DISCOS Y OTRAS PASTAS www.otraspastas.blogspot.com AÑO 15 NÚMERO 95
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SETIEMBRE 2021
CHARLIE WATTS (1941 – 2021) continuar porque, según también él, no quería que los muchos seguidores de los Stones en los Estados Unidos y que adquirieron con gran ilusión las entradas para sus conciertos sufrieran otro aplazamiento o cancelación. Debió ser duro para Charlie Watts aceptar que en el tour No Filter, que se iba a iniciar el 26 de setiembre en Saint Louis, Missouri, y que debe concluir el 20 de noviembre en Austin, Texas, él no iba a estar presente. El hombre de los tambores nunca faltó a una cita con los Stones desde 1963 en que se unió a Mick Jagger, Keith Richards, Brian Jones y el bajista Bill Wyman. Pero, al parecer las cartas ya estaban echadas, aún cuando sus compañeros enviaron mensajes de esperanza e incluso mencionaban que confiaban tenerlo de retorno para las celebraciones del aniversario número sesenta de la banda. Para esa ocasión, como es sabido, se tiene proyectado efectuar el lanzamiento de un nuevo álbum de canciones originales.
Charlie Watts era un músico muy especial. Digamos mejor que era un hombre muy especial. Vivía y trabajaba en el mundo del rock, pero su imagen no era precisamente la del roquero habitual cuya presencia en el escenario significa desborde de energía, descarga emocional, convocatoria visceral al ritual colectivo. No, Charlie Watts era todo lo contrario de esa imagen. Tranquilo, pulcro, de movimientos pausados, de leve sonrisa ante los halagos y de concentración máxima en el toque de los tambores. Estaba, por decirlo de alguna manera, en las antípodas de un Keith Moon, el exuberante baterista de The Who. “Esta vez no he podido llegar a tiempo. Estoy trabajando duro para ponerme completamente en forma, pero hoy he tenido que aceptar, por consejo de los médicos, que esto llevará un tiempo”. Esas fueron sus palabras cuando se enteró que la enfermedad que lo aquejaba y la operación consiguiente lo iban a tener postrado por un tiempo indeterminado. Y mientras tanto la función tenía que
Siempre me causó curiosidad la presencia del apacible Charlie Watts en una banda cuyos integrantes, a 1
tono con la actitud rebelde y contestataria que siempre los acompañó, eran la imagen misma de la impostura, de la provocación y del desenfado. Era como si con él no pasara esa corriente de energía que electrizaba a sus compañeros y que era transmitida a todo el auditorio, estadio o coliseo en donde la banda se presentaba. Y es que Charlie Watts provenía de canteras distintas del rock. El venía de los predios del jazz, de aquellos tiempos y lugares cargados del humo de cigarrillos y de sones desgarrados que se improvisaban desde el alma. Amó la música de Charlie Parker y la de Jelly Roll Morton desde que era un adolescente, y su práctica consistía en acompañar con su propia batería las interpretaciones de sus ídolos. Pero los tiempos estaban cambiando, y con ello, los ritmos, los géneros, los estilos y los ambientes mismos. Teniendo veinte años se integró como baterista de la banda Blues Incorporated, en la cual Jack Bruce, más tarde pieza fundamental de Cream, tocaba el bajo. Fue pues en esa onda del rhythm and blues que conoció a los que serían sus futuros y definitivos compañeros de ruta. Y se fue con ellos. Con Bill Wyman en el bajo constituyó la sólida base rítmica que los Stones necesitaban. Pero el espíritu de Charlie Watts, su ánimo, su pensamiento, estaban en el universo musical de Bird, pleno de cambios, innovaciones y revelaciones en las armonías, rítmica y arreglos. De allí esa elegancia y discreción con la que tocaba sus tambores. Sin duda, el punto de confluencia con Jagger y Richards fue el blues. Lo tenían en la mente, a través de la tradición. Pero, lo acunaban en sus DISCOS Y OTRAS PASTAS
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corazones siempre al borde de la emoción con cada acorde guitarrero y con cada baquetazo que Charlie descargaba sobre su pequeña Gretsch roquera. Leo en una de las tantas crónicas musicales sobre los Stones que Jagger y Richards buscaban una base rítmica que estuviera a tono con la música que ellos imaginaban o creaban. El swing de Charlie los movía a contar con él, pero el rock que ellos aspiraban hacer les introducía la duda en la elección. O roqueaba o quedaba fuera. Pero pronto disiparon sus dudas. Brian Jones, el guitarrista de los Stones de los primeros tiempos, siempre creyó en él y se empeñó en que formara parte de la banda. La razón y el tiempo estuvieron de su lado. Y es que Charlie era de aquellos bateristas que creían firmemente que su función era, en todo el sentido de la expresión, acompañar a la banda. Esa era su aspiración. Para él la esencia de su labor como baterista era enfocarse en el tiempo perfecto. Su forma sobria y tranquila de tocar los tambores, la manera de tomar la baqueta con la mano izquierda muy acorde con su gusto por el jazz, crearon todo un estilo propio que formó parte indesligable de la imagen de los Rolling Stones. En una entrevista del año 2009 definió claramente su papel dentro de la banda: “No me gustan los solos de batería. Admiro a los músicos que son capaces de hacerlo, pero, en general, me gustan más los baterías que se integran en su banda. El reto en el rock and roll es la regularidad. Lo mío es convertir el rock en el sonido de una danza”. Y eso ha sido el sonido de los Stones desde aquel 10 de mayo de 1963 en que grabaron SETIEMBRE 2021
De pronto, la noticia brutal de su muerte apareció bajo la forma de un mensaje escueto de su representante: “Es con inmensa tristeza que anunciamos la muerte de nuestro querido Charlie Watts. Ha fallecido en paz en un hospital de Londres hoy mismo rodeado de su familia…”.
el single ‘Come On’ hasta el Honk, un álbum recopilatorio del año 2019 que incluye algunas interpretaciones en vivo, pasando por el Blue & Lonesome (2016) que es su último álbum de estudio. Entre ambas fechas, los Rolling Stones, con su ‘(I can´t get no) Satisfaction’, ‘Brown Sugar’, ‘Honky Tonk Women’, ‘Wild Horses’, ‘Gimme Shelter’, ‘Jumpin’ Jack Flash’, ‘Start me Up’, ‘Sympathy for the Devil’, ‘Midnight Rambler’ y muchas composiciones más, no han dejado de girar por todo el mundo manteniendo viva la leyenda de una banda que fusionó creativamente el blues y el rock n’ roll, el country y el gospel, ignorando los ritmos de moda, enfrentando con desparpajo a sus críticos y haciendo, como dicen Philippe Marlotan y Jean Michel Guesdon, de su música, una fiesta permanente y una firme y apasionada declaración de rechazo más absoluto a envejecer. Charlie Watts, a sus ochenta años, ha partido con las botas puestas. Como alguna vez los expresara Charles Aznavour, los músicos no se jubilan, mueren con su arte. Charlie anhelaba salir a la carretera una vez más. La muerte le cortó el paso a escasos días del comienzo del nuevo tour. Los pocos detalles que hay aún acerca de su partida nos sumen en un gran desconcierto. Se sabía que él esperaba recuperarse pronto para unirse, quizás, en el último tramo de la gira. Otros más cautos hablaban de esperar mejor a una recuperación total para que el próximo año estuviera presente en la celebración de los sesenta años de la banda. DISCOS Y OTRAS PASTAS
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Los recuerdos de este viejo admirado -un roquero con alma de jazzman como su amado Bird- y de la legendaria banda, se agolpan en mi memoria. Vi a los Rolling Stones pegado al escenario del Monumental en aquel inolvidable 8 de marzo de 2016, cuando Charlie Watts dio el baquetazo inicial del ‘Like a Rolling Stone’ dylaniano. Vi a Mick Jagger, Keith Richards, Ronnie Wood y Charlie Watts con el corazón embargado de emoción y alegría. Un año más tarde, en la inmensa explanada del Desert Trip de California los volví a encontrar en una noche de luna llena y de demasiadas emociones. Fueron grandes momentos, felices e irrepetibles. Para paliar la tristeza no encuentro mejor manera que escribir este apurado texto y hacer que gire uno de sus discos, deteniéndome por un momento en ese encantador track uno de cuyos versos dice “I'm just waiting on a friend”. Sí, porque cada vez que desenfunde un vinilo, un disco compacto o un DVD de los Rolling Stones, Charlie Watts y sus queridos compañeros de aventuras se harán presentes para abrigar con su música mi corazón de melómano fiel y apasionado. ROGELIO LLANOS
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VICIOGAMES
LO BUENO, LO MALO Y LO FEO DE: LIFE IS STRANGE: TRUE COLORS LO BUENO True Colors es Life is Strange en estado puro. La gente de Deck Nine apuesta sobre seguro con una entrega cuya jugabilidad sigue la misma línea de sus predecesores. La historia nos lleva a conocer a Alex Chen, una joven que llega a la ficticia localidad de Haven Springs para reencontrarse con su hermano. Ella tiene el poder de leer las emociones de las personas, lo cual nos permite empatizar con los distintos personajes que se nos cruzan. El desarrollo de la trama es bastante interesante, ya que hay cambios marcados a lo largo de los cinco capítulos. Además, hay un adecuado desarrollo de los personajes, no solo de los protagonistas, también de los secundarios. A lo largo de la campaña, tomaremos decisiones que marcarán el devenir de la historia. Hay acciones simples que pueden desbloquear ciertos diálogos, pero también hay decisiones importantes que pueden determinar el futuro de algún personaje e incluso el destino de nuestra protagonista. En las distintas locaciones del juego, encontraremos máquinas arcade en las que podremos jugar videojuegos retro. No es un gran agregado, pero es una opción entretenida. La música aquí tiene un papel bastante relevante. Los temas incidentales están adecuadamente elegidos, remarcando lo que ocurre en pantalla. Pero también hay momentos en los que una canción forma parte del desarrollo de la historia, algo bastante sobresaliente. El trabajo de los actores de doblaje es bueno, con interpretaciones sólidas y creíbles. LO MALO Esta entrega es muy poco innovadora a nivel jugable. Esto genera que True Colors pierda mucho del factor sorpresa y el impacto que pueden tener los títulos de la saga cuando los abordamos por primera vez. Saludo el que se hayan implementado algunas novedades jugables como convertir gran parte de un capítulo en un RPG; pero en líneas generales estamos ante una entrega bastante continuista. Se mantiene el formato episódico de la saga, pero en esta oportunidad todos los capítulos se lanzaron el mismo día. Ya no tendremos que esperar varios meses para ver completada la historia, la cual tiene varias aristas. Aunque con este tipo de lanzamiento se ha perdido el
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debate que siempre se generaba tras el estreno de cada capítulo en las entregas anteriores. Cuestión de gustos. Tal como en sus predecesores, en True Colors tenemos varios finales por desbloquear. Aunque, principalmente hay solo dos finales, y los demás son variaciones de estos, dependiendo de las acciones que hemos tomado durante la campaña. El nivel de dificultad es poco más que anecdótico. No hay un reto propiamente dicho, ni puzles que descifrar. Si bien hay un segmento que convierte al juego en un RPG, perder no tiene castigo alguno, más sí influye en los diálogos y en algunos acontecimientos. El control de Alex Chen es apenas correcto, algo lento y errático. Constantemente nos topamos con muros invisibles o zonas inaccesibles delimitadas por animaciones forzadas. A nivel gráfico y técnico, no hay una evolución significativa respecto a los anteriores videojuegos de la saga. Vi una tibia mejora en las expresiones faciales de los personajes, pero nada más. He encontrado algunos problemillas técnicos y de optimización, como bajones en la tasa de frames. LO FEO El juego no viene doblado al español. Solo tenemos la opción de jugarlo con subtítulos. Esto puede resultar incómodo para quienes no manejen el inglés. Con cuatro entregas a cuestas, me es difícil creer que aún Square Enix no apueste por localizar al español latino esta saga. CONCLUSIÓN: “Life is Strange: True Colors pasa con nota aprobatoria. Estamos ante un videojuego con una historia muy bien contada, con momentos emotivos y reflexivos, pero también con segmentos que nos arrancarán alguna sonrisa. Me he divertido mucho conociendo Haven Springs y sus pobladores, además de haber tenido mucha empatía con la nueva protagonista, Alex Chen. Sin embargo, a nivel jugable, creo que la saga ya debe apostar por cambios más significativos, ya que mucho del factor sorpresa se pierde para quienes ya hemos jugado los títulos anteriores. Pese a todo, es una opción más que recomendable, tanto para sus seguidores como para quienes lo jueguen por primera vez.” FERNANDO CHUQUILLANQUI
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LA NATURALEZA SEGUÍA PROPAGÁNDOSE EN LA OSCURIDAD AUTORA: ANDREA MEJÍA (COLOMBIA) Conjunto de relatos sin finales o con finales abiertos, que se convierten en fotografías del momento. Mujeres protagonistas que asumen su responsabilidad y se enfrentan al dolor y al tedio. Como la niña que mata a su pez (“El pez más pálido de todos”), la mujer que es consciente de que el viaje a una isla con su novio no salvará su relación (“Ballena”), o como aquella madre deprimida por haber leído el diario de su hija, y que espera el perdón y el regreso a casa de esta última. En la mayoría de estos diez cuentos, la colombiana Andrea Mejía presenta a varios personajes que son muy desconcertantes, provocando en el lector una búsqueda del intríngulis que configura la trama. HISTORIA SECRETA DE LA MÚSICA AUTOR: ALEJANDRO MARÍN (COLOMBIA) El mayor mérito de este entretenido libro está en que su autor, sin titubear y con sólidos argumentos, pone al mismo nivel al rock con el reguetón, ambas expresiones musicales creadas por y para la juventud, y en cuyos inicios tuvieron, y siguen teniendo, al sexo como su principal fuerza motora. También encontramos anécdotas jugosas sobre muchas canciones que se hicieron populares ya sea en el mundo del pop, del rock e incluso del vallenato. Un libro no apto para ortodoxos y vejetes punks. TIBURÓN AUTOR: EDMUNDO PAZ SOLDÁN (BOLIVIA) Colección de veintiún cuentos, la mayoría de muy buena factura, seleccionados por el mismo autor boliviano. Con personajes que se te quedan en la mente por mucho tiempo (los fantasmas huelguistas, las forenses lesbianas, el mujeriego, el espía, el minero grandulón, el asesino del barrio, el becario en USA, etc.). Relatos cotidianos y fantásticos, escritos con crudeza y perspicacia, ensamblados de tal forma que se logra un equilibrio entre los acontecimientos externos y los sentires de los protagonistas, haciendo que el lector no pueda refugiarse, ya que no hay tregua en ambos lados.
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NUNCA SABRÉ LO QUE ENTIENDO AUTORA: KATYA ADAUI (PERÚ) Novela narrada en primera persona, como si fuera un collage de reflexiones, divagaciones y sentires. La peruana Katya Adaui consigue que te sientas como un loser, a medida que recorres los pensamientos de su protagonista, espetados en pequeñas dosis. Su fracaso matrimonial que no armoniza con su éxito profesional, el deseo y el no deseo de ser madre, el viaje en tren que aún no sabe si le servirá para finalizar o prolongar simbólicamente el capítulo más amargo de su vida. Estamos ante una protagonista que se cree tan poca cosa, que incluso es "invisible" para el pasajero que se sienta a su lado. DORMIR AL SOL AUTOR: ADOLFO BIOY CASARES (ARGENTINA) Novela irónica, con cierto suspenso y algunas situaciones absurdas que colindan con lo fantástico. Escrita en dos partes. La primera, narrada por el protagonista (Lucio Bonavente), quien luego de vivir durante varios años una relación conyugal tormentosa, decide autorizar el internamiento de su esposa en un psiquiátrico; meses después se la “devuelven” totalmente cambiada, como si fuera otra persona. Nada más lejos de la realidad. Luego, el protagonista es internado en el mismo psiquiátrico y a través de algunas cartas le cuenta su historia a un abogado quien, en la segunda parte de la novela, narra sobre como le llegaron las cartas y sobre los hechos extraños que se suceden en la casa de dicha pareja. Por ratos uno pierde la paciencia con el protagonista: terco, díscolo, voluble, y, sobre todo, pusilánime. PAUL McCARTNEY AUTOR: ARTURO BLAY Biografía, breve pero contundente, del genio Beatle. Abarca desde su juventud hasta la salida de su exitoso álbum Flaming Pie (1997). Beatles, Wings y carrera solista. Completada con testimonios del propio Paul y algunas letras de sus canciones. Me gustaron las anécdotas de su hija mayor Heather con los punks, y sobre las groupies que montaban guardia, por turnos, en la casa del soltero Macca.
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Jean – Paul Belmondo (1933 - 2021)
HASTA LA VISTA, JEAN-PAUL, VIEJO AMIGO ESCRIBE: ROGELIO LLANOS Conocí a Jean-Paul Belmondo en aquellos estimulantes días de mediados de los años sesenta cuando él, convertido en soldado francés de permiso, se empeñó en seguir el rastro de unos bandoleros que habían robado una estaturilla valiosa y, de paso, habían raptado a su novia. La aventura se llamó Hombre de Río (1964) y la acción rocambolesca del filme dirigido por Philippe de Broca capturó la atención del niño cinéfilo que alguna vez fui. Ese rostro, en el que resaltaba la nariz deformada por su gran afición al boxeo, quedó grabado para siempre en mi memoria y lo asocié durante muchos años a personajes que caminaban por los senderos de la aventura policial y también de las andanzas amorosas. Porque, ciertamente, Belmondo fue en la pantalla el hombre duro que atraía a multitudes, el galán que encantaba a las jóvenes y el pícaro que conquistaba a unos y a otros. Esa fue la imagen que tuve de Jean Paul Belmondo durante muchos años. Y esa imagen perduró durante todo el tiempo que mi cinefilia se redujo a vivir muchas horas en la oscuridad de las salas cinematográficas, con pleno desconocimiento de la cultura y crítica cinematográfica. Me estoy refiriendo a mis primeros veinte años de vida en los que mis únicas lecturas sobre cine se reducían a las anodinas notas con las que Alfonso Delboy colaboraba en un semanario periodístico y a los chismes de las estrellas que aparecían en la revista chilena Écran. Pasarían algunos años antes de que esa imagen que yo tenía de Belmondo cambiara hacia otra que ya no sólo se instaló en la memoria sino también en el corazón. Sus trabajos en Una doble vida (1959), Al final de la escapada (1959) y, sobre todo, La sirena del Mississippi (1969) y El cura Léon Morin (1961), me impresionaron gratamente por su enorme capacidad para hacer suyos personajes sensibles y extraños que habitaban atmósferas grises o turbias y que convocaban a nuestra complicidad gracias a sus pequeños gestos y a la profundidad de su mirada. Precisamente, esos detalles Melville los explotó de manera extraordinaria en su entrañable historia sobre el cura Léon Morin. Y es que Jean- Paul Belmondo, cuya incursión en el cine ocurrió a mediados de los años
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cincuenta, tuvo la suerte de entrar en contacto con los llamados jóvenes turcos que revolucionaron la crítica cinematográfica reunida en torno a Cahiers du Cinema. Me refiero, entre otros, a Francois Truffaut, Jacques Rivette, Jean-Luc Godard y Claude Chabrol. Cuentan Antoine de Baecque y Serge Toubiana, biógrafos de Truffaut, que las discusiones en el interior de las revistas eran muy encendidas, especialmente por la combatividad de Truffaut o porque Godard tomaba ‘prestado’ el dinero de la caja. Pero esa tensión solía diluirse y el grupo terminaba desternillándose de risa cuando Jean-Claude Brialy o Jean-Paul Belmondo pasaban por las oficinas de Cahiers y se unían a la celebración de la amistad. De esa amistad nacieron pues aquellos papeles protagónicos de un Belmondo bajo la dirección de aquellos críticos que, de manera audaz y creativa tomaron por asalto las cámaras cinematográficas para cambiar de manera radical la imagen del cine francés y mundial. Y Belmondo no desaprovechó la ocasión y desarrolló una intensa carrera de la mano de directores consagrados o que estaban en camino de serlo: Claude Chabrol, Peter Brook, Vittorio de Sica, Claude Sautet, Mauro Bolognini, Philippe de Broca y Henry Verneuil. Con cada uno de estos dos últimos directores filmó seis películas. Sí, he disfrutado mucho con las películas de un Belmondo que supo encarnar a diferentes personajes, con temperamentos disímiles y moviéndose con comodidad en ambientes radicalmente diferentes unos de otros. Sin embargo, aparte de su notable interpretación como el cura Léon Morin, nunca olvidé el papel que cumplió en la vida de Francois Truffaut, para quien hizo una película que no fue bien recibida por la crítica y por el público que asistió a verla: La sirena del Mississippi. Yo amé esa película desde que la vi por primera vez en un cineclub en los años setenta. Y es de esa película y del papel de Belmondo en ese filme del que quiero hablar ahora, a manera de homenaje a este actor entrañable. Hacia 1962, cuando la productora de Truffaut adquirió los derechos de Fahrenheit 451, el cineasta pensó en JeanPaul Belmondo para el papel
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de Montag. Sus colaboradores cercanos lo intentaron disuadir al contarle que Belmondo pedía alrededor de sesenta millones de francos por película. En el Festival de Berlín de ese año Truffaut se encontró con Belmondo y conversaron entusiasmados sobre el proyecto, pero el actor lamentó no poder ser de la partida porque tenía el compromiso con JeanPierre Melville para rodar El Confidente, pero, también Truffaut pudo confirmar que las pretensiones económicas de Belmondo no iban de acuerdo con las posibilidades de su productora. Lo cierto es que la imagen de Belmondo permaneció siempre viva en la mente de Truffaut y así lo confiesa en una de sus múltiples cartas que remite a su amiga y confidente Helen Scott: había puesto a trabajar a sus guionistas amigos en una historia de amor -que sería una suerte de comedia dramática- en la cual los personajes se separan y se reconcilian. Esa historia la había pensado para Romy Schneider y Jean-Paul Belmondo. El proyecto, sin embargo, con el paso del tiempo sufrió transformaciones importantes. Nunca pudo trabajar con Romy Schneider, pero sí con Belmondo. Y la oportunidad se presentó al término del rodaje de Fahrenheit 451. Con varios títulos exitosos en su haber, y con la experiencia de trabajos en coproducción, Truffaut estuvo ya en condiciones de llevar adelante un viejo proyecto acariciado desde los años cincuenta: La sirena del Mississippi. Y para este filme no sólo se empecinó en trabajar con Catherine Deneuve sino también con Jean-Paul Belmondo. Esta historia estaba en sintonía más bien con un relato de amor que con un policial. Es, en verdad, la narración de un amor loco llevado hasta las últimas consecuencias. Hasta ese momento, Truffaut había hecho filmes sobre el amor, pero desarrollando el conflicto en torno a la presencia de tres personajes. Esta vez, el conflicto se centraba exclusivamente en la pareja. Louis Mahé, el personaje que encarnó Belmondo era un joven millonario, amable y atractivo, pero al mismo tiempo, un hombre vulnerable que termina siendo estafado y manipulado por Marion (Catherine Deneuve). En esta narración los papeles están invertidos: ella es la chica mala de la historia y él, el hombre que está perdidamente enamorado de ella y cuyo amor es tan inmenso que es capaz de aceptar ser asesinado por ella. La inversión no sólo se da al interior de las imágenes, se da también en los predios de la realidad: Belmondo aparece lejos de la imagen viril que había caracterizado a los protagonistas de los filmes en los que había trabajado hasta entonces. Sabía que estaba corriendo un riesgo, pero había empeñado su
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palabra con Truffaut que siempre quiso tenerlo de protagonista de esta historia. Truffaut veía en Belmondo a un personaje “tan vivo y frágil como un héroe de Stendhal”. Y para él y Catherine, unidos por un amor loco, Truffau escribe “un diálogo muy elocuente y espontáneo” que se va construyendo “día a día pocas horas antes de rodar las escenas”. Truffaut disfruta con el filme en el que se ponen en evidencia sus ideas y sus experiencias acerca del amor. Disfruta de la historia y de sus actores. Y Belmondo, aún a sabiendas que está yendo contra la imagen que el cine le ha forjado, se entrega con cariño y gran profesionalismo a su papel. Fiel a su manera de trabajar, Belmondo se negó en todo momento a ser sustituido por un doble en las escenas de riesgo, lo cual lo condujo a una situación en la que estuvo en juego su integridad física. Nunca perdió el buen humor, aunque no pudo evitar mostrar ciertos celos a causa de la dedicación especial de Truffaut hacia Catherine Deneuve. En aquellos tiempos, la compañera de Belmondo era Ursula Andress, y en ella se refugió para calmar el malestar que le ocasionaba el apasionado amor de Truffaut hacia una Deneuve que también se sentía atraída por el cineasta. Belmondo tuvo una filmografía muy extensa, como extensa fue la lista de sus amores. Y Sophie Marceau, la guapa y talentosa actriz y directora francesa se lo recordó en el homenaje que en el 2016 se le hiciera en el Festival de Venecia: “Me acuerdo cuando me tomaste entre tus brazos. Y me acuerdo de Ursula Andress, Jean Seberg, Anna Karina, Catherine Deneuve, Annie Girardot… Incluso vestido con sotana, arrasabas con todas…”. Sí, Jean-Paul Belmondo, en la pantalla y en la vida real, fue un hombre al que las mujeres amaron apasionadamente. Tal vez en los últimos años de su vida, cuando decía que disfrutaba de la vida y de la naturaleza, recordaba los amores pasados, y al traerlos de vuelta, quizás pensaba en ese diálogo franco y hermoso con el que concluía La sirena del Mississippi: -Marion (Catherine Deneuve): ¿El amor duele? -Louis (Jean-Paul Belmondo): Sí, duele. Cuando te miro, es un sufrimiento. Eres tan hermosa. -Marion: Ayer decías que era una alegría. -Louis: Sí, es una alegría y un sufrimiento. Que el sentimiento contenido en esas frases que Truffaut escribió con el corazón cargado de amor, y que Jean-Paul Belmondo las hizo suyas en un papel inolvidable, lo acompañen en su viaje eterno.
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UN CUARTO DE SIGLO DEL “NO CODE” DE PEARL JAM
SINFONÍA PARA UNA CIUDAD INVISIBLE EN PENUMBRAS ESCRIBE: JORGE CAÑADA “Hola, agente Cooper. Nos veremos de nuevo en veinticinco años. Mientras tanto...”, decía Laura Palmer en el cierre de la segunda temporada de Twin Peaks. Corría 1991 y la odisea del agente Dale Cooper, encargado de investigar el asesinato de la propia Palmer, entraba en el túnel del tiempo. El universo que gira en torno a Cooper y Palmer quizás sea el fruto más popular que haya brotado de la imaginación de David Lynch. Su historia transcurre en Twin Peaks, un pueblo suspendido en el tiempo, una ciudad tan invisible como las que Ítalo Calvino hizo que el viajero Marco Polo le contara al rey de los tártaros Kublai Kan, ignorante de la vastedad de su imperio. La onda expansiva de aquella criatura Lynchiana crecía a la par de una eclosión creativa que tenía epicentro en Seattle, un vendaval de rabia y desesperanza que con sus ráfagas de riffs disonantes arrasaba una era de falsa euforia. Con algo de su despreocupada incoherencia, Lynch retrató un ambiente provinciano que replicaba, tal vez de manera inconsciente, la escena que acunó los primeros signos vitales del grunge. Una comunidad construida en base a deseos y miedos, reglas absurdas, perspectivas engañosas, donde toda cosa escondía otra. Es tan difícil no ver en la anciana detrás del mostrador de un pequeño pueblo a un entrañable personaje de Twin Peaks, como no oler el espíritu adolescente que DISCOS Y OTRAS PASTAS 8
desprende la imagen de Laura Palmer coronada como reina escolar. El gigante que habita el cuerpo de un desapercibido camarero es el encargado de brindarle a Cooper las pistas del caso. Va soltando frases crípticas, como lo son para el Rey Kan algunas de las sentencias de Marco Polo. Los gigantes tienen vidas cortas, Cooper lo sabe. El grunge sufrió de gigantismo. Apenas cargaba un lustro en sus espaldas, y quienes le habían dado vida desaparecían tristemente, o ardían como bonzos solitarios. Esos años fueron una carrera contrarreloj para sacar lo mejor de todos ellos. Promediaban los noventa y el grunge tenía los días contados. Nirvana fuera de competencia, Soundgarden lanzaba su primer canto de cisne, y Alice in Chains languidecía en formato unplugged. Todo insinuaba un lento fade out. Le atribuyen a Beethoven aquello de “no rompas el silencio si no es para mejorarlo”, pero es en el reino del silencio donde se alzan las voces definitivas. Pearl Jam ensayaba su grito primal. *
* * En 1996, Pearl Jam no sólo enfrentaba su propia crisis de madurez, sino que además navegaba en el barco a la deriva con el que amenazaba convertirse el grunge ya sin el ancla de un Kurt Cobain muerto en combate, y en camino a convertirse en macabro SETIEMBRE 2021
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clickbait de la última revolución musical del siglo XX. La banda se adentraba en la madurez con más dudas que certezas. Vedder tratando de convertir al grupo en su propio vehículo de expresión. Ament “subiéndose” tardíamente a unas caóticas sesiones de grabación. Un ex RHCP (el inmenso Jack Irons) haciéndose cargo de los parches mientras aún resonaba el repiqueteo de las baquetas que Abruzzesse lanzaba al final de ‘Rearviewmirror’ como prematura señal de abandono. La banda se acercaba peligrosamente a ese momento en el que dejan de ser importantes los motivos de las discusiones, todo se parece demasiado a una pulseada de poder y, como supo decir el Indio Solari, “entonces resulta que escribe letras el que no debería, y toca la guitarra el que no tendría que tocarla”. Hay quienes no creen en el pasado, y hay quienes piensan que el pasado se repite, no una ni dos veces, sino en ciclos infinitos, hasta convertirse en una carga insoportable. Siempre están los que prefieren olvidarlo, pero nunca podrán pretender que no existió. Al final, todos somos desconocidos con un pasado común. Para Pearl Jam era imposible evitar la mirada hacia atrás. Habían parido tres discos claves en menos de un lustro y convocaban toda la expectativa de una generación que veía como, uno a uno, caían sus portavoces. Si Ten (1991) había sido un terremoto devastador y Vs (1993) su réplica implacable, Vitalogy (1994) se convirtió en el tsunami que sólo deja tierra arrasada. El sucesor debía ser el disco de la reconstrucción. DISCOS Y OTRAS PASTAS
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* * No Code parece una de esas fortalezas construidas desde su interior hacia afuera con la única intención de proteger lo que no se puede ocultar, como Cambaluc, esa capital que el Gran Kan sí conocía, un territorio que no precisaba del relato fantasioso del navegante, la ciudad que contenía a su vez tres ciudades cuadradas, una dentro de otra, con cuatro templos y cuatro puertas que se abrían según las estaciones. Como Cambaluk, No Code cobija cuatro piezas hilvanadas que conforman su esencia. Un conjunto que al menos desde lo musical amaga con despegarse del pasado. La seguidilla ‘Who You Are’ - ‘In My Tree’ ‘Smile’ - ‘Off He Goes’ es una suerte de suite que completa un cuarto de hora innovador y nos deja sabor a poco, no porque lo que precede y continúa no esté a la altura, sino porque probamos algo nuevo y queremos más. Fue el disco al que le tocó sobrellevar el duelo de una generación. El que condensa ese instante que revela que el milagro de la resurrección ya no es posible. En otras palabras, para seguir la ruta que propone No Code hay que disponer los sentidos “siempre vuelta hacia atrás”, como el Marco Polo de Calvino, consciente de que “lo que ve está siempre a sus espaldas”, que su viaje está hecho de memorias. Hay una sensación de estar navegando entre la gran ola y la bajamar, intuyendo el camino entre el destello y la penumbra. Eso es No Code, un disco de penumbras. Sombras débiles entre la luz y la oscuridad. Nada nos deja percibir con precisión dónde empieza la una o acaba la otra. Límites difusos. Luz que se adivina. Cuando Neil Young proclamó que el R’N’R no había muerto, también nos decía que en el cuadro hay más de lo que nuestros ojos pueden ver. Eso intenta mostrar No Code: lo que siempre estuvo en la foto y nunca vimos. SETIEMBRE 2021
Luego de una apertura que no se aleja de las costas que Pearl Jam suele merodear (el crescendo intermitente de ‘Sometimes’ y la furia guitarrera de ‘Hail, Hail’), la atmósfera cambia repentinamente por la percusión concentrada de Irons, el efecto de la voz duplicada de Eddie y unas palmas simuladas que crean el espejismo de un coro góspel. ‘Who You Are’ se abre paso como himno introspectivo. El primer corte del disco se arrastra como la secuela espiritual de Nusrat Fateh Ali Khan, el músico pakistaní con el que Vedder colaboró en el soundtrack de “Dead Man Walking”. Cuando aún no se superó el shock, llega ‘In My Tree’ como declaración de intimidad y principios. En ese orden. Con ‘Who You Are’ forman un tándem que juega como las dos caras de una moneda: la exploración y la reafirmación del terreno conocido. ‘Smile’ es el medio tempo más poderoso que la dupla Vedder y Ament haya suscrito jamás. Simple y efectivo. Nada de lo que está allí es casualidad. Casi tan perfecta como el resultado del Big Bang. ‘Off He Goes’ funcionaría como un complemento ideal para el ‘Unknown Legend’ de Neil Young, el héroe del grunge en su versión más reposada. Sobre una de sus mejores melodías, Vedder explora las incompatibilidades de la fama y la amistad. Todo vuelve a su cauce a partir de ‘Habit’, y aunque ‘Present Tense’ y ‘Mankind’ destacan, una por ser una pieza de orfebrería que abunda en inspiradas inflexiones, la otra por su carácter novedoso (primera ausencia completa de Eddie y el link más nítido con Brad, el proyecto paralelo de Stone Gossard), no es hasta la llegada de ‘I’m Open’, un spoken word que quizás contenga la semilla conceptual del álbum, donde la búsqueda toma consistencia y No Code se consolida como un hito en la discografía de Pearl Jam. Pasarían seis años y dos discos hasta que “Riot Act” se insinuaría como una suerte de secuela incompleta.
Otro duelo, el de la tragedia de Roskilde, devolvía a la banda a una nueva hora oscura. Las semejanzas van desde los títulos (‘You Are’) hasta la exploración del sonido (‘Arc’). * * * A pesar de los enigmas irresueltos que dejaba la segunda temporada de Twin Peaks, pocos creyeron que su creador fuera a retomar el hilo de la frase inconclusa (?) de Laura Palmer. Lo cierto es que, días más, días menos, veinticinco años después de aquella despedida, David Lynch les devolvió la vida a sus personajes. Lejos de dar respuesta a todas las interrogantes abiertas en su ciclo inicial, la historia escaló un espiral que recuerda la epopeya de los mineros de Ted Chiang subiendo a la Torre de Babilonia con la misión de cavar en la bóveda celestial. Twin Peaks trascendió toda dimensión, perforó su propio techo para reiniciar su camino desde un nivel superior. Al final no había respuestas, sino más preguntas. Tal vez refiriéndose a “Las ciudades invisibles”, Calvino decía que un libro “es un espacio donde el lector ha de entrar, dar vueltas, quizás perderse, pero encontrando en cierto momento una salida, o tal vez varias salidas, la posibilidad de dar con un camino para salir”. Han pasado veinticinco años desde que No Code viera la luz. Si bien puede apreciarse como una obra completa y acabada, y tampoco prometió secuelas, también es cierto que abrió un camino que merece ser explorado, donde la distancia más corta entre dos puntos no es una recta sino un zigzag. Una senda en la que Pearl Jam podría ahondar sin riesgo de repetirse, mostrar matices sin desdibujarse, abarcar más sin apretar menos. A los que hubiéramos preferido ese camino, nos resuena la frase de Pasternak “Aquello duró sólo un instante, pero hubiera podido eclipsar la eternidad”. Aún es demasiado pronto para lamentar lo que no fue. Estamos a tiempo. Dejemos que la vida termine la frase.
DIRECTOR: HENRY A. FLORES Discos y Otras Pastas no se hace responsable del contenido de los artículos y agradece a sus colaboradores por la exclusividad.
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