Dolor, buen ensayo

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dolor Un ejemplo muy claro nos lo ofrece el Libro de Job. Al comienzo de este libro vetero-testamentario, se cuenta que los amigos de Job, al escuchar de su desgracia, comenzaron a llorar en voz alta, rompieron su vestidura y cubrieron de ceniza sus cabezas. Entonces, se sentaron junto a Job durante siete días y siete noches, sin decir una sola palabra. Sus amigos no quieren cambiar, ni corregir los sentimientos de Job; sólo desean aceptar, hacer suyos y sufrir como propios la preocupación, el miedo, la duda y la ira de su amigo. Por ello se ponen en el lugar del amigo que sufre, penetran en su interioridad y desarrollan una íntima afinidad con él. Para comprender al amigo, necesitan estar con él, con tranquilidad y en actitud atenta, durante “siete días y siete noches”. Guardini señala que comprensión significa “ver, escuchar, sentir cómo, detrás de un sentimiento que se muestra, detrás de un pensamiento que se expresa, hay mucho más que permanece oculto y cuando lo que ha estado oculto es finalmente conocido, puede ser que detrás de ello exista todavía más”. Ese “meterse” en el otro, compenetrarse con él, es denominado algunas veces compasión, precisamente cuando se refiere a una persona que está sufriendo. Sin embargo, si se mira un poco más allá, descubrimos que cada uno de nosotros es un sujeto sufriente; cada uno tiene que sufrir sus propios límites y fallos, los altibajos de la vida, las peculiaridades de las personas queridas. Cuanto más conocemos a una persona, tanto más sabemos de las dificultades que ella debe soportar. Y estamos dispuestos a sobrellevarlas con ella. La compasión es “la única puerta a través de la cual se puede penetrar en la interioridad de otro ser humano” y la única mediante la que se puede compartir su destino. Me parece importante distinguir claramente esta actitud de otras, externamente parecidas, pues compasión no es sentimentalismo. Una persona sentimental se deja dominar por los sentimientos, sin que ello sea ocasión para ayudar efectivamente, por lo que, en realidad, sólo gira en torno a sí misma. Por el contrario, el hombre compasivo ordena racionalmente los impulsos de sus sentimientos, de acuerdo a las necesidades que ha reconocido en el otro, para


bien del otro. “Al ver la sangre y las heridas, el quejumbroso caerá desmayado; el compasivo, se inclinará sobre el enfermo y lo cuidará”. Frente a una persona que sufre, no sólo es necesaria delicadeza y comprensión, sino también energía y resolución. “El único consuelo verdadero son las obras”. ¿Pero qué obras se espera de nosotros en tal situación? Aparte, por supuesto de los servicios materiales, que deben ser siempre lo primero que se preste. Llegados a este punto, pienso que tenemos que recurrir a nuestro ingenio, a nuestra habilidad para enfrentar situaciones nuevas. Imaginemos que nuestro hermano ha sufrido una gran desgracia: su mujer ha muerto. Supongamos que hemos sufrido y llorado con él, escuchado sus lamentos y también nos hemos lamentado nosotros; hemos recordado juntos y nos hemos preocupado de que, pese a todo, él duerma y coma. Llegará un momento en que él no pueda llorar más. Esto no es una falta de lealtad hacia la difunta, sino una señal de que él está vivo. Un determinado estado psíquico −por intenso que sea− no puede ni debe convertirse en permanente. A este estado, sigue un lento proceso de desprendimiento, pues la vida continúa. No podemos quedarnos siempre ahí, como pegados al pasado, no podemos “momificar” a los muertos. Si permanecemos en el dolor, bloqueamos el ritmo de la naturaleza; entonces, la relación hacia la persona fallecida no puede considerarse como una relación sana. Algunos se niegan a cambiar los muebles de la habitación de la persona muerta. O bien no desean escuchar una determinada melodía, porque no le gustaba al difunto. Frente a esa situación, dice Lewis acertadamente: “Es muy bueno cumplir lo prometido, tanto a los muertos como a los vivos. Pero empiezo a comprender que el ‘respeto por los deseos de los muertos’ puede ser una trampa”. El respeto de que se habla puede convertirse en una tiranía y detrás de la supuesta voluntad de la persona fallecida, muchas veces se oculta la propia voluntad. En realidad, existe el gran peligro de cohibir a los demás con frases como “El difunto así lo deseaba”. Lo importante no es aquello que una persona, hace diez, veinte o cuarenta años habría deseado, sino lo que desearía ahora. Si somos cristianos y creemos que la persona que ha muerto, está con Dios, pensamos que ella querrá lo que Dios quiere: que sigamos viviendo y que seamos felices. Aquí llegamos a una cuestión decisiva: considerar qué viene después de la muerte, cuál


es el sentido de la muerte, de la separación y del sufrimiento. Me parece que es posible −y necesario− conversar sobre ello seriamente. “Quien tiene un porqué en la vida, puede sobrellevar casi cualquier cómo”, señala el psicoterapeuta austríaco Viktor Frankl. Por el contrario, quien considera que su vida no tiene sentido, no podrá escapar de la desesperación. El dolor como “Educador” La paralítica autora del libro que tanto me conmovió, hace ver que el dolor “no ennoblece al ser humano”, como algunas veces se dice, pues el sufrimiento no hace a nadie mejor de lo que es. Incluso, podría parecer que a algunos los hace peores. En realidad, el dolor manifiesta, “ilumina” lo que alguien lleva dentro de sí. Nos quita cualquier máscara que nos hayamos puesto y hace ver cuáles son los motivos más profundos, las convicciones que inspiran nuestros actos. Quien sufre, muestra a los demás cuál es su riqueza interior o cuál su miseria. “Cuando no poseemos más que nuestra alma, es muy fácil distinguir la nobleza del cinismo”. Es por esto por lo que el dolor parece “empequeñecer” aún más a los hombres interiormente pequeños y “engrandecer” a quienes son interiormente grandes. Sin embargo, el dolor por sí solo no produce nada, sino que es, en cierta forma, un “termómetro de la calidad humana” de quien sufre. Hasta aquí nuestra autora. Por un lado, coincido plenamente con ella también hoy en día. Hasta que nos enfrentemos a una cuestión de vida o muerte, ninguno de nosotros sabe cuán firme es su fe, su esperanza y su caridad. Cuando nuestra existencia misma está en peligro, cuando pasa una gran desgracia (y, por ejemplo, una persona querida se muere) no me parece ni siquiera que debamos reaccionar soberanamente, en un primer momento. En tal circunstancia, si las disposiciones interiores son firmes, no se desmoronarán; pueden sí, permanecer ocultas bajo las lágrimas, la rabia o la desesperación, durante algún tiempo. Tarde o temprano, se ve si una persona que sufre tiene o no un fundamento interior, si posee firmes convicciones que le proporcionen nueva fuerza y ánimo para vivir que, por así decirlo, lo “levanten”. De ninguna manera, podemos juzgar a los demás. Una persona que sufre merece siempre compasión y respeto. Dante, quien demostró una gran sensibilidad frente a la grandeza


de cada ser humano, escribe en La Divina Comedia: cuando éste marchaba por el infierno, encontró allí a su antiguo maestro Brunetto Latini, se inclinó ante él, ante el maldito, pues le debía mucho. Latini le había enseñado a aspirar a la gloria. Sólo Dios podía juzgarlo y castigar sus pecados. Hasta aquí he estado siempre de acuerdo con la autora citada. Sin embargo, personalmente he tenido experiencias diversas a las que ella relata. ¿Qué sabe del dolor quien nunca ha sufrido? ¿Cómo puede comprender y consolar quien no ha sido nunca dominado por la tristeza? He conocido personas que, después de sufrir un gran dolor se han vuelto comprensivos, cordiales y acogedores. Muchas veces, su actitud frente a sus semejantes ha variado radicalmente. Se han vuelto sensibles frente al dolor ajeno y han desarrollado una gran solidaridad. Por ello, pienso que el sufrimiento es verdaderamente un “educador”, a quien todos queremos evitar y cuyo valor apreciamos después de años o de décadas. Hace poco, leí en el diario la triste noticia del suicidio de unos escolares debido a que habían obtenido malas notas. Y no porque sus padres fueran muy exigentes, sino porque su nivel de tolerancia frente a la frustración era muy bajo. Simplemente no estaban acostumbrados a aceptar la crítica. Frente a este caso, un psicólogo opinó acertadamente: no se puede encerrar a los hijos en una torre de marfil, para protegerlos de la dureza de la vida. No obstante, no pueden ser únicamente adulados, pues entonces se vuelven incapaces de sobrevivir. Aunque aparentemente es una paradoja, tan sólo una educación que no oculte el sufrimiento, es la única que educa seres capaces de superar el dolor. Recuerdo la historia de una palmera que creció en un oasis. Era muy pequeña, pero la más bonita de todas las palmeras que había a su alrededor. Un cierto día, llegó un hombre malvado que, al pasar junto a la palmera pensó cómo podía dañarla. “La aplastaré”, se dijo y colocando una roca muy pesada en sus ramas, siguió su camino. A la palmera le fue imposible quitarse el peso de encima. De manera que estiró sus raíces, alcanzando una veta de agua subterránea. Después de algunos años, cuando el hombre malvado regresó al oasis, la palmera era mucho más bonita que antes. Gracias al peso que había debido


soportar, se había convertido en un árbol alto y hermoso. Sin embargo, estoy convencida de que el dolor en sí no es algo bueno. No es un alimento, sino un veneno. Pero ese veneno puede ser convertido, si queremos, en una medicina. Si aceptamos el desafío que representa, el dolor puede fortalecernos y curarnos −por lo menos interiormente. Ninguna experiencia de la vida es en vano. Siempre podemos aprender algo. También cuando nos desviamos del camino, cuando nos perdemos en el desierto o en una selva, nos sorprende una tempestad o debemos soportar el calor o el frío. Siempre podemos aprender algo que nos ayude a comprender mejor al mundo, a los demás y a nosotros mismos. Gertrud von Le Fort dice que no sólo el claro día, sino también la noche oscura tiene sus milagros. “Hay ciertas flores que sólo florecen en el desierto; estrellas que solamente se pueden ver al borde del despoblado. Existen algunas experiencias del amor de Dios que sólo se viven cuando nos encontramos en el más completo abandono, casi al borde de la desesperación”. Proceso de maduración Si decimos conscientemente sí a la vida y estamos dispuestos a aceptar también sus facetas oscuras, nos encontramos en condiciones de iniciar un proceso de maduración. En primer término, pienso que podemos desarrollar nuestra interioridad. Vivimos muy influenciados por lo externo: la radio y la televisión, anuncios luminosos, teléfonos portátiles e internet captan permanentemente nuestra atención. Y nos mantienen en permanente actividad. A menudo, no nos queda tiempo para estar a solas, con nosotros mismos, para meditar acerca de las impresiones que se agolpan en nuestra mente. Una experiencia dolorosa nos puede obligar a hacer un alto, pues entonces nos distanciamos un poco de los que nos rodean, nos “escondemos” por llamarlo de alguna manera y luego de un tiempo de “no-poderhacer-nada”, en el cual el menor esfuerzo parece que sobrepasara nuestras escasas energías. Nos vemos confrontados con nosotros mismos y ante el desafío de ordenar nuestra vida de otra manera. Ya no es posible engañarnos, el dolor ha hecho más aguda nuestra percepción de las cosas: lo trivial, lo insustancial cede paso a lo


que es importante, a lo substancial. Un refrán dice: “Cuando has llorado, lo ves todo con otros ojos”; puedes ver todo mejor y distinto. Cuando nos encontramos frente a frente con la muerte, nos damos cuenta que nuestro paso por el mundo es temporal y precario. Precisamente frente a la temporalidad y precariedad −y a la inminencia de la muerte−, el tiempo en la tierra nos parece más valioso. Muchas cosas se nos hacen incluso más fáciles: nos sentimos libres de convenciones sin sentido. El teólogo holandés Nouwen señala acertadamente: “Tengo la impresión, difícil de describir, de que si tuviéramos más conciencia de la muerte, seríamos seres más libres”. ¿De qué sirve tener un puesto sobresaliente en la sociedad, si después de ochenta, noventa o máximo de cien años, todo habrá terminado? ¿Y después qué? La experiencia del dolor nos lleva a preguntarnos por la razón última de todas las cosas. Si fuéramos inmortales, si nuestra vida no tuviera fin, si no sufriéramos, tal vez nunca nos plantearíamos el porqué de las cosas. De algún modo, la consideración del propio límite nos conduce a profundizar más. La finitud de la vida humana hace que valoremos mucho más cada día de nuestra vida. “Enséñanos, pues, a contar nuestros días para que lleguemos a tener un corazón sabio”, dice el Salmista. Es doloroso experimentar la propia impotencia. Cuanto más profundas sean nuestras heridas, con más intensidad buscamos un fundamento permanente. Buscamos refugio y consuelo a nuestro alrededor, sin encontrarlo del todo. Se puede decir que Dios tiene entonces una oportunidad para que lo aceptemos. Alguien ha dicho con razón: “El dolor es como un megáfono que Dios utiliza para despertar a un mundo de sordos”. Anhelamos tener seguridad, alivio y comenzamos a vislumbrar que sólo Dios nos los puede dar. Si estamos dispuestos a escucharle, nos ayuda a salir adelante de una situación dolorosa y, a partir de ella, a avanzar. El dolor nos obliga a hacer algo que, hasta ese momento, no hubiéramos sido capaces de hacer: dar un paso hacia Dios. Conozco un hombre joven que, debido a una enfermedad incurable, tuvo que dejar su trabajo. Tras el primer shock, se preguntaba: “¿Quién soy ahora, que mis títulos, mi puesto de trabajo y mi prestigio no valen nada?


¿Quién soy ahora, que no puedo rendir más, que no puedo producir más? ¿Qué puedo esperar y qué me espera?” Un amigo le propuso formular esas cuestiones a Dios y él pudo escuchar Su respuesta: “Tú eres amado por ti mismo. Tú tienes tu valor y tu dignidad, que nadie te puede quitar. Tú puedes esperar la bienaventuranza que no tiene fin”. Él comenzó a tomarse en serio su cristianismo y, al cabo de unos años, al momento de su muerte, sus familiares estaban verdaderamente conmovidos por su serena confianza y abandono en Dios. La seguridad última le dio esa tranquilidad y abandono. Una experiencia dolorosa es terrible sólo si permanecemos en la superficie. Sin embargo, precisamente esta situación nos puede obligar a cavar hondo. Y donde quiera que cavemos, en la profundidad −podemos decir de manera plástica− encontramos siempre agua viva. Encontramos a Dios. Él está siempre presente; es, a la vez, muy cercano y muy lejano, como el agua en lo profundo de la tierra que no vemos, pero está allí. La experiencia de la bondad de Dios Realicé mi primera práctica profesional −siendo aún estudiante− con jóvenes “difíciles de educar” y con enfermos incurables. Ver tanta miseria humana me afectó bastante y me hizo sentir impotente. Me dirigía todos los días a mi trabajo con un nudo en la garganta. Una señora mayor me aconsejó entonces: “Haz todo lo que puedas, pon lo que esté de tu parte y quédate tranquila. El amor de Dios es siempre mucho más grande de lo que puede llegar a ser nuestro sufrimiento”. Estas palabras me dieron ánimo. En esa misma época, me planteé por vez primera la pregunta: si efectivamente Dios, que es omnipotente, nos ama ¿por qué permite que suframos tanto? Las respuestas que dan los teólogos a esta pregunta −propia de la teodicea− son más o menos conocidas. Al alejarse, al apartarse del Dios bueno, ha sido el hombre mismo quien ha introducido el mal en el mundo. Desde entonces, el egoísmo, el orgullo, la envidia, la ira y la avaricia dominan el mundo y originan un sufrimiento indescriptible. Dios permite las denominadas “desgracias naturales” −enfermedad, muerte y catástrofes de la naturaleza− para removernos y recordarnos cuál es el sentido último de nuestra vida. Dios quiere hacernos felices para siempre, pero sólo si nosotros también queremos. En las diversas


circunstancias de nuestra vida, Dios nos invita −nos exhorta− a decidirnos libremente por Él y prepararnos así para ir a su encuentro. Esta respuesta despertó en mí nuevas interrogantes. Siempre simpaticé con Guardini, que sobrellevó durante toda su vida esa tensión entre pensamiento y fe. Poco antes de morir, dijo a un amigo: cuando esté ante el Señor, lo primero que le preguntaré es algo cuya respuesta no he encontrado en ningún libro, en ningún dogma, ni el Magisterio eclesiástico: ¿por qué tienen los hombres que sufrir? La cruz tiene un lugar central en el cristianismo. Con fe la aceptamos, la integramos en nuestra vida y la veneramos; pero continúa siendo un misterio. Un misterio de amor, no de temor. Es el misterio de un Dios que se hace solidario con nuestro sufrimiento y cuyo amor es tan grande que da su vida por nosotros. Desde entonces, el dolor y la muerte no tienen la última palabra en el mundo. Después de la cruz viene la alegría de la Resurrección, una alegría que no tiene fin. Quien posee una confianza tal, es invencible, invulnerable en su interior. ¿Quién lo puede vencer, si esa derrota es el paso previo a su triunfo definitivo? Dios no nos libera del dolor, pues el dolor tiene un sentido misterioso e insondable. Pero el Señor permanece a nuestro lado y dice a cada uno de nosotros: “¡No temas! Esta noche pasará y luego verás la luz de la mañana de Pascua”. Y es que los cristianos no amamos la cruz, amamos a Jesucristo, el Crucificado. Si lo miramos a Él, que murió por nosotros, puede ser que nuestro dolor pierda importancia, que lo veamos como algo más bien secundario. Y si profundizamos en el misterio del amor de Dios, puede incluso ocurrir que logremos cumplir la más importante de todas las obligaciones cristianas: ser todo lo felices que podamos.


Los ‘nasrani’ son héroes, capaces de entregar la vida por sus ideales, y eso nos interpela a nosotros, tan comodones Hoy el mundo está repleto de víctimas. Y eso, sin contar a quienes se lo hacen para lograr su parcelita mediática o su discriminación positiva. Tendríamos que tener menos paciencia con el victimismo, que es una falta de respeto y una parodia del sufrimiento verdadero. Encima, cuando uno, que tiene un espacio y un tiempo limitados, se duele por cualquier crimen, siempre hay quien te echa en cara que no hables de otras víctimas. Puede que sea un acto reflejo, subconsciente, condicionado; pero resulta una maniobra macabra. Unas víctimas se utilizan para justificar otros crímenes o acallar otras denuncias. Así, de modo secundario, se las politiza a todas, ya que cada bandería cuenta con las suyas. Contra esas trampas, basta el sentido común; pero yo, por no distraer nada, al escribir de la persecución de los cristianos en Irak y en Siria, no voy a hablar de víctimas, sino de héroes. No de lástima, sino de admiración. Los nasrani o nazarenos, como llaman a los cristianos, están siendo brutalmente perseguidos. Si quieren vivir, tienen que abandonar sus casas. En Mosul los persiguen con "la espada". En Siria, los han crucificado, literalmente. Podrían convertirse al Islam y librarse de esa saña. No lo hacen. Huyen o tratan de huir de sus ciudades, dejando atrás su biografía, sus propiedades, sus iglesias, su cultura, su patria. Si no pueden huir, encaran la muerte. De un millón y medio de iraquíes cristianos caldeos, el año pasado no llegaban a un tercio, y puede que ahora apenas queden. Están, por tanto, asistiendo a su propio exterminio, que acogen antes que abandonar la fe. Por fin se escriben algunos artículos sobre ellos, que tienen el denominador común de asombrarse del poco caso que hacemos aquí de lo que ocurre a los nasrani. A mí no me extraña. Si fuesen víctimas, como también lo son, encontrarían hueco y eco mediático enseguida. Pero son héroes, capaces de entregar la vida por sus ideales, y eso nos interpela a nosotros, tan comodones. No nos piden sólo solidaridad a distancia, sino que además nos demandan una emulación a diario. La de tomarnos en serio nuestra historia, nuestros principios, nuestras creencias. No hasta el extremo de matar, no, que eso hacen los yihadistas, sino hasta el abismo de sufrir persecuciones


y morir, como hizo Cristo. Una Europa cristofóbica, que huye de la cruz como alma que lleva el diablo ¿cómo no va a apartar la vista? Enrique García­Máiquez Publicado por JOQUIVESA en 3:38 No hay comentarios:

¿Raíces cristianas?

Ernesto Juliá Díaz Ha llegado el momento de vislumbrar un nuevo amanecer en el que hombres y mujeres con raíces cristianas en su inteligencia y en su corazón hagan resurgir de las ruinas, un nuevo Amor que engendrará la vida, levantará las familias, y dará sentido a la libertad, y dará origen a una nueva “democracia”. “Dada la cantidad de musulmanes que hay en Francia, y para no herir su supuesta susceptibilidad, ya no se habla de las raíces cristianas de Europa”. Alain Finkielkraut, judío francés, bien conocido entre los nuevos “filósofos” franceses herederos del 68, se plantea la cuestión de la “identidad europea”, y en su próximo libro no tiene inconveniente en afirmar que estamos ante una crisis profunda de civilización. Finkielkraut no descubre nada nuevo, ciertamente. La civilización que ha hecho grande a Europa hace tiempo que ha comenzado a consumirse y está ya a punto de desaparecer. Las “raíces cristianas” se han agostado, y las leyes europeas apenas sí tienen un fundamento en la opinión variable de las mayorías variables que gobiernan aquí y allá. Nadie con una cierta seriedad intelectual, puede negar las raíces cristianas de Europa. Otra cosa, sin embargo es analizar la supervivencia de esas raíces, y su capacidad para seguir dando frutos de convivencia y de paz social. Cuando se habla en estos términos no nos referimos a la Fe en Cristo y en su Iglesia de muchos europeos, sino a la influencia de la afirmación cristiana en el entramado de la sociedad. Las “raíces cristianas” se han manifestado en Europa de manera clara y precisa, entre otros muchos detalles, arte y literatura incluidos, en estos


cuatro puntos, columnas para una adecuada convivencia humana y cristiana: ─el reconocimiento legal y social de la dignidad de la persona humana, de cualquier persona humana, desde su concepción hasta su muerte natural ─el reconocimiento legal y social de la realidad de la familia −hombre y mujer− y de su descendencia. ─la realidad de un orden moral, el bien y el mal, ley natural o como se le quiera llamar, recibido de un Dios Creador y Padre, que todos, también el poder político tienen la gravísima obligación de respetar, para que, a su vez, su legitimidad sea aceptada.. ─el reconocimiento legal y social, y el respeto total, de la irreductible libertad del ser humano. Libertad que hace al hombre verdaderamente libre y le abre el horizonte hacia el bien de todos, cuando se deja guiar por la Verdad. “La Verdad os hará libres”. Basta una breve mirada por los países de esta vieja Europa para darnos cuenta de que ninguna de estas cuatro raíces sigue viva en Europa, aunque lógicamente sigan vivas en la conciencia de muchos europeos, cristianos y no cristianos que continúan viviendo de la “raíces cristianas”, y que son quienes volverán a levantar otra Europa −bien diferente de la actual− con “raíces cristianas”. La Europa de hoy ha rechazado esas cuatro raíces que un día la hicieron grande y universal: ─Europa niega la dignidad de la persona con el aborto, la matanza de discapacitados, etc. Y está siguiendo el camino del suicidio colectivo que el aborto supone. ─Europa niega la realidad de la familia con esa serie de “supuestos legales” que califican “uniones” de todo tipo entre los seres humanos, como “familias”; y convierte la “adopción” de niños, por quienes no podrán ser jamás ni sus padres ni sus madres, en un auténtico mercado de esclavos, con desprecio total a la libertad de los “esclavos”. ─Europa se está “suicidando”, también políticamente, al convertir la “democracia”, el poder de la mayoría para elegir gobernantes; en “burocracia”, que se ha arrogado el poder de decidir qué es el “bien” y el “mal”, sin atreverse a nombrar, lógicamente, esas palabras sagradas. Europa está dejando vacía de contenido la “libertad” del hombre, creando hombres que no saben qué sentido tiene su libertad −salvo para hacer lo que a cada uno le viene en gana−, porque han dejado de buscar la Verdad. Y no sólo la Divina; han dejado de buscar la verdad de cada hombre. El individualismo se ha apoderado de la vieja Europa y la libertad les sirve casi exclusivamente para buscar su propio “bienestar”; un “bienestar” pensado e


inventado por ellos mismos. Quizá ha pasado el tiempo de las odas fúnebres sobre la vieja Europa, que se está enterrando sola; y ha llegado el momento de vislumbrar un nuevo amanecer en el que hombres y mujeres con raíces cristianas en su inteligencia y en su corazón hagan resurgir de las ruinas, un nuevo Amor que engendrará la vida, levantará las familias, y dará sentido a la libertad, y dará origen a una nueva “democracia”. Publicado por JOQUIVESA en 3:36 No hay comentarios:

Veintiún siglos de fracaso proselitista ateo

Dr. Pedro Beteta Quien no vea al contemplar el reloj de su pueblo al relojero que lo construyó, no verá tampoco la realidad de fe de quienes, en su día, con tiempo y esfuerzo se alzó la iglesia que lo porta El agua y el sol dan ritmo y vida a todos los seres vivos. Con humedad y calor el desierto se hace un oasis y la estepa pradera de mil colores, tantos como sus flores. Policromía viviente, realidad sin par que no se deja pintar. El invierno, con sus noches de hielo, es, a lo más, esperanza. Entonces la naturaleza, yerta, duerme como muerta y se mantiene… a la espera. Han de pasar estaciones enteras, largas o cortas, para que agua y sol, sol y agua, con sus besos despierten la vida que sus entrañas esconden. Pero el canto a la bondad y a la belleza más atronadora es la propia existencia humana. Existir es un regalo de Dios. La campaña atea −como la de otras épocas− está llamada a despertar a los católicos y cristianos “dormidos”, como se ha visto y se sigue viendo en la ciudad condal: ha tomado más fuerza la actividad en las parroquias y no en sólo en los hogares dónde quieren relegar la vida espiritual, el templo expiatorio “del verbo expiar” de la Sagrada Familia se acabará gracias a estos “empujones”. Sólo Dios es capaz de sacar, de transformar el mal en bien. “Es probable que Dios no exista”, así comienzan eso slogan que llevaron algunos autobuses en Barcelona para hacer proselitismo ateo. Es de broma si se ven las cosas con memoria histórica. Hace unos años el vocablo “proselitismo” estaba proscrito para los que hoy lo pregonan, claro que era el apostolado y los abundantes frutos obtenidos lo que les fastidiaba más


que la palabreja. El cristianismo lleva molestando desde que nació para nunca perecer aunque los Nerón, Domiciano, Trajano, Marco Aurelio, etc., no han faltado en estos veintiún siglos. Los cristianos han tenido la culpa de todo cuando la ineptitud de los gobernantes quedaba tan evidencia como su odio a los que aman. Ha habido mucha gente que ha creído a lo largo de la historia que el poder lo cambia todo. Hasta el mismoNapoleón lo reconocía y se lo reprochaba a uno de sus generales que deseaba “crear una religión superior al cristianismo”. Encuentre a un hombre que haga milagros como Jesús y que muera cómo él y después hablamos. También a este gran genio militar se atribuye la frase: “Alejandro Magno, César, Carlomagno y yo hemos construido grandes imperios. Pero ¿de qué dependían? De la fuerza. Pues bien, hace siglos, Jesús inauguró un gran imperio construido sobre el amor, y aun hoy millones de hombres quieren morir por Él”. Estos días nos cortan el suministro de gas Rusia y Ucrania y… Europa se muere de frío con todas sus “riquezas”. ¿Dependemos de unas personas que ellas necesitan calor para vivir y vamos a negar probablemente depender del Ser necesario −exento de toda contingencia− que nos da y mantiene en el ser por su amor siempre benevolente? Hasta el término probablemente manifiesta la ausencia de seguridad de conseguir hacer proselitismo como pretenden. La misma existencia de los que dirigen y pagan la campaña es fruto del amor que Dios les tiene. Marcel Marceau, el gran artista del mimo, había concluido su espectáculo entre interminables ovaciones de un público entusiasmado. Ya instalado en el camerino, sudoroso y fatigado, se dedicaba a ir eliminando hasta el último resto del maquillaje que le cubría el rostro. Fuera, ante la puerta, guardaban cola una serie de admiradores y varios periodistas, a la espera de poder conversar un poco con el famoso personaje. Y de pronto, vieron a una viejecita, que salía de no se sabe dónde, avanzando lentamente con la ayuda de un bastón. Abrió la puerta del camerino sin preocuparse de llamar y sin pensar un instante en todos los que aguardaban su oportunidad de pasar, y penetró en el interior. Refiere uno de los periodistas, que lo presenció desde fuera, que la anciana llegó hasta el artista y se limitó a decir: “Gracias, Marcel, por existir”. Y declarado eso, dio media vuelta y abandonó el camerino con la misma parsimonia con la que había aparecido. Aquellas palabras de la anciana coincidían con la conocida definición de amor del filósofo Joseph Pieper: “Amar es exclamar continuamente ante el ser amado: ¡Qué bueno que existas!” La gente está pendiente del cielo, del tiempo, ya sea para ir al campo, el fruto de una posible buena cosecha, la venta de paraguas o de zapatos.


Pero sobre todo porque el agua es vida, vida fecunda que en el cielo espera en forma de nubes y del cielo baja. Que cae copiosa o silenciosa y lenta, como sin prisas, en copos de blanca nieve que pronto empapa la tierra, o espera paciente en las cumbres serranas. Agua que, en estrepitosa o mansa lluvia de una noche sin luna, riega la tierra mientras sus gentes duermen. Rocío que en forma de perlas adorna los campos, como collares de mujer, dando su perfume al alba y fragancia invisible de fecundidad callada. El agua es vida, vida abundante, vida fecunda que del cielo baja y por la tierra camina. Por ella, los verdes campos ofrecen su blancura en la azucena, carmesí en la amapola y amarillo en la genista. El agua siendo única ella y siempre la misma, se hace infinita en las infinitas formas de vida, colores y aromas que alumbra. Variedad de vidas, fecundidad de todas merced al único rocío que lo es todo en todas. Dios es Señor y Dador de todo tipo de vida pero hay seres inteligentes −los hombres− que se empeñan en “crear un dios” llamado “es probable que no exista Dios”. Los pueblos, sus hombres, sus gentes, y todo el humano linaje necesitan −lo sepan o no−, tanto más de Dios que los campos del agua y del sol. Pero, con todo y con eso,… ¡es tan bueno saberlo! ¡Es tan gozoso verlo! ¡Y tan posible no verlo! Quien no vea al contemplar el reloj de su pueblo al relojero que lo construyó, no verá tampoco la realidad de fe de quienes, en su día, con tiempo y esfuerzo se alzó la iglesia que lo porta. El hombre no puede dejar de ser religioso, como no puede abandonar la sombra al árbol que soleado la produce. Negar a Dios es negar al hombre. Sería como arrancar el árbol para anular la sombra. Y si no es posible apagar el sol, menos aún desarraigar el árbol que Dios plantó en el corazón humano. El hombre de hoy siente, más que en otros tiempos, sed de Dios. Tiene sed de verdad, de amor, de belleza. Ansía saber de verdad la Verdad. Necesita del Amor para amar, sentirse amado y despertar amor. Le urge el deseo de contemplar la Belleza infinita al ver tanta hermosura aquí, reflejo del Creador. El hombre de hoy está, con frecuencia, ayuno de estas cualidades del Ser. Escéptico ante la Verdad, se ve desganado para el Bien y ciego para la Belleza. Por eso, hoy más que nunca, el hombre necesita saber la verdad de que Dios le ama con ternura infinita. Por eso, hoy más que nunca, el hombre necesita reír feliz abrazado a la esperanza del Cielo. Por eso, hoy más que nunca, el hombre enjuga sus lágrimas ante la fascinación de quien es todo Belleza. Decía en cierta ocasión el músico Haydn (1732 1809), a propósito de su obra: “Cuando pienso en Dios, mis notas surgen copiosas como el agua de una fuente; si Dios ha querido darme un corazón alegre, me perdonará que le sirva alegremente”. Al contrario, es así como Dios desea que se le sirva.


Había en la puerta de un de un templo parroquial varios carteles. El primer cartel mostraba a un niño gordito, de esos que anuncian alimentos para bebés, y debajo habían escrito: “Demasiado joven para amar a Dios”. El segundo presentaba a una pareja de “palomos” recién casados dándose un besito; el correspondiente letrero avisaba: “Demasiado felices para amar a Dios”. Le seguía un ejecutivo con cara de desarrollar una tarea febril: “Demasiado ocupado para amar a Dios”. A continuación, un ricachón gordo, con los dedos de las manos llenos de relucientes anillos de oro y pedrería, un habano en la boca, en el momento de descender de un cochazo de lujo: “Demasiado seguro de sí mismo para amar a Dios”. Y el último de la serie mostraba una sepultura con este cartel: “Demasiado tarde para amar a Dios”. Publicado por JOQUIVESA en 3:33 No hay comentarios:

"Para evangelizar, acoger los desafíos de los nuevos medios de comunicación"

Federico Cenci La Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium está "escrita a la luz de la alegría para redescubrir la fuente de la evangelización en el mundo contemporáneo". Con esta expresión, monseñor Rino Fisichella, presidente del Pontificio Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización, resume el contenido del documento que el papa Francisco ofrece a la Iglesia. El impulso para "redescubrir esta fuente" será acogido con la iniciativa El proyecto pastoral de Evangelii Gaudium, organizada por el dicasterio dirigido por monseñor Fisichella y se celebrará del 18 al 20 de septiembre en el Aula Pablo VI en el Vaticano. Excelencia, ¿cómo ha nacido la idea de proponer un encuentro de este tipo? --Mons. Fisichella: Ha nacido de la lectura de la Evangelii Gaudium,que el Papa ha dicho explícitamente que es el programa de su pontificado. Por tanto, el encuentro de septiembre tiene como objetivo traducir este texto en una auténtica acción pastoral,


que permita a las distintas Iglesias repartidas por el mundo, expresar una doble realidad: una evangelización genuina y la riqueza de las tradiciones propias eclesiales y culturales a través de metodologías y experiencias propias de cada comunidad. ¿Cuáles son los estímulos principales y originales contenidos en la Evangelii Gaudium para quien se ocupa de Nueva Evangelización? -- Mons. Fisichella: Como es su estilo, el Papa nos ha dado con esta Exhortación Apostólica una enorme riqueza de sugerencias para que nazcan iniciativas. Nosotros hemos recogido los elementos que están más relacionados con la Nueva Evangelización: en particular, pienso en la expresión de una "pastoral urbana", en los temas de la piedad popular, en las cuestiones relacionadas con la familia. Pero no podemos olvidar la referencia constante del Papa al anuncio kerigmático, es decir, a restablecer la primacía del anuncio de Jesucristo. Anuncio que se hace con el conocimiento de lo que es el nuevo lenguaje de los medios de comunicación social, a través de las obras pastorales vivas, dinámicas y capaces de dar testimonio del amor y la misericordia. El denominador común de estos elementos es la atención especial a los pobres. Por esto vamos a comenzar nuestra reunión con el testimonio de Jean Vanier, uno de los más grandes profetas de la presencia entre los "últimos" para transmitirles alegría y esperanza. ¿Quiénes son en particular los destinatarios de esta iniciativa? --Mons. Fisichella: Todos los trabajadores pastorales. En este encuentro, al que se han sumado ya más de mil personas, hemos invitado a obispos, responsables de las oficinas de las comisiones pastorales, sacerdotes, diáconos, catequistas ... Todos aquellos que están involucrados en el proceso de evangelización. Antes ha hecho referencia al "nuevo lenguaje de los medios de comunicación". En la época digital, ¿es muy importante saber aprovechar también estos instrumentos? -- Mons. Fisichella: Estoy convencido que no podemos pensar ya


en estas formas solo como instrumentos. Hoy estamos delante de un desafío cultural, por tanto, debemos abandonar una mentalidad incapaz de leer el progreso inherente en la comunicación actual. Así como en el pasado el cristianismo se ha encontrado con la cultura griega, con la cultura de África, Asia, sabiendo acoger los rasgos positivos y superar las limitaciones para la riqueza del Evangelio, ahora debemos aceptar el mismo reto frente a la comunicación. Esto está relacionado con un nuevo lenguaje, pero también nuevos comportamientos. Y esto lo vemos realizado en las nuevas generaciones: es suficiente con observar a los niños que acuden a la catequesis de Primera Comunión para comprender cómo ha cambiado su comportamiento. Me temo que nos estamos quedando atrás en esta perspectiva, es por eso que necesitamos una encuentro genuino para penetrar en esta nueva cultura, para acoger lo positivo y mostrar los límites. ¿Qué límites y peligros hay en esta nueva cultura? -- Mons. Fisichella: Sobre todo pienso en un tema que para nosotros no es secundario: la relación entre la comunicación a través de Internet y sus usuarios. A menudo, en medio de muchas noticias no verificadas y de todo tipo, se hace difícil comprender la verdad. Por lo que es necesario también un enfoque profundo en estos temas. Más en general, ¿cuáles son los mayores obstáculos que la sociedad contemporánea plantea frente al camino de la Nueva Evangelización? --Mons. Fisichella: El obstáculo más grande, siempre relacionado con el tema de la comunicación, es la ausencia de un encuentro personal. La fe se ha transmitido siempre porque dos personas se han encontrado y mirado a los ojos: hoy es cada vez más difícil, ya que hay una tendencia a retirarse a la esfera privada. Es, por tanto, lo contrario de la evangelización, que pide salir de nosotros mismos y compartir con otros la experiencia del encuentro gozoso con Jesús. Así que otra limitación importante es este "circuito" cada vez más privado que empobrece. Durante la iniciativa habrá también un encuentro con el


Papa… -- Mons. Fisichella: El Papa vendrá a "provocarnos" una vez más para convertirnos en trabajadores gozosos de evangelización y de pastoral. Así que esperamos con gran curiosidad, pero también con esperanza, este encuentro y la escucha de sus palabras que, como siempre, saldrán del corazón y emocionarán al auditorio dando entusiasmo para emprender un camino, el de la evangelización, que es muy exigente y requiere un gran apoyo. Ha dicho que este es solo el primero de una serie de encuentros en programa. ¿Puede darnos un adelanto? --Mons. Fisichella: En el año 2015 el dicasterio de la Nueva Evangelización está ya cargado de iniciativas. Con las Conferencias episcopales se han organizado encuentros sobre el tema de la catequesis. Estamos también organizando un encuentro con todos los responsables de los Santuarios para dar al tema de la piedad popular un rostro concreto de nueva evangelización. Tenemos además en programa diferentes iniciativas con los responsables de la comunicación y de la pastoral. En este sentido, queremos extender la "Misión Metrópoli" que hemos hecho en el 2011 para transformarla en una iniciativa más general para las distintas Iglesias. Propondremos para el próximo 13 y 14 de marzo, la experiencia "24 horas para el Señor", que será una celebración con el Papa, pero también una apertura nocturna de las iglesias para que el sacramento de la reconciliación sea vivido como un espacio de misericordia. Publicado por JOQUIVESA en 3:25 No hay comentarios:

Comentario a la liturgia Domingo XVIII Ciclo A

P. Antonio Rivero, L.C. Textos: Is 55, 1-3; Rm 8, 35.37-39; Mt 14, 13-21 Idea principal: Dios quiere saciar nuestra hambre y sed. Resumen del mensaje: Dios sabe de nuestra radical hambre y


sed. Por eso ha preparado desde siempre platillos sustanciosos y vinos de solera (primera lectura). Pero los fue distribuyendo de a sorbos. Y cuando ya no aguantó su corazón nos dio a comer generosamente como manjar el Cuerpo y a beber la Sangre de su Hijo Jesucristo, y quedamos satisfechos (evangelio). Con este alimento tendremos fuerzas para satisfacer nuestras necesidades espirituales y salir victoriosos ante las luchas diarias (segunda lectura). E incluso nos sobrará para alimentar a nuestros hermanos necesitados. Puntos de la idea principal: En primer lugar, veamos las diversas hambres y los diversos tipos de sed que tiene el hombre de hoy. Hambre y sed de Dios, que si no es canalizada nos hace caer en la tentación paradisíaca “seréis como dioses”. Hambre y sed de espiritualidad, que si no es orientada se convierte en supermercado donde cada uno satisface sus emociones y sentimientos. Hambre y sed de libertad, que si no es formada desemboca en libertinaje. Hambre y sed de fama y honra, que si no es purificada nos hace caer en espectáculo apoteósico como a tantos faraones, reyes, guerreros, legisladores, cantores y actores. Hambre y sed de dinero, que si no es controlada nos roba el sueño y la paz. Hambre y sed de sexo, que si no es integrado con las otras dimensiones del amor afectivo, amistoso y espiritual, nos devora, engulle y erotiza. Hambre y sed de justicia, que si no es hermanada con la misericordia, nos empuja a la crueldad. Hambre y sed de salud, que si no es equilibrada se convierte en fuente de hipocondría. Hambre y sed de descanso, que si no es dosificada es motivo de pereza y holgazanería. En segundo lugar, Dios en Cristo viene a saciar completamente nuestra hambre y sed interior. Ya desde el Antiguo Testamento, Isaías nos hacía la invitación de Dios: “Acudid por agua…venid, comed sin pagar vino y leche gratis…comeréis bien…”. Esta multiplicación de panes y peces, narrada hoy en el evangelio, es el anuncio y el preludio de lo que Cristo será para todos nosotros: nuestro alimento; anticipo del misterio de la Eucaristía. La metáfora de la comida y de la bebida es muy apropiada para hacernos comprender otros bienes que nos regala Dios: su cercanía, su perdón, su amor. ¡Cuántas veces Jesús utilizó el ambiente de una comida para hacernos sentar a la mesa del


perdón y salvación! Ahí está Cristo Alimento en cada misa. Ahí está Cristo Alimento en el evangelio. Finalmente, pero también nos encarga “dadles vosotros de comer”. No todo lo hace Dios. No todo lo provee Cristo con su milagro. Cristo da los panes y peces multiplicados a los discípulos, y luego estos se los dan a la gente. Debemos compartir con Él su compasión y su sintonía con el hambriento, en todos los sentidos de hambre y sed. Somos colaboradores de ese Cristo que quiere saciar el hambre y la sed de la humanidad. ¡Qué triste sería quedarnos en un rincón comiendo a solas el pan de nuestra fe, de nuestra esperanza, de nuestro amor, de nuestra bondad! ¡Qué triste sería no compartir el vino de nuestra alegría, de nuestro optimismo, de nuestra solidaridad, de nuestro consejo! San Juan Pablo II dijo:“Pienso en el drama del hambre que atormenta a cientos de millones de seres humanos, en las enfermedades que flagelan a los países en desarrollo, en la soledad de los ancianos, la desazón de los parados, el trasiego de los emigrantes. No podemos hacernos ilusiones: por el amor mutuo y, en particular, por la atención a los necesitados se nos reconocerá como verdaderos discípulos de Cristo. En base a este criterio se comprobará la autenticidad de nuestras celebraciones eucarísticas” (Mane nobiscum Domine, 28). Para reflexionar: ¿De qué tengo hambre y sed? ¿A dónde voy a saciar mi hambre y sed? ¿Reparto mi pan con mis hermanos o me lo como a solas?

Tener la valentía de decir no a la corrupción e ilegalidad

Homilía del Papa en la Misa en Caserta Jesús se dirigía a sus oyentes con palabras sencillas, que todos podían entender. También esta tarde, hemos oído, Él nos habla a través de parábolas breves, que hacen referencia a la vida cotidiana de la gente de aquel tiempo. Las similitudes del tesoro escondido en el campo y de la perla de gran valor ven como protagonistas un pobre trabajador y un rico comerciante. El


comerciante de toda la vida busca un objeto de valor, que apague su sed de belleza y da la vuelta al mundo, sin rendirse, en la esperanza de encontrar lo que está buscando. El otro, el trabajador, nunca se ha alejado de su campo y cumple el trabajo siempre, con las acciones cotidianas habituales. Y para los dos el éxito final es el mismo: el descubrimiento de algo precioso, para uno un tesoro, para otro una perla de gran valor. Ambos están unidos también por un mismo sentimiento: la sorpresa y la alegría de haber encontrado la satisfacción de todo deseo. Finalmente, ambos no dudan en vender todo para conseguir el tesoro que han encontrado. Mediante estas dos parábolas, Jesús enseña qué es el reino de los cielos, como se encuentra, qué hacer para tenerlo. ¿Qué es el reino de los cielos? Jesús no se preocupa de explicarlo. Lo anuncia desde el inicio de su Evangelio: "El reino de los cielos está cerca"; también hoy está cerca de nosotros, está cerca. Es más, no hace verlo nunca directamente, sino siempre como un reflejo, narrando el actuar de un propietario, de un rey, de diez vírgenes... Prefiere dejarlo intuir, con parábolas y semejanzas, manifestando sobre todo los efectos: el reino de los cielos es capaz de cambiar el mundo, como la levadura escondida en la masa; es pequeño y humilde como un grano de mostaza, que se hará grande como un árbol. Las dos parábolas sobre las que queremos reflexionar nos hacen entender que el reino de Dios se hace presente en la persona misma de Jesús. Es Él el tesoro escondido, es Él la perla de gran valor. Se comprende la alegría del campesino y del comerciante: ¡han encontrado! Es la alegría de cada uno de nosotros cuando descubrimos la cercanía y la presencia de Jesús en nuestra vida. Una presencia que transforma la existencia y nos abre a las exigencias de los hermanos; una presencia que invita a acoger cada otra presencia, también la del extranjero o del inmigrante. Es una presencia acogedora, es una presencia alegre, es una presencia fecunda. Así el reino dentro de nosotros. Vosotros podéis preguntarme, pero padre: ¿Cómo se encuentra el reino de Dios? Cada uno de nosotros tiene un recorrido particular. Cada uno de nosotros tiene su camino en la vida. Para alguno el encuentro con Jesús es esperado, deseado, buscado desde hace mucho, como se muestra en la parábola del comerciante, que da la vuelta al mundo para encontrar algo de valor. Para otros sucede de improviso, casi por casualidad, como en la parábola del campesino. Esto nos recuerda que Dios se deja encontrar igualmente, porque es Él quien desea en primer lugar encontrarnos a nosotros y en primer lugar trata de encontrarnos. Ha venido para ser el "Dios con


nosotros". Y Jesús está entre nosotros, Él está aquí, Él lo ha dicho. Cuando estáis reunidos en mi nombre yo estoy con vosotros. Él Señor está aquí, está con nosotros, en medio de nosotros. Es Él quien nos busca y se hace encontrar también por quien no lo busca. Y Él nos busca y se hace encontrar. A veces Él se deja encontrar en lugares insólitos y en tiempos inesperados. Cuando se encuentra a Jesús se queda fascinado, conquistado, y es una alegría dejar nuestro habitual modo de vivir, a veces árido y apático, para abrazar el Evangelio, para dejarnos guiar por la lógica nueva del amor y del servicio humilde y desinteresado. La Palabra de Jesús, el Evangelio. No quiero hacer la pregunta aquí. Pero quiero que respondáis, hago la pregunta. ¿Cuántos de vosotros cada día leen un fragmento del Evangelio? No levantéis la mano, no, no. Hago la pregunta solamente. Pero, ¿cuántos de vosotros quizá se dan prisa en hacer el trabajo para no perder la telenovela? Tener en Evangelio a mano, tener en Evangelio en la mesilla. Tener el Evangelio en el bolso. Tener en Evangelio en el bolsillo. Y después abrirlo y ver la Palabra de Jesús. Y el reino de Dios viene. El contacto con la Palabra de Jesús es lo que nos acerca al reino de Dios. Pensadlo bien. Un Evangelio pequeño a mano siempre, se abre, por casualidad y se lee. Y Jesús está ahí. ¿Qué puedo hacer para poseer el reino de Dios? Sobre este punto Jesús es muy explícito: no basta el entusiasmo, la alegría del descubrimiento. Es necesario anteponer la perla preciosa del reino a cualquier otro bien terreno. Es necesario poner a Dios en el primer lugar en nuestra vida, preferirlo a todo. Dar el primado a Dios significa tener la valentía de decir no al mal, no a la violencia, no a las opresiones, para vivir una vida de servicio a los otros y en favor de la legalidad y del bien común. Cuando una persona descubre a Dios, el verdadero tesoro, abandona un estilo de vida egoísta y busca compartir con los otros la caridad que viene de Dios. Quien se hace amigo de Dios, ama a los hermanos, se compromete en cuidar su vida y su salud también respetando el ambiente y la naturaleza. Yo sé que vosotros sufrís por estas cosas. Hoy cuando he llegado uno de vosotros se ha acercado y me ha dicho: padre, dénos la esperanza. Pero yo no puedo daros la esperanza. Pero yo puedo deciros: donde está Jesús hay esperanza. Donde está Jesús se ama a los hermanos, se compromete a cuidar su vida y su salud también respetando el ambiente y la naturaleza. Y esta es la esperanza que no desilusiona nunca. La que da Jesús. Esto es particularmente importante en esta vuestra tierra bella que


pide ser cuidada y preservada, pide tener la valentía de decir no a todo tipo de corrupción y de ilegalidad. Todos sabemos el nombre de estas formas de corrupción y de ilegalidad. Pide a todos ser servidores de la verdad y asumir en toda situación el estilo de vida del Evangelio, que se manifiesta en el don de sí y en la atención al pobre y al excluido. Cuidar al pobre y al excluido. La Biblia está llena de esto. El Señor dice: vosotros haced esto, haced esto. A mí no me importa, a mí me importa que el huérfano sea cuidado, que la viuda sea cuidada, que el excluido sea recibido. A mí me importa que la creación sea cuidada. Esto es el reino de Dios. Y la Biblia está llena. La fiesta de Santa Ana, a mí me gusta llamarla la abuela de Jesús. Es así ¿eh? Y hoy es un bonito día para festejar a las abuelas. Cuando incensaba, he visto algo muy bonito. Santa Ana no está coronada, la hija está coronada. Y esto es bonito ¿eh? Santa Ana es la mujer que ha preparado a su hija para ser reina, para ser la reina del cielo y de la tierra. Ha hecho un buen trabajo esta abuela ¿eh? Un buen trabajo. Es la patrona de Caserta, ha recogido en esta plaza los varios componentes de la Comunidad diocesana con el obispo y con la presencia de las autoridades civiles y de los representantes de varias realidades sociales. Deseo animaros a todos a vivir la fiesta patronal libre de cualquier condicionamiento, expresión pura de la fe de un pueblo que se reconoce familia de Dios y fortalece los lazos de la fraternidad y de la solidaridad. Santa Ana quizá ha escuchado a su hija María proclamar las palabras del Magníficat, porque María seguramente ha repetido estas palabras muchas veces. Estas palabras: "derribó del trono a los poderosos y enalteció a los humildes, a los hambrientos los colmó de bienes". Ella os ayude a buscar el único tesoro, Jesús, y os enseñe a descubrir los criterios del actuar de Dios; Ella invierte los juicios del mundo, socorre a los pobres y a los pequeños y colma de bienes a los humildes, que le confían a Él su existencia. Tened esperanza. La esperanza no desilusiona. A mí me gusta repetir, no os dejéis robar la esperanza.


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