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Colaboradores Aleqs Garrigóz Álvaro Troncoso Vargas Arizbeth Chávez Chacón Diana Velázquez Vera Estefany Maya Valdéz Francisco Rangel Hernández Gabriela del Carmen Cano López Gabriela Trejo Valencia Gerardo Alonso Hernández Contreras Gisela García Ortega Ilse Stephanie De los Santos Dharma Gallardo José Alberto Castañeda Gutiérrez José Antonio Manzanilla Madrid José Sebastián López Rodríguez Juan Martín Anda López Karenina Romez Luis Mauricio Martínez María de Lourdes Becerra Zavala María del Carmen Altagracia Rocha Matínez María Graciela Parra Domínguez Mario Betancourt Campos Miguel Ángel Moncada Rueda Pablo Cerezal Rodrigo Ramírez Bravo Rui Caverta Sandra Patricia Lamas Barajas
Asesoría Carlos Ulises Mata Lucio
Agradecimientos Luis García Amézquita Miguel Santana González Sonia K. Aguirre Flores
Directorio de la Universidad de Guanajuato Dr. José Manuel Cabrera Sixto
Rector General
Dr. Manuel Vidaurri Aréchiga
Secretario General
Mtra. Rosa Alicia Pérez Luque
Secretaria Académica
Dr. Modesto Antonio Sosa Aquino
Secretario de Gestión y Desarrollo Dr. Javier Corona Fernández
Director de la DCSH
Directorio de Onomatopeya Arizbeth Chávez Chacón
Director
Arizbeth Chávez Chacón Ilse Stephanie De los Santos Urias José Antonio Manzanilla Madrid
Comité Editorial
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Comité Técnico
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Diseño Editorial
Edgardo Dander Guzmán
Diseño de portada Andrés Luna
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Cada texto e imagen es responsabilidad de su autor. Onomatopeya no coincide forzosamente con la opinión de sus colaboradores. El formato de la revista y el diseño gráfico son propiedad de sus autores. Prohibida la reproducción total o parcial por cualquier medio, sin autorización previa. Esta es una publicación gratuita y queda prohibida su venta. Se terminó de imprimir en agosto de 2012 en los talleres de imprenta Selecta. Malecón del Río No. 1808, Col. Héroes de Chapultepec, C.P. 37190, León, Gto., México.
Artículo 5
Editorial
El olvido es más tenaz que la memoria ‑Salvador Elizondo, Farabeuf
Se es consciente de lo perdido. Se planean los actos conforme las ausencias y omisiones que se presentan en nuestros pasados y amena‑ zan los futuros. La llamada del recuerdo es una necesidad propia de nuestra naturaleza, pero bien sabemos que no llegará. Porque el recuer‑ do trae consigo a la verdad y sus primas incómodas: justicia y realidad, los ingredientes de la utopía. Vivir en la utopía no es una opción, y por eso olvidamos. Entre estos conceptos imposibles persisten otros más amables: la rabia, el pesar y el perdón. Al final el olvido es una instancia reden‑ tora: el testimonio del rencor fatigado, o la innecesaria permanencia de imágenes desechables. El olvido es muerte, esa es palabra de poeta, pero para nosotros es mera comodidad. La realidad dicta que se debe seguir un canon al momento de enunciarnos como creadores: uno de los componentes de este canon es aquel que habla sobre la consistencia en el discurso del que nos valemos para expresar nuestra creación. El discurso del olvido no tiene consistencia porque no la necesi‑ ta. Hablar desde la ausencia es el placer del que supone conocer algo que pronto habrá de perder, si es que no lo ha hecho ya. Por ello tam‑ bién se trata de una pausa inadvertida, un inagotable caminar sobre los pasos ya recorridos, sin regresar ni partir. La ausencia es estatismo, pero también tenacidad. La presencia que el olvido configura es el espacio ideal para la expresión de los orígenes; sus historias se cuentan en la eternidad de un espacio definido por la huida, espacio que se expande en las orillas de la memoria abandonada. El inmenso mar del subconsciente, ese donde navegan las historias de inicios infinitos, libres de cualquier final. Este es uno más de esos inicios.
ÍNDICE
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10
13 14 18 19 20 22
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28 29 30
34 40 44
50 52
Narrativa Los santos óleos José Alberto Castañeda Gutiérrez Por ejemplo Gabriela del Carmen Cano López Historia cuántica de una mínima partícula Gisela García Ortega Todo ese jazz Mario Betancourt Campos El general Rui Caverta Los abuelos de antes Luis Mauricio Martínez El grito de las cosas Sandra Patricia Lamas Barajas
Poesía El corazón emerge de noche/ Sin título/ Sin título Miguel Ángel Moncada Rueda Observación de aves Aleqs Garrigóz Sin título María Graciela Parra Domínguez Desgajamiento/ Amnesia Juan Martín Anda López
Ensayo
Memoria y olvido: un acercamiento a la lógica del concepto Álvaro Troncoso Vargas Conciencia histórica y conocimiento María de Lourdes Becerra Zavala El olvido como indicio en las investigaciones de historia oral María del Carmen Altagracia Rocha Martínez
Artículo
Tocata y fuga del recuerdo Pablo Cerezal Memoria virtual, olvido potencial Gabriela Trejo Valencia
Artículo 7
El necesario y jodido olvido Francisco Rangel Hernández La vida no es el aliento: una mirada a la concepción de la muerte oriental en el Genji Monogatari Rodrigo Ramírez Bravo
Reseña
M/T y la historia de las maravillas del bosque de Kenzaburo Oé José Sebastián López Rodríguez Un vuelo de lechuza: el lenguaje del olvido en Verde Shanghai Ilse Stephanie De los Santos Urias Por si acaso… Arizbeth Chávez Chacón Okuribito (El que despide) Diana Velázquez Vera
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70 71 73 75
Artes Visuales En el cuarto 508 Rosario entre regadera y tapete/ Anillo sobre suelo y puerta/ Enchinador y botiquín Estefany Maya Valdéz Serie sin título El beso/ Lujuria/ Desesperación Dharma Gallardo El olvido Latente/ Autorretrato mental Karenina Romez Serie sin título …y el pajarito?/ ¡¡Se me olvidó cerrar el gas!! Gerardo Alonso Hernández Contreras
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Ambientalismo: Sistema de Manejo Ambiental Valenciana. Posturas de una juventud ocupada en el mejoramiento del entorno María Graciela Parra Domínguez
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84 87 89
Entrevista
Narrativa
Me he puesto a recordar los días de verano idos, tu entrar y salir, poca y harta y pálida por los cuartos. ‑César Vallejo
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Los santos óleos José Alberto Castañeda Gutiérrez
Perfil psicológico: Primer viaje dentro de la cabeza: Duele al principio, como todo, como el sexo (una risa nerviosa se escapa de alguna parte de mi cuer‑ po), luego el cuerpo como que se suelta y todo son luces. No lo sabría describir. Son como esas cosas que suceden. Solo sientes que el alma cuelga de un hilo y se te escapa si abres la boca. Es un periodo muy corto y no te das cuentas cuan‑ do ya estás envuelto en tu propia mierda. Te sientes atrapado en ti mismo como una cinta de Moebius que no encuentra el fin porque esta enlazada en sí misma sin poder encontrar el principio y el final. Y ahí sucede: “error de cómputo: lo que usted creía no existe, todo fue una farsa para que su vida tuviera sentido”. Formateando...... 1%... 15%... 30%... 50%... 75%... 90%... 100% Formateado con éxito. Y ahí fue cuando empezó todo. Traman algo: Llevo ya casi 5 meses sin saber qué es un mes... No duermo bien desde el formateo y aún me cos‑ quillean algunas zonas de mi cuerpo que no sabía que existían. Ahora he dejado todo lo que me cau‑ saba satisfacción y no encuentro en qué agarrarme para no tropezar con la maraña de cosas volando sin sentido. Vinieron varios sacerdotes esta sema‑ na; aunque no lo crean, ayudaron mucho. Primero un sacerdote que exaltaba la sangre y el sacri‑ ficio mostrándome la muerte en un colguije. Hablan‑ do del amor y la sangre. Del corazón y la latencia viva.
Narrativa 11 Noté que mi sangre corría y ahora era real, era viva. Ver a ese hombre sangrando me trasladó a otro lugar donde no había estado. Me encontraba en do‑ minio de algo y podía llamarlo cuerpo. El sacerdote movía su boca y se empeñaba con su discurso. Para mí solo ejercitaba la boca. La imagen que tenía col‑ gando de su cuello me pareció más atractiva. Me implicaba vida donde no sabía que existía. Eso vi‑ braba en mí y no podía controlar los susurros ex‑ traños que se suscitaban en mi vara que existe entre mis piernas. Las piernas se convulsionaban como un perro huraño que intenta ser tocado, y mi pecho se movía como si algo quisiera salir de mi tórax. La nueva noticia de que mi cuerpo estaba vivo me cayó como un balde de agua fría. ¡Sangrar! Necesi‑ taba sangrar, ver el líquido que me hacía funcionar, que me daba la capacidad de romper con todo y volverlo a armar. Me incitaba a todo. A ser... ¡un Dios! No dudé más. Mi excitación estaba a punto de romper mi cuerpo por los movimientos groseros y abruptos que colocaban a todo mi cuerpo como un receptáculo de todo lo que tiene animación. No dudé más y tomé mi vara con las manos y la co‑ mencé a frotar. Ahí, ahí mismo me encontré al tope de toda realidad, todo era vivo y mis ojos podían ver, mi nariz podía oler, mis oídos escuchar, mi boca podía saber y mi cuerpo podía, podía tomar lo más delicioso y hacerlo suyo en cada fibra. Mis ojos podían oler, mis oídos podían ver, mi cuerpo podía oler y mi nariz podía sentir. mis ojos po╫»α▓║Φß█ Æ┴╣∞╔╦÷╞@ @δ≈╬╥√■°╫ »α▓║Φß█╬╥√■Æ┴╣∞ ╦÷ ╞@÷╞@ @δ≈╬╥√Æ┴ ╣■°▓║╔╦÷╞α▓║Φß@ @ß█ δ≈╬╥√ ∞∞∞∞∞∞∞∞∞∞∞∞∞∞∞∞∞∞∞∞∞∞∞∞∞∞∞∞∞∞∞ ∞∞∞∞∞∞∞∞∞∞∞∞∞.... El apestado: Y la noche se hizo... Después del vórtice y la vorágine de sensaciones
temo abrir los ojos y encontrar todo en su sentido, todo en su lugar en plácido sueño con lo conven‑ cional, aletargado de sensaciones. Despierto y me encuentro cosas que puedo nombrar y hacer mías. Una vieja cama enmohecida, un cuarto húmedo y oscuro. Una ventana abarrotada. Tristemente sé qué es un mes y cuántos llevo aquí. El sentido me ha devuelto a la estampa más tenebrosa que cual‑ quiera puede pintar. Mi existencia, cruda y sin sen‑ tido. Ahora no me pregunto qué veo. Lo afirmo, ahora no me pregunto por qué estoy aquí, solo lo sé. Todo está en calma y me encuentro en un sueño. En brazos de la calidez de mi razón. Como el arrullo de la madre que acaricia mi corteza cerebral. NO HAY MÁS DE LO QUE VEO AQUÍ NO HAY MÁS DE LO QUE VEO AQUÍ NO HAY MÁS DE LO QUE VEO AQUÍ Me repite una voz que me tranquiliza el corazón y me acaricia la conciencia, los grillos de allá afuera me arrullan con su rechinido y vuelvo a cerrar los ojos. --NO EXISTE MÁS DE LO QUE TE HAN DICHO QUE ES---NO EXISTE MÁS DE LO QUE TE HAN DICHO QUE ES---NO EXISTE MÁS DE LO......-Un cálido vaho en mi oreja me despierta, busco su origen en la oscuridad y no encuentro nada. Cierro los ojos. --NO EXISTE MÁS DE LO QUE....-Un sonido relampagueante me despierta, busco el origen y solo oscuridad me invade. Un poco más intranquilo vuelvo a mis tribulaciones de la oscuri‑ dad de mis párpados. --NO EXISTE MÁS DE..---LOHOHOHOH QUE ESHMMMMMMM--
12 Una voz rasposa y fría contesta a mis pensamientos y no puedo hacer más que levantarme de golpe y buscar a la criatura inmunda que me busca. Un hocico se asoma de la oscuridad de la esquina de mi cuarto. Un hocico de caballo negro, una cabeza de caballo impasible a cualquier emoción. Con sus ojos negros e infinitos viéndome, desnudándome con la mirada. Luego una mano sale de la oscuri‑ dad para intentar tocarme, un asqueroso hombre con cabeza de caballo. Con una túnica de fraile me busca en la oscuridad. --DESNUHUHUHUDATEHEEHEMMMM MAL‑ DITO APESTAHAHAHDO-Sus intentos de hablar español con su boca de ca‑ ballo produjeron un asco increíble en mi estómago. Solo quería dejar de ver esa terrible imagen pero mi cuello no quería voltearse, mis párpados no querían cerrarse, los pasos del hombre-caballo resonaron en la piedra fría del cuarto. Rechinidos y baba salían de la boca del engendro. --HAZZZZZZZMEE CAHAHAHASO JODIDO APEHEHEHESSTADO, APREHEHEHENDE A RESPETARRRRRRRRR-El miedo corría en mi cuerpo y dejaba un agrio sa‑ bor en mi lengua. El asco y el miedo eran uno, pero mi cuerpo dejó de obedecer al miedo y siguió la or‑ den del asqueroso esperpento. El hombre se acercó a mí a menos de un palmo de distancia. Acercó su húmedo hocico a mi oído y me abrazó. --TUHUHUHUHU SANGREEEE QUE COR‑ REEHEHEHE ME PERTENECEHEHEHE. TUS HERIDAS SERÁHAHAHAHAHAN MIASSSSSSS,TUS BESOS SON UNA PROPIHI‑ HIHIHEDAD EXCLUSIVA DE ESTOHOHOHOH QUE VESSSSSS. HAZZZZZ DE SABERLO‑ HOHOHOHO QUE SOOHOHOHOYYY TU PA‑ DREHEHEHE.--
Lamió todo mi cuerpo, curó todas mis heridas con la lengua, besó mis nalgas, su vaho tocó mi espalda y viajó en ella. El miedo permaneció en mí. Los gri‑ tos se ahogaban en mi garganta y solo las lágrimas salieron de mis ojos. --QHEEHEHEHE LA OSCUHUHUHURIDAD SE FECUNDA EN TIHIHIHIHIHIII. TU CUEEHEHE‑ HEHERPO ESTA CONTAHAHAHAAHAMINA‑ DO ASQUEROSO APEHEHEHEHESTADO.-El asqueroso caballo desapareció en la oscuridad y mi boca por fin pudo gritar y se hundió en lamen‑ tos en la oscuridad que estaba llena de grillos y placidez, mi cuerpo ha sido bendecido por un mal, ahora hay dolor en mi cuerpo y no lo deseo nunca más. Tengo la sensación que este sacerdote nunca se irá. Cierro los ojos y vuelvo a mis tribulaciones. --HAZ DE SABER QUE SOY TU PADRE---HAZ DE SABER QUE SOY TU PADRE---HAZ DE SABER QUE SOY TU PADRE.........
Narrativa 13 Me da no sé qué saber que siempre incurro en expe‑ riencias disfrazadas, extrañas a las originales. Pue‑ do contarlas pero al cabo de un rato (justo al inicio) se tratan de un todo inventado, continuo y produc‑ to de mis imaginaciones igual que el sentido de una palabra oída al azar. A veces —con los ojos cerra‑ dos— me digo que se trata de una superposición de recuerdos y olvidos anacrónicos: los más antig‑ uos, algunas atmósferas; los más recientes, algunas imágenes casi corpusculares. Piernas, rostros, días, años y Nombres (siempre, Nombres). Por ejemplo, hoy es 1849 de Abril 2012.
Por ejemplo Gabriela del Carmen Cano López
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Historia cuántica de una mínima partícula Gisela García Ortega
Cuando una mínima partícula de amonio es ca‑ paz de dejar su sombra olvidada en la parada del metro… Cualquier molécula primeramente se tiraría de un puente hacia un río de mercurio, antes que perder su nítida sombra. Eso sería sin duda una falta al có‑ digo: “por ninguna circunstancia azarosa se puede abandonar una sombra, mucho menos la propia” Pasan tres minutos después de la primera lágrima de la mínima partícula; aquella rompe con otra regla general de los elementos químicos: “Sola‑ mente los átomos con iones positivos pueden des‑ cargar emociones por medio del llanto”; pobre, la mínima partícula solo se encuentra compuesta por iones neutros. Aparecen en escena dos explícitos átomos de car‑ bono revoloteando por el aire, vociferando impro‑ perios de magnitudes vulgares; pero la mínima partícula ni se inmuta, su llanto es mayor que las sinrazones de aquellos átomos. Los carbonos se dan cuenta del nulo sobresalto de la acongojada y mínima partícula de amonio, lo que les provoca mi‑ rarle de manera detenida. ¿Qué cosa tan triste le podía pasar a una mínima partícula para salirse de toda norma? (Los átomos de carbono tienden siempre a ser tan morbosos y entrometidos, todo el tiempo colán‑ dose con ayuda del aire entre las cosas, metiendo su nariz de átomo donde nadie les llama; nunca hacen excepciones, se vuelcan sobre las cosas, per‑ sonas y entes llenándoles de la pregunta ¿cómo?) Sí, ese mismo era el problema, pensó la mínima partícu‑ la, de qué forma ella podía responder un “cómo” sin tener su propio cómo. No tenía por qué darle expli‑ caciones a ningún átomo de su falta, mucho menos a esos dos átomos de carbono tan fisgones, además qué entenderían ellos de lo que siente una mínima partícu‑ la de amonio cuando todo le sale mal, nadie podría siquiera intuir la zozobra que invade su núcleo.
Narrativa 15 Lo único que ha entendido la mínima partícula de todo esto, es que el olvidar la sombra provoca lágrimas, mareos y hemorragia de protones. Por lo cual ella concluye estar moribunda y condenada al abismo, ya que sin sombra no hay Cielo; al abis‑ mo pertenecen los sin sombra. La sola idea le ha generado el más enorme mareo, que no consigue sostenerse en pie, suspendiéndose inmediatamente entre espacios y materia vacía. “Los elementos y compuestos químicos no pueden sentir miedo a la muerte, pues no es algo que se repita dos veces”, una falta más para añadir a sus omisiones al código. —¿Qué pasaría si ella y su sombra muriesen al mis‑ mo tiempo?— se preguntan entre sí los carbonos. (Las sombras nunca mueren, solo se desvanecen; la luz las convierte en invisibles, pero caída la noche siempre regresan; aplicando una cierta lógica dis‑ curriríamos que no hay luz sin noche, ni sombra sin luna y que las sombras son sombras de sí, con‑ virtiéndolas, precisamente, en dueñas de los cielos e inmortales vagabundas.) A cada cual se le designa una sombra al momento de hacer aparición en el mundo, ésta se nos propor‑ ciona para determinadas funciones, todo suped‑ itado a las propiedades químicas albergadas en el ser. Cada sombra ejerce una acción compensatoria, sobre el cuerpo en que es proyectada. En la histo‑ ria de las sombras las ha habido guardadoras de almas, pitonisas de mundos inicuos, sobresalientes sombras de símbolos cosmopolitas e inclusive sal‑ vaguardas de lunas llenas. Convirtiéndose de esta forma en unidades necesarias dentro de la vida lin‑ fática de las cosas. La mínima partícula de amonio había nacido con los sentimientos enfermos, brotaba de ellos una masa musgosa de sensaciones sumamente difusas, que se le aglutinaba en la cabeza, concentrándose en el hi‑ potálamo y el cerebelo, distorsionando sus percep‑ ciones; la sombra atraía al musgo hacia ella todas
las noches, permitiéndole pensar, puesto que todo elemento químico en cualquiera de sus divisiones requiere pensarse mínimo 7.5 hrs al día; todas las partículas, ya sean mínimas o magnas, requieren de pensamientos claros y distintos, no esencialmente porque sean cartesianas, sino que estando forma‑ das de un elemento periódico tienen que contener intuiciones emancipadas de subjetivismos. Por las noches, al intensificarse la sombra, conseguía sosegar el dolor de los sentimientos enfermos; pero no habiendo sombra todo cambiaba, las noches ya no tenían lunas menguantes, ni estrellas; todo co‑ menzaba a deformar sus trazos, las siluetas de lo existente danzaban entre átomos, neutrones, elec‑ trones y protones, regenerando la materia misma hasta hacerla otra; todo cambia, se deforma, lo que se creía deja de ser importante, cuando el alma se desahucia producto de la falta de sombra, se vacía por completo quedando escuálida y descolorida; y cosa más triste que una mínima partícula sin som‑ bra y con un alma anémica no ha existido aun den‑ tro de las breves historias cuánticas. No es lo mismo olvidar la sombra a que ella se vaya de juerga por aburrimiento. La mínima partícula lo sabía muy bien, su sombra solía írsele nocturna‑ mente una vez por mes y no regresar sino después del medio día, absolutamente desvelada y con re‑ saca, pero siempre volvía. (Las sombras solo descansan a medio día, es su hora del almuerzo, dadas las 12 pm desaparecen, no hay sombras de nada por ningún lado, hasta después de la media comienzan a aparecer de poco a poco) —¡Salta! —grita eufóricamente uno de los átomos de carbón— ¡Una vida sin sombra no es vida! La mínima partícula mantiene la vista perdida, como ahogando sus ideas en la imagen del río de mercurio; su mente se encuentra muy lejos, perturbada, llena de recuerdos cóncavos. Si vivir sin sombra no es vivir, ¿podría entonces morir sin sombra? ¿Tendría que abandonarse a la ne‑
16 grura transparente del abismo, solamente por un olvido? No, aún no comprende cómo es que uno olvida las cosas, ni mucho menos cómo es que uno extravía por dejadez lo que más ama, lo que más necesita; si arrojarse a la nada fuese la solución… piensa la mínima partícula, pero para su desdén el ahogo que le provocaría el mercurio no bastaría para pagar la deuda adquirida con el Consejo Químico, mucho menos para desvanecer la pesadumbre de ser una mínima partícula de amonio sin sombra animada. La desesperación angustiosa que le invade el núcleo la tiene a tope, su respirar a cada momento se inten‑ sifica, el sofoco es ya inmenso, comienza a conden‑ sarse, a no saber de sí. Moribunda completamente, desfallece sin alivio, sin reparo de nada más. Ni su anémica alma tiene atisbos de efervescencia, mucho menos deseos de ser un quitapesares. Todo en conjunción presagia un desenlace molecular… Quien no ha visto jamás a una mínima partícula de amonio agonizar por falta de sombra, no sabe lo que es sentir la desolación química del otro, lo que es palpar la muerte intransitable de un elemento químico, que pasa de la quimicidad viva a ser uni‑ dad modular de lo inerte. El delirio protónico que desprende la mínima partícula ha provocado en los átomos de carbono sentimientos compasivos, cosa inexistente en áto‑ mos de este tipo, por lo que comienzan a palidecer. Ahora no solo tenemos a un elemento químico do‑ liente, sino a tres, moqueando y moqueando bajo la farola del puente de la avenida de los isómeros, en una noche gélida y rumiante. No existen ya es‑ peranzas, solo ansias rotas transitando por calles apagadas. —Todo dolor suspendido entre eternidades y acontecimientos inesperados es enteramente conta‑ giable— se justifican entre sí los carbonos.
Las lágrimas de la mínima partícula de amonio no cesan, a punto de tirarse al río de mercurio arriba de pronto la sombra, como de la nada, presa del pánico y casi transparente, adolorida y envuelta en sollozos; los carbonos y la míni‑ ma partícula permanecen estáticos, incrédulos, solo mirando la sombra. ¡Era una sombra aparecida y dispuesta a narrar someramente su tragedia! En el momento en que se vio olvidada en la parada del metro y sin su mínima partícula de amonio, salió en su búsqueda. Angustiada por no saber dónde se encontraba, se echó a andar por las calles solitarias, encomendándose a to‑ dos los santos; después de buscar y buscar a la mínima partícula, para su desgracia entró a un callejón desolado donde fue raptada por una banda de hidrocarburos que se dedicaban a traficar sombras, aquéllos eran la banda más aterradora de todos los tiempos; desalmados, ruines, sediciosos, brutales y bruscos tomaron a la sombra y la encerraron en una mazmorra llena de sombras tristes y desconsoladas. Nuestra pobre sombra creía estar sentenciada, los hidrocarburos estaban por venderla a un muy buen precio, puesto que era una sombra de buena calidad; justo cuando se encontraban empacándola para mandarla a Malasia, un des‑ cuido de una mezcla heterogénea que trabajaba para los hidrocarburos, fue aprovechada por la sombra para escapar; fue pues que se tendió a gran velocidad por las calles sin parar, corre que corre invadida por el miedo, hasta que de pronto, a raíz de la causalidad, se encontró en la avenida de los isómeros gimoteando y titiri‑ tando de espanto. La mínima partícula inmensamente conster‑ nada, pero a la vez con una alivio colosal, trató de apaciguar a su sombra fundiéndose en un abrazo nuclear y dándole palmaditas molecu‑ lares en la espalda, entre suspiros y suspiros
Narrativa 17 fueron disminuyendo los pesares que las embarga‑ ban tanto a una como a otra. Escena química más conmovedora no habían visto en ningún tiempo los átomos de carbono, y ver a es‑ tos átomos enternecidos por algo era cosa inaudita. Ya las dos más sosegadas, tomaron asiento en una banca bajo de la farola, entonces la sombra cues‑ tionó a la mínima partícula de amonio: —¿Por qué me has dejado olvidada, sabes que no te es permitido abandonarme? — dijo la sombra rodándole una lágrima por la mejilla. La mínima partícula no sabía que responder, ella jamás había concebido cómo es que su composición interna era esencialmente dispersa; la sombra, aunque sabía esto, nunca había sido víctima de tal dispersión. La mínima partícula tragó saliva y habló: —No tengo explicación para mi falta, solo puedo decirte que hacerlo me ha provocado la más enorme tristeza en mi existencia periódica, a tal grado que sin ti no quería ya mi condición de elemento quími‑ co, hasta mi alma enfermó de anemia y quiso morir conmigo; fue tal mi pesar que incluso estos dos fis‑ gones átomos de carbono lloraron por mi padecer. Ahora lo único que puedo hacer es prometerte que nunca jamás volverá mi bifurcación mental a olvi‑ darse de ti, te traeré engrapada a mis piececitos. La sinceridad de la mínima partícula fue captada enteramente por la sombra, decidiendo volver a confiar en ella, así es que, enjugando sus lamentos se entregaron a un vagabundeo nocturno, acompa‑ ñadas por los carbonos… Ahí iban los elementos químicos y la sombra recuper‑ ada, caminando hasta perderse a la vista por la ave‑ nida de los isómeros, esperando la presencia de la au‑ rora boreal del año bisiesto. Finalizando con esto, una historia cuántica de una olvidadiza y mínima partícu‑ la de amonio que creyó morir por falta de sombra.
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Todo ese jazz Mario Betancourt Campos
Porque cuando eras joven, demasiado joven enton‑ ces, apenas sabías cómo reconocer a los demás y reconocerte en ellos. No sabes ahora si comprendes aquello que miras del otro lado del espejo, todo aquello tan asombro‑ samente similar a lo que existe en este lado. La historia es vieja y se repite. Son tantos los que alguna vez han puesto atención a ese detalle; tan‑ tos que lo han observado y contado, señalando el hecho sorprendente a los demás: la fascinación que siempre ha ejercido en nosotros la secuencia de imágenes que se repiten hasta el infinito, la secuen‑ cia de los espejos el uno frente al otro. La historia en la que estoy en una habitación, abro la puerta y entro en otra habitación casi idéntica a la otra y de ahí a otra, idéntica también; y que de ahí las voy recorriendo todas, una a una, asombrosamente idénticas. Voy de una a otra como soñando hasta comprender que no hay final, que todo en mi ca‑ beza se ha enredado demasiado ya. En otros tiempos era el deambular nocturno por aquella casona casi deshabitada: deambular de noche entre sueños, persiguiendo aquella melodía inaudita: la quintaesencia de la trompeta más sutil; la metafísica del jazz; la gloriosa grabación extra‑ viada para siempre. Persiguiendo la melodía familiar e inaudita; recorriendo habitaciones en penumbra que a mi paso se multiplican; disponiéndome a eje‑ cutar aquel último salto en el que finalmente me perdería. Una trompeta, un dúo de trompetas; la síntesis final de la pura melodía, la balada esen‑ cial sin comienzo ni fin.
Narrativa 19 Las piernas le pesan tanto; qué molestia. Debería poder dejarlas tiradas, ahí junto al portafolio lleno de apuntes eruditos y su arrugado saco. Sería mucho más fácil. Al menos se arrastraría como un gusano. Cosa parecida a su estado anímico en ese momento. Odiaba a sus estudiantes. Se sentó en su sillón y miró su casa. Nada chica, nada pobre. Era un poderoso doctor además de un investigador de primer nivel; había conocido a personalidades políticas y se había codeado con varios premios Nobel. ¿Por qué, entonces, no era respetado? Malditos sean todos, ir al extremo de ponerle un apodo. Debería expulsarlos a todos…debería, si pudiera. Movió su mano para buscar algo al lado del sillón. Después de tantear durante varios minutos sin dignarse a ver, lo encontró. Tomo la espada de plástico en su mano y enfiló hacia una habitación de su casa. La puerta se abrió con un rechinido y lo vio ahí adentro. Inmóvil como siempre. Imperturbable. Su caballito mecedor. Casi suelta una lágrima al verlo. Un caballo triunfador. Los ejércitos se acercaban intempestivamente destruyendo todo a su paso y consumiendo como si fueran un vendaval de cenizo fuego arrasando la biblioteca de Alejandría. Nada podía pararlos excepto él, poderoso general napoleónico al frente de su invencible armada. Todos sus soldados esperaron su llamado, su grito de guerra. Sabían que él era un maestro de toda arte militar. En el segundo exacto en que ordenara el ataque, ganarían; de otra manera, todo se iría al diablo y la sangre se esparciría por todo el mundo. Ni siquiera se atrevían a respirar. Estos silencios eran divinamente dados a su general. Todos esperaban su decisión. El general elevó su mano e hizo al caballo pararse en dos patas, levantándose por encima de toda su armada. Estaba listo para salvar su ciudad, la civilización y al mundo civilizado. Estiró su boca lo más que pudo para soltar el salvaje grito mientras se inclinaba todavía más. Sin anunciar, el caballo de guerra se venció bajo su propio peso y se colapsó sobre el general. Las piezas de madera golpearon su cabeza y la espada de goma fue a volar al otro extremo de la habitación. El gordo hombre se quedó ahí, debajo del caballo destrozado, sin poderse levantar mientras agitabas sus manos en el aire y chillaba como un recién nacido.
El general Rui Caverta
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Los abuelos de antes Luis Mauricio Martínez
El viento arrastra una de las esquinas del lago hasta las manos de Parácata, las acaricia, pero el dolor no cesa. No es malestar de un día, lo arrastra a fuerza de tiempo convertido en años dedicada a lo mismo. Entre los descansos que se permite, seca el sudor de su frente y se remanga la blusa, no se cuestiona el cansancio ni si le gusta o no, es su destino y lo acepta. El sol indica que es hora de la siesta para los que dan sustento a su hogar, de descanso para los que están sentados en la misma orilla a unos metros de ella: una pareja que contempla la sinfonía de elementos: agua, viento, montañas, aves, árboles, flores, verde y azul, más verde, más azul, tranqui‑ lidad y un tiempo lento que no les pertenece, mas se conforman con pedirlo prestado en una serie de fotografías. En otro extremo de la misma orilla el paisaje se llena de fondas, gente y ruido; en el lago un par de lanchas pasean a más personas. Pará‑ cata observa, sonríe y sigue con su tarea. Restriega su femineidad entre el agua templada y la mugre disuelta; entre el trozo de barro que separa sus ro‑ dillas del lodo acumulado en ese su rincón de los miércoles, su rincón de esposa y madre que casi disfruta. El par de jóvenes la observan admirados, se ponen de pie y, simulando casualidad, caminan hacia ella. —Señora, buenas tardes… —Buenas tardes, muchachos— responde Parácata. —Hace buena tarde y usted trabaje y trabaje— se‑ ñala la chica. —Pues sí miren, qué le hacemos. Permiten un poco de silencio, miran de nuevo las montañas y el agua. —¿Por qué no descansa un rato? Vea ¡qué linda tarde! —Más tarde, tengo que terminar para que mis hombres puedan ir a su trabajo, es lo que me toca, así es desde siempre; de niña se lo hacía a mi apá y mis hermanos; ahora a mi señor y mi muchacho. —Pero es mucho, debería dejar lo demás para ma‑ ñana. —El tiempo no espera muchachos, no hay que que‑ darnos atrás. Entre más sea es mejor.
Narrativa 21 —¿Cómo? —Cuando es mucho tiempo es porque hubo traba‑ jo, fíjese, hasta mi señor me llevó a comprar un par de aretes y una blusa, pa´ que los estrene un día de estos. Es hora de pagar esas bondades. —Pues sí, tiene razón. Se sientan cerca de Parácata que no deja de tallar mientras platica. Se teje un ritmo suave compuesto por las notas del arrastre de la ropa con la piedra, la voz del agua y las palabras compartidas. — ¿Y en qué trabajan sus hombres? — pregunta el chico. —Mi señor es pescador, estos días surtió la cocina de varias fondas y pintó la casa de unos turistas, así como ustedes; y mi muchacho, Eduardo se lla‑ ma, da clases a los chamacos del pueblo vecino, es maestro, acaba de terminar su carrera. —Entonces ya trabaja, ¡pídale una lavadora! —No señorita, ¡cómo cree!, ver que es un mucha‑ cho de letras y números y que no se olvida de su pueblo es el mejor regalo. Y con una lavadora no podría venir al lago, no dice usted misma que hace buena tarde, ¡mire nomás qué vista! Al decir esto deja por un momento la tarea, de nue‑ vo se limpia el sudor de la frente y se pone de pie. Su cuerpo se tiñe de negro con el fondo dorado por el sol. Los jóvenes roban ese momento. Al escuchar el disparo de la cámara voltea de inmediato. —Ay muchachos, ¡ustedes también!, al menos tráiganme una para ver cómo salgo y tenerla de recuerdo. La pareja, apenada, guarda la cámara. De pronto las palabras ya no quieren salir, se ocul‑ tan como el sol, poco a poco. La pareja, al no saber qué más platicar, permanece callada, Parácata se siente a sus anchas en la plática. —Cuando estaba chamaca, mis padres nunca me dejaron venir a lavar sola, ya de grande me con‑ taron que los abuelos de mis abuelos, los de antes
pues, cuando veían una persona cerquita de un lago o un ojo de agua y en ese momento pasaba un ave sobre ellos y volteaban a verla, los tiraban al agua, era como una ofrenda pa´ que no llegara la sequía. Les daba miedo que se me cruzara un ave cuando bajaba a lavar, por eso me acompañaban. Luego crecí, los tiempos cambiaron y la creencia se cuenta, pero ya no se hace, aunque a los ancianos no se les olvida. A lo lejos se oyen unos gritos: —¡Parácata!... ¡Ya vine! La voz se hace más fuerte y poco a poco se distingue la silueta de un hombre bajo de estatura. —Es mi señor. Vino por mí para irnos a comer. Vayan a saludarlo, a veces es testarudo, pero es bueno, nomás la cara tiene. La pareja sonríe y se acercan al hombre antes de que él llegue. —Cómo está, le estamos haciendo compañía a su mujer —Ah… ta´ bueno. ¿Andan de visita? —Sí. Mañana nos vamos— comentó el chico. —Su esposa nos contó una historia de cómo antes regalaban vidas al agua para que ésta no se fuera de sus pueblos— intervino la chica. —Ah, mire. Eso antes no cualquiera debía saberlo… —… —¡No se apuren muchachos!, ya no es lo mismo. Pero muchos lo seguimos creyendo con fuerza pa´que no se les olvide a los que van naciendo. Mi mujer es de las que ya no. La pareja se despide alejándose a paso lento, un ave atraviesa el lago, su silbido los hace voltear, se bus‑ can la mirada y voltean hacia Parácata quien tam‑ bién observa al ave, su marido corre en dirección hacia a su mujer, cada vez más rápido, a gran velo‑ cidad. El chico trata de alcanzarlo, la chica le grita con desesperación, pero la voz del agua movida por el viento impide que los gritos lleguen a oídos de Parácata quien observa el ave y canta para des‑ pedirse del día, del atardecer.
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El grito de las cosas Sandra Patricia Lamas Barajas
Una cuchara insurrecta decretó que todo objeto, sin importar lo común, corriente o barato que fuese tenía el derecho de convertirse en obra de arte. ¡Todos comenzaron a enloquecer! Un orinal fue el primero en posar ante las cámaras, inmediatamente todos los objetos de la cocina, la sala y el jardín buscaron ser descubiertos por artistas. Las sandalias no tardaron en salir del closet y lucir su fastuoso atuendo hecho de césped (dicen que plagiaron la idea a una taza que dejó crecer su pelo para captar la atención del público). Tanta fue el ansia de fama de algunos objetos que olvidaron sus diferencias y se fusionaron en collages o en nuevos objetos cada vez más inútiles. Como el famoso caso de la plancha que fue capaz de implantarse púas a fin de ser fotografiada por un tal Mr. Ray, o el desdichado lipstick que se disfrazó de dedo para que cierto fotógrafo madrileño lo descubriera. La locura llegó a tal grado que ocurrieron actos por demás insólitos y violentos. Cuentan por ahí que una demente cabra de plástico irrumpió en el estudio de un pintor durante una noche de otoño, el resultado fue catastrófico: el muñeco atravesó una llanta y quedó atorado justo en el centro de ésta; histérico, destruyó todo lo que tenía a su paso hasta tumbarse sobre una de las obras del artista. Al pintor le pareció bastante innovadora aquella escena, por lo que hizo un casting para que todo tipo de muñecos y muebles tuvieran la oportunidad de participar en sus obras. La crítica especializada aplaudió al artista y calificó su obra como: “una mordaz sátira al exceso de metafísica del paradigma anterior”. Pero todos sabemos que se trata solo de un accidente provocado por el exhibicionismo de los objetos. No se sabe hasta qué punto llegará esta locura, se dice que actualmente los objetos cotidianos han olvidado su función utilitaria, todos apelan a su carácter artístico y buscan el estrellato. ¿Quién cumplirá su función ahora?
Narrativa 23
(Rauschenberg, R.) Monogram. (1955-1959)
Recuperado de: http://www.artnet.com/magazineus/features/saltz/ saltz1-11-06_detail.asp?picnum=4
Poesía
Con un olor de olvido en los cabellos, con un sonar de venas misteriosas. -Vicente Huidobro
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Tres poemas Miguel Ángel Moncada Rueda
El corazón emerge de noche El corazón emerge de noche llamando a (su) otro corazón, llama su relámpago, llama de amor. Busca una palabra, ensaya nombres, dice piedra, dice luz como si todo fuese luz, incluida la sombra de la que él es su propio corazón. Pero todo es incalculable, impreciso, los nombres no alcanzan a nombrar lo que no está, como panes que no sacian su hambre. Entonces, sólo entonces el corazón discierne: regresa a su caverna como esqueleto de mariposa antigua, solo, inmenso.
Poesía 27
Sin título Sólo puedo escribirle a la mujer ausente, aquella que llora cuando el día termina y la noche no renace, porque de ella es la gloria de la rosa exterminada. Las fuentes de agua turbia lavan su dulzura, la luz insomne y violeta la rodea como una corona que rodea la cabeza anciana gobernante. Hay momentos en que incluso siento su cuerpo y percibo vagamente en el aire su perfume marchito, incestuoso. Por ella, quien ha esperado a todos los héroes tocar en su ventana, atravesando ciudades y mares para verla suspirar. Por ella, que aún desea ser descubierta como un relámpago en la lluvia, e insiste, firme hasta el anonimato de la tumba, en ser la ausente. Por ella escribo este poema, a quien las huestes, los ejércitos de la belleza abandonan mutilada, dejándola intocada bajo la verde luz de lo que muere.
Sin Título Palabra feroz, tigre de porcelana. Tu paso deja una estela de cenizas en el papel vacío del que imagina. Cantar lleno de certezas y legumbres. Te llevo a mi lado para nutrir el paisaje azul de un cielo que muere si no estás tú.
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Observación de aves Aleqs Garrigóz
Cuando las aves orientan su fuga al poniente, el alma siente un no sé qué y con alas al aire quisiera ir también. Volar. Dejar atrás la espesa multitud, el humo asfixiante de la creciente ciudad, el grillete de las obligaciones. Dejarlo todo... como se deja nada. Volar. Batir los cielos con poder de águilas, cortar el horizonte en maniobra espectacular. Sólo por sentir... lo que se siente. Nosotros somos especie de cautiverio; enloquecemos de encierro. Permanecemos. Las aves por nacimiento saben sobrevivir. Cuando emigran a continentes lejanos. El camino sin marca conocen las crías al regresar. Nosotros intentamos aprender; olvidamos. No tenemos más memoria que la palabra torpe, oscura, inexacta.
Poesía 29
Sin título María Graciela Parra Domínguez
Olvido: donde se refugian mis miedos a la espera de la sombra y el descontento, donde padecen las aberraciones una censura permanente, donde intento ocultar el padecimiento de los años, donde pretendo desterrar el nerviosismo de los actos ridículos y el cuestionamiento, pero no lo logro. Firmemente considero el olvido instante de la conciencia íntima, pero su síntoma es orgánico, doliente y no me acosa en la reflexión sino en mis manos que buscan refugio. Olvido poseedor de las llaves de la certeza, de las oportunidades y de los pasos de frente pero se padece donde comienza lo sensorial hasta las vísceras. Falto de argumentos me detengo y rindo cuentas a puntos pretéritos, a la interminable ansiedad de poseer lo distante, de acelerar y correr tras el tiempo. Lejano de un simple no-recordar adviene en remembranzas: valiente analepsis de las decisiones violentas. Olvido: la disyuntiva de tolerar la violentación de mi cuerpo. El olvido es ese Rey que destierra la mentira verbal, olvido que no olvida, olvido que acosa, que se anuncia con un escalofrío largo donde el tropiezo encuentra letanía. Olvido que recuerda el perfume de la niñez y los árboles. No olvido. No nos olvidamos. El olvido es la cercanía de un Yo indeseable e indeseado.
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Dos poemas Juan Martín Anda López
Desgajamiento Amnesia El suelo se derrama en mi cabeza cuando lo miro de frente entonces caigo. De pronto sucede una montaña que parece nueva, que comienza a nacer y llego al centro; sus raíces van a donde voy, así se mueven las montañas. Tiembla la tierra me encuentro en el desasimiento y me descubro: ¡soy de barro!
Revestida por la mañana sale por la puerta la imagen ya borrosa de un hotel de paso.
Poesía 31
Ensayo
No, es imposible; es imposible transmitir la sensación de vida de una época cualquiera de la propia existencia; lo que le confiere veracidad y significado, su esencia sutil y penetrante. Es imposible. Vivimos igual que soñamos: solos. -Joseph Conrad
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Memoria y olvido: un acercamiento a la lógica del concepto Álvaro Troncoso Vargas
El nombre de dialéctica comienza diciendo sólo que los objetos son más que su concepto, que contradicen la forma tradicional de la adaequatio. La contradicción no es una necesidad heraclítea, por más que el idealismo absoluto de Hegel tuviera inevitablemente que transfigurarse en ese sentido. Es índice de lo que hay de falso en la identidad, en la adecuación de lo concebido con el concepto. ‑Theodor W. Adorno
En el presente texto trataremos de exponer algunas ideas acerca de la nece‑ sidad y del cómo es posible superar al concepto, pues según Adorno, éste, en su pretensión de totalidad, deja al margen y al olvido todo aquello que no se identifica con él. Los objetos no se dejan atrapar fácilmente por la lógica o adaequatio del con‑ cepto y de la totalidad que pretende abarcar, porque aquellos no son idénticos a sí mismos ni al concepto que los pretende contener. Sin embargo, y paradójicamente, el pensamiento mismo lleva marcada la apariencia de la identidad. “Pensar quiere decir identificar”, refiere Adorno (1975), así entonces, apariencia y verdad son di‑ alécticamente inseparables. Mientras la conciencia tenga que tender por su forma a la unidad, es decir, mientras mida lo que no le es idéntico con su pretensión de totalidad, lo dis‑ tinto tendrá que parecer divergente, disonante, negativo. Esto es lo que la di‑ aléctica reprocha a la conciencia como una contradicción. La esencia inman‑ ente de la misma conciencia comunica a la contradicción el carácter de una ley ineludible y funesta. Identidad y contradicción del pensamiento están solda‑ das la una a la otra. (Adorno, 1975: 14)
El principio de identidad, característico del concepto, no permite ir más allá de él, y de lo que se trata es precisamente de superarlo, hablar de aquello que no es conceptual, aunque, extrañamente, conceptualizándolo. Cabe hacer una aclara‑ ción, grosso modo, de lo que entenderemos por superación, hemos de entender, de manera dialéctica, que el concepto solo se supera cuando éste rebasa sus límites, cuando le es posible hablar de aquello de lo que prescindía y que sin embargo incluye cada uno de sus momentos anteriores. Es decir, es idéntico y no idéntico: idéntico a su momento anterior, en el supuesto de que conserva aquello que abar‑
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caba su totalidad lingüística, la totalidad que designaba, es decir, la idea de un concepto incluyente y no idéntico, porque a eso mismo que conserva añade aquello no-idéntico que se le escapaba al concepto. Ahora bien, dado que al conocimiento no le es posible prescindir del prin‑ cipio de identidad, de la identificación entre lo real y lo racional, es por eso que tampoco se trata de condenarlo abruptamente, algo que apunta muy bien Tafalla: Lo que Adorno denuncia es que cuando el principio de identidad deja de ser un elemento más del conocimiento para imponerse como el principio funda‑ mental, como la misma guía del conocimiento, entonces la razón no conoce el mundo, sino tan sólo como la ha forzado a identificarse con ella; así que al final, sólo se conoce a sí misma. (Tafalla, 2003: 69)
Lo que se refleja y deviene de todo esto es una gran tautología, esa que no descubre más que su propia imagen, reflejada en la superficie de las cosas que pre‑ tende conocer. En el fondo puede decirse y se traduce que el principio de identidad es una suerte de idealismo, ese que solo es la conclusión última del principio de identidad. Todas las grandes construcciones conceptuales de la modernidad y por las cuales cualquier espíritu cercano a la filosofía siente gran admiración, o en su defecto, respeto, pagaron un alto precio por su construcción, el precio del olvido de lo diferente, lo contingente, lo cambiante, lo casual, es decir, de todo aquello noidéntico con sí mismo. Fue necesaria su relegación en pos de un principio de sim‑ plicidad, su olvido para su seguridad, esa seguridad que engañosamente le ofrecía el principio de identidad. Tomar el principio de no contradicción, la coherencia y la claridad como los ideales del conocimiento implica haber decidido por adelantado que lo real re‑ sponde a tales ideales racionales, cuando eso es algo que sólo podría ser com‑ probado por la experiencia. Y la experiencia muestra lo contrario. (Tafalla: 73)
Así pues, contradicción es no-identidad, que por supuesto afecta también a lo no-idéntico. Es decir, a la conciencia subjetiva, lo que la hace no una ley del pensamiento, sino efectivamente una ley real. Hay otro aspecto que el concepto debe salvar, es decir, no solo el olvido tiene cabida en el conocimiento basado en el principio de identidad, sino también la proyección del mismo concepto, al que llamaremos utopía del concepto o del lenguaje. Quizás el concepto de utopía no sea muy bien visto dentro del pensamien‑ to crítico, dado que éste reflexiona que el contexto y los sujetos, no como binomio, sino como una sola cosa, son los constructores de su realidad y de sus posibili‑ dades para la transformación del mundo, algo que sin duda hace recordar a Marx. A sabiendas de que Adorno no construye paraísos terrenales, sino que hace lo que puede con lo que tiene (es decir, no crea utopismos, ni trabaja para hacer lo que debe ser), nos hemos tomado la libertad de aproximarnos a manera de interro‑ gantes a la otra cara del concepto, so pena de caer en repeticiones o formulaciones antes planteadas, discutidas y solventadas o, en todo caso, caer en formulaciones totalmente fuera de la temática.
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1 Cabe señalar que esto no trata de quitar mérito al gran trabajo llevado a cabo por parte de Descartes, más bien habría que señalarlo como un auténtico héroe del pensamiento, pues en su pensamiento, gestación del pensamiento moderno, se le iba la vida literalmente. Tratando, en todo caso, de copiar un poco el procedimiento adorniano, intentamos hacer colisionar dos conceptos que se contraponen para hacer saltar en este choque las divergencias y deficiencias que los dos puntos tratados conllevan.
La ilusión cartesiana de la distinción y la claridad es ejemplo1 de la tau‑ tología en que cae el conocimiento y el solipsismo que envuelve una pretensión de conocimiento basada en el principio de identidad, al que además le otorga el funda‑ mento de la verdad, éste paga el precio por adelantado y pone las cualidades que ha de cumplir aquello que pretende conocer. ¿Cómo? Haciéndolo idéntico a él. Sin em‑ bargo, el hecho de que lo existente no coincida con su concepto general, no quiere decir que sea indescifrable como algún tipo de instancia última o como el noúmeno kantiano, sino que más bien habría que aceptar que lo universal mora en el seno de lo individual. Que ningún objeto aparece como mera facticidad, esa inmediatez del objeto está mediada por los conceptos pero tampoco se diluye en ellos. Pues bien, si la herramienta de la filosofía es el concepto y es a través de éste que aquélla puede llegar a conocer los objetos materiales y, si consideramos que no es lo único que puede lograr, a saber: justo cuando el concepto desborda el objeto, cuando éste dice algo más de lo que el concepto trata de atrapar en su pretensión de totalidad y la pierde, no solo tiene lugar una pérdida. Es decir, en el reproche que hace el concepto a la realidad operante, dado que como concepto idea o imagen llega a ser más que la cosa concreta, al desbordarla y excederla ¿no nombra el con‑ cepto algo que en la cosa concreta todavía no existe pero que deseamos que exista? Pues en cuanto no se limita a decir lo que existe ahora, ese concepto dice «algo más» de lo que dice en lo profundo, de la totalidad que se nombra como entidad lingüística, como concepto ¿acaso no late el anhelo de que lo fuera? Y en todo caso ¿a este «algo más» podríamos llamarlo acaso utopía? Por ejemplo, y solo como hipótesis de trabajo: si buscáramos en la historia un momento particular de socialismo como referente específico de dicho concepto (socialismo) y lo dijéramos tal y como es, ¿no sería un concepto de socialismo pobre y casi insignificante? Pero si en lugar de éste fuera posible proponer un concepto abstracto de socialismo, cierto es que se pierde aquel momento específico entre mu‑ chas otras cosas, pero también es cierto que ese concepto abstracto de socialismo podría nombrar junto con lo que es ahora, la posibilidad de un socialismo más completo. En este sentido, la razón del concepto sería la crítica sin atenuantes de la realidad operante, justamente, trascendiéndola. En ella se albergan esperanzas de futuro y un elemento de promesa, en todo caso, el lenguaje en tanto conceptual vendría a ser la utopía de la materia. Tal vez el socialismo no esté muerto, y solo haya que removerlo, reinventarlo, rememorarlo. Una rememoración del concepto de socialismo tal vez sea necesaria si tomamos en cuenta la vida interior de los conceptos, si es que en la capacidad humana aún hay atisbos de imaginación, que no es sino la capacidad de hacerse imágenes, a la que también podríamos entender como un símil de esperanza que a su vez podríamos entender como la capacidad de hacerse imágenes, de creer que este mundo puede ser transformado. Un pensamiento negativo como el que propone Adorno es capaz de resistir cualquier forma de dominio, pues en sus procesos de conocimiento es fundamental la denuncia de lo evidente, la imposición de lo uno sobre el todo, de lo abstracto sobre lo concreto, de lo universal sobre lo individual. Una filosofía de la identidad entre razón y realidad deja poco espacio, si acaso ninguno, para la crítica, se legitima a sí misma. “Todo la real es racional y, todo lo racional es real.” Sentencia última del idealismo alemán.
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Pero cuando la filosofía se asume como crítica, hay un peligro que debe sortear. El peligro consiste en que su actitud crítica se derive de la falsa seguridad de creer haber encontrado una supuesta verdad desde la cual se denuncia la falsedad del presente. (Tafalla: 77)
Es decir, como si esa crítica se desprendiera desde una posición superior y privilegiada, que devendría más bien en una crítica trascendente, luego entonces en dogmatismo. La crítica no cuenta con la verdad, y hasta podríamos decir que ni siquiera la busca, y no lo hace precisamente porque no existen siquiera posiciones superiores, miradores con el privilegio de ver eso que se escapa cotidianamente. Lo que es posible, es un crítico situado dentro de un movimiento dialéctico, es decir, un crítico inmanente y trascendente a la vez, que pueda asumirse dentro y fuera de la situación que critica, conocerla y saberse implicado y a la vez resistirse y liberarse con la mirada puesta en lo posible, en lo distante, aunque sea negativamente. Si la filosofía verdaderamente pretende salvar lo no-conceptual para el conocimien‑ to y dado que el instrumento para el conocimiento en la filosofía es el concepto, entonces ha de ser el concepto mismo el que suprima la opresión con la que pierde los objetos. A la filosofía le es imprescindible –por discutible que ello sea- confiar en que el concepto puede superar al concepto, al instrumento que es su límite; esta confianza en poder alcanzar lo supraconceptual es así una parte necesaria de la ingenuidad de que adolece. (Adorno: 18)
Y si es que es cierto que lo que el concepto alcanza de verdad es a merced de aquello que oprime, rechaza y desprecia, la ingenuidad consiste entonces en penetrar con conceptos aquello que no es conceptual, pero siempre con el cuidado de no acomodar estos a aquellos. Incluso el concepto mismo puede ser objeto de conceptualización. Los conceptos no sólo no llegan a los objetos, sino que a la vez remiten al olvi‑ do todo lo que pierden, de tal modo que sin ningún reparo se concentran en la construcción de gigantescos edificios conceptuales cada vez más autónomos y autárquicos, que acaban por perder todo contacto con la realidad que presun‑ tamente describen. Los conceptos tienden a olvidar los objetos y convertirse ellos mismos en los objetos del conocimiento, en encerrar la filosofía dentro de sí misma bien lejos de la realidad. El rigor del trabajo conceptual dificulta reconocer que esas grandes construcciones no son más que la cosificación de un olvido. (Tafalla: 83)
Encontrar lo no-conceptual en los conceptos y hacerlos resaltar es la tarea. De lo que se trata entonces es de una transformación de los conceptos, han de renunciar a ser idénticos a sí mismos, inmutables, con una definición única y de‑ finitiva, han de ser dinámicos, pues solo así lograrán acercarse a las cosas y dar pie a la determinación que de ellas reciben. Dejarse guiar precisamente por aquello no-idéntico en ellos, por los objetos siempre cambiantes, y esto ha de lograrse po‑
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niendo fin a su estaticidad, hacerse dinámicos y en el mejor de los casos dialécticos, no solo con las cosas sino también con otros conceptos, limitándose y mediándose unos a otros recíprocamente. Disponiéndose, a fin de cuentas, en constelaciones. Pues en palabras de Adorno (1975): “Sólo los conceptos pueden realizar lo que im‑ pide el concepto”. En esta búsqueda, “no sólo lo buscado depende de la búsqueda, inversión de la creencia clásica, es la búsqueda misma la que esconde lo buscado en el mo‑ mento del encuentro, sin otra alternativa posible” (Aguilera, 1991: 25). Un pensamiento envuelto en el enrollo de saberse verdadero si y solo si, no se comprende a sí mismo, es decir, abierto a lo no pensado que él implica, provoca vértigo y náusea al tratar de pensarse a sí mismo: buscándose para perderse y solo así encontrarse con aquello no conceptual que su búsqueda implica. Con aquello que no se identi‑ fica con el sujeto cognoscente, su entendimiento y sus procesos lógicos. Las preguntas que plantea Antonio Aguilera pueden servirnos para acer‑ carnos un poco más a lo que tratamos de entender: Ese dirigirse al objeto es lo que impide concebir la dialéctica como un método. Ni «algo», ni «objeto», ni «no idéntico», pueden reducirse a concepto, pues son el medio a través del cual lo no conceptual aparece en el concepto. La aporía se la atrae: ¿es lo no conceptual un concepto? ¿Es el concepto también algo no conceptual? (Aguilera: 47)
En esa búsqueda de la identidad en la no identidad habría que oponer la no identidad en la identidad, es decir, todo principio para ser pensado necesita de lo que excluye, porque todo lo singular depende de una totalidad en el seno de la cual ocupa su puesto y valor. En este primer caso la filosofía de la memoria que propone Tafalla a partir de Adorno es ilustradora. En el segundo caso, encontramos que en el reproche de que la cosa no es idéntica al concepto vive el anhelo de que lo fuera, está la exigencia de mayor racionalidad, no de menos; de una racionalidad que tome en cuenta lo rechazado por la dominación de la naturaleza y de los hom‑ bres, algo que nos recuerda el arte sin conceptos, la música atonal o el componente retórico que la filosofía negativa trata de iluminar. Una filosofía tal deja sin privilegios al espíritu analítico, es decir, la división de la dificultad, la parcelación del problema ya no es suficiente para alcanzarlo. Este método, que identifica la verdad con la idea clara y distinta, tiende a entenderse o se encamina hacia su relegación en tanto es considerada falsa. Hace ya un tiempo, Marx había hecho alusión a la complejidad con la que se nos presenta la realidad, problema que trasciende por supuesto la metodología analítica, la claridad y la distinción, pero no por ello los suprime, los olvida o los abandona, recordemos que el pensamiento analítico tiende a la identidad, La ruptura dialéctica de Schönberg respecto de la música tonal o burguesa, esa que liberaba a la música de sus intimísimas leyes tonales y armónicas, de al‑ guna manera reincidía en aquello mismo que pretendía su dominación, una nueva lógica de control, un sistema cerrado y leyes establecidas que acompañaban a la composición dodecafónica. Esto no debe tomarse por algo extraño, es propio de la
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lógica de la identidad, esa acompañante antiquísima de la conciencia que la colocó como bandera en la aventura de su desarrollo histórico. El caos es un mundo in‑ seguro, irracional e ininteligible, el cosmos es la meta y nuestra seguridad. En este sentido, hay pocos culpables, en el hecho de que la conciencia tiende a la identidad hay poco que discutir y hablar, lo que nos interesa es lo que se le escapa.
Bibliografía: Adorno, Theodor W. (1975) Dialéctica Negativa. Trad. José María Ripal‑ da. Taurus; Madrid. Aguilera, Antonio (1991) Introducción a Actualidad de la filosofía, de Theodor W. Adorno, (trad.) José Luis Arantegui Tamayo, Paidós, Barcelona. Tafalla, Marta (2003) Theodor W. Adorno. Una filosofía de la memoria, Herd‑ er, Barcelona.
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Conciencia histórica y conocimiento María de Lourdes Becerra Zavala
Ser hombre es serlo todos los días para todos los días, estar recién llegado. ‑Hugo Zemelman
En el presente ensayo abordaré la cuestión de la conciencia histórica y la investigación social y humanística. Fundamentalmente me interesa llamar la atención sobre la relación activa que tenemos con el pasado a partir de nuestro presente, en tanto personas involucradas en la producción de conocimiento social y humanístico. 1. Individuo e historia Podemos estar en la historia o tener una historia, podemos solo pertenecer a la historia o bien construir la historia. Si hablamos de una historia personal, nos reconocemos como parte de una familia, de una comunidad, de una región, iden‑ tificándonos con personas que nos antecedieron en el tiempo y en los diferentes espacios que habitamos. Nos apropiamos del tiempo pasado a partir de los ava‑ tares de nuestro presente, en el mismo sentido que “la Historia no es la historia del pasado, sino la del pasado de nuestro presente y, por tanto, de nuestro presente” (Heller, 1986: 234 énfasis original) El presente es el primer referente para pensar el pasado; éste se transfor‑ ma en la misma medida que se transforma el presente, se amolda y responde a los temores, necesidades, utopías que cada generación se plantea. Así, la primera condición para reflexionar sobre el tiempo es delimitar la extensión de mi presente: mis actividades, mis relaciones sociales, mis intereses, mis ilusiones, mis repul‑ siones. Si no pienso sobre mi propia vida, no puedo pensar sobre la vida de otros, podré hacer comentarios, juicios, pero no se generan condiciones para el recono‑ cimiento de la conciencia histórica. Nuestro presente, la historia, no es solo personal, también es colectiva en el mismo sentido que nuestra vida es colectiva a partir de las trayectorias cotidianas construidas a lo largo de la existencia en el mundo. Estamos inmersos en un juego de reciprocidades sociales que se constituye y configura desde un código, un campo instrumental del que disponemos para producir/consumir el conjunto de objetos prácticos que sirven para nuestra reproducción (Echeverría, 2001).
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De lo anterior se podría afirmar que las trayectorias cotidianas de mi vida son únicas, y no están agotadas por el código (todas las maneras que tengo para comunicarme con otras personas), el conjunto de objetos prácticos (la materiali‑ dad que media mis actividades diarias, ya establecida desde antes que naciera), ni las normas sociales explícitas e implícitas para poder vivir entre los hombres. Y eso vale para cada ser humano, pues es en la medida que desarrollamos nuestra existencia (la reproducción social) que se crea esa posibilidad única de habitar el mundo desde mi presente, desde mi pasado. Estamos determinados históricamente por la manera en que hemos apren‑ dido a relacionamos con los objetos (naturales o creados por el hombre) y las per‑ sonas. Pero esas determinaciones no existen por sí mismas, sino solo en la medida que cada uno de nosotros las realiza día con día. La historia no nos condena, no prescribe de antemano cómo será el futuro porque siempre existe la posibilidad de las elecciones humanas, únicas en sus trayectorias, seres humanos que ejercen su voluntad-acción y asumen los compromisos éticos de las elecciones realizadas. Esto es la conciencia histórica y genera condiciones para la libertad. 2. La conciencia histórica La transnaturalización, esto es, el paso de la animalidad a la vida humana, consiste en un trauma o salto de la mera determinación como especie biológica a la deformación o perversión en el cumplimiento de las funciones vitales. La sim‑ bolización de los ritmos naturales y sociales, el horror ante el vacío de la muerte, la consideración de finitud de la existencia de un solo hombre frente al horizonte temporal de los que nos sucederán, serían algunos ejemplos de dicho trauma. Las pinturas y petroglifos rupestres, así como los vestigios de los más antiguos rituales funerarios serían la prueba de esa “deformación” como especie animal. Esas son las primeras evidencias de que nuestra especie ya no fue solo ani‑ mal, estaba pensando en el tiempo. Creo que ese rasgo es lo que nos hace verdaderamente humanos: pensar sobre los hombres que estuvieron antes de nosotros, con nosotros y los que vendrán. Hasta donde sé, ninguna otra especie genera y preserva una memoria más allá de la genética. Nuestra memoria genética no es suficiente para la preservación de la especie, es necesario generar una memoria humana, una no “natural”, en una variedad de soportes que van desde una piedra hasta el mismo cuerpo. La forma en que cada grupo humano ha creado su memoria es una elección civilizatoria. Cada elección civilizatoria es excluyente, de lo que deriva que cada historia es excluyente y puede considerarse a sí misma como la más sensata, la más acabada y la mejor, a pesar de que ningún hombre sea superior a su propia especie. El sen‑ timiento de superioridad y las consecuencias de ello no es una cuestión de natura‑ leza humana, sino de elecciones sociales en el tiempo. En este punto convergen las trayectorias cotidianas personales, individu‑ ales, con las trayectorias colectivas. Un solo mundo y una sola historia mantienen una relación dialéctica con las historias y mundos que lo constituyen. Aceptar que soy una historia, formo parte de historias, y construyo una historia significa aceptar mi historicidad, y la conciencia histórica de mi existencia. La conciencia histórica
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me permite ubicarme en el juego de reciprocidades sociales, mis limitaciones y po‑ tencialidades a partir de las condiciones que me concretan como humano. Saberme individuo hacedor de historia, y la superación de los límites de las identidades y el deber ser establecido en la actividad de mi existencia me vuelve libre. Trascender mi historia, me vuelve libre. 3. Creación intelectual La actividad de creación de conocimiento en los ámbitos de las ciencias sociales y las humanidades tiene la particularidad de tener una identidad parcial con aquello que desea conocer. La historia, la literatura, la filosofía, la sociología, la antropología, la ciencia política, la economía, la geografía, la psicología, la peda‑ gogía, la lingüística y la posibilidad de campos de conocimiento creados de sus convergencias, tienen en común el acercamiento a una realidad creada también por seres humanos presentes y/o pasados. La realidad estudiada por las ciencias sociales y las humanidades jamás está dada, se construye a partir de los datos y de las orientaciones teóricas que el investigador considera significativos o no de la realidad. Se puede construir un conocimiento sin que medie en el proceso la concien‑ cia histórica, exactamente de la misma manera que se puede estar en el mundo sin tener un mundo. La importancia de la conciencia histórica en la construcción de conocimiento intelectual radica en asumir las trayectorias y elecciones cotidianas, el compromiso ético, en relación a las actividades intelectuales. En la medida que el conocimiento es una creación individual y colectiva, tengo una responsabilidad ética para con ese conocimiento, ¿qué hago con él?, ¿para qué “sirve”?, ¿qué diferencia y singularidad inaugura mi investigación, disertación, poema? La respuesta es igualmente singular, única, que se realiza en la concreción del juego de reciprocidades sociales en el que nos desenvolvemos, la cuestión radica en ubicarme en dicho juego mediante la conciencia histórica. “La singularidad, indi‑ vidualidad o unicidad no es, así, privilegio del ser humano; lo que es privilegio suyo es la concreción de las mismas” (Echeverría, 2001: 128). La conciencia histórica nos ubica en nuestro presente individual, mi trayec‑ toria de vida, la cual no es aislada, confluye con otras historias. Así como soy parte de colectividades presentes, también los soy de colectividades pasadas. Re-conozco las limitaciones y potencialidades que están en la historia, trascenderlas a través de la actividad intelectual de crear conocimiento nos permite ser libres. Y esta activi‑ dad no puede ser realizada individualmente, al contrario, soy libre porque puedo convertirme enteramente como ser humano en la medida que reconozco la hu‑ manidad en mis relaciones sociales. Pienso que la creación de espacios que nos permitan reconocer nuestra hu‑ manidad y pertenencia a una comunidad en cualquier nivel (mientras más cotidiana más significativa) representa el compromiso ético de reconocer, interpretar y actuar en el mundo a través de la creación y significación vital de nuestro conocimiento. El compromiso que me anima a preparar un programa cada semestre, a preparar una clase y asistir a ella con el ánimo de conocer junto a mis alumnos, es relativo a este principio, el mismo que busco compartir con ellos en su formación universitaria.
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Al involucrarnos en la producción de conocimiento de la realidad humana, tenemos el compromiso ético de trascender el límite de nuestra propia individuali‑ dad, para reconocernos en las integraciones sociales de las que formamos parte a partir de nuestro propio conocimiento. Por último, no creo que la conciencia histórica esté reservada solo a las activi‑ dades intelectuales particulares del quehacer académico o artístico. Sin bien aquéllas son la expresión contundente de la necesidad de hacer mundo, de posibilidades de construcción de sentidos diversos desde el conocimiento, actividades mucho más mundanas y ociosamente placenteras como escuchar música, jugar en un parque, platicar sobre lo que nos gusta, nos emociona, nos produce tristeza, son asuntos co‑ munes a toda la especie humana y fundamentales para nuestra existencia. Un gran reto para los que gozamos de este sentido humanista, es reunir los aspectos lúdicos, ociosos, imaginativos con la actividad intelectual y entre otros placeres, el de crear conocimiento por el puro placer de hacerlo, como diría Cor‑ neluis Castoriadis: “cuando no existe el peligro de morirse de hambre, ¿qué es vivir?”
Bibliografía: Castoriadis, Cornelius (1977) Transformación social y creación cultural. Consultado en http://www.infoamerica.org/teoria_articulos/castoria‑ dis01.pdf, el 7 de julio de 2012. Heller, Agnes (1986) Teoría de la Historia, Fontamara, México, D.F. Echeverría, Bolívar (2001) Definición de la cultura. Curso de Filosofía y Economía 1981-1982, Universidad Nacional Autónoma de México, Méxi‑ co, D.F. Lévi-Strauss, Claude (1975) “Las tres fuentes de la reflexión etnológica” en José R. Llobera (comp.) La Antropología como ciencia, Anagrama, Bar‑ celona. Zemelman, Hugo (2002) Necesidad de conciencia: un modo de construir conocimiento, Anthropos, Barcelona.
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El olvido como indicio en las investigaciones de historia oral María del Carmen Altagracia Rocha Martínez
Las visión positivista de la historiografía nos ha hecho creer que en la his‑ toria solo es válido aquello que es comprobable mediante los documentos de ar‑ chivo. Afortunadamente, son muchas las tendencias que, a partir de los fundamen‑ tos teóricos formulados por Lucien Febvre y Marc Bloch para el desarrollo de la Escuela de los Annales, nos permiten ampliar el campo de fuentes de información a las que el historiador recurrirá para explicar el pasado. De igual forma, los temas de investigación se multiplican abriendo un abanico de exploraciones para conocer al hombre en todas sus facetas. Desde la apertura a nuevos objetos de estudio, como la economía, las men‑ talidades colectivas y el género femenino, hasta objetos específicos, la historia elaborada con arraigo a la tradición de los Annales es una historia vigente que sigue en la búsqueda de fuentes y métodos que den cuenta de los acontecimientos y de las formas de vida de las sociedades. Una de estas tendencias la constituye la historia oral, cuya fuente, a decir por Sandoval Pierres: es la memoria, ese conjunto de recuerdos y olvidos que van conformando las experiencias que nuestros sujetos de estudio reconstruyen y nos comunican de manera oral, experiencias que son recuperadas y registradas por el inves‑ tigador a través de la entrevista de Historia Oral, para después someterlas a un proceso de transcripción y, posteriormente, a su interpretación. (Sandoval Pierres, 2010: 7)
Más que una corriente historiográfica, la historia oral se presenta más bien como una metodología para el tratamiento de las fuentes orales, pese a que con‑ tiene un marco conceptual para definir la memoria y todo lo que deriva de ella, así como su comunicación con miras a la transmisión del conocimiento histórico. Dentro del contexto de la nueva historia heredada de los Annales, la historia oral busca hacerse de información nueva a través de nuevos sujetos, de documentos vivos, con herramientas prestadas de otras ciencias sociales, en un juego interdisci‑ plinario donde la psicología, la antropología, la sociología, la semiótica y la historia entablan un diálogo que deriva en la exposición de los recuerdos, los sentimientos y las interpretaciones que sobre los hechos realiza la persona entrevistada, el sujeto de la historia oral.
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Dentro del proceso de búsqueda, exploración y crítica de las fuentes que proporcionarán la información requerida para la construcción de una historia, el historiador debe ser capaz de observar los detalles que los documentos consultados contienen. Nótese que cuando se habla de documentos no solo se hace referencia a los papeles de archivos institucionales, también se contemplan libros, cartas y otro tipo de testimonios, como edificios, expresiones artísticas, propaganda, entre otros, que el historiador debe estar dispuesto a cuestionar, interrogar y exprimir a partir de preguntas lanzadas desde diferentes perspectivas, con la finalidad de obtener la mayor cantidad de información posible. En este sentido, el documento vivo, la persona entrevistada, se equipara al documento en papel, inerte, de quien se obtendrá la información solo si el inves‑ tigador tiene la habilidad de realizar las preguntas adecuadas y de interpretar las respuestas recibidas. El proceso de interpretación al que el historiador se adentrará es un proceso que deberá atender a dos tipos de información: la revelada y la que se quedó con la persona entrevistada pero dio visos de existencia. Sirva para esto la analogía con el documento: si nos hallamos ante un documento donde se hace constar el nombramiento político de una persona durante el siglo XIX, no únicamente nos en‑ focaremos en leer el contenido del texto, también observaremos el tipo de papel en que está escrito, si tiene sellos, la tinta, la letra usada, si tiene enmendaduras, pen‑ saremos alrededor de qué circunstancias materiales fue creado el documento, si tiene tachaduras, rayones, borrones, cualquier detalle que nos haga pensar, no sin algo de malicia, que el documento pudo ser alterado o pudo haber sufrido algún percance estrechamente relacionado con su momento histórico, y que en última instancia nos proporcionará más información aparte de la contenida en el texto. Regresando a la información que proporciona el individuo entrevistado, su‑ jeto de nuestra historia, intentaremos distinguir las tachaduras, borrones y enmenda‑ duras en su discurso que darán la pauta para encontrar más cosas que trasciendan la información, generalmente sesgada, proporcionada por un individuo, el cual vio los acontecimientos desde su propia perspectiva, bajo sus parámetros y enmarcado en estructuras mentales muy íntimas, ya a nivel social o a nivel personal. Las irregularidades observadas se manifestarán comúnmente como olvidos y lagunas mentales que, si bien pueden ser explicados con mayor precisión por la psicología, no son inútiles para el historiador, quien a partir de un olvido o un cambio de versión de los acontecimientos por la misma persona está en la libertad de redirigir su investigación para plantearse nuevas preguntas y descubrir sende‑ ros que lleven a las respuestas, quizás muy diferentes a las que en un principio se vislumbraban. Visto superficialmente, el olvido proporciona muchas pistas para hacer‑ nos sospechar de la existencia de otras rutas para llegar a describir verazmente un acontecimiento o un proceso histórico. Sin embargo, cuando recurrimos a la noción de indicio y al paradigma indicial en la investigación, es notable que se puede sistematizar esa serie de olvidos, lagunas y cambios para crear un complejo modelo que oriente las investigaciones a base de entrevistas de histo‑ ria oral, y esto bajo la advertencia que el ser humano, aunque posea constantes
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en sus actitudes, también es variable e impredecible, un objeto de estudio que no atiende a leyes científicas. Para Carlo Ginzburg, los indicios son manifestaciones casi imperceptibles de que algo ocurrió, pueden ser rastros o huellas muy concretas pero que requieren una interpretación especial que va más allá de la simple observación y el cuestionamiento. Interpretar a partir de un indicio es construir casi toda una historia alrededor de él, es investigar mientras se descifran señales y singularidades del objeto de estudio. Según el historiador italiano, un rasgo importante de los indicios cuando son analizados desde la perspectiva de una investigación histórica, es que mantienen una constancia relativa al fenómeno al que pertenecen, se presentan a determinados tiempos, justo como los síntomas pertenecen a una enfermedad. Por otra parte, si bien es cierto que los indicios son un tipo de fuente que contiene cierta información, cuando se trata de interpretarlos es el momento en que la participación del historiador debe ser activa. Se plantean las preguntas, se busca, se interroga, pero, más aún, se intuye. Un factor clave para la lectura de los indicios es la intuición relacionada directamente con la calidad de constancia mencionada líneas arriba. Si sabemos cómo el indicio es constante, cómo se presenta en un mo‑ mento específico y cómo responde a ciertos fenómenos, habremos sistematizado información tan delicada cuyos esquemas de interpretación se convertirán en la intuición que nos orientará para interpretar objetos enteros a partir de las aporta‑ ciones que de él hagan los indicios. Ha sido muy cuestionada la calidad científica del paradigma basado en indicios; sin embargo, se debe hacer la distinción entre la intuición de carácter so‑ brenatural y la intuición como facultad de sobrevivencia del hombre. En palabras de Ginzburg: “Esta ‘intuición baja’ radica en los sentidos (si bien los supera) y, en cuanto tal, nada tiene que ver con la intuición supersensible de los distintos irracionalismos que se han venido sucediendo en los siglos XIX y XX” (Ginzburg, 1989: 164). Así, estamos ante una cualidad comunicativa del ser humano, que en la entrevista de historia oral será de vital importancia para recuperar aquellas viven‑ cias útiles para la reconstrucción de los procesos históricos que nos interesan. A manera de conclusión, la relación que quiero establecer entre el uso de los indicios y la metodología de historia oral es una relación de sistematización de aquellos detalles, como el olvido en el discurso de una persona que cuenta sus ex‑ periencias, para tener parámetros dentro de los cuales el historiador pueda pregun‑ tarse y replantearse la hipótesis o, por lo menos, hacer inferencias sobre el suceso que está estudiando. La comunicación, como proceso complejo del ser humano, debe ser una facultad dominada por el investigador para lograr acceder al conocimiento que no se encuentra escrito en papel, pero que en la memoria de las personas tiene un lugar especial que busca ser transmitido.
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Bibliografía: Ginzburg, Carlo (1989). Mitos, emblemas e indicios. Morfología e historia, Editorial Gedisa, España. Lara Meza, Ada Marina, Felipe Macías Gloria y Mario Camarena Oc‑ ampo (2010). Los oficios del historiador: taller y prácticas de la historia oral, División de Ciencias Sociales y Humanidades de la Universidad de Guanajuato/ Departamento de Estudios de Cultura y Sociedad/ Labora‑ torio de Historia Oral, Guanajuato. Teoría de la historia. Para pensar el pasado (26 de noviembre de 2004). El historiador y los documentos [en línea]. México. Recuperado el 5 de abril de 2012, de http://teoriadelahistoria.files.wordpress.com/2011/01/ miguel-a-guzmc3a1n_el-historiador-y-los-documentos.pdf
Artículo
Tanta prisa tenemos por hacer, escribir y dejar oテュr nuestra voz en el silencio de la eternidad, que olvidamos lo テコnico realmente importante: vivir. 窶然obert Louis Stevenson
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Tocata y fuga del recuerdo Pablo Cerezal
Duele comprobar cómo los que, a día de hoy, se han hecho due‑ ños de la traicionera tarea de proporcionarnos información, ignoran con tremenda celeridad aquello que tan solo ayer fue flamante y novedosa noticia. Intentamos retomar el hilo de un acontecimiento, un apunte televisivo, una escueta cuestión que nos resulta interesante, y nos per‑ demos irremediablemente en una marea insomne de datos, cifras y es‑ tadísticas en que, muy a duras penas, y con notable esfuerzo, daremos con la continuidad del hecho que nos importa. Ya caducó la primicia, la noticia ha dejado de serlo, la información ha sido por siempre olvidada por los voceros de la información. Que la vida va deprisa, parece. En noctámbulas charlas y espaciadas comidas opinamos sobre este hecho de la fugacidad informativa, y acabamos resumiendo que es‑ tamos manipulados. Nos manipulan los medios informativos, nos ma‑ nipulan los gerifaltes de la noticia, nos manipulan los gobiernos y los mercados, nos manipulan quienes damos en llamar los amos del mundo y, ¡ay!, son muy otros de aquellos a quienes éste legítimamente pertenece. De esta manera consiguen que cualquier hecho, por mínimo o grave que sea, que pueda llamarnos la atención, comience a borrarse en nuestra memoria ante la ausencia de continuidad. La tragedia de ayer (devastadora inundación en una recóndita provincia china, por ejem‑ plo) es hoy ignorada y no podemos, a pesar de intentarlo, recordar la magnitud de la misma, el vendaval de llanto y sufrimiento que produ‑ jo. Solo queda, flotando como el envoltorio maltratado de un caramelo ya deglutido, el recuerdo inexacto de que ocurrió una terrible catástrofe en algún rincón perdido del mapamundi. No más. Regresado al hogar, acomodado ya en el silencio de las horas venideras, las que sibilinamente anteceden al sueño, reflexiono y me pregunto si no será que la información, simplemente, es fiel reflejo de nuestros días. Es muy probable que se trate solo de una burda copia, sí, lo que escuchamos en televisión, lo que leemos en la prensa, de nuestras propias y esforzadas vidas. Tal vez solo un estético reflejo pixelado de esa marcial y gélida calendarización en la que hemos decidido, hace ya demasiado tiempo, transformar los latidos de nuestros corazones. ¿Acaso recuerdas el rostro de aquella persona que abrazaste una noche, al amparo tibio de la madrugada?
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Sí, ¡haz un esfuerzo!, ¡recuerda! Me refiero a esa romántica aventura, aquel fugaz encuen‑ tro aderezado de alcohol y promesas de goce insensato y oblicuo. Aquella suave caricia de piel de luna, aquel lúbrico suspiro de eter‑ nidad coagulada al amparo de una noche a la que no deseabas, por nada del mundo, engalanar con la diadema obtusa del amanecer. Recuerdas, ¿cómo no?, que fue aterciopeladamente bello, dolo‑ rosamente intenso, sucio quizás, y sabroso sin duda. Pero, por más que lo lamentes, te descubres ya incapaz de recordar su rostro, e incluso du‑ das si no será la malévola intención de la memoria trocar en plena dicha algo que no fue más que un momentáneo desorden de los sentidos, un encuentro no esperado, un atropellado desahogo del deseo. El caso es que, aunque lo pretendas, has perdido ya la capaci‑ dad para, al menos, recordar su rostro y, mientras miras las noticias, anestesiado por la monótona y hueca sonoridad de el/la presentador/a de turno, tomas conciencia de que mañana habrás olvidado, también, la feroz hambruna africana, o el imprevisto terremoto que, en un lejano país de ignorada geografía, ha cauterizado miles de futuros, dejándolos inservibles, rotos. Las noticias, en fin, como las primicias y crónicas con que vamos esculpiendo nuestra existencia serán, tarde o temprano, abandonadas al albur del olvido e incluso la indiferencia. Es la fugacidad que se nos instala en la vida, como ese vecino al que no hemos invitado pero aún así se interna en nuestra cocina para husmear las fragancias del guiso con que pretendemos alimentarnos. Y al fin y al cabo, los noticiarios solo son reflejo de nuestra pro‑ pia existencia: fugaz e inconsciente, por mucho que esto nos duela y pretendamos negarlo en reuniones e intimidades, por mucho que haga‑ mos pública exhibición de nuestra preocupación por la paz mundial y la extinción del hambre en el tercer mundo. Como ocurre con aquella persona que vino a enredarnos el de‑ seo una noche en que los vampiros ocultaban su dulce mordisco de daño y soledad, pretendemos pensar que prestamos atención a los sucesos que, a diario, sacuden las vidas ajenas: las noticias. Quizás solo lo hagamos por evitar que nos ahonden la cicatriz de nuestra despreocupación y nuestro olvido. Y así transcurre la vida como una sinfonía rara que pasa de la tocata a la fuga y se nos escabulle en las rendijas oxidadas de la memoria. Sería bueno intentar retener la melodía. Llegará un día en que nos hará mucho bien rememorar los acordes perdidos, las disonantes armonías a cuyo son danzaron un día nuestros pies y los de la Humanidad toda.
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Memoria virtual, olvido potencial Gabriela Trejo Valencia
No estoy completamente segura si esto es una reflexión sobre la memoria o sobre el olvido. Idee este texto con la consigna de trabajar acerca de la pérdida de los recuerdos, pero debo admitir que pensar sobre este asunto me llevó a ponderar que hoy más que nunca vivimos un entorno especialmente configurado para no olvidar. Me explico: la tecnología ha puesto a nuestro alcance el mayor número de medios para que siempre tengamos presentes eventos, cumpleaños, reuniones (de trabajo o lúdicas), fechas límites, prórrogas a entregas importantes, clases, el inicio de nuestro programa favorito, y un largo etcétera. Todos esos aspectos con frecuencia eran pasados por alto porque no siempre venían a nuestra memoria a la hora buena. De tal modo, era común que termináramos ofreciendo disculpas por nuestra mala cabeza y nuestra memoria de teflón; sin embargo, aun así nos acostum‑ brábamos a memorizar ciertas fechas y a ejercitar nuestra capacidad de retención para evitar -en la medida de lo posible- olvidar tal o cual cosa importante. En fin, se buscaba tener memoria de elefante y acordarse puntualmente de varias cosas a la vez; no obstante, últimamente las co‑ sas han cambiado porque ya no es necesario amarrarse un hilito rojo en el dedo para tener presente tal o cual cosa, es más, ahora se nos anuncia con una anticipación programada (15 minutos, una hora, un día) que llegó determinado momento o que a las 7 nos veremos con Perenganita. Y es que en la actualidad ciertos artilugios tecnológicos como los telé‑ fonos inteligentes, los reproductores multimedia de última generación, las minicomputadoras o los dispositivos de comunicación por inter‑ net (estos medios pueden trabajar por separado o bien, conjuntarse en un mismo super artefacto costoso, estilizado y multifuncional que mi abuela suele denominar “cosa del diablo”) nos hacen fácil la tarea de recordar e incluso pueden programar nuestros días al fungir como una agenda capaz de condicionar nuestro quehacer. Así pues, ya no envidi‑ amos a quien tiene memoria de elefante sino al que tiene la mejor me‑ moria artificial. En vista de ello, me di cuenta que mis reflexiones sobre el tema del olvido apuntaban más bien a ensalzar la memoria representada en los dispositivos y ordenadores. Fue por eso que estuve a punto de dar por terminado este texto; no obstante, reflexioné que en realidad mi enfoque sí reflejaba el hecho de que cada vez es más notoria la paulatina pérdida de la capacidad de recordar. Es más, ya no es tan necesario guardar en la memoria aquello que debíamos tener en cuenta por ser relevante en nuestra cotidianeidad, y eso gracias a que hemos delegado esas preo‑ cupaciones a múltiples artificios, sitios web y herramientas de software
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que atinadamente nos recuerdan el qué, el quién, el cuándo, el cómo y el dónde, es decir, fungen como la gran memoria de sus usuarios. En virtud de lo anterior, llegué a la conclusión de que si bien es cierto que actualmente experimentamos un contexto profundamente memorioso, también es verdad que cada vez se merma más nuestra posibilidad de evocar el pasado por nosotros mismos, ante todo porque hemos aprendido a dejar de usar la memoria… ahora literalmente la compramos. Adquirimos algunos de los artilugios ya mencionados y vamos sustituyendo poco a poco la preeminencia de la memoria hu‑ mana para privilegiar los diversos medios tecnológicos que, como son harto eficaces, se encargan de retener con precisión datos, fechas y hechos sin que nosotros tengamos que preocuparnos más por eso. En síntesis, vivimos rodeados de aparatejos y sitios web que tienen la encomienda de hacer más sencilla nuestra vida al permitir‑ nos comunicarnos con facilidad, hacer 1785 amigos, saber del clima, la bolsa de valores y el estado de salud de tu perro únicamente con desli‑ zar el índice. Es decir, vivimos entre necesidades creadas y entonces suponemos casi imposible vivir sin celular, computadora, equipos de la empresa de la manzanita o medios extraíbles USB. Aunque claro que no solo estos dispositivos tecnológicos se han encargado de “facilitar” nuestra vida poniendo al alcance de la mano una memoria artificial, las redes sociales son una de las principales vías para ello. Son éstas las que minuto a minuto activan su memoria y básicamente paralizan la nues‑ tra, ya que periódicamente nos informan con bombo y platillo acerca de los eventos que debemos tener en cuenta en el transcurso del día, y de los cuales ni estábamos enterados. La participación en las redes sociales se ha convertido en mone‑ da de circulación corriente en México. Citar estadísticas recientes me parece más bien ocioso, pues día tras día crece el número de usuarios en nuestro país, los números no son del todo confiables. Decir que hay 30 o 40 millones de usuarios no hace la diferencia, lo sustancial es la in‑ negable evidencia del crecimiento exponencial de las redes sociales, las cuales se han vuelto una costumbre en nuestro estilo de vida, por eso constantemente revisamos los avisos, notificaciones, invitaciones, even‑ tos, mensajes, comentarios, aplicaciones y juegos. De ahí que la mayoría de nosotros consideramos difícil pasar una semana (por no decir un día) sin entrar a nuestra red social favorita. Sin embargo, lo que preten‑ do resaltar aquí es que las redes sociales han influido en dos aspectos elementales de la vida del hombre: lo hacen partícipe de una dimensión donde es factible acceder a las posibilidades de una existencia (aparente
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y no real) inolvidable en la que cada acción que se realiza no podrá ser borrada de la memoria virtual; y al unísono, lo van conduciendo hacia una incapacidad manifiesta para retener y recordar el pasado. Veamos, cuando un individuo X decide registrarse en una red so‑ cial que atiborra nuestro marco contextual, está entrando en una especie de dimensión alterna que además de ser pública, casi siempre ficcional, mutable y artificial, también es imborrable, permanente e inextinguible, aunque de eso no estamos conscientes, es más, ni siquiera nos pasa por la cabeza. Seamos cautelosos a este respecto, enuncio que la vida en la red social es prácticamente permanente porque una vez que has ingresa‑ do tus datos y abierto una cuenta, será complicado que puedas borrar completamente tu presencia en la red. Por supuesto es viable cancelar la cuenta y salir de la maraña virtual en la que se ha ingresado voluntariamente, no obstante, el perfil del ex-usuario no desaparece, lo que su‑ cede es que es suspendido, cuestión que se puede arreglar fácilmente al volver a activar tu cuenta; es decir, tu vida virtual queda en una especie de limbo y como tal, no es suprimida. Tus comentarios, buenos y malos momentos y exposición pública quedan latentes, esperando, aguardán‑ dote y en manos de la infalible memoria de la red social. Y es que debe‑ mos recordar que lo que “se sube” a la red se queda en la red, por tanto, la vida virtual adquiere un estatus indeleble y, aunque no queramos ad‑ mitirlo, siempre habrá un testimonio de ti que puede mantenerse oculto pero no extinguirse por entero. En pocas palabras, puedes proponerte olvidar pero la prodigiosa memoria virtual de la que formas parte no lo hará, ella no entiende de la célebre frase “si te vi, ni me acuerdo”. Esta maraña de datos e infor‑ mación no acostumbra suprimir la información que tiene, así que, tarde o temprano, e incluso después de que creas que has borrado tus huellas, algo de ti que querías olvidar puede reaparecer en tu biografía virtual. Eso se debe a que desde el momento de ingresar a una red social estás construyendo una existencia alterna que llega a tomar un carácter per‑ manente pues tu perfil está latiendo en una especie de umbral. En efecto, deshacerte de una cuenta y de todo lo que ello implica es más una ilusión que una realidad pues, aunque hayas decidido dejar de ser un usuario, lo que publicaste o subiste a la red no será olvidado por el cerebro tecnológico, el cual es memorioso. Tal condición es factor para ex‑ presar una clase de vida sempiterna ya que, al menos en el contexto de esa comunidad web, el usuario logrará vivir por siempre pues forma parte de un sitio regido por un software que, como le da un peso específico a la me‑ moria, no olvida y entonces conserva todos los datos de forma permanente.
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Estamos ante un fenómeno propio de las nuevas tecnologías en el que el “caralibro” se apodera de nuestra información y no está dispuesto a dejarla de lado, al más puro estilo de las historias de cien‑ cia ficción donde un mega cerebro poderosísimo aprehendía cualquier cantidad de información y luego se proponía realizar diversos planes malignos con ella. No soy yo la más indicada para decir si el proyecto de las redes sociales está encaminado a salvar al mundo, a apoderarse de él, a destruirlo o simplemente a enriquecer a sus creadores (apunto más a este aspecto), lo cierto es que su incuestionable naturaleza del todo opuesta a la desmemoria es significativa hoy día. Con lo que hasta aquí va dicho, me permito insistir en que hay una notable paradoja en las redes sociales, las cuales, como hemos descrito en estas líneas, son francamente memoriosas, pero a la par suelen promover el olvido en el usuario. Esto sucede cuando al facili‑ tar continuas actualizaciones le abre la posibilidad de estar enterado del acontecer minuto a minuto, por lo tanto, no le permite tomar con‑ ciencia de que por sí mismo debería ser capaz de recodar eventos y hechos importantes en su día a día. El fin de las redes sociales es traer a la memoria aquello que el usuario debería tener presente pero que decide pasar de largo porque se ha acostumbrado a que una máquina o un software recuerden por él. Las nuevas tecnologías traen a la mente del usuario eventos que ni siquiera había considerado o tenido previamente en la cabeza, por eso creo que se está minando la capacidad del hombre de acordarse por sí mismo de los eventos de las próximas horas o de la semana en curso. De tal manera, los millones de individuos que usamos estas tecnologías estamos entrando a una zona de confort en la que no necesitamos es‑ forzarnos por pensar o recordar gracias a que otro lo hace por nosotros. Muchas personas dependemos de las memorias artificiales y cuando no podemos acceder a la red porque el celular no tiene cober‑ tura o hay un apagón en la colonia nos sentimos perdidos, estamos an‑ siosos por saber qué pasa en el mundo, a qué hora es la reunión con los amigos, a quién tienes que felicitar; en fin, nuestra memoria se ha visto reducida a un micro chip que es tan poderoso y capaz que cada vez tenemos que usar menos nuestra capacidad de evocar por nosotros mismos el pasado para rememorarlo en el presente. Es más, la eficacia de la memoria artificial acentúa la falibilidad de nuestra memoria, por consiguiente, cada vez confiamos menos en ella. Ahora la red social y los artilugios más innovadores te recuerdan tu quehacer cotidiano con múltiples actualizaciones automáticas y alarmas varias, así es como te
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enteras que debes cumplir con compromisos pactados, que mañana es tu aniversario de bodas o que ya llegó el cambio de horario. Para terminar este trabajo reflexivo, es pertinente insistir en que estamos instalados en una zona de confort propiciada por la gran me‑ moria de los últimos tiempos: la de las nuevas tecnologías; no obstante, nos vendría bien aprender a no depender tanto de éstas o al menos a considerar el peligro de estar participando de un doble juego, dado que mientras la memorización electrónica va inutilizando mi capacidad de evocar, mi vida social virtual se hace imborrable porque la red simple y llanamente no olvida. Gracias a sus cerebros hiperinteligentes de últi‑ ma generación no pasa nada por alto, a diferencia de nosotros, quienes estamos condenados a olvidar y a ser olvidados en algún momento dado, a menos, claro, que la vida virtual permanente e inolvidable pro‑ pia de las redes sociales diga lo contrario en un futuro no muy lejano.
La vida no es el aliento: una mirada a la concepción de la muerte oriental en el Genji Monogatari Rodrigo Ramírez Bravo
En esta sociedad tan llena de epítetos despreciativos en la que vivimos, es sorprendente ver que todas las personas dan siempre el mismo valor a una cosa: la vida. Claro, no vemos ni a políticos ni a per‑ sonalidades televisivas entregar su vida por un ideal, aunque existen esas contadas historias mediáticas infladas, pero son otra historia. La realidad es que en Occidente existe una idea muy arraigada: la vida es para mantenerla. Y la única definición de la vida es el respirar, el con‑ tinuar andando en este mundo sin importar qué, fuera de eso lo demás es nimio. Sus excepciones habrá, por supuesto. Mas en este momento nos referimos al mass-media, a la basura consumida por la gente en medios ya tan distintos como son la televisión, el internet e incluso el radio. Para la gente de nuestra época, la vida lo es todo. Y al final, el desastre es completo pues ven que el fin de su vida es el apagarse, no ser nada más. Claro, está el otro mundo que varía dependiendo de las creencias o re‑ ligión de la gente pero, a juicio del espectador claro, no se va mucho más allá del “habrá algo después de esto” aunque no se abraza totalmente. A fin de cuentas, este trabajo no es una crítica al Occidente, de eso ya se pueden encontrar gruesos volúmenes en todos lados. No, la idea tan parca de muerte en Occidente es una simple excusa para poder entrar al Oriente. A una tierra donde la transitoriedad es ley y el dolor es un motor que mueve el universo. La influencia de diferentes religio‑ nes como el budismo Zen, el taoísmo y el sintoísmo (también conocido como shinto) han dotado al otro mundo y a la muerte japonesa de ma‑ tices insólitos para los que no fueron criados en esa cultura. Conceptos como el círculo de las reencarnaciones, la transitoriedad y lo efímero como algo hermoso contrapuesto al eterno sufrimiento son solo uno de los pocos conceptos que se pueden encontrar en esta sociedad. No es necesario ir tan lejos para mostrar lo novedoso que resulta este aspecto para nosotros. Hace poca cosa, dos o tres años, fue premiada con el Oscar la película Okuribito, la cual trata de manera extensa los rituales funerarios de los japoneses. Si bien un trabajo sobre la muerte en todas sus modalidades en el Oriente sería de gran valor, sería imposible cubrirlo en un solo tra‑ bajo, probablemente se necesitaría todo un curso para poder estudiarlo. Es por ello que el intento aquí será no develar todos los aspectos de la muerte japonesa sino simplemente estudiar los tipos de muerte en una obra en concreto: el Genji Monogatari, piedra angular e incluso funda‑ cional de la literatura japonesa.
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1 Silabario que se alejaba de la escritura con caracteres chinos destinada solo a los hombres.
2 Vid. K. Gillespie, John (2004) A bilingual handbook on japanese culture. Natsume, Japón.
Una obra situada al mismo tiempo en composición y transcurso dentro de la narración, en una de las épocas más tranquilas de Japón, la Era Heian, que data de finales del siglo VIII hasta el fin del siglo XII, durante los cuales la nación del sol sufrió pocos percances relativos a la guerra o hambrunas. Hasta cierto punto se podría hablar de una era de paz duradera en la que las artes tuvieron un gran auge, sobre todo el arte de las mujeres autoras. Textos tan exquisitos como El diario de la libélula, El libro de la almohada y otros, mostraron que las mujeres de la nobleza japonesa podían y estaban logrando dar una significativa apor‑ tación a la literatura de su país. No solo con la preponderancia del sila‑ bario Kana1, destinando al uso exclusivo de las mujeres en ese tiempo, sino con la descripción de su tiempo y la introducción de novedosos tópicos. En este ambiente fecundo para la literatura es donde el Genji Monogatari ve su génesis de manos de Murasaki Shikibu, mujer rela‑ cionada en varios modos con la nobleza. Aunque ha sido llamada por muchos la primera novela psicológica en forma y por otros la primera novela escrita, lo que se debe resaltar es la capital importancia de este texto, que versa sobre la vida en la corte de un príncipe extraordinario en todos los sentidos, y sobre la construcción de muchos aspectos de la sensibilidad y de las categorías estéticas japonesas. Así, será válido resaltar lo que llamaremos tipos de muerte en el Genji Monogatari para mostrar cómo en Oriente la vida no siempre tiene que terminar con la muerte. Difícil de explicar a primera vista, se irá aclarando a lo largo del trabajo. Para poder seguir el trabajo, sin embargo, se deben aclarar unos cuantos conceptos, a saber: Aware, Mujô y Haji. Ahorrándonos citas, como haremos en la mayor parte de este trabajo, definiremos Aware como la categoría de la belleza de lo efímero y de lo que no permanece, conexión directa con la transitoriedad; Mujô como lo transitivo, la nula permanencia de las cosas2. En acuerdo con las creencias budistas, el círculo de las reencarnaciones es eterno y todos los seres pasan por él; es por eso que en Oriente la vida no tiene tanto valor como se le da en Occidente. Simplemente todo pasa y se pierde en el tiempo, nada dura. Cuando a la vida se le da valor, al hablar de esto intento elevar el valor de la vida al ideal occidental, es la vida como lo efímero, dando el sen‑ timiento del Aware. Finalmente tenemos el Haji que es la pena y muchos argumen‑ tan como piedra fundamental de la sociedad japonesa. Ciertamente, el Haji es algo complejo desde fuera, es como intentar explicar el código de la caballería a una persona totalmente ajena a él. La manera más fácil
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de exponerlo es hablar de la vergüenza como una causa suficiente para causar la muerte. Sobre todo en el Genji Monogatari que se concentra en la vida de la nobleza; vida que se desarrollaba en la corte, lugar en el que la vergüenza era un caso aun más importante que la vida. Pensando en estas tres características, se pueden encontrar tres conceptos de muerte en el Genji Monogatari. A saber, la muerte pública, la muerte del olvido y la muerte del destierro. Por supuesto, podemos encontrar, haciendo una búsqueda mucho más especializada, más ejem‑ plos de “muerte en vida” en el texto, después de todo es un texto que maneja sobremanera la teoría del esteticismo llevado al extremo, pero nos concentraremos en estos tres tipos que resumen en sí categorías es‑ téticas y también sociales del tiempo en que se desarrollan. Así, el primer tipo de muerte, y que encontraremos todavía en el Japón moderno como un último lamento en la garganta de Yukio Mishima, es el de la muerte pública. En la novela, Genji es deshonrado y sufre una de las penas últimas: ser exiliado de la corte. El príncipe tiene que trasladar un pobre séquito, tan diferente de su suntuoso pasado, a vivir a un lugar cerca del mar. Exiliado de lo que es la vida, la corte. Para un noble, que nada pase en donde él se encuentra, significa un dolor inimaginable, la separación del mundo pero no voluntaria. Aquí no existe el monje zen que busca ejercer la teoría de los ocho caminos, sino que nos encontramos ante lo que los budistas llaman los fantasmas hambrientos, penitentes de un mundo que no pueden tocar. Al ser una novela de la época Heian, el lirismo no escapa de sus páginas: ¿Cuándo mis ojos verán de nuevo la ciudad florecida en prima‑ vera, ahora que estoy en las colinas, como un campesino cuyo tiempo ha pasado? (Shikibu, 2005: 304)
Más adelante, Genji se libra de la desgracia y regresa a la corte imperial, alcanzado un puesto más alto que antes, pero nos ha mostrado el primer tipo de muerte que se conecta con el sentimiento de vergüenza al ser influido por éste. El segundo tipo de muerte to‑ davía toca lentamente la vergüenza japonesa pero se conecta más con lo que podríamos llamar transitoriedad (Aware). Nos referimos a un fenómeno encontrado varias veces a lo largo del Genji Monogatari: el abandono de la vida pública para convertirse en monje, en abrazar la vida religiosa, sea un movimiento voluntario o no. Este segundo tipo de muerte podría verse como un reflejo de la ya descrita, pero aquí la muerte no vive en el que abandona la vida sino el que se queda en ella.
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El que es abandonado en las playas y sabe más que nunca lo efímero e inútil que es y, no obstante, no puede dejar de sentir el dolor terreno. El príncipe sufre varias veces el abandono de personas queridas a lo largo de la historia. Su dolor ante la vida como una débil y triste llama (que, debemos advertir, no se debe confundir con el aprecio a la vida terrena) es insoportable. Este tierno corazón mío que sigue en el mundo al que renunció, aún me detiene, cuando ahora que entrar quisiera en el sendero de la montaña. (Shikibu: 711) Y Si el mundo al que renunciasteis os abruma con semejante cuita y tanto os cuesta romper el vínculo que sentís, no os esforcéis en exceso por iros. (Shikibu: 711)
Cerrando, encontramos la muerte más poderosa. La del olvido. El destierro de la corte ya mencionada es doloroso, pero en el caso de Genji, es reversible. Ser olvidado en el mundo de la nobleza es, por ende, más doloroso, pues el olvido es un cesar de existir. Es la salida del círculo de las reencarnaciones. Es eludir las tres categorías ya dadas, es el aislamiento efectivo del universo. La única manera de evadirlo es por el reconocimiento de la situación, como pasa cuando Genji retorna a la casa de una amante después de varios años de haberla abandonado, y aun así no se nulifica el olvido sino que se encuentre el Aware, lo efímero, en la situación. De nuevo, el lirismo surge en la obra: veo que demasiado pronto la mansión casi se ha desvanecido en una jungla de hierbajos, y las nieves de numerosos años pesan sobre la valla del jardín. (Shikibu: 454)
El olvido y el efectivo abandono de la transitoriedad, de su ex‑ clusión, es lo más doloroso. El tópico del olvido y la exclusión del cír‑ culo de la transitoriedad, es una “muerte” tan potente que ha sido un tópico revisado por Marguerite Yourcenar en sus Cuentos orientales, y en otra obra que se puede considerar a la altura del Genji Monogatari, y con la que me gustaría cerrar este trabajo, el Ise Monogatari. Hay que perder al apego a la vida y encontrarnos con nosotros mismos en este juego de la vida y la muerte. Encontraremos cosas más valiosas o dolo‑ rosas que en la jornada, que al final no es nada más que un tránsito.
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¿No ha llegado la luna, y la vieja primavera? Solo yo permanezco. (en http://casidadelamors.blogspot.mx/2012/02/100peorespoema sdelahistoria-naru-hira.html)
Bibliografía: K. Gillespie, John (2004) A bilingual handbook on japanese culture. Natsume, Japón. Shikibu, Murasaki (2005) La historia de Genji, (trad.) Jordi Fibla, Ediciones Atalanta, Vilahur. http://casidadelamors.blogspot.mx/2012/02/100peorespoe masdelahistoria-naru-hira.html
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El necesario y jodido olvido Francisco Rangel Hernández
A Jaime Villarreal, in memoriam. A Luis Fernando Macías, quien me enseñó que la estructura es el alma y las herramientas las armas. A Josu Landa, por iniciarme a poner primero mi cabeza en el cadalso. You take some shit, put it up on the wall, check it out for a while./ You take that shit up off of the wall, put it down on the floor in a glass bowl./You take some fuck, put it up on the wall where the shit used to be./You take that fuck up off of the wall, put it down on the floor/with the shit in a glass bowl/What? You, here’s another little piece of advice-vice/ /You take some fuck then some shit/then some fuck then some shit/You’ve got a fuck-shit stack/A fuck-shit stack//It’s a stack of fuck-shit on top of itself, nigga. -Reggie Watts, Fuck shit stack
Siempre que escucho esta canción de Reggie Watts, me tron‑ cho de risa ante su apariencia de teoría sobre el arte actual. Y por extraño que parezca, así la pieza obtiene su espacio entre la crítica y el objeto de arte. Pero empecé por atrás… o mejor dicho, puse el resultado mucho antes de dar el problema: ¿qué entiendo por arte? Primero: asumo que es un espacio de comunicación, por ello funciona como texto (cualquier cosa que pueda interpretarse, está compuesta de códigos). Segundo lugar: sea cual sea su naturaleza, el objeto de arte posee una actividad poética: es un poema. Tercero: es la comprensión de su actividad poé‑ tica que le transfigura ante nuestros ojos, a través del uso de técnicas por parte del autor. Por tanto puedo concluir que el objeto de arte es el contenedor de un mensaje y que el mensaje sólo es percibido cuando estoy dentro de su contexto. Así que se ajusta a la definición que propone Josu Landa de poema: es un texto, que tiene un contenido transtextual y sólo funciona dentro de un contexto (Landa, 1998). Partiendo de aquí, puedo entender o contemplar el objeto de arte. Y también, comprender a los que hablan de arte; lo mismo el artista, el curador, el crítico y el académico. Cada uno de ellos tiene una idea diferente de lo que es el arte. Yo aquí hablo como mero espectador y lector de esta cuestión, es decir, yo no soy una autoridad sobre el tema; por el contrario. Mas me interesa tener una idea clara y esa es la que compartiré. Me causa risa y pena ajena cuando voy a una exposición y es‑ cucho las frases: “cualquiera lo puede hacer”, “mi sobrino de tres años
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pinta igualito”, “es una marihuanada”. Esto me hace pensar que el espectador no está entendiendo. Y por tanto, nos plantea varios problemas: 1) El espectador-lector en verdad no conoce los códigos o 2) el autor no supo usar las técnicas para que el usuario decodifique la pieza, o 3) la pieza fue realizada para un público determinado, con un conjunto de códigos muy precisos. Cualquiera que sea la opción que identifiquemos nos deja cerca las siguientes y con ello, nuevos problemas. No consigo dejar de pensar como lo propone Max Tegmark: Como la luz solamente puede desplazarse a una velocidad fini‑ ta, si toda la realidad tiene únicamente 13.700 millones de años, entonces no podemos ver las cosas que están demasiado lejos, porque la luz necesitaría cien mil millones de años para llegar hacia nosotros, ¡así que no la vemos todavía! De ahí se desprende, pues, una imagen en la que el espacio discurre para siempre, pero nosotros solamente podemos ver la región que denominamos «nuestro universo». Por tanto, hay un número infinito de regio‑ nes igual de grandes, que a mí me gusta llamar universos para‑ lelos. Parece una idea descabellada, pero no deja de ser lo que en realidad predice la teoría más simple. (Tegmark y Punset, 2011)
De la misma manera en que vemos el universo, nos sucede a los seres humanos cuando nos enfrentamos a la locución de otro: nos pa‑ rece irreal que alguien piense tan distinto a mí. Principalmente porque considero que yo tengo algún tipo de conocimiento y ello me da la po‑ sibilidad de afirmar lo contrario a lo que ve, o establezco que ve. “Es fascinante: siempre que analizamos cualquier aspecto de la naturaleza con mucho detenimiento nos damos cuenta de que la realidad es más extraña de lo que pensábamos”.(Tegmark y Punset, 2011) Por ejemplo: estoy expresándome en español; supongo que quien me lee, me en‑ tiende por ese mero hecho; sin embargo, tengo que buscar la manera más clara y eficiente para que esto suceda. En caso contrario, la pifia será enorme: seré visto como alguien que no sabe lo que dice. Otro ejemplo nos lo plantea Slavoj Zizek en su texto Matrix, dos caras de la perversión: Mis amigos lacanianos me aseguran que los autores del guión de‑ ben haber leído a Lacan; los defensores de la Escuela de Frankfurt ven en la película una encarnación extrapolada de la Kulturin‑ dustrie, con el dominio directo de la Sustancia social (del Capital) alienada-reificada que coloniza nuestra vida interior y nos utiliza
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como fuente de energía; los defensores de la New Age ven en la película una fuente para especular sobre nuestro mundo como un espejismo generado por una Mente global encarnada en la World Wide Web. Esta serie de referencias nos remite a La República de Platón: ¿no calca The Matrix la imagen platónica de la cueva (seres humanos comunes como prisioneros férreamente atados a sus asientos y obligados a ser espectadores de una oscura repre‑ sentación de lo que (engañados) consideran que es la realidad? Una diferencia esencial entre la película y el texto platónico es, por supuesto, que cuando alguna persona se escapa de la cueva, y asciende a la superficie de la tierra, lo que encuentra ya no es la brillante superficie iluminada por los rayos de sol de antaño, el Bien supremo, sino el desolado «desierto de lo real» (Zizek, Ac‑ ción Paralela - Número Cinco, 2006).
Esté de acuerdo o no con Zizek, nos presenta la compara‑ ción como modelo para la observación de la realidad. Acción que no podemos dejar de hacer como humanos: compararnos. Y la solución más sencilla es asumir que tenemos una posición clara y absoluta: una certeza. Pocas veces nos movemos entre el tal vez, el depende y el qué sé yo. Mi preferencia siempre será ésta. Pues me ayuda considerar que no tengo razón y que puedo establecer una autocrítica permanente. La inseguridad me permite observar por lo menos cuatro posiciones: el que se parece a mí (de alguna manera), el que es contrario a mí (y puedo percibirlo como tal), el que no se comporta como yo o como mi némesis y el que, simple y llanamente, no es humano. Cada uno de ellos me exige códigos para convivir con él. Son las características de sus códigos las que tengo que aprehender, para entender a esos que contemplo fuera de mí. Asumido esto, me lanzo nuevamente a tratar de ver el arte. “Me parece fascinante que haya dos maneras muy distintas de pensar en la realidad. Puedo planteármela desde la perspectiva del pájaro, como matemático que estudia las ecuaciones y se pregunta: ¿en qué consiste la realidad completa? ¿cómo funciona? O bien estudiarla des‑ de la perspectiva del sapo, desde mi posición, preguntándome: ¿qué siento subjetivamente? Percibo olores, oigo sonidos, noto el calor… y en realidad es bastante difícil conectar ambas imágenes. Si adoptas la perspectiva del pájaro y miras toda la realidad con ecuaciones matemáticas, entonces es muy simple; solamente se complica subje‑ tivamente, en nuestra percepción”.(Tegmark y Punset, 2011) El arte busca tener las dos miradas en un mismo instante: por ello me emo‑
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ciona. Hace uso de la técnica y su abstracción metodológica, mien‑ tras trata de impactar al espectador-lector en su estado más subjetivo: gesta una suspensión de la incredulidad. Es en ese momento en que irrumpe contra la incredulidad mientras aloja su contenido transtex‑ tual: puede llevarnos (por un momento, un instante) a un acto de ma‑ gia. Pero se necesita que el autor de tal acto tenga clara conciencia de lo que desea expresar, que use el tono indicado, la textura necesaria, que reconozca cada una de las condiciones inexcusables para que el acto mágico sea creíble. Que se superponga a lo que conocemos y percibimos. Ello nos lleva al siguiente punto. Los contextos: “En primer lugar, ha quedado patente que los humanos solamente podemos ser conscientes de una pequeña parte de la realidad total que existe. Es como el avestruz que esconde la cabeza en la arena: sería estúpido por su parte pensar que las cosas que no ve no existen”. (Tegmark y Punset, 2011) Por ello el objeto de arte ataca solo a cierto grupo de personas, su acción poética está diseñada para un grupo más o menos delimitado. Observemos: hay quien se emociona al escuchar a “El Buki” y yo me quedo en frío. No acierto a entender o comprender su visión lacrimosa del mundo amoroso. Pero una gran cantidad de personas sí, a ellos les parece creíble esa mentira: está dise‑ ñada para ellos. Más a mí, me emociona escuchar La rave de Dios (Bravo, 2010) de Pony Bravo. Solo porque el estilo de estos músicos me resulta agradable, y su discurrir me obnubila. ¡Pero toda la música está com‑ puesta de estructuras matemáticas! Porque cada una tiene su lógica. Es dentro de esa lógica que ataca al escucha: su lógica busca emocionar al público para el que fue compuesta. Esa es la experiencia que el autor arma y proporciona a los demás, nos da la posibilidad de olvidarnos un momento de otras partes de la realidad para atender a un fragmento que busca en cada uno de nosotros romper con el rededor. Crea un necesario abandono de la realidad: construir un gran y jodido olvido. Con todo eso hay quien cree que el arte evita la confusión. Es‑ pecular que el arte es un paraguas para cubrirnos de la complejidad, es arrogarse que no se entiende de arte. Pues el arte nos exige atender y comprender múltiples códigos que no siempre están a mano. Tenemos que hacer un esfuerzo por leer al otro, a eso otro: Regresando al juego que nos propone Reggie Watts: un cómico que nos pone de cara a una seria especulación del arte actual, usando la comedia para tal acción. Plantea una broma-teoría sobre aquellos que profesan que el arte es puro carácter; y la pieza o el objeto terminado es una excreción de ese ser empantanado de alguna ninfa que lo posee. Muy pronto, los vemos
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llenando grandes pilas de mierda entreveradas con los fluidos enu‑ merados de sus coitos (como si nos interesaran) y creen que es arte por tal; evitando a todo aquel que está cerca, riéndose de su acto (pues no comunica nada); y gritando que él es un artista: sin asumir con claridad que no sabe de lo que está hablando, pero quiere bravuconear. Cuando hablaba de Watts como objeto de arte era por esa capa‑ cidad para que en diversos contextos su burla funcione: convirtiéndose en una dura y concreta teoría sobre el arte, sus productores, promo‑ tores y consumidores. Es un juego de espejos donde la pieza se com‑ porta como todas esas cosas de las que se burla. Su gracia es parecer aquello que abomina, pero el autor de tal acto de terrorismo sabe que saldrá lleno de todo el estiércol que ha dinamitado. Su razón de ser es impresionar con su conocimiento sobre cómo se comportan los objetos lacrimosos y patéticos que se han transformado en objeto de estudio en ciertas universidades, y batir con un pastelazo de excreciones a todo aquel que se acerque. Una carcajada sobre aquellos que dicen que son artistas y ni siquiera se pueden googlear: solo gustan de cobrar una quincena en algún burocrático espacio de cultura.
Bibliografía y discografía: Bravo, Pony (Compositor) (2010). “La rave de Dios” [P. Bravo, Intérprete] de Un gramo de Fe. Sevilla, España. Landa, Josu (1998) Poética, Fondo de Cultura Económica, México D.F.. Tegmark, Max y Punset, E. (2011). “En busca de otros universos” – emisión 98 (05/06/2011) – temporada 15. Recuperado el 15 de abril de 2012, de http://www.redesparalaciencia. com/5543/redes/2011/redes-98-en-busca-de-otros-univer‑ sos.pdf Zizek, Slavoj (2006). Acción Paralela - Número Cinco. Recu‑ perado en el 2012, de Acción Paralela: http://www.accpar. org/numero5/matrix.htm
Rese単a
He cometido un error fatal - y lo peor de todo es que no sé cuál. ‑José Emilio Pacheco
M/T y la historia de las maravillas del bosque de Kenzaburo Oé
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Oé, Kenzaburo (2009) M/T y la historia de las maravillas del bosque, Editorial Seix-Barral, México D.F, pp. 365
“«Zas, ésta es la historia. Verdadera o falsa, cualquiera sabe. Pero como es una vieja historia, debes escucharla creyéndola verdadera, aunque sea falsa. ¿De acuerdo? » «¡Sí!»”. Tras repetir esta fórmula, el pequeño Kenzaburo pasaba largas horas escuchando las leyendas de la aldea que le contaba su abuela. El vínculo mágico de un hombre con su tierra na‑ tal, representado a través de los mitos y leyendas de su aldea, las viejas historias, M/T y la historia de las maravillas del bosque es, ultimadamente, un libro sobre lo que no debe ser olvidado. Kenzaburo narra las leyendas que su abuela se encargó de transmitirle, a la vez que habla de su infancia y cómo él percibía la tarea de ser elegido como aquel que debía continuar con la tarea de preservar los mitos en la memo‑ ria, mientras se iba designando, poco a poco, la misión de plasmarlas por escrito a fin de que no cayeran en el olvido y la indiferencia, enemigos siempre de la transmisión oral. A lo largo de cinco capítulos, hilados por la dupla de M/T, Kenzaburo aborda primero tres mitos, que van desde la fundación de la aldea en una escondida región de la montaña, hasta el “fin de la época de la libertad”, en la segunda mitad del siglo XIX, durante la restauración Meiji, para luego hablar de una historia más cercana a él en
el tiempo, avanzando él en su papel de narrador de las leyendas de su pueblo y hablar, por fin, de “las maravillas del bosque”. M/T y la historia de las maravillas del bosque es una magistral exploración del papel de aquellos que se encargan de preservar la historia, verdade‑ ra o falsa, de su pueblo, pero más que eso, es una obra dedicada al vínculo que existe, por medio de la memoria, entre un hombre con aquellos que le antecedieron y aquellos que vendrán. José Sebastián López Rodríguez
Un vuelo de lechuza: el lenguaje del olvido en Verde Shanghai
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Rivera, Garza, Cristina (2011) Verde Shanghai, Tusquets Edi‑ tores, México D.F., pp. 319
las alusiones culturales y los acontecimientos de todos sus libros. Existe una constante conexión entre sus textos a la vez que la apropiación en cada uno de ellos de los significados en vaivén. Entre estos diálogos, podemos notar el que crea Verde Shanghai con Nadie me verá llorar (1999) en referencia al personaje de Joaquín Buitrago: “Di‑ cen, de hecho, que perteneció a un doctor a fina‑ les del siglo pero que su hijo, quien heredó esta casa después, era un drogadicto sin remedio y la dejó pudrirse sola.” Otro de los textos funda‑ mentales para la composición en Verde Shanghai es el libro de cuentos La guerra no importa (1991). La autora hace intervenir el uno en el otro para dar pie a una hibridación de historias. En este viaje atropellado que la novela presenta, se sugieren al lector distintos lugares que transitan en lo urbano de la Gran Ciudad, en especial el Barrio Chino. La colindancia de la novela con la historia de la discriminación de la inmigración china en México a inicios del siglo XX, nos sigue hablando del interés de la escri‑ tora por denotar las espacios de marginalidad, e invocarlos a través de documentos históricos que resultan escandalosos al momento de ser desempolvados en medio de nuestra actualidad orgullosa de su leyes. Otro de los recursos utilizados por esta autora es la construcción de una puesta en abis‑ mo. En Verde Shanghai se ponen en juego distin‑ tos niveles del relato a través de ciertos textos de los que el personaje de Marina se vale para reconstruir el olvido. La modalidad de verbalización de la historia por medio de la lectura y
Pocos ciertamente llegan a tener el placer de explorar esa parte preponderante de nuestro ser: el olvido. Pocos toman el riesgo. ‑Verde Shanghai, Cristina Rivera Garza
Intentar explicar de manera breve los acontecimientos que se relatan en Verde Shanghai sería no solo una necedad sino una traición al texto mismo. Sin embargo, apegándome a la fun‑ ción clásica de un reseñista, bastará con apuntar levemente, algunas de las líneas que sigue esta diégesis fragmentada. La historia de Marina y la de Xian, si es que se le puede dar el nombre de “historia”, se abre bajo un flujo discursivo inex‑ acto. Como en todo relato, hay un detonante, en este caso un accidente automovilístico mueve la ficción y a partir de ese hecho Marina decide ex‑ plorar su propio olvido: “la lechuza vuela”. En al‑ gunos de sus libros, la escritora nos hablaba de la memoria como posibilidad de redimir e invocar la progresión interrumpida del pasado olvidado. Ahora se apuesta por el olvido como deconstruc‑ ción del conocimiento y para mostrarlo el nar‑ rador inserta una cita de Margaret Atwood: “So‑ mos, preponderantemente, lo que olvidamos”. En esta novela, Rivera Garza pone sobre el tablero una de sus fichas más trabajadas, como lo es la intertextualidad entre sus obras. La auto‑ ra ha tejido una constelación con los personajes,
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la escritura, según Filinich, apunta a la manera en cómo un texto puede funcionar dentro de la ficción y asumir roles narrativos. Es así que, por medio de la lectura y la escritura, se enlazan en esta novela diversas historias. Dentro de la obra, se lleva a cabo un des‑ doblamiento del yo, donde la piedra de toque es el lenguaje y su posibilidad de crear o destru‑ ir, es así como Marina y Xian confluyen en la ficción. En Los Textos del Yo (2006) Rivera Garza asienta que la memoria no es más que puro len‑ guaje, así mismo el olvido. “¿Puede una lechuza devorar una boa?” apostaría por el movimiento adverso, una deconstrucción de nuestra propia narrativa, dar la espalda. Este tratamiento del lenguaje a través de constructos oracionales sin‑ téticos ya es un sello distintivo del uso narrativo de la autora, quien cuenta como precursoras a Marguerite Duras y Gertrude Stein. Considero que Verde Shanghai se con‑ forma de un bagaje extenso de previas lecturas, sin embargo, logra sembrar sus propias vías in‑ terpretativas y así mismo, constituye una visión amplia del estilo que esta autora ha ido gradual‑ mente caracterizando. Ilse Stephanie De los Santos Urias
Por si acaso…
Dirección: Liev Schreiber País: Estados Unidos Año: 2005 Duración: 106 min. Género: Comedia-Drama. Interpretes: Elijah Wood, Eugene Hütz, Boris Leskin, Laryssa Lauret, Zuzana Hodkova, Elias Bauer, Jonathan Safran Foer, Jana Hrabetova, Stephen Samudovsky, Pamela Racine, Lemeshev, Ljubomir Dezera, Oleksandr Choroshko, Gil Kazimirov. Guión: Liev Schreiber Producción: Mark Geraghty Música: Paul Cantelon Fotografía: Matthew Libatique Montaje: Craig McKay, Andrew Marcus Diseño de producción: Mark Geraghty
En el film Everything is illuminated (2005), dirigida por Liev Schreiber y basado en el libro escrito por Jonathan Safran Foer que lleva el mismo título, el tema de la memoria sobresale no como el único eje o el más importante, sino por la fuerza con que es tratado y el nivel de im‑ portancia que cada personaje le otorga conforme se va desarrollando la historia. Desde un inicio, la cinta es “pintoresca” y atrae la atención del es‑ pectador gracias a la música presentada la cual constituye en un primer momento una oportuni‑ dad de exaltación del sentimiento de pertenen‑ cia. La música tradicional motiva al espectador a sentirse parte de la historia e incluso a identi‑ ficarse con cada uno de los personajes como si fuera su propia realidad y contexto. Se trata de música tradicional, estruendosa, confusa pero
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también divertida y enérgica que se abre ante cada uno de nosotros invitándonos a mezclarnos en la celebración, como sucede en Underground (1995) de Emir Kusturica o Leningrand cowboys go America (1989) de Aki Kaurismäki, en donde se exalta el folclor de la cultura de Europa del Este. Una de la premisas principales que acompaña a Everything is illuminated es sin duda la función que tienen los objetos. Éstos le ayudan al personaje principal Jonathan Safran Foer, un judío nacido en Estados Unidos, a preservar la historia de su familia. Él es organizado, escru‑ puloso y es coleccionista. Desde la muerte de su abuelo, cuando era niño, Jonathan comenzó a guardar todo tipo de objetos pertenecientes a cada uno de sus parientes: cartas, fotos, dibujos, prendas, ropa interior, dentaduras. Pero es hasta el fallecimiento de su abuela y el descubrimiento de un pequeño colguije y una vieja fotografía; que decide emprender un viaje a Ucrania para conocer más sobre el pasado de su abuelo y de sus raíces judías. Buscando Trachimbrod Para coleccionistas como Jonathan, los objetos influyen significativamente a lo largo de su vida, pues son capaces de llegar a definir el curso de los hechos, incluso su rumbo como seres humanos. Se trata de recordar, mediante la colec‑ ción del objeto, para que la memoria permanezca fresca e “iluminada”. A veces las personas debe‑ mos apoyarnos en objetos físicos para recordar constantemente que algo o alguien existieron. Y
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son precisamente estas pruebas físicas, las que dan fe de la existencia (lejana o no) de algún hecho, en concordancia con lo que teóricos como Tzvetan Todorov afirman. Históricamente se ha intentado suprimir algunos recuerdos, hechos que afectaron de cierto modo al mundo, pero gra‑ cias a fotografías o documentos escritos que han perdurado, resulta cada vez más difícil lograr esa supresión. Sin duda, la memoria tiene una fun‑ ción esencial en la vida del ser humano. A su llegada a Odessa (Ucrania) Jonathan conoce a quien será su guía turística; Alex, un popular joven ucraniano que, además de hablar in‑ glés, se siente extrañamente identificado con la cul‑ tura norteamericana. Ambos, junto con el abuelo de Alex, y su perro lazarillo, emprenderán un viaje por viejos lugares en busca de Trachimbrod, pueblo que, se espera, ofrecerá un sinfín de respuestas para Jonathan. Durante el viaje constantemente se enfren‑ tan dos culturas muy diferentes entre sí: la europea y la norteamericana, pero este enfrentamiento va a ser de ayuda y autodescubrimiento para todos. Aunque aparentemente los objetivos iniciales se van borrando con el transcurso de los días, ni para Jonathan, Alex o su abuelo fue en vano la búsque‑ da de Trachimbrod. Encontraron algo inesperado, objetos que para muchos no existen ni existieron, objetos de desconocidos, de personas que ya no existen, de lugares geográficos que han desapare‑ cido; pero que los ayudaron a entender más de lo imaginado, y sobre todo, a experimentar emocio‑ nes en carne propia que nunca desaparecerán. Arizbeth Chávez Chacón
Okuribito (El que despide)
Dirección: Yojiro Takita País: Japón Año: 2008 Duración: 131 min Género: Drama Interpretes: Masahiro Motoki (Daigo Kobayashi), Ryoko Hirosue (Mika Kobayashi), Tsutomu Yamazaki (Shouei Sasaki), Tetta Sugimoto (Yamashita), Kimiko Yo (Yuriko), Takashi Sasano (Shokichi), Kazuko Yoshiyuki (Tsuyako Yamashita), Toru Minegishi (Yoshiki Kobayashi). Guión: Kundo Koyama Producción: Toshiaki Nakazawa y Toshihisa Watai Música: Joe Hisaishi Fotografía: Takeshi Hamada Montaje: Akimasa Kawashima Diseño de producción: Fumio Ogawa
La única cosa reconfortante de saber que algún día morirás es que los recuerdos que prev‑ alecerán en la mente de tus seres queridos serán los buenos. Es en ese momento cuando obtienes el auténtico perdón por todos tus errores y por daño que en vida pudiste causar a quienes amabas. Una de las premisas centrales en el film Okuribito (2008) del director Yojiro Taki‑ ta, además de la constante reminiscencia de lo que deja la muerte de un ser querido en quienes le sobreviven, es que, muy a pesar de que los seres humanos tenemos la capacidad de olvidar tantas experiencias y personas a lo largo de nuestra vida, las buenas y malas situaciones se hacen presentes para recordarnos
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que todas ellas nos hacen la persona que está viviendo el ahora. El inicio de la película inclusive es de esa manera: dejar atrás los tragos amargos y ver que quedan dos opciones: buscar nuevos horizon‑ tes o volver al pasado y lidiar con los recuerdos abandonados. El protagonista elige la segunda opción, al quedarse sin trabajo después de disol‑ verse la orquesta donde tocaba como violoncelis‑ ta en la ciudad de Tokio, agregando a su situ‑ ación las deudas que un trabajo mal remunerado le acarrearon. En su regreso a su ciudad natal se ve en la necesidad de aceptar un trabajo que no tiene aparente relación con su anterior empleo y en su búsqueda se encuentra con uno muy bien pagado, pero que consiste en preparar a los cadáveres y devolverles algo de vida y belleza, mediante la llamada ceremonia del Nokan. Con ella los familiares conservan los recuerdos más gratos de su ser querido y el personaje principal se convierte en lo que se conoce como Nokanshi. Daigo, el protagonista, con el tiempo reconoce el arte que encierra una ceremonia tan simbólica y elaborada, entrelazando este arte a través de melodías que nos remiten a un ambiente cargado de nostalgia y melancolía. Cada ceremo‑ nia despierta sentimientos distintos que no son ajenos a lo que siente Daigo en su vida cotidiana. El director Yojiro Takita nos muestra a través de Daigo y su jefe Shouei Sasaki dos caras de la misma moneda: el olvido y el recuerdo. Ambos se ven ligados en específico con la per‑ sona amada, que en el caso de Daigo es el pa‑ dre que lo abandonó en su niñez y en Shouei es
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su esposa muerta hace ya varios años. Daigo no recuerda el rostro de su padre con claridad, no recuerda su aspecto o sus gustos, no desea re‑ cordarlo debido a que aún guarda resentimiento en su interior, sin embargo las cosas que guarda en casa y la música que tanto ama, representada en las notas de su violoncelo, le hacen no olvi‑ darlo por completo. Shouei es el caso contrario, inunda su hogar con los recuerdos de su esposa, teniendo su fotografía siempre presente, además de que en el trabajo que desempeña con tanta pasión la reconoce a ella como su primer cliente, siendo ésta la principal razón que en su opinión definió su destino para hacer de la ceremonia del nokan su vida entera. El realizar la ceremonia del nokan le devuelve la vida a Daigo en muchos aspectos como el de la inspiración para seguir tocando. Cuando le llega la noticia de la muerte de su pa‑ dre los recuerdos aparecen, el rostro que olvidó tantos años, así como lo que realmente siente por él a pesar de todo. Se da cuenta que su padre tam‑ poco lo olvidó y siempre tuvo presente el error que cometió con su familia durante toda su vida. Cabe destacar que las sensaciones y sen‑ timientos que se logran en las escenas más sig‑ nificativas de la película no serían lo mismo sin la excelsa música que las acompaña. El encargado de las melodías que interpreta Daigo es el ya con‑ ocido compositor Joe Hisaishi, recordado princi‑ palmente por los soundtracks de la mayoría de las películas de Miyazaki y el estudio Ghibli. La fotografía también es digna de men‑ cionarse y corre a cargo de Takeshi Hamada
quien ya anteriormente había colaborado con Takita para la película The Ying Yang Master 2. Hamada nos llega a mostrar desde bellos y tran‑ quilos paisajes del Japón rural, así como la ima‑ gen pacífica de una persona sin vida que puede parecer una pintura o la escena de familias des‑ garradas por la pérdida de un ser querido, todo ello en una sola secuencia. En resumen, es una película en donde no solo se disfruta y se llora, sino que también en donde se ríe por el ligero toque de humor negro que el director logra plasmar ante un tema que para la cultura japonesa tiene connotaciones sa‑ gradas, místicas, incluso cierta naturaleza tabú, ya que a la fecha el trabajo como Nokanshi es muy mal visto. Esto queda de manifiesto cuando su esposa le dice “kewarashi” al enterarse de su tra‑ bajo, la palabra en sí significa suciedad pero en el sentido mo-ral. Sin embargo, el Nokanshi es quien a la hora de la muerte hace que a través de su arte sean olvidados, perdonados o aceptados los er‑ rores, los defectos, las formas de comportamiento o las preferencias sexuales al dejarles presente a los familiares que todos eran humanos. La exis‑ tencia de quienes mueren no se acaba, ya que que‑ dan los recuerdos presentes y esto lo pudo com‑ probar el mismo protagonista. Diana Velázquez Vera
Artes Visuales
La verdadera imagen del pasado se desliza veloz. Al pasado sólo puede detenérsele como una imagen que, en el instante en que se da a conocer, lanza una ráfaga de luz que nunca más se verá… ‑Walter Benjamin
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En el cuarto 508 Estefany Maya Valdéz A continuación presento un proyecto fotográfico en donde se re‑ copila un registro de objetos o pertenencias que oscilan entre dos significados: el olvido y el hallazgo. Estos objetos dan pauta a his‑ torias de movilización entre seres sociales, que viven e interactúan entre sí dentro de una constante frontera que divide Estados Uni‑ dos de América y México, situada en la ciudad de Tijuana. Tomando la idea del sociólogo Michel Foucault, el cual menciona que “toda representación social es la representación de un cuerpo legalizado, normalizado” (Michel Foucault, La inscripción de la ley de los cuerpos: 26), me atrevo entonces a recrear memorias posibles a través de lecturas que me dan estos objetos encontrados en un hotel de paso y que a la vez, dan pauta a lo imaginario. Narraciones posibles de personajes imaginables que pueden vaci‑ lar entre haber sido, el condón de un nini, el rosario de una sexoservidora, el anillo oxidado de un narcotraficante, los aretes de una empresaria, el jabón de algún obrero, la pipa de crack de algún fotó‑ grafo, así como la tanga de algún travesti. Así pues, las historias que estos objetos olvidados nos ofrecen pueden ser infinitas y posibles a la vez.
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Rosario entre regadera y tapete
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Anillo sobre suelo y puerta
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Enchinador y botiquĂn
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Serie Sin Título Dharma Gallardo
Esta selección de fotos fue tomada desde un punto de vista abstracto hace algunos años, queriendo mostrar la cotidianidad en la que gira la vida de la gente joven. Estas tres imágenes representan el amor, el sexo, la diversión y la necesidad de la originalidad personal entre las demás personas.
El beso
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Lujuria
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Desesperaci贸n
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El olvido Karenina Romez Quiero ver al compás de mi pensar. Intentar olvidar, concepción bastante difícil de asimilar, no decido olvidar, olvido cosas que no tienen la importancia de ser recordadas, invocando perspectivas. /Tiempo/Acciones/ Puedo negar y distorsionar imágenes a través del tiempo pero no vivencias, las acciones pasadas siguen siendo intocables. El arte como necesidad de asimilar y distorsionar para comprender realidades, un auto engaño latente de representación en búsqueda de salir de trampas de sucesos.
Latente
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Autorretrato mental
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Serie sin título Gerardo Alonso Hernández Contreras
…y el pajarito?
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¡¡Se me olvidó cerrar el gas!!
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Entrevista
Nada amo tanto como lo imprevisto. Una gitana en Budapest me leyó el porvenir en las líneas de la mano. Yo me eché vitriolo y las borré. -Vicente Huidobro
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Ambientalismo: Sistema de Manejo Ambiental Valenciana Posturas de una juventud ocupada en el mejoramiento del entorno
Una vez que el ambientalismo sea un imperativo tan fuerte como lo es la moral en la vida de las personas, no hará falta que le indiquemos a nadie qué hacer. ‑Dan Castillo
El deterioro de nuestro planeta ha sido y es consecuencia de un deplorable manejo de nuestros desechos, de la falta de regula‑ ciones industriales y de trans‑ porte, una insistente promoción de los productos desechables, una pérdida de hábitos amigables y demás, siendo relevante la falta de una cotidianidad ambientalista. En palabras suena sencillo y tal vez soñador pero es posible ac‑ ceder a una vida amigable con el medio ambiente, que no solo busque considerar lo dañino de nuestras decisiones sino que, de antemano, considere el impacto ambiental de nuestra rutina como habitantes y consumidores. Actualmente, en la Univer‑ sidad de Guanajuato existe
una iniciativa que se une a la difusión de las implicaciones de nuestra especie como agente destructivo y la toma de ac‑ ción para ser reparadores del planeta. El Sistema de Manejo Ambiental Valenciana, cono‑ cido por sus siglas SMA, está conformado por 20 estudiantes aproximadamente, de las licen‑ ciaturas de la Sede Valenciana y cuenta con el apoyo de profe‑ sores, personal administrativo e incluso colaboradores de es‑ tablecimientos cercanos. El grupo se conforma en 2007 bajo el liderazgo de un par de estudiantes: Yutsul Ramírez Pastrana y Rodrigo González Gutiérrez, quienes realizaron un diagnóstico y un plan institucio‑ nal, en aquel primer momento coordinado por el PIMAUG (Programa Institucional de Me‑ dio Ambiente de la Universidad de Guanajuato) y ahora por la Dirección de Medio Ambiente
y Sustentabilidad. La visión de proponer acciones ambiental‑ mente responsables, como el acopio de residuos, y la sensibi‑ lización de la comunidad estu‑ diantil fue, hace 5 años, la semi‑ lla de este grupo. Actualmente refuerzan constantemente tres áreas importantes: la difusión para lograr una sensibilización, el cine-debate que promueve la discusión, el intercambio de información y la configuración de propuestas, y otras activi‑ dades de impacto directo en el entorno, como el acopio de los residuos de la Sede, el reciclaje, la reforestación y la impartición de talleres y conferencias. Como toda iniciativa similar, sus integrantes se han encontrado con obstáculos para la efectiva realización de sus actividades, entre ellas el tiempo que ocupa realizar todos los trámites, la impuntualidad en la publicidad de las sesiones del cine-debate y
Entrevista 95 la imposibilidad de tener seguro un espacio para las proyeccio‑ nes ocasionando incluso su can‑ celación. Internamente se han enfrentado con la problemática de lograr un compromiso uni‑ forme ya que algunos se han in‑ scrito en el programa como sim‑ ple trámite de cumplimiento de Servicio Social Universitario, así como con diferencias de enfoque que devienen de una estructura organizacional meramente estu‑ diantil trae, que consigo la im‑ posibilidad de dedicarse exclu‑ sivamente al SMA. Si bien cada integrante mantiene una pos‑ tura, el grupo no pretende una homogenización sino la puesta en acción de propuestas.
sin pensar en las consecuencias que eso traerá. Las discusiones en este espacio giran en torno a la repartición de las riquezas, las ideas diferentes en las culturas sobre la naturaleza, la relación que se tiene con el consumo, los tipos de explotación de las áreas naturales y de otros humanos a través del trabajo, y demás temas que no solo se conforman con un “cuidar la naturaleza es importante”, palabras que no tienen ningún sentido sin una reflexión crítica.
¿Cuáles son sus herramientas de difusión?:
El problema del impacto ambiental de las actividades humanas no se puede reducir solamente a la producción de basura; pareciera que nos sumergimos en un ambiente de no- rehuso, no-reciclaje, no- reducción, y que nuestros desperdicios, en muchos sentidos, no son basura. ¿Qué actividades, cotidianas, se pueden llevar a cabo para reducir nuestro impacto ambiental?
SMA Valenciana: El Cine-Debate es muy importante para no‑ sotros porque creemos que no puede haber ningún cambio en la relación que tenemos con el medio ambiente si no existe una previa sensibilización y un pre‑ vio reconocimiento de los prob‑ lemas urgentes; no solo se trata de reciclar o apagar las luces cuando ya no se usan, el cambio significativo ocurrirá cuando haya una modificación en la concepción de nuestro entorno, por ejemplo, dejar de ver al mundo y a sus habitantes, plan‑ tas, seres humanos y demás ani‑ males, como un gran almacén del que nos podemos abastecer
SMA Valenciana: Este Sistema de Manejo Ambiental quiere ale‑ jarse de la idea de que el ambi‑ entalismo debe ser una parte de la vida cotidiana, pretendemos que se deje de pensar la vida como algo que de algún modo se concilia con las posibilidades y necesidades del planeta. Que‑ remos, en cambio, que la socie‑ dad se plantee la misma vida como una vida ambiental, bus‑ camos crear una conciencia en la que se piensen todas las ac‑ tividades cotidianas desde una perspectiva ecológica. Ahora, por supuesto que es importante saber qué hacer, pero una vez que haya cambiado la manera
Dado el interés de Onomatopeya por los proyectos relevantes en los que participa la comunidad, presentamos una entrevista con integrantes del SMA Valenciana.
de ver esa cotidianidad, una vez que el ambientalismo sea un im‑ perativo tan fuerte como lo es la moral en las vidas de las perso‑ nas, como observa Dan Castillo, no hará falta que le indiquemos a nadie qué hacer. Información la hay, por todos lados, concien‑ tización y sensibilización no. Las familias, como supuesto núcleo de la sociedad, tienen en sus manos una influencia directa en sus miembros, sin embargo existen muchos ejemplos de menores que han aprendido a ser responsables pero al salir de casa se enfrentan a una política desinteresada por la mejora del medio ambiente, ¿creen posible conservar los hábitos amables con el medio ambiente pese a las dificultades sociales? ¿Cómo se puede estimular a estos niños informados e interesados? SMA Valenciana: Me parece que una buena forma de estimular, no solo a los menores, sino a toda persona que se enfrente a un ambiente desinteresado, es hacerles saber que no hay que esperar a que las políticas públi‑ cas cambien o a que las nece‑ sidades ambientales sean con‑ sideradas y votadas en alguna sesión del congreso para que realicen actos importantes y de gran impacto. La modificación de los hábitos de compra, de ali‑ mentación, de higiene, y en gen‑ eral, de todas las actividades co‑ tidianas que se realizan muchas veces sin pensar que son el eje de todo cambio, son ya un gran impacto. Ni siquiera tenemos que alejarnos de nuestra comu‑ nidad universitaria para darnos
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cuenta de las miradas de asom‑ bro al observar a alguien guar‑ dando una lata en la mochila para reciclarla posteriormente. Más que una cuestión política, o de políticas -que sin embargo lo es-, parece que el problema rad‑ ica en esa actitud indiferente, a veces hasta hostil, hacia el res‑ peto al medio ambiente. Mucho se dice que como mexicanos no tenemos la “cultura” de colocar la basura en botes o cualquier tipo de acción ecológicamente amigable. Consideran que es, realmente un problema de cultura ¿Cuál es su posición ante esto? SMA Valenciana: Definitiva‑ mente es un problema de cul‑ tura, aunque no precisamente en ese sentido de hábito loable que al parecer en otros países sí se tiene. Si en México no se tiene ese hábito es porque no se han creado las condiciones
...pretendemos que la sociedad entienda que no es el planeta el que está en riesgo, el planeta se queda, somos nosotros los perjudicados, son nuestras sociedades las que peligran.
necesarias para que se tenga. En lo personal creo que es bas‑ tante pernicioso ver las cosas de ese modo, como si debiéramos despreciar a quienes “no tienen la cultura” de hacer esto o lo otro. De hecho, muchas veces la inexistencia de esa cultura en ciertos estratos sociales depende más de quienes aparentemente sí la tenemos. Una de las ideas centrales en este SMA es la de considerar las problemáticas ambientales como problemáti‑ cas sociales. Más allá de toda la poesía implicada en frases como “salvar al planeta”, pretendem‑ os que la sociedad entienda que no es el planeta el que está en riesgo, el planeta se queda, so‑ mos nosotros los perjudicados, son nuestras sociedades las que peligran. Este año 2012 fue declarado como “el año de los bosques”, ¿cómo apoya esto a la difusión de una conciencia ecológica?
¿Cómo enfrentan, personalmente, su lucha contra la destrucción del planeta? ¿Qué actividades se pueden llevar a cabo, individualmente, para cooperar en la reconstrucción de un entorno verde? SMA Valenciana: No sabría decirte cómo algo así puede apoyar la difusión de una con‑ ciencia ecológica, pero en prim‑ era instancia no me parece que ese deba ser el camino. Más que un año de los bosques me gus‑ taría un “año del papel”. Los problemas ambientales única‑ mente son problemas globales en el sentido de que nos afectan a todos, y no en el sentido de que son los mismos para todos. La difusión de la conciencia ecológica debe centrarse en las problemáticas comunitarias, la gente debe sentir los problemas como sus problemas, debemos mostrar cómo les y nos afectan. Todos en el SMA enfrentamos
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la lucha de distintos modos, cada uno desde su trinchera, pero tratando siempre de con‑ ocer el cuartel del otro. Por eso es tan importante la parte de información y concientización, porque las soluciones con las que nos comprometemos na‑ cen de los problemas que nos parecen más urgentes, de las situaciones en las que inevita‑ blemente estamos aludidos y en las que podemos comprender de manera real y cercana nues‑ tra participación. Es importante que existan campañas globales, pero es aún más importante que se creen comunidades locales de lucha ambiental. ¿Consideran que hay un olvido de la relación entre nuestra condición mortal y la destrucción del planeta? ¿Creen que como sociedad olvidamos que somos parte de un ecosistema y que nuestro interés por urbanizarlo todo nace de una inqui-
etud de permanecer, ignorando nuestra dependencia con la naturaleza? SMA Valenciana: Nadie puede olvidar lo que nunca supo, y desde ese ángulo, para muchas personas, el sentirnos parte de un ecosistema es una idea nue‑ va. Creo que el ver a la natura‑ leza como parte de nosotros es un pensamiento que surge a raíz de los problemas que presenta el no verla de ese modo. Antes de la revolución industrial no se podía pensar en el daño que implicaba la producción descon‑ trolada porque simplemente no existía como tal. De nuevo, no fue sino hasta que comenzaron los problemas cuando se pudo tener una idea del por qué, y no podía ser de otra manera. Lo importante de esto es que ahora lo sabemos, la pregunta es ¿qué hacer? Nuestros compañeros rescatan las otras formas de re‑ lacionarse con el medio, no ver
al ser humano como separado, que por tener capacidades dife‑ rentes puede explotar al entor‑ no como se le plazca, sino más bien como un habitante del pla‑ neta cuya tarea más importante es la de convivir armónica‑ mente y de manera justa con la demás naturaleza. Hablar de la naturaleza como algo separado del hombre es uno de los errores que el pensamiento occidental ha cometido, es vital aprender que la relación de propiedad y de amo no es la única posible: la tierra no pertenece al hombre, el hombre pertenece a la tierra, escribió en 1855 el jefe de la etnia suwamish al entonces presidente de Estados Unidos, Franklin Pierce, cuando recibió una propuesta de compra de la tierra suwamish.. ¿El olvido estratégico de las formas de cocinar y preservar alimentos fue promovido por las grandes industrias?
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SMA Valenciana: Claro que de‑ pende de las corporaciones industriales la producción de alimentos dañinos cuya pro‑ pia manifactura es perjudicial, incluso muchas veces depende de ellas la creación de las cir‑ cunstancias que permiten pen‑ sar en la “necesidad” de esas formas de alimentación, como las comidas rápidas, que se ofrecen como opción al ritmo ajetreado de vida que llevamos, provocado por los trabajos que tenemos y los salarios que ga‑ namos. Sin embargo, en esta cadena interminable de respon‑ sabilidades la del consumidor es la que recae directamente sobre nosotros, si dejamos de creer que luchar contra las in‑ dustrias únicamente es incen‑ diarlas, y nos asumimos como activistas desde el momento en que cuestionamos las formas de producción y dejamos de com‑ prarlos, hacemos responsables a las empresas, pero aun más
No se busca ganar, se busca combatir porque ganar implicaría haber vencido el problema cuando éste siempre renacerá de distintas formas.
importante, nos asumimos a nosotros mismos como respon‑ sables directos de los cambios. ¿Consideran que existe una solución integral para detener el deterioro y la muerte de nuestro entorno? SMA Valenciana: Para nada, a menos que con “solución inte‑ gral” se piense en un cambio en la manera de concebir la vida. No hay una fórmula para de‑ tener el deterioro de nuestro entorno, por el simple hecho de que siempre surgirán nuevos problemas. Lo que enfrentamos hoy no es lo mismo que enfren‑ taba el movimiento ecologista en sus inicios, y seguramente no es lo mismo que enfrentará el mundo en 2050. En este sen‑ tido ni siquiera me gustaría hablar de “solución”. Las socie‑ dades deben entender que esta batalla será perenne, y no hay ningún problema con ello. No
se busca ganar, se busca com‑ batir porque ganar implicaría haber vencido el problema cu‑ ando éste siempre renacerá de distintas formas. Más que enseñar a hacer, quere‑ mos enseñar a sentir, queremos preocupar, problematizar, que‑ remos que se piense en cómo se vive. Esta es una batalla de to‑ dos los días, y se debe luchar en cada una de nuestras acciones. SMA Valenciana es sin duda un grupo con una visión clara, que a pesar de encontrarse con obs‑ táculos ha podido continuar y encaminar el proyecto a su so‑ brevivencia ya que es el único de la Universidad dirigido sol‑ amente por estudiantes tanto en su logística como en su pro‑ cedimiento de elaboración de propuestas de actividades y de toma de decisiones. Esta situ‑ ación se debe a que en pocas ocasiones las autoridades uni‑ versitarias han decidido invo‑
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lucrarse de lleno en el proyecto, proporcionando, autonomía a los alumnos. La concientización de una comunidad no es un trabajo simple o finito y da cabida a un Servicio Social que otorga la posibilidad de realizar ac‑ tividades donde el aprendizaje es constante y el compromiso necesario. La Universidad de Guanajuato, como una Institución donde conviven cientos de alumnos, posee en sus aulas las herra‑ mientas necesarias para con‑ struir una sociedad más activa y propositiva; es sin duda el espacio donde se puede for‑ jar la personalidad ciudadana de sus estudiantes, razón que debe motivar la aportación un mayor apoyo a las iniciativas estudiantiles de impacto ambi‑ ental y social.
Mediante la red social Face‑ book es posible seguir las ac‑ tividades de este agrupamiento en el perfil “SMA Valenciana”, ahí también se puede solicitar información para ser parte del proyecto. María Graciela Parra Domínguez