Voces 17

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De especial interés y notable olvido son sus artículos, conferencias y ensayos sobre arte y literatura, entre estos las Notas sobre la literatura argentina de hoy (Buenos Aires, 1947), donde analiza el tantalismo de Borges y otros autores que se regodean en su propia creación a pesar de su enorme talento literario. Piñera ilumina sin deleites a figuras cubanas del siglo XIX (Martí, Casal, Plácido, etc.) y a poetas y escritores del XX. Opciones de Lezama es una de las mejores exploraciones acerca del autor de Paradiso; mientras que Una lección de amor, dedicada a la poética de Pablo Neruda, deviene texto imprescindible sobre el bardo chileno. Apenas se habla de otra arista profesional de Piñera, su labor de casi cuatro décadas como traductor de francés; quizás la mayor expresión de su enorme cultura y sentido humanístico. Recordemos que encabezó en Buenos Aires el comité de traducción de Ferdydurke, el monumento literario del polaco W. Gombrowicz, y continuó con Flores del mal de Charles Baudelaire, y obras de Jean Paul Sartre, Imre Madách, Paul Valery, Edmond Jaloux, Henri Lefebvre, René Depestre, Aimé Cesaire, Arthur Rimbaud y encargos oficiales en torno a los poemas del camarada Ho Chi Minh y los relatos bélicos de Nguyen Cong Hoan, entre otros cantores de la gesta de Viet Nam. Ante el renacer libresco y teatral de Virgilio Piñera Llera, más evocado como dramaturgo y narrador que como poeta y ensayista, vale un replanteo de las apreciaciones sobre su vida y su obra, venida a menos en época de instrumentación de una política homofóbica estatal, cuando lo “correcto” era la narrativa de la violencia, la estatalización de la literatura, y la gritería estática y estética del Hombre Nuevo; mientras en el plano internacional se asistía al boom de la literatura latinoamericana, que propagó en Europa y Norteamérica las obras de autores cubanos como Lezama Lima, Carpentier, Cabrera Infante, Reinaldo Arenas y el propio Virgilio, quien trotaba afuera mientras era ignorado por nuestras editoriales.

Ahora que Piñera galopa por las praderas de la literatura cubana, tras bracear con la pobreza, la incomprensión y las trampas de los censores, vale la pena adentrarnos en las librerías y comprar sus novelas, poemarios y las compilaciones Cuentos completos, con prólogo de Antón Arrufat, amigo y albacea espiritual de Virgilio; Teatro completo, ordenada y prologada por Rine Leal, y la excelente Órbita de Virgilio Piñera, de David Leyva, quien ofrece hasta una muestra de la correspondencia del autor de Electra Garrigó con José Lezama Lima y José Rodríguez Feo, así como algunos “textos desorbitados” del homenajeado —Clamor en el penal, La gran puta y fragmentos de su autobiografía—. Virgilio, el más kafkiano de nuestros escritores, considerado “el último jesuita de la literatura cubana”, ya saldó su deuda con su época y sus contemporáneos. Ahora nos espera, sonriente y satírico, en algún lugar de la inmortalidad, entre los libros y personajes que poblaron su fantasía, tan intemporal como real y sorpresiva. Al fin el “guardián de nuestras letras” cabalga sin bridas.


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