Fortaleza

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Fortaleza 1. Definición: Hábito humano fortalecido y elevado por la gracia, “la fortaleza acomete el bien sin detenerse ante las dificultades y resiste los males y las dificultades evitando que estos nos lleve a la tristeza” Sto. Tomás. Séneca “no nos falta valor para emprender ciertas cosas porque son difíciles, sino que son difíciles porque nos falta valor para emprenderlas”. El hombre siempre ha admirado a aquellos hombres que han servido como puntos de referencia a generaciones enteras porque han preferido toda suerte de privaciones y aun la muerte antes de traicionar su ideal. La fortaleza cristiana, que asume todos los valores nobles contenidos en esa actitud profundamente humana, es mucho más. El cristianismo nace de un acto sublime de fortaleza y de caridad, la muerte de Cristo en la Cruz, y se ha desarrollado con la sangre de los mártires. 2. El ejemplo de Jesucristo y de los primeros cristianos Jesús rechazó tajantemente las tentaciones del demonio. Después expulsaría a los mercaderes del templo porque habían convertido un lugar sagrado en cueva de ladrones. No cambió su doctrina cuando sus paisanos de Nazaret quisieron despeñarle, ni cuando sus discípulos empezaron a abandonarle después del discurso del Pan eucarístico. Y nos da un maravilloso ejemplo de fortaleza a la hora de la Pasión. Los Apóstoles fueron azotados por predicar el nombre de Jesús y salieron gozosos del Sanedrín, después de manifestar que debían obedecer a Dios antes que a los hombres. San Pablo, cuando explicaba en Atenas la resurrección de los cuerpos, le tomaron por un charlatán medio loco. Sin embargo no rebajó la doctrina por la incomprensión de los hombres tenidos doctos por doctos en su tiempo. 3. Robustecer la voluntad La fortaleza es virtud para todos, ya que su contenido es robustecer la voluntad para que no desista en la búsqueda del bien, a pesar de las dificultades y obstáculos que encuentre en el camino. Resulta especialmente necesario fomentar esta virtud humana y cristiana en momentos cono los actuales, en los que el creciente nivel de vida, la disponibilidad de muchos bienes de consumo, la facilidad en que muchas personas viven, traen consigo una mentalidad hedonista, de materialismo práctico, caracterizado por el horror a todo lo que significa renuncia o sacrificio. La vida cristiana, aun siendo radicalmente alegre, sabe de renuncias y sacrificios. Dios concede a sus hijos la virtud infusa de la fortaleza para que le resulte más fácil el camino de constante superación que requiere vivir con plenitud cristianamente. Pero esas dádivas divinas perderían su eficacia si no encontraran el


apoyo de las virtudes humanas, que constituyen su soporte natural. Sto. Tomás enseña que la fortaleza se hace presente en dos actos fundamentales: enfrentarse con los peligros que pueda comportar la realización del bien, y soportar las adversidades que sobrevengan por una causa justa. En el primer caso encuentran su campo de actuación la valentía y la audacia; en el segundo, la paciencia y la perseverancia. 4. La fortaleza en la vida ordinaria Para la mayoría de las personas el ámbito de la fortaleza se expresa en la actividad ordinaria “Es fuerte el que persevera en el cumplimiento de lo que entiende que debe hacer, según su conciencia; el que no mide el valor de una tarea exclusivamente por los beneficios que recibe, sino por el servicio que presta a los demás. El fuerte, a veces, sufre, pero resiste; llora quizá, pero se bebe sus lágrimas. Cuando la contradicción arrecia, no se dobla” n. P. Se trata de una actitud de firmeza, que busca hacer lo que se debe en el trabajo, en las relaciones con los demás, en la lucha por acercarse más a Dios, sin doblegarse ante las dificultades. En palabras de Juan Pablo II “la fortaleza requiere siempre una cierta superación de la debilidad humana y, sobre todo, del miedo”. La fidelidad a la buena doctrina, a seguir al Papa, exige fortaleza. De lo contrario, aun conociendo las obligaciones cristianas, se acaba por ceder ante auténticas aberraciones y se justifican los errores. Si cumplir la voluntad de Dios cuesta, también Dios ayuda para hacer el bien y resistir el mal. Cumplimiento de los deberes de estado: como cristianos, como esposo y padre de familia, como profesional. . Virtudes que acompañan a la fortaleza La magnanimidad: ánimo grande. Es la fuerza que nos dispone a salir de nosotros mismos, para prepararnos a emprender obras valiosas, en beneficio de todos. El magnánimo es capaz de entregarse el mismo. No se conforma con dar: se da. La máxima expresión está en darse a Dios. No son compatibles con la magnanimidad la ambición de honores y alabanzas, el gusto por la adulación. Es opuesto al magnánimo el pusilánime que tiene horizontes estrechos y se resigna a ir tirando, despreocupándose de la suerte de sus conciudadanos, de su personal ambición de cultura, de ideales. El magnánimo es audaz. No se retrae ni ante la magnitud de la empresa ni ante las dificultades que encuentra a la hora de desarrollar y defender su ideal. El temor al ambiente no tiene sentido en un cristiano. No actuaron así nuestros primeros hermanos en la fe, ni todos aquellos que, en la historia de la Iglesia han dejado un surco profundo.


La magnificencia: modera el amor al dinero y a los bienes materiales, de modo que, pueden ponerse al servicio de obras grandes. Es lo contrario de la tacañería, de un espíritu de tacañería para las cosas de Dios o del bien común. Las grandes catedrales de antaño resultan un ejemplo plástico de magnificencia, así como los donativos generosos para los lugares y objetos de culto y también para las obras de apostolado. La paciencia: nos hace soportar los males con buen ánimo, de modo que no nos acarreen una tristeza desordenada. Pacientes ante los acontecimientos desagradables y ante las dificultades de la vida ordinaria. Desdice de una conducta cristiana reaccionar de modo malhumorado y agrio ante las contrariedades de la jornada. También ante los propios defectos y los defectos de los demás. Nada tiene que ver la paciencia cristiana con la impasibilidad y la dureza de corazón. Tampoco es paciencia, ni virtud, el excesivo sosiego en el trabajo: conformarse con rendir como diez cuando se puede dar como quince. La perseverancia: es persistir en el amor: n.P.. Lleva a proseguir en el ejercicio de la virtud, a pesar de las dificultades y de la duración del esfuerzo. Es continuar sin dejaciones aquella tarea que se había emprendido. La perseverancia es lo más opuesto a la superficialidad, al mariposeo, a conformarse con flacos resultados que den apariencia de éxito. Lo importante no es poner la primera piedra, sino la última. Constancia y tenacidad: continuar el trabajo independientemente del estado de ánimo, del tedio y de los parciales fracasos. Es, en el buen sentido, lo que comúnmente se llama tozudez En primer lugar en la lucha interior, en el apostolado, en el remate de la labor comenzada. Particular interés tiene la constancia en los medios de formación, pues es ésta una tarea que no termina nunca: siempre habrá algo que aprender. Hay que aspirar a poseer aquella formación humana, profesional, cristiana, que en cada momento necesitamos para desarrollar con provecho nuestra labor. 6. Manifestaciones de la virtud de la fortaleza (sólo a título orientativo) Superar los estados de ánimo en la vida interior y no dejerse conducir por la ley del gusto. Evitar las quejas y tratar de mejorar cada situación. Perseverar en la tarea profesional, aunque sea monótona. Sonreír, aunque no se tengan ganas. Mantener la alegría aun en medio de las contrariedades. Defender las convicciones religiosas y a la Iglesia, comportarse coherentemente sin respetos humanos ni tener temor a quedar mal en determinados ambientes Educar con amabilidad pero sin dejaciones de los deberes como padres por temor a ir contracorriente.


Recomenzar tantas veces como sea necesario. 7. Los dos grandes medios para adquirir la fortaleza La gracia de Dios por medio de los sacramentos El esfuerzo personal. Ejercitar la voluntad para superar cada jornada los pequeĂąos vencimientos. 8. La fortaleza con sus virtudes aledaĂąas, trae como fruto inmediato la serenidad, porque el fuerte no pierde la orientaciĂłn de su entendimiento y de su voluntad, aun cuando puede resultar dura la batalla.


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