolución irrelevante. Resumamos: ¿qué es la evolución? Cambios sucesivos en una o más características, visibles o no, de un ser vivo que le permiten adquirir capacidades para enfrentar depredadores o condiciones ambientales adversas. También para tomar ventaja de situaciones favorables. Si entramos un poco en la profundidad, es el cambio en el material genético de los seres vivos lo que finamente refleja las adaptaciones que permitirán esa selección del más fuerte, el más preparado. Entonces solo hasta ahora, con la secuenciación de los genomas, podemos entender qué es lo que hace verdaderamente relevante a la evolución: un cordoncito de ADN enrollado en el núcleo de una célula. Entonces la más profunda irrelevancia perduró hasta hace pocos años, un par de décadas tal vez.
Siendo así, para hacer la evolución irrelevante podríamos optar por: 1. Eliminar a los seres vivos: así, alguien o algo sabría (no nosotros porque ya no existiríamos) que existe un término y un concepto llamado evolución aunque ahora da lo mismo que exista o no. 2. Abolir la necesidad de ser el más fuerte para sobrevivir: podríamos entonces darle, de manera en cierta forma artificial, oportunidad a cualquiera de los seres vivos de procrear y perpetuar la especie con los “defectos” que la hacen vulnerable a las amenazas exteriores. Les damos armas para defenderse o herramientas para facilitar su existencia. 3. Eliminar las amenazas: eso implica en buena medida retomar el punto 1 porque gran parte de los desafíos de un ser vivo se encuentran en otros seres vivos. También deberíamos ser capaces de controlar el clima que nos ha atormentado siempre y ha generado adaptaciones; por ejemplo, la aparición de pelo (o su desaparición) para enfrentar la amenaza de la temperatura inconveniente. Por último, para eliminar las amenazas lo que debemos hacer es escoger una de las especies de ser vivo y protegerla de los peligros permitiendo que se perpetúe. No podemos darle las armas mencionadas a todas así que nos toca escoger. No nos importe el costo de la posible extinción de otras especies (haciendo su evolución irrelevante) y corramos el riesgo de la propagación sin límite de la nueva especie elegida ya que nada estaría en capacidad de aniquilarla. ¡Eureka! encontramos entonces cómo hacer la evolución irrelevante (bajo ciertas condiciones). Solo que, apreciado e ingenuo lector, alguien más encontró ese camino hace mucho. Recordemos los pasos que hicieron, hace tiempo, la evolución irrelevante.
1. El ser humano decidió creer que fue hecho a imagen y semejanza de la divinidad y para eso se inventó un dios que fuera su reflejo y así poder decir que eran igualiticos. Como el humano es, por designio celestial, heredero sin competencia de los derechos de su dios, cree estar por encima de los demás seres vivos (incluso los que no conoce y ni siquiera se imagina que existan). 2. Usando la vida y la inteligencia que supuestamente alguien le transmitió con un soplo (aunque él mismo también consiguió parte de ellas comiendo manzanas) el humano ha encontrado la forma, poco a poco, de derrotar sus amenazas. Aunque no todas. Aún existen las enfermedades y la vejez que se resisten a dejarse vencer. 3. La consecuencia es que los enfermos y viejos resistan más a los depredadores. No veremos fácilmente en documentales de Naturalia a un humano cojo o anciano abandonado por su manada para dejarlo a merced de las hienas o los lobos. Eso se hace en privado, en ancianatos, a merced de otros seres humanos. 4. Todo lo anterior permite que se transmitan a las generaciones futuras las debilidades de los enfermos y ancianos que se procreen. Que los adjetivos débil y fuerte se vuelvan términos más relativos de lo que antes eran. Que los débiles sobrevivan. Que los fuertes sean aniquilados por los “débiles” en determinados casos. 5. Que la evolución, aunque suceda lenta e inexorable, aunque no la veamos, aunque busque adaptarse al cambiante entorno que el mismo humano creó, aunque hablemos de ella en los tratados científicos la situación real es como si no existiera porque la selección ya no ocurre a través del criterio del más preparado o el más fuerte. En fin, hemos hecho la evolución irrelevante.
6. Toda esta intervención no está limitada a nuestra especie porque el ser humano ha hecho “evolucionar” a las plantas (desde los injertos de hace milenios a la ingeniería genética de Monsanto), a los animales y a muchos microrganismos que “se adaptaron” para hacer cosas que antes no hacían, como servirnos de fuente de insulina. Hay que agradecer, ¡oh dios hecho a imagen y semejanza del humano!, que gracias a la sabiduría de esta nueva evolución también tenemos a mano sustancias salvadoras como la toxina botulínica en el Bótox. Alabada sea la eterna juventud del humano moderno porque eso le favorece en cuestiones de apareamiento. Pero no perdamos la esperanza. Hoy podemos ver que las bacterias evolucionan a velocidades que alcanzamos a medir en el laboratorio. Ellas se transmiten entre sí, como por magia, información genética que las hace resistentes a los antimicrobianos. Y aunque parezca que la evolución ya es algo del pasado, estos pequeños bichos nos mostrarán que no es así e, irrelevante y todo, evolucionan sin que les demos importancia. Aunque si observamos al humano evolucionado de hoy día, ese que hace millones de años empezaba a caminar con la espalda recta, podemos ver que mata y se hace matar por un dios que él mismo inventó aunque ya olvidó que lo hizo; por una camiseta de un color específico o por un trapo de colores que identifica un pedazo de tierra. Este Adán moderno y evolucionado, además, hoy se agacha a recoger la mierda de otro ser menos avanzado siendo supuestamente el rey de su manada. Así las cosas, entiendo que es mejor que hagamos a la evolución irrelevante si nos ha de conducir a situaciones como las del humano de hoy. Irrelevante como lo ha sido siempre.
Cómo perder la cabeza
me contó mamá algo peor. Que mi otro abuelo, el papá de mamá, tuvo sexo con la segunda mujer de mi abuelo, el papá de papá. Yo no sabía muy bien qué era el sexo. Bah, sí, sabía que era algo de estar desnudos un hombre y una mujer en una cama. Esa misma vez mamá me dijo mientras me contaba el cuento de un pirata:
JG Cozzolino
1. Concéntrese en alguna pérdida Papá se fue un día de casa. Un sábado. De agosto. Dejó los roperos sin su ropa. Dejó la cama sin su rastro. Un día de casa se fue papá. “Puto!” dijo mamá. “Puto!” Y que no lo podía creer. Se puso a llorar mamá. Ya no se querían, peleaban mucho, se insultaban mucho, se pegaban mucho. Pero mamá no se lo esperaba. “No puede ser tan hijo de puta!”, gritó mamá. Yo me metí bajo la cama. 2. Siéntase una víctima Papá se fue a vivir primero con mi abuela. Mi abuela se agarró la cabeza cuando me vio la primera vez que papá me trajo a su casa ya separado. “Y qué le doy de comer?”, dijo mi abuela. Mi abuela también estaba separada. Ahora está vieja. Le gustaba la poronga a mi abuela. Años atrás se la garchaba un jardinero. Papá no fue feliz mientras se la garchó el jardinero. Papá nunca me dijo que a su madre se la garchaba el jardinero. Mamá me lo dijo. Una vez. Mientras me contaba un cuento. Papá no regresaba a casa. Era la madrugada. Yo no me podía dormir. Mamá me contaba un cuento con duendes y de repente me dijo: “Tu abuela está caliente, decí que
viene el jardinero” Yo no le entendí a mamá cuando me lo contó. Pero me quedó grabado. Cuando crecí un poco le entendí. Eran épocas tristes, como todas, en casa, pero esas tal vez más. Papá no me llevaba a lo de la abuela. Papá salía mucho. Cuando estaba en casa la puteaba a mamá hasta en escocés. A mí me llamaba Pendejo, Salí Pendejo, me llamaba. Nunca me levantó la mano papá. A mamá sí. A mí no. Mamá sí me levantaba la mano. Una vez mamá me pegó con el secador. Lo tenía encendido. Me quemó una pierna. 3. Convénzase: sus padres, sus abuelos, todos sus antepasados, jamás se amaron Ahora papá ya hace mucho que no vive con mi abuela. Mi abuela está sorda. Y muy vieja. Uno no puede creer que esa bola llena de arrugas alguna vez fue como mamá, como papá. Uno no puede creer que se la chupaba al jardinero en el galpón. Mi abuelo todavía vive; el jardinero, dicen, se murió. Mi abuelo todavía vive con una señora más joven. Es pelado mi abuelo. El novio de mamá también es pelado. Es tetona la señora de mi abuelo. Se llama Miriam. Mamá dice que Miriam siempre gustó de papá. Otra noche, contándome un cuento,
“Y tu otra abuela, o sea, mi mamá, se suicidó, a veces pienso que yo voy a terminar como mi mamá, lo único que quiero es que no veas cuando lo haga, yo sí vi cómo se suicidaba mamá. Me hacía pis, entré al baño, ella estaba tomándose las pastillas de varios frascos. Me gritó andate” Tampoco yo sabía qué era “suicidio”cuando mamá me lo contó. Pero no esperé a ser más grande. Agarré el diccionario. No terminé de comprender cómo alguien podía matase tomando pastillas. 4. Que el sexo sea su foco de atención Papá vive en un departamento que alquiló. Papá también tiene novia, como el abuelo. La novia de papá es más joven que mamá pero más grande que yo. Podría ser una prima lejana. Al abuelo y a papá les gustan las mujeres con enormes tetas. Mamá también tiene enormes tetas. Cuando quedamos solos ella y yo viviendo juntos yo dormí dos años en su cama, me gustaba esperar a que se quedara dormida, entonces le pasaba el brazo por encima del cuerpo y le tocaba las tetas; a ella le gustaba, quizá
pensara que era papá y no yo el que se las tocaba, me apretaba la mano contra sus tetas y a mí se me paraba el pito. Son lindas las tetas de mi mamá, todavía son lindas. Pero ya no me dan ganas de tocárselas cuando duerme; está más vieja mamá pero no es por eso. Ahora mamá me causa un poco de rechazo, me gustan otras chicas, no mamá. Hay una chica que va a cuidar a mi abuela, es joven, tendrá uno o dos años más que yo. A esa chica la quiero tocar. Quiero un día ir de visita a lo de mi abuela y tocar a la chica que cuida a mi abuela. Quiero que me toque ella también a mí. Que nos toquemos. Papá me enseñó que las mujeres cuando se arreglan el pelo y te miran es porque quieren tener sexo con vos. La chica que cuida a mi abuela a veces cuando me mira se arregla el pelo. Tengo muchas ganas de tener sexo con la chica que cuida a mi abuela. Me gustaría pegarle, también, en las nalgas, pegarle y decirle arre, yegua, arre, arre. La abuela hace tiempo que está sorda, no nos va a escuchar. Seguro la chica que cuida a mi abuela ya se trajo a los novios. Seguro se la garcharon en la casa de mi abuela y mi abuela ni enterada. Mi abuela está vieja, sorda y gorda. Ya no tiene jardineros que se la empomen. Creo que por eso se la ve triste. Ser viejo es que nadie nunca más te quiera empomar, y a mi abuela le gustaba mucho la poronga, sí, mucho. “A esa vieja puta siempre le gustó la pija” más de una vez me dijo mamá. El abuelo en cambio dice que todavía le funciona. A él. Su poronga. “No sabés nene qué bien me funciona”, me dice mi abuelo adelante de su novia. Su novia se ríe, me mira la bragueta con ganas, a mí se me para el pito. 5. Caiga en la cuenta de que todos somos obra de una verga erecta y de una madre puta
Al novio de mamá también se le suele parar el pito cuando está con mamá. Es pelado, como mi abuelo. Pelado. También le gusta garchar. Como a mi abuelo. Lo sé porque una vez los espié garchando y me quise suicidar pero no tuve valentía suficiente. Lo sé también porque uso facebook. Todos se olvidan facebook abierto. Mamá, papá, los novios de mamá y papá. También la chica que cuida a mi abuela. Y dejan abierto el chat. Yo me agarro la pija y leo: Cómo me gustás. Te la voy a chupar. Putita. Gatito. Putito. Te amo. Te parto. Y los odio. Eso escribo yo. Que los odio. A los novios de papá y mamá. A mi abuela y a mi abuelo. A mamá y papá también. La novia de papá es una gorda.
Después al abuelo. Después a papá. Y a mamá. Y a todos los novios de todos. Matarlos despacio. Tan despacio como despacio me siento yo morir. Matarlos y robarles todo su dinero y pagarle unos pesos a la chica que cuida a mi abuela para que me la chupe, para que me deje golpearle las nalgas. Tengo todavía una foto con mamá y papá. La guardo en un cajón. Ahí estamos papá, yo, mamá, en ese orden. Yo soy el centro del corazón que forman mamá y papá. Qué hijos de puta. Qué irresponsables de mierda. ¿Por qué me hicieron esto? ¿Por qué me engañaron? ¿Se querían en la foto? ¿No tenían novios en la foto todavía? ¿Y cuando me hicieron? ¿Y cuando papá le metió la semillita a mamá? ¿Ya la querías papá? ¿Ya lo querías mamá? ¿Puedo creerles?
El novio de mamá es pelado y además un pelotudo.
¿Puedo?
Antes de conocerlos los conocí por facebook: vi las fotos de los novios de mamá y papá en facebook; ellos todavía no cuelgan fotos con mamá o con papá, parece que lo tienen prohibido aunque garchen en cuanto rincón encuentren libre de mí. Espero que no cuelguen ninguna foto nunca. Que nunca jamás lo hagan. Porque si lo hacen los voy a matar. Los voy a matar a los cuatro. Me gustaría matarlos. Aunque nada cuelguen. Por lo menos a dos de los cuatro. Por lo menos a uno. A mi abuela, que no se puede defender.
6. Intente confiar en la vida, anímese a una mayor defraudación De noche no puedo dormir. Solo puedo dormir si me imagino con una pistola. Salgo por las noches con mi pistola y bang, mato a los novios de papá y mamá. Bang, bang, bang. No quiero que papá y mamá estén con novios. Quiero que mamá y papá estén solos. Que si no quieren estar juntos otra vez, que estén solos. No me gusta que papá tenga sexo con su novia. No me gusta que se cojan a mamá. No me gusta
que se hayan separado. No me gusta que quieran hacerme entender que es normal que todo esto suceda. No me gustan ellos. Mamá. Papá. El sexo. Podrían no haberme hecho nacer. Hubiera sido sencillo. Yo ya sé cómo hay que hacer. En la escuela hace años nos mostraron un preservativo, a veces me hago la paja con preservativo. Es más higiénico. Me hago la paja pensando en la chica que cuida a mi abuela. O pensando en la profesora de inglés. Me gusta mucho la maestra de inglés. Le decimos la miss. Todos estamos locos por la miss. Tiene lindas tetas la miss. Es reputa, todos decimos. Usa blusas que no se abrocha del todo, está casada, tiene hijos, seguro se la cojen tres o cuatro tipos más además del marido. Está rebuena la miss, bien vale unas buenas pajas. Aunque después me quiera arrancar la poronga. Porque no me hace feliz hacerme la paja. No me relaja, ni siquiera. Me pone triste. Más triste. La única parte buena de hacerme la paja es cuando estoy por eyacular. Ya cuando eyaculo me viene un bajón horrible. Pienso que por ese pedacito de placer mamá odia a papá, papá odia a mamá, los abuelos se odian entre sí, la mamá de mamá se suicidó y el papá de mamá se cogió a la novia del papá de papá. Me gustan otras cosas. Intrigarme, me gusta, por el color de los pezones de la chica que cuida a la abuela. Intrigarme por el color de los pelos de la concha de la profesora de inglés, que se tiñe de rubio, pero que no es rubia. Eso está bueno. Esa parte que es la de la expectativa. La que me hace pasar vergüenza cuando vuelvo en colectivo del colegio. Ponerme una carpeta por delante de la carpa que arma mi poronga con el pantalón de algodón con el que hacemos gimnasia. 7. Admítalo, usted importa un rábano
Escribo Mamá la mama. Escribo A papá se la maman. Escribo Soy lo que no quise ser por ellos, por culpa de ellos. Escribo Y voy a ser lo que no quiero ser por sus culpas también. Ellos eligieron su desarrollo personal, ellos votaron y votan por sus coitos no muy privados. Le gusta la poronga a mamá. Le gusta la concha a papá. Yo no les gusto tanto, nunca les gusté tanto. No me mientan más, no les gusto tanto como todo eso que llaman sexo. Me siento muy solo y muy triste. ¿Y ustedes, qué hacen? ¿Me preguntan ustedes? No. Prefieren garchar. La historia de ustedes con respecto a mí es una mierda. Fueron y son una mierda. Creo que yo voy a terminar como la mamá de mamá. Pobre señora que nunca conocí. Tal vez a ella le pasó algo parecido de lo que ahora me pasa a mí. No se puede vivir tranquilo en un mundo lleno de hijos de puta a los que solo les interesa garchar. Voy, quiero terminar como ella. Quiero. Pero no termino de perder la cabeza. Y quisiera perderla ya mismo. Lobotomizarme. Enloquecerme. Volverme inimputable. Matarlos y no caer preso. Matarlos y no llorar por hacerlo. Y luego: matarme. Matarme rápido y sin que nadie se dé cuenta. O matarme en el centro de la ciudad, frente a las cámaras de las distintas emisoras que a la noche pasan sexo. Quiero saber entonces cómo perder la cabeza.
Quiero dejármela tirada en una plaza, debajo de un camión, en un basural de las afueras de esta ciudad tan horrible dentro de este país más feo. Quiero perder la cabeza y cómo perder la cabeza, me pregunto. Cómo perderla, cómo, cómo, me digo. Cómo perder la cabeza se llama un librito que encontré en los saldos de una librería espantosa, con las novedades en primera fila. Cómo perder la cabeza, le digo a las chicas desnudas de las revistas mientras me hago una paja con preservativo, con guantecitos peludos, con la mano pelada. Cómo, me sigo preguntando cuando mamá llega del trabajo y me dice hola mi amor, con su olor a poronga en las manos. Ya sos grande, me dijo papá hace unos meses, ¿ya la pusiste? Eso solo a ellos les importa. A mí solo me importa perder la cabeza. Saber cómo. 8. Lea cualquier cosa, manténgase alejado de Dios El librito Cómo perder la cabeza no tiene un autor, no hay un autor que se haga responsable. Seguramante son varios. Debajo del título hay un subtítulo: Manual de instrucciones. En la escuela me hicieron leer algunos manuales de instrucciones. Una vez armé una pista de autos con la ayuda de un manual de instrucciones. No me gustan los manuales de instrucciones. Están escritos por personas muy aburridas, por escritores de manuales de instrucciones que usan guardapolvos grises y se tocan cuando por nadie creen ser vistos. Son gente como yo y la gente como yo no me gusta. Así de sencillo. En Cómo perder la cabeza no se toman seriamente la consigna, tratan de demostrar que es posible perder la cabeza rápidamente, y que luego es muy difícil encontrarla.
En Cómo perder la cabeza, en la E de estofado, te explican cómo emborracharte para perder la cabeza por un rato. En la H de hongo, te enseñan a hiperventilarte, dicen que si te hiperventilás tres o cuatro veces por día comenzás tarde o temprano a perder la cabeza.
fuera de servicio. Putos hindúes. Hace quince días que vengo escribiendo despacito, como me sale. Mareándome. Hago lo que puedo. No es fácil. Pero aquí estoy. Todavía en mis cabales. Todavía lúcido. Sin perder la cabeza. En la A de amor hay un pequeño apartado que nada dice acerca de cómo perder la cabeza por amor.
En realidad casi todo el libro habla de hiperventilación.
En la S de sexo no hay sexo ni nada. Está la S y no dice nada.
En realidad Cómo perder la cabeza es un libro dedicado a la hiperventilación como ejercicio hindú para volverte loco, para perder la cabeza y no encontrarla.
En la tele pasan un partido de fútbol. Afuera en la calle pasa un perro y atrás camina su dueño.
No me caben los hindúes. No me caben tampoco los que nacieron en la India. No sé bien cuál es la diferencia. Prefiero no saberla. Me importa un soberano carajo saberla. Dicen que tenés que hiperventilarte mientras tratás de escribir tu historia, dicen que en una semana quedás
Mañana tengo inglés. Mañana me voy a hacer una paja mientras la miss nos dé clase. Y me voy a poner triste y voy a ir a visitar a mi abuela. Que ya no puede ser puta. Que ya está vieja. Y sorda. Y gorda. Y le voy a decir a la chica que cuida a mi abuela que cuánto me cobra por cascarle las nalgas. O no voy a hacer nada de eso. O no voy a hacer nada.
En la C de Cómo perder la cabeza dice cama, que lo mejor es no salir más de la cama. En la E dice que hay que escribir sin parar. Que así perdés rápido la cabeza. En la X no hay nada. En la W tampoco. En la D dice drogas. Y en la P pastillas. No se toman en serio esto de perder la cabeza los autores anónimos y fantasmales de este libro. Nadie se toma en serio todo esto que me pasa. Todos antes que pensar en mí prefieren garchar. Horrible y vulgar mundo. Horrible y vulgar este todo. 9. No responda a ese llamado, podrían salvarlo
Cómo ser desfogado y primitivo
palmas arriba, ligeramente ahuecadas, sosteniendo ambos pechos durante una charla informal, a modo de apasionado énfasis de su argumento.
Macky Chuca
* De igual modo, puede intentar agarrotar la mano y rasgar ligeramente la piel visible del escote durante el tanteo del busto, cosa que incrementará en varios grados su imagen chúcara.
E
sta sección del Manual de comportamiento para gente formidable comprende una serie de indicaciones para lograr dos actitudes absolutamente imprescindibles en una personalidad formidable: el primitivismo y el desfogue. Queremos creer que ya que han ustedes llegado hasta aquí, su deseo es uno de superación y estímulo. Ordenaremos estas indicaciones en una serie de apartados para su rápida referencia. Conciencia corporal No se puede insistir demasiado en la necesidad de poner el foco de atención en nuestro cuerpo. Continuamente. No deben ustedes perder de vista tanto su envoltura carnal como el contenido de su torso, abdomen, pelvis, cráneo y otras cavidades. A continuación, algunas propuestas: * Adoptar la idea de que lleva un tesoro oculto en sus interioridades. Preguntarse varias veces al día sobre piedras renales y vesiculares, sobre cuerpos extraños, deglutidos accidentalmente en el pasado, y que hoy se esconden en los intestinos. Tratar de palparlos a través de las capas de piel y músculo. * Hurgar constantemente en sus orificios, con o sin deseo de encontrar recompensa líquida, sólida u orgásmica.
* Amasar un hambre voraz y comer luego con ruido de masticación y lamida de dedos (propios y ajenos). * Explorar la conexión apetito-sexo-canibalismo con los compañeros de mesa siempre que sea posible. Gesticulación y ademanes Hemos intentado mantenernos apartados de la recomendación habitual de los gestos simiescos. Consideramos que el primitivismo no se cultiva por medio de la imitación de los ademanes inherentes a los grandes primates, sino construyendo una serie de gestos propios, que permitan abrir una ventana a través de la cual el mundo pueda asomarse a los salvajes interiores de los aspirantes a gentes formidables. Por lo tanto aconsejamos fervientemente la búsqueda, adopción y refinamiento de una gestualidad única y personal que transmita de inmediato la sensación de estar frente a un ser primitivo y desfogado. Como eso es más fácil de decir que de lograr, daremos una serie de indicaciones generales a modo de inspiración. Huelga decir que deberían ustedes tratar de encontrar las suyas propias. * Si tiene usted tetas (ya sea porque ha nacido con ellas, porque las ha laborado a base de adiposidad localizada o porque se las ha agenciado vía quirófano), sopéselas en su mano al hablar. El gesto completo implica ambas manos,
* Dé una vuelta de tuerca al familiar concepto de “mesarse los cabellos”. Tire de ellos con fuerza hasta que la sensibilidad de su cuero cabelludo le indique que es momento de parar. La mueca obtenida resulta muy eficaz para expresar dolor y pérdida. * La lengua debe ser visible durante el habla y también durante los silencios. Juegue con su lengua. Exhíbala ante su interlocutor. Pósela y arrástrela cual gasterópodo en las superficies del prójimo. Este gesto tiene infinitas variaciones. Apariencia personal Es de vital importancia en esta carrera hacia el desfogue mantener una apariencia lo más alejada posible de la represión, la pulcritud y el constreñimiento. * Un pie negro es un pie feliz. Busque la negrura plantar. Busque la tiniebla en el espacio ungular e interdigital. Tenemos conocimiento de personas que, en su afán por ser formidables, recurren a betunes, sombra de ojos y otras pomadas coloreadas a fin de oscurecer los pies. Estos afeites y artificios nos alejan de un verdadero descuido primitivo, y por ende nos vemos obligados a insistir en la observación y cumplimiento de las sugerencias del apartado Actividades, juegos y pasatiempos. Por supuesto, el mejor modo de obtener un pie negro es una buena caminata des-
calza por zonas en lo posible alejadas de salas de yoga y ballet con pisos de parquet lustrados con cera sintética, vegetal o de abejas. * Hay una diferencia entre mostrar desdén y desdeñar activamente el calzado y las prendas de ropa. Aconsejamos * ropa suelta y/o * cierta tendencia al ojal demasiado amplio, al botón trémulo, al cierre relámpago flojo. En el caso de las personas que todavía se encuentren trabajando a mitad de camino del estado ideal (que es, por supuesto, la desnudez sin pestañeo), es aceptable una vestimenta ceñida que insinúe curvas y turgencias. Aunque conviene recordar que no es una buena idea intentar acceder al camino salvaje por medio de la insinuación y la sutileza, que tanto daño han hecho en las entrañas de nuestra civilización. Por último, un recordatorio: * Lucir la arruga y la cicatriz como lo que son: testimonio de una vida vivida de manera formidable. Virtudes a cultivar * Curiosidad gatuna. * Torpeza y premura. * Atropello e impaciencia. * Profundo sentido de la holganza.
Actividades, juegos y pasatiempos A continuación les obsequiamos una lista de posibles actividades diarias que encontramos deseables en las personas formidables, esas que ya han aceptado la existencia de la mejor parte de su ser, esto es, el salvaje habitante interior que ha hecho acto de presencia y muestra al mundo su verdadero rostro. Algunos de ustedes se sentirán inclinados a probar alguna de esta sugerencias ocasionalmente, otros harán hueco en sus ocupadas vidas para unos cuantos ítems a modos de pasatiempo y otros, los alumnos aventajados, se abrirán a la evidencia de cuán conveniente es mantener un ritmo constante de arrebato y turbulencia en la vida cotidiana. Confiamos en que estos nos hagan llegar sus apasionadas propuestas para una inclusión en futuras ediciones de este manual. * Localizar durante el almuerzo a otro individuo cerril, y pasarse la bebida de boca a boca. * Jugar con la comida. * Rumiar * Guardar alimento para más tarde en dentaduras y bolsillos. * Arrojarse de vehículos en movimiento a fin de abalanzarse sobre potenciales amantes. * No dejar de bailar nunca, bajo ningún concepto, si suena un tambor. * Desnudarse bajo la lluvia, sobre
todo en la vía pública. * Celebrar con barro * Mencionar a amigos y conocidos lo mucho que le excitan habitualmente las propias mascotas. Debatir. * Retozar y brincar * Caminar descalzo siempre que sea posible, no sólo para obtener la tan codiciada negrura plantar, sino para embellecer y fortalecer el pie con durezas que nos allanen el camino. * Holgar activamente, esto es, dedicar grandes bloques de tiempo a la contemplación del propio ombligo y su flora autóctona. * Al contrario de lo que comúnmente se aconseja, no estamos de acuerdo en las propiedades desinhibitorias de alcohol y otras drogas como el camino certero al rapto y el desbordamiento, y por ende, hacemos hincapié en la necesidad de abordar este trabajo paso a paso, con la certeza de que el cumplimiento del programa les llevará a puertos buenos y floridos. Si quiere usted emborracharse, embriáguese de aurora. Recuerden la siguiente regla impostergable: * Atender a la meteorología, dado que deberán planear sus actividades de manera que no obstaculicen la más importante regla de esta sección del manual, que es la siguiente: * Masturbarse ante la ventana abierta en días de tormenta. Hoy, en algún lugar del globo, es un día de tormenta. Hoy, por ende, puede llegar a ser el primer día de su vida como persona formidable. Sin mayor demora, le invitamos a localizar una ventana abierta y a abrirle la puerta a su monstruo interior.
Cómo sobrevivir, seis tesis Javier Moreno
Primera tesis El aumento de población indica que la especie humana está particularmente bien dotada para la supervivencia. Estamos al borde de saturar nuestro hábitat y en proceso de expandirlo. De acuerdo a esta observación, sobrevivir no requiere esfuerzo ni metodología. Las probabilidades están del lado de la vida. Segunda tesis Por otro lado, la idea de la supervivencia sugiere una disyuntiva continua entre la vida y la muerte. Esta disyuntiva es evidente. Cada instante vivo es un momento para morir que de alguna manera es postergado por el cosmos misericordioso o cruel. Desde una perspectiva ontológica más amplia ambas posibilidades coexisten en una superposición que es imposible de detectar explícitamente sin ejecutar un colapso macabro de la dualidad y desencadenar la tristeza. Sin embargo, la tentación de escapar es recurrente. Tercera tesis El mayor obstáculo para adquirir consciencia plena de que estamos al borde de morir es por partes iguales psicológico y lingüístico. La simultaneidad de la exclusión es indetectable por nuestro sistema perceptual porque es incomunicable y viceversa. Este es un mecanismo de protección existencial primitivo, como el vértigo. Cuarta tesis En realidad no es posible sobrevivir. Todos mueren. Es inevitable. Nada nos salva. Ni el amor ni el apego ni la valentía. El estado natural de la materia es la inercia y el desorden. La vida es una singularidad frágil, en riesgo de extinción permanente bajo la amenaza de las leyes universales. No hay garantía de que nos volveremos a ver después de parpadear. Esta aniquilación inminente, una vez asimilada, nos cohibe y aplasta: dificulta la acción. Sexta tesis Dado lo anterior, propongo una supervivencia comprehensiva y desligada del instinto que en lugar de negar la presencia de la muerte la reconozca como punto de partida de toda decisión vital: una vida en la muerte (y no en su contra) que nos libere del miedo y ofrezca la distancia necesaria para apreciar (y tomar) la oportunidad incidental de ser y estar.
Cómo diseñar una cantaleta para resultados más eficientes María Camila Vera
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s mejor si tienes un muerto. O cáncer. O los dos. Así, si sientes que vas perdiendo sacas la artillería pesada: es que en lo del cáncer de mi papá, en el entierro, no te sentí cerca. No estás a mí lado. Lo haces sentir mal, lo pones en el infierno, le das la mirada eres la peor persona de la cuadra, del barrio, de la ciudad, el ser más miserable del universo y retomas la discusión. Una lágrima también te puede ayudar a salir airosa. Dos. Tres. Que no sean más de cinco. Que no sea un drama: estás dando cátedra. Le estás diciendo que lo necesitas afeitado. Contemplador. Que quieres un príncipe y no ese costal de papa que se volvió. Escoge el momento perfecto: Un domingo en la tarde, regresando de una comida con sus papás, nunca después de que su equipo de fútbol ha perdido, tampoco antes de llegar a una fiesta. Ponte tu pinta no trato de estar hermosa pero te deslumbraré con mi belleza casual y desprevenida. Será una ayuda para que él piense en que va a seguir arrancándote la ropa y metiéndotelo si se esfuerza un poco más. Asegúrate de ser buen polvo. Ten una o dos maniobras, hasta ahora desconocidas, para la pichada poscantaleta: la novedad te asegura buenos resultados. No lo compares. Al menos no de frente. Coge un atajo. Antes me escribías cositas en el espejo empañado. Ten pizza a la mano. Que esté lleno. Arregla la casa como a él le gusta. Que encuentre sus cosas. Para que la cantaleta tenga éxito él tiene que ver todo lo que va a perder. La mujer hacendosa a la que esa barriguita le parece tierna. La que tiene sexo un lunes antes del trabajo. No, no es sumisión. Es calladita te ves más bonita y lo haces todo más fácil. Antes de empezar, hazte preguntas de vida o muerte: qué quieres, para dónde vas, qué cartera piensas estrenar. Que no se te olvide. Si se te olvida, la cantaleta se vuelve pelea. Tú solo eres una víctima más de su crisis de mediana edad que está dispuesta a dejarlo todo -de mentiras-, pero TODO al fin y al cabo para acompañarlo. Su mejor amigo va a ser papá y solo quedas tú. Por eso no puedes estar brava. Ni llorar más de la cuenta para pasar por sufrida. Solo eres vulnerable. Por eso no puedes estar ovulando. Para ser exitosa en el mundo de las cantaletas primero tienes que aprender a ser manipuladora y no sentirte mal al respecto. Ahí está la clave del éxito. La gente manipuladora no es mala, solo es gente que sabe usar sus muertos. O su cáncer. O los dos.
Cómo mantener la calma Ana Malagón
E
n cualquier manual sobre cómo mantener la calma encontrarán en algún momento, generalmente al principio, la técnica de respirar hondo y contar hasta diez. Sin embargo, en tiempos furiosos como los que nos toca vivir, la utilización recurrente de esta técnica se vuelve complicada por no decir, imposible. Acabamos hiperventilando y perdiendo la cuenta. Es por eso que se han hecho necesarias estrategias más globales por encima de técnicas puntuales como la citada. Las encontrarán en el estudio realizado por los doctores Hannenbach y Warlutz titulado: “Algún día nos dejarán de temblar las rodillas (o posiblemente no)”. Las siguientes líneas no son más que anotaciones tomadas poco antes de que cerrara la biblioteca. 1. La terca fe No hay como estar seguro de algo para mantener la calma. Creer mucho. Creer muy fuerte. Con ojos y puños cerrados pero sin hacerse las necesidades encima. Se cree en lo que se es, se dice y se hace. Con una fe terca como aquella mula prima de la burra a la que se sube para no apearse jamás. La burra no se mueve y siempre sale en la foto. Reflejando solemne coherencia. En paz. Un estudio posterior indica que aquellos que tengan problemas con la palabra “fe”, pueden utilizar el concepto “aquello que digan me entrará por una oreja y me saldrá por la otra”. Viene a ser lo mismo.
2. La despedida a la francesa Despedirse de los conflictos a la francesa, es decir, sans adieu, sin avisar y corriendo en la otra dirección, es una posibilidad para mantener la calma ante crisis nerviosas. Una solución para astronautas de motel de carretera según los más ortodoxos pero que puede resultar válida para aquellas personas temperamentales o con una marcada tendencia hacia la autodestrucción. Eso sí, para el viaje a ninguna parte se recomienda llenar el depósito de gasolina antes. Y no llevar cerillas encima. Para eludir cualquier tentación. 3. La vuelta de todo con vestido de fiesta Varios estadios preceden a estar de vuelta de todo, siendo el principal el haber intentado ir a alguna parte y no haberlo conseguido. Ante una frustración desesperante, algunas personas prefieren pintarse los labios y salir de fiesta con el espíritu programado para que nada ni nadie les sorprenda aunque nunca hayan conocido nada ni nadie igual. Es cortar de cuajo cualquier riesgo de sufrir, a través de la amputación de la capacidad de disfrute. Los autores apunta que parece estar suficientemente demostrado que no hay bien que por mal no venga. 4. La fofa deportividad Saber que las cosas están así, es decir,
mal, y que no parece que vaya a cambiar en un tiempo (siendo tiempo la incógnita de la ecuación). Que la vida da golpes, sustos y a veces, escalofríos y que si va a ser así de todos modos, por qué no asumirlo de una vez por todas. Que la gente se enfada, se pone triste e incluso se mata mientras preparamos una cena insípida y fría. Y que a veces nos ocurrirá a nosotros. Y que cuando eso suceda, no podremos hacer nada para evitarlo, salvo agachar la cabeza y poner la otra mejilla. A poder ser, a la vez. Los doctores también se han referido a esta estrategia como “entrar en el estado terminal del qué más da”. Y finalmente, 5. Preguntarse por qué demonios habría que mantener la calma para instantes después, estallar, derrumbarse, perder los papeles. Ser infantil y mortal.
Cómo decir adiós Maximiliano Vega
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al vez sea como dices, Mafe, y todos los males sean un mal de muchos. Hace mucho que no sé de Antonio, ¿será un lugar común decir que me alegra saber que está bien? da igual, supongo, él le pertenece al pasado y hace mucho tiempo que decidí dejar el pasado tranquilo. Nunca te conté el final de esa historia y para hacerlo podría escoger peores momentos que estos de ahora. Ese final empieza, por supuesto, con una mujer. Antonio siempre habló de ella con una fascinación de esas que no alcanzan consuelo, que es, si uno lo piensa bien, como algunas personas hablan del suicidio. O como hablan de irse a París a tomarse una foto, dirías tú. También para mí ella fue una confusión platónica. Era la época, qué le íbamos a hacer. Ella llegó al pueblo poco después de que te fuiste. Es bogotana, como tú, y llegó acá con 25 años (los mismos de ese amigo que mencionas, eso fue lo que me trajo el recuerdo). Era muy diferente a todos, y fue toda una revelación haberla tenido con nosotros. Sofisticada sin serlo. Inolvidable de esa forma en que lo es, digamos, una primera maldad. Le caía bien incluso a quienes les caía mal. Al hablar con ella, tenía ésta manera de hacerme sentir que en ese momento yo era lo más importante que estaba ocurriendo sobre la tierra. ¿Te ha pasado? cuando alguien te hace sentir que tienes toda su completa indivisible atención. En fin: genial. Hablé con ella por última vez hace unos cinco años, y ya no quedaba mucho de lo que antes fue, pero igual el recuerdo queda y quedó.
(Tú dirías que tal vez fui yo el que cambió, tú tendrías la razón.) Cuando te fuiste, me quedé sin amigos. Nunca tuve muchos, ya lo sabes. El año siguiente el colegio contrató un nuevo rector, un hombre culto y de buenas maneras, que impulsó muchos experimentos alrededor. Era del opus dei, si lo puedes creer. Uno de esos experimentos fuimos Antonio y yo. El experimento consistía en que él y yo pertenecíamos a ningún grado en particular; asistíamos a clases de matemática y ciencias grados superiores, teníamos un currículum especial para otras cosas como inglés y física y química que no alineaban del todo con el oficial. Él hacía unas cosas adicionales, yo hacía otras. Él hacía unas cosas con computadores, yo participaba en olimpiadas de matemática. Te puede parecer una admisión de arrogancia; pero no lo es, no lo era; en el fondo no era algo del otro mundo: en lugar de un salón de clases íbamos a otro. Apenas una pequeña distracción de formas en lo que era una normalidad espantosa y adolescente: él seguía siendo popular e infalible con las chicas, tal vez más que siempre, y yo seguía estoicamente atormentado por la batalla dermatológica de primer nivel que se jugaba en mi propio campo, y soñando todos los escenarios posibles en los que Dianita Olmos, de mis sueños, descubría por fin el fantástico tipo que yo sería en cuestión de tiempo y que aún no tanto.
Ella era profesora de biología y además nuestra tutora de química. Ella sabía muchas cosas. Del mundo, por ejemplo. Nos invitaba a almorzar en el club de empleados, y nos conseguía pases para entrar a la piscina. Hablábamos mucho de literatura y de filosofía y de ciencia. Ella fue quien me presentó a toda esa generación del quantum y ya sabes cómo me ha obsesionado todo ese cuento. Fue una amistad que nació de la nada y creció a toda prisa, sin ninguna razón aparente para lo uno o para lo otro. Si es como dices que la vida de uno es apenas una secuencia de equivocaciones y casualidades, el principio de la mía fueron esos días en su apartamento hablando de Borges y de De Broglie al ritmo de Madonna y Roxette. Fue en una de esas noches, en que ese mal de muchos que mencionas se convirtió en el mal de Antonio, y yo fui el observador desprevenido viendo los platos rotos sin querer limpiarlos. En Antonio eran comunes esos estados de rareza atribuibles sin mucho pensar a algún desequilibrio hormonal adolescente. Déjame sólo que igual se me pasa pero no me dejes sólo que entonces no se me pasa nunca. Pensándolo ahora, creo que él quería hablar con alguien de esos tormentos pero no sabía por dónde empezar. Es como dices tú, uno se pasa la vida tratando de encontrarle el comienzo a las cosas. En el día éste del que te hablo, él y yo habíamos estado jugando tenis mientras ella, espectadora, leía, y luego, ella había estado nadando mientras él y yo hacíamos lo posible por no mirarle el culo en vestido de baño. Luego los tres volvimos al apartamento a recoger unos vídeos de Cosmos que ella me había grabado, y una cosa llevó a la otra. Era muy tarde. Tarde es un decir, te acuerdas lo sano que era el pueblo en ese tiempo que podíamos andar funcionando por ahí sin temores de ninguna clase. Ahora te roban, te violan,
te matan, o las tres cosas al tiempo. Igual yo ya estaba pensando que era hora de irnos. Y es entonces cuando ella me dice, Óscar, me perdonarás pero tengo algo que hablar con él, podrías esperar afuera. Una pregunta sin interrogante al final, que lo era, apenas, en teoría. Seguramente yo lucía mi expresión de no entender nada porque me dijo otra vez, ahora con menor ambigüedad, que saliera. Entonces yo esperé afuera. No sé cuánto tiempo pasó, Mafe. Lo suficiente, dirías tú. Caminamos en silencio de regreso a casa. Yo aún por decidir si convertir el incidente en una ofensa personal o dejarlo pasar. Peores cosas se han perdido, me dije. Cada vez que Antonio quiso hablar se detuvo a tiempo. No dijo mucho, no dijo más. “Después hablamos.” Esa noche dormí sin dormir. Tampoco lo hice en las que siguieron. Como en esas películas que haces tú, en esta parte de la historia podría uno incluir una canción de esas que sugieren al espectador lo que sentir, mientras en la imagen ocurren cosas, a toda prisa, inconexas, coherentes. Una de Paul Simon o una de Otis Redding. Antonio me habla poco, poco le habla a todos. Yo me refugio en mis clases de taekwondo. Quería pasar el examen de cinturón amarillo, ese mismo que había fallado ya dos veces al encontrar insuperable la rutina de quebrar tablas y baldosas. El tiempo pasa, la canción sigue. Hay una feria en Bogotá, no recuerdo cómo se llama, la feria internacional, creo. El hermano de ella trabajará en eso haciendo algo muy tremendo, qué sé yo, algo fantástico con pixeles. Yo no estaba presente, esto es, no fui testigo, de que ella le dice y pregunta, a él, que si quiere ir. Esto es, con ella. Será en las vacaciones de mitad de año, será divertido, será emocionante. Él dice no. ¿No?. No. ¿Por qué?. Algo sobre ir a escalar una montaña. Entonces ella me pregunta a mí. Yo digo: mi reino
por ir a Bogotá. Me voy. Nos vamos. Monserrate, el museo del oro, el canon turístico capitalino, bla bla bla, Vamos a comosellama, Nemocón tal vez, en un tren, a Sogamoso después y vemos un puente en donde antes hubo una batalla imposible de ganar. Luego la feria, luego otras cosas. Luego la vida, dirías tú. Y luego él llama a esa casa y yo por una de esas coincidencias de las cosas contesto y hay uno de esos silencios incómodos al ambos darnos cuenta que ni él sabía que yo estaba allí y que ni yo sabía que había tomado su lugar. Y es la coincidencia lo que hace que la amistad se rompa. La canción sigue, abandona el segundo acto. El experimento continúa. Yo paso el examen de taekwondo, me meto a un asunto de estudio de cerámica indígena (no me acuerdo el nombre oficial) garantizándole otro lugar a mi mente. Luego ella me convence que estudiemos juntos la genética de Mendel y pasamos la mayor parte de un año en medio de las leyes de la herencia. Él se separa de nosotros dos. Todo sigue. Ella renuncia y se va a Medellín, algo sobre seguir un sueño. Más tiempo aún. Mi familia alarmada por mi desidia insiste en que haga un curso de preparación para los exámenes de admisión universitaria. Es en Medellín y ella ofrece su apartamento para mi estadía. Yo voy. Yo regreso. Él también va. Él también regresa. Mis problemas de perspectiva se hacen más grandes y los cambio por otros. La canción termina, porque la película tiene que terminar. Para los dos, ese tiempo en Medellín fue como retomar donde habíamos dejado, sin mucho espacio para actualizarnos en cronologías. Y, sin embargo, también fue diferente. Ya no era infatuación. Quién sabe. Ya no tenía nombre. Seguía siendo algo platónico que aprieta fuerte, pero más relajado de las obligaciones de lo posible. Por primera vez la vi llorar. Por primera vez habló de ella, en primera persona,
de las inseguridades y las virtudes y las promesas sin cumplir y todo eso. Por primera vez le conocí a un pretendiente, un profesor de matemática en una escuela cercana y dueño de una tienda de antigüedades, y que le trajo serenata tres veces en el mes que estuve ahí. Al terminar la serenata, cuando los músicos querían complacerla con alguna canción favorita, ella confesaba, conteniendo a toda costa la sonrisa, no tener ninguna Ella tampoco sabía qué hacer con la felicidad que estaba sintiendo. El día antes de regresar, mientras la esperaba para salir a nuestra comida de despedida, entré a su cuarto y fui directo al armario de la ropa interior, y con lo primero que agarré y el corazón en la mano, me masturbé con la furia de cinco años perdidos. Te busqué en Bogotá. Daniel, que te recuerda mucho, me dio pistas sobre dónde podrías estar. Aunque yo sospeché que era inútil. Esa es una ciudad muy grande, y nosotros éramos muy pequeños, casi invisibles, para encontrarnos. Cuando nos graduamos, ella llamó a felicitarme. Muy bien, chino, que orgullosa me siento. Por la ocasión me regaló un libro y escribió a manera de dedicatoria una invitación a las armas: chino, no deje de sonreír. Y ese debió ser el final de la historia. Debió ser, digo, hasta que salí desesperadamente a buscarle otro. No sé por qué lo hice, Mafe, pero años después, cuando ya estaba acá en Medellín dando tumbos estudiando una cosa que no me quería estudiar a mí, decidí hacerle una visita sorpresa. Llegué a su casa, toqué tres veces y estaba a punto de darme por vencido cuando Antonio abrió la puerta. En ese instante pensé que todo termina como empieza: yo esperando afuera. Me invitaron a entrar, pero a mí me venció la alternativa. Sonreí y dije no, mejor no, que esto ya lo hemos vivido.
Cómo olvidar una memoria
escéptico de que acá nadie ha estado practicando nada.
Oscar Rodríguez
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ntonces en Junio pasado tomé cartas en el asunto y me inscribí en la clase para “Adultos Principiantes” que ofrece la sede local del club de tenis Toda Una Vida todos los miércoles por una hora y media a partir de las seis. Esta clase en particular es la que tiene el listón de aceptación más bajo en toda la oferta educativa del club: con presentarse y pagar el balance basta, sin demandas de coordinación sicomotriz. Es decir, una clase hecha a mi medida.
zapatos del estilo que RF usa en el circuito profesional, y una balaca que RF hace funcionar pero que en este caso no hace nada por el buen gusto y que viene a clase con el modelo de raqueta con el que RF alcanza ese balance de poder y precisión, que sostiene, en rebelde contradicción del consejo del entrenador, como RF lo hace, con la mano apenas en el borde del mango dejando el dedo meñique huérfano en el aire.
El club, muy al corriente en la tendencia personalizada de la educación moderna, limita el cupo de las clases a seis estudiantes; y estamos todos completos. Está Megan, ama de casa, que divide su tiempo libre entre el tejer y el hornear pasteles de manzana como lo manda el canon anglosajón y que ha decidido explorar todo este asunto con la esperanza de que le conduzca a un círculo social más amplio. Está Ajay, ingeniero civil, que llega a clase sudoroso y exhausto en una bicicleta profesional de ruta con un atuendo que no desentonaría si el modelo se encontrase en competición en el Tour de Francia y que me hace pensar que para él éste es un peldaño más en su preparación a un ficticio y holístico decatlón de la nueva era al que en una modificación de última hora le han impuesto un par de sets. Está Ian, director de una empresa informática local y además experto en todas las cosas Roger Federer a un nivel que de no ser por el carácter jocoso y divertido del portador nos habría condicionado un dilema por reportar el asunto a alguna autoridad competente, que viste
El instructor es un jovencito que recién en Mayo se graduó de la secundaria con planes y presupuesto para irse a Los Angeles a estudiar Economía en la Universidad del Sur de California al finalizar el verano, pero que ha decidido irritar a su familia en pleno al aplazar por un semestre todo ese asunto con la idea general de usar el tiempo para centrarse un poco y descubrirse más como persona a través de la instrucción de extraños adultos sin talento acá en el club de tenis Toda Una Vida. Tiene un estilo jovial y amable y al entrenar dice cosas como que en los derechazos es crucial hacer el movimiento completo del brazo hasta que el codo quede mirando hacia el cielo y el bíceps en el rostro y mientras en actitud demostrativa pone en vigor la rutina de hacer el movimiento y besar el bíceps de manera obvia y sonora nos urge a que le sigamos la corriente hasta que se intuye complacido y comenta satisfecho que parece que hemos estado entrenando, a pesar de que una rápida inspección de la total falta de control en la dirección y destino de las pelotas habrían de convencer al más
Está Amy, que es fanática del escritor David Foster Wallace y ambienta cada jugada con alguna referencia a la idea del tenis como nirvana geométrico, y que nos sorprende a todos con que haya elegido ésta clase en particular porque es la única del grupo que más o menos tiene idea de lo que está haciendo. Está Sarah, que es abogada y que navegando lo que ella misma ha designado como una crisis de la edad adulta decidió tomarse un período sabático para descubrir lo que quiere hacer con su vida, una cuestión que se antoja protocolaria porque la respuesta ya existe y es ser instructora de este deporte, y ninguno de nosotros tiene el corazón para referenciar el elefante enorme de la factibilidad cronológica de ese proyecto porque todos los que estamos aquí hemos sido de un modo mayor u otro menor abandonados por el tiempo. Y estoy yo, por supuesto, que en por lo menos una ocasión reprobé la clase de educación física y que, no obstante y desde Junio al menos, respiro tenis. Esto es lo que ha pasado: cuando el año apenas empezaba yo me encontré perplejo batallando la resaca de las festividades recientes sentado en el sofá de mi psicoterapeuta, decidido a enfrentar una pregunta que había evadido por mucho tiempo. La pregunta, por supuesto, era multicolor. Se trataba de la confusión ontológica estándar: una carrera que se convirtió en otra y ninguna de las dos llevó a ninguna parte, una mujer que en tiempo récord se convirtió en todo lo malo que nunca fue, una creciente duda sobre propósitos y alternativas y caminos a seguir, una consternación constante. La pregunta, por supuesto, era por el método exacto para quitar todo lo malo y en su lugar poner todo lo bueno. Por varios meses, en ese sofá lo desahogué todo hasta agotar metáforas. Hablé de la presión en el pecho, de las ganas de
lanzarme de un tercer piso con la idea de arrepentirme tres segundos antes de tocar el suelo, de que no oigo nada, de que voy por el mundo como si tuviera los oídos tapados por el agua como le ocurre con frecuencia a los bañistas y que entonces lo percibo todo como si yo ocurriera detrás de una membrana. ¿Cuántas formas existen de decir lo mismo sin decirlo? La extinción de las metáforas me invitó a idear planes de remedio y conjurar salidas de escape. Mi terapeuta atendió con paciencia a todos mis puntos de vista pero cuando nos topamos con lo inevitable se mostró cautelosa frente al futuro farmacéutico que se gestaba en mis imaginaciones. Qué alternativa tiene el hombre moderno sino encontrar suficiente el consuelo de los muchos, me dijo un día. Por ejemplo esta tristeza, que ya los griegos reconocían melancólica y la sugerían compuesta de fluidos como humores con los síntomas sospechosos a cuestas, el cansancio sin razón, la desesperanza, el pesimismo sin vuelta atrás, es a lo sumo del común y del corriente o en el contexto enorme de las cosas no alcanza para perder la cabeza. Basta un vistazo superficial al registro histórico de la condición humana para toparse con gente pensativa por un amor no correspondido o descompuesta por un reino no concedido o frustrada y sin lágrimas por un desbalance entre la expectativa prometida y el resultado que contar, o con algún transeúnte del pensamiento que un día se preguntó al pasar cuál es, exactamente, el propósito de estar vivo, y que con eso tuvo para perder la calma. Todos vamos por lo mismo, lo normal sigue siendo dudar. Yo escuché, asintiendo de vez en cuando, preguntándole a cada paso por una clasificación de mi mal, convencido de que al ponerle un nombre a esta tristeza las paredes del laberinto caerían como dominós. Depresión era el diagnóstico que estaba buscando. Depresión fue el diagnóstico que
conseguí. Qué alternativa tiene el hombre moderno afligido por estas aflicciones sino una de dos: la farmacéutica o la terapéutica. La selección óptima condicionada por un afligido de armas tomar o uno más de delegar las cartas en el asunto. Lo claro es que en esto de la depresión todo es muy confuso, su significado cambiante con los tiempos pero sus razones en la misma oscuridad. Los científicos de un lado la llaman un problema biológico fundamentado en un descuadre en la sincronía neuroquímica del portador y los de este otro lado la llaman un problema sicológico fundamentado en un descuadre en el carácter del que la sufre. Hasta hace apenas unas cuantas décadas ésta melancolía era una forma no muy interesante y francamente inconveniente de estar loco, o alguna condición útil apenas para el oficio de poeta. Pero de pronto algo empezó a cambiar. Estos últimos siglos recientes, tan científicos ellos, nos fueron contagiando de reduccionismo. Estas emociones tan inalámbricas e indescriptibles, estos dolores tan del corazón, estos pesares del alma por tanto tiempo distanciados de las limitaciones del cuerpo, habrían de ajustarse también a las leyes de la física, que la naturaleza no se permite excepciones. El antiguo territorio de los poetas se llenó entonces de recetas para aceitar el susodicho ballet neuroquímico inesperadamente descompuesto. El futuro vendría a nosotros patrocinado por Effexor y Zoloft y Prozac, y será brillante. Los incrédulos de tantas certezas que caminaron el camino contrario pronto descubrieron que los antidepresivos tan en alta estima funcionaban solo en la mitad de los pacientes. El efecto significativo siempre del lado de los casos de depresión grave; en los otros, los leves como el mío, no había diferencia entre tomarse la pastilla o una de azúcar. En conjetura
concluyeron que lo que hacía falta era humanidad. Su solución promovida se basó en la experiencia de los que vivieron antes, una terapia inspirada en la técnica socrática para, detalles más detalles menos, devolverle la racionalidad a todos los pensamientos irracionales del portador de la aflicción. Y la cosa funcionó también a medias. No era suficiente con la indagación intelectual. Terapistas, siquiatras, sicólogos, y básicamente todo el mundo (con la posible excepción de los deprimidos) coincidieron en que de todas maneras al cuerpo había que ayudarle. Quizás el concurso sinérgico de la intelectualidad y la farmacéutica. Quizás la estimulación neurotransmisora por medios naturales, quizás ir del consultorio a sudar y repetir la rutina hasta el punto en que no tuviéramos que repetirnos que había una rutina que sostener. No menciono estas cosas como un ataque indiscriminado de filosofía pop o para que pretendamos algún interés académico en asuntos neuronales, sino para tener presente el contexto que uno tiene cuando, digamos, un día se encuentra en un sofá debatiendo una condición ontológica y al día siguiente en una cancha de tenis tratando de golpear una pelota de manera que al caer al menos caiga en este universo, y el que uno tiene para seguir adelante cuando convencido por la televisión de la imposibilidad de no dominar la aerodinámica de los cuerpos en movimiento uno se encontrase con una realidad que de lejos se le quedó corta a la expectativa. El punto es que mi terapista me urgió a hacer deporte. “Esto no es negociable” me dijo un día con el tono que usan la gente y las caricaturas para preguntarse por qué nadie piensa en los niños. “No importa a qué, sal de la casa y, aunque sea, juega a jugar.” El primer problema a resolver, el de jugar a qué, no parecía complicado. El norte de California, en donde vivo, le ha dado a la vida sana un rigor militar.
Verse bien, alimentarse sanamente, cuidar del cuerpo como un templo son un compromiso con el sentido de la vida. El resultado es que acá la densidad de veganos por voluntad propia es mayor que en cualquier otra parte del país y la oferta y la motivación externa para el deporte no escasea. Mis opciones, quiero decir, eran muchas. Estaban los deportes de conjunto, el fútbol o el cricket o el beisbol o el basquetbol, que representaban un desafío logístico insalvable. Estaban el ciclismo y el jogging. Alguna vez le oí al escritor Haruki Murakami hablar de un encandilamiento generalizado del sistema sensorial que él experimenta al correr. Pero cuando yo corrí, no hubo nirvana o fascinaciones de ninguna clase, solo un cansancio terrible de esos que te hace desear que alguien siga viviendo por ti, agravado para mis propósitos por mi total inhabilidad para apagar la pensadera durante el ejercicio. Algo parecido me ocurrió con el ciclismo, un deporte muy popular en California y que yo encuentro ana-
crónico y repleto de nostalgias de una juventud oyendo las transmisiones de Lucho Herrera bajando a toda velocidad por Alpe d’Huez. De manera que cuando a la casa llegó un volante promocional de un club de tenis a un par de cuadras de la casa ofreciendo un cinco por ciento de descuento para nuevos miembros, mi problema encontró una solución y el tenis encontró un héroe tardío. El Club de tenis Toda Una Vida ofrece tres niveles para la comunidad adulta: “Adulto Principiante”, “Principiante Avanzado”, “Intermedio”, y “Avanzado”. El objetivo general del nivel para principiantes es aprender a golpear la pelota de una forma consistente que permita sostener el peloteo continuo con un compañero y adquirir aunque sea un precario control de la dirección y la ubicación en que cae la pelota. Practicamos el derechazo (el drive para mi gente zurda), el revés, y el saque, en ese orden. En cada rutina, vamos haciendo una fila hasta llegar al turno de ejecutarla. Casi siempre hac-
emos el ejercicio y lo seguimos de una disculpa a nadie en particular cuando la pelota sale en cualquier dirección inesperada. O miramos la raqueta exigiendo una explicación. Rara vez la raqueta responde. La rutina del saque es la menos popular entre el estudiantado. Antes de empezar hacemos el calentamiento de lanzar la pelota con la mano opuesta, el brazo extendido mientras va de abajo a arriba y con el mismo impulso de manera que la pelota caiga siempre en la misma ubicación imaginaria en la que se encontrará con la raqueta. El éxito del saque es proporcional a esa consistencia, y en ese sentido la consistencia es nuestra némesis más querida. Hacemos estos ejercicios una y otra vez con la intención de crear lo que los entrenadores llaman memoria muscular y que consiste, básicamente, que en algún momento se conviertan en automatismos ajenos a la conciencia de uno mismo. Los que mejor jugaron este juego necesitaron de un talento inexplicable sin intervención divina, el
reparto de los otros ha sido regulado por los requisitos usuales del cuerpo y la disciplina y sobre todo la paciencia para sobrevivir el tedio de la repetidera. Ocurre con poca frecuencia pero a veces sucede que encuentras la total sincronía, la pelota parte a tiempo, la raqueta se desprende en el momento justo, la pelota se detiene justo en la zona visualizada y el contacto es limpio, inevitable, perfecto. Lo logras una vez y lo persigues otra vez, tantas veces, ese mismo sentimiento, esa misma secuencia de inquietudes, esa misma marcha armónica de todas tus partes, hasta que ya no puedes perseguirla más. La clase se ofrece en la cancha 7 que queda en el extremo oeste del complejo y que tiene la ventaja de tener solo una cancha vecina, lo que disminuye un poco la ansiedad principiante de lanzar una pelota e interrumpir el juego de otros. Cuando pasa (pasa siempre, en realidad), la mayoría de los afectados ven todo el episodio con buen humor recordando que ellos alguna vez también fueron principiantes. La ansiedad es mayor cuando al lado están practicando los infantiles, como ha sido el
caso este miércoles que pasó. “Toda Una Vida” ofrece clases para estudiantes desde los 4 años, y si esa edad se le antoja temprana es porque no se ha familiarizado lo suficiente con los modos del padre suburbano estándar contagiados de afán para que sus hijos dejen aflorar el talento que los distinguirá en la vida. Los chiquitos hacen lo mejor que pueden en el departamento de coordinación ojo-motriz, animados por entrenadores que a la vez exigen el ciento diez por ciento de esfuerzo pero que son cuidadosos de no excederse al terreno del causar trauma. Todos quieren participar, todos quieren ir al primero, todos quieren estar y que eso no se acabe nunca. Entre los estudiantes hay un acuerdo tácito entre los estudiantes para no hablar de tenis mientras lo jugamos, y para no intercambiar sugerencias y consejos para mejorar en el juego. En su lugar, en las pausas de los ejercicios o las que hacemos para recoger pelotas o hidratarnos hablamos de cómo nos va la vida, de lo complicado que es criar hijos, o de lo dura que está la situación, o del expectante fin de semana siguiente en el que los padres
del novio de Amy (llevan juntos seis meses) finalmente vendrán a conocerla en primera persona, o de las magníficas combinaciones con las que Megan ha empezado a usar en el relleno de sus pasteles, o de las aventuras de Ajay que el otro día por poco fue arrollado por un motorista que huyó sin detenerse y sin contar con la cámara último modelo que Ajay lleva instalada en su bicicleta y que ha capturado todos los detalles del drama. A veces estas pausas las hacemos en silencio, gravitando lentamente hacia un poquito de paz. Qué alternativas tiene el hombre moderno para curarse de un mal que nunca tuvo sino ninguna. En una de las últimas sesiones que tuvimos, mi sicoterapeuta me preguntó por mis aventuras deportivas. Yo le conté sobre el club, sobre el grupo de seis, sobre lo impredecible de mis golpes. Ella quiso saber cómo me sentía, y si el esfuerzo estaba produciendo algún resultado visible que contar. “No siento nada,” le dije a medias. Ella lo pensó un poco y con el comienzo de una sonrisa me respondió de vuelta: “Esa es la idea.”
Se acabó. Gente Formidable. Mónica Sánchez Lázaro, Andrés Gualdrón, Norman García, Olavia Kite, Mauricio Duque Arrubla, JG Cozzolino, Macky Chuca, Javier Moreno, María Camila Vera, Ana Malagón, Maximiliano Vega y Óscar Rodríguez Fotos. “Silhouettes” big-ashb http://www. flickr.com/photos/big-ashb/2487221864/ “Brain map” Alesha Sivartha en “The Book of Life: The Spiritual and Physical Constitution of Man’ [1912] http:// bibliodyssey.blogspot.com/2006/11/ brain-maps.html 15/52 “haywire” Porsche Brosseau http://www.flickr. com/photos/porsche-linn/7085203423/ “90% Black” Thomas Leuthard http://www.flickr.com/photos/thomasleuthard/5660531779 “Standard Hotel - High Line park” David Berkowitz http://www.flickr.com/photos/ davidberkowitz/5923571308/ “Oakland all along” Óscar Rodríguez “La hora en París” Óscar Rodríguez “San Francisco” Óscar Rodríguez
Los textos pertenecen a sus autores respectivos. Esto ha sido un asunto de Santa Maradona y la Internet manual@santamaradona.org http://santamaradona.org/manual/2 Diciembre, 2012 Si estás leyendo esto, el mundo no se acabó.