Herminio trabajó más de veinte años en Alemania, un país al que
llegó en los sesenta tras la firma de un convenio de inmigración que
permitió al régimen de Franco rebajar el paro y a Alemania cubrir servicios y puestos de trabajo en su entonces boyante economía. Le pedí a mi abuelo que me contara su historia. Viajé con él a Hannover, la ciudad a la que llegó respondiendo a la llamada de los marcos
alemanes. Quiero escribir su historia de sacrificio, olvido, tenacidad. La historia de su amistad con Klaus, el hombre que le alquiló una vivienda y que le felicita cada año por su cumpleaños. La historia de esas maletas llenas de las sobras del milagro alemán con las que mi abuelo cargaba cada mes de agosto para abrir de noche,
en la cocina.