Mario Vargas Llosa - El Cuento de Nunca Acabar (2000)

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MARIO VARGAS LLOSA – EL CUENTO DE NUNCA ACABAR

TURÍN es famosa por los automóviles FIAT, por su museo de antigüedades egipcias, porque en una de sus calles, un día de 1881, Friedrich Nietzsche dio aquel abrazo al caballo con el que se despidió de la razón, porque en un modesto cuartito del Hotel Roma, vecino a la estación, una noche de 1951 se suicidó Cesare Pavese, y por muchas otras cosas más. A ellas se sumará pronto, tal vez, gracias al entusiasmo contagioso de uno de sus ilustres hijos, el escritor Alessandro Baricco, la de estarse convirtiendo en la capital europea de la narrativa, o poco menos. Nacido en 1958, Baricco es uno de los más conocidos escritores contemporáneos, autor de magníficas novelas, entre ellas la misteriosa, lacónica y perfecta Seda, de ensayos y textos teatrales, y de estudios musicales, uno de ellos consagrado a la obra de Rossini. Pero es, también, una especie de agitador y misionero cultural, un cruzado del cuento, que dedica parte de su vida no sólo a crear historias y personajes de ficción, sino también escritores y lectores de buena literatura, con múltiples iniciativas que, por lo que acabo de ver y oír en un viaje reciente por su tierra turinesa, han dado ya óptimos frutos. Una de ellas es la Scuola Holden, llamada así en homenaje a Holden Caulfield, el héroe de The catcher in the rye, de Salinger, que funciona a pocos metros de las orillas del Po, en una casa finesecular y modernista de una calle apropiadamente llamada Dante. En ella se enseñan las técnicas de la narrativa, en todas sus expresiones: los libros, el cine, el teatro, la televisión. Los jóvenes que toman los cursos, que duran dos años, tienen entre 19 y 30 años, vienen de toda Italia y en sus aulas aprenden a leer, a contar, a oír, a construir, a frasear y a sugerir las historias que llevan adentro y quisieran volcar en libros, escenarios o películas. Sus maestros son todos practicantes de la narrativa, como el propio Baricco, no sólo novelistas, también dramaturgos, guionistas, letristas o contadores orales, cuya exclusiva calificación es la pasión por su oficio y el deseo de enriquecerlo y propagarlo. La Scuola Holden tiene reminiscencias de los departamentos de "escritura creativa" (Creative Writing) que ofrecen muchas universidades anglo-sajonas, pero hay en ella algo que la distingue de estos últimos: una mayor exigencia de pureza vocacional de parte de sus alumnos, quienes no reciben título ni certificado académico alguno al término de su formación, pues la Scuola, que es privada, no tiene carácter oficial universitario, ni aspira a tenerlo. Su ambición no es formar profesionales, sino artistas. O, mejor dicho, narradores, una palabra que en las aulas, franciscanas pero pletóricas de alegría y vitalidad de la institución, suena mejor, con más musicalidad, gracia y dignidad que en otras partes. Varias veces he dado cursos y conferencias sobre lo que he aprendido escribiendo novelas; pero nunca me he divertido tanto haciéndolo como entre estos jóvenes pugnaces y apasionados de la Scuola Holden, el benjamín de los cuales me susurró en el oído el último día de clase, a modo de despedida, con una convicción emocionante: "Yo llegaré a ser un escritor". Baricco es también el creador y protagonista de un espectáculo bautizado con el nombre de Totem, que ha recorrido los teatros de Italia, congregando multitudes, y alguna de sus versiones ha sido filmada y


transmitida por la RAI. Yo no lo he visto en vivo, sólo en vídeo, pero, aun así, a través de la pantalla se advertía la concentración estática con que el público escuchaba -riéndose, entristeciéndose o maravillándose- las historias que Baricco y sus acompañantes les leían y contaban, entremezclando sus relatos con anécdotas, comentarios y, a veces, fragmentos musicales. Historias tomadas de escritores clásicos o modernos, Dickens, Céline, o de Guillermo Tell, la última ópera que escribió Rossini, revividas en el escenario literalmente, y enlazadas unas con otras a partir del efecto psicológico que causaron en quienes las resucitaban, explicándolas y leyéndolas en voz alta para compartir con el auditorio el placer, la sorpresa, la ternura o la angustia que aquellas lecturas les depararon. En algunos casos, un actor reproducía, mimándolo, al personaje de la historia, y en otros una música, grabada o ejecutada en escena por un pequeño conjunto, acompañaba la lectura para añadir cierto énfasis, o rodear de cierto clima, a los textos leídos. Pero en todos estos casos la escenografía no se servía de las narraciones para fines teatrales, extranarrativos; estaba a su servicio, daba mayor relieve a los relatos y contribuía a situarlos dentro de un contexto inteligible. Totem renueva, en un mundo moderno, la más antigua y la más extendida de las tradiciones: en todas las culturas y civilizaciones, desde los tiempos más remotos, los seres humanos acostumbraban reunirse para escuchar historias. Historias que les explicaban el mundo y el trasmundo, aplacaban sus miedos e incertidumbres o los multiplicaban, sacándolos de sus vidas limitadas y haciéndolos vivir, en el tiempo milagroso del cuento, otras, más ricas, más libres, más intensas. La literatura es un brote tardío de aquella antigua magia urdida con el verbo y la fantasía para hacer la vida más llevadera, para apaciguar simbólicamente ese surtidor de deseos inalcanzables de que está hecha la existencia humana. El espectáculo concebido por Baricco llega tan fácilmente a grandes públicos no literarios porque tiene la virtud de mostrar, en los textos y narraciones que él escoge y que trenza refiriéndolos a su propia experiencia y a la vida de nuestros días, cómo la buena literatura es diversión, una manera exaltante de pasar el tiempo, cómo las buenas historias de los libros pueden excitar el ánimo ni más ni menos que un concierto de rock o un match de fútbol. La última de las invenciones de Alessandro Baricco en su inexorable combate en favor de la literatura es una librería. Se había inaugurado apenas seis días atrás cuando la visité. Se halla en el centro de Turín, en una esquina de la Piazza Bodoni, y es pequeña, de apenas 100 metros cuadrados. Una frase de Nora Joyce a su célebre marido recibe a los visitantes: "¿Por qué no escribes libros que la gente entienda?". La librería de Baricco ha sido concebida de tal modo que todos los libros que en ella se venden resulten accesibles a sus compradores, porque cada uno de ellos viene acompañado de un padrino (o una madrina) que los describe, explica y promueve a lo largo de tres minutos, en unas grabaciones que los potenciales compradores pueden escuchar en unos auriculares, como en las tiendas de discos. Para que esto sea posible -que cada libro reciba ese tratamiento deferente y especial que lo recomienda al comprador- se ha fijado un tope de libros puestos a la venta: veintiocho, ni uno más. Este número es inflexible, pero los títulos no: cada mes se renuevan diez, que vienen, asimismo, elegidos, descritos y promocionados por una persona. Quienes eligen se renuevan también, naturalmente. Son traductores, escritores, críticos, pero la idea no es que estas 28 personas salgan exclusivamente del ámbito intelectual. Serán gentes procedentes de distintos medios y actividades, con afición por la lectura, un cierto gusto, y capaces de desarrollar de viva voz en tres minutos unas razones claras y persuasivas por las que el libro que recomiendan debería ser


leído. No hay limitación alguna -ni de género, ni de época, ni de lengua- en la selección de los 28 afortunados volúmenes huéspedes de la librería ideada por Baricco. Algunos ejemplos de esta primera selección dan una idea de la variedad de la oferta: Las confesiones, de Jean Jacques Rousseau; cuentos de Charles Bukowski y novelas de Alberto Savinio, Philip Roth, Jorge Ibargüengoitia, William Vollmann, Virginia Woolf, Georges Simenon, Serena Vitale, Joao Guimaraes Rosa, Antonio Moresco, Sebastián Junquer y Antonia S. Byatt, entre otras. Mi insistencia en averiguar si esta original librería minimalista estaría en condiciones de sobrevivir económicamente provocó entre los amigos embarcados en la aventura de la Piazza Bodoni bastantes sonrisas y algún bostezo: sí, sobreviviría. En todo caso, el éxito económico no era su objetivo primordial. Más bien, el de sentar un ejemplo susceptible de ser imitado. En sus primeros seis días de existencia la librería había vendido un promedio de medio centenar de volúmenes diarios: ¿acaso era un mal comienzo? Hay que desear que tenga éxito, que su vida se prolongue largo tiempo. El proyecto es original y revela un amor hondo y personal por el libro. No por el libro en general, ente abstracto; por éste, ése y aquél, por cada uno de los que han entrado a ocupar un lugar en los anaqueles aristocráticos de esa tienda que tiene algo de santuario o ámbito ceremonial. Pues cada uno de ellos llegó hasta aquí no por efecto de un mecanismo impersonal -las fuerzas del mercado, la oferta y la demandasino como un acto de amor, de reconocimiento, de gratitud, de un lector que gracias a aquellas páginas vivió unas horas o días de ilusión, de sueño y de felicidad, y quiere de este modo, asumiendo su padrinazgo, que otros vivan una experiencia igualmente gratificante. Esto no es renunciar al mercado, desde luego. Es actuar de manera que el mercado del libro, además de producir beneficios a editores y libreros, dinamice la cultura literaria, difundiendo el producto valioso, el más creativo, y vaya ganando lectores y educándolos a la vez que los sirve. Si, como supone Baricco, esta pequeña librería tiene éxito, muchas otras nacerán a su imagen y semejanza en Turín y en el resto de Italia, y esto servirá, también, para estimular a los buenos editores, aquellos que quieren publicar libros de calidad y no se atreven por falta de circuitos de distribución para llegar a los lectores. Y acaso sirva, asimismo, para disminuir la plétora asfixiante de publicaciones en aras de la calidad. ¿Utopías? ¿Sueños de novelista? Tal vez lo sean. Pero, la verdad, Alessandro Baricco nos está dando un admirable ejemplo a todos los escritores y lectores que, de un tiempo a esta parte, nos dedicamos a gemir premonitoriamente como unas magdalenas por la bancarrota de la literatura creativa, debido a la tiranía creciente de la televisión, a la basura manufacturada que es la literatura de gran consumo, a las grandes superficies de venta que están aniquilando a las queridas librerías de antaño, y a predecir una inminente humanidad sin lectores sensibles. A Baricco deben de asaltarle los mismos temores que a nosotros sobre el futuro de la literatura, sin duda. Pero, en vez de adoptar la cómoda postura del victimismo, o jugar a ser Casandra, se ha puesto a actuar, a pelear, como un verdadero titán, en defensa de aquello que ama y que constituye su vida. Su filosofía es muy simple. Si la literatura es importante, y merece ser salvada, pues ¡a salvarla! ¿Cómo? Escribiendo buenos libros, ante todo, claro está. Pero, como estos libros no llegan normalmente a un vasto público, amañándose de mil maneras para fabricar buenos lectores y, además, si es posible, también buenos escritores, que mantengan viva la exigencia y la ambición de la calidad literaria en las nuevas hornadas. ¿Es posible eso? Sí, lo es. Invirtiendo en ello un poco de la imaginación y el empeño, que son requisitos obligatorios de un


novelista, se pueden hacer milagros en favor de la literatura. ¿No me creen? Amigos: vayan a Turín, véanlo y asómbrense.


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