Apuntes de la Escuela de Comunidad con Julián Carrón Milán, 26 de Mayo de 2010 Texto de referencia: “¿Puede un hombre nacer de nuevo cuando es viejo?”, Ejercicios de la Fraternidad de Comunión y Liberación (Rimini 2010), Societá Editoriale Nuovo Mondo, Milán. 2010 Cantos: “Al mattino” “Give me Jesus” Intervención: Quiero contar algo que me pasó. Doy antes una premisa: Los últimos años los viví con una gran dificultad por una situación que se creó en el trabajo y que, después de 30 años, me llevó a la decisión de renunciar y de irme. Por lo tanto, ahora me encuentro en la situación de buscar uno nuevo, lo cual en este momento y a casi 50 años de edad no es nada fácil. Pero mi problema no han sido las circunstancias, sino como las he vivido, porque me siento como sofocado por dentro y también he perdido un poco el gusto de vivir. En la lección del viernes de los Ejercicios, en la página 8, dices: “Si no se produce un cambio en la forma de percibir y de juzgar la realidad, quiere decir que la raíz del “yo” no ha sido penetrada por novedad alguna, que el acontecimiento cristiano se ha quedado fuera del ‘yo’ ”. La semana pasada participé a un encuentro con el padre Aldo. Él contó un drama que vivió y lo percibí como algo análogo a lo que yo estaba viviendo; me sentí escandalizado por esta falta del gusto de vivir; y aún siendo del Movimiento, rodeado por mucha gente que me quiere, no podía ni perdonarme, ni tampoco confesarlo abiertamente a mis amigos más queridos. A un cierto punto el p. Aldo dijo: “Yo cambié cuando, después de muchos años en los cuales hasta pedía morir, ya no me miraba como antes, sino como me mira Dios”. Ya había escuchado otras veces al p. Aldo, también en el transcurso de este año, pero siempre había salido de esos encuentros diciendo: “Él es un santo, yo no”. En cambio, esta vez salí y me dije: “Si ha sido posible para él, ¿porqué no es posible para mi?”. De hecho con lo que dijo, él logró tocar la raíz de mi ser y yo tuve la experiencia de sentirme liberado, porque, aunque me había sacudido hasta la raíz, no me destruyó, sino que eliminó mi moralismo y el escándalo que tenía por mi pecado. Eso fue tan verdadero, que lo primero que hice el día siguiente al levantarme, fue decir a mi mujer: “la relación entre tú y yo debe recomenzar aprendiendo a mirarnos como nos mira Dios”. Carrón: Me parece que todos hayan entendido la importancia de lo que él dice. Este es un ejemplo –y se lo agradezco– de lo que quiere decir la palabra trabajo de la cual hablamos tantas veces; porque nosotros podemos estar aquí desde hace años, como él, en una pertenencia cordial –ninguna objeción–, pero sin tomar en serio, ni siquiera como hipótesis, lo que siempre nos brindamos: mirarnos como nos mira Dios. Por eso, muchas veces, nos lamentamos de que no cambia la raíz de nuestro yo, que no cambia nada y nos quedamos ahí esperando que pase algo (cada quien se lo imagina según su propia sensibilidad: sentimental, más o menos, impactante). En cambio, aquí me impresiona, reconocer que él se sintió verdaderamente acompañado por el juicio del p. Aldo. No es que habló personalmente con él o que lo haya abrazado: simplemente, escuchando lo que hizo cambiar al padre Aldo, también nuestro amigo comenzó a mirarse como Dios lo mira, tomó en serio la hipótesis que siempre nos repetimos: ese “algo que viene antes” que ha entrado en la historia con el acontecimiento cristiano. Y esto es decisivo. ¿Por qué? Porque nosotros, muchas veces nos quedamos impresionados por las personas –¡este es un paso decisivo!–, vemos testigos; pero la diferencia es que él, en esta ocasión, percibió el camino que tenía que hacer, ¡el camino! Pero muchas veces ¿cómo reaccionamos? Como nos decía él: “El p. Aldo es un gran testigo, un grandísimo testigo, él es santo y yo soy un estúpido; estoy delante de una personalidad excepcional, él es grandísimo y yo no soy nada”. Pero después de sentir el contragolpe de su grandeza yo regreso a casa con mi nada, sin ni siquiera imaginar, tener la menor idea del camino que hay que hacer para alcanzarlo: así él sigue siendo como un gigante y yo, un enano. Yo también antes había encontrado