Voces 17

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L a s c a r a s d e l a l u n a

ese y otros cortes aparecen desnudos.) No sé, pero me parece que incluir una escena con la Farr, idéntica a la de la Bardot, hubiera sido algo gratuito y estéticamente pobre. Por eso sospecho que la eliminó, como eliminó varias escenas con Sergio y Eslinda para no dar excesiva importancia a las aventuras eróticas de Sergio. También eliminó escenas de Hanna con sus padres porque simplemente no funcionaba dentro de la estructura narrativa. Desde luego, ni Eslinda Núñez ni la deportista checa acusaron a Titón de censurar sus brillantes actuaciones bajo presión política. En última instancia, después de haber ofrecido mis ideas y creencias sobre los hechos, estoy seguro de haberlas procesado para insistir en la necesaria ambigüedad que suele dominar mi punto de vista. Ahora debo borrar diferencias: en líneas generales estoy con Yolanda Farr cuando expone los errores de la Revolución (ya he hablado de algunos imperdonables). Lo más triste no es el caso de su evocación sobre su papel en Memorias…, que tendrá validez mientras exista interés por la cultura iberoamericana, pero que ha despertado tantos comentarios por su filo anticastrista. Lo más triste es la experiencia de Yolanda con los desmanes culturales de la Revolución, que, si bien es cierto que creó una industria de cine, y que publicó mi novela a regañadientes, así como Paradiso, la suculenta novela de Lezama, y Fuera del juego, que hizo sudar sangre a Heberto Padilla y posiblemente lo llevó al suicidio, a su muerte en la habitación de un hotel en el sur profundo de los Estados Unidos. Lo más lamentable es que con Yolanda Farr abandonaron el país numerosas estrellas de la farándula, poniendo fin a la rica vida de los espectáculos nocturnos en La Habana. Es posible que tanto Yolanda Farr como yo y tantos otros todavía estaríamos en La Habana si la dirección militarista de la Isla no hubiera fracasado en lo económico y reprimido las libertades individuales. Más que el cine y la literatura, la música cubana sufrió enormes pérdidas —digamos Celia Cruz, digamos Cachao— que no se han llorado lo suficiente. La música afro-española es el corazón existencial de nuestra identidad. Ni Fidel ni el Che, aunque abrazaron ideas reaccionarias sobre arte y literatura, sabían cantar o intentaron bailar. Ahora, para consuelo de los desgarramientos sobre Memorias… que acabamos de navegar, voy a oír en un presente eterno la poderosa música del enorme Cachao.

DesNoeS


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