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TintaSangre Número 1
from TintaSangre Número 1
by Oscar Guzman
Lucero de la Tarde
La caída de las ánimas en el tormentoso río infernal hubiera sido más placentera que una tarde en aquel diminuto cuartucho de azotea. Las ventanas pintadas a burdos brochazos en negro, evitaban por completo el paso de la luz, haciendo casi imperceptibles los centenares de defectos que iban desde grietas, manchas de grasa, humedad, suciedad, moho, hasta trozos de pared y techo arrinconados en alguna esquina de lugar o dispersos indistinta y descuidadamente por todo el piso.
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Aún así, con toda esa decadencia acumulada en un espacio de apenas seis metros cuadrados; pese a esa habitación que parecía desear simplemente colapsar de pronto para terminar con su mal concebida existencia; incluso con todo ese abandono, la escena lucía menos terrible cuando uno la encontraba sin su cotidiano habitante. Su sola presencia inundaba la habitación con un aroma a morgue que secaba la nariz y helaba los huesos; ni siquiera se percibía ese característico olor a podrido de un cadáver, había perdido esa capacidad; para que algo pueda pudrirse necesita haber estado vivo y aquel hombre —si es que aún podría llamársele así —- no estaba vivo desde hacía demasiado tiempo. Caminaba por las noches entre las inmensas máquinas de la fábrica que cuidaba para ganarse, mes con mes, algunas raciones de pan, algo de queso y la oportunidad de quedarse en el pequeño cuarto como velador oficial del lugar.
El sueño del Dragón
Para Andrea Díaz
Le tomó mucho darse cuenta de lo que era, porque las actuales circunstancias lo ubicaban en algo más cercano a un qué que a un quién, y a pesar de haber transcurrido todo el tiempo conocido para arribar a esa toma de conciencia —pues fue iniciada mucho antes, incluso, de que las convenciones humanas lo forzaran a abandonar el silencio de la inexistencia y el territorio de lo inconmensurable, para adquirir voz y unidad de medida en la esclavitud del latido sinfín de los relojes— más le valía no haberlo hecho, coligió, pues no se trataba ahora de asumirse como entidad única en el inventario de lo conocido, ni de tratar de entender la imposible conjunción en balance de la más delicada belleza y la más esperpéntica fealdad que modelaban su ser. No. Ahora eso era lo de menos. Lo importante era la inquietud apenas desenterrada: la dualidad a la cual había permanecido ajeno, aun cuando se trataba de la única vía para explicar todo de manera coherente y disipar sus dudas; el blindaje interno que lo había mantenido en involuntario pero efectivo aislamiento de la toma de conciencia de sí, quizá como una forma extrema de autoprotección; el reciente descubrimiento de esa suerte de identidad secreta, tan secreta que incluso había permanecido oculta para él mismo a ojos vista, como un objeto al cual se busca con afán pero infructuosamente porque se le tiene en mano desde el principio de la búsqueda.
Decidió no cuestionarse más acerca de sí, de su existencia, tras haber intentado deconstruirla hasta la náusea sin encontrar el origen de la misma en el intento. Pero ahora
Alina
A Arvo Pärt Sólo la confrontación con el espíritu, con la luz, conmueve. Ludwig Wittgenstein
No me jodas, hombre, sé que todo este embrollo referente a la disposición nupcial es una total barbaridad, pero no puedo hacer más. Ya he hablado con el señor intendente, con varios potentados y hasta con los reacios del clero, y todos ellos, sin excepción, salen con la misma mierda: “No hay trato alguno sin el cumplimiento cabal del contrato”. Mira, fíjate bien, aquí está la cláusula. Léela por ti mismo y convéncete.
El joven inexperto estiró su fina mano, tan delicada como la de un ángel y agarró tembloroso entre sus largos dedos el extraño documento y, como no queriendo, leyó en voz alta el párrafo de su incumbencia: “…toda aquella persona dispuesta a ser el organista titular de nuestra primera Iglesia Mariana de Vanalinn, deberá casarse con la hija mayor de su predecesor”.
Por su puesto, en estas tierras de Europa del Norte de costumbres tan arraigadas, los largos lazos de la tradición son ley. Dijo convincentemente el apoderado, Señor Cristian Schieferdecker.
Arvo, el hacedor, dejó caer los papeles sobre la sucia loza sin prestar atención a las palabras de su representante de siempre y dirigió su rostro pensativo a través de la ventana biselada a la estupenda puerta de madera tallada del priorato con motivos
Día de tianguis
A veces su vida le parecía una pesadilla, aunque en ocasiones también soñaba. El aironazo soplando con fuerza le daba una idea de donde se encontraba, en el lugar del viento, expuesta a la intemperie, al sol, y también a la tierra que, hecha tolvanera, nacía desde el vientre seco de su madre y retozonamente volaba convertida en polvo. Los perros ladraban para ahuyentarla. Llevaba una carretilla de fierro con una llanta un poco desinflada, sobre la que descargaban su peso los fardos de cachivaches. Con algo de suerte podría vender algunos para poder comer ese día. Estaba cansada de hacer una comida diaria: sólo arroz… a veces cocinaba un huevo según estuvieran las ventas.
Sus manos ajadas con uñas largas y mugrientas, aferraban los mangos metálicos con fuerza. Era necesario estar bien tempranito en su puesto para que no se lo fueran a ganar, ya la habían echado sin miramientos de los mejores sitios del tianguis. «Hasta en un lugar como este hay clases», pensó indignada, «¡majaderos!», creerse superiores a ella, solo porque traían la mercancía del otro lado de la frontera y no recorrían algunas partes de la ciudad de casa en casa pidiendo cosas usadas. Cuando agotaba ese recurso sólo quedaba hurgar entre las bolsas y botes de basura para ver qué encontraba, a veces eran latas de aluminio, figurillas de barro o de plástico o alguna prenda de vestir, por lo general en muy mal estado. El cartón escaseaba, era patrimonio de los trabajadores de la recolección de basura. No le agradaba tener que hurgar, pero a veces no tenía más remedio. El colmo era cuando descubría algún libro entre los restos, tirar tesoros,
Ataque de Pánico
El delirio maquinal que comienza desde el final de las madrugadas. Crepúsculos nauseabundos. Ya se asoman las primeras siluetas y su andar insoportable. Aquel que salpica las calles solitarias y limpias. La hermosa existencia sin nuestra presencia: Nuestro ruido. Los árboles murmullan y el viento los reprende. Todo en nuestra ausencia, como cuando los hermosos ojos del gato acechan a las aves y nosotros no estamos ahí... Estamos metiendo una tarjeta para que una maquina extraña la agujere, y eso nos dé el permiso de regalar nuestro tiempo a otros. Y no queremos entender a los animales, preferimos nuestra necedad de repetición. El humano necesita de la repetición. No logro entender como el periférico no se ha socavado, tantas miles de toneladas pasándole por encima todos los días, a las mismas horas, cada vez más y más chatarra viajera aplastando a tope el asfalto. Debe ser la espalda de un gigante vigoroso. Todo porque siempre estamos escapando de nuestros jueces mentales. Y eso nos levanta de la cama. Verdugos imaginarios. Siempre nos inventamos que alguien nos va a cagar si no hacemos nada. Y terminamos haciendo pura mierda. Ya lo han dicho en ese monologo famoso. ...lavadoras, carros, compact disc, deudas, hipotecas, rentas... Añádanle un chingo de reggaetón, poses artificiales, perfumes de los Himalayas e imitaciones de piel y marfil.
Otro
¡Oh, árbol dice, me habla, yo tú mi te y también me y ti! ¡Oh, árbol es, y habla diciendo! ¡Oh, árbol dice!
Viento el, trae la brisa me, roza me esta brisa, a mí.
Acaricia, viento me, los números son letras, las palabras son números muchos. Cuando la vaca canta, rumia haciendo así. Yo la miro, y veo todas las vacas en derredor todas las, me rodean a mí y haciendo así.
En el viento los números, en la noche las palabras son de color, como los números. Y las vacas duermen en todos los lugares. Cada una en su lugar; todos tienen sus lugares, yo tú mi te y también me y ti.
Los árboles dicen que todos tienen su lugar.
Las vacas vienen todas, en los caminos y en las ciudades, no están en sus lugares como los árboles, las vacas en todos los lugares. Y me hablan, pero no las miro, yo no. No las quiero mirar, ellas no dicen números, entre ellas se dañan. Con números no, las vacas dicen palabras, los árboles números. Cuando en donde todo es verde, las vacas cantan. Pero aquí todas las vacas son todas, y las escucho a la vez, se dañan, se dicen heridas, sus pensamientos no son números, son difíciles y están por todos lados, todas no en su lugar, quieren el lugar de la otra y no cantan. Aquí las vacas no ven, son ciegas en sus ojos. No las quiero mirar, solo el árbol: él sí dice verdad. Vacas de donde todo es verde callan
Hornero
Ten tu forma, cueva; ahora este es mi hogar, desde tu negra boca en lo alto parto y hacia vos vuelvo.
Busco la vida en vuelo hacia el mundo;
encuentro la muerte cualquier día de regreso a este lugar.
El barro está entre sus plumas, las alas son de plomo y la lluvia
desliza las lombrices que llevaba en el pico.
Desde el suelo puede ver su hogar sobre la rama de aquel árbol,
las alas de sus crías se agitan:
cae el telón.
Incluso ahora, cuando ya nada se hace,
todas las cosas saben estar en su lugar.
La maldición del viajero
Conforme avanza el tren quedan detrás las obligaciones, las responsabilidades. Queda lo que no me gusta de mí.
¿Realmente queda eso atrás?
Avanzo y traigo conmigo lo incompleto. Avanzo y viajo a encontrar, en otros sitios, el lugar en que me oculto de mí. Avanzo y el tren conmigo. Soy la piedra lanzada hacia el abismo, la mirada que se pierde en la distancia y este tren… también soy yo. Estas vías conducen a mi espalda.
Toda esta vida para huir de mí, todo este tiempo persiguiendo la espalda del perseguidor.
Ya todas las canciones fueron cantadas, los libros escritos: Nada más que decir.
Traigo mi voz. Vine a poner de mis venas sangre a este río de palabras.
Voz, que es hoja en el árbol de la historia.
Riego tu raíz, bestia del tiempo, mi ofrenda es esta letra que repite la canción del hombre.
Gallo mudo
El zumbido que brota de la materia un bloque de plástico una puerta un cajón una habitación llena, pero vacía excepto por mí
Todas mis pertenencias treinta y cinco años de arrumbamiento yo en el medio perdido no dejo de encontrarme a mí envuelto en el sonido a mí aturdido por el ruido a mí emitiendo a través de lo que me rodea este zumbido que ensordece que nubla… y empantana las sábanas y cobijas
Como densa agua turbia que las palas de mi atención baten despiertan con arrítmica comprensión la lengua y su nudo
La mosca reza en mis oídos la palabra decepción