A força do amor

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Derecho al cuento PequeĂąos autores III para grandes lectores



Derecho al cuento III

Pequeños autores para grandes lectores Santiago Álvarez Salvador Bengolea Rodolfo Fumero Giuliana Intili Ingrid Molina Andrés Papaleo Carolina Redondo Natalia Salvatierra Guido Tripodi Joaquín Vázquez Blanco


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Proyecto y compilación: Pazafavor / pazafavor@gmail.com www.facebook.com/pazafavor Diseño: DG José M. Salinas Somoza Buenos Aires, Agosto-Noviembre de 2015


Introducción. Pazafavor es una asociación civil sin fines de lucro cuyo objetivo es contribuir a la paz social a través de la generación de creaciones colectivas, integrando miradas sin desintegrar su esencial diversidad. El presente proyecto “Derecho al cuento”, que se realiza por tercer año, tiene como protagonistas a niños y a jóvenes. Considerarlos sujeto de derecho implica la necesidad de incluir sus perspectivas en aquellas decisiones que los afectan. El respeto, el cuidado y el estímulo son prioritarios para permitir su pleno desarrollo y potencial, no como futuros adultos sino, precisamente, como niños del presente. En concordancia con esta visión, este proyecto se fundamenta en la certeza de que cada persona es necesaria en la sociedad y que su unicidad y originalidad hace de esta multiplicidad un complemento enriquecedor para todos. La participación, la cooperación, y la integración son experiencias de paz y nuestro objetivo es fomentarlas. Mediante el concurso “Derecho al cuento III” que tuvo como consigna abordar algunos de los derechos del niño, se seleccionaron cinco relatos por escuela escritos por alumnos del nivel secundario. Más tarde los autores narraron sus creaciones en la Escuela y Hogar Misericordia, mientras las alumnas de esta institución realizaron ilustraciones acerca de los cuentos escuchados. El resultado es este libro de cuentos ilustrados que tienen hoy en sus manos, y que es el fruto del encuentro entre alumnos de secundaria de la Escuela Héroes de Malvinas y del Colegio del Salvador, y alumnas de primaria de la Escuela y Hogar Casa de la Misericordia. El libro será distribuido de forma gratuita en distintas instituciones educativas para promover la concientización de los derechos de los niños entre los alumnos y, a la vez, fomentar la emergencia de nuevas iniciativas creativas en la comunidad educativa.

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DeclaraciĂłn de los Derechos del NiĂąo Aprobada por la Asamblea General de las Naciones Unidas el 20 de noviembre de 1959.


1.

Derecho a la igualdad, sin distinción de raza, religión o nacionalidad.

3.

Derecho a tener un nombre y una nacionalidad.

5.

Derecho a educación y atenciones especiales para los niños física o mentalmente disminuidos.

7.

Derecho a una educación gratuita. Derecho a divertirse y jugar.

9.

Derecho a ser protegido contra el abandono y la explotación en el trabajo.

2.

Derecho a una protección especial para que puedan crecer física, mental y socialmente sanos y libres.

4.

Derecho a una alimentación, vivienda y atención médica adecuadas.

6.

Derecho a comprensión y amor por parte de las familias y de la sociedad.

8.

Derecho a atención y ayuda preferentes en caso de peligro.

10.

Derecho a recibir una educación que fomente la solidaridad, la amistad y la justicia entre todo el mundo.

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Agradecimientos: A los docentes Alejandra Bustos, Ignacio Iturralde, Marcela Abbona, Laura Carrera, Maria del Carmen Fernández y Graciela Tayara, por su trabajo, dedicación y cooperación. A 8

Stella Maris García por ser no sólo quien preparó a los alumnos para narrar, sino por construir un equipo basado en el respeto y la confianza. A las escuelas Héroes de Malvinas, Del Salvador y Misericordia, por abrirnos sus puertas para realizar las actividades y brindarnos siempre un incondicional apoyo, y a José M. Salinas Somoza por colaborar con el diseño de este libro. Queremos reconocer y agradecer especialmente a los alumnos que con su talento hicieron que este libro tenga vida. Por sus cuentos a Ingrid Molina, Natalia Salvatierra, Guido Tripodi, Carolina Redondo, Giuliana Intili, Salvador Bengolea, Rodolfo Fumero, Santiago Álvarez, Andrés Papaleo, y Joaquín Vázquez Blanco. Agradecemos por sus ilustraciones a Milagros Ojeda y Rocío Ibarrola, Milagros Cardozo, Alma Solís Vaca y Nara González Núñez, Marisol Flores y Lucia Coria, Vania Fariña y Liz Del Valle Baeza, Deysi Ojeda y Melani Gómez, Priscila Álvarez y Rachel Viveros, Jesica Beyer y Valeria López, Jesica Nataly Ruiz Díaz, Uma Geraldine Escudero y Ariana Belén Gutierrez.


Los malabares Guido Tripodi Mollo

Era un día normal, común, como cualquier otro día para Darío: un chico de clase baja, con muy pocos recursos, que vivía en un barrio muy humilde. Él no estudiaba nada, ni iba al colegio: se dedicaba a hacer malabares cuando cortaban el semáforo. No le gustaba hacerlo pero era el único recurso para tener plata. Como Darío estaba en la calle, muchas veces veía pasar chicos con sus padres llevándolos al colegio, con su mochila y uniforme. Al verlos se le venía a la cabeza qué hubiera sido de él si hubiera podido ir al colegio. Se ponía mal y muy triste. Un día, al llegar a su casa, vio a sus padres llorando y les preguntó qué había pasado, a lo que ellos respondieron que los habían despedido del trabajo. Al día siguiente, Darío se dio cuenta de que iba a tener que esforzarse más para llevar algo más de plata a su casa, pero tampoco tenía recursos para aprender algo más y luego sumar dinero con eso. No sabía qué hacer. Ese mismo día un señor que lo vio desde el auto, le preguntó si querría

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hacer malabares y trabajar en un acto de su circo. Darío muy feliz, con una sonrisa de punta a punta, le dijo que sí. Esa misma noche en el circo dio una función espectacular, nunca lo había hecho tan bien, tan perfecto; dejó a todos con la boca abierta. Cuando volvió a su casa les contó a sus padres lo que le había sucedido y, muy emocionados todos, con parte del dinero que había conseguido se fueron a comer de lujo. Al día siguiente, Darío volvió al circo a hacer la misma rutina de siempre, le pagaban bien y él ayudaba a sus padres con todo. Pasaron meses y la rutina continuaba igual. Luego de cuatro meses el jefe de Darío, ese buen señor que le había dado trabajo en el circo, tuvo un accidente fatal que le causó la muerte. Darío pensaba que todo había terminado para él, que nada iba a ser igual. Pero para su sorpresa, el jefe le había dejado el circo como herencia… ¡a él! Como solo tenía 17 años y no podía manejarlo solo, se le ocurrió la idea de 10 que sus padres manejaran el circo hasta que fuera mayor. El tiempo pasaba y al circo le iba muy bien. Él y su familia habían recuperado su dinero. Llegó entonces el día soñado, ¡se iba a hacer cargo del circo! Así fue que el joven Darío nunca bajó los brazos y siempre peleó por él y su familia. Tomó entonces una gran decisión: se convirtió en padrino de un orfanato y todos los años donaba dinero para esos chicos. Darío fue uno de esos chicos que, a pesar de sus problemas y pocos recursos, pudo salir adelante y mostrarnos que todo es posible con valentía y fuerza.

Ilustración del cuento en página 33 Derecho al cuento III


¿Qué es más importante? Salvador Bengolea

Esta es la historia de un señor de aproximadamente unos 78 años, que se había dedicado todo su vida a la venta de globos en la plaza San Martín, en Buenos Aires; nadie sabía dónde vivía porque siempre estaba allí con su carrito de colores en el parque comercializando sus globos. Vendía cualquier tipo de globos: grandes, pequeños, amarillos, verdes, azules, con rayas, de puntitos, con forma de animales y muchos otros más. Los niños, atraídos por los colores y formas de los globos, se acercaban y los compraban. Cuando estos se iban, el vendedor tenía la costumbre del soltar uno hasta que se perdiera en el celeste del cielo. Este espectáculo atraía a cualquier tipo de niños, pero tenía confundido a un pequeño niño de piel morena que miraba el espectáculo desde una hamaca alejada de los demás juegos de la plaza. Este muchacho nunca compraba globos sino que observaba reflexivamente, desde su hamaca, el ritual del vendedor. El pequeño estaba allí todos los días con la misma remera desgastada y sucia y con sus ojotas medio rotas, que se notaban que le quedaban bastante chicas. El niño llamaba la atención del vendedor pero éste ni se acercaba ni, mucho menos, le decía algo.

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Un día como cualquier otro el comerciante de globos se encontraba en la misma plaza de siempre lanzando un globo al cielo como indicaba su ritual. Llegó la noche y, mientras el vendedor acomodaba su carrito para retirarse porque ya no había más clientes, el niño moreno se le acercó tímidamente y le hizo una pregunta que hasta el día de hoy el vendedor recuerda: -¿Señor vendedor, si usted tuviera un globo negro, así como yo, y lo soltara al aire como hace a menudo, también se elevaría como los demás? El vendedor, confundido por el atrevimiento del pequeño, le contestó en un tono medio de risa: -Mi pequeño, estos globos no se elevan por su color, ni por su forma, sino que se elevan por lo que llevan dentro. -Gracias por su atención -le dijo el chico. -Por nada niño -le contestó el viejito. 12

El muchacho había entendido el verdadero mensaje transmitido por el anciano y comprendió que no importaba ni su color de piel, ni tampoco su ropa, sucia y mugrienta; sino que lo que verdaderamente tenía valor era su corazón. Luego de esto, el pequeño se esfumó entre la multitud de niños que ansiaban comprar sus globos de colores. El anciano sabía que había hecho su trabajo, que había logrado revertir el pensamiento de ese indefenso niño en condición de abandono y de calle; sabía que a partir de allí el muchacho podría salir adelante, que ya era capaz de sociabilizar con los demás, porque lo que realmente impedía que el niño se animara a tomar contacto con la sociedad, era su pensamiento de que nadie lo aceptaría como un ser humano por su color de piel. Luego de un mes, mientras vendía globos, se le acercó un chico con un tono de piel morena, acompañado de un adulto que lo llevaba de la mano. ¿Se acuerda de mí? -preguntó el chico.

Derecho al cuento III


-¡¡¡Cómo olvidarme de usted, pequeño!!! Qué alegría tenerlo aquí de vuelta en esta plaza, ya comenzaba a hacerme la idea de que nunca lo volvería a ver -respondió el viejito. -Vine a agradecerle sus palabras, usted me permitió salir adelante a pesar de mis pésimas condiciones y conseguir a un padre que realmente me valore por lo que soy, no por mi color de piel. Luego de esas palabras el vendedor quedó conmocionado y se le escabulleron un par de lágrimas de sus arrugados ojos. Así termina la historia del vendedor y el chico de piel morena que, a pesar de todo lo que había vivido, con un breve discurso del viejito logró salir adelante.

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Ilustración del cuento en página 34

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Pedro Carolina Redondo

Mario y Felicitas estaban pasando un momento económico muy malo y estaban desesperados; lo mejor les pareció que era abandonar a su hijo Pedro de seis años. Cuando ya lo habían decidido pusieron manos a la obra. El niño salía de la escuela a las 17hs y pensaron que ese sería el momento justo para llevarlo a un lugar lejos de la ciudad para siempre. Lo retiraron, viajaron unos minutos y llegaron al lugar; entonces le pidieron a Pedro que se quedara allí, que ellos volverían en un rato. El niño esperó por más de tres horas y al ver que no volvían comenzó a caminar hasta que encontró una casucha. Pensó, mientras la miraba, “parece muy antigua esta casa”. Cuando tocó la puerta se fue abriendo mágicamente. Estaba oscuro y parecía estar deshabitada, pero eso no lo detuvo. Se puso a buscar el teléfono para llamar a sus padres pero lo único que encontró fue un monstruo, el monstruo del abandono y la maldad. Ya se había hecho de noche cuando Pedro escuchó la puerta y se escondió. La que entró era una señora grande, con arrugas hasta en los tobillos y una tos que parecía el chillido de un cerdo.

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Cuando María, la abuelita, se dio cuenta de que había un niño debajo de su cama se puso a preparar unas galletas y una leche para él. Ella le dejó la merienda cerca y Pedro, que ya estaba más confiado, salió de su escondite y le contó lo que había sucedido. María se conmovió tanto que lo adoptó como su hijo, lo cuidó, lo educó y le dio ese amor que sus padres no habían podido darle. Dos años después, volvía Pedrito de la escuela cuando se encontró con sus padres biológicos que querían recuperarlo. Le contaron que habían ganado mucho dinero en una apuesta, pero Pedrito no quería volver con ellos y decidió quedarse con su mamá del corazón, la abuelita María. Un poco tarde, Mario y Felicitas se dieron cuenta de que el dinero no es todo y que habían perdido lo más importante: el amor de su hijo. Fue entonces que a Pedrito la vida le dio una segunda oportunidad y pudo ser feliz junto a María.

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Ilustración del cuento en página 33 Derecho al cuento III


Guardapolvo blanco Rodolfo Fumero

Allí estaba, enfrente de aquellas puertas con las que tanto había estado soñando y por las que tanto había estado trabajando. Tanto tiempo había tenido que lustrar aquellos zapatos en las frías mañanas de invierno o vender panes que mis hermanos hacían de día y a mí me tocaba vender de noche en ese barrio tan triste y oscuro. Pero ya no, ahora estaba frente a la oportunidad de mi vida, ahora podría ir a la escuela, estudiar, jugar con amigos, lo que todo chico debería poder hacer. Recuerdo a mi madre remendando aquel guardapolvo viejo y usado que había conseguido. Digo viejo y usado porque así es como lo llamaban los demás, pero yo no lo veía así, yo lo veía blanco reluciente, esperanzador, casi celestial. Ya era la hora de entrar, mi madre me despedía muy emocionada, decía que si mi padre hubiera estado allí habría estado muy orgulloso de mí. En eso, se abrieron las puertas, no podía creerlo, estaba pasando, estaba caminando hacia una nueva vida, no una vida de adulto como la que me

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había tocado vivir hasta el momento sino una vida de un chico de 10 años, como todos, un chico de guardapolvo blanco. Pero no fue como lo había imaginado; al entrar yo al aula, se hizo silencio, un silencio abrumador seguido por un coro de carcajadas violentas, violentas como aquel marrón de los zapatos que a veces me tocaba lustrar, violentas como ese frío que me congelaba los músculos cada vez que salía a trabajar, bien violentas, así sentía yo aquellas carcajadas. En ese instante corrí al baño refugiándome de aquellas miradas y risas tan agresivas que lastimaban lo más profundo de mi ser. ¡Que injustos eran! Entonces levanté la cabeza, me miré al espejo y ya no veía un guardapolvo blanco, sino uno gris, roto, lastimado y herido por unos niños de guardapolvo blanco que probablemente no tenían ni idea del daño que le habían hecho, un daño que ni mi madre ni ninguna otra persona podían remendar.

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Ilustración del cuento en página 35 Derecho al cuento III


¿Por qué a mí? Giuliana Intili

Nací en un lugar muy pobre del gran Buenos Aires. Mi mamá no estaba nunca y me dejaba con mi papá que siempre tenía una botella en su mano y tambaleaba por toda la casa. A medida que iba creciendo mi vida se fue complicando… Yo quería jugar pero mi mamá me obligaba a recorrer los trenes y subtes pidiendo plata. Veía a las nenas como yo, de la mano de sus mamás con vestidos muy lindos paseando y yo me preguntaba por qué siempre estaba sola, por qué mi mamá estaba tirada en el andén del subte y sólo me hablaba para pedirme el dinero que había juntado. Soñaba con ir a la calesita o a una plaza y jugar en el arenero. Hasta llegué a querer desesperadamente ir a la escuela. Claro, en ese entonces ya era más grande y, no sé por qué, yo quería estudiar. Veía a otras chicas con el uniforme del colegio que pasaban a mi lado riendo y charlando y la pregunta volvía a cruzar mi mente: ¿por qué yo no? Mi papá me hacía hacer cosas terribles hasta que un día mi corazón ya no pudo más. Quería huir, correr lejos pero afuera estaba más oscuro aún.

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Me acostumbré entonces al dolor, ya no había lágrimas en mis ojos. Hasta aquel día en el que me encontré con esa mujer que me miró y me sonrió. Ella me explicó que había un camino mejor, que yo también tenía derecho a estudiar, a crecer como las demás, a reír y a ser feliz. Ella me llevó a un lugar donde me dieron ropa nueva, había preparado una habitación solo para mí y me enseñaron que hay personas que saben y quieren amar. Desde entonces fui feliz…

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Ilustración del cuento en página 35 Derecho al cuento III


En los zapatos del otro

Todos los días, a las siete y cuarto, lo mismo. Ese chico de pelo rubio se sienta en mi sucio banquito de madera, deja su mochila a un costado y me señala soberbiamente sus costosos zapatos de cuero marrón. Cuando termino de hacer mi trabajo, me arroja quince pesos y se carga la mochila al hombro, una mochila cargada de esperanzas. Con celos y angustia lo veo subirse al tren que lo lleva a la escuela. ¡Si tan solo pudiera estar un día en sus zapatos! ¡Si tan solo mi padre vistiese con un caro traje como su padre! ¡Si tan solo me lustrasen a mí unos zapatos tan lindos como esos! En mi casa cada vez se preocupan más por mí. ¿De qué sirve preguntarme cómo me fue si no tienen ni un pedazo de pan para darme? Esa noche me fui a dormir mucho más enojado que siempre; me acordaba del chico rubio, me lo imaginaba en su cama, calentito, con la panza llena, y yo ahí, con hambre, muerto de frío, envuelto en unas viejas sábanas en harapos. ¡Si tan solo pudiera estar en los zapatos del otro! Cuando desperté era todo diferente, ya no tenía frío, como si por arte de

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magia hubiésemos pasado del mes de julio a pleno febrero. Para mi asombro ya no estaba en mi casa, ahora estaba en un increíble departamento, con una radiante estufa al lado de mi cama. Sobre una mesa que había en un enorme salón había un desayuno digno de reyes. Con cierta timidez, ya que no entendía muy bien lo que pasaba, me senté en una suave silla y empecé a comer ese espléndido desayuno; “modérate, que te dure…”, pensé pero tenía tanta hambre que me duró un santiamén. Después de desayunar volví a mi nueva pieza y sobre una silla encontré un increíble uniforme y me di cuenta de que era el uniforme del chico rubio, al que le lustraba los zapatos todos los santos días. ¡Mi deseo se había vuelto realidad! Hasta ese momento estaba todo espléndido, tenía una nueva casa, mucha comida, una gigantesca casa pero algo no andaba bien, nadie me había dado los buenos días. Ignorando pero sin olvidar ese detalle, salí a la estación de tren donde para mi sorpresa vi al niño rubio, en mi lugar, lustran22

do zapatos y decidí ignorarlo por temor a que me reconociera. Al atardecer, ya de vuelta en la estación de tren, vi al rubiecito riendo felizmente y junto a él había una mujer. Para mi sorpresa era mi madre. Los miré cómo se iban, muy felices, tomados de la mano y tarareando una hermosa canción y yo solo volví a mi nuevo departamento. Cuando llegué a mi nueva casa lujosa nadie me saludó, ni me preguntó cómo me había ido. Parecía un fantasma, nadie había notado mi presencia. Hoy me pregunto, ¿es esta la felicidad? Tengo un increíble departamento, una enorme televisión pero perdí lo más importante, una familia que me quiera.

Ilustración del cuento en página 36 Derecho al cuento III


Que no les pase lo mismo Ingrid Molina

-¡Estefany! -escuché que gritaba mi mamá desde algún lugar de la casa– ¡Apurate que llegamos tarde! 23 -Ya voy, ma– me limité a responder. Era el primer día y llegábamos tarde. Estaba nerviosa. Todos los años, desde los once lo hacía, pero no me acostumbraba, veía a los demás adolescentes y deseaba llevar la vida de ellos. -¡Estefany, si llega a pasar el tren dormís una semana afuera! -gritó ella enojada. Se me pasó muy rápido el domingo, ya estábamos en lunes y empezaba de nuevo la rutina. Escuché el sonido agudo entrar en mis oídos y sin dudar salí corriendo de lo que se puede llamar baño; era la campana que avisaba que el tren estaba cerca. Si éste se iba seguro dormiría afuera una semana porque, aunque quisiera, mi mamá nunca bromeaba con eso. -Corré que no llegamos –dijo mamá agarrándome fuerte de la mano. “Me salvé” suspiré por lo bajo. Habíamos llegado, por poco nos queda-

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mos sin comer en todo el día. Vivíamos en las ruinas de una pequeña casa al lado de la estación de tren. -Vos repartí “esto” mientras yo paso por los otros vagones ofreciendo “esto” –dijo señalando unas bolsitas que tenían adentro dos alfajores cada una. -Bueno, nos vemos más tarde –y deposité un beso en su mejilla. No teníamos la mejor relación, pero la quería, por muy mala que podía llegar a ser a veces, la quería, y yo sé que ella a mí también. Y ahí estaba él, sentado en el segundo asiento de la fila del lado izquierdo. Observaba su celular. Tenía unos auriculares blancos, miraba el paisaje que le brindaba la ventanilla del tren. Su mirada era triste. Pasé por su lado y dejé un papel blanco que decía “Hola, me llamo Estefany, tengo 15 años y vivo con mis hermanos menores y mi madre. No nos encontramos bien económicamente y le agradecería mucho si me puede 24 ayudar con una monedita. ¡Gracias y buen viaje!” Cuando volví a pasar me encontré con $10 sobre el papel blanco, pero él no estaba. Sonreí a la nada, y me quedé todo el día pensando en él. -Bueno, hija, terminamos. ¿Cuánto tenés? –preguntó mi mamá sentada en una silla que se encontraba al lado de la cama en la que dormíamos con mi hermanita Jazmín de 7 años. -25 pesos y 75 centavos -respondí. -Muy bien, muy bien. En total entonces 50 pesos, no demasiado para poder cenar todos, pero bueno. -Bueno, yo no quiero comer hoy, me alcanzó con el pancho de esta tarde, me voy a acostar. -Bueno, hija, descansa. No podía dejar de pensar en él, en el uniforme que tenía puesto, y sin Derecho al cuento III


duda el gesto que tuvo de dejarme la plata ahí. Hubiera querido que hubiera estado ahí, así le agradecía, pero no estaba. De todos modos su respuesta iba a ser “de nada” y seguramente su mirada dejaba de ser triste y pasaba a lástima hacia mí, lo mismo que pasa con la gente en general. Pasaron dos semanas hasta que volví a verlo. Quería acercarme y agradecerle lo de esa vez pero pensé que no se acordaría. Seguro que él tiene una vida, va al colegio, estudia, no como yo que sólo me dedico a entregar papeles en el tren para ayudar a mi mamá a alimentar a mis hermanos, Jazmín y Nicolás. Ellos, por suerte, van al jardín porque con mamá tratamos de que no lleven la vida que hacemos nosotros.

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Ilustración del cuento en página 36

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Con tu ayuda

Todo empezó cuando dos hermanos llamados Foxtrot y Albus querían ser los magos más poderosos del mundo. Foxtrot era el más grande de los dos, fuerte, soberbio y quejoso. En cambio, Albus era un mago aprendiz, honesto, valeroso, generoso y tenía como objetivo ayudar a todos aquellos que no tenían una vivienda y querían aprender magia. Los hermanos eran huérfanos y se protegían el uno al otro. Un día después de tanto caminar para llegar a un pueblo llamado Kidrog, se perdieron en un bosque, en el que conocieron a un poderoso mago llamado Tom Sorvolo Riddle; entre los tres formaron una gran familia, gracias a la amistad que construyeron. Una tarde iban jugando en un bosque cuando se cruzaron con un lago mágico, muy traicionero, en el que muchos habían perdido la vida. Los hermanos con sus hechizos lograron hacer un puente. Al intento de cruce apareció la muerte enfurecida porque ellos no habían podido caer en su trampa. Ésta humildemente les hace una reverencia y les concede un deseo a los tres como recompensa de su creatividad. Los magos después de una larga discusión pidieron la creación de una escuela de magia y he-

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chicería para magos que sufrían de discapacidades físicas y abandonos. Entre los tres formaron un buen equipo y tuvieron comprensión y tolerancia frente a los desafíos que les ofrecía el cuidado de los magos huérfanos. Luego de unos meses Foxtrot y Tom se cansaron de todos los cuidados que tenían que tener en cuenta para la vivienda de los aprendices y se fueron de la escuela. Para Albus esto era una complicación más, ya que al ser el único director se tenía que ocupar de todo. Este para una mejor organización formó un torneo de magia, el cual consistía en una división de casas por medio de un amuleto mágico y una competencia de pruebas de habilidades. El director lo nombró El Torneo de Los Tres Magos en honor a Foxtrot y Tom. Al finalizar el torneo, Albus le dio la copa al mago ganador. Su hermano Foxtrot y su amigo Tom al enterarse de esto fueron al colegio a felicitarlo por su gran obsesión con el cuidado de los huérfanos. Este los recibió con una alegría inmensa y les ofreció si querían quedarse a ayudarlo. Tom negó y su hermano aceptó. Su amigo decidió irse de ese lugar sin más pa28 labras que decir, nunca más supieron algo de él. El colegio fue dirigido por los dos hermanos hasta el día de hoy con mucha alegría y pasión, gracias a la muerte que les concedió el deseo se convirtieron en los magos más poderosos del mundo.

Ilustración del cuento en página 37 Derecho al cuento III


El lápiz mágico Natalia Salvatierra

Era un día muy lindo; yo estaba sentada en el parque tomando un helado, veía cómo los niños jugaban. Ya que llevaba un buen tiempo sentada decidí irme a mi casa cuando de pronto miré al suelo y vi allí un lápiz. A la edad de doce años un lápiz es útil para la escuela así que me lo guardé en la mochila. En una clase que me sentía muy aburrida se me ocurrió dibujar una linda muñeca. Tomé el lápiz que había encontrado y comencé. Cuando terminé el dibujo vi cómo, poco a poco, se hacía realidad. Fue tan grande la sorpresa que casi me caigo de la silla. Intente dibujar caramelos y chupetines, vi cómo les pasaba lo mismo que a la muñeca. Aproveché mucho es lápiz mágico, dibujé cosas realmente fantásticas. Pero no todo es para siempre. Una tarde me encontré con un niño muy triste y algo en mi interior me dijo que el lápiz ya no me pertenecía. Me acerqué a él y se lo di. Le dije que la condición era que se lo regalara a alguien cuando ya no lo necesitara. También le conté las cosas maravillosas que ese objeto podía hacer. Me escuchó un poco sorprendido pero lo tomó. Pequeños autores para grandes lectores

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Hasta hoy estoy segura de que el niño logró ser feliz gracias al lápiz. En una de esas te pase a vos, que te regalen uno y quedes encantado cuando veas tus dibujos hacerse realidad.

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Ilustración del cuento en página 37 Derecho al cuento III


La fuerza del amor Joaquín Vázquez Blanco

“¡Raúl, a comer!”- exclamó la señora que trabajaba en la casa. Raúl fue rápido a comer las milanesas de los miércoles que tanto le gustaban. - ¿Dónde están mis padres?- preguntó. - Todavía no han llegado; tu madre se tuvo que ir de urgencia a Uruguay porque un cliente la llamó, y tu padre avisó que no vendría a cenar debido a una reunión de trabajo que termina tarde- contestó Sara, la amorosa señora que trabajaba en su casa. Raúl, angustiado, y ya sin la euforia de las milanesas, se sentó a comer. Era un chico de 10 años; hijo único, flaco y bastante alto para su edad. Buen estudiante y excelente compañero. Su familia tenía mucha plata; él tenía desde el primer “Power Ranger” hasta el último. Sus amigos lo envidiaban por la cantidad de juguetes que tenía, pero aún así, no era feliz. Siempre se decía a sí mismo que cambiaría todos sus juguetes, hasta su “Power Ranger” azul que tanto quería, por un poco más de amor de sus padres. Todas las noches se iba a dormir esperando ese beso de las buenas noches que tanto había visto en las películas, pero que nunca había recibido.Un día como cualquier otro, se levantó y se fue a cambiar para ir al colePequeños autores para grandes lectores

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gio. Fue al baño a lavarse la cara, pero cuando levantó la cabeza se vio en el espejo y notó algo extraño, muy extraño. Le faltaba un lunar, el mismo que había tenido desde que tenía memoria. Había estado en su oreja desde siempre. Pero no estaba, simplemente ya no estaba ahí. Fingió un dolor de estómago para no ir al colegio debido al susto que tenía por el episodio del lunar. Se quedó todo el día en su cama pensando en lo que había pasado. “¿Se me habrá metido el lunar para adentro? ¿Será común por la etapa del crecimiento?”, se preguntó a sí mismo. Pudo calmarse y se pudo ir a dormir. Al otro día, se levantó y cuando se estaba poniendo las medias para ir al colegio, al ponerse la del pie derecho... No vio su dedo meñique. Simplemente, no estaba... al igual que el lunar. Y sin pensarlo dos veces fue corriendo a avisarle a su madre. Ella, sin prestarle mucha atención, como era lo habitual, llamó a un médico. El doctor llegó rápidamente pero no entendía lo que estaba sucediendo, nunca había visto algo semejante. 32

Las horas fueron pasando y a Raúl se le fueron desapareciendo partes del cuerpo. Su madre ya sin esperanzas y envuelta en lágrimas se abalanzó sobre lo que quedaba de Raúl, que era la cabeza y el torso. - ¡Te amo! – le dijo la madre y le dio un beso cálido sobre la frente. Sin previo aviso, las partes de Raúl fueron apareciendo: el brazo, las piernas… y por último, el lunar. En ese momento, su madre se dio cuenta de que hacía mucho que no le decía “Te amo” y no le daba un beso a su hijo. Entonces, los dos, casi simultáneamente, se fundieron en un abrazo que anunciaba que ya no se separarían jamás.

Ilustración del cuento en página 38 Derecho al cuento III


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Los malabares, Milagros Cardozo y Rocio Ibarrola


¿Qué es más importante?, Marisol Flores y Lucia Coria

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Pedro, Jesica Nataly Ruiz Diaz


Guardapolvo blanco, Jesica Beyer y Valeria Lopez

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ÂżPorquĂŠ a mi?, Deysi Ojeda y Melani Gomez


En los zapatos del otro, Alma Solis Vaca y Nara Gonzalez NuĂąez

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Que no les pase lo mismo, Milagros Cardozo y Rocio Ibarrola


Con tu ayuda, Priscila Alvarez y Rachel Viveros

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El lápiz mágico, Vania Fariña y Liz Del Valle Baeza


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La fuerza del amor, Uma Geraldine Escudero y Ariana Belen Gutierrez



Mediante el concurso “Derecho al cuento III” que tuvo como consigna abordar algunos de los derechos del niño, se seleccionaron cinco relatos por escuela escritos por alumnos del nivel secundario. Más tarde los autores narraron sus creaciones en la escuela y hogar Misericordia, mientras las alumnas de esta institución realizaron ilustraciones acerca de los cuentos escuchados. El resultado es este libro de cuentos ilustrados que tienen hoy en sus manos, y que es el fruto del encuentro entre alumnos de secundaria de la escuela héroes de Malvinas y del colegio del salvador, y alumnas de primaria de la escuela y hogar casa de la Misericordia.


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