Algo que se da antes En la Apertura de curso de Lombardía (publicada en Huellas de octubre), Julián Carrón decía: «Éste es el desafío ante el que nos encontramos. La capacidad de obediencia depende de la primacía que damos a lo que vemos suceder delante de nuestros ojos, a ese “Algo que se da antes”. Don Giussani nos lo recordaba con frecuencia para responder a un riesgo que nos acecha continuamente, el de cambiar de método». Retomando este pasaje en un diálogo con algunos responsables de CL, Carrón insistía: «O dejamos espacio a “lo que se da antes” y aceptamos que esto genere todo lo demás, incluso la comunión, o de lo contrario, inexorablemente, introducimos otra cosa; no por maldad, sino porque resulta inevitable. Debemos ayudarnos a entenderlo de verdad, hasta el fondo» Apuntes de la intervención de Luigi Giussani en la Asamblea de los responsables. Milán, 26 de enero de 1993
Quisiera apuntar brevemente los factores que determinan y constituyen un “movimiento”. El primer factor constitutivo de un movimiento es que la persona se topa con una presencia humana diferente, con una realidad humana diferente. El movimiento es la dilatación de un acontecimiento, del acontecimiento de Cristo. Pero, ¿cómo se dilata este acontecimiento? Es decir, cuál es el fenómeno inicial, original, que hace que la gente se quede impresionada, se sienta atraída y se junte? ¿Es una catequesis –lo que nosotros llamamos “Escuela de comunidad”–? No, cualquier catequesis viene después, es un instrumento de desarrollo de algo que se da antes. El movimiento –el acontecimiento cristiano– tiene un modo peculiar de presentarse al toparse el hombre con una presencia humana diferente, con una realidad humana diferente que sorprende y atrae porque corresponde, subterránea, confusa o claramente, a una expectativa que constituye nuestro ser, a las exigencias originales del corazón humano. El acontecimiento de Cristo se presenta “ahora” bajo el fenómeno de una humanidad diferente: un hombre se topa con este fenómeno y descubre en él un presentimiento nuevo de vida, algo que aumenta su posibilidad de tener certeza, la positividad, esperanza y utilidad de su vida, y que le empuja a seguirlo. Jesucristo, aquel hombre de hace dos mil años, se oculta –o se presenta– bajo el aspecto de una humanidad diferente. El encuentro, el impacto inicial, es producto de una humanidad diferente que nos sorprende porque corresponde a las exigencias estructurales del corazón mucho más que cualquier forma de nuestro pensamiento o de nuestra imaginación: no nos lo esperábamos, no podíamos ni soñarlo, era imposible, no podíamos hallarlo en ninguna otra parte. La diferencia humana con la que Cristo se nos hace presente consiste precisamente en una mayor correspondencia, en la correspondencia impensable y no pensada de esa humanidad con la que nos topamos, con las exigencias del corazón, con las exigencias de la razón. Este toparse de la persona con una presencia humana diferente es algo sencillísimo, absolutamente elemental, que se da antes que nada, antes de cualquier catequesis, reflexión o desarrollo: es algo que no requiere explicación alguna, sólo ser visto, interceptado, algo que suscita asombro, provoca emoción, constituye una llamada; que nos empuja a que lo sigamos gracias a que corresponde a la expectativa estructural del