Voces 17

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A partir de aquel momento la política comienza a divorciar poder y resultados extrapolíticos, que son todos aquellos que sin ser políticos en sí mismos, dependen de ella para ser alcanzados como fenómenos públicos de alcance social. Divorciar poder y resultados para expresar el éxito político trae algo más grave: desentender el poder, y por lo tanto el éxito político, de las intenciones, de los valores, éticos en primer lugar, que fundamentan los propósitos de cualquier proceso político, y de las consecuencias a largo plazo de todo este desentendimiento. Fidel Castro sostuvo el poder exactamente porque logró un cambio de percepción total en la medida de lo que es el éxito político asociado a propósitos, valores y resultados. Solo por las consecuencias visibles de lo que constituye la destrucción múltiple y masiva de todo un proyecto de nación —no solo está destruido el post-1959, también lo está su antes—, se empieza recién a ponderar qué cosa es en verdad el castrismo como fenómeno histórico y, a lo que siempre agregaría, ponderar como fenómeno cultural. El análisis del castrismo por sus consecuencias debería llevarnos a una revalorización más fundamental sobre poder, éxito, fracaso y política. La muerte de Menoyo permite retomar esta senda para el caso cubano. Él triunfa justamente en el espacio clave: en el de poner en tensión al castrismo con los propósitos primeros de la Revolución desde orígenes compartidos — probablemente la poca distinción práctica y teórica entre ambos fenómenos, castrismo y Revolución

cubana, no ha ayudado a muchos revolucionarios auténticos—; en el de desmoralizar la guerra —desde su conversión al diálogo— como instrumento para construir futuros; en el de perdonar a sus verdugos después de perder la vista de un ojo, y en el de alumbrar dos valores de obligado acatamiento para hombres y mujeres pretendidamente públicos: el de la decencia y el del respeto humano a la diferencia. Estos son los éxitos mayores de Menoyo, que deberían apreciarse en política porque construyen o se colocan en el terreno más preciado para cualquier visionario: el de los legados. Es precisamente lo que el castrismo no logrará desde su pírrico triunfo histórico en términos de ese poder absoluto al que se aspira y sobre el que se montó para construir la nada. Frente a estos éxitos, languidece el que fue quizá su mayor defecto público: el de Comandante en acto hasta después de la muerte.

Menoyo: la

prevalencia de los valores


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