EL MAS ALLA NOTA DEL EDITOR Todos los hechos referidos en el presente volumen corresponden rigurosamente a la realidad, y están todos plenamente documentados “Estoy abierto a la Fe porque deseo comprender” Cuando se habla de los riesgos de la Fe, en el contexto de la práctica religiosa, hay uno que suele quedar en el olvido. Se trata de la «pérdida de dimensiones». Un olvido que, bajo pretexto de «fidelidad a la letra», convirtió en miopes a no pocos teólogos contemporáneos de Galileo, hasta el punto de que sucedió lo que todos sabemos. Esta misma miopía la encontramos hace un siglo, prácticamente intacta, confrontada a la profundidad del fenómeno «vida». Hoy, sigue prevaleciendo frente a otro, que reclama, siempre de la vida, la profundidad «meta-histórica». Es decir, todo aquello que ultrapasa las dimensiones espacio-tiempo Los creyentes practicantes, que cada domingo concluyen su «Acto de Fe» con el maravilloso pentagrama que tiene en «La Vida después de la Vida» su fuego, su punto álgido, dicen: «Creo en la Vida Eterna». No obstante, cuando abandonan el recinto sagrado parece que con frecuencia olvidan todo cuanto han dicho. Entre el acto de fe en la Vida Inmortal la vida en sentido fuerte y los hechos cotidianos, se interpone no un umbral de comunicación, sino un auténtico muro. Aquel velo del templo, que según los Evangelios se rasgó a la muerte de Cristo, se va reconstruyendo dentro de muchos, como una membrana, que nada tiene que ver con el tímpano, creada para comunicar a dos mundos distintos aunque no separados: el mundo exterior, sensorial por definición, y el de la interioridad, espiritual por constitución y en consecuencia inmortal. La pérdida de las dimensiones de «lo alto y lo profundo», para utilizar una imagen estrictamente paulina, convierte en sordos, por no decir en obtusos, a muchos incrédulos y a no pocos creyentes. La toma de contacto con este libro y con las vivencias que constituyen su esencia, provocará, seguramente, dos reacciones inmediatas y contrapuestas, análogas a las que provocaría una descarga eléctrica no bien definida: la reacción de aquel que, por temor, suelta inmediatamente el cable que le ha provocado la descarga y la de aquel que pide: «!luz, más luz!». A los miopes se les unen, generalmente, los timoratos. «No quiero correr riesgos», dirá siempre el buen positivista fiel al pentagrama de los sentidos. Pero, ¿cómo sobrevivir a nivel de tal pentagrama, si toda la ciencia moderna escribe hoy sus partituras por encima y por debajo de las cinco líneas clásicas? Yo no quiero correr riesgos», dirán la mujer y el hombre de fe, repitiendo fórmulas que son como piedras preciosas. Pero las piedras preciosas no son biodegradables en absoluto y, en consecuencia, se resisten a convertirse en procesos vitales Este movimiento circular, al que se refería Pablo VI al hablar de Evangelio y de cultura moderna, exige adoración, cierto, pero, al mismo tiempo, exige también comunión: como la Eucaristía, acto vital por excelencia El típico proceso vital del hombre «criatura de Dios», ¿no es tal vez la conjugación del conocimiento con el amor? Este libro habla del amor de un padre que ha perdido a su hijo y no sabe ni donde ni como lo ha perdido. Su búsqueda en pos de estos «donde» y «como» lo llevan a una dimensión que él ni tan sólo imaginaba. Lógicamente, creía en la Vida Eterna. Como todos los católicos practicantes repetía las palabras del «Credo». En tanto que director de Acción Católica de una ciudad fronteriza ayudaba a los demás a practicar obras de fe. Sin embargo, no imaginaba encontrarse en la frontera de la «vida después de la vida». Fue necesario que su hijo desapareciese en la noche, para que en su espíritu surgiera el alba Nosotros oyentes, lectores, nos encontramos ante un drama humano por el que nos dejamos subyugar. La emoción es como una ola de mar agitada por el viento. Vive unas modulaciones de frecuencia que son el signo de una participación directa. Cesa el viento, cede el impulso. Todo vuelve a la normalidad