Chevrot acabar la creación (castellà)

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Georges Chevrot (El pozo de Sicar pgs 229 y siguientes)... A nosotros la obra que nos ha tocado en suerte es nada menos que cooperar con nuestro Creador: prolongar y terminar su obra. Su creación es bella y provechosa, a pesar de lo que aún tiene de inacabada, a pesar de las deformaciones que el pecado le ha hecho sufrir. Dios cuenta con nuestra colaboración para reformarla y perfeccionarla. Si la organización del universo, si la vida humana tiene todavía evidentes lagunas, nuestra misión consiste en rellenarlas. Donde encontremos fealdad hemos de poner belleza; en la injusticia, rectitud; en el sufrimiento, gozo, o al menos paz y serenidad. Esta es nuestra tarea diaria: lograr que reinen soberanamente en las almas la belleza que resulta del orden y toda la felicidad, que nuestro amor sea capaz de dar. Esto, ante todo, en el propio hogar, pero también en todas esferas en las que nuestra vida se desenvuelve; en la oficina, en el taller en las actividades e intercambios de todo tipo, en las relaciones sociales. Por todas partes hemos de ser los artesanos del orden y de la justicia, los creadores incansables de la belleza y de la felicidad. El trabajo cotidiano, hasta las más humildes ocupaciones, no es solo una cuestión personal de cada uno, sino que es la obra del Creador que todos estamos llamados a continuar. Perdidos durante la jornada en una infinidad de detalles, podemos encontrar razones, excusas para no tener esta visión más profunda de las cosas. Ha llegado la hora de alcanzarla. Así daremos sentido al sufrimiento y cumplir con perfección hasta los más pequeños detalles. De tiempo en tiempo Dios suscita corazones grandes, espíritus poderosos de una fuerza y generosidad incomparables, que son objeto de una vocación más alta. Es el caso del sabio, que se afana investigando uno a uno los secretos de la creación, en lucha decidida contra el error y la miseria de los hombres. Algo análogo sucede con el gran estadista, con el rector de los destinos de una ciudad, de un imperio, encargados de la moralidad y del bienestar de sus semejantes. Y por último, como coronación de todo están los santos, que brindan a sus hermanos admirables ejemplos de belleza moral. Solo ellos, los siervos del amor divino, proporcionan a la humanidad el secreto de la felicidad verdadera. Porque los descubrimientos del sabio y los decretos del jefe pueden volverse contra los hombres y causarles daño; en cambio, los sembradores auténticos de santidad son únicamente dispensadores de paz y de alegría. San Francisco de Asís podía decir de sí mismo y de sus primeros discípulos: somos los juglares de Dios, enviados por El para reanimar el corazón de los hombres y comunicarles la alegría espiritual. Nuestra misión es acabar la obra de Aquel que nos ha enviado. Acabarla ante todo en nosotros: acabar muestra creación personal, viviendo cada vez más conforme a nuestra condición de hijos de Dios. Acabarla, después, alrededor de nosotros, difundiendo y extendiendo entre los hombres el reino de Dios. No se trata de dos objetivos ajenos a nuestro oficio o a nuestros deberes de estado, sino que forman parte de nuestro trabajo, que es trabajo de Dios. Nosotros nos santificamos y santificamos el mundo transfigurando nuestras acciones cotidianas y nuestras relaciones con el prójimo por el amor a Dios. De este modo, poniendo amor, a la vez que ganamos el pan de cada día nos vamos mereciendo el cielo. Y si somos honrados y leales, por medio del trabajo santificamos a los demás hombres, les ayudamos a ser más cristianos. Nuestra vida entera se diviniza desde el momento en que hacemos la voluntad de Aquel que nos ha enviado. Llegados a este punto, las contradicciones de la vida cobran matices divinos insospechados. Ya no nos dominan los acontecimientos, ni los hombres. Nuestra vida es lo que queremos hacer de ella: no está encadenada a nuestras alegrías y a nuestros dolores, sino que se sobrepone a ellos y los domina; ya no arrastramos a duras penas una existencia miserable, sino que empuñamos con señorío las riendas de nuestra vida. Ya no es algo vacío, porque Dios ha llenado nuestro pobre barro de un contenido maravilloso. Ninguna vida es inútil, son los hombres los que la hacen estéril. Desde que nuestro corazón se siente grande y fuerte toda vida se vuelve bella y fecunda. Los éxitos ya no nos envanecen, ni los fracasos nos exaltan. Ya no “soportamos” la vida, sino que la comprendemos, la dominamos, la amamos, la entregamos...


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