Semillas
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Semillas © Familia Martín Pozo y Amigos. © de esta edición, Ediciones ojo humano. Concepto: familia Martín Pozo. Texto e ilustraciones: familia Martín Pozo y amigos.salvo las ilustraciones de las páginas 21, 25, 36, 56, que proceden de algún lugar de la Internet; siento no poder dar testimonio de sus autores. Diseño: Ángel E. Iglesias Delgado. angelinito@hotmail.com ISBN, Depósito Legal y otros registros pendientes de trámite. Queda permitida la reproducción total o parcial para el uso y disfrute; mas, si te has de forrar a cuenta de este libro o alguna de sus partes (con perdón), ten a bien repartir el resultante con sus legítimos autores.
Semillero Prólogo ..........................................................................7 La fiesta ....................................................................... 13 Hacer resumen ............................................................... 15 La Música en Casa .......................................................... 21 Que el Trabajo es Salud…..................................................27 Quien canta, su mal espanta ...............................................33 Mi abuelo entre las nubes...................................................37 Añoranza......................................................................39 Esta tarde soleada de Primavera........................................... 41 Gracias, Papá ................................................................45 Referentes .....................................................................47 El Garbancito que no tenia pito ...........................................49 Rutina nocturna ............................................................. 51 Una de triglicéridos ..........................................................53 La silla en el patio ........................................................... 57 Pequeñeces ....................................................................59 Escribir desde el corazón .................................................... 61 Estímulos hacia el cielo......................................................63 Déjame que te cuente ........................................................65 Ejercicios para el recuerdo..................................................69 Mi mejor recuerdo para el mejor hombre ................................73 ¿Te acuerdas? ............................................................... 75 ¡Aquella despedida! ......................................................... 77 El hombre bueno .............................................................79 Los golpetes ................................................................... 81 Recordando a mi intimo amigo Benito ...................................85 Carta a Benito Martín ......................................................89 Sobre Benito y siete (mil) más ............................................. 91 Un granito de arena para una gran memoria ...........................95 A dos voces ....................................................................97 Kikus Magníficus dixit.......................................................99 A Titín ........................................................................101 Ausencias .................................................................... 103 Fotografía en blanco y negro... .......................................... 105 Había más semillas plantadas............................................ 107 5
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Prólogo
Benito Martín Delgado. La Fontalba, 9 de junio de 2007
Desocupado lector que te entregas con ánimo curioso a ver qué dicen estos locos: Antes de ojear el interior de este librito, le conviene conocer un par de datos que le ayudarán a contextualizar lo que en él se recoge y se pretende. Hay veces que coincide. Hay veces que no. El contenido de este libro fue escrito por Benito Martín Delgado, en ocasiones con el glorioso seudónimo de Titín, otras con el menos afortunado de Churrero, y las más de las veces sin firma ninguna, entre el 11 de diciembre de 1932 y el 17 de julio de 2006. Mucho tiempo para tan pocas páginas, dirá usted, y no sin razón pues casi setenta y cuatro años a una página por día alcanzarían para un trabajo más voluminoso que el de los Episodios Nacionales de su tocayo canario. Es cierto, y por eso conviene poner de manifiesto que lo que estos textos ofrecen no es más que el extracto de lo que fueron las gestas y los afanes de aquel
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gran hombre de bien, recogidos por tradición oral o por vivencia directa, seleccionados y puestos negro sobre blanco por un granado ramillete de amanuenses y grandes aprendices de poetas que acogieron el encargo con cariño y a él dedicaron un poco de su tiempo y un mucho de reflexión y de ternura para prolongar sus memorias. El libro nació de dos ideas sencillas, como dos son los momentos de una zamba argentina de aquellas que él gustaba de cantar. A saber: Primera, que, si es verdad que en la vida todos debiéramos al menos plantar un árbol, tener un hijo y escribir un libro, Benito plantó árboles como para él y para otros cincuenta o cien vecinos que se fueran sin hacerlo; y tuvo seis lustrosos hijos, que ya es bastante más que la media actual de hijos por familia; pero lo del libro… quedó sin imprimir. Y no es que no lo escribiera, porque hay muchas maneras de escribir un libro y ni siquiera es necesario que este libro sea acabado por uno mismo. Lo que pasa es que su ars poética era de un estilo demasiado inmediato como para enredarse en palabras más, palabras menos. Sus temas favoritos (el gracias a la vida, el carpe diem moderato, la auto-superación y el cuidado de su entorno humano y físico, la vida en familia, la amistad, el amor como religión) le exigían una dedicación que no admitía aplazamientos. Sus escenarios preferidos (su casa, las casas de sus hijos y de sus amigos, el campo, el río, los ríos, Manzanal, la Fontalba, la Sierra, el Lago, el Cantábrico…) confieren a su obra un carácter localista que no daba la espalda sin embargo a la existencia de otros mundos, sino que, por el contrario, los atraía acogedoramente y les procuraba sosiego y alivio. Sus personajes protagonistas (el siempre joven trabajador, el amante de su propia mujer, el amigo, el padre, el hombre con ingenio y con curiosidad por las cosas, el abuelo…) y los secun8
darios (el industrial, el guasón, el torero, el enano, el ahorcado, el gruñón…) nos hablan de una ética existencial que parece haber encontrado la fina línea que separa la obligación y la devoción, el sueño y la realidad. Y existen apuntes por doquier de escenas y pasajes que van desde los momentos terribles de la enfermedad o las pérdidas de sus seres queridos hasta los más felices de su vida con Pepi, el nacimiento y la crianza de sus hijos y nietos, o los más divertidos y pintorescos como las correrías de niño, las parrandas con los amigos, su incursión en el mundo del cine y del toreo o su ascensión en helicóptero a los cielos de la Carballeda… multitud de escenas con exposición, nudo y desenlace que dan para imprimir un gran, gran libro. Sólo que no se tomó en vida el tiempo o la ocupación necesaria para codificarlo en palabras que forman frases, frases que forman párrafos, párrafos que completan capítulos… Y aquí entra en juego la segunda: éramos y somos muchos los que queremos honrar la memoria de Benito y sentíamos una necesidad creciente de… no sé, de algo, que nos ayudase a mitigar el dolor de su ausencia. No de hacerle homenajes al uso. No de cantar sus alabanzas. No de trazar un bosquejo elegíaco de lo efímera y lo injusta que es la vida. Sino algo que recogiese el humor, la chispa y el ánimo positivo que él nos enseñaba sin pretenderlo. Simplemente algo que dejara constancia de nuestra memoria y nuestro cariño para ese hombre único y bueno que pasó por nuestras vidas enriqueciéndolas de algún modo, en mayor o menor medida, sembrándolas con semillas que para algunos serán la mera amabilidad de su trato, para otros la alegría de compartir con él su manera de entender la vida o su amistad, y para otros su modelo ético, la generosidad de su trabajo, su cariño, sus cuidados… Así pues ¿por qué no dedicarnos un tiempo a combatir olvidos y tratar de contar lo que fue y es para cada uno de nosotros? Si cada uno de los que lo conoció escribiera unas líneas, conseguiríamos 9
lo que podríamos llamar su retrato con palabras en estilo impresionista. De manera que nos pusimos manos a la obra en esta tarea de recrear a Benito. Unos escribiendo, otros buscando fotos, otros dibujando o haciendo canciones, otros maquetando y dando forma a esta recopilación… y nos pasamos días de robar horas al sueño recordando a Benito, viendo a Benito, hablando con Benito, oliendo a Benito, emocionándonos y riéndonos con Benito… intercambiando escritos, mandándonos correos electrónicos, repasando, corrigiendo… y sorpresa tras sorpresa, recogiendo cientos de muestras de emoción, de cariño y de amistad. Sabemos que el conjunto resulta lo suficientemente evocador, así que sólo queda desear que no se nos vaya mucho la cabeza y el Corazón.
Y adentro…
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La fiesta
¡Vaya con Titín, la que se ha montado! Resulta que hasta yo tengo que escribir mi pequeña aportación literaria al evento (Pues sea…) No es tarea fácil, y tú lo sabes, recordar serenamente desde la nostalgia. No quiero llorar, te siento y te recuerdo tan cerca que no hay un solo momento en que no estés aquí, a mi lado, entre todos nosotros. Paloma, cuando me ve triste, me dice «mamá, no llores, si él está aquí, si tenemos la suerte de sentirlo en todas y cada una de las cosas de nuestra vida» (porque en todo participó y por todo se ilusionó). Es cierto que no te vemos, pero tú te haces notar. Mi compañero de camino, con el que compartí mi vida, mis hijos, mis nietos, mis hermanos, mis amigos, mis alegrías y también, por qué no decirlo, mis ratos tristes. Hemos sido valientes, Titín, tú y yo juntos. Sin falso pudor podemos decir que luchamos y salimos adelante, en el trabajo, en la educación de nuestros hijos, en el caminar de cada día. Desde el recuerdo, te quiero y te valoro en toda tu grandeza. Tengo mi vida atada a la tuya y así será por siempre. Sigue queriéndonos y cuidándonos desde donde estés, desde tu parcelita de cielo. 13
Pepita. 26 de abril de 2007
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Hacer resumen
Vidas, hay muchas vidas, claro está. Y esto es más que una cuestión de número: si contamos los millones de terrícolas que viajamos sobre el Planeta Azul, es fácil suponer que existen tantos modos personales de entender este ratito que se nos da para nacer, crecer, relacionarnos con el entorno, multiplicarnos y morir como granos de arena tiene una playa. Claro que cada cual tiene su espacio y su tiempo, su cultura y sus limitaciones (algunas de ellas terribles) que hacen que existan parecidos, categorías y roles que nos ayudan a manejarnos con tan inabarcable corolario. Aún así, dentro de cada sistema social, de cada cultura, de cada religión, de cada aula y aún de cada casa, cada hermano es distinto de su hermano y tiene un pensamiento, unos sueños y una vida que lo hacen único e irrepetible. A Benito le tocó en suerte nacer en la España de los años treinta, bajo el signo de Sagitario, en una breve República que al poco tiempo sería abatida por las balas de tres años de guerra y seguida por el gobierno de los salvapatrias vencedores de turno. Como tantos otros, su infancia se proyectó en blanco y negro en la Zamora católica, fascista y sentimental de la posguerra, si bien 15
Benito 25 de abril de 2007
Juego de letras y músicas con olor
con la fortuna de crecer en una singular familia tan acogedora que bajo el mismo techo se llegaron a contar cinco hermanos, ocho primos, el tío viudo, los abuelos y, por supuesto, la Señora Malena y el Señor Luís que valientemente se encargaban de que, mejor o peor, ninguno a su cuidado sufriera graves necesidades. En esa escuela aprendió lecciones de buen humor y agudizó el ingenio para el resto de sus días. Y como muchos, entre afanes y frustraciones, llegó a convertirse en un zamorano discreto con una vida humilde de diestro obrero manual ocupado fundamentalmente en sacarle el máximo de color a las excelencias de la amistad, del amor y el cariño de sus seres queridos. Se enamoró y se casó con su Pepita «de oro», su amante y siempre guapa compañera, Morucha Divina, clavel tempranero… Y con ella tuvo seis hijos. Vio morir al mayor cuando el niño sólo tenía cuatro meses y él tan sólo veintisiete años, y llegó a disfrutar en vida del cariño de siete nietos que le llamaban Titín. Profesionalmente, dominó con pericia los secretos de la madera y se independizó de la tiranía del taller donde se había formado, promovió una cooperativa y acometió empresas con una dedicación y habilidad que le granjearon su prestigio de gran ebanista. Socialmente, huyó de las vanidades y del boato como de la peste, siguió la senda altruista de sus padres y se manifestó sin vacilar contra la violencia y las guerras. Y todos (hasta algún adversario en vida) lloran su pérdida y reconocen que llevó una vida de hombre afable y bueno en el mejor sentido de la palabra. Bueno.
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Qué fácil es resumir. Y seguramente qué necesario. Pero qué injusto. Mientras el que escribe se fuma dos cigarros, se condensan en unos renglones nada más que setenta y tres años de vida. De una vida única que Benito apuró segundo a segundo; madrugando siempre para empezar bien el día; con días que vuelan como horas en los momentos más felices entre amigos y risas; con horas terribles que duelen durante años; con minutos que valen una eternidad, o seis, o diez; con meses que no tuvieron el valor de un día. Te recuerdo, Amanda… Son cinco minutos… La vida es eterna en cinco minutos… El tiempo pasa, nos vamos poniendo viejos… Se pierde su gesto sencillo y tierno, pero firme y bonachón, curtido en sus canteas de niño, en los ríos en que nadó, en las tierras que pisó con pies desnudos. Se pierden sus maestros y su buena caligrafía. Y su envidiable estilo para lanzar piedras a la manera del pastor o para rebotarlas en el agua de los ríos seis, ocho, diez, doce veces si iba buena. Pantalón cortito, bolsita de los recuerdos… Mientras el que lee se concentra en el dato biográfico, se pierden entre las palabras señas de identidad tan valiosas como una fecha de nacimiento: el calor de su caricia, sus fuertes manos de dedos fuertes, el timbre cálido de su voz o el olor a madera de pino que ya siempre se quedó con él. Recuerdo aquella vez… que yo te conocí… 17
Se nos escapa su capacidad para el cariño más sincero y la acogida más generosa, el valor de su risa y su arranque gitano A España ha venido un barco cargadito de colores…. Se olvida el tiempo que nos dedicó a cada uno de nosotros que tuvimos la suerte de conocerle, los muchos silencios que le acompañaron mientras esperaba nuestra llegada o la ilusión que empeñaba mientras trabajaba para nosotros: para sus hijos, para sus nietos, para sus amigos… Y ahí veo al hombre, que se levanta, crece y se agiganta… Mientras buscamos la corrección del estilo en el escrito, se nos escapa la manera y la ocasión de decir que no fue uno más, que él fue de los buenos, como él mismo diría bromeando con la frase de la película, no de los contingentes sino de los necesarios, de los que hacen que la vida parezca más rica y más bella en su compañía, porque él preparaba el entorno, y disponía las cosas y se disponía a él mismo para el encuentro, para la celebración. Sapo de la noche… sapo cancionero que la vida es triste si no la vivimos con una ilusión. Se nos olvida que Benito, Titín, fue un maestro de lecciones sin palabras. Su táctica era otra: obras son amores. Y el abuelo un día se quedó dormido… Y siempre cantaba. Y muy bien. Y sabía mil canciones. Y las que no recordaba, las inventaba…
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(En)Fado de Titín de Vilanova Hermosa era cando vi de u prado Levaba un ramo pra adornar seu peito Cheia de pena que choraba tanto Hasta que o ramo se ficó no peito. Oh mulher ingrata pra que me amaches E pra que juraches se eu redentor Oh mulher ingrata pra que me amaches E pra que disiches que eras meu amor. Eu ven aquí. Teu pai mandome Sin venhes, venhes i si nun venhes o voime Eu ven aquí. Teu pai mandome Sin venhes, venhes i si nun venhes o voime. Cando salí do Portugal Meu coraçao morró do seu Cando salí cha no la topé Proreso choro e choraré. Den bola en bola, bis que bis que era unanbola bis que bis que era unanbola bis que la bolanbundeu. Den bola en bola, bis que bis que era unanbola bis que bis que era unanbola bis que la bolanbundeu.
Y ahí queda... eso! 19
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La Música en Casa
No recuerdo con exactitud cuál fue el año en que entró en casa el primer aparato reproductor de música, pero sí sé que fue en los setenta. Era un pequeño magnetófono que mi tío Pepe le trajo a mi padre de Alemania. La alegría que provocó en todos nosotros no fue poca, sobre todo en mi hermano Benito, que por entonces estaba a las puertas de la adolescencia y ansiaba escuchar la música de sus ídolos. Así que por este suceso en casa se hizo la música. La primera que yo recuerdo haber escuchado en aquel aparato fue la que mi hermano enseguida consiguió, de Steve Wonder (a quien mi madre, haciendo alarde de su depurado inglés, llamaba «Pachin Well») También recuerdo otra cinta de suaves composiciones de Glenn Miller. Y a partir de ahí, la música no ha cesado de emitir a través de las ondas herzianas sus benéficos efluvios en nuestra casa. Que mi padre tenía eso que se llama «buen oído» ha quedado bien demostrado ante todos los que le oyeron cantar alguna vez. Así como también que, en cuestiones musicales, tenía buen gusto, aunque esto, lógicamente, lo sabemos mejor su familia y sus amigos que el resto. Y, con orgullo, puedo decir que estas dos cosas las hemos heredado de él. Afortunadamente, mi padre a la música siempre le otorgó el status que la hace grande entre las artes. No era un mero receptor pasivo de la música, él la sentía con inocencia y humildad y la disfrutaba y la vivía. Y ese sentimiento nos lo transfirió siempre a nosotros. 21
Javier mayo, 2007.
En su nuevo hogar, cómo sonará la música, la música en la Gloria. Él lo sabe.
Era tal su aceptación que en el bar “La Cooperativa” no les cobraban a ninguno de los dos sus consumiciones a cambio de que cantaran, entreteniendo y atrayendo a los clientes.
Prueba de todo esto son sus incursiones artísticas en el ámbito público. Me refiero a cuando, de bien joven, cantaba con su amigo Renato boleros y rancheras (de los Panchos, del Trío Calavera) en los bares de la calle de los Herreros de Zamora, ante los oídos halagados y atentos de los que por allí pasaban. De haber sido sus medios adquisitivos mayores, estoy seguro que él desde jovencito habría tenido su plato de discos y su buena colección de vinilos. Cuántas veces me contó, completamente embelesado, cómo Cueto (un cliente suyo «de posibles») había convertido toda una amplia habitación en un auditorio doméstico con unos potentes altavoces repartidos por ella, el equipo de alta fidelidad y un cómodo sillón en medio para arrellanarse en él y escuchar (y disfrutar de la música) A pesar de que él no tuviera aparato donde escucharlos, algunos discos sí conservó entre sus cosas durante muchos años, entre ellos uno con «El Cisne» de Camille Saint-Saens y otro que era un largo solo de batería, de jazz, cuyo intérprete ahora no recuerdo. La procedencia de todos esos discos la he olvidado, pero anduvieron rodando por casa muchos años. Mas como dije al principio, un día, envuelta en la forma de la tecnología alemana, la música entró en casa y ahora, echando una mirada retrospectiva a todos estos años, puedo decir que con ese magnetófono entró en nuestra casa toda Sudamérica. Aparte de Patxi Andión, que mi hermano Benito escuchaba en la soledad que busca el enamorado, y también de Albano, que nos amenizaba con su voz dulce y potente las mañanas dominicales, en casa comenzaron a entrar cintas que nos permitieron galopar por la Pampa, frecuentar boliches y pulperías, conocer a peones y a estancieros, cebar mate en silencio, enamorarnos del amor, con Jorge Cafrune y José Larralde. Eran los años del cambio hacia la democracia y escuchar la música sudamericana del momento era signo de estar por ese cambio, de contribuir a 22
él, de propiciarlo con ilusión. Era el tiempo de la canción contestataria. Pero la canción de protesta desde Latinoamérica venía aderezada con altas dosis de belleza, era música y poesía fluyendo a borbotones. Así comenzamos a escuchar también a Gabriel Salinas, a Atahualpa Yupanqui, a Facundo Cabral, a Daniel Viglietti, a Claudina y Alberto Gambino… No se me puede olvidar aquella cinta de Facio Santillán, «Sortilegio de la Flauta de los Andes», que quizá fue la que sirvió de preámbulo a todo lo que vendría después, pues fue la primera de música sudamericana que escuchamos. De pronto la luz del Altiplano iluminó nuestra casa. Escuchábamos a Quilapayún —la «Cantata de Santa María de Iquique», y luego «Basta»—. Nos nutríamos también de la belleza terrible y delicada de Víctor Jara, de los minuciosos destellos folclóricos de Kalchaquis. Después vendría Inti-Illimani. Y, en medio de esta lluvia benigna de música de allende los mares, Alberto Cortez nos mostraba su variopinto equipaje y Joan Manuel Serrat nos acariciaba las entretelas del corazón con su «Homenaje a Antonio Machado». En esta época, cuando escuchábamos a Serrat, comenzamos a veranear en el pueblo, en Villanueva de Valrrojo, en la casa de los padres de mi tío Sabino. Recuerdo las noches de estío en que, todos reunidos, después de cenar, a la puerta de la vieja casa de piedra (mi hermano Benito guitarra en mano) comenzábamos a cantar a coro «lo aprendido» hasta el momento: «Levántate y mira la montaña, de donde viene el viento, el sol y el agua…» «Se está quedando La Unión como corral sin gallinas con tanto minero enfermo en el fondo de la mina…» «Patrón, esa sombra que tirita tras sus reses…” «Y ahí veo al hombre, que se levanta, crece y se agiganta…» «Puerto Mont, oh Puerto Mont…»... 23
Estas cantarinas noches estivales en el pueblo, fueron el origen de lo que luego se convertiría en una costumbre familiar por muchos años: la de cantar en cuanto la familia (mis padres y, nosotros, los hijos) nos hallásemos reunidos. Y a base de tiempo y de práctica, al final, no lo hacíamos nada mal. Soy sincero, afinábamos bien y modulábamos la voz con naturalidad y corrección. Cantábamos bien y disfrutábamos mucho haciéndolo. Además, con el tiempo, el repertorio fue ampliándose ostensiblemente. Tanto como decir, por ejemplo, muchas de las canciones de Mercedes Sosa, que tánto y tánto hemos escuchado y que aún hoy seguimos escuchando («Zamba para no morir», «Marrón», «Cajita de Música», «Cielo arriba de Jujuy, camino a La Puna...», etc.) Canciones de la Nueva Trova Cubana (tánto Silvio, tánto Pablo... Amaury también) Canciones de los Olimareños («Hoy he vuelto a mi pueblo después de una ausencia muy larga…», «Laborando»…) Canciones de Rafael Amor, que tánto encantaba a mi padre («No me llames extranjero…») Canciones de Olga Manzano y Manuel Picón («Los Versos del Capitán») que, igualmente, tánto lo sobrecogían. Ayer mi hermano Rubén nos recordaba cómo, tras finalizar éstos su concierto en Zamora, al principio de los ochenta, mi padre fue a saludarlos efusivamente y a darles la enhorabuena. Mucha es la música que en nuestra casa nos ha alentado cotidianamente desde los setenta. Muchas las melodías y letras que ahora transitan los caminos de nuestra memoria musical. Al magnetófono alemán -que, hasta ahora no lo he dicho, pero era también radio- le siguieron otros aparatos, cada vez más sofisticados, incluyendo –claro está- los de los distintos coches que mi padre fue teniendo, a la par que nuestros fondos discográficos fueron creciendo. Creo que, por lo dicho hasta el momento, queden claras las preferencias de mi padre en cuanto a gustos musicales. Toda Sudamérica en su corazón, sin olvidarnos de Brasil y su bossa nova (Vinicius de Moraes, María Creuza, Toquinho…) de Venezuela (con una entrañable cinta de ritmos de este país, con flautas y guitarras) y de Cuba (con la ya mencionada Nueva Trova 24
y, últimamente, escuchaba también mucho al Compay Segundo y a la Vieja Trova Santiaguera). Pero no sólo Latinoamérica alegraba y templaba el corazón de mi padre con sus sones, canciones y ritmos tan variados. Aquí no podemos dejar de recordar su afición al flamenco. Sí, al cante jondo. Desde siempre le había gustado pero, a partir de los setenta, su afición se vio reforzada, quizá por el impulso que entonces recibió esta música por un amplio sector social, sacándola de las sombras a que la había relegado el anterior régimen. Recuerdo cómo disfrutó por aquellos años en una actuación de Manuel Gerena en nuestro barrio de San José Obrero. Claro: se compró su último disco, en formato de cinta. Quizá fuera la primera de flamenco que entró en casa. Pero a esta siguieron muchas otras, de tal modo que llegó a tener una colección importante de flamenco, de no menos de cuarenta volúmenes. Recuerdo también otro concierto de flamenco en el barrio de Los Bloques, una noche de verano, al aire libre, al que no faltó. Así como tampoco dejaría de asistir varios años a las veladas flamencas de las Fiestas de San Pedro, en el castillo o en el Teatro Principal. En este vio actuar a Camarón de la Isla, el más grande. Lástima que en una de sus malas rachas, ya en el final de su carrera. El Camarón era uno de sus favoritos, quizás el que más le llenase. Pero mi padre también sentía inclinación por el Lebrijano, del que le encantaba su disco «Persecución» que escuchó incontables veces, así como también por el Fosforito y, cómo no, por José Menese. En este apartado no puedo olvidar las canciones del disco de Lole y Manuel «Pasajes del Agua» que amenizaron nuestras vacaciones en Comillas allá por el año ochenta y uno u ochenta y dos. Yo diría que mi padre por el cante hondo bien dicho sentía gran respeto, si no ¿por qué en las reuniones familiares le costaba tanto arrancarse, verbigracia, por una soleá, cuando no 25
le suponía ningún esfuerzo cantar cualquier otra música que no fuera flamenco? Pero, bueno, para acabar y volviendo a las latitudes musicales que halagaron el oído de mi padre, últimamente se hallaba entre éstas Cabo Verde. Sí , mi padre escuchaba a Cesárea Évora.¡Ah! Y se me olvidaba Italia y al tenor Pavarotti, que le entusiasmaba. Y, cómo no, Portugal: escuchó con ganas a Dulce Pontes y a Madredeus. Pero con Portugal, musicalmente hablando, mi padre tenía una relación especial debido a los melancólicos fados. Él siempre, con ocasión de las reuniones familiares festivas, nos cantaba un fado que aprendió de joven y cuya letra, de su propia cosecha, encontraréis en alguna página de este libro transcrita por mi hermano Benito. Seguro que hay muchos intérpretes que quedan en el tintero —ahora se me ocurren, por ejemplo, el Nuevo Mester de Juglaría y su «Los Comuneros», o Luis Eduardo Aute, o Aguaviva y su «Poetas Andaluces de Ahora», o Alfredo Citarrosa, o Georges Moustaky y Jacques Brel…
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Que el Trabajo es Salud…
Que el trabajo es salud, era una de las máximas fundamentales de aquella educación que pretendía hacer de nosotros hombres de provecho en una España todavía en vías de desarrollo en los años sesenta y setenta. Albañil y con sortija…quita, quita hija! Repetía en muchas ocasiones mi padre, dando ejemplo de una mentalidad en la que el obrero debe ser obrero antes que albergar cualquier otras ínfulas, y que las joyas y los oropeles no son más que estorbos a la hora de coger las herramientas. El que no trabaje, que no coma dicen que decía San Pablo y proponían en sus consignas los padres de la patria y aquellos currys (¿os acordaís de la serie televisiva de animación?) que no habían tenido la ocasión de holgazanear un día y desconocían, por tanto las delicias de convertirse en fraguels en esta sociedad del ocio y del creciente bienestar material. Bueno, pues aunque en el siglo XXI ya no creamos en ninguna de esas joyitas del refranero y la sabiduría popular, (porque ya sabemos qué otros modelos sociales y operaciones comerciales triunfan ahora), trabajar con mi padre, sobre todo en el taller, en su terreno, era una ocasión única para aprender al menos esas 27
Benito Zamora, a 7 de mayo de 2007.
tres cosas: Que se puede rejuvenecer trabajando, que cuando uno se mete en el papel y aprovecha el tiempo y produce lo que quiere, la misma tarea sirve de premio y sobran otro tipo de vanidades y, por último, que no hay como comer con las ganas abiertas por una mañana de esfuerzo físico y la conciencia tranquila de haber quemado previamente las suficientes calorías como para permitirte una alegría de más a la mesa.
El Artista de la Madera Benito era un maestro, también en el trabajo. Claro que él jugaba con una pequeña ventaja. Y no es que fuera infatigable, no. Entre otras cosas porque si hubiera sido así no habría tenido mérito. Mi padre se cansaba, y sudaba, y mucho, y se empleaba a fondo y había que ver cómo después de reponer fuerzas pillaba la silla y se quedaba frito, profundamente frito, en medio de la algarabía de hijos y nietos en el piso de la Avenida de Galicia, tan pequeño que no había escapatoria (ni falta que hacía). Claro que se cansaba, porque se lo curraba, concentrado, entregado, y con bastantes menos herramientas de las que ahora facilitan el oficio. De qué si no iba a tener aquellas fuertes y diestras manos. La cantidad de miles de tirafondos que habrá tenido que atornillar y desatornillar, que enroscar y desenroscar, sólo a fuerza de juego de muñeca, de pericia y de paciencia, antes de que salieran al mercado estos súperdestornilladores a baterías recargables, con cabezales intercambiables, velocidad e intensidad regulables, y lectores láser, GPS y bluetooth para cada tipo de tornillo… Qué tarde conoció estas maravillas de la tecnología… Aún así, Benito guardaba un pequeño as en la manga, que tampoco llevaba en secreto porque él lo revelaba muchas veces: a mi padre le gustaba su trabajo. Sólo tenía un inconveniente, decía él: que era con lo que tenía que ganarse la vida. Y eso 28
exigía disciplina y cumplimiento profesional aún con encargos que no eran del todo de su agrado. Pero cuando trabajaba en los muebles o los elementos de carpintería que él quería, se le podía ver disfrutar de la tarea y ante nuestros ojos el artesano se transformaba en… el artista. ¿Exagero? Tal vez, pero cuantos podríamos nombrar con bastante menos mérito para ese título. No artista de esos de la vanguardia y la innovación a toda costa. No artista de reconocimiento académico y mucho menos (¡pobre!) de reconocimiento comercial. Menudas guasas me iba a dedicar si creyera que lo sitúo entre los creadores que llenan una habitación de montoncitos de serrín y trocitos de celuloide con iluminaciones de neón. Hablo del artista modesto, humilde y laborioso que era elegido por Alito, o por Abrantes y otros artistas zamoranos por su manera de trabajar, que proponía en cada caso una idea exacta de lo que tiene que ser esa escalera, o esa puerta o esa ventana para ese sitio, para que, sin perder su función, no se pasen de trillados y aporten un matiz, un toque, un gesto que los hace personal, exclusivos, con denominación de origen. Una vitrina, una cómoda o una mesa para los pasos de Semana Santa que él diseñaba en su rudimentario tablero de proyectista hasta en los más milimétricos detalles, y luego despiezaba y cortaba y teñía y pulía y montaba en el taller de la Ronda de Santa María la Nueva en una especie de coreografía de pasos medidos sobre una sinfonía de máquinas rugientes, solos para serrucho y martillo, y silencios rotos por el compresor de aire (que entraba siempre a destiempo)… Bueno, o así lo recuerdo.
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De mañana en el taller Creo que las mañanas de mayo y de junio eran las preferidas por el jefe para trabajar entre aquellos muros descascarillados y polvorientos de adobe y cal, porque a esa altura del año ya se había marchado el frío y la luz del sol en el interior facilitaba el movimiento. También ayudaba el hecho de que hasta llegar a su puerta te acompañaban por esas calles medievales el olor a café de los bares y la churrería de San Juan con las puertas abiertas de par en par. El gorjeo de las golondrinas bien madrugadoras y el aire limpio desperezaban y te disponían a una mañana de trabajo que sistemáticamente se pasaría más rápido de lo que habías previsto. Lo puedo ver aparcando frente al pequeño parque del olivo su seiscientos beige, y luego su Renault-4 azul claro, y luego su Renault12 rojo (que antes había sido de Luis Kico) y luego su Renault-12 ranchera y luego su R-18 azul familiar. Lo puedo ver metiendo la llave y abriendo con un empujón certero la puerta verde. Huele a las maderas amontonadas y a pared húmeda. Va directamente a dar la luz en el cuadro general y mientras se dirige sin pensarlo a su mesa, bordeando la prensa y sorteando la puerta del fondo, yo miro las sierras y las cepilladoras, los bancos de trabajo con los monos azules sin doblar y recuerdo, sin intención, las palabras de Neruda en la voz de Luís Pastor sobre la huelga… Extraña era la fábrica inactiva./ Un silencio en la planta, una distancia/ entre máquina y hombre[…] que, consumen/ el tiempo construyendo… 30
El polvo suspendido de serrín brilla en los rayos del sol que entra por las cristaleras y baña el suelo. Y mientras tanto él ya se ha puesto el mono y ha sacado de su carpeta los apuntes de cuantos problemas van a ser nuestra vida en las próximas horas. Ponemos la radio, comentamos alguna noticia… pero nada nos despista: Coge esa tabla, ayúdame con esto, el lápiz en la oreja y el metro en el bolsillo del mono, marca aquí, cuidado con la sierra, rugido de máquinas a demasiados decibelios, las manos de mi padre tan cerca de esos filos, menos mal, caen los retales envueltos con serrín, coloca las tablas que valen bien ordenadas por medidas, vete lijando esos palitos, curro, mira, coges así con este cacho de papel de lija y una tablita así, bien los cantos, eh? Y cuando termines me ayudas con… Bueno, hacemos un alto, que ha llegado Manzanita con la Pepi y nos traen unos bocatas y unas cervezas…qué bueno. Y otra vez al tajo: coge por aquí, vete dando cola a esto, aquí hay que meter estos tirafondos… así y para rematar un último giro de muñeca y el apretón…verbigracia…aaaaahí. Allí, en aquel taller, Benito trabajó durante más de treinta años de su vida a razón de unas ocho horas de media, sin contar fines de semana (no todos) festivos y vacaciones…¡más de sesenta mil horas! Que se dicen pronto. Unos siete mil días de trabajo. Primero en cooperativa con los hermanos Quevedo, Húmara y Eusebio, desde 1969 o 1970 hasta el 1985 ó 1986. Y luego hasta su jubilación con su compañero de siempre, Mariano Quevedo, y aún después, a ratos. Y sus resultados, sus obras, ahora nos acompañan. Y él en ellas. 31
TitĂn ante el Arco Iris. Pablito
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Quien canta, su mal espanta
Recuerdo aquel día en que mi padre dijo que había vuelto a cantar en el trabajo. Atrás habían quedado unos años un poco grises para él, de mesa de dibujo, maquina de escribir, papel de calco, portaminas y calculadora alemana con números digitales rojos, que parecían ser el reflejo de lo que ocurría con nuestras cuentas bancarias. Eran las herramientas con las que papá proyectaba todos sus trabajos para el Banco de España, la mujer del doctor Bartolomé, y tantos otros zamoranos de pro, que querían ver sus proyectos terminados en fecha y forma, pero que a la hora de pagar, algunos quebraderos de cabeza le trajeron al pobre Benito. Por suerte esos días en los que la jornada laboral se alargaba hasta bien entrada la noche habían quedado atrás. Fueron años de poca luz para Titín, a los que se añadieron, además, ciertos problemas con la cooperativa, que finalizaron en el momento de su disolución y la posterior sociedad con su compañero de trabajo de toda la vida, Mariano Quevedo; Años de los que yo únicamente me enteraba de que, noche tras noche, me acostaba y dormía arrullado por el cadencioso sonido de las teclas pulsadas con fuerza y el timbre de aviso de cambio de línea de la Olivetti con tapa verde plomizo de mi padre. No me enteraba de más porque, él, siempre tuvo a bien dejar los problemas del trabajo donde les correspondía, …en el trabajo. Su casa y la familia eran su islote personal y el bálsamo para curar las heridas. Pues bien, todo eso había quedado atrás y Benito había conseguido volver a cantar en el trabajo. Se me viene a la mente como lo decía con un gesto de verdadera felicidad en su rostro. 33
Rubén
Coincidió también por aquel entonces que, la Pepí trabajaba en el laboratorio de Fernando Castaño; mi hermana Raquel estaba acabando la carrera y se había echado un «pariente» artista de Salamanca, El Angelito; Benito y Merce se animaron a comprar la casa de Villamosquil para terminarla; Paloma y César aun pendían laboralmente del color político que tuviese la Diputación Provincial, pero vivían en la calle de los Remedios, junto al parque de Valorio (que siempre ayuda); Javi aprobó la plaza de auxiliar administrativo en propiedad convirtiéndose en un pujante funcionario que nos invitó a comer en el Cipri con su primer sueldo; y Yo…, suspendía casi todas las asignaturas y repetía curso (que depende del prisma con que lo mirases era malo o peor, pero que yo llevaba con mucha flema y dignidad, …como buen vividor). Vamos que, todo apuntaba más o menos bien y había trabajo por delante. Mi padre estaba en la plenitud de la vida y de sus fuerzas. La impresión que yo guardo de esos días es la de un hombre feliz que dignificaba su trabajado, positivo, arrolladoramente fuerte e íntegro. Siempre me ha quedado esa instantánea de mi padre. Con este ambientazo, muchos fines de semana de aquel entonces, aprovechábamos para trabajar en el taller haciendo estanterías, mesas, escaleras, machones, cocinas, dormitorios, recibidores, (…), para casa o para cualquiera de los hermanos o parientes cercanos (aun no conocíamos ikea, más que por una revista alemana que en cierta ocasión trajera mi tío Pepe, de la que salio la idea del dormitorio que hicimos posteriormente a Paloma y César para su habitación). Ahí es donde Benito realmente cantaba trabajando, es donde podías verlo feliz, rodeado de sus poyuelos; y donde veías como el artesano de a diario, dejaba volar su creatividad para convertirse en el artista que tanto nos sorprendía.
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En ese período, yo me lijaría unos 165.899 tableros, listones, etc. (sin exagerar), eso sí, siempre acompañados de la coletilla que él les añadía, — Señorito, líjate estas 84 jambas y así te entretienes un rato, anda…— Gracias a esa coletilla, no solo lije, sino que, cavé cientos de hoyos para plantar árboles, segué miles de hectáreas cuadradas de finca, amontoné camiones de ladrillos, etc, etc, etc. Fue una coletilla muy recurrente y efectiva que siempre utilizaba (pero esto daría para otro capítulo) Aquellos fines de semana tenían unas rutinas marcadas que los hacían, si cabe, más divertidos. Los sábados amanecían muy temprano, pero en esa época a mi me costaba menos madrugar. Para Titín, el día comenzaba muy temprano. A las siete, y después de llevar un rato despierto, se tiraba de la cama, sigiloso, para no molestar a la Pepi, que era el día que podía aprovechar a quedarse un ratito más en el «cosqui», y al resto de familia que aun dormíamos placidamente en las habitaciones. Se aseaba, se repeinaba con su particular raya al lado minuciosamente esculpida ayudándose de un ínfimo peine de bolsillo previamente humedecido y su amplia mano; y se perfumaba copiosamente. Después, preparaba todo lo que llevaríamos al taller y, más tarde, cuando las agujas del reloj se acercaban al 8, emprendía una marcha silenciosa hacia la habitación donde dormíamos Javi y Yo. Entraba con mucho cuidado para no despertar al Cuco. Palpando a oscuras por encima de sabanas y mantas hasta que detectaba uno de mis pies; cogía primero ligeramente mi dedo gordo entre sus fuertes dedos pulgar e índice y después, como si se tratase de una tortura china, lo apresaba y apretaba ejerciendo una acción de amase que hacía las veces de despertador humano. En esos momentos (todo hay que decirlo), es cuando la figura de mi 35
padre se me desdibuja un poco, …porque me hubiera lanzado directamente a su cuello (bueno, es mentira, únicamente refunfuñaba). Refunfuñaba poco rato, a sabiendas de que existía una recompensa cercana:el desayuno en la churrería de San Juan, donde habríamos quedado con Benito o con César, o con los dos para desayunar el chocolate con porras, o en el caso de mi padre, un café con leche y churros. Las mañanas comenzaban especialmente bien. Después de llenar el buche, directos al taller, a currar duro durante unas horas en el encargo que cualquiera de los hijos tuviera proyectado ese fin de semana…, pero a eso del medio día, de nuevo se hacía otra parada, era el momento del almuerzo y ,como siempre, de acudir al Valerio en la Plaza Mayor, para tomar el beeter o la clarita y forrarnos a tortilla, calamares a la romana, figones, o lo que ese día más nos prestase. Entre veinte minutos y media hora eran suficientes para salir tupidos y reponer las fuerzas suficientes con que continuar la mañana pues, normalmente, no terminábamos hasta eso de las 2. Por si todo esto no fuera suficiente aliciente para disfrutar, normalmente, a lo largo de la mañana, Pepi pasaba por el taller después de hacer compras para la semana, o bien llamaba por teléfono para ver como iba la jornada de trabajo, momento propicio que aprovechábamos para darle el parte de la mañana y de paso sugerirle que estaría bien que hiciera una buena comida, contundente, para después del tajo. Los domingos, en principio, se trabajaba sólo si había que terminar algo, pero no era lo usual. Los domingos eran más los días del paseo por Charquitos y Croissant con nata para merendar. Recuerdo esos tiempos con tremendo cariño, eran días muy felices en los que, como dije antes, apuntaban mejores tiempos para todos; y fue por entonces cuando mi padre volvió a cantar y a sonreír mientras trabajaba. 36
Mi abuelo entre las nubes
Diego Vinuesa, a 7 de Mayo de 2007
No podré olvidarte nunca.
Ahora vivo rodeado de pinos y cada vez que entro en un aserradero o estoy con un motoserrista huelo tu aroma a madera e instantáneamente apareces en mi cabeza. Me viene claramente tu imagen bonachona y fuerte, tu fácil manera de dormir sentado en el sofá nada más acabar de comer y sobre todo veo con toda nitidez la expresión de felicidad en tu cara cuando conseguías reunirnos a toda la familia. Tú y yo sabemos que teníamos una relación especial, no sé si por haber nacido en el mismo 11 de Diciembre (con cuarenta y seis años de diferencia) o porque me identifico mucho contigo pero Tú me ayudaste a entender la vida tal y cómo la entiendo ahora, a fuerza del cariño de tantas cosas compartidas. Cualquier domingo podíamos embarcarnos en el Renault 18 unas 8 o 9 personas, más el Mosqui, y pasarnos la tarde buscando unos simples cartuchos de escopeta gastados, dos chapas de botella y unos cristales de colores, que para mí eran un gran tesoro. Hacíamos un agujero en la tierra y lo enterrá37
bamos, dibujando después un mapa para volver otro domingo a buscarlo… No se me olvida. Creo que todavía podría encontrar algunos de aquellos tesoros secretos en Charquitos, Carrascal, el Puerto… Luego me quisiste enseñar lo que era el trabajo y aunque me lijé unos cuantos marcos, en el fondo creo que te gustaba más verme tallar cajitas y trastos que luego tú me ayudabas a acabar. También me demostraste estar a mi lado en momentos duros e importantes para mí y sentí tu apoyo de verdad. No se me olvida.
Ilustración de Candela
Y a veces, para mi orgullo, yo también conseguí impresionarte y logré que cumplieras alguno de tus deseos: no se me olvidará nunca la cara que pusiste cuando te propuse y conseguí para ti una vuelta en el helicóptero para que sintieras la sensación de volar que tantas veces habías deseado conocer. Sé que a ti tampoco se te ha olvidado. Seguramente ahora ya estás más acostumbrado a las alturas pero aquel verano de 2004 fue tu primer ensayo, tu primer vuelo hacia las nubes en una máquina cuyo rotor rugía como un demonio mientras se despegaba del suelo y te ofrecía una panorámica de la Sierra de la Culebra muy distinta a la que te daba los buenos días cada mañana desde la Fontalba. ¡Mi abuelo por las nubes, quien lo iba a decir! 38
Añoranza
Paloma
Atardeceres de verano Cielos imposibles Olores penetrantes Sensación de libertad Ganas de vivir, De disfrutar, De trabajar, De cantar, De amar, De reír… Esto es lo que evoco cuando pienso en TI.
Invierno de leña Pan caliente, Café recién hecho Sensación de abrigo, Montañas con nieve, Boleros en el aire, Gruta acogedora. Añorar, querer, tener… Te quiero PAPA, Siempre te querré. 39
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Esta tarde soleada de Primavera
¡Quién me mandaría a mí meterme en estos líos! Me resulta dificilísimo. Es complejo ceñir mi recuerdo a unas líneas. Cada vez que lo intento me invaden miles de anécdotas, sensaciones, vivencias, sonrisas, aromas,… y no puedo. Aunque creo que sé a qué es debido. Lo apasionado, lo visceral, el arrojo, el cariño, las juergas, los amigos no tienen buena cabida bajo el corsé de los renglones (o sí, pero para poemas o novelas, no para tu vida). Así lo creo y, por tanto, me es imposible enmarcar tantísimas vivencias entre dos líneas paralelas haciéndolas encajar para que discurran alineadas, alienadas y formales (como en los cuadernos de rubio que la maestra nos mandaba de pequeños para adquirir y mejorar nuestro estilo de escritura). Es extraño, pero en días primaverales como hoy, la naturaleza (libre, orgánica) me trae tu presencia. Me parece reconocerte en los perfumes, en la fronda, en la madera. Hace unas tardes, estando en el pueblo, paseaba por entre las arboledas que tapizan el valle y la falda de la sierra. Al llegar a una amplia pradera circular, cuajada de flores, bordeada por robles centenarios, me tiré boca arriba para disfrutar aun más ese momento. Tumbado bajo uno de aquellos majestuosos y ancianos robles, ensoñado, me pareció que estabas conmigo. De nuevo sentí las fragancias que me rodeaban cuando, aun niño, corría a recibirte a la llegada de tu trabajo, a la puerta de 41
Ruben
casa y olfateaba tu camisa impregnada por los aromas de la madera. Inmerso en una ligera hipnosis, te me asemejabas al árbol que me daba sombra. En ese sueño fugaz, imaginé, que brotabas muy pronto, en un momento en el que la vida era muy difícil para la naturaleza libre, pero, aun así, fuiste arraigando en el seno de una familia pobre y digna, muy digna, pero pobre. Y arraigaste. Tus fuertes raíces atrapaban la tierra, la roca…; se aferraban y la enriquecían para sustentarse en ellas. A la vez que crecías tú y nos hacías crecer. Tus párvulas ramas se iban haciendo grandes, cada vez más, se desplegaban inmensas, majestuosas, amigas; sirviendo de abrigo donde resguardabas y cuidabas de tus frutos. Y tus frutos éramos y somos nosotros, todos nosotros, a los que alimentabas de tu savia, quienes al refugio de tu sombra escuchamos los primeros cantos de los pájaros, saltamos, jugamos, reímos (nos meamos de risa), gritamos, amamos, cantamos, aprendimos, (amamos…); y trepamos por tu tronco y tus ramas sintiendo el ligero pero intenso olor de tu corteza y tus hojas. En ese momento del sueño, me desperté y corrí rápidamente a trepar por entre las intrincadas ramas de aquel viejo roble y continué sintiendo tu alegre presencia repleta de frutos y brotes de vida nueva; y fue en ese momento cuando, ya despierto, la fuerza y el abrazo de las ramas me transportaron de nuevo a tu lado como lo hicieras tú, sobre tus fuertes manos heridas de nudos, signo del duro trabajo, pero a la vez acogedoras, entrañables y suaves como las yemas de las incipientes hojas. 42
Pues bien, esto, que hace unos días comenzó como un sueño y ya no lo es, hace que estés presente en todas las cosas de mí alrededor. Creo que es porque sigo pensando que fuiste libre y viviste impregnándolo todo. Porque fuiste libre y amaste, porque eres libre y estás. Y es aun hoy, como todos los días, cuando el canto de los pájaros me acerca tu sonrisa.
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Gracias, Papá
Cuco (Javier) 2007
Todo caminar tiene su origen y tiene su final. Tú seguiste, hasta que nos dijiste «adiós», tu sendero, siempre sin cejar, sin pausa, tan infatigable como eras. Y ese sendero es el que hoy proseguimos tus hijos, ahora con pasos a ratos más cansados que de costumbre porque contigo se han ido las alas que los impulsaban (tu presencia que nos protegía) Como mis hermanos, entre tus brazos y de tu mano, yo comencé a caminar. Ahora reconozco que las percepciones puras de las cosas que de niño tuve, fueron más puras gracias a ti, a tu presencia y a tu cariño. Yo veía entonces un árbol gigante y decía «papá». Sentía el agua del río viendo los cantos redondos del fondo y gozaba del río y del agua porque sabía que estaba en las palmas de tus manos. Tus manos creadoras que igual me mostraban un renacuajo que una nube, una flor o una paloma. Y ahora sólo puedo dar gracias al cielo, gracias a ti, papá, por haber sido un niño feliz.
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Ilustraci贸n de Isabelita
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Referentes
Hacía algún tiempo que el sol había levantado el vuelo, si bien en octubre, y a las siete de la mañana, le quedaba aún mucho camino por recorrer. La puerta de la habitación se abrió levemente, con sumo cuidado para no molestar al resto de soñadores. A pesar de sus esfuerzos, Juan casi nunca podía evitar que algún que otro rayo cruzara la raya y fuera a dar desde la ventana del servicio de arriba a la cara de sus padres, quienes quejumbrosos pero agradecidos de contar aún con algunas horas de sueño, se daban la vuelta a regañadientes. Sin tiempo a que tirara de la cadena, se empezaban a oír tímidas llamadas y silbidos en voz baja desde el otro lado del pasillo. Domingo a domingo ritualizado, a Juan no le hacía falta más para correr a echarse en la cama entre sus dos abuelos. Normalmente lo acompañaba su hermana María, consiguiendo entre ambos vencer el miedo a aquello que se oculta en las sombras de los corredores vacíos. La persiana del balcón ya estaba subida, y poco a poco se comenzaba a escuchar el concierto de trinos que advertían a Titín de que los comensales habían llegado ansiosos de su ración de pan duro reblandecido. Ya iría más tarde. 47
Juanico Noche del 30 al 31 de julio de 2006
Recuerdos imborrables.
La barriga del abuelo, ardiente bajo la manta, hacía de curioso contrapeso con el resto de los ocupantes de la cama, y por tanto nivelaba hacia que dirección debían colocarse los dos niños. Cuando ya estaban acomodados y habían fluido los besos de buenos días, llegaba uno de los momentos más esperados de la semana para los hermanos. Esta vez tocaba El Garbancito que no tenía pito. La anterior fue un cuento sobre una caperucita autosuficiente que traía de cabeza al pobre lobo, sentido de cierta falta de autoridad; pero hoy, ante tan sugerente título, los ojos de los nietos brillaban con más intensidad que nunca. El pobre Garbancito, con un claro problema de seguridad en sí mismo a sabiendas de la inexistencia de tan preciado órgano, y obsesionado además por ello, sufría, para colmo, de una vida repleta de avatares en la que se las veía y se las deseaba para salir adelante. Lo cierto es que la producción literaria de su abuelo era ingente, sólo comparable a ingenios de la categoría de Don Juan Manuel, Anderssen o los hermanos Grimm. Todas las semanas sin falta había una nueva entrega de los cuentos de Benito, que estoy seguro inventaba en el momento en que oía a sus nietos girar la manilla de la puerta. Hoy en día, a la luz de los años, puedo decir sin temor a equivocarme que no se trataba de un despiste. En realidad nos necesitaba, pues éramos, seguro, su auténtica inspiración. 48
El Garbancito que no tenia pito
Magdalena había puesto en un puchero seis puñados de garbanzos a remojo. Es lo que ella calculaba que comería toda la familia al día siguiente. Benito, esa misma mañana, con su recién construido patinete, había bajado a toda velocidad la cuesta de tierra de San Martín en dirección a la tienda del señor José. Su madre le había mandado comprar un kilo de garbanzos y un pan blanco. Por la noche, antes de acostarse, Benito, que era un niño muy avispado, cogió el garbanzo más grande con la intención de, al día siguiente, plantarlo en una maceta para observar como crecía, y lo escondió debajo de su almohada sin que su hermano, con el que compartía cama, se enterase. Después se durmió, como hacía siempre, sin apenas esfuerzo, pensando en los cambios que podría realizarle a su flamante vehículo. Y soñó. Sus sueños preferidos eran aquellos en los que montaba en bicicleta y, junto a sus amigos, pedaleaba y recorría toda la ciudad y sus huertas, para envidia y admiración de cuantos le observaban. Pero en esta ocasión no eran los amigos sino un gran garbanzo quien le acompañaba. No le importó, aunque no entendía muy bien la situación. Su acompañante, por lo que él veía, tenía de todo: piernas, brazos, ojos, nariz, boca,… solo que su color era amarillo. Vestía con unos pantalones de tela que le llegaban por las rodillas, camiseta, zapatillas, también de tela y una gran gorra en la cabeza. No recuerda haber cruzado una palabra; 49
22/abril/2007 César. Ilustraciones de Sara y Pablo
Este es un cuento inventado. Una historia, entre muchas otras, que relataba a sus nietos en las mañanas del pueblo, cuando descalzos se pasaban a su cama. Eran demasiado pequeños y sólo el título responde con exactitud a aquellos añorados despertares.
se limitaban a pedalear, enderezándose cada vez que una figura aparecía a alguno de los lados de la calle o carretera por donde pasaban. Llegaron a casa a la hora de la cena y le desconcertó que a su madre no le extrañara. Era como si hubiese vivido siempre con ellos. Pero sucedió que cuando tuvieron que ponerse el pijama y acostarse, Benito, que también era muy observador, reparó que el garbanzo, que durante el día le había ganado en habilidad y fuerza con la bicicleta, se acostó sin ir al servicio, y no recordaba que lo hubiese hecho durante todo el día en el que habían estado juntos. Ya le parecía a él que aquella legumbre no podía ser igual que un humano y lo que veía así lo demostraba. No pudo pegar ojo en el sueño de su sueño, y despertado a la vez de los dos, cogiendo el garbanzo con una mano, precipitadamente salió al patio, y de una patada lo mandó al otro lado de la tapia donde se encontraba el parque. Su madre que prestaba atención a la escena, sorprendida le preguntó: —¿Qué has hecho con un garbanzo? Y Benito, aliviado y satisfecho, le respondió como aquel quien tiene la razón conocida: —El garbanzo no tenía pito. Pasaron los años, Benito creció, pero nunca, que se sepa, volvió a poner un garbanzo debajo de su almohada. Aunque eso sí: siempre conservó su increíble facilidad para el sueño rápido.
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Rutina nocturna
Son las 2:00; en la esquina izquierda del sofá, un brazo apoyado en el reposabrazos, otro caído sobre su regazo en el que aprisiona el mando de la tele con sus gruesas manos, la cabeza ligeramente inclinada hacia delante ,un zumbido sordo gorgotea por sus labios; En la tele cualquier cosa le vale para dormir profundamente. —Papá…,Titín…a la cama que ya es muy tarde y yo me subo a dormir! —Mmm… vale cariño (mira el reloj, se atusa el pelo, hace que mira la televisión y vuelve a cerrar los ojos). Mientras yo he recogido, he fumado mi último cigarrillo, he bebido un vaso de agua, he ido al baño y me dispongo a subir a la habitación, antes echo un último vistazo: —Papi…(le doy un beso de buenas noches en la frente) y abre los ojos… —Si, yo también subo ahora…¡hasta mañana! Mientras subo las escaleras oigo como apaga la televisión, se levanta, se dirige hacia la puerta de la calle, la cierra con llave, abre la nevera coge un yogur y se lo come, luego entra en el baño, cuando sale sube las escaleras con el mayor cuidado para no despertar a la gente que duerme. Entra en la habitación y al instante se le oye roncar como un bendito. ¡Qué gusto! 51
Raquel
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Una de triglicéridos
Es tremendamente difícil intentar plasmar en unas líneas una breve impresión de mi padre. Es imposible, porque, lo primero es que, mi padre no fue una persona que dejase una leve impresión. Entre otras cosas porque, leve y Benito, han sido conceptos antagónicos. Para darnos cuenta de lo que digo, solo tendríamos que haber hecho la prueba de decirle que se mantuviese a dieta e hiciera comidas leves, ¡¡…ja!!. (no te digo donde nos habría mandado). Breve, leve, ligero, son sinónimos de poco, y lo «poco» no casaba demasiado bien con mi padre. Él siempre fue más partidario del «mucho», no así de los excesos. La impresión con la que me quedo de Titín, es la de una persona que no ha pasado por el mundo de puntillas, ni mucho menos, su paso era vigoroso, y por tanto, si te dejaba una impresión, te la dejaba con todas las consecuencias y normalmente era rotunda y de peso. Para poner un ejemplo a lo que estoy diciendo, voy a retomar el tema de la comida. ¡Anda que no habré tenido yo broncas con él, a cuenta de la comida! La verdad es que, si hay algo por lo que nos caracterizamos en la familia es por comer muy bien, y sobre todo muy…, (vamos que, mucho). Pues bien, a cuenta de la comida, mi padre y yo llegamos a tener verdaderas broncas de sobremesa a boca llena, (y nunca mejor dicho). 53
Rubén Ilustración de Ángel
Sabíamos cuando íbamos a tener lío porque, como en el cortejo de las aves, nosotros (y hablo de mi padre y de mí), siempre manteníamos un protocolo (para eso también siempre hemos sido muy decorosos). Con el paso de los años y de las broncas, él y yo, habíamos ido elaborando toda una liturgia al respecto: El primer paso, como ocurre en las artes amatorias, consistía en comenzar por los preliminares. Era de buen púgil abroncador el comenzar de una manera ligera, utilizando la técnica de la indirecta, como hiciera el maestro Gila con aquello de: «Alguien ha matado a alguien»; para detener a Jack «el destripador». En el segundo tiempo, nos esperaba mantener un «rifi-rafe» más directo y apasionado acerca de que si, «untas mucho en las grasas y el médico te ha dicho que tal…». A esta segunda etapa, y siguiendo con el símil sexual, podríamos denominarla la meseta. Era la más larga, y como ya he dicho, siempre versaba acerca de las grasas de los alimentos. Mi padre entendía por grasa, únicamente, la que se utiliza para engrasar los rodamientos o las bisagras de las puertas; O eso es lo que le apetecía que pensáramos (que es lo más seguro). Las artimañas que utilizaba para untar el pan en la salsa eran muy diversas y a cada cual más enrevesada (pero eso es tema para otro capítulo). Abundando aun más en nuestro símil amoroso. En el tercer round de nuestras broncas, siempre llegaba el Clímax. Cuando ya todo parecía estar perdido y enconado a más no poder (incluso los nervios de mi madre que siempre ejercía el papel de mediadora en estos trances), ambos lanzábamos nuestras últimas embestidas. Yo, colérico y muy metido en mi papel de Pepito Grillo adalid de la lucha en contra de los triglicéridos; Y Titín, jugando el papel del abuelito socarrón e irónico (haber nacido en casa de los Martín dejó una huella indeleble a este 54
respecto en su carácter). Pues bien, llegados a este punto, solo quedaba que el me dijera: «Eres un pesado, si esto es sólo el caldo que han soltado los torreznos en la sartén» (estoy exagerando un poco, aunque, no demasiado); para que, a mí se me hinchase la vena y le soltara un: «…¡Anda Cabezooón!… que tienes una cabeza como un apóstol» ; a lo que él me replicaría con: «pero no te enfades hijo… y mira que llamar cabezón a tu padre…». Esas eran las palabras detonantes del Clímax. Y aquí comenzaba lo realmente divertido. El Clímax se componía de unas sonrisas socarronas por ambas partes, al principio soterradas, por aquello de guardar las formas tras el combate; para pasar a la carcajada estruendosa al instante siguiente. ¡Era divertidísimo discutir con mi padre!
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La silla en el patio
Manzanita (Merce) Villamosquil abril de 2007
Todavía lo veo ahí. Con su camisa de cuadros y con su barba blanca, con sus fuertes manos y su gorda tripa, Benito está ahí, sentado a la mesa leyendo una revista o simplemente regocijándose en el verdor y la frescura que llenan el patio (el nunca lo llamó jardín) al caer la tarde en el buen tiempo. Pocos como Él disfrutaban y hacían disfrutar de la sombra de los arces, del olor de la mimosa, los lirios y los dondiegos ó del canto de los gorriones que pueblan aquel rincón que hizo suyo por derecho propio, a fuerza de cuidarlo y de vivirlo. —«¡Hayquejoderse”, qué bien se está aquí!...» Es la imagen de la tranquilidad que aquí se ha quedado para siempre. Así… de la misma manera sencilla y firme, aquí quedan sus trabajos de buen carpintero regados por toda la casa y sus gestos de cariño de buen padre y abuelo sembrados en mi corazón.
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Pequeñeces
Me falta el «silbidito», su sonoro canto entre la multitud, llamando a la manada, para la reunión, para saber dónde estás y dónde estamos y no perdernos. Es la llamada que indica la falta, la ausencia momentánea de alguien que no vemos, que necesitamos ver para saber que todo está en su sitio, que todo está bien. Yo también lo aprendí (tu me lo enseñaste), como parte de mi, como montar en bici o nadar, o el gusto por dibujar o lijar o cantar…siempre cantar. Y te llamo: ¡fuifi- uifi- uifiiiiiii!! y el silencio llega vacío de respuesta….¡pero no!, alguien responde:—¿qué quieres mamá?... Sara y Pablo vienen corriendo.
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Raquel
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Escribir desde el corazón
Benito pasea por la orilla del Duero, descubriendo los contrastes en las plumas de los patos que, irremediablemente, bailan un minuet en el agua estanca de uno de los márgenes. Está solo, tan solo que está a gusto. Camina lento pero decidido, sin conocer aún el lugar al que se dirige, como un verdadero profeta marcado por el destino. Las Parcas tejen su paño hasta que se quedan sin hilo; y entonces, qué. Entonces, Benito sonríe. Él sabe, redundante, que lo inevitable es ineludible, y además, las últimas puntadas no se habían dado con demasiado entusiasmo. Aspira profundo, ya no siente esa presión en el pecho. Su vida huele a serrín fresco, a pueblo, a Pepita, a San Martín, a niño pequeño, a un sueño, a otro sueño y a otro más, a tantos sueños que casi se queda dormido. Saluda, no sabe a donde. Atrás deja un conjunto de sensaciones y recuerdos que pasan a formar parte de algún lugar incierto rayano con el sol. Claro que se le escapa una lágrima. Nunca fue fácil dejar atrás todo lo que se quiere, y le jode tener que irse sin tomar el almuerzo. Cierra los ojos. De repente está en la casa del pueblo, en la mesa de fuera. Su mujer, sus hijos, sus nietos y sus amigos más íntimos le rodean con risas y vasos de vino. Aparece una guitarra que toca y canta boleros, y alguna que otra canción de Gabriel Salinas. Parece que sea primavera, pues es el único momento del año en que los ár61
Juanico 23/04/07
ILustración de Isabelita
boles, floridos, ululan brisados al tiempo que el crepitar del sol en la hierba los enfrasca en una conversación que se extenderá hasta el anochecer. —¡Coño, qué bonito está esto!— piensa Benito mientras pincha una «sardinica» del plato esmaltado con flores. Unos ríen y otros lloran. La vida de un hombre da para eso y mucho más. Al fin y al cabo, todo lo inspira el mismo sentimiento, el profundo amor que sienten por Titín. La comida se termina, y aún todos continúan cantando. Titín coge a Pepi de la mano y se apartan unos metros. El abrazo apenas dura unos segundos, pero a ambos les da tiempo a comprender y sorprenderse de todo lo que sienten el uno por el otro. Desnudan sus miradas y permanecen en silencio. Son muchos años juntos, pero no hay tiempo para más. Vuelven al sarao; todos se levantan. A su mujer le da un beso, a sus amigos la mano, a sus hijos un abrazo y a sus nietos la propina. Es broma; los coge uno a uno y los despide con devoción. Les besa en la frente: — ¡Adiós, curros! Abre los ojos. De nuevo está en el paseo del río. Continúa caminando. Ahora sí, ya puede decirlo: — ¡Qué bien he vivido, la hosti! Inesperadamente, comienza a correr. El salto es monumental, tanto que da la sensación de que hubiese aprendido a volar. Cada vez sube más y cada vez más rápido. Su barba se convierte poco a poco en un haz de luz que se confunde con la cola de una estrella fugaz, y Titín asciende por la troposfera llegando por fin al sol. Sus cuerpos van fundiéndose hasta que, en la catarsis de aquel que conoce cual será su siguiente paso, Titín se convierte en uno de sus rayos, iluminando la tierra para toda su existencia. 62
Estímulos hacia el cielo
Yo lo ví pasar como pasan las olas del mar del mismo material. Pero siempre te hacen pensar Cómo puede un hombre siempre dar Tanta felicidad sin recompensar esperar Sin cesar de trabajar y de criar Junto a su Hada Madrina una familia a la que amar Yo no se cómo pedirte perdón Por estos años en que distraje mi corazón La ilusión que me regalaste en vida no se pierde Ni se vende, ni se olvida… Pero verte es sólo cuestión de tiempo. De momento lanzo al viento este lamento Tú espérame despierto que aunque el camino es lento Llegaré algún día a demostrarte lo que siento. Y allá donde estés Te enviaré esta carta para decirte que estaremos bien
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Javito 18 de Julio de 2006
Aunque no sepamos el porqué, en la historia siempre se va quien hace todo lo posible para quedarse en este tren Tú recogiste amigos por cada estación y todos amaron el vagón de tu corazón La vida no es justa Pero no me asusta Porque heredé por suerte todo aquello que me gusta. No habrá quien me reduzca para partir en busca de dinero, fama, vida insulsa… ..eso no me llena y tú lo sabes bien Sólo quiero cantar una vez más hasta el amanecer Y descubrir villas nuevas Nuevas gentes a las que contarles que conocerte fue un placer.
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Déjame que te cuente
I (Déjame que te cuente…) Hacedor de cercanías, verás que está en todas partes. En un lunar de mi pie veo a mi padre Y en mi pertinaz barriga. Y en mis manías. Es la imagen del espejo que me ve lavar las manos Es el gesto familiar Y es mis hermanos. ¿Es o está? No está muy claro. Y así, al paso de los años, en los jardines de antaño germinan palabras elementales fuente… hoguera... risa… pan… bueno… malo… amor… respeto… Porque él era. Y cómo duele ese pasado imperfecto.
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Benito (hijo)
II (Superando edipos) El es el calor preciso que atraviesa el día de lluvia El río que te empuja y va contigo comentándote el paisaje y las señales, la mañana fresca, el día soleado, el aire libre en la casa y las manos cuidadoras. El era el que sin palabras convocaba los encuentros, la autoridad reconocida, el maestro sin títulos, el tótem sin rituales de la tribu, el viejo capitán que aviva el fuego, que no nos cuenta batallas porque eso… es cosa de viejos.
III (Por Benedetti) El tiempo le otorgó el porte de un gran árbol solidario. Quizá por eso lleva mal las etiquetas. Y se incomoda como en un traje de bodas si le digo que lo veo claramente como ateo preferido de los dioses, o abuelo tierno anarquista que a diario alza el vuelo casi autogestionario… Pero no. Luis y Malena. Inventor de antiguas letras. Curioso 66
Ulises por fin inmune a los cantos de sirena. Joven eterno. Flamenco bolero y fado. Carnal y fiel amor. Compañero de canción. Sueño inmortal que se esfuma. Doloroso placer de lo que fue un día... Y al final su gran legado fue defender la alegría.
IV (Por ti) Pero te extraño, papá. Me dueles, mi viejo barbas. Aunque a veces nos metamos en el papel de ser mayores Y juguemos a estar tan altos como la luna, Estamos hechos por dentro de quimeras de la infancia que reclaman, dictadoras, su ración de mimos diarios. Tú eres crítico venial Buen cultivador de campos para la conciliación. Y yo aprendí nociones elementales de justicia, sobre todo de ti.
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El rato que compartimos vivos, juntos, nos dio tiempo a casi todo, llanto y farra. Y el balance sólo se rompió al final Por eso duele pensar en las cosas que quedaron sin hacer. Y aunque contigo aprendí a dar Gracias a la vida, hace un año que en la casa suena menos la guitarra. Y nos reclama a los dos, padre. Canta conmigo.
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Ejercicios para el recuerdo
Nadie muere si no es necesario, porque entonces todo pertenece a otro tiempo, porque si no el olvido, con el peor de sus silencios, y la oscuridad, sin claridad alguna, nos abarcarían hasta un infinito insoportable. Suavizar la tristeza nos aleja, en ocasiones, del presente, tan cierto de sombras, y esto no deja de ser una defensa acreditada de su larga ausencia, de sus ganas de vivir y sus poderosas razones. Pero no… No todo ha transcurrido en un pasado, ocurre en este preciso instante de soledades, en este concreto momento que conmueve. Titín no solo ha sido, porque amanece con todos los atardeceres que nos traen su aroma a madera, con la libertad inconfesable de los campos abiertos, con el sonido del serrucho sobre las tablas empujado por una multitud de animales invisibles que comienzan la actividad en el crepúsculo, con el latido de su vida que nos marcan las nacientes estrellas palpitantes en el horizonte, con las cenas pintadas de colores por el sol escondido en las montañas azules, con un bolero que aletean los pájaros que siguen acudiendo a los comederos a los que acostumbró ¿los veis?. 69
César 26/abril/07
«Cuando alguien se va alguien queda» César Vallejo
Y en esta calma, deliciosa, un viento amigo repondrá sus palabras que coserá en cada una de las hojas de los árboles. Y el otoño volverá a regresarlas con el mismo aire conocido. Y, de nuevo, otra vez, la primavera traerá sus conversaciones desde su enigmático escondite en una plática sin fin y sin descanso. Y así, el equilibrio de nuestros días, que él dirige en gran manera, como un hacedor de los encontrados sentimientos que en ocasiones nos embargan, nos transforma, y nos enseña — otra vez nos enseña — que a veces, la verdad, la ambigua verdad, engaña.
Entonces, todos los hombres de la tierra le rodearon; les vio el cadáver triste, emocionado; incorporóse, lentamente, abrazó al primer hombre; echóse a andar…
Acércate a su espacio en un atardecer y lo verás.
Sigue César Vallejo
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Mi mejor recuerdo para el mejor hombre
Mi mejor recuerdo para el mejor hombre… mi amigo, mi hermano, mi cuñado, mi Titín del alma. Hombre jovial y alegre, derrochabas alegría de vivir que transmitías al estar a tu lado. La persona más humilde y a la vez la más grandiosa. Con muy poquitas cosas lo tenías todo porque no necesitabas de gran opulencia para disfrutar del día a día, que tanto apurabas y a la vez hacías vivir a los demás. Te tengo que dar muchas gracias por haberme dejado vivir contigo tantas cosas buenas, en tantas y tantas ocasiones. Éramos un trío cojonudo. Te sigo queriendo, allí donde estés, porque tú sabes que no te has ido, pues estás con todos nosotros. Y además sabes que te seguimos necesitando y nos tienes que seguir ayudando, que siempre ha sido así. 73
Tía Rosi Zamora, Mayo de 2007
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¿Te acuerdas?
¿Te acuerdas de lo felices que éramos cuando los niños eran pequeños y viajábamos todos a Manzanal, con las tortillas y los pimientos? ¿y de cuando íbamos con papá y mamá? Un día los niños estaban en el agua y mamá vio una culebra que iba hacia ellos. Cogió una piedra —que no sé cómo pudo con ella de lo grande que era— y, antes de que nadie se diera cuenta, mamá ya le había aplastado la cabeza a la culebra. Y ¿te acuerdas de cuando vivíamos todos en la casa vieja del pueblo? Cómo cantábamos todos. Hasta los vecinos se nos juntaban ¿Te acuerdas, Benito, de lo felices que fuimos todos juntos sin tener nada, pero teniéndolo todo? Porque estábamos todos juntos y, así, teníamos todo lo que nos hacía falta. Todavía, Benito, me preguntan cuando nos juntamos los viejos en la plaza del pueblo. Hablamos de los tiempos pasados, añoran los cánticos y las reuniones a la lumbre. También el día del “follazo” de Ángeles al Chiches. Benito, lo último que recuerdo que hiciste por mí fue quedarte sin ver casar a tu hija Paloma por irme a recoger a la estación de autobuses ¿Te acuerdas, Benito, de que cuando llegamos estaban ya saliendo de la boda? A mi tú no me dijiste ni una palabra, pero yo sé que te dolió en el alma el no poder ver dar el “sí” a la niña de tus ojos. Benito, para mi has sido mi hermano del alma, y yo espero serlo para toda la vida. Que no nos olvides donde estés y nos tengas preparado un buen sitio en el que podamos seguir bañándonos y pasear por el campo, como hacíamos en el pueblo. Espéranos siempre, que algún día nos volveremos a juntar todos. 75
Pili.
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¡Aquella despedida! Tus ojos nos miraban detrás de la ventana, la tarde se moría. El viento que agitaba los álamos del río, llevó hasta mí cortada la pena con un hacha. Allí quedó contigo la dignidad erguida. Detrás de los cristales latía un hombre bueno. Su rostro derrotado y sin embargo entero. Nada esencial perdido: La más franca sonrisa; su cálida ternura; la honestidad más pura... ¡Aquella despedida!
Bajaba por el Duero bogando lentamente mi barca de tristezas. La tarde trajo el velo más negro de la noche. No olvidaré tus ojos detrás de la ventana.
¡Aquella despedida! 77
Luís Miguel Ramos Mayo de 2007
ILustraci贸n de Pablo
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El hombre bueno
¿Recordar a Benito? No es nada que cueste, pues lo recuerdo tan a menudo... No se me olvidarán nunca los días pasados en la casa del pueblo ¡qué días más felices y agradables! ¡cómo gozaba viendo aquella mesa llena de vuestros hijos, nietos, sobrinos y demás allegados que nos uníamos. Lo que disfrutábamos cuando íbamos al río con los niños, cómo gozaba este hombre tan buenazo cortando chorizo o queso «Toma otra rajita, ¡anda, Ana, que esto no engorda!» Os digo de verdad que aquellos días para mí fueron muy felices. También tomando el fresco fuera de la casa, charlando, contando anécdotas de su juventud o incluso coosas de más mayor. Como no se me olvida el último año, ya estabas pachucho, pues, Benito, no parabas nunca y entonces ya te tirabas sentado muchos ratos con Pepe fuera en el porche de la casa. Te recuerdo como le arreglaste a tu hija Paloma aquella butaca ¡qué bonita te quedó! Sé que tengo que terminar, pero seguiría recordándote, jamás una mala cara, jamás un mal gesto ¡cómo te vamos a olvidar! Donde quiera que estés, un abrazo muy sincero de Ana No es fácil escribir de una persona, sobre todo cuando nos falta su presencia. Y es que para mí, resumir qué idea puedo tener de Benito me llevaría muchas cuartillas de todo lo que se puede escribir de él.
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Pepe y Ana
No recuerdo bien cómo conocí yo a Benito, creo que fue con motivo de una exposición de pintura de Angelito, como el siempre lo llamaba, y no lo recuerdo muy bien porque desde el primer día que nos vimos fue como si nos hubiéramos conocido de siempre, de toda la vida. Desde el primer momento supe cómo era y cómo se le podía tratar, que era una persona en la que se podía confiar, con la seguridad de que nunca sufrirías una decepción. Tenía tal facilidad para darse a sus amigos, que los que tuvimos la suerte de tratarlo no conocimos en él un mal gesto, una mala palabra o un «esto no puede ser». Sin duda, alguien que pueda leer esto me dirá, y no le faltará razón, que también se enfadaba alguna vez, como todo el mundo. Yo siempre vi en él un amigo dispuesto a complacer a todo el mundo. A menudo recuerdo aquellas meriendas, comidas o desayunos que empezaban con media docena de familiares, y que no serías capaz de hacer un cálculo de cómo terminaría aquello. Siempre aparecía un amigo, o un primo, o un sobrino, o un hermano con su correspondiente acompañamiento, con la seguridad de que encontraría un acomodo entre los demás, y en la seguridad de que tendría un trato que no desmejoraba ni el ambiente que encontraba, y que además sería tratado con el mismo cariño que trajeran los demás. Cómo no acordarme del día que fuimos a pasar con él la última velada. A cualquier grupo que te arrimaras no escuchabas más que buenos recuerdos, bonitas anécdotas, y siempre llegamos todos a la misma conclusión: «Siempre se van los mejores». Siempre te recordaré como un buen consuegro y como un buen amigo... «Vamos a echar un muerdo, Pepito, que es muy buena hora»
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Los golpetes
Villanueva de Valrojo es en verano un pueblo apacible. Cada uno anda a lo suyo, bueno, y a lo ajeno, pero esto es comprensible teniendo en cuenta que las únicas atracciones son el bar de Pili, la casa rural de Pili, la piscina de Pili, el burro de Pili y las verbenas de Villardeciervos, Ferreras de arriba, Ferreras de Abajo y Otero de BodasI. El verano de 2005 no parecía ser muy diferente... hasta que un día, llegado de tierras lejanas, un hombre llamó a la puerta de Benito el Ebanista: — Buenosss díasss, senorrr ebanista. — Buenos días, buen hombre ¿Qué puedo hacer por usted? — Pues mirrre, me llamo Sigismund Bauer y soy alemán. — Ah, eso está muy bien. Tengo yo precisamente familia en ese país. — ¿No me diggga? ¡Qué casssualitat! — Sí, sí, y ¿qué le trae por aquí? — Pues es que me han hablado de usted en la ciutat. Hace tiempo que vengo intentando rrresolverrr sin éxito un prrroblema de brrricolage. Se trrrata de unas puerrrtas de cocina, y me han dicho que sólo usted puede ayudarrrme.
I: Según el famoso fiestólogo Rubenito Martín Pozo, todas dignas de una visita. 81
Ana
— No me diga más. Son muchos los que llegan de todas partes del mundo con el mismo problema: los golpetes. — ¿Perrrdón? — Sí, hombre, sí. Para unas puertas de cocina lo mejor es poner golpetes. — Y ¿qué son los gol...gol...pitos? — gol-pe-tes. Pero ¿cómo puede ser que viniendo de Alemania, un país con una técnica tan desarrollada... — Ya sé qué me va usted a decirrr, pero es que Alemania ya no es lo que errra. — Ya, claro. Pues los golpetes son...qué caramba, pase y se los enseño directamente, los tengo en el taller. Además vamos a comer, o sea que... — No, porrr favorrr, no quierrro molestarrr... ¿qué hay? — Lentejas con cominos, que las hace muy ricas mi yerno. Venga, hombre, que donde comen 10 comen 11. — ¿Diez? ¿Son ustedesss diez de familia? — Uy, eso es hoy que estamo solos. Si yo te contara... Pero pasa y no me llames de usted... Sigismund acabó entrando, quedo impresionado por el taller de Benito, naturalmente se comió dos platos de lentejas y después se echó la siesta, con lo que se le olvidó el problema de las puertas de cocina. De esta forma tuvo que volver al día siguiente y este fue el comienzo de una gran amistad.
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Recordando a mi intimo amigo Benito
Me resulta muy difícil poder resumir en un momento sesenta años de mi vida compartida con un amigo íntimo, o sea, el mejor amigo que he tenido, al que siempre he considerado como un hermano. Empezaré recordando a la señora Magdalena y al señor Luís, los estupendos padres de Luisa, Nieves, Pepe, Benito y Mari, con los que yo compartía las hermosas hogazas de pan que llevaba a casa el padre de Benito y que yo nunca he olvidado, porque en aquellos años de escasez y de hambre era un lujo incluso poder comer un buen trozo de pan. Así que, como yo estaba más tiempo en casa de mi amigo Benito que en la mía propia, me consideraban como a un hijo, y un hermano más a la hora de merendar. Tengo innumerables recuerdos de cuando Benito y yo teníamos diez y doce años; de cuando jugábamos en San Martín, en el famoso templete, donde le hacíamos la vida imposible al bueno del señor Redoli. No puedo olvidar los partidos de fútbol que, con un defensa como Benito, con sus famosos cholos de madera, no había quien se atreviera a ganarnos. Ya quisieran los grandes equipos de ahora tener un defensa como Benito… Fueron unos años inolvidables. 85
Tomás
Nuestra gran afición a la música hizo que nos fabricáramos nuestro propio instrumento de percusión, la batería, que tocábamos en el corral de la casa de Benito y que nos costaba buenas broncas, porque no dejábamos dormir la siesta a nadie, excepto a las gallinas, que se lo pasaban a lo grande. Cuando pasaron algunos años nos echamos novia: Benito empezó a salir con Pepita y yo con Juani. Íbamos los cuatro juntos a todos los sitios. En nuestros tiempos jóvenes no tuvimos la suerte de que existiera el concurso de «Operación Triunfo», pues, con lo bien que se nos daban la música y el cante —modestia aparte— hubiéramos sido unos fenómenos y si no que se lo pregunten a Isaías, el del bar «La Cooperativa» en la calle de los Herreros, que es donde dábamos los conciertos. En el apartado de las merendolas en el campo, puedo decir que han sido infinitas. Muchísimos recuerdos de cuando nuestros chavales eran pequeños y con ellos íbamos a todas partes. Un recuerdo imborrable que tengo de estas meriendas es que, rara era la vez que Palomita no se cayese de culo encima de la tortilla. Tenía esa facilidad, aunque, claro, era muy pequeña… No se pueden resumir fácilmente sesenta años de mi vida, en los que tuve la gran suerte de poder compartirlos con mi mejor amigo, bueno, mejor dicho, con mi hermano Benito. Hemos asistido lo mismo «el Churrero» que «Renato» a toda clase de acontecimientos de la vida: momentos alegres; menos alegres; e incluso tristes. Pero siempre hemos estado juntos, en compañía de nuestras pacientes mujeres, Pepita y Juani. Otra gran satisfacción ha sido que nuestros hijos siguen conservando la amistad que siempre han tenido, de lo cual nos sentimos orgullosos. 86
Tendría muchísimas más cosas que contar de tantos años de amistad y cariño que hemos vivido, pero hay que dejar espacio para otros muchos amigos y familiares de Benito, que también querrán contar sus vivencias. No quiero terminar sin recordar lo bien que lo hemos pasado, cuando nos reuníamos en tantas ocasiones y hemos hablado de todo, hasta de los «rollos» que tenías que soportar de los clásicos «palizas», a los que yo decía: «cuéntaselo a Benito». Y tú los escuchabas pacientemente con tu estupendo carácter. Benito, ¿te acuerdas de las canciones que cantábamos de Los Panchos? Pues la que más me gustó siempre fue la de «si tú me dices ven, lo dejo todo…» Ya termino. Estarás pensando: «Vaya paliza que me está dando Renato».
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Carta a Benito Martín
Villanueva de Valrrojo, a 9 de junio de 2007. D. Benito Martín Donde quiera que estés Querido Benito: ¿Qué tal estás? Espero que al recibo de la presente te encuentres bien. Pero la verdad es que eres un poco cabrón, pues dime: ¿Qué prisa tenías para irte? ¿Acaso te tratamos mal? Anda, dilo si te atreves. Me has dejado aquí de gallo de este corral, que como diría cierto político de derechas: «joder qué tropa». Por cierto, hablando de política, te estás perdiendo un vodevil que ni Jardiel Poncela lo hubiese podido imaginar. Te contaría y no pararía, cosas que te sorprenderían —aunque yo creo que a ti no te sorprende nada—. Pero como somos nosotros más importantes dejemos la política y vayamos a lo útil; nos vamos a poner ciegos a comer y a beber, cantaremos nuestras canciones y te pido que esta vez no desentones, pues la última no lo hiciste muy bien —o ¿acaso era yo quien desentonaba?— como no te puedes defender te lo adjudico a ti. Sabes que te echamos de menos, siempre estarás con nosotros, pues como dijo Ortega y Gasset «El corazón es como una ventana y si somos capaces de abrirla y dejar entrar por ella a las 89
Elías
personas que queremos, éstas siempre estarán entre nosotros y participarán de nuestras alegrías y de nuestras penas, pues mientras alguien nos recuerde no desapareceremos» y tú, Benito, estás y estarás siempre en nuestros corazones y en nuestros recuerdos. En otro orden de cosas: ¿cuántos muebles has hecho al Hacedor? Le pongo Hacedor pues no se cómo llamarle (hombre si fuese joven le llamaría Alá, por las huríes… pero, para hacer el ridículo, mejor en casa) y si existe —supongo que algo tendrá que haber— ese alguien necesitará un armario, una mesa, sillas, una cama, la cocina, yo que sé, incluso un bastidor para encuadernar, pero que sepas que el que tú me hiciste no se lo doy. Bueno; no me voy a alargar más, esta gente ya me mira de mala manera, quizá es que quieren comer. Mira a ver si tienes un poco de tiempo y nos contestas, si no puedes, no te preocupes, cuando nos veamos te daré un abrazo muy fuerte.
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Sobre Benito y siete (mil) más
Es una suerte, Benito, tener amigos como tú que has sido capaz de sentir la emoción de la existencia sin tener que recurrir a filosofías ni a teorías. El día que te fuiste pasaron muchas cosas. El mundo siguió dando vueltas a ninguna parte mientras tú nos dejabas el don de la amistad a la orilla del río sin que nadie lo viera. Un regalo que nunca olvidaremos. Te recordamos, Benito y siete más, Benito y siete mil más, porque somos muchos los que ese día empapamos nuestras emociones en lágrimas de silencio y escondimos en un rincón del alma los recuerdos de un amigo fiel, de un hombre cabal, honesto, sincero, generoso, humilde, apasionado, sencillo que, aún cuando nos tomabas el pelo, lo sentíamos y seguimos sintiéndolo como una caricia. Tu sentido de la vida, tu sentido del humor es asombrosamente ingenuo, transparente y fresco. Me gustaría dar un paseo contigo y hablar de tantas cosas que no hablamos. Te fuiste a destiempo, puñetero. Y tenemos pendientes algunas cuestiones. Tú, el amigo de los hombres, busca un lugar apacible en el que oigamos el murmullo lejano de los cencerros y el sonido imaginario de las campanas de aquella pequeña ermita donde van a misa las flores y 91
Angel Bariego 24 de mayo de 2007
los regatos y las almas sencillas, como la tuya y al atardecer hablaremos de todo lo que nos queda. La memoria y los recuerdos ahuyentan el dolor de la ausencia y acortan las distancias. Hace unos días, leyendo unos versos de un poeta portugués, me pareció que eran tuyos: «Es, quizás el último día de mi vida he saludado al sol, levantando la mano derecha mas no he salido para decirle adiós, he hecho la señal de que me gustaba verlo todavía: nada más». Pues, eso, Benito, ya sabes, el sol sigue saliendo todos los días. Te comunicamos que Benito y Siete Más es un símbolo de comunidad añorada y una marca de calidad para el manejo de esta tribu de Mosquilandia que tú fundaste con Siete Más y que cada día que pasa es más ingobernable, como era tu deseo y el nuestro. Que Dios nos perdone. Allí donde estés alquila un apartamento que sea grande para que cuando vayamos llegando nos cobijes a todos... y si ves que tal, busca alguna finca en los arrabales del cielo o en alguna esquina del paraíso y vas preparando la hipoteca porque nuestra fortuna no ha cambiado, afortunadamente. De vez en cuando te pediremos cuentas para que no se te olvide. Los colegas comuneros me dicen que te dé las gracias por tu vida, por el camino ejemplar que recorriste con Pepita, por tu casa y familia sin fronteras, por tus hijos y por tus nietos. Por las canciones de las noches de verano... Cuando canta el gallo rojo... Aquí se queda la clara, la entrañable transparencia del Che, La zamba de mi esperanza, la petenera de Manolo; recuerdos y añoranzas que en otros tiempos fueron nuestro alimento espiritual. 92
Leo me dice que echa de menos los buenos ratos que pasaba bailando contigo los pasodobles y tangos en el baile-vermouth de las fiestas de Mosquilandia con Bartolo al acordeón llenando el ambiente de sones rurales y de fiesta de pueblo. Nuestras acampadas libres en la laguna de Ribalago eran la imagen viva de una familia de cómicos trashumantes, con aquel Jamón entero que compramos (al que le diste el título de serrano porque lo sacábamos a todas las excursiones por la sierra) y lo partíamos colgado de un roble para mostrar a propios y extraños nuestro poderío… El tan mentado y susodicho jamón dio tanto juego y tan poca carne que te obligó a proponernos la compra de un cerdo con jamones renovables quitando al pobre animal los jamones propios sustituyéndolos por jamones de madera de sapeli construidos por ti. En este caso, Benito, tu pericia profesional y tu imaginación superaban los sueños de Carpanta viendo jamones colgados en los robles de media Sanabria. En fin, Benito, pasamos buenos ratos y malos momentos que forman parte de nuestras vidas, de nuestra historia, de la historia de abajo, de historias mínimas que son la sustancia de la vida. Nos reunimos para pasar un día contigo (no es un homenaje al uso para personajes, personajillos y personajones) es un ejercicio de la memoria que todos tenemos para decirte que sigues siendo una referencia y un nudo que nos ata a todos como un manojo de espigas: para tu familia sin fronteras que Pepita cobija bajo sus alas de ternura y amor sin límites y para tus amigos que seguiremos contando tu historia. Te queremos, Benito, te recordamos y te reconocemos como un peatón de la vida, como un peatón celeste que pasaste por este entrañable y puñetero mundo en silencio, formando parte de esa legión de trabajadores anónimos que sólo están en la memoria de las almas sencillas y son los que hacen posible que este mundo sea un poco más respirable. 93
Tu, Benito, eres de esa raza que prefiere ser camino para acompañar a los pobres, regato para acoger a las lavanderas y árbol para tener solo el cielo por encima y el agua por debajo. No tengas penas, Benito, los tuyos, todos nosotros, lavamos las penas del corazón con los buenos recuerdos que también nos sirven para recuperar tantos abrazos perdidos y tantos besos olvidados. P/D. Las emociones me han traicionado y no he podido encontrar muchas palabras buenas: he pedido prestadas unas y he robado otras; las más torpes son mías; estas son de Claudio Rodríguez para vosotros: Pepita y Benito. «Tú, verdadera amistad, Peatón celeste, Tú que en el invierno dejas tu casa y te echas a andar Y en nuestro frío hallas abrigo eterno Y en nuestra honda sequía la voz de las cosechas»…
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Un granito de arena para una gran memoria
Yo era una joven exuberante, hermosota y más cosas que no digo. Creo que veníamos de Puente Ciervas. No sé si veníamos juntos desde allí, pero lo cierto es que nos encontramos en el antiguo Sancho. Ya conocía a la familia en cuestión, pero no había tratado con ellos. Recuerdo a Benito con su gracia y su habitual guasa hablando de las patatas, de las mil maneras que las comíamos los pobres y cómo nos relamíamos (a ver qué remedio, añadía). Según él, su Pepi se las apañaba muy bien con las patatas: las «viudas», sin nada de nada, las hacía que parecían acompañadas. A la importancia, como si comieras un plato de lujo. Fritas, con bacalao, pero siempre patatas. Después del discurso de las patatas y, avanzando en la sorna, expuso sus planes para conseguir jamón sin tener que comprar el marrano entero: se trataba de coger un marrano, cortarle una pata y ponérsela de palo. Luego ya veríamos si la comíamos o la dejábamos para jamón. Sólo los que lo conocimos sabemos lo que dio de si la famosa pata del marrano. Este fue mi primer contacto con Benito y su familia. Luego vinieron años maravillosos que compartimos con toda la familia, incluyendo, por supuesto, al «mosqui» y los que fueron llegando. Recuerdo la mansión de 40 m2 en la Av. De Galicia donde cabíamos todos los que llegáramos, aunque fuéramos una tropa, y de donde salían camas de todos los rincones y artilugios 95
Concha Carricajo
Cómo y cuándo conocí a la familia Martín Pozo
ingeniosos ideados por él de cualquier sitio. Tengo que declarar que en aquellos días la «Pepi» dijo algo que nunca he olvidado y de lo que a menudo hago referencia: «Viene gente a casa y dices: hoy no tengo nada, pero empiezas a tirar de aquí y de allá y al final siempre hay algo, por ejemplo ¡patatas!» Otra anécdota, muy propia también de Benito: cuando me cambié a vivir a la Avenida de Galicia, Benito nos ayudó en el traslado de casa. Yo tenía muchas mantas (no es cuestión de explicar por qué) y cuando estábamos subiéndolas, se empezó a reír y con su agudeza característica me dijo. «¡Maja tu ya tienes mote: ‘la fría del barrio!’» No puedo olvidar tampoco las veladas cantando, preferentemente por los Panchos y Pepi soplándole la letra de las canciones cuando no se acordaba. Con mil anécdotas, recuerdos y vivencias siempre vais a estar, Benito y familia, en nuestras vidas porque sois un referente de unión familiar, de hospitalidad, de alegría y de amistad. Con todo el orgullo lo digo: estamos encantados de ser una parte de vuestra vida. ¡Ah! Me quedo con una de sus últimas frases cuando me llevaron unos calcetines hechos por Pepa: «Tu, Carricajo, haces muy bien los amarguillos, pero a mi Pepi no le ganas haciendo calcetines».
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A dos voces
Paco y Transi
Cuadernillo a cinco colores
Benito padre era una de esas personas del barrio que cuando te lo encontrabas por la calle, no pasabas a su lado indiferente. Yo vivía cerca de él, coincidía frecuentemente y me gustaba saludarlo. Pensaba para mi «es uno de los fundadores del barrio» Sin conocerlo, sólo por su aspecto, por sus formas, por su discreta manera de ser, me daba la impresión de que era un buen hombre, trabajador, buena persona… No sabía entonces por qué, pero sin haber tenido una conversación con él, viendo el tipo de gente con la que se relacionaba y las ideas tan distintas a las de la mayoría me atraía su persona. Me transmitía paz; a la vez fuerza. Pude observarle ejemplos cotidianos de seriedad, de hombre luchador y ordenado. Fueron contadas las ocasiones que pude compartir con él, pero daba gusto. Aprovechadas. Siempre implicado. De especial recuerdo. Suficientes para afirmarme en todas las sensaciones que todo este tiempo atrás de él tuve: ¡Benito era auténtico!. Benito era modelo de padre, el tipo de abuelo que todos quisiéramos tener, 97
y como sucede siempre que se vive al lado de una mujer especial, también un especial marido. Más tarde, después de coincidir en diversas ocasiones, pude comprobar que todo lo que de él pensaba era cierto. Mi admiración también al matrimonio unido. No nos atrevimos a contárselo, cómo tampoco tuvimos ni pretendimos la ocasión para habernos despedido de su presencia física. Me he sentido su amigo. Cuando una persona deja tantos amigos y tantos recuerdos dice todo de él.
Me alegro de haberlo conocido Nunca sea tarde… Sirvan estas sentidas líneas para suplir el abrazo que nos quedó pendiente.
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Kikus Magníficus dixit
Te conocí un día en Sanabria, de acampada en la fortaleza que teníais montada en la Poza de Ribadelago Viejo, cuando te comunicaron tus emisarios: Vienen dos trovadores: Kiko y Edelio; —Que pasen dentro, dadles de beber y de comer. Nos presentaron: Este es el Rey Benito, la reina Pepi y las princesas y los príncipes… —Qué sabes hacer? Me preguntaste. —Yo, su majestad, sólo sé hacer reir. Contesté y comenzó la actuación. A su término, me dijiste: —Esta es tu casa para cuando quieras volver. Esas vacaciones las pasé por las noches alrededor del fuego en tu castillo cantando y riendo, tomando café que nos hacia la misma Reina, con esas canciones que tanto me gustaban «Sapo Cancionero» y otras… y entre «Mi gitana, mi gitana, Tu gitana, tu gitana» y cuentos, te hice llorar de risa en esa cena de comuneros. Fui creciendo y ya con mi familia busqué parajes nuevos y llegué a encontrar uno cerca de tu nuevo castillo. Y siempre que íbamos, pasábamos a saludarte. Y así ordenabas a la reina: «Saca de beber y comer a estos sedientos. Tengo un brebaje que hago de la Fórmula 44 con naranja y la ensalada de aceitunas sin hueso que os servirá para proseguir el camino». En fin… Son tantos recuerdos que será difícil olvidar. Y ahora te dejo, que mi familia quiere también decirte algo.” 99
Kiko
Esto lo escribo en forma de cuento porque cuando nos conocimos yo estaba en esa edad en la que todo son príncipes y princesas.
Y Mila dixit...
Mila Siempre estarás en nuestro recuerdo.
Sí, es verdad que hay muchos recuerdos. Pero sobre todo hay hechos, miradas, palabras, gestos, risas que te quedarán para siempre y eso no se lo podrá llevar nadie ni nada. Siempre estabas en tu casa. En la que hicisteis con tanto y tanto orgullo nos enseñabas, y nos hiciste sentir como si fuera nuestra. Una sola palabra que lo dice todo de él es «todo corazón».
Y sus jóvenes hijos también dijeron...
Álex y Ángel
Soy Alejandro. Recuerdo con gran alegría los días que pasé en tu casa de Villanueva. Esos momentos aún los recordamos entre los amigos: grandes risas con los fréjoles verdes… y me dijiste aquello de las lentejas… Si quieres los comes y si no, también. Y los comí, eso por supuesto, porque malos no estaban, no. Luego venían las tardes en la terraza, con chistes… Yo te recordaré como la persona más buena que he conocido. Es más, se podrían decir miles de palabras, las cuales te describen lo gran persona que eras y serás para mi. Yo soy Angel y tengo pocos recuerdos de ti y sólo quiero participar. Pero mis padres me han dicho lo bueno que eras y me cuentan cosas de ti.
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A Titín
Luisito
Un saludo, un beso, un abrazo, una carantoña, una broma, un café, una conversación, un piropo, una mueca, una carcajada, una tarea, un almuerzo, un juego, un video, una charla, un sueño, un sonido, unas gafas, un cosquilleo, un paseo, una compañía, un deporte, un apoyo, una «empanadilla», una ilusión, un consejo, una ayuda, un aprendizaje, un cuadro, un socorro, un gorro, una lagrima, una sonrisa, una familia, un ejemplo, una riña, un gesto, una barba, un mensaje, una pausa, una casa, una enseñanza, un descanso, una actividad, una lucha, una cena, un chiste, un buen rato, una canción, una anécdota, un sí, una experiencia, un ritmo, un aviso, un baile, un licor… Una buena persona.
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Ausencias
María Jesús (9 de junio de 2007)
...y desperté con sus manos rozándome la cara
Las ausencias a veces nos devuelven el gesto cotidiano, la palabra reconocida en otros, un aroma en el aire, los ojos que nos miran en la noche, el roce de unas manos nos parece tan real y tan cierto que olvidamos por un incierto y silencioso instante la soledad con que nos enfrentamos.
Nos devuelven recuerdos olvidados en el túnel del tiempo, afectos renovados y homenajes en forma de palabras que nos llenan el corazón vacío que nos dejan aquellos que no están pero se quedan....
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Fotografía en blanco y negro
Es en blanco y negro la fotografía. Al fondo está él, sentado a la cabecera de una pequeña mesa, junto a una estantería lacada con figuritas de barro. Está allí, un poco escondido y mira embelesado a un niño que comienza a hacer sus primeras monerías, siguiendo el ritmo de una canción que acompaña girando las manos. Su primer nieto. Dicen que es idéntico a su hijo mayor cuando tenía su edad, ese que no sale en la foto porque probablemente sea el autor y esté al otro lado del objetivo, y al que los dos se parecen: el abuelo y el nieto. Aunque resulta difícil situarle en la categoría de los abuelos. Sobre la mesa una botella de Marie Brizard, de la que él está bebiendo, pues sostiene entre sus dedos un pequeño vaso de barro. Es un hombre joven, más joven él entonces de lo que yo soy ahora, sentado a mi lado en la fotografía. Y frente a mí otro pequeño recipiente, mientras miro también al niño. Cuando se es joven, uno se bebe la vida a sorbos, sosteniendo entre los dedos un pocillo de barro. Es un hombre joven, y conoce canciones que solamente los jóvenes conocen y cantan. Canciones que yo empiezo a descubrir ahora, después que él. En la fotografía, también en aquel momento, él era más joven que yo. Como ahora, el tiempo era entonces en blanco y negro, pero cabía dentro de una habitación. 105
Jesús
Quizá todo consiste en eso: En habitaciones que nos contienen. Habitaciones con sol, habitaciones donde el mar nunca llegó, habitaciones fronterizas. Habitaciones con fotografías, donde poder entrar de vez en cuando, donde nos esperan aquellos a los que amamos. Ahora que el tiempo ya no nos protege, en esa habitación siempre está él, a salvo, protegido del viento y de la lluvia, como sólo los jóvenes lo están. Y, como ellos, cuando mira, lo hace con cierta picardía, pero a veces también con una pequeña dosis de tristeza.
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Había más semillas plantadas...
Algún día y en alguna página había que dar por acabado el libro, siendo así que se han quedado fuera las aportaciones de algunas personas; por ello, no queremos cerrarlo sin antes dar las gracias a todos los que enviaron algún escrito y no lo han podido ver reflejado aquí. Gracias a Raquel, la amiga de toda la vida, por acordarse del espíritu alegre y luchador de aquellos jóvenes obreros de los años 60. A Aurora «Bernarda», que echa de menos los momentos de risa que le proporcionaba su tercer abuelo. A Sabino «Nenín», que, en parte, es como es gracias al amor por la naturaleza, la sabiduría vital, el metro-ochenta de altura juvenil y las grandes, fuertes, delicadas, precisas, protectoras y acojonantes manos de su tío. A Lara «Curra», que siempre se acuerda de la perenne capa de polvo sobre las gafas y el estilo «fitipaldi» al conducir de Titín. A Raquel «Tufi», por el aprecio que mostró hacia las meriendas familiares como excusa para reunir a toda la familia en torno a la mesa. A Rosa María, que se queda con sus buenos valores y la confianza otorgada. A Jesús, que lo añora. A Jesús «Jesusín», que valorará siempre de manera especial su gran romanticismo y humanidad. A Belén, que supo darse cuenta del amor que rebosaba. A Verónica, que se queda con el cariño y el apoyo recibidos en momentos difíciles. A la «Reina Mora». A Rocío «la Seño», a Pedro y a Alicia, por sus recuerdos y su cariño. Y también a ti, que estás ahora leyendo y rescatando de la memoria todo lo bueno que supo sembrar Benito en tu vida. 107
Compuesto con Mr Eaves® y Rotis Sans Serif® utilizando el programa Adobe InDesign® Se terminó de imprimir en España por GOFER (Oviedo, Principado de Asturias), en el mes de junio de 2007