Voces 17

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Alrededor de las siete u ocho de la noche, después de varias horas de esfuerzo, Freyre se convenció de que no obtendría la información que deseaba. Evidentemente frustrado y enojado se retiró del lugar junto a sus dos subordinados. Allí quedé sólo, ahora más tranquilo sin instructores que me acosaran y presionaran. Pasó como una media hora, quizás más tiempo, hasta que llegó un auto marca Lada de color blanco, con un letrero en verde a los costados que decía “DIVICO”. Frenó chirriando los neumáticos de forma aparatosa, como si anduvieran en un operativo importante. Se bajaron del auto tres agentes del MININT, todos de tez oscura, grandes y fuertes como gorilas, con cara de ser muy malos. Se dirigieron al Oficial de Guardia preguntándole por un detenido. Cuando oigo mencionar mi nombre y apellidos sentí un escalofrío, presintiendo que no venían con buenas intenciones. El Oficial de Guardia señala hacia mí y los tres individuos se dirigen hacia donde estoy sentado. Uno de ellos, que parecía ser el jefe, comienza a darme una serie de órdenes que obedezco a medida que son dadas: ¡Párese! ¡Métase ahí adentro! (señalando a un cuarto cerca de la carpeta). ¡Desnúdese completamente! ¡Póngase de espaldas! ¡Haga tres cuclillas! ¡Vístase! ¡Las manos atrás! Me colocan unas “esposas” bien apretadas y me indican que camine hacia el auto patrullero. Abren la puerta trasera derecha y me introducen presionando sobre mi cabeza. El asiento trasero es muy incómodo, pues en el área para poner los pies hay como un

abultamiento que provoca adoptar una postura extremadamente desagradable, además de estar con la espalda arqueada por tener las manos atrás esposadas, de forma tal que dificulta la circulación sanguínea y provoca una sensación de “hormigueo” en las extremidades. Los tres gorilas entran al auto, uno al volante, otro delante de copiloto, y el tercero detrás, a mi lado. Todo el tiempo estos agentes del MININT muestran una actitud muy agresiva, pero sin llegar a ponerme un dedo encima. Se comportan como quien está listo para dar una golpiza en cualquier momento, con la mirada desafiante, como de quien quiere bronca y está esperando a que le den un motivo para descargar toda su furia. Es evidente el profundo desprecio que sienten por la persona que llevan bajo su custodia. El Lada parte igualmente rechinando las gomas. La actitud de los oficiales todo el trayecto fue en estado de alerta, como si llevaran con ellos a alguien muy peligroso. Toman por varias calles o avenidas hasta que reconozco la Avenida 100, por la que nos desplazamos a alta velocidad. Fue en ese instante cuando tomé conciencia de que era muy probable que, como prometió Freyre, nos dirijamos a la famosísima prisión de 100 y Aldabó. Pasamos los hospitales William Soler y el Nacional a gran velocidad, hasta llegar a un semáforo ya en el barrio de Aldabó, donde el auto tomó a la izquierda y pasamos por una entrada custodiada por militares. Definitivamente, estaba haciendo entrada en la noche del lunes 23 de febrero de 2009, aproximadamente a las 9:00 PM, a la prisión que a partir de ahora, para abreviar, llamaremos: “100A”.


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