DIRECTOR: A. VALERO DE BERNABÉ Año ll.-Núm. 19.-Madrid, 20 de Enero de 1935
ENTOÑNO
E «•oartada la libertad del director para elegir los intérpretes, y ahí están muchos que lo son porque el capitalista los inipuso, el director los toleró y elhís se creyeron estrellas de verda<i en este reducido e insignificante trocito de «•ielü que en el rep a r t o cinematográfico mundial nos corresponde. Casi e s t a m o s por asegurar que en pocas cintas españolas se ha hecho un reparto con l i b e r t a d y acierto completo, dando a cada ai-tor el ]>crsonaje que uiejor <uiadrara (!on su tem|>eramento, carácter y condiciones. He aquí el punto <le ]iartida de miu-has e<iuiviK!a<'iones. Para que una cinta resulte buena han de ir
Aiiila r.anipillo y J o s é Crritpo, protagoniíitas d e l nurvo film «Tres aniorrH», n i i r v a realizaHón en c a n l r llano
turnados todos sus elementos. En la mita<l de las producciones, ol actor no sabe naíla de su papel ni antes ni despuéa de rodar. Rodando ríe y llora, sin saber por qué, neciamente ignorante de qué es aquello que está representando ni \wr qué lo representa. ¿No es verdad, actores? ¿Xo os han coltR^ado muchas vi «es ante el tomavistas y os han dicho: «Mire a aquel .señor y souliase»? Y tú, aí'tor, no has .sabido en aípiel momento por qué te reías, quién era aquel señor que te producía hilaridad y en qué lugar de acción estabas situado. En estas condiciones, el actor deja de .serlo, no i)iie<le sentir aquel personaje que le e.s de.sconi>iido; e.s una marioneta burda a la que ?e le ven los hilos por tiMlos lo.-» sitio.s.
Y este misino actor, al terminal- la película, n o puede daros ni la más ligera idea de lo que e aquello. P'uera de sus escenas, ignora todo: quién es él en la intriga, cuál es el carácter de su per .sonaje, quiénes .son los que le rodean, etc. Para acabar con esto es preciso que los dire<tores sean más comprensivos y los actores máconscientes de su labor. Que estén llenos de entusiasmo, pero también de cultura: que aprendan a diferenciar un muñeco de im hombre que se ve dominado por pasiones; que se convenzan de que para crear un tipo no se hace sólo cambiándose el rostro con jKistizos, sino que donde hay que variarlo es dentro, sintiendo en aquel momento como sentiría el personaje, obrando como él y pensando como él también. Esto es: inyectándole calor de humanidad, que es el hálito sagiado a cuya llama prende el arte. Si sólo se preocupan de cambiai-se el aspe<rt^) físico, sin dar importancia a lo interno—que e^ donde se opera el verdadero cambio—, nunca será aquél el ti|Jo que pretendieron crear, sino ellos mismos disfrazados tfiscamente. Para evitarlo y c o n s ^ i i r lo ideal, crear cou | humanidad un personaje, e s necesario, y el actor j debe exigirlo de la direcció.i, conocer el escenario j que va a interpretar. Saber el carácter, finalidad
Hosita Lacasa y Linares Rivas en; una eftcen» de «Madrid se divorcia», interesante realizarían dr Alfonso Benavides, encuadrada ', en un sugestivo argumento dej Enrique López Alarcán, que rn ] breve será presentada en la pan-.; (alia madrileña por .Mrtropol: Films >
Conchita .Montenegro visita a Rosita Díaz en su nuevo «camerino» dr Hollywood. «Angriina o rl honor dr un brigadier», la graciosa comedia de Jardiel Poncela, es la obra con que debuta nuestra relebrada estrella
V Hinbiente de la hisPor eso insistimos toria; estudiar su peren nuestras manifessonaje, para saber cótaciones de antes remo siente, qué evohiferentes a los actores. ciones se of)eran eu A p r e n d a n , estudien, su alma, qué sentisean sinceros, esponmientos le impulsan, táneos. 8ólo así n<j qué relación material llegarán ignorantes y espiritual tiene con ante la cámara. En los restantes persona<ual({u¡er m o m e n t o jes, qué carácter es el >erán con.scientes de del suyo, qué pasio su actua<'ión, pues si nes le dominan, cómo son estudiosos y tieinfluyen en M espírinen talento, se habrán t u las adversidades, a<lueñado inmediataet<.".. etc. mente de su |>ersonaN o s o t r o s creemos je y le vivirán inteníjue al actor español samente en aquellos «le cine le es muy nem<mientos, leenri(pitcesario t o d o esto. irrán i-on mil detaH a s t a ahora, en la lle.s; e^tarán naturamayoría de los casos, les, no pen<lientes de se concreta a sepun-, seguir borreguilmente más o menos fielmenlas órdenes del dire<te, las indicaciones del tor. No serán ya las director y a dar por marionetas a las (jue bueno todo lo quf se les ven los hilos, aprueba, asi esté el sino hombres (jue han intérprete con el pendeja<io de ser ellos en Ku»ila Díaz ) ,\KUülin (>odoy r n una escena d r «1^ Dolorosa», producción iiaciuiial realizada pur (^reniillún. amplia viaióo cinematográfica de la obra del macatro Serrano, que se proyecta triunfainenie en las pantallas españolas s a m i e n t o en aquel los momentos de romomento a muy larga <lar, para ser el perso. distancia del escenario en que actúa. De alú esa logradas, no fuera a sucederles lo que a la rondalla naje que les ha suplantado. N<> olviden que la actitud de acartonamiento, de rigidez, de afectabaturra del cuento, que se pasó la noche teminterpretación de im personaje u«) puede ser imción, de muchos actores nacionales. plando. Y lo mismo decimos ahora de nuestros provisación. El arte no es casualiilad. ni intuiNo hace mucho decíamos en estas mismas coción, sino producto de i-erebjo y corazón. Y ce actores. Hay que exigirles más, mucho más. lumnas que, como ensayo, las producciones rea rebro y corazón .son los que conducen, en el camIx)s momentos de estudio, ensayo y vacilación lizadas hasta la fecha no estaban mal. Que era po florido del arte, a las altas cimas del éxito. —más de quince años ensayando—deben quedar necesario exigir de nuestnts directores obras más atrás. . F. HEKN.\NI>EZ-t;iHR.\l,
Nuenlra |(ran actriz Irene López Heredia ha trasplantado MU exquisita •ensibilidad eu uua creación cine-
niatoicrtifiea, como protagoniHta de «Doce hombreii y una mujer», que bajo la dirección de l-'ernando Del«adü acaba de ser llevada a la pantalla. Hela aqu( e n u n momento interpretativo da «u «role»
Kric von
A
film que Eric von Stroheim realizó hace añas—casi en las mag nificas postrimerías del cine mudo—, y que sirvió para marcar la cumbre por la que había de precipitarse la vida artística de Mae Murray hasta l l ^ a r al vacío del olvido, asoma otra vez a la pantalla. Pocas revisiones de los valores cinematográficos antiguos más justificada que ésta. El éxito del film que dirigió Stroheim — único de taquilla que alcanzó en su dilatada vida profesional este realizador familiarizado con todos los fracasos—puede acrecentarse ahora merced a esos nuevos e invisibles colaboradores que son la célula fotoeléctrica y los altavoces. Porque IM viuda alegre—dicho sea con permiso de los encargados de modificar la versión anterior, ligeramente parecida a la obra original—es, más que el ambiente y que las incidencias en el idilio de Sonia y Danilo, la melodía de sus valses, cuyo ritmo aun transporta al público desde la mediocridad de su existencia a la ya legendaria suntuosidad de los viejos salones imperiales. Emest Lubitsch, director de la nueva versión, ha que rido elegir el momento preciso; este momento de retomo, fácil a la melodía y al romanticismo en t o n o menor. Las notas de El bello Danubio azul, popularizadas por el cine sonoro, han servido de fondo a infinidad de escenas, y han llegado a ocupar, junto a los violines de la orquesta Rodé un primer plano de mayor importancia que aquellos que hasta hace poco acaparaban para si los principales intérpretes cinematográficos. La vieja Europa dolorida y galante ha silenciado, aunque sea momentáneamente, el estampido de las pistolas de os A u t ó g r a f o gangsters, el fuerte trepidar d e l célebre de «La de los motores de aeropla- autor v i u d a aleare», no y esa voz monótona y c o n la f i r m a nasal del barítono negro que de Franz lachar QUEL
Ernest Lubitsch (x) dirigiendo una escena de «La viuda alegre»
Strulieini, director
canta ayudado por un cucumcho metálico. de la antigua versión cinema—Nuestra época — ha dicho Lubitsch a un tográfica de «1^ viuda alegre» reportero durante una pausa en la penosa labor de los Estudios—es pródiga en grandes acontecimientos, que se suceden rápidos, que nos inquietan, que nos preocupan sin llegar a conmovernos. Vivimos demasiado de prisa. Antes se apreciaba el sentimiento amoroso en forma muy distinta a la de ahora. Los adelantos de la civilización han ahuyentado al romanticismo. Y, a pesar de esto, la Humanidad no ha cambiado del todo. Lo que ha cambiado es el medio. Para conseguir el éxito de una película romántica hay que buscar aquellos ambientes plenos de romanticismo y copiar lo que existía entonces. Pero he de insistir en que el romanticismo no ha muerto. Relativamente fiel a estas confesiones, Lubitsch no ha querido Una afortiinnita caríratura de transportar a la época actual la Ernest Lubitsch, debida al acción de La viuda alegre, ni ha pincel de Ali Hubert querido tampoco modernizar en nada los salones del célebre Café Maxim's, de París, ni los de la Embajada del imaginario reino de Marshovia, lugares ambos donde transcurre buena parte de la película. I g u a l m e n t e aparecen sin deformadores modernismos el baile típico del supuesto reino y el famoso cancán. Las ciento ochenta bailarinas a las órd e n e s de Albertina R a s c h — Uno de los últimok retratos cuyos za- del glorioso músico F n n s Lehar p a t o s , según nota de la Casa productora, fueron constraídos en serie y lijadas sus suelas a fin de que el cambio de temperatura o cualquier otra causa no pudiera alterar la igualdad de su sonido—trenzan sus pasos con fidelidad de rito a los acordes de los valses de Lehar. Pero tal vez el respeto al original no haya pasado de aquí, no obstante las divagaciones y hasta los buenos propósitos de Lubitsch. ¥i argimiento ha sido «ligeramente» modificado con objeto de crear nuevas situaciones dramáticas que den variedad a la versión primitiva, hecha a base de incidentes más o menos cómicos. Se han suprimido algunas escenas de la obra. La partitura lleva algunos retoques que la modernizan. Albertina Rasch ha introducido unos bailables «montados» por ella Jeanette Mac Donald y Maurice Chevalier interpretan ahora los «papeles» que en la adaptación antigua tuvieron a su cargo Mae Murray y John Gilbert. Nuestra desconfianza no imagina aún al protagonista de El teniente seductor convertido en el conde Danilo. Sólo el genio de Lubitsch podría lograr el milagro..., si es que Lubitsch acierta en su propósito de poner en nuestras vidas aceleradas esa pausa de vals—parada tras de los tres pasos de rigor—que él ejercitó tantas veces en Europa, cuando en el viejo Continente no predominaban las Repúblicas y cuando el viejo Francisco José paseaba el prestigio de su barba florida por la Corte de Viena. Otra época. Otro ambiente. Otro modo de ver y sentir las mismas cosas y los mismos problemas.
(han esfuerzo para I.uliitsííh. que no sólo halirá tenido tpie luchar con la cpíKa actual, sino también contra si mismo y ctmtra K\ dexfile del amor, aquel jalón apoteósií'o de su.s c.vito.s, cuyas analogías con el que rueda ahora no se reducen a ser dos operetas, a suceder andias en un |>aís imaginario, a estar dirigidas por él y a e.star interpreta<las por los mismos protagonistas. (.Habrá podido Lubitsch sustraerse a la influencia que en cualquier oi)ra ejerce totla oitra anterior análoga y coronada por el éxito? Porque una Viuda alegre, continuación más o menos feliz ' " del amor, no seria nunca un film romántico, del mismo prt>tagonista, el antiguo «acompañante» de Mistinguette
Jeaiirlie .Mar Dunaid y .Maiiric»- Chevalier \ u e h e n a FIpirar j u n i o s rn un film > bajo la dirreción de i.uÍHtH-h, que lox hizo populares en el mundo del rinema
4_ijeanette Mar Donald en un momento esr^nieo de «IJI viuda alegre»
( n o de los grandes y rlásiron bailablede «Iji viuda alegre»
drá ser nunca un galán romántico. Esperemos, pues, confiados en el genio de Lubitsch. Sin recordarle que, asi como en el celuloide hay «mujeres fatales», hay películas fatales también. Díganlo si no Eri( von Stroheim, Mae Mur r a y , Roy D ' A r c y y cuantos — con la única excepción de John Gilbert — «rodaron» el primitivo film, obscurecidos después de aquel triunfo efímero que para nada les sirvió, y que ahora—sombras de sombras—, desde sus rincones humildes e ignora<los, volverán a ver esta nueva versión que les an-oja definitiva e impla<^-ablemente del lugaique ocuparon dentro del falso mundo del cinema.
JOSÉ
SANTUGINI
El celebre «raiirán». toda una í p o c a del Café Mavim's. de l*arí<>
EL A M O Tmar novedodeí^ ' ídílloo bodor y ^^^^ dívorcior
William Powell, cuyo idilio con Jeán Harlow ba tenido un rápido e inesperado desenlace por causas aue permanecen, hoy por hoy, en el misterio
L h o m b r e más _J a f o r t u n a d o del mundo en en cuestiones amorosas es, sin duda, Roubén Mamoulián. Nada menos que Greta Garbo y Mariéne Dietrich le hacen a un tiempo objeto <le sjis predilecciones. El, homl)re inteligente, reparte de modo equitativo entre las dos su tiempo libre y sus mejores sonrisas Para los que dicen que las dos vampiresas no tienen nada de común, he aquí un ejemplo demostrativo de lo contrario. Ellas, por lo menos, tienen <le común a Konl»oii Mamoulián. Viargarei
Sulliváii.
ruya
l'n idilio roto. Definitivamente han deja<lo de mirarse a lM>da con rl director William \\'yler ha causado ios ojos de un modo dulce la inquietante .Jeán Harlow y el gran extráñela en la indescriptible William Powell. l'na boda que se deshace y colonia cinematográfica i»or los frecuenun divorcio del q\ie ya no tendremos que hablar. ¿Causas? Nadie las sabe. Ha sido un idilio rá|)ido, (^ue ui tes altercados producidos entre ambos siquiera ha dado tiempo a Jeán para incluir a William en la lista de sus grandes amores. Esos grandes amores (pie, como saben ustedes, son cuatro: Charles V. .Me Grew, Howard Hughes, Paid Bem y Hal Kosson, dichos sean por orden cronológico, para que no pade/.• a la seriedaíl de la Casa. Cuatro hombres en su vida, cuatro. William no ha querido hacer el quinto.
Otro idilio roto. El de Kay Francis y Maurice Chevalier. Lo sentimos mucho; pero comprendan ustedes que nosotn»s no tenemos la (•ul|)a de la inconstancia amorosa ile las cele-
Maurire Chevalier ha rolo su idilio con Kay Francis, y, según sr asegura, ésta se va a casar ron un príncipr. al qur ha ronocido durantr su rrrientr viajr por Italia
Ijridades de la ])antalla. Ahora, la liella Ka>. la elegante Kay, ha dejado plantado a .Maurice, iHinjue a^eguia haber encontiado al verdadero elegido de su corazón ci el curso de su viaje jior Italia. Dice Kay que el elegido es bello, es moreno y es príncipe. Por lo visto, no quiere ser menos que Pola Negri o Mae Murray. Y dice más: dice que su matrimonio tendrá lugar en IIollywoo<l próximamcnte. De todos modos, n(j se fíen ustedes nmcho. A lo mejor resulta que es uno de los hennanitos M'Divani, famosos e s pecialistas en contraer nupcias jtrimipescas con estrellas de la pantalla.
Un matrimonio feliz. F. de Pat Peterson y Charles Boyer. Charles está de nuevo en Nueva York, y Pat ha ido desde Hollywoo<l en avión, para reunirse con su adorado esposo. Durante diez días, ellos vivirán una luna de miel a la sombra de lo: rascacielos. Después se trasladarán a Hollywood, donde ambos tienen compromis<j.c i n e m a t o g r á f icos que cumplir. ¡Hollywood! Este es el peligro. S i ellos consi-
('harles Boyer, cuya i-sposa, Paí Peter•<on, es un curioüo i-aso de mujer que rstá e n a m o r a d a d e su m a r i d o . Por reunirse con él, Pat ha hecho en avión el viaje d e H o l l y wood a NueN a York
Jráii Harlow, la delicioxa «chatilla» [tlalinada. cuyo idilio con Yillianí Powell i»e ha roto, por causas aun desconocidas
han reñido frecuentes veces de un modo violento: con gritos y lanzamiento de objetos y to<lo. Sin duda es que se estallan entrenando.
Kteiyue Venable, la bella y excelente actriz ércine, que se ha casado en secreto con el ccameraman» Hal Mohr, a pesar de lo caal no» hemos enterado todos
gueu estar aquí los seis meses que dtirará su trabajo sin sentir la tentación de il- a Reno, bien podremos decir que .se trata efectivamente de un matrimonio especial.
Una boda que ha e.\traiWlo a muchos. IJSL de Margaret Sulliván c<m el director William Wyler. Ha cs'rHñadn. porque ambos, antes de su matrunuuio,
Kn iiondres se ha celebrado hat;e poco el anuncio de los próximtis esjwnsales de la estrella de la )antalla y del teatro F'lorence Desmond con el amoso aviador Campbell Black, ganador de la carrera aérea Inglaterra-Australia. A la fiesta asistieron numerosas personalidades de la jMtlítica, el teatro y el cinema. Si se nos permite, diremos que este matrimonio tiene nuuhas probabilidades de estrellarse. Ya lo <'reo que si. Evelytie Venable, la inteligente actriz de la l)antallayaiu[ui,se ha casado en secreto, en Hollywood, con el cameraman Hal Mohr. Como ocurre con todos los matrimonios secretos, en.s'^guida se ha divulgado la noticia y hasta se han he*;h<i fot<ígrafías. PnK'uren tener más cuidado para otra vez. La semana .se cierra sin que tengamos cjuc • onsignar ni un mal divorcio". l)e<ididamcntf, algo raro dei>e pasar en Hollywood.
[jai
ft<t"dle l|otl/ijumti /mU/-
can. ivui t Jean Murat llega esta ve* a las pantallas españolas con Rosine Dereán, en un film que lleva por titulo tUn cierto señor Grant». Jean Murat, fino, sobrio, expresivo, es uno de los favoritos del cinema. Et público recuerda su» películas eomo se recuerdan las grandes creaciones, Ins interpretaciones que tienen ya un relieve inolvidable en la historia de la pantalla. * Un cierto señor Grant» es un film de aventuras y de espionaje; horas de intriga y de emoción, de inquietud y de misterio, bajo la magia del cielo de Italia. Los paisajes que asombran a tos turistas de todo el mundo—desde las piedra* de fenreia a los mármoles romanos desfilan por esta cinta y son el fondo a las jornadas de lucha y de peligro, de enigma y de pasión, que vive ese ' cierto señor Grant', insuperablemente interpretado por Jean Murat.
Ilab) l.«'r<>>. el pc(|iieíio sran actor, nuv iiarití «I nuindo del film r o m o «parl e n a i r r . d r Chevalier r n «Kl soltero iiiorrnir», apnr r r r r n rsta foto con sii gran ami^io «llonrs», un ju)!ueliin f<;(i/i|iirri1lo <|ur h a r r la>^ ilrlirias d r i niño artista
f
l. a<liiiinÍMtra<iur delegado d e luia Sociedad J linematográíica francesa que s e acaha de declarar en quiebra, fué anterioinientc uno lie los organizadores de la Casa Citroen. Simple coincidencia, naturalmente. • • l'stedes ya saben lo que es un soiitien-yorge: una de esas pre<iosidades de lencería para uso exclusivamente femenino. Pufts bien: a la mar^ (piesa de Breteuil—que no es ni más ni menos (pie la OLtrh del écran francés Moushia—le reclama una Casa esp(<cialÍ7.ada co «mterioridjides» trescientos francos por eso, por un soidien-ipige. En el juicio, el representante de Moassia soli(,itf> del juez la presencia de tm e.Kpcrto en lencería. .\ lo (pie el juez se oj>uso. Así: ¡De ningún modo! ¡Yo soy lo suficientemen-
tf ((mipetente para examinar un .soufien-gurge.' Y a continuar-ión ordenf» la comparecencia de .Moussia y del soutien-gorge en litigio. El ha visto muchíjs snutiens-gorge. Y. a lo (pie parece, puestos. La famosa escrupulosidad de los jueces j>eimifc estas -¡oncillas averiguacitmes.
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(lleta (iarl'o, veii'te dólares. M'ie West, veinte dóla.es. Charüe Chaplin, cinco ih'ibires. Esta.' son la-* últimas cotiza-iones t-ii la Bolsa de .\ut('»g'-afos de Hollywood.
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Hl último operado de apcivUciti^ en Hollywood ha sido el director Frank Capia. Capia se recluyó en el hospital.un dia antes de \A jireiiiiére
de su más reciente producción, titulada KMrirtumente confidencial. Cuando (jperado felizmente regresó a su ca-<a. .se encontró con este afeijtuoso telcí^rama. que traducimos: «Desolado por no haber |KKlid(i a.-istii a la apertura.» Will Kogers iu'aba de estableier un nuevo record. Ha cobrado '22r).(XM) francos por una emi sión radiof('mi(-a que ha durado quince minutas. ¿Qué habrá dicho el hombre en ese cuarto de hora? ¡Y todavía seguirán llamando a Jeanetttí la roz de oro! La última historia de Hollywood. El productor de una colosal super})ro(U)cción en curso de rodaje está desesperado. Según é l , todo está mal, todo marcha lentamente, nadie (uniple su cometido. Su indignación ^e traduie en fro-ses nada amable-. F2n c! <epií de su cólera, se fija en un joven tímido, cim gafas, cpie toma
notas en un block. Inmediatameiite llama al regisseur. —¡Vea ese tipo! ¡Inútil, inútil! ¡Que rebajen ahora mismo su salario a la mitad! —Pero, señor, él no cobrr ningún s laño. Es un periodústa... —Nom de Dieu! ¡A mí no se n¡e contradi(;e! Dadle inmediatamente cincuenta dólares por se mana y reducírselos a la nv ÍAÓ. ¡Xo faltaba más! • • Se ha sabido ahora que durante la realización de Gran Hotel ocurrieron frecuentes tlisgustos entre Joan Crawford y John Barrymore. John quería a todo trance que la cámara captara su famoso perfil, aunque fuera a costa de tapar a Joan. En una de estas continuas querellas, John, muy digno, resumió: - -Pero, querida Joan: mi perfil es una verdadera tradición en la escena. Respuesta de Joan: —¿Y qué? El público prefiere ver mis caderas durante tres segundos a todos los perfiles de todos los Barrymores. Una respuesta muy femenina, desde l u ^ o . Y nada equivocada. • • H e aquí, facilitada por los directores de ciEl ratrdriliro r 8 p a ñ o l _ ^ señor González Falencia, actualmente en viaje de e!<tud¡os por .Norteamérica; la deliciosa «star» Alice Faye, y el ilustre e s critor Gregorio .Martínez Sierra, en uno de los Estudios de la Fox, en Hollywood Georges Rafat y la admirable bailarina c.Margo», en un momento de la película «Rumba», de la Paramount, rodada bajo la dirección de Marión Gering. y en cuyo reparto figura también la sugestiva Carole I.«mbard
nema de los Estado^ Unido-, la lista de actrices y actores que más dinero han hecho e.itrar | . ' i r la*! taquillas en 1934: U. Will Rogers; 2 , Clark Gable: 3, Janet Gaynor; 4, Wallace Befry; 5. Mac W(-st; 6, Jv^án Crawford; 7, Bing Cro.sby; 8, Shirley Templeí>. Mane I)res.sler; 10, Nornis Shearer. Después van Katharine Hepburn, Joe E. Brown, Claudette Coibert, Jeán Harlow, Eddie Cintoi, Dick Powell, Geíjrge .\rliss. Warner Baxter, Jame.s Cagney, etc. Más lejo.s. Greta Garbo, los her manos Marx, laurel-Hardy, Marlíne Dietrich... Lo que no quiere decir (pie sea éste exactamente el onlen que ocupan en la admiración del público, l'na estrella con seis películas en el año pueíle dar más dinero, pero ser menos popular
que ot a con dos. Véase, por ejemplo, que Charl¡< Chaplin no figura en la lista.
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I^a colonia alemana de Hollywood, compuesta sobre todo, de emigrados del tercer Reich, cree» de día en día. La Fox tiene a Erich Pommer j todos sus colaboradores. Columbia ha contratadc a Peter Lorre. Wicki Baum, la autora de Gran Hotel, es, en Hollywood, una de la» escenarista^ mejor pagadas. Ella acaba de terminar un escenario para Mady Christians, otra actnz tdemane que será una de las nuevas estrellas de Culver City. El cine alemán florece en Hollywood. Y decae en Berlín. Tanto hablar de Lilián Harvey y de su regreso a Europa, y abo ra resulta que Lilián ha firmado un contrato con Columbia. Su tan cacareada independencia a r t í s t i c a se h a derrumbado por segunda vez. Ella deja de ser independiente en cuanto oye música de dólares. ¡Oh, el arte!
Dos bellezas de las m u chas que en la película de la Warner Bros «Música y mujeres» lucen el e n canto de su hermosura y el atractivo de sua cuer pos esculturales
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CINEGRAMAS
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ON Saturnino Huguol, gerente de Selecciones Capitolio, vino a Madrid formando parte de una nutrida Comisión de distribuidores catalanes que traía por objeto realizar gestiones encaminadas precisamente a la abolición de este lamentable impuesto. No le sobraba el tiempo al señor Huguet; pero, así y todo, nos dedicó, amable, unos minutos, para charlar de la cuestión batallona que ha encontrado eco en CINEDRAMAS y que entraña nada menos que la vida o muerte de la industria del cinema en nuestro país. Con frase exacta y expresión convencida, jiero serena, como quien sabe que la simple exposición de hechos es por sí sola mñs elocuente que todos los alegatos exornados de exclamatñones y retóricas, el señor Huguet nos ha dicho: Ue Enero a Enero... —Eíse impuesto es prácticamente imposible, I)orque grava una mercancía que se vende—puede decirse así—por fracciones: hoy, a un empresario; mañana, a otro, y eso durante me.ses, y aun años, sin que podamos saber nunca si llegará a cubrirse el coste de la misma. Duda que, en más del ochenta por ciento de los casos, se resuelve en .sentido negativo, entre otras cosas por la crisis general de las industrias, que afecta, como es lógico, a la cinematográfica, y acaso en mayor proporción que a ninguna otra, porque ya es sabido que los espectáculos son los primeros que se resienten en épocas de inquietud social o simplemente de malestar económico. Si sobre la pérdida innegable que esto representa, cargamos a nuestra industria con un siete y medio por ciento, que se repite en cuantas operaciones se van realizando durante un año, y dos, y más, sobre la misma película, llegará un momento en que, por la reiteración del impuesto en gravar una misma cosa, nos hallaremos en situación semejante—aunque menos merecida— a la del jugador impenitente que, afortunado o no, a fuerza de pagar «dere^thos» a la banca, lo ))ierde todo, según aíjuel refrán «de Enero a Enero...». Pues bien: nuestro banquero es el Fisco, y sea cualquiera el capital que pongamos en circulación y la actividad que despleguemos en administrarlo, al fin de vturios ejercicios, de
Indefensión
l>oii Saturnino Huguet, prestigiosa figura dr la industria einematográfira rspañola
continuar la cosa así, todo el dinero de los distribuidores lo habría absorbido el Esta<lo, matando en flor una industria cuya importancia no tengo que encarecer.
Yo pagaría el 99 por 100 Y ncj es que a mí me duela el cumj)limiento de obligaciones fiscales. Aunque el comercio de películas está más recargado que ningún otro comercio corriente, yo pago con el mayor gusto cuantos otros impuestos gravitan sobre mi giro. E> más: soy de pare<er que si la Nac-ión o el Estado lo necesitaran en un momento determinado, tendrían derecho, y yo contribuiría con gusto, a pedimos a cuantos trabajamos y damos trabajo, no un 7,50 por 100, sino un 99 por 100. Pero entiéndase bien: sobre utilidades; jamás sobre pérdidas o sobre capital, como hace el impuesto a que nos referimos.
El cine *><* arte, no lujo De aquí su impopularidad. Porque en la forma impremeditada en que se decreU') no tiene pretíedentas en los anales tributarios de ningún país del mundo. Y que no aludan a los impuestos suntuarios. Primero, porque el cine es un arte y no un lujo, una necesidad modema de cultura y no una vana ostentación de riqueza, y segimdo, porque, aun en el caso del impuesto suntuario, como la operación se realiza de una vez, el vendedor puede transferir el impuesto al comprador, aumentando el precio dol artículo. Pero en el alquiler de pelícu as el gravamen recae sobre fracciones de un contrato total que, en la mayoría de los casos, no llegan a cubrir el coste <le adquisición de la mercancía.
Claro que todo esto ha sido posible, hay que reconocerlo sin acrimonia para nadie, por el estado de indefensión en que hemos permanecido los distribuidores. Ahora se acaba de crear el Consejo Nacional de Cinematografía; no veo en él los elementos que asegurarían su eficacia, y, en cambio, se dibujan otros de perfecta solvencia intelectual, cierto, pero que carecen de lo que pudiéramos llamar «elementos de juicio» para asesorar al Gobierno en todos los casos relacionados con la cinematografía. Personas de buena voluntad alejadas de la práctica del negocio, que forjan lucubraciones y sueños irrealizables para ofrecerlas como panacea. ¿Y sabe usted lo que luego resulta de to<lo esto? Un desatino como ese del 7,50 por 100, debido a una especie arbitraria lanzada por algunos «soñadores», y que un ministro de Hacienda tomó por artículo de fe. La voz que lo arreglará todo Pero todo se aireglará. De los escarmentados es el acierto, y quiero adelantarle a usted que cuando se publique esta interviú, acaso sea un hecho la unión fraternal y en una sola Cámara de las dos organizaciones que con el nombre de Cámara Sindical de Cinematografía y Cámara de Defensa Cinematográfica vienen funcionando en Madrid y Barcelona, respectivamente. Ija voz que pudiera saUr de esta organización es la que con má.s interés debieran escuchar los gobernantes, ya que sería la voz de la razón, de la experiencia y conocimiento del negocio, y la que, sin duda, ha de ofrecer las normas razonables y justas para cuanto al mismo se refiera... En este momento requieren al señor Huguet para informar en una J u n t a que celebran sus compañeros de toda España. Nos despedimos. Y como el reportero no debe inventar—ese es un vicio muy feo, que, además, cuesta trabajo y no se agradcr(> , damos por terminada la interviú. Hasta la j>róxima, lector.
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A I R E S
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es hoy día—lo lleva siendo desde hace años—la personalidad más voluminosa del cinema mundial. En acordándonos de Pabst tenemos que olvidamos de todos los realizadores franceses, alemanes y yanquis. El hombre intransferible, el hombre tenaz, el hombre de las ideas redondas..., ése es George William Pabst. No basta ser genio ni ingenio, ser inteligente ni tener talento de artista. No basta haber nacido para empuñar un m^áfono... Hay que tener un carácter para conservar la integridad personal; para posponerla, en los momentos más difíciles, a necesidades y tentaciones que la puedan hacer zozobrar. Y a Pabst, lo único que le ha preocupado en su vida ha sido la entereza de carácter y su autoeducación personal para luchar por la inviolabilidad de sus ideas. En 1929, meses después de realizar en Luna Film Tres páginas de un diario, le hizo famoso y envidiado una conversación con el propio Hugenberg. Las palabras que él dijo y las que le dijeron pasaron integras a ser comentadas en los clubs y circulillos cinematográficos. Estábamos todavía en el s e g u n d o Reich de Weimar y era cuando el cinema alemán se alzaba por sus oropios impulsos y empezaba apenas a ser con,rolado por los que más .arde habían de hunUno de los más recientes retratos dirle. de George WiUiam Pabat L a industria cinematográfica sirve p a r a crear mendicantes a su - ^ « L ' o p e r a de quat'sous», es la alrededor, en determiverdadera maravilla d e l cinema contemporáneo en todos sus aspecnados paises. Unos, que tos. Una sátira .atrevida, graciosa e esperan ser; otros, que inteligente, lanzada sobre la socieson y pienusm en ser dad actual. Aqui aborda como nadie más. Pabst dio entonces Pabst el problema de la mendicidad. En esta escena aparece Floreuna lección colectiva en lle, que, con Albert Préjean, protaese ambiente enrarecigoniza «L'opera de quat'sous» do por el humo de las ilusiones tejidas con tela de arañas venenosas. su talento y mis E^studios, doNo podia ser sano un tados ya de los mejores equipos circulillo ni un club dessonoros del mundo, produciríade el momento en que mos la mayor maravilla parlanPabst era envidiado por te. El comandante Henrick Etsu suerte de hablar con tlinger vivió los momentos más Hugenberg, y desde el emocionantes y dríunáticos de momento en que se hala última guerra... cía famoso por su gesto Pabst salió del despacho de inmutable ante la preHugenberg lo mismo que habia sencia del más poderoso entrado. Hugenberg llegó a demagnate de la Banca cirle más: alemana. —No entiendo directamente en asuntos de cine; pero por usted me he interesado hasta el punto de haPabst no dudó un momento en presentarse ante Hugenberg. blarle personalmente. Hugenberg empezó diciéndole; Cualquier director de los que esperan a la sombra hubiese besado los pies —Me han hablado de usted y tenía gran interés en conocerle. Alfredo Hugenberg, con su gran bigote kaiseriano, canoso y menos ga- al poderoso financiero germano. El realizador de Cuatro de Infantería, Carllardo; con su barriga de tonel de cerveza y con su senectud de aspecto bona- bón y de L'opera de quat'sous quizá saliese acaricitmdo con más vehemencia el libro de Emest Johannsen. Pabst era un realizcuior del cinema y chón, parecía afable ante George William Pabst. —Por lo visto, se ha n ^ a d o a una oferta hecha por el director de mis EJstu- vendía caro su arte. La obstinación, la tenacidad y una autovaloración consecuente, encumbran y destacan a los grandes hombres, más que una claudios, ¿no? dicación en beneficio propio, hecha por el ofrecimiento de mejorar de condi—En efecto. ción. Pabst no ha claudicado nunca, y su triunfo ha sido, más que un esfuer—¿Y qué motivos tiene para ello? zo, un precio a su capacidad, a su recta capacidad manifestada sin desvia—No pienso trabajar por ahora. ciones de ninguna clase. El caso de Hugenberg demuestra lo que es Pabst. Los o]os de Hugenberg sonríen detrás de las gafas de carey. —Elntonces debo de estar yo mal enterado. Me han dicho que estudia Por todo ello responde su obra: La calle sin alegría. El misterio de un alma. El amor de Juarui Ney, La caja de Pandora... Toda ella hecha como una flecha, sin usted con interés una novela que anda por ahí, de Emst Johannsen. —Me sorprende que le hayan enterado de tanto; pero, en fin, es verdad. oscilaciones, hasta llegar a IM Atlánticla y Don Quijote. En todo lo que hemos expuesto tenemos la elevación del arte de Pabst. E^a novela pienso llevarla a la pantalla. —Yo, en cambio, le ofrecería otra novela parecida, pero escrita por uno Más de tesis que de alardes técnicos. Más de esencia, de calidad^ de espíritu, de nuestros mayores prestigios de e.stos últimos años: Henrick Ettlinger. Con que de estudio pictórico. A Pabst siempre le ha preocupado el tema, porque ABST
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Después de «Don (Quijote», no ha vuelto a entraren España ninguna película de Pabst. Esta escena pertenece a «l n crimen en la noche», film supervisado, pero no realizado, por el famoso «produceur» austríaco
Una escena de <l^ .Xllántida», de Pabst, segiin la famosa obra de Pierre Brnoit. Aquí vemos a Brigitte llelm encarnando maravillosamente la figura de la enigmática Antinea. El trabajo realizado por Rrígille l l e l m , al lado de Pabst. f n f 1.a Atlántida», quizá sea el más perfecto de su vida cinematográfica
sabe que lo demás lo puede hacer cualquier inteligencia, sin cortapisas. Crear imágenes no es difícil para quien lo intente y sea capaz. Lo difícil es expresar algo con esas imágenes, donde puede caber una restricción ideológica. Y Pabst h a vencido esto, lo mismo que venció la tentación de IIugenberg. Carbón, Cuatro de InfanteHa y L'opera de quat'sous son las tres obras más completas, I más humanas y más hbres que se han producido en el cinema. Cualquiera que llegue a conocer este aspecto del carácter de Pabst puede llegar a crecí que es exclusivista e intolerante. Y también que este exclusivismo puede l l ^ a r a recaer sobre quienes colaboran con él en sus obras. Nada más lejos, sin embargo. Pabst no s o mete a sus artistas. Su método es sugerirlcíc a s a s , de acuerdo con lo que intenta, y dejarles que hagan ellos. Greta Garbo no hubiese sido nada sin Pabst. En Hollywood no se for jan las actrices; no hay lugar para ello, y si i<i hay es muy estrecho. En Hollywood, las buc ñas estrellas vierten su arte, manifiestan su capacidad. Greta Garbo no hubiera sido tal Greta Garbo en Hollywood si no tropieza en su carrera artística con un hombre del temple ' y la sensibilidad de Pabst. ¿Quién era Greta Garbo antes de protagonizar La calle sin alegria? Una escena de «Cuatro de Infantería», el film cuyo realismo hace crispar los nervios Una recitadora de teatro; una «extra» del de ios mismos ex combatientes. La fama cinema, a lo sumo. Una niña, de cara fina de «Cuatro de Infantería» ba llegado a toy serena, ingenua acaso, sin esa pasmosa frialdos los rincones de la Tierra, y es considerado como el mejor film de U postguerra dad que tanto le ha caracterizado en los films i yanquis. Quizá tratase en aquel entonces de hablar con Pabst con ese tono novicio de quien desea agradar: —¿Le gusta mi ensayo? Pabst, distraído, n o contestaría. —^¿Cuándo vamos a hacer la escena de la escalera? Pabst: —Muy bien, pequeña. Muy bien tu ensayo. Dentro de dos horas actuarás. Una inundación de a l a r í a eo Greta, en aquella primitiva Greta Garlx». ¿Por qué la miraba Asta Nielsen?... Asta Nielsen era su compañera de trabajo, superior en todo y de una celebridad que Greta estaba muy lejos de conquistar. Cuando hablaba Pabst con Greta, la Nielsen la miraba con unos ojos... la mar de expresivos. —Me molesta que hagas esos gestos. ¿Crees (pie serás algo? No .se triunfa de esa manera en el cine. Hay que ser expresiva, muy expresiva. Hoy no se sabe quién influyó más en (Jretatíarbo: si Asta Nielsen, haciendo- ' la vampiresa, o Pabst haciéndola ai^ista. I.* primera, con su indiferencia mal intencionada; el s ^ u n d o , con su temple a la vez que con su tolerancia hacia los que trabajan c o n él. La cuestión es que G. W. Pabst ha dirigido masas, multitudes... y ha universalizado el gesto de sus artistas. Greta Garbo, en IM calle sin alegria: Brigitte Helm, en Juana Ney y La Atlántida; Louise Brooks, en Trois pages d'un joumal, y ¡Gustav Diessel!, en Cuatro de Infantería. . . ¡Magnifico Pabst! El hombre de las ideas redondas, el hombre tenaz..., ése es («eorge William Pabst. Su obra ha triunfado gracias a su posición ante el cinema y ante todo lo que contribuye a darle vida. ¿C^ontmuaiá siendo siempre lo mismo, a pesar de trabajar ahora para Norteamérica? A, DEL AMO AIXÍAHA
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m Florelle, la deliciosa «slar' francesa, aparece en esta oportuna foto señalando un Estudio cinematográfico. Para las jovencitas que aspiran a epatar las glorias de Greta Garbo, el Estudio es como un misterioso recinto donde igual puede esperarles la gloria y la fortuna que el desengaño y la desilusión...
la voz de la sirena se opone la del agorero. ! En medio, proceloso y alardeante de Itño, I el mar de las tentaciones. Tempestad de j huracanes, tumulto de olas, remf)liiios de trombas. Y la débil barquilla bogando a la ventura, sin velas, disvelada, como la que cantó el poeta. Difícil y dura es la vida, peligrosa la prueba. ' ¿Qué puerto acogedor brindará refugio seguro y ; tranquilo? ] La muchachita gentil junta las bellas manos, j martirizadas ya por la aguja o por el tecleo de la j máquina, e interroga al Destino. Allá, a lo lejos, í refulge—¿en qué playa. Dios mío?—un faro que parece ima estrella. Allí canta la sirena: - í —Ven... ¿Quieres ser artista de la pantalla? • Te redimirás para siempre. Nada más fácil. Buen palmito, cara fotogénica, una buena amis- , tad, un poco de suerte..., ¡y la fortuna! Ven, no . sufras más. El cine te espera, j)ara regalarte con • rapidez mt^nánima todos los dones de la vida. > La muchachita gentil tiene buen palmito, le^ han dicb I que es fotogénica, cuenta con buenas ^ amistarli-! (no costaría tanto encontrarlas, en ] todo caso) y confía en la buena suerte. Pero... j Pero apenas se inicia en su alma la delicues- [ cencía de iciosa de aquella tentafñón, el aire trae hasta sus oídos, por encima de la «pitada mar e n j furia, la voz del agorero: • -^¿Quieres ser artista de la pantalla? ¡Jamás! ' Todo, antes que el cine. Por una que triunfa, ¡y a qué precio!, cien a(;abaa desengañadas y paupérrimas, muñéndose de hambre... ¡ De una a otra cantata, la vida, en sus vaivenes, i procura ocasiones para todo. ¿Quién aconsejará ; con acierto a la gentil dubitativa? .\unque ignora todavía que si deja el taller o la \
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oficina la esperan duras jornadas de pruebas di- ' fícilcs—¡ay!, aquella^ acrobacias ante el operador, en traje de calle, mal preparada, etc.—, no se le ocultan todos los riesgos y todas las dificultades con íjue habrá de luchar. Pero el espejuelo de oro de la Fortima riente la tienta, la sugestiona, la incita. l ' n a de las oportunidades que opone a las agorerías es precisamente la rapidez. Acaso ningún otro arte permite alcanzar la gloria a edad t i i i i temprana. Recuérdese el caso prodigioso de Maiy Glory, que de «.señorita del conjunto» en las revistas de la Cigale pasó, con rapidez vertiginosa, a star de la pantalla. Gracias a un concurso de belleza, se podrá objetar. Pero otros casos podrían aportarse donde la belleza, aunque clara y patente, no anduvo de j)or medio de un modo esencial y decisivo. He aquí, por ejemplo, a la señorita Florelle, tan excelente actriz como star famosa. Actuaba y a en el teatro cuando la implantación del cine sonoro exigió una renovación en los elenitos de la pantalla. Inútilmente pretendió, sin embargo, filmar en Francia. Trasladada a Berlín, se presentó al gran Pabst, noticiosa de que éste buscaba una intéry)rete para L'opera de quat'sous. Ya es sabido la celebridad universal que consagró inmediatamente esta genial manifestación del arte cinematográfico. Florelle quedó así instaurada en la j)rimera categoria de las grandes artistas de la pantalla. Su reputación cpiedó cuajada de un modo fulminante. Pero—resuena de nuevo la agorería—^ya en Francia, prohibida durante mucho tiempo la exhibición de la famosa película, inédita para el
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cÁnje/^fixinuxA gran público, su maravillosa intérprete, sin poder gustar las mieles del triunfo, tuvo que recomenzar su calvario. Empezó por cantar anónimamente una cancioncilla en un film; interpretó después papeles de segundo orden. Y cuando la prodigiosa creación de Pabst pudo ser admirada por el público francés, Florelle se vio colocada en la cima de la popularidad.
Menos azarosa fué la de Ketty Galiáui, que habiendo leído un día—pequeña comedianta en un teatro pequeño—que un empresario necesitaba una actriz muy joven, bonita, nibia y de talento—ella tenía talento y era rubia, bonita y muy joven—, se presentó a él pretendiendo la plaza. Admitida enseguida, fué a poco la protagonista celebradisima de la película—opereta fílmica— El as. Inmediatamente, a virtud de su gran éxito, fué c o n t r a t a d a por un empresario inglés p a r a Hollywood, donde interpretó el papel principal de Maria Galante, la p e l í c u l a adaptada de la novela del mismo título de Jacques Deval. Todos estos ejemplos, de emocionante y viva autenticidad, s i no sirven p a r a cortar con una sentencia firme, demuestran, sin embargo, que en la pantalla puede lograrse la manzana de oro antes de los
años. Cuenta ya en su repertorio (Meaciones tan afortunadas como El barbero de Sevilla, Alió Berlín..., aqui Paris!, y otras. Tiene en la mansa y dulce ternura de su arte el encanto de las suavidades del terciopelo sobre la cálida piel fatigada y ardiente. Ojos serenos, perfil clásico, belleza casi canónica de tan ajustada a la norma perfecta, Lise Delamarre podía haber hecho suya la frase arrogante y victoriosa del César triunfador. Llegó, vio, venció. Recién salida del Conservatorio, fué contratada nada menos que en la Comedia Francjaise y para la interpretación de un gran papel en el film Pensión Mimosas. Obtuvo en esta película un éxito considerabilísinjo. La señorita Nicole Casadesus—ojos gramdes, profundos, dominadores; frente despejada y amplia, belleza recia de conquistadora—es también una favorecida de la fortuna antes de los veinte años. En el film fíi aventurero supo, recién debutada, destacar las gracias graves del talento y las galas sutiles de la espiritualidad. Todas ellas, y otras que podrían acompañarlas en esta evocación, han ganaxlo prestamente en el cinema, en el inicio venturoso de una juventud dorada, celebridad y fortuna. Canta la sirena: —Todos estos casos, ¿no demuestran que tu salvación, modistilla gentil que ganas para malcomer destrozando tu vida, está en el arte de la pantalla? ¿No ponen de manifiesto estos ejemplos que tu redención, taquimeca de treinta duros, de cincuenta duros al mes, la hallarás cumplida y cabal en el cinema? Anímate. He aquí el lujo, el amor, la belleza y la vida... Replica el agorero: —¿Pero y los casos, mnumerables y trágicos, de las que no han llegado? La callada tragedia de las muchísimas que I cayeron en la luí cha, que hubieron de renunciar a todo, después de perder años, dinero, vida y salud, esa larga caravana espectral de pálidos fimtasmas vencidos, dice más en contra que los casos aislados y es-
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porádicos q u e , por ser infrecuentes, son más conocidos. ¿Sal)es todo lo que te aguarda: las largas peregrinaciones inútiles, las esperas infructuosas, el halago fingido de las falsas promesas, los gastos no remuneratorios, las pruebas difíciles, el interminable desfile ante operadores, directores, empresarios? Y después, el desaliento, al fracaso, el vacío... La opuesta tonada no tiene fin. Este es un diálogo infinito. Y para el alma en duda de !a adolescente gentil, encandilada por la« tentaciones, atemorizada por los riesgos, acaso no haya palaMarie C l o r ) , Nicole Casadesus, U s e Delamarre, Josette Daj... Todas ella»¡ fueron seducibra bastante cuerda y sabia das por el canto de la sirena, y dejando su vida obscura y anónima de menestralitas, se para el bueij con.sejo y la adlanzaron a la conquista de la gloria y de la celebridad, sin escuchar loa agoreros pesivertencia eficaz. mismos de quienes vertieron en sus oídos palabras de desaliento... Los hombres y los pueblos felices carecen de historia. E^veinte años. Testimonios gentiles son también, en otras tas muchachas triunfadoras y populare.) a los vedettes que podríamos citar, estas a que vamos a ha<"er veinte años quizá sientan, en su intimidad, que referencia. empieza a pesarles en el alma la gravitación Perfil de ingenua, alma de soñadora, belleza pa<;ífide su propia historia. ca de las que penetran el alma y la señorean, Josette Y si es verdad—como siempre se ha dicho— Day, iniciada en su adolescencia en los secretos de la que el hombre feliz no tiene camisa, acaso ellas, pantalla y vocada a la interpretación férvida de las heroípara serlo un poco, poseen demasiadas combinanas sentimentales, alcanzó celebridad antes de los veinte ciones...
Hay a veces en el cinema mucho de moda, de capricho de un dia, de triunfo pasajero y superficial. Actrices cuyo nombre et como un fogonazo, como un deslumbramiento de gloria que se desvanece pronto. Una revelación, una gran pelicula, y luego, el reruerdo, el silencio; finalmente, el olvido. Pero no et ¿tte el caso admirable de Sylvia Sidney. Ella no et la actriz de un dia, la tstart que debe tu gloria al triunfo pasajero de un solo film. Sylvia Sidney ha ido labrando su gloria esfuerzo a esfuerzo, éxito a éxito, y no hay hipérbole en afirmar que su prestigio et uno de los mát auténtieot, de lot mejor consolidados en el mundo del cinema. ¿Quién no recuerda la serie interesantísima de sus películas^ ¿No está vivo aún en el recuerdo de lot públicos de Madrid tu creación magnífica y reciente de tMadame Butterfly», el último gran film que de ella ha llegado a nototrot F Extraordinariamente femenina, Sylvia Sidney da en sus interpretaciones toda la gama del sentimiento: el matiz fino y suave de la comedia y la patética expresión del drama. Ella no et, tampoco, la actriz obttinada, anquilosada, en un tipo único. El arte de Siylvia Sidney et la Variedad.
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\ ol sleeping, Amuí May Wong frente a nú. Sn mirada oblicua, on \~i _J ul)icuidad oriental de nns ojos, tiene de todo: do ven'íanza, de olimpi mo, de indiferencia, de desjirecio, de lejanía... .\ ve<;es adojita e^ a(;titud sophisticated—abstracción, indoleni'ia—que ha ¡luesto de modií Yan<{uilandia. Sas cabellos .son largos, negro.-. .•<e<lo.so.-<. Mamjs fina»; dirian.se de porcelana. Ya sus cejas sin ángido, muerto en los mil ma<jui!!i>jt'.s do Ilol'ywood. Nariz aplastada. Labios anchos. pronun<ia<los, frescos, como trozo de melocotón. La fanta.sía de los modistos del Estudio le ha creado una rara y cara elegancia a la europea. En algiin a<lorno, asomos de Oriente. Cuando se pone de pie, jiienso ?n las bailarinas sagradas d*» un-i lejana miíologí.H. A vece;s, tiene una sonrisa ptáci la, aoicrta, occidental, de enamorada española. —Anna: ¿cansada? —¡Oh, no! Estoy .icostumbrada al })latnuu. i El filmar sí es terrible. i —¿Cuándo empezó a rodar? J Anna sonríe: U —Pearle White despertó mi afición. Todius W las tardes iba a su teatro do IMH Angeles. I J e - ^ gué a amar ol cine con verdadera pasión. Más tarde... Un e.x religioso chino—Jaime Wang— me ofreció un papel de «extra» en cierto film. Acepté. Jaime me incitó f» con^^inuar en mi trabajo. Luego, esos dos films que son para mí los mejores: El expreso de Shanghai y La hija del dragón. —^¿Su verdadero nombre? —Wong Lin Tsoney. (Wong Lin Tsoney viene a significar «sauce amarillo escarchado». Todos los niños chinos nacidos en Nueva York—como Anna—adquieren nom bres nativos, oriéntale», exjiresivos, poéticos.) —Después de un largo viaje por Europa—continúa—, dije a mis managers que deseaba ir a Los Angeles para abrazar a los míos. Prometí volver, y mi última actuación fué en el «Springtime», de Viena. Al llegar a Nueva York, mo esperaban varios empresarios, que me p r o p u s i e r o n a c t u a r en Broadway. Acepté. Y después me ofrecieron un par peí en un folm de Hollywood. Últimamente he hecho seis cintas, una de las cuales—Umehouse: un barrio chino de Londres— está proyectándose con gran éxito en Inglaterra. Después de actuar on Madiid, iré a Ix)ndres; de allí, a Copenhague, y, por último, a California, a filmar un drama con el role principal. En París ven, en estos días, otra de mis últimas películas, que es algo como u n c u e n t o oriental. —A proi)ósito...¿Y China? —A veces siento u n a nostalgia inmensa de tJriente, a pesar de haber nacido bajo el cielo de Manliatán. Pienso en los techados con c a ñ a s de bambú, en las llanuras de Tien-Tsin, en los «juncos» del Yang-Tse... Europa es
encantadoi también. Cómodo, insuiuaiite, fino... Se toman ias cosas con má,- calma (pie en los Estados Unidos. Aqui siempre hay tiempo para todo. De P^urojia, me encanta España. (\)no<'ia ya Barcelona. No se ])are<'e en nada a .Madrid. Madrid tiene una simpatía extraordinaria. Y una ciogancia suma. Madrid es único en el mundo. Puede usted decirlo. —.\nna: una pregunta obligada. Dice que ha estado en Barcehma... , \'ió alguna corrida de toros? —Si. l ' n a jirimera parto espléndida, y una .segunda detestable. Como en algunos films. Y ríe francamente. —Su familia, ¿está en los Estatlos Unidos? —Sí. Mi madre murió en un accidente de automóvil, estando yo en Italia. Mi hermano, el mayor, estudia en una Universidad de California del Sur. Mi padre, que fué lavandero en su juventud, tiene n^ocios en Los .\ngeles. A mi hermana mayor, Ying, la vi en Europa recientemente. A Hueng, la pe<pieña, en Broadway, la última vez que actué en América. Hay una magnífica poesía on torno a Anna May Wong. Excelente motivo para los poetas (jue han v'sto en el Bronx neoyorquino más de doce millones de negi-os y en Honolulú manos de mujer timbrando cuerdas do guitarra bajo la palmera. Para aquellos poetas viajeros que, después de tomar uu cock-tail en el Shanghai Club —el mayor bar ameii(;ano del mundo—, descendían al puerto, bajo el viento mongol, a ver cómo aípiellos paquebotes rizaban el mar,.
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V.
«sauces llorones» que besan iiiáigenos do rio y .son el nombro do osa iiiuiorextraninliiiai i u y atrevida. —Miss Wong, un último favor... ¿Un autc'igrafo? —¡Oh, oh! Igual que en América. Igual que en toda< partes del mundo. Auti'igra fos en la baira del bai-, en la playa, en el plateau, en ol r e s t a u r a n t e . . . Autógrafos. aut(')grafos... ¿Cuántos en mi vida? Y, en una .sonrisa, escribe al dictado: «A los lectores de CINEORAMAS,
Anna
May
Wong.» Después, su nombre otra vez, en chino. Ahora canta una parte del Shanghai Exprés. Protesta luego, porque no le gusta a([uella escalera en el doco¿ado. Manda callar al carpintero, que ajusta unas puntaen la pata del piano. Habla con Caruti, el director de la orquesta. Una palabra en alemán. Otra en inglés. Muy poco francés. ¡Bienvenidií Anna May Wong, flor blan ca de Oriente en todos loexpresos del mapa, en la.solapas luminosas de todoc los cinemas europeos! (fOT. COITÍ»)
• LUIS DE ALDAOLA
rÍ8, pese a todas las leyes de extrculición por delitos políticos, lioris ha confesado que mató a Vladimiro. Pero otro día completa ante Fedora su confesión: no lo mató por móviles revolucionarios, sino porque Vladimiro y la mujer de Loris se amaban a espaldas de él. La nuevt verdad pone un abismo ante el alma de F'edora. Ea su corazón se derrumba de pronto el culto por el muerto, y todo su afán de venganza se desmorona. Pero quizá esto no as sino una añagaza de Loris. ¿Y las pruebas de aquella afirmación? Loris las muestra: cartas de Vladimiro, ante las que Fedora tiene que rendirse a la verdad. Ijoris supo, en San Petersburgo, que su mujer había enviado una carta a Vladimiro citándole en una casa en que frecuentemente se veían. Loris necesitaba aquella carta, y por eso estuvo en casa de Vladimiro, cogiéndola del cajón de su mesa. L u ^ o , en el sitio que la carta indicaba, sorprendió a lo» amantes. Ella escapó, herida, y Vladimiro recibió dos balazos de muerte. El alma de Fedora se siente sacudida por una violenta conmoción. .\mará siempre a Loris, hará todo lo posible para cons^^uir su perdón y que pueda volver a Rusia. Es tarde, sin embargo, (^uando U f a r o n sus primeras noticias sobre la confesión de Loris, el padre de Vladimiro, a punto de caer
del riiieiiia^ eiiro|»oo ^
^— Fedora ejercía sobre los hombrea una fascinadora sugestión. Su gran feminidad, su elegancia, su belleza cautivaban a cuantos se acercaban a ella—
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NA de las obras más famosas y caracteristicas del teatro de Sardou, de las más representadas en loe escenarios de todos los países, ha sido llevada ahora a la pantalla. El cinema francés, cada vez más seguro de si mismo, más humano, alcanzará con la adaptación cinematográfica de Fedora una nueva victoria. María Bell, una de las mejores figuras de la pantalla francesa, será la protagonista de Fedora y reavivará en el lienzo el profundo aliento trágico de aquella obra que ha recorrido tríunfalmente los teatros de todo el mundo. La Rusia brillante y dorada de los zares. Escenas de lujo, bienestar ile los poderosos, alegría de las músicas y los vinos que son como una canción a la vida feliz. F''iestas, aventuras y risas: cerca de ellas, sin embargo, acecha el peUgro hondo e indominable. De vez en cuando, turba aquella alegría el estampido de un tiro o de una bomba. Callado y misterioso, late un fermento revolucionario. Ei nihilismo se agazapa en las sombras y prepara los atentados contra los poderosos que oprimen al pueblo. En ese ambiente simtuoso vive Fedora, una mujer llena de fascinación. Va a casarse pronto con Vladimiro, el hijo del director de la Policía. Fedora va palpitante de amor y de ilusión a e.se enlace, que aguarda impa-
Fiestas de lujo y de alegría, bajo las lámparas rnormes, sobre un fond o de luces y de músicas. Dansaa sobre la mesa: copas dr rhampagne y palabras dr K^^^ locura y dr
Vladimiro, el amado dr Fedora. es traído, agonizan- 1 te, a la casa. F.l crimen aparece envuelto en el mayor^ misterio. Todos los drlaíles revelan en rl atentado,; sia embargo, la huella de una organización nihilista... j
cientemente. Un día no llega a una cita con Fedora su prometido. I^a mujer va en toncos a la casa de Vladimiro. Tampoctj en ella saben nada. El salió, como de costumbre, a hacer su vida cotidiana. Tarda en regresar. Se envían retíados a una .> otra parte. Nadie sabe nada de Vladinñro. La incpiietud se agazapa en el ánimo de !•* que esperan. La sombra de un posible atentado cruza por sus frentes. Vladimiro es l^jo del director de Policía, y sobre éste, lógicamente, caen odios y vei^anzas que muy 'en pudieran extenderse hasta el hijo. Avanzada la noche, traen a Vladimiro. Llega herido, ¡jostrado. Xo puede habí»*- Se le deposita en su alcoba y los médicos se disponen a atenderle urgentemente. Vlaflintí'^ ha sido victima de una emboscada Se le ha atraído hacia una casa, alquilada, indudablí"*ente, para tal fin, y allí se ha disparado sobre él. Parece que en el atí^ntado han intervenido ^'^4 mujer y un estudiante. Ea, precisamente, entre mujeres y estudiames donde se forman los 0>"Íores adeptos del nihilismo. Se trata, innegablemente, de un nuevo atentado de esta" oi^anií'^'iones. Mientras la vida de Vladimiro se extingue, los agentes > an concretando algunos 'ftalles que permiten esclarecer el crimen. Aquel día llegó una mujer a la casa con una carf - Vlarlimiro guardó esta carta en el cajón de su mesa y salió. Un hombre, después, que quis" dejar unas líneas para Vladimiro, estuvo en la misma estancia. La Policía no encuentra aqu*','* carta en la mesa. Sin duda, la llevó aquel desconocido para borrar toda huella del crimen. > ¿Quién era aquel hombre que desapareció con la carta? Por las palabras de un ct>>^o se logra, por fin, identificarle: es Loris Ipanoff, que vive enfrente de la c a s a Las agentes S"en precipitadamente en busca de él. Vladimiro, en tanto, ha muerto, sin poder decir nada '<>bre el crimen. El dolor de Fedora llena la casa. Regresan los agentes. Loris ha huido, sin <^*iar huella Erguida, tremante, Fedora, ante el cadáver del prometido, jura vengar el criineíParís. Rusas en la ciudad capital del mundo. F'iestas. í\mdesas extravagantes, <^Plomáticos, desterrados. En París vive Loris Ipanoff, desterrado a raíz del crimen. El crimeO- que quedó envuelto en el misterio... Fedora está también en París. La ha empujadlo allí su deseo de venganza. Para no hacerse sosjiechosa, para ocultar mejor el designio que allí la lleva» «e ha hecho flesterrar de Rusia. De este modo no inspirará desconfianza en los revolucionarií's que viven también fuera del país. Toda la atención de Fedora está jjendiente de Loris Ipanoff- Se ha hecho amiga de él para mejor poder, en su día, consumar el deseo de venganza 'l'ie llena su corazón. Sin embaído, nunca logra descubrir en él la menor simpatía por las oíganizacione» revolucionarias. Sin querer, eu contra de su propio corazón, Fedora se siente atr»><'* por Loris. ¿Y si fuese inocente? La mujer desea ardientemente el esclarecimiento de la verdad: si él es culpable, para consumar su venganza; si es inocente, j)ara rehabilitarle ante el niundo. ^ Fedora aguarda imj>acientemente el momento en que l>oris, confiaclo, enaii*'*'"ado, inicie j»or sí mismo la confesión de la verdad. Y el momento llega un día: él mató * Vlailimiro. ¡Qué trágica alegría llena el alma de Fedora al »umo<'er la verdaíl, al saber qi'^ í>odrá vengarse! Iva noticia llega a Rusia y determinará, fatalmente, la detención y la muerte de lx>-
^ ^ H ^ ^ ^
desgracia, habia hecho detener a un hermano de Ix)ris, que poco después caía ahogado en los calabozos de-San Petersbur La m u e r t e también tronchaba la vida de la anciana madre de Loris. Ignorantes aún de estas noticias, Fedora y su amado viven unos días de exaltada pasión. Un día llegan el perdón y el dolor. Ya podrá volver a Rusia. Pero le faltan su madre y hermano. En la carta de un amile llega el nombre de la mujer que ha determinado la muerte de sus familiares: Fedora. Pero ésta, ante Loris, desgarrada por el remordimiento, no quiere que el amado la odie, y prefiere morir. Un tiro, y el bello cuerpo de mujer cae vencido, mientras Loris Ipanoff besa desesperadamente aquellos ojfjfi de los que huye la vida.
Loris contempla el cadáver de la mujer amada. Fedora, por amor y por remordimiento a la vez, se ha matado. FJI el drsonlacr trágico de todo un emocionante poema d e amor y da vengar
ilusión
'f Son los momentos culminante» dr la pasión de Loris y Fedora. Ya e n tre ellos se ha alzado un abismo, que impedirá que s u s vidas se unan defin i t i v a m e n t e . . . El amor les acerca; p e ro algo, más fuerte y dramático, lea aepa—
¡ Q u i é n t u v i e r a la s u e r t e ! de
UE liA Solamente en puede ser admirada creación con
de
música
esfa comedia
GEORGES de
MAURICE
Capítol
optimista, MILTON, YVAIN
AN MURAT. Rosine Deréan. OlaaTscfieckowa Son /os protagonistas de una aventura misteriosa e inquietante bí» en el ambiente maravilloso de los paisajes de Italia •
KYKNUA, fábula, historia? No lo sabemos, j Quizá las tres cosas. Una amalgama sólida, fuerte, que se inqjone, por su misma fuerza, al mundo cinematográfico. Por eso nosotros la aceptamos como leyenda. Acaso porque no tengamos hechos ciertos, positivos, en que fundamos; nmy fácil también, porque la leyenda respira siempre un ambiente j>ráctico, misterioso, sugestivo. Y él nos encanta, nos seduce. Ija dorada leyenda de Marlene Dietrich dió comienzo hace siete u ocho años. En aquella época, la protagonista—¡tan lejana de nosotros!—ignora su destino... Es una figura de segundo orden en un teatro de Berlin. Y trabaja también, en papeles secundarios, en el cinema alemán. Empieza, precisamente, cuando Greta Garbo se halla en el cénit, cuando esta estrella es la
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Marlene trajo a la pantalla la imagen de mujer única, sensitiva y temperamental, ü n personaje definitivo c o m o u n a fórmula algebraica! mujer conocida que vive y se agita en nosotros como un compendio de feminidad
cCtcgrama* inás sólida y fructífera de las acciones de la Metro Goldwyn Mayer. Si Adolfo Zukor dispusiera de tiempo y nos quisiera descubrir ese j u ^ o , tan grande como secreto, «a estrellas cinematográficas» y nos contara las preocupaciones, la busca, las súbitas esperanzas y las no menos súbitas, bruscas, inmediatas desilusiones padecidas por él y por sus colaboradores hasta que descubrieron a Marlene, su libro resultaría la más interesante novela, cuyo éxito mundial podía garantizarse. Pero Zukor calla. Es preciso contentarse con suponer, limitarse a reconstruir sobre datos vagos e inciertos; tragarse sin parpadear las miríficas indiscreciones de su oficina de publicidad. Y los periodistas harán el resto... I.,a leyenda se forma en pocos meses. Y su continuación y afianzamiento se logra fácilmente. Bastan las anécdotas y los reclamos. Para eso tienen las Casas productoras sus propagandistas. Lo apócrifo es y a aceptado como indiscutible. Se puede decir todo cuanto se quiera, si se sabe decir bien, si no se tiene la mano demasiado pesada. Esperemos unos meses, y se verá lo que es la biografía de la Marlene.
El primer capítulo empieza en Tiergarten, hace treinta y cuatro años, cuando los oficiales do los ITusaros do la Muerte iban a hacer proezas con sus caballos. Había uno, un joven subteniente, que se encontró con una muchacha. Y se casó. Y Marlene nacía dos años después, preciscunente el 27 de Octubre de 1902. Marlene empieza a estudiar música, toca el violín; pero tiene la de.sgracia de caerse de un caballo y se rompe una muñeca. Tiene que renunciar a emular a Kubelik: la muñeca rota no tendrá ya la agilidad de antes. Como puede verse, los paseos a caballo son fatales para la familia Dietrich. Marlene renuncia a la música y se dedica aJ teatro. Empieza estudiando a Shakespeare y termina en la opereta. Y va a caer—^acierto u obra de la l»uena hada casualidad — bajo las órdenes de Max Reinhardt. Debuta con Broadway, en la que se hace notar y aplaudir. Sigue trabajando en otras o p e r e t a s , y aun io queda tiemjiu |)arH flodicarse al cine... Algunas a.ctrices ( inematográficas p o d r í a n contar su primer encuentro con Marlene, cuando hizo, con Carmen Rossi, Ileana .Mury y Walter Rilla, La princesa oh, la, lá, de Robert Land. Siempre en i)apoles de segundo or- ^ den, sin ser notada por los críticos, ni —^lo que es más triste—por los directores, Marlene actúa _ en varias películas: No es mcis que su mano, señora, con Harrj' Liedtke; Lo mujer que deseamos, con Fritz Koertner; En nombre de la ley, tauibicu c o n K o e r t n ^ n L a
ruive de los hombres perdidos, con Mauricio Tourneur, y algunas otras. Una noche, José von Sternberg, de paso en Berlín—^¿por qué?, ¿para qué? ¿Acaso bu.scando la estrella futura que pueda competir con la Garbo?—, cae en un music-hall donde Marlene canta y baila. La espera a la salida, • se presenta y dice: —^¿Quiere usted ser la vedette de mi próxima película? Y Marlene no se niega... Fisto dicen las crónicas más autorizadas. Elsto es lo que dice la historia conocida, que nosotros llamamos leyenda, porque tiene un gran sabor romántico. Si las cosas sucedieran así, las novelas blancas que terminan con un «se vieron, se amaron y fueron felices», serían documentos de fina psicología. Pero pudo ser, es cierto, que Sternberg se hallaba en Europa. El hom-
bre que habia descubierto a Bancroft podía traer la misión de encontrar una actriz a la que se pudiera hacer estrella, aunque hubiera que gastarse tres millones de pesetas. Porque una cantidad aproximada parece que se oneció a los dioses mayores y menores de la fama para hacer que Marlene brillara en el cielo de la cinematografía... Pero también pudo ocurrir que Sternberg, teniendo en preparación El ángel azul (que debía hacerse, de acuerdo con la Ufa y la Paramount, en tres ediciones), una vez hallmlo el actor (Jannings), buscase la actriz para el difícil papel de Lola-Ix>la. Hoy Liola-Lola, pensada sin Marlene, parece una mancha insignificante, o, lo que es peor, un lugar común. Se puede asegurar que, como casi siempre ocurre, en el futuro de Marlene, en su destino, había intervenido la casualidafl. Sternberg, desde su butaca, vio en aquel local su tipo. Eso fué todo. Es decir, todo no, porque Stembei^ es, por contera, uno ^ de esos rarísimos hombres que saben dominar por completo a sus actores. Obsérvese a Jannings en sus manos y en manos le otros. Marlene, cuyo mérito principal ha consistido, y consiste, en su extrema plasticidad, fué en manos de Stemjerg cera blanda. Quien recuerde sus películas anteriores al Ángel aztd, puedo notar la diferencia. Max Reinhardt fué un gran maestro; pero no la conqirendió. Mauricio Toumeaur, un veterano, ni si(iuiera adivinó qué clase de dócil criatura tenía a su disposición, Y I^abst, qne en BerUn tuvo que verla, tampoco se dió cuenta. Y, sin embargo, Marlene le hubiera servido admirablemente en nuichas películas. El mérito, por lo tanto, fué de Stemberg. Una vez más, Europa enviaba a Norteamérica un ejemjilar femenino que podía enseñar mucho a las actrices de alU. —¡Alabado sea Dios! — dicen que exclamó Stemberg — . Usted no es como las estrellas norteamericanas: tiene usted, por lo menos, nás de tres expresiones. V Marlene Dietrich triunfó... .*se ha dicho que todos los personajes encamatlos p o r olla, lesde Lola-Lola, de El ángel azid, y Anny Jolly, de Marruecos, hasta el de su última película, son un personaje sólo: Marlene. Es cierto. Así fué también con Lilián Gish, con ííloria Swanson, con Brig i t t e H e l m , (;on Greta Garbo. Y asi será con todas las artistas. Pero, por fortuna, en Marlene hay más que un personaje. Hay que ^^^^^^^^V es el más ^ ^ ^ ^ ^ ^ ^ V audaz, ^^^^^^^m cional q u e cinema ha ^ ^ ^ ^ ^ ^ V dado hasta hoy. ^^^^^^^M Marlene trajo al cine un ])or^^^^^^m sonaje sólo; pero oso personaje ^^^^^M es im sor elemental y, al mis^ ^ ^ ^ V mo tiempo, definitivo, como ima ^^^^V fórmula algebraica; personaje co^ ^ ^ V nocido—porcpie vive y se agita ^^^m en nosotros—y, sin embargo, nue^^^M vo, porque nueva es siempre toda mujer para el hombre. Y mujer es dolor y delicia, n' i^ria y toimento, paraíso o infierno. m No se puede decir de Marlene <pic o.• hábil, experimentada o sensible. ' Se puede, vínicamente, decir quo os sincera, que es una fuerza natural, que es así porque así está bocha y no por([uo quiera o sepa ser así... Sutil feminidad que se adentra en el arte, en la sutileza de una gran actiz «lo cálidos matices. VÍCTOR
GABIROÍNDO
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Xuui tienen ustedes a Antoine, el famoso peluquero francés, actualmente e> l l o l l v w o o d , V uno de los que han votado en favor de la moda qu<- deja al descubierto las nucas femeninas. Kn esta foto a|Mirece peinando a Jeán Pariíer
liúrbara Slaiiwyck. belJH s i e m p r e , lo <••* R I I I I iiiá-i r » n este ikMicioso priiiaci». <|iie (Ijyal rostro de la di'l¡<'¡<>~ estrella I I I I H i-iuaiitadora iri'ieiiiiidad...
"^ouAS sabéÍH que ia inuía de la niujor delata la edad de i-u poeodora con veracidad inexorable. De aquí que las «otoñales» con pretensiones de «guaya>K)S> hayan inventado los trucos más inverosímiles y las combinaciones más extrañas para recatar ~ u nuca a lah miradas de log indiscretos. Pero eso. amigas mías, se acabó ya. Ix)s grandes peluqueros del mundo, arbitros de la moda capilar, han de cretado recientemente que toda dama que aspire a ir peinada con arre glo a 8U8 inapelables y postreros debignios lia de dejar su nuca libre de moños, bucles y rizos. ¿Cualquiera diría que csOs caballeretes que rigen los destinos de ia moda en el peinado no han pretendido, al acatar esa funesta determinación, otra cota qne desenmascarar a tanta y tanta «jovencita» de más de cuarenta años! De ahora en adelante, las «otoñales», si quieren conservar la incógnita de sus años, habrán de renunciar a .-eguir de cerca las nuevas normas de la moda en punto al peinado. {Que este renunciamiento para una mujer elegante coni.tituye un sacrificio? ¡Qué duda cabe! Pero todo antes que claudicar. ¿Contei-ar que su juventud empieza a ser remota? ¡Nunca! Otras dos características bien dispares han lanzado ahora los grandes artistas de ja coiffenrt femenina, l'na deja totalmente descubiertas las
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(.laiidette t ! » l b e r l HÍeiiiconsiderando <|Ue el peinado <|iie más conviene a las caraeteri-lieas de su ••«-Iro es el que luce en i-sta foto. W a decir verdad, no e s equivocada su «Ti-rncia*.
Sylvia Sidnry. ron r»>lr prinado dr rvidrnie mniniMrruria
inrairaJ
ha qurrido delibrradaJ mrnlr apartar«r dr laa iiurvas orírntarionra dr la moda. \o«o(rof>.
«in entrar e n profuixlidadrs dr «re» elrgantr. no« limitamoK a
ronnicnar qur r«tá brIliVinia.
orejas; otra, por el contrario, las oculta bajo los bucles o los rizos. ¿Cuál de ellas obtendrá la preferencia? ¡Quién sabe! En realidad, ambas pueden subsistir, porque 8U evidente antagonismo no resta distinción ni personalidad al peinado. Por otra parte, los postizos y las pelucas de fantasía han recobrado la brillante boga de avarUguerre. En estas últimas está admitida la más arbitraria variedad en lo que se refiere al colorido. El azul pálido, el malva, el rosa, el blanco, y hasta el dorado y el plateado, pueden llevarse indistintamente. Ayer predominó el encanto y la comodidad de los cabellos cortos. Ahora bien: no olvidéi.-* nunca, amigas mías, que el peinado acentúa y define la personalidad de la mujer, y que cualquier pequeño detalle no debidamente atendido hace cambiar radicalmente el carácter y la singularidad del rostro. Por esto nos permitimos aconsejaros que antes de resolver este difícil problema os estudiéis concienzudamente ante el espejo, confidente leal y sincero de toda mujer discreta, y sólo después de una detenida autoinspección podréis adoptar una decisión acertada
Muchotí ejemplos piidiéramox citaren alx)no de este consejo; pero bastará eon unos cuantos para evidenciar la utilidad de este indispensable y previo estudio. Así. por ejemplo, ¿creeréis que la .simplicidad del peinado de Greta Garbo no es el producto de un análisis escrupuloso por parte de la genial estrella? Otro tanto pudiéramos decir de Myma Loy, la adrairable vedette, que ha logrado una gran personalidad para su rostro adoptando un peinado con raya al lado y recogiendo sus cabellos, ampliamente ondulados, sobre la nuca. La propia Rlissa Landi. ¿dudaréis acaso que no ha elegido por simple capricho el peinado con que habitualmente aparece en la pantalla? Lo ha hecho porque sabe que es el que mejor conviene a su rostro. Madeleine Renaud, por su parte, ha adoptado un peinado muy antiguo y muy moderno, que consiste en •a raya al medio, y unas tren-
T. m h i í n .Mona Barrir ka estado friiz al rlegir r«(r peinado, dr una indudable modrrnidafL no rxrnta de cierto ría-
d o r a d o s ealM^ l e l m a Tsdd, pur8t08 dr r»tr L origiMl y « u g r s t i v prestan « » imevo er ranta « m roMrw, < f^mUmáiim
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riere ea de un gran eclecticismo, dentro de una norma general. Así, no han sido totalmente desterrados ni el flequido, ni tos grandes bandeaitx. ni loe rizos en las orejas ni sobre la nuca. Y es que, en realidad, la moda sólo persigue un fin: realzar la belleza d e la mujer. ¿Que a veces no lo consigue? Cierto. Ella dicta sus normas, impone sus leyes y marca sus tendencias; pero no dice a esta y a aque lia mujer: «Has de l'evar esto porque lo dispongo yo». Es a la mujer a quien corresponde el acierto y el buen gusto en la elección. Toda mujer verdaderamente chic, lo mismo al adopt^^r un peinado que al elegir un vestido, debe proceder antes a un detenido y severo estudio de sí m\sma. Sólo así [Hjdrá tener relativas seguridades d e acertar.
CiMOiXUlUXA
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ialWrriU « . la uueva * r . . . película del Colisrvn.. donde « diario se rrpres, ,.U rO.. «.gnifieo rxi.o por lo que en .Ha hav .le ....bien.e g ral o y cl.a pequeña ralidadeti d<[e e m ^ i ó n , d ' í n t e r * , v de írroura. Annv Ondra v Méthía. Wíen.ann interpretan, ron »u aeirrto dr «iemprr. los papeles pr,nr.p.lrs dr U nueva r.nU del Col.«.vm. rn la qur sr hrrmana la brilrza dr un asunto magnífiro ron la gracia animada dr un ambirntr rnranlador
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COLISEVM "Ángel del arroyo"
de star; más que todos los aciertos parciales de un film cuajado de bellezas, nos admiró la prodigiosa creaciím que de un tipo de vieja cínica, débil, viciosa y... malgré tout. simpática a rabiar, hace May Kobscm. Ella, con su papel, parece decir como su compañera en desdichas, la ajada mundana de La noche del sábado: «Hay gente mala. A mí también me han hecho mucho mal: [)ero yo..., ¡a nadie!, ¡a nadie! Por eso estoy aleare. ¡La alegría no pueden quitármela!» .\'o, no pueden quitarla la alegría ni la bondad a esa viejecita encarnada j>or May Kobsim con
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da en la misma Naturaleza. ¿Cuánt(js vencejo.? para un águila? ¿Cuántos arbustos paia un cedro? ¿Cuántos satélites y planetas para un sol? En los banquetes de arte, aunque se llamen cinema de masas, dcmdeíiuiera (^ue el genio se siente, allí estará la cabecera.
.-1 tout seigneur, tout honneur. A la inauguración de la temporada cinematográfica del Colisevm, una magnifica pelicula, (jue no tiene nada de folletín, como el título en español parece inCAPÍTOL dicar. Al contrario, es una comci ia humana de la más noble jerarquía dramática: estudio escrupu"La espía número 13" loso de caracteres, adobado con un sano luimorismo y una tendencia poética cpie embellecen, l'n episodio do espionaje hábilmente incorsin desvirtuarlo, el aguporado a las incidencias do examen de la realide la guerra de Secedad. sión, entre federales y Acaso el asunto perunionistas norteameritenezca a un criterio licanos, sirve a Boleslausterario más avenido con ky, director de este film, la escena (jue con la para dar una amplia vipantalla. Cuanto ocurre sión de aquella época en el film podía, con agitada, en que plasmó, po(;o esfuerzo, adaptardespués de una crisis se a un escenario; la cáviolenta, el espíritu polimara se limita a captar tico de un gran pueblo. luces aílecuadas a la acPrejuicios, antagonisción, creando lo que pumos, lucha de castas, diéramos llamar su «atfiestas y costumbres, mósfera luminosa». Peheroísmo y abnegación, ro, a cambio de este escuanto entonces caraccaso flinamismo exteterizaba y dividía a los rior, hay una vibración partidarios de la esclainterna que trasciende a vitud y a los adheridos los fotogramas y anima a las ideas liberales de i todo el film con un hálila vieja F^uropa, desfila : to de emoción y fuerza por la pantalla en una espiritual. e s p l é n d i d a evocación Puestos a elegir entre llena de brío cinemato- ¡ una y otra' tendencia gráfico y en la que el | artística, entre lo verflelicado ritmo de los j tiginoso espectacular sin «lanceros» y el «minué» inquietud poética y lo contrasta con el bizarro | psicológico acordado a choque de las armas. j un ritmo literario, nos l ' n a comedia de cos- ' decidiremos siempre por tumbres en un brioso lo segundo, aunque remarco de guerra y avenconozcamos que en la tura. Tal es La espía [terfecta ecuación de número 13, con una foambas modalidades es tografía, además, sencidonde ha de buscarse el llamente maravillosa. cinema auténtico. Marión Davies y Gary Ángel del arroyo, peCooper, héroes del film, lícula americana, resrealizan una admirable j)onde a la concepción labor en la interpretacinematográfica e u r o ción de sus difíciles papea de última hora, cupeles, que abarcan toda y a escuela más caractea gama de sentimientos rizada es la francesa, y, y emociones: amor, 1.a deliriosa .Annv Ondra rn la prrsonifícación de «Iji pequeña Dorrit», pelírula que sr proyerta precisando más, el moodio, heroísmo, abnegacon extraordinario éxito en Coiisevm do cinematográfic(j de ción. Y los numerosos Duvivier. tipos episódicos de este No será éste un cinema genial; |)ero es intereel acierto de las creaciones definitivas. Toda una film de gran rei)arto constituyen otros tantos sante, digno y escrupuloso buceador de almas, psicología rica en contrastes conmovedores, por aciertos. La espia número 13 es una obra es(pie se atraerá necesariamente la admiración de lumanos, y que la a(^triz desarrolla con facilidad pectacular, en que las escasas concesiones a la (piienes, todavía encerrados en la torre de marfil genial, saltando de lo patético a lo cómico y huverosimilitud están suficientemente compensa(le los prejuicios literarios, le niegan al cinema la morí.stico, igual que si su temperamento dramádas por el interés del asunto y su excelente reacategoría de arte puro. tico se hubiera calzado las fabulosas botas de lización cinematográfica. Pero más que a limpia ejecutoria dramática cien leguas para andar sobre las cumbres de la de la fábula; más que su realización, subordinada interpretación. CALLAO ])or David Burton a las exigencias de ese estudio Aunque Ángel del arroyo—¡qué título para la de caracteres que es el fondo de la acción; más Editorial Castro!—no tuviera—que sí los tiene, "Volando hacia Itío Janeiro" que el delicado trabajo de la cámara a' vestir de segiin hemos dicho—otros valores, bastaría la luces adecuadas y elocuentes cada imagen; más crea(íión de May Hobs(m para acreditarle de film He a(pií una buena revista cinematográfica. que la belleza inconfundible de Carole Ixuiibard exce})cional. No es la fastuosa e insubstancial versión a la y su delicada sensibilidad artística, dueña de ¡Y luego se |>icteii(le acabar con el divismo! j)antalla de la revista teatral, con sus procedila emoción y hábil para tiiuismitirla, siempre sin ¡Si no es jui.sible! El talento se impone por su mientos arcaicos, en los (pie el absurdo y la inaparente esfuerzo que descímqionga su elegancia pi«»l>io impulso. E* un hecho ari.stocrático (pie se genuidad libran una batalla de incongruencias
que tenninan, por lo común, en la apoteosis del desnuilo n. > quillado. Volando lutria Rio Ja tu no. film espei^tacular en grarlo su^ mo, es una revista original, pensada y realizada al modo cinematográfico, cualidad íiue, aunque parezca para<loja, no se da casi nunca en las llamadas rcvistas cinenmtogiáficas. Música, asunto, diálogos, e— cenariós, todo obedece a una clara y neta visión de lo que bu de ser este genero en la pajitalla. Y la interpretación—proi.< gonista, la girl; estrellas: Dolores del Kio, (íene Raymond, Haoiil Uoulién, Ginger Hogerre.sjKjndc a las otras cualidades (i,>l film. AVENIDA ^'Carganieoto salvaje"' Nos hallamos ante un gran u»K.'umental, revisa<fo, no |KKÍÍH
ser de otro minio, para la pantalla. Su director, Armando Denis, paref;e que se ha limitado al montaje e ilación de escenas tomadas libremente por U cámara en la selva virgen. L'n aiMisiiMiMiila- i i i n i i i c n l o d<* Marir (.lory y >«>an Mumt rn <lji lai|iiiniri'« ur ratta». drliriosa ronirdia qur sr rüirrna e l l u i i r s .\sistimos a una caza mayor, rn rl Palacio dr la MiÍNÍra incruenta, de fieras y otras especies zoológicas destinadlas a os parques y circos. Y lo má.s sugestivo de esta batida emo»:iimante es la el fiombre i)<ira coj;er vivos a los uiás ágiles, fieros y astutos animales. detallada exposición de los lazos y trampa- ingeniosos «le que se vale Kl explorailiir nortciiiiericano Franck Buck es el héroe de este film, en el que se amalgaman, con innegable y desconcertante habilidaíl, lo real y lo fingido, hasta ¡ fundirse en un todo que tiene la fuerza persuasiva de un documental v el arte, interés v emo^^^^ ción de una pelicula excelente.
RIALTW
"El mundo cambia"
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IJA falta de espacio nos impide comentar con la debida extensión este fihn de grandes valores psicológi<;üs y de una realización cinematográfi<'a admirable. A la profunda, noble y sugerente fábula, que tiene alientos de problema universal, se une la inter¡)reta<ión de Paul Muni, en sucesivas caracterizaciones que son otros tantos canibio.-> asombrosos de entonación, de gesto y de ca rácter. Se ha dicho que nada se diferencia tanto de un hombre como el mismo hombre en el transcurso del tiempo. I<>ta aguda observación psicológica tiene en la ductilidad interpretativa de Muni una demostración artística irrebatible. El mundo cambia es uno de Uis films que honran al cinema. TIVOU Continúan en este local las sesiones semanales del Cine-club G . E . C. I., valorización de films excelentes, menospreciados un dia por el grai) público. La última reivindicación sabatina- 'Icscensu al Purgatorio del olvido para traer a la actualidad valores cinematográficos de primera fuer2ft—lian .sido i a de Melodía del corazim, de Hans Schwarz; intérpretes. Dita Parlo y Willy Fritsch, \ la de una cinta de Chapita, Charlot. ¡¡elictdero, editada en 1917.
•énica d r .El n-» dr la s u r r l r - . Ceorgri. Millón, rl gracioso a d o r d e j a pantalla trancrsa. rn una -líosr. rscéiiii hilarantr película que estrena mañana lunes (.apitol
ANTONIO G U / M A N
MERINO
"comf nTAwos poéticos A un PiLiri"
Minaretes de plata, eelosias de oro. ¡•.sclavas con ojos de almendra. Dragomanes barbudos. Soles y lunas de Persia. Os i>oy a contar esa historia de Zahrat, la esclava amarilla, nostálgica, descalza y sinuosa. De Marjanah, amada de Nur-al-din. La de Kassim Baba, el rico: Ali Baba, el leñador; A bu Hassán, el bandido, y el magnifico Chu Chin Chow. Camino del Bagdad de los sueños, una nube de flechas mortal cubre a Chu Chin Chow y los suyos. ;Oh hazaña monstruosa de Hassán! Et mercado de esclavas de todos los pueblos y razas, negras, amarillas y blancas, como gacelas atrailladas. Zahrat va a ser vendida. Todos pujan; aprestan las bolsa* de oro: los ojos brillan; aprietan el sable curvo y rl escudo redondo.
¡Sésamo, ábrete! Tras la puerta de piedra que gira, ¿tres mil años! Millones de niños que sueñan, y lloran, y rien, y palmotean. Mirad, hombres del acero y el plomo, del cemento, el tornillo y los hilos sonoros. ; Volved la vista atrás! Tres mil años os llaman con su voz de marfil, de rubiet. de azabache y de cedro. Los cuarenta ladrones, en cuarenta tinajas. y el aceite hirviendo. Pasarán los años, los lustros Y los siglos, tragándose el tiempo, y el hijo del hombre seguirá narrando millones de veces el portento de Zahrat, china, y Marjanah. blanca: .\ur-al-din, soñador: Abu Has.fán, bandido, y el magnifico Chu Chin Chow. Alfanjes. Minaretes. Tambores. l'n zapatero y un leñador... Jaime SALAS
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muchaclia.s de ahora, al ver ese hombre de mirada cansada — _ _snochada—que empuña una pis' A o que maltrata a una infeliz en la ie baile—todo, claro es, en la mentira de . yección cinematográfica—, no pueden ni diera suponer que fué el más bello y romángalán de la pantalla, daspués del más faPínoso de los galanes de todas las éj>ocas: Ro-; |ítíolfo Valentino. (A éste, sin haberle con(x;ido, I si le recordáis.) : , Y que le cupo, aílemás, una gloria que ni élj ' supo adivinar siquiera: la de ser el primer amante, en imagen, de Greta Garbo, la actriz genial y única, la amadora invencible de sombras que callaban antes y que hablan ahora, el ídolo de fuego y de hielo de nuestro siglo. Ricardo Cortez es «el primero» en la lista de amantes, el que acompañó a la maravillosa Greta de hoy en su revelación de ayer; el primero que besó sus labios en el Estudio cinematográfico del que es, en la actualidad, reina y señora. Ricardo, galán de El Urrrente—adaptación a la pantalla de Entre naranjos, de Blasco Ibáñez—, tenía entonces más admiraciones que la recién llegada de Fvuroi)a, la nórdica delga<la y es<piiva que trajo en su equipaje un tesoro de ambición y de art« sincero. Cortez, el endiosado, por culpa de sus mil enamoradas que le adoraban como a un Antinoo redivivo, no paró mientos en la nueva actriz. Era, de-spués de to<lo, una más, (pie tenía algo, pero que no reunía la belleza per{e<;ta y digna de oponerse a su prestancia dominadora, teas la que los pro<luctores acudían con igual ansiedad que sus locas partidarias. • • Y—¡manes del Destino!—aquella debutante en los Estudios americanos fué luego la estrella indiscutida, mientras que él, el pretendido suceKxlraña, miüteríosa, hieratica, la sublime Creta M ufrece iquí
cínAgtoánxxA justo uo reconocerlo; a su mérito extiiiordinario de actor-galán que se ha hecho en la brecha cotidiana, sin salirdel trazado camino, sin repudiar pales, por pequeños o contrarios a su sto que sean, procurando tomar de directores y compañeros aquello útil ara su propia experiencia, y no fijarse sus defectos, vicios o debdidades humanas. Por eso, Herbert Marshall ha abarcado una larga época del cinema— mudo y sonoro—, aprovechando las más recónditas enseñanzas y no olvidando ningún ejemplo. Y por eso, su nombre, pin haber brillado con luces de definitipopularidad, no es, para casi nadie ¿jue vaya al cine, desconocido del todo... K' * i Herbert Marshall es un «caso». Hace U vida que menos se parece a la de im i e t o r de la pantalla. No asiste a fiestas, • b forma parte de las camarillas que es(Bran del favor o del capricho una lina de oportunidad. Si trabaja, es jue se sabe que rinde siempre, a concia, aquello que frente a irecise; porque se le encuentra dispoa todas horas; porque, para él, traijar es un placer incomparable. Por muchas cosas. Y su conjunto de ualidades personales y artísticas le han " ivado, precisamente, a los brazos de ita, que lo eligió sin vacilar para su ion, El velo pintado, • lo loa más rendi-
E
rodaje di* «Ki v r l o pintado», una |M<lK-ula l i m a dr
rió
ticos ambientes y de pasionales aventuras...
sor de Velentino, fué descendiendo en un ocaso prematuro y vertiginoso, hasta llegar poco menos que a la nada de que había surgido en Hollywood. Soberbio hasta la crueldad, Ricardo Cortez se ganó las antipatías de los poderosos. Se había creído imprescindible. Y las intrigas comenzaron a cundir en su tomo, cavándole un vacío fatal que iba a dar al traste con su manifiesta preponderancia. Y paralelo a esta desgracia de la antipatía en los ajenos de quienes tenía que vivir y mantener sus lujos, surgió el castigo peor, su ruina moral, en fonna de mujer: Alma Rubens. Alma—nombre demasiado bello—exacerbó la neurastenia de aquel hombre y le convirtió en un guiñapo humano, zarandeado por las pasiones más amargas. Ella vengó—sin proponérselo, porque era incon.sciente bajo el imperio <le las drogas, que ocasionaron más tarde su muerte—todos los desdenes que sus antecesoras habían soportado, todas las humillaciones que él, con despotismo audaz, habia exigido... Fué tremenda la expiación, que no podrá olvidar nunca. Y por eso nadie puede suponer—sin haber conocido su esplendor de escándalo—que el Ricardo
Cortez de hoy, intérprete de personajes abyectos y asesinos, fue nada menos que el primer par-^ tenaire de Greta Garbo.
•
•
Hemos hablado del primer ga9| lán de Greta. Nos corresponde atentos a la ley del contraste, qin siempre acan-ea éxitos, buscar el último. Y diremos de él, como primera providencia, que es, acaso, el actor más modesto—auténticamente modesto—de la compleja y de.sconcertante Cinelandia. Vamos a escribir su nombre, que no es el de un desconocido ni el de un atlvenedi-1 zo: Herbert Marshall. El nombre de un hombre en toda la extensión de la palabra. Tan hombre, que el triunfo tle su carrera artística, lenta y volimtariosa, a él mismo se lo debe. A su tesón, a su hombría de bien, a su sinceridad inquebrantable, a su frantpieza, a sus bondades. Y... sería
El relo pintado supone la consagración de Herbert Marshall. He aquí cómo el último de los galanes de Greta Garbo, la sublime catadora de galanes, puede ya colocarse en la fila de los primeros..., y no de los primeros olvidados, como Ricardo Cortez.—SA.NTIAOO .\GITH..A.R
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< 'i ANDO el ciiie se tiñe de mala retórica, se convierte en teatro, y cuando el teatro es ameno, rájiido y entretenido, se trueca en cine. La . T , « - « j ^ ^ ligereza y agilidad cinematográficas han acaJA^^^SP^L hado con el .sermón teatral, y la escena, para ^j^ta^^J «lefender sus .seculares privilegios estéticos, ^ ^ ^ ^ ^ tiene que acomodarse a las exigencias del arte bisoño de la ¡lantalla. Kl artista teatral siente la satisfaíjción de su oficio cuando le dan en uiüi obra <m , «papel largo». Mide y sopesa la importancia de su trabajo escénico por el rau<lal palabrero que lanza .sobre el esjiecfa<ior. Xo importa que su conversación sea vacua, anodina y sin ningún relieve artístico. La cuestión es hablar y estar en es(;ena los tres actos de la obra. Cuando sale un personaje por el fondo, el actor, que ya lo esjieraba para endilgarle una monserga, exclama con fingida naturalidad: --¿Tú aquí? —Yo, tío. ¿No me aguardabas? —Xo; pero llegas a tiempo. —¿Qué pasa? —Siéntate. Hoy tengo gana de conversación. Kl tío ofrece al sobrino una illa. La escena es lenta, premiosa. Los dos hombres, frente a frente, .se miran c(»n resabio. El sobrino quiere sonreír; pero su tío lo mira ceñudo y autoritario. Xada de gestos livianos y pueriles. Se trata de la es<'ena «cumbre» de la obra teatral, en la que el autor ha liluido, en un montón de ideas tran.scendentales, unas gotas de emoción. v>obrino, tú has cumplido ya cuarenta años. —A la fuerza, tío—arguye, resignado. -Bueno; no me ¡nterrum|)as. tmua. I. Tu ] ) a d n ^ ^ n i henuíuio- fué un hombre de bien. Xacido en AstoroiitmúoJ
ga, vino a Madrid a hacer unas oposiciones, y aqui C O U I R Í Ó a Paula, tu santa madre. Se casaron; naciste tú. Trabajó mi hermano Cosme por sacarte adelante. Le preocupaba tu genio díscolo, indi-sciplinado, revoltoso. «Es la uva en agraz, qut el tiempo convertirá en suave mosto», decía. Tu |)adre. que no tenía defectos... —Como los saqué yo rodos, lo dejé sin ningun< —^¿Y eres hijo de mi hermano?—pregunta el tío, furioso. —Tú acabas de decírmelo: «Vino mi padre a .Madrid a hacer unas oposiciones; aquí conoció a Paula; naciste tú, digo, nací yo...» —Sí. Y cuando ya fuiste hombre, viendo que te habías convertido en un holgazán y que toda tu ilusión eran las diversiones y los devaneos con las damas... (Aquí el tío, que es un estafermo, hace la apología del miriñaque, el juego de la brisca en el hogar, la camilla y el chocolate con soconusco, y atac:a el espíritu femenino moderno con su ingravidez, su despreocupación y sus ingenuas desenvolturas. El párrafo teatral remata con un ataque a las piscinas.) —¡Basta, tío!—grita el .sobrino, poniéndose en pie. —¿Te duele? —Sí. Me has contado la vida de mi padre y jiarte de la mía, que conozco mejor que tú, y ahora te «metes» con el maülot. ¡Basta! —Siéntate, siéntate—arguye, refrenando la imlig nación del sobrino. Y emade con cachaza: •—^Hoy tengo ganas de conversación. El buen cine, frente al párrafo farragoso y pesado, coloca su dinamismo y su rapidez. El gesto suple a la palabra: 1 •
acción vertiginosa, a la charla plúmbea. Si hay un galán tonto—como ocurre a veces—, su tontería es fugitiva, y si la novia ingenua se lo cree todo, es cviestión de un instante. El diálogo amoroso, con sus inevitables ribetes de cursilería, ha sido derrotaflo por el flirt, lleno de picardía, de ¡nocentes añagazas y de exploraciones sentimentales. Un amor equivocado se borra en la película como si fuera una cifra inexacta o un error caligráfico. No es la pasión asesina de ojos fosforecentes. Cuando en el amor uno de los persona-
jes siente el hastío o el cansancio, no busca la solución en la pistola o el arsénico. No se grita, ni se acumidan palabras rencorosas t> agrias, ni se le tlesea a la persona amada nn ()orvenir catastrófico. El cine es la juventud. Los focos de los Estudios, con sus enormes ojos llenos de luz, .son implacables para las arrugas, los labios marchitos y la piel ajada. La pantalla exige la juventud auténtica, inta<ta. y repudia las mixtificaciones y los engaños, tan frecuentes en el teatro, donde
algunas veces ima primera actriz llena de alifafes, renqueante y de boca sumida, finge veleidades de adolescente, da saltitos en escena y pide en sus oraciones un novio, cuando debía estar en cama curándose con tisanas y menjurje» los ataques del reuma y de los años. Mientras el cine suscita nuestra emoción y abre a nuestro espíritu 1 a s más bellas perspectivas románticas, el teatro nos hunde cada día en la charca de un realismo bajo y repelente. La escena da al espectador, envuelta en Ui) lenguaje plebeyo, e&ta realidad cotidiana de «lámpara familiar y camilla casera». Se nos ofrece en el teatro lo que nos causa pesadumbre y hastío en la vida, y en vez de alejamos el arte escénico de un mundo del q^ue queremos huir, conspira para que seamos sus prisioneros. Un galán de teatro, aun^H^^HHHJIK que luche desesperadamente y haga gestos y aptitudes heroica-* jior salvar a su dama en peligro, no nos convencerá ni logrará emocionamos. Va sabemos que la mujer que él ama tan profundamente corre un grave riesgo; que él tiene el tleber de salvar a la hembra que adora; pero el espectador preferiría que el galán la abandonara a su suerte, porque sabe que la dama (pie trata de salvar en escena tiene ya setenta años y no corre ningún peligro. J U L I O ROMANO
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Haced que eu vuestros prograiuas la ealiiiad supere a la cantidad, .\aturalineiite que si ambas se juntan, miel sobre hojuelas. Cuidad tanihién su eonfeeeión de forma que exista armonía en el eonjunto. ¿Por qué ha de tragarse uno muchas veces dos noticiarios seguidos, dos dibujos o dos viajes JMM- Alemania? \4> hay razón que lo justi-
fique. IAHÍ complementos de un programa son eonio los entremeses de una eoniida: necesitan ser sabrosos, incitantes. Y, eomo en las (wmidas, también son casi siempre, ¡ay!, lo mejor de ellas. Ya sé ^ue es doloroso para los que tienen, además de una taquilla, algo en la cabeza—-(|ue no es precisamente el sombrero—, el ver cómo el púMieo deja vacio su local cuando exhiben un ñlm selecto y lo llena cuando proyectan cualquier, memez. Al fracaso material que se refleja en la j Uquilla va unido el fracaso moral, que hiere más j hondo. Por todo ello, compadezco a estos em— I presarlos. El público vulgar jamás podrá com-' prender su gesto. Si ansian negi>cio, han de r e - | nunciar a los bellos films; han de dejar de ser hombres inteligentes y de inquietudes, para convertirse en el tendero de la esquina o en el deportista tan Heno de músculos como vacío de mollera. Esto no es un consejo, lo sé; es más bien una lamentación. Pero ahi <|ueda.
armonía, que obedezcan a un plan concebido con anterioridad. Xo improviséis sobre la marcha, pues la improvisación lleva muy rara vez—con excepción del genio—de su brazo a la bondad. Hejarse llevar a la deriva es de malos navegantes. Eiegid un rumbo y seguidle sin rectificar el timón. Sólo así se llega al puerto del éxiloí De lo contra-
Haced agradable al público la estancia en vuestro local. Dad alegría al espectáculo: desarrolladlo en un ambiente de fiesta, pues nada hay que aleje tanto a las gentes como un aire helado de panteón llenando la sala. Cuidad los mil detalles que surgen de puertas adentro y dadlos un tono selecto, elegante y sencillo. \ o ohidéis que al que concurre a un espectáculo le agrada encontrarse cómodo, confortable, en un ambiente grato y lunable, alegre y optimista, y no entre personas soñolientas, luces mortecinas, sobre butacas incómodas y en silencio sepulcral. \'o os creáis cada uno el eje sobre el uue gira toda la profesión, ni alardeéis de sabiduría en el desarrollo del negocio, porque nadie tiene en su posesión el secreto del éxito. Además, es pre^
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río, estaréis capeando temporales toda la travesía, para llegar, al fin, a embarrancar y encontrarse en él con la nave deshecha v vosotros exhaustos.
Haced todo lo posible por especializar vuestro local. Así como hace veinticinco años cada teatro tenía su fisonomía—los saínetes de .\polo, los melodramas de Novedades, las zarzuelas de la Zarzuela y las comedias de Lara—, hoy también deberían tenerla los cines. Por ejemplo, el cine de la opereta, el de la comedía, el del drama, el de la novela policiaca, el de las actualidades—que ya existe—y los de vanguardia y de niños, que están por crear. ¿ \ o creéis que esto beneficiaría a todos, y eada espei'tador elegiría el lo<'al del espei^táculo que deseaba ver? F. H.-<; ( l l u s t r a r i o i i r H de l>«l Arr«.) \
suntuoso erigirse en profeta y fallar a priori, falUndo el que ha de dar al fin su opinión, casi siempre en contraposición con la vuestra: el público. Por lo tanto, no le busquéis, pues la experiencia nos enseña que halagarle es peligroso. Sed sinceros para con él; no le engañéis, y esperad. En vuestra profesión la perseverancia es su principal virtud. Procurad que vuestras temporadas lleven una
TÍGIRO
¡isilaeío iiiíisicsi MAÑANA
MAÑANA L U N E S
LUNES,
ESTRENO DE LA DELICIOSA C O M E D I A MUSICAL
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l o occión t r a m a d a entre párelos detencontados y encominadas ol divorcio, ol odulterio o a l crimen pasionol.
Realización G de il
Durante tu desarrollo, lo) más desgrociados van o busf'ar un a p o y o y un contejo cerco del doctor que [la proyectado el fílm. Y ellos se en ^ron que ta ternuro y la moternilibremente a c e p t a d o s , son, a o oportuno, los secretos de lo c o n y u g a l , y, sobre todo, que en el placer d e b e ser I reolizodo entre dos ^esto que, como dice nujer, ta más costo nbién lo más volup-
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INSTANTÁNEAS RODUCCIÓN ES v mAs prtKliiccione- nos son f)resentadas toda« IÍVS semanas en nuestros l i M t a l e s de estreno. Algunas—muy pocas, desgiaciadamente—merecen una atentúón especial; las más pasan sin fiena ni gloria ante la indiferencia del público. Viene esto a cuento, ante la próxima presentación de un film de excepcional calidad. El signo df. la muerte, que pronto .será estrenado. lista película tu'aba <le obtener el negunlo
l i l o a L r i e n t e
cncnadrwllé en
¿Puede una mujer enamorada de su marido serle infiel sin ser culpable?
Tal e» cl tema de
lugar en el Gran Premio de la Cinematografía P'rancesa. Creen.os que este datoe.- lo suficientemente e l f K J u e n t e para afirmar que se trata de un film perfecto, bajo todos sus asjiectos. I'ero su mayor fuerza está, sin duda, eti su tema, que, por lo emotivo y humano, nos atrae ya desde los primert)s metros del film, y su emoción es tan sincern, tjue por momentos creemos ver trazados gestos o pasajes de nuestra propia vida. Añadamos que la mano experta de .Jacques Feyder, el formidable director, hace verdaderos prodigios; no en vano esrá hoy considerado justamente como figura destacada entre los realizadores modernos.
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Durante los días en que una leve epidemia de parálisis infantil azott) la ciudad de IJOS Angeles, varias estrellas viéron.se en la necesidad fie vacunarse, l^na de ellas, preocupada, preguntó al doctor si la podían vacunar en algún sitio en que no .se viera la marca. ^ —Vacunemos a su «tloble»—contestó éste. La pelícu'o de producción nacional que más comentorios y elogios olcanzoró esto temporado. Dirección: ALFONSO BENAVIOES Música de MONTORIO V UYAInterpretada por Rosita Lacaso, Jesijs Tordeslllas. Uñares Rivas, Pilar Solar, Imma Williers, Octavio de Alvar onceslonario para Espafta y Portugal:
i. F. de Mora.-6ta. Atocha, 9.-Madrid Distribucián CENTRO:
F. Ilernández-tiirbal, gran csfritor y u n o d r nuraIroK dcotacadoK c o l a b o r a d o r e s , visto por el dibujante Del . \ r e o
METROPOL FILM )_ Pi y Margan, 7.-Tel. 20626.-MADRID
NUESTRO
CONCURSO
En cl próximo niimero daremos cuenta del fallo del Jurado, nombrado al efecto sobre los niños parecidos a A Ñ O R E T A S T A V I , el pequefiin actor de EL HIJO DEL CARNAVAL, entre los retratos seleccionados, y cuya lista fué publicada en nuestro número anterior.
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Con los prooedimiciiíos < ; m r ¡ cos inodcfiios (los iiiejoi' 1^ responden a las nuevas í<*ndeneias del aríe). lí^íed anintMitará el encanto y hi^belleza d<* sus [)ul)lieaeíones. así eomo íani3Íén la elleaeia de lodos s u s Impresos dc^ pro(>a^anda. I ratándose de <>randes (¡radas, no ¡uleriores a lO.OOO cjemplan\s. en unestros íall<Mesle liaremos (oda elase de impresos ar(ís(¡eos, modernos v de nH'inado bnen j(ns(o. (an(o en hneeo-
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APARTADO Número
571.