Revista Cinegramas - Nº.45

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REVISTA SEMANAL DIRECTOR: A. VALERO DE BERNABÉ AñoJI.-Núm. f a l t a d4 firmamento cinemalogrÁfico nos ha privado siempre de tener estrellas propias; mejor dicho, ha hecho casi imposible que éstas se desarrollen contando con tan reducido espa«•i<i. Por ello, las más han sido fugaces. Su luz de magnesio las mostró un diíi fulgurantes, deslumbradoras, y después pa.iaron a la misma obscuridad de donde salieron. Existen, no obstante, casos aislados como el de Imperio Argentina, prodigio de gracia, simiKSTRA.

TORNO AL CINEMA NACIONAÜ

}>aüa y donosura, y el de Ricardo Núñez, muc h a c h o entusiasta y amante del cinema, que puede cuajar, a poco que se lo proponga, en nuestro mejor galán joven; pero lo cierto es que los actores del cine mudo quedaron, cn su mayor parte, relegados al olvido cuando las sombras d e la pantalla cobraron la v o z . Y al igual que aquí, sucedió en Estados Unidos, en Alemania, en Francia y en Inglaterra. De la cumbre al abismo. Y entre ellos, figuras como Mae Murray, John Gilbert, Emil Jannings, N o r m a Talmadge, Pola Negri, Gloria Swanson, Ronald Colman, I l a r r y Liedtke y Mady Christians. El cine fué ingrato con ellos. Ingrato e injusto. L o menos que pudo ofrecerles fué una oportunidad de recon-quistar la gloria que se les escapaba de entre las

d« Julio df 1935 Una esrena del documental <iji isla blanra>. con que Xavier Cucll Lu iniciado MM actividadr» editoras

manos; ima ocasión de reverdecer los laureles que perdieron su lozanía. Y no fué así. Las grandes figuras del cine, las que imponían su voluntad en los i'itudios, apoyada en el renombre imiversal de que gozaban, volvieron a saber de los días de lucha, a gustar el sabor amargo del fracaso. Y en esta segunda conquista de la gloria resultaron ven'idos. Vquí, en Es p a ñ a , Kuiibién quedaron apagadas muchas de nuestras estrellas mAs brillantes. Y hoy vuelven a lucir—quieran los hados que con el mismo íulgor de antes—dos de ellas: Carmen Viance y Juan de Orduña. Pocas figuras de nuestro cinema, quizá ninguna, alcanzaron la popularidad estruendosa de J u a n de Orduña. .4quel f i l m de Benito Perojo, Boy, fué la llamarada resplandeciente que iluminó en las pantallas, en las revistas y en los periódicos su aniñ a d o rostro, siempre sonriente. E n punto a devoción ffanenina, l o gró ser im serio rival de los actores americanos más en boga; de R o nald Colman, por ejemplo, que entonces hacía estragos en unión de .su partenaire, Vüma Banky, otra actriz desaparecida, asi como su esposo, R o d L a Rocque. Con Juan de Orduña triimfó en Boy otro galán: Manuel San Germán. T a n t o el uno como el otro creyeron desde aquel momento conseguido todo, y 1 ron nada por so1 puesto conquistado. Arrastrados por el ambiente, tomaron parte en films mediocres—¡aquella Pilar Guerra! aquel Luis Candelas!, ¡ a q u e l l a Malvaloca !—, acept£ux>n pa«Madrc Alef^ría» ha sido llevada a la pantalla por Jo8^ Busch. lie aquí un momento escénico de la nueva peUcula


peles opuestos a su temperamento y condiciones; j gobernada i asi la nave, el naufragio no se hizo esperar. Ambos entraron en j la curva descendente de su vida artística, después de gustar ' una vez el placer de brillar con fuerza, y murieron al fin; ea , decir, se apagaron por falta de espacio donde lucir. 3 Por eso la resurrección de Juan de Orduña ha de tener para ! sus admiradores inusitado interés. Vuelve al cine con Noble- ¡ za baturra, obra que, convertida en comedia después de su ver- \ sión muda, representó por los escenarios españoles, y con Boy, \ el film de su triunfo en la pantalla y en la escena. Ojalá acierte, pues no estaraos tan sobrados de galanes como para dea-' deñar a los antiguos. i Otra reincorporación a la pantalla nacional es la de Carmen ^ Viance, melancólico prototipo de nuestra mujercita de la clase i media, aquien nopodiauno figurai-se más que en la plazaprovin- ]

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O H » V'ftuAna y «el l-^sludiantei en una rscena de la pelíeula <KI niño de las monjas», cuyo rodaje nnaliza ea loa Esludioa Ballesleraa

I Samuel Cre»' po y L i n a Yegros en una

rRcena de «El «Mfrrio fie Ana María», que edita S e l e r c i o a e s Capitolio

Arbó, Heredia, Alfayate, Fernando de Granada y Alfonso Muñoz en un momento de «Don t^uinlt'nelamargaoi, primera produr- . ción Filmófono {.

ciana, paseando bajo Kxs porches, acompañada de tm cadete, (/armen Viance, la creadora de L o caso de la Troya, ¡ Viva Madrid, que es mi pueblo!, IJOS de Méndez y IM aldea maldita—cuatro de los mejores films de entonces—, trajo im aire burguesito y amable al <;inema español. Por eso tuvo tanto éxito en la pantalla. Las innumerables señoritas de la cla.se media vieron en ella un reflejo de si mismas, y de retrueque contein)laron en el lienzo de plata, vividas por la estrela, todas las novelas amorosas que ellas hubieran querido vivir. Ix)s productores, sabiendo esto, p r o d ^ a r o » con exceso a la Viance. Siempre, quieras o no, tenia qne ser la mujercita resignada, santa, callada, noble, que ahoga un amor deshaciéndose en lágriraa-s. Menos mal que el galán desdeñoso siempre volvía al a<;abar el film. En cambio, Elisa Kuiz Romero (la Romerito) dio al cine un tipo opuesto: la hembra bravia, hermosa, fiera ante la ofensa, ardiente ante el amor, chulilla, burlona, amiga de achares y de bromas. Una figura racial de pies a cabeza; la propia Mari Pepa del saínete en persona. Su éxito fué fulminante en Carceleras, Currito de la Crus!, Rosario la Cortijera y otras; pero pasó el tiempo, y se repitió eon exceso. Y a necesariamente tenía uno c^ne admirarla en cuatro tipos, a saber: la modistilla pizpireta, la cortijera burlada por el señorito, a amante de un bandido legendario o hi mujer del [)ueblo asediatla f»or los hombres y hmrá a carta cabal. Sin embargo, entre aquella breve constelación surgió ima muchachita que mereció mejor suerte. Nos referimos a María Luz Callejo, actriz reposada, serena y con ima condición muy esti-

mable: personalidad. EUla fué, con su bello rostro y sus ojas dulces, la primera ingenua del cinema español. Ella aromó nuestras peliculas de un poquito de encanto, de ternura, de emoción suave. ¡Cnanto so lo agradtícimos! Nosotros vimos en María Luz Callejo un valor positivo, ima artista diferente a las demás; pero marchó a H o llywood, vinieron luego de ella unas películas en las que no encontramos a la .María Luz de antes, y más tarde, el silencio absoluto, la obscuridad total. María Luz Callejo no debió irse del cine de fonna tan inesperada. Ella no era como otras actrices, qtie se marchitaron apenas florecidas. Ella aun conservaba la fragancia de su arte j o ven, que había de dar óptimos frutos. ¿Por qué se malogró? N o hemos podido saberlo, y lo sen-

timos. María Luz supo apartarse del camino marcado por otras y seguir el inédito que su sensibilidad y su talento la indicaron. A l final de ella esperaba el triunfo. N o llegó a alcimzarlo, y el cine español perdió una actriz que nosotros no dudamos en calificar de notable. D e cinco figuras a que nos hemos referido, sólo dos vuelven al eine después de un silencio de cinco o seis años. de esperar quo si el éxito las acompaña volverán las otras. Ahora bien: si no tienen ct>nfianza en sí mismas, si creen difícil su adaptación al micrófono, permanezcan ocultas. El público siempre preterirá de ellas un recuerdo grato, mucho más sabroso que la decepción de un fracaso presente. F. l í E H N A N D E Z - G l R B A L


Los escritores ante la pantalla

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H achaque de muchos escritores españoles J aparentar cierto desdén por el cinema. Los que no le niegan a rajatabla su condición de arte, lo juzgan un arte inferior, hecho de remiendos del teatro y de la novela. De ahi que novelistas y comediógrafos procuren exprimir sus obras en la pantalla, como un limón sin jugo ya, en busca de un rendimiento económico. Don Jacinto Benavent*, que tildó de estupideces films como Amanecer y Volga, Volga, v i o en el lienzo cinematográfico, ya en 1919, tres de sus obra.s más famosas: ÍJOS intereses creados. La Malquerida y TM Madona de las Rosas, y más tarde, en 1924, fimdó en Madrid la BenaventeFilm, editando su comedia Para toda la vida. Pero no ha sido Benavente el detractoi más furibundo del cinema entre los escritores hispanos. Su opinión sobre dos |)elículas de perfecta realización—Amanecer, sobre todo—, aunque errónea y harto desjíectiva, no implica un ataque cerril^—que no cabe en ingenio tan agudo como el suyo—^al arte de las imágenes puestas en movimiento sobre la pantalla. Don Jacinto, por lo menos, siente cierta curiosidad por el nuev o arte, y se acerca a él sin intenciones de lucro. Es Felipe Sassonc quien con máís acritud, y estando más horrt) de cultura cinematográfica, ha arremetido contra el cine. Sus agrios c o m e t a rios de A B C, más que tma diatriba, son un desplante o un desahogo de f)er8ona inalhiunorada. N o obstante, Sa.s,sonc »e dejo convencer para cí)laborar como dialoguista en el guión de Crisvi mundial, experiencia que le habí^ servido para constatar que no todas las plimias son aptas para dar tono y calidad a la obra cinematográfica. Esta ausencia de inquietud y de afán de conocer el valor emocional y literario de las imágenes impresas en el celuloide ha llevado al cine a mu» chos que sóK) se sienten at raí Jos |>or la ganancia que reporta estíribir para la pantalla. Y asi, están llenando el cinema español de sombras sin expresión artí.stica y sin ahna dramática, de viejos tipos de zarzuela, sainet* y folletín. Frente a estos detra/ítores y malhechores del lienzo—más perjudiciales ésto» con sus obras que aquéllos con sus censuras—se alzan otros escritores que enfocan el cine con ojos más sagaces y espíritu más amplío y generoso. Un periodista raadrileñtt— Antonio Svárez Guillen—recogió estas opiniones de P í o Baroja, al terminar de rodar su novela 2j(dacain. el turero:

tLa mayoría de las |>elículas son novelas gráficas. Naturalmente, el cine tiene las ventajas y los inconvenientes de lo exchwivamente gráfico. La novela no podrá competir nunca con el film en descrip<'iones objetivas, comcj el filni no podrá competir con la novela en lo que sea subjetivo o psicológico. Ix» subjetivo neiesita expli<'a(>it>ne8, a veces prolijas, y estas explicaciones salen del cuadro de la cinematografía. Por eso, la mayoría de las grandes novelas, casi todas producto de la agudeza psicológica, pierden su valor al pasar a la pantalla. Ni Cervantes, ni Dickens, ni Tolstoi, ni Dostoiewski podrán ser\'ir de buena base para el cine.»

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Pío Karoja. que hizo atinadas nianifeslariones acerca del cinema

Y más abajo: «I^a influencia del cine en la literatura es poca. La literatura es demasiado vieja para q u e lo.treinta o cuarenta año.^ que l l e v a funcionando el cine h a y a n influido en ella. Quizá a la larga influya. En estos treinta o cuarenta años iillimos no se ha producido, además, nada sobresaliente se declaró, en un teatro de l>ondres, fanáli^ aquí con Alice l e r r y que quede como tm hito en la historia del arte. en España fuesen obligatoriamente de prtidu Todas las obras <le que hablamos, que nos sirven ción nacional.» como término de (-omparación, son de periodi>s Este tema de la protección oficial aJ ciñen anteriores a la época cinemática. NingiJU gran español ha movido y a muchas plumas y mucha.novelista ha aparecido en el tiempo del cine. lenguas, sin ningún resultado práctico. Lejos de Fj» posible que el cine haya influido en Dekobra favorecer el P i t a d o nuestra industria del film, y en Guido do Verona; pero es cosa que no creo la grava con ese ab.surdo impuesto del 3,75 que tenga gran importantña.» {Hjr KM) (antes, un siete y medio), y en lugar de Ignoro si Baroja ta<-haría o rectificaría ahora fijar un contingente de importación, como hacen algunas de SILS palabras de entonct». l i a n translos demás países, no existe tope para la entrada • currido seis o siete años destle que las p r o n u w i ó , de material cinematogiáfiío, habiéndose estrey en este tiempo el cinema -especialmente el nado en España, en tre<*e me-^^es, M I L Q U I N I E N T A S ruso y el alemán -ha dado imágentw de c i e i l o 8K8KNTA Y N I E V E PELÍCri.A8 h3ÍTRAN.IERA8, S C contenido |>sicológi<(). Pen», de totlas formas, siempre resultará interesante y valioso este juigt'in estadística hecha por don Miguel Joseph y cio del novelista vasco. Mayol. (El le<tor que no haya leído y le intereTambién opinó el autor de César u nuda sobresen los detalles de tan curiosa estadística, puede ver el número 35 de C I N K O R A M A S , correspondienel aspecto industrial del cine, diciendo que «sería te al 12 de M a y o de este año, donde aparece puconveniente la protección del Estado a la cineblicada.) inat<ígrafía española, siempre (|tip esta prntei'ción no representara tutela del EstaIA>S escritores extranjeros, más atentos, por do en la parte jwlítica, religiosa regular, que los espaftoles, a cuanto significa una o moral», y que «tma de las fórinnova<"ión o una novetlad, no han desdeñado el mulas que daría buenos resultacinema, priK-urando penetrar en él |)«»r medio del dos—si la protección fuese efecestudio metóditx» de su historia, de su transcentiva—es la de que un tanto por dencia como arte y de su futuro artístico. ciento de las representaiñones Luigi Pirandello y Bernard Shaw figuran en cinematográficas que se diesen la avan7!i(!:i ,\,' lo- inicloctualtís interesados (K>I el cinc En im.i r ) i i i i l a p K i i i i i j K liula por Bernard Shav\ Kl condr II ya Tolittoi. hilo del gran novelinta runo, q u e rolaburó ron en el Teatro Pavilit>n, de landres, a finales del Kdwin ( ^ r e w e que a|>arece a su año 1927, de<laró el gran e8criU>r: t a d o - e n la realizaeión einemato«Soy un entusia.sta de la (íinematografía, lo que gráfica de «Heaurreeeión» llaman en Norteamérica un moviefan, que, traducido a nuestro idioma, viene a significar: un fanático del cinc. N o t « n g o presente ni a mano ninguna cita del inquieto y original cometiiógrafo de Seis personajes en busca de un auiar; pero es bien conocida su adhesión fervon>sa al séptimo arte. Tolstoi tamj>oco habría desdeñado el cinema en su ftmna actual. Entre los nuestros, le han dedicado al cinema, a B U » realizadores o intérpretes, ensayos muy notables Ramón Pérez de A v a l a y Julit> Alvarez del V a y o . Y de la generación actual, Rafael Gil, Francisco Ayala, Í V « a r M . Arconada. Santiago Aguilar, Luis Cíómez Mesa, Carlos Fernández Cuenca, A . de! A m o Algara y otroe, (jue enriquecen y nutren con sus t r a b a j t » esta brillante list MATBO

SANTOS


Durante las frecuentes reuniones de I l o l l y « o o d que han dado pie para tantos artículos en los periódicos cinematográficos, sería gracioso sorprender ahora una conversación de las estrellas. Sin duda dirán algo asi: —¿Dónde v a usted este verano?—preguntará la guapísima Claudette Colbert a la demaciada , Marlene Dietrich. ! Y ésta contestará, indiferente: i "Es posible que pase unos dias en los solares | I,avapiés; l u ^ o visitaré los de la Guindalera, ' y a esperar la temporada. —Pues y o no salgo del barrio de Salamanca—dirá la Garbo, ur tanto enfática—, porque allí no son solares, sino verdaderos cines, y la gente es más elegante. N o llevan botijo ni cometen la grosería de ir en mangas de camisa. —Greta lleva razónobjetará Joan Crawfor<| I l á y sitios donde no .->(• puede actuar, porque casi todos se duermen, y algunos bn'^t;i !'fiIlc;IT1,,. ;T^T1 asco! Pero hut i' l a l t a g a i u i i . - i . la vida, y no hay más remedio. ¡ L a cosa es trabajar!

Jeán Harlow. cada día más bella y softeativa, posa, d c p r o v í s l a de maquillajes, anie la piscina de HU cana en llollvwood

N las noches de verano, cada solar abre J una ventana al inundo maravilloso de las sombras parlantes. .Madrid se llena de rectángulos luminosos y a ellos se asoman los actores del cinema con el gesto de satisfacción del que encerrado durante el invierno en las salas, a las que no llega el bullicio de la calle, se i toma sus vacaciones para respirar aire libre. Asi, estos cines estivales—cines por aíitsión-— on loa que todo se improvisa, son el veraneo bien ganado de los actores; el gesto simpático de Ia>

grandes artistas q u e después de actuar en los! teatros aristócratas brindan al puelilo el r e g a l o | de su arte en locales del extran-adio. Y Greta Garbo, Marlene Dietrich, W a l l a e e líeery, Mae West, R a m ó n N o v a r r o y Gary Cooper también son de esos. En el invierno, entre <1 . oros y luces indirectas. En el verano, io a la pantalla [>opular de cualquier cine provisional, frente a cadenetjis, botijos y' sillas de tijera. ¡Democracia, señor, democracia!

Sin embargo, T o m T y ier, Buck Jones y T i m MacCoy se encuentran en sus glorias. A l airo libre, las praderas de Arizona les parecen de verdad, los tiros suenan estrepitosos y las galopadas tienen más sensación de realidad que nunca. Corren con tanto entusiasmo, que no seria extraño encontrarse a uno de ellos perdido cualquier noche en los altos del Hipódromo. —^¿Qué h a c e usted a q u í ? — pregtmtariamos. sorprendidf)s. - ¡Pues nada! Que estaba trabajando en el cine de un solar, me salí de la pantalla y ahora no sé cuál es la mía. ¡Como hay tantas! H e pregimtado en dos o tres; pero allí no era. - V a y a por Dios, hombre. Sígame. Le llevaríamos a Unión Radio, y Carlitos del P o z o anunciaría, dando las señales del servicio de socorro; — E n nuestro estudio se encuentra un cow-boy que atiende por Buck Jones. Distraídamente se salió de la pantalla de un cine de verano. Como le habrán echado de menos en la película, ruega vengan a buscarle, porque temo (pie los «malos», enterados de .su ausencia, hagan de las suyas. El em[>resario acudiría todo compungido. \ Mtmtaría a la grupa, como los nionosabios en los caballos de los picadores, y llegaría al solar j justamente un segundo antes de que exi)lotara; la bomba que los «malos» haV)íaii puesto cn el pozo de petróleo.


L o s otros acercarían su ojos al tubo óptico abriendo una boca de a palmo, exclamariai>. fascinados: —¡Maravilloso! Una nueva estrella y w n vida propia. Observen cómo algo se m u e v e en ella. Estudios, cálculos, suposiciones, movinaiento de expectación entre los martianos y ediciones extraordinarias de los periódicos con grandes titulares: « E l Observatorio Nacional descubre un n u e v o ' astro de c u y a existencia no se tenía la menor noticia.» Y los sabios la catalogarían con esta advertencia: «Brilla sólo tres meses al año. Su órbita, por tanto, es inmensa.» Este sería el verdadero descubrimiento de G r e t a G a r b o , y entonces es cuando podría llamarse estrella con toda dignidad. JOAQUÍN

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1 t Patricia FJIi», estrella de la W a m e r Krus. tal cnnm aparece rn <EI payaso del cirro'-

Ahora, hablando en serio: lo que debía acordarse, para conradidad de loe actores de cine, er» permitiriee trabajar en los solaree en mangas de camisa; porque si un « m a l o » , después de los instintos sanguinarios q n e posee, se le hace esta' toda una nochecita de éstas vestido de smoking, con la pechera rígida y el cuello almidonado segándole el pescuezo, es seguro que sus mala^ intenciones se convertirán en jiésimas, y con ell<< no ganarim nada ni la película ni el ptíblioo. A algunos no les parece bien esto; pero ¡piensen nn poco, señores, que los pobres cómicos también son personas! O cuando menos no les hagaii .salir con trajes de invierno. Pidan películas en las que aparezcan piscinas, playas, montaña*; nevadas, fábricas de helados o paisajes del P o l o . Pruébenlo y verán cómo los actores sonríen complacidos, en lugar de trabajar disgustados. Y si les dan ustedes permiso para quitarse la chaqueta, mejor. D e todas formas, el a l i m e n t o lo v a n ustedes a entender igual. N o se puede ser ^ o í s t a cuando tmo está en camiseta, con un pay-pay y im botijo, mientras el infeliz de la pantalla se churrusca bajo un capotón de paño que no lo atraviesa una bala.

.\llí, en las pantallas de los solares es cuand' .US estrellas lo son de v e r d a d . Brillan como la auténticas sobre el azul obscuro del cielo y hastii se permiten saludarlas con un gesto afectuoso de camarada a camarada. Y las de allá arriba dan >\ entender que comprenden el saludo guiñando una y otra v e z . Estaría bueno que desde Marte, mtmdo en el .Vladpe Rellam), aia>ia(la ron un traje raniego de su invención, <|ue tiene riertati que hemos quedado existe vida y tma civilizareminiscencias orientales j ción muy floreciente, cualquier astrónomo, oteand o la T i e r r a con su potente telescopio, observara el cuadrado luminoso de i m a pantalla v e katherine De Mille. hija del célebre director. raniega. Se quedaría sorprendidísimo y anunciaría su descuse nos muestra con la brimiento a los otros sabios: vestimenta uue usa pa— H e descubierto una nueva estrella; pero no de seis u ocho ra librarse de los rigor . . , .1.-) , . . ( r nuntns conforme la foimn clíipicn, sino rrw^t RTÍ chilar

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HUÉRFANO

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ll lie K o b e r t L y n e n f u é - l ' e l i r r o j o - . , el film • (lió u n foriiii<Íal)le v a l o r hi m a n o . H e a< n lu d e a h a j o , H o h e r t L y i i e i i iipiirei-e eon Uaur

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ARÍS, ol París alegro, frivolo y galante, sabe también poner en la alegría y frivolidad de su vida desenfadada notas de emoción. Como, por ejemplo, aliora, con m o t i v o del enunionante homenaje que todos los artistas del cinema francés acabtuí de rendir al pequeño y gran actor K o bert L y n e n . P o r q u e más que beneficio fué eso: u n homenaje cordial que la licrmandad artística rendía al pequeño compai'iero hoy en desgracia. l ' n periódico, Paris-Smr, lanzó la idea. Y París, que, sin dejar s u habitual sonrisa, sabe ser generoso, acudió al llamamiento llenando, colmando la colosal sala del fJaumont-Palace. Función de g a l a llena de emoción. Kn jrimer lugar, .se proyectó la iiltima [)elícula d e K o b e r t Lynen, Sin familia, )asa(la en la popular novela de Héctor .Malot y realizada por Mare Allegret. Después tomaron parte, haciendo las delicias del público, .Marie Dubas, Biscot, Dorville, Jaqueline Claude, y un número americano: los Hank the Mulé, recién llegados a Francia en el Normandie. Durante los descansos, las principales estrellas del cinema francés vendieron en la sala gran número de retratos del niño actor y cuatiros de su ¡>a<lre. Magiúfico beneficio. Y brillante homenaje timibién, y a (jue aquél no tenía tan sólo por única finalidad el hacer llegar hasta él la ayuda material de unos miles de francos, sino también la otra ayuda moral, más fuerte e intensa, que on esa noche, para él triste e inolvidable, le haría sentir el calor de un gran cariño, formado por el cariño de todos. El suceso trágico y vulgar que m o t i v ó el beneficio fué el siguiente: U n día los diarios todos de París reí-ogieron en su crónica de sucesos la noticia. VJI un barrio modesto, un hombre se había suicidado tirándose por el balcón de su casa a la calle. A l parecer, tm suicidio más. Un suceso completiunente vulgar. Un drama d e p(K;as líneas. N a d a de particular, en fin. Sin embargo, el hecho, pese a su vulgar apariencia, tenía algo que le hacia salir de l a esfera de la vulgaridad. Y ese algo era cierto relieve popular. Porque el suicida era, sí, un pobre pintor sin nombre; pero era también el padre de un peíjueño actor, a q u i e n comenzaban a acariciar las brisas de la p o p u l a r i d a d y la gloria cinematográficas: Kobert Lynen, el creador del famoso Pelirrojo del gran director galo Duvivier. Y el drama íntimo origen de la desgracia cobró el alto relieve de laa ctualidatl.


H e aquí e 1 suceso vulgar. "He aquí el porqué del noble llamamiento de Paris-Soir. Había q u e acudir en auxilio del pequeño y desgraciado Pelirrojo. Y París, generoso y noble, acudió con su entusiasmo, con su afecto, con sus francos.

villoso f i l m de K i n g Vidor, titulado... Y la vida sigue? El título recogía en toda su imp r e s i o n a n t e grandeza el pensamiento, la idea, alma y nervio d é l a obra. Después... eso. L a v i d a sigue. Ajena a nuestros problemas, a nuestros íntimos dolores. Pasarán los días, y el acto cordial se hundirá en el pasado y en el olvido. Y entonces, Robert Lynen, al verse solo de nuevo en la defensa de su madre y de su hogar, emprenderá otra v e z la lucha. Pero cuando su mirada triste tropiece con un afiche o una fotografía de Pelirrojo, el recuerdo de a q u e l l a s amai^a^^ escenas de la ficción c i n e m a t o g r á f i c a pondrán en él escalofríos de emoción. P e r o habrá una que grabará al fuego en su mente esta interrogación: ¿Por qué? ¿ P o r qué no llegaría y o a tiempo en la realidad para impedir lo que en escena pudo impedir el que allí era m i p a d r e ? Pregunta que quedará flotando siempre en una inmensa lagima de silencio. ¿Recordáis a<.piella prodigiosa escena del intento de suicidio del desgraciado Pelirrojo? Prodigio de verismo y realidad. I*orque el arte del pequeño Robert le permite v i v i r los personajes en toda su intensidad y hasta en sus más pequeña.* reacciones anímicas. A r t e maravilloso el de este chiquillo, hermanado en la realidad y por el dolor con Pelirrojo, y que hoy la desgracia le trae a un primer plano de actualidad. Quizá algún día piencyn amargura ante el humano olvido, que es cierto que la v i d a sigue, sigue siempre..., mientras nosotros nos q u e d a m o s solos con nuestros p r o b l e m a s , «"on nuestros dolores, < I m nuestros recuerdos. Y cuando un dia no lejano, su arte — oro purísimo - b r i l l e esplendoroso y magnifico, y sonría al verse vencedor de la v i d a y de la gloria, el recuerd<j del pobre pintor, que por una momentánea cobardía abandonó la lucha y ixo le acompaña en el triunfo, pondrá un velo de tristeza a su alegría; pero tam bien sentirá la satisfacción de haberle vengado de la vida.

Pero... ¿ y después? ¿Recordáis aquel mará-

DE A R R E D O N D O

E n el hogar humilde, dos h o m b r e s — e l imo aun un niño—^luchaban por la gloria para vencer a la vida. El uno, con sus pinceles; el otro, con su juvenil arte de actor. IJOS sueños de la gloria del padre y del hijo se fundían en un solo sueño, eu un solo deseo, en u n a única ambición. L a v i d a era dura y cruel para los dos artistas. L a frágil barquilla de aquella familia zozobraba en la miseria. El arte del chiquillo logró, en ocasiones, ponerla fuera de peligro. Pero R o b e r t L y n e n com e n z a b a s u carrera, eran sus primeros pasos triunfales, y aquellos jirones de gloria eran, más q u e nada, risueñas y prometed oras esperanzas de un porvenir brillante; pero todavía se erguía por encima de atj[uéllos la realidad con sus aristas punzantes y su duro ceño. L a lucha seguía un día y otro, dura, implacable. P e r o l a v o luntad de vencer era más fuerte cada v e z . H a b í a q u e sacar d e aquella angustiosa situación a la que era a la v e z mujer y madre. Hasta que de las dos voluntades, u n a comenzó a flaquear. ¿ L a de Robert? N o . L a del pobre pintor que veía irse, con el desfile interminable de los días, todas sus ilusiones, todas sus esperanzas. Y , falto de ellas, la desesperación le e n v o l v i ó un día en su torbellino de locura. Se encerró en el cuarto donde tanto habia luchado y soñado. Miró por última vez los cuadros arrinconados y los pinceles caídos. Abrió el balcón. .\bajo, en la calle, la vida pasaba alegre y .sonriente p a r a unos; triste y amarga. i)ara otros; luce< y sombras; la vida, en fin, con sus do.s caras. Y de pronto, una nube roja que obscurece la razón; un grito de rabia, de impotencia; un salto en el vacío, y una vida que en una trágica pirueta da el gran salto a la eternidad.

LUCIANO


Canlo^Jernánaez Cu

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(CONRAD Nació en Berlín el 22 de Enero de 1893. Terminados sus estudios en la HohenzoUern Grammar School. de Schonberg. decidió ser actor. Gracias a la recomendarión de un amigo familiar pudo conocer al celebre productor Max Reinhardt y conseguir un puesto secundario en su Compañía. Un afto más tarde estalló la guerra, y durante ella fué casi constante su actuación en los teatros reservados a las tropas, sobre todo en Líbau y Tilsit. Licenciado en 1907, volvió a reunirse con las huestes de Reinhardt. En 1920 apareció por primera vez en película, y al año siguiente se reveló como talento personalisimo én su inolvidable trabajo de «El gabinete del riortor Caligari». Logrado en poco tiempo ;>:• ' . o sólido, actuó en muchos films aieniant-s v M-^Sién en algunos franceses y suer 27 marchó a Hollywood en v;, ... . ontrato tres años con la Universa!. Concluido • V ontrato, que coincidió con el auge del cine hablado, regresó a su país y confirmó en la nueva modalidad de la pantalla la nombradla ganada con las cintas silenciosas. Actuó en las versiones alemanas e inglesas de varias producciones importante», y en 1933, a consecuencia de la situación creada a los judíos alemanes por el «führer» Hitler. hubo de expatriarse de otro modo, su condición racial le habría impedido proseguir su carrera artística. Marchó a Londres, y enseguida firmó un contrato de larga duración con la Gaumont-British. Es hombre de gustos refinados; cultiva pocos deportes y su distracción favorita es la lectura. Estatura. 1.88 metros. Ojos azules Cabello castaño.

w

Pelirulas

qi^ha

interprelado:

i : 1.1: La tumba in fui malj. Joe Ma> •. Je/ ductor CaligV't (L>ti> .• ' des Dr. Caligari). R< .e El gabinete de las figuras de. 'Das Wachs ¡iguren 'Kahimeit)é l . . u l I.eni El estudiante de PragM (l>,r Student von l'raga,. Henril^ Rtchar.i < Galeen / r Sch wat w a l d . El OnilUiHúsar ) , < Hio Tell I Panhi. E n Kranii.i . Jacijues-Robert cia:. Los Kn Gustaf M hi^mhreq•• Paúl

I.e;

ar-

m m e r..t!,.)nt.- / . 1 . r.'eta. .\lán Crosland. Kn Inglaterra: El ri(le Roma. W a l t e r l-orde. V o he Víctor Saville .^(tl'^ ;ii,I,otl»ar

E S T

Nació en Brooklyn (Nueva York) un 17 de Agosto aunque la interesada afirma haber venido al mundo en 1900. los informes mis serios coinciden en señalar como auténtico el año de 1892. Sus padres eran veteranos de la escena, y Mae trabajó por primera vez apenas cumplid* su primer iMlra de existencia. Recibi4^ educación tsmrrada. y después se dedicM de ü'no al arte de representar. Actuó pío de canto y baile, y aparevistas y ognedias musittí^gcü'-.'o que atendon#l|ara volver cultivo de las variedades. En 1910, según declara un artista de Los Angeles que fué en tiempos su «manager», estuvo en Europa y se presentó en el Folies Bergére de París. Un registro de incripción matrimonial de Nue*% York, que lleva el número 40.583, ates%ua que el ^ de Abril de 1911 contrajjppatrimonio'^n el actor Frank éste c o n f « a hater ido esposo dejBjUkrella. A ¡os años vida teatraHcribió Mae su fnmera obra dramAti4Ktitulada «Sexo», ^p» interpretó ella ^ b m a : a esta proda|kCi6n, mantenida dojKkos en cartel. sigui#'«Tbe Wicked A g e » 3 f c la que fué empnsaria ademas de a u W a y protagonista, mayor éxito c o i ^ comediógrafa tM sido «Diamond Lil», representada en Nueva York durante treS años. Luego publicó la novela «The ConsUM^t Sinner». que se vendió mucho. En 193! fué contratada por la Paramount. y tras é» intervenir como actriz de segunda c^iforía en un film, ascendió a estrellajjfilr su personalidad discutidísima, peropHtacada con brillos originales, ha nombradia universal.

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W>^Bl:

cflPb

tollniie

Estatura, 1,55 metros. Ojo« azules. Cabello rubio.

W" Pelíeula»

que

ha

interpretado:

•che tras nothx (Sigkt after iie .Mayo. Lady Lou o nacida fai.i II (She done liim wrong). I.ouelt •I .Vo «ov MiM^HN ángel (Tm Wcsley RuítKles So is pei , •< ¡It of the Sineties ) . Leo Mac Carcv .Ihora ioy una seUora (Ootn'to \ • Hall

SSIK

Nació en Londres el 11 de Marzo de 1907. de familia numerosa y en apurada situación económica. Ante la necesidad de ganarse la vida, eligió el rumbo teatral, y tuvo en su hermana mayor eficaz va'edora para vencer la resistencia paterna. Apareció en escena por primera vez el 15 de Marzo de 1923. y su trabajo pasó inadvertido para todos. Sin desanimarse, decidió aguardar la ocasión oportuna de lucimiento, que llegó poco después en la Compañía de revistas de André Charlot. Actuó brillantemente en Inglaterra y los Estados Unidos, y en 1936 alcanzó categoría de estrella, confi^llll* por el célebre empresario Cochflwcon el primer puesto de sus obras. Volvió a Nueva York en 1929. y un año más tarde regresó a Londres para estrenar la comedia miitieal que había de ser luego su mayor triunfo cinem^ttográfico «Siempreviva^Cn pleno éxito, solicitó de su -mpresario .,ias scman^is de vacaciones. , le fueron concedidas sin discusión y r,.:- la joven actriz aprovechó para sorprender a todos con la noticia de su boda el idilio había sido ignorado hasta por quienes mayor amistad tenían con la estrella: así, ac unieron en matrimonio Jessie Matthew» jr Sonnie Hale, gracioso actor cómico del teatro y el cine. Por esa misma época empezó a recibir la artista proposiciones para apsrecer en la pantalla, y cuando sus compromisos' escénicos s« !o permitieron trabajó por primera vez ante el tomavistas, según contrato con la Gaumont-British. en cuyo» Estudios emprendió el camino de ¡a fama aiundial bajo las órdenes de Víctor SavOb.

^fimmla*

que

ha

interpretado:

^^Kf

vo la novia (There Goes the ^ Víctor Saville. Compañeros' wFfatigas (The Good Cotnpanions). "vfctor Saville El hombre de Toronto (The Man (rom Toronto). Viernes 13 (Friday the T}th). Víctor Saville. Valses de Viena f H'aitzes from Vien' \!frp.I Hitchcock. Siempreviva \ ictor Saville

^BB*)-

Ectalura. 1.63. Ojos y caMlos negros.

M

(MAE)

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O JI CA (JOSÉ)

Nació en San Gabriel (Estado de Jalisco, Méjico) en 1901. Pasó sus primeros años en una hacienda azucarera y cafetera, y se educó en las Escuelas Nacionales y en el Colegio católico francés del Sagrado Corazón. A la muerte de su padre, marchó a la ciudad de Méjico allí terminó su instrucción primaria e inglesó en la Escuela de Agricultura con propósito de cursar la carrera de ingeniero agrónomo. Pero convencido •*] poco tiempo de que • a e r a esa su vocación verdadera, abandob4 tales estudios y se matriculó en el Conservatorio de Música y Declamación. El maestro Alejandro Cuevas le enseñó a cantar, y José Pierson le dio la primera oportunidad presentándole al público en el teatro Arbeu, con la ópera «El barbero de ScTÜIa». En busca de mayores posibilidades para sus ambiciones se trasladó a Nurva York. La lucha fué durísima, fracasaron sus festiones artísticas y agotó sus reservas económicas para poder vivir h u b » de trabajar como lavaplatos en un taorante de la Quinta Avenida. El emrio Sigaldi, que le oyó cantar en la ina, le llevó a los coros de la Metro_ alitan Opera House no estuvo allí mucho tiempo. Gracias a la célebre cantante iMary Garden, el empresario Campanini le 'firmó un contrato por cinco aflos romo segundo tenor de la Opera ét Chicago. Tenía entonces Mojica veintiún años y fué ^auténtica revelación por su voz magt. Enseguida ascendió a categoría de y en 1930 abandonó la carrera teara consagrarse a interpretar pelicu nin contrato con la Fox. ura, 1,74 metros. Ojos pardos lio negro

Pelíeula»

que

ha

interpretado:

El precio de un beso, Marell Silver. Ladran de amor. Lou Seiler. La ley del harén. Lou Seiler Hay que casar f'I'RF'-I I.0U Seiler .Vi último ilcr El caballero de la TinüpL' Las fronteras • r. ¿7 rey de . er La melodía janie» linling La cruz y I Frank Strayer Vn capitán uc hn Reinhardt El lo ' ,.. rank Stravcr


Rste traie «de estilo» que nos muestra June i^ng, e « de una procer elegancia, l a falda es de <cliiffun> blaneo francés, con un motivo estampad*» muy nuevo. 1 Ji chaquetila es de tafetán verde, l'nas flores silvestres, cuyo auge es cada día mayor, adornan el favorecedor sombrero

Fugaz impresión de un viaje reltínipago a las playa» norteñas

Q

Gail Palrirk ludea<lfl un elegante . ( r o i « piecrs.., euya «encillez de ronfeceión cuntrasta de un modo muv original con la audacia del tejido. Una fenrilla «capeline» de paja de Italia <»mplemeuU este atavío

UÉ calor! Precisamente por huir de la espantosa temperatura que desde hai algtin tiempo padecemos los que, no pudiendo disfrutar de las delicias de u n veraneo prolongado, nos vemos precisados a sufrir en Madrid los rigores del verano—que este año se dejan sentir de un modo intolerable—, hemos hecho una breve y rápida escapada a las playas norteñas, tanto para huir \m poco de esta temperatura de h o m o , como por echar ima ojeada a los lugares donde actualmente se hallan revuiidos los felices mortales que pueden disfrutar de una dilatada vacación, y d e paso tomar algunos datos de las elegancias estivales para brindái-selos a nuestras lectoras. U n potente coche nos ha llevado hasta los lugares q u e deseábamos visitar, y si bien la excursión, desde el pimto de vista meramente turístico, ha sido encantadora, en cambio, en su aspecto mundano nos ha defraudado totalmente. San Sebastián, Santander y Gijón han sido las playas que hemos recorrido en viaje relámpago, y , a decir verdad, sólo la primera—acaso por su proximidad a la frontera—nos ha causado una impresión francamente g r a t a Cierto es que t a n t o la capital de la montaña como Gijón son lugares eminentemente burgueses, donde los veraneantes se congregan para reposar huyendo «del mundanal ruido»; pero d e todas suertes, en otras épocas, se advertía en aquellas playas cierta animación soc-ial «jue aliora ha desaparecido totalmente. San Sebastián, sin envbargo, sigue c<mser\'ando su rango aristocrático, y en las callee, en los cluljs, en la playa, en los centros nocturnos, sigue imperando la nota refinada y elegante que ha situado a la bella Easo en lugar preeminente de las playas europeas. L a Moda tiene


siempre entre las mujeres que acuden a San Sebastián fervorosas devotas, y ello nos ha permitido admirar toilettes bellísimas portadas con verdadera distinción. Entre los atavíos que mejor impresión nos han causado recordamos un traje de playa de crespón de hilo blanco, salpicado de pequeños rombos azules. Kl descote, cuadrado, iba sostenido por unas hombreras que, cruzándose sobre la desnuda espalda, iban a abotonarse sobre el borde del amplio pantalón. Un pañuelo df- gayos colores, graciosamente amulado sobre la ca;i, y unas sandalias de antílope blanco, qne dejan casi totalmente al ' ' fo el pie, complemcntíi-

O r l r m l c Mi-—>• ••harl. c o n u n senrillo veslidi<o do «f;corpetle>; m u y « c h i c , coii cl c u e l l o y la» hocaniMn|;a« de •u-da b l a n c a p l i !-nda, y u n ^rupo de m a r g a r i t a s «obre el {>erho

^—Elesanl ísimn y de una ^run novedad es e-íte original vestid» que exhibe aquí Crace Brad ley. y que luce en el film « 81 o I e n llarmony, recién terminado

IJI eH|iléndida y blonda b e l l e z a de ida Lupino halla con este lindo atavío su más alta expresión

f

ban esta deliciosa tenue, cuyo aspecto denotaba l a firma prestigiosa do algún reputado costurero francés. También ñas pareció en extremo seductor otro traje de playa, constituido por tma blusita de hilo a traadros blancos y azules, que evocaron en nuestra imaginación los n'isticos cortinajes de las casas de campo, un short de (übene blanca, sujeto yoT un cinturón de crespón marrocain azul co>füto, adornado con una hebilla de metal en form a de ancla. L a gentil damita que lucía este lindo modelo cubríase con un abríguito corto, de sencilla hechura, confeccionado en grueso cotón nerrtkdo blanct) y atlomado eon grandes botones aznles, de pastad en forma de cabuchím. Igualmente noe sedujo un encantador ensemble de tarde, formado por ima blusa en forma de chaleqnito, en idbéne blanca, constelado de estrellas de lana tete de négre, ana f d d ü a , más bien corta, del mismo tejidoly nn sencillo abrigo. E l (3onjnnto era realmente f a v recedor y muy nuevo.

Pero lo que realmente nos cautivó fueron dos delicio.-o.s modelos de Lanvín— imposible no reconocer en ellos la huella genial de esta finna célebre en el mundo d e las elegancias—, que pudimos admirar a la hora del coch-tail. T r a tábase de dos ensembles realmente bellísimos. U n o de ellos era de marrocain blanco, estampado de rombos negros, y guarnecida la breve chaquetita, en las bocamangas, de magníficos renards. El otro era encantador, cuya tela estaba estampada con minúsculas florecillas, y su característica esencial la constituían las mangas, pomposas y amplias. Este detalle prestaba al atavio un gracioso encanto y una silueta óolmada de setlucción. El primero se complementaba con un gracioso ca.squete en daim, con el ala violentamente retorcida hacia arriba y ima gran flor de organdí. El otro era una sencilla toca formada con aigrettes. IJOS trajes de noche, en general, no acusaban ningún detalle excepcional. Todfw elltis-—unos más elegantes, otros menos; unos más suntuosos, otros más .sencillos—, ajustábanse, en general, a las normas y a prescritas. T a n sólo uno de ellos, graciosamente combinado con riquísimo encaje, llamó nuestra atención. Y no fué porque su línea di-screpase poco ni mucho de la orientación y a conocida, sino porque cl detalle de haber incorporatlo a su atlomo la blonda, acusaba en la dama que lo vestía i-ierta intuición de lo que en el otoño ha de constituir el clou de la saisón. caso de que las bellas se avengan a adoptar para sus toilettes este co.-^toso elemento d e adorno, cuyo auge tratan de implantar los modistos para la prí)xima estación. H e aquí, lectoras, una breve impresión de nuestra fugaz escapada por i a cote cíuitábrica. P o c a cosa, como veis. Para nuestra próxima crónica esperamos poder brintlaros algunos datos de verdadero interés relacionados cxtn las nuevas orient aciones de la Moda. Justamente, en estos momentos, Paris, Londres, Berlín, se hallan eu plena actividad de la elegancia. Un poquito de paciencia, lectoras amigas. M.


L

i'Koo de varios años de inaañón artística, vuelve a la pantalla Emil Jannings. Su nuevo film, presentado con idéntico triunfo en Alemania y en Francia, se titula Los dos reyes, y ha tenido como escenarista a T h e a von Ilarbou, y como animador, a l Taxis Steinhoff. L a cinta por sí sola posee grandes valores, dignos del aplauso sin regateos. « N o creo que desde IM vida privadn de Enrique VIH—declara el crítico .Marc Faroése—«e haya realizado un film tan v i goroso, tan sabroso, tan rico de matices como esta ilustración de la v i d a de Federico-Guillermo I , rey de Prusia.» Pero, ¿y Einil Jannings? También de eso habla F a m c s e . Y afirma que «com;) Laughton ha marcado para siempre el personaje de Enrique V I I I , Jannings acaba de unir su nombro al de Federico I . » Pertene*;e Jannings a ese griipito de actores corpulentos, fuertes, <le labios golosos y mandíbula enérgica, de frente dominadora y mirada a menudo ingenua. Jannings es en Alemania lo que l l a r r y Baur en íVancia; Wallaee Beery, en los Estados Unidos, y Charles Laughton, en Inglaterra. Como hermanos de una gran familia espiritual, tiene cada uno personalidad suficient « y distinta para que ningimo pueda llenar el vacío que cualquiera de IVJS otros tres di jara. Y por eso ahora, al reaparecer en la pantalla de sus victorias memorables, Emil Jamiing.s no ha tenido que hacer esfuerzo alguno en busca de su prestigio anterior; su lugar s ^ u í a intacto, como él lo dejó al apartarse del mundo y mundillo cinematográfico; nadie osó pretender siquiera arrebatárselo en la propicia ocasión. Porque Emil Jannings, por encima de sus defectos, es una de las grandes figuras del séptimo arte. ÍJn poco teatral, en ocasiones; pero siempre convincente, siempre conmovedor. J

manera su personaje, que terminadas las horas de trabajo, e incluso en su mismo hogar, s ^ u i a accionando, moviéndose, haciendo la clara estampa de conducta exterior del papel que requería su intervención ante el o b j e t i v o . Emil Jannings está de cuerpo entero en esa anécdota popular de los Estudios germanos. Anécdota que a la v e z constituye ei elogio más (cumplido posible de un artista. Adentrarse en el alma del personaje, j>enetrar—digámoslo al estilo francés—dans la peau du role, es suprema conquista de cuantos asliran a conseguir en a carrera de intérprete algo más que la simple gloria del público fácil y el bienestar económico que es su sólida consecuencia. L a cualidad artística más destacada ú< Emil J a n n i n g s fui siempre esa de adaptación perfecta al ti)0 requerido. L a paabra encamar, de la que se suele hacer uso con tanto abuso, se aplicará pocas veces con tanta exactitud como al hablar de

A los pocos meses de v i d a cineraatí^ráfica, interpreta el Luis X V de Madame Du Barry (Ufa, 1919), teniendo como pareja a P o l a N e g r i y obedeciendo las órdenes directivas de E m s t Lubitsch. A l año siguiente, en la misma Casa productora y con el mismo realizador, da v i d a a otro personaje histórico: el rey Enrique V I I I de Inglaterra, en Ana Bolena. Y en 1921, siem-

l-jnil iann¡nf(8, ron su rsposa, rn el hogar, a la hora dri drsayuno

S<Jía de<;ir8e en los Estudios alemanes, hace diez años, que mientras duraba la filmación de cada una de sus películas, Jannings v i v í a de tal

los personajes que Jaimings dio v i da en el cinematógrafo.

^0 incorpora el gran actor al sép1 lino arte en la época más difícil del cine alemán. Son los días turbulentos del final de la guerra, cuando el fracaso de un I m p e r i o uníase en tríptico deprimente con el hundimiento económico y con el v é r t i g o revolucionario. P e r o acaso esta misma situación de inestabilidad, de inquietu<l constante, de tragedia intima y terrible, sirvió d e acicate a Jannings paia hacerle desarrollar rápidamente su dones artísticos y ponerlos al servici del añílelo patriota del resurgir nacional. H « aqui el rontro de tímii Janninics. r l f;ran artor alrmán, qur, dexpué» d r un dilatado alrianiirnlo dri

rior, rraorita para rl «éplioio arte

pre para la Ufa y con E m s t Lubitsch, es el faraón Amenes d e La mujer del faraón. Ésos primeros pasos en la senda de sus triunfos acusaron y a a todas luces la flexibilidad del temperamento de Jaimings. Europa, en general, huye de los encasillamientes en arte, qu6 noIlyw(M)d ama sobremanera. Quien al otro lado del Océano acierta en un primer cometido de v a m p i resa o de conquistador, de ingenua o de asesino, t « n d r á que repetir una y otra v e z , en película tras película, los mismos gestos, las mismas situaciones de su triunfo; de ello resultará para todos perjuicio que a cualquiera se alcanza, menos a la sabiduría entemet^dora de los pr<Kb! toros americanos. P e r o Europa no quiere que la imiforraidad, madre del adocenamiento en arte, malogre a sus estrellas cinemat(^ráficas. Y Lubitsf'h, que aun tistaba limpio de todo contacto con los procedimientos yan<iuis, acertx) al encomendar a Jannings la encamación de t r ^ personajes tan distintos y tan complejos c o m o Luis X V , Eiirique V I H y Amenes. E n los dos primeros, singulannentt», la diferencia era archinotoria; la frivtdidad y galantería del monarca francés oponíase con claridad tenninante a la fríaldad d i^ótica del de Inglaterra. Y una y otra psicolu gla tuvieron en Jannings interpretación feliz. Después, Dostoievsky; nada menos que toda la obscura y patológica representación de Dimitri Karamazoff se plasma en excelente cinta dirigida ptir B u c h o w t z k y para la U l t r a - F i l m , de Berlín, en 1921. Sigue luego otro rey: Pedro el Grande, el zar aventuren) y odioso; enseguida, Dantóu; un poco más tarde—estamos en 1924—


Janiiin^!. r n - L a úlliiiia «nli-ii . iiiai!iiiri<'n rt-ali/arióii de S l e r u b e r g . ru>a pr<n ereirtn e u lj«paña fué prohibida por la D i r l a d u r a

l iiB e x p r e . i ó n rara<'leri>tíca d e K m i l J a n i i i i i s ' e u « u i n superable inlerprelaeión de • K l patriota», film realizad o p o r KrUKl l.ubiisrh

Kmil Jannings en su caracterización más reciente: Federico de Prusia, en 11I.0S dos reyes», film dirigido por .Steinhoff, y último en que ha intervenido Jannings

salva con su Nerón notabilísiniu la endeble \ sión de Quo Vadisí, realizada por Arturo A m brosio. e inmediatamente da todo su empuje rectilíneo y ciego al Ótelo shakesp^iriano; a continuación viene en la croncWogía de Jannings esa obra alucinante que se llajua El gabinete de las figuras de cera, en la (jue cl actor fué un personalísimo sultán llarún-Al-Kaschid, que revivía todo el ingenuo encanto de loscueinos de Oriente, destacándose en cl elenco inolvidable—Conrad Veidt, W e m e r Krauss, Olga Bielowskaia—que Paúl Leni formó |>ara su jielícula.

la mímica de las espaldas tlel presidiario en las primeras escenas,del filni valdrían para acreditar el arte d e un gran actor, si no hubiese en la misma película innumerables momentos entre los que es difícil, ca^i imposible, la selección. Luego, Fausto, l'n .Mefístófeles originalísimo, de traza humorista, grotesca a veces, como engendn» burlón y ¿arcástico. Kn la sucesión maravillosa de planas ejemplares que es esa obra cumbre de Mumau, la coqwreización de Mefístófeles en la persona de Jannings fué un mérito más que añadir al estupendo conjunto.

A partir de ¿Quién tui^ Ut c%dpa! (Nju), Hiiaptaí'ión de una novela de Ossir Dyniow, llevada al celuloide por Paúl Ozinner, .íamiings prescindió d e los personajes históricos para consagrarse a dar vida a seres fabulosos. L a labor del artista en 1924 se cierra con áureo broche, merced a El último obra de la que será difícil decir qué es más perfecto: si el escenario de Cari .Meyer, o la dirección de .Murnau, o la fotografía de Cari Freund, o la interpretación a cuya cabeza figura

1927. Fjuil Jannings en América. Hollywood, a la caza de valores europeos, metió a Jannings en su re<l engañf»sa.

Primera |)elícula: El destino de la carne. Segunda: IM última orden. Tercera: Los pecadas de los padres. Tres cintas distintas y un solo Jannings que 00 es el verdadero, sino el q u e los productores yanquis quieren que sea. Por<iuo les gustó un gesto del actor en Variété, preparan estas nuevas interpretaciones a base del mismo gesto, ref>etido, prolongado, estirado ha.sta lo inverosímil. Demasiadas tragedias, evidentemente absurdjis; demasiados latiguillos, y im p m r i t o innecesario de que al final de cada film aparezca el héroe caracterizado de viejo, en ruina física y espiritual. N i siquiera en El patriota pudo hacer Jannings el trabajo al que debió sus mejores éxitos; incurrió, por culpa de los productores-—que no de Lubitseh, naturalmente—en monotonía d e situación, y junto a él resultó superior, p o r su naturalidad magnífica, el trabajo de Lewis Stone.

VMÚI

Jannings, que supo dar to-

do su patetismo, todo su emocionante sentimiento al desventurado portero del Hotel Atlantic; tragedia l e humildad, d e vejez, o l v i d o y miseria. \ o fué Tartufo lo que de Jannings y d e Murnau, el gran realizador, ( l a lógico e8j»erar. Pero a continuación llegó la cumbre de la «.arrerd del artista con Variété. A l mismo tiempo que ' i [ ( o n t triunfaba plenamenf< ;^c revelalia en una niaestri.i de la (pie no v o l v i ó a dar huella, nadie puede olvidar la inttrvcnción prtKiiosa que en la conquisIcl é x i t o tuvo Jamiings. Sólo

I j i niHlueruda l . ) u de Putli \ kurt l.errón sun to^ eompanerus de Kmil Janningiren esta escena M p i i f i r a t i ^ n de «\'arieté». la maravillosa película dirigida |M»r Kwaid André l>up< Uupont, con la f|ue el gran actor alemán alrauxó iw r u n i b r e de s u H o m b r a d í a

l-'J cine stmoro. Otra v e z Alelí uuiia. Otra v e z los pro<>ediinientos europeos, la atención a lacualidades del espíritu por encim a de conveniencias reclamistas L^na obra ejemplar: El ángel uztd, revelación de M a r l » n e Dietrich y confirmación d e la eficacia «Iramática de Jannings. Y otra cinta de menor importancia, pero no desdeñable: Predilecto d>' los dioses, historia de un tenor q u e perdió la v o z . Luego, una temporada—tres o cuatro años^—de apartamiento total d e los Estudios d e cine, consagrado a tareas agrícolas en su c'asa d e campo. Y ahora, el ret o m o . En su plenitud, naturalmente. Ptírque Jaiminga es uno d e los contados actores de la pantalla d e los que siempre es lógico esperar algo nuevo y sorprendente. ('ARLOS DE .MADRID


La del cutis de roso No

es difícil

el de

tener

la gentil

un cutis de

estrella

British,

si se observan

normas

higiénicas.

El

de

la

bien Heno

rosa

come

Gaumontlas

debidas

de

Pravia,

con su pureza,

finura

y perhime,

hace

cutis una flor. Úselo, como primero donde P

A

su espuma S

T

I

L

muere, L

A

,

del

medido.

la belleza

nace.

1 , 3 0

JABÓN HEKODEPRÁVIÁ PERFUMERÍA

GAL • MADRID

• BUENOS

AIRES


[ j

NTKK l().s films que desfilan todos los años por nuestras pantallas, de todas las nacionalidades, de todas las marcas y de gran diversidad de directores, podemos contar im noventa por ciento de ellos (jue arrastran las mismas tendencias artísticas y las mismas variedades arguméntales. N o s cuesta trabajo hacer una ciasifícación de fondo, porque a todos ellos les g m a una finalidad común en la redondez fiel tema, y cuando no les guía este principio común, podemos decir del que así sea que es singularmente inclasificable. Sólo nos permitimos decir: es un film de gangsters, de deporte, de toros, terrorífico, policíaco, de guerra, de boxeo, de espionaje, de aventuras, del Oeste, de marinos, de amor, d f fieras, de aviación... Y también se suele decir: es una opereta, una revista, una comedia, un drama, XOM peücula de risa... Pero con estas denominaciones no expresamos nada básico. L o profundamente significativo de im film no se expresa con palabras que se refieran con exclusividad al colorido y carácter de su forma. H a y que expresarlo con palabras que se refieran a lo más esencial de su contenido, entendiendo por contenido todo aquello que se deduce a lo largo de una argumentación. Se puede argumentar sobre imágenes que no digan

Una n«c«na d r «Kl prqurño gigante», rl mrjor nim, ron fCapturados», que ha realizado Roy dri Kuth. KÚlward V: Rohinsón rrpresenta aquí uno de los paprirs más característicos

nada absolutamente, sobre imágenes que no hagan otra cosa que describir o narrar un suceso. l i e aquf ese noventa por ciento de ülms inclasificables. De aqui también que el suceso se base sobre hechos mecánicos o .sobre cosas mecanizadas que estón en relación con lo terrorífico, con lo deportivo o con lo policíaco, paia nosotros establecer las denominaciones a que antes hacíamos alusión. Sobre emociones psicológicas, s(x;iales o hiunanas, cuyo v e hículo sea todo aquello que constituye el eje de otros films, sobre esto se argumenta en muy pocas obras. T a l v e z en tm diez por ciento nada más, y a que antes dijimos que el cinema standarii estaba comprendido en un noventa por ciento. I x ) social, lo hiunano y lo psicológico se clasifica, estudia y analiza con facilidad, porque es expresión de ima serie de ideas c u y o (X)ntenido acusa una realidad en vibración. El cinema standard acusa también una realidad en vibración, de acuerdo; nos retrata personajes y nos describe formas... Pero lo fpie vemos a través d e sus films es lo exterior, l o superficial, lo o b j e t i v o ; es el color y la flema de lo que no tiene alma. Es la simplicidad y la sencillez; el m o v i m i e n t o en reposo, el pensamiento dado a la orgía y las preocupaciones sustituidas por la sonrisa infantil Las emociones en la obra de tesis no tienen forma única. N o son seriedad y pesadez. A veces son una carcajada. Las emociones sociales, humanas y psicológicas dependen de quien las trata. En ocasiones, la emoción no es tal emoción, ni el drama tal drama. Por lo menos para el f)er8onaje, aunque lo sea para el espectador. Nosotros, viendo una película, nos emocionamos verdaderamente, y , sin embargo, lo que el actor haco onreoe que es más para reírse que para emocionarse. Luego lo humano, lo moral, lo psicológico y lo social emtKiuuu uc cualquier forma que se interprete, siempre que en quien se lo proponga haya una sensibilidad artístiíía. Tenemos muchos ejemplos en el cinema, y el m a y o r noe lo ofrece la figura de Charlot. En los films de Charles Chaplin t o d o es una carcajada, mezclada con emociones y , en muchos casos, hasta con lágrimas.

Ruth Y estas dos últimas cosas no son debidas a que el conuco deje de hacer gracias. A l contrario, la comicidad aumenta; pero es que en lo cómico y en lo ridículo puede haber tanto drama como en una tragedia. Y o diría mucho más: y de una calidad que sobrecoge y sorprende al espectador. Cuando el espectador está preparado para soportar un drama interpretado con el sentido trágico de un Dostoiewski, ninguna emoción le sorprende. P e r o cuando espera reirse y en medio de una carcajada se encuentra una emoción, la sorpresa es tan sorpresa, que le lleva a lo inct>herente, es decir, a pensar sobre lo que ríe y a reír sobre lo que piensa. T o d o esto nos ha venido a cuento recordando el mejor film, a mi juicio, de R o y del Ruth: FÁ pequeño gigante. Aquí nos presenta R o y del Ruth un tipo de gángster risueño, rudo, analfabeto y noble; y o lo compararía con el Pancho Villa de Jack Conway. Un hombre pequeño por su estatura y un gigante por su enereía y por su autoridad. Elmpieza el film cuando lioosevelt anula la L e y Seca. Cada gángster piensa en dedicarse a otros oficios. Nuestro gángster, encamado por Edward G. Rohinsón, tiene mucho dinero y decide marcharse a una playa de moda, donde sólo concurre la aristocracia. El hombre m d o , ignorante y confiado, le vemos de la noche a la mañana convivir con damas elegantísimas y con caballeros de smoking. Naturalmente, esto es todo lo contrariíj a lo que él pensó, y algunas situaciones le llevan al ridiculo. N o sabe comer en los banquetes, ni jugar al polo, ni e l ^ i r el traje apropiado a cada fiesta.


Los aristócratas se ríen de su <ort*<iad y de su torpeza, y ademáí" le engañan. El jefe de los gangifler se ve en un traaoe ridiculo que no advierte. Roy del Ruth nos lleva a momentos tristemente ridículos } ' nos haee salwrear una comicidad dramática. Pero no es a la ignorancia del temido jefe de los gangsters a la que ataca, es a la maldad y a la miseria moral de la aristocracia. AJ gángster lo ennoblece con una serie de d ^ o s traoioues. A la familia aristócrata la critica y la ridiculiza de fondo. El padre es un ladrón de frac que se dedica a hacer trampas en un Banco; el hijo, un parásito que D O quiere trabajar y vive a costa de préstamos, que no devuelve; la hija, una vampiresa especializada en la captura de novios ricos, para dejarles sin dinero, y la madre, una verdadera directora de lo que es su marido y sos hijos. He aqui en El pequeño gigante un tipo de hombre humano y noble y una serie de personajes miserableiDente pomposos. El film resulta cómico; d espectador ríe a carcajadas cuando el jefe de los ^onjprfers no sabe jugar al polo, cuando no sabe comer eo xm banquete a todo lujo y cuando se prueba ti traje de etiqueta. Pero en el fondo de estos hechos está el drama, y el espectador inteligente procede como en los films de Charlot: no sabe si reír o pensar. De esto corroboramos que Roy del Ruth no es un dire«ítor vulgar. L a mayoría de sus obras contienen ima tesis y estáu encuadradas en un plano perfectamente clasificable; no son producción iiatidard, como otros films que no tratan nada más que de lo extemo de las cosas. En

• ti guapo >. film al aur pertenece esta e a o f a , ea otra de U» realisaciones de Roy del Rnth. y mh imtitpretea Janea Cagaey y Mar Clarlir

Gente de arriba, Roy del Ruth se plantea la misma preocupación que Sdward Sloman en Cuando d amor muere. I^a mujer en la que muere el amor, o parece morir, y el marido que marcha a buscarlo fuera de su hogar. Así, en Desapareeidoe, donde nos presenta casos como d del niño violinista que huye de sus padres porque explotan su infancia, no le dejan jugar y, en cambio, le recompensan con la gloria y la popularidad como la mejor muestra de una buena educación. Ironista es también Roy del Ruth en el cinema mudo. Ea La eterna vencedora, la vedette coquetea y, astuta, conquista a los espectadores que acoden a verla al teatro donde trabaja. E l alealde de la ciudad prohibe la actoacióo de Lola Foy por escandalosa; pero al final termina casáadoae con ella. Roy del Ruth se nos muestra seño y sombrío en Capturados, aunque la envergadura del tema D O le permita desarrollarlo oon la 8incerídad de enfoque que exigen los hechos acaecidos durante la guerra europea. Así, en el film modo El poder de una mirada, y en los sonoros Grato cnoeso. El adivino, Entrada de empleados y El guapo, Boy del Ruth no es un realizador definido. H a arremetido temas muy variados, y ellos no han sido ni transcendentes ni demasiado intranscendentes. N o ha realizado una obra que se destaque en las temporadas de eetran) oon sólo su presencia; pero tampoco la ha realizado

Vm nionirnto del film de Roy del Ruth •Cralo 8uce*io». cuyos valores todavía nos son deacoDocido* ea Madríd fja «Capturado»» h a captado Roy d r i Ruth el amhiente de lal forma, q u e noü da la • e u s a c i ó n d r un auténtico film alemán. Muchas d e sus cHcrnas, lan mi» vi|;orosas y e x p r e s i v a s , h a n s i d o <iuprÍDiidas a

instancias

del

Cobirnio

alemán;

de

u e r t r q u r r l film n o s r ba p r o y r r t a d o

rn lodos los países d e ia m a n e r a q u r lo c o n c i b i e r a Rov d e l Ruth

1

que pase inadvertida por s u ; calidad. B o y del Buth es un | 1 realizador modesto, mas no lo k es vulgar. Su mejor obra, pa-1 ^ ra nuestro juicio crítico, es El j " pequeño gigante, gríui pieza! cinemat<^ráfica d e tesis, que ha pasado jugueteando \ por nuestras pantallas, en-, tre risas de espectadores, j como pasaron las de otros i más grandes y más obs-; euros realizadores. A. D E L AMO A L G A R A


4.

Sin einharyo, todavía es más curioso qtie esa misma anulación la pretenda al ni¡»iiio tiempo la propia mamá de Lonila. Kn eíeeto, la suegrarelámpaqo dol infelÍ7 Edward Morris pide también que s? anulo ol iiiatriinoiiio, porque su hija no está todavía O D "dad do oasarso. ¡ \ buenas horas, señora! Kso so pido, a más tardar, autos do quo la luna ilumine la priiiiora nocho.

Un perrilu que no li- da importancia a Sevilla, al Guadalquivir, ni a Jeán Harlow. P.l perrito e « t i ocupando precisamente el sitio por el que suspira desde hace tiempo William Powell

1-^ L record en la brevedad |__J matrimonial acaba de establecerlo en Hollywcxxi —¿y cómo no?—la joven al parecer gentil estrella Lona .\ndré, la cual, por lo visto, ya q u e no ha conseguido llamar mucho la atención en sus películas, se propone lograrla por este procedimiento.

Tarcanito dr los Monos llamando a papá, qur no puede ir porque e«tá afeitándose. Al nene tampoco le sentaría mal una visita ai «coiffeurtodas las novelas de Elissa y decirle que están muy bien.

ITna reincidente será dentro de pocí) Elissa [.andi o la «estrella intelectual», como la llaman en Hollywood, porque Elissa. además de actriz, es una escritora, a cuya pluma se deben varias novelas de esas en que al final triunfa l.i virtud. Elissa,

Jeán .Muir ha conseguido ya lo que quería. No falla. Rn cuanto el apuesto galán las coge entre sus braatos, se les pasa el desmayo

Y .llagde, eon la más ileUciosa de sus sonrisas, eortó el asunto así: —No hay nada de eso. Sin duda, se debe todo a que estoy tomando tres lecciones de b o xeo por semana.

Se habían empeñado las e o madres de Hollywood en que Magde Evans se iba a casar próximuinoute. .Mary .-\stor pasa esta semana a figurar entre la interminable lista de divorciadas. Dice Mary —con la mayor naturalidad— que su marido ha perdido la juventud necesaria para hacerla feliz. ¡Oh, el amor! «Como él ya está viejo—ha dicho—, lo mejor que puede h a cer es cuidar de nuestro hijo y dejarme a mi que siga mi vida.» Así, como el que habla de u a baúl inservible.

E l matrimonio de L«ona André con el actor de la pantalla E d w a r d Morris no ha durado más que cuatro días. A los cuatro días, Ix)na, la ingenua Lona, ha pedido la anulación porque había tenido tiempo suficiente para darse cuenta de que E d w a r d no tiene bastante dinero para sostenerla como ella está acostumbrada. Para que se fien ustedes do las ingenuas.

En cambio, .Vnita Louise y Tom Itrowu, que estaban tü borde dol divorcio, y que estaban separados desdo hacía

l'rerursores de Don Juan Tenorio o Claudette Colbert, rn una intrrprriaciún dr la rsc-na dri sofá en los tiempos d r .Nerón

<|ue obtuvo su divorcio del famoso autor John Cecil l.awrence, se de<licó desde esa fecha a salir en compailfa del galán Jeán Negulesco. Y al joven le va a salir cara la broma. Sin darse cuenta se fué colando, colando... Si algo no lo remedia, va a caer de un momento a otro. Y además se tendrá q u e leer^ Josrpbinr lluirhínson. presa rii las rrdrs amorosas dr l>irk Pi>wrll. V» que con un r h r r o dr cuarenta y cinco pesetas sr hacen milagros

El riuiior se fué osposaiido hasta fonvortirso en fomonlario proferido do la Prensa oinoniato(|ráfifa. "Se va a oasar Majido Evans." "I>a boda do Mat|do Evans parooo inniinonto." "El nombre dol prometido do .Maydo Evans continúa on ol iiiístorio." Ituscaiido eso que los r e porteros llaman la confírinai'ión do la nutioia. varios a u daces periodistas—^ya os s a bido quo los periodistas s o i . aiidacos, coiiiu los juocrs, dignos, y los recién casados, foliz pa'reja^—se presentaron OH ol domicilio do la juvenil "star". "¿Qué hay de cierto sobre su boda?" "¿Cuándo se ca.sa usted?" "¿Puede df!cirn«»s ol nombro do su ntarido?"

4

.Vlary t^arlislr demuestra cómo deben ser las niñas para que no se hagan antipáticas a las visitas


varias .semanas, viven ahora, tras su reooneilíaeión, su seyuiida luna de miel. Ksta es ta historia del hombro que pudo escaparse y prefirió morir, j (fué hombre!

bido. Perico es también divorciado, para que la futura boda tenga un marcado sabor cinematográfico. ¡Vean los detractores del cine hispano cómo prosperamos'

El misterio de Joan O a M El día 9 de Julio de 1935 fué i íord constituye el suceso más el único en que ninguna mujer • se suicidó por Garlitos Gaxdel. i apasionante para los cliisuiosos. Según los cuales, Joan

Los más antiguos habitantes de Hollywood no recuerdan un caso semejante.

Idilios que parecían desheehos vuelven a florecer bajo el eielo de California. Francis ¡..ederer reanuda su noviazgo con Marj Anita Lous. Henrv Wilco.xon hace lo

mismo eon Francés Drake. K ídem de idem. John .Me LetMl con Lady (irant. l'na consecuencia sólo: el que Ul prueba, repite.

Janet Gaynor ya no flirtea con él poderoso magnate de la Fox Despué-s de todo, ¿para qué, si ella ya ha conseguido renovar su contrato? Ahora de-

dica sus preferencias al famoso rubio platino Gene Raymond, verdadero hombre fatal de la pantalla, cuyo prestigio baja un poco porque no se puede ser un vampíreso y venir a caer en los brazos de Janet Gaynor. Que no tiene nada de vampiresa, precisamente.

l^s llamas tienen una pecial predilección por traidores.

eslo^

Los hermanos de las protagonistas siempre se redimen. ITna boda—o, mejor dicho, una reboda—es posible que tenga lugar dentro de unas semanas King Vidor fué a recibir a

Maxine Jennigs, sorprendida en rl momento en que salla del guardarropa con un abrigo qae no era el suyo. {8í, preciosa, tí! Para rstr tirmpo es ta ropa

la estación a su ex esposa Eleanor Boardman—de regreso de Europa—, y muchos creen ver en ello una reproducción de la catástrofe. LM cara de Katharine Hepburn reneja la ovación con que la obsequiaron sus amigos y admiradores el día en que se empeñó en darle* un concierto. Para evitar que la tragedia se repita, inec Couriney se apresura a llerarae tos papelea

ción. H o \ le toca el t u m o a M a rta Fernanda l a d r ó n de Guevara. Como ustedes saben, núes* tra bella actriz del teatro y del cine se divorció hace pocos mede Rafael Rivelles. N o en balde ambos hablan estado trabajando en Hollywood Ahora María, para demostrar, sin duda,. que supo asimilarse las costumbres acoerícanas, se vuelve a casar.' El afortunado mortal es Perico L.arrañaga, el buen actor, que trabaja menos de lo de-,

Si bay fuego podrán per»eer tod«>s mentM la muehaeba rubia.

En los últimos quince dfas ] Gloria Swanson no se ha casado i ni una vez siquiera. '

Maureen O'Sullivan lu había preparado todo. Kl agua tranquila, el puente romántico, hasta el patito... Pero él no viene. que se ponga una el traje de los domingos para esto! FOTS. wAiNaR sios

Con esto y eon deeir que la I esposa de Richard Dix ha te- • nido dos gemelos nos pareee | que por hoy está dieho todo.. DON CUPIDO F e r n a n d e z !


George Brent ee uno de lo* aetorts de mejor eeeueia einemaiográfiea: en su so­ briedad X en tu seguridad está la clave de su éxito, el secreto dk la gran simpa­ tía «bsm/igura sobre todos toe publico; ertFcuanto ei gran actor aparece en la pantalla. George Brent no es ese actor tque está dé moda», que dette su popu­ laridad al fervor tornadi­ zo del público: él es un ar­ tista de arraigo, que tiene en su labor firme y cons­ ciente la mejor garantía de un renombre perdurable


nuevos Ur.


A M A B L E S

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t m o ¿ ojo^

(-^hcoMok)' de, ia. ^nue*^ c/mwíéti

D E L C I N E M A

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Tieig^ioé de.

DOLORES DEL

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He aquí un grupo de las bellísimas y numerosas mujeres que contribuyen a bacer de « P o r u r o s oíos n e g r o s » na Om a a M b l e , g a g e s l i v o y e—awtadar„

El arte y ta IM-IIC/H dr Dolores dri Río alranzan rn csir iilni su máxima rulniiii'ii'i''.ii liria a q u i ea s u «rAlr» d r Rita, la bailarína apasionada...

AKRY Mac Arthur ama el periodismo. L e encanta la emoción nerviosa y miillosTnil diversos de l a vida. El periodismo significa para él conocer de cerca el suceso emocionante del día y hacer el reportaje a la arti.sta de moda y tratar a los escritores y los políticos más destacados. Mnnhattam Madness es el título de la gran revista neoyorquina de L a r r y -Mac Arthur. Una revista excelente, en la que al interés de los t mas se ime una brillíinte presentación. A m a el periodismo Larry Mac Arthur. Pero hay todavía dos cosas que le gus^ Rita, la bailarina robada ' al arte por la gran pasión uiii más: el buen vñsky y ía belleza rubia de Clara. í l s ésta ima mujercita fina Y amorosa de su vida, recibe sonriente, tras cuyos encantos marcha ciegamente L a r r y . U n tío de él—tío H a r o l d — complacida el homenaje de quiere arrancar al muchacho del vicio de la bebida, y por esto finanza aquella pusus admiradores del café hublicación, para que c' •ri'i'^iasmo de la labor periodística aparte al sobrino de su pamilde, de donde un hombre la sacará para s i e m p r e » sión por el v i n o . T í o H a r o l d eroboiiui lia im día a Larry para poder llevárselo consigo al pueblecito mejicano—elegante, claro y alegre—de Caliente. Una temporada en este sitio, lejos del vértigo de las grandes ciudades, sentará bien al muchacho. Caliente puede ser para Larry el olvido del uñsky Y de Clara, las dos pasionea que tienen en peligro a su (tabeza y a su corazón. ' Y a están los dos en el bello pueblecito mejicano. T í o H a r o l d traba allí conocimiento con una bellísima morena.. R i t a , que está acompañada por su tío José Gómez. E l l a ES una célebre bailarina, la Españita: cuerpo fino y ágil, piel d e ámbar, ojos profundos y apasionados. T í o Harold, al verla, comprende que ella puede rematar los planes de redención que han llevado allí a tío y sobrino. Y habla al familiar de la muchacha, ofreciéndole dinero para que ella, con artes bailarina mnjer, olvidar a L a r r y doble pasión por ^ y por Clara, L a artista acepta la proposición. L a acepta, además, encantaM ^^^^H ^ ^ t ^ da. L a r r y , desde S O revista, había hecho criticas desfavorables DE W '''Wm la bailanna. Y esto de ahora puede ser EL^ante de perdonar. Rita su de L a r r y . P e r o el 1« y amsones

gestos

_J tiple de esa (la.se de labor, el enfrentarse a diario con

^¡tt,^

^^^•ÁÍ ¡l^^^^^^^^^i ^

SUS SA

.^SK^ H AGA

DE

Y SUS MAÑAS DE

UN MODO DE VENGA^ COM E INZA JUEGO CERCA AMOR NNE PRONTO, SOS AE ACEFCAN, SN I DS IM I ULO NI DS IFRAZ, SK I ERAMENTE. £1 tío DE LA ARTS ITA, APROVECHÁNDOSE DE LA ST IUACÓ I N, QU E IRE ESTAfar a L a r r y y A H a r o l d . P e r o L a r r y , S N ICERAMENTE ENAMORADO DE la MUCHACBÚFT, NO POEDE CREER QUE ÉSTA COLABORE coa SU TO Í EN AQUELLOS PR^(>ÓST IOE DE EXPLOTACÓ IN. No ES POSB ILE PARA ÉL ESA COMPLC ID IAD. Y PAURA CONVENCERSE DE DIO, SE VA ON DA I CON IA MUCHACHA A COMER A ON RESTAURANTE,m QUE COM E INZA A HABLARLA DE AMOR EN TÉNN N IOE TAN y coa P ALABRAS TAN EXALTADAS, QUE fl lijadla ELLA, ASUSTADA, ECHA a CORRER. Larry S ALE TRAS d í a , BUSCA POR TODAS partck PREGUNTA.. N o APARECE LA artistsL E n t r a L a r n en un café, y en É L. SOBRE UN TABLADO, v e BALIAR

Bella aMraMr. na excepcionaL tas tre» de Dolores del la gran estrella jicana, triunfan namente en su

Ba-

Tatémenles

Ría, meplenue-

U•

admirablemente a una mujer. Nunca habia visto bailar así, con aquella soltura. c<H) aquel'nervio y atiuella gracia. Pero al hombre no le son desconocidos aquel ros*'-" aquella expresión, aquella figura... A través del traje cfmvencional de escena, él i noce a R i t a , la nueva mujer de sus sueños. N o tiene limites su alegría. S e a r e n a a ella, la^habla de nuevo con amorosa exaltación. ¿ Y e s acjuella admirable bailarina la Españita, la que le inspiró anteriormente críticas desfavorables en su revista? •—¿Cómo pude escribir y o contra ti y contra tus bailes?—dice a ella—. Sólo se explica estando borracho, como seguramente debía de estarlo aquel día. El idilio sigue. Pero cuando los dos están más absortos en su conversación, se abr. aq^lf rejitmdos porche de la típica vrsianria» la puerta del establecimiento y aparece Clara, la pasión anterior de L a r r y . A l v e r <i donde su éste, la rubia corre a él, lo abraza, lo llama con los nombres más cariñosos y los triunfante, a los protagonistas más íntimos diminutivos. de « P o r unos ojos negros». R i t a , la bailaiina, presencia con estupor la escena. A n t e lo violento de su papel Son Pat O'Brien y Dolores del Ríoi es decir, dos estrellas y de su situación sale del café, se precipita en su coche, desaparece... P e r o Larry no de máximo fulgor en rl cielo se resigna y a a perderla fácilmente y la alcanza. OtrM vez juntos El coche corre y de la rincniatografia el amor sigue. Clara está furiosa por la huida del que creía su ouviu. UMiga ul tío H a r o l d a tomar un coche para ir en persecución de la pareja. Salen tras ésta. En el viaje, Clara llega a saber que quien finanza límente, son los dólares. la revista (fe L a r r y es Harold. Maravilloso descubrimiento. IJO que a ella le inter ' ' "' puesto qu^ H a r o l d es el verdadero propietario del periódico... Desde ahora, C l v a dirigirá hacia otro sitio sus mimos y sus sonrisas. Trasa H a r o í d su anterior cariño a Larry. ' ¡ L a s dos parejas han llegado a la frontera. R i t a se indigna por la actitud de Clara. L a indignación sube a tal punto, que un policía Haga para saber qué es l o que m o t i v a ese escándalo. L a exaltación cm^ y ambas parejas, muy conformes y enamoradas, preguntan al poUcia dónde podrán casarse. — M i padre, precisamente^—^responde el funcionario—, es el juez QÑE tendrá qne extender las acatas de sus matrimonios. Y cuatro sonrisas felices fina estas horas de pequeña complicación de

HE

esconden

en eK amor

PALARÁ

AMOR.

PQDEN

ES ESTA DE ESA GRAC A I

P o r unos ojos,negros pelicula de tono amable, ligero v desenvuelto, üeaíai optimista y ese buen humor tan oaracterísticos DE este género. L a rubia y la morena del film están interpretadas P O R Glenda Farrell y P O R Dolores del R í o . l^na rubia morena integrales por cien. El protagonista corre a cargo P a t O'Brien, un de perfil sobrio y <fe .simpatía contrastada i EN numerosas películas anteriores. Sobre los tres artistas descansa la acción de esta película, llena En i P o r unos e i « s negros», sn nralizaDE dinamismo Y DE animación, amable, risueña. dor ha sabido funContemplar SUS escenas equivale a dejar a un dir un asunto d r la lado toda preocupación, t o d a sombra, toda a<4máxima sugrstión y pereza. El espíritu unas horas de alegría del más alto interés ese ensneño de que fingen la belleza ' en «mbirntr jnsruliia de Glenda Farrell y la morena belleza d e f.''.

Y UNA DE

CE IN ACTOR

VV IE AMOR

ANTE I

DE

I I r>'

Dolores del R i o .

Pr'"';»:

típica fidelidad

,oVs. stame» mos



Jessie Mattheivs es uno de los nombres mejo­ res-quizá el más ilustre-de la pantaUa in­ glesa. Como tantas otras actrices, saltó de la escena a la pantalla, y su triunfo fué rápido en esta nueva modalidad. Una gran cinta - * Siempreviva* -paseó triunfalmente su nom­ bre por todo el muridoy y desde entonces toda nueva producción de la gran *star» es espera­ da impaciéntenteme por el público de todos los países MMHO M Huraao»


\

N ü .

lina rrcienic fotografía de Kcniandu t>. Toledo, el g r a n irtÍHta español con e s p í r i t u de a v e n t u r e r o , q u e ha

de-

jado su huella de arte en todo el mundo...

S

í. A este muchacho cetrino, de pequeño bigote y enigmática sonrisa, le conozco y q . Me lo acaban de presentar en la rotonda de Alcalá con Caballero de Gracia, en la quieta noche madrileña de estío. El me da la mano como

a tm desconocido. E ignora que y o le tuteé, hace años, en im café de la Gran V í a que y a no existe. Acaban de presentármelo como un recién llegado, un hijo pródigo, que desempefia un m á x i m o cargo dentro de una nueva productora cinematográfica de Madrid, que v a a editar en breve películas directas en castellano. E^ste nujzo inquieto, que habla en bajo diapasón y que tiene un ligero acento exótico, no se acuerda de cuando sobre la mesa de mármol del café de la Gran V í a me trazaba, a lápiz, itinerarios de novela de Blasco Ibáñez. T e n í a la obsesión, la ambición de viajar. Sus ojos, más expresivos entonces, brillaban de codicia de horizontes lejanos. Su hablar, más nervioso y cálido, era siempre de temas quiméricos y audaces, que no respetaban las distancias infinitas. T e recuerdo, te evoco bien, Gomis. ( l í e aquí la {)alabra completa de su primer apellido, hoy amputado ccn uu punto misterioso tras la ini cial.) Eras el muchacho que soñaba despierto en las vigilias caíeteriles de la ex Corte de los Milagros. Un muchacho de sonrisa pautada y cabellos ondulados de galán que se sentía atraído hacña el Cine, sin dejar entrever todavía sus pretensiones.

Poseías ima gran virtud. L a de rozar la «caimania» sin contaminarte. Conocías a unos y otros; pero sólo me tuteabas a mí y sólo y o sabía tus jroyectos. Y mientras I^eón Artola—aspecto de eÓD y trastienda inftmtil—luchaba por encontrar un capitalista para Cumbres, su fibn inédito, y la cohorte pedigüeña le halagaba y animaba con ese optimismo fenomenal de los españoles, tú estudiabas el inglés en las hojas amarillentas de un libro prestado. ('uíuido estábamos los dos solos, mano a mano, y o elogiaba tu tesón por aprender un idioma de tanta utilidad. (Aunque desconfiara de que así pudieras hablarlo.) En uno de aquellos ratos a dúo me dijiste que la parte práctica del inglés te la enseñaba ima buena muchacha, una inglesita de gafas con montura de oro, rubia alpina, cuyos ojos eran demasiado azules... Y o adiviné que aquella girl amaba al español de los proyectos atrevidos. A d i v i n é que era tu masa, tu hada buena, la que se nos acerca una v e z en la v i d a con sus manos piadosas y suple a la madre que se nos murió antes de tiempo... (Aquella inglesita, tu Ilermanita de la Caridad, fué tu suerte. Si te hubieras enamorado de una española—veinte años latian en tus venas, entimces—, tal vez a estas horas fueras mi oficinista sumiso »> un viajante de comercio.

Un recuerdo del paso de Fernando C. Toledo por F.lstrec, el Hollywood de Inglaterra, durante el rodaje del film, en castellano, .El hombre que ases


Ella, que te dio el impulso para tu gran a\ tura, t e liberó de las cadenas de oro...) • • H a surgido el reportaje, que no tendría emoción si no hubiera esos retazos retrospectivos en m i memoria. H o y , sentado frente a mí, me refieres tu vuelta al mimdo con una sencillez que contra.sta con tu fogosidad de antaño. T e ha templado el roce de otras civilizaciones y de otros países que quizá nosotros no podremos v e r nunca. En tu «apartamento» solteril, presentes la ejecutoria, los documentos de tu gran aventura: fotogi-afías, cartas, recortes de [periódicos... (Antes, en tus maletas, había v i s t o el mosaico de las etiquetas de hotel pegadas a lo largo de tu ruta, como el marchamo de tu inquietud errante...) N o s hablamos de usted. N o quiero recordarte aquella amistad de café n w t u m o , en que y o era un soñador y tú otro soñador del cine. ¿Para qué? .\1 cabo de los años v o y a saber dónde fuiste íiqnel

lU* aquí un n-rufrdu la friiz rxlanria d r K e r n a n d o (i. Toledo en Manila, l'na norhe tropical, durante la «garden party» que en su honor celebraron lo» «ocio» del Cermany Cluh ^_

Fernando (i. Toledo, el aventurero de cine, posa ante un «polieeman» de I.ondee» y un guardia parÍHÍno. sellando una alianza internacional bajo la amenaza de una porra de tráfico. Todo realizado rn lo» F.filudio» londinense» de N'eitlefold...

y bien ahorrado, te saltaste el iVtlántico y caiste sobre el propio H o l l y w o o d , con la siguiente tarjeta: o Femando G. Toledo, turista español.» • • Con tu v i d a de turista en Hollywood se podría escribir \m buen libro. Pero esto no es cosa mía. ( N i su reportaje, que brindo a mi querido compañero Francisco Hernández Girbal. P o r algo eres uno de «les que pasaron por H o l l y w o o d » . . . ) .WM viste y oíste cosas extraordinarias, que sólo un español—^y un español como tú, concretando—puede escuchar y sorprender. Allí aprendiste mucho, clara. Entraste en los Estudios, asististe a fiestas y premieres, y hasta

día eu que, sin despedida previa, supiste desa| recer de Madrid, con la vieja gramática inglc.-'.i bajo el brazo... Resulta que tomaste un tren a París, y que, nada más llegar, te trasladaste a los Estudios de la Paramount, en Joinville. (Ese Joinville que desnudó un tanto José Luis Salado, con su pluma afilada.) Y , sin al»andonar el usado libro que te dio la inglesita de ojos demasiado azules, te pusiste frente al máximo jefe de aquellos Estudios, y le saludaste, a quemarropa, en el idioma, mal aprendido, que era el suyo... Aquello c a y ó en gratiia al «mogol» y te hizo mi examen de voluntad a contraluz, en su despacho, que olía i cuero y a tabaco de Virginia... Una hora después sabías que ganabas equis francos a la semana en los Estudios de la l'aramoimt, de .loínville, como ayudante de dirección. (I.iejos, quedaba Madrid, con sus optimistas royectos de café \- ^us amargas realidailes de obemia...) T ú sabes todos los secretos de aquella etapa de los films hablados en castellano de .loínville. grotesco remedo de Hollywood. Pero eres discreto, y cauto, de una diplomacia que justifica tu errabundia productiva por el mimdo. Además, ¿merece aquello la publicidad, |X)r muy pintoresca que resultase su información? Sería concederle honores históricos (jue no soñó adquirir. Adelante, Gomis; digo señor G . Toledo, muy .señor mío... De ayudante de dirección pasaste a director de diált^o. En dos años te encargaste de diez y seis películas habladas en español, de una en portugués y de otra en alemán. Acjuel aprendizaje de la lucha cotidiana, junto a hombres como E. W . E m o y L e o .Mitler, te proporcionó el salto a Ijtmdres, al contratarte la United Artists para hacer una película en los Estudios Nettiefold. Y , de regreso a París, hubiste de salir de nuevo para Inglaterra, contratado jxir la Paramount British. Y en Elstree, el laborioso barrio cineraatográfico que hoy engendra produccitmt» que

Una foto iuédilii de los tiempos de la producción en easlellanu en Joinville. Se trata de una noche rn lo» ChatnpF.lyssies, crirbrando rl lin d r una priieula de «Imperio Argentina»... Kn la foto aparecen: ella, su padre, Fernandu (>. Toledo. Tony D'.Mgy, Roberto Kry y otro» arti»tas y dirrriivos de entonces en ta Paramount

asombran al mundo, trabajaste—y aprendiste al lado del director polaco Buckowetzky... Ganaste oro, mucho oro. Pero no perdías tu ctmtrol; el mism(» que aquí, en Madrid, te impidió el contagio nt>civo de la «caimanía» de los eternos proyectistas. T ú guardabas ese oro, amasado (!on sudores bajo los arcos de los Estudios de cine, para proporcitmarte el placer de tu quimera, de tu eterna ambición de viajar... Querías conocer Hollywood, porque es la meta de todo soñador del cine. Porque es la Meca de las ilusiones de tanto idólatra del teatro de imágenes, la nueva religión del siglo, el espectáculo favorito del mundo... Y al volver a París, usando del mágico tramjM»lín de tu diñen» l)ien ganado

alguna v e z , por un rasgo de gentileza de verdadero turista esj)añ')l. trabajaste como «extra». Así cimoí'iste la manera, el estilo de dirigir de los grandes realizadores y la forma de interpretar d e las célebre estrellas... Luego... Este luego requiere punto y aparte. Porque vas a hablarme de tu viaje hacia China y .lapt'm, tocando en Filipinas, y no queda espacio en estas colunuias para relatar los episodios culminantes de tu gran aventura cinematográfica, soñada y planeada sobre la mesa de mármol de un desaparecido cafó de la Gran Vía... Descansa, recobratlt amigo, con el fatigado lector. y hasta la semana que viene... SANTIAGO AGUILAR


nuevas ffquras dd chema

A u María, U bailarina ^ue camina can firme paae ha-

cia el aasiado Meato d e estrella d r la pantalla, es ana genlilíxima mujer, tan joven que diríase una muñeca.» Lina muñeca seductora, palpitante y perfecta, que guala de jugar a los deportes». c T e n n i » . . aatación,auto,equi-

H

A nacido en M a d r i d . YxL la calle de Embajadores. EdQ i m a casa que recuerda el nombre i e un famoso toreix» madrileño... H a natñdo en Madrid. j Y se llama A n a Mana!...

P e l o negro; profundamente negn». sensualmente negro. P e r o en sus ojos, que ríen en voluptuosas promesas d e amor, no hay noche andaluza de misterios insondables. T e z blanca, serenamente blanca. Y . sin embargo, hay en Ana M a ñ a el conjuríj morboso de los «faraones». ¿ P o r qué es tan blanca A n a Maria, si su empaque, y su nombre, y su cuerpo—ondulado, como un rito fatal —trae a nuestra memoria las mujeres de Homero de Torres—luz y fuego de amor—y pone en nuestros sentidos, y en nuestra sangre, tr¿>molos de la lírica flamenca y el jugo sabroso y enervante de unos besos hondos que abrasan nuestra piel desde lejos? H a nacido en Madrid y po.see el encanto y el influjo de los «faraones». Y el de aquellas manólas, hijas de duquesas y de toreros, que fueron el tormento sensual d e G o y a . Misterio hecho carne y belleza. ¡Ana María!... De cómo podría empezar una pelíeula española En un modesto piso de una típica calle madrileña. Ana María, con sus catorce años, que son (X)mo catorce maravillosas primaveras sintetizadas en un d i v i n o cuerpo de mujer, se prepara para la ' irrera del Magisterio. En su habitación de estudio, libros de t e x t o y , pendientes de la pared, algunas fotografías de cine. Y un piano, donde la muñeca estudia solfeo. En el piso inferior hay establecida ima .\cademia de baile. Y todas las tardes, a la misma hora, «sube» a saludar a A n a María el alegre repiqueteo de las castañuelas. Es ün saludo que la joven estudianta recibe con desmayos de éxtasis. Y a es inútil intentar seguir el estudio. Los libros

de t e x t o quedan ei un abandono de pereaa. Y aunque la futiua maestra pone «a. dios sos ojos niños y cariñosos, l o c i e r t o es q u e sos ojos no v e n más letra que la letra flamenca y alegre q u e v a trazando en su imaginación el v i brante r e p i q u e t e o de los «palillos». — ¡ L o que m e gustaría saber bailar!— suspiran las catorce primaveras de A n a María. Cada v e z que A n a María baja a l a c a lie se detiene ensimismada a n t e la puerta de la .academia de baile. Hasta que un día las puertas de la A c a d e m i a se abren para que la vecinita estudianta vea de cerca lo que y a lleva dentro de sí. Coincide cou una bailarina muy en boga a la sazí'm, quo está «montando» un nuevo baile. — Y o también bailaría así—exclama .\na María. — U n poquito peor-—advierte con soma mal intencionada la bailarina profesional. — T o d o es cuestión de tiempo —replica la gentil estudianta. - D e n t r o de diez años es posible que puedas imitanne algo... ¿Dentro de diez años? A los ocho meses. Ana María preguntaba al profesor de la Academia: —^¿Bailo y o como Fulana? •—La superas. —Pues haga el favor de decírselo, para que v e a que no he necesitado dit 7 años para hacerme bailarina. Ana María no v o l v i ó a tocar los libros de t e x t o . Lo» primeros aplausos Ijos primeros aplausos

vinieron con los primeros contratos.


—¿Se debe amar por lástima?—se pregvmtaba la muñeca—. ¿Se debe amar por miedo? ¿Se puede amar sin amor? Abandonó tierra portuguesa. Su primera película A n a María tenía deseos de actuar como artista de cine. Y fué F e m a n d o Delgado quien le brindó la oportunidad, en su película Doce lumbres y urm mujer, film escrito para lucimiento exclusivo de Irene López Heredia. N o obstante, la breve actuación de A n a .María es un acierto definitivo. T a n definitivo, que a estas fechas la belUsima bailarina habrá empezado a filmar, como protagonista, una película de ambiente madrileño, titulada Paloma mis amores. Ive gusta el cine, siente la atracción inquietante del set; pero A n a María es, sobre todas las cosas, tma bailarina de arraigada estirpe española. Y sus actuaciones cinematográficas deben responder, en primer término, a esta cualidad. Renunciar a este privilegio de tjue le ha dotado la vida, prescindir de este arte tan español, tan espectacular y tan emotivo, es como anular la fama y la belleza y el genicj admirable de A n a María. Blanca, como las nieves eternas de las lontas eternamente nevadas. I*]sbelta, como la Venus inmortal. Graciosa, como un clavel andaluz en el bticaro v i v o de irnos labios de mujer... «Es la sultana virgen de un país de nardos», escribió un poeta. Sultana sin orgullo. Porque Ana María posee la virtud tle la modestia. Madrileña cien por cien; buena, sentimentalmente Iniena; simpática, cariñosamente simpática; dúctil, enamorada de su arte..., su vocecita de cristal es ' orno un mimo que nos acaricia juguetón: ¡Si usted supiera los deseos que tengo d e empezar Paloma de mis amores! ^ ^ ^ ^ ^ ^ ^ ^ ^ ^ ^ ^

.Vquellos libros ée

i,

texto de haee

dos

— ¿ N o le pesa haber abamlonado sus estudios? —-No. Más tarde o más pronto, j o habría sido artista. Sin embargo, conservo los libros y los leo alguna que otra vez. Y es v e r d a d . A n a María nos enseña aquellos libros de te.\to de hace dos años, cuando ella contaba catorce primaveras. —¿He oído decir que está usted contratada para otra peücula. —Contratada, no. Me han hablado; pero y o no quiero comprometerme ínterin no haga Paltmm de mis amores. —¿Qué le gusta nruis: el baile o las películas? — M i primera vocación ha sido el baile, y en el baile he obtenido mis primeros triunfos; soy, pues, bailarina por temperamento. Ahora bien, el cine m e gusta mucho y lo creo compatible con el baile. ¿Opina usted igual? —Exactamente igual. Y la muSeea juega

Con la clásica bala de las abailaoras» famosas, Ana María eg como un bello anacronismo... Mezcla de gitana con ademanes de rito, y linea airosa de «girl» con la frágil gracia y el perfil dinámico e inquieto

A n a María no ha conocido el fracaso. P o r eso en sns ojos triunfa el optimismo. En Portugal, su é x i t o abatió los éxitos de todos los espectáculos. Y encendió el amor en el alma romántica y pueril de im significado político. ¡ L a amada tenia catorce años! Y , lógicamente, ()ara ella el amor lo constituía la risa franca y el aire libro; los jardines, acariciados por el sol, y el mar, vestit^o de azul; la n o c h e v ol cielo, y los aplausos de cada día.. N o quiso saber de aquel o i i u a m o r . Y el romántico enamorado no supo resignarse. T r a t ó de recurrir a la fuerza; pero un aviso providencial evitó la emboscada. Intervinieron las autoridades diplomáticas. Y A n a María continuó siendo el ídolo del ptiblico pórt i c o s ; pero, ¡ay!, en su corazón plañía una tristeza: la tristeza de saber que los ojos de un hombre lloraban por su causa.

Ju^a

a los deportes: natación, equitación, auto y media hora saltando a la comba en la terraza de su casa. —¿Esclava de la línea? —^No; s a l t o a la c o m b a para hacer piemas. — ¿ H a c e mucho que no baila? — B a i l o todos los días. Si se espera, me verá bailar; es lo único que no abandono. Y A n a María, con una esplendidez maravillosa, nos ha r ^ a l a d o el encanto de verla bailar, y para nosotros solos, envuelta en un vestido de amplia cola, que se nos antojaba olmanto imperial de aquella sultana virgen de un país de nardos, de que habló el poeta. El cine español y a cuenta con una nueva figura. Se llama Ana María y ha nacido en .Madrid. Y tiene diez y seis años. M.u;iucio T O R R E S


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INTERESA^ CINEMATO*


MADKID-PARIS "Os presento a mí mujer''

P

REOCUPACIONES socíalcs, extremadas ha lo melodramático, obligan a un joven tle no muy severas costumbres a renimciar a su familia. E l , con el dinero de papá, se d i v e r t í i de lo lindo y regresaba a casa en ese estado eufórico que induce a fraternizar con los giiardias y a piropear a las porteras, como si las porteras fuesen mujeres. En fin, que ol muchacho se acostaba con hipo y se despertaba con sed. ¿Está claro? Consecuencias de estas bacanales suelen ser la calvicie prematura, los desarreglos gástricos y las reprimendas i)aternas. D e todo ello estaba libre, por excepción, el héroe de nuestro film. El único escollo lamentable de su húmeda existencia era ima insana afición a las taquimecas. Su e x t r a v í o en este pmíto llegaba hasta la enormidad de pretender casai-se con un ejemplar de esta especie. « ¡ A h , eso sí que no!—opina la familia, reimida en consejo, mientra? él duerme—. Pase por sus calaveradas, sus despilfarros y sus manías: incluso la de .subir todas las noches la escalera a gatas.' ¿Pero deshonramos trayendo a nuestro hogar una taquimeca? ¡ N o y cien veces no! ¡Primero la matamos!...» ' Y , en efecto, la matan a disgustos. Como v e el \ lector, esta simpatiquísima familia no puede s e r ] más razonable. \ Y a está muerta la taquimeca. Y a está a salvo ^ el honor de la familia. Bendito sea Dios. Ea, a v i v i r , y aquí no ha pasado nada. ¡Sí, sí! ¿ Y el joven? ¿Se han olvidado ustedes del joven que dormía? Pues han hecho muy mal. Porque el j o ven despierta, se pasa una mano por la frente, pide im vaso de agua, se lo bebe de un sorbo y clama en un momento de lucidez: «¿Dónde est o y ? » El criado lo saca de dudas: « E n su cama, señor. Y mi trabajo me ha costado...» «Comprendo, pobre Juan—el criado se llama Juan o cosa parecida—, y para facilitar tu trabajo, en lo sucesivo mandaré que instalen mi alcoba en la planta baja.» El criado, v i v a m e n t e agradecido, se dobla en un ángulo de 90 grados. El señorito salta del lecho. Su primera diligencia es beberse otro vaso de agua; la segunda es telefonear a la taquimeca. ¡Pobrecillo! P o r los hilos del teléfono le llega la terrible verdad. Está viudo antes de casarse. ¡ Y todo por culjia de la familial ¡.\h, venganza! Y se v a de allí para emprender una v i d a propia de tango argentino. Caminando por montes y collados, sin dejar de beber «para ahogar su pena», tropieza con un tiro en el pecho—casas de \i\ farra— y con una india comanrhe que le cura, le extrae la bala. Pero, ¡ah, traidora!, robándole al mismo tiempo el corazón. De esto él no se da cuenta al principio. ¡Somos tan confiados los hombres! Sólo v e en la india un instrumento de venganza. N o querían sus envane<;idos familiares a una taquimeca, y tendrán que pechar con una india. A l que no quiere caldo, tres tazas. « ¡ Y a veréis lo que es bueno!», |)iensa el j o v e n . Y ciertamente vemos lo que es bueno. L a india resulta un encanto d e criatura, quo emboba a cuantos la tratan. L a jiresunta salvaje procede con más tino, discre<-¡ón y nobleza que toiia aquella gente distinguida y jKXíadora. ¡Bien por

la india! Y bien, requetcbicu, por Sylvia Sidney, que la encarna, confirmando en esta nueva creación su prestigio de actriz prodigiosa: tal v e z la más fina, delicada y sensible de la pantalla americana. Ella, Sylvia Sidney, hace de esta i)elícula de asunto melodramático a veces y a ve(!es pintoresco, y de dirección acertada sin grandes recursos, un film que se sale de lo mediocre y entra en el reducido circulo de lo excelente. Gene Raymond colabora con Sylvia y también en un plano de buen actor dramático, afianza el éxito de presento a mi mujer.

gurarla con ficciones que han merecido el nombre de opio en fotogramas. Poro la noble sinceridad del asuntn nu c.-^ la única belleza de este film, soberbio en vaiios sentidos. Frank Borzage ha logrado en la realización estampas de un fuerte realismo, que recuerdan, en esencia, las páginas maestras de los grandes literatos y , j i m t o a este brío intelectual, hay tiernas y bellísimas escenas de un lirismo encantador. T o d o ello logrado con la simplicidad de medios expresivos que y a admirábamos en Fueros humarwn. Vn hombre y una mujer, dos almas frente a frente, le basta a Borzage para com]>oner sus mejores escenas. Es poeta, y el mundo interior tiene para él resonancias que transpoita al celuloide en una verdadera orquestación de motivos espirituales que se hacen luz y armonía, color y belleza tangible y ofuscadora. Diríase que, ante la cámara dirigida por Frank Borzage, la materia se vuelve transparente y es como un velo sutil tras el quo palpita la emoción. L a interpretación de ¿Y ahora, qué? os (liüii.i de asunto y realización. Entre todos los intérpretes, se destaca Douglas M o n t g o m e i y , no por protagonista, sino por actor entre bueni >.~ P A L A C I O Ü E L A MÚSICA "Valses de Viena"

Un aíi|><-c(u <l)-l iiilalfoii» (ir los KSIIKIÍOS Wnrii«-r Bros, durante el rodaje de tEn po» de la ventura»

.WEMDA "¿Y ahora, qué?» .\hora, señores americanos, a seguir produciendo cinema de éste, del que intenta K i n g V i d o r en El pan nuestro de cada día y del que ha realizado con valentía ejemplar Frank Borzage en ¿Y ahora, qué? Si no fuera por la desviación final, en ningún modo atribuible a Borzage, sino a influencias del editor, que no podía avenirse a una absoluta rebeldía social, diríamos que este film es el más sincero de cuantos .se han rodado en H o l l y w o o d . Es una tremenda diatriba, sio declamaciones, contra la mala organización si",ial. Y más que diatriba—que eso suena a violencia y mitin, cosas reñidas con el arte—es im sereno, humano y hondo jioeraa de dolor, que tiene como protagonista a un héroe de esa multitud anónima a que se refería Schopenhauer: «Parece quo el destino ha querido añadir la I)urla a la desesperaión de nuestra exisicncia, c u a n d o ha llenado nuestra v i d a con todos los infortunios de la tragedia, sin que ni aun siquiera podamos so. tener la dignidad de los personajes trágicos. Lejos de esto, en el amplio detalle de la v i d a , representamos, inevitablemente, el ruin papel de bufones.» L a historia de uno de estos bufones u hombres grises, soldado desconocido de la tragetlia social, es el asunto de este iihn honrado, conmovedor y elocuente, como debieran serlo otrm muchos, si la pantalla quisiera rcfiojar la v i d a en ve?, de desfi-

¿ X o es bien elocuente el título para excusarnos de exponer el asunto? Apoteosis del vals y una intriga de amor que acaba felizmente, si por felicidatl a m o r o s a entendemos ir a la V i caría. Stiauss, hijo, y su vals A orillas del Danubio azul, hacen el gasto en esta nueva opereta, que se distingue de las anteriores en eso: en que ha llegado despué.s. Está bien montada y no exenta, sobre todo al principio, de movilidad y i cierto bufo de la mejor ley. Jessie Matthews, revelación de Siempreviva, no tiene ocasión en Vtüses de Viena para sujurarse. ACTUAUDADES "Infinitos" N u e v o documental de F e m a n d o G. .Mantilla y Carlos V e l o . A d m i r a b l e de técnica. En este sentido, no es posible pedir más. El labor^td;in y el trocado no tienen s e c r e t o s para estos jóvenes animadores, c a p a c i t a d o s de sobra para empresas de m a y o r ambición artística que es tos documentales en que la técnica lo es todo y ol arte casi nada. Y no es una censura a V e l o y Mantilla—¿qué más podían hacer en Infinitos?—, .^ino uua excitación a su juventud. Después de lominar el oficio, ha Helado el momento de recurrir a la imaijriiiaiióii. ANTONIO G Ü Z M A N MERIN*


L

os t e l ^ r a m a s de las Agencias peñodíeticaa han precedido a loa comunicados oficíale»» de los Artistas As(>ciados. Mucho antes de que éstos comunicasen a la Prensa la próxima llegada de W a l t Disney a Paris, los lectores de esta misma Prensa conocían y a la gran nueva. París no es una ciudad capaz de alterarse por no importa qué cosa. Pero París .se ha sentido por unos días un poco más inquieto que de costumbre. L a noticia de la llegada d«l creador de Mickey se ha esparcido vertiginosamente, no por medio de grandes titulai-es rej)orteriles, sino de boca en boca. París, que recibe con una indiferencia un poco estudiada las figuras internacionales más visibles, ha sabido medir exactamente la importancia de W a l t Disney y le ha otorgado sus mejores reverencias. J

A la invitación de los Artistas Asociados acudió ima gran cantidad de piériodi.stas a los salones del Hotel Crillón. Sería un poco pretencioso dar l(js nombres de lo más saliente que v i n o a ver al animador de Mickey y de esa serie maravillosa de Silly Symphonies que, con los films de Charles Chaplin, quedan como lo más depurado y clan) de todos los clásicos del cinema. Contrasta realmente la .sencillez de este mozo de treinta y cuatro años, que ha logrado jxtsiciones internacionales bien sólidas con la afectación y la prestancia insincera de esa pléyade de vedettes que llegan de Hollywood en jilan de exhibicionismo publicitario. W a l t Disney se movía

adelante .se presentará a sus espectadores en igual forma- que mis otras producciones. A propósito de esto, alguien cuenta una anécdota que tiene como protagonista al celebre Toscanini y a Mickey, en su primer film en colores. H a c e unos días, el gran director de orquesta fué invitado en l^)ndres a visionar L a Fanfare. primer dibujo en colores de Mickey Mouse. Aun no había desaparecido de la pantalla la palabra «fin», cuando se oyó gritar a Toscanini: *¡Magnifico! ¡Fantástico! Non e posible! ¿Puedo ver otra vez esta obra rrtaestra?* Mickey aparei'ió una segunda vez en la pantalla, ante la gran alegria del gran músico, que no cesaba de patentizar su admiración y de repetir que Disney era un hombre genial. Un §ran film dr dibujos aaimados —Tencm<»s n<Jt icias de que piensa realizar usted—hemos dicho a Disney—un film de gran metraje. --Precisamente debo comenzar a trabajar .sobre él a mi r ^ e s o . Se trata de im gran film de dibujos animados, que durará una hora y diez minutos do proye<'ción.

Wall l>isn«->. f\ célebre creador de «Mickev.» ha íenido la geiilileza'dr dedicar a los lectores de t^INfcX.K.^MAS esta fotografía que nos complacemos en publicar

Kl dibujo animado no debe ser triste

ágil y de.senvueltamente j « ) r entre la g'^nte, que le interrogaba con los ojos pidiéndole una sonrisa o mostrándole una fotografía para (j[ue la firmase. Disney, c<»n empaque y gestos de protagonista de películas deportivas y sentimentales de su país, tenía para todo el mundo la frase adecuada y la sonrisa exacta. En el momento del champán y los bocadillos, quedamos solos con W a l t DLsney y tres o cuatrt compañeros más en una habitación. Es el momento de preguntarle cosas, de conocer sus coluienzos, sus luchas, sus proyectos. — H e venido a Francia a pasar mis vacaciones de verano. Aiuique estuve en ella casi un año dorante la guerra, las «mdiciones en que me desenvolvía me impidieron conocerla a f<indo. Pienso visitar Alsacia y toda la Costa Azul. —¿Por mucho tiempo en Europa? •—í)esgra*'iadament«, no. M primen» de Agosto debo llegar a Hollywood, en donde me &si)eran mis com[m)miw:s a<lquiridos con United Artists. —¿Viene directamente desde América? - N o , he pasado unos días en Ixmdres. En este momento, uno de los fotógrafos que le acechan con mayor insistencia nos cuenta cómo al llegar W a l t Disney al Boui^ct y descender del avión que le hal>ía traído de Londres, cuando los fotíígrafos, la plana mayor de Artistas AsíK'iados en París y algunos periodistas, se acercaron a él, éste, con un gesto rápido y deportivo de gángster americano, sacó una ametralladora de bolsillo y comenzó a disparar fotografías, ante la sorpresa de todos. Nuestro fotógrafo, recordando el incidente, nos refería el cuento del cazador cazado. — ¿ N o irá usted por España?^—^preguntamos nosotros, seguros del interés que su respuesta puede tener para miles y miles de españoles. —En esta ocasión no me es posible ha<'erl(»; pero trataré de realizar un viaje p<»r su pais en mi próxima visita a Europa. —Se ha dicho que, en lo sucesivo, todos los films de Mickey Mouse serán en colores, como las SiUy SymjAonies. ¿Qué hay de cierto en ello? —Efectivamente, Mickey ha comenzado y a a tener un color más alegre que el blanco y el negro en que hasta ahora se movía, y de aquí en

—^¿Sobre qué temn? — Su asunto girará en turno a la historia <!<• una pequeña priiKJesa, Flor de Nieve, y de Siete Barbudos. —Es decir, que, por esta vez, sus personajes serán .seres humanos. —Sí; todos ellos representarán figuras de hombres y mujeres, aunque no estoy .seguro de jM»der eludir la iuterven<;ión de Animales en mí fábula. •—^¿Qué opinión le merecen los film de dibujt>s animados de Europa? — N o puedo juzgarles, porque hasta la fecha no he podido ver ninguno. Alguien ha hablado de esas dos bandas maravillosas que ha dado el cine europeo. Una de ellas es Idea, película de Vartoff, basada en el libro de dibujos de Franz Masserel. L a otra es Utm noche en el Monte Ccdvo. poema de imáge nes animadas, de Alexieff y miss Parker, sobre la música de Mussorgsky. La primera es una cosa de tendencias net H mente sociales. lya segunda es una innovación dentni del cinema. Se trata del primer intento de grabado animado. W a l t Disney lamenta no haber podido ver estas doe obras. Sin embargo, precisa sus principifís:

- Y o nfi creo que el diVnijo animsílo debe ser dramático. Por el contrario, creo que debe poseer u n a gran cantida<i de hmnorismo, de sentimiento, de emoción, de magia, de m a r a v i l l a . . Cret» que el público, hoy por hoy, no pide td dibujo animado <|ue sea una ctjsa triste. h-A gente se abedanza sobre nosotros. Se ha vaciado una gran cantidad de botellas de champán y se ha comido de firme. K o y Disney, hermano y menager de W a l t , nos hace ver la fatiga que siente el gran arti.sta. A las 14,45 U ^ ó en avión al aen'Kiromo del Btmrget. A las 17 del mismo díanos re<'ibía en el Crillón. A l día siguiente le esfieraban los miembnis del Comité Internacional j)ara la Difusión Artística y Literaria por la Cinematografía (C. I . D . A . L . C.) Un día después, a las tliez de la mañana, se celebraba una gran fiesta infantil en el (üaiuntmt Palace, en presencia de más de seis mil niños, bajo el patntnato d d Sindicato de la Prensa Parisiense, de la A»o<-iación Profesional de la Prensa Cinematográfica, de C. 1. D. A . L. C , del Fígaro, del Teatro del Petit Mouíle y de los Artistas Asocidtlos. Efectivamente, no era el momento de insistir sobre todas las cuestiones que nos habría interesado plantear a W a l t l)i.sney. N o s alejamos del (Yillón, no sin haber traído con nosotros una foto dedicacla a <jfNn<iRAMAS que IKÍS ofreció el genial artista. L a Prensa de los días siguientes nos ha puesto al ííorriente de varios hechos itnportantes: I . " C. I . D. A . l i . C. ha concedido una gran medalla de ort» al inventttr de Mickey Mouse y SiJly Symphonies. 2.0 NN'aIt Disney y Louis Lumiére se han encontrad*» por primera v e z y han hablado cordialmente ante el inicixi y el objetivo; y 8." IJOS ItKitores del periódico infantil Le Journcl, de Mickey, han ofrecido, por medio de su Redacción, un libn» de oro a W a l t Disney, en el que se han recogido miles y miles de cartas dirigidas al padre do Mickey, y en las que sus pef^ueños admiradores le patentizan su entusiasmo y su gozo, y le expresan su agradecimiento por el placer que les proporcionan sus films de dibujos animados. Estos hechos dicen en favor de W a l t Disney y su obra mucho más que totla la literatura que se ha hecho en t o m o suyo. JtJAN P I Q U E R A S Paris y Junio de 1935.


n plebiscito do arto

¿Oiiiso? ¿Fiido.' Lue«|o li» hi/.o. Arguinonln lamoso, qup no adiiiit<> répliea. Vamos a trasladarlo, ron prrdón dr la rsi-olásiira. a nnoslro asunto. ¿Quierp el Estado eximir de impuestos a la einetiialojirafía nacional? Sí, porque, seifún hemos demostrado hasta la saciedad, sería nna medida i'itil a la cultura y a la economía espai'iolas. Y el Estado no puede ir en contri d» los intereses espirituales y materiales del país. a los espectáculos con más impuesL o primero ijue debía hacer el Estos que a todas las restantes activitado español para facilitar el des dades. Y se da el caso lamentable envolvimiento de nuestro cinema de que es el espectáculo «cine» el es librarle de gravámenes c impuesmás castigado por el Fisco, y a que, tos. Pues como industria, dará ocnademás de los muchos impuestos )ación a infinidad de personas. que pesan sobre su explotación en ucionando en los locales püblicrs, el material coaarte el terrimienza a tributar desde el momento ile paro obreque se produce y se distribuye. ro que nos acoEn una industria como la cinemasa, y como artografía, de tan amplio porvenir te, es un factor para los españoles, pues felizmente e s e n c i a l para nuestra lengua se habla en dos Conla enseñanza tinentes y tey cultiu'a del país. nemos un mercado de e X P e r o , adep a n s i ó n casi más, el Estado inexplotado, debía de legiscomo es toda lar sobre esta la .América lamateria, obligando a todas la.-^ Empresa.*, no y a ' tina, es deber de los Poderes en las capitales, sino en todos íos públicos el espueblos de España, a proyectar en timular y ajrusus salas, como mínimo, un docudar a la promental por semana, bien sea nacif)ducción nacional o extranjero; pero todos ellos nal. El día que narrados m nuestra lengua. De las p e l í c u l a s esta forma se ayudaría de una mañera eficaz al desarrollo de la cultura ' españolas, además de dominar en España con un [)orcentaje oV)ligatodel pueblo. rio—como pasa en todos los países—, En segundo lugar, debía obligarse lleguen a extenderse por las Repútambién a la programación de un blicas americanas de habla Kjpañotanto por ciento de peliculas nació- :• nales (tanto por ciento proporcional • la, nuestra patria adquirirá no sólo pingües beneficios económicos, sino a la producción anual); de directas una influencia cultural y artística en nuestro idioma, producidas en el que antaño tuvimos y que debíaF.xtranjero; de habladas por el promos preocupamos de acrecentar, en cedimiento de lt)s dobles (debiendo vez de contemplar impasibles cómo siempre éstas ser dobladas en Espase v a perdiendo por días. ña y por elementos españoles), y , en último lugar, las extranjeras c<m Es, pues, deber de cuantos con el subtítulos. cinc se relacionan por cualquier concepto, y aun de todos los ciudaSeria conveniente la creación en danos españoles que sientan un poco las Universidades de una cátedra el patriotismo, imir sus esfuerzos para la enseñanza de la técnica para evitar que continúe el gravacinematográfica en toda su amplimen del 3,75, al menos para la protud, para, de esta forma, dar paso a ducción española, y a que ésta, en un la juventud estudiosa, qne es de la régimen de s^isata economía naqne puede esperar algo nuestro cional, lejos de ir gravada, debería cinema, y a que éste necesita del merecer una prima por parte del elemento joven para que lo impulEstado, siempre que se demostrase se por el camino del arte, dándole que alcanza un plano de 'iert > aire nuevo, que es l o que necesita, y dignidad artística. apartándole de la atroéefera viciada en que v i v e . Si se estimase q\ie de nionieuiu ti I*roce«liendo de esta forma, deneximir de este impuesto a todas las tro de algiin tiempo tendríamos reapelicula<< ha de restar a la Hacienda lizadores, escenaristas, operadores, un ingreso considerable, podría soelectricistas, etc., todos ellos j ó licitarse del Consejo de Cinematovenes y capaces de dar a nuestro grafía, recientemente rreado, que cinema el impuLso que necesita para gestionase el que por ahora fuesen figurar dignamente junto a la proexceptuadas todas las producciones ducción emopea. españolas, aunque se mantuviera sobre el material extranjero. De toRamiro Mir, das formas, ni loe productores, ni los distribuidores, ni los autores p«)H a sido siempre tm error de la demos permanecer impasibles ante Hacienda espartóla el querer gravar

¿Puede el Estado suprimir inipucslos? Eso ni se pregunta. El los erea, él los suprime. Enloiiccs, si quiere y puede, ¿cómo no lo hace? Pues, sencillamente, por(|iie no se entera. Y los que han de procurar que se entere uo hacen n.ida en este sentido. ¿Es concluyentp el argumento? ¿Y está clara la eonseeueneia? A . ii. un impuesto cuyt) único resultado es intranquilizar al capital, por desgracia siempre remiso, en momentos como los actuales, en que tan necesitada está la producción cinematográfica española de un serio apoy o financiero. Pues hay que tener en cuenta que estamos en la oportunidad más favorable q u e podía presentarse para conseguir (jue nuestro cine sonoro adquiera la categoría y difusión mundial quo tononv^ derecho a esperar. Joíé

Form,

Lirector-gerente de la Sociedad de Autores Cinematográficos. Mi opinión es que debe desaparo cer por completo ese impuesto del 3,7.") por 100. Cualquier gravamen nuevo sobre la cinematografía en alguna de sus ramific >oionos os (\,-f r u i r í a . Pero considero que revocar u n a ley es muy lab o r i o s o para un ministro, y qne. de inten tarlo, aun consiguiéndolo, se tardaría lo suf i c i e n t e para que l o s pn)ductores se diesen cuenta d e l desistre que se les avecina y paralizaran la producción. Como medida urgente para que esto no suceda, es necesirio exceptuar a la prodvKxión española de dicho impuesto, sin perjuicio de, cuando las circtmstancias lo permitan, ampliar esa excepción a todo'el material. Mariano

.isqnerino.

Lf» exención de impuestos al cinema español es de tan elemental justicia, q u e asombra el tener que pedirla; y de tanta u t i l i d a d para la H a c i e n d a , que asombra t a m b i é n que, por su propio interés, dejando aparte otras consideraciones artísticas y nacionales, no sea la misma Hai icuda la que suscriba esta campal*!.!. L<i justicia de lo que fiedi-

-:ti

mos está en el derecho de toda indiustria naciente a encontrar ambiente propicio para s\i desarrollo. Y además, e i n m arte de tanta transcendencia como el cine sonoro, no obstáculos, sino ayudas son las que debe encontrar en su camino. Respecto al interés de la Hacienda en suprimir impuesttjs al cinema nacional, es tan evidente como el interés de un agricultor en no hacer leña de árboles jóvenes, que, pasado algtm tiempo, han de dar mucho fruto, Gabrid Algara. Se ha dicho en todos los tonos, y con razones que no admiten réplica: el Estado se ha desentendido hasta aliora de cuantos problemas se refieren a la industria cinematográfina nacional. A l menos, v a aplazando indefinidamente resoluciones de extrema ui-gencia. como ésta de la exención d e imiaiestos a una industria y im arte que empiezan a v i v i r , q u e serán veneros de riqueza, si no les ciega desctmsideradamente y con un equivoc ado y jiromiuuro prematuro afán de recaudación opuesto en absoluto al propio interés d e la Hacienda, q u e luego, cuando n u e s t r a cinematografía se 1 una r e a l i d a d más que unae s p e r a n z a , se beneficiará en mayor grado con los impuestos directos e indirectos sobre tui cinema floreciente y las mil industrias que han de surgir en t o m o .suyo. Impedir o dificultar ese desarrollo ahora es, por lo menos, y no hablo y a de razones más elevadas en las que entra el arte, im interés mal entendido. Es, lo diré en opa sola frase: querer cosechar antes de que maduren las siembras. Otro aspecto que no debía olvidarse es el d e los dobles, a loe que ha de concederse nna condición mejor que a las peMculas extranjeras, en lo que se refiere a tributación. Mientras la producción española de películas no baste a satisfacer las necesidades del mercado, seria justo conceder a los films doblados en España la misma exención de impuestos que a las peliculas producidas en el país. Hugo Donarelli, Fundador y director de Fono-Es^mña.



Haciendo

N DI O


deseo de fastidiar a sus semejantes privándoles de uno de sus predilectos placeres. I^o han hecho, sencillamente, jiorque sus estudios les han permitido descubrir que en una alimentación racional, en la observ-ancia do.un régimen de jirudcnte moderación alimenticia, reside el verdadero miinantiai de salud que todos aspiramos a poseer. Así, pues, lectora amiga, el régimen de alimentación que usted voluntariamente se impuso un día para recobrar la esbeltez de su línea y adquirir al mismo tiempo el control exacto y saludable de todo su organismo, no debe constituir para ustefl un deber jienoso y enervante, sino la práctica inexorable de un grato deber que a cambio del sacrificio, más leve cada vez a medida que el organismo se habitúa a él, f)roporciona salud y liienestar. Al haljjar asi, queremos dirigirnos tan sólo a aquellas lectoras que hayan logrado vencer, en fuerza de constancia y tenacidad, el escollo, aparentemente inaccesible, que es para toda mujer la iniciación de un régimen nuevo que modifique sus costumbres y — c o m o en este de la alimentación s^^^ede—que les prive de uno de sus placeres más caros: la mesa. De sobra sabemos que el número de las que hicieron el intento y flaqueó su ánimo a los pocos días es incontable. P e r o sí queremos advertir, a manera de consejo amical, a todas aquellas que sujpieron imponerse el sacrificio de someterse a la aparente tiranía de im régimen .severo para las comidas, y cuyos bienhechores resultados comenzaron a percibir de un modo casi iiunediato, que bajo ningún pretexto deben alterarlo, ni siquiera durante el veraneo, época, j)or lo demás, muy propicia a los cambios de vida y al abandono de las eos-.

Hay que prevenir.

se contra los exceSOS de las mcaciones estivales

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r^i'utv'^-™! para dorar las unas por \

t^t:¡^:::í^\ mer plano d r la deliea- ' (las manos, mejor di-'t ebo) Ann Dawn |

E ha pesado usted, lectora amiga, antes de emprender su i acostumbrada excursión veraniega? Seguramente, no. Y ¡ no se habrá pesado, a pesar de ser durante el resto d e l í año una fiel observante de los sabios preceptos higiénicos q u e j preconizan la mesura y la moderación en los alimentos si se siente de verdad el deseo de poseer una excelente salud, porque con \ un erróneo y nocivo concepto de la «vacación», considerará que í este período de descanso que anualmente concede a su organis-1 m o implica el abandono de toda actividad u obligación habitual,' sea la que sea. ¿Suspendería usted, ni siquiera dtu-ante su veraneo, la m e d i - ' cación prescrita por el médico para aliviar cualquier dolencia q u e ' la aquejase? A buen seguro que no. ¿ P o r qué, pues, quebrantar^ la saludable costumbre—tan penosamente adquirida, por otra; parte—de considerar la hora de la comida como ima necesidad j y no como un placer durante la etapa de vacaciones? Debe usted pensar que los grandes higienistas del mundo, al í señalar los riesgos gravísimos que puede acarrear una alimenta-: ción excesiva, no lo han hecho caprichosamente, por el estúpido í

Mary Carlysir, fervorosa cultivadora del «trn• i s » , víate este trajr para dedicarse a su deporte favorito, al cual


tuinbres habitualeís. Y no deben alterarlo por ia fundamental causa de quo <|uince dias de abjuidímo hastarán para hacer estéril la perseverancia de todo un año, y les obligará, al recrobrar el ritmo corriente de su existencia, finalizarlas las vacaciones, a una mayor tiranía, a ima más dura severidad. Acaso algima de vosotras pudiera argüirme: -Es que los viajes frecuentes, las excursiones cas. diarias, determinan un desacostumbrado desgaste de energías, y éstas deben ser compensadas por una alimentación superior a la normal. Hasta cierto punto, no le faltará del todo la razón a quien de tal manera argumente; pero sólo hasta cierto punto. Evidentemente, los viajes y las excursioncpnjducen una fatiga y un desgaste de energías excepcionales, y tal v e z con arreglo a este criterio simplista debería aumentarse la dosis de alimentación si no fuera porque precisamente el cambio de horizontes, la renovación de ambientes y , sobre todo, el hallarse de un modo casi constante al aire libre, en [)lena campiña o frente al mar, compensan la agitación del viaj' y nutren, confortan y vivifican el organismo en proporción superior cien veces al desgaste que producen. Así, pues, bajo ningún pretexto, debes abandonar.

Ilrator A n e c I , n u e v a estrellita tIe la N\ aroer, va a hacer su» cotidianas prácticas de natación. Pero antes coquetea un poro ante el objetivo

C a r o l e l.onibard aulte que •u bellr7t , n uno de los ori;nllo8 d e Cinelandia, y celosa de su responsabilidad, atiende a su cuidado con el mayor celo. .\quí está ensayando un nuevo crou-

fica reposo del estómago, ávido de una al i mentación normal, sn na y tonificante. S'o vale intentar una justificación a los excesos apelando a la consabida frase de: —¡Bah! N o ha_\ que exagerar, porque éstos son ágapes extraordinarios. Cuando retoni a m i v i d a normal, v obraré mis hábitos de -iempre. N o ; en m o d o algún' Estos r a z o n a r a i e n t i serían admisibles, en t. do caso, tratándose do una breve excursión de un par de días; pero jamás durante un periodo de un raes, de dos semanas... N i siquiera de una. Y a lo sabéis, estimadas lectoras. Tras las delicias de una grata vacación estival, más o menos prolongada, acecha el peligro que un día, en fuerza de constancia y de tenacidad, lograsteis v e n ; cer. N o permitáis, bajo ningún pretexto, que el riesgo gravísimo de un retroceso en la conservación de vuestros encantos V de vuestra belleza os prenda.—MIOSOTYS

|e>jMira las mejillas

lectora, los hábitos beneficiosos que te llevaron a poseer esa bella silueta q u e tantas amigas te envidian. Ningún pretexto será bastante a justificar el abandono. Vacación significa reposo, descanso, abandono del trabajo intenso de diez u once meses del año, y s o s i ^ o del cerebro y de la imaginación forzados a una actividad incesante; huida de la atmósfera enrarecida de la ciudad y acumulación de aire puro para los pulmones, atormentados por un ambiente ponzoñoso; el trocar los anquilosantes medios de locomoción de la urbe por la marcha a pie, la natación, el tennis... T o d o esto significa la vacación; pero, además, signi-

Ketty t'.arlysie «•-*. m í e nlas d e u n a a r a n artista, una d e la-I i-sln-llaq u e mii» j i i * l i f i i - a < l « m e n t e (IIUMIO h a c e r a l a r d e d e su l i e l l e / a a r l ó i i i o a , p e r f e e t a , ini pecable


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T A N G E E cambia d e color. E n l a barrita es anaranjado, p e r o apliqueselo Y verá cómo cambia de matiz hasta q u e adc[u>6^ tono g r a n a encantador. N o d e j a rastro d e g r a s a o pintura... A d e más, T A N G E E suaviza y protege.

También hay un tono oscuro: El Theatrical. SIN RETOQUE: Lot labiot nn ret o b e casi liemprü parecen marchitae r ••«ienlaB el roitro.

El c o t m é t i c o TANGEE embellece l u cejes y p e t t e ñ t i No ixrita, no lime, no rompe l u pettaüu E< impermeable

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Lápiz de Mas

fVrrA EL ASPECTO PINTABIIAJÍABO

PINTADOS: Erile el puecar piíUarrajeada. A lot hombree let detagreda eite atpecto. CON TANGEE: Se aviTa el colo{ natural, realia la belleía y avila la apaiiancia de pinlnra.

V o. FEDERKO »ONET -Aportodo 2C2 ModrW. fama Incluyo en lallo» de correo Ptoi 1.S0 poro muMtrof de lópil, rouge, comporto y polvoi. - Nombre -Coll. N.° ^ Pobloción Provincia é Escribo cloro y »nv(e W sobre cerrado M

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R O G f t A M A


24

Bibiíoiecade

— N o se trat4 de un registro—declaró el más viej o de los dos—, sino de una simple visita. — Y o no admito ninguna visita a estas horas. ¿Qué es lo que se me quiere? ¿Qué es lo que se me reprocha?—resfKjndió, irritadisimo, el doctor. E l agente que acababa de hablar se produjo, por el contrario, con una calma inusitada: —No se le reprocha nada, ni se le acus i de natía ro nosotros vamos a ver la casa de todos modos.1 volviéndose a su colega:—Sigúeme. Un observador imparcial, que en este momento hubiera comparado la c a r a empalidecida del doctor Frank con la cara alegre y triunfante de Dick B a r tlett, no hubiera tunido necesidad ciertamente de stguir a los policías para conocer por anticipado el é x t o • final de la rebusca. Según Dick lo había anunciado, no tardaron en enitrar en una de las habitaciones del primer pi>o. completamente desvanecida, a Misi Ruth Dale. Esta acababa de sufrir un síncope, y el doctor Frank, t; mandólo por un accidente más grave, la había sustraído momentos antes a la influen:ia perniciosa de su mefítico gas. Dos de los gangsters estaban a su lado, velándola atentamente. Jugándose la últimí carta a una baza definitiva, el demoniaco doctor extendió un dedo acusador ha< ia Bartlett: - ¿ P o r qué miente este hombre? Y si no está loco, -juién es el que le sugiere estáis cosas, qué es lo que persigue?—Y volviéndose hacia los agentes:—Señores, les pido f)erdones por mi enfado anterior. Esta señorita es una de nuestras más grandes enfermas. Mis colaboradores pueden decírselo. A c a b a de sufrir un síncope. Pero ni su porte, ni su rostro, ni sus manos, ni la calma de su sueño creo que indican por ningún concepto que sea mi prisionera. En fin, señores mío-, me parece que esta comedia está resultando y a demasiado larga. Y me placería que ustedes reconoció ran su error, cuidándose otra vez de dar crédito a las afirmaciones de un loco. Y y a que ustedes le tienen en su poder, no estaría de más que le previnieran acerca de los perjuicios que está causando ccn sus actos, aconsejándole al mismo tiempo que cuando tenga necesidad de entrar aquí a hacer una visita, lo haga por la puerta, único medio de que se eviten momentos desagradables como éste. Y diciendo esto, el doctor Frank, como quien no hacía nada, quiso empujar hábilmente a los dos indecisos policías fuera de la habitación. Pero aun no habían l l e g a d o a la p u e r t a , cuando un grito estridente rasgó el s i l e n c i o en que por un momento estaba sumida la clínica. E r a Miss D a le, que, despertando ahora de su d e s v a n e c i miento, acababa

IHEZ

tíAAgiXUlM de abrir los ojos. Y , afortunadamente, ¡no había perdido la memoria! Incorporándose sobre el diván donde estaba echada, V I O de pronto a todas las personas que le rodeaban: Bartlett, los dos gangsters, el doctor Frank, Nedda—la cual, comprendiendo un poco tarde que había sido burlada en sus sueños, nada había querido hacer por defender a Dick contra las abominables acusaciones del doctor—, los agentes de la autoridad... Rápidamente lo recordó todo, reconstruyendo los nec^-o-i raros y misteriosos por que venía pasando durante todo el día. —^.Bandidos! ¡Miserables!—gritó enloquecida, dirigiéndose a sus secuestradores y carceleros. Y añadiendo otras muchas cosas más que no dejaron duda a los agentes de la autoridad de que ella estaba en la clínica del doctor Frank con su absoluto consentimiento y... encantada, además, de permanecer allí en compañía de tan honorables gentes.

Capítulo I X . \ n s i J S o s de o l v i l i r aquellas horas penosas, Ruth Dale y Dick Bartlett no continuaron mucho tiempo en Missouri. E n el mismo tren que les llevaba cambiaron y a el primar beso. Dick—hombre precavido— no be había olvidado del anillo de novios, comprado por él mismo antes de que la mucheicha aceptase siquiera ser su mujer. Pero si Ruth D a l e y Dick Bartlett no permanecieron mucho tiempo en Missouri, el doctor Frank, sus enf. rmeros, sus amigos los gangsters y Nedda, por el contrario, tomaron aquí carta de residencia fija, amablemente invitados por una administración previsora a contribuir—mediante una veintena de años— al desenvolvimiento de dos industrias igualmente atractivcis; la industria alpargatera y la industria de la albañilería. Pero lo que N e d d a echaba de menos en su prisión L I O era ni su libertad perdida, ni la vida fácil que había llevado, ni el lujo que la había hecho resplandecer en otro tiemjw. Era..., mas, ¿para qué pronunciar un nombre? P a r a que ella hubiera evitado esta ignominia, para que ella ignorase los horrores de la prisión—que es la consecuencia—, para que ella fuese una mujer como millares do otras mujeres, hubiera bastado quizá la presencia permanente de aquel hombre sano, honrado y recto que pasó un momento poT su existencia. ¡ E n un momento demasiado tíirdío ya! ¡Porque aquel hombre y aquel momento no volverían a pasar ya jama-

FIN

CONTRA

21

UNO

Dick tuvo que resignarse, contra su voluntad, a oír la rápida confesión que de su vida le hizo Nedda. Era bien sencilla: el doctor Frank era un hombre de valer; pero su alma atormentada y su espíritu cruel sólo podían hallar un solaz organizando, estudiando, rebuscando sin descauso inéditos sufrimientos. Un hombre como éste sólo f>odía inspirar a N e d d a disgusto y horror. Disgusto, horror y odio también, los gangsters que le frecuentaban y cuya presencia le resultaba intolerable. Fatigada de esta vida, ella tenía necesidad ahora de una atmósfera más pura, más .sana, más resplandeciente; de vivir, en fin, lejos de un laboratorio donde cada retorta, cada estufa, cada alambique, destilaba gotas de terror, y, sobre todo, de vivir lejos de la compañía de un hombre que no era más que uo monstruo. Sí, en verdad, todo esto era muy sencillo, y aun lo parecía más contado en a q u e l l a forma natural, sin artificios ni pulimentos retóricos, como lo acababa de contar la hermosa Nedda. Pero la.proposición que vino inmediatamente después y a no le pareció tan sencilla a Dick Bartlett. sino, todo lo contrario, un nuevo obstáculo—y de los más peligrosos—, viniendo a sumarse a los que le acechaban en los pisos inferiores. Pues lo que le proponía N e d d a era nada menos que fugarse con él. A pesar de todo, Dick miró largamente, dulcemente, a la hermosa mujer que se le ofrecía de este modo. Er^ bella y deseable en grado extremo. En otra ocasión, una mujer como ésta habría bastado para impresionar fuertemente a Bartlett; pero en las circunstancias presentes... Cpmpiendió que en estos momentos una sola palabia suya bastaba para perderle o para salvarle. U n a • palabra de aceptación, y se vería lejos de aquel maldito castillo donde su vida peligraba; un no rotundo, y antes de que tuviera tiempo de pronunciarlo, el rencor de esta mujer, la cólera homicida de los gangsters y el cruel sadismo del doctor Frank habrían caido sobre él. En una situación semejante, el hombre más honorable tiene un perfecto derecho a mentir. Y esto es lo que pensó enseguida Dick, sin que su conciencia protestara de ello ni un solo segundo. Y así no titub ó ni dudó un momento al prometer a N e d d a que si conseguía su evasión él buscaría en cualquiera aldea de California o de Florida una choza en la cual no habría más que un solo corazón. U n a casita desde donde él la llamaría enseguida para que viniera a reunirse con él. Sueños azules, sueños blancos como la frente de una virgen, abrieron sus suaves alas sobre el corazón y .sobre el espíritu de Nedda. Y guiado por ella, Dick ascendió diversos pisos, hasta llegar al tejado de la residencia del doctor Frank; corrió por este tejado hasta la extremidad del castillo, y una vez allí, arrojando la escala de cuerda que N e d d a le había proporcionado, saltó sobre el vacío, descendió, rampando por entre las paredes negruzcas, y, finalmente, al terminarse la escala, de un brinco prodigioso, acabó de ponerse en libertad. Aunque este último salto le produjo un vivo dolor en los ríñones, Bartlett, no obstante, emprendió una veloz carrera a campo traviesa, hasta dar con una granj a en la que existía un aparato telefónico. Definitivamente, no le quedaba 'otro remedio que avisar a la Policía, a una Policía representada en este caso—graciosa paradoja—por el propio scheriff a quien en la

mañana de este día él mismo había robado; primero, su motocicleta, y después, su automóvil. Pero como todo esto era largo de explicar, y como, además, Dick sabia perfectamente que el mejor modo de conseguir una mayor rapidez de estos agentes de la autoridad era recurrir a un truco ingenioso, tomó el teléfono y dijo simplemente: —Alió. Señor scheriff. ¿Quiere usted atrapar al ladrón de la motocicleta y del automóvil? Pues venga usted aquí y le encontrará inmediatamente. El buen scheriff, en efecto, no tuvo necesidad de que le repitieran esto dos veces.

Capítulo V I H Entretanto, en la clínica, la atmósfera se hacía irrespirable. D e una parte, los tres gangsters, y de otra, el doctor Frank y sus enfermeros, burlados unos y otros de no volver a encontrar rastros de Dick B a r tlett, y suponiendo, además, si no una mutua complacencia con el fugitivo, por lo menos un apoyo indirecto de algún interesado en ello, acabaron por formar dos bandos, dispuestos a atacarse, a la menor sospecha, unos a otros. L a desaparición incomprensible de aquel hombre


Uililiuteoa de no bastaba para calmar sus espíritus. Mucho menos cuando los tres miserables que habían encerrado a Ruth pudieron constatar, en el colmo de la .-orpresa, que la muchacha habla de.saparecido también. Por un momento creyeron en la existencia de un complot del que ahora resultaban víctimas ellos mismos, y que el doctor l~rank, al ofrecerles su clínica, no habla hecho otra cosa que tenderles un lazo astuto. En realidad, no había sido más que esto: el doctor Frank, tal como lo había presentido Nedda, no hab í a podido resistir a la fascinación que sobre él había ejercido Miss Dale. Fascinación puramente científica, se entiende. Miss Dale, por su juventud y por su salud, representaba para él el cuerpo ideal sobre el que podía realizar sus experimentos a maravilla. N o eran estas visceras como, por ejemplo, las visceras fatigadas de sus enfermos anteriores, como las del viejo jardinero Juan, en las cuales, forzosamente, tenia que fracasar s empre. ¡ Y qué placer para este hombre monstruoso poder extirpar de aquel corazón juvenil toda posibilidad de apasionamiento y de amor; qué sádica alegría esta de poder vaciar el ceobro de la joven de todo recuerdo, de toda imagen grabada en su memoria! Ruth Dale, que le había seguido hasta su laboratorio, menos inquieta que intrigada, continuaba mirando con una gran curiosidad los trabajos preparatorios del doctor Frank. Este, después de haber operado en varios aparatos misteriosos y de hacer varias mezclas de líquidos, meticulosamente dosificados, puso de pronto a hervir 11 lítiuido gris, que enseguida esparció por todo el Ioratorio un perfume agrio y que, poco a poco, fué •ixlensándose hasta adquirir una apariencia de gas .i¡;ero y vagoroso. l'^l sabio doctor Frank no parecía muy deseoso de apreciar personalmente los efectos de este gas, pues tan pronto como i l pudo constatar su formación, salió inmediatamente del laboratorio, dejando sola a la muchacha, la cual empezó a sentir e n s e g u i d a una extraña sensación. Cinco horas respirando este gas, y Ruth se convertiría en uno de esos mecanismos humanos—¡peor que humanos!—que frecuentaban lus corredores de la clínica. Entonces, el pasado no significarla para ella nada, ni tampoco el porvenir, y a que, a medida que fuesen marcándose en ella los recuerdos, éstos se irían borrando simultáneamente por sí mismos. Y Kuth, ignorante de todo aquello, se dejaba ganar cada vez más por aquel perfume fatal y embriagador al mismo tiempo. ¿Pero por qué habia de privarse ella de vivir aquella hora exquisita que momentáneamente le procuraba todas las alegrías de la más intensa de las borracheras y también todos los ácidos placeres de la absoluta lucidez del espíritu? • • Pero ya que el a no sabia protegerse a sí misma, los tres gangsters, en propio interés, decidieron salvarla. Sobre todo, desde el momento que tuvieron el convencimiento pleno de lo que pasaba: no había duda de que el doctor Frank la tenía en su poder para utilizarla como un conejo de Indias para sus experimentos científicos. Y fueron enseguida en su busca para preguntarle por ella Pero el doctor, enfurecido, gritó al oír esto: — ¿ Y qué les importa a ustedes? Después de todo, m estoy aquí en mi casa y hago lo que quiero.

dMffttWUXA I.a discusión, que habia comenzado en un tono agridulce, iba a tomar un matiz trágico a consecuencia de las fuertes palabras cruzadas entre unos y otros, cuando uno de los gangsters, más razonable que sus cómplices, exclamó con una falsa benignidad; —Bueno; vamos a dejar a un lado esta p>elea. E n tre buenos amigos todas las cosas tienen arreglo. Y . en realidad, era bien cierto que desde este momento todo estaba arreglado entre ellos. Sólo que arreglado para organizar una buena defensa contra la audaz intromisión del doctor Frank en sus asuntos.,

DIEZ

CONTRA

en estos momentos a quién de los dos debían creer: si al doctor o al presunto ladrón del automóvil. Peix> Dick Bartlett, con gran tranquilidad, apuntó con el dedo al doctor Frank, y dijo: —Este individuo tiene aquí prisionera contra su voluntad a una muchacha secuestrada por dos gangsters, de los cuales él es cómplice. — T o d o eso no es más que una fábula ridicula —terció el doctor con la mayor seguridad—. N i conozco a ningún gángster ni existe aquí nadie que esté contra su voluntad. Mi casa, ustedes lo saben, señores agentes, es un sanatorio y una clínica, donde los

UNO

1 bado brutalmente el reposo de aquellos pobres enfermos. Pero Dick, sabiendo que una indecisión suya po«i día perderle, se adelantó a proponer: —¡Basta de farsas! E s a muchacha a la que y o me refiero está aquí, estoy bien seguro de ello, Registren la casa, señores agentes, y se convencerán. —¡Todo esto es ridiculo!—protestó entonces vivamente el doctor—. N o se puede, además, molestar a los enfermos. ¡Este hombre es un loco, ya se lo he dicho! ¿No lo están ustedes viendo? E l doctor Frank, temblando de soberbia y de i r »

Pero he aquí que la Policía, sin pérdida de tiempo, había acudido a la llamada telefónica de Dick, encontrando poco tiempo después sobre la carretera, y en el sitio designado por el misterioso corresf>onsal telefónico, el automóvil robado por la mañana. Solamente—cosa increíble—que el ladrón e s t a b a al volante y el motor funcionando. ¿Es que pretendía acaso emprender una nueva carrera y una nueva persecución? N a d a de eso Dick, al verles, se limitó a gritar: — Y o soy el que les he llamado hace quince minutos por teléfono. Y les daré después toda clase de explicaciones. Pero, por el momento, síganme. Y diciendo esto, embragó, pisó a fondo el acelerador y salió disparado. Los representantes de la fuerza pública no tuvieron, pues, más remedio que hacer lo que él les habia indicado: seguirle sin más explicaciones. Porque una de dos: o este hombre era un loco que a m a b a el peligro por el peligro mismo, o bien era un impostor, y, en cualquiera de los dos casos, era preciso detenerle siguiéndole y persiguiéndole, aunque fuese hasta el fin del mundo. Pero cuando todavía no habían salido de esta primera sorpresa los agentes de la autoridad, Dick se dirigió a toda velocidad hacia la clínica del doctor Frank, cuya existencia ellos conocían desde tiempo atrás por haber despertado muchas veces sus sospechas, aunque nunca habían jxxlido encontrar motivo alguno de denuncia contra su propietario y sus habitantes. Sí; Dick se dirigía hacia la clínica del doctor l'iank a toda marcha; pero a menos de cien metros de ella todavía aceleró más. y sin preocuparse de que la puerta del castillo estaba cerrada, se lanzó contra ella, abriéndola de un modo inusitado y original: haciéndola astillas de arriba abajo. ¿Venganza? ¿Deseo de sorprender a algún adversario? ¿Ganas de provocar un estúpido pánico en los habitantes del castillo? ¿Cuál era el móvil que había inspirado a Bartlett esta locura? Ix>s agentes del orden no tenían tiempo de detenerse a reflexionarlo y decidieron seguirle. D e pronto se encontraron frente a frente con el doctor Frank, a quien el estruendo del choque habia atraído inmediatamente hacia el lugar del suceso. —Pero, señores, ¿qué es lo que significa esto? | V o y a poner una denuncia contra ustedes!—^gritó el diabólico sabio, a quien la edtrada violenta de un automóvil en su propio salón no le hizo mucha gracia, y menos todavía la presencia de Dick y de los policías. ¡Ah! ¿Vienen ustedes llamados por este loco?—se anticipó a declarar el doctor Frank preparando la ofensiva y apuntando con el dedo a Bartlett—. ¡Entonces, no me extraña nada de lo que ha sucedido! Los agentes, un tanto desconcertados, no sabían

enfermos encuentran, en el centro de un paisaje encantador y de un clima ideal, todas las atenciones que necesitan. Mis enfermos, como todos los tuberculosos, tienen, ante todo, necesidad de reposo y de silencio.—El doctor Frank lanzó una carcajada sarcástica:—¡De silencio! ¡ N o contaban con este señori Hábilmente, apelando al sentimiento de estos bravos agentes, el doctor Frank había dado en el punto sensible. Pues aunque no estaban del todo convencidos, sin embargo, el respeto que les infundía la misma clínica les hizo permanecer un momento indecisos. N o podían perdonar a Dick Bartlett el haber tur-

de cabeza a pies, hubiera dado en este momento veinte años de su vida por convencer a los agentes y g a nar esta batalla en una lucha definitiva. —Pues bien, señores—concluyó—; si ustedes se atreven a registrar mi casa, y o me quejaré directamente al gobernador, con el que tengo grandes amistades, y ustedes... y ustedes serán iiunediatamente destituidos. E s U frase hizo su efecto. L o s representantes de l a autoridad, que estaban decididos a retirarse un momento antes, tan sólo por no molestar a los enfermos, no quisieron ceder a ^ r a a la amenaxa.


N A R A N J I T A (Valencia) envía para Una viictriana la canción que le interesa de la película Sor Angélica, y que es como sigue: Cuando llega la noche, los serafines—cantan a coro y tocan ¡os violines:—cantan para que duerman ¡os pequeñuelos,—^^v sm candentes—vuelan hacia ¡a tierra desde ¡os Cie¡os.—Si el niño duerme, si el niño es bueno,— mientras cantan y tocan ve¡an su sueño;—pero si es ma¡o,— huyen ¡os serafines y viene el diablo. (Refrán.) Duerme, niñito mío,—-duerme tu a¡ma tranquila,—que mientras tú te duermes—mamá vigila.—Dtterme, niñito, duerme:—duerme, mi reyezuelo,—que ¡os niños que duermen suben al Cie¡o. Yo he quedado servido y agradecido a sus molestias. Pero yo sí que no puedo servirla a usted, porque no tengo los repartos que me pide. Otra vez será, «gua-soncilla»; que usted es de las del «grano de oro». .•\LEJANURO

INIESTA

(Ma-

drid).—Raquel Rodrigo es cubana. L a mayoría de los artistas no abren la correspondencia que se les dirige. Tienen encargados para estos menesteres, en los Estudios donde pertenecen, empleados que hablan a la perfección varios idiomas. Por lo tanto, puede escribir en español. ANTONIO

C.

ORTEGA

(Tole-

do).—Charles Boyer nació el 28 de Agosto de 1897 en Figeac (Francia). Tiene el cabello negro y los ojos castaños obscuros. Mide 1,75 y pesa 70 kilos. Casado con la actriz inglesa P a t Petersón. H a interpretado bastantes films, entre ellos Incen-

10^ dio en ia Opera, T umultos, ¡. F. I no contesta. La bataüa, Ltlión, El gavUán, Caravana, Etcétera, etc. Muy agradecido jx>r sus notas. AsGAüL (To¡edo ) . — Continúo dándole los repartos que solicita. Agua en el suelo: Director: E. Fernández Ardavín. Maruchi: ' Maruchi Fresno; E l cura: Luis Peña; Ajxílinar: Pepe Calle; Alejandro: Nicolás N a v a rro; L a madre del cura: Pilar García; Hermano de Maruchi: Rufino Inglés; Gafitas: Casado; El ama: María Anaya; L a gitana: Angelita Pulgar. Crisis mundial: Director: B e nito Perojo. Mery; Antoñita Colomé; Pololo: Miguel Ligero; Julio Lonaty: Ricardo Núñez; I'erdinando Martini Martinelli: Alfonso Tudela; Herbert Parker: Linares Rivas; Vampiresa: Laly Cadiermo; Barman: Perico Chicote; Gerente del hotel: Carlos del Pozo. Doña Francisqutta: Director: Hans Behrendt. Doña Francisquita: Raquel Rodrigo; A u r o ra, la Beltrana: Matilde Vázquez; Doña Francisca: Antonia .•\revalo; Fernando Soler: Fernando Cortez; Cardona: Antonio Palacios; Don .Matías: M a nuel Vico; Lxirenzo: Félix de Pomés. Dos

BRis

E N A M O R A D A S I>K R.

(Valencia).—¿Cómo

Ll-

es

p.>sible es tu si ustedes misma > confiesan que no me conocen ni aun por fotografía? L o de la amistad, pase; pero esto lo creo imix>sible. Es una lástima que residan en Valencia, pues si fueran ustedes «vecinas» de Madrid les «exigiría» que todo eso... me lo hicieran bueno. Escriban a los dos artistas que me describen a Estudios U f a , Neubabelsbcrg, Berlín (Alemania). ¡Ah! ¿Hay «tomate» también en Valencia? D A L I E N S E (Almería ).—Voy a contestar al «chaparrón». R o berto Rey es chileno, y Raquel Rodrigo, cubana. Es cierto lo de Nobleza (¡aturra y La casa de ¡a Troya. Adelqui Millar es chileno, y Richard Arlen es de Charlottesville (Virginia, Estados Unidos de América). N o depende de los artistas el que no vuelvan a interpretar ningún otro film; a veces depende de los directores, que no quieren contratarlos. U N A A F I C I O N A D A AyiLEsiNA (Aviles).—Rosita Moreno nació en Panchuca (Méjico) el día 18 de Marzo de 1911. Tiene 1,61 de estatura, y pesa 53 kilos. Está casada. H a interpretado infinidad de películas, entre ellas, las siguientes: Su noche de bodas. El dios del mar. El último varón sobre la tierra. Amor audaz. El rey de

rcKa

los gitanos, El hombre que ase sino. Un capitán de cosacos, E príncipe gondolero, etc., etc. ¿Será Muñequito alocado, la canción de la película Sor Angélica, la que solicita? Esta es como sigue: F E R N A N D O : ¡Qué dichoso seré si llega el dia—que en nuestra casa triunfe reidor,— llenándo¡o de ¡uz y de a¡egría,— un muñeco, rosal de nuestro amor;—contemplando su cutis sonrosado,—be<iar sus claros ojos como el Ctelo,—acartcim su rostro hermoseado—con los rizados bucles de su pelo. C A R M E L A : Dormirte enamorada con pasión—al estrecharle solne el corazón. FERNANDO: Muñequito rtente,—de beUeza sin par. C A R M E L A : Con su rtsa inocente— alegrando e¡ hogar. L o s D O S : Muñequito alocado,—muñequito travieso,—muñequito formado— ccm ¡as mieles de un beso. ¿Hay escasez de papel por Aviles? NARDO

SILVESTRE

(Ma-

drid).—¿De qué película es la canción que solicita? ROSARIO

GUTIÉRREZ

vas; Sirviente: Maria Anaya; Tío José: Anselmo Fernández; Tío Bienvenido: Alberto López; Don Serafín: Luis Llaneza; Inés: .Maruia Berges. L o que no tengo es la letra de la canción de Agustín Godoy, que empieza: La fría del calvario..., y que canta en dicha película. M u y agradecido a quien la envíe, para dársela a conocer a esta señorita.

(Cá-

diz).—El reparto de la película La Dolorosa es el siguiente: Dolores: Rosita Díaz; Nicasia: Mary A m p a r o Bosch; Rafael: Agustín Godoy; Perico: Ramón Cebrián; Prior: Luis Moreno; Madre de Dolores: Pilar G a r cía; Juanica: E v a López; N a talio: José Maria Linares Ri-

F:RNA B A E U M I E R

(Miranda ) .

Esa no es ia causa de que no reciba respuesta, jHies usted redacta muy bien una carta. F suficiente como la que me man da, solamente cambiando los términos. D ' A R T A C N A N ( Barcelona ) . — Los Estudios Oiphea Films están enclavados en el Parque, en el recinto de la Exjxjsición. Vuelva a escribir cuando guste. CARMEN

ARAGÓN

(Madrid

j

Envía para Pelmita, Pelma y Pelmazo la canción de la película El último varón solare ¡a tierra, que solicitaron en números anteriores: Un nido haremos los dos,—donde el cielo sea más azul,—y aprenderé los mil modos de decir—/ Loue you.—Prometo, si me vas a querer,—aprendet a hacerte el amor—como una estrella de Holliwood:—te adoraré a lo Charles Farrel, — y también a lo Barrymore.—Te haré el amor a lo Chevalier:—te miraré a lo Ben Turpín:—te cantaré alo Al Jolsón.— Y el nido entonces ha de crecer—y se ¡leñará de het)és: —donde el cielo sea más azul,— se oirá cantar siempre así:—/ Love you.

para

ANA

SAGARMÍNAGA

(San

Se-

Intstián).—No tenemos puesto a la venta lo que solicita. R. L I B R I S

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